1 CIEN CUENTOS Y NARRACIONES PARA EL CAMINO Juan José Bravo 2 Querido amigo. 100 Cuentos y Narraciones, es una ilusión gozosa que como Brotes de Olivo quiero compartir contigo. A través de los siglos, los hombres de distintas culturas siempre hemos visto en las fábulas, en los cuentos, en las parábolas, en las anécdotas o en las narraciones una enseñanza amena y eficaz sobre las cosas esenciales de nuestra vida, de la sed de felicidad que llevamos dentro y de las circunstancias que envuelven nuestra existencia. Por esta razón comparto contigo algunas fábulas, cuentos, narraciones, anécdotas... que en determinados momentos han contribuido enormemente en el proceso de mi vida y en la de mis interlocutores. 100 Cuentos y Narraciones es un viaje al mundo de los sueños para descubrir las cosas esenciales de la vida: nuestra relación con Dios, el Padre Bueno; nuestro compromiso con los otros, nuestros compañeros en la carrera por alcanzar la VIDA; y nuestra lucha por descubrirnos a nosotros mismos, como una sonrisa eterna de aquel que nos amó primero y en quien somos, nos movemos y existimos. El material que te presento es una recolección de los cuentos que he escuchado a lo largo del camino en retiros, convivencias, encuentros, charlas y reflexiones he ido poniendo cual singular arlequín de Dios entre los que buscan algo más allá de lo que captan sus sentidos, pues como decía el Principito: “lo esencial es invisible a nuestros ojos”. Al final de este material encontrarás las fuentes de donde he ido coleccionando los cuentos que en este material que lego a quienes apuesten por soñar. No te extrañes de que alguno de estos cuentos no los encuentres en la lista bibliográfica, pues ellos ha sido creados por este singular Anacoreta. Finalmente, no sólo te permito sino que te animo a compartir este contenido con los que se animen a entrar en el mundo de los sueños. Querido amigo, desde Pueblo de Dios te saludo, te quiero, te deseo la paz. 3 A la memoria del mejor narrador de cuentos y parábolas que la humanidad ha podido concebir a lo largo de todos los siglos y en quien hombres y mujeres han sido capaces de apostarlo todo por hacer de este un mundo como pompas de jabón.... Jesús de Nazaret 4 01. LA ORACIÓN DE UN CAMPESINO. Un pobre campesino que regresaba del mercado a altas horas de la noche, descubrió de pronto que no llevaba consigo su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta, y el pobre hombre estaba muy afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus oraciones. Entonces se le ocurrió orar del siguiente modo: “He cometido una verdadera estupidez, Señor: he salido de casa esta mañana sin mi libro de oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar sin él una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces el alfabeto muy despacio, y tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que yo soy incapaz de recordar”. Y dijo el Señor a sus ángeles: “De todas las oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido, sin duda alguna, la mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero”. 02. UNA LECCIÓN DE VIDA. Érase una vez una mujer muy devota y llena de amor de Dios. Solía ir a la iglesia todas las mañanas, y por el camino solían acosarla los niños y mendigo, pero ella iba tan absorta en sus devociones que ni siquiera los veía. Un buen día, tras haber recorrido el camino acostumbrado, llegó a una iglesia en el preciso momento en que iba a empezar el culto. Empujó la puerta, pero ésta no se abrió. 5 Volvió a empujar, esta vez con más fuerza, y comprobó que la puerta estaba cerrada con llave. Afligida por no haber podido asistir al culto por primera vez en muchos años, y no sabiendo que hacer, miro hacia arriba... y justamente allí, frente a sus ojos, vio una nota clavada en la puerta con una chincheta. La nota decía: “Estoy ahí afuera”. 03. UN EMPRESARIO. Un vagabundo se presentó en el despacho de un acaudalado hombre de negocios a pedir una limosna. El hombre llamó a su secretaria y le dijo: “¿Ve usted a este pobre desgraciado? Fíjese cómo le asoman los dedos a través de sus horribles zapatos; observe sus raídos pantalones y su andrajosa chaqueta. Estoy seguro que no se ha afeitado ni se ha duchado ni ha comido caliente en muchos días. Me parte el corazón ver una persona en esas condiciones, de manera que... ¡HAGA QUE DESAPAREZCA INMEDIATAMENTE DE MI VISTA!” 04. EL MESÍAS El monje, que se hallaba meditando en su cueva del Himalaya, abrió los ojos y descubrió, sentado frente a él, a un inesperado visitante; el Abad de un celebre monasterio. “¿Qué deseas?”, le preguntó el monje. El Abad le contó una triste historia. En otro tiempo, su monasterio había sido famoso en todo el mundo occidental, sus celdas estaban llenas de jóvenes novicios, y en su iglesia resonaba el armonioso canto de sus monjes. Pero habían 6 llegado malos tiempos: la gente ya no acudía al monasterio a alimentar su espíritu, la avalancha de jóvenes candidatos había cesado y la iglesia se hallaba silenciosa. Sólo quedaban unos pocos monjes que cumplían triste y rutinariamente sus obligaciones. Lo que el Abad quería saber era lo siguiente: ¿”Hemos cometido algún pecado para que el monasterio se vea en esta situación” “Sí”, respondió el monje, “un pecado de ignorancia” “¿Y qué pecado puede ser ese?” “Uno de vosotros es el Mesías disfrazado, y vosotros no lo sabéis”, y dicho esto, el monje cerró sus ojos y volvió a su meditación. Durante el penoso viaje de regreso a su monasterio; el Abad sentía cómo su corazón se desbocaba al pensar que el Mesías, ¡el mismísimo Mesías!, había vuelto a la tierra y había ido a parar justamente a su monasterio. ¿Cómo no había sido él capaz de reconocerle? ¿Y quién podría ser? ¿El hermano administrador? ¿Acaso el hermano cocinero? ¿El hermano sacristán? ¿O sería él, el hermano prior? ¡No, él no! Por desgracia, él tenía demasiados defectos... pero resulta que el monje había hablado de un Mesías “disfrazado”... ¿No serían aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos tenían defectos... ¡Y uno de ellos tenía que ser el Mesías! Cuando llegó al Monasterio, reunió a los monjes y les contó lo que había averiguado. Los monjes se miraban incrédulos unos a otros: ¿El Mesías... aquí? ¡Increíble! Claro que si estaba disfrazado... Entonces, tal vez... ¿Podría ser fulano...? ¿o mengano? Una cosa era cierta: si el Mesías estaba allí disfrazado, no era probable que pudieran reconocerlo. De modo que empezaron a tratarse con respeto y consideración. “Nunca se sabe”, pensaba cada cual para sí cuando trataba con otro monje: “Tal vez sea éste...” 7 El resultado fue que el monasterio recobró su antiguo ambiente de gozo desbordante. Pronto volvieron a acudir docenas de candidatos pidiendo ser admitidos en la Orden, y en la Iglesia volvió a escucharse el jubiloso canto de los monjes, radiantes del espíritu de Amor. 05. DOS HERMANOS Dos hermanos, el uno soltero y el otro casado, poseían una granja cuyo fértil suelo producía abundante grano, que los dos hermanos se repartían a partes iguales. Al principio todo iba perfectamente. Pero llegó un momento en que el hermano casado empezó a despertarse sobresaltado todas las noches, pensando: “No es justo. Mi hermano no está casado y se lleva la mitad de la cosecha; pero yo tengo mujer y cinco hijos, de modo que en mi ancianidad tendré todo cuanto necesite. ¿Quién cuidará de mi pobre hermano cuando sea viejo? Necesitaba ahorrar párale futuro mucho más de lo que actualmente ahorra, porque su necesidad es, evidentemente, mayor que la mía”. También el hermano soltero comenzó a despertarse por las noches y a decirse a sí mismo: “Esto es una injusticia. Mi hermano tiene mujer y cinco hijos y se lleva la mitad de la cosecha. Pero yo no tengo que mantener a nadie más que a mí mismo. ¿Es justo, acaso, que mi pobre hermano, cuya necesidad es mayor que la mía, reciba lo mismo que yo?” Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco al granero de su hermano. Un día, se levantaron de la cama al mismo tiempo y tropezaron, uno con otro, cada cual con un saco de grano a la espalda. Muchos años más tarde, cuando ya habían muerto los dos, el hecho se divulgó. Y cuando los ciudadanos decidieron erigir un templo, escogieron para ello el lugar 8 en el que ambos hermanos se habían encontrado, porque no creían que hubiera en toda la ciudad un lugar más santo que aquél”. 06. LA JUSTICIA. Un viajero caminaba un día por la carretera cuando pasó junto a él como un rayo un caballo montado por un hombre de mirada torva y con sangre en las manos. Al cabo de unos minutos llegó un grupo de jinetes y le preguntaron si había visto pasar a alguien con sangre en las manos. “¿Quién es él? Preguntó el viajante. “Un malhechor”, dijo el cabecilla del grupo. “¿Y lo persiguen para llevarlo ante la justicia?” “No. Lo perseguimos para enseñarle el camino” 07. PARA EL OTRO LO MEJOR Era un matrimonio pobre. Ella hilaba a la puerta de su choza pensando en su marido. Todo el que pasaba se quedaba prendado de la belleza de su cabello negro, largo como hebras brillantes salidas de su rueca. Él iba al mercado con algunas frutas . A la sombra de un árbol se sentaba a esperar, sujetando entre los dientes su pipa vacía. No llegaba el dinero para comprar ni un poquito de tabaco. 9 Se acercaba el día del aniversario de la boda y ella no cesaba de preguntarse que podría regalar a su marido. Y, además, ¿Con qué dinero? Una idea cruzó su mente. Sintió un escalofrío al pensarlo, pero al decidirse, todo su cuerpo se estremecía de gozo; vendería su pelo para comprarle tabaco. Ya imaginaba a su hombre en la plaza, sentado ante sus frutas, dando largas bocanadas a su pipa: aromas de incienso y de jazmín darían al dueño del puestecillo la solemnidad y el prestigio de un verdadero comerciante. Sólo obtuvo por su pelo unas cuantas monedas, pero eligió con cuidado el más fino estuche de tabaco. El perfume de las hojas arrugadas compensaba largamente el sacrificio de su pelo. Al llegar la tarde, regresó el marido. Venía cantando por el camino. Traía en su mano un pequeño envoltorio: eran unos peines para su mujer, que acababa de comprar tras vender su vieja pipa... Abrazados rieron hasta el amanecer. 08. MIRAD A LOS GANZOS Mientras estudiaba en Canadá uno de mis profesores nos leyó un ensayo que influyó notablemente en nuestro equipo. Dice así: “El próximo otoño, cuando veas los gansos dirigiéndose hacia el Sur para el invierno, fíjate que vuelan formando una V. Tal vez te interese saber lo que la ciencia ha descubierto acerca del por qué vuelan de esa forma. Se ha comprobado que cuando cada pájaro bate sus alas, produce un movimiento en el aire que ayuda al pájaro que va detrás de él. Volando en V la bandada completa aumenta por lo menos en un 71% más de su poder que si cada pájaro volara solo”. 10 Conclusión 01. las personas que comparten una dirección común y tienen sentido de comunidad pueden llegar a donde sea más fácil y rápidamente porque van apoyándose mutuamente. “Cada vez que un ganso se sale de la formación, siente inmediatamente la resistencia del aire: se da cuenta de la dificultad de hacerlo solo y rápidamente regresa a su formación para beneficiarse del poder del compañero que va adelante”. Conclusión 02. Si nosotros tuviéramos la inteligencia de un ganso, nos mantendríamos con aquellos que se dirigen en nuestra misma dirección. “Cuando el líder de los gansos se cansa , se pasa a uno de los puestos de atrás y otro ganso toma su lugar”. Conclusión 03. obtendremos mejores resultados si nosotros tomamos turnos haciendo los trabajos más difíciles. “Los gansos que van detrás graznan (producen el sonido propio de ellos) para alentar a los que van delante a mantener la velocidad”. Conclusión 04. una palabra de aliento produce grandes beneficios. “Finalmente, cuando un ganso se enferma o cae herido por un disparo, otros dos gansos rompen la formación y lo siguen para ayudarlo y protegerlo. Se quedan acompañándolo hasta que nuevamente está en condiciones de volar o hasta que muere, y sólo entonces los dos acompañantes vuelven a su bandada y se unen al grupo”. Conclusión 05. si tuviéramos la inteligencia de un ganso nos mantendríamos uno al lado del otro para ayudarnos. En el equipo entendimos que pensando y actuando con la lógica del comportamiento de los gansos, somos mejores como personas y como grupo. Después de varios años aún conservo esta enseñanza y la comparto con los nuevos grupos en los que participo. 11 09. TUS MANOS Un día cuando Jesús predicaba a la multitud, se le acercaron varios jóvenes, uno de los cuales sostenía algo firmemente en sus manos. Como habían escuchado hablar de la sabiduría de Jesús, los jóvenes planearon engañarlo en público para burlarse de él. El día anterior habían capturado un pajarito. Uno de los jóvenes había planeado decirle a Jesús: “¿Maestro, este pájaro, está vivo o muerto?”. Si Jesús le respondía que el pajarito estaba muerto, él abriría sus manos dejándolo volar libremente. Si Jesús le respondía que estaba vivo, entonces el joven le quebraría el cuello con sus pulgares y mostraría al pajarito muerto. El joven, muy seguro de sí mismo, se acercó a Jesús con sus manos cerradas y le preguntó: “¿Maestro, ya que eres tan sabio, dime qué tengo en mis manos?”. Jesús le contestó inmediatamente que tenía un pájaro en sus manos. El joven, sorprendido por la sabiduría de Jesús, continuó: “¿Maestro, si eres tan sabio, dime si el pájaro está vivo o muerto?”. Sin vacilar, pero con una voz solemne Jesús le contestó: “La decisión está en tus manos”. 12 10. EL ZORRO MUTILADO. Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro. El hombre se maravilló de la inmensa bondad de Dios y se dijo: “también yo voy a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor y éste me dará cuanto necesito”. Así lo hizo durante muchos días, pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una voz que le decía: “¡O, tú que te hayas en la senda del error, abre los ojos a la verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado!” 11. EL RICO Y EL VAGABUNDO Por la calle vi a un niño pobre y tiritando de frío y hambre, dentro de su ligero vestido, y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios: “¿Por qué permites estás cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?”. Durante un rato Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió. “Ciertamente he hecho algo. ¡Te he hecho a ti!” 13 12. EL GRANO DE ORO Un mendigo de la India narraba: “Iba yo pidiendo de puerta en puerta por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro, apareció a lo lejos, como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quien será aquel Rey de Reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo y pensé que mis días malos habían terminado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo. La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de mi vida había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: “¿Puedes darme alguna cosa?” ¡Ah, que ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía que hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de Trigo, y te lo di. Pero que sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré por no haber tenido corazón para darte todo!” 14 13. ¿CUÁNTO GANAS AL DÍA? “Papi, ¿cuánto ganas por hora?” –con voz tímida y ojos de admiración, un pequeño recibió así a su padre al término de su trabajo. El padre dirigió un gesto severo al niño y repuso- “mira hijo, esos informes ni tu madre los conoce. No me molestes que estoy cansado”. “Pero papi –insistía- dime por favor, ¿cuánto ganas por hora?” La reacción del padre fue menos severa, sólo contestó “ochocientos bolívares la hora” “¿Papi me podrías prestar cuatrocientos bolívares?” Preguntó el pequeño. El padre montó en cólera y tratando con brusquedad al niño le dijo. “¿¡Así que esa era la razón de saber lo que gano?! Vete a dormir, y no me molestes, muchacho aprovechado”. Había caído la noche. El padre había meditado lo sucedido y se sentía culpable. Tal vez su hijo quería comprar algo. En fin, queriendo descargar su conciencia dolida, se asomó al cuarto de su hijo. Con voz baja preguntó al pequeño. “¿Duermes hijo?” “Dime papi”. Respondió entre sueños. “Aquí tienes el dinero que me pediste”. Respondió el padre. 15 “¡Gracias papi!” Contestó el pequeño y metiendo su manita, bajo la almohada, sacó unos billetes. “Ahora ya completé papi. Tengo ochocientos bolívares. ¿Me podrías vender una hora de tu tiempo?”. Preguntó el niño. 14. EL REBELDE En aquel tiempo (como en todos los tiempos), los ricos dominaban el mundo, eran los más santos y dignos de estar vivos. Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Yo soy el camino. Nadie va al Padre, sino por mí. Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. En aquel tiempo (como en todos los tiempos), mandaban los astutos, los que fabricaban la mentira con más hermosos colores. Las lágrimas no tenían cotización en el mercado y la alegría era más importante que la verdad. Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Yo soy la verdad. Dichosos ustedes cuando les insulten y les calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos, que Dios va a dar una gran recompensa”. En aquel tiempo (como en todos los tiempos), el prestigio de un hombre se medía por lo que tenía, y el que engañaba a mil valía más que mil, y el dinero valía tanto como el número de zancadillas puestas para lograrlo. Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Yo soy la Vida. Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. 16 En aquel tiempo (como en todos los tiempos) el corazón era una fruta que seguramente debe servir para algo, amar era un juego que enseñaban a los hombres , mas del que luego tenían rigurosa obligación de avergonzarse. Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Ámense unos a otros. Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. En aquel tiempo (como en todos los tiempos) el hombre subido a un fusil era lo que se dice todo un hombre, y los espadachines contaban con armas de primera y tenían más derechos a flores, y hasta tenían razón en todo. Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Yo soy el príncipe de la paz. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán lo hijos Dios”. En aquel tiempo (como en todos los tiempos) la palabra “JUSTICIA” hacía bonito en los discursos... y dicen que ha existido y que es bueno seguir esperando a condición de que no venga. Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados”. Y cuando el rebelde terminó de hablar, se hizo un minuto (sólo un minuto) de silencio. 15. HUELLAS EN LA ARENA Una noche soñé que caminaba a lo largo de una playa acompañado por Dios. Durante la caminata muchas escenas de mi vida fueron proyectándose en la pantalla del cielo. Según iba pasando cada una de esas escenas, notaba que unas huellas se formaban en la arena. A veces aparecían dos pares de huellas; otras sólo parecía un par de ellas. 17 Esto me preocupó grandemente porque pude notar que durante las escenas que reflejaban las etapas tristes de mi vida, cuando me hallaba sufriendo angustias, penas o derrotas, sólo podía ver un par de huellas en la arena. Entonces le dije a Dios: “Señor, tú me prometiste que si te seguía, tú caminarías siempre a mi lado. Sin embargo he notado que durante los momentos más difíciles de mi vida sólo había un par de huellas en la arena2 El Señor me contestó: “Las veces que has visto sólo un par de huellas en la arena, hijo mío, han sido cuando te he llevado en mis brazos”. 16. LA ORACIÓN DE UN PECADOR Un hombre oraba en silencio a Dios diciendo: “Señor, te pido perdón por mis tres pecados: ante todo, por haber gastado más mi tiempo en peregrinar a tus muchos santuarios olvidando que estás presente en todas partes; en segundo lugar, por haber implorado tu ayuda olvidando que mi bienestar te preocupa más a ti que a mí; y, por último, por estar aquí pidiéndote que me perdones, cuando sé perfectamente que nuestros pecados nos son perdonados antes de que los cometamos”. 18 17. SABIDURÍA El discípulo de un viejo sabio fue a encontrar a su maestro en el lecho de su muerte. “¿Tienes aún algo para decir a tu discípulo?” le preguntó. Entonces el viejo sabio abrió bien la boca y le dijo al joven que mirara dentro. “¿Está aún mi lengua ahí?”. “Sí”. Respondió el otro. “¿Y mis dientes están ahí? “No”. Respondió el discípulo. “¿Y, sabes por qué la lengua dura más que los dientes? Porque es blanda, flexible. Los dientes se caen antes porque son duros. Ya sabes todo lo que tenía que decirte. No tengo nada más que enseñarte. 18. LA TIENDA DEL SEÑOR Una mujer muy piadosa entra en una tienda y, con gran asombro, descubre que Jesús era quien la atendía. Muy conmovida le preguntó al maestro qué artículos vendían y cuál sería el precio que podría pagar. Jesús le respondió. “Todo lo que quieras comprar puedes llevarlo gratis, pues ya pagué la deuda por ti”. 19 Aquélla buena mujer no podía creer lo que estaba escuchando. Como era una mujer buena y llena de muy buenas intenciones, pidió a Jesús que le apartara de tan valiosa mercancía, primero muchas cajas de paz para el mundo, acompañada con grandes frascos de justicia. Deseosa de que las cosas en el mundo por fin se enderecen apuntó para su pedido unos litros de bondad y mansedumbre, que mezclados con el amor, darían a los hombres las ganas de superar las diferencias sociales y racistas. Era su única oportunidad de realizar el sueño de su vida con semejante compra, por eso no pudo dejar escapar la oportunidad de pedir grandes toneladas de fe para que nunca sea Dios ofendido, misericordia para que los hombres imitaran a nuestro padre misericordioso y mucho de templanza para que en el mundo reine Dios. Cuando aquella buena mujer iba a retirar su pedido, estallaba de verdadera felicidad pensando en el bien que a los hombres le harían el aprovechar los encargos que ella pidió. Sin embargo, para su sorpresa comprobó que en el mostrador Jesús le entregó todo su pedido en un frasco bien sellado. Alarmada preguntó al maestro. “Señor. ¿Es que no puedo llevar mi pedido?” “Sí, respondió Jesús, sólo que aquí vendemos semillas y no frutos”. 20 19. A MÍ NO ME TOCA Estaba un día Diógenes, sabio filósofo de la Grecia antigua, plantado en la esquina de una calle y riendo como un loco. “¿De qué te ríes?”, le preguntó un transeúnte. “¿Ves esa piedra que hay en medio de la calle? Desde que llegué aquí esta mañana, diez personas han tropezado en ella y han maldecido, pero ninguna de ellas se han tomado la molestia de retirarla para que no tropezaran los otros”. 20. LA VISITA INESPERADA En una pequeña aldea situado a lo alto de las montañas vivía un zapatero remendón. Una vez, la víspera de Navidad, le aconteció algo muy extraño. ¿Fue sueño o realidad? Nadie lo sabrá jamás. Mientras el zapatero recitaba sus oraciones de la mañana, oyó que un extraño le hablaba: “Pedro, he venido a decirte que Dios está contento contigo. El Señor Jesús te visitará hoy en tu taller” El zapatero estaba rebosante de alegría. Quitó el polvo, limpió y barrió su taller. Aunque disponía de poco dinero, preparó un estofado a fin de tener comida que ofrecer a su visitante. Luego se puso su mejor indumentaria y comenzó a trabajar, mientras su corazón latía aceleradamente. Una mujer de muy mala reputación en el pueblo entró en el taller. Aunque Pedro la saludó afectuosamente, estaba ansiosos por si el Señor Jesús llegaba mientras se encontraba ella allí. Ocultó su ansiedad, y charló amablemente con ella hasta que se fue. A solas de nuevo y a la espera de su Señor, comenzó a imaginarse cómo sería verse con él cara a cara. “¿Qué aspecto tendrá? ¿Resumirá la serenidad del 21 Cristo de la imagen de mi iglesia? ¿Irradiará la majestad de Cristo Rey, cuyo nombre lleva mi parroquia?” sumido en sus pensamientos, no se percató que una madre con su hija estaba en la entrada. “Buenos días, Pedro. Él levantó los ojos. “Me ha sobresaltado. Por un instante pensé que era otra persona. Entre, por favor. Encantado de verla”. Edro se dio cuenta de lo pálida y delgada que estaba la niña. El alimento andaba escaso aquel año en el pueblo. “Ven, niña, “ dijo. “Siéntate. ¿Quieres una manzana? Te vendrá mejor a ti que a mí”. La niña se volvió hacia su madre emocionada. “Mira, una manzana”, dijo, y en sus ojos brilló un destello de hambre. Cuando salieron del taller, la pequeña llevaba unos zapatos nuevos bajo el brazo como regalo de Navidad. Volvieron a casa llenas de felicidad, mientras el zapatero permanecía sentado solo y pensativo esperando a su Señor. Murmuraba para sí mientras trabajaba: “¿Será posible que el Señor venga hoy a mi casa?” Durante todo el día una interminable procesión de personas visitó el taller. Finalmente irrumpió en él un borracho gritando y riendo. “Pedro, dame vodka: he bebido tanto vino que he perdido el gusto de él. Ahora quiero vodka”. “Ven, siéntate, amigo,” dijo Pedro. “No tengo vodka; pero compartiré contigo lo que tengo. Tengo agua clara y una comida que he preparado hoy para un huésped especial. Siéntate conmigo y comeremos juntos”. Pedro y el borracho comieron juntos el estofado. Disfrutaron de su mutua compañía, cada uno a su manera. Cuando el borracho se fue, se sintió confortado y dispuesto a hacer frente a los problemas de la vida con más valor. Pasó el tiempo. Al día sucedió la oscuridad, y al fin llegó la media noche. Ya no llegaron más visitantes a la tienda del zapatero. Su ánimo se hundió se sentía defraudado y contrariado. Jesús no había acudido. Era hora de irse a dormir. Se arrodilló a rezar las oraciones de la noche. 22 “Señor, ¿por qué no has venido hoy? ¡Te he esperado todo el día con tanta impaciencia!”. Entonces escuchó una voz que le susurraba: “Pedro, he ido a tu casa, no una vez sola, sino muchas veces”. 21. UTILIZAR LA PROPIA CABEZA Un grupo de turistas había quedado aislado en un lugar desértico y, como no tenían más víveres que unas latas de conserva cuyo plazo de caducidad ya había expirado, decidieron dárselos a probar antes a un perro, el cual pareció comerlos con gusto y no padecer ningún tipo de efectos. Pero al día siguiente se enteraron de que el perro había muerto, y todo el mundo fue presa del pánico. Muchos comenzaron a vomitar y a quejarse de fiebre y disentería. Consiguieron hacerse con los servicios de un médico para que tratara a las víctimas del envenenamiento. El médico quiso saber qué le había ocurrido exactamente al perro, para lo cual se hicieron las debidas pesquisas. Y un vecino del lugar, que lo había visto casualmente, dijo: “¡Ah!, ¿el perro? Anoche fue atropellado por un automóvil” 23 22. LOS GLOBOS Un niño negro miraba extasiado como un vendedor de globos los soltaba uno tras otro y se perdían en el espacio; el primero fue uno blanco, que subió maravillosamente. Luego soltó un globo azul, después uno amarillo, a continuación un globo blanco... Todos remontaron el vuelo hacia el cielo hasta que desaparecieron. El niño negro, sin embargo, no dejaba de mirar un globo negro que el vendedor no soltaba en ningún momento. Finalmente, le preguntó: “Señor, si soltara usted el globo negro, ¿Subirían tan alto como los demás?” El vendedor sonrió compresivamente al niño, soltó el cordel con que tenía sujeto el globo negro y, mientras éste se elevaba hacia lo alto, dijo: “No es el color lo que hace subir, hijo. Es lo que hay dentro”. 23. EL FAROL Sucedió que un ciego fue a visitar a un amigo y, como se hizo tarde, éste le ofreció un farol para que regresara a su casa. Lo cual hizo reír al ciego. “Para mí es lo mismo el día que la noche”, le dijo. “¿Qué voy a hacer yo con un farol?” Su amigo le replicó: “Es verdad que no necesitas ver el camino hacia tu casa. Pero el farol puede servirte para disuadir a alguien que quisiera atacarte en la oscuridad”. De modo que el ciego tomó el farol y salió. Al poco rato, alguien tropezó con él, haciéndole perder el equilibrio. 24 “¡Eh! ¿Por qué no va con más cuidado, amigo?” gritó el ciego. “¿es que no ha visto el farol?” “Hermano”, dijo el otro, “su farol está apagado”. 24. ANHELAR A DIOS Un día, un discípulo fue al encuentro de su maestro y le dijo: “Maestro, quiero encontrar a Dios”. El maestro sonriendo, lo miró pero no le dijo nada. El joven discípulo volvió al día siguiente a hacerle la misma petición y así cada día. Pero el sabio maestro sabía muy bien a que atenerse. Un buen día muy caluroso, el maestro le rogó al discípulo que lo acompañara al río a tomar un baño. Éste lo acompañó y, llegados, ambos se sumergieron en el agua. En un instante, el maestro retuvo a la fuerza al chico bajo el agua. El chico forcejeaba, luchaba, casi se ahogaba, hasta que al fin el maestro lo soltó y le preguntó: “¿Qué es lo que más anhelabas cuando estabas bajo el agua? Aire”, respondió el discípulo. “¿Anhelas a Dios con la misma intensidad? Si lo anhelas así, -siguió el maestro-, no te quepa duda de que lo encontrarás”. 25. ABUNDANCIA Y PENURIA Dos pequeña islas se encontraban una frente a otra, separadas por el mar. Una, llamada Abundancia, era fértil, y producía frutos y dorado trigo en abundancia. La otra, llamada Penuria, era pedregosa y estéril, con escasez de agua, frutos y trigo. 25 Los habitantes de Penuria eran todos pobres, y les resultaba muy difícil proveer a su mísera existencia. Entre los habitantes de Abundancia estaba el señor interés, que a menudo trepaba a una pequeña montaña para contemplar a Penuria en la otra orilla. Hombre bondadoso, rebosaba compasión y se decía a sí mismo: “¿Cómo pueden sobrevivir ahí esas pobres gentes, viviendo solas? Aquí en Abundancia tenemos cuanto deseamos y podríamos permitirnos compartirlo con Penuria. Me parece que voy a ir a invitarles a que se unan con nosotros”. El señor interés bajó deprisa la montaña y se zambulló en el mar. Como era un excelente nadador, en tres o cuatro horas llegó a la desolada playa de Penuria. Los isleños se juntaron pronto a su alrededor, sorprendidos de que algún extranjero viniera a visitarlos. Le preguntaron qué quería. “He venido a invitarlos a todos a ir conmigo a Abundancia”, contestó amablemente. “Allí pueden compartir con nosotros la gran riqueza que nuestra fértil isla produce. Necesito descansar un rato; pero por la mañana espero que me sigan”. Los ancianos de Penuria se pusieron a discutir la propuesta del señor Interés, y pronto se pusieron de acuerdo en que todos debían aceptar su generosa invitación. A la mañana siguiente, con las primeras luces, estaban todos listos para zambullirse con él en el mar. Algunos de los habitantes de Penuria llevaban consigo pequeñas bolsas, en la que habían metido sus posesiones más preciosas: dinero, piedras resplandecientes y joyas. Después de echarse al hombro las bolsas, se pusieron a seguir animadamente al señor interés a través del mar. Éste al encontrarse de nuevo en su isla de Abundancia, se sintió aliviado y satisfecho por el éxito de su misión. Comenzó a contar con regocijo los vecinos que le habían seguido a tierra firme. Entonces, con gran horror por su parte, al terminar de contar, se dio cuenta demasiado tarde de que los únicos que habían hecho la travesía eran niños y otras personas que no llevaban bolsas a la espalda. Los demás se había ahogado todos. 26 26. EL MEJOR DISCÍPULO Un maestro muy sabio tenía un discípulo que prefería sobre todos los demás, lo que incitó los celos de los otros discípulos: el maestro -que conocía los corazonesse dio cuenta de ello. “Él es superior en cortesía e inteligencia” les dijo. “Hagamos una experiencia para que ustedes también lo comprendan”. El maestro ordenó que le trajeran veinte pájaros, y les dijo a los discípulos: “Que cada uno tome un pájaro, se lo lleve a un lugar en el que nadie lo vea, lo mate, y me lo traiga luego” Todos los discípulos se fueron, mataron los pájaros y los volvieron Todos... salvo el discípulo favorito, que le devolvió vivo el pájaro. a traer. “¿Por qué no lo has matado” Preguntó el maestro. “Porque usted dijo que tenía que ser en un lugar que nadie pudiese vernos”, respondió el discípulo. “Pues bien, en todas partes a donde he ido, Dios estaba observando”. “¿Ven el grado de su comprensión? –exclamó el maestro-. “Compárenlo con los demás” Los discípulos pidieron perdón a Dios. 27 27. EL LADRÓN DE ZAPATOS. Un rico musulmán acudió a la mezquita después de una fiesta y, naturalmente, tuvo que quitarse sus elegantes y costosos zapatos y dejarlos a la entrada. Cuando, después de orar, salió, los zapatos habían desaparecido. “¡Qué descuidado soy!”, se dijo para sí. “Al cometer la necedad de dejar aquí los zapatos, he dado ocasión a alguien para robarlos. Con gusto se los habría regalado. pero ahora soy responsable de haber creado un ladrón”. 28. LO QUE NO NECESITO Como buen filósofo que era, Sócrates creía que la persona sabia viviría instintivamente de manera frugal. Él mismo ni siquiera llevaba zapatos; sin embargo, una y otra vez cedía al hechizo de la plaza del mercado y solía acudir allí a ver las mercancías que se exhibían. Cuando un amigo le preguntó la razón. Sócrates le dijo: “Me encanta ir allí y descubrir sin cuantas cosas soy perfectamente feliz”. 29. CAMBIAR YO PARA QUE CAMBIE EL MUNDO El sabio dice acerca de sí mismo: “De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: Señor dame fuerzas para cambiar el mundo. A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: 28 Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho. Ahora, que soy un viejo y tengo mis días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración en la siguiente: Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida” 30. ANTEOJOS “El campesino fue donde el oculista con el fin de comprar anteojos para leer. El oculista le puso unos anteojos y lo colocó frente a las letras. El campesino no lograba leer. El oculista buscó unos anteojos más potentes pero tampoco pudo leer. Finalmente le preguntó: “¿Pero usted ya aprendió a leer? “No aun no –respondió el campesino- por eso quiero anteojos para leer”. 31. ORACIÓN Un anciano solía permanecer inmóvil durante horas en la Iglesia. Un día un sacerdote le preguntó de qué le hablaba Dios. “Dios no habla. Sólo escucha”, fue su respuesta. “Bien... ¿y de qué habla usted a Dios?” “Yo tampoco hablo sólo escucho”. 29 32. LO QUE NO PUEDE COMPRAR EL DINERO Juanito era un hombre corriente. Tenía poso dinero, pero mucha felicidad. Estaba contento y satisfecho de su vida. Un día, mientras paseaba por la calle, se encontró quinientas libras en la basura. Sorprendido y sin darle crédito, cogió el puñado de billetes. Su primer impulso fue llevarse el dinero a casa; pero, después de un instante, mirando el dinero que tenía en sus manos, le habló así: “Eres un tesoro; pero ¿realmente te necesito? Hasta hoy nunca te he tenido, y he sido perfectamente feliz, mientras que he visto a muchos de mis vecinos cargados de billetes como vosotros, y sin embargo desdichados. No quiero ser como ellos. Prefiero ser lo que soy sin vosotros a ser lo que son ellos con vosotros. No, no os necesito. Y, sin más, arrojó los billetes a la basura. Los billetes se sintieron muy ofendidos. Jamás antes se habían visto tratados de aquella vil manera. Airados, le gritaron a Juanito: “¿Quién te crees que eres? ¡Debes ser un completo idiota! Cualquier otro nos deseará y querrá poseernos. ¿Cómo te atreves a tratarnos así? Serás un desgraciado por habernos rechazado. ¿Ignoras que el dinero puede comprar todo lo que este mundo ofrece? El dinero abre la puerta del placer, el prestigio y el poder. Si nos posees, nunca te faltará nada de lo que los hombres pueden apetecer. El dinero da la felicidad. No seas necio. Tómanos y llévanos a tu casa”. Juanito replicó: “Tienen razón en cierto modo. El dinero puede realmente comprar todas las cosas que este mundo ofrece; sin embargo no puede comprar los deseos más hondos del corazón de una persona. Mi corazón se ha sentido siempre satisfecho a pesar de no tenerlos nunca” “¡Mentiroso! –dijeron los billetes- ¿Qué sabes tú del mundo y de sus placeres? Vamos, dinos lo que podemos comprarte.” 30 Juanito sonrió tranquilamente mirando a los billetes dentro del basurero. “Es verdad que el dinero puede comprarme un lecho de oro, pero no podría comprarme el profundo sueño que disfruto. El dinero puede comprar cosméticos, pero no puede comprar mi belleza. El dinero puede comprar una casa suntuosa, pero no la felicidad de un hogar. El dinero puede comprar sexo, pero no puede comprar el amor del matrimonio. El dinero puede comprar a la gente, pero no puede comprar la lealtad de mis amigos. El dinero puede comprar libros, pero no puede comprar conocimientos y sabiduría. El dinero puede comprar vestidos extravagantes, pero no puede comprar la sabiduría. El dinero puede comprar vestidos extravagantes, pero no puede comprar la dignidad personal. El dinero puede comprar diversiones ocasionales, pero no puede comprar la alegría y la paz interior. El dinero puede comprar un caro funeral, pero no puede comprar la muerte feliz que espero tener. En otras palabras, todo lo que vale la pena, lo que es realmente precioso en la vida tú, dinero, no puedes comprarlo. Sólo puedes introducirte falazmente en la vida de la gente inteligente, induciéndoles a creer que puedes dar lo que no está en tu poder. Eres un embustero y mentiroso. Quédate donde estás, que es donde te corresponde: en el basurero”. Dicho esto, Juanito siguió su camino silbando alegremente. 33. JAMÓN una recién casada sirvió jamón cocido al horno, y su marido le preguntó por qué le había recortado los dos extremos. Ella le contestó: “Pues, porque mi madre, siempre lo hizo así”. Cuando la suegra los visitó. Él le preguntó por qué cortaba los dos extremos del jamón. Ella le contestó: “Porque así lo hacía mi madre”. Y cuando la abuela de la esposa los visitó, él le preguntó a ella también, por qué cortaba los dos extremos del jamón y ella le contestó: “porque esa era la única manera de que me cupiera en la cazuela”. 31 34. DESCANSAR Un hombre muy rico y exponente típico del mundo industrializado, se escandalizó cuando vio a un pescador que después de haber agarrado un pescado, se disponía a dormir tranquilo bajo la luz del sol. “Hombre, -le dijo el industrial- ¿Cómo es que habiendo tanto pescado te hechas a dormir? Deberías pescar mucho más”. “¿Para qué” –respondió el pescador. “Pues para venderlo y tener más dinero”. “¿Y luego qué hago?” “Con el dinero puedes mejorar tus instrumentos de pesca y llegar a tener entradas superiores”. “Y –prosiguió el pescador- ¿qué hago con las mejores entradas?” “Puedes empezar una industria de la pesca y llegar a formarte un capital” “Y una vez que tenga un capital ¿qué hago?” –preguntó el pescador. “Pues ya puedes sentarte a descansar y dormir tranquilo”. “¿Y qué cree que estoy haciendo?” –preguntó el pescador. 35. EL FILÓSOFO, LA ROSA Y EL RUISEÑOR Un filósofo formuló a una rosa la siguiente pregunta: “¿A quién ofreces tu perfume?” Y la rosa le respondió: “A todo aquel que quiera olerlo” 32 El citado aspirante al conocimiento de la verdad le planteó similar interrogante a un ruiseñor: “¿Para quién cantas, hermoso pajarillo?” “Canto para aquellos que deseen escucharme” –respondió el ruiseñor. Y el filósofo, quien a su vez era un maestro, extrajo la siguiente conclusión que expuso a sus discípulos: “Tanto la rosa como el ruiseñor entregan lo mejor que tienen, sin solicitar recompensa por ello, a todos aquellos que quieran tomarlo. Vivamos nosotros así: Demos todo sin pedir nada”. 36. NO QUIERA SER OTRO Érase una vez un cantero, que todos los días subía la montaña a cortar piedras. Mientras trabajaba, no dejaba de cantar, porque, a pesar de ser pobre, no deseaba tener más de lo que tenía, de modo que vivía sin la menor preocupación. Un día le llamaron para que fuera a trabajar en la mansión de un rico aristócrata. Cuando vio la magnificencia de la mansión, sintió por primera vez en su vida el aguijón de la codicia y, suspirando, se dijo: “¡Si yo fuera rico, no tendría que ganarme la vida con tanto sudor y esfuerzo como lo hago!” y, para su asombro, oyó una voz que decía: “Tu deseo ha sido escuchado. En adelante se te concederá todo cuanto desees”. El hombre no entendió el sentido de aquellas palabras hasta aquella noche a su cabaña, descubrió que en su lugar había espléndida como aquella en la que había estado trabajando. cantero dejó de cortar piedras y comenzó a disfrutar la vida de que, al regresar una mansión tan De modo que el los ricos. En un caluroso día de verano, se le ocurrió mirar por la ventana y vio pasar al rey con su gran séquito de nobles y esclavos. Y pensó: 33 “¡Cómo me gustaría ser rey y disfrutar del frescor de la carroza real!” su deseo se cumplió: al instante se encontró sentado dentro de una confortable y regia carroza. Pero ésta resultó ser más calurosa de lo que él había supuesto. Entonces miró por la ventanilla y admiró el poder del sol, cuyo calor podía atravesar incluso la espesa estructura del carruaje. “¡Me gustaría ser el sol!, -pensó para sí. Y una vez más vio cumplido su deseo y se encontró emitiendo ondas de calor hacia todos los puntos del universo. Todo fue muy bien durante algún tiempo. Pero legó un día lluvioso y, cuando intentó atravesar una espesa capa de nubes, comprobó que no podía hacerlo. De manera que al instante se vio convertido en nube y gloriándose en su capacidad de no dejar pasar al sol, hasta que se transformó en lluvia, cayó a tierra y se irritó al comprobar que una enorme roca le impedía el paso y le obligaba a dar un rodeo. “¿Cómo? –exclamó- ¿Una simple roca es más poderosa que yo? ¡Entonces quiero ser roca!. Y enseguida se vio convertido en una gran roca en lo alto de la montaña. Pero, apenas había tenido tiempo de disfrutar de su nueva apariencia, cuando oyó unos extraños ruidos y descubrió, consternado, que un diminuto ser humano se entretenía en cortar trozos de piedra de sus pies. “¿Será posible?, -gritó- ¿Una insignificante criatura como ésa más poderosa que una imponente roca como yo? ¡Quiero ser un hombre!” y así fue como, una vez más, se vio convertido en un cantero que subía todos los días a la montaña para ganarse la vida cortando piedras con sudor y esfuerzo, pero cantando en su interior, porque se sentía dichoso de ser lo que era y vivir con lo que tenía. 34 37. ACEPTA TU VIDA El Señor estaba tan harto de las continuas peticiones de su devoto que un día se apareció a él y le dijo: “He decidido concederte las tres cosas que desees pedirme. Después no volveré a concederte nada más” Lleno de gozo el devoto hizo su primera petición sin pensarlo dos veces. Pidió que muriera su mujer para poder casarse con una mejor. Y su petición fue inmediatamente atendida. Pero cuando sus amigos y parientes se reunieron en el funeral y comenzaron a recordar las buenas cualidades de su difunta esposa, el devoto cayó en la cuenta de que había sido un tanto precipitado. Ahora reconocía que había sido absolutamente ciego a las virtudes de su mujer. ¿Acaso era fácil encontrar otra mujer tan buena como ella? De manera que pidió al Señor que la volviera a la vida. Con lo cual sólo le quedaba una petición que hacer. Y estaba decidido a no cometer un nuevo error, porque esta vez no tendría posibilidad de enmendarlo. Y se puso a pedir consejos a los demás. Algunos de sus amigos le aconsejaron que pidiese la inmortalidad. Pero, ¿de qué servía la inmortalidad? –le dijeron otros- ¿si no tenía salud? ¿Y de qué servía la salud si no tenía dinero? ¿Y de qué servía el dinero si no tenía amigos? Pasaban los años y no podía determinar qué era lo que debía pedir: ¿vida, salud, riquezas, poder, amor? Al fin suplicó al Señor: “Por favor, aconséjame lo que debo pedir”. El Señor se rió al ver los apuros del pobre hombre y le dijo: “Pide ser capaz de contentarte con todo lo que la vida te ofrezca, sea lo que sea”. 35 38. EL TAPARRABOS Un gurú quedó tan impresionado por el progreso espiritual de su discípulo que, pensando que ya no necesitaba ser guiado, le permitió independizarse y ocupar una pequeña cabaña a la orilla del río. Cada mañana, después de efectuarse sus abluciones, el discípulo ponía a secar su taparrabo, que era su única posesión. Pero un día quedó consternado al comprobar que las ratas lo habían hecho trizas. De manera que tuvo que mendigar entre los habitantes de la aldea para conseguir otro. Cuando las ratas también destrozaron éste, decidió hacerse con un gato, con lo cual dejó de tener problemas con las ratas, pero, además de mendigar para su propio sustento, tuvo que hacerlo para conseguir leche para el gato. Esto de mendigar es demasiado molesto, pensó, y demasiado oneroso para los habitantes de la aldea. Tendré que hacerme con una vaca. Y cuando consiguió la vaca, tuvo que mendigar para conseguir forraje. Será mejor que cultive el terreno que hay junto a la cabaña, pensó entonces. Pero también aquello demostró tener sus inconvenientes, porque le dejaba poco tiempo para la meditación. De modo que empleó a unos peones que cultivaran la tierra por él. Pero entonces se le presentó la necesidad de vigilar a los peones, por lo que decidió casarse con una mujer que hiciera esta tarea. Naturalmente antes de que pasara mucho tiempo se había convertido en uno de los hombres más ricos de la aldea. Años más tarde, acertó pasar allí el gurú, que se asombró de ver una suntuosa mansión donde antes se alzaba una cabaña. Entonces le preguntó a uno de los sirvientes: “¿No vivía aquí un discípulo mío?” Y antes de que obtuviera respuesta, salió de la casa el propio discípulo. “¿Qué significaba todo esto, hijo mío?” –preguntó el gurú“No va usted a creerlo, señor, -respondió éste- pero no encontré otro modo de conservar mi taparrabos”. 36 39. JESÚS VA AL FÚTBOL Jesucristo nos dijo que nunca había visto un partido de fútbol. De manera que mis amigos y yo le llevamos que viera uno. Fue una feroz batalla entre los “protestantes” y los “católicos”. Marcaron primero los católicos. Jesús aplaudió alborozadamente y lanzó al aire sus sombrero. Después marcaron los protestantes y nuevamente voló su sombrero por los áires. Esto pareció desconcertar a un hombre que se encontraba detrás de nosotros. Dio una palmada a Jesús en el hombro y le preguntó: “¿A qué equipo apoya usted, buen hombre?”. “¿Yo?, -respondió Jesús visiblemente excitado por el juego- ¡Ah!, pues yo no animo a ningún equipo. Sencillamente disfruto del juego”. El hombre se volvió a su vecino de asiento y, haciendo un gesto de desprecio, le susurró: “Hummm... ¡un ateo!” 40. NO PUEDO HACERLO PAPÁ Un día, David y su padre estaban cavando un huerto que había detrás de su casa, cuando tropezaron con una gran piedra. “Tenemos que quitarla, dijo su padre”. “Yo lo haré”, dijo David, deseando ser útil. Empujó y jadeó hasta quedar sin aliento. “No puedo hacerlo”, dijo admitiendo su derrota. “Creo que puedes”, respondió su padre. “Si intentas todo lo que crees que puedes” 37 David intentó de nuevo hasta que le dolieron los brazos y estuvo a punto de llorar. “No puedo hacerlo”, repuso. “De verdad que no puedo, papá. Lo he intentado con todas mis fuerzas y no se ha movido ni una pizca”. “¿Has hecho realmente todo lo que te parece que puedes hacer?”, preguntó amablemente su padre. David asintió con un gesto; pero su padre movió la cabeza. “No, hay una cosa que has olvidado hacer. Si lo haces, conseguirás mover la piedra”. “¿Qué es lo que he olvidado?”, preguntó David confuso. Su padre sonrió. “Tengo razón entonces, -afirmó-. Podrías haberme pedido que te ayudara, pero no lo hiciste”. “Papá, ¿quieres ayudarme?”, -preguntó David. El padre y el hijo aunaron sus fuerzas y comenzaron a empujar. Lentamente la piedra se movió hasta dejar libre el huerto. David se reía encantado. “¡Lo hemos logrado, papá!” dijo. 41. EL QUE NO EVITÓ LA OCASIÓN Don Pancracio pasaba cada semana, cuando le pagaban el sueldo, frente a la tienda de la comadre Francisca y allí se encontraba con sus amigos y se emborrachaba. Fue a consultar al sacerdote, y el padrecito le dijo: “Pues no pases frente a esa tienda porque la ocasión lo vuelve a uno débil” Así lo hizo. Cuando ya llevaba cuatro semanas sin pasar frente a la tienda y sin emborracharse, fue a contárselo al padre. Él le dijo: “Como usted evita la ocasión, por eso es que evita el pecado”. 38 Pero Don Pancracio le dijo: “Ya soy capaz de pasar frente a la tienda y no emborracharme”. El sacerdote le dijo que no, pero el hombre terco se fue a hacer el ensayo y a exponerse a la ocasión. Pasó frente a la cantina donde estaban los amigotes y ellos lo invitaron: “Venga se toma una cerveza”. “No señores, no tomo”. “Una sola Don Pancracio”. “No señores, ni una sola”. Y pasó derecho feliz de su victoria. Pero cuando iba media cuadra más adelante, exclamó: “Esto es mucha victoria. Esta victoria merece una cerveza”. Y volvió y se emborrachó. 42. LA PIEDRA EN EL CAMINO Había una vez un hombre muy rico que habitaba en un gran castillo cerca de la aldea. Quería mucho a sus vecinos pobres, y siempre estaba ideando medios de protegerlos, ayudarlos y mejorar su situación. Plantaba árboles, construía escuelas, organizaba y costeaba fiestas populares, para que se divirtiera la gente menesterosa y junto al árbol de navidad que preparaba para sus hijos, hacía colocar otros con regalos para los niños de la vecindad. Pero aquella gente tenía un gran defecto: no amaba el trabajo y esto los hacía ser esclavos de la miseria. Un día el dueño del castillo se levantó muy temprano, hizo colocar una gran piedra en el camino de la aldea y se escondió cerca de allí para ver lo que ocurría al pasar la gente. 39 A poco pasó por allí un hombre con una vaca. Gruñó y maldijo al ver la piedra, pero no la tocó. Prefirió un rodeo y siguió después su camino. Pasó otro hombre tras el primero e hizo lo mismo. Después siguieron otros y otros. Todos mostraban disgusto al ver el obstáculo, y algunos tropezaron con él, pero ninguno lo removió. Por fin, cerca ya del anochecer, pasó por allí un muchacho, hijo del molinero. Era trabajador y acomedido y estaba cansado a causa de las faenas de todo el día. Al ver la piedra dijo para sí: “la noche va a ser oscura y algún vecino puede tropezar y lastimarse contra esa piedra. Es mejor quitarla de ahí”. Y, enseguida, puso empeño en quitarla del camino. Pesaba mucho, pero el muchacho empujó, tiró y se dio maña para ir rodando hasta quitarla de en medio. Entonces, con gran sorpresa vio que debajo de la gran piedra había un hueco y dentro un saco de monedas de oro. El saco tenía una nota que decía: “Este oro es para quien quite la piedra”. El muchacho se fue contento a su casa con el tesoro y los mostró a su padre, y el hombre rico volvió también a su castillo, gozoso de haber encontrado un hombre de provecho, que no huía de los trabajos penosos, por más difíciles que fueran. 43. LA SILLA VACÍA Un sacerdote visitaba frecuentemente a un enfermo en su casa. Y siempre observaba con extrañeza la presencia de una silla vacía junto a la cabecera del enfermo. Un día preguntó: “¿Para qué una silla vacía junto a la cama?” “No está vacía, -contestó el anciano. He colocado a Jesús en esta silla y estaba hablando con él hasta que llegó usted... Durante años me resultó difícil hacer oración hasta que un amigo me explicó que orar es hablar con Jesús. Al mismo tiempo me aconsejó que colocase una silla vacía junto a mí, que imaginara a Jesús sentado en ella e intentase hablar con él, escuchar lo que él me contestaba. Desde aquel momento no he tenido dificultades para orar”. 40 Algunos día más tarde vino la hija del enfermo a la casa parroquial para informar al sacerdote de que su padre había fallecido. Dijo: “Lo dejé solo un par de horas. ¡Parecía tan lleno de paz! Cuando volví de nuevo a la habitación lo encontré muerto. Pero noté algo raro: su cabeza no reposaba sobre la almohada de su cama, sino sobre una silla colocada junto a la cama”. 44. EL PUMA Y EL GRILLO. Un día un grillo y un puma se encontraron en el bosque. Como ambos eran reyes, empezaron a discutir cuál de los dos vencería, si entre ellos surgiría una guerra. “Tú puedes ser el rey de los animales de cuatro patas –decía el grillo- pero yo soy el rey de los insectos” el puma rugió en tono burlón: “Tengo pena de ti, señor grillo, eres un rey tan chiquito que con un solo zarpazo podría hacerte desaparecer.” El grillo quedó resentido por tan mal trato. Se trepó a la oreja del puma y murmuró: “Si te crees tan fuerte, trae mañana tu ejército para enfrentarse con el mío. Verás que te vamos a ganar”. El puma no pudo contener la risa frente a tan insulso desafío. Para que el grillo aprendiera se sacudió tan fuertemente que el grillo cayó al suelo. Al día siguiente llegaron todos los animales del ejército del puma: osos, perros, jaguares, llamas, llamas, toros, ovejas, todos los animales del país. Al poco rato el grillo apareció solo. 41 “¿Dónde está tu ejército?” –rugió el puma. “Da la señal para que empiece la batalla y ya te darás cuenta”, -chirrió el grillo. Se dio la señal y desde los árboles descendieron inmensas nubes de insectos, tan espesa que cortaron la luz del sol. Miles de abejas, avispas, hormigas y otros insectos se pegaron al cuerpo de cada animal, hundiendo sus aguijones en las lenguas, los ojos, los pellejos. Tan terrible fue el ataque, que ni siquiera el puma pudo librarse del furor del ejército del grillo. Si un animal se tragaba un insecto, aparecían mil para reemplazarlo. La batalla terminó pronto, y el puma y su ejército se rindieron, completamente derrotados corrieron al río para lavarse y lamerse las heridas. Así es la vida. Siempre que las criaturas pequeñas y débiles se reúnen, pueden derrotar a cualquier fuerza sobre la tierra. 45. EL ACCIDENTE En el centro de la ciudad había una iglesia grande de ladrillo rojo, ventanales de colores y una alta torre con un reloj, ventanales de colores y una alta torre con un reloj que daba las horas. En la torre había luces intermitentes para que los aviones no chocaran. Alrededor de la iglesia había calles muy anchas de gran circulación. Día y noche circulaban movilidades alrededor de la iglesia. Dentro de la iglesia, en el altar mayor, había un Cristo, colgado de una cruz de madera negra. Los domingos la iglesia se llenaba, pero durante la semana estaba casi vacía. Sólo algunas viejas y alguna monja iban al tempo a rezar o a oír misa. Un día cualquiera chocaron dos autos frente al templo. Junto a los carros destrozados se agolpó la gente con curiosidad. Hubo heridos y sangre, pero nadie 42 ayudaba a los heridos, nadie llamaba a una ambulancia. Los heridos gemían y pedían auxilio. Pero nadie se movía. Hasta la iglesia llegaron los gemidos de los accidentados. Desde la cruz el Cristo escuchaba los ayes de los heridos. Entonces, al ver que nadie socorría a los accidentados, ante el asombro de dos viejecitas que estaban en el templo, el Cristo desclavó sus manos y sus pies, descendió de la cruz, caminó rápidamente por el centro del templo y salió a la calle, al lugar del accidente. Los transeúntes se asombraron de ver a un hombre medio desnudo con una corona de espinas, que se apresuraba al lugar del accidente, detuvo las hemorragias, reanimó a un moribundo dándole respiración boca a boca, entró en una cabina telefónica para llamar a una ambulancia. La gente lo reconoció y empezó a exclamar entusiasmada: “¡Es Jesús! ¡Milagro, milagro!” Pero Jesús les dijo: “El único milagro es el amor. De poco sirve que la gente vaya al templo si no aprende a amar, sobre todo a los necesitados. Este es mi gran mandamiento”. Y lentamente Jesús se abrió paso por entre la multitud, regresó de nuevo a la iglesia y se subió a la cruz. Y cuenta la leyenda que ninguno de aquellos accidentados murió, y desde aquel día la iglesia fue más visitada y la gente de aquella ciudad fue más solidaria. 43 46. PREFIERO LLORAR Un hombre entró a una iglesia a rezar y se encontró a otro hombre junto al altar de San Francisco llorando amargamente: “Ay, ay, ay...” repetía el infeliz. Un hombre se le acercó, compasivo, para preguntarle qué le pasaba, por qué lloraba tanto. “Es que me quieren dar un cargo muy importante, de mucha responsabilidad en la ciudad”, -respondió aquél, suspirando. “Pues renuncie al cargo”, -le aconsejó el recién llegado. “¡Oh no! Prefiero llorar”. 47. EL ESTÓMAGO En cierta ocasión los diversos miembros y órganos del cuerpo estaban muy enfadados con el estómago. Se quejaban de que ellos tenían que buscar el alimento y dárselo al estómago, mientras que éste no hacía más que devorar el fruto del trabajo de todos ellos. De modo que decidieron no darle más alimento al estómago. Las manos dejaron de llevar el alimento a la boca, los dientes dejaron de masticar y la garganta dejó de tragar. Pensaban que con ello obligarían al estómago a espabilarse y trabajar por su cuenta. Pero lo único que consiguieron fue debilitar el cuerpo, hasta tal punto que todos ellos se vieron en peligro de muerte. De este modo fueron ellos, en definitiva, los que aprendieron la lección de que al ayudarse unos a otros, en realidad trabajaban por su bienestar. 44 48. LA INUNDACIÓN Se hallaba un sacerdote sentado junto a su escritorio preparando un sermón sobre la providencia. De pronto oyó algo que le pareció una explosión, y a continuación vio como la gente corría enloquecida de un lado para el otro, y supo que había reventado una presa que el río se había desbordado y que la gente estaba siendo evacuada. El sacerdote comprobó que el agua había alcanzado ya la calle en que vivía, y tuvo cierta dificultad en evitar dejarse dominar por el pánico. Pero consiguió decirse a sí mismo: aquí estoy yo, preparando un sermón para la providencia y se me ofrece la oportunidad de practicar lo que predico. No debo huir con los demás, sino quedarme aquí y confiar en que la providencia de Dios me ha de salvar. Cuando el agua llegaba ya a la altura de su ventana, pasó por allí una barca llena de gente: “¡Salte adentro, padre!”, -le gritaron. “No, hijos míos, -respondió el sacerdote lleno de confianza- yo confío en que me salve la providencia de Dios”. El sacerdote subió al tejado y, cuando el agua llegó hasta allí, pasó otra barca llena de gente que volvió a animar encarecidamente al sacerdote a que subiera. Pero él volvió a negarse. Entonces se encaramó a lo alto del campanario. Y cuando el agua le llegaba ya a las rodillas, llegó un agente de policía a rescatarlo con un bote. “Muchas gracias, agente, -dijo el sacerdote sonriendo tranquilamente-, pero usted ya sabe que yo confío en Dios, que nunca habrá de defraudarme”. 45 Cuando el sacerdote se ahogó y fue al cielo, lo primero que hizo fue quejarse ante Dios: “¡Yo confiaba en ti! ¿Por qué no hiciste nada por salvarme?” “Bueno, -le dijo Dios- la verdad es que envié tres botes. ¿No lo recuerdas?” 49. EL ELEFANTE LOCO Hace tiempo vivía un rey en la India que tenía un elefante que se volvió loco. El animal iba de aldea en aldea destruyendo cuanto encontraba a su paso y ya nadie se atrevía a hacerle frente, porque pertenecía al rey. Pero, un día, sucedió que un hombre que era tenido por asceta y santo decidió abandonar y santo decidió abandonar la aldea en que vivía, a pesar de que todos sus habitantes le suplicaban que no lo hiciera, porque el elefante había sido visto en el camino junto a la aldea y atacaba a todos los que pasaban por él. El hombre se alegró de la ocasión que se le ofrecía para demostrar su sabiduría, porque su padre espiritual, un sacerdote muy sabio, le había dicho que tenía que ver a Dios en todo. “¡Oh, pobres e ignorantes! –les dijo-: ¡No tienen ni idea de las cosas espirituales! ¿Nunca les han dicho a ustedes que debemos ver a Dios en todas las personas y en las cosas y que todos los que así lo hacen gozarán de la protección de Dios? ¡Déjenme ir! ¡Yo no le tengo miedo al elefante!”. La gente pensó que aquel hombre no tenía mucha más ideas de las cosas espirituales que el elefante loco. Pero como sabían que era inútil discutir con un asceta que se tiene por santo, le dejaron ir. Y apenas había recorrido unos metros del camino se presentó el elefante y arremetió contra él, lo alzó del suelo por medio de su trompa y lo lanzó contra un árbol. El hombre se puso a dar alaridos de dolor. Afortunadamente aparecieron 46 en aquel crítico momento los soldados del rey, que capturaron al elefante antes de que pudiera acabar con el iluso asceta. Pasaron unos cuantos meses hasta que el hombre se encontró en condiciones de reanudar sus andanzas. Entonces se fue directamente a ver a su padre espiritual, aquel muy sabio, y le dijo: “Lo que me enseñaste era falso. Me dijiste que viera en todas las cosas la presencia de Dios. Pues bien, eso fue exactamente lo que hice... ¡Y mira lo que me ocurrió!”. Y le dijo el sacerdote: “¡Qué estúpido eres! ¿Por qué no viste a Dios en los habitantes de la aldea que te previnieron contra el elefante?” 50. EL PEQUEÑO PEZ “Usted perdone, -le dijo un pez al otro- es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente me podrá ayudar. Dígame, ¿Dónde puedo encontrar eso que llaman océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado”. “El océano, -respondió el viejo-, es donde estás ahora mismo”. “¿Es esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el océano”, replicó el joven pez totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte. 51. EL MONO Y EL PEZ “¿Qué estás haciendo?”, -le pregunté a un mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol. “Estoy salvándole de perecer ahogado”, -me respondió. 47 52. EL PRADO NUESTRO TAMBIÉN ES VERDE Un pez dorado estaba asombrado por el vuelo de las aves. Le gustaba asomarse a la superficie del agua y ver como las golondrinas se trasladaban por el espacio abierto al agitar sus alas. Le encantaba analizar sus movimientos y pensar que éstos le permitían alcanzar grandes velocidades. Entendía el mecanismo del vuelo... y deseaba volar. Una golondrina estaba asombrado por el nado de los peces. Le gustaba volar por encima del estanque para ver cómo el pez dorado, al mover su cola, se trasladaba en el agua, transparente y fresca. Le encantaba analizar la forma como el pez se quedaba flotando: inmóvil y sin esfuerzo, y cómo en un santiamén cambiaba de posición. Entendía el mecanismo del nado... y deseaba nadar. Un día de sol, la golondrina le habló al pez: “Si tú me enseñas a nadar, yo te enseñaré a volar” y el pez le contestó con una sonrisa: “Trato hecho” A partir de ese momento se hicieron amigos. El pez le explicó a la golondrina todos los secretos de la natación y le enseñó a doblar sus alas y moverse de tal forma que le permitiera penetrar en el agua y trasladarse en ella. La golondrina, a su vez, enseñó al pez cómo adquirir suficiente impulso en un movimiento ascendente desde las profundidades del estanque. Le explicó que 48 este impulso lo haría salir del agua y que, una vez en el espacio, tendría que mover la cola y así podría volar. El aprendizaje fue lento y riguroso, pero llegó el momento en que todos los movimientos fueron apreciados y se decidió hacer la prueba final. La golondrina, ansiosa, le dijo al pez: “Estás preparado para volar, ahora debes intentarlo”. Y el pez, preocupado, replicó: “Tú también lo estás; si así lo deseas, puedes nadar”. Los dos se prepararon, respirando hondo y después de un momento de vacilación, se atrevieron... Alguien, a la orilla del tanque, tuvo una visión fantástica: vio volar a un pez dorado y nadar a una golondrina. Cuando se volvieron a encontrar los do notaron que cada uno tenía un brillo especial en sus ojos, era un reflejo profundo y sereno. El pez miró a su compañera y le dijo: “Cuando volaba hice un descubrimiento, sentí que te podía conocer como nunca antes me imaginé. Viví mi vuelo siendo tú y siendo yo” la golondrina sonrojada le contestó: “Yo sentí lo mismo”. El pez, frunciendo el entrecejo, miró a una hoja que flotaba en el estanque, parecía querer decir algo muy difícil o penoso, la golondrina le animó: “Dilo de una vez”. 49 “También descubrí otra cosa. Supe que mi nado no era diferente de tu vuelo y que me había olvidado que es también bello, además...” el pez no se atrevía a terminar, miraba en una dirección y después en la otra evitando enfrentarse con la vista de la golondrina; ésta esperaba pensativa: por fin el pez prosiguió: “Además, entendí la razón del olvido, sólo veía tu vuelo y quería ser como tú, pensaba que lo mío no podría ser tan hermoso como lo tuyo... ahora sé que ambas cosas lo son”. La golondrina sonreía, se acercó al pez y abrazándolo le confió: “Los dos hemos aprendido lo mismo, nada a partir de este momento será igual... mi vuelo será lo más maravilloso y tu nado también: tú estarás en mí y yo en ti, pero los dos seremos lo que somos y nada será mejor ni nos podrá enseñar más”. Cuentan que a partir de ese día algo extraño sucedía cerca del estanque... un pez dorado estaba aprendiendo a nadar y una golondrina a volar. 53. EL CIRUELO Y EL RÍO Hacía mucho tiempo que se conocían, pero nunca habían platicado; tal vez por timidez o tal vez porque cada uno vivía ensimismado en su curso y desarrollo. Una tarde de verano, fresca y luminosa, el río sintió ganas de hablarle al ciruelo, y animándose desde sus reflejos plateados le dijo: “Aunque me ves todos los días a lo mejor no sabes quién soy. Yo soy el río. Vengo desde las montañas, en donde nací como un lulito y después fui creciendo poco a poco con la ayuda de mis hermanos, otros arroyitos de plata. Mi vida es agitada pues no paro de andar y, mientras camino, voy regando los campos y los trigales, las milpas y las huertas. También doy agua a los pueblos y las ciudades que encuentro a mi paso. Sólo descanso al final de mi carrera cuando caigo en el mar. 50 Y eso por poco tiempo , pues mi madre, la fuente de la montaña, no quiere holgazanes: luego me alienta de nuevo para que vaya al cielo en forma de vapor y de nubes y vuelva a recorrer mi cause; porque yo cumplo una labor social”. “¡Qué interesante! –respondió el ciruelo-. Yo creo que eres más feliz que yo, que no recuerdo ni cuándo ni cómo nací. Sospecho que algún chiquillo goloso al pasar por aquí dejó caer en la tierra húmeda de tus orillas el hueso de la ciruela que se había comido... y así vine al mundo. Lo peor es que debo estarme siempre quieto y, para colmo, medio adormecido durante el invierno. Por suerte, cuando en febrero el sol empieza a entibiar el aire, comienzo a sentir un sabroso cosquilleo en todo mi cuerpo. Ya lo conozco y sé que pronto renacerán las flores en mis ramas dormidas, que luego llenaré de hojas y que después empezarán a crecer mis ciruelas en pequeños racimos, verdes, al principio, y después de un alegre rojo brillante. Es entonces cuando todo el mundo se acuerda de mí, pero únicamente para arrancar mis frutas y seguir tranquilamente su camino”. “Te comprendo –dijo el río-: pero creo que exageras. Yo he visto más de una vez que algunos chiquillos vienen a jugar a tu lado y a sentarse bajo tu sombra. Seguramente comparten mi opinión de que en toda la comarca no existe un árbol más generoso y bello. Sobre todo cuando estás cubierto de flores, en primavera, o cuando brilla entre tus hojas verdes y oscuras, el rojo violáceo de las ciruelas maduras. ¡Cómo brillan hoy!” el ciruelo que nunca había oído un elogio, se turbó, pero se inmediato respondió al río. “Si lo que dices es cierto, todo eso te lo debo a ti... sin tu ayuda no serían tan abundante mis flores, ni mi follaje tan verde y espeso, ni serían mis frutas tan dulces, frescas y hermosas. Y ahora que somos amigos te confieso que mi única distracción es contemplarme reflejado en tu corriente, porque en el movimiento de un espejo me veo gracioso y ágil: mi imagen juguetea como si yo bailara. Eso me ayuda a sentir que estoy vivo, aunque siga casi inmóvil con mis raíces aferradas al suelo”. 51 54. SI EL RÍO CAMBIARA Allá, abajo del río, vi un hombre cuyo nombre no importa. Tendrá unos ochenta años, y su paso es poco pero firme, tiemblan sus manos, sus ojos lloran y se ríe a solas como si supiera algo muy cómico acerca del resto de la humanidad. En su época el viejo era el mejor pescador de la comarca. “Yo los agarro hasta donde no hay” –solía decir. Sabía coger las carnadas más convenientes para toda ocasión, la profundidad exacta donde nadaban las diferentes clases de peces y el anzuelo, con el tamaño preciso que debía tener. A poca distancia de la choza donde habitaba el pescador, el río hacía una vuelta cerrada, y era allí –en aguas profundas y tranquilas-, donde le encantaba sentarse sobre un tronco que estaba en la orilla y lanzar su cuerda al agua. Allí nada más, ningún otro sitio le gustaba. Pero la naturaleza no respetaba las costumbres del hombre. Sucedió que durante un invierno hubo una creciente espantosa. Cuando las aguas volvieron a bajar, el río había abandonado su viejo cauce y se había alejado unos cincuenta metros hacia el oeste, formando un canal completamente nuevo en el recodo donde nuestro pescador solía coger su presa, ya no quedaba sino un banco de arena. Un hombre cuerdo, en su caso se habrá adaptado a las nuevas condiciones y habría buscado también otro lugar para pescar. No así nuestro pescador. Si uno quiere tomarse el trabajo de visitar el lugar, puede ver al viejo sentado sobre el mismo tronco y pescando en el mismo banco de arena. 52 55. EL NIÑO PEQUEÑO Una vez un niño pequeño fue a la escuela: era bastante pequeño y era una escuela muy grande; pero cuando el niño pequeño descubrió que podía entrar a su salón desde la puerta que daba al exterior estuvo feliz y la escuela ya no le parecía tan grande. Una mañana cuando había estado durante un tiempo en la escuela, la maestra dijo: “Hoy vamos a hacer flores muy bellas con sus creyones: rojas, naranjas y azules, -pero la maestra dijo-: Yo les enseñaré cómo, esperen”. Y era roja con el tallo verde. “Ahora –dijo la maestra-, pueden empezar”. El niño miró la flor que había hecho la maestra y luego vio la que él había pintado, le gustaba más que la suya, mas no lo dijo, sólo volteó la hoja e hizo la flor como la de la maestra, era roja con el tallo verde. Otro día la maestra dijo: “Hoy vamos a hacer trabajos con plastilina”. ¡Qué bien! Pensó el muchacho. Le gustaba la plastilina, podía hacer toda clase de cosas con ella: víboras, hombres de nieve, ratones, carros, caminos y empezó a estirar y revolver su bola de plastilina; pero la maestra dijo: “¡Esperen! Yo les enseñaré cómo” y les mostró cómo hacer un plato hondo.”Ahora ya pueden empezar”. El pequeño miró el plato que había hecho la maestra, luego vio el que él había formado: le gustaba más el suyo, pero no lo dijo. Sólo revolvió otra vez la plastilina e hizo un plato como el de la maestra, era un plato hondo. Muy pronto el pequeño aprendió a esperar, a ver y hacer cosas iguales a las de la maestra y no lo hacía más él solo. Luego sucedió que el niño y su familia se mudaron a otra casa en otra ciudad, y el pequeño hijo tuvo que ir a la escuela,, esta escuela era más grande que la otra y no había puerta del exterior. 53 Entró a su salón, y el primer día que tuvo que ir, la maestra dijo: “Hoy vamos a hacer un dibujo” –muy bien- pensó el pequeño, y esperó a que la maestra le dijera, pero la maestra no dijo nada, sólo caminaba por el salón. Cuando llegó a él le dijo: “¿No quieres hacer un dibujo? –Sí- contestó el pequeño, y preguntó: ¿Qué vamos hacer?” “No sé hasta que lo hagas”–dijo la maestra“¿Cualquier color?” “Cualquier color” –dijo la maestra. Si todos hicieran el mismo dibujo y usaran los mismos colores, cómo sabría yo quién hizo que, y cuál es cuál” “No sé” –contestó el niño, y empezó a hacer una flor con el tallo verde. 56. DIOS ES Un niño preguntó a su padre. “¿Dios existe?” “¡Claro! respondió el padre. “¿Y cómo es él? ¿Cómo sabes que existe?” el padre no le dijo nada, sólo le mandó a mezclar un poco de sal con agua en un vaso de cristal transparente. “¿Puedes ver la sal?” –preguntó al hijo, después que éste último había realizado la mezcla. “No –respondió el hijo- se ha desaparecido en el agua”. “Ahora. Quiero que tomes un poco”. “Está salada”. –dijo el muchacho al probar un trago. “Bien, ahora quiero pedirte que eches el agua en un plato y lo coloques en el patio para que le de directamente la luz del sol” 54 Así lo hizo el muchacho y, al cabo de un rato, el padre lo mandó a buscar el plato. “¿Qué ha sucedido con el agua?” –preguntó el papá. “No lo sé –respondió el hijo. Se ha ido, sólo ha quedado la sal”. “¿Ves hijo? –intervino el padre. Así es Dios”. 57. NARCISO Y EL LAGO El maestro cogió un libro que alguien de la caravana había traído. El volumen estaba sin tapas, pero logró identificar a su autor: Oscar Wilde. Mientras lo ojeaba, encontró una historia sobre Narciso. El maestro conocía la leyenda de Narciso, un hermoso muchacho que todos los días iba a contemplar su propia belleza en el lago. Estaba tan fascinado por sí mismo, que un día cayó dentro del lago y murió ahogado. En el lugar donde cayó nació una flor a la que llamaron Narciso. Pero no era así como Oscar Wilde ponía fin ala historia. Él decía que cuando Narciso murió, vinieron los animales del bosque y vieron el lago transformado, de un lago de agua dulce, en un cántaro de lágrimas saladas. “¿Por qué lloras?” –preguntaron los animales del bosque. “Lloro por Narciso”. –respondió el lago. “Oh, no nos sorprende que llores por Narciso –prosiguieron diciendo ellos- al fin y al cabo, a pesar de que nosotros le perseguíamos a través del bosque, tú eras el único que tenía la oportunidad de contemplar de cerca su belleza”. “Entonces. ¿Era bello Narciso?” –preguntó el lago. 55 “¿Quién sino tú podría saberlo? -respondieron sorprendidos los animalesDespués de todo era sobre tu orilla donde él se inclinaba todos los días”. El lago permaneció inmóvil unos instantes. Finalmente dijo: “Lloro por Narciso, pero nunca me había dado cuenta de que Narciso fuese bello” “Lloro por Narciso porque cada vez que él se recostaba sobre mi orilla yo podía ver, en el fondo de sus ojos mi propia belleza reflejada”. “Que historia tan hermosa” –dijo el Alquimista. 58. PENSAR EN LOS DEMÁS Se acercaba la época de las lluvias monzónicas, y un hombre muy anciano estaba cavando hoyos en su jardín. “¿Qué haces”, -le preguntó su vecino. “Estoy plantando anacardos”, -respondió el anciano. “¿Esperas llegar a comer anacardo de esos árboles?” “No, no pienso vivir tanto. Pero otros lo harán. Se me ocurrió el otro día que toda mi vida he disfrutado comiendo anacardos plantados por otras personas, y ésta es mi manera de demostrarles mi gratitud”. 59. PUENTE Un elefante se separó de la manada y fue a cruzar un viejo y frágil puente de madera tendido sobre un barranco. La débil estructura se estremeció y crujió, apenas capaz de soportar el peso del elefante. 56 Una vez a salvo al otro lado del barranco, una pulga que se encontraba alojada en la oreja del elefante exclamó, enormemente satisfecha: “¡Muchachos, hemos hecho temblar ese puente!” 60. LA ORACIÓN DEL NECESITADO El místico Judío Baal Shem tenía una curiosa forma de orar a Dios: “Recuerda, Señor, -solía decir- que tú tienes tanta necesidad de mí como yo de ti. Si tú no existieras, ¿a quién iba yo a orar? Y si yo no existiera, ¿quién iba a orarte a ti?”. 61. ZAPATO Subió un hombre a un autobús y tomó asiento junto a un joven que tenía el aspecto de ser un “hippy”. El joven llevaba un solo zapato. “Ya veo, joven, que ha perdido usted un zapato...” “No, señor –respondió el aludido. He encontrado uno”. 62. LEVANTARSE Y SER VISTO Cuando Kruschev pronunció su famosa denuncia de la era staliniana, cuentan que uno de los presentes en el comité central dijo: “¿Dónde estabas tú, camarada Kruschev, cuando asesinadas todas esas personas inocentes?” fueron 57 Kruschev se detuvo, miró en torno por toda la sala y dijo: “Agradecería que quien lo ha dicho tuviera la bondad de ponerse en pie”. La tensión se podía mascar en la sala. Pero nadie se levantó. Entonces dijo Kruschev: “Muy bien, ya tienes la respuesta, seas quien seas. Yo me encontraba exactamente en el mismo lugar en que tú estás ahora”. 63. UN MICO Y UN PEZ Un mico y un pez se convirtieron en dos grandes amigos. La delicia del mico era pasar varias horas divirtiéndose con el pez en el agua. Un día se encontraban los dos jugando en las aguas del río. De pronto la tranquila y suave corriente se trocó en una impetuosa corriente que amenazaba con arrastrar cuanto encontrara a su paso. El mico, ágil como era, se agarró de unas raíces y luego salió del agua trepándose al árbol más cercano. No acababa de recobrarse del susto cuando se acordó de su amigo. “No puedo dejar que perezca, -se dijo-, tengo que hacer algo para salvarlo”, y lleno de coraje se lanzó otra vez al agua, agarró a su amigo y subió de nuevo al árbol para compartir con él la seguridad. Pero había algo que el mico no entendía. En lugar de agradecerle por el heroico gesto, su amigo el pez imprecaba, suplicaba, se agitaba desesperadamente. Después de unos segundos el mico había perdido a su mejor amigo. 58 64. AQUÍ SE VENDE PESCADO FRESCO Una vez un hombre decidió dedicarse al negocio del pescado. Consiguió un local y en la fachada hizo colocar un gran letrero que decía así: “Aquí se vende pescado fresco”. Algunos días más tarde, llegó un amigo y le dijo: “hombre, ese letrero que hiciste está muy bueno pero tal vez algo le sobra y conviene quitar. Se trata de la palabra “Aquí”. En realidad, si el letrero está en este sitio pues es claro que no estás vendiendo el pescado en otro lugar. Así que eso sobra. Al vendedor le pareció muy sensata la observación y decidió, con un brochazo de pintura , eliminar la palabra “Aquí”. Días más tarde, llegó otro amigo y le dijo: “hombre, si tienes un negocio de pescado pues no es para regalarlo, ¿verdad? Es inútil que escribas “se vende” porque se sabe ya que el pescado está ahí para eso”. El vendedor tomó de nuevo la brocha y borró “se vende” del letrero y quedó: “pescado fresco”. Un tiempo después llegó otro amigo y le dijo: “tú eres un tipo honesto y no eres de los que van a vender pescado podrido. Por lo demás, a nadie se le ocurriría poner un negocio e pescado podrido. Si alguien vende pescado, es claro que ofrece pescado fresco. Entonces, ¿para qué ponerle la palabra “fresco” al aviso? Lo mejor sería quitarla”. Nuevamente, el vendedor tomó la escalera y subió para eliminar con un par de brochazos la palabra “fresco”. Al día siguiente, otro amigo llegó y le dijo: “me parece que eres bobo. Tú nos ofendes a todos nosotros. Porque se colocas esos pescados tan grandes en la vitrina, todos lo ven. Y ninguno de nosotros es tan atontado de confundir un pescado con un elefante o no saber qué es un pescado. Pero tú crees que somos tan tontos cuando nos tienes que mostrar el pescado y escribir también encima la 59 palabra “pescado”. Para no ofendernos, sería mejor que retiraras esa palabra de ahí”. Así, pues, para no meterse en líos, el vendedor quitó la última palabra del letrero y poco tiempo después también quitó el último pescado, pues tuvo que cerrar el negocio. Ya nadie venía a comprar. 65. IDEAS PRESTADAS Un filósofo que tenía solo un par de zapatos pidió al zapatero que se los arreglara mientras él esperaba. “Es la hora de cerrar, -le dijo el zapatero- de modo que no puedo reparárselos ahora. ¿Por qué no viene usted a recogerlos mañana?” “No tengo más que este par de zapatos, y no puedo andar descalzo”. “Eso no es problema le prestaré a usted hasta mañana un par de zapatos usados”. “¿Cómo dice? ¿Llevar yo los zapatos de otros? ¿Por quién me ha tomado?” “¿Y qué inconveniente tiene usted en llevar los zapatos de otros cuando no le importa llevar las ideas de otras personas en su cabeza?”. 66. UN ALPINISTA DESCUIDADO Un hombre, escéptico, y sin ninguna experiencia en el arte de acampar decidió escalar una montaña sin llevar ninguna de las herramientas necesarias para tal empresa. Había oído hablar de las montañas y sólo quería realizar el sueño de escalar. Tanto había sido el deseo por escalar, que sin preparar nada más 60 que una simple mochila con algunos alimentos frugales, se dio la tarea de escalar la gran montaña. Y he aquí que al final de la jornada, mientras iniciaba el descenso, de pronto se encontró extraviado y sin conocimientos de orientación, como para poder encontrar la senda correcta. Desesperado, pues había caído en la cuenta de que no tenía ninguna herramienta para pasar la noche, tomó un trecho desconocido con la intención de encontrar la ruta perdida. Y vino sobre la montaña la oscuridad. Aquel pobre alpinista sabía que no podía detenerse pues no tenía ya alimentos y pronto el frío arreciaría, por lo que se adentró por un follaje y con tan mala suerte, que debido a la oscuridad no notó el precipicio y calló al vacío. La caída iba a ser monstruosa, pero en el último instante logró aferrarse a una rama delgada que se encontró en el espacio. Aquel hombre descubrió con horror que la rama pendía de uno de los bordes de ese precipicio sin encontrar la manera de ganar la orilla. En medio de su desesperación, se acordó de clamar a Dios. “¡Dios! ¡Oh Dios, escucha mi ruego!” “¿Qué quieres?” –dijo una voz en el vacío. “He sido un completo necio. Me olvidé de prepararme para realizar tan difícil viaje y ahora me encuentro en esta terrible situación. Te prometo que si me ayudas a salir de esta tendré mucha fe en ti, visitaré todos los templos y nunca, nunca dudaré de ti.” “¿Por qué crees que yo podré ayudarte si nunca has creído en mí?” “¡No Señor! –respondió el hombre desesperado- ¿No ves que ahora estoy escuchando tu voz? ¡Claro que creo en ti!” 61 “¿De veras crees en mí?” “¡Sí! De veras creo en ti” “¿Y crees que yo podría ayudarte?” “¡Si! Sé que sólo tú podrías ayudarme” “¿Y estás dispuesto a hacer todo lo que te pida?” “¡Sí señor! Juro que haré todo lo que me pidas” “Entonces... ¡Suéltate de la rama!” “¿De la rama?” –preguntó el pobre hombre. “Sí. –respondió Dios. Sólo podré ayudarte si te sueltas de esa rama”. El hombre lanzó un mirada sobre el valle oscuro y, sin decir nada más, se aferró con todas sus fuerzas a la rama que colgaba del precipicio. Cuentan los grupos de socorristas que encontraron a un hombre muerto de hipotermia, abrazado a una rama, que no saben como resistió tanto peso a una altura de sólo ¡Diez Metros del Valle! 67. EL LEÓN Y LAS HORMIGAS Un día el león hizo que se reunieran todos los animales de la sabana, del bosque y de la montaña. Cuando todos llegaron ante él, el búho, pregonero, subió a un árbol y gritó la proclama. “Orden del rey león. Todos los animales, de todo género, especie y tamaño deben reconocer al león como rey, rindiéndole pleitesía y obediencia. Quien se niegue, será castigado”. 62 Se escuchó un gran murmullo en la asamblea de los animales; después, una vocecita se alzó protestando. Era la portavoz de las hormigas guerreras. “Nosotras no aceptamos. En nuestra tribu, nuestros antepasados nos dieron una reina, nosotros sólo obedecemos sus órdenes”. El león, con un rugido desafiante, respondió. “Tendrán su castigo”. Todos se dispersaron. Al atardecer, los hijos del león salieron de caza, cogieron un jabalí, lo escondieron tras unas ramas y fueron a llamar al rey. Las hormigas se reunieron desde los cuatro puntos cardinales y en un momento cubrieron la sabana. Se preparaban para la gran batalla. En un momento se comieron al jabalí, dejando sólo los huesos. Mientras tanto el sol había desaparecido tras el horizonte. Llegó el león majestuoso con su familia. Entonces el ejército de las hormigas entró en acción. De la hierba y de las hojas llovieron sobre los leones, treparon por sus patas, mordiendo con fuerza. Los leones rugían de dolor, se tiraban sobre la hierba para frotarse, intentaron escapar, pero no podían luchar en la oscuridad contra el enemigo omnipresente. A la mañana siguiente un buitre, pasando en el vuelo rasante, vio esparcidos los esqueletos desnudos de la familia de aquel que había querido imponerse como rey absoluto de los animales. Y continuando su camino solitario pensó que los poderosos no deberían nunca despreciar la fuerza de los pequeños cuando se unen. 68. EL GALLO Y EL MURCIÉLAGO En una aldea de África vivían hace muchísimos años un gallo tan hermoso como vanidoso y el murciélago tan feo como envidioso. Todas las mañanas el gallo lanzaba a los cuatro vientos su sonoro Kikiriki. El murciélago, desde abajo del canalón al que estaba pegado, giraba su hociquillo de ratón en todas las direcciones para no ver a aquel gallo orgulloso. 63 “¡Qué bonito es el gallo! –gemía avergonzado, poniéndose un ala bajo los ojos-. En cambio yo soy feo y negro”. Poco a poco la envidia que el murciélago tenía en el corazón se transformó en un odio profundo y feroz. “¡Ojalá viniera un chacal y te comiese plumas, cresta y todo, maldito gallo!” pero el gallo seguía cantando cada mañana excitando cada vez más la envidia en el corazón del infeliz murciélago, hasta que una mañana, le gritó: “¿Sabes que tu voz es estupenda? ¿Quieres venir hoy a mi casa a almorzar?. Siempre me ha gustado la compañía de personas importantes”. “Con mucho gusto. –le replicó el gallo- hoy iré a tu casa”. Y cuando poco después el gallo se encontró en la casa del murciélago, vio que estaba hirviendo un enorme perol de agua. “Para qué quieres toda esa agua? –preguntó el gallo al murciélago. “Es la comida –respondió éste. Luego, dándose una palmada en la frente, añadió-. He olvidado la sal. Mira, amigo, ponte junto al fuego y procura que no le falte leña mientras yo voy al mercado. Dentro de cinco minutos estaré de vuelta”. Y dicho esto, salió por la puerta como una flecha, dio unas vueltas por los alrededores. Luego voló sobre la chimenea de su casa y empezó a bajar despacito. “¡Ah, ah! –decía riéndose- no te han matado los chacales, pero te cogerá el murciélago”. Y pensaba coger al gallo de improviso y hacerle caer en el perol. Pero precisamente en ese momento una llama más fuerte que las otras alcanzó al murciélago y le hizo perder el equilibrio. Cegado por el humo y con las patas quemadas, cayó en la olla de agua hirviente y murió. 64 El gallo, al ver la trampa en que estuvo a punto de caer, dio gracias al creador por haberle salvado la vida. 69. LA RANA DEL POZO Érase una vez una rana que vivía dentro de un pozo. Habitaba allí desde hacía muchísimo tiempo. Es más, allí había nacido y allí se había criado. Era una rana pequeña, alegre. Pero, un buen día, le llegó una visita imprevista. Era otra rana que había vivido siempre en la orilla del mar. La pequeña habitante del pozo no dejó escapar la ocasión para echarse una conversadita con la recién llegada. “¿De dónde vienes?” “Vengo del mar, -dijo la otra”. “¿El mar? ¿Es muy grande el mar?” –preguntó curiosa. “¡Ah, sí, por supuesto! Mucho, muy grande”, -repuso la visitante. “¿Acaso es tan grande como mi pozo?” –insistía la pequeña rana. “Vamos, querida amiga, -cortó en seco la rana peregrina. ¿Cómo puedes comparar el mar con tu pozo?” Enojada, enfadada, la pequeña rana reaccionó así: “De ninguna manera, no puede existir nada más grande que mi pozo. Esta viene aquí con aires de grandeza. Tiene complejo de superioridad y miente sin ningún pudor. Es necesario echarla de aquí inmediatamente”. La rana peregrina marchó de allí brincando camino al mar. Y la pequeña rana quedó al fin tranquila dueña de su gran pozo. 65 70. HISTORIA DE UN ORGULLOSO Un hombre orgulloso emprendió un largo viaje de placer. La fortuna le había sonreído. Tenía dinero, tierra poder y prestigio; por todas partes su nombre era asociado al éxito y a la fama. Su orgullo se acrecentaba con el sentimiento morboso de la autosuficiencia, pues nunca había necesitado de nadie; nunca había pedido favores; comenzó desde abajo y él, por su propio esfuerzo había escalado hasta la cima; por lo que no le debía a nadie ningún favor ni a los otros... ¡Ni a Dios! Nada más podía esperar. La idea del viaje de placer, le venía ahora como un premio a su años de trabajos duros para lograr el puesto y el prestigio alcanzados. Antes de salir una viejecita lo abordó con cariño, diciéndole que había sido su maestra de la escuela, cuando él era apenas un niño. Sin embargo él sólo le respondió con profundo orgullo “No te conozco” e inmediatamente se apartó de ella. En el camino se encontró con un mendigo que le pidió, al reconocerle, algo de dinero. Sin embargo, él, orgulloso, le respondió: “No quiero”. Era obvio, todos sus esfuerzos en amasar la fortuna que poseía, no la iba a malgastar con un simple menesteroso. Al poco tiempo de haber emprendido su camino recibió la llamado de un amigo que le pedía un consejo en un problema familiar, pero él respondió secamente: “No tengo tiempo”. Claro que no tenía tiempo, él no podía interrumpir su viaje, planificado por muchos años de esfuerzo en un amigo que a última hora se le ocurría importunarlo. 66 En una de esas paradas encontró a alguien que le saludaba efusivamente, pues decía que lo conocía desde que eran niños en aquel barrio pobre donde vivió su niñez marcada por el trabajo y la pobreza. Él, con profundo desdén, respondió “No te recuerdo”. No podía ser que alguien de su prestigio se viese acompañado de personas de dudosa reputación y mucho menos que le recordaran un pasado que él se había esforzado en enterrar. En medio de una de sus travesías de placer, encontró a un accidentado que le tendía la mano en espera a que él le ayudara. Pero nuestro orgulloso caballero respondió: “No puedo”. No quería complicarse con asuntos de heridos ni enredos policiales, justo ahora que disfrutaba de unas merecidas vacaciones. A alguien que le solicitaba mientras él descansaba le dejó como respuesta: “Él no está”, pues no quería ser molestado en sus vacaciones merecidas. Pero sucedió que al regreso de sus vacaciones tuvo un accidente atroz y en medio de la más absoluta soledad vino el ángel de la muerte a buscarlo. Él, desesperado imploró con todas sus fuerzas. “¡Muerte! No puedes llevarme ahora, yo soy el gran hombre que levantó todo un imperio son su trabajo y tesón.” La muerte seca le respondió: “No te conozco” “¡Oh, muerte! Yo sé que durante mi vida he sido egoísta, pero tengo derecho a una segunda oportunidad –replicó el hombre asustado. ¿No puedes darme otra oportunidad?” La muerte inflexible, sólo respondió. “No quiero”. Así, el hombre trató de ganar una causa a la muerte quien parecía estar resuelta a cumplir con su cometido. 67 “Muerte, estoy arrepentido. De verdad, estoy dispuesto a enmendar mis errores pero ¡necesito otra oportunidad!” La muerte siempre fría respondió. “No tengo tiempo”. “¡Muerte malvada y cruel! ¿Acaso no valen las obras que tengo en mi haber? ¿Acaso merezco condenarme sin ver lo que he hecho?” –dijo angustiado el hombre. “No te recuerdo”. Fue la única respuesta que de los labios entecos salió de la muerte. “Pero muerte –prosiguió agitado el hombre- esta es mi última oportunidad de verdad ¿no habrá algo que se pueda hacer para que vuelvas un poco más tarde?” “No puedo” –respondió seca la muerte. En medio de sus padecimientos, sintiendo el frío del horror y presa de la desolación el pobre agonizante se acordó de Dios. “¿Y Dios. Acaso él va a permitir que me pierda para siempre?” “Él no está” –respondió sonriente la muerte. 71. LA CARAVANA Una caravana del desierto marchaba penosamente por un terreno árido, polvoriento y pedregoso. Sus componentes tenían todos fe absoluta en su guía, y confiadamente dejaban en sus manos todas las decisiones. Una noche, particularmente exclamó de pronto: en una agotadora, jornada el guía 68 “¡Alto! Nos detendremos aquí un momento. Como ven, estamos cruzando en este momento un terreno muy pedregoso. Quiero que se agachen y tomen todas las piedras y guijarros que puedan. Si llenan las bolsas de ellas, podrán llevárselas a casa. De prisa, sólo tienen cinco minutos antes de reemprender la marcha”. Los viajeros, que únicamente deseaban un prolongado descanso y otro dulce sueño, creyeron que su guía se había vuelto loco. “¿Piedras? –dijeron- ¿Qué se cree que somos? ¿Un atajo de camellos y mulos?” sólo alguno de ellos hicieron lo que el guía había sugerido, metiendo unos cuantos puñados de piedras en sus bolsas. “Bueno, basta, -dijo el guía. En camino de nuevo”. Mientras continuaban su pesado camino el resto de la noche, todos se encontraban demasiado cansados para molestarse en hablar; pero todos seguían preguntándose qué podrían significar las extrañas órdenes de su guía. Cuando el sol se alzó sobre el horizonte, la caravana se detuvo de nuevo y plantaron todas las tiendas. Los pocos viajeros que habían tomado algunas piedras pudieron ahora verlas por primera vez. Con exclamaciones de asombro, comenzaron a gritar. “¡Santo Dios! Son todas de diferentes colores. Todas brillan y resplandecen. Realmente son piedras preciosas y gemas”. Pero la sensación de júbilo pronto dio paso a otra de depresión y abatimiento: “ ¡Ojalá hubiéramos tenido la cordura de seguir las órdenes del guía y hubiéramos tomado todas las piedras que hubiéramos podido!”. 69 72. EL CASCABEL AL GATO En un determinado lugar había un gato que era el terror de los ratones: No los dejaba vivir en paz ni un instante. Los perseguía de día y de noche de manera que los pobres animalitos no podían vivir tranquilos. Como el gato era tan listo y no podían engañarlo, los ratones decidieron hacer un consejo. Después de saludarse cordialmente, pues el peligro hace que la gente se ponga más amable, se dio comienzo a la asamblea. Luego de varias horas de discusión, sin haber llegado a una solución definitiva, se levantó un ratón pidiendo silencio. Todos se callaron pues querían escuchar las palabras del que se había levantado. Quizás fuera a darles la solución del problema. “Lo mejor sería atar un cascabel al cuello del gato para que, cada vez que se acercara a nosotros, pudiéramos oírlo y a tiempo poder escapar”. Los ratones se entusiasmaron ante esa idea y saltaron y abrazaron al que la había propuesto, como su fuera un héroe. En cuanto se hubieron calmado, el mismo ratón que había hecho la propuesta pidió de nuevo silencio. Entonces dijo solemnemente: “¿Y quién le pone el cascabel al gato?” Al oír estas palabras, los ratones se miraron unos a otros confusos todos empezaron a dar excusas y uno a uno se fueron desentendiendo del asunto. Al cabo de un rato desfilaron para sus casas sin haber conseguido nada. 70 73. LA MULA Y EL BUEY Mientras José y María iban de viaje hacia Belén, un ángel reunió a todos los animales. Quería elegir a los que mejor pudieran ayudar a la Sagrada Familia en el establo. Naturalmente el león fue el primero en presentarse: “Sólo un rey es digno de servir al rey del mundo. Yo me colocaré en la entrada y destrozaré a todos los que intenten acercarse al niño”. “Eres demasiado violento” –respondió el ángel. De repente la zorra se presentó. Con aire inocente “Yo soy el animal que se necesita. Todas las mañanas robaré para el Hijo de Dios las mejores mieles y la leche más perfumada. Además, llevaré todos los días un buen pollo a María y a José”. “Eres demasiado poco honesta” –dijo el ángel. En esto llegó, esplendoroso y empavonado, el pavo real. Desplegó su magnífica cola del color del arco iris y proclamó: “Yo transformaré ese pobre establo en una estancia mucho más bella que el palacio de Salomón”. “Eres demasiado vanidoso” –le replicó el ángel. Y así pasaron, uno tras otro, muchos animales más. Cada uno ponderaba su propio don. Todo fue en vano. El ángel no acababa de encontrar ni uno solo que mereciera la pena. Entonces miró alrededor del portal y vio que el buey y la mula, con la cabeza baja, seguían trabajando en el campo cercano de un labrador. El ángel los llamó: 71 “¿Es que ustedes no tienen nada que ofrecer?” “Nada de nada –dijo la mula y aflojó mansamente sus largas orejas-. Nosotros sólo hemos aprendido la humildad y la paciencia. Todo lo que pasa de eso sólo significa un suplemento de bastonazos”. Y el buey, tímidamente y sin ni siquiera levantar los ojos, dijo: “Pero podremos de vez en cuando matar moscas con el rabo”. El ángel sonrió por fin: “Ustedes dos son los más adecuados de estar aquí”. 74. RICO Y POBRE En Media Tarde, como en cualquier sitio, hay un hombre rico y otro pobre. Voy a contarles lo que ocurrió el día en que cumplió años el hijo del hombre rico. Al niño le regalaron muchas cosas. Le regalaron un caballo de madera, seis pares de calcetines blancos, una caja de lápices y tres horas diarias para hacer lo que quisiera. Durante los diez primeros minutos, el niño rico miró todo con indiferencia. Empleó otros diez en hacer rayas por las paredes. Otros diez en arrancarle un oreja a un caballo. Y otros diez en dejar sin minuto las tres horas libres. Esta última maldad fu haciéndola minuto a minuto, despacio, aburrido, por hacer algo, sin saber qué hacer. Al deshacer los paquetes, más aburrido que impaciente, había tirado por la ventana una cinta azul con que venía amarrada la caja de los lápices, una cinta como de un metro, de un dedo de ancho, de un azul –fiesta brillante. La cinta fue a dar a la calle, a los pies de Juan Lanas, un niño despierto, de ojos asombrados, pies descalzos y hambre suficiente para cuatro. 72 Juan Lanas pensó que aquello era lo más maravilloso que le había ocurrido en la última semana, y en la que estaba pasando, y seguramente que en la que iba a empezar. Pensó que era la cinta con la que amarran las botellas de champaña a la hora de bautizar los maravillosos barcos de los piratas. Pensó que sería un bonito lazo para el pelo de su madre, si su madre viviese. Pensó que haría muy bonito el cuello de su hermana, si tuviera una hermana. Pensó que podría ser fajín de general. Y, pensándolo, empezó a desfilar al frente de sus soldados, todos con plumero, todos con espada. Y Juan Lanas desfiló por las calles de Media Tarde, importante, decidido. Los que lo vieron pasar pensaron que era un niño seguido de nadie. Y, al poco rato, un niño seguido de un perro sin rabo, Pero Juan Lanas sabía que el perro era su mascota, que los soldados pasaban de siete, que era todo lo que Juan Lanas sabía contar. Y mientras Juan Lanas desfilaba, el niño rico se aburría. 75. LA VIEJITA Y LA AGUJA Una viejita está inclinada buscando algo en el balcón de su casa. Pasa un joven: “¿Perdió algo, abuela?” “Dejé caer la aguja y no logro encontrarla”. “Si me permites, te ayudo, yo tengo buena vista”. “¡Gracias! Eres muy amable” 73 Después de una hora de búsqueda infructuosa, el muchacho le pregunta a la abuela: “Pero ¿estás totalmente segura de que has perdido la aguja en el balcón?” “¡No! La perdí en la cocina” –respondió tranquila la viejita. “Y entonces, ¿por qué diablos me haces buscar aquí?” “¡Porque aquí hay más claridad!”. 76. LA ENVIDIA Un ventrudo sapo graznaba en un pantano cuando vio resplandecer en lo más alto de las rocas a una luciérnaga. Pensó que ningún ser tenía derecho de lucir cualidades que él mismo no poseería jamás. Mortificado por su propia impotencia, saltó hasta ella y la cubrió con su vientre helado. La inocente luciérnaga le preguntó: “¿Por qué me tapas?” y el sapo congestionado por la envidia solo acertó a interrogar a su vez, “¿por qué brillas?”. 77. LA SOPA DE LA SOPA DEL GANSO En cierta ocasión un pariente visitó a Nasruddín, llevándole como regalo un ganso. Nasruddín cocinó el ave y la compartió con su huésped. No tardaron en acudir un huésped tras otro, alegando todos ser amigos de un amigo, “del hombre que te ha traído el ganso”. 74 Naturalmente todos esperaban obtener comida y alojamiento a cuenta del famoso ganso. Finalmente, Nasruddín no pudo aguantar más. Un día llegó un extraño a su casa y le dijo: “Yo soy amigo del amigo del pariente tuyo que te regaló un ganso”. Y al igual que los demás, se sentó a la mesa, esperando que le dieran de comer. Nasruddín puso ante él una escudilla llena de agua caliente. “¿Qué es esto?” –preguntó el otro. “Esto –dijo Nasruddín- es la sopa de la sopa del ganso que me regaló tu amigo”. 78. EL CRUCIFIJO Un viejo misionero poseía un crucifijo que le parecía precioso. Vivía orgulloso de su crucifijo y lo exponía en el templo en las grandes solemnidades. Solía pararse frente al mismo para contemplarlo y meditar sobre cuanto esa imagen representaba para su misión. En una de esas ocasiones, entró un niño en su parroquia al templo y vio al viejo párroco mirando detenidamente al crucifijo. Se acercó y le dijo: “Padre, ¿éste es el tesoro más grande que usted tiene en la parroquia verdad?” El párroco miró al muchacho y le contestó: “No, éste no es el tesoro más grande de la parroquia. El tesoro más grande eres tú”. 75 79. CONOCER A CRISTO Diálogo entre un recién convertido a Cristo y un amigo no creyente. “¿De modo que te has convertido a Cristo?” “Sí”. “Entonces sabrás mucho sobre él. Dime”. “¿En qué país nació?” “No lo sé” “¿A qué edad murió?” “Tampoco lo sé”. “Sabrás al menos... cuántos sermones pronunció” “Pues no... no lo sé” “La verdad es que sabes muy poco, para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo”. “Tienes toda la razón. Yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de él. Pero sí que sé algo: Hace tres años, yo era un borracho. Estaba cargado de deudas. Mi familia se deshacía en pedazos. Mi mujer y mis hijos temían como un nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la bebida; no tenemos deudas, nuestro hogar es un hogar feliz, mis hijos esperan ansiosamente mi vuelta a casa cada noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. ¡Y esto es lo que sé de Cristo!”. 76 80. EL INDIO Un vaquero iba cabalgando por el desierto. De pronto se encontró con un indio tendido sobre la carretera, con la oreja pegada al suelo. “¿Qué pasa, jefe?”. –dijo el vaquero. “Gran rostro pálido con cabellera roja conducir Mercedes Benz verde oscuro con pastor alemán dentro y matrícula SDT965 rumbo oeste”. “¡Caramba, jefe! ¿Quieres decir que puedes oír todo eso con sólo escuchar el suelo?” “Yo no escuchar suelo. Peaso de loco atropellarme”. 81. EL VENDEDOR DE CONSEJOS Un hombre acostumbraba ir al mercado, comprar la mercancía y luego arreglárselas para que se la llevasen a su casa sin que le costase nada el transporte. Un día compró una caja llena de loza, encontró un portador y le propuso que, en vez de la paga que le correspondiera, le daría tres consejos que le serían útiles para la vida. El portador, presa de la curiosidad, aceptó este singular contrato, pensando que dinero se lo podrían dar otros también. Así pues, se cargó a la espalda la caja y echó a andar. Después de un rato, sintiéndose aplastado por el peso, le dijo al hombre que le dijese el primer consejo. Aquél respondió: “Si alguien te dice que la esclavitud es la mejor libertad, no lo creas”. 77 Entonces comprendió el portador que aquel hombre quería engañarlo: pero siguió adelante para saber cuáles serían los otros consejos. Poco después y sólo para coger fuerzas, le pidió el segundo consejo. El hombre contestó esta vez: “Si alguien te dice que es mejor la pobreza que la riqueza, no le creas”. El portador se enojó, porque eran cosas que sabía de sobra, pero ya estaban llegando a la casa, así que le pidió el tercer consejo. El hombre respondió: “Si alguien te dice que es mejor el hambre que la hartura, no lo creas”. Esto era demasiado para el pobre cargador sudoroso y jadeante. Exasperado, descargó la caja de golpe haciendo que cayera estrepitosamente al suelo. A las protestas del explotador, respondió: “Si alguien te dice que todavía queda un taza intacta, no lo creas”. 82. HAGA LO QUE PUEDA Una vez estaba el sol muy preocupado. El caso es que la luna no podía salir El sol, pensativo, se decía: “Yo a las seis de la tarde me voy buena parte de la tierra va a quedar sin luz, completamente a oscuras, pues la luna no puede salir”. Una velita muy chiquita se dio cuenta de la dificultad y dirigiéndose valerosamente al sol le dijo: “Bueno, yo estoy lista, haré lo que pueda esta noche”. 78 83. LOS CIEGOS Y EL ELEFANTE Una vez un sabio tomó a tres de sus mejores discípulos y, vendándoles los ojos, los llevó a conocer un elefante. Llegaron donde el animal y cada ciego se tropezó con una parte del mismo. Un ciego fue a dar donde estaba la trompa y decía: “¡Uy! Un elefante es lo mismo que una gran serpiente. Tiene la misma forma” El otro se estrelló contra una pata y, tocándola, decía: “Un elefante tiene la misma forma de un árbol”. En fin, otro que fue a parar bajo la enorme barriga decía: “Un elefante es como un enorme globo”. Cuando los ciegos tuvieron que explicar lo que era el elefante se armó una gran discusión. No pudieron ponerse de acuerdo pues cada uno hablaba sólo del parecido que había tocado. Pero como no habían tocado el resto y mucho menos, no se llegaba a armar el elefante, a presentar su figura completa, hasta que el sabio, quitándole la venda a los ciegos les mostró al gran animal. Ante el asombro de sus discípulos les dijo: “¿Ven como ustedes apenas dieron con algunas partes del inmenso animal y no fueron capaces de entenderse?. Pues así pasa con los hombres y Dios: sólo conocemos algunas partes de su esencia y creemos poseerlo del todo”. 79 84. ALEJANDRO MAGNO Alejandro Magno fue un general famoso. La historia lo presenta como una figura de gran valor, de mucho coraje. Se dice que en su ejército había un soldado que tenía una característica especial. Esta consistía en que cuando comenzaban las batallas sin que nadie se diera cuenta, procuraba esconderse, así no tenía que luchar ni correr riesgos. Sin embargo, sucedió que Alejandro se dio cuenta del truco de este soldado, lo llamó y le dijo: “Soldado, ¿cómo te llamas?” El soldado muerte de miedo, contestó: “Me llamo Alejandro”. “¡Cómo! –replicó el general., tienes mi mismo nombre”. “Pues bien, quien tiene mi nombre no puede ser un cobarde. Por tanto, cambias la manera de comportarte o cambias de nombre”. 85. LA ARDILLA Y LA MONA Hallábase una ardilla sentada sobre sus ancas, cubriendo el cuerpo con su cola para evitar el calor del sol y mordisqueando una nuez con esa expresión feliz que la caracteriza, cuando pasó por allí una mona dotaba de escasísimo rabo que, al apreciar la magnífica cola de la ardilla, sintió envidia y trató de burlarse del simpático roedor diciéndole: “Deberías sentir vergüenza de tu desproporcionada cola en lugar de presumir de ella. Sólo te sirve para manchar tu cuerpo con el polvo y lodo del camino y, 80 además, un día u otro te la pisará uno de los osos que descuidadamente pasean por aquí”. La ardilla, sin perder compostura ni semblante plácido, le replicó así a la mona: “Mejor estarías callada, pues tú si que tendrías que sentir vergüenza por tener tan poca cola e ir mostrando tus nalgas a todo el mundo”. 86. ACEPTARME COMO SOY Cuenta una antigua fábula india que había un ratón que estaba siempre angustiado, porque tenía miedo del gato. Un mago se compadeció de él y lo convirtió en un gato. Pero entonces empezó a sentir miedo del perro. De modo que el mago lo convirtió en perro. Luego comenzó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a tener miedo al cazador. Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole: “Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón” 87. VACIAR LA CABEZA Era un maestro verdaderamente sabio. Recibió la visita de un profesor universitario que quería interrogarlo sobre su pensamiento. El maestro sirvió el té. Lleno la taza de su huésped y una vez llena, siguió sirviendo más hasta derramarlo. Todo con una expresión serena y sonriente. El profesor quedó sorprendido y no lograba creerlo. Al fin, no pudo más y dijo: “La taza está llena, y no cabe más!” 81 “Como esta taza, -dijo el maestro-, así estás tú, lleno de tu ciencia y de tus conjeturas. ¿Cómo puedo hablarte de mi doctrina comprensible sólo a los sencillos y abiertos, si antes no vacías la taza?” 88. EL OSO El oso decidió convertirse en el mejor amigo del hombre. Cuando el hombre dormía su siesta, el oso se acercaba para velar y cuidar el sueño del hombre. De pronto, una insolente mosca se posó en la frente del hombre. Esto no pudo tolerarlo el oso, dada su amistad con el hombre, y decidió matar a la mosca. Dio un zarpazo en la frente del hombre y mató la mosca pero, de paso, aplastó la cabeza de su mejor amigo el hombre. 89. ORACIÓN La oración de un atleta que alcanzó las cimas de la gloria. Kirk Kilgour, jugador de primera categoría de voleibol, sufrió una lesión irreparable de la espina dorsal en una jugada desgraciada, hasta el punto de verse obligado a permanecer confinado en su silla de ruedas. Su drama, una experiencia desesperada, se transforma en un descubrimiento profundo de la vida y de Dios que él sintetiza en una reflexión muy comentada: “Rogué a Dios que me diera fortaleza para realizar proyectos grandiosos, y me hizo débil para que fuera humilde. Pedí a Dios que me concediera salud para realizar grandes empresas, y me concedió el dolor para comprenderla. Le pedí riqueza para tenerlo todo, y me ha dejado pobre para que no sea egoísta. 82 Le pedí poder para que los hombres me necesitaran, y me dio humillación para que fuera yo quien los necesitara. Le pedí a Dios todo para gozar de la vida, y me ha dejado la vida para que pudiera sentirme contento con todo. Señor, no he recibido nada de los que pedía, pero me has dado todo lo que necesitaba y casi contra mi voluntad. Las oraciones que no te dirigí las escuchaste. Alabado seas, Señor. 90. EL ZORRO Y LA PATA DE CONEJO El zorro, sin querer perdonar al conejo, siguió buscándolo. De pronto lo descubrió dormido en medio de unos arbustos, y el zorro tomó al conejo por una pata: “Ahora es cuando... ha llegado tu muerte. Ahora ya no podrás huir de mí, has sido atrapado justo cuando estoy furioso y hambriento”. Mientras decía esto, el zorro se relamía de gusto. “Tiíto, tiíto mío, yo pensaba que tú eras muy inteligente y astuto; pero veo que eres tonto. ¿No ves acaso que en vez de haber agarrado mi patita, sólo has agarrado la raíz de un arbusto?, has confundido la raíz con mi pata, tío...” Todo esto lo dijo riendo el compadre conejo, y el conejo, estirando su pata emprendió su huída. Así fue que el zorro Antonio soltó la pata del compadre conejo. Y el zorro Antonio, al saber que había vuelto a ser engañado hacía castañear sus dientes de rabia. 83 91. LA PALOMA REAL Nasruddin llegó a ser ministro del rey. Un día mientras paseaba por el palacio vio por primera vez en su vida un halcón real. Hasta entonces nunca había visto semejante clase de palomas. De modo que Nasruddín tomó unas tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón. “Ahora ya pareces un pájaro como es debido, tu cuidador te ha tenido muy descuidado”-exclamó satisfecho. 92. ¿QUÉ QUIERES SER CUANDO SEAS GRANDE? Cuando la hermana preguntó a los niños en clase qué querían ser cuando fuesen mayores, el pequeño Tommy dijo que quería ser piloto, Elsis respondió que quería ser médico. Bobby, para satisfacción de la hermana, dijo que quería ser sacerdote. Al fin se levantó Mary y dijo que quería ser prostituta. “¿Qué has dicho Mary? ¿Desearías repetirlo?” “Cuando sea mayor, -dijo Maru con aspecto de quien sabe exactamente lo que quiere-, seré prostituta” la hermana se quedó viendo ilusiones. Inmediatamente Mary fue separada del resto de los niños y enviada al párroco. Al párroco le habían explicado los hechos a grandes rasgos, pero quería comprobarlo personalmente. “Mary. –le dijo, dime con tus propias palabras lo que ha ocurrido”. 84 “Bueno, -dijo Mary, un tanto desconcertada por todo aquello-, la hermana me preguntó qué quería ser cuando fuera mayor, y yo le dije que quería ser una prostituta”. “¿Has dicho prostituta? –Preguntó el párroco recalcando la última palabra. “Sí”. “Cielos, qué alivio, todos habíamos creído que habías dicho que querías ser protestante”. 93. EL PARACAIDISTA Un día que soplaba un fortísimo viento, saltó un paracaidista de un avión y fue arrastrado a más de cien millas de su objetivo, con tan mala suerte que su paracaídas quedó enredado en un árbol del que estuvo colgado y pidiendo socorro durante horas, sin saber siquiera dónde estaba. Al fin pasó alguien por allí y le preguntó: “¿Qué haces subido en ese árbol?” El paracaidista le contó lo ocurrido y luego le preguntó: “¿Puedes decirme dónde estoy?” “En un árbol” –le respondió el otro. “Oye, ¡tú debes ser sacerdote!” El otro se quedó sorprendido: “Sí, pero ¿cómo lo has adivinado?” “Porque lo que dices es verdad, pero no sirve para nada”. 85 94. CUENTO DE NAVIDAD Era la noche de navidad. Un ángel se apareció a una familia rico y le dijo a la dueña la casa: “Te traigo una buena noticia: esta noche el Señor Jesús vendrá a visitar tu casa”. La señora quedó entusiasmada. Nunca había creído posible que en su casa sucediese este milagro. Trató de preparar una cena excelente para recibir a Jesús. Encargó pollos, conservas y vinos importados. De repente sonó el timbre. Era una mujer mal vestida, de rostro sufrido, con el vientre hinchado por un embarazo muy adelantado. “Señora, ¿no tendría algún trabajo para darme? Estoy embarazada y tengo mucha necesidad del trabajo”. “¿Pero esta es hora de molestar? Vuelva otro día, -respondió la dueña de la casa. Ahora estoy muy ocupada con la cena para una importante visita”. Poco después, un hombre, sucio de grasa, llamó a la puerta. “Señora, mi camión se ha arruinado aquí en la esquina. ¿Por casualidad usted no tendría una caja de herramientas que me pueda prestar?” la señora, ocupada como estaba limpiando los vasos de cristal y los platos de porcelana, se irritó mucho: “¿Usted piensa que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se ha visto importunar a la gente así? Por favor, no ensucie mi entrada con esos pies inmundos”. La anfitriona siguió preparando la cena: abrió latas de caviar, puso la champaña en el refrigerador, escogió de la bodega los mejores vinos, preparó unos pastelitos. Mientras tanto alguien afuera batió las palmas. 86 Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada, y con el corazón acelerado fue a abrir la puerta. Pero no era Jesús. Era un niño harapiento de la calle. “Señora, deme un plato de comida”. “¿Cómo te voy a dar comida si todavía no hemos cenado? Vuelve mañana, porque estoy muy atareada”. Al final, la cena estaba lista. Toda la familia emocionada esperaba la ilustre visita. Sin embargo, pasaban las horas y Jesús no aparecía. Cansados de esperar empezaron a tomar los coctelitos, que al poco tiempo comenzaron a hacer su efecto en los estómagos vacíos y el sueño hizo olvidar los pollos y los platos preparados. A la mañana siguiente, al despertar, la señora se encontró, con gran espanto, frente a un ángel. “¿Un ángel puede mentir? –gritó ella. Lo preparé todo con esmero, aguardé toda la noche y Jesús no apareció. ¿Por qué me hizo esta broma?” “No fui yo quien mentí, fue usted la que no tuvo ojos para ver, -dijo el ángel. Jesús estuvo aquí tres veces, en la persona de la mujer embarazada, en la persona del camionero y en el niño hambriento. Pero usted no fue capaz de reconocerlo y de acogerlo”. 95. LA RANA Una noche, mientras se hallaba en oración, el hermano Bruno se vio interrumpido por el croar de una rana. Pero al ver que todos sus esfuerzos por ignorar aquel sonido resultaban inútiles, se asomó a la entrada y gritó: “¡Silencio! ¡Estoy rezando!” 87 Y como el hermano Bruno era un santo, su orden fue obedecida de inmediato: todo ser viviente acalló su voz para crear un silencio que pudiera favorecer su oración. Pero otro sonido vino entonces a perturbar al hermano Bruno: una voz interior que decía: “Quizás a Dios le agrade tanto el croar de la rana como el recitado de tus salmos”. “¿Qué puede haber en el croar de la rana que resulte agradable a los oídos de Dios?” –fue la respuesta del hermano Bruno. Pero la voz siguió hablando. “¿Por qué crees tú que Dios inventó el sonido?” El hermano Bruno decidió averiguar el por qué... Se asomó de nuevo a la ventana y ordenó: “Canta”. Y el rítmico croar de la rana volvió a llenar el aire, con el acompañamiento de todas las ranas del lugar. Y cuando el hermano Bruno prestó atención al sonido, éste dejó de crisparle, porque descubrió que si dejaba de resistirse a él, el croar de la rana servía, de hecho, para enriquecer el silencio de la noche. Y una vez descubierto esto, el corazón del hermano Bruno se sintió en armonía con el universo, y por primera vez en su vida comprendió lo que significaba orar. 96. ¿QUIÉN SOY? Una mujer estaba agonizando. De pronto tuvo la sensación de que era llevada al cielo y presentada al tribunal de Dios. “¿Quién eres?”, -le dijo una voz. “Soy la mujer del alcalde”, -respondió ella. 88 “Te he preguntado quien eres, no con quién estás casada” “Soy la madre de cuatro hijos”. “Te he preguntado quien eres, no cuántos hijos tienes” “Soy una maestra de escuela” “Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión”. Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía dar una respuesta satisfactoria la pregunta del juez. “Soy una cristiana” “Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión”. “Soy una persona que iba todos los días al templo y ayudaba a los pobres y necesitados”. “Te he preguntado quién eres, no qué hacías” evidentemente no consiguió pasar su examen, porque fue enviada de nuevo a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era. 97. EL ÁGUILA REAL Un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina del corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos. Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, 89 piando y cacareando. Incluso sacudía sus alas y volaba unos metros por aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos? Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el limpio cielo, a una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas. La vieja águila miraba asombrada hacia arriba. “¿Qué es eso?”, -preguntó a una gallina que estaba junto a ella. “Es el águila, el rey de las aves, –respondió la gallina. Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de ella”. De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral. 98. EL ÁGUILA REAL II. Un granjero encontró un huevo de águila y lo llevó a su corral de gallinas. El aguilucho creció y vivió como si fuese una gallina más del corral: escarbaba la tierra, comía gusanos, piaba, cacareaba, como una gallina más... Un día un ingeniero visitó al granjero y al ver los animales de la granja descubrió entre las gallinas al aguilucho: “Tienes un águila entre las gallinas”, -le dijo al granjero. “Sí, -respondió éste-, pero es como si fuese una gallina, vive como una gallina, come como una gallina, apenas sabe volar”. Entonces el ingeniero dirigiéndose al aguilucho le dijo: “Vamos, intenta volar”. La falsa gallina intentó volar, pero sólo dio un pequeño saltito. 90 “Ves, -le dijo el granjero a su amigo ingeniero-, no sabe no volar” El ingeniero, sin desanimarse, le dijo nuevamente al aguilucho: “Vamos, intenta de nuevo”. El aguilucho esta vez voló un poco, pero pronto cayó. “Te lo he repetido, -dijo el granjero a su amigo-, es como una gallina”. Por tercera vez el ingeniero se dirigió al aguilucho para que volase. Y esta vez, el aguilucho, cobrando fuerzas, dio un fuerte impulso y voló, voló hasta desaparecer de la vista y dejar para siempre el gallinero. 99. EL PEQUEÑO PEZ Un pez pequeño y feliz estaba nadando y retozando junto al campo del océano. Allí disfrutaba de la compañía de muchos amigos. Tenía para comer cuando quería y no parecía carecer de nada. Entonces comenzó a nadar hacia arriba, cada vez más alto. Nunca había subido tanto hasta entonces. “Me pregunto cómo serán las cosas allá arriba”, se dijo. “Parece que hay mucha luz y veo las cosas mucho más claras que allá abajo”. En poco tiempo, el pequeño pez llegó a la superficie del océano. Se quedó sorprendido al ver lo hermoso que era el cielo, y se preguntaba qué pasaría asomándose por encima del agua. Incluso se las arregló por un segundo para sacar la cabeza a la superficie. “¡Qué bonito! ¡Qué excitante!”, -exclamó al ver el borde de la playa de arena. 91 Cuando se encontró de nuevo bajo las olas, se sintió abatido. ¿Por qué tenía que volver allá abajo, a aquella vida lóbrega y oscura en el fondo del océano? ¡Con la luz y el calor que hacía fuera! ¿Por qué no podía vivir fuera, donde había mucha más claridad y calor? El pequeño pez decidió salir fuera del agua dando un salto lo más grande posible. Entonces sintió el calor del sol. Podía también ver mucho más, más allá de la playa, hasta las ramas de los árboles, las bonitas flores y una calle llena de pequeñas casitas. Pronto decidió llegar a aquella playa y comenzar una nueva vida. Nada se lo hubiera podido impedir. Comenzó a nadar enérgicamente hacia delante hasta que por fin se encontró fuera del agua en la arena. “¡Libre al fin!”, exclamó. “Ahora puedo disfrutar de una nueva y maravillosa vida, lejos de la vida insípida y fría del fondo del agua”. De repente sintió una sensación de ahogo. “¡Vaya! –murmuró. Debo estar agotado. He nadado demasiado de prisa, demasiado rápido”. Intentó de nuevo recobrar el aliento, pero la sensación de ahogo persistía. Pocos minutos después el pequeño pez yacía muerto en la playa. 92 100. PERFECTO IMBÉCIL Un gurú prometió a un discípulo que había de revelarle algo mucho más importante que todo cuanto contienen las escrituras. Cuando el discípulo, tremendamente impaciente, le pidió que cumpliera su promesa, el gurú le dijo: “Sal afuera, bajo la lluvia, y quédate con los brazos y la cabeza alzados hacia el cielo. Eso te proporcionará tu primera revelación”. Al día siguiente, el discípulo acudió a informarle: “Seguí tu consejo y me calé hasta los huesos... Y me sentí como un perfecto imbécil” “Bueno, -dijo el gurú-, para ser el primer día, es toda una revelación, ¿no crees?” 93 BIBLIOGRAFÍA Anthony de Mello, “La Oración de la Rana”, I. Sal Térrae, 1998. Anthony de Mello, “La Oración de la Rana”, II. Sal Térrae, 1998. Anthony de Mello, “El canto del Pájaro”, . Sal Térrae, 1982. Anthony de Mello, “El Manantial”, Sal Térrae, 1998. Anthony de Mello, “Sadhana, un Camino de Oración”, Santander, 1979. Pedro Ribes, “Nuevas Parábolas y Fábulas”, San Pablo, 1984. Víctor Codina, “Nuevas Parábolas”, San Pablo, 1993. Juan G. Núñez, “Fábulas Africanas”, Editorial Mundo Negro, Madrid, 1990. Mariano Herranz, “En torno al Fuego de las Noches de África”, Editorial Mundo Negro, Madrid, 1987. Rafael Marco, “El Árbol y la Liana”, Editorial Mundo Negro, Madrid, 1994. Eliécer Salesmán, “Cuentos Famosos·, Bogotá 1994 Frei Breto, “A Comunidate de Fe”, Sau Paulo, 1994. Antonio Orlando Rodríguez, “Cuentos de Cuando la Habana era Chiquita”, la Habana, 1983. Federico Aguiló, “Los Cuentos”, La Paz, 1980. Herminio Otero “Narraciones para la Catequesis”, Editores CCS, Salvat – Madrid, 1992 Antonio Napolitano, “Hablan los Árboles”, Paulinas, Caracas, 1991. Rafael Prieto Ramiro, “Parábolas del Río”, Valladolid, 1998. Fernando Alonso, “El Pobrecito Vestido de Gris y otros Cuentos”, Madrid, 1983. Manuel Sánchez Monge, “Parábolas como Dardos”, Madrid, 1992.