AXIOLÓGICA DE LA ESPERANZA DESDE LA PRAXIS EDUCATIVA iii iv Axiológica de la esperanza Posibilidades para una nueva educación v 1 Axiológica de la esperanza Posibilidades para una nueva educación María Griffith Blanca saber ediciones Maturín, 2020 Axiológica de la esperanza. Posibilidades para una nueva educación María Griffith Blanca. 1ª ed. – 162 p.; 21,29 x 27,94. 1. Axiología. 2. Educación. 3. Praxis Educativa. 4. Venezuela. María Griffith Blanca --------------Modelación digital, Edición y Portada: saber ediciones Imagen de portada: “Esperanza”, 1998, pintura al óleo 25x40, de Michel La Pape, disponible en la web del autor. Este libro, resultado de tesis doctoral, recibió evaluación académica de la ULAC y su publicación ha sido recomendada por el jurado evaluador TODOS LOS DERECHOS REGISTRADOS HECHO EL DEPÓSITO LEGAL: MO2020000030 © María Griffith Blanca © de esta edición: saber ediciones Permitida la reproducción total o parcial de esta obra, con expresa indicación bibliográfica. Este libro se terminó de editar en Maturín, Monagas, Venezuela, en el mes de noviembre de 2020. Editado en Venezuela. . Índice Presentación. CAPÍTULO I Axiológica: entre lo instituido y lo sumergido. CAPÍTULO II Pensamientos acompañantes. CAPÍTULO III Voces inquietantes en la escuela. 9 13 21 103 CAPÍTULO IV Axiológica de la esperanza. Posibilidades para una nueva educación. 132 Palabras para encontrarse. 154 Referencias. 156 A Dios, a mi madre, a mi esposo Luis Augusto Domingos Dos Santos, a mis hijos José Manuel y Luis Manuel. Presentación La actual crisis mundial por la que transita la sociedad se acelera cada día, producto de la globalización y, a su vez, obliga a repensar y reestructurar las estrategias y la función de la educación en las instituciones educativas como promotoras de cambio de comportamientos y formas de pensar del ciudadano del siglo XXI con miras a la construcción de un mundo mejor. Pero considerando que nos quedaríamos en una visión reduccionista si circunscribimos el estudio a aislar del caos que genera la crisis a los valores per se, por cuanto, éstos no son más que el resultado de una sociedad que, al degradarse cada vez más, –parafraseando a Saint-Exupéry– se hace humana, pero con menos humanidad. Desde este punto de vista, la educación constituye la herramienta para promover el fortalecimiento de los valores en una sociedad que limita las potencialidades del individuo. Sujeta a una crisis mundial de la economía globalizada, Venezuela en estos momentos vive una crisis de valores sin precedentes en la historia del país; sin embargo, a pesar de las transformaciones a nivel político, social, económico y cultural que han sucedido a lo largo de estas dos décadas del siglo XXI, la participación del sujeto en función de los cambios que se ameritan, no ha sido contundentemente recíproca para promover el cambio 9 que se necesita, lo que vendría a poner en entredicho la existencia de ciudadanía, como tal. No obstante, nos quedaríamos aquí en un nivel de la realidad, el deber ser, restringiéndonos a lo ya dado y negando el ejercicio de una fenomenología que, volviendo a las cosas y no al texto, descubra el sentido y el sin sentido de los elementos que constituyen la dinámica socio educativa: los valores (unos que permanecen ocultos bajo el ropaje de lo anti y otros que emergen en sin sentido), la comunitariedad y la praxis educativa. Por consiguiente, a nivel teórico, esta investigación nos permitió la concepción de una Axiológica de la Esperanza donde se develó la relación existente entre los valores instituidos y los valores subterráneos o emergentes en el contexto de educación básica, en el sentido y el sin sentido de los actores sociales que se confrontan en la dinámica socio – política – educativa. La investigación también es de gran utilidad desde el punto de vista práctico porque aporta nuevos conocimientos a partir de los significados sociales construidos de las vivencias de los sujetos implicados, los cuales adquieren relevancia en dicha investigación como protagonistas de la interacción y como seres dotados de conciencia e intencionalidad, lo que teleológicamente otorga sentido a sus acciones. En lo que se refiere a la relevancia social, esta investigación permite comprender la crisis axiológica que invade actualmente a la sociedad venezolana, desde lo instituido y lo sumergido en términos de valores, además de promover a través de la praxis educativa un sistema de valores sociales relacionado con el principio esperanza que puede ser compartido por niños y jóvenes y que brinda la posibilidad de construir un mundo mejor, producto de su participación como ciudadanos activos. Desde el aspecto metodológico, este trabajo puede servir como fuente de consulta para futuras investigaciones con categorías similares, ya que en él se obtuvo información relevante a partir de las vivencias de los sujetos actuantes, utilizando técnicas e instrumentos de recolección de la información consustanciados con el paradigma comprensivo e interpretativo de la realidad Por último, se trata de un estudio muy original, por cuanto a nivel doctoral la tarea investigativa alcanzó una posición de abstracción que nos permitió aproximarnos a una producción teórica inédita y única que busca comprender la situación problemática descrita, transitando a través del paradigma vivencialista - experiencialista, desde una visión fenomenológica basada en la experiencia tal como la han experimentado en la conciencia los sujetos involucrados, lo que constituye un aporte significativo a esta nueva manera de abordar los asuntos humanos y sociales. Para los efectos del desarrollo del presente texto se desarrollaron cuatro capítulos: en el I, titulado: Axiológica: entre lo instituido y lo sumergido, se plantea la contextualización del tema como una aproximación descriptiva de la realidad, se delimita el escenario de estudio, se esbozan las intenciones investigativas, el alcance y la relevancia. A continuación, en el II: Los pensamientos acompañantes, se realiza un recorrido por las teorías referenciales que sirvieron de apoyo y que facilitaron perfilar la teoría de salida, para luego desarrollar cada una de las intencionalidades encaminando la investigación hacia la consecución de la situación deseada traducida en concebir las perspectivas para una Axiológica de la Esperanza, como una aproximación teórica. En el III: Las voces inquietantes, se realiza la presentación y análisis de los hallazgos que resultaron del instrumento aplicado a los efectos, con el fin de obtener información relacionada con los sentimientos y valores que experimentan los sujetos actuantes. En el IV: se presenta la perspectiva, titulada Axiológica de la esperanza, posibilidades para una nueva educación. Culmino esta Presentación, agradeciendo a mi Tutora, Dra. Aurismary Sifontes, por su paciencia, comprensión y buena disposición para orientarme las veces que fue necesario. Al Profesor Nelson España, amigo incondicional y también guía fundamental en el desarrollo de esta investigación, por su abnegada dedicación y paciencia en cada una de sus orientaciones y por creer en mi capacidad para alcanzar con éxito esta meta. Al Dr. Luis Rafael Peñalver, por sus palabras de aliento y de estímulo cada vez que recurrí a él en busca de apoyo para enfrentar un nuevo dilema en el transcurso del desarrollo de esta investigación. Finalmente, a los Informantes, quienes me dieron la oportunidad de indagar y captar en cada una de sus expresiones la realidad experimentada y vivida por ellos. 13 CAPÍTULO I Axiológica: entre lo instituido y lo sumergido Cada vez que nace un valor, la existencia adquiere un nuevo significado; cada vez que uno muere, una parte de ese significado se desvanece. Joseph Wood Krutch En el marco de una sociedad del conocimiento, en la que los cambios y adelantos tecnológicos en casi todas las áreas del saber ocurren con una rapidez vertiginosa, adquiere una importancia significativa la producción del saber a partir de la investigación y su respectiva divulgación en todos los ámbitos de la sociedad. De allí que la misión que tiene la educación como agente socializador es la producción y difusión de conocimientos, así como la formación de ciudadanos con valores y espíritu democrático, en convivencia con sus semejantes y el medio ambiente. En referencia a lo anterior, se entiende que la búsqueda del sentido de las acciones del hombre se intensifica en los momentos de crisis e inmediatamente se acude a la revisión de la cuestión de los valores. El actual momento histórico de la sociedad en pleno siglo XXI a escala global, es uno de esos momentos significativos donde se hace necesario abordar el tema axiológico como un aspecto inherente a la educación en relación con una sociedad que progresa a pasos agigantados, pero que lo hace sobre la base de la competencia despiadada: la connivencia por encima de la convivencia, donde el progreso a nivel tecnológico no precisamente va acompañado de valores y de calidad de vida realmente humana. En lo invisible, entonces, se van incubando elementos que cuando surgen lo hacen como antivalores (que nosotros llamaremos valores sumergidos y que Matza, (2008) denomina valores subterráneos que desafían a la norma. En la región latinoamericana, actualmente se duda de la capacidad de la familia y de la escuela para transmitir de forma efectiva los valores porque, al emitir mensajes tan contradictorios y reñidos con la ética, estas instituciones han perdido el respeto como referentes de la sociedad que alguna vez tuvieron. En especial, la familia, que en vez de ejercer su responsabilidad en la formación de la capacidad para tomar decisiones y poner en claro el sentido de la vida de sus miembros, parece haberla delegado en la escuela, entendiéndola como un depósito de niños, la cual, a su vez, ha ido descuidando su función socializadora y su capacidad de orientar los valores que se instituyen, dejando pasar desapercibidos los que vienen emergiendo y fluyendo naturalmente. En consecuencia, esa escuela unidisciplinaria que a pesar de haberse masificado, tampoco ha dado respuesta a esa necesaria formación del individuo para tomar decisiones, emitir juicios y encontrarle un norte a sus acciones, lo que se traduce en evidencia de que la sociedad latinoamericana y caribeña, pero de manera mucho más exacerbada, la realidad venezolana, enfrenta una gran crisis de valores sin precedentes que deviene de las contradicciones que le son inherentes a una desigual distribución de la riqueza, a la existencia de gobiernos sin perfil prospectivo ante la incertidumbre y a una ciudadanía que se aliena, sumergida en la desesperanza y el pesimismo, otorgándole valor al individualismo y al egoísmo, ante una competencia despiadada donde cada quien vela por sí mismo y por lo que le interesa y conviene, sin importarle nada más. La crisis política y socioeconómica que se está vivenciando en Venezuela ha agudizado manifestaciones perversas de carácter individualista e inmensamente egoísta que simulan a lo que Bauman (2015) llamara sociedad líquida, como la pobreza crítica, la injusticia, la violencia, la impunidad, la corrupción, entre otros; que han impedido que la educación formal esté consustanciada con el desarrollo de una conciencia ética y moral desde el punto de vista de la formación integral de la persona como tal, sino que persigue, como fin último, el desarrollo de destrezas y competencias, transformando los sueños y esperanzas en una terrible lógica pragmática de supervivencia individualista inmediata. Esta manera pragmática de concebir la educación sin visos de darle importancia a lo humano que reside en la persona, constituye el principal elemento que ha impedido el desarrollo de políticas educativas con orientación valórica que refuercen a los otros actores sociales como la familia y la comunidad, convirtiendo el discurso en una especie de retórica vacía que no tiene sintonía con manifestaciones evidentes encaminadas a transformar el mundo a través del desarrollo realmente humano. Como es propio del mundo postmoderno, se observa que el hombre le ha quitado a las cosas el valor que las distinguía, porque para él, los valores supremos no existen. Se considera superhombre, porque puede vivir aislado de las verdades absolutas, de los valores y de Dios. Para él sólo existe el presente, lo que sucede y nada más. La relatividad se ha adueñado de la realidad, nada es bueno ni malo, todo depende de cómo piense el individuo. Nada le importa, todo le da lo mismo, todo se vale; lo que implica graves repercusiones en el terreno de la ética y el surgimiento de antivalores. A propósito de lo anterior, Venezuela atraviesa un estado de caos en todos los sentidos. Digamos que su fractalidad confunde y arroja una forma de ver el mundo, (el problema no es que se instituya una forma de ver el mundo, sino muchas, y esto tampoco sería el problema, sino la forma como lo ven las personas desde intereses muy particulares dominados por las ideologías) donde no se contemplan los valores como un patrón modelo para regir la forma de proceder o la forma de actuar de la persona, sino que se actúa desde un individualismo posesivo que convierte al ser en una especie de isla sin ninguna connotación de biofilia, sino más bien con clara definición que se orienta por las leyes de la oferta y demanda, donde el prójimo no existe ni importan sus necesidades, sólo importa la propia satisfacción y la felicidad del momento presente. Sólo se vive el instante y lo que genera placer y satisfacción inmediatos. Desde ese hedonismo, el individuo de esfuerza por vivir para el tener, para consumir, para acumular poder y riquezas. Este es el estilo contemporáneo de vivir que se ha apoderado de la sociedad del siglo XXI, donde la liquidez de los valores imperantes pone en evidencia a una comunitariedad herida en sus cuatro elementos constituyentes: saber, hacer, tener, poder; que posteriormente fueron tomados como una mala copia del currículo educativo del país, lo cual fue engendrando cambios axiológicos de cuyos efectos solo sabe el futuro y la prospectiva apenas puede aproximarse. Los jóvenes suelen ser muy sensibles y receptivos a estos cambios axiológicos, apresurándose a asimilarlos y hacerlos parte de sus vidas. Ello ha originado enfrentamientos sin precedentes entre jóvenes y adultos en la familia, en la escuela y en la sociedad en general. Los adolescentes expresan sus diferencias haciendo evidentes otras formas de ver, de pensar y de actuar. En este sentido, Venezuela actualmente se ha convertido en un núcleo de confrontación constante entre unos y otros, donde la dialogicidad recíproca es inexistente entre sectores que opinan diferente, adjudicándose la verdad como algo que les pertenece por derecho. En Venezuela es común ver como se le niega al otro el derecho a expresar su opinión con transparencia, con reglas claras y de manera imparcial, lo que deja mucho que desear desde el punto de vista ético, por lo menos en cuanto a lo que se plantea como situación ideal en torno a los valores y que viene a discrepar con lo que sostiene la teoría e incluso la ciencia. El hecho de que cada día son más los excluidos de la posibilidad de una vida digna, hace obligatorio el pensar en la necesidad de reforzar en ellos la esperanza de aquello que anhelan y que deben abrazar y defender con fuerza. Considerando que el presente Capítulo constituye la etapa de planificación de planificación del texto, nos tocó revelar esa discrepancia entre la situación observada y el deber ser en tanto todos estos hechos que hemos venido observando se revelan en la interrelación que mantienen entre ellos. En nuestro caso, hay una ciudadanía, y de manera emblemática el docente, que se coloca al margen de la praxis investigativa y esa ausencia de organicidad entre una y otra hace que se presente un vacío expresado en un tipo de praxis pedagógica que desmoviliza, que no da ejemplo, sino que por el contrario, revela una lucha invisible entre los valores que se han instituido y otros que permanecen ocultos, pero que en ocasiones emergen sin dirección, movidos por los elementos de la dinámica comunitaria, que no son los del currículo. Sin embargo, aunque este no es el espacio metodológico para explicaciones, sí lo fue para ir planteando o descubriendo una situación-problema, que aquí quedó expresada como la falta de correspondencia entre lo que se constituye y cómo se ha venido instituyendo en el plano societario. En virtud de lo que se ha venido expresando, se podrían plantear las siguientes preguntas: ¿Cómo es la manifestación visible de los valores instituidos en el ejercicio de la praxis docente? ¿Cómo se da la aparición desde la subterraneidad de valores que van emergiendo y que se expresan en la praxis del docente? ¿Cómo se expresa en el plano de la conciencia esa lucha valórica entre lo instituido y lo oculto? ¿Cómo se le da direccionalidad a los valores que emergen desde la intención del docente a través de su práctica? ¿Cuáles son las circunstancias socio-históricas que han fortalecido el actual sistema de valores? ¿Cuáles serían las claves teóricas para el refuerzo de la esperanza en relación a lo instituido y lo sumergido como valor en la educación básica venezolana? Todas estas interrogantes llegan a sistematizarse como situación deseada en el apartado siguiente como intencionalidades del estudio. Desarrollar las relevancias de este estudio significó concebirlo en función de los aportes y los beneficios que a través de él se pudieran alcanzar. No obstante, hubiese quedado inconcluso y con visos de individualismo, si no lo hubiésemos insertado en el programa de investigación al que está adscrito. En efecto, dentro del programa de Doctorado de la Universidad Latinoamericana y del Caribe (ULAC), específicamente en la mención Ciencias de la Educación, se vienen desarrollando varias líneas de investigación y entre ellas la de integración. Las situaciones de crisis nos brindan la oportunidad y los espacios para fomentar la esperanza como una cualidad del carácter que permite a las personas no estancarse, llevando una vida de alegría y optimismo, impulsados a cumplir deseos y sueños, buscando nuevas alternativas, descubriendo nuevos modos que, con disciplina y visión emprendedora, permiten planificar acciones responsables para construir el futuro anhelado. Esta cualidad del carácter de las personas debe ser cultivada en los espacios educativos, especialmente en los niveles básicos donde los niños comienzan su aprendizaje y se crean rutinas, se fomentan sueños, se desarrolla alegría por la vida y hay optimismo en el futuro, pues en esta etapa de la vida se piensa que todo es posible y que no existen obstáculos ni impedimentos para lograrlo. La educación de otros tiempos brindó el valor de la esperanza de un futuro mejor, por cuanto los padres enviaban a sus hijos a estudiar con la promesa de movilidad social. Ser docentes, en ese entonces, era una profesión honorable, prestigiosa, que garantizaba seguridad alimentaria y calidad de vida al docente y su familia. Cada momento histórico, cada etapa de cambios pincela o bosqueja una misión a la educación y forja la idea del ciudadano que requiere y necesita un país para forjar su propio desarrollo como Nación. También se plantea la idea de país que se quiere construir, lo cual implica fomentar el valor de la esperanza como cualidad necesaria para lograrlo. Sin embargo, el contexto de crisis que se observa hoy en día en Venezuela evidencia con claridad el relativismo en el que se ha sumergido la sociedad, donde todo se vale, nada importa, no duele el sufrimiento ajeno, ni tampoco conservar y cuidar el medio ambiente y el planeta, en tanto lo que importa es el beneficio personal de cada quien. Toda realidad gira en torno al placer, al tener y al goce del momento presente corporeizado en un tipo de individualismo posesivo que desvirtúa la praxis pedagógica cambiándole el sentido de su accionar. Por consiguiente, a nivel teórico, esta investigación permitió concebir un constructo teórico relacionado con la concepción de una Axiológica de la Esperanza, en el sentido y el sin sentido de los actores sociales que se confrontan en la dinámica socio-política-educativa de Venezuela. En el aspecto metodológico, este trabajo puede considerarse una fuente de consulta para futuras investigaciones con categorías similares, ya que en él se recolectó información relevante desde las vivencias propias de los participantes utilizando técnicas e instrumentos de recolección muy novedosos y en consonancia con los principios filosóficos del enfoque epistemológico vivencialista. La investigación también es de gran utilidad desde el punto de vista práctico porque aporta beneficios y conocimientos actualizados a otros doctorandos, instituciones o beneficiarios indirectos producto de la comprensión y la perspectiva fenomenológica de los sujetos estudiados, propia de una nueva forma de abordar el conocimiento desde las ciencias sociales que toma en cuenta las vivencias propias del sujeto, sus valores, sus creencias como fuente generadora de conocimiento. En lo que se refiere a la relevancia social, esta investigación se encaminó hacia la construcción teórica basada en la relación entre lo axiológico instaurado y lo axiológico que viene emergiendo y que la educación debe direccionar con la intención de fomentar un sistema de valores sociales más humano donde la esperanza juega un papel altamente significativo para la construcción de un mundo mejor. Se trata de un estudio muy original por cuanto, a nivel doctoral, la tarea investigativa alcanzó una posición de abstracción que permitió crear una aproximación teórica inédita y única en respuesta a la situación problemática descrita, transitando a través del paradigma vivencialista, desde una visión fenomenológica que se basó en la experiencia tal como la experimentaron los sujetos involucrados, lo que constituyó un aporte significativo a esta nueva manera de abordar los asuntos humanos y sociales, otorgándole fortaleza a las vivencias, sentimientos, emociones, creencias y valores de la gente en el lugar y momento donde sucedieron los hechos. 21 CAPÍTULO II Pensamientos acompañantes Los valores no son simplemente palabras, los valores son por lo que vivimos. Son las causas por las que defendemos y por lo que lucha la gente. John Kerry Desarrollar un trabajo a este nivel sobre valores que dan cimiento a la tarea de buscar respuestas dentro de una perspectiva fenomenológica, no debe dejar al margen la “intencionalidad emocional”. Por lo tanto, se evidencia en este punto la necesidad de que se fije la teoría, significando con ello también los aportes desde las principales teorías axiológicas que existen, incluida la teoría axiológica de Scheler, y sobre las cuales es necesario establecer una posición personal. Luego se hace un recorrido por la por la filosofía de la esperanza de Ernst Bloch, la teoría sociológica de Ortega y Gasset, la teoría de lo viviente de Maturana y Varela, la teoría del amor de Maturana y la Teoría de los Valores subterráneos de Matza y Sikes, las cuales integran el basamento teórico referencial de la presente investigación. Numerosos son los aportes que se han hecho al estudio sobre los valores y siempre desde diferentes perspectivas. Clasificaciones y taxonomías, que ubicadas unas más en un plano interior o subjetivo, otras en un plano eminentemente exterior u objetivista, le dan preponderancia en la teoría a un elemento más que otro dependiendo de los diferentes enfoques o perspectivas con la que se les mire. Antes de empezar el “background” sobre las diferentes perspectivas teóricas acerca de los valores es necesario enfatizar que la disciplina encargada del estudio de los valores es la Axiología (de los términos griegos axos y logos, valor y saber), hoy a ésta se le ha dado en llamar también Teoría de los Valores. La axiología surge en medio de una disputa o como una reacción más bien contra Kant, es decir, contra aquella tendencia que solamente reconocía a la razón y dejaba al margen la facultad de apreciar el “percibir sentimental” de Scheler. Ya aquí se hacía visible la lucha frontal contra el positivismo y el neopositivismo que argumentaba que el método para estudiar la sociedad debía ser el método de las ciencias naturales, prescindiendo con ello de toda valoración que implicara ese percibir sentimental, citado anteriormente. No hay ninguna duda en afirmar que los humanos tenemos la capacidad de poseer valores y con ello también la capacidad de valorar o asignar valor a los objetos. Ésta es una actividad permanente en el hombre, pues lo hace a diario. Valora a los sujetos, a los objetos y también se valora a sí mismo. Es esta capacidad en el hombre la que hace posible que los valores sean humanos. Valorar objetos y hacerlo también valorando sujetos representará luego una confrontación de perspectivas que los estudiosos han llamado subjetivismo y objetivismo. Desde la perspectiva subjetivista no hay duda en asumir que es el sujeto quien le asigna valor a las cosas, como afirmamos en el párrafo anterior, sin embargo, debe recalcarse con fuerza el hecho de que quien valora no escapa de ninguna manera de las valoraciones. Se ha asociado esta perspectiva como psicologista. En este sentido, las tesis subjetivistas, según Muñoz (1998), parten de una interpretación psicologista por esa misma relación que se plantea entre quien valora y el hecho de ser valorado “en la medida que presuponen que el valor depende y se fundamenta en el sujeto que valora: así desde estas posiciones teóricas, el valor se ha identificado con algún hecho o estado psicológico”. Pero esa visión va a estar influida directamente de una relación de dependencia, ya que la valoración que se haga va a estar relacionada con el grado de aceptación que le dé determinado grupo social de acuerdo con su condición de grupo mayoritario, que en esa circunstancia, determina etiquetando lo bueno y lo malo desde un estado mental, lo que hace que el valor sea definido por autores como Frondizi (2001), como un “estado subjetivo de orden sentimental que hace referencia al objeto, en cuanto éste posee la capacidad de suministrar una base efectiva a un sentimiento de valor” (p.115). Lo anterior permite inferir claramente la respuesta a la pregunta ¿dónde está el valor?, que innegablemente no está en el objeto, sino en el sujeto, pues éste es quien valora. En la praxis de nuestro docente es muy recurrente esta percepción cuando, por ejemplo, el docente es quien clasifica, pondera, valora algo como bien o mal, determinado por lo que le agrada o desagrada. Él tiene su propia escala para ello. No obstante, dentro de esta perspectiva subjetivista las discrepancias se perciben y van más allá de ver el valor en tanto agrado o desagrado ante un estímulo, sino que tiene sus fundamentos en el “deseo por los objetos” como lo sostiene Reyero (2001) y, por ende, tiene relación con un objeto que existe frente a nosotros, pero también con aquel que está ausente y que igualmente deseamos, pudiendo nombrar como ejemplo, en este momento histórico, la democracia en Venezuela o un mundo mejor en el que podamos vivir felices, pero asumiendo que con la fenomenología no se transforma el mundo, sino que se interpreta, aludiendo a Marx y sus tesis sobre Feurbach. Interpretar la naturaleza subjetiva de los valores, pero atendiendo a que el valor es sólo una idea, es propio de la escuela neokantiana, para quienes la valoración de los actos va a estar centrada en la idea que tenga el sujeto sobre el objeto, cuya crítica, venida también desde el subjetivismo, la coloca como una forma a priori del espíritu humano dependiente de las estructuras mentales. Como puede verse, en el marco de la perspectiva subjetivista, sus diferentes escuelas remiten el valor al sujeto, ya sea por la idea, ya sea por el deseo que se tenga sobre un objeto, pero remitiéndose siempre al sujeto como espíritu que crea el valor y desde el cual etiqueta las valoraciones, apoyándose muchas veces en la fuerza que le da el grupo mayoritario en el poder, porque cambia el sentido que le han querido dar los subjetivistas ante un objeto que está frente a nosotros o aun no estando. Si alguna cosa distingue al subjetivismo es su acentuado relativismo. En una posición contraria a él, el objetivismo axiológico surge considerando como vital la separación entre el valor y cualquier experiencia individual. Dentro de esta perspectiva, el hombre juega un papel más activo a tal punto de ser él el llamado a “descubrir el valor de las cosas” al concebir la naturaleza de los valores. Pero aquí surgen también serias discrepancias entre lo que se conoce como escuela fenomenológica y quien la cuestiona, la perspectiva realista. Sin embargo, la introducción del tema de los valores en la filosofía latinoamericana se hizo desde dos vertientes. Una primera, que vino de la mano del sociologismo francés apuntalados por Durkheim y Bouglé, sustituidas posteriormente por las corrientes alemanas encabezadas por Husserl, Scheler y Hartmann y con un crédito gigantesco atribuido a La Revista de Occidente y particularmente a Ortega y Gasset, constituyéndose en la génesis de la concepción objetivista del valor en el mundo de habla hispana para la década de los años 20. Pero no es sino, para la década de los 40 cuando el objetivismo de corte scheleriano se va haciendo dominante en el campo de los valores. Para la escuela fenomenológica, el supuesto base pasa por entender el valor como un ideal, lo que le da autonomía frente al sujeto asumiendo que “los valores no son ni reacciones subjetivas ante los objetos, ni formas apriorísticas de la razón. Son objetos ideales, objetivos, en virtud de que „valen‟ independientemente de las cosas y de la valoración objetiva de las personas”, tal como lo sostiene Seijo (2009). El mismo Scheler afirma que los valores no existen por sí mismos, sino que necesitan un objeto que les sirva de depositario, del cual van a ser características objetivas. Para Scheler, esa objetividad es una cualidad objetiva de las cosas. Así considerados, los valores van a estar colocados al margen, tanto de la realidad física como de la realidad psíquica, asumiendo que es el hombre, quien a través de su experiencia sensible descubre el valor que poseen las cosas, por lo que es importante traer como parte del análisis, la cotidianidad y con ella la comunitariedad a través de sus dimensionantes, (saber-hacer-tener-poder) con el cuidado de no confundirlas con lo que está contenido en el currículo como intencionalidades curriculares. Como se ha indicado anteriormente, en el objetivismo axiológico no todos van a concebir el valor como una cualidad ideal o irreal. En oposición a la perspectiva fenomenológica se encuentra el realismo axiológico, desde el cual se defiende el valor como una realidad. Se considera que todo lo real es valioso. Se puede afirmar que todo vale, aunque no todo tiene el mismo valor. Los entes con valor se concebirán desde este enfoque como bienes. De un modo u otro, el realismo hace coincidir el valor con lo real. El valor se encuentra ‒ sostiene Marín (1993) ‒ en todo lo que nos rodea, por ejemplo: la belleza, aunque ideal, se manifiesta y se realiza en lo existente. Los interrogantes y objeciones que siguen surgiendo desde cada una de las posturas anteriores en la determinación de la naturaleza de los valores, nos muestran la complejidad del problema. Ni el subjetivismo ni el objetivismo axiológico han sido capaces de proporcionar argumentos que engloben todas las características atribuibles a los valores. Ambos, al margen de Zubiri (2006), dejan por fuera la dimensión histórica del ser, de allí su debilidad teórica en tanto el problema de los valores parece ser sacado con pinzas del contexto histórico y de las condiciones histórico-epocales que las determinan, lo cual niega su condición de ser a la vez, individual, social e histórico. En definitiva, en cuanto al individuo histórico, Funes (2007) afirma “…lo que aporta la historia a los hombres es la capacitación de sus potencias y facultades” (p. 101). En medio de ellas, como alternativa, en un todo que luce desintegrado, surge una perspectiva integradora. García (1998) aborda el concepto de educación integral a partir de cinco dimensiones. En tal sentido, en el Cuadro 1, los valores se organizan en categorías y subcategorías como respuesta a las distintas dimensiones del ser humano: biológica, intelectual, afectiva, individual y social. Categorización de valores según Gervilla, (2003) basada en su Modelo Axiológico de Educación Integral Dimensiones de la persona Categoría de valor Valores Antivalores Cuerpo Corporales Salud Bienestar Disfrute Desnutrición Sufrimiento Razón Intelectuales Razón Reflexión Lógica Analfabetismo Ignorancia Afecto Afectivos Comprensión Cariño Empatía Singularidad Valores Individuales/Liberadores Valores estéticos Individualidad Libertad Independencia Homogeneidad Belleza Arte Música Valores Morales Bondad Justicia Tolerancia Maldad Injusticia Intolerancia Valores Sociales Honradez Generosidad Egoísmo Guerra Valores Ecológicos Valores Instrumentales o Económicos Montañas Jardines Contaminación Destrucción Casa Coche Tecnología Consumismo Pobreza Dios Fe Oración Ateísmo Increencia Apertura Valores Religiosos Incomprensión Odio Miedo Alienación Esclavitud Dependencia Fealdad Desagradable Fuente: Seijo, 2009. Recreado por Griffith, 2019 Categorías y subcategorías que de una u otra forma son coincidentes con los planteamientos de Zubiri (2006) que a partir de él nos hace formalizar con visión integradora la fórmula de valores sentientes, en un intento por unir lo intelectivo con lo sensorial como una creación original nuestra, enriqueciéndose esta postura ontológica con los aportes de Max Neef y Amartya Sen, así como, desde el sentido biológico del ser, los aportes que hace Maturana con la autopoiesis y la biología del amor, dándole una visión menos eurocéntrica a esa necesidad de un constructo latinoamericano de una Axiológica de la Esperanza. Max Scheller (1875-1928) es el autor de una de las teorías de los valores más influyentes y completas, la cual desarrolla en el ambiente del estallido de la Primera Guerra Mundial. Es el autor de la distinción entre valores y bienes. Scheller fue más allá de Kant, quien confundió los valores con los bienes y los fines, al señalar que bienes y valores no son lo mismo, ya que los bienes son los objetos que poseen valor, mientras que los valores son esencias (como lo afirmó Husserl), es decir, son aquellas cualidades, gracias a las cuales, las cosas se convierten en bienes. Por ejemplo, un vehículo es un bien y su utilidad es su valor. Sin duda alguna, la teoría de los valores de Scheller fundaría su nueva ética material, por cuanto analizó la realidad original de los valores. La suya es una teoría general de todos los valores y no sólo de los valores morales. Establece que los valores son independientes de las cosas y de las personas, intentando mostrar la diferencia del valor respecto del objeto concreto y de la persona, es decir, los valores existen independientemente de los objetos y de las personas. Los valores han encontrado en la ética una aplicación especial. La ética posee en este campo una relevancia específica, donde Scheler, entre otros filósofos contemporáneos, desarrolló lo que se ha denominado una ética axiológica en la que logra plasmar una jerarquía adecuada de los valores. Al respecto Dupuy (2009), argumenta que: […] en un primer momento, Max Scheler distinguió las esencias de lo que es tangible, real o existente, lo que llevó a la afirmación de la independencia de los valores (eternos e invariables) respecto de los bienes, que serían sólo sus portadores circunstanciales. De este modo, Scheler cambia el enfoque formal del filósofo alemán Inmanuel Kant por un estudio de los valores en cuanto contenidos específicos de la ética, los que se presentan de un modo directo e inmediato a la persona (p. 123). A todas estas, Scheler (1978) afirma que los valores morales no son una categoría de valores ya que no poseen portadores, son puros. Su realización es más bien indirecta. Se verifica en la realización de los otros valores según su polaridad y jerarquía objetiva. En este sentido, la ética axiológica adopta una posición de división entre los valores propiamente dichos y el resto de bienes, sustancias o cosas; de forma que pueden existir los valores sin que existan los seres humanos. Lo cual genera un gran dilema, pues si no existen las personas que ponen en práctica los valores ¿cómo podemos decir que son valores? En consecuencia, los valores representarían un mundo especial de esencias que son denominadas cualidades de valor o cualidades valiosas, dominando los objetos con sus particulares relaciones y conexiones. Dichas cualidades valiosas serán objetos ideales, posición que Scheler adopta bajo la influencia de Edmund Husserl, colocando a ambos como los más altos exponentes de la fenomenología en Europa. Por lo tanto, para Scheler, no hay valores porque haya bienes y fines; ni hay valores porque haya normas, sino que los valores serían independientes de las cosas y de las personas; por lo que se deduce que estarían en una esfera diferente. En consecuencia, lo que corresponde a las cosas es ser, pero lo que corresponde a los valores, no es ser; sino valer, por lo tanto, las cosas son y los valores valen. Los valores son descubiertos mediante la experiencia fenomenológica de manera apriorística, porque no se conocen por la experiencia sensible: se sustraen por inducción. Los valores son dados igual que las demás esencias, mediante una intuición inmediata y evidente, es decir, por la experiencia. De allí, pues, que para Scheler los valores no pertenecen al dominio de lo pensado, ni son captados por una intuición racional, sino que la experiencia de los valores se tiene por un acto especial llamado percepción afectiva de los mismos, que sería el sentimiento. Mediante la intuición sentimental el hombre es capaz de captar tanto los valores como la jerarquía existente entre ellos que, a su vez, pueden ser encarnados en una persona. En fin, para Scheler los valores valen por sí mismos, están en el plano de la realidad exterior, valen independientemente de las estimaciones que las personas hagan, si son descubiertos o no por las personas, siempre serán valores. Desde esta visión, surge la jerarquía creada por este filósofo contemporáneo debido a que, si el valor vale por sí mismo, habrá valores superiores a otros, dependiendo de determinados criterios. Scheler asigna dos rasgos exclusivos en cuanto a los valores. Uno de ellos es la polaridad, la cual consiste en la organización de los valores como positivos o negativos, a diferencia de las cosas que solo son positivas. El otro rasgo es la jerarquía que tiene cada valor, que puede ser superior, igual o inferior con respecto a otros valores. En cuanto a los valores morales, no los categoriza por no contar con portadores, por ser valores puros. Scheler realizó una clasificación de los valores que llamó clases fundamentales de relaciones de esencia apriorística. Según esta jerarquía de los valores, unos son: “más altos” y otros “más bajos”, siguiendo una serie de criterios: A. Criterio de duración: los valores parecen ser superiores cuanto más duraderos son. Por ejemplo, la esencia de lo agradable al captarse como variable y efímero, diferente de los valores vitales que son dados como estables. B. Criterio de la divisibilidad: los valores son más altos cuanto menos divisibles o fraccionados son. Esto parece realizarse más en los valores estéticos. C. Criterio de satisfacción: es más elevado al aportar una satisfacción más profunda. Lo agradable sensorial sería un valor inferior porque no puede dar una satisfacción entera. En este sentido, los valores del conocimiento serían superiores a los valores sensoriales y a los vitales, porque pueden satisfacer incluso dentro de las angustias de la enfermedad. Los valores religiosos, por su lado, pueden producir un gozo sereno. D. Criterio de fundamentación y de relatividad. Los valores que se fundamentan en otros son inferiores a éstos, porque dependen de ellos y son relativos a otro valor. Este otro valor será más alto, por supuesto, llegando al final a valores independientes (que no se fundamentan en ningún otro) y absolutos. Scheler proporciona también una ordenación jerárquica de los valores, donde reduce las clases o modalidades de valores según el orden siguiente: A. La serie de lo agradable y lo desagradable, en la que estarían los sentimientos sensoriales de placer y dolor sensible. En ellos diferencia los estados afectivos de la vida sensible de los valores de lo agradable y de lo desagradable percibidos por el espíritu en la intuición emocional. B. La categoría de los valores vitales, de los bienes y males físicos que se relacionan con la vida, como la salud, vigor, enfermedad, vivencias emocionales e instintos. C. El reino de los valores espirituales, que serían independientes del cuerpo y captados por un percibir afectivo espiritual. Dentro de ellos están los valores estéticos, los valores de lo justo e injusto, los valores del puro conocimiento de la verdad realizados por la filosofía y los valores por referencia. Siendo los valores de referencia aquellos que se encuentran relacionados con la ciencia y la cultura. D. Los valores de lo santo y lo profano, dados sólo respecto de objetos absolutos o divinos, alcanzados por una forma de amor que se dirige a las personas. El valor de lo santo es esencialmente un valor de personas, con reacciones específicas como la fe, la incredulidad, la veneración, la adoración; y valores de referencia como el culto, los sacramentos, personas y cosas santas, entre otros. Clasificación de los valores según Max Scheler Valores Religiosos VALORES SEGÚN MAX SCHELER Santo-Profano Valores Espirituales: Estéticos: Bello-Feo Jurídicos: Justo-Injusto Intelectuales: Verdadero-Falso Valores Vitales: Fuerte-Débil Valores Útiles: Agradable-Desagradable Adecuado-Inadecuado Conveniente-Inconveniente Valores del Agrado: Dulce - Amargo Fuente: Gamboa (2014). Recreado por Griffith (2019) Scheler clasifica también los valores en relación con los sujetos portadores de los mismos: A. Los valores de las personas y los de las cosas, que pueden ser propios o extraños. B. Los valores de los actos, de conocer, de amar, de pensar, etc. C. Valores de las funciones de ver, oír, sentir. D. Valores de la disposición interior, de la intención, de la acción. E. Valores de los estados afectivos. F. Valores de la forma de unión y relaciones entre personas (p. ej. el matrimonio). G. Valores individuales y colectivos. Scheler engloba todas las realidades del universo en su nueva categoría del valor. Su propuesta jerárquica es muy rígida: los valores sensibles son considerados siempre inferiores a los religiosos, de manera absoluta. Ernst Bloch ha sido considerado el filósofo de la utopía, de las ensoñaciones y de la esperanza. Considera la utopía como una función esencial del ser humano. En su obra, el autor hace énfasis en la dimensión social de la esperanza haciendo una profunda revisión del marxismo. Paradójicamente se refiere a aprender a esperar y que el ser humano, sin proponérselo, tiende al futuro. Bloch analiza la posibilidad de la utopía, lo que genera el contenido de la función utópica: la esperanza. La fuente de la utopía está en los sueños soñados despierto y en lo que Bloch define como el excedente cultural que contienen todas las manifestaciones de la cultura humana. La naturaleza del hombre ha sido rehecha y vuelta a hacer mil veces en el curso del acontecer de la historia. En el caso de las plantas y de los animales, es posible conservar en los laboratorios las especies originarias, pero del hombre como tal, no podemos decir lo mismo. Es imposible que el hombre vuelva al estado primitivo por el que transitó en épocas remotas. Esto es así porque el hombre es histórico. Ese devenir histórico no vuelve. Nunca volverá el hombre a ser aquel primitivo en el cual se inició progresivamente la transculturización de la que ha sido objeto. Puede que vuelvan a nacer otros Herodes u otros Cristóbal Colón, que son productos de la cultura de sus momentos históricos, pero es imposible que el hombre vuelva al punto primigenio o sea al hombre de Neandertal. Según como lo ve Freud, hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX, lo que caracteriza al hombre de ese momento histórico es la libido traducida en la ensoñada satisfacción de sus deseos. Se puede hacer referencia a un hombre apolíneo y racional y a otro hombre dionisíaco y ajeno a la razón que comienzan a diferenciarse en una época de la Ilustración, donde ese hombre racional se caracteriza por ser equilibrado y sometido a la norma individual que tienen los hechos culturales humanos y que iba en concordancia con las satisfacción de los deseos de la Ilustración; pero a la vez surge para esa época otro hombre dionisíaco, ajeno a la razón, al que le agrada vivir sin las restricciones que caracterizan los hechos colectivos humanos y que tiende, por ende a satisfacer los deseos del llamado imperialismo (Bloch, 2004:50). Todas las determinaciones de los impulsos fundamentales solo tienen sentido en su época y están limitadas a ella. En este sentido, la libido en los animales, está limitada a la época de celo, mientras el instinto de dominación por su parte surge con la división de la sociedad en clases, sin embargo, siempre van acompañados estos impulsos, por el impulso del hambre y del apetito dentro de sí, lo que viene a estar impregnado por el interés económico y el imperativo de satisfacer las necesidades, diferentes ellas en cada momento histórico, pero siempre presentes. El impulso propio de la época es el que indica porque se muestra tan distinta según el momento histórico. El interés económico, a lo largo de la historia posee diferentes conformaciones históricas con sus respectivas modificaciones en las formas de producción, lo cual viene a ser un imperativo o una norma en la satisfacción de las necesidades en cada época de la historia (p. 51). El hambre, entre todos los impulsos, obliga al hombre a lo largo de la historia a hacerse por medio de su trabajo y de ello surgen las diversas formas de producción que consolidan el poder económico, el cual sigue constituyéndose como un impulso de dominación ante la división de la sociedad en clases. Continuando con el impulso del mismo apetito experimentado, se clasifican los afectos en afectos saturados y afectos de la espera. Los afectos saturados tienen que ver con la envidia, el respeto y la avaricia, por ejemplo, donde el objeto del instinto se encuentra a la mano, a disposición, aun estando circunstanciado al horizonte del tiempo. Los afectos de la espera están relacionados con el miedo, el temor, la esperanza y la fe, cuyo impulso, al contrario de los afectos saturados, es extensivo y el objeto del instinto no se encuentra disposición individual en el momento y además existe la duda de que suceda o llegue a suceder en el horizonte del tiempo. Mientras los afectos saturados poseen un futuro en el que no ocurre nada nuevo, los afectos de la espera están impregnados de un futuro auténtico caracterizado por un todavía no ha acontecido, un todavía no ha sucedido. Los impulsos inmediatos proceden del hambre y se identifican por su intensidad. Ellos son como el ánimo y se convierten en pasión para el hombre. Los afectos son actos intencionales al igual que el pensar y las representaciones mentales. Están movidos por la inspiración y el instinto, pero en un segundo plano de ellos se encuentra el interés que es lo que realmente afecta al hombre (p. 53). Sucede que, al hacer la representación mental de una determinada situación, inmediatamente ésta se convierte en deseo o en objeto de repugnancia. Es así que funciona el mundo de los afectos: el amor, la alegría o la esperanza de algo o, al contrario, el odio, la tristeza o la desesperanza ante algo. Pero no es posible ese apetito o ese rechazo sin algo externo que lo provoque. Solo que ese algo puede estar en un estrato invisible, sumergido o subterráneo en un principio. Esto quiere decir que los efectos o los movimientos del ánimo no quedan supeditados a las vivencias de las vivencias y menos aún a la interpretación idealista de la situación o del objeto (p. 52). La representación mental o el pensar tienen una intencionalidad que ha sido separada del objeto, según como lo expone Husserl (2002), pero este acto no es pensado ni premeditado en la representación, en el pensamiento, sino que responde a la percepción interna de cada quien. En realidad, el hombre sueña tanto despierto como mientras duerme con una vida mejor. A los sueños del día se les denomina sueños diurnos y a los sueños mientras el hombre duerme se les denomina sueños nocturnos. Cuando se sueña despierto son muy propicios los paseos solitarios o las conversaciones entusiastas con amigos. Puede aportar ocurrencias que no necesariamente requieren de una interpretación sino de una elaboración, así como cuando una persona elabora castillos ficticios en el aire y en su imaginación y que requieren más de ejecución que de interpretación, como sucede con los sueños nocturnos. Los impulsos del anhelo de los sueños diurnos suelen entremezclarse con los impulsos negativos y positivos de los sueños nocturnos y con los fantasmas del miedo y del temor conjuntamente con los de la esperanza confundiéndose de una manera utópica. De ello surge la esperanza como el más humano de los movimientos del ánimo en medio de esos fantasmas mencionados del temor como el más amplio y lúcido de los horizontes (Bloch, 2004, p. 55). En lo que se refiere a la espera activa, así como el hambre no puede evitar renovarse incesantemente, también crece sin interrupción sin que nada pueda saciarla, transformándose en otra cosa; negando los actos injustos del presente y en actitud de aceptación para aquella situación, producto de la imaginación, que se visualiza como mejor y que llega a convertirse en el objetivo perseguido por el que a partir de ahora el hombre luchará y transformará todo lo establecido hasta el momento con el fin de lograr ese anhelo en el que ha depositado la esperanza. Pérez Esclarín (2004) señala al respecto que se necesita mucho coraje, entusiasmo e ilusión en estos tiempos de la época postmoderna, cuando se ha puesto de moda el pesimismo y el desencanto, y donde el egoísmo y el individualismo son los protagonistas de un nuevo estilo de vida en la que prevalece la satisfacción del momento, el sálvese quien pueda, el lucro inmediato y con creces y una educación que se preocupa, no por formar, sino por entrenar en el uso de destrezas para producir más. En la actualidad, los educadores deben apostar por un mundo mejor donde la esperanza juega un papel importante. Con la educación se debería esperar alcanzar una nueva persona y una nueva humanidad. Una persona y una humanidad que aún no es pero que, avanzará con la mirada puesta en el futuro hacia la conquista de una persona con una formación integral con valores y conciencia ecológica, que viva en equilibrio consigo misma, con los demás y con la naturaleza, lo cual es posible si se visualiza el horizonte de lo que aún no es, pero puede llegar a ser. Todo ese interés es producto de un apetito voraz, una necesidad que se convierte en el detonante contra la miseria, capaz de destruir todos los obstáculos que se interponen en el camino del hombre que ha estado sumergido, pero que viene emergiendo con fuerza en busca de la felicidad que le proporciona el encontrar lo anhelado, ese mundo mejor que es producto de sus sueños diurnos y nocturnos. Del hambre económicamente establecida se deriva la necesidad y la decisión de quitar del camino todas las situaciones que han oprimido al hombre y que trascienden a un nuevo orden que se regocija en el impulso de la saciedad; y tal como sucede con el trabajo cuando produce las materias primas necesarias para la satisfacción de las necesidades, obtener el sustento y el desarrollo económico, así mismo se transforman las materias primas en valores de uso cada vez más ricos que permiten al individuo trascender a lo dado y que para Bloch está en la praxis como se desprende de la cita: El hombre es aquello que tiene todavía mucho ante sí. En su trabajo, y por él, el hombre es constantemente transformado. Se halla siempre adelante ante límites que no lo son porque los percibe, los traspone. Lo verdaderamente propio no se ha realizado aún ni en el hombre ni en el mundo, se halla en espera, en el temor a perderse, en la esperanza de lograrse. Porque lo que es posible puede igualmente convertirse en la nada que, en el ser, lo posible es, como lo no completamente condicionado, lo no cierto. [...] la valentía en este sentido es la acción adversa contra la posibilidad negativa del despeñarse en la nada. [...] sólo esta praxis puede hacer pasar de la posibilidad real a la realidad el punto pendiente en el proceso histórico: la naturalización del hombre, la humanización de la naturaleza (en Krotz, 2011, p. 55). Bloch hace mención en esta, su obra magistral, a una metáfora relacionada con las abejas que construyen un panal de una forma tal que dejarían en ridículo al mejor de los albañiles. Pero, lo que no puede hacer la abeja, es lo que hace el albañil, que como hombre pensante que es, el primer lugar donde construye su edificio es en la mente. Eso no lo hace la abeja. La obra de la abeja está determinada. No puede hacer la colmena de otro modo. Las abejas son adiestrables, pero no son educables. Su ingenio reside en su especie y no en el individuo como tal. El hombre, sin embargo, primero idealiza y luego ejecuta ese plan. Lo idealiza como un sueño brillante que de manera decisiva lo impulsa hacia adelante. Un proyecto como este se considera audaz y en él, el hombre fija su mirada de antemano, cosa que no puede hacer la abeja. Es aquí cuando el deseo se convierte en espera de una vida mejor, constituyendo éste un ejemplo de los sueños. Los sueños se originan de la falta de algo que se desea remediar. Constituyen un escape de la realidad existente, pero están entrelazados a ella como un consuelo basado en un más allá y sirven para mantener en el hombre el valor de la esperanza de una vida mejor. Soñar despiertos representa ir hacia adelante. Representa al instinto de ampliación del yo, un “todavía no consciente”, algo que todavía no ha existido, no existe y no sabemos si existirá algún día, pero que constituye un alba hacia adelante, hacia lo nuevo. Es como un nuevo amanecer que rodea los sueños soñados despiertos. Se trata de la esperanza (Bloch, 2004:57) expresada en lo que ha dado en llamar conciencia anticipadora, que es la base de su principio esperanza. El anticipar de Bloch se explica en su genealogía por la aparición de otro tipo de conciencia: la “conciencia de lo todavía-no-consciente”; una nueva conciencia que coincide con la aparición de la utopía como posibilidad. Conciencia que, como categoría, Bloch la entiende como previa a la maduración, donde se espera que el hombre alcance la totalidad de sus condiciones, tanto externas como internas. En este punto la materia se constituye en la “posibilidad real” para todas las formas que se hallan latentes en su seno y se desprenden de ella por medio del proceso. Esto lo que implica es un mundo en devenir, una pre – apariencia ya que se constituye como proceso que puede o no lograrse, que anticipa una posibilidad de acontecer, pero que no sabemos si ha de llegar a ser. En términos blocheanos pudiera decirse que para el educador nuestro se vive una pre – apariencia. Siendo más radicales pudiéramos decir que impera un mundo de falsa realidad o lo que llama Kosic, de seudo-concreción. En este horizonte, si el hombre se percibiera como un ser carente de deseos, sería un cadáver viviente. Querer tener lo mejor es un deseo que no cesa. Que no termina nunca. De ese deseo el hombre no se libra nunca y si lo hace, se engaña a sí mismo al disfrazar estos deseos con otros. Si el hombre no defiende sus deseos, permite que otros malvados caminen sobre su triunfo. En este contexto Pérez Esclarín (2004) expresa: Educar no puede ser meramente un medio de ganarse la vida, sino que tiene que ser un modo de dar vida, de ganar a la vida a los demás, de provocar las ganas de vivir con autenticidad y con libertad [...] Es imposible educar sin esperanza… el verdadero maestro asume la aventura inacabable, apasionante y, con frecuencia dolorosa, de permanecer fiel a la tarea de implantar una sociedad justa y tolerante. Educar es apostar por el futuro, por la esperanza (p. 33). En realidad, el hombre sueña tanto despierto como mientras duerme con una vida mejor. Existen muchos sueños diurnos, solo que la gente no se da cuenta de ello. Se sueña con los ojos abiertos y este sueño continúa en la noche con los ojos cerrados. Muchas veces la persona amanece sin ganas de seguir adelante afectado por los problemas que enfrenta en la cotidianidad y es cuando se enfrenta a un “no tener ganas de seguir” que se concreta en la desesperanza. Pero ese “no tener ganas de seguir” hay que vigilarlo y no permitir que se instaure como una norma, como una regla; lo que si puede ser es momentáneo, mas no definitivo. Definitiva es la fuerza que nace de adentro del ser que impulsa a desear, a anhelar un mundo mejor y que a veces, aunque aparezca atenuada como un estado de ánimo pesimista no es la que va a prevalecer, sino la fuerza de querer algo mejor. Es la esperanza que se vislumbra en el horizonte de la espera y todas nuestras acciones deben encaminarse hacia la consecución de lo anhelado actuando desde un punto de vista prospectivo. Esto va acompañado de un consecuente estado de ánimo… pero ¿qué es en realidad el estado de ánimo? Bloch lo define como una sensación que se extiende fuera de sí, que se caracteriza por permanecer en ondulaciones de una generalidad en tanto difusa, que no consiste en un sentimiento arrollador, sino en una mezcla de sentimientos de afectos no descargados (p.78). Heidegger (1927), concibe al ser humano en relación esencial con las cosas y con el mundo, bajo el nombre de Dasein. Por su parte tiene el mérito de darse cuenta de que en el Dasein siempre se da un estado de ánimo, por lo que, de acuerdo con ello expresa “lo que designamos ontológicamente con el nombre de encontrarse es ónticamente lo más conocido y más cotidiano: el estado de ánimo, el hallarse en un estado de ánimo” (p.134). Así el estado de ánimo se presenta de forma indiferenciada simplemente como Dasein. En este apartado, lo que se contempla es que el estado del ánimo se convierte en una carga para el Dasein como un hastío, un profundo aburrimiento o una extraña indiferencia como algo propio de una vida agonizante que dirige sus pasos hacia un abismo donde el espíritu que vive deseando ha perdido la batalla, quedando eliminado el colorido de los sueños despiertos con los que el estado del ánimo pinta sus mejores momentos, sin el cual, este último queda carente de interés, hundiéndose en el nihilismo. Pero además de la carencia manifiesta del estado de ánimo, el hombre debe hacerse consciente de esa mezcla sonora de sentimientos instintivos vivos, aunque difusos, que pintan el estado del ánimo de colores encontrando su vehículo al sueño soñado despierto. El estado del ánimo encuentra su máxima expresión en los momentos verdosos (verde es el color que se relaciona con la esperanza) y no en los negros. Exige distensión, más no adormecimiento. La inclinación constante hacia una vida mejor tiende a liberar al hombre del estado de ánimo opresivo y escapar a uno más elevado. Afectos de rechazo, miedo entrega y alegría se encuentran mezclados en el claroscuro estado de ánimo. Pero es en este punto de transición entre el miedo y la alegría donde nacen los sueños soñados despiertos (p. 79). Afectos de la espera AFECTOS DE LA ESPERA AFECTOS NEGATIVOS ANGUSTIA MIEDO (SUSTO-HORROR) AFECTOS POSITIVOS ESPERANZA CONFIANZA DESESPERACIÓN Fuente: Bloch, (2004). Recreado por Griffith, (2019) Los afectos de la espera poseen una temporalidad que se proyecta hacia un futuro que se caracteriza por ser un futuro inauténtico por cuanto dependen de los sueños despiertos anticipadores. El primero de los afectos negativos de la espera es la angustia, el cual se constituye como el más indeterminado y el más condicionado por el estado de ánimo. La angustia está asociada al alumbramiento, a ese primer enfrentamiento con la respiración y con la separación de la madre. Al parecer todo sentimiento de angustia revive esta vivencia primaria de opresión y abandono; incluso el afecto de la angustia ante la imprevista muerte seria de naturaleza subjetiva y de índole estrictamente regresiva. Heidegger (1927) asocia lo que es su ontología de la angustia con el “encontrarse fundamental” de una sociedad que camina hacia su ocaso, donde las alternativas que predominan ante el Dasein son la guerra y la producción de armamento bélico. En realidad, la angustia viene a ser la espera de algo negativo indeterminado, un “no se sabe qué”, que está proyectado a futuro inauténtico. Lo que puede causar la angustia puede originarse en cualquier lado. Sus manifestaciones más reveladoras son el miedo a los fantasmas y el horror nocturno, corporeizado en los monstruos y pesadillas de carne y hueso que actúan en la oscuridad de la noche y que se convierten en amenazas para el yo. El segundo afecto de la espera lo constituye el miedo. Pero el miedo propiamente dicho se presenta en sus dos variantes: el susto y su modo más concentrado: el horror; los cuales tienen que ver con las vivencias, con lo experimentado. Cuando el miedo surge súbitamente, se produce el susto que viene a constituir el horror, pero un grado inferior. Aunque no por el hecho repentino se aíslan de ser también efectos de la espera por la intención de espera de lo sucedido. Sin embargo, la espera activada de lo horrible es breve y si llega a prolongarse como el miedo con inescapabilidad temporal, “entonces surge el modo límite del miedo, el más duro y extremo, el afecto de la espera absolutamente negativo: la desesperación” (Bloch, 1927:83). La desesperación conlleva en su estado de ánimo un algo determinado y definido que la produce, mientras que la angustia se circunscribe a la interrogación y al suspenso. La desesperación es espera de algo negativo donde no cabe duda alguna. En oposición a los afectos negativos de la espera, surgen también los afectos positivos de la espera. Ellos son solo dos: “la esperanza que elimina el miedo, y la confianza, que se corresponde con la desesperación” (ibídem). La esperanza como un estado de ánimo se caracteriza por la efusión de crepuscular de un nuevo y hermoso amanecer. Como la esperanza es uno de los afectos más exactos, se posiciona por encima de todos los estados de ánimo. La esperanza es tan contraria a la angustia como lo es del recuerdo. Está proyectada hacia el futuro como una referencia hacia la luz y hacia la vida con una carga intencional relacionada con la salvación allá en el horizonte. De la esperanza nace la confianza, como un hecho absolutamente positivo y como el polo opuesto a la desesperación. La confianza también es espera de un desenlace sobre el que no cabe la menor duda de que sucederá. La confianza tiene en su horizonte la representación de las fantasías anticipadoras que constituyen los llamados sueños soñados despiertos. En las palabras de Pérez Esclarín (2004) se visualiza la confianza en el reto: “El educador-profeta denuncia y anuncia. Denuncia las estructuras de injusticia y de violencia, denuncia la hipocresía y la mentira, y anuncia un futuro lleno de esperanza”. Con ello celebra la confianza y la seguridad de decir con valor y pasión lo que le parece justo y lo que espera que los estudiantes aprendan a defender. Que nadie les robe sus sueños soñados despiertos. Que nadie les robe la esperanza. La esperanza de construir con cada una de sus acciones un mundo mejor. Como cualquier otro afecto de espera positivo las acciones cotidianas se encaminan hacia la consecución del objeto deseado constituyendo las rutas de encuentro con el horizonte anhelado, pero en el caso de los afectos negativos como la envidia y el miedo también las acciones se constituyen como rutas que encaminan al hombre a un horizonte, este caso no deseado por ser infernal y de continuo sufrimiento. Ambos sueños soñados despiertos son intenciones de futuro que forman parte de un todavía-no-consciente que se puede designar como futuro anticipador en el terreno de lo utópico, que no se sabe si llegará a ser (p.84). El ámbito de la conciencia es angosto y a su alrededor discurren márgenes oscuros en los que se pierde y se olvida. Puede ser que exista una situación anímica que marque la vida del hombre y mucho de ella se encuentra en el olvido, en el inconsciente o lo que se ha dado en llamar el ya-no-consciente. “El dolor y la experiencia quedan debajo del dintel, bien sea que el estímulo es demasiado débil para ser percibido, bien sea que la atención está ocupada en otra cosa…” (Bloch, 2004: 85). Quiere decir que en el campo de lo consciente hay parte de lo olvidado, puntos no conscientes o débilmente conscientes. Allí donde alborea algo todavía-no- consciente. El inconsciente viene a ser lo-ya-no-consciente y puede hacerse preconsciente en tanto los contenidos hundidos de él atraviesan el dintel de nuevo por virtud de un recuerdo más o menos claro. El sueño nocturno puede estar referido a lo ya-no-consciente. Pero el sueño diurno se manifiesta en la determinación del todavía-no-consciente como la clase a le que él pertenece. Hasta ahora nadie ha advertido esta posición. No existe todavía una psicología del inconsciente que lleve a ver hacia el futuro, hacia adelante, al igual que ha quedado ignorada su disposición hacia lo nuevo y de la producción de lo nuevo. El todavía-no-consciente no se subordina a la conciencia manifiesta, sino a la conciencia de lo que está por venir, de lo que tiene que llegar. Es el preconsciente de lo venidero; del nacimiento de lo nuevo (p.87) La juventud presiente y sabe lo que significa la alborada. Ellos sienten la voz de la producción creadora dentro de sí. Ellos creen tener alas. Por eso la juventud persigue sus sueños con rebeldía y convencimiento como una lucha contra lo establecido, contra lo basado en el ayer. Ellos luchan por ir en sentido contrario, por ir hacia el futuro, por crearlo, porque la vida para ellos significa el futuro. Los testimonios de lo ocurrido en Europa durante los siglos XV y XVI nos hablan de un preconsciente muy poderoso que influenció al mundo entero. Bloch (2004) lo expresa claramente: El ejemplo más claro de un giro semejante es, hasta ahora el del Renacimiento, especialmente también desde el punto de vista ideológico y cultural [...] se da aquí, en el primer tránsito de la sociedad feudal a la moderna burguesa, puesta en marcha y esperanza, todavía-no-conciencia como presentimiento consciente (p. 88). El impacto de la Ilustración se extendió a todas las latitudes como la aurora de la época. Con ella surgió la figura del individuo, del empresario y la conciencia de Nación se perfilaba en el horizonte extendiéndose por el mundo entero como si el firmamento saltara en pedazos permitiendo que la mirada se dirigiera al infinito. Con el Renacimiento en Europa nace una renovación total del arte, de la vida, de la ciencia que se contagió voluntariamente al mundo entero. Pareciera que en ese momento histórico las ideas de todos despiertan de un sueño doloroso y responden a ellas con asentimiento. No fue de manera instantánea, sino que se gestaría en la próxima generación porque estos procesos son lentos, pero la pólvora para el disparo estaba ya dispuesta de antemano y los que no oyeron el disparo fue porque ocurrió allá en el horizonte. Todo ello encuentra su explicación en un todavía-no-consciente. El todavía-no-consciente consiste en la representación psíquica de lo que todavía-no-ha-llegado-a-ser en una época y en su mundo, pero que al gestarse puede hacerlo en una anticipación concreta representado por un volcán de productividad que contagia y abre los ojos de los que todavía-no-eran-conscientes y se encontraban en un letargo del que al fin despertaron en una nueva realidad. Estas nuevas realidades culturales-sociales dan cuenta de un nuevo proceso de la civilización y de la necesidad de cambiar los modos de pensar, de conocer, de vivir. Estas situaciones tocan inevitablemente a todos los involucrados en el área profesional y de formación universitaria. Hoy día se evalúan la misión y visión social que destacan sus características, específicamente en los países latinoamericanos les urge asumir una postura de cambio en el campo de formación profesional y su rol social-laboral, cambio que entendemos deberá rediseñarse a la par que se presenten las complejidades y situaciones de cada país, territorio o localidad; lugares que tendrán que describir sus propias formas de integración, ajustes y renovaciones, con su correspondiente carga de incertidumbre que se movilizan en el acontecer actual. En consecuencia, debe existir la convicción que requiere una visión epistemológica distinta a toda visión centrada y universalista del pasado. En este sentido, quiero exponer el siguiente aporte: primeramente, plantear los paradigmas científicos en la construcción del conocimiento, en el nacimiento de una epistemología de la interrelación, complejidad, dialogicidad y otras verdades relativas; la cultura y la comunicación, tecnologías de la integración, preñadas de multiculturalismo, la virtualidad, las nuevas formas laborales, la contingencia y lo posible. Inclusive, quiero dejar plasmada en este momento y espacio, la necesidad de una nueva forma de conocer las sociedades emergentes, la génesis de una epistemología de la afectividad, el mundo de sensibilidades emergentes, los gregarismos y movimientos sociales diversos. Una nueva forma de entender los valores y las formas éticas-estéticas; una epistemología de lo social y lo intuitivo humano, ética personal, ética de la sociedad y ética del género humano, el sentido de responsabilidad ciudadana en la sociedad, las interrelaciones múltiples y la vida planetaria. Bloch, además de abordar los sueños, analiza las diversas etapas de la vida humana. Todo lo escrito sobre este tema encierra experiencias que tienen relación con la aventura de soñar; sobre todo cuando es lo referente a la juventud el objeto de estudio. Sin embargo, más allá de los singulares sueños de cada edad, se percibe una exigencia de su sistema filosófico, corporeizado en dotar de un vehículo efectivo a la esperanza. El hombre, por su condición de ser insatisfecho, traslada a los sueños las posibilidades a realizar, así como también de intentar los nuevos proyectos, en caso de que no lleguen a alcanzar concreción. Pues, como explica Bloch: [...] también la esperanza desengañada vaga dolorosamente como un fantasma que ha perdido el camino de regreso al cementerio, y pende de representaciones desmentidas. No perece en ella misma, sino sólo en una nueva configuración de ella misma. Que se puede navegar así en sueños, muy a menudo sin garantía, esto es lo que caracteriza el gran lugar de la vida todavía abierta, todavía incierta en el hombre (p.178). Concluyendo, la esperanza permite y posibilita la transformación del mundo al dinamizar el advenimiento de proyectos humanizadores, donde la razón camina de la mano con la esperanza actuando como dinamizadora de ésta a lo largo del viaje en un mundo abierto donde los afectos surgen sin represión en la anticipación. Por eso, Bloch diría que: [...] solo cuando la razón comienza a hablar, comienza, de nuevo, a florecer la esperanza en la que no hay falsía. Y las representaciones de la fantasía no son tampoco representaciones compuestas simplemente a capricho por elementos dados – como mar de piedra y montaña de oro – sino que son representaciones que prolongan anticipadamente lo dado en las posibilidades futuras de su ser-distinto, ser-mejor (p. 134). Es un hecho real que el hombre es un náufrago sumergido dentro de un inmenso océano de situaciones que lo agobian y que son producto de un mundo globalizado que no se detiene para que el hombre se baje y pueda mirar desde afuera el entorno que lo rodea. El hombre, en sí, no es capaz de visualizar esa red de circunstancias sobre las que debe decidir desde el plano de su vida propia como individuo dotado de libertad que es. He aquí el comportamiento humano, que no es más que cada uno de los hechos de cada quien como persona que es y lo constituyen las acciones, el hacer, el actuar desde su propia decisión, desde su propia libertad, sin recibir la inducción o la presión de otros para su actuar en función de la libertad que tiene para decidir que va a hacer. Sin embargo, este proceder no tiene, aún, nada de social. No pasa de ser “un mundo de relaciones interindividuales” (Ortega y Gasset, 1957, p. 4). El mismo autor expresa más adelante que también existen acciones “que ejecutamos a cuenta de un sujeto impersonal que es todo y es nadie y al que llamamos la gente, la colectividad, la sociedad: son los hechos propiamente sociales” (Ob. Cit.), representados por acciones que, aunque las ejecutamos, no tienen un origen en nosotros mismos porque no las ideamos en nuestra mente como, por ejemplo, el saludo de estrechar la mano del otro. Lo hacemos porque la gente lo hace así, pero no lo hemos creado ni ideado nosotros desde nuestra propia ingenuidad. Otro ejemplo de este tipo sería cederle el paso al anciano o inscribir a nuestros hijos en la escuela. Siendo así, la sociedad, de forma involuntaria, impone cierta presión sobre las acciones a ejecutar por el individuo sin que este lo perciba, ya sea en el plano de las ideas o cuando actúa según las normas establecidas. Esta presión imperceptible es la que hace posible que el individuo absorba la herencia cultural del pasado y se apropie de saberes y costumbres ancestrales que se transmiten de generación en generación; acciones que, aunque vienen cargadas y contagiadas de pasado y no de futuro, sirven de vehículo a la mayor parte de la vida de las personas y le diagraman casi todo lo que tiene que hacer, situando “al hombre en cierta franquía frente al porvenir y le permite crear lo nuevo, lo racional y más perfecto” (Ibídem). El hombre se ha perdido muchas veces y a lo largo de la historia ‒ más aún, ‒ es constitutivo del hombre, a diferencia de todos los demás seres, ser capaz de perderse, de perderse en la selva del existir, dentro de sí mismo, y, gracias a esa atroz sensación de perdimiento, reobrar enérgicamente para volver a encontrarse. La capacidad y desazón de sentirse perdido es su trágico destino y su ilustre privilegio (p. 17). En este mundo tan convulsionado y agitado, producto de la globalización, con el apresuramiento por las cosas, la rapidez con que ocurren los hechos y que son conocidos inmediatamente en otras latitudes, es normal una situación de alteración en el hombre que le impide concentrarse y pensar con calma, cayendo constantemente en la tentación de actuar impulsivamente, lo que tantas veces le ha impedido rebuscar dentro de sí mismo las verdades y el auténtico sentido de sus acciones. Como diría este autor, “el hombre puede ensimismarse” y con ello salirse virtualmente del mundo y meterse en la intimidad de sí mismo, otro mundo, pero constituido este por sus propias ideas. [...] el hombre puede, de cuando en cuando, suspender su ocupación directa con las cosas, desasirse de su derredor, desentenderse de él, y sometiendo su facultad de atender a una torsión radical…volverse, por decirlo así, de espaldas al mundo y meterse dentro de sí, atender a su propia intimidad o, lo que es igual, ocuparse de sí mismo, no de lo otro, de las cosas (p. 8). En este sentido, no es suficiente que el hombre esté dotado de la capacidad de aislarse para buscar dentro de sí mismo sus ideas, sino que estas ideas no pueden quedarse en el plano de lo inmaterial, sino que deben concretarse y hacerse realidad en el mundo real que lo hostiga con sus diversos problemas (el capitalismo salvaje, la contaminación ambiental, la posibilidad de la destrucción de la Pacha Mama, la inminencia de una tercera guerra mundial, el hambre, las enfermedades, la injusticia social, la inequidad) para buscarles solución, materializando dichas ideas en acciones en congruencia con los dimensionantes de la comunitariedad: saber, hacer, tener y poder. De acuerdo con lo anteriormente descrito, el mismo autor continúa expresando acerca del hombre: [...] es capaz de modificar su entorno en el sentido de su conveniencia, porque aprovechó todo respiro que las cosas le dejaban para ensimismarse, para entrar dentro de sí y forjarse ideas sobre ese mundo, sobre esas cosas y su relación con ellas, fraguarse un plan de ataque a las circunstancias, en suma, para construirse un mundo interior. De este mundo interior emerge y vuelve al de afuera. Pero vuelve en calidad de protagonista, vuelve con un sí mismo que antes no tenía ‒ con un plan de campaña ‒, no para dejarse dominar por las cosas, sino para gobernarlas él, para imponerles su voluntad y su designio, para realizar en ese mundo de fuera sus ideas, para modelar el planeta según las preferencias de su intimidad (p.9). Es así como se hace evidente la conciencia del hombre en la cotidianidad de la comunitariedad, de su diario existir y con ello manifiesta la capacidad de transformar el entorno en busca de un mejor vivir, por lo cual proyecta sus acciones hacia el futuro, ese futuro que anhela y que solo alcanzará cuando actúe prospectivamente en función de la búsqueda de dicho horizonte. Otra teoría sustentadora de lo que estamos buscando para darle identidad a una Axiológica de la Esperanza es la que asumen los científicos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela. El primero, un eminente biólogo y filósofo nacido en Santiago de Chile el 14 de septiembre de 1928. Junto a quien fue su alumno y colaborador, Francisco Varela, prematuramente fallecido, deja plasmado en su libro De máquinas y seres vivos, (1972) lo que es el concepto de Autopoiesis, como la organización de los seres vivos en redes cerradas de los componentes que los constituyen. Etimológicamente, Autopoiesis significa en griego: a sí mismo, producirse, crearse. Varela, producto de sus investigaciones relacionadas con la neurociencia, argumentó que la ciencia cognitiva nunca podría proporcionar una teoría científica de la conciencia si solo estudiara los procesos neurofisiológicos sub-personales e instó a los científicos cognitivos a participar directamente en un estudio cuidadoso de las cualidades y estructuras de la experiencia. (Varela et al. 1991, Varela 1996, 1997). Las publicaciones de Varela generaron una discusión sustancial y todavía en curso sobre la relación entre la fenomenología y las ciencias cognitivas (Petitot et al. 1999, Zahavi 2004, Gallagher 2005, Thompson 2007, Carel & Meacham 2013). Varela, preocupado por el estudio de la conciencia, se ocupó especialmente de encontrar un método para abordar en primera y tercera persona el estudio de los fenómenos mentales: la neurofenomenología. Utilizó para ello los recursos de la neurociencia cognitiva, conjuntamente con la tradición fenomenológica de Husserl y los fundamentos del budismo tibetano (técnicas de meditación) como metodología de investigación para entender profundamente la interdependencia entre la mente y el cerebro. Maturana, para conseguir la respuesta a lo que comienza cuando se originó la vida y que se ha conservado desde entonces, tuvo que recurrir a un largo proceso de investigación y reflexión interna en busca de la respuesta, tarea que lo llevó a considerar que, como biólogo, su tarea primordial sería comprender los seres vivos “como sistemas en los que tanto lo que pasa con ellos en la soledad de su operar como unidades autónomas, como lo que pasa con ellos en los fenómenos de la convivencia con otros surge porque son entes autónomos” (Maturana y Varela, 1972, p.11). Los humanos constantemente se están construyendo. Mientras caminan, mientras hablan, mientras duermen y mientras sueñan se están inventando, aun sin darse cuenta de ello, ya que son seres autopoiéticos: una organización de seres vivos en redes cerradas de autoproducción de los componentes que los constituyen, es decir, se producen a sí mismos. Sobre la base de lo anteriormente expuesto, la autopoiesis implica que los seres vivos existen en dos dominios. Uno de ellos viene a ser el dominio donde tiene lugar la dinámica corporal de ser como una totalidad y como ente autónomo que es y el otro dominio es el que tiene que ver con la relación de ese ser autónomo con el medio donde vive como un ser autónomo que es. Estos dominios se influencian el uno al otro y lo que pasa en uno cambia lo que ocurre en el otro de manera intermitente (ibídem, p. 32). Por consiguiente, afirma Maturana, por el hecho de que cada ser vivo es una entidad autónoma, el vivir no tiene sentido fuera de sí, porque todos los aspectos concernientes al operar de su vivir, solo tienen que ver con él. A manera de ejemplo, para un gato la vida solo tiene sentido cuando se es gato. Llevándolo al plano de los seres humanos, todo lo que tiene sentido en el operar de su existir tiene que ver con el hecho de ser seres humanos, tanto en su dinámica interna como en su dinámica al relacionarse con el entorno que lo rodea desde su autonomía. Luego de las anteriores consideraciones, se concluye que un ser vivo viene a ser una dinámica molecular, un proceso que se da dentro del sistema, como resultado de su operar, y en el operar de las moléculas que la conforman sin interrupción y que producen las mismas clases de moléculas que la conforman, cuya dinámica realizan constantemente para ser y para producirse a sí mismo, para regenerarse a sí mismo; lo que hace un ser vivo día tras día en autonomía de su vivir, que viene a ser lo que Maturana llama autopoiesis. Es de suma importancia mencionar que entre los seres vivos existen sistemas autopoiéticos de distintos órdenes según el dominio en que la autopoiesis se realiza. Así, las células son sistemas autopoiéticos de primer orden por cuanto funcionan como sistemas autopoiéticos moleculares, mientras los organismos vivos como los animales y los seres humanos, son sistemas autopoiéticos de segundo orden que se caracterizan por funcionar como agregados celulares dentro de un sistema cerrado. Finalmente, también se distinguen sistemas autopoiéticos de tercer orden como en el caso de una familia, un sistema social o un hormiguero, pero no precisamente son de tercer orden por el simple hecho de estar constituidos por organismos autopoiéticos, sino por la relación que existe entre los organismos que conforman estos sistemas. En fin, la autopoiesis de Maturana va más allá de su concepción biológica y no se ha limitado a las implicaciones de las formas iniciales de vida, sino que ha tenido un contundente impacto entre investigadores de diversas tendencias, especialmente dentro de lo que se ha denominado el pensamiento complejo y las ciencias sociales en su totalidad. Desde el punto de vista de la educación, el aprendizaje significativo es entendido como actividad innata que tienen los seres vivos para auto-organizarse y autoconstruirse, como seres autopoiéticos que se auto - mantienen y se autogeneran en redes, transformando la materia en energía, donde las personas interactúan y juntas buscan solucionar sus problemas desde los escenarios donde entretejen su existencia en medio de la complejidad de las relaciones humanas en busca de que emerja la vida. En este sentido, se aprende mientras se vive y se vive la vida como una experiencia de aprendizaje constante a lo largo de nuestro existir. Para Maturana el amor es el fundamento de lo social. Las relaciones humanas que no estén fundadas en el amor no pueden ser sociales. Para él el amor es la emoción que permite la aceptación del otro en la convivencia, donde dicha convivencia representa lo social. Afirma el biólogo chileno que los seres humanos nos originamos en el amor y somos dependientes de él. Pero también el sufrimiento en el que vivimos y las enfermedades que padecemos son producto de la negación del amor desde el punto de vista biológico, lo que en nuestro parecer hecha por tierra la teoría de los afectos citada anteriormente. Pero… ¿qué es el amor? Amar es abrir un espacio de interacciones recurrentes con otro en el que su presencia es legítima sin exigencias. “Cuando vemos conductas relacionales a través de las cuales el otro, la otra o uno mismo, surge como legítimo otro en convivencia con uno, decimos que vemos amor” (Maturana, 2000). El amor, entonces, es un acto biológico cotidiano. Es un fenómeno biológico tan básico y cotidiano en lo humano, que frecuentemente es negado al ponerle límites culturalmente a la legitimidad del otro en la convivencia, aunque el ser humano tiende por naturaleza al amor. Así, por ejemplo, dentro de la dinámica política que vive Venezuela, el discurso agresivo está impregnado de graves descalificaciones al adversario, actitud que niega el amor entre los venezolanos y cultiva el rechazo y el odio hacia el otro en la convivencia. Todos los gobernantes autoritarios son conocedores de esta condición y por eso usan la fuerza de la palabra para deslegitimar al otro, porque saben que la biología del amor puede unir al enemigo y hasta allí podría llegar su desgobierno. Maturana, (2000) en su teoría del conocimiento La Biología del amor cambia la visión mecanicista vigente hasta ahora en relación entre el sujeto y el objeto, pues expresa que el ser vivo se enfrenta al medio como una totalidad circular y que el sistema nervioso opera como una red cerrada de correlaciones neuronales, donde lo externo no afecta el operar del organismo, sino que éste está influenciado por sus propias coordinaciones y su lenguajear (Maturana y Pörksen, 2004, p. 13). Maturana ha revolucionado lo que significa el proceso de aprender, ya que para él sólo tiene sentido desde la auténtica y legítima aceptación del otro desde el amor y el lenguajear, escuchando y aceptando que se pueden tener puntos de vista diferentes, pero que no se pueden ignorar y que desde esta nueva concepción, el placer por aprender es relevante para el aprendizaje, pues el miedo y la ansiedad característicos del paradigma positivista han dificultado que el aprendizaje sea realmente significativo para el individuo que aprende y que cobra sentido en lo que Maturana llama la biología del amor. A lo anterior podemos plantearle una interrogante ¿y cuando se acaba el amor? Será este el momento en el que, como afecto, la angustia se concatena con la esperanza, o en todo caso con la desesperanza para que empiecen a surgir desde la subterraneidad valores que desafían a las normas. Esta teoría fue desarrollada por David Matza y Gresham M. Sykes bajo el título: “Juvenile Deliquency and Subterranean Values” (1961). La teoría de referencia fue ampliada tres años después por el propio Matza en la obra: “Deliquency and Drift” (1964). El enfoque de los valores subterráneos nació con la finalidad de reformular algunos postulados medulares desarrollados en de la Teoría de la Asociación Diferencial. En este sentido, para Matza y Sykes los actos vandálicos cometidos por los delincuentes juveniles, en realidad no son tan anormales como a muchos les gustaría creer, ni implican un código de valores absolutamente ajeno al adoptado por la cultura dominante, sino que tales normas de comportamiento subyacen en la propia comunidad que es porosa a diversidad de influencias y se permea con todo tipo de conductas reñidas o no con lo que se considera como normal. En realidad, sostienen Matza y Sykes, los jóvenes infractores utilizan la mayor parte del tiempo en la realización de comportamientos socialmente aceptados y/o permitidos. Añaden que aquellos incursionan en la actividad delictiva de manera alterna, durante el período de transición de la adolescencia a la adultez, deslizándose de un extremo al otro, es decir, entre la normalidad y la desviación, impulsados por el ocio, el deseo de ser aceptados en el seno de la subcultura de pertenencia y el afán de reafirmar la identidad masculina. El ejecutar actos agresivos, vandálicos o violentos entre los integrantes de las pandillas está mucho más encaminado a mostrar la dureza de carácter o la adopción de actitudes relacionados con la hombría, que a atacar el código axiológico convencional. La veracidad de esta afirmación queda demostrada, según los autores, en los enfrentamientos entre pandillas rivales en los que la violencia se emplea con el propósito exclusivo de consolidar la reputación varonil de los miembros de las bandas enfrentadas. Pero es necesario aclarar que los autores antes mencionados piensan que los miembros de las pandillas adoptan ese tipo de comportamientos basados en la creencia individual de que el resto de los miembros de la subcultura aprueba la delincuencia, no obstante, se trata de una “comedia de errores” porque cada miembro está convencido de que quienes los rodean se dedican por completo a la criminalidad y no se atreven a contradecirse ni a desafiar la autoridad del grupo por temor a debilitar el estereotipo machista. Al decir de Matza, el proceso a través del cual los menores se integran a la subcultura delictiva es gradual y relativo. En parte, determinado por la necesidad de ser aceptados por el grupo, pero también como fruto de un acto racional. Para el autor la delincuencia juvenil no es una forma de vida, sino una actividad que se manifiesta de manera intermitente mientras el adolecente se desplaza «a la deriva» de la legalidad a la desviación. En líneas generales todos estos referentes teóricos hablan de una antesala para que la filosofía fenomenológica haya evolucionado como método. Desde su inicio, la filosofía fenomenológica ha ejercido una influencia en la ciencia empírica. La psicología experimental y la psiquiatría estuvieron entre las primeras disciplinas que se inspiraron en el llamado de Husserl para atender los fenómenos en toda su concreción. Ya en 1912, Karl Jaspers publicó un breve artículo que describe cómo la psiquiatría podría beneficiarse de la fenomenología husserliana (Jaspers 1912), y en las décadas siguientes psicólogos y psiquiatras prominentes como Katz, Schilder, Binswanger, Straus, Buytendijik y Minkowski, todos comprometidos con la fenomenología en su práctica e investigación. Mientras que el interés en la fenomenología entre los psicólogos podría haber disminuido un poco a fines de los años cincuenta, resurgió dentro del dominio de la ciencia cognitiva en la década de 1990 después de varias publicaciones influyentes del neurocientífico chileno Francisco Varela. ¿Cómo es una ciencia cognitiva fenomenológica? ¿Cuán profundamente arraigada tiene que estar en la filosofía fenomenológica? ¿Cuántos de los compromisos centrales de la fenomenología tiene que aceptar? ¿Cuán heterodoxo puede ser, sin dejar de calificar como fenomenológico? He aquí la simiente de una fenomenología del sur. Desde el mismo momento que plasmamos nuestras ideas en la matriz epistémica de este estudio, manifestamos nuestra concepción del mundo y el trasfondo vivencial y cognitivo que conlleva su propia interpretación, lo que por supuesto, conlleva a seleccionar el método adecuado a los fines de alcanzar el fin último del presente estudio: crear una aproximación teórica (principio teleológico), cuyos hallazgos serán validados y contrastados a través del rigor metodológico acorde al método elegido. La hermenéutica es definida por Dilthey (1980) como el proceso por medio del cual descubrimos significados al interpretar textos, palabras, escritos y acciones humanas circunscritas a un contexto histórico del cual forman parte y que le proporcionan sentido. En esta concepción se basa la idea del círculo hermenéutico refiriéndose a un movimiento del pensamiento que va del todo a las partes y de las partes al todo. La fenomenología hermenéutica está representada por la obra de Heidegger, Gadamer y Ricoeur, por cuanto ellos mantienen la misma corriente de pensamiento. La fenomenología de Husserl fue reinterpretada por su discípulo Heidegger. Heidegger contradiciendo a su maestro, manifiesta que las presuposiciones no deben ser puestas entre paréntesis ya que constituyen la posibilidad de que algo pueda ser comprendido. La fenomenología hermenéutica de Heidegger no busca la evidencia tal como es en sí misma, sino que se apoya en las presuposiciones buscando la comprensión pre-ontológica del ser. La interpretación se fundamenta en la comprensión. Si no se llega a la comprensión no se puede alcanzar la interpretación o hermenéutica. Al igual que su maestro Husserl, Heidegger se preguntaba ¿Qué es el Ser? Por lo que su posición es ontológica y da por sentado que el Ser está en el mundo (Dasein). Heidegger (1974) argumenta que el ser humano es un ser interpretativo y que esta condición es un modo de ser de la condición humana, negando la posibilidad de que este sea un instrumento para adquirir conocimiento. Para él la temporalidad y la historicidad son los conceptos fundamentales y las relaciona con la vivencia interior del hombre. En este sentido, se entiende que los seres humanos, como seres sociales que somos, estamos insertos o imbuidos en una realidad que es social-histórica a través de las acciones que ejecutamos, nuestras percepciones, normas sociales y culturales, patrones de vida y vivencias. Detrás de cada acción hay significados e intenciones auténticas que desencadenan la acción. En esta investigación cobra especial importancia el contexto social-histórico o donde se desarrollan las acciones que constituyen nuestro objeto de estudio en el proceso investigativo que se desarrolla, sin que ello signifique que se desvinculan o desprenden del marco social que las contiene, influye y determina. Sino que, por el contrario, en el proceso de análisis se relaciona la acción particular e individual del sujeto y su interacción con el entorno social, es decir, los significados particulares con la estructura de los significados del entorno social. Por su parte, Gadamer basándose en las ideas de Heidegger, pero con un vocabulario distinto, articuló una hermenéutica en el contexto de la temporalidad y de la historicidad de la existencia humana. Afirma que todo nuevo entendimiento se fundamenta sobre lo que ya se sabe. Nuestras preconcepciones son todo lo que aportamos al entendimiento de algo. Las preconcepciones nos predisponen a una interpretación o a otra. Así es como quien interpreta se encuentra en un círculo hermenéutico con aquello que intenta explicar. Esta hermenéutica nos permite acercarnos a los modos de ser en el mundo. Las personas interactúan a través del lenguaje y por medio de él se comprenden. Para Gadamer comprender es la manera fundamental de la gente existir en el mundo. Todo nuevo conocimiento se fundamenta en lo que ya se sabe. Este autor introduce el término “fusión de horizontes” para definir esa interacción dialógica entre las expectativas del investigador y el significado atribuido por los actores y el texto. Por consiguiente, al reconocer el papel de las tradiciones históricas y de los horizontes de significados de tradiciones pasadas se llega a conocer la experiencia humana de una manera nueva. En otras palabras, al conocer la universalidad del uso del lenguaje (textos) como el portador de influencias culturales, tradiciones y costumbres, el hecho de comprender surge y se origina en la experiencia lingüística del mundo. Gadamer (1977:12) plantea que la hermenéutica tiene un movimiento de comprensión abarcante y universal que se constituye en la naturaleza misma de las cosas. También expone que la hermenéutica tiene como tarea entender lo que se dice y hacérselo entendible a sí mismo y a los otros, pero no de una manera literal, sino tomando en cuenta que el sentido unitario de lo dicho está por encima de lo que lo dicho declara, pues la universalidad del punto de vista hermenéutico es una universalidad abarcante. Por su parte Ricoeur, expuso las definiciones más amplias de la fenomenología y la hermenéutica. Según su convicción, la fenomenología es la presuposición de la hermenéutica y no puede constituirse a sí misma sin una presuposición. El mencionado autor mostró que la pertenencia al mundo es la experiencia interpretativa misma y que la comprensión se da por medio de la interpretación. Plantea la posibilidad de interpretar la relación que existe entre la ontología de la realidad humana (Ser en el mundo) y la epistemología de lo que ha de conocerse. Afianza el vínculo de comprenderse a sí mismo y comprender el significado. La hermenéutica desde Heidegger hasta nuestros tiempos ha estado interrelacionada con lo que ha dado en llamarse el Círculo Hermenéutico que consiste en una simbiosis donde el significado del todo está en función del significado de las partes, pero éstas solo adquieren significados como constituyentes del todo, lo que ha generado la crítica de que la hermenéutica se ha convertido en un círculo vicioso que gira sin cesar empeñándose en interpretar lo que ya ha sido interpretado. ¿Pero quién dice que en vez de un círculo hermenéutico no se pueda hablar de espirales hermenéuticos que se interrelacionen entre sí? (España, 2019). Actualmente, cuando se habla de praxis docente en Venezuela, esta se evidencia como una práctica dirigida a la obtención de unas competencias, que se “valoran” como fundamentales para el desarrollo de la economía del país, más no para el desarrollo de la persona humana en sí y en su propia existencia, como es realmente el deber ser. De no partir de aquí, se cae en la tentación de continuar dándole importancia a otros aspectos no vinculados ni con la formación integral de la persona, ni con su propia existencia, sino con aspectos externos a él y que fortalecen otros propósitos: como la sociedad, las instituciones o la producción. En relación al asunto de las manifestaciones visibles de los valores consustanciados al ejercicio docente, quienes han escogido la noble misión de educar, no pueden dejar de lado la cuestión de los hábitos como aspectos de singular importancia en la mejora y crecimiento personal, ya que los hábitos tienen como función primordial dentro del ámbito de la praxis educativa, el ayudar a crecer, el perfeccionamiento libre y voluntario de la persona desde sí misma. La práctica del hábito y de la virtud en la cotidianidad de las acciones garantiza el libre crecimiento de la persona en sí misma otorgándole autonomía personal y libertad. De esta manera ha sido visto por Sócrates, Locke, Dewey y otros autores, para quienes “… la educación no es otra cosa que la formación de hábitos en quien aprendía, aun siendo muy diversa la noción de hábitos en unos y otros” (Altarejos, F. y Naval, C., 2004, p. 207). En sintonía con lo anterior, el docente latinoamericano no queda exento de la posibilidad de la adquisición voluntaria de hábitos que le permitan potenciar su ser como agente que facilita el aprendizaje y que durante cada segundo y minuto que transcurre, al igual que todos los seres humanos, autopoiéticamente se está autoconstruyendo y se está transformando, pues eso mismo es, un ser en proceso, tanto desde el punto de vista biológico, como desde el punto de vista intelectual, político, económico, social o cualquier otra de sus dimensiones. Los humanos constantemente se están construyendo. Al andar, al hablar, al dormir y mientras sueñan se están inventando, aun sin darse cuenta de ello, porque como plasmó Humberto Maturana (1972), junto a quien fue su alumno y colaborador, Francisco Varela en su libro De máquinas y seres vivos, el concepto de Autopoiesis consiste en la organización de los seres vivos en redes cerradas de autoproducción de los componentes que los constituyen. Lo que significa crearse a sí mismo, producirse. En este sentido, tiene validez la posición de los educadores que creen en un mundo mejor, donde la formación integral de la persona es la razón última de lo que la educación significa para ellas. Tienen una vocación que se traduce en reinventar el mundo a partir de la transformación y rescate de la persona como tal. En ellos la manifestación visible de los valores se hace patente con el ejemplo, enseñan a amar amando a los demás, a la vida, al planeta; enseñan a vivir, viviendo con alegría, con autenticidad y con sinceridad; enseñan a soñar con un mundo mejor, teniendo esperanza e ilusión, encaminando sus acciones prospectivamente a la espera de lo que habrá de llegar, lo adviniente, lo que vendrá. Este tipo de docente vive combatiendo siempre el pesimismo y la desilusión con una fe y un entusiasmo que contagia a los demás. Siempre ve el lado positivo de las cosas y trata de no quedarse enganchado en los contras y en lo negativo, pero tampoco lo deja pasar ni instaurar, lo combate con furia y con la convicción de que la plenitud de su alma está en el encuentro consigo mismo y con los demás desde la horizontalidad de las relaciones, donde el uno no es más que el otro, sino que el uno es el espejo del otro y que todo lo que él haga como docente influye sobre sí mismo, pero también sobre los demás. Sin embargo, en una sociedad en crisis como la de los pueblos latinoamericanos en general, pero muy específicamente de la realidad venezolana, se evidencian situaciones que no tienen precedentes en la historia mundial y que guardan relación con una situación política, social y económica muy particular, caracterizada por un lado, por una realidad política muy alejada de la práctica de los principios morales deseados y anhelados, y por el otro, una realidad social, producto de la injusticia, inequidad, corrupción, inflación desmedida, inseguridad social, desabastecimiento de alimentos y medicinas, entre otros; consecuencias de un discurso político vacío, individualista, egoísta y engañoso que desmoviliza y aliena, a la vez que sumerge de manera inducida a la población en la desesperanza, en el pesimismo y en la desilusión. Aunque los valores se pueden comunicar de manera verbal, es a través del lenguaje no verbal en su praxis educativa cotidiana donde se hacen patentes las manifestaciones de los valores que poseen los docentes. Es más, el docente puede afirmar que la justicia es el valor que rige todas sus acciones, pero es la praxis de ese valor lo que lo hace evidente, como se relaciona con el otro, con el entorno y consigo mismo y no solo lo que verbaliza. La praxis del docente venezolano no se encuentra al margen de la caótica situación social, económica y política por la que transita el pais. Es más, muestra signos desalentadores de retroceso por cuanto el docente también es humano, es de carne y huesos y tienen necesidades, al igual que cualquier otro venezolano. Tiene una familia que mantener, pero el ingreso mensual no le alcanza para sufragar las necesidades básicas elementales propias y de su entorno familiar en un país donde, según las últimas proyecciones del Fondo monetario Internacional, si no se toman medidas correctas, la hiperinflación seguirá creciendo y con ello arrastrará las consecuencias que le son inherentes. Pero es que la situación de las familias en las comunidades no está mejor. Se afirma que la transmisión de valores está en crisis, pero también está en crisis la familia, que es uno de los referentes históricos como transmisores de valores. Muchos padres, ante la caótica situación política, social y económica que se está vivenciando en Venezuela, han decidido emigrar a otras latitudes en busca de oportunidades para vivir mejor, pero muchos han dejado a sus hijos al cuidado de otros familiares en el mejor de los casos: abuelos, tíos, primos o hermanos mayores que, en ocasiones también son menores de edad. Otros los han dejado al cuidado de vecinos o amigos. Si bien es cierto que los padres están afectados por la crisis que vive Venezuela, los hijos también lo están. Ellos no son ajenos al impacto psicológico y emocional que sufren los adultos; pero súmele a esto el alcance del impacto psicológico para un niño ante la partida de sus padres. Que el docente se coloque en el lugar de ellos para tratar entender lo que ellos están sintiendo en estos momentos ante la ausencia de uno o de ambos padres, es necesario. Pensar en ellos es importante. ¿Qué puede hacer el docente de hoy con respecto a esta situación que afecta de manera muy particular a los niños, que al final de cuentas son los más vulnerables? Lo común es que, en un día normal de actividades, en una institución educativa pública cualquiera en Venezuela los estudiantes asistan con el uniforme reglamentario sin lavar porque el poder adquisitivo no le permite a la familia tener acceso a un kilogramo de detergente y si hubiera tal disponibilidad económica, lo lógico es que estuviera destinada directamente a la necesidad básica de la alimentación o la salud. O se presenta sin útiles escolares, porque, aunque fue dotado de un bulto escolar a principios del año escolar, a estas alturas el cuaderno se le terminó y el lápiz también o en el peor de los casos se le perdió ¿Es que el docente tiene que conformarse y mimetizarse con la crueldad de esta realidad? ¿Qué puede hacer el docente revertir esta situación? Peor aún, según el informe presentado en el mes de marzo de 2019 por la Alta Comisionada de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), afirma que un millón de niños ya no está asistiendo a clases porque no tienen qué comer. Pero las autoridades del sector educativo exigen que el niño tiene que asistir a clases porque el derecho a la educación está garantizado en la Constitución Nacional y que el docente debe velar por la asistencia diaria y si el niño no viene a clases, el docente debe realizar una serie de gestiones que impulsen la presencia de estos niños en las aulas. ¿Es que entre los sueños y anhelos de un futuro grandioso para sus aprendientes hay espacio para esta dura realidad? Es más, en el supuesto caso de que el docente materializara la asistencia masiva de los aprendientes, sería interesante saber cómo se puede mantener el interés y la atención en las actividades escolares por muy creativas, enriquecedoras y dinámicas que sean cuando, tanto los aprendices como el docente, no tienen satisfechas sus necesidades alimenticias y de salud, es decir, ambos tienen hambre y/o están enfermos. ¿Es que no puede el docente oponerse y revelarse a esta situación que fragmenta y anula su propia dignidad? Visto desde afuera, en la actualidad el docente no encuentra salida a esta decadencia y se sumerge en ella como uno más, evidenciando manifestaciones de miedo a la espera, negando la esperanza misma, tanto para él como para sus aprendientes rindiéndose en el conformismo, el pesimismo y la desilusión, sin ser consciente de que hay intereses en mantener sumergirlo todo el aparato educativo o cualquier otra posibilidad que pudiera oponerse a la permanencia en el goce del poder. Pero la esperanza, esa espera por un futuro mejor, por lo adviniente, no se separa de la ilusión del ser humano, del educador especialmente, porque, como afirma Bloch, el ser humano en su esencia tiende a esperar, a tener esperanza. En las manos del maestro está la posibilidad de podar el pesimismo y el conformismo instaurados y sembrar y regar con el agua de su sabiduría la espera de lo bueno que está por venir, el anhelo, la esperanza en su eterna batalla contra la angustia: un choque de afectos. El mismo Freud en el momento de su apogeo se hizo famoso por haber descubierto algo muy novedoso: que el presente está cargado de memoria de un pasado ya-no-consciente. Hacia atrás, hacia el pasado; nunca hacia el futuro. No se descubrió, en cambio, que en lo recordado existe una nueva posición, que pudo haber sido traducida hacia el futuro como esperanza y no hacia el pasado como recuerdo, porque si bien es cierto que aquello que queda registrado en el subconsciente es porque fue, pero aquello que no está registrado es porque aún no ha sido, pero va-a-ser. Por lo tanto, según el autor citado con anterioridad esta realidad necesitaría de una ontología del todavía-no-ha-sido, pero-será; lo que en otras palabras se refiere a la espera de lo adviniente. Bloch (2007:7) refiere al respecto: La filosofía marxista, como la filosofía, que, al fin, se comporta adecuadamente respecto al devenir y a lo por venir…conoce también el pasado entero…con el que todavía no se han ajustado cuentas. La filosofía marxista es la filosofía del futuro en el pasado…es teoría-praxis de la tendencia inteligida, una teoría-praxis viva, confiada en el acontecer, con la mirada fija en el novum [...]esperanza inteligida dialéctica-materialistamente. Desde este punto de vista, el docente que es auténtico, aspira a algo, visualiza y vive hacia el futuro. El futuro contiene todo aquello que visualiza en los sueños, pero no como una utopía abstracta, sino en sindéresis de la realidad con aquello que no existe, que no se tiene, pero que se puede convertir en algo real si las acciones de los actos llevados a cabo en la cotidianidad de la comunitariedad en sus cuatro dimensionantes (saber, hacer, tener, poder) van encaminadas hacia la consecución de aquello que está basado en la espera, en la esperanza. Siendo así, es evidente que la praxis educativa actual requiere un vuelco de 180 grados, un volver a empezar desde el cambio de esas estructuras muy rígidas que se impone el mismo docente en su trabajo del día a día, donde repite una planificación desarticulada, que es una copia de la anterior y que, por supuesto, aburre a sus aprendientes que han venido a él con ansias de conocer lo nuevo, pero la rutina y el hastío terminan por matar los sueños del joven dinámico y activo, convirtiéndolo en una simulación a imagen y semejanza del gerente del aula y transformando la escuela en un espacio sociófugo que estimula e impulsa a sus integrantes a desertar del sistema. El educador de la esperanza es aquel que es capaz de denunciar la injusticia y la mentira con valor y sin miedo, así como lo hace también defiende su postura con argumentos válidos basados en una praxis desde la otredad y la horizontalidad que justifican sus acciones permitiéndole mantener la cabeza levantada y el corazón orgulloso, creando y diseñando el futuro en las mentes de los jóvenes para “salvar al hombre, realizándolo” (Morín, 1999) a través de una educación que humanice y no enajenice, ganando jóvenes comprometidos con la vida, con el ambiente, con el planeta en un intento de construir y fortalecer la institución educativa como un espacio sociópeto, un espacio donde provoca estar incluido. Desde esta perspectiva hay que decir que el ser humano vive todavía por doquier en la prehistoria, que todas y cada una de las cosas se encuentran ante la creación del mundo como un mundo auténtico. En relación a ello, Bloch (2007) expone: La verdadera génesis no se encuentra al principio, sino al final, y empezará a comenzar sólo cuando la sociedad y la existencia se hagan radicales, es decir, cuando aprehendan y se atengan a su raíz. La raíz de la historia es, sin embargo, el ser humano que trabaja, que crea, que modifica y supera las circunstancias dadas. Si llega a captarse a sí y si llega a fundamentar lo suyo, sin enajenación ni alienación, en una democracia real, surgirá en el mundo algo que ha brillado ante los ojos de todos en la infancia, pero donde nadie ha estado todavía: patria (Bloch, p.501). En consonancia con el autor, la identidad de los pueblos latinoamericanos solo encontrará el camino del alumbramiento de su nueva etapa histórica a partir del momento que se centren en sus propias realidades y no en paradigmas transferidos que tanto daño y atraso han ocasionado. Es necesario poner en práctica nuevos valores, nuevas formas éticas-estéticas, crear nuestra propia epistemología de lo social y lo intuitivo humano, ética personal, de la sociedad y del género humano. La familia y la escuela tradicionalmente han sido las instituciones encargadas de la transmisión de los valores. Actualmente se dice que los valores están en crisis. Pero si bien es cierto que los valores están atravesando una grave situación de crisis también es cierto que el proceso de transmisión, al igual que la familia y la misma escuela también son parte de esa misma crisis. O sea, que el proceso de la crisis valórica no se limita al ser individual, sino que se extiende a los demás miembros de la familia y a la vez a la escuela, la sociedad y a la civilización en general. En función de lo anterior se puede afirmar que el problema de la crisis de valores es civilizacional y solo a través de la educación se puede alcanzar la liberación personal y colectiva si se enfoca en la humanización del ser humano, en vez de concentrar los esfuerzos en las competencias y en la producción para el consumo. No existe praxis educativa efectiva al margen de la formación en valores, todos ellos explicitados en el marco de la Constitución Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, pero que el docente vincula con la formación integral de la persona humana que vive y padece cada día la crisis social, económica y política que atraviesa Venezuela en un intento de diluir al estilo del efecto mariposa la mencionada crisis civilizacional. La práctica de los valores es inherente a la praxis educativa que persigue la humanización del hombre amparada en los sueños, en la ilusión, en el respeto, en la libertad, en la fe y en la bondad genuina como cimientos de la esperanza de vivir en un mundo donde todos los seres humanos disfruten de un trato equitativo y justo basado en el respeto de sus derechos fundamentales, consagrados ellos en la Carta Magna y en la otredad. Sin duda alguna, para promover los valores, es necesario que los “promovientes” (docentes) hagan lo propio en sus desempeños y responsabilidades de aula, compaginados con los padres y el resto del andamiaje educativo y social, acompañando esa práctica docente con el ejemplo de vivir los valores para dar vida, de la actuación en consonancia con la solidaridad y la bondad hacia-y-con el otro, desde la horizontalidad de las relaciones donde el docente no está en un nivel superior, sino al lado de cada una de las personas que le rodean en el entorno donde se desenvuelve, visualizando y facilitando que los demás “vean” el futuro deseado con fe de que se hará realidad, asumiendo la educación prospectiva como el medio para recobrar la esperanza a través de la concreción de los sueños y de la ilusión de que se puede construir un país mejor. Se sabe que hay unos valores instituidos en la sociedad venezolana y que en las relaciones interpersonales a diario se ponen de manifiesto tanto entre los miembros de la familia como en la escuela o en cualquier contexto social donde la persona humana tenga la posibilidad de interactuar y que en relación con la situación política, social y económica que enfrenta Venezuela están dando origen a la realidad que se tiene allí fuera, a la cotidianidad del día a día con todas las dificultades de escasez, de inseguridad, de desilusión, de desasosiego, de desesperanza. Lo mismo aplica para los valores que emergen y que entran en contacto con los valores instituidos y que le corresponde a la educación darles direccionalidad hacia el bien: el respeto, la libertad, la bondad, la ilusión y la fe; hacia aquello que esperamos con ansias en el convencimiento de que puede hacerse realidad. Aunque los valores siempre han sido los mismos, los valores emergentes son aquellos que se caracterizan porque en un momento dado de la historia, específicamente en momentos de crisis, sufren un letargo, un adormecimiento o simplemente se ausentan, pero por alguna razón estos valores que se han mantenido en la subterraneidad, terminan emergiendo con las mismas características algunas veces y en otras ocasiones transformados o con algunas variaciones (Torralba, 2012). La bondad, entre los valores morales y la fe, entre los valores religiosos, son valores conocidos por excelencia y en estos tiempos de crisis civilizacional se encuentran sumergidos en un periodo de letargo, muchas veces disfrazados de hipocresía y mentiras en las acciones de quienes quieren aparentar ser buenos y generosos a través de sus palabras, mientras con sus acciones reflejan lo contrario. Pero también contribuye a su adormecimiento y letargo el pesimismo que se ha venido induciendo e instaurando sistemáticamente en cada una de los ciudadanos a escala global desde las esferas de los que ostentan el poder. En Venezuela han muerto recientemente miles de niños por la grave situación social, económica y política que se está vivenciando, caracterizada por la corrupción y por un poder adquisitivo disminuido por la mayor hiperinflación que se haya conocido en todos los tiempos, aunado a un grave problema de desabastecimiento de energía eléctrica que empeora la situación en los hospitales, especialmente en el área de cuidados intensivos. Pero esto no es lo peor, en primer lugar, las autoridades gubernamentales no asumen la responsabilidad en sus acciones e inmediatamente señalan culpables a dedo y, en segundo lugar, porque estas muertes se asumen como algo normal, como si no estuviera pasando nada, sencillamente porque no es “conmigo”. Allí es donde ese individualismo cobra fuerza y se empodera aún más haciendo tanto daño y alentando el desencanto, el pesimismo y a una desesperanza que desmoviliza perjudicando a las masas y beneficiando a unos pocos en el poder. Ante la avalancha de problemas que debe enfrentar el maestro en las aulas, muchas veces luce solo y desorientado por la misma dinámica desalentadora y pesimista que a todos afecta. Pero es evidente que el docente no se puede dar el lujo de desperdiciar oportunidades ante la mayúscula responsabilidad que tiene como líder y gerente del aula, a quien la familia y la misma sociedad han abandonado una función que debe ser colectiva y donde todos deben participar como instituciones que son. Le corresponde al maestro luchar desde la escuela por integrar a la familia, a la comunidad y al entorno en actividades formativas del ser individual, del ser social, del ser institucional en un intento por superar la crisis civilizacional que invade al mundo entero. Cultivar el respeto, la libertad, la bondad, la ilusión y la fe en cada uno de los corazones de los jóvenes a su cargo, padres y madres, colegas y compañeros de trabajo, así como también en su núcleo y entorno familiar es un reto para el maestro de hoy en día. Estos son valores que se encuentran sumergidos y adormecidos, pero ante la cotidianidad de la praxis educativa se presentan oportunidades donde el maestro sabiamente y con la humildad que lo caracteriza practica y enseña la bondad, la libertad, el respeto, la ilusión y la fe al propiciar desde la otredad acciones que incluyen y benefician al que tiene menos o no tiene nada. Los jóvenes y adolescentes se enfrentan a un periodo de su vida donde están próximos a dejar de ser niños, pero a la vez comienzan a adentrase en el mundo de los adultos, donde entran en conflicto sus deseos, sentimientos y emociones. Es por ello que en los padres y en maestros soñadores y optimistas, ellos deben encontrar orientación y un modelo a seguir, porque entre otras formas de aprender, el ser humano aprende con el ejemplo. Si el joven vive en un hogar donde son comunes las peleas y los conflictos, pues aprenderá con ese ejemplo y será un joven conflictivo. Pero si lo común es que los miembros de la familia y en la escuela se escuchen mutuamente, se practique el diálogo y se implementen estrategias de resolución de conflictos, esto es lo que aprenderá con el ejemplo y adquirirá fortalezas para blindarse contra la agresividad instituida en la selva de la sociedad del consumo y de la competencia producto de la globalización a la que se enfrentará. Es una práctica muy común que los jóvenes al ser promovidos y culminar el nivel de media general o media técnica, estampan firmas y dedicatorias en la franela del uniforme escolar de sus compañeros mutuamente porque ya no utilizaran más ese uniforme. Pero en la situación de crisis que se está viviendo, el docente prudente incentiva la bondad al inducir a los jóvenes a crear un centro de acopio de ropa usada en buen estado para que otras personas se puedan beneficiar. De igual manera los motiva para aportar prendas de vestir, libros, cuadernos y juguetes que ya no usan. Es una manera de luchar contra el individualismo instituido de una manera sutil y sana, instaurando la bondad en los corazones de la juventud con la ilusión de construir un mundo mejor cargado de obras semejantes que den aliento a la esperanza. Otra forma que están utilizando los docentes que tienen el sueño de ver sus esfuerzos florecer en los jóvenes, que en un futuro cercano tendrán en sus manos los destinos del país, es enseñar la bondad como una forma de apagar la violencia y la hostilidad en las aulas ante el flagelo del bullying, que tanto daño ocasiona a nivel físico y a nivel emocional en las víctimas y en sus familias. El docente que sueña con un futuro mejor cargado de bondad y amor para estos niños agresivos, implementa nuevas técnicas cada día como por ejemplo, la estrategia que se ha puesto en ejecución en Finlandia, reduciendo y extinguiendo radicalmente el bullying en ese país y que consiste en tratar y orientar a los niños y jóvenes que actúan como espectadores de dichos actos de violencia, donde el niño opresor si no tiene público que le celebre sus maldades, pues, no las comete porque lo que le da sentido y valor a sus acciones violentas, quedó demostrado, es la aceptación mayoritaria de los espectadores. Otro valor que el docente de hoy en día debe sacar a flote es el de la fe. En una sociedad que dice llamarse postmoderna y que se caracteriza por las grandes transformaciones que hubo en el terreno de las ciencias, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX y que se pueden traducir como la ausencia de valor en muchas actividades, donde “…lo que es nuevo es el no saber responder al problema de sentido” (Vattimo, 2009:55). Es importante tomar en cuenta que el objetivo principal en la modernidad, que tiene su ocaso hacia la segunda mitad del siglo XX, fue buscar la emancipación y la liberación de la autoridad absoluta tanto de la iglesia como de las monarquías, lo cual se hizo posible gracias a las grandes transformaciones en el campo del saber y del hacer humanos, teniendo una gran repercusión los análisis de Nietzsche acerca de la muerte conceptual y cultural de Dios y de los valores tradicionales, por lo que el autor mencionado reconoce que como no hay estructuras, ni leyes ni valores estables, esto produce un sentimiento de desencanto que el maestro genuino combate con alegría y con la reinstauración de la fe para dar sustento a la esperanza de que sus sueños de una Venezuela viva y sana en valores se concrete como realidad en un futuro que está al alcance de sus manos si sus acciones se planifican y se encaminan hacia su consecución. La praxis docente se da en lo cotidiano, en el día a día, donde los hechos están allí como una realidad externa al sujeto, al maestro. Es tarea de él relacionarlos para comprender la realidad como tal y de esta manera formarse en su conciencia la manifestación de la realidad, de los hechos tal como han sido vividos. Se trata pues, no de lo que está allí afuera sino de la realidad tal y como se ha formado en la conciencia, tal y como ha sido vivida por el individuo. Es de esto que trata la fenomenología de Husserl. Tiene que ver con la pregunta epistemológica ¿cómo conocemos? ¿cómo es que se da el conocimiento? Esta fenomenología es eidética porque se refiere al conocimiento de las ideas y hace énfasis en regresar a la intuición para clarificar la experiencia tal y como se formó en la conciencia (Husserl, 1962). La palabra fenomenología viene del griego fenomenon, que significa “mostrarse a sí mismo” mostrar aquello que puede volverse visible en sí mismo (Heidegger, 1962:57). La fenomenología de Husserl es una búsqueda epistemológica a través de la descripción y clarificación de las experiencias tal y como fueron vividas y experimentadas por el individuo como una experiencia originaria, sin preconcepciones ni juicios. Cuando el docente comprometido con la creación de un mundo mejor visualiza las acciones conflictivas de sus estudiantes en el medio en que se desenvuelven donde se encuentra lo instituido, relaciona los hechos con lo deseado, con lo esperado, con sus sueños de ver a sus estudiantes viviendo una vida mejor, una vida donde los comportamientos se den desde la horizontalidad de las relaciones, donde ningún joven le haga bullying a otro, donde la bondad impere sobre la maldad. Así relaciona el docente los hechos con lo deseado y se forma en su conciencia la manifestación de lo vivido, tal y como fue experimentado y en base a esa realidad que se formó en su conciencia, actúa. Pero actúa visibilizándose a sí mismo; en otras palabras, visibilizando esa imagen no de la realidad, sino la imagen que se formó en su conciencia de los jóvenes que pasan por su manos viviendo en un mundo más feliz, porque todos se tratan como les agrada que los traten a ellos, con libertad, respeto, justicia, bondad; con la fe puesta en que ese mundo soñado puede concretarse, puede llegar a ser; con la fe puesta en que lo ad-viniente, lo que vendrá de acuerdo a lo que él como docente lleva en su corazón y a la vez, ha sembrado en los corazones de sus estudiantes: la esperanza. El docente genuino concibe la necesidad de un proceso educativo centrado en el ser humano, en su existencia en sí y no en lo que él puede desde el punto de vista pragmático, producir para el tener, para acumular, para ostentar en una economía de mercado que lo que le importa es el consumo, la propaganda, el espectáculo, lo que genera placer inmediato, la satisfacción aquí y en el ahora. En este sentido le toca al docente darle direccionalidad a ese fluir natural de los valores que emergen en un momento dado (placer inmediato, el hedonismo, el consumismo, el ocio, narcisismo) buscando instaurar la bondad, la fe, los sueños y la ilusión que dan sustento a aquello que significa la esperanza, lo ad-viniente, el vivir desde el encuentro con el otro. Cuando el docente concibe en su conciencia la realidad del proceso educativo como un proceso que debe estar centrado en el ser, en la persona como tal, entonces su praxis se verá influenciada por la formación de valores que den sustento a la esperanza para combatir la desilusión, el desencanto y el pesimismo con la ilusión, los sueños, fe y la esperanza de un mundo mejor del que está a la espera en base a los sentimientos que ha construido y exaltado en los corazones de cada uno de sus aprendientes. Actualmente en esta sociedad líquida donde los valores se caracterizan porque se diluyen tan rápido como se viven, es necesario que el docente esté consciente de que dentro de la relatividad que ampara y justifica el hecho de que todo se vale, de la satisfacción inmediata del ahora y del ya, del comprar, consumir y volver a comprar, es necesario direccionar en todo momento el valor de la bondad, la fe, el respeto y la libertad por encima de la maldad y el egoísmo del individualismo en que se ha convertido la vida del ser humano, para poder dar paso a la alegría de la esperanza por vivir en un mundo donde todos los seres se traten como hermanos, donde el egoísmo quede ausente en el encuentro con el otro, pensando siempre en el bien común y no en el bien individual que tanto daño ha hecho a la humanidad. Ciertamente, hoy asistimos, y no es un privilegio, a un proceso general de crisis, donde las crisis: social, de la educación y del sujeto, como crisis individual, son, desde el punto de vista de la autora, crisis del modelo de sociedad que fue concebida y reproducida desde el campo de los valores de la modernidad, donde la familia y la escuela fueron pensadas como los escenarios para proceder con una ejecución continua y permanente de la sociedad moderna, que, al final, quedó centrada en el individualismo, en el egoísmo, en la acción y respuesta hacia nosotros mismos, pero en cuanto tiene efectos de beneficios, no de carácter social, sino individual. Es un equívoco pensar que en los inicios de la sociedad moderna o hasta décadas atrás, “había” menos individualismo o menos egoísmo. Como ejemplos están las guerras mundiales, todo el espectro de la guerra fría y las conquistas de vastos territorios para recordar el fin esencial de la sociedad moderna: sobreponerse los más fuertes sobre los más débiles. Pero vale recordar a tono de la evolución de los valores algunas de las distintas visiones históricas que han tratado de definir, con más o menos acierto, al ser humano. Consideramos de vital importancia explicitar el fundamento de los valores en la persona. El motivo principal es que los valores siempre apelan a la persona. Los valores están fundamentados en ella, y toda persona está dotada de un valor por excelencia: su dignidad de carácter intrínseco que reside en la dimensión más genuina y exclusiva de la persona: su dimensión espiritual; que le imprime estabilidad, dirección y sentido a todas las demás dimensiones con sus facultades y funciones. A partir de lo anteriormente planteado, surgen las siguientes interrogantes: ¿de dónde surgen los valores? ¿Por qué sólo la persona está dotada de valores? ¿Por qué sólo ella es capaz de valorar los actos humanos, las cosas, la naturaleza…? Para estas interrogantes pueden surgir cantidad de respuestas, pero, si entendemos por valor aquéllas cualidades que inclinan al ser humano a pensar, desear y dirigir sus actos hacia el bien, los valores se arraigan en la dignidad de la persona que, desde el modelo antropológico adoptado en nuestro trabajo, está creada a imagen y semejanza de Dios. Es cierto que actualmente la cultura occidental trata de reconocer, respetar y defender este valor fundamental de la persona, pero no siempre fue así y ni siquiera en nuestros días, la dignidad humana es reconocida y respetada en la vasta extensión de la humanidad. Se cometen grandes atropellos y violaciones a la dignidad en cientos de países, en todas las culturas, quedando impunes en innumerables ocasiones. Este valor fundamental e inherente a la condición humana viene siendo atropellado por intereses humanos fundamentados en la cultura de los antivalores. Es indiscutible que el tema de la dignidad humana ha significado una constante preocupación a lo largo de la historia y ha tenido, por ello, distintos fundamentos que respondían, sin duda, a las diversas concepciones antropológicas que se iban sucediendo en el transcurrir de la historia. El término dignitas, utilizado ya por los romanos, hacía referencia al prestigio y honor de una persona y estaba íntimamente vinculado a quienes pertenecían a la aristocracia. La dignitas la poseían los que pertenecían a las más altas esferas políticas y, por lo tanto, tenía un carácter extrínseco y elitista. Pero, un esclavo carecía de dignitas, por cuanto no todos los hombres reunían las condiciones necesarias para poseerla. De igual manera, pero desde un sentido más profundo, en esta misma cultura el término dignitas era aplicado, a la rectitud moral de las personas. En este sentido, esta última acepción del término dignitas se aproxima con mayor certeza a la coherencia entre la vida personal y la dignidad intrínseca propia de la persona y hace relación a cualidades, valores como la magnanimidad, disciplina, austeridad, moderación, serenidad, como valores que conforman esta acepción de dignidad. Por supuesto, a contracorriente, mucho del pensamiento distinto a los embates y cataclismos de la modernidad, con otras visiones de la civilización, de la cultura, de la sociedad, de la educación y del ser humano en sí, ha sido ferozmente atacado: antes de ayer, ayer y hoy. No solo con opiniones, argumentaciones en contra, a las que hay que oír con todo derecho; sino también con la descalificación, la agresión, el bullying social, profesional, personal y, en casos extremos, la muerte y el extrañamiento territorial. Como muestra está el caso de Julián Assange, fundador de WikiLeaks, quien, junto a otros, tuvo la osadía de revelar las restricciones a libertades de los hombres y mujeres de todas las latitudes. Ahí sigue confinado injustamente en la embajada de Ecuador, en Londres, capital del Reino Unido, sin poder conectarse a través de las redes de internet y donde cada día su salud se deteriora más y más. Entonces, el tema de la revalorización, no es un tema de carácter educativo, social o individual. Es un tema civilizacional. De lo que se trata es de pensar en un combate para la transformación, no solo del individuo, sino de la educación y la cultura civilizacional. Sería fantástico que, desde la educación, escuela incluida, se llevaran a cabo procesos de formación para combatir el egoísmo y el individualismo, pero también todo lo que la raza humana ha propiciado para atentar contra la raza humana misma –sujetos modernos – como el racismo, el odio, la indiferencia. Ello implicaría, en primer lugar, una visión distinta de la sociedad y de la idea de educación, con todo lo que ella implica. Pero, lamentablemente, allí la humanidad ha estado saliendo aplazada, pues los planos de concepción y organización de la educación, no están centrados en el ser humano, en su existencia en sí, sino en las cosas que él puede hacer para producir, para tener, para hacerse de bienes, aunque no los necesite. El ser humano y su vida no son parte de las visiones de la educación en boga. Se han posicionado lo que puede hacer: las competencias y por ahí han entrado la formación, los diseños curriculares, las “esperanzas”. Pues, así, se han diluido las esperanzas del ser humano. Un estudiante no será para ser humano. Será para ser competente. ¿Hacia dónde va la sociedad? Al reforzamiento de los valores originarios de la sociedad moderna, fundados en el egoísmo y en el individualismo. Ante esto, es necesario que el docente se constituya en un ser de fe: que crea en el ser humano (que es permanente), pero también en las maestras y los maestros que seguirán haciendo esfuerzos por generar un combate: por una nueva civilización, por una nueva sociedad, por una nueva cultura y, por supuesto, por una nueva educación, no para enseñar valores y morisquetas similares, sino para volver al centro de lo nunca debimos negociar: el ser humano y su existencia en sí. En resumen, entre los rasgos fundamentales del posmodernismo que han fortalecido el actual sistema de valores se puede mencionar: Los grandes ideales modernos como el saber hegeliano absoluto, el cristianismo, el marxismo, la democracia capitalista, que fueron considerados sistemas coherentes de ideas y que sostuvieron a la modernidad, denominándoseles los grandes relatos, los cuales perdieron vigencia al ser sustituidos por la razón, el saber y el hacer humanos autónomos. La época postmodernista se nutre de la ausencia cultural de la existencia de Dios. Lo que se ha denominado el nihilismo de Nietzsche. Aunque no se trata de ateísmo, más se refiere a la irreligiosidad y a la ausencia de Dios en la cotidianidad de las acciones del hombre actual (Mardones, 1988b: 82), que permite y posibilita que todo el acontecer en la actualidad pueda llegar a metamorfosearse libremente sin ningún fundamento y límite que contenga o controle dichas acciones; que estimula y facilita la indiferencia hacia los hechos religiosos basados en la fe. Entonces, el hombre habría perdido la brújula y el sentido que sirve de guía a sus acciones. La confianza ilimitada depositada en la razón en la época de la modernidad, en la postmodernidad se ha fragmentado, se ha roto, perdiéndose en las apariencias. Es por ello que en la actualidad vemos que todo proceder está basado en el vacío, en la apariencia, en el espectáculo y en banalidad. La razón platónica que había sido el sustento de la modernidad desapareció sin dejar rastros, por lo que cada quien actúa según lo que cree que es su verdad, lo que da vida a un relativismo muy marcado donde todo se vale, donde cada quien tiene la razón desde su punto de vista, sin importar en que se base. La base del orgullo de la modernidad estuvo protagonizada por la ciencia, desde Galileo hasta Descartes y con ella se suponía que llegaría el progreso. Pero la realidad ha sido otra, no hay historia ni hay progreso, por lo que el sujeto también se pierde y se debilita entre ellos en una simulación de estira y encoge que le permite adaptarse a los roles y a las situaciones de un mundo que cambia con una rapidez vertiginosa, caracterizado por unos valores cuya liquidez perpetúa las mismas características fugaces e inestables en el tiempo. El mito del progreso como una posibilidad humana llega a su fin conjuntamente con la modernidad. El postmodernismo observa el progreso como algo que se ha arruinado y se comprende cuando se acusa al liberalismo económico, al liberalismo político y al marxismo inclusive de inducir o solapar grandes crímenes de lesa humanidad y genocidios con una fe ciega en el progreso amparado en la connivencia y en la hipocresía del individualismo. Otro aspecto importante es que el dominio del objeto por el sujeto ha perdido la consistencia que tuvo a lo largo de la historia. Ahora han surgido otras formas de ver el mundo y ya no es el sujeto quien desea, es el objeto quien seduce, el valor está en el objeto y es cuando el sujeto claudica en el objeto (Baudrillard, 1984:122), haciendo alusión a la influencia de la tecnología, los videojuegos y las redes donde los niños pueden llegar a confundir la realidad con la ficción y familias enteras pueden aislarse en el uso del celular como ejemplos vivos de la seducción a la que se refiere el autor. El ser humano ha creado también un desarrollo tecnológico tan grande que ni él mismo lo puede controlar, por lo que vive en zozobra bajo la incertidumbre de peligros hasta hace poco tiempo inimaginables, como ataques nucleares, ataques bacteriológicos, virus hospitalarios incontrolados, entre otros que no permiten dormir en paz temiendo misteriosas fuerzas hostiles creadas por el hombre mismo. Y por último, el individualismo, el cual es consecuencia de todos y cada uno de los puntos mencionados con anterioridad. La posmodernidad se alimenta del individualismo que caracteriza en estos momentos al ser humano, la indiferencia de la gente, ese sueño de liberarse de todo cuanto lo ataba y por ello, la supremacía de la razón ha originado una gran indiferencia hacia el sufrimiento de los más pobres, representada como una consecuencia de la globalización neoliberal. Al hombre solo le queda refugiarse en el placer de lo presente, en la inmediatez de sus acciones, en el goce y disfrute de lo inmediato, del aquí y del ahora y con ello, en el dominio de los afectos negativos, negar la esperanza. El lenguaje utilizado en la filosofía de Bloch, en primer término, nos llama poderosísimamente la atención. Se ha venido afirmando que lo característico del pensamiento del siglo XX ha sido el giro lingüístico, situar en el primer plano de la reflexión, lo que de determinante tiene el lenguaje en la expresión de nuestras ideas. La obra de Bloch fue escrita en lenguaje del romanticismo alemán, el cual surge en oposición al racionalismo imperante en la época, influenciado de la misma forma de distorsión de los términos que ha convertido a Hegel en un filósofo con una característica forma de pensar. En ese sentido, Bloch ha manifestado en múltiples ocasiones su estrecha vinculación con el pensamiento de aquél. El mismo Bloch ha manifestado que su pensamiento se mueve en el espacio que va de la filosofía de Hegel a las novelas de Karl May, queriendo dar a entender que pretende recoger todo un mundo, todo un despliegue de lo que han sido los mejores sueños del ser humano. Es así como la amplia cultura de Bloch le permite internarse y desplazarse en los ámbitos más diversos, componiendo una obra que no se parece a ninguna otra. Cuando Bloch redactó su obra de El Principio Esperanza se encontraba en el exilio, sin trabajo remunerado y, a la vez, ocupado con la crianza de su pequeño hijo, a quien le contaba historias basadas en el pensamiento y obras de los grandes filósofos de la época. Aunque, en el momento de la redacción de su magistral obra, Bloch ya ha recorrido un largo camino y tanto su pensamiento como su estilo se han depurado, siempre permanece en su obra un tono derivado de sus orígenes expresionistas que le confiere un sesgo muy especial a su filosofía. Como El Principio Esperanza fue escrita en un tiempo en el que la guerra y la muerte constituían la realidad cotidiana y en medio de terribles circunstancias personales, se convierte ahora en un intento de construcción sistemática para nuevas realidades, en la que la se sitúa en el centro mismo de la reflexión, abriendo a las futuras generaciones la posibilidad de contemplar la construcción de un mundo mejor sustentando en acciones cargadas de valores que a su vez consolidan la esperanza como vehículo. Pero lo que prima en la obra de Bloch es la consideración antropológica del hombre como ser utópico, como expresión de una realidad aún no conclusa y que se trata de ir transformando. Por lo que el punto de partida lo constituye la idea de que “pensar significa traspasar”. Lo que Bloch pretende es una filosofía que sea capaz de facilitar los medios para la edificación de un mundo nuevo, en el que se haga al fin realidad que el hombre deje de ser considerado como un objeto y que, asumiendo el protagonismo que le pertenece, se sitúe en el centro de la historia. En consecuencia, Bloch no pretende partir de una consideración apriorística del ser humano, lo que persigue es determinar el papel de ese hombre desde el análisis de la existencia inmediata. De ahí que Bloch inicie su trabajo desde la oscuridad del instante vivido, de ese momento en el que aún está por hacerse lo que el hombre realmente es. La obra puede entenderse como una inquietante indagación sobre el sueño, pero no ese letargo en el que cobran vida nuestros temores y nuestras inquietudes, sino los sueños soñados despierto, aquellos sueños diurnos en los que llegamos a descubrir por un instante el sentido de las cosas. Bloch analiza en profundidad los planteamientos de Freud, de Jung, de Adler, pero en ellos apenas descubre algunas intuiciones sobre lo que realmente pueden significar las tendencias profundas del ser humano. El punto de vista de Bloch no pretende ser en absoluto objetivo, pretende tomar partido por el futuro y por la esperanza, haciendo verdad la afirmación de Kant de que, aunque el hombre sea una pequeñez en relación con el conjunto de la Naturaleza, sin embargo, debe ser considerado como dotado de una especial dignidad y que el imperativo ético lleva precisamente a intentar acabar con aquellas situaciones en que el hombre se convierte en un ser humillado, esclavizado. El Principio Esperanza es el libro que Bloch lleva dentro de sí y que resume toda su filosofía, y las obras anteriores y posteriores pueden verse como preparación, primero, y luego como desarrollos, es en este libro en el que se recogen sus afirmaciones fundamentales. Además, es uno de los libros más hermosos y a la vez más terribles de la filosofía del siglo XX. En él hace referencia a todas las luces y todas las tinieblas, todos los anhelos y las frustraciones de ese torturado siglo, en el que, a la vez que se han alumbrado nuevas expectativas, se ha visto el fracaso y la descomposición de aquello que podía haber significado un nuevo horizonte para el surgimiento de una sociedad más humana. Para Bloch, la esperanza es principio, porque el mundo aún no está concluso, porque la humanidad está siempre en el camino esperando que lo mejor aún está por llegar. Frente al marcado pesimismo que caracteriza gran parte del pensamiento contemporáneo, Bloch es partidario de un optimismo militante, pero siempre consciente de que la esperanza en el futuro no significa solamente confianza en él, sino la construcción, a través del trabajo, de ese horizonte emancipador. Esta visión antropológica de Bloch consiste en una multiplicidad de variaciones que ha hecho que se pueda considerar El Principio Esperanza como una enciclopedia de las utopías, pues ningún otro autor ha alcanzado tal variedad de manifestaciones. Bloch pretende la consideración de la utopía como una función, como una forma de conocimiento de la realidad, por lo que no se limita al examen de las utopías sociales, que apenas constituyen una de las posibles formas de despliegue del impulso utópico. Bloch parte de la categoría de la posibilidad, en la búsqueda de algo que apenas hasta ahora es preanunciado: la idea de que no hay nada concluso, que la realidad es proceso, que lo posible está siempre surgiendo de lo real. En Bloch se corporeíza la función utópica, que nos encamina a intentar ir más allá del horizonte de lo inmediato, de tal manera que incluso en las ideologías encuentra un excedente utópico, algo aún por realizar. Bloch se sumerge en el estudio de todos los elementos que nos ponen de relieve la naturaleza fragmentaria de la realidad, pero para dotar de un sentido a esa construcción precisa de una concepción del mundo, que él encuentra en el marxismo. En El principio Esperanza se encuentra un penetrante análisis de las Tesis sobre Feuerbach de Marx, no sólo la conocida Tesis XI, que es toda una consigna de trabajo a emprender, sino el conjunto, en el que el autor advierte que el marxismo es una utopía concreta, se trata de una utopía que se ha liberado de la mera ensoñación quimérica y se ha convertido en instrumento transformador. Paralelamente a este esclarecimiento de la categoría de la posibilidad y de la función utópica, Bloch despliega toda una ontología del todavía-no-ser, en el que se anuncian expectativas aún no cumplidas, basada en el futuro y no en el pasado; pero el autor nunca pierde de vista que puede no alcanzarse ese futuro humano, que la nada, como categoría límite, siempre puede extender su dominio y hoy somos tal vez mucho más conscientes de esa posibilidad de lo que él lo pudo ser. Esa es su herencia. A Bloch le debemos esa herencia. La filosofía de Zubiri (1974) aporta que todas las cosas reales tienen un ser y que el humano actúa según lo que es. El hombre es un animal que posee un atributo o nota que lo distingue de los demás: la inteligencia. Es imposible que se comporte y actúe desde otra realidad que no lo constituya como persona y como humano. Por lo tanto, lo normal es que las personas actúen como personas. Una persona no actúa como como un gato. El gato actúa como gato y la persona actúa como persona y eso es lo que Zubiri llama “ser”. En este contexto, las dimensiones son algo que Zubiri le atribuye a su objeto de estudio: al ser humano. Los miembros de la especie humana, aunque son iguales, son diferentes y la diferencia estriba en el hecho de que, aunque pertenecemos al mismo género humano cada uno de nosotros es distinto y diverso respecto de los demás seres humanos. Esa presencia del hombre respecto a las demás personas que le rodean es lo que Zubiri llama dimensión. Son los diferentes aspectos que puede tener el Ser. Esa dimensión puede ser individual, social e histórica. La dimensión individual del hombre se visualiza en su propia presencia en el entorno de otros que como él habitan; de otros de su mismo género donde el “yo” de cada quien es respecto a un “tú”, donde ese “yo” esta vertido en un “tú”; lo que nos sugiere esa horizontalidad de las relaciones en una sociedad ideal donde la educación pueda direccionar los valores que emergen dándoles sentido hacia el bien común y hacia la esperanza desde el trato justo al otro como nos gustaría que el otro nos tratara a nosotros. En una sociedad en crisis como la nuestra donde se evidencia que las personas viven sin un norte y sus acciones van a la deriva apartadas de todo fundamento, centradas solo en el goce de lo inmediato y de lo que nos genera placer, es necesario que la educación retome la función de la formación integral de ese Ser como humano que es, con especial atención a la persona como tal como centro y como protagonista. Se exige y se requiere el cambio que parte de la dimensión individual del Ser. Si cada uno de nosotros no asume el cambio desde nuestro propio Ser, simplemente no puede influir en el otro para motivar el cambio. Este es el postulado principal de la Pedagogía del ejemplo. Por otro lado, la dimensión social del ser humano viene dada por la interrelación de ese “yo” individual con todos los “yo” del entorno, es decir, con los demás individuos de su propia especie en una convivencia que refluye en cada uno de los otros individuos, donde unos están vertidos en los otros en una dinámica de solidaridad en la convivencia que beneficie al yo individual, pero que a la vez beneficia al otro. Cuidando siempre la direccionalidad de esa trama o entretejido de unos valores instituidos con otros valores que emergen, bien sea por un fluir natural o porque la misma educación pueda estimular su emergencia en una situación ideal en la que se busca que el aprendiente alcance su formación integral como persona. Dicha formación integral le facilitará tomar sus propias decisiones para darle sentido a acciones encaminadas a alcanzar sus esperanzas, sus sueños soñados despierto o aquello que tanto anhela. Ahora bien, el ser humano, según el autor mencionado, se caracteriza por poseer en sí mismo una dimensión individual como “ser” dentro de un entorno compuesto por otros seres como él, pero que, aunque son iguales porque pertenecen al mismo género, a la vez, son diferentes unos de otros. Este mismo ser humano se afirma desde la dimensión de ser social en tanto convive en una dinámica de refluencia con otros seres humanos y finalmente, se afirma también como ser histórico desde una dinámica de transmisión de la historia y del conocimiento de generación en generación como si se tratara de una herencia. Se entiende entonces, que el ser humano hereda de alguna forma saberes, tradiciones, costumbres y valores que le son inherentes a su condición de ser humano, que le van a permitir afianzar su hacer en el entorno, que desde la cotidianidad de la comunitariedad y por su carácter replicante como ser individual, este saber-hacer debería impulsar el fortalecimiento de su economía para la satisfacción de sus propias necesidades, pero que a la vez por su naturaleza refluyente y su interacción con el entorno, los otros también pueden resultar beneficiados desde la horizontalidad y desde la otredad de sus acciones. La escuela básica tiene una responsabilidad mayúscula al fortalecer y direccionar los valores que emergen en un momento dado, que por el carácter histórico de la dimensión del ser, cobra especial importancia el hecho de que los valores se transmiten de una generación a otra a través del lenguaje, de las costumbres y de los saberes, logrando perpetuarse, donde el ser individual, por el carácter replicante que posee, va a influir en los demás seres que conviven con él en su entorno, el ser social, haciendo posible que valores como el respeto, la libertad, la fe, la ilusión y la pasión por alcanzar un mundo más humano, puedan mantener encendida la llama de la esperanza, donde todos practiquen sus acciones desde la horizontalidad y la otredad. Lo que beneficia al ser individual, beneficia también al ser social, influidos ambos por el ser histórico. La educación debe ser vista como un viaje. Como un viaje al estilo de Julio Verne. Pero no un viaje de veinte mil leguas. Sino un viaje para toda la vida que busca la formación integral de la persona en todas sus dimensiones. No puede un estudiante de educación primaria tener una calificación de A, porque en todas las evaluaciones sobrepasa las expectativas del docente, sin tomar en consideración otros rasgos, como por ejemplo, cómo él se relaciona con los demás jóvenes de su edad. Este panorama cambia si el niño aprende a ser sensible a las necesidades de los demás y de su entorno o si su comportamiento y forma de actuar van en congruencia con la otredad y con el trato hacia el otro desde la horizontalidad de las relaciones. Toda esta realidad depende del facilitador que se percata con anticipación de tales carencias valóricas en la formación de los jóvenes y en consecuencia propicia actividades donde ellos se puedan ejercitar y poner en práctica aquellos valores como la libertad, el respeto, la fe, la ilusión y la pasión en la búsqueda de la consecución de un mundo mejor donde se vean cristalizados aquellos sueños que sueñan despiertos. Con esta visión, es lógico pensar que los educadores que se consideren genuinos deben ser capaces de sembrar la esperanza; de trabajar con ahínco en la búsqueda de un mundo mejor, un mundo más humano, un mundo poblado de personas que puedan tener cubiertas sus necesidades básicas de alimentación y de salud; que el salir a la calle no signifique el riego de perder la vida, sino se respeten los derechos humanos y las libertades; que la diversidad se celebre y se apoye; un mundo donde la discriminación no se conozca y que el denunciar a los enemigos de la vida como la violencia, el egoísmo y la injusticia no sea para ellos motivo de represalias, sino que los delitos realmente sean castigados según la ley. Los educadores que siembran esperanza se nutren de la fe. Fe en que toda la tragedia que se vive día a día va a cambiar cuando cada uno de nosotros cambie. Desde el punto de vista de la educación, también cobra inmenso sentido buscar las respuestas pertinentes en las nuevas ciencias de la vida o biopedagogía, las cuales propugnan el aprendizaje como un proceso biológico en el cual, tanto los procesos vitales como los procesos cognitivos, coinciden y se pueden considerar la misma cosa; se viven juntos, se vive y se aprende a lo largo de la vida en el placer de aprender y en el placer de vivir la vida. De esta manera debe ser el proceso de aprendizaje en una escuela reformada donde las viejas prácticas como acumular conocimientos deben quedar rezagadas para dar paso a nuevas formas de aprender. De acuerdo con lo anterior, Assmann, (2002), expresa: “La educación se enfrenta a la apasionante tarea de formar seres humanos para quienes la creatividad y la ternura sean necesidades vitales y elementos definitorios de los sueños de felicidad individual y social” (p.28), donde la educación deja de ser considerada como un proceso de acumulación de conocimientos para dar paso a la integración del nuevo aprendizaje, al proceso de autoconstrucción de la personalidad, el cual se desarrolla mientras se aprende a lo largo de toda la vida. Este tipo de aprendizaje, relacionado con la autoorganización en los seres vivos, es novedoso, vivo, flexible y dinámico; también forma parte de la complejidad y el holismo, en contraposición a un sistema educativo que necesita reproducirse a través de nuevas formas de construir el conocimiento y autoorganizarlo en la búsqueda de la autorrealización personal. Gutiérrez, 2010 coincide con Assmann, (2002) al considerar que “el aprendizaje, desde la biopedagogía, es la propiedad emergente de la autoorganización de la vida. Aprender no puede reducirse, a la apropiación de los saberes acumulados por la humanidad. Se aprende durante toda la vida…” (p.224), donde el proceso de vivir es un proceso de cognición y de vivir, y ambos son los elementos esenciales que hacen posible la autoconstrucción en los seres vivos. En esta dinámica, es interesante examinar la posición asumida por Bateson (1993), quien expone que en el sistema unificado organismo/entorno no existe una transferencia de conocimiento entre uno y otro, sino que el conocimiento realmente se da en la forma como existe el sistema: el nuevo conocimiento se crea cuando se produce un cambio en el sistema, donde el aumento del conocimiento implica una ampliación del sistema y por lo tanto, su reorganización; por lo que el conocimiento no está basado en la acción directa de los sentidos. Lo que induce a afirmar que el organismo vivo es un creador activo del conjunto organismo/entorno. Según Bateson, el aprendizaje consiste en una cadena de saltos cualitativos de autoorganización neuronal de corporeidad viva o lo que es lo mismo, en el organismo individual, que se autoorganiza en cuanto se mantiene en un acoplamiento estructural con su medio, ‒ lo que va en sintonía con la postura de Zubiri (ob.cit.) ‒ en cuanto a la dimensión individual del hombre como tal, que se corporeíza internamente en su propia presencia como un “yo” frente al otro que también es “yo” en la posibilidad de interactuar desde su otra dimensión social basada en la horizontalidad de las relaciones donde los valores se viven desde la otredad, desde lo que para sí mismo es deseado, bueno y agradable, asimismo lo es hacia el otro. Desde estas aproximaciones surge el dilema de asumir la pedagogía como actos éticos. Y aquí hace presencia en Herbart una concepción realista que concebía la pedagogía como ética aplicada a la formación de la persona de tal manera que el acto educativo no es un hecho ocasional. Por tanto, según esta concepción “herbartiana” la enseñanza basada en los valores es intrínseca a la acción educativa y tanto es así, que ello se concreta al ser incluida dentro del currículum. Coincidente con la primera, una segunda línea, que tiene en Ortega su mejor intérprete, se define a la educación como un acto ético, que destaca el encuentro entre dos personas, educador y educando, y es, en su misma raíz, acogida y responsabilidad. Sin ética no es posible hablar de educación, pues, ésta se prestaría a la manipulación. Pero evidentemente para nosotros solo se da el encuentro, más no el descubrimiento del otro por el otro, si se asume el carácter científico de la ética. Asumir lo anterior, es asumir también el valor de la costumbre, como tal, dentro del componente social de determinada sociedad. Se trata, así entendida, del ethos, que significa costumbre y la palabra moral que significa lo mismo en su latín mos, moris. Aquí, sin duda, se evidencia la relación directa entre uno y otro término; de allí que algunos asocien en cuanto a la ética su definición como la ciencia de las costumbres referida al estudio de la bondad y la maldad en el acto humano. ¿Pero cómo se relaciona esto con la esperanza? La relación hay que buscarla dentro del mismo acto humano, pero sin perder de vista su temporalidad. Ello pasa por entender que la ética es un producto social, que como acto humano se revela en el presente del tiempo, pero con sus raíces establecidas en el pasado y aquí aparece Zubiri (ob. cit.) y su idea de la horizontalidad donde las relaciones que vive el hombre se hacen desde la otredad, desde lo que para sí mismo es deseado, bueno y agradable, también lo es hacia el otro. Se crean en esa condición de la ética como producto social los ejes del discernimiento sobre lo que es correcto del comportamiento social de los hombres explicando a la ética desde la experiencia con el entorno cultural y social de los individuos. En este punto, con el objeto de distinguir entre una y otra, se hace necesario establecer las relaciones entre la ética y la pedagogía: mientras la pedagogía es el estudio de la educación, el significado de la palabra educación proviene del vocablo e-ducere, que significa conducir, guiar y sacar hacia fuera, desarrollar lo que está implícito. También consiste en lograr que una persona haga, por sí misma, lo que debe hacer. En sí la educación es una disciplina que complementa a la ética y viceversa. La ética dicta que es lo que hay que hacer, en tanto que la educación muestra el modo en que podemos lograr lo propuesto por la ética. La educación es un arte en tanto que la ética es una ciencia. De acuerdo a los diferentes significados que puede tener la educación se puede decir que: A. Cuando educación significa conducir o guiar, la ética muestra un modelo de conducta a seguir y la educación dice como conducir al niño dentro de ese modelo. B. Cuando educar significa sacar hacia fuera, desarrollar lo que está implícito, se da a entender que el mismo educando (la persona a educar) es la causa principal de su educación, pues contiene en sí mismo las potencialidades que se van a actualizar. En este caso la ética proporciona el modelo o guía de conducta humana buena, en tanto que la educación proporciona las reglas prácticas para enseñar u orientar al educando dentro de esa guía general en sintonía con unos valores instituidos y otros que vienen emergiendo y que la educación debe direccionar su fluir hacia la bondad para poner distancia de la maldad. C. Cuando educar significa lograr que una persona haga, por sí misma, lo que debe hacer, la educación dicta cómo se debe proceder con el educando a fin de lograr su autonomía, la madurez y la toma de responsabilidad por parte de éste haciendo acopio de esos valores ya instituidos y los que vienen fluyendo; la ética, por su parte, nos dice el qué hacer, mientras que la Pedagogía nos dice el cómo hacerlo, sin omitir el hecho de que la persona posee una dimensión individual, pero a la vez también es poseedora de una dimensión social y otra histórica que denota que su proceder está condicionado por estas tres dimensiones (Zubiri, 1974). D. Educar es actuar de tal manera que el educando capte un sentido personal en la realización y puesta en práctica de valores en su vida cotidiana –la libertad, el respeto, la alegría, la fe, la ilusión– donde la ética constituye un conjunto de principios y conceptos relacionados con el deber ser de la conducta humana de acuerdo a la otredad dentro de lo que representa la dimensión social del sujeto actuante. Comunidad y comunitariedad no significan precisamente lo mismo. Cuando se habla de comunidad se hace referencia a un territorio. Sin embargo, el término comunitariedad es mucho más acertado para nuestra investigación, por cuanto tiene que ver con la capacidad de gestionar en colectivo ciertos intereses comunes que pueden estar referidos al saber, al hacer, al tener y al poder en el proceso ser siendo, donde los sujetos se capacitan para gestionar con otras personas sus vidas, sus intereses, su futuro. En este orden de ideas, entre los alcances que tiene la educación como motor de cambio social, está el hecho de que posibilita en los sujetos el crecimiento de su conciencia, así como la apropiación de saberes y actitudes, lo que les permite el empoderamiento para enfrentar situaciones donde puedan hacer uso de estrategias impregnadas de valores y principios que los conduzcan a la consecución de lo deseado en términos de futuro, aquello en lo que tienen puestas sus esperanzas. Vigil (1989) enfatiza lo anterior cuando expresa la posibilidad de los aportes que puede otorgar la educación: [...] colaborar… a partir de sus propias prácticas sociales ‒es decir, sin artificialidades ni imposiciones‒ en la apropiación y profundización del saber, en la experiencia histórica del protagonismo (hacer); para que puedan tener aquello que necesitan para su existencia de lo cual son permanentemente despojados, forjar nuevas alternativas y medios de producción; para ganar un espacio de participación en el poder (p.131). En este sentido, para efectos de la comprensión de lo que representa cada uno de los dimensionantes de la comunitariedad a continuación analizamos cada uno de ellos. Tomando en cuenta el principio de que el sujeto que aprende no está en cero, sino que posee un saber producto de su experiencia cotidiana que le permite desenvolverse y que constituye un bagaje importantísimo en relación a lo que tiene que ver, por ejemplo, con la atención a la salud, la vida doméstica, social y religiosa, la transmisión cultural y variadas formas de producción; es a partir de este conocimiento previo que la educación viene a colaborar y a facilitar la apropiación y profundización del saber. Pero se trata un saber consustanciado con la realidad que circunda a la persona humana, basado en el desarrollo de sus potencialidades humanas y espirituales que tienen que ver con la formación integral y no con el macabro pragmatismo de formarlo solamente para que produzca bienes y servicios sin importar sus valores y ni sus sentimientos. Al respecto, De Souza (2010:18) argumenta que “…Los movimientos del continente latinoamericano, más allá de los contextos, construyen sus luchas basándose en conocimientos ancestrales, populares, espirituales que siempre fueron ajenos al cientismo propio de la teoría eurocéntrica”, haciendo referencia a la indudable necesidad de tomar distancia de paradigmas transferidos que dificultan las posibilidades de emancipación social de los lazos de la modernidad occidental, aun cuando el continente americano está haciendo lo propio al esforzarse en asumir sus propios problemas, tales como la libertad, la igualdad y la fraternidad desde una necesaria Epistemología del Sur. Esta distancia con relación al eurocentrismo, que propone el mencionado autor, tiene por propósito crear espacios para realidades “sorprendentes”, ya sea porque son nuevas e inéditas de nuestro propio contexto latinoamericano o porque hasta ahora fueron ignoradas o catalogadas como no existentes, pero que indudablemente tienen la posibilidad de provocar el nacimiento o la emergencia libertaria de valores y principios (p.19). De acuerdo con lo anterior, esa emergencia a la que hace alusión dicho autor, consiste en sustituir el vacío de futuro según el tiempo lineal, (el eurocentrismo califica dicho vacío como que tanto es todo como nada) por un futuro donde las posibilidades son diversas, plurales y concretas, pero que también pueden ser utópicas y realistas por cuanto se van construyendo día a día, en el presente a partir de las actividades cotidianas –aprendiendo a hacer haciendo, aprendiendo a andar andando, en gerundio– pero siempre en la búsqueda de un mundo mejor que nos permita aprender a ser siendo, asumiendo y corrigiendo nuestros propios errores (p. 24). Siendo así, es condición sine qua non, tomar en cuenta lo que la educación puede aportar al respecto. “El conocimiento constituye lo que podríamos denominar la materia prima para la educación” (Vigil, 1989:135). En realidad, todo el conocimiento que tiene una persona influye directamente sobre su vida personal y social. Son los conocimientos y las interpretaciones que hace la persona los que le permiten configurar su propia realidad o cómo la ve desde su propia conciencia. Se entiende, pues, que el conocimiento que promueve la educación debe atender directamente y sin ambigüedades a la lógica de la liberación del ser humano y no a la lógica dominante. Debe estar en sintonía con un saber abierto que busca descubrimientos y verdades, que se identifica con los valores sin relativismos, que busca re-crearse y re-inventarse al poner en duda los valores y las verdades de la dominación y de la opresión que han conducido a que se instale una visión de resignación y conformismo que tiende a justificar la crisis por la que atraviesa la humanidad entera, donde se culpabiliza a las víctimas, creando una brecha insalvable entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada como una coartada que reproduce sin cesar la dualización de la sociedad, responsabilizando a los perdedores de su situación (Jover, 2006). Los contenidos de este nuevo saber deben ser abordados desde la transdisciplinariedad y desde el holismo, con un verdadero currículo que tome en cuenta las necesidades y propósitos del que aprende, relacionados con la alegría de encaminarse hacia la consecución de sus sueños soñados despiertos, relacionados con ver la llegada de aquello que tanto desean: el advenimiento de un mundo mejor donde reine la libertad, el respeto, la justicia, la fe y la alegría. Para ello es importante que los educadores de hoy, de una vez por todas, asuman el protagonismo educativo y se dispongan a facilitar y contagiar la ilusión, el entusiasmo y la esperanza en los niños y jóvenes –contrario al pesimismo y al egoísmo instaurado– para convertir las escuelas en espacios donde brote la vida a diario, se descubran nuevos horizontes y se cultive la consciencia, la libertad, la responsabilidad y la compasión conjuntamente, si se quiere, con el ser competentes. Ser consciente de que se es libre en el sentido de que las decisiones y las acciones no son responsabilidad de otros actores ni están determinadas por otros, constituye uno de los más grandes principios del saber de cada persona. Pero dentro de la consciencia de que la persona no vive sola, sino con otros, por lo que sus decisiones y acciones influyen en los otros; y las decisiones y acciones de los otros influyen en ella y en el entorno donde se desenvuelve, cuestión que tiene que ver con la dimensión social del ser de Zubiri (1974). Por lo tanto, unos y otros son creadores de su propia realidad y del medio donde viven. A través de la educación formal es posible llegar a formar la consciencia de que unos junto a los otros, pueden hacer que la vida sea más humana y que juntos pueden llegar a transformar la sociedad como co-creadores que son, en un intento de librarse del sinsentido de la dominación de los unos por los otros, que tanto daño ha hecho y que ha logrado perpetuar la injusticia, la desigualdad social, la pobreza crítica, la destrucción del medio ambiente, entre otros, lo que nos remite a otra dimensión de lo comunitario representada en el hacer. Esos saberes ancestrales, el acervo histórico que posee una comunidad se transmite de una generación a otra, que conjuntamente con los aportes de la educación formal con la incorporación de nuevos conocimientos y datos, propiciará “la posibilidad del hacer de modo continuado y organizado” (Vigil, 1989:143), que persigue la posibilidad de la autosuficiencia, porque cuando una persona o un grupo de personas (Sociedad) logran a través de la educación la autosuficiencia e independencia en el hacer, automáticamente se habrían liberado de la opresión y de la dominación. Esa posibilidad en el hacer implica experimentar en el tiempo y en el espacio el protagonismo participativo en acciones que conduzcan al individuo y a la comunidad a alcanzar aquello que utópicamente aún no ha sido, pero que tienen la esperanza de su advenimiento. El hacer da sentido y dirección a todo lo demás, constituye los pasos que se dan en busca del porvenir, de lo que desean y anhelan las personas. Cada sociedad establece las competencias que deben ser adquiridas en cada una de las etapas de la educación (inicial, primaria, secundaria o universitaria). Cuando se habla de atender a la formación del ser o de la persona humana desde sus potencialidades y valores, la educación formal no puede dejar en el olvido formarlo también como un individuo competente. Una cosa va con lo otro: competente quiere decir que una persona debe poseer las cualidades o conocimientos necesarios para realizar acciones exitosas (Ugalde, 2015). Por lo tanto, se entiende que la educación atenderá la formación de una persona dispuesta a superarse, que desarrolle sus habilidades intelectuales, pero también las habilidades emocionales y sociales que van a complementar su realización humana y profesional representada en el hacer para transformar su propio contexto a la vez que se transforma a sí mismo. Ortega y Gasset (1957) tiene en este sentido una visión bien radical de como la persona hace uso de su libertad en el acto de elegir qué hacer, lo cual es intrínseco de cada persona: De toda circunstancia, aun la extrema, cabe evasión. De lo que no cabe evasión es de tener que hacer algo y, sobre todo, de tener que hacer lo que, a la postre, es más penoso: elegir, preferir. ¿Cuántas veces no se ha dicho uno que preferiría no preferir? De donde resulta que lo que me es dado cuando me es dada la vida no es sino quehacer. La vida, bien lo sabemos todos, la vida da mucho que hacer. Y lo más grave es conseguir que el hacer elegido en cada caso sea no uno cualquiera, sino lo que hay que hacer -aquí y ahora-, que sea nuestra verdadera vocación, nuestro auténtico quehacer (p.20). La persona posee la libertad de elegir. Ella va a decidir lo que considera que debe hacer. Aunque la persona no nace con la capacidad de decidir, si puede entrenarse en ello cada vez que se “ensimisma” (se introduce dentro de sí misma para pensar, reflexionar). Además, la escuela tiene la facultad de facilitar esta herramienta en los aprendices para que se ejerciten en el arte de adueñarse de su libertad de elegir en el hacer para que no sea víctima de la presión que pueden ejercer otros actores para que haga lo que otro quiere. Este es un principio muy particular en la formación integral de la persona humana y hace alusión a la intransferibilidad de la vida humana. Cada quien tiene el deber de vivir su propia vida y hacerse cargo de sus decisiones, producto de su libertad para elegir. Cabe preguntar en este momento… ¿estamos los docentes facilitando al aprendiente la libertad como modo de vida? ¿le brindamos al estudiante la posibilidad de escoger lo que quiere hacer para aprender o cómo quiere aprender? Un hacer protagonizado por personas capaces de aprender a aprender aprendiendo; en gerundio, como afirmaría Jover, 2006; dispuestas a identificar el origen de los problemas y, por ende, sus posibles soluciones; con capacidad de crear nuevo conocimiento y utilizarlo para el progreso y la búsqueda del bien común, un futuro y un mundo mejor donde todos puedan disfrutar del bienestar en el tener lo que necesitan para la satisfacción de sus propias necesidades, producto de su propio esfuerzo y trabajo. Pero ese hacer posee unas características muy particulares, basadas en la horizontalidad de las relaciones, en la solidaridad genuina y en el reconocimiento del otro (Ugalde, 2015). El crecimiento de los ingresos individuales podría representar un medio de una importancia significativa para ampliar las libertades que disfrutan las personas como miembros de la sociedad, lo cual depende, por supuesto, del papel singular del apoyo social y de la regulación pública o la política cuando pueden enriquecer, en lugar de empobrecer, vidas humanas. Amartya Sen (2000) centra su atención en las libertades humanas reales que disfruta la gente. Esas libertades dependen de factores, como los planes sociales y económicos ‒educación y salud‒ y de los derechos civiles y políticos ‒participación en el debate y escrutinios públicos‒, así como también de la industrialización y el progreso tecnológico, los cuales favorecen sustancialmente que emerja la libertad humana como un importante motor de desarrollo. Algunas veces estas faltas de libertades están representadas con las dificultades de la gente para alimentarse bien, inclusión y permanencia en el sistema educativo, tener acceso al sistema público de salud, disfrutar de un techo y abrigo, disponer de agua potable, imposición de restricciones a la libertad de participar en la vida social, política y económica de la comunidad, entre otras. De igual manera, la negación del acceso al mercado de productos es una privación común que sufren los pequeños agricultores y productores a través de los convenios tradicionales establecidos. La libertad de participar en el intercambio económico es sumamente importante para el desarrollo económico de la comunidad y juega un papel básico en la vida social. La negación de esta libertad significa mantener a la gente en esclavitud y cautiverio. (p.18). Al respecto, Sen acota lo siguiente: Con oportunidades sociales adecuadas, los individuos pueden formar efectivamente su propio destino y ayudarse unos a otros, no necesitan ser considerados como receptores pasivos de los beneficios de ingeniosos programas de desarrollo. Esa es, de hecho, una poderosa razón para reconocer el papel positivo del libre y sustentable albedrío… (p.20). En fin, considera este autor, Premio Nobel de Ciencias Económicas, que aquellos enfoques – a los que califica de estrechos, por cierto – que ven al desarrollo desde el crecimiento del Producto Neto Bruto o la industrialización deberían considerar que la relevancia de las libertades de participación política, recibir educación o servicios de salud, (que están entre los componentes constitutivos del desarrollo), no necesariamente tienen que considerarse a través de su contribución indirecta al crecimiento del PNB. Al contrario, lo cierto es que estas libertades son una contribución directa al progreso económico y por lo tanto deben facilitárseles a la gente con más eficiencia, celo y cuidado. El tener, por ende, es una consecuencia de los anteriores, del saber y del hacer. Una comunidad está fortalecida y cohesionada cuando tiene la capacidad de suministrar a sus miembros tanto los valores como los recursos que necesita para vivir. Pero siempre bajo el entendido de que el recurso más importante es el ser humano. Los recursos van desde los más básicos como los medios de transporte y la movilización, hasta los más complejos como las relaciones lúdicas y de entretenimiento. En la época de la postmodernidad se aprecia en el individuo una obsesión por la acumulación de bienes materiales. Comprar por comprar. Comprar por tener, aun, aquello que no se necesita. Actitud que viene a encajar con lo que Bauman, (2016) llamó valores líquidos, porque no se mantienen en el tiempo ni tampoco en su forma: [...] en solo 22 países (en los que se acumula apenas el 14 por ciento de la población humana total) se concentra la mitad del comercio mundial y más de la mitad de las inversiones globales, mientras que los 49 países más pobres (en los que habita el 11 por ciento de la población mundial) reciben en conjunto solo el 0,5 de la producción global, casi lo mismo que los ingresos de los tres hombres más ricos del planeta. El 90 por ciento de la riqueza total del planeta está en manos de solo el 1 por ciento de sus habitantes. Y no se distinguen en el horizonte escolleras que puedan detener la marea global de la polarización de las ganancias, que continúa creciendo de manera amenazadora (p.55). En un planeta globalizado es imposible obtener la seguridad de un solo país o de un grupo determinado de países valiéndose por sus propios medios y prescindiendo de lo que acontece en el resto del mundo. Tampoco se puede garantizar la justicia, ni la equidad en la búsqueda de la paz en este mal llamado “mercado sin fronteras” que viene a constituir la perfecta receta para la injusticia social donde unos tienen mucho y otros no tienen ni siquiera lo más elemental para vivir. El autor solicita en esta obra a la humanidad una conciencia global para problemas que se están abordando desde una parcialidad que limita aún más a los menos favorecidos. En este sentido, la educación debe ubicarse desde este ángulo y abrirse al horizonte planetario para poder sentar las bases para la formación integral y “globalizante” del individuo para que este sea un individuo globalizado y no particularmente “fragmentado” y pueda, en consecuencia, acercarse a la posibilidad de dar respuestas a los problemas del mundo que lo rodea desde el reconocerse en el otro en las relaciones del diario vivir en la búsqueda de su bienestar en el bienestar de los demás. Foucault (1978), por su parte, refiriéndose a la relación entre saber y poder, intenta probar sobre la historia que los criterios de verdad se encuentran ligados al poder en su teoría y su práctica. El aceptar o rechazar los saberes encuentra su explicación de acuerdo a su relación con el poder: ¿No sería necesario preguntarse sobre la ambición de poder que conlleva la pretensión de ser ciencia? ¿No sería la pregunta qué tipo de saberes queréis descalificar en el momento en que decís esto es una ciencia? ¿Qué sujetos hablantes, charlatanes, que sujetos de experiencia y de saber queréis “minorizar” cuando decís hago este discurso, hago un discurso científico, soy un científico? ¿Qué vanguardia teórico-política queréis entronizar para demarcarla de las formas circundantes y discontinuas del saber? (p.131). Evidentemente, los saberes están sometidos por el poder y así han permanecido a lo largo de la historia. El saber se ve condicionado a la dominación de quien ostenta el poder. Entonces, la educación viene a jugar un papel importantísimo, por cuanto debe proveer a los individuos de las herramientas necesarias para ser autosuficientes en el entorno que los rodea, donde las acciones de uno van a incidir en el otro desde el reconocimiento de uno en el otro, arrojando como consecuencia la liberación de la opresión, concretado en el tener los insumos suficientes que les garanticen el bienestar a partir de la satisfacción de sus necesidades, lo que les proporciona espacios de participación en el poder. De acuerdo con lo anterior, Ortega y Gasset (1957), expone que cuando el hombre se aísla del mundo y se sumerge dentro de sí mismo consigue dentro de la observancia de su interior la esperanza para cambiar el mundo y con ello la posibilidad de ejecutar acciones encaminadas a que el mundo exterior se vaya pareciendo a sus ideas, las cuales han de corporeizarse en realidades palpables fuera de ese mundo de ideas de su interior y que se pueden traducir en saberes cargados de alegría, de fe y de esperanza, donde todos los hombres unidos en una hermandad de relaciones, en la que cada uno se ve reconocido en el otro, en el amor por el otro, haciendo posible la transformación de su propia realidad a través de acciones impulsadas por un hacer desinteresado que les puede garantizar los medios de producción para abastecerse en sus propias necesidades y de esta manera enfrentar fortalecidos las amenazas de la opresión y de la dominación. Es evidente, entonces que es a través de la educación que el hombre puede reencontrarse consigo mismo. Pero de manera específica, cuando la educación está centrada en la contemplación del conocimiento de la vida humana, entendiendo por vida humana la vida particular de cada individuo, la de cada quien, de la cual cada quien es responsable, y no la vida de los otros. [...] pues esa vida que nos es dada, no nos es dada hecha, sino que cada uno de nosotros tiene que hacérsela, cada cual la suya. Esa vida que nos es dada, nos es dada vacía y el hombre tiene que írsela llenando, ocupándola [...] (p.19) En consecuencia, lo anterior se traduce en asumir al hombre en su facultad que le es dada la forzosidad de tener que estar haciendo siempre algo, so pena de sucumbir, mas no le es, de antemano y de una vez para siempre, presente lo que tiene que hacer. Porque lo más extraño y azorante de esa circunstancia o mundo en que tenemos que vivir consiste en que nos presenta siempre, dentro de su círculo y horizonte inexorable, una variedad de posibilidades para nuestra acción, variedad ante la cual no tenemos más remedio que elegir y, por tanto, ejercitar nuestra libertad. Nadie puede sustituirle en este decidir lo que va a hacer, pues incluso el entregarse a la voluntad de otro tiene que decidirlo él. Esta forzosidad de tener que elegir y, por tanto, estar condenado, quiera o no, a ser libre, a ser por su propia cuenta y riesgo, proviene que la circunstancia que nunca es unilateral, sino que siempre tiene varios y a veces muchos lados. Por otro lado, Jover (2006) acota que la autonomía y la autogestión de los problemas comunitarios amerita crear y reinventar el poder propiciando acciones instituyentes para combatir lo instituido con el fin de instituir y crear otra realidad y otras interacciones (p.58). Se trata de una autogestión que busca la transformación del colectivo. Se trata de un aprendizaje colectivo que rompe la organización jerárquica autoritaria eliminando a los jefes, al patrón, al que oprime, por una institución que se va gestando a partir de las necesidades y respuestas que va generando el colectivo organizado, donde todos colaboran y se reparten las responsabilidades. El fin último de este texto radica en la común unión entre el individuo y la práctica adecuada de valores que conllevan a mantener la esperanza de construir un mundo diferente que propicie que las personas se traten desde la horizontalidad y la equidad, al mirarse reflejados en el otro, donde la bondad y la fe, el respeto y la libertad, los sueños y la ilusión florezcan en esa interrelación arrastrando por su propio peso la exigencia de reconocimiento, convirtiéndose en el eje que rige las acciones de la vida cotidiana a la espera de lo ad-viniente CAPITULO III 103 Voces inquietantes en la escuela “La esperanza es el más humano de los afectos, es sólo asequible al hombre y le remite a su horizonte más ancho y luminoso” Ernst Bloch Desde los planteamientos iniciales de la presente investigación, tres fueron los referentes de impacto que se han mantenido a lo largo de ella, tanto en la concepción, como en la exposición: el primero, relacionado con la referencia axiológica, por el valor primario y esencial que se le da a los valores; el segundo, vinculado con la praxis educativa y que va articulada con el primero; y el tercero, la posibilidad, la expectativa, en sintonía con la esperanza, como un marco de sentido para una nueva y emergente oportunidad que ocurra en el plano de lo específico institucional-escolar. Bajo esta perspectiva de carácter general, es que se realiza la siguiente valoración e interpretación de la información, como fuente clave esencial, para definir la antesala de la proposición teórica. La motivación para promover la recolección de datos, se hizo posible gracias a la asociación que fue lograda en un intento de despertar valores, emociones y sentimientos, desde los participantes, por medio de la lectura del texto Juan salvador Gaviota, cuyo autor es el estadounidense Richard Bach. Se trata de una fábula escrita en forma de novela, acerca de las vivencias de una gaviota y su proceso de aprendizaje sobre su propia vida y el volar, la cual siempre estuvo en contradicción con el estilo de vida del resto del resto de las gaviotas. Tres partes contiene el texto de Richard Bach. En la primera, el autor despliega la vida a contracorriente de Juan Salvador, quien hacía cosas no usuales en la tradición de las gaviotas, como piruetas en el aire, por ejemplo. Pero la obsesión de Juan Salvador estaba en ser libre, en ser libre para volar y aprender cada vez más acrobacias. (He aquí lo que entendemos como su esperanza) Y morir era un riesgo que valía la pena tomar. En la segunda, ya Juan Salvador transciende a otro plano social, donde todas las gaviotas gozan de su vuelo y de ser tratadas como iguales. Claro, ello fue posible gracias al inmenso esfuerzo de trabajar para que ello fuera posible. Al final, en la tercera, queda demostrado que valores supremos como el amor, el respeto, el perdón, la libertad, la bondad y la fe son extremadamente importantes para romper paradigmas, salir de lo rutinario y de lo que la tradición dice que hay que hacer, generando las fuerzas para el cambio, aun a costa de incomprensiones y riesgos. Desde esta inquietud discursiva de Bach, en Juan Salvador Gaviota, se incitó a otra manera de volar, pues “volar de esta manera siempre ha estado al alcance de nosotros, solo necesitamos querer hacerlo” (Bach, 1970). Y, eso, es lo que vendrá a continuación: un esfuerzo de colocar el pensamiento y escritura de los informantes, desde la vertiente de los valores, implicados en la alegría por aprender, la superación de los obstáculos, la vinculación con lo social y el plano de la praxis educativa, todo ello como escenario preliminar hacia una axiológica de la esperanza, como constructo teórico, fin último de este texto. A continuación, se exponen los resultados obtenidos a través de una encuesta aplicada a informantes referida a la lectura de la fábula del escritor Richard Bach, (1970): Juan Salvador Gaviota. Según Ramírez (2010). El análisis y presentación de los datos, supone la utilización de criterios preestablecidos que permitan abordar los insumos obtenidos por medio de diversas técnicas e instrumentos de recolección de datos. En este mismo orden, Rodríguez y otros (1996) señalan que los datos recogidos en el campo constituyen las piezas que el investigador se encarga de ir encajando, utilizando la evidencia recogida para orientar la búsqueda de nuevos indicios y permitir obtener más información acerca de la realidad en estudio. Con lo mencionado anteriormente lo que se busca es relacionar la opinión de los sujetos actuantes con la problemática estudiada, en función de la lectura de la fábula que ellos han realizado y sus propias vivencias, las cuales se van a poner de manifiesto al expresar su opinión en cuanto a los valores y sentimientos que despiertan en cada uno de ellos las preguntas planteadas y que van a constituir para los efectos del presente estudio, los hallazgos, los cuales dieron origen al discernimiento entre el ES y el DEBER SER, siendo el centro de ello lo ad-viniente. El análisis de los resultados se hizo en base a la intencionalidad principal y a las intencionalidades de menor alcance que han quedado explicitadas en el Momento I del estudio, así como también atendiendo a las categorías que surgieron en la categorización de las mismas. En efecto, la intencionalidad principal quedo expresada como: Concebir las perspectivas para una Axiológica de la Esperanza en conexión con la praxis educativa. Sentimientos, valores y principios en relación a la disposición por Aprender Informantes Interrogante SA01 1.- ¿Cuáles sentimientos, valores y principios manejas cuando comprendes que como seres SA02 humanos que somos, los docentes al igual que SA03 nuestros estudiantes, en todo momento estamos SA04 dispuestos a aprender? SA05 SA06 SA07 SA08 SA09 SA10 SA11 SA12 SA13 SA14 SA15 SA16 SA17 SA18 SA19 SA20 SA21 SA22 SA23 SA24 SA25 SA26 SA27 SA28 SA29 SA30 Fuente: Griffith, 2019 AMOR LIBERTAD ESPERANZA ALEGRIA FE BONDAD DESESPERANZA MIEDO ODIO TRISTEZA DESCONFIANZA Indicadores x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x Las respuestas de los sujetos actuantes que participan en esta investigación reflejan claramente que están de acuerdo en que los sentimientos, valores y principios referidos al amor, libertad, esperanza, alegría y fe forman parte importante en la disposición que manifiestan por aprender tanto los docentes como los estudiantes, aunque varios de ellos manifestaron que también sienten miedo y tristeza. Al respecto Pérez Esclarín (2004:2) manifiesta que cuando un docente tiene vocación por su labor defiende con coraje la esperanza, la ilusión y el compromiso. Los docentes comprometidos están llamados a ponerle color a la vida y vestirla de ilusiones y de sueños. Soñar y enseñar a soñar a los aprendientes. Soñar que es posible un mundo mejor, donde las personas puedan volver a mirarse a los ojos y sean capaces de verse como hermanos. Es por ello que el docente actual no debe dejar escapar ninguna oportunidad de sembrar en sus aprendientes las ganas de soñar con un mundo mejor y la ilusión de visualizar sus sueños hechos realidad en un futuro cercano, pero eso solo es posible desde el amor y el respeto, tanto por sí mismo como por el prójimo, en medio del sueño de crear un mundo mejor, donde al vivir en sociedad, pueden aprender unos de otros desde la horizontalidad de las relaciones, desde la interrelaciones que se establecen en la complejidad de un mundo globalizado que amenaza con la instauración del pesimismo y la desesperanza mediados por el egoísmo, el miedo y la tristeza de algunos que solo defienden sus propios intereses afianzados en un feroz individualismo que aleja el interés por el beneficio del colectivo. Se vive en un mundo globalizado donde los adelantos a nivel tecnológico y el conocimiento científico no garantizan la calidad y el respeto humanos. Ejemplo de ello es la situación que vive Venezuela muy puntualmente. Donde un reducido grupo minoritario de personas está luchando contra viento y marea por quedarse atornillado en el poder en contra de la voluntad de más del 90 % de la población por lo que han inducido deliberada y sistemáticamente durante casi veinte años una precaria situación socioeconómica tan humillante que ha ocasionado miles de muertes por hambre, falta de asistencia médica y suministros médicos. Pero esto no es lo peor, cada día la situación se agrava al incrementarse las iniciativas de control social como el carnet de la patria, la pensión del amor mayor y la caja del Clap a cambio de la subyugación al poder. Y eso no es todo, en este momento los apagones del servicio eléctrico aunado a todas las demás vejaciones tienen a la población sumida en la desesperanza y en el pesimismo inducidos que aliena e inmoviliza y facilita su permanencia en el poder. En vista de esta situación, el educador auténtico debe interpretar todas estas situaciones y fijar posición según el papel que le corresponde como líder y factor de transformación social que tiene en sus manos la formación de las futuras generaciones, libres de miedo y tristeza, que el día de mañana tendrán en sus manos los destinos del país y es en este momento que se fundan las bases, se forma el espíritu libre y se fomentan los sueños de libertad, de perdón y de respeto por el otro en contraposición con el pesimismo y la desesperanza que el individualismo egoísta ha estado exacerbando y e instaurando en la población. Además, en un mundo cargado de valores líquidos, al docente como líder le corresponde redireccionar valores que emergen en un momento dado hacia el bien común, conjuntamente con los valores instituidos en una sociedad que transita a pasos agigantados producto de las grandes transformaciones sociales, políticas y económicas que la mayoría de las veces conducen hacia una convivencia cada día menos humana, caracterizada por la injusticia, la inequidad, la pobreza extrema, entre otros. Informantes Interrogante SA01 2.- ¿Qué sientes cuando anhelas tanto una meta, que el fracaso reiterado no se convierte en un SA02 obstáculo, sino en un estímulo para volver a SA03 comenzar? SA04 SA05 SA06 SA07 SA08 SA09 SA10 SA11 SA12 SA13 SA14 SA15 SA16 SA17 SA18 SA19 SA20 SA21 SA22 SA23 SA24 SA25 SA26 SA27 SA28 SA29 SA30 Fuente: Griffith, 2019 AMOR LIBERTAD ESPERANZA ALEGRIA FE BONDAD DESESPERANZA MIEDO ODIO TRISTEZA DESCONFIANZA El Fracaso como Estímulo Indicadores x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x Se observa en la tabla anterior que ante la pregunta referida a lo que sienten cuando anhelan tanto una meta, que el fracaso reiterado no se convierte en un obstáculo, sino en un estímulo para volver a comenzar, la mayoría de los sujetos actuantes involucrados en el presente estudio señalaron significativamente que sienten libertad, fe y esperanza, mientras el resto manifestó inclinación por el miedo y la desesperanza. Estos resultados evidencian que la mayoría de los sujetos actuantes son personas con un espíritu proactivo y dinámico que no se dejan doblegar por los fracasos, sino más bien, que estos se convierten en retos para ellos. Por eso es que responden positivamente que ante el fracaso, en primer lugar se identifican con el valor libertad porque se sienten libres para volver a hacer otros intentos; en segundo lugar, también se inclinan por el principio esperanza porque están viviendo sus sueños de alcanzar aquello de lo que están a la espera, lo que les da el impulso para volver a intentarlo con frenesí; y en último lugar, pero no por eso menos importante, ellos señalan el valor religioso de la fe, pues se infiere que ellos creen, saben, están convencidos que su momento de alcanzar el logro de lo deseado está por llegar, por lo que no pueden desfallecer en sus esfuerzos por alcanzar aquello por lo que tanto han luchado. Pero el resto de los encuestados manifestó sentimientos de miedo y de desesperanza hacia el futuro como una clara muestra del pesimismo y la desilusión que embarga a un amplio sector de la sociedad. En este sentido, Bloch (2007:34) expone que “la esperanza es la más humana de las emociones”. De allí viene la fuerza que tiene la persona humana para intentar una y otra vez aquello que desea sin desfallecer porque es parte de su esencia. Hoy más que nunca los educadores comprometidos deben izar sus banderas de lucha ante el fracaso y enseñar con el ejemplo que el que se cae tiene que levantarse y volver a intentar aquello que se desea lograr y sobretodo evitar caer en el pesimismo y en la desesperanza que aliena, que detiene y que mata los sueños y las ilusiones. Dadas las condiciones que anteceden, el docente comprometido con una praxis educativa debe casarse con la formación del ser humano como lo que es, en su existencia en sí y no en las cosas que él puede hacer para producir, para tener, para hacerse de bienes, aunque no los necesite, para luego desecharlos y volver a comprar más. Porque la educación hasta ahora ha estado concebida para formar al hombre para producir y tener, pero a la vez ha diluido las esperanzas del ser humano. Un estudiante no se está formando actualmente para ser una persona o un ser humano, sino para ser competente. Estos son los valores que la sociedad actual ha heredado de la modernidad: el egoísmo y el individualismo, solo se piensa en sí mismo y lo que genera placer en la inmediatez del momento. Para el hombre de hoy no hay otros valores que estos. El verdadero docente, no solamente debe levantase después de cada fracaso en la búsqueda de la creación de una nueva sociedad, de una nueva civilización donde la persona humana sea el eje; basada en principios y valores que faciliten el bien común y colectivo como el amor, el respeto, la libertad, la alegría, la fe y la bondad como valores que constituyen los cimientos de una Axiológica de la Esperanza; sino que enseña a sus aprendientes a creer en sus sueños y en sus ideales; a visualizar ese futuro que desea en cada una de las acciones que emprende, con la conciencia de que eso que espera llegará porque, aunque a veces ha fracasado en sus intentos, ha sido formado para perseverar y volverlo a intentar venciendo con ello al desencanto, al pesimismo y a la desesperanza que se ha instituido en la sociedad actual. La praxis educativa debe direccionar constantemente los valores en sentido contrario al aburrimiento, al miedo, la ira y el desencanto, los cuales son enemigos del futuro. El docente auténtico es consciente de esto y se preocupa por sembrar en los corazones de sus aprendices la ilusión por aprender a volar al estilo de Juan Salvador Gaviota, quien persiguió sus sueños y cada vez que fracasó, se levantó y continuó buscando hacer lo que lo hacía feliz: volar y aprender acrobacias. “ Gaviota que ve lejos vuela alto” (Bach, 1970). Indicadores Informantes Interrogante SA01 3.- ¿Es posible que actuar como Juan Salvador Gaviota produzca en la sociedad ciertas reacciones? ¿Cuáles? SA02 SA03 SA04 SA05 SA06 SA07 SA08 SA09 SA10 SA11 SA12 SA13 SA14 SA15 SA16 SA17 SA18 SA19 SA20 SA21 SA22 SA23 SA24 SA25 SA26 SA27 SA28 SA29 SA30 Fuente: Griffith, 2019 AMOR LIBERTAD ESPERANZA ALEGRIA FE BONDAD DESESPERANZ A MIEDO ODIO TRISTEZA DESCONFIANZ A Reacciones sociales x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x Respecto a los resultados del cuadro que antecede ante la pregunta que se refiere a la posibilidad de que actuar como Juan Salvador Gaviota puede producir en la sociedad ciertas reacciones y cuáles son, los sujetos actuantes que conforman la muestra estudiada señalaron respuestas relacionadas con la desesperanza, miedo, odio, tristeza y desconfianza, aunque un mínimo respondió positivo para los ítems relacionados con la esperanza, la libertad y la alegría. Lo anterior indica claramente las reacciones más comunes de la gente cuando alguien se atreve a actuar de manera diferente atendiendo a otras formas de ser o a que al poder visualizar más allá de sus ojos, con una inteligibilidad que no va en sintonía con los esquemas establecidos, cuando la persona es capaz de romper paradigmas y actuar de acuerdo a sus necesidades e intereses en busca de la realización de sus sueños de libertad, de respeto por las diferencias individuales y por el otro o de amor por sus ideales. Bloch lo aborda como una cuestión que es producto del miedo y del pesimismo instaurado en una sociedad marcada por un relativismo instaurado como antivalor: Solo en tiempos de una vieja sociedad en decadencia, como es la actual sociedad en Occidente, hay una cierta intención parcial y perecedera que discurre hacia abajo. En aquellos que no encuentran salida a la decadencia, se manifiesta entonces el miedo a la esperanza y contra la esperanza. Es el momento en que el miedo se da como la máscara subjetivista y el nihilismo como la máscara objetivista del fenómeno de la crisis: del fenómeno soportado, pero no entendido; del fenómeno lamentado, pero no transformado (p. 3). De allí la importancia que cobra fuerza en la praxis educativa el hecho de enseñar a perseguir los sueños particulares de los aprendientes y que, aunque no se tenga la aprobación de la sociedad y de las personas que los rodean, los estudiantes que son diferentes necesitan el apoyo de los mayores y de los docentes, además deben aprender hacer uso de estrategias de afrontamiento, de coraje, de esperanza, de entusiasmo para resistir los embates de los que no van a estar de acuerdo con su actuación, ya que se viven tiempos donde el relativismo impone la decadencia de los valores fundamentales que le daban sentido a las acciones del hombre, abriéndole camino a un mundo de valores líquidos que se disuelven con la misma rapidez con que transcurren los sueños de aquellos que no los saben defender. He allí un arduo trabajo de reforzamiento y de acompañamiento que el docente debe realizar para consigo mismo y para aquellos aprendientes-Juan Salvador Gaviota que se atreven a pensar diferente, que se arriesgan a ver las cosas desde su propia óptica y a desafiar lo instituido con su forma de actuar desde un punto de vista diferente. Generará rechazo, el odio, el aislamiento para consigo mismo por parte de la sociedad que repite lo instituido, lo acostumbrado, lo socialmente aceptado. Es por esta razón que el maestro auténtico debe practicar la empatía, ponerse en el lugar del joven y tratar de entender porque hace las cosas de manera diferente a los demás, sin decirle nunca que lo que hace está mal tan solo porque no lo hace como los demás lo hacen y lo han hecho siempre. Este comportamiento característico en algunos jóvenes, que puede resultar molesto e incómodo para el mismo maestro inclusive, puede ser llamado comportamiento emergente en un mundo donde se viene abriendo camino un, también llamado, paradigma emergente. Lo emergente genera miedo, angustia, rechazo, odio y desconfianza para el entorno que insiste en lo rutinario y en obedecer reglas establecidas que muchas veces persiguen objetivos perversos disfrazados de buenas intenciones como, por ejemplo, el socialismo del siglo XXI, instaurado por la fuerza en un país que a través del voto rechazó en un momento dado dicha propuesta. La educación en todo caso debe darle direccionalidad a lo emergente hacia la fe, la bondad, la libertad, el respeto y las buenas costumbres, es decir su función es canalizar lo que fluye y emerge hacia la construcción de una civilización distinta basada en los valores y sentimientos que dan sustento al principio esperanza, que como afirmó Ernst Bloch, esta impide la angustia y el desaliento, poniendo alas a la voluntad, al orientar las acciones hacia la luz y hacia la vida. Informantes Interrogante SA01 4.-Llevando esta situación imaginaria al plano de nuestra praxis educativa cotidiana, cuando has tratado SA02 de hacer algo diferente e innovador que no va en SA03 sintonía con lo que siempre se ha hecho, ¿cuáles SA04 sentimientos, valores y principios despiertas en el SA05 entorno? SA06 SA07 SA08 SA09 SA10 SA11 SA12 SA13 SA14 SA15 SA16 SA17 SA18 SA19 SA20 SA21 SA22 SA23 SA24 SA25 SA26 SA27 SA28 SA29 SA30 Fuente: Griffith, 2019 AMOR LIBERTAD ESPERANZA ALEGRIA FE BONDAD DESESPERANZA MIEDO ODIO TRISTEZA DESCONFIANZA Sentimientos en el entorno Indicadores x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x Respecto a los resultados del cuadro, con respecto a la pregunta llevando esta situación imaginaria al plano de nuestra praxis educativa cotidiana, cuando has tratado de hacer algo diferente e innovador que no va en sintonía con lo que siempre se ha hecho, ¿cuáles sentimientos, valores y principios despiertas en el entorno?, la mayoría de los sujetos actuantes arrojaron como respuestas el miedo, odio y desconfianza. Lo anterior indica claramente que para la mayoría de los docentes es evidente que actuar de manera diferente a los cánones establecidos por la sociedad, genera sentimientos de rechazo, miedo, odio y desconfianza en el entorno, al igual como narra la fábula que sucedió con el protagonista de la misma, Juan Salvador Gaviota que, incluso fue arrojado fuera de la bandada por su inclinación constante a hacer cosas diferentes como practicar vuelos rasantes y nuevas acrobacias, cosas que el resto de las gaviotas no acostumbraban hacer, sino que hacen vuelos cortos solo para conseguir el alimento propio de cada uno de ellas. Lo mismo aplica en el plano educativo. Un docente o un aprendiente que haga las cosas de manera diferente al resto de las personas de su entorno, será objeto de críticas, del desprecio, de la desconfianza y del odio de aquellos que acostumbran hacer lo mismo todos los días y de la misma manera. A las personas que tienen puntos de vista diferentes se les cataloga incluso de locas o que han perdido la razón y por eso no les toma en cuenta y hasta se les excluye. En la sociedad actual lo emergente es raro y cuesta aceptarlo. Sin embargo, en relación a los resultados del cuadro anterior, relacionados con los sentimientos, valores y principios que experimentas en tu interior como consecuencia a actuar de manera diferente en la búsqueda de encontrar los sueños y deseos, algunos sujetos actuantes coincidieron en que experimentan sentimientos de libertad, esperanza, alegría y fe. Quiere decir que cuando las personas hacen caso del impulso de soltarse de las ataduras ficticias y actuar a contracorriente de acuerdo a lo que les dicta su propia conciencia pueden sumergirse en sentimientos de libertad, alegría y fe en ellos mismos y en que sus sueños pueden llegar a concretarse y hacerse realidad. Solo hay que librase de las ataduras y mirar, más que con los ojos, con el entendimiento para poder lograrlo. Es decir, despertar del letargo donde hemos estado sumergidos, imitando conductas y sin poner en práctica nuestra propia iniciativa. Al respecto, Morín (1999) expresa a propósito de lo que denominó incertidumbres: Se tendría que enseñar principios de estrategia que permitan afrontar los riesgos, lo inesperado, lo incierto, y modificar su desarrollo en virtud de las informaciones adquiridas en el camino… El abandono de conceptos deterministas de la historia humana que creían poder predecir nuestro futuro, el examen de los grandes acontecimientos y accidentes de nuestro siglo que fueron todos inesperados, el carácter en adelante desconocido de la aventura humana, deben incitarnos a preparar nuestras mentes para esperar lo inesperado y poder afrontarlo. Es imperativo que todos aquellos que tienen la carga de la educación estén a la vanguardia con la incertidumbre de nuestros tiempos (p.20). En los actuales momentos se evidencia que los cambios sociales y culturales que han sido producidos por los adelantos científicos y tecnológicos han sido determinantes en la crisis de valores y los sistemas de creencias de la sociedad. El hecho de que las sociedades de Europa y América del Norte en el siglo XIX hayan cambiado sus formas de vida, mayoritariamente rurales, como producto de la industrialización que siguió a ese periodo, lo demuestra. La moral ejercida y cuidada celosamente hasta entonces por la familia, la escuela y la iglesia empezó a relajarse sin que ninguna otra institución las reemplazara, lo que dio lugar a que la sociedad pensara que el naciente pensamiento científico era la panacea y, por lo tanto, la solución a todos los problemas de la humanidad, desestimando los sistemas de creencias heredados. Por lo que hoy más que nunca se hace necesario que asimilar que la “comprensión mutua entre humanos, tanto próximos como extraños es en adelante vital para que las relaciones humanas salgan de su estado bárbaro de incomprensión” (ob.cit.p.21). Informantes SA01 SA02 SA03 SA04 SA05 SA06 SA07 SA08 SA09 SA10 SA11 SA12 SA13 SA14 SA15 SA16 SA17 SA18 SA19 SA20 SA21 SA22 SA23 SA24 SA25 SA26 SA27 SA28 SA29 SA30 Interrogante 6.-¿Cuáles emociones crees que experimentan tus estudiantes cuando viven este tipo de experiencias? AMOR LIBERTAD ESPERANZA ALEGRIA FE BONDAD DESESPERANZA MIEDO ODIO TRISTEZA DESCONFIANZA Emociones en los Estudiantes Indicadores x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x Fuente: Griffith, 2019 En términos generales, las emociones son un factor de primera línea a tener presente siempre que se necesite, por circunstancias psíquicas, psicológicas, médicas, educativas, terapéuticas u otras, para comprender y explicar el, de por sí complejo, comportamiento de los seres humanos. En la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), a mediados del siglo XX, un equipo de científicos integrado por distinguidos catedráticos de la escuela de psicología de la Universidad de Moscú e investigadores adscritos al destacado Instituto de Psicología de la Academia de Ciencias Pedagógicas, habían acordado, como finalidad de su trabajo: “exponer las conquistas más recientes de la ciencia psicológica y los cambios que se han operado en la psicología en los últimos años” (en Ibáñez, 2002, p. 31). En los resultados de la investigación quedó expresada la importancia de las emociones en las acciones humanas: “Las emociones influyen grandemente para regular la actividad y la conducta del sujeto. Solamente aquellos fines hacia los cuales el sujeto tiene una actitud emocional positiva pueden motivar una actividad creadora” (Smirnov, Leontiev, Luria y otros, 1960, p. 356). Más recientemente, autores como Gardner (1993); Shapiro (1997) y Goleman (1996), han elaborado interpretaciones de relevancia sobre la importancia de las emociones, tanto para el desarrollo cognoscitivo, como el desarrollo psicosocial. No obstante, este desarrollo, en la educación en general, el tema de las emociones de los estudiantes aun no forma parte de programas institucionales, fuera de una u otra decisión aislada, ni de los proyectos de políticas públicas para el Sistema Educativo Nacional. En el contexto de América Latina, valga destacar al profesor Humberto Maturana, Premio Nacional de Ciencias de Chile, ha puesto el énfasis en que las emociones constituyen mucho más que un factor a tener en cuenta para comprender las acciones de la persona humana (ver: Maturana 1990 y 1992). Una de sus tesis principales establece que las emociones, como disposiciones dinámicas, son la base de las acciones y, por tanto, no hay acción humana que no esté determinada por la emoción, pues: [...] lo que connotamos cuando hablamos de emociones son distintos dominios de acciones posibles en las personas y animales, y a las distintas disposiciones corporales que los constituyen y realizan. (…) no hay acción humana sin una emoción que la funde como tal y la haga posible como acto. (…) no es la razón lo que nos lleva a la acción sino la emoción (Maturana 1990, pp. 20-21). Cuando se pregunta entonces, en el caso de la presente tesis, sobre las emociones que expresan los estudiantes ante experiencias novedosas y, por tanto, poco frecuentes como estrategias pedagógicas, pueden verse afectados por la desesperanza, el miedo y la desconfianza, aunque, como expresan los profesores, es un momento de instantaneidad y, una vez que se familiarizan con la(s) experiencia(s) desarrollada(s), por lo general, los efectos de emociones son otros como alegría, libertad y esperanza. Un dato, entonces, es clave: las experiencias pedagógicas promovidas desde el camino de la incertidumbre, puede llevar a situaciones emocionales distintas a las que, en buen sentido, se espera promocionar. Si las experiencias son el cauce pedagógico de acciones a realizar, hay que hacer lo imposible para que las emociones positivas constituyan parte de las acciones de aprendizaje, pues emociones no gratas no llevaran a éxitos en el aprendizaje. Tal como lo señala Ibáñez, (2002): En el caso de la interacción en el aula, las emociones que fundan las acciones de los estudiantes serían determinantes para el curso que sigue su aprendizaje, al favorecer o limitar acciones de una cierta clase según sea la emoción que las sustente. Por ejemplo: un alumno molesto o aburrido no realizará acciones favorables para el aprendizaje de las materias o contenidos tratados por el profesor en ese momento, como manifestar su interés en participar, hacer consultas, pedir nuevos ejemplos, discutir un concepto, etc.; por el contrario, un alumno motivado e interesado sí podrá hacerlo, favoreciendo así la construcción de su aprendizaje (p. 35). Indicadores Informantes Interrogante SA01 7.- ¿Qué crees que se siente al alzarnos sobre nuestra ignorancia y descubrirnos como criaturas de SA02 perfección, inteligencia y habilidad? ¡Capaces de SA03 actuar con libertad! ¡Capaces aprender a volar! SA04 SA05 SA06 SA07 SA08 SA09 SA10 SA11 SA12 SA13 SA14 SA15 SA16 SA17 SA18 SA19 SA20 SA21 SA22 SA23 SA24 SA25 SA26 SA27 SA28 SA29 SA30 Fuente: Griffith, 2019 AMOR LIBERTAD ESPERANZA ALEGRIA FE BONDAD DESESPERA NZA MIEDO ODIO TRISTEZA DESCONFIA NZA ¿Qué se Siente Descubrirnos? x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x La generalizada presencia de la tecnología en sí y de las tecnologías de la información y comunicación, en el marco de componentes representan las características sociales y económicas del siglo XXI, obligan a las instituciones y organizaciones públicas y privadas, a concebir procesos que tengan como objeto la formación integral del personal adscrito. Como parte de ello, se han hecho cada vez más comunes exploraciones educativas orientadas al desarrollo intelectual, junto a otros temas referidos a la salud tanto física como mental, la atención emocional y el fortalecimiento de los valores. Por supuesto, el objeto de todo ello, es que las personas vinculadas a las diversas instituciones u organizaciones, estén preparadas en todo momento, como si de un equipaje se tratara, para sobrevivir y crecer como ser humano integral en cuanto a todas las dimensiones del ser, en un sistema-mundo lleno de extrema complejidad y exagerada competitividad. Por ello, aun contadas, las instituciones educativas, sobre todo en infantil, preescolar, primaria y media, están incorporando, en forma abierta o no, la relevancia del desarrollo del componente socio-emocional, como parte de la visión extendida, denominada educación integral, que ya no implica solo la mención integral en términos de conocimientos y saberes; sino integral en cuanto intenta atender las diferentes dimensiones del ser humano, donde la cognitiva, por cierto, es solo una parte. Tal como lo expresa López (2013): Pero el reto consiste en encontrar la manera de traducir estas palabras en acciones concretas que desarrollen estos objetivos. Si dentro de la misión educativa se encuentra reflejado el interés por el desarrollo emocional del alumno es importante comprender que no basta con un contenido teórico, que por otra parte es también necesario, sino que debemos prepararnos para desarrollar actividades y cultura organizacional que promueva el crecimiento emocional de nuestros alumnos, de los docentes y de toda la comunidad educativa (p. 2). Veamos entonces lo que ocurre en nuestras instituciones escolares, de lo que responden los profesores ante la pregunta: ¿Qué crees que se siente al alzarnos sobre nuestra ignorancia y descubrirnos como criaturas de perfección, inteligencia y habilidad? Los resultados son concentrados y contundentes: libertad, alegría y fe, son las expresiones más reiteradas. Por ello, es sumamente importante que, en términos de las políticas públicas y de las decisiones institucionales, se considere y apruebe un punto cero que permita mantener como requisito que los profesores tengan entre sus responsabilidades, potenciar en sus estudiantes, como fundamento del autoconocimiento, el desarrollo de sus propias emociones y de sus inteligencias emocionales. Respecto a este punto, especialistas como Ibarrola, B. y Delfo, E. (2013) indican que el profesor, entre otras tareas, las siguientes: Expresar adecuadamente sus sentimientos en relación con los alumnos. Utilizar la metodología de planificación en función de metas y de resolución de problemas. Poner en práctica estrategias de automotivación. Controlar sus estados de ánimo negativos y gestionar adecuadamente sus emociones. Manifestar su empatía y capacidad de escucha. Desarrollar conductas asertivas, manejando adecuadamente los conflictos que se produzcan en el aula (p. 33) El esfuerzo, entonces, es insistir en lo que ahora se denomina alfabetización emocional, para construir desde el aula las posibilidades, para que los alumnos aprendan a mirar su estado interior, para descubrir su esencia y mirar su camino a su existencia. Como insiste Ibarrola (2013): “Esta tarea exige dos cambios importantes: que el profesorado comprenda que educar es mucho más que transmitir conocimientos y, que la familia y los miembros de la comunidad se involucren más profundamente con la actividad escolar” (p. 34). Sin embargo, no pasan desapercibidas las respuestas arrojadas por algunos sujetos estudiados que contrastan con lo anterior al inclinarse por la desesperanza, el miedo, la tristeza y la desconfianza como una muestra de la subyugación a lo instituido como una reproducción sin memoria de lo transferido desde lo cotidiano y socialmente aceptado por la mayoría. Informantes Interrogante SA01 9.-¿Qué sentimiento te provoca el comprender que el verdadero aprendizaje comienza cuando ves que SA02 no hay límites para lograr aquello que quieres? SA03 SA04 SA05 SA06 SA07 SA08 SA09 SA10 SA11 SA12 SA13 SA14 SA15 SA16 SA17 SA18 SA19 SA20 SA21 SA22 SA23 SA24 SA25 SA26 SA27 SA28 SA29 SA30 Fuente: Griffith, 2019 AMOR LIBERTAD ESPERANZA ALEGRIA FE BONDAD DESESPERANZA MIEDO ODIO TRISTEZA DESCONFIANZA El Aprendizaje sin Límites Indicadores x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x En mayo de 1979, en la ciudad de Madrid fue presentado el libro Aprender, Horizontes sin Límites, resultado del informe realizado para el Club de Roma, redactado por James W. Botkin, Mahdi Elmándjara y Mircea Malitza. El objeto de la investigación, partiendo del marco donde son cada vez más frecuentes de la vida cotidiana, eventos como la supervivencia, el desarrollo de la humanidad, las continuas oleadas de cambio y progreso, las transformaciones del medio natural y de la propia vida planetaria, estuvo centrado en reflexionar sobre cómo enfrentar tales tendencias y cuáles serían los recursos del ser humano para ello. En la relación de las alternativas, pensadas desde la capacidad autónoma de aprender, una destaca por sobre todas las cosas, pues, cualquier efecto del futuro humano tiene que ser buscado en la única parte posible: dentro de nosotros mismos. Lo que se requiere entonces, es aprender sin límites a desarrollar, con inteligencia, nuestras propias potencialidades. Aspectos como este no son negociables en la educación. Tienen, como bien lo señala Aurelio Peccei: [...] “una importancia extraordinaria debido a los igualmente extraordinarios desafíos planteados por el empuje y peculiar naturaleza de lo que hoy entendemos por progreso” (en Botkin, Elmándjara y Malitza, 1979:119). Ante razón tan vital como la anterior, los escenarios de aprendizaje requieren ser repensados tomando en cuenta el escenario socio histórico, pero también las características tanto de los estudiantes como de los profesores. Si el profesor está comprometido con el sentido que para “comprender que el verdadero aprendizaje comienza cuando ves que no hay límites” y las opciones se concentran en libertad, esperanza y alegría, entonces el plan de trabajo de las alternativas pedagógicas, debe contar con estrategias para excitar estos sentimientos y evitar truncarlos por encima de cualquier cosa. Pues, tal como señala Calero Pérez (2009): [...] “un mejor conocimiento del funcionamiento del aprendizaje como proceso psicológico puede ayudar a comprender mejor, y tal vez a superar, algunas de esas dificultades, adaptando las actividades educativas a los recursos, capacidades y disposiciones de alumnos y profesores” (p. 5). La perspectiva de los “aprendizajes sin límites”, tal como lo señala Calero Pérez de su obra homónima: No busca generar ilusiones sino mayores y mejores trabajos educativos de alumnos, profesores y padres de familia. Consigna experiencias y propuestas de aprendizajes y enseñanzas en sus más nuevos criterios y realizaciones para superar las desventajas del aprendizaje tradicional que todavía subsiste en muchos centros educativos. El aprendizaje no es ni debe ser activismo físico solamente, ni fruto de las desmedidas tareas escolares. Por eso, es nuestro propósito motivar a los agentes educativos la práctica de los avances psicológicos, sociológicos y pedagógicos que apuntan a aprendizajes significativos. (Calero Pérez, 2009, pp. 8) Estar al frente, entonces, del aprendizaje sin límites, y en reconocimiento que puede promover, tal como bien indican los profesores: sentimientos de libertad, esperanza y alegría, es necesario construir una nueva misión en las instituciones escolares: hacerse de estrategias y recursos para promover, constantemente, tales sentimientos. Solo de esta manera tendremos alumnos que amen aprender para transformarse y profesores que enseñen a que los alumnos se transformen. Informantes Interrogante SA01 10.-¿Cuáles emociones piensas que puedes despertar en tus estudiantes si les enseñas que hay SA02 que ver, no con los ojos, sino con el entendimiento? SA03 SA04 SA05 SA06 SA07 SA08 SA09 SA10 SA11 SA12 SA13 SA14 SA15 SA16 SA17 SA18 SA19 SA20 SA21 SA22 SA23 SA24 SA25 SA26 SA27 SA28 SA29 SA30 Fuente: Griffith, 2019 AMOR LIBERTAD ESPERANZA ALEGRIA FE BONDAD DESESPERANZA MIEDO ODIO TRISTEZA DESCONFIANZA Ver con el Entendimiento Indicadores x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x x En una noticia de 2014, titulada “Pidamos al Espíritu el don del entendimiento, ver las cosas como las ve Dios”, se recoge el llamado que al respecto anima el Papa Francisco, Obispo de Roma. Señala el Papa, que, precisamente, Jesús envía el Espíritu Santo, para que así podamos tener el don de entender las cosas como Dios las entiende. Dice: “Es un hermoso regalo que el Señor nos ha hecho a todos nosotros. Es el don con el cual el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del designio de amor que Él tiene por Nosotros ” (Papa Francisco, 2014, párr. 2). En esta perspectiva religiosa, el entendimiento, como un don, está estrechamente vinculado con la fe, pues proviene del Espíritu Santo y está relacionado con: iluminar la mente, entender lo que se enseña, entender en profundidad, abrir la mente, por eso cierra la nota, con un ruego del Papa: “Pidámoslo al Señor, que nos dé, que nos dé a todos nosotros este don para entender cómo entiende Él las cosas que suceden, y para entender, sobre todo, la palabra de Dios en el Evangelio” (párr. 5). En términos de la educación entonces, no hay mucha distancia si comenzáramos a reconocer que todos nuestros estudiantes, sin excepción, tienen el don del entendimiento y, siguiendo la metáfora, no solo apostaríamos al reto de facilitar en ellos el desarrollo de habilidades para que, más allá de ver con los ojos, puedan mirar también con el entendimiento. Vaya reto. Si nuestros profesores indican que la enseñanza también puede promover, mayormente, sentimientos de amor, libertad, alegría y esperanza cuando se desarrolla la enseñanza más allá de la simple mirada, entonces es necesario asumir las reflexiones y las acciones necesarias ante un evento como ese, que, además pueden acompañarse con eventos para el desarrollo y la consolidación de la voluntad y la inteligencia, que en versión de Luengo Navas (2004, p. 37) constituyen parte esencial de la perfección humana. El mismo Luengo Navas aclara: No obstante, hay situaciones en el proceso de enseñanza/aprendizaje en las que el educador ha de seleccionar los contenidos, pero sin intencionalidad ideológica, sino educativa. La instrucción es un proceso de enseñanza en la que el educador elige determinados contenidos educativos para que el sujeto los aprenda con una escasa participación de la comprensión. Cuando los contenidos de enseñanza son organizados intelectualmente, llegando al entendimiento completo de los mismos y estableciendo relaciones cognoscitivas con lo que ya se sabía con anterioridad, se logra un aprendizaje de más calidad por su significatividad y funcionalidad, utilizándose para ello el término de formación. Este tipo de conocimiento le vale al sujeto para seguir indagando, al tiempo que lo puede utilizar para resolver situaciones problemáticas de su vida cotidiana. Sería entonces una enseñanza aprendizaje involucrada de entendimiento, para seguir promoviendo amor, libertad, alegría y esperanza, pero también para tener un aprendizaje de alta signicatividad para la vida, que le facilitarían al educando, no solo la comprensión y entendimiento de lo que sucede en su entorno, sino de su propia participación activa basada en esos mismos valores para encaminar sus acciones hacia lo ad-viniente. Tres partes contiene el texto de Richard Bach. En la primera, el autor despliega la vida a contracorriente de Juan Salvador, quien hacía cosas no usuales en la tradición de las gaviotas, como piruetas en el aire, por ejemplo. Pero la obsesión de Juan Salvador estaba en ser libre, en ser libre para volar y aprender cada vez más acrobacias. Y morir era un riesgo que valía la pena tomar. En la segunda, ya Juan Salvador transciende a otro plano social, donde todas las gaviotas gozan de su vuelo y de ser tratadas como iguales. Claro, ello fue posible gracias al inmenso esfuerzo de trabajar para que ello fuera posible. Al final, en la tercera, queda demostrado que valores supremos como el amor, el respeto, el perdón, la libertad, la bondad y la fe son extremadamente importantes para romper paradigmas, salir de lo rutinario y de lo que la tradición dice que hay que hacer, generando las fuerzas para el cambio, aun a costa de incomprensiones y riesgos. Desde esta inquietud discursiva de Bach, en Juan Salvador Gaviota, se incitó a otra manera de volar, pues “volar de esta manera siempre ha estado al alcance de nosotros, solo necesitamos querer hacerlo” (Bach, 1970). Y, eso, es lo que vendrá a continuación: un esfuerzo de colocar el pensamiento de los informantes, desde la vertiente de los valores implicados en la alegría por aprender, la superación de los obstáculos, la vinculación con lo social y el plano de la praxis educativa , todo ello como escenario preliminar hacia una axiológica de la esperanza, como constructo teórico, fin último de este trabajo investigativo. El análisis que se planteó implicó cierto paralelismo con la metáfora haciendo optar por la visión de proceso que permanece oculto y hasta invisible. El instrumento recreado en la búsqueda de imaginarios planteó con la fábula la interpelación de la metáfora con la vivencia sobre la base de los valores que fueron revelándose en cada uno de los sujetos actuantes. En ese sentido, es bueno hacer notar que estos, sin embargo, como valores instituidos, los que se presentaron revelaron para su control desde la educación muchas debilidades. Se hizo evidente, en la génesis de lo que representaron los hallazgos, una discrepancia realmente alarmante dejando fracturas evidentes en una línea de tiempo, lo que nos obliga a ver en primera instancia un pronunciamiento más de la desesperanza que de esperanza. Así, por ejemplo, nótese que lo que revela el presente es un choque de afectos positivos y negativos, principalmente en este último aspecto donde impera el miedo y la tristeza. Por otra parte, aparece como constante el reconocimiento del fracaso como estímulo, como la lección por aprender, pero que más bien asomamos como resignación o de fatalismo weberiano que deja comprometidas a la libertad, la fe y la esperanza. De igual forma en el aquí y ahora surge un deseo, el de romper paradigmas, pero este viene con el miedo a cuestas y que termina haciendo al docente y al estudiante prisioneros de los paradigmas que son transferidos. Se intenta hacer ver que desde la institución los hombres crean esperanza, pero realmente terminan es creando deseos, solo eso. En lo que respecta a una demanda válida como para asegurar la esperanza es el recurso de la alfabetización emocional, pero esta se ve comprometida al preguntarse a su interior ¿Y quién alfabetiza a los alfabetizadores? A grandes rasgos la praxis del docente no pasa de hacer cosas inusuales porque no hay un futuro construido como sueño. El miedo y la desesperanza operan en ese sentido para negar la libertad a cambio de otro tipo de libertad que es pensada, no desde la otredad, sino de la misma voluntad de poder que se esconde en la norma. No hay duda por lo que se desprende que el asimilarse a la profesión y a la praxis reproductiva de un presente que niega futuro termina trayendo nuevamente las sombras de un pasado para hacerlo solo memoria o recuerdo. No se pasa de la hamartía aristotélica de seguir reproduciendo en el aula el defecto, el fallo, el pecado del otro, en un proceso donde el acto de enseñar se convierte en instrumento de desmovilización o en todo caso en un acto de desesperanza. Visto desde el triángulo, puede decirse: no hay voluntad que no sea la de impedir el vuelo (no educar) al volar (educar). ¿Qué se desprende de esto sino un pasado que se proyecta? Esto traduce en la acción presente un tipo de acción sin reflexión, condicionada por el pasado y negadora del futuro, se intuye que el miedo y la tristeza ya se hacen parte de una rutina que es vía directa a la resignación. El presente se revela a través de una práctica, memorística, libresca y dogmática que niega la aparición de un tipo de conciencia de lo ad – venido, lo que hace vacío el proceso de ser – siendo que amerita el docente para hacerse de esa conciencia de lo ad – venido. Esto sería algo así como volver a las cavernas o en términos de asumir el pensar aristotélico en términos de la educación en la actualidad, reproducir en la docencia el “héroe trágico” que intenta "hacer lo correcto" en una situación en la que lo correcto, no puede hacerse. CAPÍTULO IV 132 Axiológica de la esperanza Posibilidades para una nueva educación Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la UTOPÍA? Para eso sirve: para caminar. Eduardo Galeano La educación es un proceso intencionado donde los valores tienen un peso importante. No existe una educación al margen de los valores. El término valor es producto de la traducción del griego axios, que al tener la misma raíz que axón que significa eje, implica entre sus otros significados originarios, que los valores vienen a ser el eje que rige la vida de los seres humanos. Los valores constituyen la guía de la vida de todo sistema educativo de una sociedad. Entre sus otras acepciones más antiguas, axios “es lo que arrastra por su peso”. Quiere decir que: “Hay en ellos una dimensión o polo objetivo que pesa sobre la dimensión afectiva del sujeto y le arrastra o empuja hacia un comportamiento determinado de aceptación o rechazo” (De la Pienda, 1994, p.11-12). Este autor afirma que la educación, además de axiológica, también es utópica. Ello obedece, en relación a lo primero, a la carga de valores que posee y que rigen y dan sentido, como se manifestó anteriormente, a la vida de las personas y en relación a lo segundo, es utópica porque siempre ha constituido una meta a alcanzar, un horizonte, un ideal. Entre educación, axiología y utopía hay una relación tácita e indisoluble, pero, indudablemente, cada una de ellas tres posee su propia ontología. Además, hay que tener en cuenta que lo que le da sentido a la axiología no son las cosas valiosas o los datos valorativos, sino el sujeto que hace las valoraciones. El sujeto que interpreta y valora los valores como objetivos o subjetivos o ambas cosas a la vez. Cuando se dice que algo es utópico, generalmente se da a entender que no tiene sentido ni siquiera plantearlo porque se trata de algo imposible de conseguir. Sin embargo, una de las acepciones del término actualmente permite considerar que una utopía viene a ser algo así como un proyecto del mejor mundo que se pudiera lograr con vista al futuro, es decir, un “no lugar”, como su etimología indica, por cuanto no existe, aunque pudiera tener la posibilidad de llegar a ser. Construir un mundo mejor donde todos sean felices puede ser considerada una de las más grandes utopías de la toda la historia humana. A propósito de las utopías, Mayor (2015) acota lo siguiente: La utopía libera a los seres humanos de caer en la inercia y la pasividad, de su fijación en el pasado y de la ley del eterno retorno. Es ella la que lleva a tener el futuro como horizonte y la que ha hecho posible los avances de la humanidad en dirección a la justicia, la libertad y la solidaridad, en una simbiosis entre utopía y esperanza, razón y acción, como formulara lúcidamente Bloch en esa enciclopedia de las utopías que es su libro El Principio Esperanza: “la razón no puede florecer sin esperanza ni la esperanza puede hablar sin la razón” (p.266-269). Aunque por lo general se piensa que las utopías son irrealizables, la historia da a conocer cambios políticos, sociales y económicos que hace dos o tres siglos atrás hubiesen sido no creíbles por los seres humanos como, por ejemplo, el hecho de que las mujeres actualmente tengan derecho al voto o la abolición de la esclavitud. Estos son ejemplos de utopías realizadas que en su momento se creyeron inalcanzables, pero que demuestran que, sean realizables o no, las utopías pueden contribuir a mejorar la sociedad en el momento histórico en que se plantean, pero también a mediano plazo o hacia el futuro. Bloch estima la ontología del ser en función de categorías históricas, donde esta da cuenta de una esfera del interior del sujeto y a la vez de otra esfera que contempla su mundo exterior, en virtud de lo cual afirma en su magistral obra que el Ser es ontológicamente “no ser todavía”. En relación a ello, Martínez (2004) acota: Para Bloch, la regla según la cual puede leerse el Ser desde su carencia es el concepto de utopía. La utopía se comprende como un intento de anticipación… que desempeña dos importantes funciones: por un lado, es el punto de apoyo que nos permite criticar el ser presente señalando en ello que todavía no es y está llamado a ser, y por otro, se trata de una anticipación imaginaria que permite el ensayo, que junto a la imagen de identidad que se pretende, muestra los problemas de su realización (p.27). Por ende, la utopía se constituye en la anticipación imaginaria, donde el ser se va fraguando sucesivamente en intentos que al principio pueden no tener gran acierto, pero tienen […] “la tarea de anticipar un sentido que, apoyándose en el anhelo y el deseo, siempre puede llegar a convertirse en realidad o frustrarse ” (Idem, p. 28). En cuanto a lo utópico en el aspecto político, este puede representar una paradoja ya que, en efecto, también puede ser realizable e irrealizable. En un intento por llegar a convertirla en realizable se pueden alcanzar resultados diametralmente opuestos, cuando en lugar de abrazar la bondad y la justicia buscados se encuentra solo violencia, injusticias y maldad con una gran dosis de sufrimientos ante la inexistencia de aquel ansiado bien común compartido por la humanidad que traería bienestar y felicidad para todos en un futuro cercano. El mismo De la Pienda, a propósito de la relación entre la educación, su intencionalidad y los valores, deja expresamente claro lo siguiente: Es algo evidente que toda educación intencional, en sus diversas formas, es todo un mundo de valores. No puedo imaginarme una educación intencional que no esté motivada algún tipo de valores, puedo decir que no estoy de acuerdo con determinados valores de un sistema educativo, pero no puedo decir con fundamento que un determinado sistema educativo carece de valores. El lenguaje educativo es esencialmente axiológico y lo es porque la educación es, por su misma naturaleza, teleológica y axiológica. Los autores ingleses de Filosofía de Filosofía de la Educación, que han prestado especial atención al análisis del lenguaje educativo, han constatado la dimensión emotivo-evaluativa de éste como una constante del mismo. (p. 9). Una orientación como esta solo desemboca en un criterio central: la educación y el discurso de la educación están implicados de diferentes criterios de valoración. En la misma perspectiva de De la Pienda, se trata de “desentrañar los fundamentos ontológicos-antropológicos del mundo de los valores, la razón de su ser y, en lo que sea posible, la razón de su valer” (p. 11). En los términos de la presente tesis, y en el entendido de la articulación absoluta educación-valores, es que se plantea una axiológica de la esperanza desde la praxis educativa. No se trata, se insiste, en una axiológica sustituyente o complementaria de los valores. Se trata, en específico, de abrir las posibilidades para que en la educación pueda ocurrir, entre otros valores reconocidos y establecidos por las políticas públicas, una axiológica de la esperanza, como centro, que pueda promover, a través de la praxis educativa, intencionalidades como amor, libertad, alegría, fe, bondad y confianza, para hacer un muro de contención, a través de la praxis educativa, de factores como miedo, odio, tristeza y desconfianza. De acuerdo con lo anterior Jiménez (2017) afirma que: […] las utopías están estrechamente relacionadas con el “principio esperanza” de Ernst Bloch (2007) inherente al ser humano, a través del cual, por muy desolador e injusto que sea el mundo en el que nos encontremos, somos capaces de imaginar y crear un mundo mejor. (p. 17) La praxis educativa, en un sentido bien distinto al tradicional y a concepciones curriculares recientes, pudiera estar definida por un pedagogo, un maestro con sentido ético-estético para la esperanza. Para apostar a ello, la formación desplegada como responsabilidad y la previa formación docente para el ejercicio, también pudieran estar transversalizadas, en sus prácticas, de la esperanza, de esperanza y utopía para el futuro, pero que se construye en el presente, justamente: en la praxis de la educación. Hoy más que nunca, ante el debilitamiento de valores centrales en la escuela y en las instituciones de educación en general, con una generalizada presencia de escepticismo y nihilismo parte de los cuerpos administradores, de estudiantes y profesores, con inusitado estallido de coachings, influencers, motivadores, emprendedores y similares, donde “los mitos ancestrales caen pulverizados, proponer un sistema de valores o hacer una simple insinuación valoral, más que una osadía resulta una afrenta imperdonable. Más aún si su autoría proviene del Tercer Mundo”. (Ribeiro Riani, 1999, p. 13.). De antemano, así las cosas, vadear las aguas turbulentas de la escuelasociedad para insinuar e incitar a una axiológica de la educación, no estará a la vuelta de la esquina ni de las decisiones ejecutivas. Pero es necesario y urgente hacerlo, pues tan en riesgo está la escuela de verse debilitada en su papel de generadora de valores para la transformación del ser humano, como en riesgo está el ser humano, de menguar su condición humana. Por eso tercia Ribeiro Riani y entona: “Sin embargo, debemos reconocer que es hora de que empecemos a vivir desde nuestras propias coordenadas psicosociales” (p. 11). Esto es más importante, no porque haya que rescatar alguna esperanza perdida, sino por los riesgos de debilidad que ya se han señalado, con énfasis en la generación del futuro. En otros términos, la presente tesis, modestias aparte, puede ser una primera carta en este inmenso juego de complejidades, con una condición elemental: no jugar con cartas ajenas ni extrañas, sino con nuestras propias cartas, que ciertamente ya tenemos. Desde cinco instituciones de la educación básica venezolana, que bien representan buena parte del espectro formativo nacional; desde las voces –no siempre iguales- de docentes; desde nuestras propias ideas y reflexiones. Pero, en fin: totalmente en el marco de nuestras propias coordenadas y con la independencia y la autonomía que perspectivas como estas requieren y que pueden poner de manifiesto el carácter esperanzador que hace que la humanidad no pierda esa ilusión de un futuro mejor donde la educación tiene un papel estelar. Continuando con De la Pienda, éste afirma que “El hombre es un ser utopiante por naturaleza”. Donde naturaleza significa todo aquello que le es previamente dado al hombre en cuanto tal. Entonces la naturaleza del hombre es crear utopías constantemente acerca de aquello que desea que se haga realidad en el futuro próximo e incierto, donde lo natural sería que se estimule desde la educación el espíritu de innovación y de emprender, contrario a las prácticas del pasado que involucran el miedo, la rivalidad, la angustia y la desesperanza. Se trata de una nueva “…fuerza creativa de la utopía cotidiana que posibilita la praxis de la esperanza, y esta implica saberse arriesgar” (Jover, 2006:13). Para hacer realidad el retorno de la esperanza, el sistema educativo venezolano debe poner todo su empeño en devolver a los niños y a los jóvenes, que dan vida a cada una de las instituciones escolares que lo conforman, la alegría de vivir, de ser jóvenes y el derecho a soñar y amar la vida. Esta utopía incluye también a los profesores y sociedad en general, quienes deben creer y poseer conciencia de la vida misma, la esperanza y el futuro. El mismo autor señala más adelante “…la íntima conexión existente entre ética, espiritualidad y compromiso social” (p.23); las cuales, separadas una de las otras son causas de muchas situaciones conflictivas, sin embargo, integradas son fuente de inspiración profunda en la praxis educativa que apuesta por la esperanza. “Una praxis educativa condicionada por la incertidumbre, que es de acciones complejas y de largo alcance…en las que hay muchos actores y agentes implicados ” (p.31). Recuperar y reinventar la esperanza significa impedir que la resignación y el fatalismo se instauren: Tener esperanza significa estar presto en todo momento por lo que todavía no nace, pero en el deseo que ocurra el nacimiento, para lo cual contribuimos con nuestra acción. … La esperanza está presente en la estructura ontológica del ser humano: no solo en su conciencia, en su libertad, su historia, su relación con el mundo y su alteridad, sino también en su subjetividad. Sin esperanza no hay aliento utópico ni tensión radical hacia la plenitud que nos hace humanos (p.43). La sociedad está enferma de miedo y temor a los demás y al futuro, conduciendo a las personas a competir y a rivalizar con los otros en una urbe globalizada, constituyendo los elementos que más daño le han hecho a la humanidad. El amor, la alegría y la amistad acompañados de una gran dosis de generosidad y cooperación son el mejor antídoto para ese miedo, tristeza y desesperanza que agobia al ser humano. La alegría y la esperanza son suficiente motivo para cultivar el amor hacia los otros en vez de la agresividad y la guerra. Buscar en el interior de cada quien la serenidad y la paz en vez de exacerbar la angustia y el estrés; descubrir la belleza de la naturaleza, en vez de ese afán por comprar y tener cosas que a lo mejor ni se necesitan pueden ponerse en práctica para superar un estilo de vida que agobia y sumerge en la infelicidad, la amargura y la desesperanza. Pablo Freire reseña en su libro La educación en la ciudad (1991) que el cambio en el campo de la educación es difícil, pero es posible y urgente, haciendo alusión al desafío educativo que aguardaba con esperanza activa la población brasileña para la construcción de otra escuela con otro rostro más alegre, fraternal y democrático, es decir con otro espíritu. Se trataría de otra nueva escuela en el interior de la vieja escuela, buscando un alto grado de desarrollo a partir de la educación para todos desde sus propias vivencias tomando en cuenta los contenidos programáticos para entender la causa de los problemas que vivencian en su propio contexto: La participación popular en la creación de la cultura y de la educación, rompe con la tradición de que solo la elite es competente y sabe cuáles son las necesidades de toda la sociedad…La escuela como un espacio de enseñanza-aprendizaje será entonces un centro de debate de ideas, soluciones, reflexiones, donde la organización popular va sistematizando su propia experiencia. El hijo del trabajador debe encontrar en esa escuela los medios de autoemancipación intelectual independientemente de los valores de la clase dominante (p.19). Este intento de educación progresista de Paulo Freire busca inquietar a los educandos desafiándolos a percibir que el mundo que les es dado es un mundo donde hay que darse y que puede ser cambiado, transformado y reinventado por ellos mismos desde su propio poder emancipador, desde los cimientos de sus propios sueños soñados despiertos, de ver y vivir un mundo mejor, teniendo siempre presente que la praxis educativa conlleva un proceso de comprensión y la aplicación dialéctica de la inteligencia y emocionalidad en la acción, según la interpretación que hacemos mediados por el triángulo griego que nos lleva a visualizar a la praxis educativa como “praxis creadora”. En ese sentido creemos en el deseo construido asumiendo como eje articulador de la teoría que la esperanza no es ad-viniente, puesto que el hombre es encargado de crearla. Se trata, pues, de visualizar nuevas formas de transformar el mundo capitalista que sumerge y ahoga a la humanidad cada día con más brutalidad e injusticias, donde la corrupción de los valores exige un nuevo horizonte que permita cristalizar los sueños y las ansias de vivir en un mundo mejor desde una educación donde los diferentes actores que intervienen pongan en práctica la creatividad para abrazar la fe, la confianza, la alegría, la solidaridad y la horizontalidad de las relaciones para concretar el eterno retorno de la esperanza. “El anhelo de lo que podría ser, impulsa acciones esperanzadas…es el sueño revelador. Como puede ser el mundo si se sostienen propuestas esperanzadoras que alienta a seguir luchando a pesar de las crisis” (Jiménez, 2017:43). Este es el sentido del hombre como ser devenido. En todo caso, lo último que se pierde es la esperanza, reza un conocido refrán. Por cualquier circunstancia de la vida, la esperanza puede quedar frustrada en un momento dado, porque no es sinónimo de confianza ciega; pero puede sobreponerse y renacer nuevamente con más ímpetu y fuerza para salir del presente oscuro. Es decir, puede salir fortalecida. La frustración de la esperanza constituye una prueba de su gran fortaleza y he aquí la diferencia con Matza y Sikes. Entendiendo, que los valores no son más que principios éticos con respecto a los cuales las personas sienten un fuerte compromiso emocional, por lo tanto sirven de referencia para juzgar conductas, es que asumimos la tarea de plantearnos la locura de educar la emocionalidad como una forma de darle direccionalidad a los valores que emergen por la importancia de éstos a la hora de dar sentido y significado a los acontecimientos de la vida, desde una perspectiva integradora del ser latinoamericano que está a la espera de algo que desea con mucha fuerza y con mucha fe, de aquello con lo que sueña cada día mientras está dormido, pero también mientras está despierto; de lo ad-viniente, lo que está por llegar. En este contexto es donde se hacen presentes las cuatro dimensiones de la comunitariedad: saber, hacer, tener, poder. Esto implica reconocer como fuente generadora de valores a la praxis del hombre sobre esos cuatro ejes, que en condiciones sociopolíticas distintas muestran signos diferentes. Innegablemente que sobre éstas cobran especial significación las condiciones o circunstancias históricas, como presentamos en el gráfico siguiente: Dimensionantes de la comunitariedad y circunstancias históricas DIMENSIONANTES DE LA COMUNITARIEDAD Saber - Hacer - Tener - Poder PRAXIS CIRCUNSTANCIAS HISTÓRICAS Fuente: Griffith, (2019) El hombre, dentro de este modelo que apenas formalizamos, es concebido como un ser en proceso y se hace en la medida en que realiza algo (cuando ese algo se vuelve contra él, se ajeniza, se aliena) y a su vez es realizado (por eso introducimos la noción de direccionalidad en una provocación epistémica a los valores para que emerjan con el signo deseado). Esas circunstancias históricas juegan un papel estelar en el devenir del hombre, que como devenido, constituye el “no-ha-llegado-a-ser” blochiano como provocación a lo que este maneja como conciencia anticipadora en el marco de la tensión que provoca el “soy, pero- no-me- tengo” que sirve de antesala a lo devenido. Es justo este momento cuando los valores entran en una especie de tensión creadora entre los valores instituidos, donde la mano de la norma logra imponerse hacia una socialización formal y lo sumergido que pugna en cobrar sentido o confundirse en ese plano de lo invisible y lo subterráneo. A propósito de este último, ha de destacarse el diktat (anweisung) de la teoría de los valores subterráneos (David Matza y Gresham M. Sykes) para explicar la desviación de la conducta por la desviación de la norma. En efecto la genealogía de esta teoría fue desarrollada bajo el título: “Juvenile Deliquency and Subterranean Values” (1961). La teoría de referencia fue ampliada tres años después por el propio Matza en la obra: “Deliquency and Drift” (1964). Los autores cuestionan con diversos ejemplos y argumentos la premisa que sostiene que los integrantes de una subcultura delictiva (sobre todo en la versión de Albert Cohen) consideran sus comportamientos ilegales como moralmente correctos. Bompadre (2015) al respecto sostiene que las reglas o normas sociales que exigen un comportamiento conforme a valores, casi siempre se formulan en términos categóricos e imperativos: por el contrario, Matza y Sykes presentan la idea de los “valores y normas como guías para la acción contextualizada y de aplicabilidad limitada en función de tiempo, del espacio, de otros individuos y de las circunstancias sociales” (2004: 130, subrayado en el original). Es evidente que hay un acto desviado y un valor subterráneo que se hace presente como actitud y como conducta. Ambas, la primera como predisposición al comportamiento y la segunda como práctica, niegan la esperanza, viven el (del) presente por ir contra la norma. Esto quiere decir que alguien parece haberse hecho dueño de la esperanza al normarla. Mientras, otros la crean soñándola en el deseo, que cuando es reprimido se entra directamente en el campo de la desesperanza, o lo que desde la escuela weberiana se ha dado en llamar fatalismo pesimista. Ejemplo de realismo inquebrantable que llevó a Weber a considerar que hay que resignarse frente a las exigencias del presente, aceptando con ello el "destino de vivir en un tiempo lejos de Dios y lejos de los profetas" (Hinkelanmert). Para Václav Havel: “La esperanza no es la convicción de que algo va a salir bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte”. La esperanza en la vida diaria, motivo de estudio, se constituye como la utopía personal que lamentablemente ha perdido terreno frente a la desesperanza asociada a una experiencia vital vacía, amarga y cargada de sinsabores. Nadie desea una vida así a menos que sea suicida o rendido ceda a la vida y escoja el delinquir como modo de vida. La ciencia de hoy no tiene dudas para señalar que las personas que tienen esperanza o creencias, ya sean éticas o religiosas, son felices. Pero esto nos hace desconfiar en ese tipo de ciencias porque se dejan al margen las circunstancias históricas. Allí en el mismo inicio de la historia, y esta es la constante de nuestra sociedad actual, caracterizada por enseñante y aprendientes que de manera dramática se están formando como personas en desesperanza. La segunda mitad del siglo XX y lo que ha transcurrido del XXI, que tienen en común un auge de la demostración científica y la aceptación únicamente de los datos empíricos probados de manera inductiva, contrasta alarmantemente con una considerable dificultad para mantener un concepto como la esperanza, a menudo maltratado y destruido por la realidad. En la época que nos tocó vivir –la mejor, con los datos en la mano, que ha vivido la historia–, nuestra constitución biológica sigue estando configurada para ir en contra de la esperanza. Lo demuestra el hecho de que para los seres humanos resulta más fácil prestar mayor atención y recordar más vívidamente los problemas y los sucesos desagradables que aquellos momentos felices y placenteros, al menos a corto-medio plazo. Ciertamente, la principal preocupación de nuestra naturaleza es que sobrevivamos, no que seamos felices. Y para eso es una dicha que estemos dotados de mecanismos de defensa que nos permiten prever los posibles peligros, de ahí que aprendamos de lo que hemos sufrido. Lo bueno del párrafo anterior es su condición de articulador con el párrafo que construimos aquí. Pues en ella destacan en un mismo todo el hambre y la esperanza. En un mundo del caos, pero donde Bloch se pronuncia asumiéndolo como ontológicamente un mundo por ser transformado. En ese sentido nos sentimos identificados con el precepto blochiano de que la esperanza es una condición, no solamente subjetiva del hombre, sino una condición de la realidad objetiva en su totalidad. En Venezuela y en muchos países latinoamericanos por el flujo y reflujo político que viene oscilando en ascenso de la izquierda política y su declive, situación que se repite en el campo de la derecha nacional e internacional, la democracia se ha convertido en un objeto de deseo, que en Venezuela, más que todo, por la transición de una democracia representativa a protagónica, ha visto incidir sobre la comunitariedad, esta circunstancia tan teñida de ideologías que impactó los dimensionantes de ella, a saber: la concepción del conocimiento, su aprovechamiento y distribución, lo cual tuvo en principio un auge extraordinario que representó un cambio paradigmático con sus correspondientes valores que se asomaron a esa nueva estatalidad; no obstante, ello reflejó valoraciones hechas por los hombres desde una ideología que finalmente alcanzó su clímax valórico, pero también su declive. Lo mismo se vivió con respecto a los otros dimensionantes con el correspondiente efecto “colateral” sobre la praxis y de ella con los dimensionantes. Tal como se problematizó en el primer momento la situación-problema actual, como una trama compleja, no tardaron en aparecer esos vaivenes en la educación, en los educadores y aprendientes. Lo que es evidente es el fluir natural que se vivió en la primera época de ascenso al poder de Hugo Chávez y que se radicó en lo se dio en llamar poder popular, que en esencia representó solo un discurso políticoideológico. De haber respondido esa estatalidad a la conciencia plena de la necesidad de darle direccionalidad a ese fluir y orientarlo hacia la bondad, como antítesis de la maldad, se hubiese sentido el impacto positivo en la educación dando avances importantes en la construcción de un nuevo ethos. Este análisis aparece representado en la gráfica que se presenta a continuación como un iceberg. El iceberg del flujo de valores Fuente: Griffith, (2019) Los valores son entes ideales por cuanto pertenecen a un plano diferente a lo material. No se ven y tampoco se pueden tocar, pero sabemos que emergen cuando notamos por vía cualitativa un signo, una valoración. No valen por sí solos, son las personas quienes asignan un valor a las cosas; pero para nosotros, ellas están dándole una valoración a la persona por sus decisiones. Los valores ayudan a las personas a tomar sus decisiones, son útiles en sus creencias, sentimientos, convicciones, en las actitudes, juicios de valor y muy notablemente en las acciones que rigen sus vidas. Los valores son útiles para orientar al ser humano para llevar una buena vida, pero todo ello en el marco de las circunstancias históricas, lo que lo ubicaría dentro de un esquema de desarrollo integral. Gastón Berger, (1964) explica refiriéndose a lo que se ha dado en llamar prospectiva: “como una actitud mental de concebir el futuro para obrar en el presente… la mejor decisión no es preverlo, sino irlo edificando. Lo que ocurra… en el futuro dependerá de las acciones que los hombres emprendan o dejen de realizar”. Impregnar la praxis educativa de los pueblos de América Latina de una gran dosis de planeación prospectiva acorde a nuestro contexto, nuestra cultura y nuestros anhelos conduciría por medio de la anticipación a la construcción de futuros, tanto visualizados como deseados. Sin embargo, Jouvenel, (1999) acota lo anterior expresando que los hombres excusan sus acciones aludiendo a que tenían que actuar de determinada manera porque no había otra opción, con lo cual la situación empeora hasta un punto donde no hay retorno, aun y cuando tuvimos la posibilidad de cambiar el rumbo, pero no fuimos capaces de hacerlo. Por su lado, Bauman (2014) muestra cómo la sociedad “líquida” es capaz de diluir los dispositivos productores de sentido de la sociedad sólida, disolviendo también la eficacia simbólica de los mismos. Si las valoraciones que se hacen en una sociedad (líquida) también deben manifestarse en una ética y unos valores de ese tipo que se “encuentran” (chocan) en una especie de nodo ético crítico (o valórico), los valores “sólidos” y “líquidos” de lo que está instituido y lo que emerge como nuevo. Véase aquí la importancia de la educación y sobre todo de la praxis en este proceso. SABER HACER TENER PODER DOCENTE LO INSTITUIDO FUTURO PRAXIS PEDAGÓGICA sometido a valoración APRENDIENCIA COMUNITARIEDAD NODO VALÓRICO CRÍTICO LO SUMERGIDO CIRCUNSTANCIAS HISTÓRICAS Dimensiones de la comunitariedad y circunstancias históricas Fuente: Griffith (2019) Debe entenderse aquí, como afirma Assmann (2002), que las implicaciones pedagógicas sobre el docente y su práctica revelan la unidad orgánica entre procesos cognitivos y los procesos vitales como una misma cosa (p. 23). De allí es posible entender que a partir de la autoorganización se le puede dar direccionalidad a los valores en el marco del ejemplo y su pedagogía. Y aquí podemos decir que radica la clave hermenéutica para entender los dos rumbos que tiene la vida del ser humano tomando en consideración el fluir natural de esos valores que permanecen sumergidos (underground) y sobre todo el papel que toma la praxis del docente en entender a la educación como herramienta de direccionalidad de los valores en el momento en que se da esa colisión entre lo instituido y lo sumergido. Es una necesidad histórica para la educación recuperar su naturaleza dialógica para no perder de vista los rumbos antes citados. Bauman (2014) lo percibe así: Una vida caracterizada por no mantener un rumbo determinado, pues al ser líquida no mantiene mucho tiempo la misma forma. Y ello hace que nuestras vidas se definan por la precariedad y la incertidumbre. Así, nuestra principal preocupación es no perder el tren de la actualización ante los rápidos cambios que se producen en nuestro alrededor y no quedar aparcados por obsoletos (p. 126). Comparando lo que afirma el autor con la realidad actual, caracterizada como la sociedad de consumo, nos resulta cuestionable la ética axiológica de Scheller y su independencia axiológica, porque consideramos que des-historiza o pone al margen de las circunstancias históricas un problema humano que se corporeíza en el hacer, es decir, en la praxis de los hombres. Asumiendo nuestra postura e inscribiéndola en la historia vemos que la tesis de Scheller (pueden existir los valores sin que existan los seres humanos) pierde sentido, pues esa disonancia histórica que se crea en el nodo valórico crítico rebate la polaridad y la jerarquía schelleriana. Lo de Scheller, así entendido, explica la existencia de una sociedad no humana, acaso la sociedad líquida de Bauman (2015), que: “poco tiene de humana porque precisamente no se sustenta en los valores humanos atemporales, sino en los materiales”. Este sería el embrión del individualismo posesivo que se ha convertido en el símbolo dominante de esa sociedad. Actualmente, la magnitud de la crisis en cualquiera de nuestros países latinoamericanos y caribeños, en unos más, en otros menos, nos hace pesimistas. En efecto, el avance arrollador de nuevas formas de conducta no sólo es parte de las dimensiones del individuo, sino que se ha enquistado en los gobiernos en nuestro continente, afectando incluso las políticas educativas por su enorme potencial desintegrador. En este contexto, nos dice Bauman que el “El homo eligens y el mercado de consumo conviven en perfecta simbiosis” (p.215). Resumiendo: el volver a las cosas está por encima del volver al texto y con ello se invoca el “anhelo de rectificación de los defectos de la actual situación humana” con lo que Bauman introduce el concepto de retrotopía y que nosotros encerramos en ese nodo valórico crítico que sin direccionalidad ˗he aquí la importancia de la educación˗ puede apuntar al mal, pero que con ella impulsaría un tipo de vida más en equilibrio con el hombre y la naturaleza. Aquí surge una encrucijada para la acción humana y que tiene un trasfondo ético puesto que puede apuntar al bien, así como al mal considerando –al tomarle la palabra a Bloch- al ser como devenido. Cuando asumimos el valor sumergido y le damos la responsabilidad al e – ducare para que su acción se traduzca en un “fluir dirigido”, lo hacemos conscientes que desde la educación y principalmente desde la aprendiencia, se puede anticipar el hombre a ese “todavía-no-llegado-a-ser” a través de la “conciencia anticipadora” de Bloch, pero asumiendo -y este es el sentido de una nueva axiológica- que los valores no siempre han sido valores. Sino la expresión espiritual que habla de la correspondencia entre el cuerpo y el deseo, he aquí el argumento central de lo que llamamos el axiológica de la esperanza. En la anticipación se manifiesta la vida cotidiana como un sueño diurno que augura realmente desde el presente al porvenir, muy a diferencia de lo que bioquímicamente deja el sueño nocturno que contiene en forma cifrada únicamente restos del pasado, lugares privilegiados donde se avizoran los entornos del futuro anhelado. Son imaginaciones, que Bloch, por ejemplo, se hubiese conformado en ver como la construcción de castillos en el aire que distan mucho de ser castillos reales. Hay diferencias significativas para hacer entender que la anticipación se hace desde el presente, a diferencia del triángulo griego que como herramienta de la prospectiva la ubica en el pasado. ¿Porque cambiar el sentido? Indiscutiblemente que al adoptar la postura de que la esperanza no es ad – viniente, estamos asumiendo contra Kant que su fluir, si bien propicia un encuentro desde el presente al futuro para encontrarse en un tiempo histórico, asume un doble bucle: Futuro Presente Presente Futuro Este sentido es el que habla de la necesidad de soñar y construirla desde el sueño diurno blochiano porque así se grafica y se le da sentido a lo que llamamos el siendo lo que quieres ser y haciendo lo que siempre quisiste. Aquí entra en juego el devenido como proceso, pero que marca la ACCIÓN como tal, en nuestro triángulo recreándolo en la recuperación de la dialéctica, vale decir, cabe llamarlo PRAXIS como equivalente al LOGOS del triángulo griego, donde ésta es vista como voluntad estratégica. Estamos sobre la base más bien. Desde una óptica niestzchana de asumir esa voluntad como poder, pero no como metáfora. En efecto, si Heráclito habla del logos como de la ley y el orden, nosotros asumimos que dentro de ella cabe la norma, regulando, normando, poniendo obstáculos a la acción; no es cualquier acción la que se realiza, sino la que se permite hacer. Entonces, da para pensar que entre el logos y la anticipación hay un elemento que media para que sea ad- venido como estructura dinámica. Se corre el peligro tanto para la esperanza como para la construcción de futuro, pues, este va a depender de la voluntad, pero no de cualquiera sino de quien se haga del poder. Véase así, por ejemplo, como un prospectivista como Ackoff opta por un concepto normativo al partir (¿para la apropiación?) del concepto de imaginario construido racionalmente. Así se carece de una visión multilineal que pueda hacer inteligible la realidad puesto que se escoge como vía la del hombre que se encuentra con el futuro, pero vale preguntarnos ¿y cuando es futuro? Entonces, más que apropiación, y este término va más de la mano del poder que del logos. Lo que hace inaccesible la apropiación, aquí queda desmontada, puesto que no todas las estructuras son visibles. El futuro no se ve. Allí está planteada una relación dialéctica entre lo visible y no visible, entre el contexto – entorno / contexto profundo lo que deja planteado un problema epistemológico. Pues es evidente que la apropiación no va a tener respuesta para los diferentes niveles de análisis que surgirán y que por ende definen a los diferentes niveles de análisis con los que hay que hacerse para poder superar los imaginarios. En la gráfica se hace evidente este contexto teórico en el juego de contextos. La clave radicaría en este caso en el volumen y no tanto en la cantidad, sino en la calidad de ella. Solo así se podría justificar la comprensión de la complejidad del sistema y sus diferentes niveles de estructura. Los niveles de las estructuras son los siguientes: Nivel de los datos, donde está la información simple en tiempo y espacio. Nivel de traducción de códigos, de símbolos, donde se debe hacer una lectura entre líneas. Nivel de significados profundos que abarca los dos anteriores y con mayor información la capacidad de ver más allá de donde ven los ojos. Estructuras sistémicas Tiempo Espacio No visibles Visibles Datos Contexto entorno entorno Códigos SÍMBOLOS Traducción de datos Contexto fondo Significados profundos Redes, Multiplicidad sistémica, interactuante Invisibles Fuente: Baena, (2004) En los trabajos de Michel Godet la prospectiva es ilustrada como la anticipación para la acción. Uno de sus libros se llama De la anticipación a la acción (1993). En el texto recupera el triángulo griego donde el esquema tiene tres puntas y tres colores: el logos (la razón) en azul, la epithumia (los deseos, la emoción) en amarillo, y el ergo (la acción) en verde. Para Godet lo que se anticipa mediante el logos debe pasar por un proceso de apropiación (epithumia) para llegar a la acción (ergo) Godet, (1993). Estructuras Sistémicas de lo Ad-viniente Fuente: Miklos y Tello (2007) Quien educa hoy, lamentablemente educa sin memoria. Esta fractura incide en su práctica que queda relegada a una rutina que desmoviliza, pues pone el acento de la verdad en el currículum. El sentimiento que priva en su práctica es el de aprender la esperanza, he aquí su logos, pero que la fractura que tiene de su presente con respecto al pasado es de signo contrario, la de la desesperanza “dejemos la cosa como está, nosotros no la vamos a cambiar” (SA1). Es el vuelo trunco de Juan Salvador moderno, quien como educador no tiene claro cuál es su nido, le teme al vuelo. Al relacionar EPITHUMIA como deseo con la anticipación se yerra, pues el educador, como ser devenido no se encuentra con su tarea de educar desde adentro, sino que se postra genuflexo ante lo que se instituye. No es la EPITHUMIA, seria en todo caso la anagnórisis, en el sentido de un descubrirse ante él mismo y ante los otros para que tenga sentido su acción con reflexión que es lo que la hace praxis, pero al no darse el descubrimiento, se ignora ERGA y se cae en una práctica discursiva enseñando caletres o verdades establecidas sin pertinencia en un contexto cultural-político-económico. Palabras para encontrarse Nuestros tiempos son tiempos de caos, de un tiempo complejo donde el hombre se ha anclado a un presente que a través de su práctica lo prolonga y a la vez niega el porvenir. Y esto en educación se ha venido percibiendo a través de tres ignorancias. Se ignora la comprensión. La hermenéutica no es comprendida desde su “topos” por lo que desde el aula se enseña a perseguir los deseos. Lo peligroso es que no estamos preparados para dirigir ese fluir natural y en esa ecuación parece más fácil aprender los deseos malos que los buenos (volviendo a la lucha entre la bondad y la maldad) donde es inútil la axiología, mas no la axiológica. La diferencia es fundamental para comprender la esperanza. La axiología queda en la reflexión filosófica sobre los valores. La axiológica trata de la forma como operan los valores como opuestos desde lo invisible. La esperanza constituye el ser que deviene, pero en la mediación del poder queda como ser devenido; espera lo que viene, no hace esfuerzos por construir su futuro ni como apropiación (Lo de compartida nos parece un galimatías en una sociedad clasista, liquida) ni como anticipación. Ello porque se crea una especie de dependencia con respecto a la voluntad, pero de quien ostente el poder. Este se convertiría en el fundamento central de la desesperanza de aquellos maestros que se retrotraen a una condición de nuevos sumisos y reproductores en el aquí y ahora de una mentalidad de “presentismo” sin conexión con la memoria histórica ni mucho menos con la praxis comprometida a salir en búsqueda del futuro que adviene. El quedarse en el presente y prolongarlo es hacer del conformismo una práctica. E aquí donde entra en juego la figura del destino y de la realidad como tal y lo que por ende llevaría a entender que la realidad es un desafío y que hay que 154 enfrentarlo a riesgo de perder ante él, el derecho a soñar despierto en pos de la utopía que se hace concreta cuando el hombre se hace adviniente en la anticipación y desde el presente lo construye. Referencias Ackoff, R. y Emery, F. (1972. On Purposeful Systems. Chicago: Aldine, (2012). Aportes Del Método Fenomenológico a La Investigación Educativa. Revista Latinoamericana de Estudios Educativos. Colombia. 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