Subido por Aurora A

Las Cartas literarias a una mujer

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El romanticismo en la poética de Cartas literarias a una mujer
Las Cartas literarias a una mujer fueron publicadas sin firma, anónimas, en las
páginas del periódico “El contemporáneo” los días 20 de diciembre de 1860 y 8 de enero,
y 4 y 23 de abril de 1861. Esta obra de Bécquer es una de las que menos comentarios ha
suscitado. Hasta la fecha, el estudio más elaborado de esta obrita es el de Francisco López
Estrada1.
Si estas cartas han llamado algo la atención se debe a dos razones: porque junto a
las Rimas, la Introducción sinfónica y el prólogo a La soledad, son de capital importancia
para el estudio de las ideas poéticas de Bécquer, y porque supuestamente en estas misivas
el poeta se explica ante su musa.
En el presente trabajo me propongo estudiar el proceso de creación poética que
encontramos en Cartas literarias, prestando especial atención a la preeminencia del
sujeto creador-el poeta-sobre el poema, a la insuficiencia del lenguaje, y a la dicotomía
razón-inspiración; aspectos que nos llevan a una poética eminentemente romántica-.
Primeramente, Bécquer se propone definir qué es la poesía; sin embargo con el
vocablo “poesía” el poeta sevillano alude a todo aquello que es poético, bello, y que no
tiene por qué ser dependiente del poema. Lo poético, según leemos en la Carta III, reside
en tres ámbitos: el mundo del misterio, de lo inefable; el mundo de los sentimientos-el
amor, esperanzas, deseos…-; y el mundo de lo sensual-perfumes, luces…-. En definitiva,
poesía es todo aquello que está en el alma, que toca en lo más profundo del ser, es por eso
que aconseja a su amada: “Deja esta carta, cierra tus ojos al mundo exterior que te rodea,
vuélvelos a tu alma, presta atención a los confusos rumores que se elevan de ella… (Carta
I).
El poeta es quien hace lo poético suyo mediante el sentimiento, pero si bien “todo
el mundo siente” (Carta II), solo al poeta le es dado el don de evocar las vivencias, las
emociones que éstas le suscitaron.
Ahora bien, uno de los temas recurrentes en las cartas es la insuficiencia del
lenguaje, la incapacidad de expresar el mar de sentimientos y emociones que anega
1
Francisco López Estrada: Poética para un poeta: Las “Cartas literarias a una mujer”, Gredos, Madrid,
1972.
constantemente el espíritu del escritor. Para Bécquer, el sentimiento, esencia de la poesía,
es inefable.
En la Carta II hay un párrafo a este respecto. El poeta supone que la mujer está
disgustada porque él no le expresa su amor con palabras, y el poeta se disculpa: “Si tú
supieras cómo las ideas más grandes se empequeñecen al encerrarse en el círculo de hierro
de la palabra…”. Unas líneas antes éste recuerda que interrumpió la carta anterior cuando
había surgido el tema del amor, por lo que teme que la mujer crea que es por falta de
sentimiento; le aclara que fue por todo lo contrario: el amor es un sentimiento tan grande
que al poeta se le hace casi imposible de comunicar.
Al comienzo de la Carta (II) se nos ofrece también la misma inquietud. Bécquer
manifiesta que cuando siente no escribe, y prosigue: “[…] Guardo, sí, en mi cerebro
escritas, como en un libro misterioso, las impresiones que han dejado en él su huella al
pasar; estas ligeras y ardientes, hijas de la sensación, duermen allí agrupadas en el fondo
de mi memoria, hasta el instante en que, puro, tranquilo, sereno y revestido, por así
decirlo, de un poder sobrenatural, mi espíritu las evoca […]”. Como sabemos, los poetas
románticos en cambio habían hablado siempre de la llama de la inspiración y como ésta
los impulsaba a escribir en un estado casi de trance.
Ahora bien, la afirmación de Bécquer (“cuando siento no escribo”) no nos debe
llevar a pensar en él como un poeta “antirromántico”, que elabora cerebralmente sus
poemas, sencillamente el poeta manifestaba una vez más su obsesión por la distancia entre
lo mucho que sentía y lo poco que creía decir en el poema. Cuando le habla a su amada
sobre la imposibilidad de expresar su amor, el poeta lo que hace es valerse de su teoría
sobre la creación poética, con el fin de hacerle comprender a ésta que si lo de escribir bajo
los efectos de la emoción fuera verdad, le hubiese dicho cosas hermosísimas, en cambio
el poeta enmudece al final de la Carta I cuando surge la palabra “amor”: sencillamente,
las emociones desbordan al poeta y se ve incapaz de darles una expresión verbal.
En el texto transcrito de la Carta II, Bécquer explica, como hemos visto, que
guarda en su cerebro las impresiones recibidas, hasta que su espíritu ”puro, tranquilo,
sereno y revestido, por decirlo así, de un poder sobrenatural”, las evoca. Podríamos pensar
que cuando Bécquer nos habla de sus emociones revividas como de un sentir artificial, se
refiere a un subproducto transformado, puramente estético, ya elaborado por un filtro
racional, que es lo que el poeta va a verter después en su poesía; si bien no es así: lo que
el poeta viene a decirnos es que su sentir es artificial porque se basa en algo que ya sintió
en su momento, “como el que copia de una página ya escrita”, nos dice-. Una vez más, lo
que el sevillano subraya es la diferencia entre la emoción primigenia-excelsa,
verdaderamente poética-y la vulgar copia posterior. Ni aun el poeta-quien tiene el don de
conservar y revivir las emociones-es capaz de superar esta distancia. Lo que hace Bécquer
es disculparse una vez más de la insignificancia de las palabras, no tachar a su poesía
como subproducto artificioso, pues si bien el poeta no escribe cuando siente-porque no
puede-, también nos dice en la Carta IV: “yo siento lo que escribo”.
Convencido Bécquer de que con la poesía no puede alcanzar la perfección-ya que
la emoción y el misterio son inefables-encontramos que la poética del sevillano se centra
en analizar el proceso que le lleva a la creación, dejando de lado el producto ya acabado,
es decir, el poema. Como poeta romántico, a Bécquer no le importa el poema escrito, sino
la emoción, el impulso de su alma, que lo conduce a la poesía, y posteriormente, de
manera completamente marginal, al poema. Prima en el poeta, por tanto, una teoría
idealista; en la que la forma-el poema-es algo degradado, frente al sujeto creador,
verdadero continente de lo poético.
Otro tema recurrente en Bécquer es la pugna entre inspiración y razón; lo
encontramos en la Rima III y en la Carta II, particularmente cuando el poeta dice:
“Procedamos con orden. ¡El orden! ¡Lo detesto, y sin embargo, es tan preciso para todo!
La necesidad de orden es para el poeta la facultad de expresar correctamente con palabras
el raudal de emociones que siente, en ningún caso se refiere a un principio de orden que
discipline su espíritu, sino al orden que siempre subyace en la fría realidad, en lo objetivo,
y que se opone a la subjetividad del poeta. El poeta odia el orden porque representa la
frialdad, sin embargo, reconoce que es condición sin la cual el poema no sería tal. Todas
las veces en que Bécquer lamenta la irremediable incapacidad de la palabra para expresar
el sentir del alma confirman esta significación.
La impresión que nos da al leer las Cartas es que Bécquer se compromete sobre
todo a la sinceridad con los movimientos de su alma. El poema por sí mismo no vale nada,
sino que es el sujeto creador quien confiere vida a éste a través de su inspiración, de los
movimientos de su alma, etc., en la medida en que esto es posible.
Recordemos a este respecto el prólogo que el poeta puso a los Cantares de
Augusto Ferrán. Después de hablar de una poesía “magnífica y sonora”, “hija de la
meditación y el arte”, alude a un tipo de poesía contraria a ésta, que es la suya, aunque la
alaba a propósito de su amigo: “ Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como
una chispa eléctrica, que hiere el alma con una palabra y huye, y desnuda de artificio,
desembarazada dentro de una forma libre, despierta con una que las toca, las mil ideas
que duermen en el océano sin fondo de la fantasía”.
Aurora María Altamirano Ramírez
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