CARLOS PADILLA CUMBRES DE TRAICIÓN UNO -¡Cardenal Montini!- Llamó el Rey, con voz de trueno. Una puerta de su despacho se abrió con presteza y apareció caminando la figura lánguida del cardenal. Se detuvo a cinco pasos del monarca que a esa distancia resumaba efluvios de alcohol. -Estoy a su disposición, Su majestad.- le dijo, haciendo una casi imperceptible inclinación con la cabeza. Notó que el rey estaba ebrio y ese era el estado en que había que tener cautela con las palabras. -Dígame, ¿cuándo fue la última vez que me divorcié?- preguntó el rey Vladislav. -Hace sólo dos meses, Sire. Le recuerdo que en Fransville sólo el rey puede divorciarse a discreción. Su Alteza es el Jefe Máximo de la Iglesia y tiene la potestad de decidir al respecto.- El Cardenal fue quien dirigió el cambio de régimen matrimonial, bajo la presión armada que Vladislav VI ejerció sobre el Vaticano, obligando al Papa a decretar esa dispensa para Fransville. Se encontraban en el Palacio de Versilonge, joya arquitectónica sin paralelo en ningún reino europeo en ese instante. Constaba de dos etapas, la primera de las cuales fue ordenada y dirigida por el padre del actual rey. Los inmensos jardines esmeradamente cuidados despedían aromas de las macetas floridas, en todas las estaciones del año, excepto en invierno. Había senderos por los que era posible llevar a cabo caminatas de placer. La sección principal era un inmenso castillo que servía de residencia real y a la vez despacho de gobierno. Los ministros, los consejeros, los miembros de la familia real y los huéspedes de honor tenían asignadas bellas suites que eran atendidas por un gran grupo de sirvientes, ayudas de cámara y ujieres siempre atentos a las necesidades de sus atendidos. Había salones reales de todo estilo: salón de los espejos, sala de pinturas, salón del té para las damas de la corte, salón real, cámara del rey, cámara de la reina y muchos más. El lujo y las riquezas pululaban por doquier. Las colonias proveían el oro necesario para todo ese boato y lujo real. Era el mes de octubre del año de 1413. La Iglesia Católica había pasado por etapas difíciles, especialmente cuando el rey Vladislav VI decidió divorciarse de su esposa Lady Margaretta de Rossellini. Como el Papa no accedió a su deseo ni aprobó esa decisión, el rey invadió el Vaticano, comandando él mismo un ejército de 13.000 mercenarios. Ocupó la ciudad e hizo prisionero al Papa Inocencio III, quien no tuvo más remedio que acceder a las peticiones de Vladislav. Se decretó entonces un régimen especial para Fransville, donde el monarca era la cabeza de la iglesia y sus decisiones tenían carácter de ley ecuménica en todo el reino. Como contra-prestación, el rey nombró Primer Consejero al cardenal Giuseppe Montini. El cardenal Montini era un personaje brillante por su mente rápida y proyectiva. Algunos golpes asestados al reino de Estiria, del cual Fransville tomó más de 20.000 leguas de territorio, fueron exitosos mediante las estrategias diseñadas por Montini. Su personalidad reservada y explícita a su conveniencia le granjearon antipatías de parte de algunos miembros prominentes de la corte, entre quienes estaba el Conde de Licanor, rico terrateniente, dueño de varios castillos y de un ejército privado. El Cardenal era quien, hasta cierto punto, manejaba los asuntos de la política exterior de Fransville, y sus decisiones tenían carácter de mandato real. Aquella tarde de octubre, el Cardenal Montini tendría que lidiar con el carácter volátil del rey Vladislav. Ya era rutinario que Su majestad se emborrachara y, en ese estado de poca lucidez, tomara decisiones que Montini tendría que manejar muy bien para no provocar incidentes notorios. El llamado del rey para exigir un divorcio más era la prioridad de ese momento. -Prepare mi matrimonio con la Princesa Luisa de Poitiers, una vez que se declare público mi divorcio de la Infanta Teresa de Portugal.- ordenó Vladislav. -Como usted lo ha dispuesto, así se hará, Sire.- respondió Montini, retirándose del despacho real. La proclamación del divorcio y el siguiente matrimonio fueron un pretexto más para que la corte y medio continente estuvieran presentes, más por las dádivas y los regalos que Vladislav repartía entre sus invitados. La fastuosidad reinaba en todos los ángulos del palacio. Para ese evento fueron declarados dos días de celebraciones, los cuales brillaron por la calidad de las viandas ofrecidas, los trajes lujosos y elegantes que se lucían por las damas y los caballeros, y por los presentes que se intercambiaban. Un ejército de meseros atendieron el gran banquete, en el que se ofreció faisán relleno de trufas y postres de los mejores chefs del palacio. Las vajillas y los cubiertos eran de oro para el rey y su familia, y de plata para los demás comensales. Todo era celebración en el palacio de Versilonge. Al cabo de esos dos días de celebración, los príncipes y nobles invitados habían disfrutado de las fiestas y también habían firmado tratados que mantenían la fuerza y el poder de sus reinos y posesiones, favoreciendo siempre al reino de Fransville. Pero, lo que nadie sospechaba era la alianza que entre Montini y el Conde Licanor se había empezado a fraguar, ya que ante todos, esos dos personajes se odiaban a muerte. La ambición traicionera no era nada extraño en esos tiempos en que el pueblo llano ni siquiera era considerado en los planes reales, excepto para cobrar impuestos e imponer el servicio militar inobjetable por parte de los monarcas. Por eso, el Cardenal Montini notó que era un buen momento para fraguar un plan en contra de la corona. Sus secuaces eran el Conde Licanor y el rey Fausto, padre de la esposa recientemente repudiada por el rey, y quien poseía uno de los reinos más ricos y fuertes en esos días. El plan del Cardenal empezó a tomar forma la semana siguiente al divorcio del rey Vladislav. En una de las Serranías de la Villa de Oporto, se levantaba el inmenso castillo de la familia real portuguesa, que más tarde sería bautizado como Castillo de Francisco Javier. En una extensa región se encontraban los dominios del Rey Fausto III. No se conocía mucho sobre su familia ya que el no haber participado en alguna de las guerras anteriores lo hacía mantener un perfil bajo. El cardenal Montini decidió hacerle una visita inesperada, que fue bien recibida por el Rey Fausto, pues ya habían intercambiado ideas acerca del comportamiento del Rey Valdislav. Se abrazaron y siguieron a un despacho privado para hablar a fondo del plan que tenían en mente. Allí recordaron que la razón para haber casado una de sus hijas con el Rey Vladislav VI fue la de hacerse conocer y ampliar los dominios de su reino. Sin embargo, tarde se vino a enterar de la conducta licenciosa y desordenada de su recién adquirido yerno. El incumplimiento de las promesas hechas por Vladislav como parte de los regalos de boda a la Infanta Teresa no se cumplieron y más bien se convirtieron en apropiación de la dote que su padre le concedió. Cuando se enteró del repudio hecho a su hija, en medio de escándalos vergonzosos, Fausto no se atrevió a desafiar directamente el poderío de su yerno, pues no contaba con un ejército numeroso ni suficientemente fuerte. Estaban hablando de ese aspecto militar cuando D. Pedro de Souza, Duque de Coimbra y Ministro del Reino, entró al despacho y saludó. Una vez que fue invitado a tomar parte de la conversación, dijo: -Su Eminencia, Sire, les sugiero me comuniquen sus inquietudes para así poder ayudarlos.dijo D. Pedro. -Mi querido Duque, me preocupa el estado de las tropas y los equipos. Necesitaremos pronto emprender una acción grande contra Fransville y no tengo confianza en lo que tenemos.- se quejó el rey. -Eso se puede remediar contratando mercenarios italianos y rusos. El cardenal Montini tiene contactos con los italianos y yo me encargo de contratar a los rusos. Sólo dígame de qué capital disponemos.- expuso de Sousa. -Estoy plenamente de acuerdo. Mi colaboración es definitiva y podemos contar con los italianos. Mi aporte para esta causa será el costo de la contratación y el soporte necesario.- dijo Montini, sonriendo. -Le agradezco ese gran gesto, Cardenal.- expresó el Rey fausto. -Ese será el primer paso para fortalecer las milicias de nuestro ejército. Nos faltaría quién se encargue del entrenamiento.- arguyó el Duque de Coimbra. -El Conde Licanor, muy conocedor de las huestes de Fransville, será el candidato excelente para esa tarea.- ofreció el Cardenal Montini. -¿Cómo podremos contactarlo al respecto?- preguntó el monarca. -No habrá dificultad, Sire. Yo me encargo de ello.- dijo Montini. Los tres altos personajes siguieron hablando abiertamente de su conjura, mientras el viejo ujier, encargado de servirles el vino, se acercaba a llenar sus copas de nuevo. Era un anciano encorvado, de andar cancino. El Cardenal Montini hizo un gesto de sorpresa al ver a un extraño entre ellos. -No se preocupe, Eminencia. Es un viejo sordomudo que lleva al servicio de la casa real más de 20 años.- apuntó D. pedro de Sousa. Esas palabras tranquilizaron al Cardenal. Siguieron, pues, hablando de los planes futuros contra Fransville, mientras el viejo escanciador se retiraba con su andar lento y cansado. No notaron la mirada maliciosa que se dibujaba en su rostro a medida que se alejaba. DOS El viejo escanciador no era parte de la nobleza. Desde que era un niño, empezó a frecuentar lugares de diversión a donde concurrían caballeros de la corte que siempre andaban en búsqueda de entretenimiento. Precisamente, la madre de aquel muchacho era una de las más reconocidas bailarinas de vodevil. Su belleza y la magistral manera de danzar la habían hecho tan famosa que algunos caballeros del palacio real decidieron apostar acerca de quién lograría conquistarla primero. Una de esas noches, en las que ella mostraba su rutina de baile de cabaret, el Conde Ferdinand de Chevigné entabló un diálogo con ella, después de su número. -He notado que usted posee muy buena formación en danza. Permítame invitarle un vaso de vino- dijo el Conde. -Es usted muy amable, Mi Señor.- comentó ella. -Basta con que me llame Conde. A propósito, trataré de adivinar su nombre.- apuntó el noble. En ese mismo momento, Edmund, el hijo de la dama, se acercó y pidió permiso para escanciar el vino en sus copas. Lo hizo con tanta precisión y elegancia que el Conde quedó gratamente impresionado. Luego, se retiró prudencialmente, pero quedando a la vista de el Conde y su madre. -¡Salud!- brindó el Conde. -¡Salud!- respondió ella. -Creo que su nombre es Brigitte.-dijo sonriendo Ferdinand. -No ha acertado, Señor Conde.- comentó ella. -Entonces debe ser,... ¡Amelie!-Está cerca.- dijo ella, sonriendo.Edmund se acercó de nuevo a la mesa y, mientras les servía el vino, le susurró al Conde: ¡ Annette. ! -Mmmmm,.. estoy seguro de que es,... Annette.- dijo el Conde. -Ha acertado Señor Conde.- exclamó ella, riendo a la par con él. Esa noche de aproximación inusual entre un noble y una dama de finas maneras y excelente preparación cultural, se produjeron hechos que cambiarían las vidas de las personas involucradas en ese encuentro. El Conde se prendó de Annette y le propuso que trabajara personalmente para él y su familia en el palacio de Versilonge. Edmund fue contratado como escanciador real (ya había cumplido 18 años). Annette empezó a trabajar como institutriz de los hijos del Conde de Chevigné. Los años pasaron y la presencia de Annette y Edmund se hizo rutinaria en el Palacio. Después de enfermar de los pulmones, la ex-bailarina de vodevil murió en los brazos de su hijo una noche de invierno. Fue tal el impacto de aquella pérdida para Edmund que no volvió a articular palabra ante nadie. Su presencia en el Palacio se hizo familiar y él tuvo la experiencia de ver pasar por el trono de Fransville a tres reyes. Como no se le oía hablar ni participar en ninguna actividad, fuera de ejercer como escanciador, el último rey, Vladislav VI, supuso que el ya anciano servidor de vinos era sordomudo, y así se lo hacía saber a todos. Aquella noche en la que los conspiradores hablaron de sus planes para atacar Fransville y tomar posesión de ese reino, le dieron al viejo Edmund la oportunidad de tener en sus manos uno de los más grandes secretos. Ahora se dedicaría a pensar de qué manera se iba a servir de ello para sacar el más grande beneficio. De lo primero que estuvo muy seguro fue de no poner sobre aviso a Vladislav, pues no valía la pena aliarse con ese rey desordenado y borracho en quien el viejo escanciador no confiaría nunca. Pensó en el rey de España, vecino de Portugal, quien siempre había sido el rival de esos monarcas, especialmente por tener ellos el dominio de las rutas marítimas hacia las Indias Orientales. Edmund pensó que un buen negocio sería vender su información a los Reyes de España de ese momento, Fernando e Isabel, llamados LOS REYES CATÓLICOS. Seguramente, ellos estarían interesados en conocer las andanzas íntimas del rey de Portugal, Fausto III. Al emprender la campaña planeada con Licanor y Montini contra Fransville, Portugal quedaría débil y expuesto a una posible invasión por parte de España. Como aún era algo prematuro emprender esa tarea, Edmund esperó un tiempo más para conocer más detalles de la conjura. Eran tiempos de rivalidades entre las potencias colonizadoras de la época. España, Francia y Portugal se disputaban los caminos terrestres y marítimos para alcanzar las lejanas tierras de las Indias Orientales desde donde transportaban en grandes barcos la seda y las especias que eran tan apreciadas por los negociantes y las cortes reales de toda Europa. Fueron los años en que el comercio de ultramar dominaba e impulsaba el desarrollo de otros elementos culturales. El papel, la pólvora, la cartografía y novedosas técnicas de guerra fueron importadas desde el oriente hacia el occidente por arriesgados aventureros. Marco Polo y otros navegantes adquirieron tal renombre que a esos personajes se les adjudicaban proezas y poderes especiales. El Rey Fausto III de Portugal, apodado "El Navegante", hablaba con su asesor real sobre lo llevado a cabo por un marino italo-español llamado Cristopher Columbus, que había arribado a un "Nuevo Mundo" en busca de otra ruta para ir a las Indias. -Se dice que ese Columbus viajó hacia el oeste en vez de tomar el camino marítimo alrededor del África.- afirmó el rey. -Su Majestad, él lo hizo forzado por dos factores: Uno, la imposibilidad de tomar el Mediterráneo y luego el Mar Índico por estar dominados esos pasos por los Turcos Otomanos, y Dos, para no seguir la ruta del África, ahora manejada por nosotros.- explicó Don Pedro De Souza. -¡Ah, ahora sí veo claro por qué ese personaje me parecía familiar. Él pidió audiencia para que yo le auxiliara con dinero y barcos, pero a mí me pareció más un loco que un navegante serio.- rememoró el rey Fausto. -El turno parece ser ahora de D. Fernao de Magalhaes, el descendiente del marqués de Magalhaes, que tanto colaboró con la Corte. Él tiene la idea de hacer un viaje redondo alrededor del mundo y desea que Su Majestad le dé el apoyo necesario en barcos, dinero, vituallas y hombres.- propuso De Souza. -Lo atenderé en audiencia mañana por la tarde. Encárguese de los arreglos correspondientes.- ordenó el rey Fausto. -Se hará como S. M. lo ha decidido. ¿A las 6 de la tarde, le parece bien?-Si, Marqués.- dijo el Rey y se retiró hacia su despacho privado. TRES El Palacio de Sagres, sede de la Corte del rey fausto III, adquirió gran notoriedad por los lujos y elegantes dotaciones, casi todo traído del lejano oriente. Estaba localizado en la provincia de Oporto y sus terrenos circundantes llegaban hasta el mar. Fue famoso el astillero fundado por este monarca, siempre enamorado de las artes náuticas. Era una época de prosperidad para Portugal y el potencial de hombres de mar era inmenso. De ese gran grupo de aventureros valientes surgió Fernao de Magalhaes, conocido en España como Don Fernando de Magallanes. La tarde de la entrevista de Magallanes con el Rey Fausto no prometía mucho de lo que se esperaba. El monarca, además de ser fanático de los viajes de ultramar, era famoso por su tacañería desmedida y también por desconfiar de quienes le mostraban planes de viajes de los cuales no había garantías de éxito. Cuando Magallanes llegó al Palacio de Sagres el rey le envió un mensaje con su relator, que decía: "POR INCONVENIENTES DE SALUD, NO PUEDO ATENDERLE. RESPECTO A SU PETICIÓN DE AYUDA PARA LA EXPEDICIÓN DE QUE ME HIZO SABER, LE COMUNICO QUE NO HAY POSIBILIDADES PARA ELLO. LE RECOMIENDO ACUDIR A LA CORTE ESPAÑOLA DONDE HAY INTERESES QUE LE PUEDEN FAVORECER." El mensaje tenía el sello real y la rúbrica del rey. La historia refiere todo lo referente a ese famoso viaje alrededor del mundo, del cual fue patrocinadora la Corte Española y que culminó con éxito. Todos esos acontecimientos fueron ampliamente conocidos por Edmund quien también se enteró de que ya se estaban tejiendo los hilos de la trama contra Fransville. Edmund, el viejo escanciador de vinos de Fransville, decidió que ya era hora de viajar a España para buscar una entrevista con el rey Fernando el Católico. Tenía que asegurarse de que ello sucediera pronto, dadas las circunstancias. No era nada fácil para una persona como él llegar al Palacio de Aragón pues había mucho trecho por recorrer. Además, el único contacto fiable para él era Fray José de la Cruz, abad del Monasterio de Santo Domingo, en Zaragoza, ciudad donde se hallaba el Palacio Real. Fray Domingo era el confesor de los reyes católicos y podría servirle a Edmund como vocero para recomendarle al rey Fernando una entrevista para referirle los planes de Portugal contra la corona de Fransville. Era muy factible que aquel monarca se interesara por conocer los vericuetos de la conjura y así, tomar partido. Al menos, eso era lo que pensaba Edmund. Tan pronto logró poner el pie en tierras de zaragoza, Edmund localizó el Monasterio de Santo Domingo. Allí lo anunciaron ante Fray José, quien ordenó hacerlo seguir inmediatamente. Lo condujeron a lo largo de un corredor hasta llegar al despacho del religioso. Al verlo, Fray José le dio un abrazo y lo invito a sentarse. -Es un gran placer tenerlo por estos lares, Edmund.- dijo el fraile. -Para mí es un honor estar con Usted, señor Abad.- respondió el viejo escanciador. -¿En qué podría servirle, querido amigo?- indagó Fray José. -Necesito una entrevista con su majestad el rey Fernando y quisiera abusar de su influencia en la corte, Fray José. -NO hay problema, Edmund. Lo pondré en contacto con el Palacio Real mañana mismo. Esté seguro de que Don Fernando lo recibirá.-¿Qué me sugiere decirle al Rey como saludo?-Sólo inclínese ante él y no tenga rodeos acerca de lo que le va a decir. Él es una persona práctica y gusta de las cosas directas. Eso sí, haga hincapié en darle a entender que usted es un católico creyente y practicante.- recomendó Fray José. Salieron de la estancia donde se encontraban charlando para recorrer los pasillos del monasterio. Fray José condujo al viejo Edmund hasta la nueva capilla que la corona había mandado a construir. Era realmente hermosa, con imágenes restauradas y adornos renacentistas de la época. Hasta allí se desplazaba el Rey Fernando para ejercer su sacramento de la confesión ante Fray José. Quizás por eso, era uno de los lugares más fastuosos y ricamente adornados. Edmund salió de allí no sin antes agradecer a Fray José su atención. Luego, se encaminó por una de las vías que conducían al puerto de Zaragoza. Al llegar allí se acercó a uno de los vigías y le hizo algunas preguntas. -Buenas tardes, ¿le puedo preguntar algo?- dijo Edmund. -Claro. ¿Qué desea saber?- respondió el vigía. -¿Hay por estos lugares una buena taberna?-Sí, desde luego. Al final de este sendero encontrará lo que desea.-dijo el vigía. -Muchas gracias.- replicó Edmund. -De nada.- dijo el vigía, y siguió con su ronda. El viejo escanciador se dirigió hacia el lugar indicado y, después de caminar por diez minutos, divisó un nombre escrito sobre un pedazo plano de madera. Decía, EL GATO NEGRO. Se agachó para entrar, pues la puerta era más bien baja. Dentro, no había mucha gente. Dos marineros se sentaban al fondo mientras la dama a cargo de llenar los vasos de vino cumplía con su cometido. Recordó sus tiempos de escanciador en la corte de Portugal y buscó un lugar cerca a la barra, pues quería saber qué vinos tenían allí. -Veo que hay un buen surtido de bebidas.- le dijo al hombre a cargo de los vinos. -Es cierto, amigo. ¿A quién tengo el placer de servir?- preguntó el vinatero. -Soy Edmund de Bermeo, escanciador de profesión.- dijo el viejo. -¿Es usted el conocido escanciador de la corte Portuguesa?- indagó el hombre. -Lo soy. Mucho gusto.- respondió Edmund. -Yo soy Marco, y todos me conocen como "el pequeño". También soy escanciador de profesión, mas no he laborado para ninguna corte.- explicó el hombre tras la barra. -Bébase un vaso de este buen vino que yo invito para celebrar su presencia aquí.- invitó Marco. Los dos hombres brindaron por la salud de cada uno. Después de un buen rato, Edmund salió hacia la posada donde iría a dormir. No se dio cuenta de dos sombras que lo seguían cautelosamente. Lo último de que tuvo conciencia fue de un duro golpe que recibió en la cabeza. Media hora más tarde, lo despertó un fuerte dolor que no le impidió incorporarse y seguir su marcha. Esa noche no pudo dormir bien. CUATRO El anciano Edmund no lograba comprender el por qué de ese ataque tan sorpresivo. Se imaginó que aquello pudo ser obra de un rufián de los que abundan en los puertos y que atacan a los clientes de las tabernas y las vinaterías. Pero, también pudo haber sido una especie de aviso con respecto a su plan de hacer un acuerdo en el Palacio de Sagres. Comenzó, pues, a prevenirse un poco más. El día anterior, al salir del Monasterio de Santo Domingo, Edmund acordó con Fray José encontrarse a las puertas del palacio el día siguiente, a las 4 de la tarde. Siendo las 3 de aquel día sábado, se decidió a salir al encuentro de su amigo el fraile. A esa hora, los caminos de esa ciudad se notaban llenos de actividad de toda clase. Los caminantes se apresuraban a llegar a tiempo para la misa de las 4, oficiada ese día por el mismo obispo de Zaragoza, que se hallaba de visita en el Monasterio de Santo domingo. Muchos negociantes ofrecían sus mercancías y en cada uno de esos negocios se escuchaban los regateos en cuanto a los precios, que muchas veces duraban horas. En algunos lugares fijos, los banqueros y prestamistas no disimulaban su ansia de hacer usura. Aquel era un puerto de mucho movimiento. Edmund continuó caminando hacia el palacio real, tropezando de vez en cuando con uno que otro transeúnte. Después de subir un atrio empedrado y varios escalones de granito, se vio al frente de dos grandes puertas de madera labrada, guardadas por cuatro centinelas del cuerpo de lanceros del palacio. No se acercó mucho, ya que su cita era con Fray José. Esperó un rato prudencial a su amigo quien apareció un poco jadeante por el esfuerzo del ascenso por el atrio. -Buenas tardes, querido amigo.- dijo sonriendo. Luego agregó: -Perdone mi tardanza, Edmund. Hoy ha sido un poco difícil la movilización por estas calles.-No hay ningún inconveniente, Señor Abad. Es un placer saludarlo.- le respondió el viejo escanciador, extendiendo su mano. -¿Le parece bien que sigamos?- invitó el Abad, moviéndose hacia la gran puerta. Edmund caminó a su lado y vio cómo los centinelas le dieron entrada franca a Fray José. Uno de los soldados les abrió la puerta de ingreso para las visitas. Desembocaron en un largo corredor recubierto con placas de mármol. A lado y lado se hallaban situadas sillas y mesas auxiliares. De las paredes colgaban pinturas cuyos marcos dejaban ver la influencia renacentista del momento. A medida que se desplazaban se iban presentando espejos lujosos y arcos en las paredes. Al cabo de un cuarto de hora, se encontraron ante un elegante ujier que los saludó y los invitó a seguir al despacho real. -No olviden inclinarse y extender su brazo derecho al frente y su brazo izquierdo a la espalda.- recomendó el ujier. -Muchas gracias por el consejo.- dijo Edmund, y siguieron hacia el interior de la estancia. El escanciador no se impresionó mucho por el lujo y el boato exhibido por doquier en el palacio. Él mismo había vivido literalmente en el palacio de Versilonge, en Fransville, durante más de cincuenta años. Allí aprendió los modales cortesanos del momento y toda la etiqueta necesaria para sobrevivir en ese ambiente acartonado y superficial. Permanecieron unos minutos de pie en medio de la gran sala, admirando el despliegue de riqueza y elegancia. De improviso, apareció el Rey Fernando de Aragón, más tarde llamado EL CATÓLICO. Los dos visitantes se inclinaron y saludaron: -El Señor de los Cielos esté con Su Majestad.- dijo Fray José. Edmund esperó hasta ser presentado. -Y con su Reverencia.- respondió el rey. Luego los invitó a sentarse en sillas isabelinas que se mostraban como un semicírculo en aquella amplia sala. Después agregó: -Y, ¿quién nos acompaña hoy?- -Con su permiso me presento, Su Majestad. Soy Edmund de Villars, escanciador oficial del Palacio de Versilonge, en Fransville.- -Bienvenido al palacio, Edmund. ¿Hay algo especial que desee referirme?- indagó el Rey. -Sí, Su Majestad.- respondió Edmund. -Yo me retiro mientras tanto, si Su Majestad lo permite.- dijo Fray José, haciendo una reverencia y encaminándose hacia la salida. -¿De qué se trata eso que usted quiere decirme, Edmund?.-apremió el Rey Fernando. -Es algo sumamente delicado y posiblemente positivo para sus intereses, Majestad.explicó Edmund. -Soy todo oídos.- dijo el rey, arrellanándose en la silla real. A Edmund le tomó más de media hora referirle al rey todos los antecedentes y detalles de la conjura que el Cardenal Montini, el Rey Fausto de Portugal, Pedro de Souza y el Conde Licanor habían preparado contra Vladislav de Fransville. El meollo del asunto era la posibilidad de usar la debilidad militar y económica del reino de Portugal, después de esa campaña, para tomar ventaja y cobrar viejas rencillas por parte de Fernando de Aragón. El sometimiento de Portugal por España era el sueño de los reyes españoles, pues querían consolidar el poder en toda la Península Ibérica y, por supuesto, adueñarse de la ruta de las especias alrededor del África, que era del dominio portugués. Ante ese panorama expuesto por Edmund, no le pasó por la cabeza al rey que había de por medio una traición. Era tan común en esos tiempos esa clase de comportamiento que sólo le interesó saber cómo recompensaría al escanciador. -Mi Jefe del Tesoro le dará a la salida una recompensa de 400 escudos. Por favor, no se presente más por el palacio.- casi ordenó el rey. -Lo que decida Su Majestad es orden para mí y así lo haré. Fue un gran placer servirle.dijo Edmund, a guisa de despedida. Se retiró y, a la salida del gran salón, un ujier lo esperaba con dos bolsas medianas, repletas de monedas de oro. Toda una fortuna. A la salida del palacio, Fray José lo esperaba sentado en uno de los bancos laterales. Edmund se encaminó hacia él y le tendió una de las bolsas. -Para mejoras en el Monasterio.- le dijo. Fray José la recibió, sonrió y dijo: -Para algo ha de servir el oro que éstos zánganos explotan del sufrido pueblo.Los dos hombres siguieron su camino hacia el Monasterio de Santo Domingo, no sin antes dar una visita a la Catedral de Zaragoza. CINCO El gran atrio a la entrada de la catedral era uno de los más bellos atractivos para los visitantes, muchos de los cuales iban a pagar promesas por favores recibidos. También se veía a la entrada, un lugar exclusivo para los pordioseros y menesterosos que dependían de la caridad de los creyentes. Se perfilaban desde afuera tres entradas, una central y dos laterales, constituyendo tres naves. La estructura de las naves se apoya en contrafuertes característicos del gótico tardío. El material constructivo fundamental es el ladrillo, habitual en la arquitectura aragonesa. El acceso principal se realiza por el lado occidental, donde se levantó una fachada barroca clasicista que se encuentra detrás de la actual portada. Era imponente la edificación y mostraba el poder de la iglesia en esa época turbulenta del Renacimiento, años de grandes evoluciones tanto en la cultura como en los descubrimientos. Edmund y Fray José se hallaban sumergidos en ese ambiente de cambios que después significó la parte más significativa de la Era Moderna en la historia. - ¿Desea acompañarme al Monasterio, Edmund?- dijo Fray José. -Le agradezco la invitación, querido amigo, pero preferiría seguir hacia la posada para descansar el resto del día. Mañana saldré temprano con destino a Fransville.- explicó el viejo escanciador. -Otro día será.- replicó Fray José. Dio un abrazo al anciano y se despidieron. -Que Dios y la Virgen lo protejan.- le deseó. -Muchas gracias por esa bendición, Señor Abad. Gloria al Señor.- dijo en respuesta Edmund, y siguió caminando. El viejo escanciador se desplazó por esas calles angostas y empedradas hasta alcanzar la entrada de la posada donde dormiría esa noche. Saludó al centinela de turno y fue directo a su cuarto. Allí pensó en el futuro que le esperaba en Fransville, reino al que se le avecinaban días muy violentos, dada la conspiración que tenía el Rey Vladislav ad portas. El día de su partida, el sol alumbraba pródigamente y el ambiente era de bastante movimiento. Se encaminó al puerto para abordar el barco que lo llevaría a Fransville, reino situado al nordeste de Francia. Lo que Edmund ignoraba en ese instante era que desde Portugal ya había partido la flota que atacaría a Fransville, pues el rey Fausto había decidido vengar el repudio que Vladislav había hecho a su hija, ahora ex-esposa del monarca. En esa condición, era algo menos que cualquiera de las concubinas que conservaba el rey. El Coden Licanor, el cardenal Montini y el Marqués de Souza habían hecho adelantar la fecha del ataque, dado que Fausto III de Portugal había contratado miles de mercenarios y él mismo decidió dirigir esa campaña que consideraba como un desagravio real. El Rey Fernando de Aragón ya tenía conocimiento de todos los pasos de su vecino y sabía muchos de los detalles merced a la delación de Edmund de Villars. Casi en secreto, había ordenado a sus barcos estar listos para zarpar al oeste, y a sus soldados permanecer en pie de marcha para la invasión del reino de Portugal. Por medio de sus espías, Fernando supo que Fausto había abandonado su trono mientras llevaba a cabo la campaña contra Fransville. Su hermano mayor, Enrique, llamado "el taciturno", había quedado como regente del reino. Había contraído matrimonio tardío con la princesa Carlota Corday, sobrina del rey Vladislav de Fransville. Enrique era ya un príncipe de 60 años y su reciente esposa tenía tan sólo 35. Ya eran vox populi los escarceos de Doña Carlota con otros monarcas, incluido don Fernando de Aragón. Por supuesto, ella era la confidente que le ponía al corriente de todos los acontecimientos sucedidos y por suceder en Portugal. En un de esos encuentros furtivos, ella le refería los acontecimientos: -Querido, tú me prometiste la Corona de Portugal cuando todo esto termine. ¿Lo tienes en mente?- decía ella. -Eso no se me ha olvidado, mi princesa. Pero, cuéntame cómo están las cosas en tu casa.apresuró el rey Fernando. -Fausto se ha marchado con sus gentes y Enrique se encierra a beber y a dormir.- refirió ella. -¿Hay barcos en los muelles?- indagó Fernando. -Sólo los del comercio real. Casi no hay soldados porque la mayoría se marchó a Fransville y a Enrique parece no importarle lo que pueda pasar en Portugal.- afirmó Carlota. -Lo mejor para ti será que pases unas semanas aquí, pues habrá movimientos militares en tu reino.-casi ordenó Fernando. -Como tú lo decidas, querido.- aceptó Carlota. Aquella charla entre los dos conspiradores apuntaba al inicio de grandes cambios en el panorama político, cultural y social de toda la Europa de Occidente. SEIS Doña Carlota Corday, princesa de gran poder en la corte del rey Vladislav VI de Fransville, era una dama distinguida que frecuentaba pitonisas y adivinadores, dado su interés en saber acerca de los futuros pasos de su cuñado Fausto III de Portugal. Uno de sus augures favoritos era un tal Magnus, llamado el mago por quienes afirmaban que no sólo podía ver el futuro sino que también le atribuían poderes alquímicos especiales para fabricar oro a partir de cualquier otro metal. Disfrutaba de una riqueza inmensa con la que había logrado comprar el título de nobleza que tanto ansiaba. El Rey Fausto en persona lo invistió de su nuevo título como el Marqués de Sajonia. En esos días se hallaba visitando en la corte portuguesa a Doña Carlota. Esa tarde, casi anocheciendo, Magnus caminaba lentamente a lo largo de uno de los pasillos del palacio lusitano. Se entretenía mirando las pinturas que colgaban de las paredes mientras se aproximaba a la estancia donde generalmente atendía a la princesa Carlota. Ese día el esposo de la famosa dama, Don Enrique, "el taciturno" estaba recorriendo uno de los feudos que su hermano Fausto le había encargado para regir, mientras marchaba hacia la guerra contra Vladislav, en Fransville. Cuando Magnus llegó frente a la gran puerta del salón donde se suponía que Doña Carlota lo esperaba, vio un detalle que lo sorprendió. La puerta no estaba asegurada ni había centinela alguno al frente. Decidió seguir adentro y sólo tuvo que dar unos pocos pasos para quedar estupefacto al ver una escena espantosa. Doña Carlota yacía sobre el piso alfombrado y su sangre teñía el azul de su lujoso vestido. El mago, ahora Marqués de Sajonia, se arrodilló y palpó el rostro de la dama, pero ya era tarde. En ese preciso instante, entró al recinto su esposo, Don Enrique, y al percatarse de la escena macabra, sólo atinó a gritar: -¡Guardias! ¡Detengan a este hombre, que ha asesinado a mi esposa!-¡Pero, Su excelencia, yo no he cometido ningún crimen!- atinó a exclamar El Marqués. -¡Aprésenlo de inmediato!- ordenó a los cinco guardias que llegaron corriendo. El Marqués de Sajonia fue conducido enseguida, con sus manos atadas a la espalda, a uno de los calabozos del Palacio. Fue tal el caos generado por el acontecimiento, que las damas de compañía de la finada no cesaban de llorar y lamentar lo ocurrido. El Consejero Real, Don Pedro de Souza, acudió al llamado de Don Enrique con quien dialogaron acerca de la tragedia ocurrida. Siendo Don Enrique, hermano del Rey Fausto, el tratamiento que se le daba era el de SIRE, Príncipe Regente. -Siento mucho lo ocurrido a su esposa, Sire.- se lamentó Don Pedro. -Muchas gracias, Señor Duque. Esto que ha pasado tendremos que hacerlo investigar hasta las últimas consecuencias. Le ruego que encabece la comisión para esclarecer el hecho.- casi ordenó el Regente. Los dos estuvieron de acuerdo en que habría que tratar el caso con mucha cautela, evitando el escándalo en la corte. Además, la popularidad que Doña Carlota había obtenido por sus numerosos escarceos reales exigía llevar a cabo la investigación casi en el anonimato. Se organizó así, un grupo de letrados en leyes y un juez máximo que serían aconsejados por Don Enrique y Don Pedro de Souza para que el mago fuera declarado culpable y ajusticiado en una de las mazmorras del palacio. No habría dificultad en llevar a cabo ese tratamiento sigiloso del caso, dado que el familiar más cercano de la dama asesinada era el rey Vladislav, pero él estaría muy atareado respondiendo al inminente ataque de las tropas del Rey Fausto. Las cosas se dieron acorde con los planes fraguados por los poderosos. El entierro de Doña Carlota se dio en la más privada de las ceremonias, para la cual se aprovechó la visita del cardenal Montini al Palacio de Portugal quien prefirió estar lejos de su rey, Vladislav, durante la guerra que Fausto estaría librando contra aquel personaje sombrío. Después de un simulacro de juicio contra Magnus, el nuevo Marqués de Sajonia, y que sólo duró una hora, aquel fue declarado culpable de asesinato de un personaje real. Ese crimen estaba penalizado con la horca. Al amanecer de ese mismo día, el verdugo cumplió con su trabajo y el mago fue ajusticiado. Todo era sigilo y voces bajas en aquel palacio, donde la autoridad brillaba por su ausencia. Don Enrique, encargado de la corona por su hermano el Rey Fausto III, no proyectaba la imagen necesaria para mantener firme la corona. Ese ambiente trascendió hasta Zaragoza, donde Fernando de Aragón esperaba el momento más propicio para ocupar Portugal, por razones políticas, principalmente. SIETE El regente Don Enrique realmente sentía que había resuelto el asunto del crimen de su esposa Doña Carlota. Sin embargo, muy en su interior, experimentaba una especie de liberación, pues el nombre de la dama estaba circulando de boca en boca tanto en el Palacio como en los reinos vecinos. Sus continuos y no tan disimulados escapes hacia el reino de Aragón eran la comidilla en el reino de Portugal. Por esos motivos, Don Enrique sintió que se había quitado una especie de peso de encima al morir Doña Carlota, pues sus inquietos devaneos y el carácter pícaro de ella, no le favorecían en absoluto. Las noticias de lo ocurrido en Portugal no tardaron en conocerse en el reino de Aragón. A Fernando no le importó mucho la muerte de su concubina, a quien sólo le reconocía sus buenas dotes de espía. Por ella, él supo que el momento era propicio para empezar y llevar a cabo la invasión de Portugal por España, ya que los reinos españoles se habían consolidado al contraer nupcias Don fernando de Aragón con Doña Isabel de Castilla, a quienes se les empezó a llamar LOS REYES CATÓLICOS. Ya se hablaba en toda Europa del poderío español de ultramar, especialmente después del primer viaje de Don Cristopher Columbus hacia tierras desconocidas, tropezándose accidentalmente con todo un mundo nuevo. Inicialmente, no hubo derroche de riquezas ni tesoros al regreso de Columbus, pero el potencial colonial y ultramarino de España era indiscutible. Con el ego más crecido por los logros recientes, Fernando decidió dirigir personalmente y respaldar económicamente la invasión de Portugal, ya que Doña Isabel estaba financiando la expedición a América con su propia riqueza. Encargó al Condestable Don Francisco de Borbón el comando de las fuerza marítima compuesta por 30 barcos equipados con cañones y bombardas, además de transportar marinos expertos en el manejo de la espada. Las fuerzas de tierra estarían bajo el mando del Condestable Juan de Toledo, quien ostentaba el título de "pacificador de los moros". Eran muy conocidos sus arranques sanguinarios cuando comandaba sus soldados al tomar un poblado. El día miércoles 28 de junio del año 1505, al amanecer, zarparon los barcos españoles con rumbo a los puertos portugueses. Tarde se percataron en el palacio de Oporto de la inminente invasión. Por tierra, ya la caballería de Castilla, dirigida por el marqués de Sidonia, se encaminaba hacia las montañas de Malhao y las serranías de Nogueira y Mogadouro, fáciles de atravesar por su baja altitud. Las fuerzas portuguesas no tendrían el tiempo suficiente para prepararse ni para trasladarse a los lugares estratégicos del reino. Don Enrique, el regente en nombre de Fausto III, rey de Portugal, decidió ofrecer la capitulación ante el desastre tan inminente. El Consejo Real estuvo totalmente de acuerdo en la rendición, bajo las siguientes condiciones: 1.- Habilitar tres pasos terrestres a través de las sierras portuguesas para el paso de la caballería española. 2.- Compartir el uso del muelle de Oporto sólo en determinadas circunstancias. 3.- Pago de 200.000 ducados de multa a Don Fernando de Aragón. 4.- Ceder 300 fanegadas de los terrenos al occidente de la Serranía de Nogueira para que los españoles construyan un asentamiento de observación. 5.- Co-administrar la vía marítima hacia las Indias Orientales, alrededor del África. 6.- Darle una vigencia de 2 años a este acuerdo, declarándose terminado en sus funciones al cabo de ese plazo. En realidad, el punto 5 del tratado era el que importaba a la Corona Española. Los turcos habían invadido Constantinopla e impedían los viajes al este por el Mediterráneo, pues tal bloqueo significaba sostener una guerra contra esos invasores. Fernando el Católico estuvo completamente de acuerdo al evitar derramamiento de sangre y continuar, de cierta manera, una buena relación con su vecino de occidente. La vida monárquica no era tan sencilla de sobrellevar, según parecía. Una hija de Fernando el católico, Catalina de Aragón, se convirtió en la primera esposa del rey Enrique VIII de Inglaterra. Ella tenía parentesco con la Casa Inglesa, pues era la bisnieta de Catalina de Lancaster y había sido ofrecida como esposa de Arturo de Gales, primogénito de Enrique VII de Inglaterra. Poco tiempo después de su primer matrimonio, su esposo murió a causa de fiebres producidas por el "SUDOR INGLÉS". Una vez muerto Enrique VII, ella se casó con el heredero Enrique VIII, quien la repudió más tarde por casarse con una concubina llamada Ana Bolena. Todo ese barullo real produjo varios cambios de fondo en la política de los reinos de ese momento histórico. El rey inglés se convirtió en Jefe de la Religión y surgió así el ANGLICANISMO, una ramificación del Protestantismo, recientemente instaurado en Alemania. La Corona Española empezó a acunar un odio en contra de los Ingleses, que más tarde significó una ruptura violenta que se convirtió en una de las guerras más connotadas de la historia moderna. Mientras tanto, el rey Fausto III de Portugal logró su cometido y venció en franca lid a Vladislav VI, en Versilonge. Así, Fransville se convirtió en una colonia de Portugal, que más tarde recuperó su lugar como potencia descubridora y colonizadora. El Cardenal Montini aún conservaba su lugar como Ministro asesor de la corona de Fransville en el momento de la invasión portuguesa. Y fue, al producirse la ocupación, cuando Edmund retomó su labor de escanciador real, a su regreso de España. OCHO Las condiciones de la rendición de Fransville a Portugal conllevaron la situación de colonia, que en nada favorecía el desarrollo de aquel reino. A su vez, Portugal había sucumbido a la invasión de Fernando y también se habían cambiado su naturaleza política de tal manera que, como Fransville, no conservaría libertad plena para su futura realización como estado monárquico. Aquella era una especie de mala jugada de la historia política de Europa, y ante esa suerte de impasse, tendría que re-diseñarse el juego de las alianzas y las concesiones. Por ello, tan pronto reasumió sus funciones en Fransville, Edmund decidió hablar con el Cardenal Montini, quien había tomado las riendas del gobierno debido a la muerte del rey Vladislav VI a manos de Fauso III de Portugal. Fransville se hallaba sin mandatario real en ese momento, pues el monarca no dejó descendencia. En el despacho del Cardenal se hallaban reunidos Montini, Licanor y Edmund, a quien le reconocían buenas dotes diplomáticas por el manejo que hizo de su entrevista con Fernando de Aragón. -Ya sabemos de su verdadera condición y perfecta lucidez, Edmund.- dijo Montini. Edmund se levantó de su silla e inclinó su cabeza al decir: -Eminencia, nunca quise ofender a nadie con mis acciones y siempre fui leal en mi trabajo.-No tiene que explicar nada al respecto, Edmund. Comprendemos su posición y deseamos hacer buen uso de sus méritos y capacidades diplomáticas.- acotó el Conde Licanor. -Es por eso que lo vamos a relevar de su posición como escanciador real. A cambio, lo nombramos Primer Asesor de la Regencia.- planteó el Cardenal Montini. -Es un gran honor el que ustedes, Sires, me están ofreciendo. Pero, hay una dificultad para yo poder aceptar tan magnífico ofrecimiento de su parte.- acotó Edmund. -Y, ¿cuál es esa dificultad?- preguntó el Conde. -Yo no tengo ningún título nobiliario.- explicó Edmund. En ese momento, el Cardenal Montini fue a su escritorio y sustrajo de una de las gavetas un pergamino recién elaborado. Lo desplegó ante los presentes y dijo: -Por medio de éste decreto de la regencia, se le hace patente el título de Conde de Landau, como reconocimiento a sus raíces nobles por parte de su Señora Madre, quien se había casado en secreto con el Conde Ferdinand de Chevigné y Landau, a la muerte de su esposa.- dijo Montini. -Le ruego se acerque a firmar el acta correspondiente, Señor Conde.- invitó Licanor. Edmund nunca se hubiera imaginado que el destino había dado semejantes virajes en su favor. Firmó el acta y agradeció aquel gesto inesperado de parte de quienes estaban a cargo del gobierno de Fransville. Así fue como Edmund de Villars se convirtió en Conde de Landau y vino a formar parte del gobierno de Fransville como Primer Asesor de la Regencia, lo que a su vez significaba ser Vice-Regente del reino. Desde esa posición le sería propicio llevar acabo una nueva negociación con el Rey Fausto III de Portugal y lograr así mejores condiciones políticas. En charla privada con el Cardenal Montini, Edmund propuso un primer paso a seguir. -Eminencia, creo que deberíamos resolver lo más pronto posible el problema de quién se debe sentar en el trono de Fransville.-Tiene razón, Señor Conde. Yo también he pensado en posibles candidatos para esa posición tan delicada.- dijo el Cardenal. -¿A quiénes se refiere Usted?- indagó Edmund. El Cardenal Montini le tendió un pergamino donde se hallaban escritos los nombres y los títulos de quienes eran parientes del finado Rey Vladislav VI. Edmund leyó lo escrito y se detuvo en uno de ellos. Luego, preguntó: -¿El Rey Luis XII de Francia era medio hermano de S.M. VladislavVI?-Usted lo ha dicho, Señor Conde. Y él es el familiar más cercano.- anotó Montini. NUEVE La sola idea de compartir la corona de Fransville con el monarca francés le martillaba el cerebro al Cardenal Montini. Para un rey, en aquellos tiempos, no era nada extraño ceñir sobre su cabeza real más de una corona. Recordaron el caso de Carlos I de España, quien a la vez heredó el imperio de Alemania con el nombre de Carlos V. Por ello, para Montini, en el caso de que Luis XII decidiera reclamar lo que le pertenecía por derecho propio, aquello significaría el final de su sueño remoto de hacerse coronar como Rey de Fransville. El único requisito que debería cumplir era el de haber alcanzado el solio Papal. En ese caso, no había ninguna legislación o acuerdo que impidiera que un Papa fuera coronado Rey. Así las cosas, el cardenal Montini propuso al Consejo Real de Fransville considerar el nombramiento de Edmund, ahora Conde de Landau, como Regente interino para poder desplazarse con libertad hacia Roma y, desde allí mismo, llevar a cabo una campaña fuerte y demoledora para aspirar al solio pontificio, especialmente ahora que el Papa en funciones, Inocencio III, se había desprestigiado enormemente por haber auxiliado con soldados, armas y dinero al Rey Fausto III de Portugal en su guerra de sometimiento a Fransville que en el presente estaba sufriendo una penosa capitulación ante Portugal. Después de una semana de debates, discusiones e intervenciones de varios Duques y Condes de Fransville, se acordó nombrar al Conde de Landau Regente oficial del Reino, por tiempo indefinido. Montini tenía diferentes variables en sus planes políticos. Uno, era hacerse nombrar Papa; dos, coronarse Rey de Fransville; tres, invalidar el acuerdo de rendición ante Portugal. Su ambición no había decaído con los años. Por el contrario, se había aumentado de una manera casi voraz. Por medio de una ceremonia solemne, donde el Cardenal Montini mostró su verdadero poder ante la corte Fransvillense, fue proclamada la investidura de Regente del Conde de landau. A partir de ese momento, Edmund era la más alta autoridad de Fransville, con las atribuciones de un monarca no coronado. Usando su poder en el gobierno, destituyó al Conde Licanor de su dignidad como Tesorero Real y se hizo cargo directamente de las arcas del reino. Condenó a muerte a Don pedro de Souza, Duque de Coimbra, acusándolo de traición y malversación de fondos reales. Finalmente, nombró como Consejero personal a su hijo adoptivo, Arnaud, a quien le había hecho reconocer el título de Marqués de Giscard, otro de los títulos nobiliarios que heredó a la muerte del Conde Ferdinand de Chevigné, su padrastro póstumo. Edmund de Villars estaba empezando a saborear las mieles del poder sin habérselo propuesto. Parecía que los hados del destino se habían confabulado a su favor y no era el momento de mostrar ni humildad ni debilidad. De acuerdo con los acontecimientos acaecidos recientemente en su vida, una al principio fugaz idea empezó a tomar forma en su cerebro. En ese momento de la historia, él estaba descubriendo que no había límites para lo que se propusiera lograr. Había aprendido que la lealtad no se podía disimular indefinidamente y que, tarde o temprano, la verdad se manifiesta. Por ello, decidió actuar de la manera más honesta posible, creyendo en cada paso que iba dando. El día anterior a la partida del Cardenal Montini hacia Roma, los dos jerarcas del gobierno de Fransville se reunieron privadamente para ultimar los detalles de la Regencia que habría que llevar adelante especialmente ahora que el Reino necesitaba proyectar una nueva imagen de poder. -Querido Edmund, dejo en sus manos la marcha de progreso y reconstrucción que hemos iniciado en ésta nueva era.- expresó Montini. -Espero no defraudarlo, Giuseppe. Puede confiar en que sus líneas de gobierno seguirán funcionando.- le respondió Edmund. -Hay un asunto que le concierne directamente, Señor Conde.- dijo el Cardenal Giuseppe Montini, poniéndose de pie. -¿A qué se refiere en particular?- indagó Edmund, incorporándose de la silla que ocupaba. -Es la anulación de las condiciones deshonrosas del tratado de rendición ante Portugal.respondió. -¡Ah, eso! - exclamó Edmund, tomando entre sus manos un escrito recientemente elaborado. El cardenal Montini recibió el pergamino que Edmund le estaba tendiendo. Lo leyó atentamente y dijo: -Dejo en sus manos el manejo de las relaciones con Fausto de Portugal. Si logra usted que este nuevo tratado se firme habremos logrado recuperar nuestro prestigio y poder en Europa.- vaticinó Montini. El nuevo escanciador real se acercó y sirvió vino de Burdeos en las copas doradas que sostenían los actuales dueños del poder en Fransville. Luego de lo cual se retiró ceremoniosamente. -¡A nuestra salud!- brindó el Cardenal Montini. -¡Salud!- dijo Edmund. DIEZ Después de la muerte del rey Vladislav VI, Fransville empezó a experimentar los cambios propios de un reino que casi queda en ruinas como consecuencia de la guerra. El Rey Fausto III de Portugal fue inclemente en sus ataques al Castillo de Versilonge. Dos almenas, un torreón, la barbacana, el puente levadizo y la Torre del Homenaje sufrieron daños muy serios por los proyectiles disparados con las gigantescas catapultas que poseía el ejército de mercenarios proveídos por el papa Inocencio III al rey de Portugal. Habría que destinar una buena parte del presupuesto de gastos para reconstruir esas secciones del castillo. Para ese menester, Edmund encargó a su hijo adoptivo Arnaud que ahora era su Consejero Real. Hablaban mientras caminaban a lo largo del pasillo central del palacio. -¿Cómo te sientes, ahora que tienes un cargo de alto poder?- inquirió Edmund. -Padre, pertenecer a la nobleza es algo delicado pero ahora con la Consejería me siento mucho mejor.-dijo Arnaud. -Tendrás que hacer un estimado de los posibles gastos a llevar a cabo para las refacciones del castillo y mantener un ojo sobre los contratistas para que no haya dilapidaciones.aconsejó Edmund. -Tienes razón, padre. Los daños producidos por la guerra fueron grandes y serios. Necesitaremos de los mejores ingenieros del reino para esos menesteres. Yo los contactaré y te haré saber sobre lo que será necesario.- dijo Arnaud, con un gesto fugaz, percibido por su padre. Algo que Edmund, nuevo Regente del reino, no sabía acerca de su hijo adoptivo tenía que ver con su comportamiento antes de ser favorecido con el título nobiliario de Marqués. En repetidas ocasiones él se vio enredado en andanzas "non sanctas" y fue detenido varias veces por "robo y daño en bien ajeno" en una provincia cercana a Versilonge. Hacía poco tiempo que había empezado a vivir en el palacio en compañía de su padre adoptante y ello no le dio lugar a Edmund para enterarse de que su hijo no era exactamente lo que él imaginaba. Siguieron caminando por el corredor de los espejos durante más o menos quince minutos. Después, se despidieron y cada uno tomó un rumbo diferente. Edmund decidió salir al prado frontal del palacio para disfrutar de los aromas de los jardines. Es de anotar que dentro de los terrenos del castillo se había construido el palacio, con el fin de brindar más protección al Rey y a los miembros de la Corte, que vivían allí. Las arboledas y los prados se mantenían muy bien cuidados por un grupo de jardineros reales. Era el final de la primavera pero el verdor aún permanecía latente en todo ese paisaje. Edmund se sentó a un lado de la fuente que regaba los jardines. Pensaba en los extraños giros que había dado su vida en los últimos días de su vida. Ya bordeaba los 70 años y aún no comprendía el alcance de todo lo que le había sucedido. Recordó la entrevista que tuvo con el Rey Fernando el Católico, cuando jugó al espía, vendiendo información sobre Portugal. Por su cabeza pasó fugazmente la idea de que algún día se supiera aquello, lo que arruinaría sus logros obtenidos recientemente. También pensó en las posibles jugadas que el cardenal Montini podría llevar a cabo una vez lograra hacerse proclamar Papa. Edmund se sentía en ese momento como despertando de una hermosa pesadilla. Desde simple escanciador en la corte había dado un salto que lo había puesto en el nivel más alto al que podía aspirar. Veía que desde esa posición era posible obtener grandes logros o grandes fracasos. Decidió, pues, encarar esa realidad y empezó a desconfiar de todo y de todos. Se encaminó por un sendero que lo condujo directamente al salón del Consejo Real. Recibió los honores que, a su paso, le rendían los soldados de la guardia de palacio. Entró a la lujosa estancia adornada con grandes pinturas de los más renombrados pintores de la época. Los sillones eran nuevos y resumaban elegancia. En una esquina del salón se encontraban cuatro miembros de la nobleza discutiendo sobre lo caro que era en esos días mantener un ejército de mercenarios, especialmente si eran españoles o franceses. Dos damas los acompañaban. El Conde Marcel de Bragelonne, la Marquesa Ana de Aragón, sobrina del Rey Fernando el Católico; el Barón Hunter von Klaus, el Condestable John Parker; Doña Isabela, infanta de Portugal y el Duque Marcel de Vignard, asesor real en Versilonge. Todos ellos se mostraban bastante locuaces y sus risas llenaban el recinto a medida que bebían vino de sus copas. Edmund se encaminó hacia el grupo para saludar y brindar sus respetos a las damas y al hacerlo, una de ellas se acercó a él. -Me place mucho saber que el Señor Regente está entre nosotros.- dijo con aire jovial y gran sonrisa. -El placer es mío, Madam...- respondió Edmund queriendo saber su nombre. -Soy Ana, la sobrina de su Majestad el Rey Fernando de Aragón. ¿Recuerda cuando nos saludamos en el palacio español? Usted se hallaba con mi tío conversando de asuntos políticos, me parece.- aclaró ella sonriendo. Edmund se sorprendió al oír esas palabras, pero no dio trazas de ello. Se inclinó y besó la mano de la Marquesa. -Sea Madam bienvenida a Versilonge.- expresó ceremoniosamente el antiguo escanciador real del palacio. ONCE La situación no era fácil de digerir para Arnaud, quien, como por arte de encantamiento, había recibido una especie de reivindicación de estatus al heredar de su padrastro aquel título nobiliario que le permitía estar viviendo en la corte de Fransville, con todas las garantías que un caballero de su tiempo recibía a ese nivel social. No estaba, pues, dispuesto a perder todas esas prerrogativas que estaba disfrutando. Edmund, por el contrario, veía con preocupación el hecho de tener que lidiar con varios predicamentos. Uno, era mantener el nivel de aprobación que siempre daban las otras cortes, cuyos miembros visitaban en ese momento el Palacio de Versilonge, siendo uno de los huéspedes el Conde de Bragelonne, quien sospechaba de su hijastro. Dos, venía a ser el hecho de haber sido reconocido por la sobrina del Rey Fernando de España. Tres, le preocupaba el pronto regreso del Cardenal Montini, de quien se podría esperar cualquier cosa en referencia al gobierno. Si, definitivamente, Edmund no se hallaba en una posición muy fortalecida dada su condición de regente encargado del Gobierno de Fransville. Pensó, pues, en dar un golpe directo a la cabeza del problema. Convocó a una reunión de sus invitados, con carácter urgente. -Daniel, ve y dile personalmente a la Infanta Ana, al Conde de Bragelonne y al marqués de Giscard, mi hijo, que los espero en el Salón de las Pinturas, esta noche, antes de la cena.-ordenó al Jefe de Ujieres, quien vestía una elegante librea. -Como usted lo ha manifestado, así se hará, Su Excelencia.- afirmó el oficial, y se encaminó a llevar a cabo su tarea. El Salón de las Pinturas era llamado así por reunir sobre sus muros y paredes una de las más grandes colecciones de obras de los artistas connotados de la época. Los cuadros de los afamados pintores de la Escuela de Fontainebleau, del Renacimiento Francés y del Manierismo español se podían admirar directamente allí. El moblaje de esa estancia había sido diseñado de acuerdo con la corriente renacentista caracterizada por el colorido vivaz y los tapizados de sedas chinas. Entre las piezas de arte pictórico descollaba el famoso cuadro de EL GRECO, “El Entierro del Conde de Orgaz”, que siempre atraía las miradas de los visitantes. Precisamente, ante ese cuadro se hallaban los citados personajes, intercambiando conceptos artísticos sobre el estilo de Doménikos Theotokópoulos, en griego Δομήνικος Θεοτοκόπουλος, nombre real de EL GRECO. -Es un cuadro con muchos detalles del hecho que retrata.- afirmaba el Conde de Bragelonne. -No concuerdo con tu concepto, Marcel.- replicó la Princesa Isabela de Portugal, hija del finado rey Fausto III y esposa del Conde. -¿Por qué lo dices, mi querida Isabela?- preguntó Marcel de Bragelonne. -Dadas las circunstancias de ese evento, lo grandioso debe resaltarse por los detalles.-replicó ella, con una sonrisa coqueta dirigida a su esposo. -Con perdón de los dos, creo que el Greco está mostrando cierta presunción al querer mostrar que conoce muy bien a los personajes del cuadro.- afirmó Doña Ana de Aragón, que se había unido al trío de los citados por Edmund, por iniciativa propia. Edmund había decidido no citar a la sobrina del Rey Fernando de España para no tener que referirse al asunto de su encuentro don el rey, cuando le vendió la información sobre Portugal, pues sabía que en presencia de la esposa del Conde de Bragelonne, la Infanta Ana podría resentirse al conocer esos hechos ya que su padre pereció en la ocupación española. Para Arnaud, aquella situación podría desembocar en un impasse internacional si no se manejaban los hilos apropiadamente. Pensó rápidamente en separar a Doña Ana del grupo y, para ello, llamó presurosamente a su edecán personal para darle instrucciones. -Juan, rápidamente traiga a este salón 5 cortesanas del Palacio para que inviten a Doña Ana de Aragón a probarse los trajes que mi padre ordenó para la ella, pues el modisto real desea hacerle los ajustes necesarios y los que la dama crea convenientes.-Como usted lo ordene, excelencia.- respondió el edecán, y salió rápidamente del lugar. En menos de quince minutos, cinco elegantes damas aparecieron en el Salón de las Pinturas y convencieron a Doña Ana para encontrarse con el modisto real. Efectivamente, Edmund había ordenado traer las mejores galas para agasajar a la sobrina del Rey Fernando. En su camino hacia el lugar de la reunión, el antiguo escanciador real se cruzó con la dama en cuestión y las damas acompañantes. Les dirigió una sonrisa de cortesía y siguió su camino. Pronto arribó al Salón de las Pinturas donde se hallaban los citados, enfrascados en una charla muy animada sobre la obra de EL GRECO. Franqueó la entrada y se dirigió pausadamente hacia el grupo. Al percatarse de su presencia allí, Arnaud fue el primero en dirigirse a él: -Bienvenido a la tertulia, Padre. Desearíamos que se nos uniera a la amistosa discusión y a disfrutar de un buen vaso de vino.Edmund notó un ambiente amistoso en el grupo y, en medio de ese calor de simpatías entre los presentes, decidió no echar a perder el momento. Tomó el vaso de vino que le ofrecía el nuevo escanciador y, con la otra mano extendida hacia el cuadro que atraía la atención de los invitados, les dijo: -El Greco en persona me obsequió esa producción, precisamente una semana después de las exequias del Conde de Orgaz.Esas palabras provocaron expresiones de admiración en los presentes, lo cual distendió el ambiente y le dio a Edmund la oportunidad de cambiar la agenda para la reunión, pues inicialmente él había pensado en aclarar las situaciones equívocas surgidas aquel día. Decidió, pues, aplazar lo que había pensado hacer y más bien disfrutar del momento. DOCE Se escuchaban las risas y las frases de intercambio social entre los huéspedes de honor y sus anfitriones en el Salón de Pinturas del Palacio de Versilonge. La Infanta Doña Ana de Aragón estuvo ausente y decidió dar un paseo por los jardines, acompañada por su edecán personal Don Francisco de Ponce, después de medirse los trajes recién traídos de París por órdenes expresas del Regente Edmund. Además de ser su edecán, Don Francisco era primo de Doña Ana y Marqués de la Casa de Castilla, lo cual le asignaba un escalón en la posible sucesión del trono de Aragón. -Ana, ¿no se te hace extraño que te hubieran llamado a la sala de trajes, precisamente en el momento de la reunión de los otros huéspedes?- indagó Francisco. -Es posible que las costureras y las modistas estuvieran de prisa esta tarde y fuera necesario hacer los ajustes inmediatamente.- replicó la Infanta. -Yo me refiero a que prácticamente te sacaron del Salón de Pinturas por algún motivo. ¿Tendrían asuntos entre manos que nosotros no debiéramos conocer?-Preguntó el primo. -Eso es fácil de aclarar, Paco.- le dijo Ana, con tono cariñoso y sonriendo pícaramente. -¿A qué te refieres, prima?-A que podemos caer de sorpresa en la reunión que, entre otras cosas, aún no ha terminado, e integrarnos a ella.- invitó la Infanta-Me parece una excelente idea para charlar un rato y catar una copa de buen vino.- dijo el Marqués. Se dirigieron con algo de prisa hacia el fastuoso Salón de Pinturas. Desde la cercanía se podía apreciar la iluminación de sus coloridos ventanales. Dos ujieres vestidos elegantemente les franquearon la entrada. -Por favor, sigan sus excelencias.- Invitó uno de los servidores. La Infanta Doña Ana de Aragón avanzó por el corto pasillo de la entrada del brazo de su primo. Los dos personajes de la realeza española desembocaron en la gran sala, donde ya habían llegado otros invitados. Un grupo musical de corte barroco amenizaba la tertulia que se veía bastante animada. Tan pronto Edmund se percató de la presencia de los recién llegados fue presurosamente a su encuentro y les dijo: -Sean bienvenidos, Madam et Monsieur.- invitó el Regente, en francés. -Mercí- respondieron los recién llegados, y avanzaron hacia el grupo. -Es un gran placer tener con nosotros a tan distinguidos representantes de la Corte Española.- acotó Arnaud, que se había acercado a ellos haciendo una venia. Se hicieron las presentaciones y enseguida les fueron servidas sendas copas doradas con el mejor vino del Palacio. -¡Salud!- dijeron todos, casi al unísono. Pronto se unieron a los demás y conversaron de temas artísticos y de las pasadas campañas militares. Coincidencialmente, el primo de la Infanta Ana de Aragón era un comandante militar de uno de los regimientos que usó Fernando el Católico en la ocupación de Portugal. Precisamente, la princesa Isabela recordó que él estaba presente en el funeral de su padre el rey Fausto y le dijo en voz baja a su esposo el Conde de Bragelonne: -Ése era uno de los ocupantes del Palacio y sabrá Dios si no fue también asesino de mi padre.Los dos se aproximaron lentamente a los recién llegados. Se cruzaron miradas inquisitivas no ausentes de reproche y entablaron un diálogo bastante sensible. -Señor Marqués, ¿estuvo usted presente en la ocupación de Portugal?- inquirió el Conde. -¿Puedo saber a qué se debe la pregunta?- replicó el Marqués. -Yo le diré la razón.- intervino Doña Isabela, mirando fijamente al primo de la Infanta Ana. Luego, continuó: -Mi padre fue asesinado durante la invasión que el Rey Fernando llevó a cabo en nuestros territorios, y Usted era uno de los ocupantes.- le dijo en tono airado. Edmund se percató de que algo no estaba funcionando bien entre sus invitados y se desplazó rápidamente hacia ellos. En ese instante, el Conde de Bragelonne daba pasos peligrosamente retadores hacia el Marqués. Las damas se aferraban a los brazos de sus acompañantes mientras ellos se acercaban más y más. En un momento dado, los dos hombres se miraron fijamente, con sus manos puestas sobre las espadas. -Es probable que su esposo sea un asesino.- espetó Doña Isabela, directamente al rostro de la Infanta Ana. En ese momento, quizás accidentalmente, el Marqués de Castilla, primo de la Infanta Ana de Aragón, tropezó con su mano el brazo de Doña Isabela. Su esposo, el Conde de Bragelonne, desenfundó su espada para defender el honor de quien creyó reconocer a uno de los ejecutores de su padre. Edmund y Arnaud se interpusieron entre los caballeros que estaban a punto de empezar un duelo. -¡Por favor, excelencias! Les pido respetuosamente que se calmen y que dialoguemos tranquilamente sobre el tema que están tratando.- dijo Edmund. Los músicos dejaron de tocar sus instrumentos y los demás invitados se replegaron hacia los costados del salón. Había una atmósfera pesada y era necesario calmar los ánimos. TRECE El rostro del Conde de Bragelonne lucía demudado y pálido a la vez que hacía esfuerzos por zafarse de los brazos de Edmund y Arnaud. La Princesa Doña Isabela, su esposa, le habló, con gesto conciliador: -Querido, no creo que debamos llevar las cosas a extremos tales que nos puedan crear más dificultades. Yo, personalmente, estoy de acuerdo en que nos serenemos y hablemos calmadamente.-¡Yo vi cuando este caballero te agredió!- dijo Bragelonne, señalando al Marqués de Castilla. Luego, continuó: -Es una afrenta que no voy a permitir.La situación parecía no conducir a ningún acuerdo o satisfacción. Los dos nobles eran jóvenes y aún sentían el ánimo de mostrar a los observadores el nivel de su alta clase nobiliaria. El Conde era afamado por haber salido siempre vencedor en numerosas luchas de honor y éste parecía el momento de reafirmar su calidad de gran duelista. El Marqués de Castilla tenía otra formación, tendiente a argumentar más que a batirse arriesgando su vida. Tan pronto se calmaron un poco los ánimos, él tomó la iniciativa para tratar de aclarar el malentendido. -Permítame disculparme si accidentalmente he cometido algún desafuero, Excelencia. No ha sido mi intención ofender a ninguno de los dos, y quizás fue torpe de mi parte no percatarme del roce que produje con el brazo de su digna esposa al moverme bruscamente.- Los asistentes relajaron un poco sus expresiones y empezaron a acercarse a los protagonistas del evento. Se oían murmullos por toda la sala y la expectativa era grande. Ante el gesto caballeresco del Marqués, el Conde envainó su espada, tomó un sorbo del vino de su copa, se alisó la peluca empolvada y respondió: Señor Marqués, acepto su explicación con respecto al malentendido. Le ofrezco disculpas por mi reacción un poco violenta y precipitada.-Con gusto acepto sus palabras como un llamado a guardar la calma y a distender la presión que había surgido desde el principio.- expresó el Marqués de Castilla. Doña Isabela no cesaba de mirar con cierto desdén a la Infanta Doña Ana, quien a su vez le brindaba un gesto de dignidad, al lado de su primo. La orquesta reanudó la interpretación musical que había detenido por el percance anterior. Los invitados comentaban, según sus apreciaciones personales, acerca de cuán valiente era cada uno de los caballeros protagonistas del hecho. -Me parece que el Marqués es todo un caballero.- decía un Barón. -Para mí, el gallardo Conde es más de mi estilo.- apuntaba un Duque, apurando su copa. -Los dos son de buena casta y alta formación.- opinaba una dama, a la vez que se empolvaba la punta de la nariz. Como ellos, el resto de los asistentes que se habían unido al grupo inicial reiniciaron las charlas y seguían departiendo animadamente. La Princesa Isabela de Portugal, esposa del Conde de Bragelonne, sentía que la presencia de los españoles en aquel recinto significaba una afrenta para ella, pues su padre el Rey Fausto fue asesinado por los ocupantes de la Casa de Aragón. Ella seguía convencida de que Francisco, el marqués de Castilla, primo de la sobrina del Rey Fernando, era uno de los asesinos de su progenitor. Pero, al ver cómo su esposo y el Marqués se avenían a buenas relaciones, decidió jugar un papel menos agresivo para ver cómo seguían desenvolviéndose los acontecimientos. Precisamente, Edmund y Arnaud recorrieron los diferentes grupos del salón, brindando atenciones a sus invitados, pues era necesario hacer hincapié en conservar la buena imagen de excelentes anfitriones que se habían forjado en Versilonge. Pensaban que todo debía proyectarse de tal manera que se notara la riqueza y el alto nivel cultural que se habían disminuido cuando Fausto de Portugal invadió Fransville y casi destruyó Versilonge. La presencia de la Princesa Isabela era muy positiva allí pues así se mostraba el ambiente de paz entre los dos reinos. Edmund se retiró hacia uno de los extremos del salón y desde allí le hizo señas a su hijo para que se le uniera. Arnaud comprendió la señal y se encaminó hacia allí. -¿Qué piensas de todo esto?- inquirió Arnaud, mirando al rostro de su padre. -Veo que cada día que pasa se hace más difícil manejar la política entre estas gentes.respondió Edmund. -A propósito, ¿para cuándo se espera el regreso del Cardenal Montini?- preguntó Arnaud. -Ya debe estar en camino hacia aquí. Un emisario me comunicó la buena nueva de que ya ha sido declarado papábile por el Concilio de Roma.- comunicó Edmund. -Y, ¿eso qué significa para nosotros?- arguyó Arnaud. -Que yo no seguiré siendo el Regente encargado y que muy probablemente el Cardenal se haga coronar como Rey de Fransville. Ello nos marginaría aquí en la Corte, lo que significa que tendremos que buscar otro reino para seguir con nuestras vidas.- dijo Edmund. CATORCE Hasta ese momento la situación de Fransville, como reino sometido a las condiciones de su rendición ante la ocupación portuguesa, no era la mejor. Aún tendría que pagar altas cuotas de su erario al vencedor y cobrar más impuestos a los ciudadanos no era la política más acertada. En una de las provincias se produjo una especie de rebelión cuando los cobradores demandaron el pago de las contribuciones. Como consecuencia de ello, dos emisarios resultaron heridos y un aldeano fue muerto durante la reyerta. Lo más negativo de esa situación fue que aquel sentimiento de resistencia a la autoridad real se estaba esparciendo a lo largo y ancho de casi todo el territorio de Fransville. En su despacho de Regente Interino del Reino, Edmund se atrevió a confiar a la Infanta Doña Ana y a su primo el Marqués de Castilla lo grave de aquella situación que ya empezaba a tomar un cariz de problema político. -Doña Ana, usted como sobrina de Su Majestad Don Fernando conoce mi condición de cercanía con su tío. ¿Sería posible que por su intercesión yo pudiera tener una reuniónurgente con él?- le sugirió. -Con gusto atenderé su pedido, Señor Conde. De inmediato enviaré uno de mis edecanes más veloces a darle ese recado a mi tío. Cuente con esa reunión.- respondió la dama. A su lado, su primo Francisco se mostró de acuerdo con la decisión y enseguida pidió permiso para retirarse a redactar el mensaje que el emisario llevaría, no sin antes recibir de Edmund las respectivas directrices de aquel escrito. El Marqués de Castilla escribió: Mensaje del Conde Edmund, Regente Interino del Reino de Fransville. Para su Majestad Don Fernando de Aragón, Rey de España y de América. Solicito muy respetuosamente y con carácter de urgencia una reunión con Su Excelencia para tratar asuntos políticos del reino bajo mi regencia y que muy posiblemente afectarán los intereses de España de manera muy significativa. Respetuosamente, Edmund de Villars, Conde de Landau, Regente Interino de Fransville. Edmund leyó el mensaje que el Marqués de Castilla le enseñó y lo firmó a la vez que lo selló con lacre fundido, sobre el cual puso el sello real. Se lo tendió al mensajero y éste partió. Mientras todo eso ocurría en Fransville, por los caminos tortuosos de la campiña del norte italiano se desplazaba una caravana conformada por tres carruajes tirados por caballos percherones, escoltados por oficiales del ejército del Vaticano. En la caleza del centro se acomodaba el Cardenal Montini, dos auxiliares eclesiásticos y un escolta personal armado. En los otros dos vagones viajaban los sirvientes del Cardenal, dos monjas de la caridad y tres acaudalados banqueros del Vaticano, quienes transportaban dos cofres llenos de monedas de oro para invertir en negocios de Fransville, que ya casi estaba en bancarrota. La caravana venía guardada y protegida por soldados profesionales del ejército personal del Papa, lo cual generaba un alto grado de confianza en los viajantes. En un recodo del camino, tupido por altos árboles que no permitían la visión a más de 100 metros de distancia, se hallaban apostados los miembros de la Banda Fiorentina, unos 30 forajidos de los más sanguinarios de esos contornos y que tenían aterrorizados a todos los habitantes de esa región. El jefe de ese grupo, de nombre Vanzetti, daba instrucciones a sus hombres: -Aldo, tú te adelantarás con 8 militantes y evitarán que avance la caravana.-Mariano y 10 combatientes se encargarán de neutralizar a los soldados protectores.-Los demás irán conmigo para hacernos cargo del Cardenal. Una instrucción más: en lo posible, que no haya sangre, ¿entendido?Todos dijeron que sí y se prepararon para dar el zarpazo atacante al grupo de viajeros, que no habían detectado nada de todo aquello. QUINCE En Versilonge nada sospechaban de lo que había sucedido en los bosques italianos. Tanto Edmund como Arnaud se hallaban muy atareados con los invitados de honor, tratando de mantener la paz y la cordialidad entre ellos. Ya los emisarios de Doña Ana de Aragón se movían a galope tendido por los valles que separaban Versilonge del Palacio del rey Fernando. Por la cabeza de Edmund pasó una idea fugaz que se adueñó de su plan futuro. La reunión que solicitó al monarca español tendría por objeto dar un vuelco en el destino de Fransville, ahora que él era el jefe interino del gobierno. A todas luces, Fransville era un reino fracturado y venido a menos, dadas las consecuencias de las guerras de ocupación anteriores y también por no haber un heredero de esa corona. Edmund pensó que tendría que acelerar el desarrollo de su plan, antes de la llegada del Cardenal Montini. Se hallaba tan embebido con sus ideas que no oyó el galope de los caballos de los emisarios enviados por la comitiva del Cardenal Montini. Fueron reconocidos por los centinelas del palacio y enseguida fueron conducidos a la presencia del Regente Edmund. Sus graves semblantes y el mensaje que llevaban sorprendieron al viejo escanciador, ahora dueño del poder en Versilonge. -¡Pero cómo fue posible que ocurriera eso!- exclamó Edmund. -Todo fue tan rápido y sorpresivo que no tuvimos tiempo ni manera de reaccionar. Los asaltantes tenían armas de fuego y no nos fue posible evitar el plagio de su Excelencia.- explicó el soldado. -¿Hicieron alguna demanda o exigencia?- preguntó Arnaud, quien se había unido al grupo. -Nada, mi Señor. Sólo montaron al cardenal en un veloz caballo y partieron hacia lugares desconocidos para nosotros.-Pueden retirarse.- ordenó Edmund. Los hombres salieron de la estancia. Edmund dijo, entonces, a su hijo adoptivo: -Parece que el destino está a nuestro favor, Arnaud. Me da la impresión de que no tendremos que abandonar Fransville, por el momento.- dijo Edmund, sonriendo sarcáticamente. -Tienes razón, padre.- asintió el joven Conde. Mientras tanto, en el Castillo del Rey Fernando de Aragón, los guardas detectaron un jinete, con las últimas luces de la tarde. -¡Emisario a la vistaaaaa!!!!- gritó el centinela de la almena del castillo. -¡Alto! ¿Quién se aproxima?- exclamó la voz del centinela del puente. -¡Emisario de Su Excelencia Doña Ana de Aragón!- respondió el recién llegado. -¡Bajen el puente!- ordenó el oficial a cargo. -¡Abran la puerta!-dijo el centinela. El hombre continuó su marcha hacia el interior del castillo y allí entregó el pergamino con el mensaje de Edmund de Fransville al edecán del rey Fernando. DIEZ Y SEIS Lo que estaba sucediendo simultáneamente en España y Fransville parecía ser una jugada del destino que ninguno de los protagonistas en cada uno de esos reinos estaba cerca de imaginarse. Esas dos ocurrencias y el secuestro del Cardenal Montini armarían una especie de triángulo factual que conduciría hacia situaciones aleatorias, no exactamente diseñadas por aquellos personajes tan ávidos de poder y de riqueza. En Fransville, reino en franca decadencia por el trono acéfalo y las finanzas en bancarrota, amén de otros factores de corrupción, transcurrían hechos que ni Edmund, ni Arnaud, ni nadie en la corte habían detectado con anterioridad. El viaje a Roma del Cardenal Montini, Regente en funciones, había sido una artimaña fraguada por el prelado para llevar a cabo su “auto-secuestro”, que había planeado hacía semanas con Vanzetti, con el fin de terminar de socavar las finanzas del reino por medio de un rescate en oro. La visita de Doña Ana, sobrina del Rey Fernando de Aragón, en compañía de su primo Francisco, Marqués de Castilla, era una pantalla para realizar toda una labor de espionaje con respecto a la situación política de Fransville y detectar así la posibilidad de hacerse con el trono, alegando derechos de parentesco familiar. De cierta manera, la Princesa Isabela, hija del finado Rey de Portugal, y su esposo el Conde de Bragelonne, emparentado con el Rey Luis XIV de Francia, estaban tanteando el terreno para ver la posibilidad de madurar el plan del monarca francés, consistente en invadir Fransville, con el objetivo de anexarlo al poderoso reino francés. Todas esas conjuras estaban a la orden del día y el futuro de Edmund y Arnaud dependería de cómo ellos manejaran esas situaciones, a medida que las fueran detectando. El día siguiente a los acontecimientos de la Sala de las Pinturas, se vieron partir de Fransville las comitivas de los invitados de honor. Pronto empezarían a verse los resultados de esas actuaciones que apuntaban a la destrucción del fracturado reino. Tan pronto el Rey Fernando de Aragón recibió el mensaje de Edmund, procedió a dictar la respuesta a su secretario de cabecera, Fray Pedro de Marchena, antiguo abad del Monasterio de la Rábida. -¿Desea Su Majestad que empecemos con un saludo protocolario?- dijo el clérigo. -Sí, Fray Pedro.- dijo el Rey, observando a su secretario realizar ese cometido. -Ya está listo el pergamino para el cuerpo del mensaje, Excelencia.-apuntó Fray Pedro. El Rey se acomodó y dictó: Con beneplácito estaré disponible a recibirlo en mi despacho, Sir Edmund. Lo que esté a mi disposición, podremos negociarlo y sacar el beneficio que a su juicio estime conveniente. Ya hemos intercambiado ideas en el pasado y creo que ello nos ayudará a lograr un acuerdo favorable para los dos. Sírvase acercarse al Palacio cuando Usted lo estime acorde con sus compromisos. Atentamente, Don Fernando IV de Aragón, soberano de España y de América. Enseguida fueron despachados dos emisarios con destino urgente hacia Fransville. Después de recorrer 3 horas a galope tendido, los dos hombres se encontraron con la comitiva de la sobrina del Rey, Doña Ana. Su acompañante, Francisco de Castilla, bajó del carruaje y enfrentó a los mensajeros. -¿Hacia dónde se dirigen?- preguntó con aire de autoridad. -Hacia Fransville, Excelencia.- respondieron. -¿Cuál es el cometido?- inquirió Francisco. Los hombres vacilaron un tanto, pero al ver la determinación en los ojos de Francisco decidieron cooperar. -Es un mensaje personal de Su Majestad para Sir Edmund, Regente interino de Fransville.dijo uno de los mensajeros. -Está bien, continúen su camino.- dijo Doña Ana, asomándose por la ventana de la calesa. Los dos emisarios montaron sus cabalgaduras y partieron, haciendo una venia. DIEZ Y SIETE Parecía que tres situaciones, sucediendo casi simultáneamente, habrían de definir el futuro del reino de Fransville. Todo dependería de la aleatoriedad y del tiempo. Inesperadamente y sin previo aviso, llegó al Palacio de Versilonge uno de los miembros de la cuadrilla que había asaltado la comitiva del Cardenal Montini. Era Aldo, segundo de Vanzetti, con quien sostuvo un altercado por diferencias en las cantidades de oro que exigirían para el rescate del Cardenal. La discusión entre esos fascinerosos se dio en medio de pugnas por el oro que recibirían. Los dos hombres se hallaban dentro de un salón de la casona que el Cardenal había comprado para llevar a cabo el simulacro de su plagio. Era una antigua construcción localizada en el feudo Pascali, al sureste de Roma. -Mariano y tú recibirán cada uno el 10.000 de los cien mil talentos de oro que pediremos a Versilonge.- dijo Vanzetti, dando largas zancadas por el corredor de la vieja construcción donde decidieron parar, después del falso secuestro. Luego, continuó: -El Cardenal tomará 50.000 y yo tomaré los restantes 30.000.-No me parece justa esa repartición.- ripostó Aldo, con visible disgusto. -Entonces, ¿qué es lo que exiges?- replicó Vanzetti. -Por lo menos 20.000. Yo expuse mi vida en el ataque a los guardias, allá en la arboleda. Creo que es apenas lo justo.- exigió Aldo. -Será como lo acordamos. ¡Y no admito discusión al respecto!.- determinó Vanzetti, echando mano a su espada. Aldo dio media vuelta y salió de la estancia con pasos marcados que retumbaron sobre el corredor de piedra. En su mente calenturienta no cabía más que vengarse de su jefe. Planeó delatar a Vanzetti y al Cardenal y por eso montó su caballo y se dirigió al Palacio de Versilonge. Al llegar a las goteras del Palacio, uno de los vigías le hizo las preguntas de rigor y envió el mensajero a darle la noticia al Regente Edmund, que se encontraba reunido con Arnaud. Tan pronto se enteró de ello, autorizó la entrada del bandido. Éste fue escoltado por dos guardias del palacio hasta el despacho de la Regencia. Allí, Edmund ordenó que siguiera. -¿Quién es usted y qué es lo que tiene que decirme?- lo confrontó Edmund. -Mi nombre es Aldo Ristelli, de los suburbios de Roma. Hasta hace 6 horas, formé parte de un grupo de asaltantes que supuestamente secuestró al Cardenal Montini.-¿Qué quiere decir con "supuestamente"?-inquirió Arnaud que asistía atentamente al interrogatorio. El hombre contó los antecedentes del plan y la ejecución en esa mañana. Habló de todos los detalles concebidos entre su jefe y el Cardenal, con el objeto de agotar el erario de Fransville, y desaparecer. Todo aquello no produjo mucha sorpresa en los encargados de Versilonge. Edmund y Arnaud decidieron mantener al bandido bajo detención mientras se corroboraba la veracidad de lo narrado. Si las cosas resultaban como él lo había referido, lo dejarían ir, con su respectiva recompensa. Versilonge era una especie de capital para el reino de Fransville, donde los duques y algunos condes poseían las tierras y los feudos que alimentaba las arcas del Palacio de Versilonge. Cien mi ducados de oro, que era la cantidad que demandarían Vanzetti y el Cardenal, arruinarían definitivamente a Fransville. Pagos para el personal de mantenimiento, los mercenarios, las recepciones y otras mil cosas exigían esa cantidad y un poco más. Definitivamente, tendrían que idear rápidamente un plan para desenmascarar al Cardenal y apresar a los bandidos. Al hacerlo, Edmund quedaría como Regente en propiedad ya que Montini quedaría públicamente deshonrado. Aprovechando la presencia y la delación del bandido Aldo, Arnaud supo la ubicación exacta de los involucrados en el falso secuestro. Con su padre prepararon el asalto a la casona de Pascali. Se asesoraron de un grupo de 40 de los mejores espadachines y ballesteros del ejército del Palacio. Cinco mosqueteros los acompañarían, en caso de que hubiera mucha resistencia. Los mosquetes eran las primeras armas de fuego de la época y aterrorizaban a quienes se convirtieran en enemigos o atacantes. A la madrugada de aquel día, tan lleno de sorpresas, partieron hacia Pascali, dejando encargado de la autoridad al Barón de Montesquieu, muy allegado a la corte de Fransville y quien era el presidente del Consejo Real. Pronto se empezarían a ver los primeros resultados de aquella tan compleja situación política de la cual dependería el destino de Fransville. Los asaltantes de la arboleda, Vanzetti y el Cardenal no se imaginaban que un ataque les caería por sorpresa. Por ello, se encontraban sin guardias y completamente relajados en sus lugares de la Villa de Pascali. Una avanzada de los hombres de Edmund, bajo el comando de Arnaud, irrumpió de repente en los aposentos de Vanzetti y Montini. Allí, los desarmaron y sometieron sin mucho esfuerzo. Entre los demás forajidos, algunos trataron de resistirse y murieron en el intento. Otros, pretendieron huir pero los hombres de Arnaud lo impidieron. Finalmente, Edmund, Conde de Villars y el Cardenal Montini se enfrentaron, y entre ellos se dio el siguiente diálogo: -Eminencia, dadas las circunstancias producidas por los últimos acontecimientos, creo que lo más conveniente para usted es que no regrese a Versilonge. Usted muy bien sabe que la deshonra política para una persona de su rango eclesiástico le acarrearía graves consecuencias.- -¿Qué me propone, entonces, Edmund?- dijo el Cardenal con pasmosa tranquilidad. -Que usted presente una renuncia formal al cargo de Regente y se retire a Roma, o a donde lo prefiera. Se le pagará lo que esté pendiente y no se hará referencia a este bochornoso acontecimiento.- explicó Edmund. -Me parece aceptable su oferta, Señor Conde. Lo propondré ante el Consejo Real para que continúe como Regente en Propiedad.- dijo Montini. -Le sugiero que firmemos este documento que he preparado para oficializar lo acordado.invitó Edmund, a la vez que extendía el pergamino correspondiente. Los dos personajes más importantes de Fransville firmaron ese pacto de caballeros y así empezó una nueva etapa en la vida del viejo escanciador de vinos. Arnaud también firmó el documento como testigo de primera mano. DIEZ Y OCHO La estadía de la Princesa Isabela de Portugal y su esposo el Conde de Bragelonne en el Palacio de Versilonge les había servido para escudriñar a fondo sobre la verdadera situación casi trágica por la que estaba atravesando el reino de Fransville. Tanto Portugal como como Fransville tenían tronos acéfalos en ese momento y los reinos vecinos como Francia y España ya estaban urdiendo planes para hacerse con esa corona. Se daba por descontado que Portugal tendría su primera reina, una vez que la ley real sobre la descendencia se modificara por medio del Consejo de la Corte. Además, el esposo de la futura soberana, el Conde de Bragelonne era familiar del Rey de Francia. Algo que no se conocía era el plan que Luis XIV tenía con respecto a Portugal. Él mismo apoyaría la moción de cambio en la ley de ese reino para que Isabela asumiera el trono y, una vez logrado ese propósito, ella sería obligada a abdicar en favor de su esposo, el Conde de Bragelonne que era familiar cercano del rey de Francia. Así se aseguraban de que el rey Fernando de España no realizara su sueño de adueñarse definitivamente de Portugal. Pero, una idea que seguía andando en las mentes de Doña Ana de Aragón y de su primo Francisco, el marqués de Sevilla, era la de adueñarse de los destinos de Fransville. Muy bien sabían en la Corte de España que quien ahora regía los destinos de ese frágil reino era el antiguo escanciador que una vez visitó al Rey Fernando para venderle información que claramente significaba una traición. Ahora el panorama se estaba aclarando: Francia quería anexar a Portugal y España quería adueñarse de Fransville. Como nos lo muestran los hechos históricos de la época, todo eso se llevó a cabo. Sin embargo, es importante conocer el desarrollo de los acontecimientos que desembocaron en semejantes cambios geo-políticos en Europa y que más tarde significaron la transformación de los sistemas de gobierno, amén de levantamientos de los respectivos pueblos apoyados por las cortes corruptas, y que terminaron por cambiar las formas de gobierno en casi todos los estados monárquicos del continente. Era el nacimiento de lo que se vino a llamar LA REPÚBLICA. En el Palacio de Aragón, el rey Fernando VI dialogaba con su sobrina Doña Ana, tercera en la línea de sucesión al trono español. Los dos caminaban por los jardines del lado oeste en el palacio. -Querida Ana, ¿te gustaría empezar a reinar antes de lo que esperas?- inquirió el Rey. -Tío, ¿qué quieres decir?- dijo Ana, con gesto de sorpresa. -No me refiero a España sino a Fransville.- replicó el soberano, tomándola de la mano derecha. Esa afirmación intrigó tan profundamente a la Infanta que, sin proponérselo, marcó sus uñas en la mano del soberano. -¡Ay, querida!- exclamó Fernando. Se frotó la mano y dijo: -No es nada del otro mundo. -¡Perdóname, tío! No quise herirte.- dijo Ana, besando la mano de su tío. Luego, agregó: ¿Me podrías aclarar esa afirmación?-Te lo explicaré.- invitó Fernando, invitando a su sobrina a sentarse en uno de los descansos que los arquitectos habían hecho construir en el jardín. Una vez acomodados, el rey dijo: -No hace mucho, un mensajero me trajo un mensaje del Conde Edmund de Villars, Regente interino de Fransville, pidiéndome una cita para tratar asuntos políticos, según parece. Ese personaje era un Don nadie en la Corte de Versilonge cuando vino hacia mí para venderme información delicada. Su oficio era de escanciador de vinos, nada más.-Sí lo recuerdo cuando estuvimos con mi primo Francisco allí. Pero en esa oportunidad se veía que poseía poder de decisión y autoridad. Yo no tenía ni idea de que él era un sirviente.- dijo Ana. -Lo que sucede es que los acontecimientos ocurridos en Fransville desembocaron en lo que tú viste en Versilonge.- aclaró el rey. -¿Lo vas a recibir aquí en el Palacio?- preguntó la Infanta. -Por supuesto que sí. Ese personaje es quien rige los destinos de Fransville en este momento, querida. Veamos, pues, qué me va a ofrecer ésta vez.- dijo entre risas el Rey Fernando. - A lo mejor, los resultados de esa entrevista proveerán tu futuro reinado.Los dos miembros de la realeza española siguieron su camino y se internaron dentro del palacio. DIEZ Y NUEVE Media hora más tarde, un jinete solitario se acercó a las entrada del Palacio de Aragón. Desde abajo, sin bajar de su cabalgadura, se anunció con voz fuerte. -¡Ah, de la guardia del puente!-¿Quién va?- replicó una voz desde la almena. -¡El Conde Edmund de Villars!- dijo Edmund. -¡Un momento, Excelencia!- respondió el soldado. Casi inmediatamente, el puente fue extendido y la puerta auxiliar fue abierta para dar paso al recién llegado y su caballo. Al mismo tiempo, un guardia se aproximó con una lámpara en una mano y su espada desenvainada en la otra. Don Francisco, Marqués de Sevilla, primo de Doña Ana de Aragón, acompañaba al centinela para hacer el reconocimiento del visitante. -Bienvenido a nuestro palacio, Señor Conde.- dijo Francisco, haciendo una venia. -Muchas gracias, Señor Marqués.- respondió Edmund, correspondiendo al saludo. Los dos hombres caminaron a lo largo de un sendero empedrado que se hallaba iluminado por grandes antorchas que proyectaban sus sombras sobre el piso, alargando sus siluetas como seres etéreos que cambiaban de forma y tamaño a medida que avanzaban. Pronto se vieron en el despacho del secretario privado del Rey. -Fermín lo conducirá hasta la oficina de Su majestad el rey Fernando. Yo me retiro por el momento.- dijo Francisco, casi sin detenerse, y se alejó. -Por favor, Señor Conde, permítame guiarlo hasta el estudio privado de Su majestad.invitó Fermín, tomando la delantera. -Gracias, Fermín.- dijo Edmund y lo siguió por un recinto lleno de espejos. Al cabo de unos cinco minutos de recorrer la estancia, desembocaron en una amplia sala decorada con cortinas de seda y tisú, grandes pinturas de los maestros de época, muebles con incrustaciones de oro y plata y grandes jarrones conteniendo vistosas flores. Todo aquel escenario estaba iluminado con lámparas colgantes, apliques y candelabros de oro y plata cargados con aceite y velas, que daban un aire de imponencia al lugar. De cierta manera, la Corte de Aragón trataba de emular en el lujo a la Corte de Francia. Desde hacía mas de medio siglo, esos dos reinos competían por la magnificencia y el boato para proyectarse ante Europa como las monarquías de más poder. Sobre una especie de plataforma se alzaba una silla-trono donde se encontraba Fernando de Aragón conversando con su sobrina Ana. Fermín anunció la presencia de Edmund golpeando suavemente la puerta abierta con el aldabón. -Su Majestad, se halla presente el Señor Conde Edmund de Villars.El rey hizo un ademán con la mano izquierda, indicando al visitante que podía ingresar al recinto. Al mismo tiempo, Fermín se retiró. Ana permaneció sentada al lado del soberano -Adelante, Edmund.- invitó el rey. -Gracias, Sire.- dijo Edmund y avanzó hacia la mesa ante la cual se sentaban el rey y la Infanta Ana. -¿A qué debo su grata visita, Señor Conde?- indagó Fernando. -Creo que tengo una atractiva oferta para usted, Sire.- dijo Edmund, mirando a los dos personajes. En ese instante, Ana dio un beso en la frente a su tío y se retiró haciendo un gesto sonriente hacia Edmund. El rey, único presente allí, se dirigió al recién llegado. -Tome asiento, Edmund.- dijo, señalando una silla al frente de él. Luego agregó: - Me interesa escucharlo. Los dos hombres se sentaron uno al frente del otro, esperando recibir sorpresas de las palabras que saldrían de sus bocas. El rey Fernando mostró un gesto de expectativa que Edmund tuvo que satisfacer. -Majestad, usted conoce perfectamente los asuntos políticos que atañen a Fransville. Somos, en este instante, un reino "acéfalo" por no tener un aspirante real a la corona.-Lo sé, lo sé, Edmund, y eso no tiene que significar ningún obstáculo para que usted me ponga al corriente de sus planes de gobierno. Entiendo que ahora es usted el Regente en ejercicio, dadas las circunstancias que han afectado la regencia del cardenal Montini.afirmó el rey Fernando, afectando sus palabras con un aclaramiento de su garganta a la vez que se ponía de pie. La estatura del monarca parecía haber aumentado al acercarse lateralmente a Edmund. Éste no tuvo más remedio que pararse también y aparentar entereza de ánimo. Una pequeña vacilación le echaría a perder lo que tenía planeado, pensó él. -Pongamos las cartas sobre la mesa, mi querido Conde.- dijo el Rey. -Como usted lo prefiera, Majestad.- respondió Edmund, a la vez que sacaba de su alforja privada un mapa del reino de Fransville que tendió sobre la mesa. Luego continuó: -Aquí podemos ver la extensión comparada de mi regenciado reino con España, Francia y Portugal.- Fernando de Aragón acercó una de las lámparas para ver mejor los detalles. Tanto Portugal como Fransville estaban pasando por momentos difíciles, políticamente hablando. Sus tronos no habían sido ocupados por heredero alguno, y los ojos de otras monarquías se estaban posando sobre ellos. Era menester tomar decisiones rápidamente para sacar el mejor partido de esa situación, pensaban los dos hombres que podrían jugar roles de protagonistas en esas situaciones tan delicadas. Parecía que Edmund estaba llamado a definir los eventos. VEINTE Aquella reunión no pasaba a ser sino una especie de estratagema para que el más poderoso aprovechara las desventajas del más débil. A todas luces, Edmund llevaba las de perder si no ponía en juego su sentido político y su inteligencia nata. El mapa extendido le sirvió para ver en los ojos de Fernando la avidez de poder que no podía disimular. -Vemos que Fransville está más cerca de Francia, cultural y geográficamente hablando.dijo Fernando de Aragón. -Y, Portugal lo es más de España que de otro reino, Majestad.- replicó Edmund. -¿Qué podríamos sugerir, analizando esos factores y los otros que conocemos?- preguntó Fernando. -Para ser franco, le diré lo que pienso al respecto, Majestad.- dijo Edmund. -¿Qué me ha venido a proponer, querido Conde de Villars?- expuso el Rey, dando largas zancadas por el recinto. La elegancia y el lujo exhibido en aquella sala mostraba opulencia, riqueza y poder. En Fransville, todo aquello había mermado tanto que ya no podía ese reino competir con las cortes de sus vecinos. Las arcas de sus tesoros se habían achicado por los gastos desmedidos del Cardenal Montini y las guerras que perdieron ante Portugal y Francia los llevaron casi a la bancarrota. Los duques y los señores feudales ya se estaban preparando para guerrear por el trono vacante, lo cual dificultaría una ocupación exterior. Todo eso lo había examinado Edmund cuidadosamente. -Le facilitaré la ocupación pacífica de Fransville a cambio de dos concesiones.- dijo Edmund. -¿Cuáles son esas concesiones?-inquirió Fernando. -Ésta es la primera: sin importar quién rija los destinos de Fransville, mi hijo Arnaud debe ser nombrado Ministro Asesor de la Corona.- aclaro Edmund. -Y, ¿Cuál es la otra?- -Yo ceñiré la corona de Portugal, una vez que sus ejércitos ejerzan sus dominios allí. No pretendo ser un rey poderoso sino más bien un aliado de España. Quiero asegurar mis últimos años con cierta riqueza y algo de poder. Ya tengo más de 80 años y sólo deseo comodidad y tranquilidad.- explicó Edmund. El rey Fernando no podía dar crédito a las pretensiones de su visitante. Jamás aceptaría que un miembro de la plebe de Fransville, venido a más por accidentes de la historia, le fuera a dictar sus líneas de acción en la política externa de España. Él ya tenía hilvanados los planes para llevar a cabo la toma de Fransville y la ocupación de Portugal. Decidió que ya no era momento para perder el tiempo en charlas insulsas y tomó el control de la situación. - Acepto sus condiciones, Señor Conde.- dijo Fernando. -Le sugiero que emprenda de inmediato su regreso a Fransville para acelerar los preparativos de mi campaña.- apremió el Rey. -Creo que su Majestad tiene razón. Saldré de inmediato.- dijo Edmund, guardando el mapa. -He preparado un piquete de soldados para que lo acompañen una buena parte del camino, por su seguridad.- reflexionó Fernando, a la vez que llamaba a su capitán de guardia: ¡Condestable Grandet!- Un oficial se presentó de inmediato ante el monarca. Hizo una venia y se acercó para recibir instrucciones. -El grupo 20 soldados bajo su mando debe escoltar al señor Conde de Villars hasta los Bosques de San Pelayo. Allí, actúen de acuerdo con mis instrucciones.- ordenó Fernando. -Se hará como su Majestad lo ha ordenado.- dijo el oficial, haciendo otra venia y retirándose. Edmund y el Rey Fernando se dieron un tímido abrazo y se despidieron sin muchos protocolos. Ya el puente del palacio había sido bajado y pronto un grupo de soldados del rey, acompañando al Regente de Fransville, abandonaron la fortaleza, con sus cabalgaduras a paso lento. Era casi medio día y el sol no se había mostrado en su plenitud. El grupo marchaba silencioso y después de una hora de avance, desembocaron en los Bosques de San Pelayo. Era una arboleda poblada por grandes pinos y viejos robles que dibujaban un cuadro de verdor y sombra que invitaba a descansar. El capitán Grandet se apeó de su caballo, desenvainó su espada y dijo, encarando a Edmund que había descendido de su montura. -¡Por orden del Rey Fernando de Aragón, queda usted detenido por traición! - Enseguida dos soldados se acercaron a Edmund con el ánimo de inmovilizarlo, pero desde la espesura del Bosque, se precipitó un grupo numeroso de arqueros, ballesteros y espadachines, con sus armas listas a ser usadas a la orden de Arnaud. Aquellos militares superaban en número y armamento a los españoles, quienes decidieron rendirse y entregar sus armas. -Padre, ¿estás bien?- inquirió Arnaud, ayudando a Edmund a montar su cabalgadura. -Si, hijo.No te preocupes. Todo está saliendo de acuerdo con lo que habíamos analizado antes de mi partida a España. Ahora, aceleremos el regreso, pues nos esperan muchas cosas por hacer.- El grupo de españoles aceptaron canjear sus vidas por servicio en pro de Fransville y así todos re-emprendieron la marcha. Edmund y Arnaud mantenían en sus mentes lo que seguiría en sus agendas para lograr el renacimiento del reino que otrora mandaba la parada ante sus vecinos. Parecía que el destino estaba jugando los más inesperados desenlaces y Fransville tendría la oportunidad de renacer de entre las cenizas, como el ave fénix de las leyendas épicas. VEINTIUNO La temeraria acción de Edmund y su hijo al desafiar el poder español podría ser interpretado como un reto para el engreído Fernando de Aragón, quien presumía de su poder ante otros reinos como Portugal y Fransville. Él mismo pretendió comandar las recientes misiones de ocupación de Portugal, lo que en cierta medida le granjeó la simpatía de algunos nobles y el odio de otros. Su personalidad egocéntrica lo llevaba a cometer desaciertos que muchas veces significaron grandes inversiones para la corona española. Las colonias de América demandaban muchos gastos y lo que se recibía era totalmente incierto, dadas las condiciones de quienes dirigían esas tareas de conquista y colonización. Las cortes de los pequeños reinos ibéricos se peleaban para obtener las riquezas que provenían de ultramar. Fue así como Castilla y Aragón se unieron, formando un bloque poderoso que invitó a los demás a conformar una España más fuerte. Algunos reinos respondieron afirmativamente y otros fueron obligados a aceptar la unificación. Sólo faltaba anexar la franja de Portugal para convertirse en la potencia colonial e imperial más fuerte en toda Europa. Pero, Fernando no tenía idea de que los planes de Edmund de Villars no apuntaban a los objetivos que le confió en su visita reciente. Aquello de "venderle" Fransville y facilitarle el dominio de Portugal bajo el pretexto de ser un rey temporal no era en absoluto su visión inmediata. Recordaba los varios viajes que llevó a cabo a la corte del Rey Sol, en Francia, ofreciéndole una especie de alianza, o más bien, una anexión de Fransville, perfectamente acordada legalmente con todos los duques y demás nobles que se sentían anegados por los gastos de mantenimiento de sus respectivos feudos. Ellos veían la gran posibilidad de re-emprender sus planes de proyectarse como parte del reino más poderoso y famoso del mundo en ese instante histórico. Francia era vista por esos nobles como una especie de redención. Fue durante la celebración de "La Gran Diversión Real" cuando Edmund , Conde de Villars y Regente de Fransville, logró tener una reunión privada con el Rey Luis XIV. Esa mañana, los jardines del ala este del palacio estaban siendo preparados con grandes galas para la presentación de obras de teatro, divertimentos y fuegos artificiales. Todo aquello debía iniciarse a las 4 de la tarde de aquel 18 de julio de 1668. El encuentro de los dos personajes se llevó a cabo en el Salón de Apolo, anexo al imponente Salón de Los Espejos. Allí el Rey Sol recibía a los más altos dignatarios, después de hacerles recorrer el Salón de los Espejos, que contenía las obras pictóricas y escultóricas de los más famosos artistas de la época. Edmund no ocultó su asombro ante tanto lujo y riqueza juntos. Su sueño era pertenecer a la nobleza de Versalles y no descansaría hasta lograrlo. El Salón de Apolo era una especie de Oficina Privada del Rey. Su amplitud era notoria y su decoración era impresionante. Sillas, sofás, mesas y adornos del más refinado estilo ocupaban el espacioso recinto. Candelabros que descansaban sobre mesas labradas, lámparas colgantes y muchos cuadros de pinturas de artistas renombrados adornaban las paredes. Esa mañana, los dos personajes fueron conducidos por dos ujieres que se retiraron una vez el rey y su invitado se sentaron. -Señor Conde Edmund, entiendo que usted tiene una oferta muy atractiva para mí.- dijo el rey, esbozando una sonrisa. -Si Su Majestad me lo permite, le expondré los pormenores de mi propuesta.- pidió Edmund. -Adelante, Señor Conde.- invitó el Rey, acomodándose en su silla-trono. Edmund pensó cuidadosamente en la selección de sus palabras y expuso así su pretensión: -Majestad, como usted ya debe saberlo, Fransville está atravesando por un período crítico en cuanto se refiere al gobierno y a sus finanzas. Los Duques se sentirán halagados si mi propuesta de anexión a Francia se lleva a cabo. Mi mensaje anterior al respecto, y que fue transmitido a su Excelencia por mi hijo adoptivo Arnaud hace un mes, parece que fue de su agrado, según él me refirió. Sé que ésta modalidad política de unión es completamente nueva en Europa, pero los beneficios mutuos serán también importantes.- -Me parece una excelente oferta y creo que ello favorecerá al Reino francés. Acepto su ingreso y el de su hijo a nuestra Corte, con cargos significativos en el gobierno, que el Cardenal Mazzarino se encargará de reglamentar.- dijo el Rey Luis. -Entonces, Majestad, Francia se expandirá por el nordeste y Fransville se convertirá en un Gran Ducado bajo la jurisdicción de las leyes del reino de Francia, según veo yo la situación geográfica.- afirmó Edmund. -Así será, Edmund. Los documentos están listos para que los firmemos inmediatamente.dijo el Rey, al tiempo que llamaba a su Secretario Privado. Se selló allí aquel tratado de anexión que hacía "desaparecer" el Reino de Fransville, convirtiéndolo en el Gran Ducado de Franconia. A partir de ese día, Edmund recibía el título de Duque Regente de Franconia. Sus atribuciones serían las de un Ministro asesor del rey Luis XIV. Todo aquello le sonaba como música celestial en sus oídos, aunque le preocupaba un tanto su futura relación con el cardenal Mazzarino, de quien había oído decir cosas terribles. Pero esa idea no lo trasnocharía, pues él ya tenía buena experiencia con Cardenales. VEINTIDOS Los días siguientes a la trascendental reunión celebrada en el Palacio de Versalles entre el Rey Sol y el, ahora, Duque de Franconia fueron de mucha agitación y actividad en los territorios de Fransville. No hubo ocupación alguna y más bien se sintió un aire de renovación por los envíos de vituallas, caballos, alimentos y dinero que se empezó a usar por los habitantes que ya empezaban a sufrir grandes privaciones. El ambiente de vida francés era bastante superior al conocido en la antigua Fransville y el hermanamiento de los pueblos fue muy bien recibido por los nobles feudales de aquellos territorios pues el idioma y la idiosincrasia eran muy similares. Todo aquel movimiento humano vino a sellar la pertenencia de Fransville al reino de Francia y esa transformación social fue rápidamente conocida por el rey Fernando de Aragón quien no tuvo más remedio que abandonar sus planes de ocupación y colonización. De todas maneras, Portugal era aún su punto de enfoque para un inminente dominio, lo que no significó un gran esfuerzo, pues el rey Luis no estaba interesado en esos territorios. Llegó, pues, el momento en que Edmund, ahora Duque de Franconia, empezaría a llevar a cabo sus funciones de Ministro Asesor de Su Majestad el Rey Luis XIV. Para ello, le fue adjudicada toda una sección lujosamente amoblada en el ala norte del Palacio. Era un espacio constituido por cuatro estancias: el Recibidor, la Sala de Reuniones, el Salón de Artes y la Sección Personal. Se aprestaba a conocer detenidamente cada uno de esos espacios y decidió empezar por el Recibidor. Al acercarse a la gran puerta de acceso recibió los honores de una pequeña guardia constituida por diez soldados mosqueteros, expertos en el manejo de la espada. -Soy el Capitán LeClerk, Excelencia, y estoy a su servicio.- dijo un hombre de maneras muy educadas, haciendo una venia. -Gracias Capitán.- respondió Edmund y franqueó la gran puerta labrada que los soldados abrieron para él. Tan pronto ingresó al estudio, le sorprendió ver allí, de pie, a un personaje totalmente vestido de ropajes rojos adornados con hilos de oro y tocado con un solideo del mismo color. No le cupo duda a Edmund sobre la persona que allí se encontraba. -¡Ave María Purísima!- exclamó el Cardenal Mazzarino. -¡Sin Pecado Concebida!-respondió Edmund, acercándose para besar el anillo cardenalicio, a la vez que hincaba su rodilla izquierda en el suelo. -No tiene por qué arrodillarse ante mí, Señor Duque.- acotó el Cardenal. -Su rango de nobleza lo dispensa de ello.-Gracias, Reverencia. ¿Podría dirigirme a usted como "Señor Cardenal"?- preguntó Edmund. -No es necesario, Señor Duque. Puede llamarme Jules, como es mi nombre, y si lo acepta, yo le llamaré Edmund. ¿Le parece bien?- dijo el Cardenal, con amabilidad. -Salvo en situaciones públicas u oficiales.- condicionó. -Me parece una excelente idea, Jules.- acotó Edmund , sonriendo. Los recién relacionados se despidieron sin mucho protocolo y quedaron de encontrarse para la cena en compañía del rey. Ese encuentro entre aquellos hombres poderosos no fue tan trascendental como se imaginaba Edmund, después de conocer las leyendas negras que circulaban acerca del cardenal Mazzarino. Le faltaba aún, conocer personalmente a la esposa del Rey Sol, Doña María Teresa de Austria, Infanta de España y de Portugal, Reina consorte de Francia y de Navarra. Como lo supo más tarde, esa dama tenía nexos familiares con la Corona española y rogó que cuando la conociera no hubiera referencias al rey Fernando, dados los antecedentes que se habían producido en tiempos anteriores. VEINTITRES Los días siguientes a la trascendental reunión celebrada en el Palacio de Versalles entre el Rey Sol y el, ahora, Duque de Franconia fueron de mucha agitación y actividad en los territorios de Fransville. No hubo ocupación alguna y más bien se sintió un aire de renovación por los envíos de vituallas, caballos, alimentos y dinero que se empezó a usar por los habitantes que ya empezaban a sufrir grandes privaciones. El ambiente de vida francés era bastante superior al conocido en la antigua Fransville y el hermanamiento de los pueblos fue muy bien recibido por los nobles feudales de aquellos territorios pues el idioma y la idiosincrasia eran muy similares. Todo aquel movimiento humano vino a sellar la pertenencia de Fransville al reino de Francia y esa transformación social fue rápidamente conocida por el rey Fernando de Aragón quien no tuvo más remedio que abandonar sus planes de ocupación y colonización. De todas maneras, Portugal era aún su punto de enfoque para un inminente dominio, lo que no significó un gran esfuerzo, pues el rey Luis no estaba interesado en esos territorios. Llegó, pues, el momento en que Edmund, ahora Duque de Franconia, empezaría a llevar a cabo sus funciones de Ministro Asesor de Su Majestad el Rey Luis XIV. Para ello, le fue adjudicada toda una sección lujosamente amoblada en el ala norte del Palacio. Era un espacio constituido por cuatro estancias: el Recibidor, la Sala de Reuniones, el Salón de Artes y la Sección Personal. Se aprestaba a conocer detenidamente cada uno de esos espacios y decidió empezar por el Recibidor. Al acercarse a la gran puerta de acceso recibió los honores de una pequeña guardia constituida por diez soldados mosqueteros, expertos en el manejo de la espada. -Soy el Capitán LeClerk, Excelencia, y estoy a su servicio.- dijo un hombre de maneras muy educadas, haciendo una venia. -Gracias Capitán.- respondió Edmund y franqueó la gran puerta labrada que los soldados abrieron para él. Tan pronto ingresó al estudio, le sorprendió ver allí, de pie, a un personaje totalmente vestido de ropajes rojos adornados con hilos de oro y tocado con un solideo del mismo color. No le cupo duda a Edmund sobre la persona que allí se encontraba. -¡Ave María Purísima!- exclamó el Cardenal Mazzarino. -¡Sin Pecado Concebida!-respondió Edmund, acercándose para besar el anillo cardenalicio, a la vez que hincaba su rodilla izquierda en el suelo. -No tiene por qué arrodillarse ante mí, Señor Duque.- acotó el Cardenal. -Su rango de nobleza lo dispensa de ello.- -Gracias, Reverencia. ¿Podría dirigirme a usted como "Señor Cardenal"?- preguntó Edmund. -No es necesario, Señor Duque. Puede llamarme Jules, como es mi nombre, y si lo acepta, yo le llamaré Edmund. ¿Le parece bien?- dijo el Cardenal, con amabilidad. -Salvo en situaciones públicas u oficiales.- condicionó. -Me parece una excelente idea, Jules.- acotó Edmund , sonriendo. Los recién relacionados se despidieron sin mucho protocolo y quedaron de encontrarse para la cena en compañía del rey. Ese encuentro entre aquellos hombres poderosos no fue tan trascendental como se imaginaba Edmund, después de conocer las leyendas negras que circulaban acerca del cardenal Mazzarino. Le faltaba aún, conocer personalmente a la esposa del Rey Sol, Doña María Teresa de Austria, Infanta de España y de Portugal, Reina consorte de Francia y de Navarra. Como lo supo más tarde, esa dama tenía nexos familiares con la Corona española y rogó que cuando la conociera no hubiera referencias al rey Fernando, dados los antecedentes que se habían producido en tiempos anteriores. VEINTICUATRO Arnaud se hallaba descansando del entrenamiento con espadas que había estado realizando durante toda la mañana. No pensó que debería acompañar a su padre para la entrevista aquel día en que se pactó la "entrega" de Fransville, que, muy eufemísticamnete llamaron "anexión pacífica" al Reino de Francia pues sintió que su sueño de llegar a regir aquel reino en decadencia en reemplazo de Edmund se había desvanecido como la bruma de la mañana. Había decidido retirarse a vivir un tiempo a su residencia privada que había adquirido en el nordeste de Portugal, más precisamente en el feudo de Santarém, situado a poco más de 18 leguas del Castillo de Sesimbra, sobre el puerto de Lisboa. Precisamente, allí se encontraba la residencia de la Reina Isabela I, hija del Rey Fausto de Portugal, asesinado durante un asalto al castillo de Sesimbra. Ella, con la ayuda de su esposo el Conde de Bragelonne, pariente cercano del Rey Luis XIV, había logrado una dispensa con respecto a la Ordenanza Real que prohibía a las infantas heredar la corona, en caso de no haber heredero varón u otros miembros de la familia real. La infanta era hija única y no había parientes cercanos del rey fallecido. El Rey Sol consiguió, por intercesión del Cardenal Mazzarino, una orden directa del papa Inocencio IV por la cual se ordenaba coronar a la Infanta como Reina de Portugal. Arnaud se sentía afortunado de vivir en un feudo tan cercano al Castillo-Palacio de la Reina Isabela. Ya hacía largo tiempo que había concebido la idea de acercarse a aquella fortaleza, en son de socializar con la nobleza lusitana. Su experiencia en el manejo de las relaciones con los nobles de Fransville le facilitaría llevar a cabo su plan. En su chalet de Santarém, que se convirtió en un palacio de gran extensión, Arnaud mantenía una especie de ejército privado, servidumbre numerosa, caballerizas bien dotadas, patios de armas, jardines bien cuidados y un poblado alrededor conformado por familias fieles a él, que trabajaban con gusto. Poco a poco se fue regando la noticia de que un señor feudal llamado Arnaud, Marqués de Giscard e hijo del Conde de Franconia, estaba dando permiso a sus siervos para educarse en las escuelas del reino, cosa jamás aceptada por la Corte hasta ese momento. Eran los primeros cambios sociales de lo que más tarde se vino a convertir en el nacimiento de la República. Aquellos últimos años fueron de inquietud política y enfrentamientos entre quienes se hallaban a favor de grandes cambios y aquellos que querían aferrarse a las viejas tradiciones de dominio y poder. Arnaud no era extraño a todos esos movimientos y sintió que estaba por llegar el momento de actuar. En su despacho privado de Santarém, el Marqués de Giscrad conversaba con su jefe de guardia, el Capitán Agostinho de Vasconcelos, sobre el estado de las tropas. Allí también se encontraban Don Aldo de Souza, jefe financiero del Palacio, y el Condestable Antoine Leroux, jefe de Relaciones de la Corte que ya se empezaba a gestar en aquel nuevo palacio. El despacho de Arnaud era afamado por la decoración que lucía. Cuadros originales de los grandes pintores y escultores franceses de la época colgaban de las paredes de aquel gran salón. Pinturas de Jean Audran, Augustin Aubert y Rosalie Filleul que resaltaban con sus coloridos relucientes y esculturas de Michel Victor Acier y Marc Arcis provocaban excelentes comentarios de los visitantes. Todas esas obras se cotizaban en altos precios, pues los autores se encontraban en la cumbre de sus realizaciones. Cortinajes de terciopelo azul y verde con bordados en plata y oro brillaban a la luz de los candelabros que pendían del techo. La elegancia de quienes se hallaban allí también era notable. Allí conversaban las personas citadas. -Capitán Agostinho, ¿con cuántos soldados contamos?- inquirió Arnaud. -Son 350 mosqueteros-espadachines de a pie, 200 arqueros a caballo, armados con pistolas de chispa, 150 lanceros a caballo y 100 mercenarios escogidos.- reportó el Capitán de Vasconcelos. -¿Se podría decir que están dispuestos a la acción inmediata?- preguntó Arnaud. -¿A qué debemos esa pregunta, Señor Marqués?- quiso saber Don Aldo de Souza, con cierto aire de curiosidad. -Pronto lo sabremos.- acotó el Condestable Antoine Leroux. VEINTICINCO El Condestable Leroux sabía de qué estaba hablando. Desde tiempo atrás, había sostenido largas charlas con Arnaud,y a quien consideraba como su hermano. Hablaban mucho sobre lo que fue el antiguo reino de Fransville, ahora anexado al poderoso y rico reino de Francia. Precisamente, fue allí donde creció, se educó y vino a ser un personaje muy apreciado por la corte Fransvilleana. Desde su patria tuvo que huir hacia tierras extranjeras, tomando rumbos peligrosos, llenos de maleantes, que mantuvieron su vida en riesgo por varios años. Con el paso del tiempo, se estableció en una villa de Portugal, pasando casi de incógnito para así re-empezar a organizar su vida. Antoine Leroux, noble de casi la misma edad que Arnaud, se topó de manos a boca con la comitiva de quien más tarde se vendría a convertir en su amigo del alma. Era una mañana de otoño, cuando los Leroux estaban llevando a cabo una cabalgata con fines de cacería de liebres que en ese bosque abundaban por aquella época. Mademoiselle Giselle de Trebaine, hija del Conde-Duque Gaspar de Trebaine, era la invitada de honor en esa actividad. Una vez que los perros fueron sueltos para hacer salir las liebres de sus madrigueras, fue tal el fragor de los ladridos, que hicieron desbocar el caballo de la dama poniendo así en grave peligro su vida. Coincidencialmente, la comitiva de Arnaud se hallaba acampando transitoriamente para tomar un descanso, después de un largo desplazamiento a través de la tupida floresta de aquel bosque. Súbitamente, Arnaud oyó un galope tendido y voces pidiendo auxilio. Rápidamente, se incorporó y montó su cabalgadura para salir rápidamente en pos del caballo desbocado. -¡Alguien detenga ese animal!- gritaba Antoine, que también trataba de darle alcance, sin lograrlo. A su lado cabalgaba Arnaud, con un caballo más veloz. -¡Permítame, Señor!- dijo, acelerando la marcha. -¡Por favor, detenga ese caballo antes de que llegue al desfiladero!- gritó Antoine. El galope del caballo de Madam Giselle parecía acelerarse hacia el lugar donde el camino se terminaba. Enseguida no había sino rocas escarpadas donde seguramente se estrellaría con su preciosa carga. Ya era mínima la distancia que separaba los dos caballos pero el tiempo y la distancia no alcanzarían para detener al equino. En plena marcha, Arnaud extendió su brazo y rodeó la cintura de la dama a quien posó en la parte delantera de silla, desviando su rumbo hacia la izquierda. Casi en ese mismo instante, el caballo desbocado se lanzó al vacío. -Parece que lo logramos, Madam.- dijo Arnaud, sonriendo y disminuyendo la velocidad. -Creí que no podríamos hacerlo, Señor...- dijo la dama. -Soy Arnaud, Marqués de Giscard, Mademoiselle...- aclaró Arnaud, a la vez que indagaba por el nombre de la bella dama. -Giselle, Condesa de Tribaine.- aclaró ella. En ese momento, se apearon y se encontraron con el noble que dirigía la cacería. -Me complace mucho que usted haya aparecido en el momento justo y lamento que hubiera puesto su vida en peligro para salvar a mi prometida. Soy el Condestable Antoine Leroux, invitado de honor del padre de Giselle.- explicó el joven. -¿Les parece que nos llamemos por nuestros nombres, simplemente?- sugirió ella. -Es lo más sensato que he escuchado hoy.- dijo riendo Antoine. Enseguida hubo agradecimientos e intercambio de invitaciones a los respectivos palacios. Fue así como Antoine y Arnaud se convirtieron en los mejores amigos, siendo el segundo el de más experiencia en armas y poseedor de su propio palacio y feudo. Con el tiempo, los dos fueron premiados por el padre de Giselle con sendos títulos de Condestables. Ahora, Arnaud podía sumar otro título al que ya poseía, lo que redundó para él en gran popularidad y nombradía. Después de varias visitas que Antoine hizo al palacio de Arnaud, éste le ofreció el puesto de Jefe de Relaciones de la Corte, el cual fue aceptado por quien logró dar renombre a la novel corte que se estaba organizando en Santarém. Por supuesto que los planes que se gestaban allí eran perfectamente conocidos por Antoine. Una de esas noches palaciegas después de la cena general, Arnaud decidió poner sus cartas sobre la mesa. -Antoine, ¿usted conoce mis orígenes?- inquirió -No totalmente, Arnaud.- dijo Antoine, sin mucha sorpresa en su voz. -Déjeme decirle que yo soy el hijo adoptivo del Conde Edmund de Giscard, ahora Condestable de Franconia. Desgraciadamente, yo me quedé sin patria por la traición que mi padre nos jugó a todos los habitantes de Fransville.- dijo Arnaud con amargo resentimiento. -¿Cree usted que la anexión de Fransville a Francia fue un acto de traición?- indagó Antoine. -Desde luego que sí. Con decirle, que yo me enteré de ello mucho después de que mi padre ya había firmado la anexión. Y ese es un hecho que no podré jamás perdonarle.explicó Arnaud, dando pasos hacia el crucifijo que pendía de una de las paredes del estudio. Antoine se quedó pensativo por un instante y se acercó a su amigo, para oírle decir: Quiero que usted sea mi testigo de lo que voy a decir.Arnaud hincó su rodilla izquierda en el suelo, levantó la mirada hacia el crucifijo y proclamó: "Juro ante la presencia sagrada de Jesús Crucificado, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta no recuperar la libertad de mi patria Fransville, así sea a costa de mi propia vida." Antoine se sorprendió al escuchar esas palabras, pues ello equivalía a una declaratoria de guerra al reino de Francia. Por eso, aquella noche en la que las autoridades del palacio de Arnaud se reunieron para hablar sobre la marcha de los asuntos administrativos y de defensa, el Condestable Antoine Leroux respondió a Don Aldo de Souza con pleno conocimiento de causa. En esa oportunidad, lo que se estaba gestando era una nueva guerra. VEINTISEIS Parecía que los hados del destino se estaban organizando de la manera más extraña. Padre e hijo se verían enfrentando situaciones que jamás habían cruzado por sus mentes, lo cual mostraba cuán caprichosa es la diosa del infortunio. Hasta ese momento, nadie sospechaba qué sentimientos se anidaban en los corazones de quienes protagonizaban la historia de aquellos reinos tan propensos a los cambios repentinos e inesperados. Edmund ya se encontraba andando sobre sus 75 años, pero no daba muestras de querer retirarse a disfrutar de la vejez que lo había premiado con riquezas y poder político dentro del reino más poderoso del momento. Francia se hallaba atravesando por la cumbre de su historia bajo la tutela del Rey Sol, Luis XIV y uno de los funcionarios notables era el antiguo escanciador. En el estudio privado de su castillo, Edmund, Duque de Franconia, pensaba en lo afortunado que había sido al evitar el inminente desastre de Fransville. Casi todo el pueblo y la nobleza habían celebrado el hecho de pertenecer ahora al reino de Francia. Sin embargo, se acababa de enterar de que la persona más allegada a él, su hijo Arnaud, estaba organizando una conspiración. Precisamente, el Conde de Bragelonne, que vivía con su esposa la Reina Isabela de Portugal en el Castillo de Sesimbra, se había enterado de que un Señor Feudal, cuyo palacio se hallaba a pocas leguas del Palacio real, estaba organizando un gran ejército bastante poderoso. Para asegurarse de que aquello no era sólo un rumor, envió un espía hacia aquella propiedad con el objetivo de investigar la verdad de todo lo que se decía. El escogido para esa misión fue Amauro de Souza, capitán de caballería y experto en esa clase de cometidos. Al atardecer, Bragelonne le daba instrucciones precisas a De Souza con respecto a lo que debía hacer. Los dos hombres caminaban a lo largo de un sendero entre los jardines del ala norte del palacio real. -En primer lugar, usted no deberá ocultarse ni dar a entender que va de incógnito. Es alguien de la corte real que desea rendir sus respetos al acaudalado Señor del palacio vecino.- recomendó Bragelonne. -Lo comprendo, señor conde. No creo que haya inconvenientes en ello.- dijo De Souza. -Le recomiendo llevar un presente para el Señor de ese feudo y, de paso, investigar qué hay de cierto en lo que se rumorea.- casi ordenó el Conde. Acordaron en que se le llevaría un cuadro original de El Greco, con lo cual se facilitaría la entrada del Capitán De Souza. Al día siguiente, partió de Sesimbra montando uno de sus mejores caballos, sin escolta a la vista. Después de media hora de recorrido, se vio frente a las puertas de un inmenso castillo-palacio en cuyas torres ondeaban banderas para él desconocidas. Uno de los hombres armados que custodiaban las almenas gritó: -¡Identifíquese! -¡Soy el Capitán de Caballería Amauro de Souza, y deseo entrar!- -¿Cuál es el objeto de su visita?- -¡Entregar un presente al Señor del feudo, por encargo de Su Majestad la reina Isabela!dijo el capitán. -Espere un momento mientras bajamos el puente.-determinó el centinela. El puente levadizo bajó hasta el nivel de la entrada y enseguida se abrió la puerta de los visitantes. El capitán avanzó hacia el interior y, una vez en el patio de las cabalgaduras, se apeó de la suya. Un mosquetero lo recibió y le dijo: -Por favor, permítame conducirlo al despacho de Don Aldo de Souza, jefe Financiero del Palacio.- -¿Aldo de Souza?- inquirió el capitán. Pero, ¡él es mi tío en segundo grado!- -¿De verdad? Y, ¿usted no sabía que él se hallaba aquí?- preguntó el mosquetero, sonriendo. -Es la primera vez que vengo por estos lares.Siguieron caminado por una vía cubierta de placas de mármol brillante y pronto se hallaron al frente del despacho buscado. El mosquetero hizo una venia y se retiró. Amauro se aproximó y golpeó suavemente con el aldabón la puerta que se encontraba entreabierta. Un hombre de unos 60 años levantó la vista de unos documentos que tenía extendidos sobre su gran escritorio. Afinó la visión y se puso de pie. -¿Le puedo servir en algo?- preguntó a la vez que se dirigía a la puerta. Allí pudo reconocer a su familiar. -¡Querido sobrino!- dijo con alegría. -¡Tío Aldo!- exclamó el visitante, yendo al encuentro de su tío. -Pero, ¿a qué debo tu inesperada visita?- dijo Don Aldo, abrazando a su familiar. -Traigo un presente de la Reina Isabela para el Señor de este castillo.- explicó Amauro. -Cuando lo desees, yo te puedo conducir a él. Estoy desempeñando el cargo de Jefe Financiero y me será fácil hacerlo.- invitó el viejo. Caminaron por uno de los corredores y a medida que lo hacían se contaron pormenores de sus respectivas familias. Tío y sobrino se llevaban muy bien y el encuentro, un poco sorpresivo, significó bastante para los dos. En medio de la marcha, Amauro preguntó: -¿Quién es el Señor de este feudo?-Es el Señor Arnaud, Marqués de Giscard e hijo del Conde de Franconia.- fue la respuesta de su tío. -¿Lo podré conocer esta noche?- indagó. -Precisamente nos dirigimos hacia su despacho privado.- respondió el viejo. VEINTISIETE Caminaron por un rato más, disfrutando de la vista de los jardines muy bien cuidados por los hermanos Arsenio y Caetano Almeida, famosos diseñadores de cortes y figuras decorativas que se exhibían en los terrenos que rodeaban el castillo, brindando a los visitantes vistas llenas de hermosos colores y un inmenso verdor de varios matices. Los Almeida se convirtieron en verdaderos maestros de la jardinería real y eran famosos en toda la comarca. Precisamente, Arsenio se hallaba dirigiendo a un grupo de sus asesores, cuando los Souza pasaron por su lado. -Es una bella vista la de esta ala de los jardines.- juzgó Don Aldo, dirigiéndose al grupo. -Favor que usted nos hace, Señor de Souza.- respondió el maestro jardinero. -Lo felicito por tan especial trabajo, Arsenio.- dijo sonriendo el administrador. -Muchas gracias por su concepto tan especial, Señor.- correspondió el jardinero, haciendo una venia. Tío y sobrino siguieron su recorrido a lo largo de un sendero tapizado con césped de corto crecimiento que despedía un rico aroma campestre. Siguieron por el corredor a cuyos lados se podían apreciar arcos y pinturas murales hechas por artistas que Arnaud acogía en el palacio, por lo que su reputación de mecenas era bastante conocida. Pronto arribaron a la entrada de un gran salón a cuyo fondo se observaba una gran mesa de estilo florentino con cuatro sillas de estilo francés que la rodeaban. Hacia el rincón derecho de la estancia se hallaba una especie de escritorio macizo tallado en cedros del Líbano. Tapices flamencos y lámparas lusitanas adornaban las paredes y el techo de aquel salón que más parecía un despacho real. Arnaud, marqués de Giscard, se hallaba sentado ante el inmenso escritorio, pasando revista a varios documentos e implantando el sello feudal en algunos de ellos cuando observó a su Jefe de Finanzas y al visitante aproximándose. Ya le habían notificado de la presencia del sobrino de Don Aldo de Souza. -¡Acérquense, por favor!.- invitó Arnaud. Los dos hombres se aproximaron hasta llegar al frente del Marqués a quien saludaron con una venia. -Permítame presentarle a mi sobrino el Capitán Amauro de Souza, Señor Marqués.- dijo Don Aldo. -Bienvenido a mi palacio, Capitán. Soy el Marqués de Giscard, Señor de este feudo. Mi nombre es Arnaud y soy el hijo adoptivo del Conde Edmund de Franconia.-Muchas gracias, Señor Marqués. Tengo que reconocer que mi tío me ha brindado una generosa acogida en su palacio y me siento honrado de estar acá.- expuso el Capitán. -Podría preguntarle, ¿cuál es el objetivo de su visita?-indagó Arnaud, mirando de frente al recién llegado. -He venido a presentar los saludos de Su Majestad la Reina Isabela I y a entregar un presente que la corte real le envía, Señor Marqués.-explicó Amauro, descubriendo el cuadro de El Greco. -Es muy especial ese detalle de nuestra reina, el cual acepto con orgullo y alto aprecio. Le reitero mi bienvenida y lo invito a quedarse en el palacio el tiempo que usted estime conveniente. Su tío se encargará de los detalles.-dijo Arnaud. -Le agradezco enormemente su deferencia, Señor Marqués.- respondió Amauro, estrechando la mano de Arnaud. Los dos hombres se retiraron y a medida que caminaban iban intercambiando ideas. -Tío, ¿es verdad que el ejército de Santarém es muy numeroso?- inquirió Amauro. -¿Por qué lo preguntas?-Es que cuando me apeé en la cuadra de los caballos observé que había numerosos animales y muchos soldados equipados con armas modernas. Además, se puede apreciar el gran tamaño de los campamentos de las tropas, en continuo movimiento.- dijo el sobrino. -Todo ese tema es delicado de tratar a la ligera y no te podría afirmar ni negar nada al respecto, querido Amauro.- explicó Don Aldo. Casi en ese mismo instante se encontraron con el Condestable Antoine Leroux, el Jefe de Relaciones de la nueva Corte de Santarém que se aproximaba con paso ligero. Al ver a los de Souza, se detuvo y los saludó. Se hicieron las presentaciones de rigor y siguieron sus rumbos respectivos. Inesperadamente, Amauro dijo: -El Condestable es como el Primer Ministro aquí, ¿no es cierto, tio?-Podríamos decir que sí, sobrino. Es la persona con más poder, después del Marqués.explicó Don Aldo. A medida que se desplazaban, Amauro miraba hacia todas las secciones del palacio y detectaba mucho movimiento militar. Entonces, se atrevió a preguntarle a su tío: -¿Se está preparando aquí alguna acción armada de gran envergadura?-Si te doy la respuesta, ¿prometes guardarla para ti solo?- contra-preguntó Don Aldo. -Por supuesto, tío.- prometió Amauro. -Aquí se está gestando la reconquista de Fransville.- sentenció Don Aldo. VEINTIOCHO Por supuesto que Amauro de Souza no cumpliría la promesa de no divulgar la información dada por su tío, pues su misión en Santarém consistía en espiar para su superior el Conde de Bragelonne, esposo de la reina Isabela de Portugal. Como no pudo sonsacar más información de su tío, decidió dejar las instalaciones del palacio, pues la tarea había sido llevada a cabo con sorpresivos resultados y sin hacer mucho hincapié en conocer personalmente al Señor del feudo, se despidió de su familiar. -Creo que ha sido una hermosa sorpresa para mí saber que usted es tan alto funcionario aquí, tío.-Tú sabes que aquí estaré para lo que se te ofrezca, sobrino. Por favor, dale nuestros saludos a Su Majestad la reina Isabela, con nuestros agradecimientos por ese gesto de amistad tan especial.- dijo Don Aldo. -Lo haré, tío.- dijo Amauro, abrazándolo. - Cuídate mucho.-Tú también, querido sobrino. Que la Virgen te proteja siempre.Amauro se dirigió a la salida del palacio y al frente de la puerta principal se encontraba un caballerango sosteniendo las bridas de su caballo. Montó en su cabalgadura y emprendió marcha hacia el castillo de Sesimbra, pensando en el predicamento que se le había presentado con respecto a la información que había obtenido en Santarém. No era nada fácil traicionar la confianza de su tío y menos sabiendo que el Conde de Bragelonne era familiar cercano al Rey Luis XIV de Francia, para quien el padre de Arnaud trabajaba ahora que fue nombrado Duque de Franconia, la antigua Fransville. Parecía que los hados se habían confabulado en su contra, pues aquella situación lo incomodaba en grado sumo. Siguió su marcha al paso lento de su caballo, atravesando el valle que separa los dos palacios, el de Sesimbra y el de Santarém. Avanzó por una hondonada llena de verdes pastos poblados de altos árboles que ya estaban cambiando el color de sus hojas, antes de perderlas en pleno otoño. Un manantial de aguas cristalinas se deslizaba de forma calmada por entre los matorrales. La brisa, que soplaba suavemente, daba en pleno sobre el rostro de Amauro que decidió desmontar un rato para pensar más cómodamente. Dejó a su caballo libre de la montura para que pastara y bebiera del manantial. Él se acomodó sobre una manta que llevaba siempre en sus viajes a campo traviesa. Pensaba que aquello que se estaba preparando bajo la dirección de Arnaud era ni más ni menos que una guerra contra el reino de Francia. Tal evento desencadenaría toda una tempestad política en esos momentos, lo cual a su vez, tendería a desequilibrar los poderes ya establecidos en Europa. Había varias alternativas para manejar el problema: 1.- Comunicar a su superior, Bragelonne, todo aquello de lo que se había enterado. Ello traería consecuencias inesperadas por la posible reacción del Rey Luis. 2.- Hablar con el padre de Arnaud para así evitar el enfrentamiento entre padre e hijo. 3.- Callar y dejar que los acontecimientos siguieran su curso. Estaba embebido en aquellas elucubraciones, cuando detectó en la distancia que un grupo de soldados de a pie, armados con espadas y mosquetes, se aproximaba hacia él, sin buenas intenciones. Con la rapidez que lo caracterizaba, montó en su caballo y se alejó a galope tendido de sus posibles agresores. Pronto los perdió de vista y se apresuró a llegar a su destino, el Palacio de Sesimbra. -¡Alto!, ¿quién vive?- gritó una voz desde la almena de la entrada. -¡Soy el Capitán De Souza!- respondió el recién llegado. -¡Siga, Señor Capitán!- dijo el centinela, al tiempo que bajaban el puente. Una vez adentro, uno de los guardias le dio un mensaje: -Su Majestad, la Reina Isabela, requiere su presencia inmediatamente.- -¿En qué parte del castillo se encuentra Su Majestad?- inquirió Amauro. -En la Sala Principal de Reuniones, Señor.- dijo el guardia. Tan pronto se enteró del recado, Amauro desmontó de su cabalgadura y se encaminó hacia el lugar referido. Tuvo que atravesar el Salón de los Espejos, el Patio de Armas y el Salón de las Esculturas, cada uno exhibiendo bellas piezas de los más afamados artistas contemporáneos. En cada una de esas estancias se hallaban guardias que saludaban al Capitán Amauro de Souza. Uno de ellos lo acompañó hasta la entrada de la Sala de Reuniones. El centinela de turno le franqueó la entrada. -Bievenido, Capitán.- dijo la mismísima Reina. -Gracias, Su Majestad.- respondió Amauro, haciendo una venia. -Acérquese, por favor.- invitó la soberana. Varios funcionarios acompañaban a la reina Isabela en ese momento y entre ellos se encontraba el Conde de Bragelonne, quien dijo: -Capitán de Souza, estamos prestos a escuchar su informe sobre la visita que acaba de hacer al Palacio de Santarém.- VEITINUEVE El Capitán Amuro de Souza decidió en ese momento que había que mostrar aplomo y seguridad tanto en sus pasos como en la expresión de sus ideas. Aquellos momentos de análisis allá en la arboleda del manantial le sirvieron para sopesar cada una de las variantes existentes en lo que ahora estaban llamando "informe de la visita a Santarém". Pensó detenidamente en las consecuencias inmediatas y a largo plazo que sus palabras producirían. Por ello, tendría que ser lo más directo posible y evitar las ambigüedades en su exposición. Empezó diciendo: -Les agradezco mucho la atención que ustedes me están dispensando, especialmente a Su Majestad Doña Isabela.- dijo inclinándose hacia el trono real. Los ojos y los ademanes de quienes estaban presentes mostraron un inusitado interés en lo que él estaba diciendo. Parecía que ya hubieran tratado con anterioridad los temas relacionados con las palabras que diría. Como una especie de análisis de los pros y los contras de esa información. -Le sugiero no andarse por las ramas, Capitán.- dijo el Conde de Bragelonne. -Lo haré, Su Excelencia.- acotó Amauro, sin dar muestras de del descontento que aquellas palabras le habían causado. Luego, continuó: -Señor Conde, antes que todo me gustaría saber si todos los asistentes reunidos en este recinto deben escuchar mi reporte, pues esta es información de estado.- condicionó Amauro. El Conde de Bragelonne se aproximó, sin ninguna discreción, a dos damas y tres caballeros que dialogaban en el fondo derecho del despacho y les sugirió retirarse. Ellos salieron, aparentemente sin sentirse ofendidos. -Ya puede usted continuar, Capitán.- expuso la reina Isabela. -Con el permiso de Su Majestad, me permitiré exponer la situación que encontré en Santarém, de la manera más escueta posible. Les refiero que, con sorpresa, me encontré a mi tío Aldo de Souza trabajando bajo las órdenes del Señor Arnaud, Marqués de Giscard, hijo adoptivo del Conde de Franconia. Ello me aseguró una magnífica estadía allí y la posibilidad de investigar sobre ese feudo.-Prosiga, Capitán de Souza.- apremió el Conde de Bragelonne. Amauro de Souza quería ganar algo de tiempo con el objeto de redondear mejor sus ideas. Rodeó una de las mesas y extendió un pliego de papel sobre el cual se podía apreciar el dibujo esquemático de un castillo de la época. Señalando con un puntero improvisado, dijo: -La situación que encontré allí se puede resumir en los siguientes puntos: 1.- El Castillo-Palacio de Santarém es una fortaleza difícil de expugnar debido a su extensión y a las torres muy bien estructuradas. 2.- Las almenas siempre están vigiladas por un grupo de soldados de élite. 3.- Pude constatar que el número de militares disponibles para el combate sobrepasa los cinco mil. 4.- Hay un cuerpo de mosqueteros altamente entrenados para la guerra, cuyo armamento es de vanguardia. 5.- El poder militar de Santarém podría catalogarse como altamente peligroso. 6.- Observé que los entrenamientos son de época de pre-invasión. 7.- La caballería es muy seleccionada, desde los caballos hasta los jinetes, que son soldados expertos en el manejo de la espada, el arcabuz y la ballesta. 8.- En general, el ambiente que se vive dentro de Santarém es de pre-guerra. Los asistentes a aquella exposición empezaron a mostrar gravedad en sus rostros y algunos se pusieron de pie, dando pasos alrededor de la mesa del dibujo. -¿Para qué cree usted que Santarém se está preparando de esa manera?- preguntó la Reina. -Hay una situación familiar y política latente allí.- dijo Amauro, rozándose el mentón con el dorso de su mando derecha. -El Marqués de Giscard resiente fuertemente la anexión de Fransville a Francia y planea la posible recuperación de la condición de Reino de su patria.explicó Amauro. -¿Eso qué significaría?-espetó el Conde de Bragelonne. -Que Santarém planea atacar a Francia, simplemente.- sentenció el Capitán de Souza. La Reina Isabela y su esposo, el Conde de Bragelonne, decidieron que ya era suficiente la información que poseían con referencia a aquella situación que podría desembocar en una nueva confrontación dentro de la cual Portugal se vería envuelta. Por ello, agradecieron al Capitán Amauro de Souza por el servicio prestado, lo despidieron y emprendieron enseguida un diálogo entre ellos. Ya, presentes sólo ellos dos en el despacho, comentaron los alcances tan delicados que conllevaba todo aquello que acababan de oír. -¿Qué piensas de todo este barullo que se está armando, querido?- dijo la Reina, con una inmenso aire de preocupación. -Creo que el reino de Portugal, por estar íntimamente ligado a los destinos de Francia, se verá afectado por los futuros acontecimientos.- reflexionó el Conde. -Será necesario mover las fichas de este juego rápidamente para tomar ventaja.- agregó. -Nuestro rey Luis deberá enterarse inmediatamente de los hechos de Santarém y tomar la iniciativa antes de que se desate un infierno.- dijo Isabela. -No sería sólo ese el problema, querida.- apuntó Bragelonne. -¿Qué quieres decir?- dijo ella. -Sesimbra se encuentra a pocas leguas de distancia de Santarém y no es improbable que aquí estemos al fácil alcance de una sorpresiva invasión, con el peligro que ello encierra.respondió Bragelonne. -Entonces, ¿qué deberíamos hacer?- -Atacar primero.- afirmó resueltamente el Conde. TREINTA La Reina Isabela de Portugal había sido elevada a la dignidad real, de manera oficial, hacía apenas dos años. Casi toda su vida transcurrió de manera pasiva en la corte de su padre, el rey sacrificado en la última guerra contra el reino lusitano. Ella no estaba al corriente de los movimientos militares que conlleva un estado al cual hay que defender. Para ello se asesoró de su esposo, el Conde de Bragelonne, quien a su vez nombró oficiales franceses que poco conocían de los vericuetos políticos de Portugal. Además, el reino no poseía una armada o ejército grande ni entrenado para emprender campañas de gran calado. El General Leonel Varteil, ministro militar de Portugal, exponía sus aprehensiones al Duque de Desmoines, asesor militar para las fronteras del Reino Francés, en esos días de visita en Sesimbra. -No es exceso de previsión, pero siento que estamos en desventaja con respecto a Santarém, de acuerdo con el informe del Capitán Amauro de Souza.- decía Varteil, agitando varias páginas de papel en su mano izquierda. Desmoines, hombre curtido en varias guerras y vencedor en la última campaña francesa contra los moros, respondió: -Es posible que usted tenga razón en cuando al número de soldados y quizás también respecto del armamento actual. Pero ello no es una situación que no se pueda resolver contratando mercenarios y comprando más armas.-Usted tiene razón, Señor Duque. Sin embargo, eso exige mucho dinero que no tenemos en nuestras arcas, en estos momentos.-Su Majestad el Rey Luis ayudará gustosamente a solucionar esa situación, de forma más directa.- dijo el Duque. -Y, ¿cuál sería esa manera?- indagó Varteil. Desmoines se puso de pie y se aproximó más a la silla del Ministro, quien también se levantó para escuchar al Duque, con más atención. -Mi querido amigo Varteil, en París hemos estado siguiendo los pasos del hijo de Edmund y sabemos que está pronto a emprender una campaña militar a gran escala, con el fin de recuperar Fransville, no sin antes adueñarse de Portugal.-O sea que no es nada nuevo lo que nos ha referido el Capitán de Souza.- exclamó el Ministro Varteil. -Y eso no es todo, Ministro. Ya está en camino hacia Santarém una brigada numerosa de mosqueteros, espadachines y artilleros con los primeross cañones más mortíferos existentes.- explicó el Duque de Desmoines. -¿Cuántos efectivos contiene esa brigada?- quiso saber Varteil. -Poco más de diez mil hombres.-dijo el Duque. Luego agregó: -Lo que en principio ordenó el Rey Luis ha sido la protección del Reino de Portugal y para ello arribarán primero acá, al Palacio de Sesimbra, desde donde partirá la ocupación de Santarém.- -Pero, ¿por qué no se me había informado de éste asunto?-se quejó el Ministro Varteil. -Del sigilo y el silencio dependen muchas victorias, querido amigo Varteil.- dijo sonriendo el Duque. Estaban en ese intercambio de información tan coyuntural cuando, sorpresivamente y sin previo aviso, entró al despacho uno de los guardias privados de la reina Isabela, dando perentorias instrucciones: -¡Por favor, excelencias, acompáñenme a la "Cámara de Protección y Cobijo". Hay una aproximación de grupos armados hacia el Palacio!- Rápidamente y sin vacilaciones, salieron de allí escoltados por varios guardias escogidos. Se desplazaron por corredores no transitados y pronto llegaron a la Cámara de Protección, que era una estancia secreta que casi todos los palacios poseían, con el objeto de proteger a las personalidades de la Corte, del gobierno, del clero y de altas personalidades claves, no ligadas al asunto militar. Allí en ese enclave subterráneo había ductos de ventilación y despensas con todo lo necesario para sobrevivir por varias semanas, si fuere el caso. El Conde de Bragelonne, el Capitán de Souza y los altos militares del Reino de Portugal estaban en el exterior prestos a llevar adelante la defensa del palacio en caso de que fuera sometido a un ataque exterior. Los miembros disponibles del ejército lusitano ya estaban listos a responder cualquier arremetida que se presentara. Esperaron a que se disipara la neblina del momento para ver a qué se estaban enfrentado. Desde las almenas del Castillo-Palacio de Sesimbra observaron que un gran cuerpo de infantería y otros dos de caballería se apostaron frente a las inmensas puertas de acceso, sin desencadenar ningún ataque. Sorprendidos por ese actuar de los soldados que llegaron, decidieron encargar a uno de los centinelas, hacer el cuestionamiento de rigor. -¡Ah, de allá abajo! ¿Quiénes son?- -¡Somos la armada del Rey Luis y nuestro vocero camina hacia el puente!- Bajaron el puente y el mensajero expuso con credenciales la veracidad de la respuesta de quien identificó el ejército visitante. Se percataron, entonces, de que el ejército francés había llegado a Sesimbra. TREINTA Y UNO Era un ejército muy grande. Los soldados de la caballería pesada sumaban 3.500 hombres, todos montados sobre ejemplares frescos y de raza árabe, con una alzada de casi dos metros. Las armas de los caballeros consistían de espadas curvas de doble filo, arcabuces de rápida carga y pistolas de fisto. También se equipaban con puñales y hachas de guerra. Era el guerrero que definía el final de los combates, generalmente. Los soldados de la infantería llegaban a los 4.000, todos cubiertos con las cotas de malla. La mitad de ese número era de ballesteros y el resto, arcabuceros. Iban también equipados con espadas cortas. Detrás de la infantería se desplazaban los arqueros y los expertos en máquinas pesadas, que movían sobre plataformas dotadas de ruedas. Éstos soldados sumaban 1500 efectivos. Desde las torres de Sesimbra se podía divisar una inmensa mancha humana movediza que cubría los valles aledaños al castillo. Siendo tan numeroso aquel ejército, era menester que armaran sus campamentos en los terrenos que rodeaban Sesimbra. El Conde de Bragelonne, en compañía de los De Souza, padre e hijo, con los dignatarios militares rpesentaron los saludos a los altos oficiales del ejército enviado por Su Majestad el Rey Luis XIV, llamado "El rey Sol". A primera vista, Arnaud no parecía tener opción de lucha ante semejante armada que era divisada desde el Palacio de Santarém. Ese era el sentimiento que desde Sesimbra se pensaba que llenaba el cerebro del Marqués de Giscard, pero no todo lo que se percibe con la vista es necesariamente la realidad. Los 9.000 hombres recién llegados a los terrenos de Sesimbra no le preocupaban a Arnaud, como se suponía. Los emisarios reales del hijo del antiguo escanciador habían cumplido con el cometido que él les había confiado. Habían logrado que al menos la mitad de los soldados y oficiales recién llegados, se convirtieran en renegados secretos que lucharían a favor de la liberación de Fransville. Muchos de ellos eran miembros de las familias sometidas por la corona francesa y deseaban fervientemente ver a los suyos libres del dominio de Francia y no pertenecer más a un ducado. Anhelaban con fuerza retornar a su reino de Fransville. La situación no era como se mostraba a simple vista. La realidad era más compleja de lo que parecía. Sin embargo, desde la visión militar y táctica de Arnaud, todas las ventajas estaban a su favor. Los renegados del ejército francés ya habían recibido la orden de secuestrar y someter al resto de quienes se hallaban rodeando a Sesimbra. Les ofrecieron una mejor paga y el hecho de seguir con vida si colaboraban con la causa de Fransville. Dado que un alto número de ellos eran mercenarios, no tuvieron inconveniente en aceptar la benévola oferta. Todo cambió de orientación en un santiamén. Los miembros de la nobleza, incluyendo a Bragelonne, que se hallaban dentro del castillo de Sesimbra, vieron que el desbalance de fuerzas estaba contra ellos. La Reina Ana no dudó en organizar un comité de negociación para establecer las nuevas condiciones que exigían Arnaud y sus asociados. Sólo querían que Fransville fuera liberada de la tutela francesa y que se conservara como un reino independiente. Varios emisarios de gran preparación para estos menesteres marcharon hacia París, donde Edmund ya se encontraba negociando con el Rey Luis, a quien poco le interesaba mantener a Fransville como un Ducado aledaño al Reino francés, pues los gastos de sostenimiento y el manejo administrativo ya estaban minando las arcas de Francia. Aquel 3 de Enero, día de santa Genoveva, la patrona de París, se firmó un nuevo tratado estableciendo los límites antiguos del Reino Fransville. Todos en aquella comarca coincidieron en coronar a su primer rey: Edmund I de Villars. Hubo tres días de celebración, por la real invitación del Rey Luis, quien donó la nueva decoración del Palacio de Versilonge, los gastos de coronación y la bendición especial de la Santa Sede, por medio de la presencia del nuncio papal, el Cardenal Mazzarino. La nueva Fransville recobró así su estatus de independencia y un lugar destacado entre los reinos europeos de la época. A los dos años de empezar su reinado, Edmund de Villars, antiguo escanciador real, moría en su lecho, rodeado del príncipe Arnaud, quien lo sucedió en el trono, tomando el título de Arnaud I de Giscard. Los funerales de Edmund fueron grandiosos y no hubo familia que no lamentara su fallecimiento. FIN