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Trazando la Nación. La cartografía como respuesta a la emergencia de identidad nacional en los Estados Unidos Mexicanos y la Nueva Granada

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MAGOTZI Boletín Científico de Artes del IA
ISSN: 2007-4921
Publicación semestral, Vol. 8, No. 15 (2020) 45-54
Trazando la Nación. La cartografía como respuesta a la emergencia de identidad
nacional en los Estados Unidos Mexicanos y la Nueva Granada
Tracing the Nation. The Cartography in Response to the Emergence of National Identity in
Mexico and the New Grenade
Carlos F. Suárez Sánchez a
Abstract:
Much of the nineteenth century in Latin America, is defined as a time of uncertainty that inhabited a place between the longing for
the recent colonial past and the need to find an identity based on the difference, a constant contradiction that responds with the
objectives of the emancipatory disputes, the internal conflicts and the desire to consolidate the project of the young nations. Both
cartographic commissions and explorers were consolidated as milestones that inaugurated a cultural tradition in an era where the
realization of scientific expeditions and the representation of the own left an image in the depths of Latin American consciousness.
This article compares the socio-political and economic contexts of Mexico and Colombia, in the first third of the 19th century, to
reconstruct the way in which cartography became the ideal response to a state of identity emergency understood as the conglomerate
of an economic disorder and territorial instability, becoming the most effective tool for the construction of the nation's imaginary,
which allowed to identify a territory combined with the symbolic construction of a map, that is, to draw the nation.
Keywords:
Cartography, Nation, Latin America, Colombia, Mexico, Imaginary
Resumen:
Gran parte del siglo XIX en América Latina, se define como una época de incertidumbres que habitaba un intersticio entre el anhelo
del pasado colonial reciente y la necesidad de encontrar una identidad fundamentada en la diferencia; una contradicción perenne que
comulgaba con los objetivos de las luchas emancipadoras, las constantes guerras intestinas y los deseos de consolidar el proyecto de
las jóvenes naciones. Tanto las comisiones cartográficas, como los exploradores, se consolidaron como hitos que inauguraron una
tradición cultural en una época donde la realización de viajes investigativos y la representación de lo propio se arraigaría en lo más
profundo de las raíces culturales americanas. En este artículo se parte de la comparación de los contextos sociopolíticos de dos casos
particulares, los Estados Unidos Mexicanos y la Nueva Granada, procurando reconstruir el modo en que la cartografía se convirtió en
la respuesta idónea ante un estado de emergencia identitaria, derivada del desconocimiento geográfico, las carencias económicas y la
inestabilidad territorial, transformándose en la herramienta más eficaz para la construcción del imaginario de nación, el cual le brindó
a las comunidades la capacidad de identificar un territorio aunado a la construcción simbólica de un mapa, trazando así la nación.
Palabras Clave:
Cartografía, Nación, América Latina, Colombia, México, Imaginario
Naciones e imaginarios
Es un hecho ampliamente conocido que el siglo XIX en
América
Latina
es
un
periodo caracterizado
fundamentalmente por el intento de conformación de los
proyectos nacionales tras los sangrientos y complejos
procesos de emancipación del sistema colonial europeo.
Si durante los tres primeros siglos de colonia la corona
fungió como principal órgano rector, enarbolando la santa
voluntad de la iglesia como instancia última y método de
persuasión y conquista, el siglo XIX es la transición hacia
un régimen de control social de orden institucional, fincado
en la figura de la nación. Junto con ello, el papel de las
artes se fue desvinculando paulatinamente de la labor
eclesiástica, para encontrar un nuevo mecenas con
diferentes preferencias y exigencias, así pues, “[…] los
artistas se adaptaron a los nuevos tiempos, en esa
transformación que significó pasar de los "Santos
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a
Carlos Felipe Suárez Sánchez, Mtro. En Estética y Arte, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Docente Universitario Bauhaus,
Escuela de Artes Plásticas, C. 03609847200. Email: suarez.carlosfelipe@gmail.com
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Patronos" a los "Padres de la Patria" como motivo de
representación.” (Gutierrez Viñuales, 2003, pág. 342)
Los efectos de este fenómeno decimonónico son
reafirmados constantemente por posturas que enaltecen
el rol de la nación como principal fuente de definición
territorial y social, pues “[...] el nacionalismo pareciera ser
uno de los «ismos» con mayor capacidad de
supervivencia. Esta podría derivarse de su enorme
funcionalidad en estrategias de tipo político, pero no
menos de su [...] relación con la «identidad» del hombre
moderno.” (García García, 1994, pág. 165) El concepto de
nación se dibuja entonces como una piedra angular para
la comprensión de la historia decimonónica de nuestros
territorios, pues coincidiendo con las observaciones de
Eric Hobsbawm (1991), “[...] los últimos dos siglos de la
historia humana del planeta Tierra son incomprensibles si
no se entiende el término nación”. (pág. 9)
El continente americano parece haberse erigido
como un vehículo de verificación de los modelos de nación
que se habían construido en algunas latitudes europeas;
los cuales podrían reducirse –no sin ser drásticos– a los
dos más exitosos: 1. El de nación esencialista o modelo
étnico-cultural de origen alemán, que exalta el valor de la
raza y las obligaciones que derivan de pertenecer a ella, y
2. El de nación cívica o modelo voluntarista francés, que
enarbolan una construcción comunitaria de nación a la
cual se acogen sus integrantes por voluntad propia (Pérez
Vejo, 2003). Empero este diagnóstico pueda resultar más
o menos acertado como genealogía de las naciones
latinoamericanas, pero en realidad, “[l]ejos de ser una
pobre imitación de Europa o los Estados Unidos, o un
híbrido subdesarrollado, en América Latina se ofreció un
camino diferente a la construcción de la nación [...]”
(Centeno y Ferraro, 2013, pág. 3) que, en consecuencia,
requiere una particular atención.
Podría partirse aduciendo que “[s]in importar si
sus orígenes se basan en etnicidad, cultura, historia
compartida o artesanía estatal, la literatura concibe, sin
embargo, a la nación como una comunidad de identidad
[...]”. (López Alves, 2013, pág. 284) Varías observaciones
generales podrían realizarse también en torno al concepto
de nación, entre ellas que es la respuesta más exitosa a
los problemas identitarios post-independentistas, que la
nación, como la invención que es, no es universal o
sempiterna, y que “[…] la nación sería la respuesta
concreta a los problemas de identidad y de legitimación
del ejercicio del poder creados por el desarrollo de la
modernidad.” (Pérez Vejo, 2003, pág. 278)
Es evidente pues, comprendiendo la importancia
del concepto nación, que el afán de su óptima constitución
colmara el panorama político, económico y cultural
decimonónico latinoamericano. En consecuencia, el
proceso de conformación de las naciones constituye un
escenario de inestabilidad en la gran mayoría de los
sectores de la sociedad, incluyendo, desde luego, el de la
producción de imágenes. Para Gutiérrez Viñuales (2010)
en las primeras décadas del XIX “[...] los nuevos procesos
de sistematización nacional se presentarán harto
dificultosos y repercutirán de manera indeleble en el
devenir cultural. Nos encontramos ante una América
cargada de pasado y repleta de futuro, pero con un
presente precario.” (pág. 599) No obstante, dicha
precariedad, fruto del clima de inestabilidad política, trajo
consigo un periodo de fertilidad artística profundamente
enraizado en la imperante necesidad de encontrar formas
propias de identidad. El claro resultado de ello es que, a
lo largo del siglo XIX, pero fundamentalmente en las
postrimerías del mismo, surgió un espíritu plástico de
confrontación frente a toda aquella reminiscencia de
estéticas anteriores, el cual no se reducía a la llana
imitación de las vanguardias europeas, sino que se
alimentaba de una decidida intención de encontrar algo
propio en las nuevas formas, aunque bien sea dicho,
influida por claros modelos que derivaban de una
larguísima tradición colonial. (Pini, 1997, pág. 5) Existe
pues una clara tensión en los valores identitarios que
oscilaba entre el reconocimiento de un pasado que había
definido las prácticas artísticas durante tres siglos de
dominio español y la necesidad de nuevas fórmulas
estéticas que desdeñaran todo vínculo con España, sobre
todo para los casos de la Nueva Granda –hoy Colombia–
y los Estados Unidos Mexicanos.
Este fenómeno de reapropiación de los modelos
europeos y la incesante búsqueda de lo propio a través de
la resignificación de las herencias coloniales, vislumbran
dos procesos en una relación crítica: 1. El de la
construcción de la nación a partir de los vestigios y 2. El
de la imaginación de la misma a través de una búsqueda
de lo propio. Si bien puede entenderse que ambos son las
dos caras de una misma moneda, resulta arriesgado
afirmar que sean proceso similar. De hecho, es preciso
aclarar que “[l]a forma en que se define o concibe la nación
difiere de cómo se la "imagina". La conceptualización
significa un proceso mental que, aunque está conectado a
la imaginación, no es lo mismo […]” (López Alves, 2013,
pág. 283), el imaginario nacional funge como derrotero
para la construcción de la nación. Benedict Anderson
(1993) sienta las bases para comprender el proceso de
imaginación la nación, al proponer
[...] la definición siguiente de la nación: una
comunidad
política
imaginada
como
inherentemente limitada y soberana. Es
imaginada porque aun los miembros de la nación
más pequeña no conocerán jamás a la mayoría
de sus compatriotas, no los verán ni oirán
siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada
uno vive la imagen de su comunión. [...] Se
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imagina soberana porque el concepto nació en
una época en que la ilustración y la Revolución
estaban destruyendo la legitimidad del reino
dinástico jerárquico divinamente ordenado. [...]
Por último, se imagina como comunidad porque,
independientemente de la desigualdad y la
explotación que en efecto puedan prevalecer en
cada caso, la nación se concibe siempre como un
compañerismo profundo [...]. (págs. 23-25)
Pero si puede hablarse de la nación como una comunidad
imaginada, no resulta descabellado pensar que pueda
construirse un imaginario de nación. Lo imaginario aporta
el potencial de la idealización al fenómeno de la
edificación de un proyecto nacional y vincula la imagen
como herramienta fundamental para su propia
consecución. Para comprenderlo mejor se asumirá que
[…] un imaginario es la manera en que una
sociedad ordena las representaciones que se da
a sí misma. Una forma de hacer del mundo algo
ordenado e inteligible, que encuentra su
fundamento en una sucesión de imágenes
mentales que tienen su representación, en
algunos casos, en un discurso más o menos
articulado. Un imaginario tiene una enorme
eficacia puesto que sirve para homogeneizar
mensajes y normalizar valores sociales que, a
partir de ese momento, aparecen como naturales
y cotidianos. La articulación del discurso de un
imaginario a través de las imágenes conlleva la
creación de unas pautas de narración visual y
unas reglas de representación que son
comprendidas y aceptadas por la sociedad a la
que van dirigidas, y que siempre se refieren a
valores que están más allá de la mera apariencia
realista de las imágenes. (García, 2011, pág. 40)
Es fundamental notar la dimensión utilitaria del imaginario
como elemento homogeneizador de mensajes y
normalizador de valores que sirven a la formación de la
estructura de la nación. Pero más importante aún: los
imaginarios, requieren de lo que se comprende como
creación de unas pautas de narración visual y unas reglas
de representación, lo cual corresponde exactamente con
los modelos representativos que las imágenes
cartográficas decimonónicas pretendían promulgar,
aglutinando los elementos esenciales para el proceso de
imaginación y posterior representación de la nación.
La cartografía y el arte como alternativa
El fenómeno de la búsqueda de la identidad nacional en
el contexto decimonónico de América Latina, osciló entre
las expresiones artísticas amparadas bajo el yugo de una
afanosa necesidad de consolidar un imaginario de nación
y la re-definición del territorio. “La nación en América
Latina fue concebida intrínsecamente conectada al
entorno natural y la ubicación geográfica. [...] En otras
palabras, se pensó que la nación representaba más las
características físicas del entorno que la comunidad de
hombres y mujeres que vivían con ella.” (López Alves,
2013, pág. 285)
En consonancia, las artes y la cartografía se
ofrecieron como las mejores herramientas para consolidar
ambos objetivos. Las artes, en particular los motivos
pictóricos, vieron desplazada la larga tradición
iconográfica religiosa virreinal por la exaltación retratística
de los próceres, las alegorías de los mitos fundacionales,
la épica bélica, y desde luego la pintura de paisaje y la
vasta producción de vistas y costumbres de diversos
territorios. (Gutiérrez Viñuales, 2010, pág. 602) Por su
parte, la cartografía ofreció una solución a los problemas
de definición geográfica que el continente americano
había heredado de la época colonial. Aunque es
ampliamente conocido el sueño decimonónico de una
gran nación Sudamericana o Centroamericana, dichos
proyectos no lograron consumarse debido, no sólo al
ocaso de los próceres que los sustentaban, sino también
a una cuestión de ingobernabilidad en virtud de la
magnitud del territorio que originó rencillas políticas
surgidas durante el cruento proceso emancipatorio.
Empero, una de las razones que mejor explican la
tendencia a la escisión territorial es el fenómeno de la sub
identidad, amparado en la tradición de lo que puede
denominarse lealtades locales: un imaginario regional que
sienta sus bases en las disposiciones territoriales del
sistema colonial, las cuales, aunque arbitrarias en
principio, terminaron por marcar pequeñas comunidades
arraigadas en villas, ciudades, capitanías o cantones, que
tardaron en perder hegemonía en favor de novel proyecto
nacional. Una querella que, en la gran mayoría de los
casos, fracturó las identidades más débiles. (Elliot, 2010,
pág. 47)
La incertidumbre limítrofe se constituyó como el
principal obstáculo para la ratificación del imaginario
nacional. Dicha problemática no fue devenida únicamente
de las postrimeras decisiones Borbónicas, sino de lo que
se conoció como el principio de Uti possidetis Juris, una
herramienta legal de disposición del espacio limítrofe a
través de la cual las entidades nacionales buscaban
reclamar la soberanía sobre territorios que históricamente
les habían pertenecido. Más precisamente, el empleo del
Uti possidetis pretendía respetar el pacto realizado entre
España y Portugal durante el llamado Tratado de Madrid
de 1750, con el cual “[…] las naciones iberoamericanas
debían conservar los dominios territoriales a su cargo al
momento de la Independencia, aunque la delimitación
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definitiva no había sido aún acordada con los países
vecinos.” (Díaz et al., 2013, pág. 147) El Uti possidetis
trastocó, en muchos casos, las lealtades locales
vinculándolas a entidades administrativas más lejanas o
menos afines, situación que concluyó con una disección
geográfica. Dicho fenómeno se vio ejemplificado en el
fallido proyecto colombiano –conocido como la Gran
Colombia–, cuyo territorio total, una reminiscencia de las
disposiciones coloniales del Virreinato de la Nueva
Granada, fue desmembrado por lealtades locales más
arraigadas. Del mismo modo, las jóvenes naciones
hispanoamericanas que se vieron beneficiadas por la
herencia territorial colonial, entraron en disputa con
antiguas capitanías generales y entidades menos
demarcadas durante los tres siglos de dominio europeo,
sentando así las bases de largos –y aún existentes–
conflictos limítrofes en la región.
La soberanía, definida anteriormente como un eje
central del proceso de imaginación de la nación, se vio
gravemente comprometida al no tener claros los límites de
aquello que se pretendía defender. Es insoslayable el
hecho de que la soberanía está intrínsecamente ligada a
la definición del territorio, pues “[l]a nación se imagina
limitada porque incluso la mayor de ellas, [...] tiene
fronteras finitas, aunque elásticas, más allá de las cuales
se encuentras otras naciones.” (Anderson, 1993, págs.
24-25) Así pues, se comprende la capital importancia que
la definición del territorio tenía en el proceso de la
construcción de la imagen de la nación. Antonio García
Cubas refería en el primer capítulo de The Republic of
México in 1876, un dato que resulta revelador: la frontera
sur, colindante con la novel República de Guatemala, no
estaba aún definida. Este no es un dato menor, si se
considera además que la primera carta geográfica
completa del estado mexicano, Carta general de la
Republica Mexicana de 1858, fue elaborada por el mismo
autor. En ella puede observarse, sin lugar a confusión, la
falta de delimitación territorial con su vecino del sur,
mientras que con los Estados Unidos se ve perfectamente
marcada, ya fuese por disposición de sus vecinos, o por
necesidad de defender su soberanía de una nueva
invasión (Imagen 1).
Del mismo modo, para el caso Neogranadino
puede citarse a uno de los padres de la geografía
nacional. En 1807, Francisco José de Caldas, hijo de la
Expedición Botánica y uno de los principales cultivadores
de la bien ponderada ilustración santafereña, afirmaba
que “[l]os conocimientos geográficos son el termómetro
con que se mide la ilustración, el comercio, la agricultura
y la prosperidad de un pueblo. Su estupidez y su barbarie
siempre es proporcionada a su ignorancia en este punto
[...]” (pág. 1163), a lo cual agregaba “[n]uestros ríos y
nuestras montañas nos son desconocidos, no sabemos la
extensión del país en que hemos nacido, y nuestra
geografía está en la cuna.” (pág. 1177)
Imagen 1. Antonio García Cubas. Carta general de la
Republica Mexicana, 1858. En Atlas geográfico,
estadístico e histórico de la Republica Mexicana,
formado por Antonio García y Cubas. México. Imprenta
de José Mariano Fernández de Lara, calle de la Palma
numero 4. 1858.
Ambos casos, no son más que una fehaciente muestra del
desconocimiento limítrofe y territorial que embargó a las
naciones latinoamericanas, casi hasta el final del siglo
XIX. Pero si la penosa falta de soberanía es apenas
justificable basándose en las contrariedades hasta aquí
expuestas, resulta aún más difícil creer que una región
explorada durante más de trescientos años por las
autoridades cartográficas de los imperios europeos –
incluyendo la extensa tradición portuguesa y española
desde el inicio mismo de la colonia– no hubiese sido
delimitada y que dichos estudios no fueran consultados
por los ilustrados criollos de las nóveles naciones
hispanoamericanas. No obstante la gran mayoría de los
mapas producidos durante la colonia jamás llegaron a
manos de los cartógrafos hispanoamericanos que,
empeñados en la construcción identitaria de la nación, se
enlistaron en las diversas expediciones que recorrieron los
territorios en busca de sus límites. La razón de este
desaguisado puede ser rastreada hasta la conformación
de la Casa de Contratación de Sevilla, creada en 1503. El
afán de la Corona Española por mantener bajo control,
tanto la producción cartográfica sobre sus posesiones en
las Indias Occidentales, como las rutas de comercio
marítimas que conectaban el Nuevo Mundo con Europa,
la llevaron a crear la institución hispalense que, bajo el
proyecto del denominado Padrón Real, procuró aglutinar
la producción cartográfica en un solo lugar (Sánchez
Martínez, 2016). Por esta razón los registros cartográficos
realizados en el nuevo continente debían ser entregados
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sólo en tierras Ibéricas, al grado de conllevar radicales
órdenes que implicaban atar pesas de plomo a los mapas
en las travesías marítimas para ser lanzadas al fondo del
océano en caso de que el buque cayera en manos
enemigas. Por ello es posible que gran parte de la
cartografía del nuevo mundo resida en el fondo del océano
atlántico (Sánchez Cabra, 1998).
Pero si algo ha demostrado este aciago
panorama es que los rudimentarios proyectos de nación
latinoamericanos se encontraban más urgidos que nunca
del florecimiento del viaje cartográfico en sus entrañas. El
viaje, como metáfora de la formación del hombre y la
sociedad moderna, se había consolidado como la mejor
alternativa para la adquisición del conocimiento a lo largo
del periodo de la colonia, situación que se incentivó, en
una escala local, con el propósito de trazar la nación. Así,
los mapas juegan un papel representativo crucial, en su
dimensión simbólica, en el proceso de construcción del
imaginario nacional. Un mapa, como imagen visual, puede
valerse de su capacidad de reiteración para arraigarse en
el imaginario de una sociedad. De tal manera que,
mediante la reproducción secuencial de un mapa, los
contornos y límites internacionales de un territorio forman
una imagen fija en el imaginario colectivo, a tal punto que
sus miembros puedan identificarse –incluso sólo– con el
croquis de aquel territorio limitado que se ha denominado
nación (Díaz et al., 2013). Esta función visual del mapa,
pone el acento sobre aquello que podría denominarse una
imagen geográfica. A este respecto “[l]a imagen
geográfica suele poner en escena un esfuerzo, [...] por
miniaturizar el mundo como una estrategia para asignarle
un orden, entenderlo y en definitiva, situarnos en él.” (Lois
y Hollman, 2013, pág. 19) La imagen geográfica es pues
el resultado de un vínculo indisociable que señala el clima
de emergencia cartográfica-visual que circundaba los
proyectos nacionales latinoamericanos.
El objetivo preliminar de las empresas cartográficas y
etnográficas fue el establecimiento de lo que se
comprende como cultura oficial, es decir, el
reconocimiento institucional de las razas o fenotipos,
tradiciones, religión, vestuarios, arquitectura, reliquias,
etc., que se enarbolan como parte del propósito de la
construcción del imaginario de nación. Este modelo es
extensible a los casos colombiano y mexicano; dos
naciones que han sostenido una relación de similitud
desde la consolidación de su independencia, pues en
principio son comparables en tanto han sufrido sucesivas
mutilaciones del territorio*, ingentes guerras intestinas a lo
largo del siglo XIX y una inestabilidad política y económica
que aletargó los procesos de desarrollo económico y civil;
todo ello sumado a las estrechas relaciones culturales y
políticas que han hermanado a sus pueblos en un
imaginario de nación bastante similar (Stafford, 2013). Es
preciso aclarar que si bien las historias de México y
Colombia pueden considerarse paralelas, México ha
gozado de un mayor o más prematuro desarrollo
económico, pues incursionó primero en los ámbitos del
comercio exterior, debido en parte a la infraestructura
portuaria y ferroviaria propia y de los Estados Unidos, pero
también a que las características del territorio no
representaron una prueba tan difícil de superar como en
el caso de Colombia, cuya extensa región montañosa y
condiciones climatológicas impidieron ver terminado el
ferrocarril hasta inicios del siglo XX, mientras que México
ya gozaba de dicho beneficio desde el periodo finisecular
decimonónico (Stafford, 2013). Esta situación se verá
reflejada en otros aspectos, como la carrera militar y la
infraestructura comercial y educativa. Con todo, resulta
curioso que los proyectos cartográficos neogranadinos,
iniciados hacía finales de la década de 1840, aventajan
por unos cuantos años el inicio del proyecto mexicano e
incluso al estadounidense (Sánchez Cabra, 1998).
* Este aspecto en particular propiciado, por una parte por la intervención
de los Estados Unidos en México (1846-1848), y por otra en la
fragmentación del territorio Grancolombiano representado en la Nueva
Granada, Venezuela y Ecuador (1830-1831), posteriormente agudizado
con la pérdida definitiva de Panamá –tras otra intervención
Estadounidense en 1903–, es un fenómeno que pudo tener repercusiones
negativas en el proceso de formación de identidad nacional, puesto que,
como se ha mencionado anteriormente, la reiteración de un mapa, como
límite de un croquis reconocible por su población, se consolida en el
imaginario del ciudadano. ¿Cómo se consolida una imagen de nación si no
se puede garantizar la defensa del territorio o, en definitiva, no se sabe
cual territorio, y por cuanto tiempo, delimita la nación? La respuesta a este
tipo de fenómenos puede encontrarse en los himnos, rituales cívicos –
como el juramento a la bandera– y gran parte de la literatura costumbrista,
donde se exaltan los valores de la soberanía, la defensa del territorio y
hasta se dibuja un enemigo común: Los Estados Unidos de Norte América.
(Gutiérrez Viñuales, 2010, pp. 625 – 631)
Especulación político-geográfica en la Nueva
Granada
Agustín Codazzi, consolidado como la figura cartográfica
más importante de la historia de Colombia, es la pieza
clave para entender el proyecto cartográfico
neogranadino. El ingeniero y militar italiano, llegó a la
Nueva Granada, tras fungir como autor de un
conglomerado de obras geográficas que determinarían los
derroteros nacionales Venezolanos, a saber: el Mapa
General de la República de Venezuela de 1839, el Atlas
Físico y Político de la República de Venezuela de 1840
(Imagen 2), y el Resumen de la Geografía de Venezuela
de 1841. (Barrios B., 2012) Una vez en la Nueva Granada
–a donde llegó huyendo tras la derrota política del general
José Antonio Páez, para quien trabajó en Venezuela–, el
gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera lo buscó para
consolidar el proyecto de la Carta Geográfica de la Nueva
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Granada, el cual terminaría convirtiéndose en la Comisión
Corográfica de la Nueva Granada, empresa que tendría
lugar entre 1850 y 1859, y que respondió a la política de
modernización económica que comenzó a gestarse en la
primera administración del general Tomas Cipriano de
Mosquera y que alcanzó su máxima expresión bajo el
mandato de José Hilario López (Sánchez Cabra, 1998).
Como mencionaba el secretario de relaciones Exteriores,
Cerbeleón Pinzón, en el informe presentado al Congreso
Constitucional de 1849, “[e]s incuestionable la urjente
necesidad de que se levante la carta jeográfica de la
República [sic].” (pág. 197)
Imagen 1. Agustín Codazzi. Mapa de las Costas de
Tierra-Firme desde el Orinoco hasta Yucatán. En Atlas
Físico y Político de la República de Venezuela. 1841.
Biblioteca Nacional de España.
Aunque para la nación era “incuestionablemente urgente”
el levantamiento de una carta geográfica, situación que la
ratifica como iniciativa gubernamental, ello no fue razón,
ni para llevarla a feliz término –en el tiempo previsto–, ni
para evitar que lamentablemente se viese truncada por un
mandato sucesor*. Empero nada de esto resta importancia
al proyecto cartográfico, pues como se verá, no sólo fue la
necesidad el motor de su formación, sino también las
loables intenciones de los hombres de luces que a bien
tenía la tarea de llevar las riendas de la nación. Respecto
al proceso de indagación sobre los orígenes de los
proyectos cartográficos en la Nueva Granada, es
primordial señalar que los fundamentos filosóficos sobre
los cuales se forjaron, son fruto de la visión ilustrada de
Francisco José de Caldas, quién vio en las disciplinas
geográficas
un
insospechado
valor
ideológico,
argumentando que el conocimiento físico del territorio
nacional brindaría, en suma, una identidad, o por lo menos
resultaría fundamental en la correcta formación de valores
* Los objetivos del gobierno conservador de José Hilario López, poco
coincidían con las intenciones de política económica librecambista de los
culturales, políticos y económicos. Caldas difundió entre la
distinguida sociedad santafereña, una idea capital para el
desarrollo del país, la cual comprendía a la geografía
como base fundamental de toda especulación política. En
consecuencia, el primer paso a dar en busca de la
prosperidad de la nación, radicaba en el levantamiento de
una carta soberbia y digna de la Nueva Granada. En las
propias palabras de Caldas,
[s]i se formase una expedición geográficaeconómica destinada á recorrer el Virreinato; […]
si todas las provincias contribuyesen con un
fondo formado por los pudientes y principalmente
por los propietarios; […] no hay duda que dentro
de pocos años tendríamos la gloria de poseer una
obra maestra en la geografía y en la política, y de
haber puesto los fundamentos de nuestra
prosperidad. (1808, pág. 1175)
Puede decirse que las ideas de Caldas se convirtieron
entonces en una suerte de programa nacional de
desarrollo que resonaría a mitad de la centuria en la
necesitada Nueva Granada. El orden de la nación, la
división territorial, la estadística sobre los recursos
naturales e industriales y el establecimiento y
conocimiento de las vías de comunicación fueron los
intereses y objetivos del proyecto nacional hacia
mediados del siglo XIX, de modo que la carta geográfica
de la República fue el medio para realizarlos.
Siendo una empresa de orden institucional, el
gobierno del presidente José Hilario López, firmó un
contrato con el general Agustín Codazzi en 1849, para el
levantamiento de la Carta Geográfica de la Nueva
Granada, aunque en realidad se le vinculó al proyecto bajo
el nombre de ingeniero de caminos y no como ingeniero
geólogo, debido a la falta de presupuesto y su condición
de militar extranjero. En los artículos del contrato de
Codazzi puede apreciarse la verdadera magnitud de la
tarea encomendada. El primer artículo lo comprometía a
formar una descripción completa de la Nueva Granada, y
a levantar una carta general, un mapa corográfico de cada
una de sus provincias, todo dentro del término de seis
años contados desde el día 1º de enero de 1850. El
segundo artículo estipulaba que todas las descripciones y
mapas debían tener la extensión, claridad y exactitud
necesarias para que el país pudiera ser estudiado y
conocido en todas sus relaciones. El artículo tercero
establecía una periodicidad anual para la entrega de
informes y mapas con ciudades, villas, cantones, aldeas y
cuantos detalles pudiese contener los planos de las
provincias exploradas, según la escala que se ha
señalado para formarlos y que por regla general consistía
liberales, razón por la cual la Comisión se vio posteriormente perjudicada
por problemas financieros.
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en una pulgada para cada legua cuadrada. La cuarta parte
del contrato evidenciaba una preocupación militar por
parte del gobierno, estipulando que toda ventaja
económica y militar que pueda brindar la zona debe estar
registrada en los informes y mapas. El quinto artículo
hablaba sobre las tareas encomendadas al término de las
exploraciones, las cuales consistían primordialmente en
presentar, siempre dentro del límite de seis años, la Carta
General de la Nueva Granda y su respectiva descripción,
las cuales debían guardar las mismas proporciones y
calidad que la realizada por el general en Venezuela (Caro
Molina, 1955).
Es claro, asumiendo lo expuesto hasta aquí, que
la principal motivación para la formación de un proyecto
cartográfico, radica en dos aspectos centrales: la
necesidad geográfica, fincada en el impedimento de la
defensa del territorio nacional, y el anhelo ilustrado del
establecimiento de la cultura oficial del país. Sin embargo,
sería completamente ingenuo quedarse con la mera
reconstrucción ideológica del proyecto geográfico
neogranadino. Si bien con ello se demostraron en cierta
medida las intenciones de las imágenes y el contexto en
el que se creó el proyecto, no puede ignorarse un
componente esencial en plan de dimensiones y
repercusiones nacionales. En este sentido, es notorio que
la exploración del territorio se debió realizar también con
el objetivo de atraer, tanto inversión, como extranjeros que
supieran explotar la tierra, especialmente ingleses y
estadounidenses.
En consecuencia, es posible afirmar que el
programa cartográfico y etnográfico de la Nueva Granada
“[…] fue concebido como una obra para promover la
inmigración a través de la publicación de información
sobre las ventajas del territorio neogranadino y las
bondades de su población.” (Villegas Vélez, 2014, pág.
318)
Visto así, las exploraciones territoriales
procuraron construir un prisma, cuya óptica podría
cambiar la visión de un desolador panorama de
emergencia cartográfica y económica de una joven
nación, por uno de atractivas oportunidades mercantiles
para industriosos extranjeros. Dicha ostentación
tendenciosa, repercutió directamente en la producción del
imaginario nacional, pudiendo aducirse entonces que las
imágenes producidas en aquel momento, fueron hechas
con un objetivo persuasivo, más que ilustrativo o
educativo. Finalmente, los trabajos y las cartas levantadas
por Codazzi, sólo fueron publicadas hasta 1890 por
Manuel María Paz y Felipe Pérez –pintor y dibujante, el
primero, y escribano el segundo, durante la Comisión
Corográfica– bajo el nombre de Atlas geográfico e
histórico de la República de Colombia* (Imagen 3)
* El título completo es: Atlas geográfico e histórico de la Republica de
Colombia (Antigua Nueva Granada) : el cual comprende las repúblicas de
Venezuela y Ecuador con arreglo a los trabajos geográficos del general de
ingenieros Agustín Codazzi ejecutados en Venezuela y Nueva Granada.
Construida la parte cartográfica por Manuel M. Paz, Miembro de la
Sociedad de Geografía de Paris. y redactado el texto explicativo por el
doctor Felipe Pérez. Todo de orden del Gobierno Nacional de Colombia.
Imagen 3. Manuel María Paz. Carta de Colombia que
representa las disposiciones Coloniales. Atlas geográfico
e histórico de Colombia. Imprenta A. Lahure, 1889.
Del vacío cartográfico al imaginario del régimen
Puede encontrarse en el trabajo cartográfico de Antonio
García Cubas, una síntesis ilustrativa del panorama
cartográfico del México post-independista; una extensa
obra fruto de una verdadera vocación de servir a su país
y nacida, en parte, de la penosa situación que le tocó vivir
durante la intervención estadounidense en territorio
mexicano, y de los años de trabajo que realizó en la
Dirección General de Colonización e Industria (1851),
institución que después se convertiría en la Secretaría de
Fomento en 1853. Fincado en las ideas independentistas,
García Cubas ostentaba una educación científica
adquirida en el Colegio Nacional de Minería, la cual
combinaba con una inusitada pasión por las artes gráficas,
trabajo que aprendió a realizar, en la técnica del grabado,
bajo la tutela de Luis G. Campa, en la Academia de San
Carlos; compartiendo espacio con algunos grandes
artistas del siglo XIX mexicano como Eugenio Landesio y
José María Velasco (Carrera, 2011). El trabajo
cartográfico de García Cubas, inscrito en un lánguido
panorama geográfico, puede definirse como una tarea
que, “[...] más que crear un mapa preciso; quería nutrir la
anémica geografía de la nación”. (Carrera, 2011, pág.
147) Bajo este principio presentó su primer trabajo
cartográfico en 1857, cuando al servicio de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística –SMGE–, presenta
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la Carta general mayor escala. No obstante dicho mapa
se integraría en un proyecto de mayor alcance que
representaría el primer Atlas de México publicado en
1858: el Atlas geográfico, estadístico é histórico de la
Republica Mexicana. Su trabajo continuaría con la
publicación de Memoria para servir a la Carta General de
la República Mexicana, en 1861; posteriormente con la
Carta general de la República Mexicana de 1863 –
inspirada por la Commission scientifique du Mexique, que
tuvo lugar durante el imperio de Maximiliano, bajo la
premisa de que la ciencia cartográfica mexicana era
deficiente–; seguida por Curso elemental de geografía
universal dispuesto con arreglo á un Nuevo método que
facilite su enseñanza en los establecimientos de
instrucción de la República (sic), en 1869; para
desembocar en la publicación de The Republic of Mexico
in 1876. Esta obra tuvo gran peso ideológico y visual sobre
la posterior producción cartográfica y litográfica del país.
Si hasta antes de 1876 el trabajo de García Cubas había
oscilado entre los proyectos de la SMGE –comprendidos
como empresas nacionales– y trabajos de iniciativa
particular, en este libro, el cartógrafo acentuó sus
intereses personales al servicio de la patria, pues busca
desestimar las perversas fabulaciones que extranjeros
habían hecho de las razas, usos y costumbres
mexicanos.*
Así pues, la preocupación de García Cubas se
centró en ofrecer una nueva y corregida forma de
comprender la diversidad cultural de su país; objetivo que
alcanza de manera más cabal en el Atlas pintoresco e
histórico de los Estados Unidos Mexicanos, publicado por
la casa Debray y Sucesores en 1885 (Imagen 4).
Sus ideas ilustradas, su pasión por el conocimiento
científico, su amor por la patria –acentuado por las
intervenciones americanas y francesas, y posteriormente
enaltecida por el “triunfo de la República”–, el surgimiento
de lo que se denominó la República Restaurada, y el
proyecto de nación impulsado por el gobierno de Porfirio
Díaz, son todos fenómenos sociales que repercutieron en
él y en los intereses políticos, sociales y culturales, que
imprimió en su extensa obra. Jesús Márquez (2012),
resume gran parte de la efervescencia política e
ideológica del siglo XIX, que bien podría comprenderse
como la descripción exacta del momento histórico del cual
es fruto el Atlas pintoresco de García Cubas.
Durante la primera mitad del siglo XIX se
desarrolló en nuestro país una sensibilidad
* En The Republic of México in 1876, García Cubas escribe: “Este libro
ha sido escrito con la visión de remover las impresiones equivocadas que
pueden haber quedado en las mentes de lectores de aquellos trabajos cuyos
intentos malvados, o su deseo de adquirir notoriedad como novelistas, se
habían escrito y publicado sobre diferentes recuerdos foráneos de la
nación Mexicana.” (p.5 la traducción es propia) La molestia de García
Cubas había sido propiciada, en particular, por The Human Race, una obra
del científico francés Louis Figuier, cuya publicación se produjo en 1872,
romántica, preocupada por dar forma a un alma
colectiva. Pero debido a los conflictos políticos,
ello no desembocó en alguna suerte de cultura e
identidad nacionales, [...]. Hasta antes de 1867,
las artes, la historia y el periodismo se utilizaron
para atacar o defender una u otra postura política.
Fue precisamente al triunfo de la República
cuando una generación de intelectuales y artistas
se unió a la ideología y el proyecto político del
grupo liberal y se propuso definir “lo mexicano”.
Para este grupo, una vez derrotados los
conservadores en el campo de batalla, el arte
debía estar comprometido con las causas del
Estado; a través de la cultura se podría modelar
una conciencia colectiva y establecer las bases
políticas e ideológicas de la República. Por eso,
desde la época restaurada (1867-1876) se
generó un movimiento nacionalista que abarcó
las letras, las manifestaciones plásticas, la
música, la historia, la elaboración de libros
escolares y sobre todo la fundación de
instituciones culturales. (pág. 127)
Figura 4. Antonio García Cubas. II Carta etnográfica.
Atlas pintoresco e histórico de los Estados Unidos
Mexicanos. 1885.
De tal modo, otras publicaciones, con afanes similares a
la de García Cubas, tuvieron lugar en el seno de la
República Restaurada. Entre ellos, vale destacar México
Pintoresco, Artístico y Monumental† de Manuel Rivera
donde, bajo el mote general de “Red Race”, se deforma sobre manera la
imagen del indígena mexicano y otras razas del continente americano.
† El título completo de la obra es México pintoresco artístico y
monumental: vistas, descripción, anécdotas y episodios de los lugares más
notables de la Capital y de los Estados, aún de las poblaciones cortas,
pero de importancia geográfica o histórica: las descripciones contienen
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Cambas, publicado en tres volúmenes, entre 1880 y 1883;
y México A Través de los Siglos [...] de Vicente Riva
Palacio, obra completada en 1889. El texto de Riva
Palacio se convirtió en un referente obligado en el proceso
de descripción de la nación, estableciendo además el
guion historiográfico por excelencia para la República
Mexicana, el cual es aún reconocible en los libros gratuitos
de texto de la Secretaría de Educación Pública (SEP).
Otro aspecto fundamental del contexto de
creación de las imágenes cartográficas mexicanas del
siglo XIX, es el factor económico internacional. Los tópicos
y clasificaciones de las la cartas abarcan minería,
agricultura, orografía, hidrografía, entre otras; no resulta
difícil imaginar entonces que el trabajo de García Cubas,
y otros cartógrafos de la época, sirviese como un gran
inventario de los recursos nacionales que, tanto a los
terratenientes locales, como a los inversionistas
extranjeros, pudiera servir de muestrario para atraer
posibles inversiones. Esta observación se sustenta ipso
facto al percatarse de que la gran mayoría de álbumes
cartográficos y atlas, particularmente el Atlas pintoresco e
histórico de 1885, fueron publicados en tres idiomas
diferentes: español, inglés y francés. Paradójicamente, el
afán académico de García Cubas, de hacer frente a las
malintencionadas descripciones de viajeros foráneos, fue
un instrumento al servicio de los mismos, quienes
encontraron en su dispendiosa labor, una profusa carta de
invitación. La sociedad del siglo XIX, en un curioso
ejercicio de malinchismo decimonónico, entregaba gran
importancia al papel de la inmigración europea en la
construcción de la nación mexicana. “Se afirmaba que,
una vez liberada la feraz América Septentrional del yugo
de una España decadente, llegarían de Europa hombres
laboriosos que transformarían los páramos en vergeles y
la variopinta, atrasada y supersticiosa población mexicana
en una nación próspera y moderna.” (Pani, 2012, págs.
627-628) De tal modo, no es descabellado considerar que
la cartografía mexicana, también pudiese obedecer a
intenciones de tipo económico, más particularmente, que
sirviera al propósito de atraer inversión extranjera al
territorio mexicano.
Se puede asumir que las imágenes cartográficas
del México decimonónico, también se produjeron bajo una
amplia gama de necesidades, y que a la luz de los
preceptos mercantiles de un contexto que favorecía el
liberalismo económico, se encontró en ellas una
alternativa brillante para combinar el afán reivindicatorio
de su gente y contribuir al llamado de capital inversionista
de cara al nuevo siglo.
Conclusiones
La somera reconstrucción del contexto sociopolítico y
cultural del México decimonónico y el incipiente proyecto
de la Nueva Granada, permiten plantear bases para
comprender el surgimiento de los imaginarios nacionales
latinoamericanos como respuesta a un conjunto de
condiciones propicias, que van desde la necesidad hasta
la oportunidad: la necesidad de encontrar una forma de
representación de lo propio frente a las anquilosadas
herencias coloniales que fueron desdeñadas desde la
independencia, y una oportunidad de imaginar qué nación
se deseaba construir. Sobre este punto, se ha aclarado
cabalmente que imaginar y construir la nación son dos
procesos diferentes que hacen parte de una misma causa.
La construcción de la nación, es un camino accidentado
que debe sobrepasar diferentes obstáculos como el
desconocimiento del territorio, las arraigadas identidades
locales separatistas y las evidentes carencias
económicas. Por su parte, la imaginación de la nación
deriva de la posibilidad misma de edificar un proyecto bajo
una narrativa histórica que exalte lo que se ha
denominado como cultura oficial, y que aglutine la cultural
y la definición de lo propio a través de la cual una nación
se describe, para sí, y para las demás. De tal modo, la
imagen cartográfica del siglo XIX fue producida con el
objetivo de redescubrir su territorio, razas, costumbres y
riquezas naturales, tanto para sus propios habitantes,
como para los ojos de exterior. Es por ello que no resulta
arriesgado afirmar que muchas de las incipientes
naciones americanas, principalmente los Estados Unidos
Mexicanos y la entonces Nueva Granada, encontraron en
la cartografía la respuesta a sus jóvenes proyectos de
imaginario nacional, o en suma, gracias a ella lograron,
por fin, trazar la nación.
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