(Ef. 5, 23 ss) ---“EL TRATO ENTRE LOS ESPOSOS” --El hombre es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, cuerpo suyo. Que la esposa, pues, se someta en todo a su marido, como la Iglesia se somete a Cristo. Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Así deben también amar a sus esposas como aman a sus propios cuerpos; amar a la esposa es amarse a sí mismo. Y nadie aborrece a su cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida. Palabra de Dios. Te alabamos Señor. Acerca de esta cita de la Escritura, el Predicador del Papa, Rev. P. Raniero Cantalamessa, O.F.M., en su conferencia titulada “Las relaciones y los Valores familiares según la Biblia”, que presentó en la apertura del Congreso Teológico-Pastoral de preparación al VI Encuentro Mundial de las Familias, en la Ciudad de México, el 14 de enero de 2009, afirma: «A medida que la comunidad apostólica se incrementa y consolida, se ve cómo florece toda una pastoral y una espiritualidad familiar. Los textos más significativos al respecto son los de las cartas a los Colosenses y a los Efesios. En ellos se evidencian las dos relaciones fundamentales que constituyen la familia: la relación marido-mujer y la relación padreshijos. A propósito del primero, el Apóstol escribe: "Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo (v. 21). Las mujeres a sus maridos, como al Señor... Como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella". Pablo recomienda al marido que "ame" a su mujer (y esto nos parece normal), pero después recomienda a la mujer que sea "sumisa" al marido, y esto, en una sociedad fuertemente (y con justicia) consciente de la igualdad de sexos, parece inaceptable. Sobre este punto san Pablo está, al menos en parte, condicionado por las costumbres de su tiempo. La dificultad, en cambio, se redimensiona si se tiene en cuenta la frase inicial del texto: "Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo", que establece una reciprocidad en la sumisión como en el amor.» Pero a pesar de la consciencia, en nuestra sociedad, de la igualdad de sexos, que refiere el P. Raniero Cantalamessa, seguimos presenciando comportamientos tachados de “machistas”, que muchas veces se hace pensar son particulares de nuestra cultura, de nuestro país; lo cierto es que están presentes en todo el orbe. Y estos comportamientos se manifiestan de muchas maneras: violencia física del hombre hacia la mujer, el trato de la mujer como cosa, su “venta” por animales o bebidas embriagantes, como ocurre en el sureste mexicano, la trata de personas, por mencionar sólo unos ejemplos, en pleno siglo XXI. Y más de alguno pretenderá utilizar la Sagrada Escritura para justificarse o justificar una supremacía del varón sobre la mujer. En respuesta, el “feminismo”, mostrando esa realidad donde el hombre no respeta la dignidad de la mujer, concluye y establece como uno de sus “principios” que el hombre es explotador de la mujer, por lo que, debe combatirlo. Los movimientos feministas dicen buscar la igualdad del hombre y la mujer, se atribuyen como logro el derecho al voto, a ocupar espacios que tradicionalmente sólo el hombre ocupaba, p. ej.: en la academia, en la política, en el mundo laboral, etc., y para muchas mujeres ha sido natural hacer suyas esas aspiraciones y esa forma de enfocar su realidad. Sin embargo, el feminismo adopta también posturas extremas, así rechaza y ataca a la Iglesia, porque la califica de machista o patriarcal, promueve el aborto, porque considera que la maternidad la frustra o limita, ataca a la familia con la promoción del divorcio, incluso el divorcio exprés, porque ve el matrimonio como el lugar de sometimiento de la mujer por el hombre. El resultado de machismo y feminismo es el enfrentamiento del hombre y la mujer, lo cual es completamente antinatural, y podemos ver los resultados de todo esto en nuestra sociedad, en nuestra ciudad, en nuestra parroquia. Entre los jóvenes es cada vez más común el convencimiento de que el matrimonio no es conveniente, no quieren vivir lo que viven sus papás, no es lo de hoy. Para ellos es mejor no tener compromisos, pero sí vivir su sexualidad de manera desordenada, y si ceden a la presión social o ven alguna ventaja económica o legal, solicitan el matrimonio convencidos en su interior de que si no les “funciona” se divorcian. Y así, las mayores consecuencias las pagan los hijos. Rescatemos la enseñanza de Dios, que nos revela la Sagrada Escritura, pero que, por nuestra rebeldía, soberbia o simple egoísmo, a pesar de que la conocemos, no la hacemos vida: “Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo”. Ambos tenemos la misma dignidad, no es más el hombre, no es más la mujer, pero más aún, somos complementarios. Rechacemos esas costumbres o ideologías que lo único que dan como resultado es nuestra destrucción, de nuestros matrimonios, de nuestras familias, de nuestra sociedad. Lo contrario al egoísmo es el amor, la entrega, la donación, con el propósito de que el otro o la otra, alcance su salvación, porque cumpliendo los preceptos que nos enseñó Nuestro Salvador Jesucristo, con acciones concretas, es como seremos agradables a sus ojos. Aquí ante su presencia sacramental, hoy hagamos el propósito de cambiar todo lo que nos estorbe para seguir sus enseñanzas. De manera personal, hagamos el compromiso de corregirnos, de ser dóciles y permitir que el Espíritu Santo nos ilumine y nos transforme. Alimentémonos de Él, mantengámonos unidos: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer». (Jn 15, 5)