Capítulo 0 Flashback Aún recuerdo la primera vez que la vi. La cafetería de la universidad estaba llena de gente y fuera llovía a cántaros. Decenas de alumnos se agolpaban en las largas mesas que había dispuestas a lo largo y ancho del comedor. El bullicio era, como casi siempre, ensordecedor. Yo solía sentarme en una de las mesas que más cerca quedaban de la entrada al comedor. Había sido la mesa donde habíamos pasado la mayor parte del primer curso, y para el tercer curso ya se había convertido en un lugar sagrado para nosotros. Como todas las mañanas, mis dos mejores amigos y yo habíamos cogido sitio para observar lo que llamábamos “el pase de modelos diario”. O lo que es lo mismo: ir a la cafetería a ver chicas. Por si no lo recuerdas, o nunca tuviste la oportunidad, tienes que saber que en la universidad se concentra el mayor número de tías buenas por metro cuadrado del mundo. Da igual el tipo de chica que te guste, en la universidad la vas a encontrar. Cientos y cientos de chicas preciosas, en la mejor época de sus vidas, con sus cuerpos florecientes y en un momento de transición, dónde todo el mundo está abierto a experimentar y a romper con sus novios de instituto. Allí, en esa mañana, yo descubrí a la chica con la que quería pasar el resto de mi vida. – Joder, ¿habéis visto a esa? No recuerdo cuál de mis amigos dijo la frase, pero sí recuerdo lo que vi a continuación: una preciosa chica de pelo castaño vestida con camiseta blanca y vaqueros desgastados. Venía empapada por la lluvia, y se le notaba el sujetador bajo la camiseta. Se quedó de pie un instante, buscando entre la multitud a sus amigos. Mentiría si no dijera que lo que más llamó mi atención fueron unas enormes tetas que despuntaban bajo su camiseta. Me había quedado hipnotizado. Tenía pinta de ser una estudiante de primero, pues se sentó con un gran grupo de chicos y chicas. Los grupos tan grandes, suelen ser de personas que acaban de entrar en la universidad, y están decidiendo quién les cae bien y quién no, e intentan agradar a todo el mundo. A partir del segundo año, los grupos se van haciendo más pequeños, hasta que finalmente te quedas con un grupo de 4 ó 5 amigos, que mantienes toda la vida. – Vaya. Bufas. –escuché decir a otro de mis amigos. Pero no sólo eran sus pechos. Eran sus ojos, su pelo, su manera de andar. Toda ella. Era perfecta. Era una diosa. Aquella chica se convertiría en mi obsesión durante los dos cursos siguientes. Intentaba sentarme cerca de su mesa en la cafetería, y siempre la buscaba con la mirada por los pasillos. Cuando iba a la biblioteca, daba un paseo antes de sentarme, por si la veía cerca. Nunca me atreví a hablarla. Ella era una diosa y yo era un don nadie. De cuando en cuando, la veía por el campus de la mano de algún otro tío. Pero ninguno duraba más de unas semanas. Incontables fueron las veces que me masturbé pensando en agarrar sus tetas, y hundir mi boca en ellas. Pero ni me planteaba hablar con ella. No es que jugáramos en ligas diferentes, es que ni si quiera practicábamos el mismo deporte. Y así, sin atreverme a mediar palabra con ella, pasaron dos años. Una tarde de mayo, en plena época de exámenes, y con mil trabajos y prácticas por entregar, mi grupo de amigos y yo vimos un autobús de donación de sangre aparcado en el campus. La primera vez había sido por probar, pero le cogimos el gusto, y acudíamos a donar siempre que podíamos. Te sentías bien al hacerlo, y te daban comida gratis. Subimos al autobús, y tras rellenar un informe y pasar un test, nos dejaron pasar a la zona de camillas. Allí estaba ella. Me colocaron en la camilla contigua a la suya, de forma que casi quedábamos frente a frente. Otro chico, tumbado en la camilla que quedaba a su espalda le hablaba sin parar, aunque ella no parecía hacerle mucho caso. Quizá era su novio. Quizá un amante pasajero. Me resultaba difícil imaginarla con amigos varones. No concebía que pudiera haber nadie que, conociéndola, no quisiera tener algo más que amistad con ella. Noté que me miraba de vez en cuando, pero no tuve el valor para hablarla. Me sentía intimidado. Cuando salimos del bus, pensé que había pasado la mejor oportunidad de mi vida. Tenía que haberla hablado. Me odié. Fui despacio andando hasta la parada de metro y me subí al primer tren que pasó. Me senté, y levanté la mirada. Allí estaba otra vez. Y seguía mirándome. Pero yo era incapaz de decir nada. Con cada estación que recorríamos, nos mirábamos más. Y con cada mirada, se me encogía el corazón. Me estaba mirando de esa manera. No podía creerlo. Se levantó dos paradas después, para bajar del vagón, y antes de salir, se giró hacia mi y por primera vez en mi vida escuché su voz dirigiéndose a mi. – Hasta luego... Me quedé paralizado, con una sonrisa de idiota. Esa noche llegué a casa en una nube. No podía creer que se hubiera fijado en mi. Sobre todo teniendo en cuenta lo tímido que yo era. Mucho después descubrí que esa timidez fue lo que la hizo sentir ternura por mi, y llamar su atención. Ella siempre había sabido que estaba loco por ella. Unos días después, mientras miraba unos apuntes en la cafetería antes de un examen, noté que alguien se sentaba conmigo en la mesa. Era ella. Yo había llegado muy pronto para repasar los apuntes y todas las mesas de la cafetería estaban libres. Se había sentado conmigo a propósito. Sacó un periódico, y comenzó a hojearlo mientras se tomaba un café. En ningún momento había dejado de pensar en ella, pero no había tenido la oportunidad ni la valentía de volver a hablarla tras el día del metro. No podía evitar distraerme. Llevaba puestas unas gafas que la hacían aún más atractiva, y un top rojo escotado que dibujaba un espléndido canalillo entre sus grandes pechos. No era precisamente lo que necesitaba para concentrarme antes de un examen. Cuando apenas quedaban diez minutos para que diera comienzo la prueba, cerró el periódico y me miró. El corazón pasó a latirme a mil por hora. – ¿Hoy me vas a hablar, o vas a seguir mirándome? La miré, sin saber qué decir, y ella se echó a reír. Como os podéis imaginar, suspendí ese examen. Así fue cómo conocí a mi chica. Ahora os contaré cómo la perdí.