El sabio: ideal de vida en la filosofía helenística El término utopía aparece por primera vez en una obra de Tomás Moro, con el mismo título, para hacer referencia a una isla desconocida en donde narra condiciones de vida que contrastaban tajantemente con cualquier sociedad de su época, pues tenía características tales como: la abolición de la propiedad privada, la supresión de la intolerancia religiosa, etc. Sin embargo, este término se extendió más allá de la obra de Moro y se convirtió en un referente fundamental para hacer alusión a todo ideal político, social o religioso difícil o imposible de realizar. Si se parte de esta breve definición, resulta comprensible vincular el lugar que el sabio ocupa dentro de las filosofías helenísticas, como ideal normativo de conducta ética, política y social, con el tema de la utopía. Las filosofías helenísticas emergen en un clima de gran incertidumbre política y social en la Grecia Antigua, a partir del siglo II a.C. La intromisión de Alejandro Magno en las polis griegas y la consiguiente desaparición de la autonomía política de las mismas, hacen necesario el replanteamiento filosófico del hombre en relación con la comunidad política y consigo mismo. Las nuevas escuelas filosóficas que se crean, retoman la imagen idealizada de Sócrates para configurar el modelo normativo de conducta que ha de regir a sus miembros. La filosofía que se manifestaba ya desde sus orígenes como una forma de vida, articulando tanto el discurso filosófico como la vida práctica, se radicaliza más al respecto en este periodo. La sabiduría desde Socrátes se convierte en el ideal por excelencia que los filósofos de la antigüedad persiguen, pero este saber no consiste en la acumulación llana de información acerca de la realidad, sino que se trata de una manera de ser, de un modo de vida que involucra necesariamente una transformación de sí. En este sentido, la sabiduría constituye la actividad más sublime que el hombre puede ejercer, ya que se vincula íntimamente con la excelencia y la virtud del alma. Las escuelas helenísticas se erigen pues como una elección de vida determinada que modifica profunda y definitivamente la vida de aquél que decida participar en ellas. Las diferentes divergencias que existen entre las escuelas filosóficas se basan en lo que cada una de ellas entiende por virtud. Para los estoicos, por ejemplo, la virtud máxima es: la apatía; para los epicúreos y los escepticos: la ataraxia, pero entendida en sentidos diferentes, y para los cínicos la autarquía. Pese a que los conceptos poseen significados distintos, en el primer caso apatía significa ausencia de dolor; en el segundo, la ataraxia es la ausencia de turbación y en el tercero, la autarquía es la autosuficiencia, todos ellos aspiran lograr la autonomía del hombre a través de un estado de imperturbabilidad que los distingue de los demás, creando como lo menciona hadot, una especie de super hombre. Una de las primeras preguntas que surgen al respecto es: ¿se puede hablar de una imagen general de sabio helenístico partiendo de principios tan diversos? Lo primero que cabe señalar es que la figura del sabio es la encarnación propia de cada uno de estos conceptos dentro las filosofías helenísticas. Por supuesto, en la práctica de los principios hay profundas divergencias entre la forma de vida de un estoico, un epicúreo, un cínico o un escéptico. La manera en que se articula el discurso filosófico respecto a sus principios, hacen que las escuela puedan definirse en relación a sí mismas y a las demás de manera precisa. El principio rector del estoicismo es la razón, del epicureismo el placer, del cínismo la naturaleza y del escépticismo la suspención del juicio. Sin embargo, más allá de las diferencias que aparecen en las distintas escuelas, existen acuerdos profundos que sí permiten definir de manera general el papel del sabio dentro de la antigüedad greco-romana. La primera característica que se encuentra en la representación del sabio es la capacidad de mantenerse siempre en identidad consigo mismo, en una perfecta y constante igualdad de ánimo. El temperamento del sabio no depende de las circunstancias, ha logrado mediante una firme progresión espiritual desprenderse de la necesidad de un mundo contingente y de apariencias. Esta noción de identidad remite según Hadot, al Sócrates del Banquete de Platón. En este diálogo la figura de Sócrates emerge como una paradoja, pues no parece ser del todo de este mundo ni tampoco del todo exterior a él. Tanto Hadot como Reale ven en esta paradoja Socrática un símil con la imagen del Eros mediador. Sócrates posee la capacidad, el Banquete así lo muestra, de mantenerse en un estado de felicidad continua, sin importar la circunstancia que lo rodee. La abundancia o la escasez no determinan en absoluto el estado de ánimo del filósofo. “Es indiferente a todas las cosas que seducen a los hombres, belleza o riqueza o ventaja cualquiera, y que le parecen carentes de importancia. Pero también es alguien que puede absorberse por completo en la meditación, retirándose de todo lo que le rodea.”1 La identidad consigo mismo, representa esta cualidad de retraerse sobre sí y buscar la coherencia entre los principios internos y la resolución de sus acciones. Esta coherencia le permite al sabio conservar siempre su estado de imperturbabilidad y felicidad constante, porque la felicidad, su felicidad no se encuentra puesta fuera de él. Lo que se puede ver en esta idea de identidad y permanencia es la capacidad de vincular la felicidad y la virtud con la autosuficiencia. En el estoicismo al igual que en el escepticismo, la característica fundamental del sabio es la indiferencia respecto a las cosas sobre las que no posee control, o bien, sobre aquellas cuya naturaleza le resulta imposible determinar (esto para el caso de los escépticos). Para los estoicos, todas las cosas que no dependen de su acción les deben de resultar indiferentes. En ese sentido, prácticamente todo se vuelven indiferente, a excepción del bien moral, esto es lo único que depende enteramente de la disposición del ser humano. “En verdad nada nos puede ser arrebatado. No hay nada que perder. La paz interior comienza cuando dejamos de decir, a propósito de las cosas, <<Lo he perdido>>, y en su lugar decimos <<ha regresado al lugar de donde vino. ¿Ha muerto tu hijo? Él o ella ha regresado al lugar de donde 1 Pierre Hadot. ¿Qué es la filosofía antigua?, p. 60. vino. ¿Tu marido o tu esposa ha muerto? Él o ella ha regresado al lugar de donde vino. ¿Te han arrebatado posesiones y propiedades? Éstas también han regresado al lugar del que vinieron.” (Epicteto, Manual, XIV) Las cosas por sí mismas entonces, no son ni buenas ni malas, la muerte, la riqueza, la pobreza y la enfermedad no dependen en absoluto de la agencia humana, sin embargo, la opinión respecto a ellas sí. A si mismo, es importante precisar que la indiferencia que el sabio muestra respecto a las cosas que se encuentran fuera de su control, no se trata de un completo desinterés en relación al mundo que lo rodea, sino más bien de una conversión de este interés. Para el sabio comprender que la realidad no es lo el desea sino lo que la naturaleza universal (en el caso de los estoicos) dispuso racionalmente, lo conduce a aceptar con amor y tranquilidad todo lo que acontece en ella. En ninguna otra filosofía helenística como en el estoicismo, se puede comprender de manera más clara esta adecuación del sabio con la realidad. Para el estoico, toda la naturaleza está impregnada por un logos universal que hace de todo lo que acontece en ella racional y divino. Desde las cosas más complejas y generales, hasta las más pequeñas e insignificantes poseen un propósito racional. “Así por ejemplo, un trozo de pan al cocerse se agrieta en ciertas partes; esas grietas que así se forman y que, en cierto modo, son contrarias a la promesa del arte del panadero, son, en cierto modo, adecuadas, y excitan singularmente al apetito.” (Marco Aurelio, III, 2). Se encuentra entonces que el sabio no sólo debe de poseer uniformidad de estado de ánimo y ausencia de necesidad, también requiere mostrar indiferencia respecto a las cosas que así lo ameritan. Esta indiferencia no es únicamente una característica exclusiva del estoicismo o del escepticismo, en el epicureísmo también se observar esta misma disposición respecto a la mayor clase de placeres que existen. A través del tetrapharmakon los epicureós se empeñan en demostrar que la ataraxia, es decir, la ausencia de turbación se puede adquirir a partir de principios muy sencillos. La doctrina del placer de esta escuela dista mucho de la concepción común del hedonismo antiguo, para esto Epicuro distingue tres tipos de placeres, el placer necesario y natural, el natural y no necesario y por último, el no necesario y no natural, siendo el primero de éstos el único indispensable para alcanzar la ataraxia. La felicidad en esta escuela también se adquiere mediante una disposición interior, que se logra a través de la satisfacción más inmediata y austera de las necesidades biológicas básicas. Al igual que el estoicismo, en el epicureismo se requiere distinguir entre las cosas esenciales y superficiales. Finalmente, la última característica del sabio helenístico es la facultad de conciliar la eficacia de su acción con la serenidad interior, la acción del sabio en el mundo es la perfecta comunión de su disposición interior, la sabiduría y la virtud. El sabio es el único que conoce el desenlace y el resultado final de sus acciones, por lo que siempre actuá en consecuencia con la naturaleza, la razón o el placer, según sea el caso, aceptando el destino y velando por conservar una intención pura. Esta breve descripción de las características generales del sabio permite comprender parte de la imagen y la dimensión de su papel en la antigüedad. A través de las cualidades antes mencionadas se establece un nuevo marco de libertad individual interna y absoluta. Una libertad indomable e inexpugnable, que se realiza a partir de un trabajo espiritual arduo. La diferencia entre las distintas escuelas determina la manera en que esa libertad ha de ser adquirida, cada modelo particular de sabio se distingue de otro, por el principio rector que sigue, los ejercicios espirituales que práctica, el cuidado que tiene sobre su aspecto físico, etc. La imagen del sabio, tiene pues un papel decisivo en la elección de vida filosófica. Pero esta imagen se presenta en la mayor parte de las escuelas como un ideal inaccesible más que como un modelo encarnizado de conducta. Salvo en el caso de los epicureos, escuela más dogmática del helenísmo, donde no se duda siquiera en proclamar como sabio a Epicuro y algunos de sus amigos más cercanos (Metrodoro, Epitocles, por ejemplo.), todas las demás marcan su distancia respecto al ideal. Para el estoicismo, por otra parte, dentro de su escuela la existencia real de los sabios es extremadamente difícil, probablemente pueda considerar a uno entre todos ellos o en su defecto a ninguno. Sin embargo, al igual que el cinismo y el escepticismo ven en Sócrates el ideal de sabio por excelencia. Para Hadot, la relación que se establece entre la enseñanza de la filosofía y la descripción de los rasgos de las figuras concretas de los sabios es fundamental para determinar los marcos normativos de conducta dentro de las escuelas. No se trata de realizar la biografía minuciosa de los personajes ilustres o fundamentales de las comunidades filosóficas, sino más bien de definir mediante la pregunta: ¿Qué haría el sabio en tal o cual circunstancia? El comportamiento ideal del sabio, y por ende, la guía de conducta para los demás miembros. La posición del sabio frente a la vida diaria y en comunidad fue ampliamente discutida a lo largo de la antigüedad, especialmente por el estoicismo, preguntas como: ¿Debe el sabio participar en la vida política? ¿Monta en cólera? ¿Cómo debe de comportarse respecto a las relaciones amorosas? ¿La amistad? Etc, constituyen una serie de ejercicios académicos dentro de las escuelas. Pero la relación del sabio con la sabiduría presenta una paradoja sumamente importante. Desde el Banquete de Sócrates se había determinado a la sabiduría como total, es decir, como una facultad que no admite una separación o aproximación en términos parciales. Se es sabio o no se es. En ese sentido, se considera que el sabio tiene que llegar a serlo mediante una conversión instantanea, sin pasar por ningún proceso de progresión espiritual como se incita a los demás miembros. Epicuro para consolidar su imagen de sabio llegó a afirmar que él no tenía maestros “Apolodoro en sus crónicas dice que fue alumno de Nausífanes y Praxífanes. Pero él lo niega, y dice que lo fue sólo de sí mismo en la carta a Eurícolo.” (DL, X, 13). Ese interés de Epicuro en no sentirse deudor de ningún otro filósofo, tiene como objetivo precisamente establecer que su vínculo con la sabiduría es absoluto, y completamente independiente. Él al igual que Sócrates, no necesitó mediar esta relación a partir del aprendizaje y la progresión espiritual. La postura del sabio respecto a la sabiduría absoluta permite colocarlo en un plano de existencia completamente distinto al del común de los hombres, el sabio se sitúa más cerca de los Dioses que de los mortales. Él está consagrado al ejercicio del pensamiento, la virtud y la vida del espíritu, ha logrado mediante la expansión de su yo la felicidad autentica, verdadera y absoluta. Pero a diferencia de los dioses él no es infinito ni inmortal, así que debe de consagrar su existencia al presente y hacer de él un momento eterno y perfecto. Se puede decir, entonces que el sabio vive de manera intermitente lo que los dioses viven de forma continua, pero ese instante que es su vida en comparación con la eternidad, supera la condición humana y corresponde a la vez, a lo que es más esencial en el hombre: la vida del espíritu. A partir de lo anterior, es necesario plantear: ¿Cuál es la relación que el sabio guarda respecto al resto de los hombres? y ¿es posible para el filósofo mediante un cuantioso esfuerzo y determinación alcanzar su posición? En el Banquete Sócrates hace una distinción que sirve para clarificar estas interrogantes, utilizando a la sabiduría como criterio, logra hacer una separación entre los dioses, los hombres y él mismo. Sócrates en este diálogo se posiciona como el Eros mediador en uno de los mitos que transmite Platón. A diferencia de lo que piensan los demás, para Sócrates Eros no puede ser una divinidad en toda la extensión de la palabra, sino un mediador, un Daimon.. Hijo de poros (el dios de la abundancia) y de penia (diosa de la escases y mendicidad) posee los atributos entre mezclados de sus padres. Viene al mundo descalzo, desnudo y hambriento como su madre, pero al igual que su padre es un cazador innato, siempre insatisfecho, acechando en todo momento, en la búsqueda constante de los elementos necesarios para cubrir su carencia. Sócrates se identifica con él, estableciendo un paralelismo entre la pobreza y la ignorancia, así como entre la riqueza y la sabiduría, determina su lugar y el del filósofo como un intermediario que nunca logrará superar su mediación. Sócrates es consciente de su ignorancia, y por lo tanto se lanza con sagacidad al mundo para conseguir la sabiduría. Pero trágicamente sabe en lo más profundo de su corazón que su empresa fracasará, pues la sabiduría es absoluta y él, sólo un punto en la inmensidad. Sin embargo, al tener plena consciencia de su ignorancia está condenado al igual que Eros, en un impulso interno, necesario e incontenible, a pasar toda su vida acechando aquello que no posee, siempre insatisfecho, con un hambre y ansía inagotable. Este es el lugar que el filósofo ocupa en relación con el sabio y con los demás hombres, nunca será sabio, pero tampoco puede regresar a su estado de ignorancia primigenia. Está condenado a vagabundear en el limbo de la carencia y la abundancia. Las últimas preguntas que caben plantearse en esta ponencia son las siguientes: ¿Es posible determinar la figura del sabio como una utopía helenística? Y ¿Cuales son las consecuencias de ésta figura como ideal normativo dentro de las distintas escuelas? La primera pregunta es posible contestar, si se toma en cuenta lo expuesto con anterioridad, de manera afirmativa, al menos desde la perspectiva que intento defender. El plantear la figura del sabio como un ideal prácticamente inaccesible e imposible de realizar concuerda con la definición de utopía de Moro. Pero no sólo eso, su simple imagen y construcción rompe completamente con el esquema y la visión que el hombre tiene de sí y de los demás en la antigüedad. El sabio es un atopos en el sentido cabal de la palabra, su sola imagen provoca una extrañeza y escozor que siembran la duda a cualquiera que se encuentre con ella, respecto al curso presente de su vida, sus acciones, el dominio de sí, y su relación con los demás. El sabio incita mediante su presencia, aunque sea ideal,a la acción ética, política y estética. Hace nacer en los hombres la necesidad de autoconfigurarse de una manera determinada, ajena a los convencionalismos sociales. Este es el gran escándalo de la filosofía helenística que tiene como ideal utópico al sabio, y como exponente máximo del mismo el caso de los cínicos, o como dirá miles de años después Foucault: la vida expuesta al límite. El cinismo es la escuela filosófica con más potencia visual, porque logra insertar en cada uno de los poros de quienes la practican la extrañeza y la extravagancia que obligan a la reflexión de los espectadores. Y en segundo lugar, existe el riesgo, mediante la exposición anterior de plantear el tema del sabio, y por consiguiente el de las escuelas helenísticas como un completo repliegue del individuo sobre sí, desvinculándose de la realidad, creando en el interior de su conciencia subjetiva un mundo particular, único e inaccesible para los demás. Nada podría ser considerado más ajeno al objetivo de estas escuelas, todas éstas establecen una vinculo extremadamente profundo con el mundo, todas involucran una idea arraigada de comunidad que dirige y supervisa la progresión de cada uno de sus miembros. No es casual que la primera idea de cosmopolitismo haya surgido precisamente en el seno del estoicismo. La verdad no es una verdad subjetiva, sino más bien una verdad construida en el plano de una comunidad filosófica que engloba la práctica diaria y la ejercitación de principios, nadie a excepción del sabio experimenta la conversión instantánea. Se necesita mediante el apego al guía, y a los compañeros de escuela reforzar los dogmas y los ejercicios espirituales. Finalmente, es necesario señalar que la construcción de las escuelas surgió como una posición filosófica respecto a un clima de incertidumbre e inseguridad política. Dicha posición no pretende mantenerse al margen de la vida pública, al contrario, busca a su manera determinada ejercer su influencia en ella. Los estoicos, los cínicos, los epicúreos y hassta los escépticos mantienen todos una teoría vital de la acción política, aunque sea de manera muy diversa y a veces hasta contradictora. En una época donde la ética, la estética y la política estaban entremezcladas, toda acción que involucre una de estás disciplinas involucra a las otras. El sabio estoico, por ejemplo, tenía la obligación de ir al mundo y actuar en el, seguir las leyes, exigir justicia, oponerse a aquellos cuya conducta le resultara arbitraria, pero con el convencimiento de estar siempre actuando en concordancia con la razón universal. El sabio epicureo por su parte, al retraerse a su comunidad, al determinar la amistad como un nuevo lazo de relación entre los hombres, también estaba haciendo política, pues éste no se quedaba impasible en su jardín esperando el fin de los días, sino que salía al mundo con una vocación casi pastoral de conversión, a transformar la vida de los demás hombres. Lo mismo podría decirse del caso del sabio cínico y escéptico. Quisiera terminar insistiendo en la función de la utopía como guia de la acción, que se da mediante el ejemplo del sabio dentro de las escuelas helenísticas, pese a la plena consciencia de la imposibilidad para acceder a esta posición, su importancia salta a la luz. La modernidad no se ha cansado, en palabras de Hadot, de burlarse de la posición quimérica del sabio, se burlaron también de aquellos desdichados que habiendo pasado toda su vida en esfuerzos y vigilia, nunca alcanzaron la sabiduría. Pero ese fue el precio que debieron pagar, por tomar la decisión de adiestrarse en efecto en la sabiduría, y aunque su progresión haya sido mínima es digna de respeto. Después de todo, quién no desea vivir, al menos por un instante, recordando las palabras de Epicuro en su carta a Meneceo, “Como un dios que camina entre los mortales.” Bibliografía. Epicteto. Un Manual de Vida. Sharon Lebell. Palma España 1997. Marco Aurelio. Meditaciones. Bibliteca Clásica Gredos. Madrid 1997. Diógenes Laercio. Vidas de los filósofos Ilustres. Madrid 2007. Crisipo de Solos. Testimonios y Fragmentos I. Biblioteca Clásica Gredos. Madrid 2006. Los Estoicos Antiguos. Bibioteca Clásica Gredos. Madrid 2006 Pierre Hadot. Ejercicios Espirituales y Filosofía Antigua. Biblioteca de Ensayo Siruela. Madrid 2006. Pierre Hadot. ¿Qué es la filosofía antigua?. F.C.E. México D.F 1998. Giovanni Reale Eros, Demonio Mediador: El juego de las mascaras en el Banquete de Platón. Herder. Barcelona 2004.