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Ritmo revisitado. Representaciones de ge

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Ensayo / Estudios culturales
1
SILVIA
lamadrid
Ritmo revisitado
Representaciones de género en los 60
EDITORIAL CUARTO PROPIO
introducción
))
7
ESTE LIBRO NACE DE MI PROPIA BIOGRAFÍA. Es desde mi
propio punto de vista que realicé esta investigación, desde
mi condición de mujer chilena de clase media, parte de la
generación que tuvo el privilegio histórico de ser joven
cuando la promesa de los cambios parecía estar en nuestras
manos. Como la de todos, mi vida está entrecruzada con la
historia del país. Y, una parte de esa historia es la que ese libro
analiza. Por eso, pudo ser materia de mi tesis de doctorado1.
Vengo de una familia sostenida por mujeres. No era fácil
la vida de mis parientas, a comienzos del siglo pasado, en
un mundo de dominio masculino, y el mutuo apoyo entre
hermanas, tías y abuelas permitía salir adelante y darle a su
descendencia la vida decente y la educación universitaria a
la que aspiraban los sectores medios. Mis padres eran ambos
profesores, y no nos faltaba ni sobraba. Estudiar, trabajar,
casarse con un igual, formar un buen hogar eran metas
naturales.
Pero en el mundo estalló la revolución cubana, el rocanrol,
los movimientos juveniles, y en Chile se nos hicieron más
visibles las desigualdades sociales. Con mis compañeros
y compañeras en el liceo supe de problemas materiales y
familiares, de abandono temprano de los estudios. Había
huelgas de trabajadores, tomas de terrenos, de fundos, y
1
Doctorado en Historia, con mención en Historia de Chile, por la Facultad de
Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Tesis financiada con la
Beca Conicyt para estudios doctorales.
los estudiantes secundarios también salíamos a la calle. La
militancia en la izquierda surgió natural, como consecuencia
lógica de ser joven y vivir en un mundo injusto. Si a los
14 años mi rebeldía habían sido Los Beatles, y mi lectura
“Rincón Juvenil” y “Ritmo”, a los 16 ya buscaba explicarme los
problemas de mi pueblo, y unirme a quienes compartían la
urgencia por transformar nuestra sociedad.
Algunos breves pero intensos años después, reflexionando
entre quienes luchábamos contra la dictadura, empezó a
surgir la pregunta por la situación de las mujeres en esa lucha.
Lanzadas las madres y compañeras de los combatientes
(varones) a la primera línea de la defensa de la vida, otras
empezábamos a percibir que el autoritarismo masculino
en el interior de nuestras organizaciones, combinado con
una particular manera de entender las relaciones afectivas,
tendía a subordinarnos como mujeres. Hijos e hijas todos de
la dominación masculina, nos comportábamos de acuerdo
a ‘como se debía’ según el género con que habíamos nacido.
Descubrir que la subordinación no cambiaría a menos que
reaccionáramos teórica y prácticamente en su contra, nos
llevó a organizarnos e investigar qué se había escrito y hecho
al respecto en otros lugares del mundo y en nuestro propio
pasado. Y a preguntarnos por qué no lo habíamos hecho
antes, por qué cuando nos integramos a las luchas populares
mantuvimos entre paréntesis las opresiones que vivíamos
como mujeres. Mientras en el mundo capitalista desarrollado
en los años setenta estallaba la demanda por cambios en la
condición de las mujeres y se cuestionaba radicalmente el
))
9
orden de género, nosotras permanecíamos confiadas en que
el socialismo lo mejoraría todo.
Por cierto, no todos los procesos que ocurren en los países
centrales han de reproducirse en América Latina, pero
a principios del siglo XX, paralelamente al movimiento
sufragista europeo y estadounidense, había existido un
vigoroso movimiento sufragista en nuestro país (y en toda
América Latina) demandando derechos políticos para las
mujeres, cuya organización y activismo fue sostenida hasta
lograr el pleno derecho a voto, en 1949. Tras este triunfo, vino
el silencio, la integración a los partidos políticos donde se
asumían las luchas del conjunto del pueblo, sin posicionar
la especificidad femenina, como sostuvo la socióloga Julieta
Kirkwood, pionera en la elaboración teórica feminista en
Chile y América Latina2.
Por eso, llama la atención que cuando a fines de los
años sesenta se inició en Chile el proceso de activación
y movilización social protagonizado tanto por actores
tradicionales –como los trabajadores organizados– pero
también por nuevos sectores, como los pobladores e incluso
los campesinos, históricamente controlados por los dueños
de la tierra, y, por cierto, por los estudiantes, el desafío al
orden social chileno presentado desde tan variados frentes
no incluyera a las mujeres organizadas tras reivindicaciones
propias.
2
Kirkwood, Julieta. Ser política en Chile: los nudos de la sabiduría feminista.
Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile. 1990.
Porque éramos protagonistas de las luchas como clase o
como jóvenes: había mujeres en los sindicatos, sostenían
las tomas de terrenos y estábamos presentes en la lucha
por la Reforma Universitaria. Pero, mientras el movimiento
estudiantil europeo y estadounidense protagonizó una
revolución cultural, desafiando el autoritarismo de todas las
relaciones sociales, dando con ello lugar a la crítica al orden
de las familias y a la condición de las mujeres, ese proceso
fue diferente en Chile. Las banderas de lucha del movimiento
estudiantil por la Reforma Universitaria, articuladas por
medio de los partidos de izquierda, remitían a cambios
estructurales, buscando la toma del poder político –el
gobierno– como vía para realizar aquello. En ese discurso
no cabían demandas consideradas secundarias, desde una
versión muy estructuralista del marxismo, y que podían
dividir la lucha de los oprimidos.
Apenas en el pequeño y elitista hippismo nacional, como
ha relatado el investigador chileno estadounidense Patrick
Barr-Melej3, emergieron voces que criticaban las relaciones
generacionales, desafiando el autoritarismo adulto. Voces
que fueron duramente criticadas por los jóvenes de
izquierda, argumentando que se trataba de una distracción
pequeñoburguesa de los verdaderos problemas del pueblo
chileno.
3
Barr-Melej, Patrick. Revolución y liberación del ser: Apuntes sobre el origen e
ideología de un movimiento contracultural esotérico durante el gobierno de
Salvador Allende, 1970-1973. 2007. Disponible en línea. Recuperado el 8 de
julio de 2011, de Nuevo Mundo Mundos Nuevos: <http://nuevomundo.
revues.org/6057>
))
11
A pesar de esta falta de cuestionamiento del orden familiar,
las estadísticas sobre matrimonio, fecundidad y filiación
daban cuenta de que el modelo de relaciones de género,
el matrimonio moderno industrial4 promovido por los
gobiernos del Frente Popular, que habíamos aprendido a
considerar como el orden natural, tuvo en esos años su mejor
momento y, a la vez, entró en crisis. La píldora anticonceptiva
abría, a quienes teníamos los conocimientos y el dinero
necesarios para utilizarla, la posibilidad de vivir nuestra
sexualidad sin concebir. Nuestras prácticas empezaban a
cambiar, pero sin desplegar discursos que legitimaran en el
debate público esas nuevas actitudes y comportamientos.
Una de las pocas excepciones la constituyó la revista
“Paula”5, que quebró ostensiblemente el modelo de revistas
femeninas incorporando la imagen de una mujer profesional,
liberada y opinante.
¿Por qué las energías de las jóvenes chilenas se dirigieron
fundamentalmente a cuestionar el orden de clase, cuando
las inequidades de género que vivían también afectaban
profundamente sus proyectos de vida, incluyendo aquellos
espacios en los que se luchaba contra el orden de clases?
Sin duda esas desigualdades eran las más visibles, y las
ideologías que las cuestionaban tenían ya largo arraigo en
las luchas políticas en Chile. En cambio, no contábamos con
4
5
Ver Valdés, Ximena. Notas sobre la metamorfosis de la familia en Chile. (2007).
Disponible en línea en Cepal, Serie Seminarios y Conferencias, Santiago
de Chile. Última recuperación el 20.06.2014 desde<www.eclac.org/dds/
noticias/paginas/9/30289/Resumen.XimenaValdes.pdf>.
Su primer número apareció en julio de 1967.
los instrumentos conceptuales para analizar nuestra propia
condición como mujeres. Las teorías feministas estaban
recién retomándose en Europa y Estados Unidos, y solo
algunas intelectuales habían leído a Simone de Beauvoir.
La mayoría de las jóvenes sentíamos incomodidades en
nuestra situación, pero –salvo casos muy aislados– no
sabíamos cómo expresarlas colectivamente. Por el contrario,
las nociones del sentido común, la ideología de género que
habíamos absorbido desde la cuna, estaban encarnadas en
nosotras, llevándonos a vivir como naturales las opresiones.
Más aún, habíamos aprendido que las chilenas vivíamos
casi una situación de privilegio en una Latinoamérica
profundamente machista. Nosotras votábamos, íbamos a la
universidad, podíamos ser elegidas parlamentarias y nuestras
voces ilustradas eran escuchadas. Las diferencias entre
hombres y mujeres que aún permanecían cambiarían con el
curso natural de la historia, la modernización (o el socialismo).
O, simplemente, eran naturales y enriquecían nuestras vidas
afectivas; las mujeres éramos, además, madres en potencia y
como tales, expresión de los más altos valores humanos.
Esa percepción del mundo social como autoevidente –
que delimita lo que podemos pensar y decir– naturaliza la
dominación de género es la que intenta abordar este trabajo.
Me interesa profundizar en el discurso del sentido común
expresado precisamente en tiempos de cambio.
Esta investigación está enfocada en describir y analizar las
representaciones sociales de los géneros. Uso el concepto
))
13
de Serge Moscovici, psicólogo social francés, que las define
como los conocimientos de sentido común, flexibles, y que
ocupan una posición intermedia entre el sentido de lo real
y la imagen que la persona reelabora para sí. Son producto
de los comportamientos y relaciones con el medio, en una
acción que modifica a ambos (sujeto y medio)6.
La fuente documental elegida fue principalmente la revista
“Ritmo de la Juventud” (en adelante, Ritmo), publicación que
nació en 1965 y tuvo la capacidad de enganchar con la
informalidad y vitalidad de sus potenciales lectores, por la
edad y diversidad de la composición de su equipo. Ha sido la
única revista chilena para adolescentes que logró esa relación
de identificación con su grupo etario, reflejados en los altos
niveles de venta y lectoría que alcanzó.
En esa revista, aparentemente ingenua, y que las y los
adolescentes de los años sesenta leíamos semana a semana,
es posible deducir un universo valórico que trata de articular
las tradiciones con los desafíos de un momento de cambio.
De sus artículos es posible hoy extraer representaciones de
género que no son inocentes y que, mediante matices y
ambigüedades, se adaptaban constantemente a los desafíos
de la modernidad, sin ceder el núcleo conservador central,
asentado en la naturalización de la diferencia binaria de
género, que nos era presentada como complementaria para
justificar la dominación.
6
Moscovici, Serge, El psicoanálisis, su imagen y su público. Editorial Huemul.
Buenos Aires, Argentina, 1979. Pág. 33.
Ritmo tenía propuestas normativas en la mayoría de sus
artículos de contenido; pero a la vez utilizaba un estilo
interactivo, recibiendo y publicando cartas y relatos de los
lectores, por donde se colaba su propia realidad. Este especial
carácter la convierte en una notable fuente documental
de las representaciones sociales de jóvenes y muchachas
chilenos de esos tiempos, En este sentido, aunque las
representaciones de las revistas son producto de sus propios
autores, responden a su contexto, y están en permanente
interacción con las opiniones y comportamientos de sus
lectores y otros actores sociales.
Por ello, como para entender las dinámicas ideológicas y los
contenidos de un medio, hay que comprender el contexto
histórico en que está inserto, el libro da primero una vuelta
por el mundo, las ideas y el Chile de los 60 (y de un poco
antes), para luego entrar en la revista y en el análisis de
algunas de sus secciones.
Esta perspectiva de estudio responde, asimismo, al debate
de la historiografía de los sesenta sobre dicho momento de
cambios, en el que ingresaron nuevos actores y movimientos
sociales y culturales; como también asume la voluntad de
los/as historiadores/as chilenos/as actuales que recogen
las voces de dichos nuevos actores, incorporando esas
experiencias de vida –antes silenciadas– mediante el estudio
y la incorporación de la historia oral, así como de escritos
personales y medios de comunicación de masas.
Una de las ramas de esa nueva historia social la forman los
))
15
estudios de género en el Chile moderno. Y en esa lógica se
inserta este libro, que pretende descubrir una estructura de
pensamiento, una ideología y una visión de género detrás
de las aparentemente cándidas páginas de una revista que
se insertó exitosamente en medio de una época de agitados
cambios que modificaron desde la individualidad hasta la
sociedad completa.
capítulo uno
revolución en occidente
))
19
La guerra fría y los
movimientos sociales
La década que va de 1960 a 1970 ha quedado marcada
en la memoria de las generaciones que la vivieron, y en
las posteriores, como un período de cambios sociales y
culturales radicales.
Sin duda, la imagen de los movimientos estudiantiles de 1968,
estallando casi simultáneamente en distintos países –siendo
Chile uno de los primeros–, ha operado fuertemente; pero
no es lo único. Desde los viajes espaciales a la Revolución
Cubana, de la descolonización en África y la guerra de
Vietnam a la minifalda, la píldora anticonceptiva y la música
de The Beatles, este período parece marcar el inicio de un
aceleramiento en los cambios sociales y culturales en todo
el mundo.
Desde las ciencias sociales, examinaremos someramente
aquí estos procesos, incluyendo los ocurridos en el ámbito
privado que, como señaló el historiador británico Eric
Hobsbawm, había permanecido como un reducto intocado
mientras el espacio público–economía, política, trabajo–
había cambiado enormemente respecto del siglo XIX.
En el mundo, las relaciones internacionales estuvieron
marcadas por la Guerra Fría entre el mundo capitalista,
encabezado por EEUU, y el socialista liderado por la Unión
Soviética; pero también por procesos de descolonización y
guerras de liberación en África, la guerra de Vietnam en el
sudeste asiático, la Revolución Cubana y la emergencia de
luchas guerrilleras en América Latina. Los países centrales,
Europa y EEUU, también vivieron procesos de crisis, producto
del agotamiento del impulso económico de la postguerra y la
aparición de movimientos contraculturales, que culminaron
en las rebeliones estudiantiles de mayo de 1968, y de los que
formaron parte los movimientos feministas7.
Estos movimientos contraculturales se vinculaban también al
desarrollo tecnológico, especialmente en las comunicaciones,
con su doble papel de trasmisión de conocimientos y de control
social, mediante su progreso como industria. Se desarrollaron
la computación y las aplicaciones cibernéticas, apoyadas en
las innovaciones electrónicas; y la carrera espacial llegó a ser
el símbolo tecnológico de la competencia entre socialismo
y capitalismo. Fueron dados los primeros pasos en biología
molecular, así como creados y producidos masivamente por
la industria farmacéutica los métodos anticonceptivos, que
posibilitaron, por primera vez de manera eficiente y segura,
separar la actividad sexual de la procreación.
La guerra fría
La situación internacional en los años sesenta estuvo
marcada por el hecho de ser un período de gran crecimiento
7
Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX. Editorial Crítica. Buenos Aires, Argentina,
1999.
))
21
de la economía mundial, sobre todo de los países centrales,
aunque en el marco de la Guerra Fría. Señala Hobsbawm
que, inmediatamente concluida la Segunda Guerra Mundial,
se instaló en el escenario internacional la posibilidad de un
tercer conflicto bélico, esta vez entre Estados Unidos y la
Unión Soviética, con sus respectivos aliados, que traía consigo
la amenaza de una conflagración nuclear y la posibilidad
de la destrucción mutua. Así, durante cuarenta años, fue
mantenido un equilibrio de fuerzas que, en realidad, era muy
desigual: el poderío de Estados Unidos, Europa Occidental
y sus aliados menores era mucho mayor que el de la Unión
Soviética y su zona europea de influencia, cuyo mayor énfasis
era defensivo, más que expansivo.
La competencia entre las dos superpotencias se dio en el
contexto de una confrontación ideológica –capitalismo
vs comunismo– y ambas buscaron apoyo e influencia en
los nuevos estados postcoloniales de Asia y África, donde
estallaron algunos conflictos armados. La mayoría de estas
nuevas naciones se perfiló como “no alineadas”; y el bando
comunista solo creció al triunfar la revolución encabezada
por Mao Tse Tung en China, incluso a contrapelo de los
deseos de los soviéticos8.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos había
emergido como la gran potencia mundial y la Guerra Fría fue
un instrumento útil para que sus gobiernos justificaran ante la
8
Hobsbawm, op cit. Pág 231.
opinión pública, tradicionalmente aislacionista, los enormes
gastos generados para mantener internacionalmente su
posición de liderazgo. Ideológicamente, el país donde
había triunfado la empresa privada y el individualismo fue
fácilmente arrastrado a una ola de histeria anticomunista
más por demagogos –como el senador republicano
Joseph McCarthy, que encabezó una persecución dentro
del Estado y el ejército contra supuestos comunistas–, que
por los gobiernos. Esta actitud fue el sustento para instalar
en el centro de la economía estadounidense al complejo
militar industrial. Dicho énfasis llevó a mantener una
carrera armamentista entre ambas potencias, con armas de
destrucción masiva que nunca fueron usadas9.
La situación, entonces, se mantuvo estable, con un reparto
desigual del mundo. Y aunque la retórica entre ambos
contendientes fue bastante agresiva, hubo una coexistencia
pacífica alterada solo por la guerra de Corea, entre 1950
y 1953, en la cual los rusos se abstuvieron, y la crisis de los
misiles en Cuba, en 1962, cuando la reacción estadounidense
a la Revolución Cubana orilló a Fidel Castro a buscar el
apoyo soviético. En ambos casos, los dos bandos hicieron lo
posible para no llegar una guerra. Por su parte, los intentos
de levantamiento en Alemania del Este, en 1953, y en
Hungría, en 1956, no contaron con apoyo occidental y fueron
aplastados10.
9
10
Hobsbawm, op cit. Pág. 247.
Ibíd. Pág. 239.
))
23
Para 1960, el período más tenso de la guerra fría ya había
pasado: a partir de 1953, la Unión Soviética disponía de las
bombas atómica y de hidrógeno y se sentía más segura, ya
que eso establecía un equilibrio de fuerzas. Tras la muerte de
Stalin y la realización del XX Congreso del Partido Comunista
de la Unión Soviética (PCUS), en 1956, hubo grandes cambios
en la política interna de la URSS, flexibilizando la rigidez del
régimen, que se concentró en desarrollar la economía, y
también en la política exterior, reformulando las relaciones
con Estados Unidos, a partir de un respeto mutuo por la
integridad territorial y la soberanía, la no agresión y la no
injerencia en los asuntos interiores, la coexistencia pacífica y
la cooperación económica11.
El lanzamiento en 1957 del Sputnik, el primer satélite artificial
en la historia mundial, pareció dar a la URSS la ventaja en
la carrera espacial, además de indicar el crecimiento de su
economía y de su desarrollo tecnológico.
Una situación de tensión se dio en torno a la existencia de una
zona occidental en la dividida ciudad de Berlín, capital de la
República Democrática Alemana, que los rusos demandaban
fuera convertida en zona neutral, desembocando finalmente
–en 196– en la construcción de un muro en torno a la zona
occidental para impedir el continuo flujo de fugitivos hacia
ese sector12.
11
12
Hobsbawm, op cit. Pág. 246.
Ibíd. Pág. 240.
Sin embargo, el momento más dramático del período tuvo
relación con Cuba. En 1959, el dictador Fulgencio Batista
fue derrotado por un movimiento revolucionario que, al
año siguiente, se definió como socialista, pasando a formar
parte del bloque soviético. Entonces, Estados Unidos ejerció
presiones diplomáticas y comerciales, bloqueando el
comercio con la isla y apoyando secretamente un intento de
invasión por parte de exiliados cubanos en 1961, el que fue
rechazado por el Ejército local en Playa Girón. Esto empujó a
la instalación secreta de bases de lanzamientos de misiles en
la isla, a kilómetros de Florida, ante lo cual Kennedy reaccionó
forzando al retiro de los cohetes a cambio del compromiso
de no invadir Cuba13.
La Revolución Cubana fue defendida dentro de sus límites
nacionales y la revolución socialista no se propagó por el
resto de América Latina. Tras el asesinato de Kennedy en 1963
y la retirada de Krushev en 1964, los nuevos gobernantes
de ambos países adoptaron una estrategia de control y la
limitación del armamento nuclear por medio de tratados, y
mejoraron sus lazos comerciales14.
Pero, hacia fines de la década se encendió nuevamente
el escenario, al embarcarse Estados Unidos en la guerra
de Vietnam, donde resultó, finalmente y por primera vez,
derrotado. Esta guerra lo puso en una desfavorable situación,
13
14
Hobsbawm, op.cit. Pág. 235.
Ibíd. Pág. 248.
))
25
con movilizaciones sociales antibélicas en su interior y de
aislamiento internacional15.
Los años dorados
Entre la postguerra y hasta los sesenta hubo una etapa
excepcionalmente próspera, sobre todo en el mundo
capitalista desarrollado (que representaba “alrededor de tres
cuartas partes de la producción mundial y más del 80 por 100 de
las exportaciones de productos elaborados”16).
Mientras EEUU continuó el crecimiento económico y
tecnológico de la guerra, Gran Bretaña se recuperaba
lentamente y los otros países europeos, además de Japón,
realizaban un exitoso esfuerzo por recuperarse de la guerra,
fuertemente apoyados por los capitales estadounidenses del
Plan Marshall. Los beneficios de ese crecimiento se hicieron
palpables a fines de los 50 y tuvieron su elemento clave en
el pleno empleo alcanzado en los 60, que dio acceso a la
‘opulencia’ a los sectores populares, creando la impresión de
que esta prosperidad continuaría en crecimiento durante las
décadas siguientes.
También los países socialistas crecieron, y aquellos pobres de
África, Extremo Oriente, sur de Asia y América Latina, donde
15
16
Hobsbawm, op cit. Pág. 248.
Ibíd. Pág. 262.
la población se duplicó entre 1950 y 1985, vieron aumentar
su producción de alimentos en las dos primeras décadas y,
por el uso de tecnologías, su productividad y la esperanza de
vida; aunque en América Latina este crecimiento fue menor.
Uno de los sustentos de este alto crecimiento fue el aumento
–entre 1950 y hasta 1973, cuando el cartel de la Opep
elevó los precios– del uso de combustibles fósiles a bajos
precios, por lo que las emisiones de gases contaminantes
aumentaron a la par, tanto en países industriales socialistas
como capitalistas.
Este crecimiento explosivo parecía replicar y extender
el modelo de desarrollo de Estados Unidos hasta 1945,
con su inmensa expansión de los trasportes. Debido al
enorme desarrollo tecnológico aplicado (en gran parte a
consecuencia de la guerra), en Europa y Estados Unidos
bienes y servicios hasta entonces reservados a la minoría se
hicieron accesibles a mayores proporciones de población:
los artefactos electrodomésticos, el teléfono y el turismo de
masas a las playas asoleadas. Esto cambió la vida cotidiana en
los países ricos, y en parte en los pobres; no solo había nuevos
aparatos que simplificaban la vida, sino también comenzó
el reemplazo de alimentos y materias primas naturales por
otras elaboradas o sintéticas, valoradas como ‘nuevas’, y por
tanto, mejores.
Para su producción las recientes tecnologías empleaban,
mayoritariamente y de forma intensiva, el capital y
eliminaban mano de obra (con excepción de científicos y
técnicos altamente cualificados) o llegaban a sustituirla. El
))
27
crecimiento demandaba grandes y constantes inversiones,
mientras desechaba a la gente en tanto operarios, creaba
una categoría inédita: la de los consumidores17.
En los países desarrollados, el crecimiento fue tal que demandó
más trabajadores, atrayendo mano de obra migrante e
incorporando a las mujeres casadas al mercado laboral.
Sin embargo, el ideal de la época era llegar a una sociedad
automatizada, en que las personas fuesen solo consumidores.
Aparentemente, los peores fantasmas habían sido derrotados:
la guerra, el desempleo y la pobreza, ya que los ingresos eran
altos, el Estado protector se extendía hacia los más débiles, y
los bienes no hacían sino aumentar y abaratarse. La esperanza
era la extensión de este bienestar masivo a los países pobres
que eran, sin embargo, la mayoría de la humanidad.
“No existen explicaciones realmente satisfactorias del alcance
de la escala misma de este ‘gran salto adelante’ de la economía
capitalista mundial y, por consiguiente, no las hay para sus
consecuencias sociales sin precedentes”, afirma el mencionado
historiador Eric Hobsbawm. Para él, las razones fundamentales
están en “una reestructuración y una reforma sustanciales del
capitalismo, y un avance espectacular en la globalización e
internacionalización de la economía”18.
En lo esencial, la nueva organización económica fue una
especie de matrimonio entre liberalismo económico y
17
18
Hobsbawm, op.cit. Pág. 269.
Ibíd. Pág. 271.
socialdemocracia. En versión estadounidense, se trata de
la política rooseveliana del New Deal19, y de préstamos
sustanciales de la URSS, que había sido pionera en la idea de
planificación económica. Por su parte, los partidos socialistas
y obreros en los países desarrollados enfocaron su acción ya
no en la lucha por el poder, sino en mejorar las condiciones
de vida de su electorado de clase obrera, promoviendo
mejoras y encajando perfectamente con el modelo.
Puede hablarse de un consenso entre políticos, funcionarios
e –incluso– muchos empresarios occidentales respecto a la
necesidad de salvar de sí misma a la libre empresa, limitando
la economía de libre mercado en pos de objetivos políticos
prioritarios: el pleno empleo, la contención del comunismo,
la modernización de economías atrasadas o en decadencia.
Los líderes mundiales articularon el sistema comercial y
financiero mundial en torno a una hegemonía clara: Estados
Unidos y el dólar.
Pero el nuevo orden político internacional acordado en
Bretton Woods20, por las Naciones Unidas, resultó inoperante
debido a la guerra fría, y solo subsistieron las instituciones
financieras internacionales creadas, subordinadas de hecho a
19
20
Nombre de la política económica de apoyo desde el Estado estadounidense
impulsada por el presidente Franklin D. Roosevelt para paliar los efectos de
la Gran Depresión.
Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas (1944) llamada
así por el lugar donde fue desarrollada, en Estados Unidos. Entre otros
acuerdos estructuradores, en ella fueron creados el Banco Mundial y el
Fondo Monetario Internacional (FMI) y determinado el uso del dólar como
moneda de referencia internacional.
))
29
la política de los Estados Unidos. El sistema internacional de
comercio y de pagos funcionó más que nada por el dominio
de dicho país y por el efecto estabilizador del dólar, dando
lugar a una etapa de libre comercio, libertad de movimiento
de capitales y estabilidad cambiaria. Solo los movimientos
migratorios internacionales se vieron limitados, a pesar de la
escasez y carestía de la mano de obra en Europa, abastecida
sobre todo por inmigraciones internas, del campo a la ciudad
y de las regiones pobres a las más ricas21.
En la mayoría de los países occidentales habían sido
eliminados el fascismo –por la derrota en la Segunda Guerra–
y el comunismo por la Guerra Fría, y fue articulado un consenso
entre izquierda y derecha, en el cual las organizaciones obreras
y patronales mantuvieron las demandas de los trabajadores
dentro de límites que aseguraran los beneficios, mientras
estos recibían salarios altos para consumir la producción
existente. Además, gran parte de los países europeos,
encabezados por conservadores moderados, dio apoyo a la
constitución de Estados de Bienestar, los que aportaron un
alto gasto en previsión social, salud y educación22.
Posiblemente vinculado a la misma existencia de estos
Estados de Bienestar, a fines de la década se produjo un giro
hacia la izquierda en varios países de Europa. Sin embargo,
nada en el tranquilo escenario de los países desarrollados
21
22
Hobsbawm, op.cit. Pág. 279.
Ibíd. Pág. 285.
hacía presagiar el estallido de radicalismo estudiantil de 1968,
indicando que la estabilidad no podía durar23.
La revolución social
Siguiendo el pensamiento de Hobsbawm, entre 1945 y
1990 se produjo en todo el mundo una drástica, rápida y
profunda transformación social, caracterizada por cambios
fundamentales, cuyos inicios caracterizan la década de los
sesenta: la desaparición del campesinado, producida en
casi todo el mundo a excepción de África y Asia; con su
correlato de migración a la ciudad que implicó en el mundo
desarrollado la disminución de las grandes ciudades, y la
creación de los suburbios, y en, América Latina, el crecimiento
de capitales dispersas y mal estructuradas, que albergaban
grandes sectores de viviendas precarias, con habitantes
muchas veces ilegales.
Un segundo cambio es la emergencia de las profesiones y
el auge de aquellas que implicaban estudios secundarios y
superiores, traducido en un enorme incremento del número
de estudiantes universitarios, sobre todo en Europa y América
Latina y con excepción de los Estados Unidos24. Estos nuevos
23
24
Hobsbawm, op.cit. Pág. 286.
En Europa estos se triplicaron entre 1960 y 1980; en tanto en América Latina
crecieron en los sesenta a razón de un 8% anual. Aunque en esta década
recién comenzaba este aumento, se expresó su potencialidad política radical
y explosiva, sustentada en su concentración física en campus universitarios
y en su carácter transnacional, por su mayor acceso a los desplazamientos y
comunicaciones.
))
31
estudiantes protagonizaron las revueltas ya mencionadas.
“Si hubo algún momento en los años dorados posteriores a
1945 que correspondiese al estallido mundial simultáneo con
que habían soñado los revolucionarios desde 1917, fue en 1968,
cuando los estudiantes se rebelaron desde los Estados Unidos y
México en Occidente, a Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia
en el bloque socialista, estimulados en gran medida por la
extraordinaria erupción de mayo de 1968 en París, epicentro de un
levantamiento estudiantil de ámbito continental. Distó mucho de
ser una revolución, pero fue mucho más que el ‘psicodrama’ o el
‘teatro callejero’ desdeñado por observadores poco afectos como
Raymond Aron”25.
25
Hobsbawm, op.cit. Pág. 300.
En la práctica, los colectivos estudiantiles fueron los únicos
que optaron por la izquierda radical. De acuerdo al historiador
cuyo pensamiento estamos siguiendo, la explicación de ello
está en que este grupo homogéneo en lo etario, incluía
un importante contingente femenino, tensionado entre
la libertad de su edad y la opresión que vivía su género.
A ello habría que agregar que la cultura occidental –
tradicionalmente–ha visto y tolerado a los jóvenes como
portadores del entusiasmo, el alboroto y el desorden, de
modo que la militancia radical era considerada, incluso,
como prueba de esa personalidad enérgica.
Los jóvenes de los sesenta resintieron las limitaciones
impuestas por el sistema, creando un resentimiento
enfocado, primero, en la jerarquía universitaria y, luego,
extendido a toda autoridad. El descontento explosivo de este
grupo relativamente privilegiado y sin lugar concreto en la
sociedad terminó motivando las demandas hasta entonces
contenidas de los obreros por salarios más altos y mejores
condiciones laborales26.
La llegada a la adultez de una nueva generación de jóvenes,
que no había conocido el desempleo, la inseguridad y la
deflación de entreguerras, sino solo el pleno empleo y la
inflación constante, implicó este abandono de la moderación
en las demandas salariales. En Italia y Francia ese momento
gatilló huelgas masivas de obreros, mucho más centradas
26
Hobsbawm, op.cit. Pág. 304.
))
33
en mejoras económicas que, una vez negociadas, hicieron
deponer el movimiento.
Sin embargo, esa presión fue más importante para el
funcionamiento de la economía que la rebelión estudiantil
europea de 1968, cuya significación cultural fue incluso mayor
que la política, a diferencia de los movimientos paralelos en
países del tercer mundo.
El tercer aspecto central está constituido por los cambios en
los roles de las mujeres. Las casadas ingresaron a la mano de
obra remunerada; y creció igualmente el número de mujeres
en las universidades, lo que les dio acceso a profesiones de
mayor responsabilidad. Ambos procesos fueron el telón de
fondo del renacimiento de los movimientos feministas en
los países occidentales, a mitad de los sesenta. Con ellos,
cambiaron también las definiciones tradicionales del papel
de ellas en la sociedad, sobre todo del referido a los asuntos
públicos ya que, aunque no masivamente, se rompió la
exclusividad masculina en las jefaturas27 de Estado28.
Las demandas de los movimientos feministas provenían
sobre todo de la clase media: porque si para las mujeres
pobres la noción de combinar su carrera con la familia no
existía, sí era posible para las esposas de las capas medias,
donde su aporte monetario a la economía familiar podía ser
27
28
La primera mujer en llegar a la primera magistratura de un Estado en el siglo
XX fue Indira Gandhi, en India, quien en 1966 fue nombrada Primera Ministra.
Hobsbawm, op.cit. Pág. 314.
poco significativo, pero era una afirmación de su autonomía
personal, al permitirles no limitarse a ser madres y esposas.
Los movimientos feministas de fines de los sesenta
convocaron a miles de mujeres, y tuvieron como una de
sus principales reivindicaciones recuperar el control de sus
cuerpos, incluyendo el derecho al aborto y el libre acceso
a los anticonceptivos; así como el derecho al placer sexual.
También combatieron a la normalización y domesticación
de los cuerpos femeninos producto de dietas, maquillaje y
concursos de belleza. Todas estas luchas implicaron grandes
avances en términos de libertades para las mujeres y en el
desarrollo de la teoría feminista.
La liberación de la mujer que transformó la vida familiar,
junto con las transformaciones sociales descritas, enmarcan
la enorme metamorfosis cultural del período, que modificó
radicalmente las normas tradicionales de comportamiento
social e individual29.
la revolución cultural
Los cambios se dieron fundamentalmente al interior de la
familia, alterando la estructura de relaciones entre los sexos
y las generaciones. Estructuras que, sin ser estáticas, hasta
29
Hobsbawm, op cit. Pág. 321.
))
35
este momento habían sido particularmente resistentes a
las grandes transformaciones, e incluso compartían ciertas
características comunes en todo el planeta: unión conyugal
formal, con exclusividad de las relaciones sexuales entre los
cónyuges; superioridad del marido sobre la mujer, de los
padres sobre los hijos y de las generaciones mayores sobre
los jóvenes. Con variaciones, las familias se constituían sobre
el núcleo fundamental de la pareja con hijos.
La lenta tendencia al aumento de los divorcios en los
países desarrollados –y en lo religioso pertenecientes al
mundo protestante–fue uno de los primeros síntomas del
debilitamiento de la estabilidad del matrimonio, la que se
aceleró a partir de los sesenta, extendiéndose el fenómeno
a países más tradicionales, como los de raigambre católica.
Cambiaron radicalmente las actitudes públicas respecto al
comportamiento sexual, la pareja y la procreación. Maneras
de actuar hasta entonces prohibidas por la ‘moral y las buenas
costumbres’ más que por las leyes, se liberalizaron, tanto
entre los heterosexuales como entre los homosexuales. En la
década que nos ocupa, estos últimos lograron la legalización
de sus relaciones en Estados Unidos e Inglaterra. No fue una
circunstancia pareja en todo el mundo, pero la tendencia era
similar. Aumentaron, por consiguiente, el divorcio, los hijos
nacidos fuera del matrimonio y las familias compuestas solo
por la madre y sus hijos30.
30
Hobsbawm, op cit. Pág. 326.
Emergió una cultura específicamente juvenil que alteró las
relaciones tradicionales entre generaciones. La música rock,
producida por la industria discográfica y que identificó a
los jóvenes, trajo sus propios héroes, lo que –junto con la
radicalización política– perfiló una generación que rechazaba
ser tratada como niños y reafirmaba un valor superior para la
juventud, por oposición a los adultos.
Sin embargo, esa rebeldía fue bien canalizada por el mercado:
los adolescentes considerados como consumidores fueron
bien recibidos por los productores de bienes, ya que son un
grupo en permanente renovación con nuevos contingentes. A
la imagen existente en Occidente de que la juventud era una
época en que ciertas locuras eran aceptables, antes de ‘sentar
cabeza’, se agregaron nuevos rasgos. Dejó esa etapa de verse
como preparatoria para la adultez para pasar a ser un momento
culminante –único y maravilloso– en la vida humana. Las
nuevas industrias de la cultura y la belleza se enfocaron en
crear productos dirigidos a reforzar y mantener los gustos y la
apariencia juvenil, y tuvieron una enorme expansión.
En las economías desarrolladas, la cultura juvenil se convirtió
en dominante, por su masividad, poder adquisitivo y
peso simbólico, además de por la capacidad juvenil de
adaptarse al ritmo de las innovaciones tecnológicas. La
internacionalización de esta cultura en las sociedades
urbanas constituye, sin duda, otro fenómeno notable. Así
como en décadas anteriores el cine había sido influyente a
la hora de expandir costumbres y cultura, ahora ese medio
lo constituyeron la radio y la música. De este modo, los jeans,
))
37
los peinados y el rock reflejaron la fuerte hegemonía cultural
estadounidense, amplificada por la intermediación de Gran
Bretaña.
En las concentraciones urbanas, la cultura juvenil global
se asentó. Los jóvenes construían sus señas culturales de
identidad, las que luego serían convertidas en productos de
consumo masivo; las muchachas emergieron también como
un importante mercado de ropa y cosméticos, además de
cómo consumidoras de conciertos y productos relativos a la
música pop31. A la fecha, la mayoría de la población mundial
era más joven que nunca, especialmente en el Tercer Mundo,
donde todavía no había descendido la natalidad.
La cultura juvenil llegó a ser la matriz de una revolución
cultural que modificó el comportamiento y las costumbres,
y el modo de vivir el ocio y los placeres. Dos rasgos la
caracterizaban: era populista e iconoclasta. Y, aunque desde
luego la presión social por seguir las nuevas propuestas
llevó a nuevas formas de uniformidad, a su modo reafirmó el
derecho de cada uno a vivir su vida. Esta autonomía de y para
los jóvenes e, incipientemente para las mujeres, implicó un
cambio drástico en las sociedades.
El populismo encontró expresión, por primera vez, mediante
la música, la ropa e incluso el lenguaje de la clase baja urbana
o lo que parecía serlo. Los modelos deseables eran aquellos
31
Hobsbawm, op.cit. Pág. 330.
y la juventud invirtió el concepto de elegancia, al imponer
los jeans sobre la alta costura. Este giro impulsó –incluso
en el Tercer Mundo– una revaloración de la música popular
tradicional (por ejemplo, del samba brasileño) e implicó una
tendencia de rechazo general a los valores de la generación
anterior, y de búsqueda de normas y valores para este nuevo
mundo32.
“Prohibido prohibir”, la consigna más emblemática del mayo
francés, expresaba muy bien el carácter iconoclasta de la
nueva cultura juvenil, y ligaba la búsqueda de liberación
personal con la liberación social que rompió todos los
límites de lo permitido en materias sexuales y de consumo
de drogas. Los jóvenes experimentaron en ambos sentidos,
dando lugar a la práctica sexual vinculada directamente con
el placer personal sin culpa y a la aparición pública –a fines
de los sesenta– de una subcultura homosexual practicada
abiertamente, incluso en San Francisco y Nueva York, donde
posteriormente llegaría a convertirse en un grupo de presión
política. También se desarrolló el mercado de la cocaína en
Estados Unidos y Europa occidental, fenómeno que, en los
dichos de Hobsbawm, convirtió por primera vez al crimen “en
un negocio de auténtica importancia”33.
32
33
Hobsbawm, op cit. Pág. 334.
Ibíd. Pág. 336.
))
39
Evaluación de los cambios sociales y
culturales
Mientras las personas profundizaban sus procesos de
individuación, se produjo una profunda crisis de legitimidad
de las modalidades físicas de la relación del ser humano con
los otros, impulsada por el feminismo, la llamada revolución
sexual, las nuevas terapias y los productos culturales. Emergió
un nuevo imaginario que reafirmaba los placeres corporales,
junto con discursos que invocaban la ‘liberación del cuerpo’,
considerándolo como una posesión humana. La invocación
de la juventud como una etapa que encarna particularmente
estos discursos e imaginarios, diferenciada de la edad adulta,
más contenida, fue parte del espíritu de la época34.
Mirando con perspectiva, hay visiones muy críticas para
estos cambios. La del historiador británico Eric Hobsbawm,
por ejemplo, para quien el rechazo a las convenciones y
prohibiciones sociales que correspondían a la ordenación
histórica de las relaciones humanas dentro de la sociedad,
fue hecha en nombre de una ilimitada autonomía del deseo
individual; así, en vez de responder a la instalación de un
nuevo orden, llevó al límite la premisa de un individualismo
egocéntrico. Este triunfo del individuo sobre la sociedad,
plantea, erosionó los hilos del tejido social tradicional, no
solo cambiando los comportamientos, sino cuestionando
34
Le Breton, David. Sociología del Cuerpo. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires,
Argentina, 2002. Págs. 9-10.
los modelos generales de las relaciones sociales, las normas,
valores y roles sociales. La consecuencia, en adelante, es
que las personas experimentarían la vida social como un
territorio mucho más inseguro, donde las normas debían
ser redefinidas y sin existir un trasfondo cultural común para
moverse socialmente de acuerdo a rutinas compartidas35.
transformaciones mundiales y
relaciones de género
Una perspectiva diferente adopta el sociólogo español
Manuel Castells para analizar estos cambios. En su libro “La
era de la información”, pese a reconocer el carácter integrador
de las familias, devela las relaciones de poder patriarcales
existentes al interior de ellas, que oprimían a sus miembros
femeninos y jóvenes en beneficio del varón adulto, padre de
familia36. La producción de personalidades y las relaciones
interpersonales están marcadas por la dominación y la
violencia de la cultura e instituciones del patriarcado37.
35
36
37
Hobsbawm, op.cit. Pág. 335.
Castells, Manuel. El fin del patriarcado: movimientos sociales, familia y
sexualidad en la era de la información. En M. Castells, La era de la información,
Economía, sociedad y cultura. Vol 2. El poder de la identidad. Siglo XXI Editores,
Ciudad de México, 2004. Págs. 159-269.
Define patriarcado como “la autoridad impuesta desde las instituciones, de
los hombres sobre las mujeres y sus hijos en la unidad familiar”. Se la considera
estructura básica de todas las sociedades contemporáneas, ya que para su
ejercicio “debe dominar toda la organización de la sociedad, de la producción y
el consumo a la política, el derecho y la cultura”.
))
41
La institución donde se enraíza, justifica y naturaliza
ideológicamente esta dominación es la familia. “Sin la familia
patriarcal, el patriarcado quedaría desenmascarado como
una dominación arbitraria y acabaría siendo derrocado por la
rebelión de ‘la mitad del cielo’ mantenida bajo sometimiento a
lo largo de la historia”38. Ella está “desafiada por los procesos
interrelacionados de la transformación del trabajo y de la
conciencia de las mujeres”39.
Por una parte, las transformaciones en la economía global
produjeron la incorporación femenina masiva al trabajo
remunerado, y la apertura de la educación formal a las
mujeres, mejorando su poder de negociación frente a los
hombres y socavando “la legitimidad de su dominio como
proveedores de la familia. Pero también ha impuesto a las
mujeres una sobrecarga de trabajo, ya que continúan a cargo de
las tareas tradicionales”40.
En segundo lugar, las nuevas tecnologías introducidas en
la reproducción de la especie humana (contracepción,
fertilización in vitro y manipulación genética) les otorgaron
a ellas –y a la sociedad– posibilidades de control crecientes
sobre la oportunidad y frecuencia de los embarazos. Y, en
tercer lugar, señala la aparición de las luchas feministas.
Para Castells, muchas de las luchas urbanas registradas por
38
39
40
Castells, op.cit. Pág. 159.
Ibíd. Pág.160.
Castells habla del “cuádruple turno diario: trabajo remunerado, tareas del hogar,
cuidado de los hijos y turno nocturno para el esposo”.
la historia han sido, en realidad, movimientos de mujeres
vinculados con demandas sobre la vida cotidiana, a lo cual se
agregan los movimientos sufragistas.
Pero “la insurrección masiva de las mujeres contra su opresión en
todo el mundo” ha ocurrido sobre todo en el último cuarto del
siglo XX, de maneras e intensidades diferentes según la cultura
y país41, lo que ha repercutido en las instituciones sociales y
en la conciencia de las mujeres: en los países industrializados,
una gran mayoría se considera “iguales a los hombres, con sus
mismos derechos y además, el del control sobre sus cuerpos y sus
vidas”. Esta “es la revolución más importante porque llega a la
raíz de la sociedad y al núcleo de los que somos”42.
Un cuarto elemento que explica por qué las ideas feministas
han logrado prender en estos tiempos, existiendo desde
hace más de un siglo, ha sido “la rápida difusión de las ideas en
una cultura globalizada y en un mundo interrelacionado”, que
ha facilitado el hecho de que cada movimiento de mujeres
haya tenido sus propias características, aunque lineamientos
en común. Junto con el cuestionamiento a las relaciones
tradicionales de género, ha sido también puesta en duda
la obligatoriedad de la heterosexualidad, ampliando los
límites de la expresión personal y convirtiendo la exploración
en el campo de la sexualidad en parte de la afirmación
del yo. Expresión de esta nueva frontera es la aparición de
movimientos gay y lésbicos.
41
42
Castells, op.cit. Pág.160.
Ibíd.
))
43
Castells habla de la crisis de la familia patriarcal –y del
debilitamiento de la autoridad patriarcal, aunque el modelo
mental continúe siendo el de dominación masculina–
señalando como indicadores de ello la disolución de los hogares
de las parejas casadas por divorcio o separación; la formación,
tras la disolución del matrimonio o debido al envejecimiento
diferencial de la población, de hogares de un solo progenitor,
generalmente la madre; el retraso en la formación de parejas y
la vida en común sin matrimonio, producto de la dificultad de
compatibilizar matrimonio, trabajo y vida y de la carencia de
sanción legal; la inestabilidad familiar y la mayor autonomía de
las mujeres en su conducta reproductiva, que lleva a nuevos
patrones sociales de reemplazo generacional: nacen más
niños fuera del matrimonio y suelen quedarse con sus madres.
Las mujeres tienden a limitar el número de hijos, retrasan la
llegada del primero y, en ocasiones, tienen hijos solo para ellas.
Finalmente, Castells propone que estos cambios de la
estructura familiar y de las normas sexuales han producido
transformaciones en la personalidad.
Las teorías de género
El concepto de patriarcado, desarrollado precisamente por
los movimientos feministas, es el sistema de dominación
de un sexo sobre otro. Para explicar cómo eso ocurre, surge
la noción de género, que permite diferenciar los aspectos
biológicos de la asignación de identidad sexual de sus
significados sociales, a partir de los cuales las sociedades
construyen normas, valores e instituciones que organizan
las relaciones entre hombres y mujeres. A este entramado
sociocultural se lo ha llamado ‘sistema de género’.
El sociólogo francés Pierre Bourdieu en “La dominación
masculina”43 indaga en las construcciones simbólicas de
este sistema y postula que las diferencias entre los cuerpos
de hombres y mujeres han sido magnificadas y construidas
por las culturas, de modo que son reforzadas para establecer
su carácter binario e intraspasable, donde lo masculino
es construido por oposición a lo femenino y las relaciones
sexuales son expresión de una relación de dominación de los
hombres sobre las mujeres.
Sostiene que es la construcción arbitraria de lo biológico,
especialmente de la reproducción biológica, lo que
fundamenta la división de la actividad sexual, la división
sexual del trabajo y de ahí todo el cosmos. Esto tiene su fuerza
en que “legitima una relación de dominación inscribiéndola en
una naturaleza biológica que es en sí misma una construcción
social naturalizada”44. A su vez, esta construcción simbólica
transforma y diferencia a los cuerpos, hasta llegar a constituir
‘mujeres femeninas’ y ‘hombres viriles’, cuya existencia solo
tiene sentido en lo relacional. Son cuerpos construidos para
relacionarse en la lógica de la dominación.
43
44
Bourdieu, Pierre. “La dominación masculina”. Editorial Anagrama. Barcelona,
España, 2000.
Ibíd.
))
45
En su análisis, las mujeres quedan atrapadas en relaciones
de poder, en esquemas mentales producto de la asimilación
de esas relaciones de poder y sustentadas en las “oposiciones
fundadoras del orden simbólico”. Pero Bourdieu aclara que
lo simbólico no debe entenderse como opuesto a lo ‘real’,
sino dentro de la experiencia subjetiva de las relaciones
de dominación, que lo entiende como objetivo. Más
aún, la lógica de la dominación masculina y la sumisión
femenina se traduce en hombres y mujeres en inclinaciones
espontáneamente adaptadas al orden.
Las estructuras de dominación de género, por lo tanto, no
son ahistóricas, sino resultado de un trabajo continuo de
reproducción en el que aportan tanto los seres humanos
como las instituciones, siendo para él centrales la familia,
la iglesia, la escuela y el Estado. Así, para desentrañar cómo
funciona la economía de los bienes simbólicos, es necesario
conocer cómo han ido siendo articuladas, históricamente, en
cada sociedad específica.
El género comprende los símbolos culturalmente
disponibles, los conceptos normativos, las nociones políticas,
las referencias a las instituciones y la identidad subjetiva.
Desarmar las dominaciones de género, como lo hizo Simone
de Beauvoir –al unirse al movimiento feminista en Francia a
fines de los sesenta– no es tarea simple. Como bien lo señala
la antropóloga estadounidense Gayle Rubin, la dominación
de género está instalada tanto en los sistemas de producción
como en los de parentesco y, por ende, en nuestras estructuras
sicológicas en tanto sujetos de esas sociedades. Permea
todas nuestras relaciones, especialmente las afectivas, y nos
convierte en cómplices cotidianos/as a menos que, en un
acto permanente de rebeldía, cuestionemos cada una de las
instancias en que el sistema se reactiva, tanto en la familia,
como mediante la acción del Estado, la escuela y la iglesia45.
En su libro, Bourdieu constata cómo, pese a que en la
sociedad francesa y europea las mujeres han ocupado
espacios importantes en el mundo público (trabajo, política
y educación), las “oposiciones fundadoras del orden simbólico”
han sido menos afectadas, ya que la tendencia parece ser
continuar replicando, en esos nuevos espacios, la división
masculino/ femenino. De modo que, por ejemplo, la
participación laboral de las mujeres se realiza en ocupaciones
que son prolongación del rol femenino tradicional, como
aquellas vinculadas a la educación y al cuidado de las
personas.
Otros elementos, como las concepciones de pareja, o la
erotización mercantil de los cuerpos de las mujeres, indican
que los esquemas mentales producto de la asimilación de
las relaciones de poder han sido menos afectados por los
cambios en los comportamientos de lo que podría esperarse.
Esto, además, en el contexto de sociedades en que los
movimientos feministas encabezaron una vigorosa crítica
cultural al patriarcado, resultado de lo cual los Estados tienen
45
Bourdieu, op. cit.
))
47
políticas muy definidas hacia la equidad de género, y en que
los procesos de individuación propios de la modernidad se
han extendido por todas las capas sociales.
Todos estos cambios tuvieron un correlato en América Latina,
donde los aires de nuevos modos de entender la sociedad
y la vida de las personas corrieron a la par con aquellos que
agitaron Europa y Estados Unidos.
capítulo dos
américa latina en los 60
))
51
Una década de
decisiones radicales
Tras la crisis de 1929, los Estados de la región habían adoptado
el rol de promotores y directores del desarrollo económico,
en ausencia de empresariado y de sistemas financieros
y de comunicaciones. La mayor parte de los gobiernos
latinoamericanos impulsaron políticas de industrialización
por sustitución de importaciones (ISI46) para alcanzar la
independencia económica y crear puestos de trabajo.
Políticamente, los regímenes estaban sustentados en el
populismo47, y eran semiautoritarios, basados en una
precaria alianza entre empresarios y obreros, que terminaban
por desmoronarse por las tensiones no resueltas entre estos
sectores. Otros, como el caso chileno de los 40, implicaron
el acceso al poder por medio de elecciones de amplios
conglomerados progresistas48.
En general, desde un punto de vista liberal, podría decirse
que el proteccionismo estatal generó un mayor gasto
público, con pérdida de libertad comercial, eficiencia y
competitividad. El menor comercio externo contrajo los
ingresos fiscales, sin un correspondiente aumento de los
46
47
48
Industrialización por Sustitución de Importaciones.
Como Getulio Vargas en Brasil y Lázaro Cárdenas en México en los años 30; o
Perón en la Argentina de los 40.
Pérez Herrero, Pedro. Estados Unidos y Latinoamérica en el nuevo sistema
internacional. En Pereira, Juan Carlos, “Historia de las relaciones internacionales
contemporáneas”. Editorial Ariel. Madrid, España, 2001. Págs. 443-461.
impuestos a la renta, debilitando al Estado; la necesidad
de importar insumos y tecnologías llevó a los gobiernos
a sobrevaluar las monedas nacionales, disminuyendo las
ganancias de los exportadores49.
Sin embargo, otras visiones enfatizan los aspectos positivos
del papel del Estado en la disminución de las diferencias en
la distribución de los ingresos, la reducción de las tensiones
sociales, la construcción de una infraestructura indispensable
para el desarrollo económico, la organización de actores
sociales dinámicos y la imposición de barreras arancelarias
que favorecieron a los productores internos. Como resultado,
el crecimiento económico en la región entre 1950 y 1973
fue superior a la media de los países desarrollados, aunque
las políticas ISI fueron exitosas solo en el corto plazo,
porque debido a la forma en que fueron implementadas se
consumieron a sí mismas50.
La población creció a un ritmo muy alto, de modo que
el ingreso per cápita aumentó solamente en 2,6%, y la
distribución del ingreso empeoró. Entre 1960 y 1973, la
economía latinoamericana creció contando con masivos
aportes de capitales internacionales, por la baja del tipo de
interés en los países centrales. La producción manufacturera
aumentó a una tasa de 6,8, incrementando su participación
en el Producto Interno Bruto de 21 a 26%; la inversión bruta
interna llegó a un 9% anual. Pero ya el modelo ISI empezaba
49
50
Pérez, op. cit. Pág. 449.
Ibíd. Pág. 446.
))
53
a agotarse: al alcanzar el límite de la demanda interna,
subieron los costos de producción, bajaron las ganancias
empresariales y la llegada de capitales. Reapareció con
todo ello el fantasma de la inflación (agravada en la década
siguiente con el alza de los precios del petróleo) como
resultado del uso del déficit para mantener la expansión. Las
tensiones sociales aumentaron, al no encontrar los migrantes
del campo trabajo en las ciudades, mientras crecía la
demanda de alimentos que debían ser importados, sin que la
productividad agrícola mejorara, en desmedro de la balanza
comercial y aumentando la brecha inflacionaria51.
Aunque había grandes diferencias entre países, en este
período y producto de la disminución de la mortalidad
debido a las políticas de fomento de la salud y de los
adelantos médicos52, Latinoamérica estaba en el momento
más alto de su crecimiento demográfico, habiendo en veinte
años pasado de 166 millones de habitantes, en 1950, a 286
en 1970, quienes se volcaban mayoritariamente a los centros
urbanos53.
Hasta 1960, las políticas ISI lograron que el crecimiento del
sector secundario de la economía absorbiera la emigración
del campo a la ciudad, sin que los servicios estatales crecieran
en exceso; pero ya a fines de la década surgieron los primeros
signos de ello. Las tensiones sociales así generadas fueron
51
52
53
Pérez, op.cit. Pág. 448.
Y sin haber aún una reducción en la tasa de fecundidad debido al uso masivo
de anticonceptivos y al cambio de valores con respecto a la familia.
Ibíd. Pág. 450.
resueltas por medio de golpes de Estado militares (Brasil,
1964 y Argentina, 1966) o desmantelando las organizaciones
sindicales críticas en otros países54.
Estados Unidos y su influencia
en las Fuerzas Armadas
La ola de prosperidad de las economías desarrolladas había
infundido confianza en sus respectivos modelos tanto a
EE.UU como a la URSS, países que realizaban una promoción
activa de dichos sistemas en América Latina, con la “Great
Society” de Lyndon B. Johnson y el salto al comunismo
anunciado por Nikita Jruschov, mientras que hasta la Iglesia
Católica intentaba renovarse, en el Concilio Vaticano II.
A fines de la década del 50, la región estaba gobernada por
regímenes civiles, aunque no todos pudieran ser calificados
de democráticos, siendo las dictaduras militares solo cuatro.
Pero el éxito de la Revolución Cubana reactivó el apoyo de
Estados Unidos a regímenes anticomunistas. Entre 1962 y
1964 hubo ocho golpes militares, llegando en la década de
1970 a existir hasta dieciséis gobiernos autoritarios55.
El gobierno de Kennedy se abocó a promover una
transformación de las estructuras sociales y políticas
54.
55.
Pérez, op. cit. Pág. 453.
Ibíd. Pág. 453.
))
55
latinoamericanas de una manera que las protegiera de la
tentación revolucionaria. Diversos historiadores coinciden en
que sus propuestas estaban sustentadas tanto en una teoría
general sobre las condiciones necesarias de los procesos
revolucionarios, como en las lecciones aprendidas en la
descolonización de Asia y África. Una de las experiencias
replicables era las reformas agrarias aplicadas exitosamente
en Japón, Corea del Sur y Formosa, que habían removido
obstáculos al crecimiento económico y suavizado tensiones
sociales. Otra, la necesidad de lograr un mejor conocimiento
de las masas populares de las sociedades para favorecer el
desarrollo de actores que se opusieran a la revolución.
Estas políticas fueron promovidas por medio de la Alianza
para el Progreso (APP), que propugnó tanto las reformas
agrarias como una rápida y amplia industrialización en
América Latina, para lo cual Estados Unidos transfirió 20
millones de dólares a lo largo de diez años, complementados
con una inversión endógena de similar monto, teniendo
como objetivo un crecimiento del producto bruto per cápita
de 2,5% anual.
Esto implicaba un incremento de las funciones y recursos del
Estado y una reforma impositiva para aumentar y redistribuir
la carga fiscal, creando con ello estructuras sociales y políticas
capaces de encuadrar y canalizar a las masas56.
56
Halperin Donghi, op.cit. Pág.540.
Por sobre las soluciones dictatoriales para la región, el
gobierno de Kennedy confiaba en que las corrientes
reformistas moderadas –que le habían sido leales– tendrían
mayor manejo de los problemas políticos. Pese a ello, parte
de los fondos aportados estuvieron destinados a los ejércitos,
a quienes incitaron a adquirir funciones de desarrollo
económico social que los vincularan a las masas rurales,
supliendo la ausencia del Estado y de los partidos políticos
en zonas apartadas donde podía incubarse la amenaza
guerrillera prometida por Cuba.
La presencia estadounidense en América Latina se volvió
más compleja y diversa, y más capaz de influir en la nueva
política de masas que se abría en el continente, buscando a la
vez la transformación y la conservación, pero en un contexto
de grandes cambios, donde en situaciones críticas tendió
a primar el objetivo de corto plazo –la seguridad– sobre el
desarrollo económico y las reformas sociopolíticas.
Tras el asesinato de Kennedy, en 1963, la administración
Johnson priorizó el objetivo de conservación del orden,
abandonando la opción en pro de la democracia
representativa. Por su lado, la doctrina de seguridad nacional
convertía a los ejércitos en protagonistas de la vida nacional,
al encabezar una empresa que unía la guerra y la política al
servicio de una misión heroica de defensa contra un enemigo
mundial, oculto tras los muchos conflictos que atravesaban
la región: el comunismo.
))
57
Cambios sociales:
nuevas costumbres
Algunos historiadores opinan que, pese a la sensación
de amenaza por la ofensiva revolucionaria, los sectores
dominantes en la región participaron del optimismo que
inundaba al mundo desarrollado, manifestando una confiada
y poco polémica apertura a las innovaciones de forma y
contenido de la vida colectiva provenientes del primer
mundo, que corroían las bases morales del orden vigente.
Por el contrario, afirman, estas manifestaciones de la
contracultura –que provenían de progresos en las
comunicaciones y transportes (el avión y el teléfono) y en
la biología, como la píldora anticonceptiva– constituían un
anticipo liberador para vidas hasta entonces encerradas en
costumbres estrechas y fueron bien recibidas por los sectores
privilegiados así como por quienes, desde las clases medias y
populares, cuestionaban el orden social.
Otros, sin embargo, apuntan más bien a observar una actitud
recelosa e, incluso, de abierto rechazo a las novedades que
–sobre todo en materia de comportamientos juveniles–
llegaban desde el norte. Pero es posible que, precisamente,
la apertura estuviera entre los jóvenes, en tanto los adultos
mantuvieron una actitud bastante más conservadora.
Esta diferencia, precisamente, es a la que aludían quienes
participaban de la industria de la entretención y las
revistas juveniles que analiza este estudio, presentándolas
a la vez tanto como medios de expresión y como una
manera de influir sobre ellos para adaptar a la chilena las
radicales y peligrosas transformaciones que se veían venir
irremediablemente.
Incluso la Iglesia Católica, tradicional defensora del orden
establecido, había permitido el surgimiento de la Teología
de la Liberación, que encontraba eco en amplios sectores
en Latinoamérica y se sumaba, con el Concilio Vaticano II,
al conjunto de signos de la debilidad ideológica del orden
establecido, por mucho que los sectores revolucionarios no
constituyeran por su parte una alternativa coherente. En ese
contexto de apertura al cambio, los ejércitos tendieron a
verse a sí mismos como solitarios adalides en una sociedad
que avanzaba con frivolidad hacia el desastre57.
Las “tormentas de 1968”, extendidas desde Praga hasta México
y que pasaron por el sur de América Latina, expresaban la
impaciencia ante la demora en las transformaciones radicales
que se venían anunciando desde principios de la década,
y mostraban la fragilidad de sistemas político-sociales
aparentemente sólidos. En América Latina revivieron las
esperanzas revolucionarias aunque, retrospectivamente, sea
posible ver que anunciaban la curva descendente.
57
Para profundizar en estos aspectos históricos, ver las obras citadas del
estadounidense Patrick Barr Melej, del argentino Tulio Halperin Donghi
y González, y Primeras culturas juveniles en Chile: Pánico, malones, pololeo
y matiné, del historiador chileno Yerko González 2011. En línea. Última
recuperación: 01.07.2014, de versión en línea de Revista Atenea (Concepción)
n.503, pp. 11-38. <http://dx.doi.org/10.4067/S0718-04622011000100002>.
))
59
Paralelamente, los países del continente buscaban entrar a
la modernidad. Pero no hay ‘una’ manera de ser modernos, y
tuvieron que construir la suya, recorriendo distintas etapas y
rutas que las seguidas por europeos o estadounidenses.
La modernidad latinoamericana comenzó con la
Independencia, a principios del siglo XIX. Hay una influencia
fuerte de la ideas de la Ilustración, readecuadas por el nudo
cultural indo-ibérico que las resistió en parte. Son adoptadas
las ideas liberales, incluso las formas republicanas de gobierno,
pero restringiendo la participación del pueblo; se renuncia a
la industrialización, para articularse dentro del orden mundial
como exportadores de materias primas, manteniendo en
el atraso los otros sectores productivos. A pesar de estas
limitaciones, la identidad cultural es reconstruida y los valores
de la libertad, la democracia, la igualdad racial, la ciencia y la
educación laica y abierta arraigan, desplazando a los valores
coloniales58.
En la primera mitad del siglo XX, se derrumba el poder
oligárquico, emerge la “cuestión social” y se incorporan las
clases medias a regímenes de carácter populista, comenzando
un proceso de industrialización que sustituye importaciones
de bienes de consumo. Aunque las clases trabajadoras no
tuvieron participación activa en el sistema político, estos
gobiernos desplegaron políticas clientelísticas hacia ellos.
Surgió una conciencia anti-imperialista y la revalorización del
mestizaje y las culturas aborígenes.
Bajo la influencia de la depresión del 29, emergieron
visiones muy pesimistas sobre la identidad, que intentan
rescatar los elementos hispánicos. Se perdieron las certezas
decimonónicas y los grandes debates giraron en torno a la
apertura política, el reconocimiento de los derechos sociales
y la urgencia de industrialización59.
Tras la Segunda Guerra Mundial, coinciden algunos
historiadores, los Estados asumieron un fuerte rol en la
58
59
Ver Larraín, Jorge, La trayectoria latinoamericana a la modernidad. En Estudios
Públicos Nº 66, (otoño) Centro de Estudios Públicos, Santiago de Chile, 1997a.
Pág. 320.
Larraín, op.cit. Pág. 321.
))
61
promoción del proceso de industrialización, en comparación
con el de la empresa privada; y creció la preponderancia
del capital extranjero en relación al nacional, dado que el
proteccionismo terminó beneficiando a las corporaciones
multinacionales. Finalmente, los beneficios de la moderada
versión del Estado de bienestar de los gobiernos populistas
y los avances de la industrialización alcanzaron solamente a
sectores de de capas medias y obreros organizados, dejando
excluidas a las mayorías60.
En términos culturales, este proceso estaría caracterizado por
un ‘tradicionalismo ideológico’, que alude a la reinterpretación
de valores modernos en contextos diferentes, resultando
en un reforzamiento de las estructuras tradicionales.
Específicamente, en este caso, la disposición de los sectores
dirigentes a promover cambios en la economía, pero no en
las esferas social y cultural –donde continuarían defendiendo
valores tradicionales de respeto al orden, defensa de
la institución familiar y la tradición, erosionando así la
democracia. Este tradicionalismo, además, estaba arraigado
en el enorme poder e influencia de la Iglesia Católica, dada
la situación de privilegio que gozó durante la Colonia, y su
articulación con los poderes oligárquicos para mantener el
orden político y social y el control sobre las personas61.
60
61
Ver Halperin, Pérez y Larraín, obras citadas.
Larraín, Jorge. Identidad y modernidad en América Latina. Editorial Océano de
México, Ciudad de México, 2004. Pág. 236.
capítulo tres
nuevos actores sociales asoman
en la sociedad chilena
))
65
EN 1960, CHILE TENÍA UNA POBLACIÓN de 7,6 millones
de personas. En Santiago, la población se duplicó entre
1952 y 1970, año en que alcanzó los 2,8 millones de
habitantes. La tasa de crecimiento poblacional aumentó
sostenidamente durante la primera mitad del siglo XX,
pasando de 6,9 en 1900 a 11,3 en el quinquenio 1950-1955
y a 12,6 en el correspondiente a 1960-196562. Entre 1950 y
1970 la población creció de 6 a 9 millones y medio, con una
composición por sexo casi paritaria.
El país, en 1960 vivía la llamada ‘transición demográfica’, que lo
llevó desde altas tasas de natalidad y mortalidad, al descenso
de ambas: ya la tasa de mortalidad general bajó a 12,3 por
1.000 y la tasa de mortalidad infantil de 120 por 1.000, mientras
que la global de fecundidad todavía era relativamente alta:
53 por 1000 en el quinquenio 1950-1955 y descendiendo a
3,8 en 1971. La esperanza de vida aumentó de 54,8 –entre
1950 y 1955– a 58,05 entre 1960 y 1965, para llegar a 63,57
entre 1970 y 1975. En 1950, el 41,7% de la población tenía
menos de 14 años, en tanto las personas entre 15 y 24 años
constituían el 18,2% en 1950 y el 18,8 en 197063.
La población urbana, en 1960, era ya el 68,2%; en 1970
había llegado al 75,1%64. Gran parte estaba concentrada
62
63
64
Flacso. Mujeres Latinoamericanas en cifras. Santiago de Chile, 1992. En
línea. Ultima recuperación el 01.07.2014 desde <www.eurosur.org/FLACSO/
mujeres/chile/demo-1.htm>
Ibíd.
Cepal. Boletín demográfico Nº75, América Latina: Urbanización y Evolución
de la Población Urbana, 1950-2000. Santiago de Chile, 2005. Pág.6.
en Santiago que, en 1970, tenía 2,8 millones de habitantes.
Los campesinos migraban masivamente a las ciudades,
expulsados por la falta de trabajo y las duras condiciones de
vida; en las ciudades presionaban por un lugar donde vivir,
por trabajos y por acceso a la educación.
El proceso político y los
problemas económicos
La crisis de la República oligárquica en los años 20 se había
negociado y finalmente desembocó en los gobiernos del
Frente Popular, que reorganizaron la economía y concretaron
cambios demandados por amplios sectores sociales, entre
ellos las mujeres, que luchaban por el pleno derecho al
sufragio universal y por mejoras en la legislación familiar y
social.
Aunque el nivel de vida de los trabajadores urbanos, incluidas
las capas medias, mejoró consistentemente, el crecimiento
de la economía –producto de la sustitución de exportaciones
impulsada por esos gobiernos– llegó pronto a sus límites,
produciéndose continuas crisis económicas que tensionaron
al máximo al Estado, convertido en un articulador de
demandas sociales.
Tras la derrota de los últimos vestigios frentepopulistas, en
1952, a manos de Carlos Ibáñez, cuyo segundo gobierno
terminó en un círculo vicioso de alzas, en 1958 triunfó el
))
67
candidato de la coalición de derecha, Jorge Alessandri
Rodríguez, quien derrotó a Salvador Allende, por segunda
vez candidato de las izquierdas, por solo 30.000 votos.
El ‘gobierno de los gerentes’, como fue llamado, enfrentó
aproximadamente el mismo escenario que su antecesor:
las medidas neoliberales, que buscaban abrir la cerrada
economía fabril chilena a los avatares de los mercados
mundiales, incluyeron desregulaciones de las relaciones
laborales, enérgicamente resistidas por las organizaciones
sindicales, ahora conducidas por socialistas y comunistas.
El sistema de multipartidismo instalado desde los años
del Frente Popular entró en crisis. En 1964, la derecha, con
temor porque el nuevamente candidato Allende ganase esta
vez, apoyó a una tercera fuerza emergente, la Democracia
Cristiana con Eduardo Frei Montalva, cuyo programa de
gobierno recogía reivindicaciones ‘reformistas’ como la
nacionalización del cobre, la Reforma Agraria y la Promoción
Popular, dentro de una nueva propuesta de “Revolución en
Libertad”. Frei M. implementó esta última con el apoyo de
Washington65. Así, abrió espacios de participación social a
los pobladores, estableciendo redes de clientelismo político
con los nuevos sectores organizados. De este gobierno son
las leyes de Juntas de Vecinos y Centros de Madres, la de
65
Para mayor desarrollo, ver Hartlyn y Valenzuela, La democracia en América
Latina desde 1930. En Bethell, L., Historia de América Latina. Tomo 12. Política y
sociedad desde 1930. Cambridge University Press, Critica Grijalbo Mondadori.
Barcelona, España, 1997. Pág. 51.
Sindicalización Campesina y la de Reforma Agraria, como ya
fue dicho. A ello hay que sumar la distribución gratuita de
anticonceptivos, mediante el Servicio Nacional de Salud,
además de la venta de los mismos a libre demanda en las
farmacias.
La derecha se opuso con todas sus fuerzas a las transformaciones
en el campo, que rompían un acuerdo implícito en la política
chilena de respetar el poder tradicional de ese sector en el
mundo rural. También la izquierda se sentía desafiada por la
intromisión con apoyo estatal de los democratacristianos en el
movimiento sindical y la movilización de los habitantes de las
periferias urbanas, los pobladores66.
Pese a la radicalidad de estas reformas, la incapacidad
del modelo económico de satisfacer las demandas
sociales en ascenso provocó la agudización de las luchas
sociales. El conflicto social fue político, entre clases. Los
democratacristianos no consiguieron instalarse como partido
mayoritario y, en las elecciones de 1970, se enfrentaron a la
derecha y a la Unidad Popular, alianza de los partidos de
izquierda, que resultó ganadora con el 36% de los votos –
porcentaje menor que el obtenido en 1964–, mayoría relativa
respetada por la mayoría democratacristiana en el Congreso,
dándole acceso a la Presidencia por primera vez a una
coalición encabezada por un socialista, con un programa de
transformaciones radicales67.
66
67
Hartlyn y Valenzuela, op. cit.
Ibíd.
))
69
Sin embargo, y pese a la sensación generalizada de graves
problemas económicos, la tasa general de crecimiento anual
per cápita de 1960 a 1970 no fue tan baja: 2,6 %. El mayor
problema era la creciente tasa de inflación. Alessandri R.
partió con una tasa de 33,1%, que logró reducir al 5,4 y al
9,4% en los dos años siguientes; pero en 1963 había vuelto a
subir a 45,9%. Frei M. consiguió morigerarla al 17,9% en 1966,
pero luego volvió a subir hasta el 34,9% en 197068.
La mayor debilidad del Estado residía en su dependencia
de las importaciones y de los fluctuantes precios de sus
exportaciones: casi un tercio de la recaudación impositiva
provenía del sector del cobre y de las importaciones. Las
variaciones de los ingresos así derivados provocaban un
déficit fiscal que era solucionado mediante la deuda externa,
que creció de 598 millones de dólares (1960) a 3 mil millones
en 1970.
La dependencia económica respecto de los Estados Unidos
era evidente. Cerca del 40% de las importaciones chilenas
procedían de allí, así como la mayoría de los créditos exteriores
que obtenía Chile. La mitad de la deuda pública nacional, a
1970, era con dicho país, que era también el principal inversor
extranjero, sobre todo en la minería. Además, proporcionaba
empréstitos de la AID (Ayuda internacional) y apoyo militar.
Por su parte, la agricultura se acrecentaba menos que el
68
Angell, Alan, Chile, 1958-c. 1990. En Bethell, L., Historia de América Latina.
Tomo 15. El Cono sur desde 1930 . Cambridge University Press, Critica
Grijalbo Mondadori. Barcelona, España, 1997 b. Pág. 258.
crecimiento demográfico, por lo que era necesario importar
cantidades crecientes de alimentos. Algunos acusan de
ello a las presiones políticas para mantener los precios
agrícolas bajos, pero otros consideran que fue debido a la
distribución desigual de la propiedad de la tierra. El poder
económico estaba restringido a un círculo estrecho de
personas, así como las finanzas, la agricultura, la industria y
la construcción, concentradas en pocas manos. La industria,
por su parte, dependía del proteccionismo del Estado,
cobraba altos precios y casi no exportaba. La distribución de
la renta reflejaba las desigualdades sociales; aunque mejoró
levemente entre 1954 y 1968, cuando el quintil más pobre
aumentó su participación en las rentas totales de 1,5 a 4,9,
mientras el decil más rico descendía de 49 a 35 %. La tasa de
desocupación bajó del 7,3% en 1960 a 3, 5% en 197069.
Los actores sociales
Para los fines de este libro interesa profundizar en la
descripción de dos actores sociales, uno tradicional –las
clases medias– y otro emergente, la juventud.
69
Angell, op.cit. Págs. 260-262.
))
71
Las clases medias
Señalan los sociólogos chilenos Espinoza y Barozet70 que,
en América Latina, la presentación de las capas medias
debe sustentarse en su definición histórica específica. En
el caso chileno, son grupos urbanos ocupados en el sector
servicios, sobre todo estatales. Emergieron en el siglo XIX,
fundamentalmente como artesanos y, a partir de la segunda
mitad de ese siglo, crecieron integrados por funcionarios
públicos o empleados de empresas privadas. Para el siglo XX,
ya era un sector social con fuerte identidad en el imaginario
social nacional y entre 1920 y 1970 desplegaron una
identidad y un proyecto como grupo social, influyente, pese
a no controlar el poder político. Esto le dio acceso privilegiado
a recursos estatales y beneficios sociales y previsionales71.
Desarrollaron un discurso sobre el bien común, la justicia
social y el progreso, del que fueron los principales adalides.
Pero, aunque el desarrollo industrial, promovido desde el
Estado, y los sistemas de protección social mejoraron la
condición de sectores importantes de la población chilena,
permanecieron fuertes desigualdades y precariedad en los
mismos recursos a los que la clase media tenía acceso72.
70
71
72
Espinoza, Vicente y Barozet, Emmanuelle. Capítulo 5 ¿De qué hablamos
cuando decimos “clase media”? Perspectivas sobre el caso chileno. En El arte
de clasificar a los chilenos, enfoques sobre los modelos de estratificación en
Chile. Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2009.
Espinoza y Barozet, op.cit. Pág. 108.
Ibíd. Pág. 8
Uno de los rasgos distintivos de este sector era su alto capital
cultural, con un promedio entre ocho y once años de estudios
en 1960. Sus niveles educacionales eran incluso mayores que
los de sectores empresariales y, desde luego, muy superiores
a del mundo popular, del que los separaba una brecha no
menor a cinco años de estudios. Pese a que en los años 50 y
60 fue expandida la cobertura de las enseñanzas secundaria
y universitaria, no se redujo la tasa de analfabetismo, porque
la educación básica –sobre todo en el campo– no tuvo un
desarrollo similar73.
La historiadora chilena Azún Candina74 describe así a las
clases medias de mediados del siglo XX: “Se trataba de los
individuos y familias que habían superado la pobreza indiscutible
de campesinos, vagabundos y obreros de baja calificación, y
que además vivían de una manera que puede calificarse como
urbana tanto en el sentido de haber accedido a los adelantos
materiales y tecnológicos de las ciudades modernas como de
haberse integrado a la oferta cultural y a la actividad política y
social de las ciudades; la vida ciudadana del país”.
El elemento diferenciador fundamental respecto a los
sectores populares era su educación formal y su capacidad de
expresarse y relacionarse con los demás, así como la correcta
presentación personal, limpia y ordenada. Los sectores
medios debían vestirse o alhajar su hogar de acuerdo a su
73
74
Espinoza y Barozet, op.cit. Pág. 6.
Candina, Azún, Por una vida digna y decorosa. Clase media y empleados
públicos en el Chile del siglo XX. Editorial Frasis, Santiago de Chile, 2012. Pág.11.
))
73
nivel social, lo que les provocaba fuertes tensiones cuando
sus recursos materiales los ponían al límite de lo socialmente
adecuado. Estas actitudes dieron paso a acusaciones de
arribismo e, incluso, de que en su afán de aparentar más allá
de su capacidad económica vivían al día, despreocupados
del mañana75.
Dos estudios sociológicos referidos a las mujeres de clase
media permiten inferir sus valores familiares.
El primero, de Armand y Michelle Mattelart76, recogió
opiniones de una muestra de hombres y mujeres de varios
estratos sociales, y preguntó por la imagen respectiva de
cada clase social. Todas las citas siguientes corresponden a él.
A las mujeres de clase media las describían como portadoras
de un “tradicionalismo urbano contemporáneo”; es decir,
como personas que adherían a los valores de la modernidad,
pero aspiraban a preservar valores éticos y concepciones
tradicionales respecto a la desigualdad social. De ahí,
entonces, la aspiración de sostener un modelo familiar,
propio del ideal burgués, como grupo primario de relaciones
afectivas amenazadas por la vida urbana, y sustentado en “un
conjunto de privilegios entre los cuales está una estructura de
servicios domésticos de bajo costo que libera a la mujer de las
preocupaciones del hogar”. Según los autores, esto contribuyó
75
76
Candina, op cit. Pág. 73.
Mattelart, Armand & Michelle, La mujer chilena en una nueva sociedad.
Editorial del Pacífico, Santiago de Chile, 1968.
al “familismo” y al “sistema de clientelas” que construye la gran
familia de la clase media urbana.
Las mujeres de capas medias eran vistas por hombres y
mujeres de la clase media superior como conscientes de
haber ganado su posición con esfuerzo y afán de superación,
lo que les daba una gran ventaja para integrarse al mundo
actual, con su actitud abierta y adaptable. Eran instruidas,
activas intelectualmente, productivas y aportadoras;
luchaban a la par con su marido por su hogar. A diferencia
de los hombres, tenían como referente a las mujeres de clase
alta, en tanto trataban de alcanzar la sofisticación y elegancia
de aquellas, sin conseguirlo, sobre todo, porque no tienen los
medios.
Las mujeres de clase media inferior observaban en las
de clase media su condición de mujeres de trabajo y de
su casa, manteniendo la noción de esfuerzo, pero sin la
integración al mundo externo. Las mujeres de sectores
populares enfatizaban la superioridad de ellas en educación,
recursos económicos y participación, criticando su arribismo
y pretensión de aparentar como si fueran de clase alta. Los
hombres las veían como rivales en el campo del trabajo.
Desde las clases superiores, se las reconocía como
trabajadoras, organizadas y deseosas de progresar, pero
con una ambición limitada a metas económicas. Un grupo
pequeño las describe como burdas respecto a las de
clases superiores. Los hombres apreciaban su mayor nivel
educacional, sin rescatar el esfuerzo, e incluso criticándolas
))
75
por no tener la figuración y altura moral de la mujer ideal de
clase alta.
En su análisis biográfico de mujeres de clase media el
sociólogo argentino Carlos Borsotti apunta a un campo de
orientación a la acción compartido, a pesar de las diversidades
internas: el ascenso o estabilidad social, afincado en la
educación universitaria de los hijos, “el individualismo como
método de acción social, el consumo simbólico, la estabilidad y
la seguridad en el empleo con la consiguiente previsibilidad, la
gratificación sicológica centrada en las relaciones personales
intrafamiliares”77. El autor advierte la tensión que implicaba el
logro de estos valores en un ambiente difícil, y el rol clave de
la mujer en la estrategia familiar para alcanzarlos, motivando
a los integrantes de la familia, y organizando y administrando
los recursos económicos, sicológicos y sociales del grupo.
Por su parte, el sociólogo chileno Pablo Huneeus entregó
una visión negativa de las capas medias funcionarias. A fines
de los 60, las caracterizaba por la tensión entre sus carencias
materiales y el temor a ser confundidos con los sectores
populares, sus escasos recursos, la necesidad de llevar una
vida ‘decente’, sin ensuciarse las manos con el trabajo manual;
por el deseo de cambios y el temor a perder sus pocos
privilegios; el resentimiento frente a una jerarquía que los
dominaba y la tradición de “actuar suavemente sin mostrar
77
Borsotti, Carlos, Tres mujeres chilenas de clase media. En Covarrubias, P.
& Franco, R., Chile, Mujer y Sociedad. Fondo de las Naciones Unidas para la
Infancia, Santiago de Chile, 1978. Pág. 282.
rencor”78, entre el inconformismo y la resignación a las
“humillaciones cotidianas”, provenientes de incomodidades
materiales y deudas; el deseo de libertad y la necesidad
funcionaria de adaptarse a la norma; entre las ansias de
rebelarse y la costumbre de agradar para obtener pequeñas
prebendas.
78
Huneeus, Pablo, Hombres de gris. En Godoy, H. Estructura social de Chile.
Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1971. Pág. 544.
))
77
La juventud
En todos los niveles sociales había miles de jóvenes
atraídos por las promesas de movilidad social de la
modernidad que, sin embargo, encontraban que las
puertas no estaban abiertas para todos. Así, a las luchas
en defensa del poder adquisitivo de los salarios, y por el
derecho a la vivienda, se agregaron –en 1967 y 1968– las
demandas de los jóvenes.
Por la todavía alta natalidad y mortalidad descendente,
Chile era un país joven: los jóvenes eran una proporción
desusadamente alta de la población general. En el concepto
de juventud, más allá de su objetiva base biológico/etaria,
en esa década cabían fundamentalmente los estudiantes,
lo que implicaba una definición de clase: en ese momento
estudiaban aquellos pertenecientes a los sectores medios
y altos, que disponían de tiempo y recursos materiales
para completar la enseñanza secundaria y acceder a la
universidad.
De todas formas, es necesario consignar que, en este
período, el sistema educativo experimentó una gran
expansión, pasando de una cobertura de 26,2% de la
población de 0 a 24 años de edad en 1950 a de 35,8% en
1964. El presupuesto nacional en educación creció del 4.0%
al 5.7% del PIB. En términos de cobertura, la enseñanza
básica pasó de 85% en 1964 a 96,8% en 1970; en tanto la
media saltó de 18% a 33,5% de la población de 15 a 19 años.
La cobertura de la educación superior pasó del 4°/o de la
población de 20 a 24 años (1961) al 9,2% en 197079.
Este crecimiento posibilitó el acceso al sistema de las
capas medias y obreras y, sobre todo, dio pleno acceso
a la escolaridad básica a grupos campesinos y urbanos
marginales. Aunque los problemas de repetición y deserción
seguían afectando, especialmente a esos sectores, la
presencia de las capas populares en la educación media y,
particularmente, en la modalidad técnico-profesional dio un
salto importante.
Movimiento estudiantil y reforma
El gran actor político emergente fueron, entonces, los
estudiantes universitarios, con el emblemático movimiento
estudiantil por la Reforma Universitaria. Sus banderas de
lucha, articuladas por la vía de los partidos de izquierda,
remitieron a cambios sociales estructurales, buscando la
toma del poder político –el gobierno– como camino para
realizar aquello.
El historiador nacional Yerko González señala que en el Cono
Sur los estudiantes ya habían emergido como actores sociales
desde el movimiento de los estudiantes en Córdoba en 1918,
donde lograron cambios que fueron bandera de lucha de
todos los movimientos universitarios posteriores de la región:
79
Núñez, Iván, Editor. Las transformaciones educacionales bajo el régimen militar.
Volumen 1. PIIE, Santiago de Chile, 1984. Pág. 22.
))
79
co-gobierno estudiantil, autonomía universitaria, derecho a
asociación y acceso de los sectores populares a la educación
superior80. En Chile, la Federación de Estudiantes de la
Universidad de Chile (Fech) había sido un importante actor
que encabezó movilizaciones populares durante los años
veinte, jugando un papel fundamental en la rearticulación de
las organizaciones civiles reprimidas durante la dictadura de
Carlos Ibáñez del Campo, al inicio de la década del 30.
De acuerdo a los historiadores Gabriel Salazar y Jaime Pinto,
la generación universitaria de 1967-8 fue la que ha tenido
mayor protagonismo en la historia de Chile, y lo hizo usando
como escenario espacios de lucha como la calle, la fábrica, el
fundo y la plaza, con métodos como las ocupaciones ilegales
o tomas. Estos autores plantean que es clave para entender
la identidad rebelde de esta generación el escenario de la
Guerra Fría y las guerras imperialistas contra los países como
Cuba, las nuevas naciones africanas y Viet Nam81.
Dentro de Chile, el gigantismo de las tareas de desarrollo
y revolución social llevó a una ‘explosión de las utopías’, que
implicaban derrotar política y militarmente al adversario,
tratando como respuesta de ser un gigante moral, teniendo
al Che Guevara como modelo. En ese contexto emergieron
nuevas agrupaciones políticas, como el MIR, el Mapu
80
81
González, Yerko. Sumar y no ser sumados: culturas juveniles revolucionarias.
Mayo de 1968 y diversificación identitaria. En Alpha Nº 30, 11-128., 2010. Pág.
114.
Salazar, Gabriel y Pinto, Jaime, Historia Contemporánea de Chile, T. V. Niñez y
Juventud. Editorial LOM, Santiago de Chile, 2002b. Pág. 200.
(Movimiento de Acción Popular Unitaria) y la IC (Izquierda
Cristiana), compuestas por menores de 24 años, que querían
romper con la tradición parlamentaria privilegiando la acción
directa, apropiándose del espacio público.
Iglesia joven
El movimiento juvenil de estos años tuvo varias vertientes. La más
visible fue el movimiento por la reforma universitaria, así como
la participación en nuevos movimientos políticos. Pero también
fue elemento importante el componente religioso, dado por
los jóvenes que, desde dentro del catolicismo, cuestionaban su
conservadurismo, y el componente cultural, muy marcado por
la influencia de los movimientos juveniles de los países centrales
y sobre todo por la música y la moda, como ya fue dicho.
La radicalización de sectores de jóvenes vinculados a la
Iglesia Católica, que buscaban el socialismo comunitario
llevó, en 1969, a la formación del Mapu, y, un año antes, a
que los movimientos de Iglesia Joven y Cristianos para el
Socialismo, se tomaran la Catedral de Santiago, demandando
que la iglesia se vinculara con las luchas del pueblo.
La idea había surgido de grupos radicados en las parroquias
poblacionales de San Pedro y San Pablo (San Miguel) y San
Luis Beltrán (Barrancas, hoy Pudahuel), con el apoyo de
pobladores de La Castrina y Malaquías Concha; e involucró
a pobladores, sacerdotes, estudiantes, intelectuales y
profesionales cristianos.
))
81
Estas expresiones, sin embargo, no encontraron eco en las
páginas de los medios de comunicación destinados a la
juventud.
Nuevas señas de identidad juvenil
Esta generación se distinguió, además, por formar parte de un
proceso de cambio cultural expresado, fundamentalmente,
en la música; pero que abarcó muchos otros ámbitos.
Como señalé en el Capítulo 1, la cultura juvenil se había
convertido en dominante en los países centrales, con fuerte
hegemonía anglosajona, imponiendo nuevas valoraciones en
la apariencia personal, la música y las libertades individuales.
En Chile, el primer desembarco de esa corriente contracultural
ocurrió a fines de los años 50, con mayor protagonismo e
influencia del cine estadounidense. Películas como The Wild
One, Semilla de Maldad y Rebelde sin causa, presentaron a
los jóvenes chilenos el rockanrroll y a sus héroes juveniles
rebeldes, duros, incomunicados con el mundo adulto,
masculinos, trajeados con jeans, chaqueta de cuero y
montando motocicletas82.
82
González, Yerko. Primeras culturas juveniles en Chile: Pánico, malones, pololeo y
matiné, 2011. En línea. Ultima recuperación: 01.07.2014, de versión en línea
de Revista Atenea (Concepción) n.503. Pág. 29.
<http://dx.doi.org/10.4067/S0718-04622011000100002>
A propósito de la muerte de su joven polola de la que fue
acusado, Carlos Boassi Valdebenito, el Carloto, de 17 años,
de clase media acomodada, fue convertido por los medios
en el emblema de los ‘coléricos’, como la sociedad empezó
a llamar a los grupos de jóvenes que habían adoptado las
señas de identidad de la rebeldía juvenil estadounidense.
La prensa y las autoridades reaccionaron con preocupación
ante el drama, acusando a los cambios modernizadores,
que trastocaban los roles de padre y madre y debilitaban la
debida vigilancia hacia los jóvenes, facilitándoles dinero para
ocio y diversiones, y dando lugar a una formación de ‘patotas’
o ‘pandillas’ en las que primaban conductas ‘desviadas’, en
espacios fuera del control familiar83.
Esos espacios de sociabilidad solían ser las pequeñas plazas
vecinales, las fiestas organizadas cooperativamente en las
casas o locales comunitarios (‘malones’), los lugares públicos
para bailar (boites y después discoteques) y las salidas de
las matinés, funciones de cine en las primeras horas de
la tarde. En ellos, los jóvenes experimentaban las nuevas
ropas, modales y, sobre todo, las primeras aproximaciones
amorosas84.
Como observan Salazar y Pinto, la primera reacción de
los jóvenes chilenos fue imitativa, sin mayor reflexión
contracultural, y se expresó en el movimiento musical
83
84
González, op.cit. Pág 15.
Ibíd.
))
83
conocido como la Nueva Ola y en algunos intentos de
traducir el rocanrol al gusto de los jóvenes chilenos. La Nueva
Ola fue masiva y exitosa, adaptándose a los requerimientos
de la industria cultural que deseaba controlar los posibles
excesos juveniles; pero, por un breve momento, dio lugar a
una expansión de la escena musical juvenil.
Los rockeros, a su vez, fueron encontrando una voz propia
en el beat chileno. La reacción del mundo adulto ante estas
manifestaciones fue de rechazo, tanto desde la derecha –que
editorializaba contra el pelo largo y las costumbres peligrosas
de rockeros y hippies–, como por la izquierda, que los veía
como expresión de dependencia cultural85.
La respuesta cultural desde la izquierda fue la revitalización
del folklore latinoamericano, siendo parte del movimiento
del neofolklore y, sobre todo en su desarrollo posterior, la
Nueva Canción Chilena, que fusionó algunos elementos
del beat, pero reafirmando un fuerte compromiso social y
político con el cambio de estructuras.
Así, a fines de la década y comienzos de la siguiente, a los
espacios de sociabilidad señalados se sumaron los recitales
masivos y las peñas, más íntimas, como lugares donde los
jóvenes iban construyendo su identidad generacional86.
85
86
Salazar y Pinto, op. cit. Pág.151. Ver también el documental “Descomedidos
y chascones” de Carlos Flores que, aunque levemente posterior, muestra la
realidad de los jóvenes de comienzos de los 70.
Salazar y Pinto, op.cit., 2002b. Pág. 155.
Sin embargo, ni las más avanzadas expresiones políticas
juveniles cuestionaban el autoritarismo en las relaciones
dentro de la clase y sus organizaciones, ni menos al interior
de la familia. En la práctica, quienes participaban en tomas de
universidades, de terrenos o de iglesias, rompían con el orden
y desafiaban a la autoridad, pero no asumían en el discurso la
tensión que esto implicaba con el orden de género. Los y las
jóvenes rompían las normas tradicionales, pero no defendían
abiertamente la necesidad de cambios en esa dimensión de
la vida.
capítulo cuatro
género en Chile en la
década prodigiosa
))
89
ANTES DE REVISAR LA FORMACIÓN DEL SISTEMA de
relaciones de género en Chile, presentaremos las reflexiones
de algunos autores87 sobre identidad nacional.
Desde luego, la identidad nacional no es inmanente. Se va
construyendo en el devenir de las sociedades, incorporando
nuevos elementos y dejando atrás otros; tampoco tiene
un carácter monolítico: pueden coexistir identidades
contrapuestas dentro de cada sociedad, entretejidas y
disputando una hegemonía en permanente cuestión, en
tanto los sectores subordinados luchan para dejar de serlo.
El relato identitario, entonces, es un proyecto y está en
permanente tensión.
Para el sociólogo chileno Jorge Larraín88 es posible distinguir
algunos rasgos identitarios de larga duración. El primero es
la combinación de centralismo y autoritarismo, arraigado
en la burocracia legalista y autoritaria que impuso la corona
española durante la Colonia y que ejercía, incluso, sobre la
administración eclesiástica. Este rasgo se agravaba en Chile
por las dificultades de comunicación dentro del territorio.
La alta valoración del rol de la autoridad llegaba también
a las relaciones familiares y empresariales, manteniéndose
durante la República que valoró más el orden y la estabilidad
que la democracia y el respeto a los derechos civiles.
87
88
Jorge Larraín, Maximiliano Salinas, Eduardo Cavieres, Luis Corvalán M.
Larraín, Jorge, Identidad Chilena y el Bicentenario. Revista Estudios Públicos,
Nº 120 (primavera) . Centro de Estudios Públicos, Santiago de Chile, 2010.
El segundo rasgo de larga duración, y muy ligado al
autoritarismo, es “el legalismo hipócrita del ‘se acata pero no se
cumple’”89, que manifiesta una voluntad de obedecer, pero
sin intención de hacerlo. Esta característica está sustentada,
según este autor, en la actitud de los indios que admitieron
ser cristianizados para salvar la vida, sin tener verdadera
convicción. Otros estudiosos, como los historiadores también
chilenos Salinas y Cavieres, han aludido a la dificultad de
la autoridad para hacer cumplir las leyes, de modo que
prefería ignorar las trasgresiones para mantener la apariencia
de legalidad, dando por resultado una gran tolerancia a la
violación de las normas en la práctica, en tanto se mantenga
su validez en público90.
La tercera característica de larga duración es la religiosidad
popular basada en los ritos y el culto, en las procesiones y
actos masivos, diferenciados de la vida diaria. Y, un último
rasgo es el cortoplacismo y la imprevisión: Larraín postula
que ese rasgo está vinculado a la inseguridad vital vivida en
una Colonia permanentemente amenazada por la naturaleza,
la pobreza y la violencia. Era también una característica de
las culturas precolombinas, que entendían la historia como
destino inevitable y catastrófico –y no como progreso– y
consideraban que el futuro estaría gobernado por el pasado.
89
90
Ibíd. Pág. 14.
Salinas René y Corvalán, Nicolás. Transgresores sumisos, pecadores felices,
vida afectiva y vigencia del modelo matrimonial en Chile tradicional, siglos
XVIII y XIX. En Cuadernos de Historia, Nº 16, Chile: Departamento de Ciencias
Históricas , Universidad de Chile, 1996. Pág.1.
))
91
El lado positivo de esto es la capacidad de gozar el momento,
de vivir intensamente el día, dando espacio a la solidaridad y
compasión91.
Varios de estas peculiaridades constituyen el sedimento
sobre el cual son construidas y transformadas las relaciones
sociales y la cultura. Aunque las relaciones de género en Chile
han mutado desde la Conquista hasta ahora, es útil tenerlos
presentes para comprender ese devenir, ya que han tenido
continuidad hasta el período en estudio.
Estudios históricos de
género en Chile
Investigadores cercanos a la historia de las mentalidades (los
mencionados Salinas, Cavieres y Corvalán) han estudiado
la familia en Chile en los siglos XVII, XVIII y XIX, sin usar
explícitamente la teoría de género; pero entregando aportes
claves para comprender los orígenes y las transformaciones
que han vivido las familias en el país.
En la base de las relaciones instauradas en este nuevo mundo
entre hombres y mujeres, reconocen la concepción hispánica
de la superioridad masculina, articulada en las sociedades
coloniales en conjunto con la desvalorización de los nativos
91
Larraín, op. cit. Págs. 15 y 17.
de ambos sexos para elaborar un intrincado sistema de
estratos sociales, étnicos y de género. Los mencionados
autores han señalado que, en el modelo español, los roles
normales en la edad adulta eran los de marido y mujer unidos
en el matrimonio católico, cimiento de la familia, único lugar
para el ejercicio legítimo de la sexualidad, que buscaba la
reproducción y no el placer.
Todos los aspectos del ciclo familiar estaban regulados, y
había claras jerarquías de género. La autoridad la ejercía el
padre sobre todos sus miembros; el rol de las mujeres era
pasivo, sometido a la potestad del marido. La familia era,
sobre todo, una empresa común, con objetivos como la
sobrevivencia y la transmisión de patrimonios (si los había),
por sobre las motivaciones afectivas92.
Dada la rigidez de este modelo, Cavieres y Salinas han señalado,
al igual como otros historiadores de la familia novohispana
en la Colonia, que el rasgo central de esta sociedad era la
doble moral: normas extremadamente rígidas, legitimadas
religiosamente y sustentadas por el poder político y militar
del rey, pero confrontadas con una sociedad mestiza, donde
el modelo español no lograba imponerse completamente.
Han enfatizado también en la diversidad de formas familiares
existentes en esos siglos porque, aunque los modelos de
familia y relaciones de género fueron relativamente estables,
las prácticas eran bastante heterogéneas, dependiendo de
las circunstancias económicas y sociales.
92
Salinas & Corvalán, op.cit. Pág.11.
))
93
La hacienda fue la gran organizadora de la vida rural y ayudó
a definir el tipo de estructuras familiares, dentro y fuera de
ella; fuera, la situación de los pequeños propietarios y de
los habitantes de tierras marginales era más variada. Sin
embargo, predominaban los hogares con familia nuclear,
aunque manteniendo relaciones estrechas con la familia
extendida.
Otro aspecto abordado por estos autores, así como también
por Igor Goicovic93, otro historiador chileno, es la relación
entre espacio público y privado. Cavieres sostiene que los
límites entre vida pública y vida privada han experimentado
continuos movimientos, y son más elusivos de lo supuesto, y
Goicovic señala que la concepción del espacio doméstico en
ciudades y aldeas de la sociedad tradicional era integradora:
nacimiento, matrimonio y muerte ocurrían dentro de la casa,
en presencia de parientes y amigos; allí se demostraba el
apego a una vida cristiana. En la casa estaba el espacio íntimo
de cohabitación de la pareja, pero los límites físicos estaban
traspasados por la falta de puertas entre los cuartos, y por las
ventanas abiertas hacia la calle.
Por su parte, en su estudio sobre las formas de vida de la
oligarquía chilena, el historiador Manuel Vicuña señala que
93
Goicovic, Igor, Relaciones afectivas y violencia intrafamiliar en el Chile
tradicional, 2006. Recuperado el 12 de 9 de 2011, de Revista Electrónica Ibero
Forum, Universidad Iberoamericana: Disponible en línea en: <http://www.
uia.mx/actividades/publicaciones/iberoforum/1/pdf/goicovic.pdf>. Ultima
recuperación, 7.7.2014.
la familia cumplió un importante papel en la articulación de
estrategias para adecuarse a las demandas que la integración
a la economía mundial presentaba. La familia fue el “pilar de
la diversificación económica”94, ya que la red familiar permitía
cubrir una amplia gama de rubros económicos.
Vicuña sostiene que cuando la elite chilena se enriqueció
–hacia mitad del siglo– por el auge de la exportación de
productos agrícolas y el desarrollo minero, estuvo por primera
vez en condiciones de superar el estilo de vida holgado, pero
austero y rústico, que llevaba hasta entonces. Los hombres
adoptaron el modelo británico de elegancia, mientras que
las mujeres seguían la moda parisina, cambiando también los
valores, visibilizado en la tensión entre jóvenes derrochadores
y adultos austeros.
Dentro de esos cambios, desde 1860 los matrimonios en ese
sector dependieron cada vez más de los deseos y voluntades
de los posibles novios y menos de sus padres. Vicuña señala
que pese a no existir estudios como para afirmar cuál
tendencia predominaba, es importante reconocer que sí
ocurrió el cambio en la sensibilidad que percibe el amor como
elemento de valor crucial en el matrimonio y en la vida. Este
nuevo concepto de amor, el amor romántico, había emergido
en Europa a fines del siglo XVIII, pretendiendo unir el ideal
amoroso casto del matrimonio cristiano con elementos del
amor apasionado y erótico, tradicionalmente extraconyugal,
94
Vicuña, Manuel. La Belle Époque Chilena, Editorial Sudamericana, Santiago de
Chile, Sudamericana, 2001.
))
95
pero teniendo como proyecto la unión mística y permanente
de la pareja.
La cualidad propia del amor-pasión había sido generar
una ruptura con las normas y rutinas, vinculada a la
autorrealización y la libertad personal por el amor romántico
en que predominan los elementos emocionales, sublimes,
sobre el deseo sexual; aun cuando surge de una atracción
instantánea –el amor a primera vista– no era una expresión
de deseo erótico, sino un gesto comunicativo de dos seres
que intuían sus mutuas cualidades. Pero al sustentarse en la
libertad individual y la superioridad del sentimiento amoroso,
a la vez que llenaba de nuevos sentidos al matrimonio
moderno, lo ponía en riesgo ante la fuerza de esos mismos
sentimientos cuando desbordan las normas95.
Como indica Goicovic96, siguiendo al historiador inglés
Edward Shorter, el lazo roto en la nueva concepción de
familia es la dependencia de hijos hacia padres en la elección
de pareja. El amor es el factor determinante, y en los siglos
posteriores llegará a estar estrechamente vinculado con la
sexualidad, el matrimonio y la familia. Por cierto, esto relativiza
la noción del matrimonio para toda la vida.
Desde otro ángulo, la mirada y acción moralizadora de la
elite, en términos de controlar la sociabilidad y sexualidad
96
97
Giddens, Anthony, La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y
erotismo en las sociedades modernas. Editorial Cátedra, Madrid, España. 1995.
Pág. 19.
Goicovic, op.cit. Pág. 2.
desenfrenadas de los sectores populares, son abordadas por
numerosos autores. Maximiliano Salinas señala que, entre
1840 y 1925, la elite en el poder reconoció que para poder
construir una nación moderna –es decir, incorporada al
desarrollo del capitalismo industrial– debía terminar con la
vitalidad del mundo popular, su espíritu festivo y carnavalesco,
expresado en la comida, la música y el sentido del humor,
desplegados de manera desbordante en los espacios
públicos. Era necesario disciplinar las formas desordenadas
y trasgresoras de ser mujer y ser hombre: había que formar
en ellos el sentido del trabajo y el respeto al orden. Podría
decirse que, en este período, la elite comenzó a asumir la
tarea ‘civilizatoria’ de transformar al ‘roto’ y a la ‘chinganera’ en
trabajador responsable y buena esposa97.
Gabriel Salazar y Jaime Pinto, en el tomo IV de su Historia de
Chile, realizan un esfuerzo para comprender el sistema de
género dentro del proceso histórico nacional, vinculando
el desarrollo de las identidades de género de hombres y
mujeres de diferentes clases sociales. Plantean también el
origen violento de la constitución de las nuevas sociedades
novohispanas, desde su fundación mediante la guerra de
conquista como espacios territoriales abiertos donde fueron
impuestos poderes masculinos: dos tradiciones patriarcales
medievales (la monarquía y la Iglesia) y dos monopolios
masculinos: el de las armas y el del comercio de aventura.
97
Salinas, Maximiliano, Comida, Música y Humor. La desbordada vida popular.
En Sagredo, Rafael & Gazmuri, Cristián, Historia de la vida privada en Chile.
Tomo II (págs. 85-118). Editorial Taurus, Santiago de Chile, 2005. Pág.105.
))
97
Señalan el protagonismo masculino de la empresa de
Conquista, de alto riesgo y brutal, en que las normas
de convivencia tradicionales quedaron suspendidas
en beneficio del dominio de los más fuertes. El espacio
tradicional comunitario de las mujeres en la sociedad
española no fue replicado y el único papel posible para
ellas fue insertarse en esta lógica de dominio sobre los que
le son subordinados. Estos autores presentan un cuadro
dinámico de transformaciones en las identidades de las
clases dominantes y populares, preguntándose además por
el potencial articulador de dominación o de lucha liberadora
que despliegan hombres y mujeres desde sus situaciones
específicas98.
Los estudios sobre las mujeres en Chile
Los primeros estudios sobre la situación de las mujeres
en Chile fueron realizados, a partir de los ochenta, por
antropólogas, sociólogas y economistas que formaban parte
del movimiento antidictatorial de mujeres (Julieta Kirkwood,
1990; Sonia Montecino, y las autoras de Mundo de Mujer,
Continuidad y Cambio, 1988), acopiando gran cantidad de
información y análisis sobre el rol y la situación de las mujeres
chilenas.
98
Salazar Gabriel y Pinto Jaime, Historia de Chile, tomo IV, LOM Ediciones,
Santiago de Chile, 2002ª. Pág. 111.
Se los pude considerar como expresión de los llamados
“estudios de la mujer”99 que, aunque habían superado la etapa
de estudiar a la mujer como categoría ahistórica, víctima de
una opresión, se centraban en sus problemas de las mujeres,
sin referir al sistema de relaciones de género. Posteriormente
fueron incorporándolos a esta conceptualización y abriendo
la mirada al conjunto de relaciones entre ambos, así como a
estudios sobre la condición de los hombres.
Algunas de estas investigaciones habían abordado aspectos
históricos, en tanto era necesario recoger antecedentes para
comprender la situación actual, como es el caso de Ser política
en Chile100, centrado en los efectos de la política económica
de la dictadura, que transformó a las dueñas de casa en jefas
de hogar y proveedoras. Plantea la necesidad de analizar
el patriarcado en sus distintos momentos históricos para
explorar cómo los movimientos populares han confrontado
la opresión de las mujeres y realiza un primer trazado de la
trayectoria histórica de las políticas feministas.
De acuerdo al historiador estadounidense Thomas
Klubock101, el desarrollo de la historiografía de la mujer y
el género en los 90 respondió a una profunda crítica de la
99
100
101
Montecino, Sonia, Rebolledo, Loreto. Mujer y Género. Nuevos saberes en las
universidades chilenas. Colección de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.
Bravo y Allende, Editores. Santiago de Chile, 1995.
Kirkwood, Julieta, Ser política en Chile, Editorial Cuarto Propio, Santiago de
Chile, 1990.
Klubock, Thomas, Writing the History of Women and Gender in TwentiethCentury Chile. Hispanic American Historical Review 81, nos. 3-4, (493-518). Duke
University Press, Durham, NC, USA. August-November 2001. Pág. 495.
))
99
historia del trabajo y la izquierda tradicionales, enfocándose
en actores –las mujeres y los pobres urbanos– ignorados
por aquellas. En Chile, dos trabajos son claves: el ya indicado
de Julieta Kirkwood, y Labradores, peones y proletarios de
Gabriel Salazar102. Este último está enfocado en los efectos
en hombres y mujeres de la peonización a fines del siglo XIX,
que subraya el papel de las mujeres en la mantención de una
economía popular semiautónoma y la promoción de nuevas
formas de sociabilidad popular y expresión cultural.
Salazar ha influido en quienes han estudiado a las mujeres
trabajadoras de fines del XIX y principios del XX en diversas
regiones de Chile, documentando las actividades, modos
de vida y cultura que desarrollaban. Es posible señalar entre
ellas a las historiadoras Catalina Arteaga, Lorena Godoy,
Leyla Flores y Alejandra Brito, quienes han demostrado que
durante esa época muchas mujeres trabajaban y dirigían
familias, con una autonomía económica que les permitía
relaciones más fluidas con los hombres, ya que no estaban
en hogares patriarcales como en las clases medias y altas.
Igualmente muestran las constricciones históricas que les
eran impuestas, la inseguridad económica, la violencia
masculina y los esfuerzos de reformadores sociales, Estado e
Iglesia Católica para ordenar sus vidas.
La historia de la mujer del bajo pueblo introduce problemas
teóricos, como el accionar histórico y la subjetividad de
102
Salazar, Gabriel, Labradores, peones y proletarios, LOM Ediciones, Santiago de
Chile. 2000.
las mujeres subalternas, acogiendo las propuestas de la
historiadora estadounidense Joan Scott103 de hacer la
historia del rol del género como principio organizador,
reconociendo que las categorías de ‘subalterno’ o ‘popular’
eluden las diferencias de clase, etnicidad y género, que no
hay una experiencia femenina unitaria, y que la categoría
‘mujer’ es históricamente contingente y construida.
Por otra parte, la visión de la sexualidad del teórico francés
Michel Foucault ha motivado la revisión de los sistemas
discursivos e institucionales que disciplinaron a las mujeres
e impusieron el orden en sus actividades sociales y
económicas, así como en la sexualidad y la reproducción. La
historiadora chilena Karen Rosemblatt104, por ejemplo, en su
estudio sobre la cultura de izquierda bajo el Frente Popular
en Chile, y respecto al rol que partidos y Estado jugaron en la
transformación de las familias trabajadoras, indica que el ideal
fue convertirlas en bastiones de virtud proletaria, enseñado
los valores de domesticidad femenina y responsabilidad
masculina ya señalados.
Los historiadores estadounidenses Heidi Tinsman y
Thomas Klubock, en sus estudios sobre las relaciones
103
104
Scott, Joan, El género: una categoría útil para el análisis histórico. En Lamas,
Marta, El género: la construcción cultural de la diferencia sexual. PUEG, Ciudad
de México, México, 1996.
Rosemblatt, Karen, Por un hogar bien constituido. El Estado y su política
familiar en los Frentes Populares. En Godoy, Lorena, Disciplina y desacato:
Construcción de identidad en Chile. Siglos XIX y XX (págs. 181-222). Coedición
Sur/Cedem, Santiago de Chile, 1995.
))
101
de género en la Reforma Agraria105 y en la minería del
cobre106, respectivamente, ponen el foco más en las
luchas y negociaciones que en la imposición unilineal del
orden patriarcal, examinando cómo hombres y mujeres se
apropian y luchan con las normas e ideologías dominantes,
construyendo su propia versión del trabajo, el género y la
sexualidad.
Ximena Valdés y las investigadoras del Centro de Estudios
para el Desarrollo de la Mujer (Cedem) han mantenido una
línea de trabajo respecto a las familias y los géneros en el
mundo rural, analizando cómo han sido afectados por los
cambios estructurales ocurridos en la agricultura107. Más
recientemente, Valdés ha estudiado los procesos de cambio
en la vida privada en Chile, para lo cual recoge muchas de
las investigaciones mencionadas y propone también como
rasgo clave “la visible distancia entre los principios normativos
inscritos en la legislación y los comportamientos sociales de la
población que nuestra sociedad ha mantenido a partir de la
conformación del Estado republicano hasta el presente”108.
105
106
107
108
Tinsman, Heidi, Partners in conflict: the politics of gender, sexuality, and labor in
the chilean Agrarian Reform, 1950-1973. Duke University Press, Durham, USA,
2002.
Klubock, Thomas, Hombres y mujeres en El Teniente. La construcción de
género y clase en la minería chilena del cobre, 1904-1951. En Disciplina y
desacato. Construcción de identidad en Chile, siglos XIX y XX. Coedición Sur/
Cedem, Santiago de Chile, 1995.
Valdés et. al., Mujeres, relaciones de género en la agricultura. Ediciones Cedem,
Santiago de Chile, 1997.
Valdés, Ximena, Notas sobre la metamorfosis de la familia en Chile. 2007.
Recuperado el 16 de 10 de 2009, de Cepal, Serie Seminarios y Conferencias,
Santiago:
<www.eclac.org/dds/noticias/paginas/9/30289/Resumen.
XimenaValdes.pdf>. Ultima recuperación, 7.7.2014. Pág. 3.
Durante el siglo XIX, la debilidad de la figura paterna se
había acentuado, vinculada con la crisis de la hacienda,
la descomposición del campesinado independiente
y el surgimiento de los enclaves mineros en el norte,
que derivaban en el desplazamiento de la población
masculina, mientras las familias de mujeres solas con sus
hijos permanecían en aldeas o en las periferias urbanas. La
información histórica indica que, con excepciones entre
sectores artesanales o campesinos pequeños propietarios,
los varones populares eran una presencia inestable en las
familias, con un rol paterno poco desarrollado, mientras que
las mujeres realizaban múltiples actividades para sobrevivir
con sus hijos. Por el mismo contexto, si bien la maternidad
era central en su identidad, no tenía la carga de la ‘maternidad
moral’, que Valdés y otras autoras señalan fue construida
desde las instituciones estatales.
Apenas en los cincuenta años en que el Estado ‘normalizó’
la familia, las prácticas se aproximaron a las normas,
cuando los gobiernos del Frente Popular fomentaron el
desarrollo de las industrias de sustitución de importaciones,
aumentando el empleo en la industrial formal y los sistemas
de protección social. Ellos posibilitaron la concreción
en las familias chilenas populares del nuevo modelo de
matrimonio moderno industrial, con una clara división del
trabajo entre varones proveedores, reforzando la autoridad
masculina en el rol de padre responsable, y con la mujer
en el rol doméstico, promovido como solución ante la
mortalidad infantil, para lo cual debía abandonar el trabajo
remunerado fuera del hogar.
))
103
Sobre todo los hombres populares –cuya identidad viril
estaba asentada en la camaradería masculina con los
compañeros de trabajo y se probaba en los bares y burdeles–
resistieron este asalto a su autonomía en nombre de la
estabilidad laboral y la responsabilidad familiar. El principal
agente del Estado en la ‘domesticación’ de hombres y mujeres
fueron los profesionales del área del bienestar, especialmente
las asistentes sociales109. Hay numerosos estudios sobre el rol
de estas profesionales, mujeres de clase media educada que
administraban el acceso a los beneficios sociales y educaban
a los trabajadores y sus mujeres. De acuerdo al proyecto
moralizador del Estado, realizaban campañas contra el
alcoholismo para ellos y enseñaban nociones científicas de
higiene y puericultura a ellas. También las instruían en ejercer
los nuevos derechos adquiridos por medio de complejos
sistemas de protección social.
La historiadora María Angélica Illanes señala que, apoyándose
en la legislación laboral, estas profesionales jugaron un
papel activo y en terreno protegiendo los cuerpos de los
trabajadores, las madres y sus hijos –y en defensa del cuerpo
mismo de la nación– al intervenir en el régimen político
sexual, legalizando las uniones de hecho. Actuaban como
investigadoras, jueces y policías del desorden familiar popular,
imponiendo la ley en nombre del bien. La legitimidad de
estas intervenciones se sustentaba en el carácter de mujeres
profesionales modernas con conocimientos científicos.
109
Rosemblatt, op.cit. Pág. 200.
Illanes subraya el carácter asimétrico de la relación entre la
visitadora y las mujeres populares, a las que venía a integrar
al orden, y cómo esa distancia fue modificándose desde
los años veinte, a medida que las profesionales empezaban
a aproximarse a la comprensión de la rebeldía y protesta
popular en los años cuarenta, pero sobre todo a fines de los
sesenta, en que llegaron a cuestionar políticamente su rol110.
En el caso de las visitadoras formadas en la Universidad
Católica, Valdés y otras señalan que fueron utilizadas para
reforzar sus ideas tradicionales desde el campo profesional,
reforzando el carácter religioso de la unión matrimonial y
la oposición al divorcio, por ejemplo, y para contrarrestar
el pluralismo cultural que abría nuevos papeles para las
mujeres111. Producto de estas políticas pro familia, la tasa
de ilegitimidad de los nacimientos, que hasta los años 30
era superior a un tercio, hacia 1960 había descendido a 16%
(INE). Esta forma de familia, transformada en institución civil y
sancionada por el Estado laico, siguió siendo tributaria de las
normas religiosas, en la medida en que las nuevas leyes no
sancionaron la posibilidad del divorcio vincular.
Dadas las demandas desde el hogar, la participación laboral
de las mujeres permaneció baja. Sin embargo, su acceso
a la educación, ya desde la década del 30, experimentó
110
111
Illanes, María Angélica, Cuerpo y sangre de la política: la construcción histórica
de las visitadoras sociales, Chile, 1887-1940. LOM Ediciones, Santiago de Chile,
2007. Pág. 447.
Valdés et al, op.cit. Pág.190.
))
105
un crecimiento constante, siendo su participación en la
matrícula de la enseñanza básica y secundaria prácticamente
igual a la de los varones; en cambio, constituían solo el 31%
de la matrícula universitaria en 1957112. Esto posibilitaba una
mejor participación en la vida pública, aunque siempre fuera
muy reducida; ejemplo de ello es que solo obtuvieron pleno
derecho a voto –y a la posibilidad de ser elegidas– en 1949.
El siguiente apartado de este capítulo compone la situación
de las mujeres y el sistema de género en Chile, entregando
el contexto necesario para comprender el discurso valórico
al respecto que desplegó la revista Ritmo que analizaremos.
Los sesenta traen los cambios
Siguiendo el análisis de Ximena Valdés, en los años 60
aparecieron nuevas ideas sobre familia, matrimonio y divorcio;
se difundieron masivamente los métodos anticonceptivos y
aparecieron nociones emancipatorias sobre la condición
femenina.
Pese a ello, el lugar de las mujeres seguía siendo la familia
‘moderna’. Hubo una ‘secularización a medias’, es decir una
disonancia entre la imagen moderna de hombres y mujeres
112
Aragonés, María, La mujer y los estudios universitarios en Chile. En
Covarrubias, Paz y Franco, Rolando (compiladores), Chile, mujer y sociedad.
(715-751). Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Santiago de Chile,
1986.
y sus verdaderos comportamientos. Las mujeres de algunos
sectores en las ciudades se distanciaron de las concepciones
religiosas y controlaron el número de hijos, pero limitaron
su participación laboral por carecer de apoyo en las tareas
domésticas. En el mundo rural continuaban dedicadas al
hogar, con sacrificio y resignación, cuidado de los hijos y de
la atención del marido. Más aún, la Reforma Agraria fortaleció
el patrón masculino vinculado al trabajo113.
La tasa de nupcialidad, aunque bajó respecto a 1930,
continuaba bastante alta. En 1970, la mitad de la población
chilena total estaba casada. Pero la situación legal de las
mujeres casadas no había variado mucho en los sesenta.
El marido seguía siendo el administrador de los bienes
familiares, aunque existía la posibilidad de separarse de
bienes, inútil para la mayoría de las mujeres casadas que no
tenían ingresos propios.
))
107
Tampoco había divorcio, y las ‘nulidades’114 eran una muy
pequeña proporción en relación con los matrimonios. El
sociólogo chileno Luis Felipe Lira indicaba que el número de
casos de nulidad matrimonial ingresados a los juzgados de
Santiago había ascendido de 1.135 en 1964 a 2.110 en 1970,
y que el porcentaje de personas anuladas y separadas –sobre
el total que contraía matrimonio– también había crecido de
2,23% en 1952 a un 2,9% en 1960 y a un 3,35% en 1970. Datos
sobre familias urbanas de clase media arrojaban en 1970 un
5,35% de madres separadas. Sin embargo, pocos podían
acceder a esta forma de terminar con la unión puesto que
era, además de una trampa legal, cara y precisaba el acuerdo
de la pareja, por lo que estos datos no dan real cuenta de la
inestabilidad matrimonial115.
Pese a ello, los autores que trataban el tema en la época (Lira,
Larraín) consideraban que había una tendencia al aumento
de las separaciones, síntoma de desorganización familiar. En
cambio, la tasa de ilegitimidad de los nacimientos era la más
baja de América Latina, pese a haber aumentado de 16,4%
en 1960 a 18,6% en 1970116 (Lira, 1978). La jefatura de hogar
femenina en el censo de 1970, el primero en medirla, fue de
un 20,3%.
113
114
115
116
Valdés, op.cit. Pág.11.
Resquicio legal mediante el cual los matrimonios llegaban a su término por
el expediente de declararlos nulos dado el no cumplimiento de una de las
cláusulas de dicho contrato. Un gran porcentaje de las nulidades estaba
basada en alguna mentira.
Lira, Luis Felipe, Aspectos sociológicos y demográficos de la familia en Chile.
En Covarrubias, Paz, Franco, Rolando, op.cit. Pág. 395.
Ibíd.
Caída de la tasa de fecundidad y
anticoncepción
La implementación, por parte del Servicio Nacional de Salud,
de los programas de planificación familiar que incluían la
distribución gratuita de anticonceptivos (AC), trajo grandes
cambios en la fecundidad.
Los datos sobre distribución de AC que entregaba en 1967
Mattelart117 señalaban que, en 1965, los servicios públicos
de salud habían atendido a 41.662 personas, de las cuales
el el 49,1% había optado por el método del anillo y 45,1%
por progestágenos orales; la atención había aumentado en
los dos primeros trimestres de 1966 a 42.000 personas, de
las cuales el 37% solicitó el anillo y el 59%, la píldora. Con
datos del Ministerio de Salud, el médico salubrista chileno
Mariano Requena118 indica que, en 1970, las usuarias de
anticonceptivos eran ya 220.876, equivalentes a un 10,16%
del total de mujeres en edad fértil.
Sin embargo, el descenso en la fecundidad no estuvo
acompañado de igual movimiento en los nacimientos de
hijos fuera del matrimonio los que, después de alcanzar
su punto más bajo en 1961, habían vuelto a aumentar
lentamente hacia el final de la década.
117
118
Mattelart, Armand ¿A dónde va el control de la natalidad? Editorial Universitaria,
Santiago de Chile, 1967. Pág. 171.
Requena, Mariano, El aborto inducido en Chile. Edición Sociedad Chilena de
Salud Pública, Santiago de Chile, 1990. Pág. 26.
))
109
Para dar una exacta dimensión del fenómeno, hay que situarlo
en contexto: va unido al descenso de la fecundidad y ocurre,
principalmente, entre las mujeres casadas119. Es decir, lo que
realmente sucede en el primer período no es un aumento del
número de hijos no matrimoniales, sino una disminución en
el número de hijos de las casadas; de hecho, el número total
de hijos alcanzó su máximo en 1963, para no recuperarse
hasta 1988. Dentro de ese total, el número de hijos fuera del
matrimonio empezó a aumentar levemente a partir de 1961,
mientras que el de aquellos nacidos dentro del matrimonio
empezó a disminuir desde 1964. Esta situación tampoco era
acompaña de la caída de la tasa de nupcialidad, que solo se
empieza a desmoronar a partir de los 90.
También reafirma esa tendencia el hecho de que entre 1960 y
1970 entre las adolescentes (menores de 20 años) el total de
hijos no matrimoniales varió solo de 29 a 30,8%. Aunque este
porcentaje era mayor que el de los otros grupos etarios, el
aumento de dos puntos porcentuales es parejo en todos120.
La tasa de fecundidad del grupo de mujeres adolescentes
(14-19 años) permaneció pareja, entre 1950 y 1971; en otras
palabras, no hubo un aumento significativo de nacimientos
ilegítimos entre las adolescentes.
119
120
Larrañaga, Osvaldo, Comportamientos Reproductivos y Natalidad: 19602003 en El Eslabón Perdido. Editores: Valenzuela, J. Samuel, Tironi, Eugenio. y
Scully Timothy. Editorial Tauros, Santiago de Chile, 2006.
Irarrázaval, Ignacio y Valenzuela, Juan Pablo. La ilegitimidad en Chile ¿hacia
un cambio en la conformación de la familia? Revista Estudios Públicos, Nº 52,
(145-190), Centro de Estudios Públicos (primavera 1993), Santiago de Chile,
1993. Pág.156.
Una de las razones para implementar la distribución de
anticonceptivos había sido la alta mortalidad materna
asociada a aborto. El aborto era ilegal en Chile, excepto en
el caso de que peligrara la vida de la madre, lo que debía
ser certificado por tres médicos. Sin embargo, en sectores
urbanos, cuyas concepciones sobre matrimonio y maternidad
habían evolucionado hacia la familia moderno-industrial,
ya estaban limitando su número de hijos usando el aborto.
Como lo señala Requena, “los cambios sociales y económicos
comienzan a estimular en las parejas el deseo de espaciar o
detener los nacimientos, lo que los lleva a recurrir al aborto
inducido como medio reparador del embarazo no deseado”121.
Si una intervención abortiva es realizada por personal
médico y en condiciones higiénicas, el riesgo de salud para
la mujer es mínimo; pero muchísimas mujeres populares
no estaban en condiciones de procurarse abortos seguros,
porque la ilegalidad los encarecía. Los métodos a los que se
veían obligadas para interrumpir el embarazo tenían, con
frecuencia, dramáticas consecuencias. En 1964, la mortalidad
materna en Chile era la más alta de toda América: al año
morían alrededor de 870 mujeres por embarazo, parto y
puerperio, y de ellas, 360 fallecían debido a las complicaciones
del aborto realizado en condiciones de riesgo122. Las mujeres
hospitalizadas por aborto en 1955 fueron 35.795, y 48.189 en
1960; el número más alto se alcanzó en 1965, 56.130. A partir
121
122
Requena, op.cit. Pág. 43.
Galán, Guillermo. 50 años de la píldora anticonceptiva. Revista Chilena de
Obstetricia y Ginecología Nº 75 (217–220) Santiago de Chile, 2010. Pág. 219.
))
111
de esa fecha, en que comenzó el programa de distribución
de anticonceptivos, cayó a 44.771 en 1970, y continuó
descendiendo.
Al menos durante los 60 y 70, el acceso a los anticonceptivos
modernos tuvo efecto en el comportamiento reproductivo
de las mujeres casadas –el descenso de la fecundidad
ya anotado– pero menos en el de las solteras, puesto
que permanece y aumenta el número de hijos fuera del
matrimonio. Podemos suponer que no hicieron el mismo
uso masivo de anticonceptivos que las casadas, porque
la mayoría de quienes usaban estos métodos los obtenían
gratuitamente en los consultorios, incorporadas a los planes
asociados a los programas de atención materna, que dejaban
fuera de cobertura a las mujeres que no habían sido madres
aún. Si bien el acceso a anticonceptivos era libre –no era
necesaria receta para adquirirlos en las farmacias–, solo en
los consultorios era posible obtenerlos sin costo.
Sin embargo, no es posible desestimar el efecto que el
conocimiento de la existencia de estos anticonceptivos
puede haber tenido en el imaginario social. Aunque por las
razones aquí señaladas –y por otras relativas a las pautas
culturales de la época sobre el comportamiento sexual de
las mujeres– el acceso de las solteras a ellos era restringido, la
responsabilidad de evitar el embarazo en una relación fuera
del matrimonio se desplazó hacia las mujeres.
Como ya fue indicado, en la década de 1960 estaban
ocurriendo cambios en la sociedad y cultura occidentales
(sobre todo en Europa y Estados Unidos) que profundizaron
procesos de individuación, provocando una profunda crisis
de legitimidad de las modalidades físicas de la relación entre
seres humanos, impulsada por el feminismo, la ‘revolución
sexual’, las nuevas terapias y otros aspectos de la vida social.
Emergía un nuevo imaginario que reafirmaba los placeres
corporales, junto con discursos que invocaban la ‘liberación
del cuerpo’, tendiendo a una visión dual, en que este es
una posesión humana. Parte de esto era la invocación de
la juventud como una etapa que encarna, particularmente,
estos discursos e imaginarios, diferenciada de la edad adulta,
más contenida123.
Junto a los jóvenes, los movimientos feministas de fines
de los sesenta en Europa y Estado Unidos movilizaron a
miles de mujeres teniendo como una de sus principales
reivindicaciones recuperar el control de sus cuerpos,
incluyendo el derecho al placer sexual, al aborto y al libre
acceso a los anticonceptivos. Criticaron activamente la
normalización y domesticación de los cuerpos femeninos
mediante las dietas, maquillaje y concursos de belleza.
En la conservadora sociedad chilena, como ya dijimos,
estos aspectos de la modernidad chocaban con los valores
tradicionales, muy especialmente aquellos relacionados
con la familia y la sexualidad; parte de lo que reconocemos
123
Le Breton, David, Sociología del cuerpo. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires,
Argentina, 2002. Págs. 9 y 10.
))
113
como relaciones de género. El contexto, entonces, era
de consolidación de la institución matrimonial como la
única forma legítima de practicar la sexualidad, tanto en
sus aspectos eróticos como reproductivos, a la par de una
ampliación del período de preparación para contraer el
enlace.
Las chilenas como trabajadoras y
estudiantes
La diferencia en la participación laboral de hombres y mujeres
era muy grande. En esta década, el porcentaje de mujeres
con trabajo remunerado fue el más bajo de todo el siglo
XX: entre 1960 y 1970, las mujeres adultas que declaraban
en los censos desempeñarse exclusivamente como dueñas
de casa bordeaban el 80%. Sin embargo, todos los estudios
que profundizan en las vidas de las chilenas en el período
informan que muchas, sobre todo en los sectores populares
y en el campo, realizaban desde sus hogares, o en su entorno
inmediato, tareas que les generaban pequeños ingresos
complementarios al presupuesto familiar, en que el sueldo
del marido era la principal entrada.
La tasa de desocupación en el período varió de 6,8% en 1966
a 3,5% en 1970124, pero no hay disponibles datos separados
124
Banco Central de Chile, Indicadores Económico Sociales de Chile 1960-2000.
Departamento Publicaciones de la Gerencia de Investigación Económica
División Estudios, Banco Central de Chile. Santiago de Chile, 2001.
por género. En cuanto a la categoría ocupacional, existía una
concentración de mujeres en el personal de servicios, es
decir trabajando como ‘empleadas domésticas’. Hasta 1952
esta categoría estaba incluida en ‘obreros’, pero en los dos
censos siguientes aparece separada. Mientras en 1960 era el
grupo mayoritario –con un tercio de las mujeres ocupadas–,
en 1970 descendió a solo un cuarto; es decir, al principio del
período una de cada tres mujeres que trabajaba lo hacía
como empleada doméstica y, al final, solo una de cada cuatro
mientras aumentaban las mujeres agrupadas en la categoría
‘empleados’. En general, es apreciable una mayor presencia
masculina en las categorías ‘empleador’ y ‘obrero’, y es casi par
en ‘cuenta propia’, categoría que podemos interpretar como
el sector informal125.
En conjunto, los salarios promedio de las mujeres estaban
muy por debajo de los masculinos, pero la relación mejoró
durante la década: de menos de la mitad, a 60%126.
El grupo etario con mayor tasa de actividad había sido –en
1960 y en 1970– el de 20 a 24 años, declinando a partir de
los 25 años. Es decir, había una cierta tendencia a que las
mujeres abandonaran la fuerza de trabajo en la medida que
tenían hijos.
125
126
Pardo, Lucía, Una interpretación de la evidencia en la participación de las
mujeres en la fuerza de trabajo: Gran Santiago, 1957-1987. Universidad de
Chile, Santiago de Chile, 1989. Pág. 337.
Encuesta de Ocupación y Desocupación, Departamento de Economía
Universidad de Chile, citada en Pardo, op. cit. Pág. 329.
))
115
El aumento de la aceptación de que las mujeres trabajaran
fuera del hogar –pese a que seguía siendo considerando
conveniente que las madres permaneciesen junto a sus hijos
pequeños– se debía a la situación económica insuficiente
del hogar. El médico Jorge Jiménez y la asistente social
Margarita Gili127, expresando un punto de vista común en
los pediatras de la época, criticaban el trabajo femenino
remunerado porque las discriminaciones que sufriría en ese
espacio la llevarían a negar su función reproductiva, y tendría
que asumir el ‘doble rol’ de llevar una vida laboral y el hogar. A
ello sumaban las deficiencias en la buena crianza de los hijos,
no resueltas con el envío de los niños a jardines infantiles,
que recientemente habían comenzado a existir de modo
más generalizado y público en el país, donde la calidad del
cuidado, decían, era inferior al que podía proveer la madre.
La socióloga Paz Covarrubias y el economista Rolando
Franco128 señalan que para 1972, apenas el 1,6% de las madres
trabajadoras enviaban a sus hijos a jardines, apoyándose
el 70% en hijos mayores y parientes, y en el 23,4%, en una
auxiliar del hogar.
A pesar de este punto de vista, en 1967 el gobierno organizó
la Fundación de Jardines Infantiles y en 1970 creó, por ley,
la Junta Nacional de Jardines Infantiles, con el fin de facilitar
la integración de las mujeres al desarrollo nacional. Por otra
127
128
Jiménez, Jorge y Gili, Margarita. Maternidad y trabajo ¿opciones discordantes?
En Covarrubias, Paz y Franco, Rolando, op.cit. Págs. 461-468.
Covarrubias y Franco, op. cit. Pág. 10.
parte, la Ley de Jardines Infantiles reglamentó la obligación
de las industrias donde trabajaban 20 o más mujeres de tener
salas cunas. En 1972, el conjunto de programas destinados a
los párvulos atendía a 75.000 de ellos.
En materia de educación, un primer examen de los datos
sobre analfabetismo habla de la deuda educativa hacia todo
el pueblo chileno en esos años, en que uno de cada cinco
chilenos no sabía leer. La proporción era superior entre las
mujeres, y mucho más alta en los sectores rurales, donde –
en 1952– dos de cada cinco era iletrada, así como uno de
cada tres hombres. La tendencia a disminuir esta tasa –hacia
1970– expresa sobre todo las amplias coberturas que alcanzó
la educación primaria durante los sesenta.
Como ya fue dicho, esta diferencia histórica se había venido
reduciendo porque desde 1930 la participación de las niñas
en la enseñanza primaria era igual a la de los niños y, desde los
años 40, también había paridad en la enseñanza secundaria.
El experto en educación chileno Ernesto Schifelbein129 realizó
observaciones sobre la diferencia entre los géneros en el
sistema escolar en 1970: las niñas entraban con menor edad
y tenían menos presiones que los niños para abandonarlo,
situación más frecuente entre los varones no primogénitos.
Las niñas repetían menos; pero su rendimiento académico
era levemente inferior, aunque mejoraba en establecimientos
exclusivamente femeninos.
129
Schifelbein, Ernesto, La mujer en la educación primaria y media. En
Covarrubias, Paz y Franco, Rolando, op.cit. Pág. 700.
))
117
Sin embargo, en una muestra de escolares de octavo año,
el 78% de las niñas consideraba que la educación era
importante o indispensable, contra solo 68% de los niños;
también era mayor el porcentaje de ellas que deseaba ir a
la universidad: 72% versus 62%. Pero entre quienes estaban
egresando de enseñanza media, en 1969, casi la totalidad
de los varones de todos los estratos que asistían a liceos
aspiraba a ir a la universidad, disminuyendo a 76% y 80%
entre los que asistían a la enseñanza técnico profesional.
En cambio, solo las mujeres de nivel socioeconómico alto y
medio tenían porcentajes de hasta 90% con esa aspiración,
sobre todo si asistían a liceos fiscales, descendiendo a 83%
entre las de nivel socioeconómico bajo que iban a colegios
particulares.
La enseñanza universitaria, entre 1952 y 1974, se había
extendido para ambos sexos, aunque predominaban los
varones, que constituían el 61,4% y 57,4% de la matrícula
en las fechas indicadas. Entre las mujeres, el porcentaje con
educación universitaria en el grupo de edad de 20 a 24 años
aumentó en 38,8%, en tanto el de los hombres lo hizo en
33,7%. En un contexto de crecimiento general de la matrícula
universitaria, los mayores incrementos de la matrícula
femenina aparecen en carreras cortas o medias, muchas de
las cuales eran nuevas. En cuanto al área de conocimiento, las
mujeres aumentaron su participación en casi todas las áreas,
pero las tendencias al predominio de uno u otro género
permanecieron. Los hombres mantuvieron el predominio
en Ingeniería, Agropecuaria, Derecho, Artes y Arquitectura
y Ciencias Naturales y Matemáticas, en tanto las mujeres
predominaban en Educación y Humanidades y Salud,
precisamente por la matrícula en carreras paramédicas130.
En 1957 existían cinco carreras de matrícula reservada, en los
hechos, a mujeres: Diseño, Enfermería, Obstetricia, Servicio
Social y Educación Parvularia, que constituían el 6% de la
matrícula total. Además de ser extensiones de los roles
domésticos tradicionales, la descripción de los requisitos
para sus estudiantes era totalmente coherente con la
ideología de la femineidad: sentido estético y prolijidad. En
los años siguientes fueron crearon otras carreras de similares
características: dos paramédicas, dos de ciencias sociales,
dos de educación y una de Humanidades, que agrupaban al
18,7% de la matrícula total en 1974. Aunque entre 1968 y 1974
aumentó la matrícula de varones en estas carreras, siguieron
siendo mayoritariamente femeninas, excepto Diseño, en que
la matricula masculina pasó de 11 a 46%131.
Las carreras típicamente masculinas eran Medicina,
Química y Farmacia, Ingeniería Civil, Derecho, Teología,
Economía, Agronomía, Ingeniería Forestal y Medicina
Veterinaria. Aragonés hace notar que son las carreras
históricas en las universidades chilenas, y que sus
requerimientos apuntan al interés científico y mecánico,
habilidades numéricas, precisión y destreza manual,
y capacidad para desempeñarse en cargos directivos
130
131
Aragonés, María, La mujer y los estudios universitarios en Chile. En
Covarrubias y Franco, op.cit. Pág. 737.
Ibíd. Pág. 739.
))
119
y de planificación; es decir, respondían al estereotipo
masculino tradicional, racional e intelectual. Pese a esto, la
matrícula femenina en ellas había variado del 2,1 % (1957)
al 21,3% (1974), destacando particularmente el aumento
en Medicina: de 15% a 34% en las mismas fechas. Vale la
pena anotar que hasta poco antes de 1957 el ingreso de
mujeres a Medicina estaba limitado a un cupo fijo132.
Las carreras de Pedagogía estaban en una situación
intermedia; en 1957, ellas componían el 27% de la matrícula
total, y las cursaban casi la mitad de las mujeres universitarias.
En 1957, los hombres habían sido el 37% de la matricula, en
tanto en 1974 llegaban al 44%133.
¿Y en la política?
Desde 1952, año en que tuvo lugar la primera elección
presidencial en que las mujeres pudieron participar, hasta
la elección de Salvador Allende, hubo un gran aumento en
el número de inscritas que llega al 70%; sin embargo, era
aun menor este porcentaje que la proporción de hombres,
en que el 83% estaba inscrito. Pero, una vez inscritas, las
mujeres siempre registraron menores tasas de abstención
que ellos134.
132
133
134
Ibíd. Pág. 746.
Ibíd. Pág. 748.
Servicio Electoral. INE-Celade (Flacso) <www.sitiosur.cl>
Pero esta alta participación en las votaciones no se condecía
con la ínfima presencia femenina en el Parlamento, que no
llegó a alcanzar los dos dígitos ni en su mejor momento.
La participación social de las mujeres trascurría en instancias
comunitarias. Salazar y Pinto135 señalan que las mujeres
populares urbanas jugaron en los años sesenta papeles
mucho más activos, liberados y experimentados de los que
les prescribían los discursos gubernamentales y religiosos.
Ante las difíciles condiciones de vida que debían afrontar
por las crisis económicas, que destruían la estabilidad
laboral de sus parejas, habían sobrevivido pasando por
rupturas hogareñas, nuevas parejas, crianza inestable de
los hijos, malos y fluctuantes empleos, autoconstrucción de
mediaguas, tomas de terrenos, golpes de los carabineros,
135
Salazar y Pinto, op.cit. Pág. 253.
))
121
pero también momentos de felicidad y alegría. En la
pobreza de las poblaciones, muchas de ellas aprendieron a
organizarse y liderar la política vecinal, sobre la cual llegaron
los programas gubernamentales de la Promoción Popular a
formalizar las organizaciones barriales.
A fines de los cincuenta, y por iniciativa de las mujeres,
emergieron los Centros de Madres, apoyados –en muchos
casos– por la Iglesia Católica, por medio de visitadoras
sociales. Para el año 59 había 69 centros en Santiago, con
3.199 socias; en 1966, las estimaciones hablaban de tres mil.
El crecimiento explosivo ocurrió bajo el gobierno de Frei,
quien informaba que –en 1970– existían en todo el país 9.000
centros, que agrupaban a 450.000 mujeres136.
Más datos para comprender el
discurso de Ritmo
Con los datos del censo de 1970, el sociólogo chileno Luis
Felipe Lira afirma que la composición familiar más frecuente
era la nuclear con los dos padres e hijos solteros (35,85%),
seguida de aquella en que a este núcleo se agregan otros
parientes. Respecto a las relaciones conyugales, sostiene
que en los sesenta existen tres tipos de roles conyugales:
complementarios, en que hay diferenciación de actividades
entre los cónyuges, articuladas en un todo; independientes,
136
Garcés, Mario, Tomando su sitio. El movimiento de pobladores de Santiago,
1957-1970. LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2002. Pág. 347.
en que realizan actividades en forma separada, y conjuntos,
en que la misma actividad es realizada por cualquiera de los
cónyuges137. Agrega que es mayoritario el reconocimiento
del varón como líder instrumental; es decir quién aporta
el sustento, con la excepción de los estratos bajos, en que
este rol es compartido con la pareja, en un 42% de los
casos, al igual que entre pequeños propietarios agrícolas y
comunidades pesqueras.
En cuanto a las relaciones entre padres e hijos, sostiene que
son los padres los principales agentes socializadores, pero
que hay estudios indicativos de que este rol era asumido
mayormente por la madre. Y que, en general, existía la
tendencia a que cada padre socializara a los hijos de su
mismo sexo. Un elemento que contribuía a la estabilidad
familiar era la endogamia de clase, es decir, al hecho de que
las personas se casaban con quienes tenían condiciones
sociales y económicas similares.
En cuanto a los problemas de desorganización familiar, Lira
señala la ilegitimidad, porque implica que el padre no asume
sus obligaciones, pero afirmaba que estaba disminuyendo.
En cuanto a separaciones y nulidades, indica que hay una
tendencia al aumento de estas últimas.
Presentamos a continuación, algunos rasgos que informan
sobre las relaciones de género en las clases medias. Entre
137
Lira, op.cit. Pág. 381.
))
123
las mujeres investigadas por el sociólogo argentino Carlos
Borsotti para su texto Tres mujeres chilenas de clase media138
–nacidas entre 1937 y 1931; es decir, que vivieron su
adolescencia en los años cuarenta y cincuenta, y entraron en
la edad adulta durante el período estudiado–el noviazgo y
cortejo fue variable, pero no menor a dos años, con vecinos
del barrio, conocidos antes de la relación. No tuvieron
relaciones sexuales fecundantes antes del matrimonio, ni
usaron anticonceptivos, pero sí lo hicieron posteriormente,
limitando el número de sus hijos.
Las tres mujeres estudiadas laboraban en el sector servicios,
disponían de diversos electrodomésticos y contrataban
una trabajadora doméstica, clave para poder tener empleo
fuera del hogar. Para todas, la estabilidad conyugal con
buena calidad de comunicación y colaboración mutua
era el modelo deseado y, en efecto, la administración de la
economía doméstica era de mutuo acuerdo. Los hijos eran
atendidos con dedicación en el tiempo disponible, con
especial atención en sus modales y logros educacionales,
porque eran el centro de la estrategia familiar, y su educación
universitaria, la meta.
Pese a las diferencias existentes entre ellas, hay un campo de
orientación a la acción compartido: el ascenso o estabilidad
social, afincado en la educación universitaria de los hijos,
“el individualismo como método de acción social, el consumo
138
Borsotti, Carlos, Tres mujeres chilenas de clase media. En Covarrubias &
Franco, op.cit.
simbólico, la estabilidad y la seguridad en el empleo con la
consiguiente previsibilidad, la gratificación sicológica centrada
en las relaciones personales intrafamiliares”139. El autor advierte
la tensión que implicaba el logro de estos valores en un
ambiente difícil, y el rol clave de la mujer en la estrategia
familiar para alcanzarlos, motivando a los integrantes de
la familia, y organizando y administrando los recursos
económicos, sicológicos y sociales del grupo.
Por su parte, los sociólogos Armand y Michelle Mattelart
en La mujer chilena en una nueva sociedad140 realizaron la
primera investigación empírica en el país sobre la condición
de las chilenas. Los Mattelart llaman la atención sobre la
escasez de investigaciones sobre la condición femenina y su
influencia en el cambio social, así como de las actitudes de
los hombres ante las posibles transformaciones en los roles
de ellas, siendo las encuestas sobre actitudes frente al control
de la natalidad la única excepción. Vinculan esta carencia a
la inexistencia de movimientos feministas, preguntándose
también por qué no había en América Latina movimientos
de este tipo o expresiones de malestar, “por qué la mentalidad
feminista es tan ajena a la mentalidad de la mujer chilena que
vive en la ciudad”141.
Para ellos, había varios factores; el primero era la dificultad
de que pudiera desarrollarse una conciencia femenina global
139
140
141
Ibíd. Pág. 282.
Mattelart, Armand & Mattelart, Michelle. La mujer chilena en una nueva
sociedad, Editorial del Pacífico. Santiago de Chile, 1968.
Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág. 18.
))
125
en una sociedad fuertemente estratificada, porque implicaba
cierta ruptura de las barreras de clase. El segundo era el
legado cultural ibérico, presente en las clases superiores,
en que la mujer debe ser objeto de protección y respeto;
aunque en las clases inferiores la dependencia de las mujeres
fuese atenuada, por la obligación de solidaridad de la pareja
ante las dificultades materiales. El tercero aspecto era que el
ideal femenino de emancipación en las capas inferiores se
fundía con las reivindicaciones de los pobres, sin distinguir
sexos.
Un cuarto factor era que, a diferencia de las sociedades
modernizadas en que las mujeres se perciben como
personalidades autónomas, en la sociedad chilena ellas
seguían percibiéndose antes que nada como madres y
esposas porque, pese a la secularización, la familia seguía
ocupando un lugar central.
Admiten que en el estudio encontraron algunas mujeres
que expresaban tendencias la secularización, y aunque
la mayoría aceptaba las ventajas de la modernización, no
lo hacían con las consecuencias. Esto se expresaba en la
distancia que hombres y mujeres tenían de la mujer casada
y su verdadero comportamiento: los hombres aceptaban
que las mujeres trabajaran, pero no la propia esposa. A su
vez, ellas valoraban la integración profesional femenina,
pero mantenían el matrimonio como única aspiración para
sus hijas. Por otra parte, y acorde a lo que hemos señalado
de la matrícula universitaria, las profesiones consideradas
ideales para la mujer eran aquellas que respondían a las
características tradicionales de la femineidad: dulzura,
paciencia, abnegación.
La investigación se enfocó en conocer la opinión de personas
de los dos sexos sobre situaciones e imágenes respecto de
las mujeres, sobre todo las casadas. Teniendo presentes
las enormes desigualdades sociales entre las mujeres, los
investigadores definieron una muestra estratificada por
sectores sociales, enfatizando además la diferencia entre las
zonas rurales y urbanas.
En el capítulo sobre la mujer en el hogar preguntaron sobre
la imagen de la casada, encontrando una representación
bastante común en todos los y las entrevistado/as. “Ser
de su casa”, buena dueña de casa, fue la característica
más mencionada. En general, todas apuntaban a llevar
la responsabilidad principal del hogar, en un semi
enclaustramiento, mediado en el caso de la clase media
superior por disponer de servicio doméstico, en esos casos el
énfasis estuvo puesto en la capacidad de organizarse.
La segunda característica –ser buena madre y buena esposa–
fue descrita por las entrevistadas con expresiones muy
similares en todas las clases. El ideal era una compañera del
marido, fiel y afectuosa, que lo amara, ayudara y estimulara.
Las exigencias de reciprocidad y de intimidad en la pareja
atraviesan toda la muestra, y se registra solo una distinción,
reafirmada en los medios rurales y en la clase inferior urbana:
la noción de respeto, entendida en un sentido tradicional,
como una dignidad que consagra implícitamente la
))
127
desigualdad de estatus, y no como la moderna valoración
del mérito personal.
Las virtudes pasivas de dulzura, sumisión, abnegación y
sacrificio, que reafirman el mito de la femineidad tradicional,
fueron mencionadas por más de la mitad de las mujeres
de sectores medios y altos, en tanto los sectores populares
daban más importancia a ser respetuosa, buena, y a ser
aseada.
A su vez, la imagen del hombre casado, en opinión de
las mujeres de las clases populares, estaba centrada
en la exigencia al apego a las convenciones y en el
buen entendimiento con los otros; un marido debía ser
responsable, serio y no ser vicioso ni mujeriego. Casi no hay
menciones a cualidades que le dieran un rol influente fuera
del hogar, como capacidad intelectual o afán de superación,
lo cual los autores vincularon a la precariedad material, que
busca asegurar el rol de sostén del hogar.
Esta imagen también está presente en el caso de los
sectores urbanos más acomodados: casi un cuarto de ellas
reproducen, con otras palabras, el deseo de que el hombre
sea “apegado al hogar y no farrero”. Pero la descripción de
buen padre y esposo es más compleja, ya que mencionan
la responsabilidad hacia la familia (y no hacia el trabajo). En
cuanto a cualidades específicas, nuevamente son pocas las
de personalidad individual, como inteligencia, carácter o
autenticidad; ellas esperaban, en cambio, que fueran también
abnegados y sacrificados, comprensivos y volcados al hogar.
En suma, en todos los sectores los investigadores encontraron
una mayor valoración de los hombres en su función de
esposos y padres, antes que como individuos creativos y
realizados en una sociedad moderna, hecho que los hizo
preguntarse cuánto afectaba esta falta de individuación,
finalmente, la visión de la pareja, subordinándola a la familia.
En cuanto a la autoridad del hogar, en todas las categorías
hubo una fuerte adhesión a una autoridad compartida,
))
129
especialmente en las mujeres de los pescadores y las de
clases media superior y alta, refiriéndose a la igualdad
jurídica y en capacidades de ambos sexos. Aludieron,
también, a que la autoridad implica deberes: es justo que
las responsabilidades sean repartidas por igual. Hay una
conciencia de emancipación de la mujer y de una mayor
dureza en las relaciones hombre-mujer en la vida moderna.
En las zonas rurales, en cambio, la autoridad compartida es
vinculada más a la noción de comunidad, de ayuda mutua,
que los autores consideran propio de la “cultura del pobre” y
no una expresión de modernidad.
El mito de la autoridad natural del hombre apareció entre
el 36% y 48% de las respuestas de personas de las clases
populares, especialmente en los sectores rurales más aislados
donde lo fundamentan en el derecho natural; en las clases
superiores, la proporción es menor (22% a 28%) y tiene otro
matiz, ya que alude a la satisfacción de sentirse protegida por
un marido que la domina y reafirma en su debilidad, y al temor
de perder la atención varonil si la mujer tiene autoridad142.
En cuanto a la colaboración masculina en los trabajos
domésticos, la mayoría de las mujeres sostiene que hacerlo
no debería ser molesto para ellos. Los autores plantean
que, en el caso de las capas populares, esta respuesta alude
a comportamientos concretos, en tanto en los sectores
142
Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág. 64.
medios y altos las respuestas son teóricas porque, al contar
con empleadas domésticas, no demandan esa colaboración
cotidiana. En efecto, muchas de las respuestas de esas mujeres
remiten a que es propio de los hombres modernos hacerlo;
solo un pequeño grupo menciona que efectivamente lo
hace. En cambio, las mujeres populares hablan de acciones
que ellos sí han realizado.
Entre los hombres hay porcentajes aún mayores de respuestas
negando que sea molesto colaborar en casa, entre el 72% y
el 100%. Sin cuestionar la veracidad de lo afirmado por los
varones, los Mattelart observan que la mayor parte de las
respuestas son teóricas ya que apuntan a que ayudar es una
obligación. En hombres de clase superior hay respuestas
que indican hacerlo implica un cambio respecto a las
preocupaciones del trabajo; y solo en clases medias e inferior
urbana hay afirmaciones en relación a que es una ayuda
necesaria, dado el mucho trabajo que tienen las mujeres.
Las razones de los pequeños porcentajes de hombres que
no desean colaborar aluden en buena parte al cansancio con
que llegan a casa, siendo menor que en las mujeres el grupo
que se afirma en el rol tradicional masculino.
En cuanto a la autoridad en la casa, excepto en la clase
superior (10%) y algo menos en los pescadores (48%) y
clase inferior urbana (48%), los hombres también afirman
la autoridad compartida, sustentando su posición en la
igualdad de derechos y capacidades. Al preguntar por las
consecuencias prácticas, el manejo del presupuesto y la
))
131
toma de decisiones en el hogar, los sociólogos encontraron
que en los sectores urbanos había más participación de las
mujeres en las decisiones cuando tenían una actividad fuera
del hogar; que los gastos diarios solían ser administrados
por ellas, en tanto los gastos importantes eran decididos
por el hombre, excepto en las clases superior y media
inferior, cuando la mujer trabajaba fuera, en que decidían
en conjunto. Lo mismo ocurría con el pago de impuestos y
el arriendo de la casa, pero no con las vacaciones, en que
decidía la mujer o ambos143.
El número real de hijos en parejas de 20 a 30 años de
matrimonio iba de 2,3 en la clase superior a cuatro en clase
media y 6,5 en clase inferior urbana. El número ideal en los
encuestados varió entre tres, en la clase media inferior, y 4,5
en la clase superior. Casi la mitad de las/os entrevistados/as
de zonas rurales –y mucho más de la mitad en la ciudad– no
había alcanzado aún ese número144.
Sobre las razones para limitar el número de hijos, las clases
inferiores aluden a la situación económica que les dificulta
mantenerlos; mientras que la mitad en las clases superiores
urbanas alude, en cambio, a la necesidad de educarlos; es
decir, ya han superado el problema básico de mantenerlos.
En la clase superior, en tanto, se refieren a la posibilidad de
dedicar tiempo a desarrollar la personalidad de cada hijo. Solo
143
144
Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág. 71.
Ibíd. Pág. 78.
un pequeño porcentaje de mujeres de clase media superior
habló de que el número de hijos afectaba el bienestar de la
madre o de la pareja.
Frente a la pregunta de por qué una mujer no debe tener
menos hijos, como respuestas aparecen el miedo a la soledad,
más fuerte en los sectores rurales, donde la muerte temprana
de los hijos era un factor posible; las clases media y superior,
aunque con menor cantidad de respuestas, indicaban que
una familia grande era más compañía. Los hijos no son vistos
como problema para la relación de pareja; por el contrario,
tener pocos aparecía como proyección de una imagen de
familia incompleta.
También se esperaba que, una vez casados, los hijos nacieran
pronto; a lo más, al año y medio, con espacios no inferiores a
27 meses entre nacimientos, para poder atender una guagua
por vez y, en las clases superiores, también por la salud de la
madre. Pero los nacimientos reales eran menos espaciados.
Al preguntar si todas las familias deberían tener acceso al
control de la natalidad, o solo aquellas de escasos recursos,
por la salud de la madre, o si nadie debería usarlo, muy
pocas apoyaron esto último: apenas 8% en clase inferior
urbana. Las clases más abiertas a un amplio uso fueron
las medias, entre 70% y 68%, mientras en la clase superior
únicamente la mitad lo aceptaba así, y la segunda razón de
su uso era la salud. En la clase inferior, solo el 16% optaba
por la opción abierta: el 42% por razones económicas y el
34% por razones de salud.
))
133
En las zonas rurales, entre el 60% y el 72% tenía buena
disposición a usar el control de la natalidad, si el Servicio
Nacional de Salud lo ponía a su disposición. En esos sectores,
el uso de anticonceptivos era inferior al 30% y el conocimiento
de ellos, no superior al 46%145.
La familia era vista como una pequeña comunidad que
fortalece a todos sus miembros. Incluso un gran número de
hijos permitía a la mujer realizarse como madre y a los hijos
aprender a vivir en sociedad; es decir, la familia era vista como
un clan cerrado, capaz de dar equilibrio afectivo y síquico a
sus integrantes.
Las respuestas sobre la imagen de la mujer soltera, permitieron
concluir a los investigadores que la mayoría de los hombres y
las mujeres consideraba al matrimonio como el estado normal
de la mujer adulta. La soltera debería enfrentar la soledad
y las dudas sobre su carácter, además de un respeto social
disminuido, aunque porcentajes menores reconocían que
podía tener más libertad y realizarse fuera del matrimonio. La
actitud más positiva la tenían los sectores de secano y los de
clase superior; y la más negativa, la clase media inferior urbana.
Los hombres señalaban la improductividad de las solteras, y su
falta de realización personal al no tener familia.
El matrimonio, además de deseable, era visto como
indisoluble. Solo en las clases medias hay un fuerte acuerdo
145
Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág. 91.
por el divorcio (64% y 70%), fundadas las respuestas de las
mujeres en la hipocresía de las nulidades, en el derecho de
los cónyuges a rehacer su vida y en el mal ejemplo que daban
las desavenencias entre ellos a los hijos; los hombres aludían,
también a la hipocresía y a la necesidad de rehacer la vida.
Una mayor proporción de mujeres se negaba al divorcio;
y hombres y mujeres que opinaban así justificaban esa
negación en las ideas de que el matrimonio era indisoluble,
que las separaciones podían provocar daño en los niños
y porque eran la vía a la desintegración moral. Muy pocos
dieron razones religiosas146.
Los Mattelart observaron que, en la muestra usada por ellos,
entre el 28% y el 50% de las mujeres de los sectores populares
había concebido antes del matrimonio o que una proporción
muy pequeña convivía (excepto entre los pescadores).
Comentan que esto último no cuestionaba el respeto a
la indisolubilidad del matrimonio, porque la convivencia
también era entendida como una unión duradera, y tenía
presencia en sectores con menor participación en los
beneficios de la sociedad.
En relación con el trabajo, en el medio urbano la mitad de
las mujeres de clase superior y media superior de la muestra
no había trabajado nunca, al igual que el 72% de aquellas
pertenecientes a la clase media inferior; en tanto, en la clase
inferior solo el 14% estaba en esa situación. En el medio rural,
146
Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág.102.
))
135
ninguna mujer trabajaba fuera de su casa, pero muchas
tenían actividades remuneradas desde sus hogares.
La mayoría de las mujeres rurales se declararon en desacuerdo
con que la mujer casada trabajara fuera del hogar, mientras
las urbanas, en su mayoría, lo aceptaban; sobre todo en las
clases medias y superiores (70% y 80%, respectivamente).
Los hombres, por su parte, tuvieron tendencias diversas al
respecto. La mayor aceptación al trabajo de las casadas la
tuvieron los pequeños propietarios de secano (44%) y los
pescadores (36%), seguidos de la clase media superior (48%).
Los hombres de los otros grupos urbanos mostraron un alto
desacuerdo, en contraposición con la respuesta positiva
de las mujeres de esos grupos147. Sus razones para estar
de acuerdo eran económicas: por la ayuda para el hogar,
sobre todo si ellos estaban sin trabajo o no alcanzaba con
sus sueldos. En las clases superiores, aunque con reticencia,
aludieron a la realización personal de las mujeres, pero como
casos especiales, no como la norma. Para los que estaban
en desacuerdo, el rol primario de la mujer casada era el
doméstico. En el caso de los hombres de las clases populares,
además estaba presente la noción de semi enclaustramiento
de la casada, “ya no tiene la libertad de antes”, por su estado
civil. Esa noción también estaba presente en las clases
urbanas: sobre todo si había hijos, los hombres esperaban
que se consagrara a ellos y evitara, por otra parte, los peligros
147
Ibíd. Pág.111.
de la ‘promiscuidad’ al salir del hogar148. El trabajo de la mujer
ponía en peligro también la distribución de roles; mientras
ellos pudieran sustentar la casa, no querían la tensión de
compartir con una mujer que “podía echar en cara lo que
ganaba”149.
Volviendo a la discrepancia entre hombres y mujeres del
mismo sector, los autores preguntaron por la actitud de su
marido frente al trabajo de ellas. Las mujeres de clase media
inferior, particularmente, creían –a diferencia de lo que ellos
respondieron– que la respuesta de la pareja sería positiva; en
las otras clases coincidieron más con la respuesta masculina.
Las demás mujeres confirmaron su propia aceptación a esa
la negativa.
En opinión de la mayoría de las mujeres rurales e urbanas
pobres, el trabajo de la casada traería consecuencias
negativas para la gestión del hogar. Entre las mujeres
urbanas superiores, algo menos de la mitad creía lo mismo,
enfatizando el deber de preocuparse de la relación de pareja
y el cuidado de los niños. Entre los sectores populares y
medio inferior, los aspectos positivos eran los económicos;
para las otras, había una valorización del desarrollo personal
y de pareja.
El mayor obstáculo para el trabajo de la casada era la falta de
servicio doméstico; las mujeres de clases superiores que lo
148
149
Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág.116.
Ibíd.
))
137
hacían disponían de él, y su carencia era fuente de tensiones
para las de menores ingresos, que debían recurrir a parientes
y vecinos.
Los fines que perseguía una mujer que trabajaba eran
económicos, según las rurales y las de clase inferior y media
inferior. El grupo más acomodado agregaba la realización
personal, la independencia económica, la distracción y la
combinación de fines económicos y personales.
En el medio rural, al menos un 20% o 30% de los hombres
encuestados opinaron que ellas lo hacían por realización o
independencia. En la zona urbana, esta proporción crecía
especialmente entre aquellos de clases más acomodadas,
quienes destacaban que no cualquiera se realizaba en el
trabajo, sino las profesionales.
En cuanto a los papeles de la mujer en el trabajo, los
investigadores preguntaron si ellas podían gozar de autoridad
allí. Nuevamente fueron más refractarios los hombres del
mundo rural, con la excepción de los pequeños propietarios
de secano, justificándolo en la debilidad femenina. En el
ámbito urbano, entre el 68% y el 70% pensaba que sí podían;
pero quienes lo rechazaban sostenían la falta de condiciones
síquicas de ellas para ejercer autoridad.
Según las opiniones del medio urbano, una proporción
no superior al 20% de las mujeres y al 28% de los hombres
consideró que las mujeres estaban capacitadas para
desempeñar cualquier profesión.
Pero, la mayoría consideraba que las profesiones ideales
para ellas eran las vinculadas a la salud, pedagogía y servicio
social. Las razones para que estas carreras fueran buenas
para las mujeres no aludían a la capacidad intelectual,
sino –por ejemplo, en el caso de las de salud– a la relación
personal con el enfermo, porque las vinculan a la dulzura
y abnegación, ya probadas en el rol de esposa y madre,
extrapoladas en la atención de salud150. En el ejercicio del
servicio social, nuevamente es la capacidad ‘natural’ de la
mujer para prodigarse a los demás, su comprensión, intuición
y sensibilidad, los rasgos que la habilitan, en conjunto con
una visión paternalista de estas profesionales, muy ligada al
concepto de hogar. Esto es aún más fuerte entre los hombres,
que la vinculan directamente ‘la naturaleza femenina’, que las
dota de características que ellos no tendrían.
Lo mismo ocurre con la pedagogía: sería la paciencia, el amor
por los niños, la intuición y la comprensión las características
que habilitan a las mujeres para dedicarse a ella. Los bajos
salarios serían compensados con un horario de trabajo
menos recargado y largas vacaciones, lo que les permitiría
mantener la vigilancia y cuidado del hogar. En este mismo
sentido, también fue mencionado como posible el ser
dentista particular.
Solo las encuestadas de clase alta mencionaron, en primer
lugar, la arquitectura y la decoración. Y mientras las personas de
150
Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág.125.
))
139
clase superior nombraron solo profesiones; los otros sectores
agregaron secretariado, confección, peluquería y el trabajo
como azafata. En el medio rural y urbano inferior mencionaron
también la costura y el tejido; y muy atrás, la enseñanza.
Más aún, en el secano, según la mayoría de los hombres, la
profesión ideal seguía siendo la de dueña de casa.
En relación con la participación política de las mujeres, los
porcentajes de acuerdo de los varones con que la política
debería dejarse a los hombres son superiores a la mitad
en la clase inferior (72%), media inferior (60%), pequeños
propietarios de riego (56%) y pescadores (52%). En medio,
están los pequeños propietarios de secano y los inquilinos
de riego y secano, con porcentajes entre el 46% y 48% de
desacuerdo. Únicamente en la clase media superior y superior
los hombres están fuertemente en desacuerdo, entre el 84%
y el 90%151.
Entre las mujeres, por su parte, los porcentajes de acuerdo en
las zonas rurales fueron aún más altos que los de los varones;
pero en el ámbito urbano, tanto las mujeres de clase inferior
(56%) como media inferior tuvieron más porcentajes de
desacuerdo que sus pares varones, sobre todo en esta última,
en que el 86% estaba en desacuerdo. En la media superior y
superior tienen la misma tendencia que los hombres, pero en
la última es levemente mayor la proporción de mujeres que
varones que está de acuerdo.
151
Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág. 143.
Las razones de las mujeres populares apuntan a que la mayor
libertad de movimiento de los hombres los habilita para la
política, al contrario que el semi enclaustramiento de ellas y a
que era mal visto que las mujeres anduvieran en la calle o en
reuniones. Los hombres aludieron, además, a la posibilidad
de discusiones entre los cónyuges.
Los varones, en general, sustentaban su acuerdo en la misión
hogareña de la mujer, su poca comprensión de la política y
su emocionalidad y falta de objetividad. Las mujeres urbanas
afirmaron su mayor desacuerdo con la no participación en
el hecho de tener la misma educación e información y en
el derecho a ser plenamente ciudadanas. A ello agregaron
cualidades como la mayor responsabilidad, intuición, y
distinta perspectiva que harían, incluso, superior la capacidad
femenina en política.
Al preguntar por participación en organizaciones sociales de
base, entre los sectores populares esta no bajaba del 26%,
llegando a más de 40% en el sector rural de secano, de modo
que las imágenes estaban atrás de los comportamientos
reales. En la ciudad, la mayor participación en organizaciones
sociales o políticas la tenían las mujeres de clase alta (40%),
sobre todo en movimientos religiosos (15%). Las clases
medias tenían participaciones inferiores al 14%152.
Respecto a si las mujeres deberían participar en
152
Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág.147.
))
141
organizaciones vecinales, todas estaban de acuerdo en
porcentajes superiores a dos tercios, excepto las mujeres
de los pescadores, con un acuerdo de solo un 44%. Las
principales razones para no participar aludían a la inexistencia
de esas organizaciones en el lugar, a la falta de tiempo y al no
tener con quien dejar a los niños.
En cuanto a participar en organizaciones en el trabajo,
también hay altos porcentajes de acuerdo en las mujeres
urbanas, en tanto muchas rurales declaraban no saber. Entre
las urbanas, las razones dadas eran defender sus condiciones
de trabajo y protegerse contra abusos del hombre; también
aparecía como argumento la defensa de intereses ante el
patrón. Organizarse a nivel político, concitó un acuerdo
menor: nuevamente en los sectores rurales muchas
declaraban no saber. Porcentajes no menores a 40% estaban
en desacuerdo, destacando el 58% de las mujeres de clase
media inferior y el 65% de la superior. Las razones apuntaban
a falta de preparación, pérdida de tiempo, ser este ámbito
ajeno a las mujeres y la existencia de corrupción en la política.
Entrevistadas de clase superior confesaron ser apolíticas153.
Sobre la percepción de cambio de las mujeres en su relación
con los hombres, los autores comprobaron que era menor
en los medios rurales, que juzgaban solo por su propia
experiencia directa y afirmaban, incluso, que siempre había
sido igual, sobre todo entre los pobres o en el campo. Pero
153
Mattelart & Mattelart, op.cit. Pág.151.
la percepción de cambios era muy fuerte en los sectores
urbanos.
Las mujeres y los hombres rurales señalaron modificaciones
positivas en la educación y la participación; las clases media
y superior urbanas, en cambio, aludieron a la emancipación,
a la conciencia del propio valor e independencia; mientras
que la clase inferior valoraba la evolución hacia la igualdad,
tensionada porque los hombres resentían la pérdida de poder.
También las mujeres de clase media superior aludían al fin
del mito de la superioridad masculina. Estas observaciones
apuntaban a un pasado de dependencia, rechazado por
injusto.
Los hombres admitían –de palabra, al menos–el cambio
hacia la igualdad de las mujeres, insinuando incluso una
superioridad actual de ellas. Como positivo veían un mayor
compañerismo entre unos con otras. Pero entrevistados
de ambos sexos señalaron aspectos negativos del cambio:
en la clase inferior acusaban a las mujeres de pérdida de
respeto y libertinaje, de querer dar vuelta los roles en el
hogar, produciendo pérdida de femineidad y de armonía en
la pareja.
Respecto a modificaciones en las conductas masculinas en
su relación con las mujeres, la tendencia a afirmar el cambio
es similar que en el rol de la mujer. En el caso de los sectores
rurales, las mujeres señalan mayor libertad y expresividad,
más aspiraciones y decisión, mayor educación e integración
social; los hombres del mismo sector agregaban cambios
))
143
en la apariencia y en el interés por los hijos. Algunos pocos
señalaron un afeminamiento por parte de los varones.
Los sectores más nostálgicos del pasado resultaron ser la clase
inferior y los pescadores y sus mujeres, quienes señalaron
mayor irresponsabilidad y pérdida de respeto por parte de
los varones. Aunque en menor proporción, los hombres de
las clases urbanas señalan que la igualdad de las mujeres ha
traído la pérdida de la deferencia y caballerosidad debidas
hacia un ser débil e indefenso.
Las mujeres son más sensibles a estos cambios. La mayoría
de las clases medias y superior estiman positivamente el
comportamiento de los hombres al haber aceptado la
emancipación de la mujer, no poner obstáculos y tratarla
como compañera, aunque señalan que no ha sido sin
reticencia.
Al preguntar si ahora era más feliz la mujer, la mayoría de
ellas pensaba que sí, por el mejor nivel de vida, más libertad
y educación. Quienes pensaban que no, señalaban que la
vida era más difícil (sobre todo en el sector popular) por la
desintegración moral y el aumento de las responsabilidades
(más que nada en los sectores medio y superior). Entre los
hombres, fue mayor la percepción de felicidad en la zona rural,
en tanto los sectores urbanos lo relativizaban, especialmente
las clases media inferior y superior.
Las aspiraciones ocupacionales para las hijas en las zonas
rurales y clase inferior urbana repetían las profesiones ideales
que la costumbre indicaba para las mujeres: costurera,
tejedora y profesora; mencionan muy poco el trabajo de
oficina y no hablaban del trabajo industrial. En las zonas
urbanas, destaca que las clases medias aspiraban para sus
hijas una educación universitaria: esta representaba el ideal
de ascenso social, y la búsqueda de un trabajo decente
y respetado. Esto no implica un cambio en las profesiones
elegidas, las que nuevamente son proyecciones del rol de
madre y esposa.
En la clase superior llama la atención el 20% que solo aspira al
matrimonio para sus hijas, y la mención de carreras artísticas
vinculadas a la decoración del hogar.
Para los hijos, en cambio, los sectores populares sí visibilizan
las ocupaciones industriales y de oficina, además de algunas
profesiones (Medicina, en la clase inferior urbana). En los
sectores medios y altos, nuevamente dominan las profesiones,
pero son otras: Ingeniería, Medicina, Derecho o Arquitectura.
Solo la clase media inferior menciona oficios técnicos.
Los problemas de las chilenas –para las mujeres de clase
alta–eran la dificultad con el servicio doméstico; las de
clase media superior mencionaban, en cambio, el conflicto
entre trabajo y hogar, pero también reiteraban el problema
de la falta de servicio doméstico, sumado al hecho de no
contar tampoco con artefactos modernos. Ambas apuntan
a distintas versiones del derrumbe de las estructuras
domésticas tradicionales, pero solo las de clase media indican
una solución funcional: las guarderías infantiles.
))
145
También señalan la falta de flexibilidad de los horarios de
trabajo, que hacen arduo cumplir con ambos roles. Estas
clases igualmente perciben la desigualdad de condiciones
entre hombres y mujeres en el trabajo, donde se sienten
discriminadas.
Las mujeres de clase media inferior resentían la discriminación
de las clases altas hacia ellas. En las clase inferior urbana, el
mayor problema eran las difíciles condiciones de trabajo,
los bajos sueldos y las deudas, lo mismo que en los sectores
rurales, expresado en sus carencias de servicios básicos y
sociales, lo que hacía más dura la vida. Perciben también
incomprensión de la gente de las ciudades.
Violencia en el hogar, una realidad
escondida
La dominación masculina se sustenta en la violencia
simbólica, sostiene el sociólogo francés Pierre Bourdieu.
A su vez, esta contiene implícitamente la posibilidad de
transformarse en violencia real y concreta: la agresión física
y sexual. ¿Cuán extendida estaba en los años sesenta lo que
hoy llamamos violencia de género?
El trabajo de los Mattelart, como era normal en la época, en que
la violencia hacia la mujer no había sido aún problematizada,
no preguntaba por estas situaciones, y tampoco fueron
mencionadas por las mismas mujeres en la pregunta abierta
sobre sus problemas. Apenas proporciones menores al 6%
de ellas mencionaron desavenencias conyugales, una forma
de ocultar el hecho de que la violencia era ejercida en un
contexto de dominio masculino. Tampoco encontraron
alusiones al problema en la recopilación de Covarrubias y
Franco154 (1978), ni en las demandas de las organizaciones
o partidos de mujeres descritas en el artículo de Covarrubias
allí incluido.
La información histórica indica que durante la Colonia la vida
matrimonial no siempre se adecuaba al modelo de armoniosa
convivencia esperado. La condición de las mujeres dentro de
él, que ya estaba definida como desventajosa, podía llegar a
ser crítica si el marido hacía uso de todo el poder que se le
confería en desmedro de su esposa. La violencia física estaba
permitida y solo podía ser cuestionada si era excesiva; es decir,
si ponía en peligro la vida de la mujer. Frente a un marido mal
administrador de los bienes familiares, infiel o que le daba
mala vida, las esposas tenían pocas salidas. El divorcio era difícil
de obtener, y consistía solo en la separación, además de que
la divorciada debía recogerse en casa de familiares y seguir
dependiendo económicamente de su cónyuge155. Tampoco
era un tema investigado con posterioridad. Recién en los
noventa de este siglo encontramos las primeras referencias a
este problema en trabajos de historiadoras como Tinsmann156,
154
155
156
Covarrubias & Franco, op.cit.
Salinas & Corvalán, op.cit.
Tinsmann, Heidi, Los patrones del hogar. Esposas golpeadas y control
sexual en Chile rural, 1950-1988. En Godoy, Lorena, Hutchison, Elizabeth,
Rosemblatt, Karin y Zárate M. Soledad, editoras, op.cit.
))
147
Arteaga y Carrasco157. No hay más información específica
sobre este problema en los estudios de la época. Imposible
cuantificarlo. Sí queda claro que la violencia física y sicológica
estaba presente en las relaciones familiares.
Pololeo158 y amor romántico
Uno de los campos de mayores cambios fueron las relaciones
afectivas entre los jóvenes, en un contexto de consolidación
de la institución matrimonial como la única forma legítima
de practicar la sexualidad, tanto en sus aspectos eróticos
como reproductivos, a la par de una ampliación del período
de preparación para contraer el enlace.
El pololeo, como relación preparatoria al matrimonio, existía
en la sociedad chilena desde fines de siglo XIX, y se había
ido legitimando a lo largo del siglo XX. Pero a partir de los
años cincuenta se hizo extensivo a los adolescentes, con una
mayor autonomía relativa tanto a las personas con quienes
pololear y al modo de hacerlo.
157
158
Arteaga, Catalina, El des/orden campesino: violencia en San Felipe (1900-1940).
Proposiciones. Nº 26 (181-193). Ediciones SUR, Santiago de Chile, julio, 1995.
Carrasco, Maritza. La historicidad de lo oculto. La violencia conyugal y
la mujer en Chile (Siglo XVII y primera mitad del XIX) En Perfiles revelados.
Historias de mujeres en Chile siglos XVII-XX. Veneros Ruiz Tagle, Diana, Editora.
Ediciones Universidad de Santiago. Santiago de Chile, 1997.
Pololo: (De or. mapuche). 1.m. Bol. y Chile. Hombre que sigue o pretende a
una mujer. 2. m. Chile. Insecto, como de un centímetro y medio, fitófago,
y que al volar produce un zumbido como el moscardón. Tiene la cabeza
pequeña, el cuerpo con un surco por encima y verrugas, élitros cortos y de
color verde, vientre ceniciento, patas anteriores rojizas, y posteriores verdes.
La ampliación de la escolaridad media159 tuvo un particular
efecto en las vidas cotidianas de los adolescentes de
sectores medios y populares. Mas que la posibilidad de
contar con ingresos propios, lo que autonomizó a los
adolescentes chilenos de sus familias fue la escolarización,
que los dotó de otra comunidad de referencia –el colegio–
y puso a las niñas en un espacio público legitimado. Estaban
en una institución autoritaria y adulto céntrica; pero era una
institución formal, regulada con normas iguales para todos
los jóvenes.
Para las muchachas, especialmente, implicaba una experiencia
nueva: aunque las escuelas reprodujeran la ideología de
género en su concepción, tanto en el currículo oculto como
en el explicito –puesto que hasta la reforma había ramos
diferenciados para hombres (Trabajos Manuales) y mujeres
(Educación para el Hogar)–, participaban de un colectivo de
pares en que su desempeño era evaluado, teóricamente, en
forma igualitaria y según sus méritos.
Además del grupo de pares, con las complicidades,
competencias y abusos que pudieran ocurrir en la
convivencia cotidiana, estaba el necesario tránsito por las
calles de las ciudades y, en zonas rurales, por caminos y
carreteras, para trasladarse entre el colegio y la casa. Para
muchas adolescentes el viaje al colegio era la única salida
que sus progenitores, sobre todo el padre, permitían.
159
Ver capítulo sobre los años 60 en Chile.
))
149
La posibilidad de emparejarse románticamente entre
adolescentes, por sus `propias inclinaciones, fruto
probablemente de la influencia de los medios (cine y revistas)
ya estaba instalada desde los años cincuenta, a partir de la
película Rebelde sin causa, y de músicos como Elvis Presley
y otros. Lo nuevo era que estas relaciones empezaban a
sustraerse cada vez más del control de los adultos, en una
situación tolerada por ellos.
El pololeo contiene una serie de disposiciones normativas
consuetudinarias que regulan ritualmente su funcionamiento:
desde el ‘pinchar’ –cortejo y seducción–; pasando por la
explicitación del vínculo –solicitud del muchacho a la
joven y petición de permiso de ella a los padres para su
aprobación–, hasta las actividades relacionales, físicas y
sociales, permitidas160.
Aunque los padres trataban de regular con quiénes, cuándo
y cómo podían pololear sus hijos, sobre todo sus hijas, era
cada vez más difícil normar esas situaciones, tanto por las
exigencias de la educación como por la misma actitud de
los muchachos, cada vez más conscientes de sus deseos y
necesidades emocionales; es decir, de su propia individualidad
en tensión con las normas familiares y sociales161.
160
161
González, Yanko, Primeras culturas juveniles en Chile: Pánico, malones,
pololeo y matiné. En Revista Atenea, Nº 503 (Págs. 11-38), Concepción,
Chile, 2011. Disponible on line: <www.scielo.cl/scielo.php?pid=S071804622011000100002&script=sci_arttext>. Pág. 32.
Ibíd.
Trenzado con el aumento de la escolaridad está el crecimiento
de la población urbana, y con ello una espacialidad
distinta a la rural para las relaciones entre adolescentes. Ya
señalábamos la calle, los viajes cotidianos. También estaban
los entretenimientos colectivos, fundamentalmente el cine,
como señalábamos en el Capítulo 3. La salida del cine en la
función de matiné, las boites para ir a bailar, y los malones162,
sobre todo, eran los espacios de socialización habituales,
además de los grupos sociales de los diversos credos para los
jóvenes religiosos.
Los niños también cambian
El historiador chileno Jorge Rojas163 describe los cambios que
ocurrieron en la crianza a partir de la década de los 50 en
Chile, cuando aparecieron los primeros cuestionamientos a
la formación tradicional de los niños, autoritaria y jerárquica
en que ellos eran poco valorizados por su dependencia
162
163
Fiesta bailable que se realizaba en casa de uno de los/as adolescentes
de un grupo, en la que cada cual debía llevar algo de comer o de beber
–especialmente bebidas no alcohólicas– para compartir, además de los
discos de los cantantes juveniles de moda. Los adolescentes compartían,
bailaban, coqueteaban, ensayaban los juegos de seducción permitidos,
exhibían sus destrezas en el baile, lo novedoso de sus ropas, peinado y
maquillajes y, sobre todo, definían su espacio y sociabilidad, en un entorno
distinto y separado de los adultos y de los niños; pero bajo la mirada lateral
de todos los miembros de la familia, que les dejaban el escenario principal, la
sala, mientras permanecían como observadores tras bambalinas (González,
op.cit. Pág. 31).
Rojas, Jorge, Historia de la infancia en el Chile Republicano 1810-2010.
Editorial Ocho Libros, Santiago de Chile, 2010.
))
151
económica y falta de conocimientos y experiencia, y
donde la violencia física era un método aceptado para
corregirlos y educarlos. En 1959, Chile firmó la Declaración
Universal de los Derechos del Niño, sin que ello provocara
cambios institucionales, pero siendo un signo de muchas
otras influencias, por medio de la sicología y la pedagogía,
que apuntaban a un trato más afectuoso, comprensivo y
protector a los infantes.
Fueron creadas escuelas de educadoras de párvulos y
publicados libros extranjeros y nacionales sobre psicología
infantil y modernos métodos de crianza. En los años sesenta
estos cambios empezaron a ser apreciados, y los niños a
ser considerados por sectores crecientes como individuos,
modificando las relaciones de poder al interior de la familia.
Ejemplo de ello fue el abandono progresivo del “usted”, en
la forma de dirigirse a los padres, reemplazada por el “tú”.
También Rojas registra la falta de datos sobre maltrato infantil
antes de esos años; los estudios al respecto realizados en
Estados Unidos en los sesenta llegaron a Chile recién en los
años setenta164.
La paternidad patriarcal –respaldada por la legislación
chilena sobre la legitimidad/ilegitimidad de los hijos, vigente
hasta 1998, que establecía como verdaderamente hijos a los
que nacían en una unión legalmente constituida–, era un
modelo de masculinidad hegemónica que, como consigna
164
Rojas, op.cit. Pág.752.
el sociólogo chileno José Olavarría, presentaba la paradoja
de permitir a los hombres tener hijos y no, necesariamente,
sentirse ni ejercer como padres.
El trato diferenciado en la relación entre los padres y sus hijos
e hijas, según fuere el sexo de los mismos, constituía una
constante en la cultura de la época. Así, el grado de separación
de lo público y lo privado adquiría formas diferentes con hijos
que con hijas, respecto de permisos y prohibiciones, así como
en la división sexual del trabajo doméstico y no doméstico,
además de la preferencia por el hijo en caso de optar a la
prosecución de estudios.
En este marco –y según lo han constatado diversos estudiosos
del tema– en los sectores populares el trabajo infantil era
parte de las estrategias de subsistencia en la familia. Con
bastante frecuencia en este período de la historia nacional,
los niños varones aportaban al debilitado presupuesto
familiar, y eran conocidos como los trabajadores infantiles165.
Las relaciones entre padres e hijos, comúnmente, estaban
inscritas en una estructura jerárquica y autoritaria, en especial
en relación al padre. Durante este período, prevalecen los
preceptos para que la mujer se relacionara con el trabajo
reproductivo y el cuidado de los demás miembros de la
familia. Las labores de crianza involucraban, por lo común,
cercanía y afecto de la madre con hijos/as en sus primeros
165
Salazar & Pinto, op.cit. 2002b. Pág. 62.
))
153
años. Los varones, por su parte, se mantenían ajenos de
participar en el cuidado de los niños así como del trabajo
doméstico.
El vínculo entre padres e hijos jóvenes, entre las décadas del
treinta al sesenta, se vive bajo una clara ‘hegemonía adulta’166.
Sin embargo, en los años sesenta e inicios de los setenta,
esta relación inicia un importante proceso de cambio. El
movimiento estudiantil y la juventud tendrán una creciente
presencia en la vida nacional y en el consumo de bienes y
productos culturales.
166
Ibíd. Pág. 205.
capítulo cinco
las revistas juveniles
))
157
“RITMO DE LA JUVENTUD”, LA REVISTA ANALIZADA, y su
coetánea pero menos exitosa “Rincón Juvenil”, fueron en los
años sesenta chilenos la expresión dirigida a los jóvenes del
magazine, género periodístico que emergió en el siglo XX,
producto del desarrollo de la industria cultural, formando
parte de los procesos de modernización en el ámbito
cultural.
Fueron la vía por la cual la modernidad se incorporó a la vida
cotidiana, permeándola del carácter de la época. Por medio
de las revistas era posible acceder, muchas veces visualmente,
a nuevos temas, lugares y personajes, expandiéndose y
complejizándose el imaginario social167.
El investigador chileno y especialista en cultura Bernardo
Subercaseaux ha señalado que en el período 1950 a 1970
hubo una declinación de la industria del libro, porque las
mayores editoriales nacionales priorizaron por las revistas.
La mayor de ellas, Zig-Zag, a fines de los sesenta publicaba
revistas para todos los grupos etarios y géneros, las que
representaban el 90% de sus ventas168.
Una investigación realizada en 1969 sobre exposición a
medios de los estratos populares (separados internamente
167
168
Santa Cruz, Eduardo. Modernización y cultura de masas en el Chile de principios
del siglo veinte: El origen del género magazine. Comunicación y Medios, [S.l.], n.
13, ene. 2002. ISSN 0716-3991. Disponible en: <www.comunicacionymedios.
uchile.cl/index.php/RCM/article/view/12990/13272>.
Subercaseaux, Bernardo, Historia del libro en Chile. LOM Ediciones. Santiago
de Chile. 2000. Pág. 28.
en aristocracia obrera, marginales y campesinos)169 encontró
que la radio era el medio al cual accedían mayoritariamente
todos (85%), y casi todos poseían un receptor en su hogar.
El segundo medio eran los diarios, pero con más diversidad:
91,7% de los obreros leía un diario, al menos una vez por
semana; 58,6% de los marginales y 47,1 de los campesinos;
las mujeres tenían, sistemáticamente, exposiciones menores:
79,2%, 51,4 y 39,6 respectivamente.
El tercer medio eran las revistas: los obreros varones tenían
exposición media, es decir, leían algunos números al mes (19,5%)
lo hacia el 20% de los marginales y el 29,4% de los campesinos;
en tanto entre las mujeres los porcentajes eran 28,6, 27,1 y 32,1.
Cabe señalar que entre los obreros, el 23,6% de los hombres y el
27,3% de las mujeres declararon leer todos los números de una
revista. También resaltan que el 53% de las mujeres marginales,
el 48,4% de las campesinas y el 29 de las obreras accedían a las
revistas mediante préstamos o intercambios.
Por edad, el 31,2% de los mayores de 34 años leía revistas,
mientras que lo hacía solo el 5,4 de los jóvenes entre 15 y 25 años.
Los autores indican que, en otra investigación, publicada por ellos
en, habían encontrado que entre los empleados y estudiantes
universitarios de entre 18 y 24 años, el 85% leía revistas170.
169
170
Mattelart, Armand, Piccini, Mabel & Mattelart, Michelle. Los medios de
comunicación de masas. La ideología de la prensa liberal. Schapire El Cid Editor.
Buenos Aires, Argentina. 1976. Pág. 37.
Mattelart, Armand, Piccini, Mabel, &Mattelart, Michelle, Juventud chilena
rebeldía y conformismo, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1969.
Citada por los autores en Mattelart, Armand, Piccini, Mabel & Mattelart,
Michelle, op.cit, 1976. Pág. 39.
))
159
En cuanto a la propiedad de los medios, el estudio
mencionado171 señala que en 1968 estaban concentrados
en diez grupos económicos:
• Grupo El Mercurio-Lord Cochrane.
• Grupo ZigZag.
• Grupo Radio Minería.
• Grupo Radio Portales.
• Consorcio Periodístico de Chile S. A. (Copesa).
• Compañía Chilena de Comunicaciones.
• Emisora Presidente Balmaceda.
• Sociedad Periodística del Sur S. A. (Sopesur).
• Sociedad Nacional de Agricultura (SNA).
• Radioemisoras unidas.
El grupo Mercurio-Lord Cochrane, vinculado al Banco
Edwards, era el mayor controlador de prensa en Chile, siendo
propietario de tres diarios en Santiago (El Mercurio, el principal,
tenía una circulación de 128.000 ejemplares cotidianos) y seis
en regiones. Mediante la Editorial Lord Cochrane editaba y
distribuía revistas para diversos públicos, todas con éxito de
ventas, aunque la cifra indica tiraje y no venta172:
• Dos revistas femeninas quincenales: Paula (60.000)
y Vanidades Continental (40.000), siendo la primera
nacional y la segunda una franquicia extranjera.
• Dos revistas semanales seudo-románticas: CineAmor (50.000 a 60.000) y CorínTellado (35.000),
siendo la primera del género ‘foto-novela’ y de
171
172
Ibíd. Pág. 43.
Ibíd. Págs. 43-4.
•
•
•
•
producción nacional; y la segunda, la reproducción
de una novela la exitosa escritora rosa española
del mismo nombre.
Dos revistas semanales juveniles de tipo fan
magazines: Ritmo (85.000 a 100.000) y El Musiquero
(30.000 a 40.000), ambas de producción nacional.
Una revista picaresca: El Pingüino (35.000),
producida en Chile.
Un conjunto de revistas de historietas con un
tiraje de 5.000 ejemplares semanales tales como
El Gato Félix, Henry, El Recluta, etcétera, muchas
de las cuales eran franquicia de publicaciones
extranjeras.
Una revista para niños de producción nacional:
Mampato (20.000 a 30.000 semanales).
El grupo Zig-Zag, segundo grupo en materia de revistas,
tenía conexiones por medio de sus accionistas con los
grupos Banco de Chile y Edwards, así como con el Banco
Sudamericano. Estaba compuesto de cuatro empresas: ZigZag, Ercilla SAC, Radio Chilena y Distribuidora Latinoamericana
de Publicaciones Dipalsa S. A.
Zig-Zag editaba y distribuía las siguientes revistas173:
• Cuatro revistas semanales de actualidad general:
Ercilla (60.000 a 75.000); Siete Días (20.000); Vea
(90.000) y Algo Nuevo (5.000).
173
Mattelart, Piccini & Mattelart, op.cit. Págs. 45-6.
))
161
•
•
•
•
•
•
•
•
Dos revistas femeninas semanales: Eva (30.000) y
Rosita (50.000).
Una revista seudo-sentimental: Confidencias
(32.000).
Dos semanarios deportivos: Estadio (30.000) y Gol
y Gol (40.000).
Una revista de “vulgarización” histórica: Sucesos
(30.000).
Un conjunto de revistas de tipo fan magazine:
Ecran (45.000) y Teleguía (27.000). En 1969, lanzaron
Telecrán, que las fusionó.
Un conjunto de historietas semanales, en su
gran mayoría producciones de Walt Disney:
Fantasías (60.000); Tío Rico (75.000); Tribilín
(50.000), Disneylandia (90.000) y una serie de ‘tiras
de aventura’ tales como S. O. S., Trinchera, El Jinete
Justiciero, Espía 13, Far West, Jungla, Doctor Mortis,
El Intocable, Ruta 44, etcétera, muchas de ellas
guionizadas y dibujadas en Chile.
Una revista humorística chilena: Condorito, con un
gran mercado internacional en los países andinos
(400.000 ejemplares trimestrales).
Una revista culinaria: Saber Comer (40.000).
Estos dos grupos tenían en sus manos la producción de la
gran mayoría de las revistas que circulaban en Chile. Fuera
de las señaladas, existían dos publicaciones periódicas de
izquierda, Punto Final y Plan, con una circulación bimensual
de alrededor de 15.000 ejemplares, y una revista mensual
editada por los jesuitas, Mensaje (con un tiraje de 5.000 a
6.000). También existía el semanario P E C, Política, Economía
y Cultura, que apareció en 1967 y cerró en 1973… pese a ser
de la intelectualidad de derecha. El estudio de los Mattelart
no los menciona y en el curso de esta investigación no fueron
encontrados datos sobre su tiraje.
Po su parte, y siempre con datos del estudio de los Mattelart,
el Consorcio Periodístico de Chile S. A. (Copesa, ligado a los
Bancos Español y del Trabajo), editaba otro diario de alta
circulación en Santiago, La Tercera, (95.000 ejemplares). Para
dar una idea más clara de la concentración de los medios
escritos, cabe señalar que los diarios ajenos a los grupos
económicos eran cinco en Santiago: El Siglo (20.000), del
Partido Comunista y La Ultima Hora (17.000), ligada al Partido
Socialista; un diario de centro izquierda era el único que
se acercaba en influencia y tiraje: Clarín (100.000 a 120.000
ejemplares diarios). El diario propiedad del gobierno era La
Nación (45.000) y la Democracia Cristiana publicaba La Tarde
(5.000).
Pese a la concentración de la propiedad de los medios,
es notable la profusión de medios escritos en la época,
producidos en Chile para distintos nichos de públicos.
Considerando que la producción de las revistas implicaba
un equipo profesional que las produjera periódicamente,
estas cifras hablan de un período de enorme auge editorial. Y,
dentro de él destacaba el gran tiraje e influencia de la revista
Ritmo de la Juventud.
))
163
Revistas para adolescentes
A partir de los años cincuenta, como ha sido señalado en
los capítulos anteriores, los adolescentes conformaban ya
un grupo etario separado de la infancia, con características
propias y constituían un nicho de mercado separado de los
niños y las familias. Los jóvenes chilenos no tenían el poder
adquisitivo de sus coetáneos estadounidenses pero, al igual
que ellos, eran una proporción desusadamente alta de la
población general, y empezaban a desarrollar un sentido de
identidad generacional.
Las revistas definidas como juveniles abordaban temas
del espectáculo y la entretención (fundamentalmente
música popular, cine, teatro y televisión), pero también
tocaban problemas sicosociales considerados propios de la
adolescencia y juventud. La mayor editorial del país, Zig-Zag,
a la fecha de propiedad de empresarios vinculados al Partido
Demócrata Cristiano174, empezó a publicar Rincón Juvenil en
diciembre de 1964; Lord Cochrane, recientemente creada por
el grupo Edwards, y en clara competencia con Zig-Zag, lanzó
la revista Ritmo en septiembre de 1965.
174
Conocidos en los medios como “Los Pirañas”, por la voracidad con que
estaban adquiriendo empresas, entre ellas los medios de comunicación
(Alberto Vivanco, en Ergocomics. Apuntes sobre la Historieta Chilena. Revista
Ritmo: Las cosas en su lugar, 2009a. Recuperado el 6 de marzo de 2013, de
<http://ergocomics.cl/wp/2009/04/revista-ritmo-las-cosas-en-su-lugar-1de-3-2>).
Ambas estaban enfocadas en ampliar la experiencia de los
jóvenes –especialmente adolescentes– y explicitaban su
interés en dar expresión a un sector social que no la había
tenido, y que estaba siendo mirado con desconfianza desde
el mundo adulto:
“Queremos mostrar a los adultos que la juventud no es una
etapa pasajera, sino un estado de ánimo, activo y pleno de
energías; que el twist y el ‘surf’ son expresiones de vitalidad; que
el cantante romántico está simplemente poniendo en música
y palabras los deseos de ternura y compañerismo de muchos
jóvenes, y que la juventud, en toda época, ha sido como deber
ser: una respuesta diferente ante los desafíos de una época que
es también diferente en cada generación”175.
Las dos publicaciones compartían también la visión de vivir
en un período de grandes cambios, donde las costumbres
tradicionales estaban siendo reemplazadas por nuevas
normas, y los jóvenes aparecían como abanderados de estas
transformaciones; pero también estigmatizados por los
sectores que veían tales cambios como negativos.
Legitimaban a la juventud como un período con menores
responsabilidades, y enfatizaban las opciones individuales
en las relaciones afectivas y decisiones vocacionales, aunque
no abandonaban la importancia del peso familiar. La alegría,
las relaciones afectivas fluidas (sin relaciones sexuales) y
175
Rincón Juvenil N° 1, Editorial: “Amigo o Amiga”, 1964. Pág. 1.
))
165
la despreocupación eran validadas, en tanto conducían a
una edad adulta donde los adolescentes debían cambiar, y
volverse responsables, al ser demandados por sus nuevas
familias.
Cierta irresponsabilidad temporal, producto del optimismo,
la alegría, la espontaneidad juvenil, era tolerable, siempre
que no dañara el proceso de acumulación de capital cultural
y social en que los adolescentes estaban encauzados
para llegar bien preparados para ser adultos, trabajadores
disciplinados y padres de familia. La tarea principal de
muchachos y muchachas era prepararse para el futuro,
estudiando. Así lo planteaba Ritmo en su primer número, en
una editorial menos programática que la de Rincón Juvenil,
pero más enfática en la emotividad:
“¡Hola! ¿Qué tal? Estamos felices de poder entregarles el primer
número de nuestra revista.
La hemos preparado con mucho cariño y entusiasmo y
suponemos que ustedes la recibirán con el mismo cariño y
entusiasmo, ya que aquí encontrarán todo lo que más les gusta
y los que más les interesa, desde las aventuras de Trini hasta ese
super-secreto: ‘prométeme que no se lo cuentas a nadie’, de los
cantantes y gente de radio y televisión. También datos útiles
sobre estudios, deportes, canciones, últimos discos a la venta y…
¡pero, para qué tanta explicación! Den vuelta la página. ¡Están
en su casa! ¡Bienvenidos!”176.
176
Ritmo Nº1, Editorial. 1965. Pág. 1.
Los cambios sociales vinculados a la urbanización, las
migraciones campo ciudad, la ampliación de las posibilidades
de educación formal y la movilidad social, habían producido
estas nuevas generaciones que era necesario “civilizar”,
transmitiéndoles valores y modales adecuados a su
nueva condición de habitantes de la ciudad. Había que
compatibilizar la energía juvenil con las necesidades del
desarrollo, aunque de manera no evidente.
Buena parte de los artículos de contenido estaban
consagrados a dar indicaciones respecto a cómo
relacionarse entre padres e hijos y a resolver los conflictos
que emergían por el apego de los padres a un control
tradicional de la sociabilidad de sus hijos –especialmente
sus hijas- y las demandas de los adolescentes para moverse
más libremente en un mundo de relaciones sociales más
fluido. Eran frecuentes las consultas de lectores y lectoras
señalando que sus padres les prohibían tener amigos y los
limitaban a desplazarse de sus colegios a la casa únicamente.
Eso estaba contrapuesto con el mundo abierto que
presentaban las revistas, en que los jóvenes de ambos sexos
se reunían, paseaban, bailaban, estudiaban, se divertían en
sus hogares, en las calles y plazas, durante el año escolar, o
en las playas y en el campo en las vacaciones. La solución
dada desde las revistas era convocar a la comunicación, a un
diálogo en que los jóvenes debían plantear con serenidad
sus demandas a sus padres, para así demostrar su madurez
y ser escuchados.
))
167
La creación de Ritmo y Rincón Juvenil
La idea de un medio de comunicación juvenil emergió en
quien llegaría a ser periodista subdirector de Ritmo, Alberto
Vivanco, cuando todavía cursaba el 5° año de Humanidades
en el Liceo de Quilpué, en 1958, inspirado por la aparición
-desde 1956- de un tipo de música “exclusivamente juvenil
capaz de romper todos los lazos con la generación anterior”: el
rock and roll de Bill Haley y Elvis Presley, cuyo “ritmo electrizante
abriría una brecha generacional que ya jamás se cerraría”177.
Esto se vio refrendado con las imágenes de películas como
Rebelde sin causa, reafirmando la disconformidad juvenil con
el mundo adulto y un estilo que además de la música incluía
“vestimenta propia: blue jean, chaqueta corta, cuello subido y
zapatos mocasines de gamuza. Incluso teníamos un vehículo
propio: la motoneta ‘Vespa’”178. Un medio de comunicación
propio parecía una consecuencia lógica.
Experimentando con caricaturas y escritos en su etapa
escolar, elaboró proyectos de revistas infantiles y de vaqueros
que presentó sin éxito a Guillermo Canals, gerente de ZigZag. En 1959 llegó a Santiago, a estudiar Periodismo en la
Universidad de Chile, con la maqueta de una revista juvenil
para presentarla a la misma editorial. Fue nuevamente
rechazado, porque Canals estimaba que el rock and roll era
177
178
Vivanco, Alberto, op. cit., 2009 a.
Vivanco, op.cit.
solamente una moda pasajera; que los jóvenes chilenos no
tenían capacidad de consumo propia como para asegurar la
venta de una revista; y que, además, él mismo era demasiado
joven como para hacerse cargo de este proyecto. A cambio,
le dio acceso a la revista infantil El Peneca y a la juvenil La
Pandilla, ambas de la editorial, donde le compraron episodios
de historietas. En el año 60 ya estaba publicando, en el diario
Clarín, la tira cómica Lolita y dibujaba regularmente en El
Pingüino, además de colaborar con historietas deportivas en
Barrabases.
Ofreció el proyecto de la revista Ritmo a todas las editoriales
existentes, aunque las prácticas monopólicas de Zig-Zag,
que incluían quema de kioscos para impedir la distribución
de revistas alternativas, destinaban al fracaso cualquier
competencia, como le contaron otros periodistas y dibujantes
de la época que habían intentado iniciativas similares.
Como señaló el Capítulo 3, la aparición por esos días de
pandillas juveniles “que aterrorizaban al prójimo con sus
motonetas” y el aprendizaje en la universidad, lo llevaron a
pulir su proyecto para incluir no solo música, sino estos
nuevos temas de conducta juvenil. Intentó asociarse con
Ricardo García –el discjockey más popular de ese momento
por su programa Discomanía en Radio Minería–, sin éxito.
Luego probó con la tradicional revista Ecran, a cuya directora,
Marina de Navasal, le desagradaban los cambios en los gustos
del público juvenil. Pese a ello, se daba cuenta de que debía
adaptarse, si quería mantener a su revista en circulación. Ella
))
169
aceptó publicarle una historieta juvenil de una adolescente
alocada, de nombre Popotito (como la canción de Enrique
Guzmán, cover del tema estadounidense Bony Moronie)
que tenía como mascota al gato YoYo. También encargó a
la estudiante de periodismo Lidia Baltra la redacción de la
sección Rincón Juvenil, con notas sobre los nuevos cantantes
‘coléricos’179.
En el intertanto, Zig-Zag había decidido ampliar la sección
Rincón Juvenil de Ecran y convertirla en una revista dedicada
a los jóvenes, como les había propuesto Vivanco, pero sin
invitarlo y prefiriendo periodistas profesionales adultos,
ligados al mundo tradicional del espectáculo y la bohemia
santiaguina. Vivanco estima que no fue hecho con seriedad,
sino como un producto de menor calidad, para un público al
que no respetaban, por lo que tuvo poco impacto en el año
en que apareció, 1965, mejorando algo con la competencia
de Ritmo al año siguiente, pero sin llegar a captar los intereses
de los jóvenes. La publicación cerró el 1 de marzo de 1967,
tras 115 números, transformándose en Telecran.
La sociedad Vivanco - Larraín
María del Pilar Larraín Irarrázaval (1927-2002), compositora
que había ganado el Festival de Viña del Mar en 1962 con
su canción Dime por qué, y conducía un popular programa
179
Vivanco, op.cit., 2009 a.
juvenil en Radio Chilena, contactó a Vivanco en Ecran,
declarando su admiración por el gato YoYo. Vivanco reconoció
en Pilar a alguien diferente a él: “Mayor que yo, casada y con
una excelente situación económica, era una persona ingeniosa,
alegre y vital”180. La invitó a realizar juntos una sección juvenil
en la revista Mi vida, de Guido Vallejos, como un ensayo
para la futura publicación. María Pilar demostró tener gran
rigor, constancia y entusiasmo por el nuevo trabajo, sumado
a su excelente educación y sentido del humor. Todo ello
convenció a Vivanco de que era la compañera adecuada para
proponerle el proyecto.
Siendo imposible que Ritmo saliera en Zig-Zag, fueron a
su competencia, el grupo Edwards. A cargo de la moderna
imprenta recién adquirida por el grupo estaba el menor de la
familia, Roberto, recién llegado de la universidad en Estados
Unidos. María Pilar declaró ser su amiga, y se contactó con él,
obteniendo la aceptación para la publicación.
Señala Vivanco que “no me costó nada ceder el puesto de
directora a Pilar y yo ocupar el puesto de sub director” porque
tenía muchos otros proyectos en carpeta, y su idea era “ser el
‘editor’ al estilo norteamericano: inventar el producto, controlar
su producción y desarrollo” pero, fundamentalmente, trabajar
en equipo. Incluso, la revista era para él un centro organizador
de “toda clase de eventos participativos, tales como encuentros
deportivos, conciertos musicales, elección de Ritmo-reinas con la
180
Ibíd.
))
171
votación de los lectores, etc”181 y para encabezar eso Larraín era
muy adecuada.
El primer disenso entre ambos surgió en torno al nombre de
la revista, que podía ser asociado con el de la orquesta de
música tropical Ritmo y Juventud, identificada con los sectores
populares. Proponía, en cambio Nosotros, que a Vivanco le
pareció excluyente; pero lo aceptó para no obstaculizar la
publicación, que así fue publicitada.
Sorprendentemente, en el último momento, los abogados
del grupo Edwards supieron que Zig-Zag ya había registrado
legalmente el nombre y se preparaba para secuestrar
judicialmente la edición por robo de su marca en cuanto
saliera a la calle. Fue necesario cambiar rápidamente,
recuperando el logotipo de Ritmo que Vivanco tenía listo
para que fuera a la imprenta.
En sus primeros 37 números, la revista era muy sencilla, con 32
páginas y sin portada adicional, y costaba Eº 0,50. Sólo ocho
de estas páginas eran a dos colores (rojo anaranjado y negro),
reduciendo los costos de producción y el valor de venta.
Innovación gráfica
La revista fue muy innovadora en términos visuales, tanto por
180
Todas las citas de este párrafo, tomadas de Vivanco, op.cit.
la sencillez de su presentación material como por el uso ágil
y atractivo de sus pocos recursos: los dos colores con que
contaron los números entre el 1 y 37 fueron presentados
en combinaciones que le daban gran agilidad y limpieza. El
logotipo era característico: las letras blancas sobre una banda
horizontal roja parecían hechas a mano, tenían diversas
inclinaciones sugiriendo movimiento y el punto de la letra
“I” era la cara del gato YoYo, símbolo de la revista. La portada
se completaba con la foto de una figura del espectáculo,
generalmente un primer plano del rostro o una toma de
medio cuerpo. En el interior mantenían la combinación de
colores para separar secciones dentro de las páginas, algunas
letras en movimiento y dibujos de Vivanco para ilustrar
los títulos, las anécdotas de la sección Son rumores y las
secciones de temas de juventud. Contaron también desde
el comienzo con muy buenos fotógrafos, que aportaron a
la imagen informal y más desenfadada que buscaban. En
conjunto, la revista tenía el aspecto de un cuaderno escolar,
con subrayados, dibujos y recortes, que lo hacía muy próximo
a sus lectores, los adolescentes.
El público objetivo de la revista era esencialmente popular
y de clase media; los cantantes chilenos, cuyas andanzas
eran presentadas en sus páginas, habían pasado del inglés
al castellano eran del gusto de los jóvenes de las barriadas
populares y sectores de clase media, que compraban los
discos y revistas, y asistían a sus presentaciones públicas182.
182
Vivanco, Alberto. Entrevista de la autora para la investigación, 10 de enero de
2011. Respuestas sobre Ritmo. (S. Lamadrid, entrevistadora).
))
173
El inmediato éxito de ventas les permitió, a partir del número
37, agregar tapas gruesas a todo color, incorporando el
color amarillo en las letras de la palabra Ritmo sobre un
fondo rojo encendido, aumentar las páginas y doblar su
precio a Eº1. Desde el número 80 hicieron un pequeño
cambio en la portada, incorporando un borde rojo, formato
que mantuvieron todo el período; agregaron, además, la
Colección Ritmo Foto, dos fotos a todo color en papel grueso
de sus artistas preferidos, a modo de pequeño poster. A partir
del número 100, la portada empezó a ser en papel couché, y
alcanzaron las 64 páginas, varias de ellas en colores; desde
el 176 incluyeron también un Ritmo-afiche desprendible en
el medio de la revista. Y la Colección Ritmo Foto cambió a
Colección VIP, a partir del número 238.
El precio de la revista varió tanto por estas mejoras como por
la constante inflación que caracterizó la economía chilena del
período. Los lectores en diversas cartas aludían a que muchas
veces no les alcanzaba el dinero para comprar la revista, y la
compartían entre varios amigos.
El equipo Ritmo
A diferencia de Rincón Juvenil, en Ritmo “el equipo de trabajo…
era absolutamente inexperto, pero le sobraba entusiasmo”183.
Luz María Vargas y Manolo Olalquiaga, en sendas entrevistas,
183
Vivanco, op.cit, 2009 a.
reafirman la mística y alegría que tenía el grupo184. Ninguno
tenía formación profesional como periodista185; el único que
había pasado por la Universidad de Chile era Vivanco, ya que
Vargas y Olalquiaga se integraron siendo aún estudiantes.
María Pilar Larraín tenía 38 años cuando inició sus tareas en
Ritmo. Era “hija emblemática de las familias más tradicionales de
este país”, como la describió revista Ya (El Mercurio) en 2010186.
Aunque nunca fue a la universidad había tenido una gran
educación privada, con institutrices alemanas, clases de piano,
violín, canto lírico, historia del arte, idiomas (era una políglota
de oído privilegiado). No pudo seguir la carrera de cantante
lirica, para la que se preparó, por una afección a la garganta; se
casó a los 24 años con el empresario Hernán del Solar y no tuvo
hijos. Se dedicó primero a la música como compositora de
jingles publicitarios y canciones y luego a las comunicaciones
con su programa en Radio Chilena Los amigos de María Pilar.
Permaneció a la cabeza de Ritmo hasta diciembre de 1970187.
184
185
186
187
“Yo me quedaba hasta tarde, por puro gusto. Me encantaba estar ahí”. Vargas
en “La reina del papel couché”, Aguilar, Marcela, Revista El Sábado, Diario El
Mercurio, Santiago de Chile, 8 de julio 2002.
“Y eso fue intencional. En aquella época NO EXISTÌAN ‘expertos’ en cuestiones
juveniles. Fue necesario formarlos. Parecía inconsecuente tener a ‘periodistas
profesionales’, gente mayor, para interpretar a jóvenes a los cuales muchas veces
odiaban y resentían por ser ‘coléricos’ que pujaban por apoderarse del mundo,
desplazando a la generación anterior”. Vivanco, op.cit., 2011.
Jurado, María Cristina. “Mujeres con verdadero estilo”. Revista YA, Diario El
Mercurio de Santiago de Chile, 13 de abril de 2010.
Tras la elección de Salvador Allende, ella y su marido viajaron a Buenos
Aires, para luego instalarse finalmente en Miami, donde se hizo cargo de
la subdirección de Vanidades, convirtiéndose en el artífice de las versiones
latinas de Harper’s Bazaar e Ideas. Llegó a ser la directora internacional del
grupo Hearst, en Nueva York. Tras su retiro, ambos regresaron a Chile, donde
falleció en 2002.
))
175
El subdirector Alberto Vivanco (1941) era el autor de la tira
cómica Lolita188 (con Carlos Alberto Cornejo en los guiones,
durante los dos primeros años) que el diario de mayor
circulación en Chile, Clarín, publicó entre 1963 y el 10 de
setiembre de 1973. Dirigió también la revista de historietas
independiente La Chiva, editada en conjunto con Pepe Huinca,
Hervi, Palomo y otros destacados dibujantes nacionales
desde el 31 de julio de 1968, hasta 1970, con alrededor de 50
números. Un éxito en creatividad; pero un fracaso económico,
fue la revista de historietas más creativa e inteligente que ha
habido en nuestro país. Fue también director de la División
Periodística de Quimantú, donde publicó su proyecto de revista
para mujeres, Paloma, que solo duró 19 números, pero tuvo
un enorme éxito de ventas que le permitió competir Paula,
de Lord Cochrane, y Eva, de Zig-Zag, llegando a vender más
de 200.000 ejemplares quincenales. Tras el golpe de Estado se
exilió en Venezuela, donde trabaja como editor. Publica Lolita
en varios diarios latinoamericanos189.
A pesar del entusiasmo en la empresa común, directora y
subdirector tenían grandes diferencias de criterio respecto a
la revista, que solucionaron salomónicamente. En palabras de
Vivanco: “cada uno tendría la misma oportunidad de proponer
temas y personajes”190. El mismo equipo fue elegido de esta
forma.
188
189
190
“Era como un Pepe Antártico femenino”. Vivanco, op.cit. 2009b.
“Actualmente Lolita se publica diariamente en unos 80 periódicos y, en los
últimos 13 años, nadie ha manifestado intenciones de interrumpir el servicio,
sino todo lo contrario”. (Vivanco, 2011).
Vivanco, op.cit. 2009 a.
Además de ellos, el grupo original estaba compuesto por el
locutor Juan Carlos Gil (hasta agosto de 1967), el periodista
porteño Alfredo Barra (hasta mayo de 1967), Enrique Santiz
Téllez (hasta septiembre de 1970) y el fotógrafo David
Rodríguez Peña, que permaneció hasta febrero de 1966;
desde el número 15 participó también como fotógrafo Sergio
Larraín (hasta julio de 1967). Alex Fiori ingresó en el número
29, en marzo de 1966, y la periodista Graciela Torricelli
empezó a escribir en julio de 1966, pero solo apareció en
el colofón a partir de agosto de 1966, misma fecha en que
Bob Borowicz191 empezó a colaborar con la foto de portada,
permaneciendo hasta marzo de 1967. Además escribieron
columnas personales importantes hombres de radio como
Camilo Fernández, Ricardo García, Miguel Davagnino y otros.
Graciela Torricelli192 (1923-2007) tampoco era periodista de
formación, pero era una activa participante del movimiento
artístico e intelectual de la época. Escritora, actriz y guionista,
a fines de los cincuenta había estado vinculada al Teatro
Experimental de la Universidad de Chile y en los sesenta
191
192
Cabe destacar que tanto Larraín como Borowicz son dos grandes en la
historia de la fotografía nacional, cuya labor excede con mucho los límites
de la imagen periodística. Ya en esos años eran destacados por su talento y
mirada innovadora.
“Graciela dejó su huella profunda en todo el equipo que compartió ese vuelo
de la Paloma. Ella inventó a la Micaela, personaje entrañable, que enseñaba
a remendar sábanas con mariposas y a cocinar cochayuyo. Su legado está
impreso en las páginas de la revista, así como en el corazón de los que tuvimos el
privilegio de compartir con ella, sueños, esperanzas, dolores, exilios y reencuentros
en estos 35 años”. Mary Zajer, Graciela, una paloma vuela. En la publicación
digital Diario Crítico, del 21 de julio de 2007. Disponible en línea en <www.
diariocritico.com/noticias/30085>. Ultima revisión el 20.07.2014.
))
177
tenía una compañía de títeres. Vivanco la refiere como
una persona extraordinariamente inteligente y sensitiva.
Colaboró con él en la revista Paloma, donde era considerada
el alma del equipo. Después del golpe, estuvo exiliada en
Francia y México. En los años ochenta colaboró en la Unidad
de Comunicación Alternativa de la Mujer del Instituto de
Estudios Transnacionales (México/Chile), donde participó
como coautora en varias publicaciones sobre la condición de
las mujeres en Chile y en el mundo, y participó activamente
en el movimiento de mujeres de este país.
Vivanco menciona haber propuesto a Luz María Vargas y
Manolo Olalquiaga, y como redactores a Graciela Torricelli,
Alfredo Barra y Juan Carlos Gil. Dos personas fueron de común
acuerdo: el redactor Alex Fiori, y la profesora de guitarra Alicia
Puccio Vivanco, prima de Alberto y amiga de Pilar, que realizó
para la revista un curso de guitarra gráfico. También indica
que Larraín deseaba incluir al sacerdote Raúl Hasbún, a lo que
él se opuso193.
Participaron de la revista igualmente el abogado y periodista
deportivo Juan Facuse (hoy notario), que escribió la sección de
fútbol entre febrero de 1966 y agosto de 1966. En septiembre
de 1966, Manuel Guillermo Olalquiaga firmaba la sección de
deportes, pero sólo fue incluido en el equipo en abril de
1967. León Canales, cantautor y folclorista, ingresó en mayo
de 1967. En esas mismas fechas comenzaron a colaborar los
193
Vivanco, op.cit., 2009 a.
corresponsales Jeannette Laurent y Bill Brownell, mientras
que el corresponsal en Argentina, Ian Bo, se incorporó en
septiembre de 1967.
A partir de febrero de 1968, Luz María Vargas –que escribía
desde noviembre de 1966– se hace cargo de la diagramación
y, en junio del mismo año, fue nombrada como Directora
de Arte y diagramadora. Aunque nunca fue nombrada sub
directora, al irse María Pilar asumió la dirección (enero 1971).
En febrero de 1970 se integraron Silvia León y María Yolanda
González, y como corresponsales en el extranjero Astrid Tait,
Raúl Alvarez y Luis Fuenzalida.
La revista usó también el recurso de crear personajes ficticios,
como el psicólogo Ramón Cos, La Mano Negra, El Intocable y
Alerta, y otros dibujantes aparte de Vivanco: Carlos Zúñiga
y Andrés Alonso. Fuera de los fotógrafos que han sido
mencionados, trabajaron en Ritmo Héctor Iturrieta, Héctor
Vidal, Fernando Vergara, Gerd Hasenberg y Fernando Pavéz.
Cambios en el equipo
Hasta 1967, aproximadamente, si bien las luchas políticas
y sociales en Chile iban en ascenso, no habían llegado a
los niveles de conflictividad posteriores a 1968. Todavía no
existía la presión social por definirse por una u otra opción
política; había un ambiente de tolerancia, en la medida
))
179
en que los sectores de derecha no se sentían seriamente
amenazados; ni las izquierdas con fuerzas suficientes para un
cuestionamiento radical del orden social. El mismo hecho de
que el gobierno estuviera en manos de un partido centrista
(Democracia Cristiana) que, en algunos aspectos, coincidía
con las propuestas de la izquierda, pero sin pretender atacar
al capitalismo, favorecía un ambiente de tolerancia a las
posiciones opuestas.
Entre los mismos cantantes y discjockeys había diferentes
visiones, reflejadas –en parte– en el tipo de música que
practicaban y difundían; las giras de artistas nacionales,
donde todos se mezclaban, eran un reflejo de la cierta
diversidad social, musical y política de los cantantes.
A principios de 1968 se produjo el mayor cambio en el equipo
Ritmo. Según relata Vivanco194, mientras él consideraba
que –respondiendo a las demandas del público– la revista
debía cubrir las actividades de los artistas más populares,
independientemente del tipo de música que interpretaran
o de su origen social, la opinión de María Pilar Larraín era
distinta: prefería seleccionar entre los cantantes a los que le
parecían más adecuados como modelos para la juventud195.
194
195
Vivanco, op.cit, 2009 a.
En opinión de Vivanco, Larraín tenía una serie de prejuicios respecto de
las personas de origen social más pobre y de menor educación, de las de
origen judío o árabe, a los cantantes de protesta y a los homosexuales,
especialmente si eran mujeres, y prefería a las personas de clase social más
alta, de origen europeo y a los cantantes de neo folklore, estilo considerado
más elegante. Vivanco, op.cit. 2009a.
Esta diferencia se expresó puntualmente bastante temprano,
en torno a la portada del número 36, la última a solo dos
colores. A esa fecha, 1966, la cantante Palmenia Pizarro
tenía una exitosa carrera interpretando valses peruanos, con
primeros lugares en venta de discos y gran convocatoria
en presentaciones personales; pero su tipo de música no
era, ciertamente, ni rock and roll ni Nueva Ola, los incluidos
en el proyecto original de la revista, sino latinoamericano,
tradicional y romántico, más inserto en el gusto de los
sectores populares y rurales. La misma Palmenia venía de
una familia pobre de los alrededores de San Felipe, y eso era
visible en su aspecto físico: morena y pequeña. Para Vivanco
esto no era obstáculo, ya que le resultaba más importante su
popularidad y la apertura de la revista a los intereses y gustos
de su público lector. Si bien logró imponer su criterio, la
decisión fracturó las relaciones cordiales entre los dos líderes
de la revista.
Siguiendo la información de Vivanco, las desconfianzas
entre ambos se agudizaron en parte porque ella temía ser
reemplazada como socia, o que Vivanco migrara a otra
editorial, pero sobre todo porque el contexto político se
radicalizaba progresivamente, haciendo más evidentes y
complejas las diferencias entre ellos.
Dada la cercanía de Larraín con el dueño de Lord Cochrane,
Roberto Edwards, este optó por solicitarle a Vivanco que
eligiera entre continuar en Ritmo o seguir publicando la tira
Lolita en el diario Clarín, cuyo desenfado la hacía incompatible
con la línea de la revista juvenil. El dibujante prefirió tomarse
))
181
un año sabático en Clarín, y en Lord Cochrane le entregaron
la dirección de la recién adquirida El Pingüino, en la cual
trabajó con otros dibujantes, obteniendo bastante éxito.
Pese a ello, en marzo de 1968, Edwards le informó que
prescindirían de sus servicios por “cambios en la política de
la empresa” y, ante la sugerencia de Vivanco de ‘llevarse’ la
revista Ritmo, le informó que sus abogados la disputarían
en Tribunales. En cambio, si se retiraba sin ruido público,
le entregaban una fuerte compensación económica.
Vivanco prefirió evitar una confrontación, que podría
haber involucrado a varias fuerzas políticas en un conflicto
con el grupo Edwards: desde luego, el dueño de Clarín lo
hubiera apoyado, y el grupo Zig-Zag, democratacristiano,
también hubiese participado en el debate. En vez de eso,
Vivanco prefirió concentrar sus energías en su proyecto
independiente: la revista humorística La Chiva196 (Vivanco,
2009a).
En su opinión, además, Ritmo necesitaba renovarse respecto
a su proyecto inicial, porque el mundo y los temas que
interesaban a los jóvenes habían cambiado: Los Beatles, el
movimiento antiguerra de VietNam, los hippies y la revolución
sexual planteaban desafíos ante los cuales el tipo de consejo
moralista que daba la revista se estaba quedando atrás,
en particular en los temas sobre sexualidad, que no eran
abordados con la claridad y asertividad necesarias para las
196
Vivanco, op.cit. 2009 a.
experiencias que estaban viviendo los adolescentes de fines
de los 60.
La última vez que apareció Vivanco como subdirector fue en
Ritmo N°132, del 12 de marzo de 1968. Consecuentemente,
Graciela Torricelli también fue borrada del colofón en el
número 134, pero aparecieron artículos con su firma hasta
Ritmo N°138, del 23 de abril del mismo año.
No repusieron la figura del subdirector: Luz María Vargas
quedó a cargo de esa tarea, y las secciones que escribía
Torricelli continuaron apareciendo sin responsable y,
posteriormente, quedaron a cargo de Silvia León, ya en 1970.
En entrevista con Manuel Olalquiaga para esta tesis, él se
manifestó sorprendido de la versión entregada por Vivanco,
ya que como periodista de la revista no percibió este conflicto;
sin duda, la mayor parte del equipo se alineó con la directora,
cuyo atractivo como líder queda claro tanto en la entrevista
citada, en que Olalquiaga comentó con afecto lo mucho que
había aprendido trabajando con ella, como en los recuerdos
que hicieron de ella diversas personas en artículos de prensa
de años recientes197.
197
“Pilar empezaba a las siete de la mañana a escribir los libretos para su programa.
Más tarde, desde la oficina, llamaba a la radio para dictar la pauta de canciones,
y luego nos pauteaba a nosotros. Almorzaba con su marido y después iba a la
radio. Nosotros pataneábamos hasta que ella llegaba para ver qué habíamos
hecho. Era muy trabajadora y muy ordenada. Su marido la pasaba a buscar y
nunca se iba después de las ocho. Yo me quedaba hasta tarde, por puro gusto.
Me encantaba estar ahí”. Olalquiaga añade: “Pilar tenía un espíritu tan joven que
uno nunca le hubiera adivinado la edad. Tenía mucha energía, y sabía sacar lo
mejor de cada uno de nosotros. Era cariñosa en el trato y nos tenía confianza.
Generaba una mística increíble”. Aguilar, op.cit.
))
183
Después de la salida de Vivanco, se consolidó la
superficialidad de la revista y sus pretensiones de neutralidad
y prescindencia de los aspectos que la Directora consideraba
negativos de la realidad juvenil. Las críticas que recibieron no
vinieron solo de los medios de comunicación de izquierda
o de analistas de comunicaciones; también la misma revista
publicó cartas de lectores donde cuestionaban la posición de
Ritmo y la ausencia de temas importantes para los jóvenes;
posiblemente recibieron más cartas de este tipo de las que
dieron a conocer198.
La revista fue duramente cuestionada por los medios de
prensa de izquierda y por cientistas sociales. En medio del
intenso debate ideológico que vivía Chile a fines de los
sesenta, Mabel Piccini publicó en Cuadernos del Centro de
Estudios de la Realidad Nacional (Ceren) de la Universidad
Católica199, “El cerco de las revistas de ídolos”, un minucioso
análisis de Ritmo, Topsi (suplemento juvenil de El Mercurio)
y Nuestro Mundo. Apuntaba a la construcción por parte
de estos medios de un mundo intemporal y clausurado,
una microsociedad juvenil, de los Ritmo-lectores, donde la
problemática juvenil era reducida fundamentalmente a los
temas afectivos y sentimentales.
198
199
“Transmitíamos optimismo. Y eso, aunque le gustaba a mucha gente, también
nos granjeó muchas críticas, sobre todo durante la campaña presidencial de
1969. Hubo una campaña muy fuerte contra la revista. Nos descalificaban,
decían que no veíamos la realidad. Eso, mientras nuestra circulación cada vez
era más alta”. Olalquiaga en revista El Sábado (El Mercurio). Aguilar, op.cit.
Piccini, Mabel. “EI cerco de las revistas de ídolos” en Cuadernos de la Realidad
Nacional. No. 3, Ediciones Universidad Católica, Santiago de Chile, 1970.
El año 1970 fue, sin duda, un año difícil para el equipo de
Ritmo, que culminó con el alejamiento de María Pilar, quien
–ante la perspectiva de un gobierno de la Unidad Popular
gobernara Chile– emigró con su marido. Muy coherente
con el estilo elusivo que mantuvo en todos sus escritos, en
la carta de despedida que publicó en Ritmo, adujo que su
viaje respondía al cambio de trabajo de su marido, Hernán
del Solar, y ella iba con él porque “Donde manda capitán no
manda marinero”. El capitán (mi capitán) dice “¡¡España!!” y yo
como simple marinero digo: “¡España! Y ¡Olé!” (Ritmo Nº278,
1970:1). La dirección fue asumida al número siguiente por
Luz María Vargas.
Las secciones de Ritmo
Las secciones de la revista correspondían a esquemas
comunes en los semanarios informativos en la articulación
de las secciones internas. Contaba con una editorial
firmada por la Directora (o su suplente cuando viajaba)
–¡Hola! ¿Qué tal?– donde, en términos muy coloquiales,
comentaba acontecimientos vinculados tanto a la revista
misma –diálogos con los lectores, cambios, regalos, nuevos
concursos– como con el mundo del espectáculo.
Las secciones informativas eran Lo que pasa en Chile, Lo
que pasa en el mundo, Lo que pasa en radio y TV, y Son
rumores, anécdotas y ‘secretos’ relatados por María Pilar e
ilustradas por Vivanco. Además de las secciones estables,
))
185
había reportajes de actualidad y entrevistas a personas del
mundo del espectáculo y el deporte: cantantes, actores,
discjockeys, productores musicales, etc. Desde el número 27
agregaron la columna especializada Disconoticias, a cargo
de Enrique Santiz; en el número 38, el Ritmo Ranking, y en el
número 23 comenzó la sección sobre deportes Lo que pasa
en la cancha.
Otras secciones estaban destinadas a aconsejar a los lectores
en una gran variedad de temas. La principal era Conversando,
en que Larraín respondía a las más diversas inquietudes de
los Ritmo-lectores. Otro apartado, doble, Para Ellos y Para
Ellas, contenía consejos prácticos, análisis de problemas
juveniles y modas para ambos sexos; posteriormente, con
la incorporación de Torricelli se estabilizó una sección de
Tema de la Juventud, que permaneció hasta 1971. Los test
estuvieron presentes desde el número 2, pero recibieron
categoría de sección, con el nombre de Ritmo test, solo desde
el número 26 y hasta el 129.
Las secciones ‘prácticas’ fueron Todo tiene solución, y Ritmodas,
sobre vestuario y a cargo de Luz María Vargas, se consolidó
a partir del número 104. En música había siempre páginas
con letras de canciones, bajo diversos encabezados –por
ejemplo, Para cantar en vacaciones–, y desde el número 34,
Alicia Puccio presentó lecciones de guitarra y acordes para
interpretar canciones de moda; primero como Alicia Puccio
nos enseña guitarra y después Guitarra y canciones. También
hubo espacios dedicados a enseñar a jugar fútbol y otros
deportes.
Además de Conversando, había varias secciones interactivas,
como Buscando amigos, Cartas en Ritmo, Fan Club, Para eso
están los amigos; y para dar expresión a los lectores fueron
creadas las secciones Aquí opinan todos –de comentarios
breves–, Esto me sucedió a mí, dirigida a varones solamente, y
Esta es mi opinión, ambas con un premio en dinero.
Regularmente publicaron historietas. La primera fue TriniPlop,
de Vivanco, que duró hasta el número 42 y fue reemplazada
después por Tito y Claudia, de Luz María Vargas, entre los
números 46 y 60. Después publicaron intermitentemente
historietas románticas europeas, como Auto stop. También
incluyeron las secciones Horóscopo (después RitmoAstral),
Ritmograma y Ritmoleando, con acertijos.
Concursos y eventos
Los concursos y regalos fueron una constante. Desde el
primer número aparecían fotos de cantantes con el Gato
YoYo al pie, que eran enviadas por correo a quienes las
solicitaran. El primer concurso consistió en adivinar quienes
eran Los artistas misteriosos, seis cantantes haciendo gestos
o disfrazados. Había que reconocerlos y mandar la solución
con el cupón que aparecía en la revista para optar a premios
en dinero. Mantuvieron intermitentemente este tipo de
concurso breve, culminando en el Baticoncurso en el número
81, en que regalaron un televisor. En 1966, desde el número
46, presentaron el Concurso Ritmo Mundial, en que había que
adivinar el país ganador del Mundial de Fútbol de ese año,
))
187
con premios donados por las casas de deportes Hernán Solís
y Armando Saffie.
El primer concurso grande fue Una estrella en su mano,
vigente entre julio y diciembre de 1966. El o la ganadora,
con un acompañante, podía viajar a conocer a su estrella
internacional favorita, con todos los gastos pagados; un
segundo premio era conocer una estrella nacional. Además,
había 121 premios menores. La ganadora, María Eugenia
Strange, viajó a Hollywood a conocer a George Maharis200,
en febrero de 1967, y Patricia Azcarategui cenó en Santiago
con Los Larks.
Un cantante chileno a San Remo
En el número 68, del 20 de diciembre de 1966, empezó el
concurso “Un cantante chileno a San Remo”, para enviar
un cantante hombre a esa competencia italiana, de gran
repercusión internacional. Los votantes también obtenían
premios, como televisores, pelotas de fútbol, cámaras, etc. El
cantante con más votos, que resultó ser José Alfredo Fuentes,
viajó a Italia en febrero de 1967, acompañado de Alex Fiori
como guía e intérprete.
El segundo concurso fue realizado entre octubre y diciembre
de 1967, con más tiempo para prepararlo y abierto a cantantes
200
Protagonista de la serie de TV Ruta 66. Era el actor favorito de María Pilar
Larraín.
mujeres, especificando que si la o las ganadoras deseaban
viajar con la compañía de algún familiar, debían costear
esos gastos. Posiblemente previendo que nuevamente lo
ganaría el popularísimo Pollo Fuentes (obtuvo 223.070 votos),
convocaron a Dos cantantes chilenos a San Remo, permitiendo
votar por uno solo un cantante, pero con dos cupones por
revista. El segundo elegido fue Juan Carlos, con 165.310
votos. Luz Eliana, la cantante que tuvo mejor votación, llegó
sexta con 31.460 votos, seguida de Cecilia con 26.680.
Una tercera versión, en 1968, fue nuevamente ganada por
el Pollo, quien en “un noble y caballeroso gesto” renunció a su
premio, aduciendo que sería egoísta de su parte hacer uso
nuevamente de una oportunidad de ampliar horizontes en
su nivel cultural y profesional, dando así la posibilidad a otro
cantante quien, en este caso, fue Patricio Renán. La revista,
en premio por su noble gesto, lo envió a Cannes a la entrega
de los premios Midem (Mercado Internacional del Disco y
la Edición Musical), por ser el cantante de mayor venta de
discos en Chile, aunque tampoco pudo viajar debido a una
))
189
grave afección a los riñones. Sin embargo, es probable que la
verdadera razón para no viajar fuera la crisis que experimentó
la carrera del cantante, en diciembre de 1968, cuando la
madre de una joven lo demandó por haber estuprado a su
hija, que sostenía estar embarazada de Fuentes. Pocos meses
después fue sobreseído de los cargos201.
Al año siguiente, la revista dio un giro diferente al concurso.
En el número 215, de octubre de 1969, comunicaron que,
considerando que los cantantes ya salían al extranjero por
sus propios medios, habían decidido dar a la oportunidad de
viajar a San Remo a un lector varón, ya que las niñas tenían un
concurso especial para ellas.
“Miss Ritmo”
El concurso más emblemático de la revista fue la elección
anual de una joven que fuera “la imagen de todas las
lectoras de nuestra revista: ¡MISS RITMO!”202. Presentado en
el número 89, de 16 de mayo de 1967,fue una invitación a
todos sus lectores a ayudarlos, votando por las candidatas.
Para postular había que tener entre 14 y 20 años, y enviar
“una pequeña autobiografía que contenga todos sus datos
201
202
Ferrada, Nora. “El ’Pollo’ ¿padre o víctima?” Ecran, Nº 1973, 17 de diciembre de
1968. Págs. 3-4-5. Recuperado el 9 de 10 de 2010, de <www.memoriachilena.
cl/602/w3-article-77673.html>. Última revisión el 24 de julio 2014 (El link
lleva a una colección de revistas Ecran digitalizadas, buscar el número de la
edición).
Mayúsculas del original, Ritmo Nº 89, 1967. Pág. 8.
personales, como por ejemplo: Nombre completo, dirección,
condiciones personales (si saben bailar, cantar, tocar guitarra,
piano, idiomas, labores, deportes, etc.) e indicar estudios (colegio,
curso, etc.)”, y “dos fotos, una de cara y otra de cuerpo entero (no
es necesario que sea en traje de baño)”203.
Como el premio incluía un viaje a Hollywood, en el número
siguiente María Pilar tranquilizaba a las mamás explicando
“¡pueden estar completamente tranquilas, porque la ganadora
viajará con una representante de nuestra revista quien cuidará a
‘Miss Ritmo’ como si fuera su propia hija!”204.
La elegida fue Yasna Carrión. Presentada en el Especial de
Hernán Pereira en Canal 9, en diciembre de 1967205, se
convirtió efectivamente en una pequeña celebridad local206:
203
204
205
206
Ritmo Nº89, 1967. Págs. 8 y 9.
Ibíd. Pág.18.
“Fue maravilloso, Recuerdo a un público repleto de gente entusiasta. El jurado
muy serio, pero sonriente. Recuerdo a María Pilar Larraín, Ricardo García,
Camilo Fernández, un par de representantes de Max Factor, que patrocinaba el
concurso y a Hernán Pereira que animaba el show. El recuerdo más fuerte fue
cuando Hernán Pereira dijo: ‘la ganadora eres tú, si tú, la del vestido verde con
puntos blancos’. Yo miré todos los vestidos, empezando por el mío, y no vi el color
que decía el animador. De repente Hernán tomó mi mano y me llevó al trono”.
Entrevista a Yasna Carrión en <http://chileancharm.com/1967_YASNA/
CARRION.htm>. Visitado el 19 de marzo 2013. Ultima revisión: 24 de julio,
2014
“Sí hubo gran cambio, todo el país me conocía. Me abrió todas las puertas que
quise, pero las abrí bien. Quedé, ‘en el mundo de los famosos’, los conocí a todos
e hice gran amistad y pololeos con algunos de ellos”. Carrión es actualmente
tecnóloga médica y trabaja en la Universidad Andrés Bello.
Entrevista a Yasna Carrión en <http://chileancharm.com/1967_YASNA/
CARRION.htm>. Visitado el 19 de marzo 2013. Última revisión: 24 de julio,
2014.
))
191
animó y actuó en televisión, además de participar en las
actividades de la revista y aparecer varias veces en la portada.
En junio del año siguiente, nuevamente Ritmo convocaba a
elegir su Miss. Esta vez los topes de edad eran 14 y 18 años,
y todo el proceso estaba más formalizado. La Directora
motivaba una mayor participación de candidatas en su
editorial del número 151, donde recordaba que el concurso se
cerraba pronto y aun no llegaban los datos de las candidatas
del Santiago College, Liceo Nº6, Monjas Francesas, Liceo Nº7,
La Maisonette, etcétera.
Este año no entregaron mayor información sobre las doce
candidatas semifinalistas. Excepto la que tenía más votos,
Cecilia Preller, de Valdivia, las demás eran de Santiago; de
las doce, además de Preller, cuatro tenían apellido anglo o
germánico: Hammersley, Baettig, Blumenfeld y Jaeger. En la
selección final quedaron solo dos de ellas.
La ganadora, Rosa María Barrenechea, fue elegida el 7 de
diciembre en Canal 9. En el número 173, María Pilar comentaba
con orgullo y alegría que la gran personalidad y belleza de
todas las finalistas había hecho difícil la decisión. Esta vez
hubo algunos cuestionamientos posteriores de lectores
de Ritmo, pero Rosa María también tuvo una importante
presencia en los medios. Entrevistada en el número 175, la
Miss de 15 años comentaba que admiraba a su tío, el escritor
Julio Barrenechea, embajador en la India a la fecha.
En junio de 1969 iniciaron la búsqueda de la tercera Miss
Ritmo, con una vasta red de apoyo en las radios regionales
para la distribución de cuestionarios para las candidatas. La
ganadora viajaría a Hollywood, como las anteriores, y las seis
finalistas recibirían una beca para la Alta Escuela de Modelos de
Pamela y María Eliana. La final se realizó, de nuevo, en Canal
9, el 6 de enero, por lo cual la ganadora, Mónica de la Fuente,
usó el título de Miss Ritmo1970.
En 1970 el concurso comenzó en mayo, exigiendo esta vez
autorización del colegio de las concursantes. En el número
257, de agosto, la revista volvía a insistir en la participación
de algunos colegios: Santiago College y Monjas Francesas, y
de chicas de algunas provincias: Valparaíso, Temuco y Arica,
además de recordar que las candidatas debían tener buenas
notas. La ganadora recibiría una beca para una escuela de
modelos, además del tradicional viaje a Hollywood. Verónica
))
193
Luisi, de Viña del Mar, fue elegida en el programa de TV de
Enrique Maluenda en el Canal 9 el 19 de diciembre.
Otros concursos
Ritmo también realizó concursos para ganar un cachorro
ovejero alemán, con su entrenamiento incluido y de nombre
Ritmo; un auto antiguo “completamente ‘hippie’, ‘sicodélico’, con
florcitas de todos colores, con gatos Yo-Yo” –la Ritmo Burra–, solo
para ‘chiquillos’, porque en el concurso Miss Ritmo el premio
mayor era para una lectora. La desigualdad de género era
evidente: la Ritmo-burra la podía ganar cualquier muchacho
que llenara y recortara los cupones, pero Miss Ritmo era
para la más bonita y encantadora. Como era tradicional,
había premios para las y los votantes: las chiquillas podían
proponer un ganador y votar por él. En su segunda versión,
la burra –que quedó en manos de la revista para actividades
publicitarias– fue cambiada por un Fiat 600, que esta vez sí
ganó una lectora.
Otro concurso importante fue El regalo soñado de Ritmo y
Nescafé, vigente entre agosto de 1968 y diciembre de 1970.
Consistía en el sorteo mensual, entre quienes mandaran
cupones que aparecían en la revista, de un regalo, a elección,
entre un televisor, un tocadiscos, una guitarra, un juego
de dormitorio, una bicicleta, un refrigerador, una carpa, los
uniformes para doce futbolistas, y otros.
Eventos importantes
El primer evento organizado por la revista fue Ritmo Show,
el 5 de noviembre 1966. Los fondos recaudados fueron en
beneficio del internado gratuito de la Escuela de Portezuelo
(hoy región del Biobío). Como presentadoras estuvieron
las Gatitas de Ritmo; y participó gran cantidad de cantantes
de la Nueva Ola207 y discjockeys, todos quienes actuaron
gratuitamente.
El segundo Ritmo Show fue realizado al año siguiente208,
ocasión en que entregaron el premio Yo-Yo de Oro a la
Mejor Cantante Femenina (Luz Eliana y Fresia Soto), al
Mejor Cantante Masculino (José Alfredo Fuentes) y al Mejor
Conjunto (Clan 91). El show tuvo gran éxito: las entradas se
agotaron a las dos horas de ponerse a la venta; los cantantes
protagonizaron una llegada “tipo Hollywood”; y también
incluyó modelos a go-go.
207
208
Marisa, Rafael Peralta, Larry Wilson, Pepe Gallinato, Pedro Messone, Los
de Las Condes, José Alfredo Fuentes, Carmen Maureira, Willy Monti,
SussyVecchi, Maitén Montenegro, Miriam Luz, Gloria Benavides, Pat Henry,
María Teresa, Jorge Rebel, KikuSusuky, Buddy Richard, Los Cuatro Cuartos, Los
Gatos y Palmenia Pizarro; Los Stereos y Los Rockets. Ricardo García, Miguel
Davagnino, Hernán Pereira, Juan Carlos Gil, Poncho Pérez y César Antonio
Santis; las modelos de Flora Roca y bailarines a go-go. Ritmo Nº64, 1966.
Pág.1.
Fresia Soto. Luz Eliana, Gloria Aguirre, Luis Dimas, Maijope Show, María
Teresa, Germán Casas, Carlos Contreras, Juan Carlos, Pedro Messone, José
Alfredo Fuentes, Los Solitarios, Buddy Richard, Los Picapiedras, Los Stereos,
Los Caravelle, el Clan 91 y Juan Ramón. Animadores Laura Gudack y César
Antonio Santis. Ritmo Nº116, 1967. Págs. 44-45.
))
195
En 1968, el Ritmo Show salió de gira por todo el país, llegando
incluso hasta Tacna, Perú, por el norte y hasta Puerto Natales,
por el sur. La mayor parte de los traslados eran en bus la
revista aseguraba que era el “más completo, alegre y elegante
de cuantos [shows] han recorrido el país”209.
Al año siguiente, volvieron al formato de un gran espectáculo
de una noche, en el mes de diciembre, con entrega de los
premio Yo-Yo de Oro; lo mismo ocurrió en diciembre de 1970,
en que celebraron los diez años de la Nueva Ola chilena.
El baby fútbol también dio pie a un torneo –Ritmo Baby–
organizado por la revista, con equipos integrados por
cantantes y gente de radio. Los participantes fueron
Marcianos, de Radio Chilena, Sí Sí Cómo No JaJá (sic), Los
Vengadores, Los por la Chupalla, Los Defensores, Los Buscados,
209
Ritmo Nº164, 1968. Pág. 1.
Los Solitarios, Los Jockers, Quilapayún, Los Twisters, Los Beat 4,
Los Pat’e Lana y Los Rompehuesos. El torneo tuvo lugar en el
Estadio Nataniel y contó con la asesoría de Gustavo Laubbe
y Adolfo Neff, conocidos cracks del fútbol nacional. Los
ganadores recibieron la Copa Ritmo.
Fue un gran éxito de público. Para Ritmo, el torneo era mucho
más que una actividad deportiva; ejemplificaba el tipo de
juventud que deseaban promover, como explicitó María Pilar
Larraín en Conversando, del número 105:
“El primer domingo, cinco mil chiquillos asistieron a presenciar
algo que suponían entretenido, pero que no sabían a ciencia
cierta cómo catalogar. Sin duda en la primera fecha fueron
solamente a ver a sus cantantes favoritos vestidos de futbolistas
o a conseguir autógrafos, etc. Pero aquí viene lo magnífico:
se implantaron rigurosas normas durante el campeonato:
nadie podía pedir autógrafos ni transitar de un lado a otro
del estadio sin un motivo justificado. Y estas reglas fueron
respetuosamente obedecidas. La Ritmo-Guardia (formada
por chiquillas y chiquillos voluntarios) mantuvo un perfecto
orden durante todos los encuentros, y no hubo necesidad de
tener Carabineros alrededor de la cancha, como nos habían
aconsejado algunos escépticos que decían: ‘las chiquillas van
a matar a los jugadores’.
“Domingo a domingo, los asistentes que hacían cola desde
las 5:30 de la mañana frente al Nataniel, fueron tomando
conciencia de la importancia de este campeonato. Supieron
apreciar y aplaudir las buenas jugadas, y el día de clausura,
))
197
todos los cantantes pudieron sentarse en las tribunas a ver los
partidos sin que nadie los molestara.
“Les confieso que me sentí tremendamente orgullosa ese último
domingo, ya que esos cinco mil chiquillos y chiquillas que el
primer domingo fueron solamente a entretenerse y a ver a sus
cantantes favoritos, habían sentido de pronto dentro de sí, el
entusiasmo por el deporte y al saber apreciar y aplaudir a los
buenos equipos, al dar toda esa alegría, vibrante de las barras,
todo ese entusiasmo y colorido, me demostraron que nuestra
juventud está formada por miles de Ritmo-lectores, es como
siempre he pensado: ¡Alegre, valerosa, sana, responsable y
entusiasta!”210.
Por cierto, al año siguiente repitieron la experiencia con
el mismo éxito211. Contaron con un Tribunal de Honor
compuesto por los periodistas deportivos Gustavo Aguirre,
Julio Martínez y Carlos González Márquez. Participaron 15
equipos con 120 jugadores; cada equipo tenía cinco titulares
y tres reservas, y en ellos se mezclaban cantantes, gente de
los medios y jugadores profesionales.
Aunque recibieron algunas críticas por el ruido y desorden
creado en torno a la entrada del Estadio Nataniel –ya que
llegaban jóvenes desde las 4 de la mañana– Ritmo (en la voz
de su Directora) los desestimó considerándolos problemas
210
211
Ritmo Nº 105. Págs. 56-57.
Fue tanta la demanda del público que jugaron las fechas finales en el Estadio
de San Bernardo.
normales de los entornos de los estadios y porque todos los
medios los felicitaban por promover actividades sanas para
la juventud.
En su versión 1969, el torneo fue transmitido por Hernán
Solís en Radio Balmaceda. Comenzó en el Estadio Chile con
la asistencia de más de siete mil personas y participaron 10
equipos. En el número 202, Manuel Olalquiaga comentaba
que Ritmo Baby se puso los pantalones largos- que el torneo
era ahora más profesional: los equipos habían mejorado
mucho futbolísticamente, lo mismo que las barras; y los
premios incluían un viaje a Lima para el equipo ganador212.
El campeonato terminó el 3 de agosto y Larraín agradeció,
en el número 205 a los canales 9 y 13, así como a las radios
Cooperativa y Pacífico, que transmitieron los partidos; a
Carabineros, a las barras, a los entrenadores “a los Ritmo
guardias que hicieron posible mantener el orden” y sobre todo
a los Ritmo lectores213.
Pero esta vez hubo problemas en la final. La revista no lo
relata, pero publica una carta del sacerdote Raúl Hasbún214,
integrante del equipo Chancho en misa, donde alude a que
“en la Final quedó la escoba” y comenta “que un Campeonato
tan lindo y tan limpio se merecía un broche mejor”. Alude
212
213
214
Ritmo Nº202, 1969. Págs.22-23.
Ritmo Nº205, 1969. Pág. 1.
El presbítero Raúl Hasbún era parte del mundo del espectáculo, debido
gracias a sus apariciones en canal 13 de la Universidad Católica y a sus
mediáticas actitudes. Además, era el asesor espiritual de María Pilar Larraín.
))
199
a golpes en la cancha, recriminaciones en los pasillos,
lágrimas y acusaciones. Considera que las pasiones que se
desataron son humanas y solo cabe reunir de nuevo a los
protagonistas para que se reconcilien y devuelvan la alegría
a los organizadores y al público, e invita a los equipos a una
‘once de la amistad’. En Ritmo no apareció nada sobre el
resultado de esta invitación.
Tal vez por esto, en el invierno de 1970 no hubo Ritmo Baby.
Las páginas dedicadas al torneo fueron ocupadas con el relato
de los viajes de María Pilar al Extremo Oriente (Bali, indonesia)
y por retrospectivas de los nuevaoleros más exitosos: Cecilia,
Gloria Benavides, Fresia Soto, el Pollo.
El éxito de público y de ventas
Ya en el número 61, de noviembre de 1966, la revista
mencionaba que, entre concursos, intercambio de amigos,
opiniones y búsqueda de consejos, recibían 3.000 cartas
diarias. Y en junio de 1967215 (), la editorial comentaba
que mientras del primer número se imprimieron 13.000
ejemplares, “ahora son 80.000”216.
En febrero de 1969, reproducían la carta en que la Editorial
215
216
Ritmo Nº 92, 1967.Pág.1.
A través de internet es posible encontrar numerosos sitios y blogs donde
personas adultas recuerdan hasta hoy el impacto que tuvo la revista en su
adolescencia, incluso desde Perú.
Lord Cochrane los felicitaba porque la Asociación Chilena de
Agencias de Publicidad –Achap– en su estudio de alcance
de medios, había encontrado que Ritmo estaba en el
primer lugar en circulación y lectura, entre todas las revistas
semanales editadas en el país.
La recepción que tuvo Ritmo en la juventud chilena le otorgó
un peso importante tanto en relación con la industria del
espectáculo como por su influencia sobre los ‘Ritmo lectores.’
Por sí misma, se había convertido en una actriz poderosa
dentro de la industria, y podían imponer figuras o aminorar
el éxito de otras. Eso generó tensiones internas dentro del
equipo, conflictos con algunos cantantes y después críticas
desde otros medios de comunicación vinculados a la
izquierda.
capítulo seis
imágenes y representaciones
))
205
LA REVISTA IMPACTÓ EN EL PÚBLICO ADOLESCENTE desde
el primer número y utilizó ampliamente la fotografía de los
ídolos para atraerlos/las. En este capítulo analizaremos el
contenido de algunas de ellas y de dos secciones escritas,
destinadas a aconsejar a los y las jóvenes en su desarrollo
personal: “Para ellos y para ellas” y “Temas de Juventud”.
Las primeras portadas1
Tanto la portada de Rincón Juvenil como la de Ritmo
ejemplifican la tensión entre adoptar modelos corporales
contestarios importados, pero de gusto de los jóvenes, y su
traducción chilena y comercial, y la pretensión de recuperar
lo que ellos llamaban “valores humanos”.
En Rincón Juvenil optaron por Los Beatles. Aunque la
beatlemanía se había iniciado en el mundo en 1963, el
grupo impactó en Chile al año siguiente, coincidiendo con
el ‘desembarco’ del grupo en Estados Unidos en 1964: recién
en agosto sus canciones ocuparon aquí los primeros lugares
en las listas de popularidad y fue creado el programa radial
El Club de los Beatles2. El estreno, ese mismo invierno, de la
1
2
Parcialmente publicado en Lamadrid, Silvia. Cuerpos juveniles: masculino
y femenino en el Chile de los 60. Representaciones sociales en las revistas
juveniles. En La irrupción del cuerpo. Oralidad: memoria, relatos y textos. Actas
IV y V Escuela Chile Francia, Cátedra Michel Foucault. Universidad de Chile,
Embajada de Francia. Santiago de Chile, 2013. Págs. 225-24.
El fan club llegó a tener 25.000 miembros. González, Juan Pablo; Ohlsen,
Oscar; Rolle, Claudio. Historia Social de la Música Popular en Chile, 1950 -1970.
Ediciones Universidad Católica de Chile. Santiago de Chile, 2009. Págs. 690-1.
película A hard days’s night contribuyó a consolidarlos como
los más populares del año.
Los Beatles resultaron ser, en términos de imágenes, un
fuerte cambio respecto a los rocanroleros originales, de
gestos sensuales, iracundos y desbordados. A diferencia
de esa imagen machista y rebelde, Los Beatles habían sido
uniformados por su manager en ordenados ternos sin solapa,
con corbatas y botas, y mantenían en escena una actitud
sobria. Pero eso mismo, combinado con el pelo largo peinado
sobre la frente y los rostros afeitados y juveniles, producía
un conjunto levemente andrógino, alejado de la imagen
masculina tradicional y los hacía “atractivamente vulnerables”4.
4
Cura, Kimberley. She Loves You: The Beatles and Female Fanaticism. En
Nota Bene,Canadian Undergraduate Journal of Musicology Vol 2 Iss 1, Article 8
2009:106.
))
207
A diferencia de Sinatra o Presley, cantantes líderes y con
estilos ubicados en las antípodas, Los Beatles tenían una
imagen colectiva y de colaboración, alternando la voz
principal y tocando a la vez sus instrumentos, acercándose a
la tendencia femenina a trabajar en grupos colaborativos, más
que en estructuras jerárquicas, como señalan investigadoras
feministas como Deborah Tannen y Carol Gilligan. En cierto
modo, las muchachas se podían ver reflejadas en ellos, dado
que tenían estas resonancias de sensibilidad femenina en un
mundo de dominio masculino5.
El pelo largo de Los Beatles era una absoluta excentricidad
en la época. Dos años después, la misma revista realiza un
reportaje preguntando ¿Por qué los jóvenes usan el pelo largo?,
motivada por la extensión que había alcanzado el fenómeno.
“La verdad es que durante el último par de años han aumentado
cada vez más las melenas a lo Sansón. La tradición del pelo
semilargo, escobillado hacia atrás, o con partidura al lado
muy corto encima de las orejas con gomina o brillantina ha
cedido su lugar a largos mechones que caen sobre la frente y
sobre el cuello, sin llegar, es cierto, a las frondosas cabelleras
tipo beatle”6.
5
6
Ibíd. Pág.107.
Rivas Sánchez, Fernando. ¿Por qué los jóvenes usan el pelo largo?Rincón
Juvenil Nº94 1966. Pág 22. Recuperado el 18 de mayo de 2010, de www.
memoriachilena.cl: http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-75171.
html. Cabe destacar que Fernando Rivas Sánchez era un periodista y escritor
de trayectoria en el ámbito político. Como tal fue parte del panel del
influyente programa de televisión A esta hora se improvisa (Canal 13).
El articulista –un reconocido escritor nacional– relativizaba el
fenómeno, recordando que en otras épocas y culturas el pelo
largo era la norma, así como el uso de ropa colorida por parte
de los hombres. Y dejó planteado el debate por el áspero
rechazo que encuentra en la sociedad chilena. Si esta era la
reacción en 1966, es posible darse cuenta de cuán rupturista
fue la primera portada de Rincón Juvenil.
Por otro lado, la imagen de los Beatles conectaba con
valores tradicionales en el registro que podríamos llamar
étnico/clasista. Dada la conformación de las sociedades
iberoamericanas, producto de la conquista europea, desde la
colonia quedó instalada la superioridad masculina europea7.
7
Lamadrid, Silvia Las relaciones de género en el Chile colonial. l. Revista No.
1”Al Sur de Todo”, revista de Género y Cultura. Santiago, CIEG http://www.
alsurdetodo.cl/revista.php?nrorevista=1&narticulo=6 , 1-27. 2009.
))
209
Las poblaciones de América son más o menos mestizas,
y las clases dominantes no escapan a esta mezcla, pero la
impronta de vincular lo blanco con lo deseable permanece.
El grupo inglés resultaba perfecto, aunque en su propia
sociedad estaban lejos de los peldaños más altos de la
escala social8. Incuestionablemente europeos, y artistas, sus
excentricidades podían ser toleradas, dando espacio a la
audacia de la revista.
En el primer número de Ritmo, la foto de la cantante María
Teresa resultaba casi un espejo femenino de la portada
Beatle: de cuerpo entero, la muestra sentada, de suéter,
pantalones y botas, con sombrero cowboy y jugueteando
con un revólver. Una mujer joven, femenina y bella, pero con
ropas y accesorios masculinos, coqueteaba con la androginia
y parecía agregar atractivo a su imagen. Pequeños detalles
no dejaban duda de su femineidad: la delicadeza de sus
rasgos, las curvas de su cuerpo subrayadas por el pantalón
ajustado, las manos cuidadas y las uñas pintadas; la postura
lúdica y carente de agresividad. Los límites de la distinción
binaria de los géneros eran desafiados solo para confirmarlos:
tal como en Los Beatles, se amplía la gama posible para
expresar la masculinidad o femineidad, pero la diferencia no
es eliminada. Este juego resultaba francamente ofensivo para
muchos chilenos y chilenas, que no tenían el menor interés
de ser sacados de las distinciones tradicionales.
8
Pocos en Chile estaban en condiciones de percibir el acento scouse de
Liverpool de los fabfour, muy distinto del oxbridge de las clases altas.
¿Por qué fue elegida esta joven como imagen fundacional de
Ritmo? Ella nunca fue la cantante más popular de la Nueva
Ola; ese lugar lo había ocupado, hasta 1963, Fresia Soto9. De
origen peruano, Fresia estudiaba pedagogía en inglés; tenía
una bonita figura, cabello negro, grandes ojos oscuros y la
piel morena. En 1965, la cantante más popular era Cecilia10,
figura fundamental de la Nueva Ola11, dueña de una gran
voz y altamente expresividad. Descendiente de italianos,
aprobaba en rasgos étnicos, pero sus particularidades como
intérprete la habían estigmatizado como problemática: su
estilo era cercano a la tradición italiana del canto gritado.
Las críticas apuntaban a sus gestos en escena, muy bruscos
para la ‘delicada’ sociedad chilena, a tal punto que algunas
autoridades en Viña del Mar le exigieron no repetirlos en el
escenario del Festival, que ganó ese mismo año12.
9
10
11
12
Fresia Soto fue portada de Ritmo Nº61, la primera en colores, pero con lentes
cosméticos celestes, y en el Nº72 con sus ojos oscuros (foto en portada de este
libro).
Fue portada en Ritmo Nº11.
“En los años de su reinado (1963-1965), fue ella quien lideró las listas de ventas
y popularidad de la prensa y la radio; sus fans se agolpaban por multitudes
en las radios, teatros y estadios donde se celebraban sus conciertos; y su
nombre encabezó varias de las principales giras organizadas por el país en
aquellos años” <www.musicapopular.cl/3.0/index2.php?op=Artista&id=99>.
Visitado el 30 de enero de 2011.
“Compitiendo con la canción ‘Como una ola’, de la chilena María Angélica
Ramírez, la cantante se trenzó en una aguda polémica con las autoridades
edilicias al contravenir la recomendación de no interpretar su característico
beso de taquito, gesto escénico inspirado en la técnica futbolística y
considerado por entonces inapropiado para ser ejecutado por una señorita
como ella. A esta trasgresión se sumó una polémica: pese a ganar la
competencia, su actuación final en esa versión del festival se realizó entre
abucheo de un sector del público que reprobó la decisión del jurado. Lejos
de amilanarse, la cantante de Tomé respondió con muecas, gestos burlones
y uno que otro beso de taquito” <www.musicapopular.cl/3.0/index2.
php?op=Artista&id=99> Visitado el 30 de enero 2011.
))
211
Por todo lo anterior, es posible suponer que la irreprochable
blancura de María Teresa, nacida en España aunque residente
en Chile desde pequeña13 y su expresión corporal mucho más
adecuada a la femineidad que la revista deseaba promover la
hizo mejor candidata a primera portada14.
La mirada femenina: besemos a
Raphael
En general, las fotografías de portada correspondían a
cantantes o actores de cine y televisión. La mayoría eran
primeros planos de rostros; las fotos de cuerpo entero, sobre
todo de conjuntos musicales, aparecen en número menor.
13
14
Ritmo Nº1. Pág. 7.
El número 1 de Ritmo es hoy prácticamente imposible de conseguir para
fotografiar su portada. En la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional no están
disponibles ejemplares físicos y solo es posible revisar microfilmes de su
colección. Por ello hemos debido incluir estas páginas interiores.
Los hombres estaban mucho más representados, lo que
corresponde a la cultura de los ídolos, predominantemente
varones, y la vasta audiencia femenina que los seguía.
Los estudios sobre medios visuales han debatido la
existencia de dos miradas, masculina y femenina, la primera
activa y la segunda pasiva; pero Tara Brabazon, especialista
australiana en comunicaciones, plantea que a diferencia de
los hombres, quienes se erotizan ante la presentación de
cuerpos femeninos fragmentados, las mujeres reaccionan
con representaciones de los rostros, especialmente si
el fotografiado mira directamente a la cámara, creando
la apariencia de un lazo con la observadora (Brabazon,
1993:25). Ritmo utilizó con más frecuencia la foto de rostro
y mirada a la cámara que Rincón Juvenil y es posible que
este haya sido un elemento que colaborara al éxito de la
primera.
En el análisis de la relación de las jóvenes con las fotografías,
la investigadora canadiense Kimberly Cura apunta a la
situación de ellas en el Estados Unidos de post guerra,
sometidas al estricto control paternal y dedicadas a las
responsabilidades domésticas, similar a la de las chilenas en
1960. Para las muchachas, que permanentemente recibían
advertencias para controlar su comportamiento sexual
(y el de sus parejas masculinas), el tocadiscos y la radio
les permitieron disfrutar de la compañía de sus cantantes
favoritos en la intimidad de su propio dormitorio. Las
revistas aportaron el material gráfico para que, así fuera
en la fantasía, pudieran desplegar su emocionalidad y
))
213
sexualidad en un entorno seguro, sin la presión riesgosa
de la demanda masculina por ir más allá en las caricias, que
tantas contradicciones provocaban a las corresponsales de
las secciones de consultas.
Un ejemplo de la intuición de Ritmo en este sentido es la
foto de dos páginas presentada como Besemos a Raphael
(Ritmo Nº143, 1968:40-41). El cantante no sólo mira a los ojos,
lo hace de costado, aumentando la complicidad con la fan;
se agrega la mención de la canción Cierro mis ojos, en que el
varón se presenta como confiable, promete y pide: “Cierro mis
ojos - para que beses mis manos y mi frente - para que corran tus
dedos por mi piel. Yo no te veré, yo no te veré - puedes hacer lo que
quieras conmigo - no te miraré, no te miraré - hasta que tú me lo
pidas, amor”. La invocación a ensoñar un encuentro físico con
el ídolo es evidente, así como la alusión a que la integridad
de la muchacha no está en peligro a menos que ella lo solicite.
Chilenos y chilenas se chasconean
La representación de la corporalidad fue cambiando durante
la existencia de la publicación culminando a fines de la
década, sobre todo en las vestimentas y el cabello. Hasta
1966, las ropas y adornos corporales de los y las jóvenes se
diferenciaban muy poco de aquellas de los adultos de su
respectivo género. Se enfatizaba fuertemente la diferencia
entre hombres viriles y mujeres femeninas, mediante el uso
de trajes que rigidizaban los cuerpos. Los jóvenes, incluidos
los cantantes de la Nueva Ola, usaban ternos de colores
oscuros o neutros, corbata y cortes de cabellos muy cortos y
apegados a la cabeza. Las muchachas llevaban vestidos muy
ajustados en la cintura, y peinados que abultaban el pelo y lo
‘solidificaban’ en una especie de casco.
Las primeras representaciones gráficas distintas y que
presentaban mayor flexibilidad corporal y en los cabellos
fueron de cantantes y jóvenes extranjeros. En el número
especial de Rincón Juvenil (septiembre de 1965) fueron
presentadas todas las expresiones musicales de moda:
indistintamente nuevaoleros y neofolkloristas chilenos, todos
vestían parecido, y en la revista resaltaban las fotos del
reportaje La agitada historia de los “beatniks”, en que, además
de ocupar el espacio urbano parisino con despreocupación,
sentados en el suelo, y bailando en la acera, tanto hombres
como mujeres vestían ropas sueltas, usando ellas pantalones
y zapatos de taco bajo. Muchos varones tenían el pelo
largo y ninguno estaba peinado. Estas novedades, muy
lentamente, fueron incorporadas por los jóvenes nacionales,
distinguiéndose los cuerpos de los y las jóvenes respecto de
los adultos.
Los varones abandonaron los ternos y los colores oscuros
por jeans y camisas o suéteres con más colorido15 y dejaron
la gomina y el corte de pelo estilo militar; las muchachas ya
15
“Chaquetas claras, o de colores vivos, más bien largas; pantalones delgados en
celeste, amarillo o blanco; camisas amarillas, rosadas, rojas o celestes”. Rincón
Juvenil Nº94, 1966. Pág. 26.
))
215
no usaban laca en sus peinados y los vestidos fueron más
sueltos y cortos, aumentando el uso de pantalones.
El cambio mayor es observado a partir de 1967 y se instaló
completamente en 1968. Las minifaldas y los pantalones
dejaron de ser la excepción para constituir la norma;
los vestidos ya no marcaban la cintura. Varios conjuntos
musicales masculinos empezaron a usar el pelo largo, incluso
fuera del escenario16, y a defender su derecho a hacerlo.
Aparentemente, los cambios que las revistas presentaban
eran de influencia extranjera.
Pero no solo en las ropas y cabellos estaban cambiando los
jóvenes chilenos.
16
Los integrantes del primer conjunto en aparecer con cabello largo, Los Larks,
usaban originalmente peluca. Ritmo Nº 96, 1967, portada.
Probablemente los estudiantes de la elite que se tomaron
la Universidad Católica en 1967 aún usaban ternos y
cabellos peinados. Pero al año siguiente, cuando la lucha
por la Reforma Universitaria se extendió a todo el país, los
y las jóvenes no solo usaban ropas distintas a sus padres,
sino también desplegaron su corporalidad en lugares y
comportamientos hasta ese momento prohibidos. Los
deseos de quienes aspiraban a ‘poner de moda’ la camisa
limpia y el gesto galante no se compadecían con los
conflictos que tensionaban la sociedad chilena, y que
llevarían luchas que pondrían en primer plano a los y las
jóvenes en los años siguientes.
Las secciones normativas
Más allá de la imagen, la palabra fue constituyente de mundo
en Ritmo. Mediante varias de sus secciones, el pensamiento
editorial de la revista aparecía directamente bajo la forma
de ‘consejos’ que los propios chicos y chicas lectores/
as buscaban. La publicación llegó a ser ese adulto de más
experiencia en quien podían confiar sin temer ser puestos en
evidencia frente a los padres.
La principal de dichas secciones fue Para ellos/Para ellas,
publicada durante el primer año hasta agosto de 1966.
Corresponde al primer período de la revista, en que está
el equipo original completo. No señalaba autoría; pero es
posible suponer que puede haber sido la misma María
))
217
Pilar, en combinación con Luz María Vargas, la responsable.
Generalmente aparecía en páginas pareadas, destacando con
ello la dualidad hombre/mujer, y sus diferentes problemas
e intereses. En algunas ocasiones, solo publicaban una,
explicando al género desatendido que “en el próximo número
nos desquitaremos”. En términos de la situación política en
Chile, correspondía a un tiempo en que aún no se había
iniciado el proceso de reforma universitaria.
Abordaban temas prácticos: la ropa de moda, cómo
combinar adecuadamente las tenidas, qué llevar en
las vacaciones (para ambos por separado), cómo vestir
adecuadamente en cada ocasión (ellas), qué regalar
en Navidad y cumpleaños (para ambos por separado),
pero también aportaban test para resolver dudas sobre
situaciones emocionales y sociales.
En suma, la sección apuntaba a entregar consejos generales
sobre la presentación de los jóvenes en el mundo social,
tanto en las relaciones de pareja como en las amistades o
con los padres. Por medio del estilo en el vestir y los modales,
instruían a lectores y lectoras en los comportamientos más
adecuados para relacionarse bien en el mundo público y
privado, usando un lenguaje coloquial, informal; a pesar
de que las autoras eran adultas, la retórica era insistir en el
vínculo de amistad entre ellas y los y las adolescentes que
recibían sus orientaciones.
Conócete a ti mismo… aunque sea
superficialmente
Con mucha frecuencia la revista usó el formato test. Excepto
el primero, que revisaremos con más detalle, la mayoría era
bastante simple: se componían de una lista de preguntas a ser
respondidas afirmativa o negativamente y, de acuerdo a ello,
concluían si quien respondía tenía las habilidades o intereses
en evaluación. Las nociones utilizadas eran de sentido
común, y los fines planteados, además de la entretención,
bastante prácticos: mejorar sus relaciones sociales y afectivas.
“Presentamos a continuación cuatro “tests” relacionados con el
amor, para que puedan intervenir ‘ellas’ y ‘ellos’ y logren sacar
ciertas conclusiones, que a nosotros nos parecen interesantes”17.
Los once test de esta primera etapa estaban dirigidos
explícitamente o implícitamente (usando el femenino o
17
Ritmo Nº2, 1965. Págs. 12-13.
))
219
masculino en su texto) a un género u otro, o explícitamente a
ambos. Los autores asumían las diferencias de género con tal
obviedad, que necesitaban elaborar instrumentos diferentes
para evaluar las características sicológicas de sus lectores o
lectoras. Cuatro de los test eran para varones, enfocados en
autoanalizarse, y se interrogaban respecto a la autoafirmación
de la individualidad con un tono convincente: ¿Tienes
personalidad?; ¿Eres capaz de triunfar en la vida?; ¿Tu meta es
convertirse rápidamente en una persona socialmente adulta?;
¿Puedes valerte por ti mismo?
Otros seis test eran destinados a las para mujeres, y estaban
enfocados en sus relaciones con el otro sexo: ¿Cuál es tu tipo
ideal?; ¿Cómo lograr que “él” te invite?; ¿Sabes vestir bien en toda
ocasión? También las cuestionaban respecto a su autoestima
y autocontrol: ¿Eres demasiado susceptible?; ¿Eres demasiado
cariñosa?; ¿Estás satisfecha contigo misma?
El décimoprimer test estuvo dirigido a la pareja, para que
evaluaran si “uno está enamorado”. Preguntaban qué concepto
tienen del amor, valorándose solo que lo compartieran, sin
importar el tipo de amor elegido. En la segunda parte, las
preguntas estaban separadas, y se enunciaban así: Preguntas
para él: ¿estás enamorado? Preguntas para ella: ¿se interesa ‘él’
verdaderamente por ti?
En ambos casos lo que se evaluaba era si “él” estaba
enamorado; el interés de ella se daba por sentado. Las
actitudes o comportamientos de “él” eran autoevaluados; por
ejemplo, la importancia del prestigio social/honor de ella:
“¿harías oídos sordos a las murmuraciones y comentarios de
los desaprensivos? Si alguien habla de ‘ella’, ¿sientes una íntima
satisfacción si las palabras son de elogio?”18.
Ella, en cambio, tenía que observar a través de los
comportamientos y actitudes de él, cuán interesado y
protector era. También si le preocupaba su imagen: “¿Le supo
mal que tu hermano le viera a ‘él’ salir de una fuente de soda
con varios amigos”19. Otro aspecto importante era si estaba
preparando para cumplir “su” rol de esposo proveedor: “¿Lo
notas a veces preocupado por alcanzar un mejor puesto en el
trabajo, con el afán de ganar más con vistas al matrimonio”20.La
conclusión era que si había acuerdo en las respuestas ESTABAN
ENAMORADOS21. Pero, en realidad, lo que averiguado fue,en
ambos casos, si él estaba enamorado…
18
19
20
21
Ritmo Nº2, 1965. Pág.12.
Ibíd. Pág.13.
Ibíd.
Cursivas de la edición; mayúsculas del original.
))
221
En la tercera parte, ambos debían responder: ¿SE
CONOCEN MUTUAMENTE?22 De acuerdo a las respuestas,
quienes respondían eran agrupados en tres tipos: uno de
extrema seriedad; un segundo de optimismo, alegría y
despreocupación y un tercero, que revela mucho sentido
de economía. Nuevamente, lo importante es coincidir,
de modo que la revista valida ser de distintas maneras,
aunque lo importante es cierta semejanza para mantener
la relación.
Belleza versus estilo
Más allá de los test, la mayor parte de la sección analizada
estaba dedicada, para ambos sexos, a mostrar los
atuendos más adecuados para la juventud, incorporando
moderadamente las innovaciones de la moda del momento.
Había una fuerte insistencia en que no era necesario tener
mucho dinero para vestirse bien, sino que se trataba de
dominar las normas esenciales: aprender a elegir prendas
básicas, de buena calidad, que durasen y fueran fáciles de
combinar. Esto permitía adecuarlas a los cambios de la moda
agregando detalles o reutilizando las telas23; recomendaban
también confeccionarse suéteres u otros tejidos.
22
23
Cursivas de la edición; mayúsculas del original.
“Los chalecos imitando los de ‘ellos’, están de moda… ya sean en género o tejidos.
Este que mostramos está hecho en género color ‘pelo de camello’ y la blusa es
café oscura con dibujos blancos. Se ve que sobró género y la modelo aprovecha
esto, para usar un pañuelo del mismo estampado de la blusa, lo que resulta
original y sentador”. Ritmo N°1, 1965. Pág.14.
“Estar bien vestida no consiste en llevar ropas costosas, accesorios
carísimos. Y la prueba de que no es así está en ver como a veces
una muchacha gasta un capital en su vestuario, se ve recargada
y mal vestida. La elegancia es cuestión de habilidad, de estilo y,
sobre todo, de disciplina”24.
Y, sobre todo, esa ropa bien escogida y combinada, debía
estar limpia, bien planchada, sin roturas o descosidos25.
Una tenida podía no ser nueva o la más cara, pero nunca
aparecer descuidada porque eso revelaba, más que los
recursos materiales de la joven o el muchacho, su disciplina y
prolijidad26, es decir, su carácter.
Si bien había consejos de moda para ambos, aquellos para los
muchachos eran más escuetos y generales. Ellos tenían que
aprender a desarrollar el gusto para seleccionar bien la ropa
que usarían, que tenía que ser comprada hecha o, en el caso
de los suéteres, confeccionados por la polola. El cuidado de
la ropa masculina era depositado en la mamá, quien lavaría,
plancharía o pegaría botones.
Los artículos eran mucho más descriptivos y enfáticos hacia
las jóvenes. Como este, de marzo de 1966, que señalaba: “La
elegancia es cuestión de habilidad, de estilo y, sobre todo, de
disciplina”, y se preguntaban si las lectoras habrían “aprendido
ya ese disciplinado ABC por el que comienza la distinción
24
25
26
Para ellas: ¿Sabes vestir bien en toda ocasión? Ritmo N°29, 1966. Pág. 14.
Ibíd.
O la de sus parientas femeninas, en el caso de ellos.
))
223
femenina”27. La joven tenía que colgar siempre su ropa antes
de acostarse; elegir con cuidado sus accesorios; mirarse
bien al espejo antes de salir a la calle; nunca usar ropa sin
planchar, ni solucionar a última hora un descosido con un
alfiler; era necesario que revisara periódicamente su ropa
para pegar botones u otros detalles; podía usar sweaters
solo en ocasiones informales; elegir un estilo de acuerdo
a su edad y no copiar la moda que usa su estrella favorita,
si no es la adecuada para ella; no aconsejable soñar con el
regreso de algún tipo de moda, ni comprar un vestido que
podía quedarle mejor al maniquí que a ella; debía aprender
a aceptar sugerencias para mejorar el estilo; no usar ropa
poco convencional para llamar la atención, ni ir al trabajo
o a casa de sus amigas con vestidos de colores brillantes y
coquetos. En suma, aprender a mirarse al espejo y aprovechar
sus puntos atractivos, disciplinar sus gustos y no dejarse
gobernar por ellos era la consigna: “las voluntariosas rara vez
son elegantes”28.
La tarea de vestir bien era fundamental para poder moverse
por el mundo con “esa seguridad y aplomo que admiramos en
algunas personas”. Y no se improvisaba, sino que implicaba
trabajo y dedicación:
“Una persona elegante, planea su vestuario con lápiz y papel
en mano y va comprando las cosas de a poco, pero siempre
27
28
Ritmo N°29, 1966. Pág.14.
Ibíd.
siguiendo un plan cuidadosamente preparado, pues de este
modo se gasta muy poco y la ropa luce mucho más”29.
Más allá de los rasgos físicos de él o de ella, de su belleza
o falta de ella, al igual que con la ropa, el énfasis estaba en
el cuidado e higiene personal: el cabello brillante, la piel
limpia, las uñas pulcras. Para el cuerpo, la recomendación era
alimentarse bien y dormir la cantidad de horas necesarias.
Ocasionalmente, sugerían ejercicios para mejorar la figura,
pero sin esperar con ello cambiar radicalmente:
“Lo importante es no tratar de ser un tipo de mujer determinado,
si uno no tiene las características. No insistas en ser curvilínea, si
la naturaleza te lo ha negado”30.
“No siempre se puede ser bonita, ya que la belleza es un don
de Dios, pero lo que sí está al alcance de todas, es ser atractiva,
espontánea y natural”31.
Personalidad y encanto
La presentación personal constituía la expresión visible de
lo que las articulistas consideraban los rasgos centrales de
la “persona social” que debían cultivar las y los lectores: el
carácter y la formación moral.
29
30
31
“Cómo verse siempre bien vestida”. Ritmo N°32, 1966. Págs. 12 y 13.
Ritmo N°18, 1966. Pág. 19.
Ritmo N°18, 1966. Pág. 19.
))
225
Para ello, lo primero era realizar una autoevaluación, a la que
invitaban por medio de test consistentes en una larga lista de
preguntas cuyas respuestas otorgan puntuaciones que los
acercaban o alejaban del ideal buscado.
Entre los dirigidos a los varones, uno de los primeros apuntaba
a averiguar si los lectores tenían o no “personalidad”32. Según
las preguntas, poseían personalidad los muchachos que
tenían buena memoria para las personas; planeaban con
anticipación y dentro de un plazo lo que querían conseguir;
no elegían a sus amigos por la apariencia externa; no creían
que casi únicamente los malos se enriquecen y que en el
mundo todo sucede injustamente, ni que cambiando de
colegio o profesión podría rendir mucho más; leían artículos
del diario aunque no les interesaban los temas; olvidaban
a veces la comida cuando tenían que realizar un trabajo
importante; reflexionaban lo que dirían si debían hablar ante
sus compañeros o en un examen oral; podían escribir o hablar
sobre sus dotes personales con tranquilidad; se preocupaban
por alguna sentencia que pueda ser injusta; creían merecer
las confidencias de quienes acudían a contarles sus penas,
y no creían tener siempre una opinión acertada ni deseaban
convencer a los otros de las mismas.
En suma, la “personalidad” consistía en tener independencia
para sostener los propios puntos de vista, admitiendo –sin
hostilidad ni nerviosismo– las críticas de personas que podían
32
Ritmo N°7, 1965. Pág. 9.
tomarlos a mal. La revista aconsejaba cultivar esa autonomía,
pese a los problemas que esta persistencia pudiera causarle.
Por el contrario, no tener personalidad era no confiar en la
propia opinión. Este test no tuvo una réplica para ellas; lo más
cercano fue Cómo ser encantadora.
El problema de la timidez, abordado incansablemente por
la revista en esta sección y en varias otras, era descrito de la
siguiente manera:
“Eres tímido, de ahí tu poco éxito con las chiquillas. No tienes un
grupo de amigos y, si lo tienes, pasas casi desapercibido dentro
de él, sin divertirte como quisieras; en tu liceo o Universidad
también estás entre los del ‘montón’, lo que a veces te exaspera.
‘Nunca llegaré a ser algo’, piensas muchas veces, ‘permaneceré
siempre en el anonimato y jamás lograré ser feliz’. En conclusión,
sientes que tu timidez te complica la vida”33.
Abordaban en este caso el efecto social de la timidez; era
un defecto que debía ser superado mediante una reflexión
sobre las situaciones en que se acentuaba:
“Si eres como la mayoría de los simples mortales, descubrirás
que te sientes más tímido cuando te presentan gente nueva (o
gente ya conocida, en situaciones nuevas), al ir a un sitio nuevo,
al tratar de hacer algo nuevo para ti”34.
33
34
Para ellos, Ritmo N°40,1966. Pág. 15.
Ritmo N°39, 1966. Pág. 22.
))
227
La solución, por tanto, estaba en enfrentar esos temores
aprendiendo, previamente, los comportamientos adecuados:
llevar ropa con la que se sintieran seguros de estar bien
presentados, practicar la forma de caminar, controlar
los gestos nerviosos, comer lentamente. También, leer e
informarse, de modo de tener tema de conversación y no
guardar silencio cuando conversaran con ellos. Y, finalmente,
invitaban a los tímidos a no evitar las situaciones nuevas,
sino atreverse a socializar, integrarse a grupos de pares, hasta
aprender a actuar con seguridad.
Pero también invitaban a los muchachos tímidos a
reconocerse a sí mismos y no construir una persona social
ajena a su naturaleza propia:
“Desarrolla tu propio estilo, tus propios principios y puntos de
vista. Experimenta con ideas nuevas que te alegren el corazón,
pero no experimentes con nuevas personalidades. Eres tú
–uno en este mundo entero– y descubrirás que te sientes más a
gusto con los demás cuando estás a gusto contigo mismo. Tú
ves, ésta es la séptima y más necesaria de las verdades: caminar
hacia una confianza interior, sentirte a gusto contigo mismo;
conocerte; que te guste verdaderamente la persona que eres”35.
En un artículo enfocado en cómo triunfar en la vida36
afirmaban que el carácter necesario para el éxito poseía
dominio sobre sí mismo, iniciativa, serenidad, fuerza de
voluntad, ecuanimidad y cortesía, además de decisión
e inteligencia. Ninguna de esas cualidades podía ser
despreciada: era necesario el conjunto.
Por su parte, el carácter delineado en los consejos para
ellas tenía matices muy acordes con la concepción de una
personalidad femenina cuyo centro era la relación con el
varón y con los otros. Aunque el discurso partía invitando a la
joven a actuar con naturalidad, su objetivo no era afirmar la
propia personalidad, sino encantar37.
Incluso cuando la invitaban a actuar con naturalidad, el
objetivo era “ser bonita, atractiva, y tan irresistible, que todos
los chiquillos se fijaran en mí”. La belleza, recordaban, era un
don de Dios, mientras que ser atractiva, espontánea y natural
dependía de las jóvenes. La naturalidad consistía, en primer
lugar, en aceptar lo que no se podía cambiar e interesarse
35
36
37
Ritmo N°39, 1966. Pág. 23.
Para ellos. Test ¿Eres capaz de triunfar en la vida? Ritmo N° 11, 1965. Págs.14-15.
Para ellas ¿Quieres ser una muchacha encantadora? Ritmo N°3, 1965. Pág. 13.
))
229
en los demás (en los muchachos) de manera relajada,
haciéndolos sentirse cómodos y a gusto, con alegría y
sinceridad, sin “coqueteos infantiles, risas… o miradas de gato a
punto de cazar una laucha”38. Ese era el camino para obtener
la atención masculina.
Otro test invitaba a las jóvenes a reflexionar sobre la
autoestima, estableciendo que no tenerla conducía a alejar
a las amistades, compañeros de trabajo o estudio e incluso
“al muchacho que ama”39. Para la revista, ¿qué actitudes
desarrollaban la satisfacción consigo misma? Nuevamente
destacaban el cuidado de la ropa, del cuerpo, de la salud.
También la lectura, el trato con personas que les pudieran
enseñar sobre la vida, para así estar en condiciones de
compartir con jóvenes considerados cultos. De igual modo
era importante practicar deportes o desarrollar las habilidades
musicales.
La falta de autoestima se expresaba en las chicas en la
incapacidad de estar solas, resentir el éxito ajeno, no ayudar
a los demás, no ser capaz de reírse de los propios errores
ni superarlos o culpar a otros por ellos; en la tensión en
situaciones sociales; en soportar realidades desagradables
sin protestar; pero también en la impaciencia, en la rebeldía
contra los padres o en aburrirse con las personas mayores; y,
por cierto, en sentirse enamorada sin conocer realmente al
muchacho.
38
39
Para ellas. Actúa con naturalidad. Ritmo N° 9, 1965. Pág. 6.
Para ellas. ¿Estás satisfecha contigo misma? Ritmo N°35, 1966. Pág.14.
Los otros dos problemas femeninos abordados iban en
la misma línea argumental: ser demasiado susceptibles
o demasiado cariñosas. En ambos casos, se trata de
características femeninas deseables, pero que al pasar de
cierto límite pasaban a ser defectos. Era tarea de la revista
ayudar a las lectoras a conservar el equilibrio. En el primer
caso indicaban que:
“Entre ser sensitiva y ser susceptible hay una diferencia marcada:
a veces nuestra excesiva sensitividad [sic]nos hace casi como vivir
en carne viva, de manera que el más leve contacto con nuestros
semejantes nos hiere y nos atormenta. Según los sicólogos, una
persona normal recibe de siete a diez impresiones con cada
hecho; una persona hipersensitiva puede llegar a percibir hasta
40 impresiones distintas. Estas impresiones atormentadoras,
que a menudo únicamente son producto de nuestra mente, nos
convierten en seres demasiado susceptibles”40.
El test buscaba que las jóvenes reconocieran las situaciones
en que estaban sobre reaccionando y las invitaba a no leer
tantos significados adversos en el mundo que las rodeaba,
a no descubrir malas intenciones donde no las había, a
comprender al prójimo para sentirse menos incomprendida.
Y a recordar que el mundo no era su enemigo: muchos
de esos sufrimientos podían ser fruto de su imaginación.
En suma, a desarrollar un autocontrol emocional, para no
perjudicar sus relaciones sociales.
40
Para ellas. ¿Eres demasiado susceptible? Ritmo N°36, 1966. Pág.14.
))
231
Manual de Carreño para jóvenes de
mitad de siglo
La revista afirmaba que cualquier muchacha o muchacho
podía llegar a tener una máxima aceptación social si tenía el
carácter, la actitud y los modales adecuados. Lo primero era
el autocontrol y la autoconfianza, que debían reflejarse en la
naturalidad en el trato con los demás.
Los consejos para una joven que ingresaba a una habitación
llena de gente41 son muy reveladores: debía concentrarse,
respirar, sonreír a todos y avanzar a saludar a los dueños de
casa. Estas recomendaciones, junto con los consejos para
superar la timidez dirigidos a los varones42, apuntaban a
practicar y adquirir las habilidades sociales que no poseían.
Los articulistas enfatizaban permanentemente la cortesía
frente a todo tipo de relaciones sociales, tanto para tratar a
posibles parejas y para impresionar bien a sus padres, como
para las relaciones de amistad e incluso en las relaciones
familiares. Los buenos modales debían convertirse en un
hábito cotidiano, no en un esfuerzo por agradar. El trato
respetuoso, el cuidado por el bienestar y comodidad del
otro/otra, la puntualidad en las citas, los regalitos cuando al
llegar de invitado a otra casa eran recomendados.
41
42
Ritmo Nº3, 1965. Pág. 13.
Para ellos. La timidez no es un enemigo invencible. Ritmo N°39, 1966. Págs. 2223.
Algunos artículos43 eran largas listas que mezclaban
recomendaciones amplias o de carácter (no guardar rencor,
saber perder, saber ganar) con consejos muy precisos para
actuar correctamente en diversas situaciones sociales, como
no monopolizar la conversación, no aburrir o herir a otros
con chistes inadecuados; aparentar estar entretenido con la
conversación o la fiesta aunque no lo estuvieran; demostrar
agrado cuando se recibía un regalo; tratar respetuosamente
a las personas mayores. Con los padres recomendaban
aún mejores modales, cumplir con los horarios de llegada,
recordar sus cumpleaños y aniversario, mostrar interés por el
trabajo del padre y alabar los guisos de la madre.
En particular, a las chiquillas les indicaban dejarse llevar por la
pareja en el baile; no criticarlo, aunque bailara mal, ni mirar a
otros como tratando de buscar una nueva pareja. A los chicos,
consecuentemente, se los conminaba a aprender a bailar
como es debido; a no ser fanfarrones, evitar las palabrotas,
no groseros ni despectivos, y respetar los horarios cuando las
invitaban a salir.
Las normas de cortesía regían también en relación con el
dinero. Los varones debían hacerse cargo de los gastos
cuando invitaban a una joven, y ella debería ser cuidadosa
en calcular la real capacidad económica del muchacho para
sugerirle planes. Lo mismo ocurría con los consejos para
elegir regalos, que los varones debían comprar. Sugerían
43
Para ellas y ellos. Siempre juntos. Ritmo N°28,1966. Págs. 18-19.
))
233
regalar cosas de bajo costo, pero que correspondieran a los
gustos e intereses de la persona a quien se regalaba: insistían
en que era más importante el gesto, la preocupación, que el
precio del objeto44.
Los consejos similares para las muchachas, proponían que
ellas mismas confeccionaran los regalos. De ese modo
seguían afirmando la relación de los varones con el dinero
y la de las mujeres con sus habilidades domésticas; la idea
era revalidad, por ejemplo, en los consejos citados más arriba,
sobre el trabajo del padre y la comida de la madre.
Cortejo y seducción
Puesto que la iniciativa era de incumbencia masculina,
también lo era hacerse cargo de los gastos cuando invitaban
a una chica a salir, así como de organizar esas salidas. Por lo
tanto, reconociendo la modestia de recursos de la mayoría de
los lectores, entregaban consejos al respecto:
“He descubierto que se puede pasar un domingo muy
entretenido, en compañía de nuestra chica y sin necesidad de
gastar mucho. Una tarde en el parque resulta sumamente grata
y romántica para ambos, pero un pequeño picnic al Arrayán o a
La Reina también puede hacernos pasar un día muy agradable.
Tal vez a primera vista un picnic resulta un panorama tonto y
44
Para ellos ¿Qué le regalo a ella? Ritmo N° 4, 1965. Pág. 9.
demasiado simple, pero una vez que estén en terreno, ya verán
cómo la cosa cambia”45.
Proponen invitar más amigos (no los van a dejar salir al
campo solos) y llevar una cesta con sándwiches y guitarra,
para cantar. Las sugerencias eran completadas con las
indicaciones de la locomoción colectiva que permitía llegar
al lugar sin tener auto.
El siguiente test estaba dedicado a lograr que el muchacho
que le interesaba, la invitara a bailar46. Aconsejaban no
ser obvia, es decir, no caer en ninguna de estas actitudes:
hacerse la encontradiza caminando por donde sabes que
él puede estar; buscar pretextos para llamarlo por teléfono;
llevar la conversación hacia el tema del baile; tratar de
hacerse amiga de su madre o hermana para poder visitar
la casa a menudo; comentar en su presencia sobre lo mal
que baila Fulanita; decirle a todos que quieres salir con él
para que llegue a sus oídos; coquetear con otros para darle
celos; ensayar en su presencia pasos de shake47 o cumbia
para que sepa que bailas bien; demostrar abierta indiferencia
por el baile para despistarlo, o finalmente, usar tacones si era
más alto o tacones bajos si era pequeño. Todos esos eran
comportamiento erróneos, porque tanto el exceso de interés,
como un desinterés fingido, podían ahuyentar al candidato.
45
46
47
Para ellos, Ritmo N° 17, 1965. Págs. 4-5.
Para ellas ¿Cómo lograr que “él” te invite? Ritmo N° 23,1966. Págs.3-4.
Baile de moda en la época, con temas del cancionero anglo.
))
235
Por el contrario, aconsejaban hablarle seriamente de un
tema que le interesara; intentar aprender las reglas de un
deporte que a él le apasionara; tratar de serle simpática tanto
a sus amigos y amigas como a él; aprender a bailar bien si
él era buen bailarín; o estar dispuesta a sentarte durante
varias piezas si él prefería conversar; averiguar si no está
comprometido o interesado en otra muchacha antes de
fijarse en él; presentarse arreglada de acuerdo a la ocasión;
hacer una vida normal sin esperar pegada al teléfono que él
llamara; invitarlo a una reunión en tu casa, demostrándole
que es parte de un grupo y no tu único y especial invitado.
En suma, mostrarse simpática, atractiva y popular, “sin que
se trasluzca que le estás tirando uno de esos anzuelos forzados
de los cuales los muchachos huyen como alma que se lleva el
diablo”48.
El riesgo de ser demasiado cariñosa estaba en demostrar
excesivamente sus sentimientos y correr el riesgo
de convertirse en una criatura “empalagosa”. Eran
comportamientos inadecuados, sobre todo tomar la
iniciativa en las manifestaciones de afecto hacia el pololo,
especialmente en público, y centrar excesivamente su vida
en su relación afectiva. El resultado podía ser incomodar o
avergonzar al joven. Consejo críptico: “Procura controlarte
y recuerda que el amor se demuestra con acciones y no con
gestos”49.
48
49
Ritmo Nº23, 1966. Pág. 4.
Para ellas ¿Eres demasiado cariñosa? Ritmo N°38, 1966. Pág.14.
Estas habilidades sociales eran, como es posible notar, bastante
sutiles, ya que fácilmente se podía cometer errores tanto por
exceso como por falta de atención. Llegar a conocer el ritmo
y la tensión adecuada para participar adecuadamente en la
delicada orquestación de una armoniosa vida social no era
fácil; pero el principal consejo de la sección era participar de
la vida social, atreverse, reflexionar, y corregir luego los errores
hasta lograr el dominio de este arte. La vida social, para llegar
a ser vivida con la alegría, naturalidad y espontaneidad a que
se convocaba, era producto de un largo trabajo y una fuerte
disciplina de las pasiones y los sentimientos.
Visiones de Graciela
La sección Para ellos/Para ellas fue publicada entre enero
de 1966 y hasta el final del período de este estudio. Hasta
julio de 1966, fue firmada por María Pilar Larraín o apareció
sin firma. Y entre Ritmo N°44 (5 de julio de 1966) y Ritmo
N°138 (23 de abril de 1968), la sección fue asumida por la
periodista Graciela Torricelli. Posterior al número 139 (30
de abril de 1968) apareció en dos ocasiones con autoría de
otras personas (Maritza Campusano y María Teresa Tapia)
pero la gran mayoría, de allí en adelante, no tuvo firma,
manteniéndose así hasta el final.
Acá serán analizados solo los artículos de Torricelli, porque
marcaron una tendencia algo diferente en el conjunto de la
revista. Los contenidos de los primeros ocho artículos previos
))
237
a su llegada, analizados en el apartado anterior, eran referidos
a las normas que debían regir en el pololeo y en el amor,
daban consejos para ser atractivo/a ante el otro sexo, para
superar la timidez, tener buenos modales en las relaciones
sociales y el valor del trabajo en la preparación para la
vida adulta. Torricelli le dio a la sección un sesgo diferente,
sacándola del encierro romántico y apuntando, sobre todo, a
la formación del carácter de los jóvenes lectores.
En su estudio sobre las revistas juveniles50, la socióloga
argentina Mabel Piccini analizó una muestra de 50
ejemplares de Ritmo entre su primera edición (septiembre
de 1965) y noviembre de 1969. No aparece citado ninguno
de los artículos de Torricelli, y sí muchos de la misma sección;
pero posteriores a la salida de esta redactora. Este apartado
comparará un análisis de esta sección con las conclusiones
extraídas por Piccini, no con la intención de refutar sus bien
fundadas conclusiones, sino reconocer que –al menos en
el período en que estaban Vivanco y Torricelli en el equipo
editorial, hubo una diversidad de enfoques y diferencias
internas implícitas, que culminaron con la salida de ambos.
Esto es posible de observar también en la sección Esto me
sucedió a mí, conducida por Vivanco.
En el acápite La educación sentimental51 del citado estudio
la investigadora analiza ejemplos de la sección Temas de
50
51
Mattelart, A., Piccini, M., & Mattelart M.,op.cit., 1976.
Ibíd. Págs. 186-193.
Juventud, señalando que estaba masivamente enfocada en
la problemática sentimental y afectiva, con un concepto
de amor regido por la ‘Ley del corazón’, como es usual en los
mass-media, como eje organizador de la realización personal
de los adolescentes, limitando con ello la vida espiritual a la
interioridad, escindida de la realidad exterior.
La expresión de este corte entre mundo interior y mundo
exterior estaba en un conjunto de dicotomías antitéticas:
corazón y cerebro, intuición y reflexión, lo racional y lo
inefable. “El mundo de afuera, la estructura objetiva de la
sociedad es suprimida como un trasto inútil y parasitario.
Cerebro, reflexión y racionalidad son atributos ligados al universo
objetivo, al mundo de las contradicciones, de los conflictos, de
las desigualdades. Por consiguiente son rasgos no pertinentes
dentro de la esfera juvenil: una esfera sobre la que la prensa
burguesa proyecta la imagen de una microsociedad paralela en
la que la única igualdad posible entre los miembros se funda a
partir de la exaltación de la vida interior y de los sentimientos”52.
El mismo concepto de romanticismo era recuperado solo
en sus aspectos inocentes (el misterio, sentido mágico de
la vida y libertad del mundo interior) pero amputado de
sus rasgos peligrosos de descontrol y perturbación. Es un
amor romántico domado, que conduce inevitablemente a
la integración. Observa también la autora que la dicotomía
libertad/sujeción tiene en general una solución intermedia: la
52
Ibíd. Pág.187.
))
239
libertad condicionada, y en el caso de la díada romanticismo/
realismo, la solución es el romanticismo práctico.
También en el dominio sicológico opera este equilibrio entre
los contrarios, en que la solución proviene siempre de recursos
propios de la ‘sabiduría doméstica’, o ‘psicología de bolsillo’, como
la llama Piccini, quien devela y critica que está puesta al servicio
de la concepción tradicional de la pareja, con el rol masculino
de conquistador y el femenino, de conquistada. Pero también
la sabiduría popular expresada en la revista promueve un
velo de hipocresía, que encubre la autonomía femenina y su
capacidad de seducción y conquista para preservar la imagen
pública de una femineidad subordinada a la masculinidad.
En el dominio ético, el objetivo es impedir que los jóvenes se
desvíen, arriesgando su proceso de integración; nuevamente
es el criterio práctico el que opera, actualizando en la
relación amorosa las leyes de las transacciones comerciales,
reglamentando al mito del amor por las leyes de la economía,
“economía de excesos, economía de sufrimientos, economía
de conflictos, economía de felicidad”53, que conduce a la
realización de la felicidad segura en el matrimonio. El código
moral propuesto por la revista apunta a contener todo
exceso pasional o irreflexivo, y el equilibrio entre libertad y
sumisión muestra sus alcances implícitos: todos los riesgos
están prohibidos, quedando la libertad de adoptar los valores
dados.
53
Ibíd. Pág.190.
En este mito de la ‘juventud edad del amor’, desaparece la
historia y el cambio, y con ellos las contradicciones de los
procesos materiales de la existencia. Una amenaza a esta
armonía es la actitud racional, contrapuesta a la actitud
romántica, en tanto implica salir al exterior y contaminarse
con el mundo material. La autora agrega la dicotomía
materia/espíritu, irrealizando el mundo objetivo como
apariencias y dándole realidad al mundo interior que sería lo
verdadero y auténtico.
El trabajo de Piccini develaba también el fuerte mensaje
individualista de las revistas y su rechazo a la actividad
asociativa de los jóvenes, cuando era en organizaciones que
pudieran tener propuestas críticas ante la realidad social
chilena, en vez de concentrarse en el mundo afectivo y
tradicional.
Por su parte, los temas abordados por Torricelli –y no analizados
por Puccini– enfatizaban la necesidad de que las muchachas
y muchachos desarrollaran su capacidad de autoanálisis
y autocontrol (26 de los artículos), expresándose también
eso en los buenos modales para tener mejores relaciones
sociales (15), y en la adquisición de actitudes y hábitos para
ser adultos responsables (14), realizar actividades útiles (7),
pero también, por cierto, consejos para ser atractivo/a ante el
otro sexo (11), y consejos prácticos para mejorar el aspecto u
organizar fiestas (12).
))
241
Una delicada representación llena
de matices
Como ha sido dicho, a diferencia de las otras secciones y
de su propia sucesora, Torricelli escribió escasamente sobre
el amor. La mayor parte de sus comentarios y consejos
apuntaban a la formación de la personalidad y al desarrollo
de habilidades sociales.
Abordó el tema del amor en Ritmo N°7554, donde aconsejaba
a una joven cuyo pololeo había terminado pero seguía
enamorada; y en Ritmo N°7255, pero donde solo una parte
del artículo está referida al enamoramiento. En ambos usó
el recurso de presentar personajes ficticios para analizar sus
actitudes ante situaciones propias de la juventud; y en ambos
sugería que, para superar desilusiones amorosas -en un caso
simplemente porque el pololeo terminó y en el otro porque la
protagonista se había enamorado de un joven conociéndolo
poco e inventándole una personalidad extraordinaria- las
muchachas debían usar su fuerza de voluntad para aceptar
la realidad exterior, distinta a sus deseos íntimos; analizar
objetivamente lo ocurrido, aceptar su sufrimiento, pero trabajar
por mejorar los aspectos en que pudieron haber fallado.
Sobre todo recomendaba sustentar el amor en la
observación de la realidad, en el conocimiento objetivo de
54
55
Hay que aprender a olvidar. Ritmo N°75, 7 de febrero de 1967. Págs. 22 -23.
¡No hay que inventar a la gente! Ritmo N°72, 17 de enero de 1967. Págs. 20-21.
la personalidad del amado. Para Torricelli, la tensión entre
cerebro/corazón tendía a resolverse a favor del primero, y
el mundo real se imponía sobre la emotividad romántica
de las protagonistas: la solución para los dramas pasionales
estaba en la acción:
“No intentes leer. Te será difícil concentrarte y muy pronto te
encontrarás repasando todas las circunstancias de tu pololeo. Es
preferible que desarrolles una actividad que te obligue a mirar
alrededor tuyo”56.
En ese contexto es posible analizar los artículos que escribió
respecto a cómo ser atractivo o atractiva para el otro sexo.
El primero (“Ser una muchacha atractiva está al alcance de
todas”57) utilizaba también el recurso literario de introducir
un relato en que las actitudes y comportamientos de los
protagonistas eran evaluados. Presentaba a dos amigas, “la
bella Juanita e Isabel, que no es fea sino que no se sabe arreglar”.
Desde el primer momento eran presentadas como modelos
opuestos: Juanita no solo era bella, además “estaba lista, muy
contenta y elegante, esperando a su amiga”. La reacción de
Isabel al ver a su hermosa amiga fue de dolor “se sintió tan
abatida que hubiera preferido quedarse en casa”. La explicación:
“Era inútil, ¡por más que se esforzara, por más que cambiara de
peinados, de zapatos y de chombas, siempre sería el patito feo
56
57
Ritmo Nº75, 1967. Págs. 22-23.
Ser una muchacha atractiva está al alcance de todas. Ritmo N°44, 1966.Págs.
16-18.
))
243
al lado de esa beldad! ¡Qué horrible desgracia no haber nacido
bonita!”58.
Afortunadamente, Isabel tenía recursos emocionales para no
deslizarse hacia la amargura y la pasividad. Así es que decidió
“Voy a desarrollar MI PERSONALIDAD59. Trabajaré por mejorar
mi tipo físico. Pero no suspiraré más porque no tengo ojos azules
y boca perfecta. Mejoraré lo que es posible mejorar y trataré de
olvidarme de lo que no tiene remedio”60.
A continuación, la articulista desplegaba una serie de consejos
para tener un aspecto grato a los demás, reconociendo
primero las cualidades propias, y formándose “todo un bloque
de hábitos embellecedores… Y hay que comenzar temprano.
A la edad de ustedes, si dejan pasar el tiempo, sus defectos se
consolidan. El cutis ya no reacciona, el cuerpo ya no se modela
con tanta facilidad”61.
La belleza, en su visión, no era una característica pasiva; aun
la hermosura natural debía ser protegida, y quienes tenían
un aspecto físico común necesitaban descubrir sus puntos
fuertes y resaltarlos. La dicotomía que presentaba aquí era
disciplina/descuido, como reemplazo del binomio belleza
natural/fealdad natural: la naturaleza podía ser transformada
con voluntad y trabajo. Como este esfuerzo estaba enfocado
58
59
60
61
Ibíd.
Mayúsculas del original.
Ibíd.
Ibíd.
en ser deseada por los varones, el subtítulo indicaba: “Esto
no lo pueden leer los chiquillos –tampoco los gatos– vamos a
poner un letrero grande que diga: ‘solo para mujeres’. ¡Ya está!”62.
Porque, como protagonista del juego de la seducción, la
joven debía ocultar el trabajo de producción que había tras
su aparición en escena.
Cuando, en este caso, Torricelli habla de personalidad se
refería a la disciplina necesaria para sobreponerse a la falta
de hermosura natural y adquirir los hábitos que le permitían
mejorar su presentación personal. Pero también indicaba
la necesidad de desarrollar su propio criterio: afinar los
gustos, no dejarse llevar por las opiniones ajenas, y ampliar
el campo de sus intereses: “Lean con método. Tengan los ojos
y oídos muy abiertos para mirar y escuchar los que pasa en el
mundo. Escuchen música (también de la clásica) Interésense
por los demás”63. La belleza, en su visión, no procedía de
la naturaleza, que era aleatoria, sino del trabajo humano,
donde la voluntad de la joven era el elemento clave. Y tenía
un contenido: el desarrollo interior a partir de ampliar sus
experiencias con la lectura, el arte y el conocimiento de los
otros, formando su propio criterio. Agregaba también los
binomios desarrollo interior/superficialidad, amplitud de
experiencias/experiencia limitada.
En esto vemos una diferencia con lo analizado por Piccini:
el binomio corazón/cerebro no era resuelto en estos
62
63
Ibíd.
Ritmo N°44, 1966. Pág.18.
))
245
artículos a favor del corazón, especialmente en lo referido
a la clausura en el mundo afectivo interior versus el mundo
objetivo, de apariencias. Aquí las jóvenes eran convocadas a
experimentar el mundo exterior, para volver al interior con
nuevas experiencias que ayudaban al crecimiento interior
tanto como a la presentación ante el mundo social.
El segundo y tercer artículo64 estaban estructurados, el
primero como consejos y el segundo por medio de preguntas
que las muchachas debían responder para comparar después
con las opiniones de “ellos”, que habían sido recogidas por la
autora.
El primero, nuevamente, planteaba la existencia de dos
tipos de chiquillas: las que eran apreciadas por todos, pero
64
Tengo muchas amigas… ¡pero ningún pololo! en Ritmo N°97, 1967. Págs. 2224, y ¿Tengo atractivos para ellos? en Ritmo N°126, 1968. Págs. 62-63.
no “pinchaban”, y las que gustaban “porque sí”. Los consejos
eran para las primeras, que tendrían por delante el trabajo
de cambiar sus actitudes y conductas para transformarse en
muchachas atractivas. Eran presentadas varias dicotomías:
magia y misterio/entrega emocional; imaginación, vivacidad,
alegría y coquetería/seriedad, perfección, rigidez; actitud
relajada/actitud demandante; interés en la pareja/interés en
la propia persona; naturalidad/falsedad.
El último artículo en análisis estaba referido a la complejidad
de las modernas relaciones hombre mujer65. A pesar
del título, estaba enfocado en criticar el rol activo en la
conquista sentimental que, en esos días, estaban ejerciendo
las chiquillas. Esta actitud sería contraproducente, puesto
que “cuando los papeles se cambian y es la muchacha la
que corre detrás de él, ambos se sienten defraudados”66. Los
consejos insistían en dos de las dicotomías en relación
con el compromiso del varón: apariencia de desinterés/
franqueza y solicitud; actitud relajada/actitud demandante,
recomendando finalmente: “Si salir ‘a la conquista del hombre’
parece inevitable en estos tiempos, hay que tratar por lo menos,
de guardar un poco las apariencias y de convencerlos a ellos de
que son ustedes las perseguidas”67.
Tal como indicaba Piccini, la solución a estas contradicciones
parecía estar en el equilibrio de los contrarios, ya que el
65
66
67
¡A la conquista de él! Ritmo N°113, 1967. Págs. 28-29.
Ritmo N°113, 1967. Pág. 28.
Ibíd. Pág. 29.
))
247
mensaje fundamental proponía no exagerar ni siquiera en
la característica positiva, porque podía volverse negativa: el
exceso de misterio... podía llevar a la falsedad. La imaginación,
vivacidad, alegría y coquetería… podían transformarse en
entrega emocional. El interés en la pareja… podía volverse
actitud demandante. La actitud relajada, la naturalidad…
podían verse como interés en la propia persona.
La muchacha debía desarrollar su atractivo en una delicada
representación, jugando su papel con una gran disciplina
interior (virtud masculina), mostrándose gentil, acogedora,
alegre y coqueta (virtud femenina), pero conservando
siempre un límite invisible tras el cual su verdadero yo
permanecía inasible, reservado en el misterio para disfrute
de la pareja final, el esposo: “Descubrir el alma de una mujer es,
para el hombre, una de las fases más interesantes de la conquista
y no hay que quitarle ese inocente placer”68.
El justo término medio
Era evidente que para Torricelli los roles de género eran
distintos. En las líneas anteriores definía la representación de
las muchachas atractivas, aspiración de toda joven normal
en el contexto de la sociedad chilena de la época. Los dos
únicos artículos dedicados a los varones sobre este tema69
permiten ver cómo representaba a los jóvenes atractivos.
68
69
Op.cit., Ritmo N°97, 1967. Pág. 22-24.
43 maneras de conquistarlas en Ritmo N°57, 1966. Págs. 8-9, y ¿Tengo atractivo
para ellas? en Ritmo N°125, 1968. Págs. 40-41.
En la lista de vías para conquistar a una chiquilla, los ocho
primeros consejos apuntaban a despertar el interés de la elegida.
Lo primero era atreverse a invitarla, arriesgando una negativa;
aceptar la respuesta, e insistir. Recomendaba un hábil manejo
de las atenciones, e incluso salir con otras chicas poco exitosas y
que ella lo supiera. Luego hacerle invitaciones especiales a sitios
románticos sin llegar a la declaración, de modo que la cortejada
no estuviera completamente segura de su conquista.
Los consejos nueve a catorce apuntaban a que los jóvenes
desarrollaran sus habilidades sociales: tener variedad de
temas de conversación, adaptarse a las personas y ambientes,
ser capaz de inventar situaciones no rutinarias y, sobre todo,
ser amable, cortés y tener buenos modales.
Entre los consejos quince y veinte avanzaba en la
argumentación: para ser realmente bien educado, había
que desarrollarse intelectual y culturalmente: trabajar la
capacidad de apreciación de obras de arte, tener intereses
culturales reales, aprender a leer y pensar, para lograr un papel
más lucido en la sociabilidad, pero también para comprender
mejor a la chiquilla que le interesaba.
Los consejos veintiuno a veintiséis estaban enfocados en
la relación con la joven: ser protector en todo momento;
controlar la expresión verbal de los sentimientos, y descubrir
lentamente las cualidades de la joven. Expresar su afecto con
pequeñas atenciones, como fijarse en la ropa que ella usa,
hacerle regalitos inesperados, recordar fechas o preferencias
importantes para ella.
))
249
Del veintisiete al treinta referían a la presentación personal.
El joven necesitaba cuidar su aspecto, presentándose
limpio, bien peinado y ordenado. Como los tiempos habían
cambiado, podía haber un grado de informalidad; por
ejemplo, usar cabello largo; pero no había que exagerar:
“El justo término medio es menos rebuscado que un excesivo
descuido”70.
Entre la treintaiuno y la treintaicinco abordaban las normas
para invitar a salir. Recomendaba respetar los tiempos de la
joven, invitándola con suficiente adelanto, e ir a buscarla y
a dejar a su casa en los horarios acordados; respetar a sus
padres, tener especiales atenciones con la madre y mostrar
interés en las preferencias y competencias del padre.
El tema de los consejos treinta y seis a cuarenta y tres volvía a las
características de personalidad que lo podían hacer atractivo.
No pretender ser un Don Juan; mostrar la propia personalidad,
sin fingimientos; buen humor, alegría y entusiasmo
combinados con momentos de seriedad expresada con la
mirada. Permitirse exhibir, si lo tiene, su lado desvalido, para
activar el instinto maternal de ella. Demostrarle ternura, para
que ella se sintiera “muy femenina, muy frágil, muy adorable”71, y
acompañar todo esto con algo de audacia.
El segundo artículo tenía indicaciones en la misma tónica:
la cortesía, el interés y cuidado de la joven; no esconder
70
71
Ritmo N°57, 1966. Pág. 9.
Ibíd.
debilidades, expresar el afecto sin excesos, cuidar su
presentación personal. A partir de esto, encontramos las
siguientes dicotomías:
Si comparamos las dicotomías aludidas en los consejos
a los varones y a las mujeres, observamos que casi todas
eran reproducidas en ambos géneros, pero con matices
importantes.
Había tres binomios comunes a chiquillos y chiquillas, aunque
las palabras usadas fueran algo diferentes: los referidos a
rasgos de personalidad inherentes a los individuos: amplitud
de experiencias/experiencia limitada; creatividad, alegría,
audacia/rutina; desarrollo interior/superficialidad.
La primera característica positiva, la amplitud de experiencias,
era efectivamente planteada como compartida, aún cuando
el tipo de experiencias a las que podían tener acceso varones
y mujeres eran diferentes, dadas las normas de género de
la época. En el caso de las siguientes en cambio, siendo
rasgos deseables para ambos géneros –creatividad, alegría,
audacia y desarrollo interior–, la articulista sugería que las
jóvenes reservaran su desarrollo personal para la intimidad, y
presentaran al público masculino su alegría y vivacidad.
Los binomios naturalidad/falsedad y disciplina/descuido tenían
sus evidentes pares en sencillez, mesura/postizo, amanerado,
falso y pulcritud y buen gusto/atildado o descuidado; sin
embargo, el énfasis de Torricelli era bien distinto. Mientras
los varones tenían como “único recurso de coquetería… el
))
251
planchado, el agua de colonia, la absoluta pulcritud”, ellas
“deben formarse todo un bloque de hábitos embellecedores…
Y hay que comenzar desde temprano”. La importancia de la
apariencia era mucho mayor para las mujeres, así como los
recursos disponibles para perfeccionarla.
Los binomios donde había más diferencias eran los relativos
a la actitud hacia el pololo o cortejante/cortejada. Esto
revela que era, sobre todo, en la relación de pareja donde
se reafirmaban los roles distintos y complementarios.
Ambos debían evitar el exceso de solicitud en las primeras
aproximaciones; expresar interés, pero no entrega ilimitada.
Incluso ya iniciada la relación, les recordaba a las jóvenes
que debían mantener el secreto de su intimidad, mantener
la magia y el misterio, esenciales en la femineidad. Y a ellos,
develar muy lentamente ese misterio, sin precipitación.
La joven debía poner, en primer lugar, el interés hacia su
pareja por sobre su persona, pero no adoptar por ello una
actitud demandante o dominante. Por su parte, el muchacho
debía expresar su interés en ella por medio de una actitud
protectora y atenta. Las chicas debían poder sentirse seguras
en su compañía. Como contraparte, el podía demostrar
alguna debilidad, para que ella pudiera expresar su lado
maternal.
Una dualidad interesante era el énfasis en el uso de la mirada
y los silencios por parte del varón, junto a pequeños gestos
y atenciones, pese a que valoraba su capacidad de ser un
conversador entretenido. El lenguaje masculino del amor era
silencioso y discreto; la palabra podía ser desplegada incluso
brillantemente como instrumento del intelecto, pero no del
corazón.
En estos binomios la autora reafirmaba los roles tradicionales
de género. El actor principal era el varón, que tomaba la
iniciativa: era fuerte, protector, directo, asertivo. La necesaria
actriz secundaria tenía que saber desplegar sus habilidades
sociales y de seducción, sin hacer explícito su interés y
aceptando la apariencia de subordinación, a cambio de que
las normas de cortesía de los géneros obligaran a los varones
a respetar su debilidad ejerciendo una gentil dominación,
que no fuera resentida por la dominada, sino aceptada como
caballerosidad protectora. En ambos tenía que haber una
fuerte disciplina emocional para no romper la frágil entente
de esta lucha amorosa.
El único binomio exclusivo de los muchachos era cortesía/
descortesía. Podría pensarse que si la falta de modales en
los varones era negativa, y aparecía fuertemente castigada
en numerosos artículos, en las jóvenes que deseaban ser
aceptadas socialmente era simplemente impensable; tanto,
que no era necesario siquiera mencionarla (la excepción la
constituye el artículo Son cosas sin importancia72, en que
critica a chicas sin modales.
72
Ritmo N°117, 1967. Pág. 62-63.
))
253
Como tener éxito en la vida
¿Cuáles eran las características que muchachos y muchachas
debían desarrollar para tener éxito no solo en el pololeo,
sino en la vida? Muchas ya estaban delineadas en los
artículos anteriores. A ellas hay que agregar el conjunto que
encontramos en artículos dedicados al desarrollo personal y
social, dirigidos a unos y otras.
Para ellas, había una alusión directa a la modernidad: una
‘joven de hoy’ miraba al futuro. El futuro seguía siendo el
matrimonio, sin duda, pero la muchacha debía prepararse,
desarrollándose intelectual y espiritualmente, para ser una
compañera de su esposo y para no depender completamente
de la protección masculina (aunque en el juego erótico
reconocía el valor de ‘sentirse frágil’ en los brazos del pololo,
a la par que hablaba de la tendencia maternal de ella de
proteger a su pareja). En el presente, en el tiempo de espera
de la adolescencia, le recomendaba emanciparse, ser segura
de sí misma a partir de sus propios valores y no desde aquellos
que le aseguraran la aprobación masculina; no tener al amor,
o a los varones, como único centro de sus vidas, ni vivir en
ensoñaciones románticas. Y prepararse para aprender una
profesión (en sentido amplio) reconociendo las necesidades
del medio y sus gustos y habilidades (domésticas). La
profesión u oficio era visto más como un seguro social
–lo que refería a la posibilidad de que el marido (por las
razones que fuera) no cumpliera con sus responsabilidades–
que como una proyección de la necesidad de desarrollo
personal y expresión. La modernidad aquí estaba en validar
la posibilidad de la autonomía económica de las mujeres;
aunque no fuese buscada, sino producto de los avatares de
la vida, estamos aquí ante una representación social de las
mujeres solas diferente a la tradicional: la dignidad de ella
dependía de su capacidad de trabajo, no de tener un nuevo
marido o regresar al hogar paterno.
En el caso de ellos, la autora no convocaba a la modernidad
sino, incluso, a su contrario: los jóvenes modernos no debían
olvidar los buenos modales, aunque hubiera quienes los
consideren anticuados. Trabajar y obtener pequeños ingresos
era una necesidad, en la medida en que debían pagar todo
cuando invitan a una joven a salir. Torricelli les recomendaba
valorar el dinero, no derrochar, no depender de sus padres.
En otras palabras, aunque hubiera hombres irresponsables
que dejaran a sus esposas en la carencia económica, la
masculinidad seguía asentándose en la capacidad de
sostener una familia, deber que fundaba los privilegios del
varón.
))
255
Llama la atención que en el binomio modernidad/tradición,
lo nuevo, el cambio de los tiempos, estaba encarnado en
las chicas, a las que invitaba a asumir roles en el mundo
público, aunque sin perder la centralidad en la vida familiar.
Se trataba de una propuesta bastante compleja, aunque
pareciera simple en la presentación de la revista. En cambio,
a los muchachos los convocaba a conservar los valores
tradicionales, manteniendo el rol fuerte y protector, sin
dejarse tentar por la irresponsabilidad que parecía prometer
la modernidad.
Un tema en que Torricelli insistía a las jóvenes era no
sobrevalorar la belleza o el atractivo natural que posibilitaba
–a algunas– una fácil aprobación masculina. En tanto don
natural, es decir no fruto del trabajo, representaba el riesgo de
volver vanas y egoístas a quienes lo tenían, si no cultivaban
otros valores y descansaban solamente en su atractivo
físico. Aunque fuera por negación, esto nos hablaba de la
importancia que en la sociedad chilena se daba a la belleza
y atractivo femeninos, cualidad evidente pero cuestionada
por la autora en análisis; aunque, finalmente la validara al
promover la adquisición de belleza mediante el trabajo
consigo mismas.
Para los muchachos no parecía existir el mismo riesgo de
envanecerse por su aspecto físico; pero sí por sus condiciones
económicas (representadas en su ropa y en los bienes que le
permitían festejar a las niñas) o por cualidades intelectuales
que pudieran exhibir con pedantería y agresividad. En ambos
casos, fustigaba la vanidad y el egoísmo que representaba
afirmar la identidad solo en valores dados por la naturaleza
o el nacimiento, y no en aquellos que eran producto del
trabajo y esfuerzo personal.
En esta tensión entre trabajo humano/dones de nacimiento
estaba uno de los nudos argumentales en torno al cual
giraba la representación de la juventud moderna, ya fuesen
hombres o mujeres. Las palabras con que aconsejaba a las
chiquillas aludían a la decisión, la programación, enfocarse
en el hacer y no en el hablar, la organización, el triunfo por el
mérito, la perfección. Al hablar a los chiquillos, el lenguaje era
más directo: tesón, disciplina, perseverancia, capacidad de
sacrificio, concentración, éxito por el esfuerzo.
Otro elemento en relación con el trabajo era la tensión entre
interés y apatía. En el discurso hacia las muchachas, las invitaba
a desarrollar amplios intereses, a tener nuevos aprendizajes,
a desplegar la creatividad, a actuar diligentemente. A los
varones, en cambio, les proponía evaluar muy bien su
verdadera vocación, sus reales condiciones intelectuales
y materiales para elegir aquella profesión que podían
desempeñar con verdadero entusiasmo. Y solo a ellos
les hablaba respecto al desempeño en su primer trabajo
asalariado: debían ser responsables, respetar las normas
y no confundir el espacio público laboral con los espacios
privados.
En la sociabilidad, nuevamente, encontramos diferencias
entre hombres y mujeres. La amistad para ellos era de la
mayor importancia, pero complementaria de su desarrollo
))
257
individual: era necesario ser considerado y generoso con los
otros, y los buenos amigos debían ser elegidos entre aquellos
que tuvieran valores interiores, que eran los permanentes,
en oposición a los valores materiales. La tensión era entre
profundidad y superficialidad.
La personalidad propuesta para los varones estaba enfocada
en un solo interés: aprender a reconocer qué querían en la
vida, y concentrarse en lograrlo. El varón era una persona
que tomaba decisiones, manejaba situaciones con su
entorno, en especial en la relación de poder con la polola.
Todo esto debía hacerlo, además, sin desperdiciar palabras.
El afecto debía expresarse con gestos sutiles, dosificando la
fuerza y la ternura, con una gran reserva verbal. Para jugar
un buen papel social debía disponer del capital cultural
necesario para poder mostrar, sin fuegos de artificio, que
tenía una comprensión profunda –había aprendido a leer–
de los temas que abordaba. Sin duda, este muchacho
podía desarrollar mejor sus capacidades analíticas que sus
posibles parejas.
Para ellas, en cambio, la amistad era de primera importancia,
el verdadero camino a la felicidad, por sobre la belleza,
elegancia, inteligencia, simpatía y capacidad de trabajo.
La empatía, la capacidad de ponerse en el lugar de la otra
persona, de dar y comprender, eran los valores que llevaban
al éxito vital de las mujeres, que consistía en ser queridas,
en que su compañía fuera deseada y preferida. Mientras
la realización de los hombres estaba en el hacer, ellas lo
lograban vinculándose con los otros.
Subrayaba que este vínculo de afecto tenía también su
disciplina: implicaba autocontrol emocional, una apertura
con límites hacia los otros; una rigurosa autoevaluación que
llevaba a corregir los propios errores, a ser comprensiva y a
reservarse opiniones negativas, escuchar con el corazón y
con la mente, dar cuando otros lo necesitaran y no quitar lo
que otros tienen.
Podríamos decir que había cuatro binomios
concentraban las tensiones del discurso de Torricelli:
que
Modernidad/tradición
(femenino:
desarrollarse
individualmente/dependiente; masculino: ser irresponsable/
modales, respeto)
Trabajo humano/dones de nacimiento (belleza, dinero,
inteligencia)
Profundidad (desarrollo espiritual e intelectual)/ superficialidad
(frivolidad)
Desarrollo laboral (clave del éxito masculino)/desarrollo social
(clave del éxito femenino).
La primera, modernidad/tradición, en cierto modo contenía
las siguientes, que eran expresiones más precisas de una
ética de clase media, en la que el camino al éxito para ambos
géneros estaba sustentado en el trabajo y el esfuerzo, en una
fuerte disciplina interna, donde la belleza y la creatividad
–la cultura– también tenían lugar importante. Donde se
separaban las representaciones de hombres y mujeres es en
el tipo de desarrollo personal: mientras a ellos la invitación
era a realizarse en el mundo del trabajo, separado del mundo
))
259
doméstico; a ellas las llamaban a extender los límites desde
lo hogareño hacia el mundo público, tanto por medio de
profesiones concordantes con las habilidades domésticas
como con la construcción de redes familiares y sociales.
Las tensiones femeninas
Torricelli era muy consciente de las diferencias entre hombres
y mujeres, y que estas últimas enfrentaban situaciones
injustas. En un artículo de 1967, dedicado a aconsejar a la
joven que por primera vez visitaba la casa de su pololo73,
escribía:
“En cuanto a conversación, nada de buscar, en la mesa, temas
‘difíciles’ para lucirte como intelectual o emancipada o cualquier
otra cosa. En realidad el esfuerzo de encontrar el tema no debe
recaer sobre ti sino sobre Héctor o tus futuros suegros. Ten
presente, Mariana, que será mucho mejor para ti, que sepas
escuchar con atención y gracia la conversación o los chistes del
papá de Héctor, a que insistas en tu propio lucimiento y trates
de deslumbrar al auditorio con una charla sobre –por ejemplo–
los problemas del divorcio. Hay algo tremendamente injusto
en esto de que nadie –o casi nadie– estime a una jovencita por
su intelectualidad; pero es un hecho y hay que aceptarlo como
aceptamos tantas otras realidades. ¿Si nadie encuentra un tema
73
¡Estoy invitada a la casa de él!, Ritmo N°85, 1967. Pág. 22-23.
de interés? Bueno… es preferible callarse. Y sonreír… aunque
cueste”74.
La joven podía75 desarrollarse espiritual e intelectualmente;
pero sabiendo que ese despliegue de valores –por lo demás
considerados por la autora como permanentes y verdaderos–
no le garantizaría la aprobación del entorno social. Eso lo
obtendría siendo, antes que nada, una agradable y generosa
compañía para todos y todas. En segundo lugar si era, o
aprendía a ser, atractiva ante los varones. Su desarrollo
intelectual y espiritual, en cambio, debía permanecer como
riqueza interna, mayor cuanto menos las exhibía, pero eje
central de la equilibrada personalidad que les permitía ser
queridas.
Llama la atención que ante la propia evaluación de que esto
no era justo, la actitud recomendada fuera la adaptación y
el disimulo. El hecho social de la subordinación femenina
–externo, coercitivo, como lo caracteriza el sociólogo
Émile Durkheim– se imponía sobre la rebeldía de la mirada
crítica.
La división sexual del trabajo era, incluso, asumida con
la mayor naturalidad: al ordenar la ropa para la siguiente
temporada, aconsejaba, sin espacio a dudas:
74
75
Ibíd.
Y debía, había dicho Torricelli anteriormente, porque había que prevenir el
riesgo futuro de no poder contar con el marido.
))
261
“Entrega a la mamá de las chombas, pullovers, poleras, que es
conveniente lavar. (SOLO LOS VARONES, LAS NIÑAS TENDRAN
QUE LAVAR ELLAS MISMAS TODO)”76.
Algunos meses después, surgen señales algo diferentes. En un
grupo de muchachas convocadas para hablar de chiquillos77,
ellas se quejaban de ser permanentemente criticadas por
ellos “de todo y por todo”, en tanto:
“Y nosotras, en cambio, tenemos que conformarnos con decir:
¿Estás satisfecho con esta reunión que nos hemos tomado tanto
trabajo en preparar? Y esperar, temblando interiormente, que él
y los otros chiquillos se diviertan lo suficiente para no marcharse
a otra parte”.
La percepción del privilegio masculino y del dominio del
discurso era clara. Seguía:
“Eso es lo malo. Que no les decimos lo que pensamos. ¿Y por qué?
Porque tenemos miedo de perder el apoyo de todos los hombres.
Pero hay montones de cosas que nos molestan en los chiquillos,
¿no es cierto? Y yo pienso que deberíamos decírselas.
“¿Y por qué los chiquillos no PIENSAN78 alguna vez? Parece
que el cerebro lo dejan en el cajón del escritorio. Todo, fuera
76
77
78
¡OPERACIÓN CALAFATEO! Ritmo N°74,1967. Págs. 22-23. Mayúsculas del
original.
Ritmo N°93,1967. Págs. 14-15.
Mayúsculas del original.
de las horas de pensamiento obligado, lo dejan por cuenta
nuestra. Nosotras, pobres mujeres, combinamos, organizamos,
invitamos, solucionamos, pedimos permiso. Ellos sólo responden
‘sí’ o ‘no’”79.
Las hablantes se daban cuenta de que el trabajo femenino
de organización de la vida social no era reconocido por los
varones, quienes reservaban su intelecto para “las horas de
pensamiento obligado”: estudio y trabajo, y no para la vida
cotidiana. Pero la aprobación masculina era de tal importancia
que no cabía sino callar (y sonreír). Pero sentían que habría
llegado la hora de romper con el silencio y la subordinación,
y hablar con sinceridad.
Avanzando cinco meses más, aparece tal vez la única
expresión directa de rebeldía femenina en toda la revista.
Nuevamente eran chiquillas en grupo las que hablaban. Y
expresaban indignación ante el hecho de que, socialmente
fueran más valorados los hombres que las mujeres: “fíjense
un poco cómo se festeja la llegada de un muchacho a cualquier
grupo social, en contraste con la frialdad que se demuestra a
una chiquilla, por más interesante y entretenida que sea, si la
pobre llega sola…”80 y por el trato diferenciado que recibían
al interior de la familia.
La autora declaraba compartir la indignación ante la injusticia,
y proponía “conversar sobre estos temas” y que las lectoras que
79
80
Op.cit., Ritmo N°93.
No hay derecho, Ritmo N°110, 1967. Págs.38-39.
))
263
se sintieran afectadas hicieran que sus madres leyeran el
artículo.
Ya establecido que estábamos ante una situación injusta,
preguntaba por qué ocurría, remitiendo a la tradicional
división del trabajo entre los sexos, en que el padre –sostén
del hogar que luchaba por arrancar de un mundo hostil los
recursos para su familia– esperaba en recompensa llegar
al hogar donde la madre hubiera hecho todo el trabajo
doméstico. “El ha cumplido con su parte y su mujer cumple con
la de ella”81.
Esta es la noción de masculinidad subyacente en las
madres; como tal no era cuestionada, solamente se
establecía la excepción para los adolescentes: los hermanos
no estaban aún en condiciones de reclamar las ventajas
de la masculinidad adulta. Quien no trabajaba, no tenía
privilegios; era aún un hombre en formación. “No hay razón
para que el joven no aprenda a plancharse sus pantalones. ¡No
se justifica que sea el jovenzuelo quien permanezca sentado
a la mesa mientras su hermana se levanta para buscarle la
sal!”82.
No cuestiona a fondo la división sexual del trabajo, ya que la
hermana sí podía ayudar a su hermano “con aquellos detalles
que el hombre no domina”. Había dominios masculinos y
femeninos, complementarios, que no serían injustos.
81
82
Ritmo N°110, 1967. Pág. 39.
Ibíd.
¿Cuál era la estrategia, una vez dilucidado el origen, para
luchar contra las injusticias en el seno de la familia, donde
padre y madre insistían en que los hijos e hijas reprodujeran
la subordinación femenina, sin que los hermanos varones
merecieran los privilegios? La alianza con las mujeres: primero
conversar con la mamá y, si no lograba cambios, buscar el
apoyo de tías o íntimas amigas de la familia para desarticular
la opresión. Y recordaba que, para esto, las armas no eran las
de la dominación: “¡Eso sí que no olviden chiquillas, que para
obtener la igualdad social y hogareña con el hombre, necesitan
probar méritos más serios que sus encantos femeninos!”. Punto
nada menor, ya que implicaba la operación ideológica de
construir una fuerza distinta a la que había sido socialmente
definida para las mujeres. Pero que era, precisamente, la que
Graciela Torricelli invitaba a construir a las jóvenes lectoras en
sus artículos.
La representación social de las jóvenes resultaba cargada de
tensiones. Torricelli nunca aludía a que hombres y mujeres
tuvieran distintas capacidades o competencias; sí diversos
intereses y, claramente, distintos roles. Pero las exigencias
de disciplina interior, trabajo, esfuerzo, responsabilidad y
desarrollo cultural eran similares, excepto que tendrían
distintos usos. Mientras ellos podrían desplegar sus
competencias en el mundo público, y ser valorados por
ello, ellas tenían por delante una delicada operación de
encubrimiento de sus propias habilidades, puestas al servicio
del lucimiento de los otros. Ellas crearían el escenario, serían
las anfitrionas para que los varones actuaran.
))
265
Callar y sonreír, aunque cueste, decía la autora. Por las voces
juveniles que presentaba, a muchas les estaba costando.
capítulo siete
¿escribámosle a María Pilar?
))
269
DOS ERAN LAS PRINCIPALES SECCIONES sustentadas en el
aporte de las y los lectores. Conversando, en que la directora
respondía las consultas llegadas por carta, Esto me sucedió a
mí, conjunto de relatos de aventuras enviadas por los lectores
varones, que será analizada en el capítulo siguiente.
Considerada una de las más importantes de la revista,
Conversando era conducida por la Directora y reafirmaba el
carácter interactivo e íntimo que ella quería dar a la revista.
Era, además, la prolongación de una similar que Larraín
tenía en su programa Los amigos de María Pilar, en el aire
desde 1963 en Radio Chilena, de lunes a viernes de 12:30 a
13:00. Allí respondía las cartas de sus jóvenes auditores que
consultaban sobre una gran variedad de problemas, desde
el significado del amor a cómo lidiar con defectos físicos.
Ritmo la publicó desde su número dos, cuando –además–
entregaron por primera vez las instrucciones para enviar las
cartas:
“Cuando escriban a esta sección, pongan en el sobre: María Pilar,
Casilla, y lo más importante, agreguen “SUPERCONFIDENCIAL”1.
¡Ah! y no se les olvide: además del nombre verdadero, manden
un seudónimo (si quieren). Solo contestaremos dos o tres cartas
por semana para poder así preocuparnos de cada caso”2.
El recurso epistolar garantizaba que los temas abordados
fueran de la más alta prioridad para los y las Ritmo-lectores,
1
2
Mayúsculas en el original.
Conversando, Ritmo N°2, 1965. Pág.14.
como quedaba reflejado en el tono con que muchas de ellas
demandaban una respuesta (“Te escribo para pedirte un consejo,
me lo darás, ¿verdad?”3; “Ayúdame, María Pilar, ¿qué hago?”4.
Con algunas intermitencias, generalmente debido a los
numerosos viajes que realizaba, y en un caso, por la huelga
de correos, la sección tuvo continuidad hasta Ritmo N°278
(29 de diciembre de 1970), número en que María Pilar Larraín
se despidió de la revista. El lapso más largo se produjo entre
abril y diciembre de 1970, en que apareció solo en dos
números. Correspondía al período más duro de la campaña
presidencial de 1970, evaluado por ella misma en su carta
de despedida, como aquel del “odio y violencia” que habían
seguido al “verano naranja”5 aludiendo a la canción, del
mismo nombre, del argentino Donald, que había estado de
moda a comienzos de ese año.
Las respuestas de la Directora eran de su autoría, como
confirma Luz María Vargas en el artículo de Marcela Aguilar ya
mencionado6, y ella respondía todas las cartas que llegaban,
para lo cual trabajaba los fines de semana en ello. No todas
las respuestas fueron publicadas; algunas fueron enviadas
directamente a él o la consultante. “Nos llegaban confesiones
de lo más diversas, desde el lolo que no sabía cómo pedir pololeo
hasta la niña que estaba embarazada”, recuerda Vargas7.
3
4
5
6
7
Ibíd.
Conversando. Ritmo N°3, 1965. Pág. 23.
Ritmo Nº279, 1970. Pág. 1.
Aguilar, op.cit., 2002.
Ibíd.
))
271
Conversando era la expresión más pura de su visión de mundo,
y se extendía a una gran variedad de temas. Fue también
la sección en que ella se hizo cargo de varias de las críticas
que recibió la revista de parte de medios, organizaciones e
intelectuales de izquierda, sobre todo a partir de 1968; pero
usando el recurso de responder cartas que expresaban
opiniones similares.
En el ya mencionado análisis de Ritmo, Mabel Piccini subrayaba
que el interés en esta sección radicaba en que respondía
al estereotipo de diálogo franco y abierto que la revista
quería presentar para “encubrir el efecto de adoctrinamiento
y persuasión tras las apariencias de la influencia amistosa”8. Y
señalaba aspectos estructurales que no analizó: “el hecho de
que la demanda del lector sea particular y la respuesta genérica,
la puesta entre paréntesis de los rasgos que pueden identificar
al lector, como la edad, la extracción social, el oficio o profesión
(en el caso de que no sean adolescentes), el grado de educación,
etc; el carácter normalizador de la respuesta que, frente a una
demanda original, ofrece una solución estereotipada”9. Y lo
dejó de lado para centrarse en una crítica al “mecanismo de
la selección de la correspondencia, a través del cual la revista
afianza su concepción ideológica de la juventud, aprovechando
la coartada de la apertura y el respeto por la libertad de
expresión”10.
8
9
10
Mattelart, A., Piccini, M., & Mattelart, op.cit. Pág. 184.
Ibíd.
Ibíd. Pág. 185.
Piccini sostiene que la publicación de unas pocas cartas
con opiniones disidentes, en medio de una masa de
correspondencia homogéneamente enfocada en problemas
personales, era “parte de una estrategia para revalidar el mito
de una juventud que se expresa libremente y la propia imagen
de la revista como abierta a la disidencia”. Al filtrar una opinión
adversa, la revista la usaba para cuestionarla por su escasa
representatividad, ya que la mayoría de los lectores estaría
de acuerdo con los puntos de vista de Ritmo, quedando
demostrado que esta expresaba los verdaderos intereses de
la juventud. Sin duda es una conclusión plausible.
Sin invalidar la existencia de la operación ideológica
señalada por la analista de Ceren, es probable que,
verdaderamente, la mayor parte de las cartas estuvieran
centradas en los temas considerados ‘juveniles’, entre otras
razones porque los jóvenes que tenían intereses más críticos
no estaban interesados en leer la revista y, por consiguiente,
no escribían cartas. En ese sentido, Ritmo estaba en sintonía
con sus lectores, pero estos no abarcaran a toda la juventud
chilena de la época.
Si bien muchas cartas estaban editadas, hecho reconocido
por la revista, en función de abreviar la extensión
para hacerlas publicables11, los textos presentados
conservaban la espontaneidad y frescura de los originales.
11
La edición quedaba en evidencia, por ejemplo, en el hecho de que las
respuestas de María Pilar aludían a información que no estaba en la carta
publicada.
))
273
Es posible considerarlos expresión de buena parte de
los adolescentes que leían la revista y que se sentían
interpretados por ella.
Los temas abordados eran muy variados, y no remitían solo al
espacio privado, aunque siempre estaban planteados desde
la perspectiva personal de quienes escribían las cartas con
una fuerte carga emocional. Para su análisis aparecen acá
organizados en seis categorías. La más abundante es, desde
luego, la que refiere al amor y a las relaciones sentimentales;
un segunda gran grupo está compuesto por las consultas
sobre problemas de personalidad, en general sentimientos de
inadecuación social. La tercera categoría reúne las consultas
sobre relaciones familiares, sobre todo con los padres; la
cuarta incluye las cartas sobre los contenidos y actividades
que realizaba la misma revista. La quinta es sobre los deseos
de los corresponsales de desarrollar una carrera artística y la
última, sobre la amistad.
Normas y valores en el pololeo
Aunque había una selección y edición en las consultas
presentadas, y llegaban cartas con problemas que no
aparecieron publicadas12, las consultas vinculadas con las
relaciones afectivas entre hombres y mujeres abarcaban gran
diversidad de problemas.
Los principales involucraban los sentimientos (es decir
procesos internos, individuales) donde aparecían preguntas
sobre cómo saber si se está enamorado/a, y qué hacer al
estar enamorada de un ídolo; otro punto importante acá es
el cortejo (las normas sociales previas al pololeo, lo modales
adecuados para seducir) que giraba en torno a cuándo
pololear, cómo dar el primer paso en el pololeo, y el conflicto
entre amor y amistad, que traía aparejado el asunto de las
lealtades.
Otros aspectos eran las normas sociales dentro del pololeo:
cuál debía ser la actitud en el pololeo, el tema de los pololeos
paralelos y el del permiso parental para tener pareja. También
aparecía el matrimonio en el horizonte: las preguntas tenían
relación con las diferencias de edad y social, el matrimonio
por presión familiar y las relaciones con hombres casados. No
12
En el reportaje de Marcela Aguilar para Revista Ya, citado, Luz María Vargas
comentó: “Nos llegaban confesiones de lo más diversas, desde el lolo que no
sabía cómo pedir pololeo hasta la niña que estaba embarazada”. Pero en el
período revisado no hay ninguna carta que mencione explícitamente un
embarazo.
))
275
faltaron las consultas sobre la intimidad: los besos y la prueba
de amor.
Los temas abordados daban una clara cuenta de las
dificultades que enfrentaban los adolescentes sesenteros en
la construcción de su identidad individual y su adecuación a
normas sociales, en medio de procesos de cambio tanto en
la individuación como en la socialización.
Ellos se sabían protagonistas de esos cambios y la revista,
permanentemente, los convocaba a asumir esos cambios
sin perder por ello valores “fundamentales”. La modernidad
significaba mayores libertades, de movimiento, de modos de
comportarse, de vestirse, de gustos personales (desde luego,
la adquisición de una música propia, la llamada ‘juvenil’)
opciones para su futuro, etcétera.
La actitud de la revista, sin ser permisiva, era tolerante con
las faltas de los jóvenes, sobre todo si estos expresaban claro
arrepentimiento: el perdón católico a quienes realizaban
un acto de contrición estaba presente, a condición de
que prometieran no reincidir, sino aprender de sus errores.
Pero, con la misma insistencia, les decían que eso no debía
significar dejar de lado las responsabilidades y que debían
medir las consecuencias de sus actos. Por ello, debían
admitir que, en algunos casos, no quedaba más que asumir
las consecuencias, lo que podía llevar a un matrimonio
obligado.
El amor
Entre las consultas referidas a los procesos individuales, la
toma de conciencia por parte de los jóvenes de sus propios
deseos y sentimientos es el primer tema a ser analizado
aquí. La constante aparición de consultas respecto a cómo
reconocer si estaban enamorados/as, y cómo distinguir si lo
que sentían era ‘verdadero amor’ o simple atracción física, o
si el amor era compatible o no con elementos de atracción
física, decía bastante sobre la desorientación de los jóvenes
respecto a cómo debía vivirse y sentirse esta nueva promesa
de felicidad y libertad. Y la percepción de que era también un
mandato: la obligación de alcanzar ese estado de exaltación
emocional, sin el cual no se podía ser realmente feliz.
Aunque la Directora sostuviese que era posible ser feliz sin
estar enamorada, esta afirmación era entendida como una
))
277
moratoria hasta encontrar el verdadero amor que permitía la
realización emocional y social, por cuanto se sobreentendía
que conducía al matrimonio, culminación de la condición
adulta.
Las dudas de chicos y chicas apuntaban, en primer lugar, al
reconocimiento del sentimiento amoroso. A veces mantenían
ya una relación de pareja, y no estaban seguras/os de estar
“enamorada/o” o solamente “querer”; en otras, mostraban la
ambigüedad de sentirse diferentes por no poder enamorarse
y, a la vez, tener temor a sufrir por amor. Otras consultas
pedían que los ayudaran a reconocer la diferencia entre “amor
puro” y “atracción física”. La misma problematización revelaba
la legitimación del período de adolescencia como una etapa
de experimentación, en que las relaciones afectivas les
iban permitiendo reconocer sus sentimientos, emociones y
deseos, y afinar también la elección de pareja. Y las dudas de
los jóvenes, la dificultad de adaptarse a las pautas sociales
que modelaban la sensibilidad de los sujetos.
El amor, como elemento clave en las decisiones de
emparejamiento y matrimonio, y la contradicción entre amor
y deseo físico eran conceptos propios de la concepción
decimonónica del amor romántico. Había tardado en llegar a
Chile, pero en la primera mitad del siglo XX ya estaba instalada.
Y en este período la sociedad asistía al movimiento inverso,
en que los componentes eróticos del amor empezaban a
ser reivindicados por los movimientos contraculturales, y los
poderes dominantes trataban de integrarlos con control de
los costos que ello significaba.
En este nuevo contexto, para los adolescentes era
necesario llegar a sentir esa forma especial de afecto que
era el amor romántico, experiencia imprescindible de la
madurez humana. Para María Pilar, el amor correspondido
representaba una de las mayores alegrías de este
mundo, y por él valía la pena arriesgarse a sufrir penas
y desilusiones13. Además, había que saber distinguirlo
del simple afecto por amigos, padres y hermanos. Y su
principal diferencia, además de la intensidad, estaba en el
componente erótico.
El reconocimiento por parte de Larraín de que el amor
verdadero y puro contenía elementos de deseo carnal
constituía, sin duda, una apertura moderna, en contraposición
al discurso más tradicional que varios consultantes
expresaban, recibido de sus familias y, probablemente, de
los agentes tradicionales de la iglesia Católica. Católica ella
misma, y con la reconocida asesoría del sacerdote Raúl
Hasbún, Larraín proponía tanto el reconocimiento del deseo
como su inmediato control:
“Deberías sentirte muy desilusionada si no supieras inspirar
ningún tipo de deseo en tu novio. Es lógico que tú le atraigas
como mujer. Después de todo tú eres la mujer que él ha elegido
para que sea suya. Debes alegrarte más aún de que él te quiera
verdaderamente al demostrarte respeto”14.
13
14
Ritmo Nº 36, 1966. Pág. 28.
¿Cómo es el verdadero amor? Ritmo N°70, 1967. Pág. 41.
))
279
Y más adelante invocaba lo sagrado para justificar la
realización de los deseos en un contexto de integración
social:
“en su debida oportunidad, podrás demostrarle tú también
cuanto lo quieres, sin restricción alguna y agradeciéndole a Dios
la oportunidad de conocer lo mejor que hay en este mundo, ¡el
verdadero amor!”.
En las respuestas de Larraín describiendo el amor verdadero
(“ternura, cariño, respeto, amistad, alegría, buen humor, sacrificio
y atracción física”15 era notorio que los protagonistas de la
atracción física tendían a tener papeles diferenciados: ellos
sentían la atracción, ellas la motivaban. Había algunas escasas
sugerencias al hecho de que las muchachas pudieran sentir
atracción física. Cuando describía las sensaciones de una
chica que solo sentía esta atracción, le recomendaba un
instrumento que le permitía diferenciar si era aquello amor
verdadero: su propia sensibilidad, o su socializado superyó: “Si
bailas con él, [y] tienes la impresión de que te vas a desmayar es
muy posible que si hay una ocasión propicia, te dejarás besar por
él, pero después, sola, al recordarlo sentirás una ligera sensación
de desagrado hacia ti misma”16.
Varias lectoras plantearon un caso especial de amor: estaban
enamoradas de un ídolo, extranjero o nacional, a sabiendas
15
16
Negritas del original. Ibíd.
Ritmo Nº 35, 1966. Pág. 28.
de que se trataba de un amor imposible, ya que no había
posibilidad de ser correspondidas17. María Pilar respondía
con amable tolerancia hacia los sueños, ansias de amor
de las adolescentes (“uno se enamora del amor”18) y a sus
idealizaciones de estos personajes, aceptando todo ello
como parte del proceso de crecimiento; pero convocándolas
a volver al mundo real, donde “sin que te des cuenta, ya no
estarás enamorada de un imposible, alguien inalcanzable, sino
de un chiquillo de carne y hueso, y te darás cuenta que todo es
infinitamente mejor y más entretenido”19; es decir, una relación
que incluyera atracción física.
El amor por los ídolos sacaba a la luz la exacerbación
emocional que este sentimiento representaba para las
muchachas, ya que toda la construcción sentimental se
hacía sin un actor que diera reciprocidad a ese afecto. Un
amor sin comunicación, en que el proceso amoroso ocurría
del todo en la mente de la muchacha, alimentada con la
imagen fija, o en movimiento, la voz del sujeto amado
y la información que los medios le transmitían sobre su
personalidad y actividades. ¿Cómo se trasladaba ese tipo
de amor a las relaciones con chiquillos de carne y hueso?
Posiblemente con el mismo idealismo y fantasía, al menos
en las primeras etapas.
17
18
19
Sobre el tema, ver Brabazon, 1993, op.cit.
Ritmo Nº 211, 1969. Pág. 41.
Ibíd.
))
281
¿Cuándo y cómo iniciar un pololeo?
El cortejo
Las consultas, tanto de hombres como de mujeres, iban
desde la edad más adecuada para comenzar a pololear a las
dudas respecto a por qué no habían logrado todavía hacerlo.
Curiosamente varios lectores– tal vez porque seleccionaban
sus cartas– comunicaban que eran felices a pesar de que
no tenían a quién amar todavía, en el claro entendido que
eso tenía que ocurrir en el futuro. Un grupo de muchachas
contaba que esperaban con tranquilidad, pero anhelantes,
“un montón de cosas, entre ellas, llegar a amar y ser amadas, es
decir: ¡realizarnos!”20. Pero la mayoría expresaba cierta angustia
respecto a por qué no habían pololeado o consolidado un
pololeo.
Respecto a la edad, claramente Larraín era partidaria de no
iniciarse en las relaciones amorosas antes de los 15 años, las
niñas, y de los 17, los jóvenes (“Lo mejor, es tener un grupo
grande de amigos y amigas, y no apurarse: el verdadero amor
llega cuando uno menos lo piensa”21. No censuraba a quienes
decían estar involucrados en una relación afectiva antes de
esa edad; pero cuando le planteaban problemas al respecto,
el consejo solía ser terminar la relación problemática y
dedicarse a estudiar, hasta madurar un poco más.
20
21
Ritmo Nº 112, 1967. Pág. 48.
Ritmo Nº 221, 1969. Pág. 36.
La justificación para empezar a pololear era sentirse
enamorado/a o muy próximo a ese sentimiento. Un
muchacho que no pololeaba, expresaba su preocupación
porque, pesea tener ya 17 años, no había sentido interés
en pololear, y debía soportar las burlas de sus amigos: la
norma de la heterosexualidad era la que estaba implícita
en la exigencia grupal masculina de que se integrara a las
relaciones de pareja, ya que interesarse en las mujeres era
parte de la masculinidad.
En el caso de las muchachas, varias de las consultantes en
este tema declaraban con bastante preocupación que, pese
a ser atractivas, y haber recibido proposiciones de varones,
no las habían aceptado, llegando a la sospecha no sobre su
femineidad, sino sobre su capacidad de amar: “he llegado
a pensar que no soy capaz de amar y eso es ¡¡¡terrible!!!”22).
A todos ellos, hombres y mujeres, María Pilar los invitaba a
no desesperar, tener una actitud más abierta ante las otras
personas, sobre todo del otro sexo, y confiar en el futuro:
“‘Cuando Dios nos quiere dar… a la casa lo viene a dejar’. Claro
que con los chiquillos, una no puede pretender esperarlos
sentada en su casa, pero sí te diré que cuando llegue el momento
preciso de enamorarte, lo vas a conocer a ‘él’ en el lugar más
inesperado… Rodéate de buenos amigos23 y amigas y verás
que cuando menos lo imagines habrá llegado ¡el amor!”24.
22
23
24
Ritmo Nº 218, 1969. Pág. 30.
Negritas del original.
Ibíd.
))
283
La promesa del amor era para todos y su realización
dependía de abrir el corazón a los jóvenes del otro sexo. Sin
embargo, para Larraín, el pololeo debía estar precedido de
un período de conocimiento previo, siendo la situación ideal
haber sido amigos primero y luego, si entre los dos surgía
una atracción más allá de la amistad, el muchacho debía
proponer pololeo (“Hay amores que llegan sin que uno se dé
cuenta ¡silenciosamente! Comienzan en una agradable amistad
y poco a poco sin que uno se dé cuenta se transforman en algo
muy profundo”25).
Por los relatos de las cartas, el proceso real solía ser más breve
y azaroso. Las parejas se formaban a partir de una primera
presentación de ambos a cargo de parientes o amigos,
muy comúnmente en situaciones sociales, fiestas, paseos,
vacaciones; y si ambos o uno de los dos resultaba interesado,
había un período de acercamiento directo y evidente en
el caso del varón, o indirecto y utilizando hábiles recursos
sociales para llamar la atención de él, si era la muchacha la
más interesada.
El paso siguiente era la invitación a salir juntos y solos
(cine, paseo u otros panoramas) liderada por el muchacho
y aceptada por ella. Esta era la ocasión para conocerse
y reafirmar –o descartar– la atracción inicial. Luego de
algunas salidas, y de mantener el interés, el muchacho podía
considerar que al pedir pololeo a la chica, sería aceptado.
25
Ritmo Nº 135, 1968. Pág. 46.
¿Quién da el primer paso?
Los roles de género, como ya está dicho, eran distintos en el
inicio del pololeo, correspondiéndole a él la iniciativa formal,
el rol de conquistador. Era muy importante, en opinión de
Larraín, que el varón sintiera que era él quién descubría y
conquistaba, “Son ellos los que deben perseguir a las chiquillas y
es inútil tratar de cambiar el orden de las cosas en este mundo”26.
Sin embargo, sostenía que bajo esta apariencia guerrera, en
realidad “es la mujer quien elige al hombre por el cual quiere
ser conquistada27. (¡Claro que es para callado!)”28. El rol pasivo,
de ‘conquistada’, ocultaba que estaba permitido también
para ellas tomar la iniciativa… siempre que lo hicieran con
sutileza, seduciendo, llamando la atención del muchacho,
sin dejar en evidencia su interés amoroso; de modo que,
finalmente, él creyera haberla descubierto y la empezara
a cortejar. Aquí se jugaban todas las habilidades sociales
que la revista permanentemente invitaba a adquirir a las
muchachas, en tanto a ellos les recomendaba concentrarse
más en tener cualidades que los hicieran atractivos como
futuros proveedores.
A diferencia de quienes consultaban por el significado del
amor, otros lectores se presentaban como “completamente
enamorados”, sin dudas respecto a sus propios sentimientos,
pero desconocedores de los pasos necesarios para llegar al
26
27
28
Ritmo Nº 21, 1966. Pág. 5.
Negritas del original.
Ritmo Nº 170, 1969, Pág. 46.
))
285
corazón de sus amados o amadas. En este tema encontramos
más consultas masculinas publicadas, mostrando que el
mandato social hacia los varones de tomar la iniciativa los
complicaba. En una respuesta, la Directora comentaba que
recibía cientos de cartas a la semana sobre este problema29.
La mayor parte eran de muchachos tímidos, que no sabían
cómo acercarse a la chica de su interés, y pedían a María Pilar
orientación en los procedimientos para lograrlo; incluso, uno
solicitaba la publicación en Ritmo de “una clase completa de
besos”30.
A ellos los consolaba contándoles que era un problema
muy común en jóvenes de su edad, por lo que debían tener
paciencia y “no acomplejarse”, porque los tímidos podían ser
muy atractivos al encender “dentro de ellas ese deseo maternal
de cuidar, proteger, regalonear y querer…”31. Los consejos
apuntaban, primero, a no cometer el error de besarla
abruptamente o fingir una desenvoltura que no tenían, ya
que la actitud ‘donjuanesca’ estaba pasada de moda. Por el
contrario, debían mostrar su desvalimiento y pedir ayuda, por
ejemplo, para aprender a bailar, y aprovechar la cercanía así
creada para besarla.
Otros consultaban debido a que sus avances habían sido
rechazados una primera vez, ya porque la chica estaba
comprometida o había sufrido una desilusión. A ellos les
29
30
31
Ritmo Nº 113, 1968. Pág. 53.
Ritmo Nº 84, 1967. Pág. 30.
Ritmo Nº 113, op.cit.
aconsejaba perseverar, en el amor al igual que en la vida,
pero mejorar sus técnicas de conquista, excepto en los casos
en que estaba claro que la chiquilla estaba enamorada de su
pareja. En ese caso, les recomendaba olvidar y buscar otra
que no estuviese comprometida.
Las chiquillas enamoradas experimentaban dos tipos de
situaciones: en una, sabían que su amado también las quería,
pero él era demasiado tímido para pedir pololeo. El consejo
era tener paciencia y darse maña para crear un ambiente
de intimidad donde el muchacho se sintiera seguro para
expresar su amor.
La otra situación era la de aquellas que estaban enamoradas
de un vecino, un compañero de colegio o un muchacho
que tomaba la misma micro que ellas. A ellas, al igual que
a los tímidos, María Pilar les sugería numerosas tácticas de
acercamiento, usando imaginación y buen humor; por
ejemplo, dejar caer los libros en la micro para provocar una
conversación. Halagarlo indirectamente, provocar su amor
propio; “aparecer como una compañera alegre y buena amiga
hasta que él decida que ya es tiempo que seas algo más”32. Sobre
todo, no demostrar interés abiertamente, como lo había
hecho una de las corresponsales, que temía tener mala fama
por haberle escrito una carta de amor a un chiquillo, quien
la había rechazado cortésmente. María Pilar la tranquilizaba:
“Por escribir una inocente carta no puedes haber cobrado mala
32
Ritmo Nº144, 1968. Pág. 45.
))
287
fama, pero sí fue una tontería que no debes repetir”. Y aclaraba,
normativamente: “Son ellos quienes deben conquistar”33.
“No se me ha declarado y quiso
besarme”
Había situaciones ambiguas, que motivaban una cantidad
considerable de consultas. Podía ocurrir que en el primer
encuentro (o en los primeros, sobre todo en las fiestas,
después de haber bailado juntos o en la salida al cine) el
joven intentara besar a la niña sin mayores prolegómenos.
Si ella accedía, quedaba en una situación inconfortable,
dependiendo en buena parte del comportamiento posterior
de él, quien podía continuar la relación así iniciada o
simplemente desentenderse de la chica.
Eran numerosas las consultas de jovencitas que se habían
dejado besar por muchachos a los que apenas conocían, y
luego perdían contacto con él; o que se encontraban en la
incómoda situación de no ser reconocidas públicamente
como pololas, pero siendo objeto de acercamientos íntimos en
privado. O peor aún, descubrían, a poco andar, que el galán ya
tenía pareja oficial, quedando ellas todavía más complicadas.
Por el contrario, si ella no aceptaba, podía ocurrir que
él reconsiderara y le pidiera formalmente pololeo. Las
33
Ritmo Nº21, op. cit.
consultantes que rechazaban los avances masculinos se
podían encontrar con indignados reproches por ser poco
modernas o demasiado serias. “Eres una estúpida. Si sigues con
tu modo de pensar tan anticuado, te vas a quedar solterona.
No debes ser tan seria; debes ser más ligera y coqueta”34,
había afirmado el ofendido varón. La contradicción entre
las enseñanzas de las familias, en el sentido de no aceptar
intimidad física sin una relación establecida, y la presión
de los muchachos por obtener ese acercamiento sin
comprometerse perturbaba especialmente a las lectoras de
Ritmo.
De acuerdo a María Pilar una chica no debía dejarse besar
el primer día en que venía conociendo al muchacho, pese
a sus presiones emocionales. Ella debía asegurarse, primero,
de haber recibido “pruebas suficientes de un sincero y auténtico
amor”35.
Hay que reconocer que esto dejaba un espacio a cierta
ambigüedad normativa. Desde luego, el límite más alto
estaba dado por la reserva de los besos para el pololeo, es
decir, cuando ya hubiera un compromiso entre ambos y esta
relación fuese pública. Pero la misma Larraín sugería iniciar el
pololeo con un acercamiento íntimo que culminara con un
beso, sin que mediara una declaración verbal o una petición
explícita de pololeo.
34
35
Ritmo Nº2, 1965. Pág. 14.
Ritmo Nº18, 1965. Pág. 5.
))
289
¿Cómo interpretar las intenciones del muchacho entonces?
Implícitamente, Larraín remite a los controles sociales del
entorno, como era el conocimiento previo entre la pareja,
implicando también que pertenecían a los mismos círculos
sociales. Esto era más fácil en los menos numerosos sectores
de altos ingresos, o en las ciudades pequeñas y medianas,
donde los ‘donjuanes’ no podían desaparecer del entorno
de la joven seducida, que podía resultar finalmente parte de
su red social. En el anonimato de los sectores populares de
Santiago, y otras ciudades grandes, en que también las redes
familiares son menos extensas, esta situación se volvía más
difícil de manejar para las chicas.
Estas historias nos llevan de vuelta a las normas de la
masculinidad, revelando cuan instalada estaba la noción
de que, al menos con las jovencitas ajenas a su entorno
geográfico o de clase, podían intentar avanzar más allá de
los límites de la decencia, como prueba de su capacidad
de conquista. Este era un comportamiento censurado por
Larraín, que calificaba de “poco hombres” a los muchachos
que habían seducido o intentado seducir a las lectoras.
¿Por qué tanta insistencia en que ellas no prodigaran sus
besos? La explicación estaba en la objetivación de las mujeres:
en tanto objeto a conquistar, cuanto más inalcanzable e
impoluto el cuerpo y la emocionalidad de las muchachas, más
valiosas eran en el mercado de las relaciones sentimentales.
Larraín lo decía explícitamente:
“La exclusividad aumenta el valor de las cosas36. Pongamos
el ejemplo de un género de verano. Suponte que hagan 5.000
metros de un estampado, forzosamente contará mucho más
barato que el género del cual en el mercado existen apenas unos
pocos metros… Uno al comprar dice, ¡pero qué caro! ¿Por qué si
es igual al otro?
“–No es igual…, ¡este es exclusivo!... e inmediatamente el género
toma un gran valor a nuestros ojos: el valor de la exclusividad. Si
piensas un poco, esto rige en todo orden de cosas… hasta en las
chiquillas… hasta en los besos… la triste realidad es: ¡mientras
más chiquillos te besen, menos valor e importancia tendrán tus
besos!37.
36
37
Negritas del original.
Ritmo Nº61, 1966. Pág. 50.
))
291
En el crudo ejemplo llama la atención, sin embargo, que la
misma Larraín evaluara esto como una “triste realidad”. Sería
mucho pretender concluir que ella resentía la represión
del deseo femenino, que privaba a las adolescentes de la
libertad de explorar libremente su sensualidad; pero sí puede
pensarse, porque aparece mencionado en otras respuestas,
que no le parecía justo que esta misma pauta de autocontrol
no fuera válida para los varones, que podían permitirse besar
a cuantas chiquillas quisieran, sin perder prestigio, mientras
ellas quedaban estigmatizadas como ‘fáciles’.
Las chicas que no aceptaban los besos en las primeras citas
eran serias, y cuando consultaban preocupadas por haber sido
descartadas por sus pretendientes por este rechazo, recibían
un fuerte apoyo de María Pilar: habían actuado correctamente,
de acuerdo a sus conciencias y, a futuro, se verían premiadas
porque los hombres –aunque dijeran lo contrario– preferían a
las serias para compañeras en el matrimonio, culminación de
todos estos ensayos que eran los pololeos.
Una muchacha seria
Con frecuencia, los consultantes presentaban al objeto de
sus amores como de buena familia, seria, señorita, tranquila
y responsable, “los que la conocen hablan bien de ella”38,
38
Ritmo Nº53, 1966. Pág.14.
queriendo dejar claro que se trataba de muchachas dignas
de ser sus pololas.
Larraín también consideraba que había dos tipos de muchachas,
radicalmente contrapuestas: las serias (honradas) y las
desprejuiciadas (ligeras, coquetas). En otras palabras, las ‘fáciles’ y
las ‘difíciles’. Recomendaba fervientemente a sus lectoras ser del
primer grupo ya que, aunque aparentemente habían cambiado
las costumbres y los jóvenes se relacionaban con mayor libertad,
todavía había diferencias entre las serias y que no lo eran, y en la
carrera matrimonial las primeras eran las favoritas.
Ser seria no significaba ser aburrida, matea y latera: se
podía tener un carácter muy alegre y serlo. El argumento
de que siendo de esa manera las chicas corrían el riesgo de
quedarse solteronas era vigorosamente rebatido. Muy por el
contrario, eran ellas quienes tenían reales posibilidades de
casarse, porque los muchachos las respetaban, y las amaban
verdaderamente, por lo cual el matrimonio estaría mucho
mejor sustentado que si se había basado en la complacencia
de ambos por la atracción física que sentían.
“María, los sistemas han cambiado, hay más libertad, las
costumbres son menos convencionales y existe más compañerismo
entre los chiquillos y las chiquillas, pero todavía se puede distinguir
entre una muchacha seria y una que no lo es. Y créeme, entre las
dos, las serias a la larga, llevan todas las de ganar”39.
39
Ritmo Nº2, 1965. Pág. 14.
))
293
La seriedad se definía por oposición, es decir señalando lo
que no hacían, como no dejarse besar, no coquetear con
uno y otro; pero queda poco claro qué era lo que tenían
permitido hacer. El límite podía ser frágil e, inadvertidamente,
actuar como ‘ligera’, si era muy evidente el interés por
algún muchacho; pero si ese no era un comportamiento
permanente, podía perdonarse el error momentáneo.
¿Con quién pololear? En términos generales, las consultas
dan cuenta de que las relaciones de pololeo eran entabladas
con jóvenes del entorno cercano, vecinos, compañeros de
colegio o trabajo, conocidos de familiares. Cómo seleccionar
a el o la candidata más adecuada, dependía de la atracción
sentida espontáneamente; pero luego había que afinar esa
primera impresión, confirmando que esa persona no tuviera
compromisos. Aunque era posible intentar atravesar esa
barrera, para lo que Larraín proponía ciertas normas.
Por ejemplo, si la joven aceptaba el interés del nuevo galán, el
comportamiento serio era terminar previamente su relación.
Mantener pololeos paralelos era censurado para hombres y
mujeres por las mismas razones éticas: porque era un engaño.
Pero tenía peores consecuencias para su prestigio si quien lo
hacía era la muchacha, que podía pasar a la categoría de ‘fácil’
y coqueta.
Larraín recomendaba no intentar acceder a jóvenes
pololeando con amigos o amigas de el o la interesada. La
lealtad hacia los amigos era más importante que la posibilidad
de pololear con quién los había impresionado, y se podía
perder tanto el amigo como el respeto de la chica cortejada.
No había problemas si el pololo de la chica era un simple
conocido; o si una joven se interesaba en el amigo de un ex
pololo. Pero los pololos de las amigas estaban prohibidos.
Lo adecuado: amor, respeto y
firmeza
Para María Pilar, el motivo fundamental para pololear era sentir
amor; si faltaba este sentimiento no tenía sentido mantener
la relación. La mayor parte de las respuestas a las consultas
sobre problemas y dudas al interior del pololeo estaban
sustentadas en discernir si la actitud de la pareja expresaba
amor o desamor, o qué hacer si ellos mismos dudaban de
estar enamorados.
Muchos de estos problemas estaban motivados, en realidad,
por la timidez de uno o de ambos; la inseguridad de las y
los adolescentes, después de haber recorrido el complejo
proceso de ‘pinchar’, reconocer el muto interés o haber
logrado captar el interés de la otra persona, y haber expresado
o recibido la expresión del deseo de pololear, era bastante
frecuente respecto a qué se podía o no hacer ahora que ya
estaban comprometidos.
Entre las cartas, varias chicas consultaban confundidas porque
el pololo no se atrevía a tomarles la mano o besarlas, o no
les decía palabras románticas; un muchacho contaba que
))
295
él no se atrevía a hacer aquello. Y dos niñas confesaban que
una que no se atrevía siquiera a besarlo en la mejilla y otra
a decirle palabras cariñosas. Los consejos de Larraín eran
distintos por género: a las chicas con pololo tímido las invitaba
a tener paciencia, e incluso congratularse de que los pololos
demoraran el momento de acercamiento físico; a no exigir
declaraciones verbales, porque “los hombres son por naturaleza
menos románticos que las mujeres y es mejor que sea así”40,
bastando con gestos y actos de cariño, de ternura y pasión.
En cambio, al joven tímido lo invitaba a la acción, empezando
por tomarle la mano y besarla en la mejilla; y a las chicas
tímidas, confirmar si el pololo era realmente el tímido, ya
que es él, y no ella, quien debe abrazar y besar; y que las
palabras cariñosas irán surgiendo con el tiempo, recordando,
igualmente, que la actitud es más expresiva que las palabras.
Dos lectoras consultaban sobre amores a la distancia: en un
pololeo por correspondencia, una temía mandarle la foto a
su enamorado, y la otra preguntaba sobre esperar o no a un
marino francés con el que había tenido un romance y quien
había prometido escribirle. A ambas les aconsejaba confiar
en la buena fe de los jóvenes, siempre que cumplieran sus
promesas de escribir regularmente.
En uno de los primeros números de Ritmo hubo una consulta
diferente: una chica contaba que su pololo era fanático del
40
Ritmo N°37, 1966. Pág. 47.
fútbol, que a ella no le gustaba, y pedía consejos para hacerlo
cambiar. La respuesta fue que, si estaba enamorada, era
ella quién debía cambiar e interesarse en los gustos de su
compañero. No hay ninguna carta con un problema parecido
de un hombre en todo el período revisado, con lo que queda
claro quién debía hacer concesiones al interior del pololeo.
Lo inadecuado: inseguridades,
malos tratos e infidelidad
En las cartas de Conversando había numerosos casos donde las
muchachas relataban tratos desconsiderados de sus parejas:
‘andaba’ con otras paralelamente; negaba el pololeo ante
otros; caminaba dejándola atrás; no la visitaba; demostraba
interés en algunas ocasiones y en otras no; era afectuoso solo
en privado, apartándose de ella en público; se enojaba ante
las demandas de ella, amenazando terminar; le prohibía usar
minifalda; ocultaba información sobre su familia o trabajo. La
lista era larga, revelando la presencia de abusos emocionales
por parte de los varones, los que hoy reconocemos como los
primeros pasos en la escalada de la violencia de género pero
que, en ese tiempo, solo se entendían como ‘problemas de
pareja’.
Larraín era bastante enfática ante este tipo de problemas.
Una cosa era aprender a compartir los intereses de los pololos
que, eventualmente, podían enriquecer las vidas de ambos
y aumentar el amor del joven, y otra muy distinta soportar
))
297
actitudes o conductas masculinas que las hicieran sufrir. Para
ella, el amor corría paralelo al respeto;si faltaba este, el amor
se acababa. Jamás se debía soportar infidelidades “En el amor
hay que ser tierna y cariñosa pero inflexible en lo que a fidelidad
respecta”41, era la ruptura de una norma básica ante la cual
solo quedaba terminar con el pololeo. Perdonarlo era abrir la
puerta a nuevos engaños, así es que era mejor sufrir una vez
alejándose de él que seguir tolerando traiciones. Además, un
joven infiel era “poco hombre”, quedando descalificado como
pololo.
Tampoco eran aceptables las actitudes poco educadas o
descomprometidas, porque revelaban falta de amor. Puesto
que las normas sociales vigentes indicaban que la iniciativa en
el pololeo correspondía al varón, si una chica se veía forzada
a buscarlo, significaba que él no la quería. Como vimos antes,
la Directora estaba totalmente en contra de aceptar avances
de los muchachos sin un claro compromiso, por lo que no
había que tolerar los intentos de los varones de ocultar el
pololeo. Al igual que en la infidelidad, era mejor romper y
sufrir que mantener una falsa situación en que igualmente
ella lo pasaba mal.
Hay dos consultas que merecen mención especial, porque
corresponden, sin duda, a conductas de violencia de género.
En la primera, una joven de 18 años contaba que a su pololo,
que estaba haciendo el Servicio Militar y con el que planeaba
41
Ritmo Nº58, 1966. Pág. 20. Negritas del original.
casarse, no le gustaba que usara la falda cinco centímetros
arriba de la rodilla “porque encuentra que es una falta de
respeto y una sinvergüenzura”42. María Pilar respondía con
gran firmeza que usar mini falda era simplemente andar a
la moda y que, seguramente, el pololo intentaría impedirle
otras cosas, invitándola a reflexionar sobre su futuro con él: “El
asunto de la falda es un detalle, pero un detalle significativo, que
demuestra inseguridad de su parte y falta de confianza en ti, lo
cual puede hacerte sufrir más adelante”43.
La otra carta era de un varón –“Colérico”, de Linares– y Ritmo
no presentaba el texto, sino solamente la respuesta de la
Directora. Por medio de ella sabíamos que “Colérico” había
discutido con su polola, no había sabido dominarse, se había
dejado llevar por la rabia, dándole una cachetada, y ahora
ella no lo quería ver más. María Pilar afirmaba que golpear
a la chica no estaba justificaba bajo ninguna circunstancia, y
que había actuado como un niño mal criado. Le aconsejaba
que, si todavía la quería, aprendiera de su error, madurara y le
demostrara que había crecido, aunque no decía cómo.
Ambas consultas eran probablemente la punta del iceberg de
difundidas prácticas y formas de violencia de género. Resulta
interesante tanto que la revista las publicara como la claridad
usada por Larraín para responder que esos comportamientos
eran incorrectos e inaceptables en el pololeo.
42
43
Ritmo Nº131, 1968. Pág. 49.
Ibíd.
))
299
Pero no solo las muchachas recibían malos tratos emocionales
de sus pololos. Un joven de 16 años se quejaba de la conducta
ambigua de su polola, que tras demostrar poco interés en
juntarse con él y finalmente romper, ahora le escribía cartas
diciéndole que lo quería, pero no le gustaba su manera de
ser. Otro lector, de la misma edad, preguntaba qué hacer con
su polola de 15 que no lo tomaba en cuenta cuando estaba
con ella y se ponía a jugar. A ambos les recomendaba firmeza
y aclarar la situación con las chicas; el primero, terminando el
pololeo y luego mostrándose con otra chica delante de ella,
para que reaccionara; y el segundo, exigiéndole su atención
cuando estuvieran juntos, o de lo contrario, terminar la
relación.
Diversas cartas relataban problemas relacionados con la falta
de simetría entre los pololos, ya fuera en términos de clase,
educación e, incluso, estatura. Un muchacho no sabía qué
hacer con su polola angustiada porque era 20 centímetros
más baja; otra no se atrevía a pololear con un pretendiente
más bajo que ella, porque las amigas se reían; un tercero
sufría porque aparentaba menos edad que su polola. A todos
ellos, María Pilar recomendaba no hacer caso de la opinión
de su entorno, lo fundamental –les decía– era que estuvieran
enamorados, todo lo demás no tenía importancia.
Más compleja era la situación de un chico y dos muchachas
que, por diversas razones, no habían completado su
educación media. El varón, que se presentaba como de clase
media, le había mentido a su polola, inventando estar en
un curso superior, porque se sentía insignificante ya que el
padre de ella era un gran industrial; una de las muchachas,
de una zona rural, no entendía lo que le hablaba su pololo
capitalino y universitario; y una tercera carta mostraba a una
chica que solo tenía enseñanza primaria, estaba dedicada a
los quehaceres de la casa, pololeaba con un músico colérico
con muchas admiradoras que no le permitía tener amigos, y
solo lo veía cuando él la visitaba en casa.
En estas historias se mezclaba la diferencia educacional con la
clase social y el género. Tanto se complicaba el muchacho de
clase y educación inferior a su polola, como eran maltratadas
las chicas que pololeaban con muchachos en situación más
aventajada y abusaban de sus privilegios. María Pilar criticó
especialmente la pedantería del universitario santiaguino
y el descompromiso y egoísmo del músico, invitando a
ambas jovencitas a terminar la relación con esa persona que
no las quería y a esperar por un chiquillo que las quisiera
sinceramente y sin complicaciones. Al joven, en cambio, lo
instaba a decirle la verdad a su polola y seguir estudiando,
para estar satisfecho consigo mismo, consejo que no le dio
a las dos chicas.
Un caso de clase era el de una chica de 16 años que había
coqueteado con un joven de 22, quien le hizo notar que él
era pobre y ella no; habían pololeado, roto un par de veces, él
se había ofendido y la había insultado a ella y a su padre, pero
ahora ella no sabía qué hacer porque estaba enamorada,
pese a que lo consideraba poca cosa. Finalmente, una
niña de 14 años dudaba si seguir enamorada de su pololo
de 18, que estudiaba y trabajaba como cartero, porque
))
301
no le gustaban los carteros. A las dos Larraín las consideró
caprichosas y coqueta a la primera; fustigó sus prejuicios
de clase, recordándoles que ser pobre no era ser poca cosa,
y valorizando al esforzado joven cartero que trabajaba y
estudiaba a la vez.
Otro grupo de consultas estaba relacionado con no sentir
amor por la pareja. ¿Cómo apartarse de una polola a la que
ya no amaba, sin desilusionarla, porque ella sí lo quería? O
¿qué hacer si el pololo reconocía no estar enamorado? En
ambos casos, la recomendación de Larraín era la misma:
aunque fuera inevitable el sufrimiento de las enamoradas,
lo correcto era terminar con una relación en que no había
un sentimiento mutuo. Y, sobre todo, ser valiente, encarar
el asunto, por incómodo que fuera; lo censurable no era
dejar de amar, sino tratar de escapar sin dar explicaciones,
como le había ocurrido a varias consultantes, cuyos pololos
habían desaparecido, aprovechando la circunstancia de
hacer el Servicio Militar. Esa actitud masculina merecía la
mayor censura de la Directora, cuyo consejo era olvidar a “ese
chiquillo que no tuvo ni la hombría de decirte que ya no quería
pololear más contigo. Da vuelta esa página de tu vida; él no
merece ni un suspiro ni un pensamiento tuyo”44.
En cuanto a los celos, presentes tanto en el caso de una
consultante que dudaba de su pololo, como en el de una
chica cuyo pololo había peleado porque malinterpretó una
44
Ritmo Nº143, 1968. Pág. 48.
actitud de ella con otro chico, Larraín invitaba en ambos
casos a no ser celosa y a no tener actitudes que pudieran
motivar los celos, que eran el peor enemigo del amor.
La infidelidad sobre todo masculina era una causa frecuente
de consulta; hay un grupo de cartas de ambos sexos en que
los autores están sosteniendo varios pololeos a la vez. Entre
las muchachas involucradas en relaciones paralelas, dos
relatan haberlo hecho porque tienen un pololo en otro lugar
y ahora se les ha declarado otro en su misma ciudad; una
tercera se ha dado cuenta que también le gusta un amigo
de su grupo juvenil; dos más están enamoradas del pololo
de una amiga.
Para todas, y también para el único muchacho en caso similar,
el camino recomendado por María Pilar es el mismo: romper
inmediatamente con el primer pololo antes iniciar cualquier
nueva relación y, bajo ningún concepto, destruir el pololeo
de sus amigas. Aun chico de 15 años, que le cuenta de su
pololeo y de tres jovencitas más que le gustan, le recomienda
terminar amablemente con su polola oficial, ser solamente
amigo de las otras tres, y dejar pasar el tiempo, porque a su
edad no vale la pena pololear en serio.
A partir de las cartas podemos ver la complejidad que
presentaban estas modernas formas de relación entre
adolescentes, ya que las normas eran más permisivas de
lo que habían sido para sus padres, y los límites se estaban
redefiniendo en la misma práctica. De ahí que tuviera mucho
sentido el criterio general y moderadamente pedagógico
))
303
de María Pilar, al dar parámetros morales para que no solo
los corresponsales, sino todos y todas las lectoras sacaran
conclusiones para sus propias experiencias.
Es igualmente visible que estas consultas no se atrevían a
hacérselas a sus padres, y a veces ni siquiera a otros parientes
o amistades. Dice mucho respecto a lo que se consideraba
correcto en el diálogo con los padres, pero también de
que los mismos jóvenes no confiaban tanto en el criterio
de personas a las que percibían como poco modernas,
a diferencia de María Pilar, que, siendo una mujer adulta,
aparecía con una imagen juvenil y comprensiva.
La relación con las familias: difícil,
muy difícil
Como bien señalaban las redactoras de Ritmo, las costumbres
habían cambiado, aparentemente eran menos convencionales,
había más libertad, y existía más compañerismo entre los
chiquillos y las chiquillas. Muchos, incluso, opinaban que las
mujeres y los hombres debían actuar libremente; pero todavía
había ciertas cosas fundamentales que no cambiaban. Una de
ellas eran las diferencias de género en las relaciones afectivas
y otra, tan importante y fuerte como esa, era el papel de las
familias en las decisiones al respecto.
En los años 60, una de las libertades ganadas por los y las
jóvenes era la posibilidad de elegir por sí mismos/as sus
parejas, aún cuando estaba implícito que dentro de los
círculos sociales aceptables para las familias. Pero estos
círculos se habían vuelto demasiado amplios y laxos en las
grandes ciudades como para que el control parental fuera
realmente efectivo.
Chicos y chicas podían contactar en sus colegios, por medio
de sus compañeros, a personas totalmente desconocidas
para sus familias. La participación en clubes juveniles, ligados
a la iglesia Católica o no, ampliaban la sociabilidad de los
adolescentes con cierto grado de control, en la medida que
eran asociaciones formales, generalmente conducidas por
adultos. Pero estaba sobre todo la calle, los amplios espacios
públicos –locales de baile, plazas, cines– donde chicos y
chicas se conocían sin la mirada vigilante del mundo adulto,
lo que representaba un riesgo permanente para los padres
de hijas mujeres, ya que los varones contaban, como era
tradicional, con mayores libertades.
La mayoría de los padres intentaba ejercer cierto control
sobre las elecciones afectivas de sus hijos, mayor sobre las
mujeres, desde luego. Las cartas de Conversando muestran
bastante diversidad de actitudes parentales: desde aquellos
que permitían pololeos desde edades tempranas, hasta
quienes los prohibían sin más explicación incluso pasados
los 18 años. Sabemos que estas pautas eran diferentes por
estrato social, que eran más exclusivas en las clases altas, en la
definición de con quién se podía pololear; pero más estrictas
en los sectores populares, que limitaban más la posibilidad
de pololear y los desplazamientos de las hijas.
))
305
En todo caso, la costumbre de que el varón pidiese permiso
al padre de la joven para iniciar la relación parecía haber
desaparecido. El permiso para pololear de los padres era
más genérico, ante la posibilidad abierta de que la joven
entablase relaciones, más que para vincularse con un joven
determinado, aunque muchos padres demandaban la
presentación del candidato para confirmar el permiso. Por lo
tanto, discernir si aceptar o no las proposiciones masculinas
estaba ahora en manos de las adolescentes.
Eran frecuentes las cartas de adolescentes contando que sus
padres no les permitían pololear, pese a lo cual lo hacían a
escondidas. La mayoría eran cartas de lectoras, o de varones
cuya polola no obtenía el permiso familiar; hay solo una
carta de un chico de 16 años, a quien su madre le prohibía
pololear. Casi todas y todos se sentía muy mal por pololear a
sin permiso, ya que eso las obligaba a verse a escondidas con
sus parejas, limitando los encuentros.
Demostrativo del autoritarismo de los padres era que en
varios casos no explicaban el motivo de la negativa –o al
menos la consultante no lo indicaba– y, generalmente,
involucraba también la prohibición de salir de la casa. En un
caso, la razón de los padres para oponerse era la diferencia de
edad entre una chica de 14 y un joven de 1945.
Igualmente mostraba lo habitual que era la trasgresión: las
muchachas, a pesar de las estrictas normas familiares, en casi
45
Ritmo Nº11, 1966. Pág. 5.
todas las consultas de este tipo ya se habían involucrado
en relaciones amorosas con vecinos o con muchachos que
acababan de conocer; a veces por largo tiempo, como un
joven que llevaba tres años de relación sin que los padres
de la polola se enterasen. En algunos casos, contaban con
el permiso solamente de la mamá pero con la negativa del
padre.
Las chicas aprovechaban cualquier resquicio para romper
el cerco de prohibiciones: verse cuando salían los padres y
quedaba sola con la empleada, escaparse a la casa del lado,
llamarlo solamente ella por teléfono. El caso más dramático
era relatado por un muchacho que pololeaba con una chica
cuyo hermano, al volver del Servicio Militar, le prohibió
pololear y lo había golpeado; él sospechaba que también
maltrataba a su polola, porque los padres de ella se negaban
a recibirlo.
En sus respuestas, María Pilar primero establecía como
norma general la absoluta inconveniencia de hacer algo a
escondidas, porque eso era el comienzo de “una cadena sin
fin de mentiras e hipocresías y por último, al sentirse ante los
padres con la conciencia mala, ya ni siquiera produce alegría el
corto rato que están con su pololo”46. Luego, se remitía a cada
caso particular, tratando de conocer las razones aducidas por
los padres para no dar permiso, y sugiriendo el temor a que
descuidaran sus estudios o porque el chico no les gustaba. Su
46
Ritmo Nº9, 1965. Pág. 5.
))
307
actitud era de apoyo a las consultantes, sobre todo cuando la
mamá estaba enterada, o cuando se definían como personas
serias, invitándolas a salir de la incómoda situación hablando
con sus padres, demostrando con esa misma conversación
su madurez para enfrentar los problemas.
Ella suponía que los padres reaccionarían positivamente,
puesto que querían lo mejor para sus hijos; y las prevenía
no solo contra su mala conciencia, sino también porque
estaban arriesgando su prestigio de muchachas serias. En
esos encuentros a escondidas la tentación de avanzar en el
aspecto físico de la relación era mucho más fuerte que en un
pololeo a la luz del día, promovidos por María Pilar.
Pasando la barrera de la intimidad
El fantasma que recorría todas estas conversaciones, nunca
nombrado y siempre rondando entre una y otra carta, era
el del sexo. Porque, en definitiva, lo que diferenciaba el
amor de otros sentimientos, como la amistad y como muy
bien lo argumentaba María Pilar Larraín, era el componente
erótico. Pero las normas sociales de la época indicaban que el
ejercicio de la sexualidad debía limitarse al matrimonio entre
un hombre y una mujer.
La actitud de muchas jóvenes ante el sexo era de temor
y rechazo, como estaba implícito en las numerosas cartas
sobre el enamoramiento revisadas para este estudio, en que
defendían un concepto de amor puro, sin el componente
de atracción física. En una carta publicada en mayo de 1968,
Ritmo se permite ser más abierto. La consultante exponía
que sus padres, desgraciadamente, no le habían explicado
“temas esenciales que uno debe saber como mujer”47, y su
pololo desde hacía cinco años había tenido que informarla
de a poco y sin ofenderla. Manifestaba querer casarse,
pero tenía un pánico atroz, mayor que el normal en otras
muchachas, ya que incluía el miedo a morir si tenía un
hijo. La respuesta de Larraín fue evasiva ante el evidente
temor de la joven a la relación sexual, y apuntó más al
miedo a quedar encinta, en una de las respuestas más
católicas y moralizantes de todo el registro: ser madre era
perfectamente natural, incluso algunas se arriesgaban pese
a la advertencia médica; no había por qué suponer que iba a
morir, “y por último si realmente llegas a morirte… bueno será
la voluntad de Dios, o tu destino o como lo desees llamar”48.
Incluso, cuestionó el enamoramiento de la muchacha por
su novio, porque “cuando uno lo está no le tiene terror ni al
matrimonio, ni mucho menos a tener hijos”49.
Dos elementos aparecen aquí: por un lado, la fuerza del
mandato de la maternidad –marcado, sin duda, por su
propia situación de infertilidad– que obligaba a tener hijos
arriesgando la vida, incluso contra la opinión médica. Y
por otra, la tendencia de la revista a normalizar, de restarle
47
48
49
Ritmo Nº141, 1968. Pág. 54.
Ibíd.
Ibíd.
))
309
gravedad al problema de la consultante cuando, a la fecha
en Chile, el conocimiento médico y sicológico podía sugerir
otra cosa.
El comportamiento sexual de los y las chilenos, medido por
sus consecuencias reproductivas, se había encauzado en esos
años dentro de las uniones legales en una proporción mayor
de lo que históricamente había caracterizado a la sociedad
chilena. Gracias sobre todo a las políticas públicas familistas
de los 30 años y cierta tolerancia hacia las prácticas abortivas
que, en los años 40, 50 y todavía en los 60, constituían en
la práctica el método de control de natalidad más usado,
asociado a una altísima mortalidad materna.
De todos modos, a pesar de la censura y el ostracismo social
hacia las madres solteras y sus hijos ‘huachos’, un 15% de
los nacimientos ocurrían fuera del matrimonio, cifra nada
despreciable, pero distribuida de manera desigual por sector
social, siendo mucho más frecuente entre los más pobres.
Tal como las muchachas ‘serias’ debían contener su
comportamiento cuando se hacía evidente la tentación
producida por el acercamiento erótico con sus pololos,
un muchacho serio, un verdadero hombre, en opinión de
Larraín, tenía que respetar a su pareja y controlar sus deseos.
Pero la masculinidad tenía una doble moral, tanto era
‘verdadero hombre’ aquel que no mancillaba a su polola,
como el que aprovechaba cualquier oportunidad para
ejercer su masculinidad con otras muchachas, siempre que
hubiera condiciones sociales para poder desentenderse de
las consecuencias reproductivas de su conducta. Es decir, que
la familia de la chica, si es que la tenía, no tuviera influencia
social como para exigir un matrimonio indeseado.
Aunque María Pilar criticaba esta doble moral, sabía que este
discurso seguía validado en las prácticas juveniles de la época:
“Es curioso el errado concepto que se tiene de ser ‘bien hombre’.
La mayoría cree que significa hacer muchas conquistas, engañar
a las muchachas enamoradas y aprovecharse de su ingenuidad,
pero la verdad es otra un hombre ‘bien hombre’, es aquel capaz
de mantener su palabra, de ser leal con sus amigos, de decir las
cosas tal como son y frente a frente, y sobre todo, respetar a la
mujer que quiere. Yo sé que es difícil encontrar un hombre así,
pero cuando aparece, vale la pena haberlo esperado”50.
Junto con el buen comportamiento de las y los muchachos
‘serios’, cuya seriedad orillaba a algunos al miedo al sexo,
50
Ritmo Nº10, 1965. Pág. 5.
))
311
había muchos otros que se atrevían a cruzar la barrera de
la intimidad con sus parejas estables, como lo mostraban
varias consultas sobre el tema recibidas en Conversando.
Allí estaban concretados los peores temores de los padres
que prohibían la salida a la calle de sus hijas adolescentes,
excepto para ir a estudiar, y de los que concedían el permiso
para poder mantener un mejor control sobre las actividades
cotidianas de las parejas adolescentes.
El problema era introducido por las lectoras como ‘la prueba de
amor’. “Me entregué” o “fui suya”, eran otras formas de informar
que habían tenido relaciones sexuales sin ser explícitas
y poniendo siempre el deseo en el hombre. El relato es el
mismo en todos los casos: luego de un tiempo de pololeo,
en que las caricias iban aumentando de grado, el muchacho
explicitaba su demanda de tener acceso carnal a su polola.
Desde luego, no era en frío, sino en momentos de intimidad
física, en que su sufrimiento por no poder concretar el coito
fuera visible.
Las que habían cedido al chantaje emocional se manifestaban
completamente arrepentidas y angustiadas; peor aún,
el pololo de una de ellas reaccionó desvalorizándola,
diciéndole que estaba manchada para toda la vida. Pero las
que habían rechazado la demanda masculina, si bien estaban
seguras de haber actuado correctamente, estaban asustadas
porque el pololo despechado había roto con ellas y las había
amenazado con que se quedarían solteronas. Sin embargo, a
veces él volvía, precisamente porque valorizaba que era una
chica realmente ‘seria’.
Hay dos cartas de varones aproblemados por haber puesto
a sus parejas en una situación comprometida. El primero
contaba que su polola, de 17 años, se enamoró de él y nunca
le negó nada, a consecuencia de lo cual ahora los padres de
ella le exigían matrimonio inmediato. Aunque no lo decía,
era imaginable que la chica estaba encinta, de ahí la prisa,
provocando la angustia del consultante que quería primero
terminar sus estudios. El otro protestaba que haberse dejado
llevar por la pasión, como le había ocurrido, no significaba
falta de respeto o amor, aunque estaba muy arrepentido y
avergonzado.
En las respuestas de María Pilar cabe destacar, como
decíamos, su actitud positiva y tolerante con las jóvenes
que se habían entregado, puesto que reconocían su error
y estaban arrepentidas. Lo importante era no reincidir, sino
aprender de sus errores, sobre todo porque el mal paso no
había tenido consecuencias irreparables, como era la preñez.
Sugiere elegantemente la pérdida de la virginidad: “desbaratar
en un instante de arrebato algo importante y hermoso”51, que
todavía tenía un peso simbólico importante, valorando
más el continuo comportamiento correcto. Expresaba su
comprensión ante las mayores oportunidades y libertades
con que contaban los jóvenes, que los exponía a caer en la
tentación de los cariños exagerados, hablando de la atracción
mutua como la causa de la caída, no solo el deseo o la presión
51
Ritmo Nº68, 1966. Pág. 43.
))
313
masculina. Por lo mismo, las chicas que habían rechazado los
avances de sus pololos no debían temer quedarse solteronas,
muy por el contrario, demostraban que eran serias y dignas
de ser amadas.
Sin duda las relaciones sexuales en el pololeo eran
inaceptables, atentaban contra la dignidad de la niña y
arriesgaban echar a perder toda su vida futura, como le
estaba ocurriendo al muchacho que debía interrumpir sus
estudios para contraer un matrimonio, por lo menos para él,
sin amor. A la joven le podía ocurrir algo peor, que ni siquiera
se nombraba: tener un hijo siendo soltera. No hay ninguna
consulta en ese caso en el período revisado, aunque Luz
María Vargas, en la entrevista antes mencionada, menciona
que sí habían recibido cartas de muchachas encintas.
Lo dramático de la maternidad en soltería se puede percibir
en las cartas de algunas chicas que eran hijas ilegítimas52: una
lo consideraba una gran vergüenza y causa de infelicidad, y
otra, aunque era feliz con su madre, había tenido problemas
con sus compañeras y temía asistir a fiestas.
En octubre de 1968, Ritmo publicó una carta que, por
primera vez, asumía que la venta libre en las farmacias
chilenas de píldoras anticonceptivas ya estaba instalada
en el país hacía seis años, alterando completamente el
contexto de las relaciones sexuales fuera del matrimonio,
52
Ritmo Nº150, 1968. Pág. 43; Ritmo Nº214, 1969. Pág. 66.
o prematrimoniales, como se fraseaba ingenuamente. Sin
duda, fue una decisión de la revista publicar esta carta y su
respuesta, de modo de dar a conocer su posición. Dos chicas
de 18 años, todas pololeando, contaban que una tercera
amiga había decidido “ser” de su chiquillo y tomar la píldora.
Observaban que, mientras ellas seguían pensando que era
malo y peligroso para la salud, su amiga se veía incluso más
feliz, y preguntaban a María Pilar “¿Por qué no podemos ser más
felices nosotras?”53.
Larraín las felicitaba por su franqueza y afirmaba que este era
un problema grave, porque “la píldora ha cambiado mucho la
vida de la mujer actual. Su miedo al embarazo ha desaparecido
y, tristemente, pareciera que cualquier otro problema moral
ya no existe”54. Ante el tema, definía muy bien quién era
ella: “No soy mojigata, ni anticuada, y creo comprender los
problemas actuales. Además soy una mujer casada muy feliz en
mi matrimonio y aunque lamentablemente no tengo hijos, me
siento completamente realizada como mujer”55.
Quedando en claro esto, sostenía que si fuera soltera no
tomaría la píldora (aunque su infertilidad la hacía redundante)
porque la unión de hombre y mujer para ser perfecta no
debía ser a escondidas ni antes de tiempo. Es decir, suponía
que las relaciones sexuales entre dos personas solteras eran
necesariamente ocultas “y con nerviosismo”, sintiendo que
53
54
55
Ritmo Nº161, 1968. Pág. 48.
Ibíd.
Ibíd. Pág. 49.
))
315
hacían algo malo. Además, adelantaban algo cuyo tiempo
exacto era posterior, es decir, dentro del matrimonio. “El
único amor que hace plenamente feliz y el que convierte
verdaderamente en mujer, es aquel que es íntegro, completo,
total 56 y para ese amor es necesario vivir con la persona que uno
quiere… desear tener sus hijos… dormir en sus brazos toda la
noche…”57, condiciones que para ella solo se daban dentro
de la unión legal (y religiosa). Y en una posdata agregaba que,
por si no bastase el argumento moral, “la píldora tomada sin
receta médica puede producir graves trastornos que cualquier
médico les puede explicar”58.
El sagrado matrimonio
El futuro normal de todos los lectores, se suponía, era el
matrimonio, etapa superior del pololeo que involucraba
sus mismos requisitos pero más profundos y fuertes: amor,
respeto y comprensión. La visión de Larraín fue explicitada
al responder a una lectora casada, de 21 años, que en 1966
contaba que no era feliz, aunque su marido era bueno. María
Pilar le explicaba que cuando decía que el matrimonio era
maravilloso, no quería decir que fuese fácil; era necesario
“mucho trabajo, voluntad, cariño, dejar pasar cosas sin
importancia, pero ser inflexible en las cosas fundamentales,
56
57
58
Negritas del original.
Ritmo Nº161, 1968. Pág. 49.
Ibíd.
y esto debe ser desde el primer momento”59. El matrimonio
no era un cuento de hadas, sino algo real y por lo mismo,
mejor. Y ponía el éxito de la unión en manos de la joven: “es
tarea… muy estimulante y entretenida, porque requiere de toda
la habilidad, ternura, intuición, perseverancia y personalidad
que pueda tener una mujer; y si triunfa, comprenderá que todo
el esfuerzo y trabajo (especialmente en los primeros años) ¡bien
valía la pena!”60.
Sobre las jerarquías de género dentro de la unión conyugal,
a fines de 1968, ante la pregunta desafiante de un lector
sobre quién debía dominar para que un matrimonio fuera
feliz, responde: “¡El hombre! Una mujer debe saber elegir a un
hombre que considere superior en inteligencia y personalidad,
o sea escoger al marido por el cual quiere ser dominada (o si
dominada suena muy anticuado, digamos ‘dirigida’)”61.
La presión familiar para casarse con determinado candidato
estaba representada en varias cartas de muchachas que no se
sentían enamoradas de sus novios, generalmente varios años
mayores que ellas, pero habían aceptado el compromiso a
instancias de sus familias, porque tenía buena situación (un
negocio y todo): uno era agricultor, muy trabajador, tenía las
cualidades de un hombre responsable y bueno; otro era un
buen chiquillo y le convenía. Algunas habían conocido a otro
59
60
61
Ritmo Nº62, 1966. Pág. 39. Negritas del original.
Ibíd.
Ritmo Nº174, 1968. Pág. 42.
))
317
joven y se habían enamorado, pero no se atrevían a romper
el compromiso previo. Una situación diversa tenía una chica
que perdía a sus pololos porque resentían la presión de su
familia para que se comprometiera.
Estas historias eran reveladoras de la autoridad que todavía
ejercían los padres sobre las hijas, manipulándolas para
aceptar un novio (“en casa me aconsejaron que era un buen
muchacho y sufría mucho ya que era muy orgullosa”62).
Muchas familias entendían que el futuro de sus hijas mujeres
dependía exclusivamente de hacer un buen matrimonio, y
ponían todos sus esfuerzos en asegurar que se uniera a un
candidato con buenos antecedentes como proveedor.
Ante este modelo tradicional, Larraín respondía desde la
modernidad. El matrimonio se sustentaba en el amor y, si
faltaba este sentimiento, la buena situación del novio no
lo reemplazaba. El amor podía no ser suficiente, ya que las
condiciones materiales importaban, pero era imprescindible.
“Si comienzas tu vida de casada sin amor, es como partir en
un avión que lleva un motor malo”63. Tenían que hablar con
sus padres y darles a conocer su sentir, confiando en que
comprenderían y la apoyarían en romper el noviazgo, para
quedar libres y accesibles al verdadero amor; ser capaces de
defender su opción, porque de eso dependía su felicidad
futura.
62
63
Ritmo Nº102, 1967. Pág. 59.
Ritmo Nº102, 1967. Pág. 59.
Considerando el valor que tenía el matrimonio para Ritmo
y para la sociedad chilena de la época, era llamativa la
continuidad con que, en el período revisado, publicaron
cartas de jovencitas enamoradas de hombres casados. De
ellas, cuatro (dos de16 y 17 años) habían recibido propuestas
pero las habían rechazado, a pesar de estar enamoradas,
y sufrían por eso. Las otras tres (todas de 1969) ya estaban
involucradas en una situación que les producía desesperación
e intranquilidad.
Solo dos ignoraban que su galán tenía compromisos antes
de enamorarse de ellas; las otras lo hacían a sabiendas.
Reconocía que iban contra la moral vigente, pero se
justificaban en la fuerza de su sentimiento. Una, incluso,
estaba considerando entregarse ante las insistentes
demandas del pololo. Las cartas reflejaban también su
obvia contraparte: esta conducta en hombres casados no
era poco común, escudándose generalmente en la lejanía o
mal carácter de la esposa.
La reacción de María Pilar era clara e intransigente. A cada
una de ellas le dice que aceptar relacionarse con casados
atentaba, en primer lugar, contra la propiedad. Luego, debían
ponerse en el lugar de la esposa a quien destruía su hogar.
Nunca podrían ser felices ocultándose. Echarían a perder
su futuro y destruirían su autoestima. Por supuesto, aceptar
entregarse a él era el peor de los errores, porque si dar la
prueba de amor a un soltero era arriesgar su futuro, tratándose
de un hombre casado que nunca podría hacerse responsable
de las consecuencias era arruinarlo definitivamente.
))
319
Era imprescindible que, si eran muchachas dignas, valientes,
inteligentes, modernas, pero serias, que todavía conocían
lo que eran los sentimientos, el respeto, terminaran esa
aventura de inmediato, aunque sufrieran, y confiar en que
ya encontrarían un hombre soltero que las hiciera feliz, el
verdadero amor. Era más enfática aún con aquellas que ya
estaban involucradas, conminándolas a tener fuerza de
voluntad para luchar contra sus sentimientos y anteponer
la rectitud y la dignidad, recordándoles que si escribían era
porque sabían que actuaban mal.
Problemas personales
Reconociendo los aspectos señalados por la argentina
Piccini, (demanda particular y respuesta genérica, el carácter
normalizador de la respuesta que, frente a una demanda
original, ofrece una solución estereotipada; y la puesta entre
paréntesis de los rasgos que pueden identificar al lector,
como edad, extracción social, oficio o profesión, grado de
educación, etcétera) vale la pena profundizar en ellos.
Respecto a la falta de rasgos identificatorios de los/as
lectores/as, podría decirse más bien que la revista trataba de
descontextualizarlos; es decir, muchas veces conservaban
rasgos personales, como la edad que, incluso, era el dato del
que partía la respuesta para generalizar “las niñas de tu edad”, y
omitía la diferencia de clase para exacerbar otras semejanzas
cuando relataba que ella “a esa edad pensaba lo mismo que tú”
o los gustos personales (sobre todo en relación con los ídolos)
o la mayor o menor sensibilidad. Lo omitido eran todos los
datos que permitirían conectar el problema planteado con
la estructura social: las ocupaciones de los padres, el barrio
donde vivían, el colegio al que asistían, la composición de la
familia, las condiciones materiales de los hogares.
Si en la carta original los consultantes planteaban la relación
entre sus problemas personales y sus condiciones sociales,
en la correspondencia editada –seguramente– soslayaba las
especificaciones: el lector externo a la carta no se enteraba
de los dramas familiares que habían orillado a una lectora a
un intento de suicidio; ni de los problemas económicos que
llevaron a una chica a abandonar sus estudios y a trabajar
en un empleo que la aburría y frustraba; o de por qué una
muchacha carecía de vestidos comparables a los de sus
amigas; ni de las dificultades que hacían que otra se quejara
de la vida; o del origen de la falta de afecto de los padres
de aquella. Los conflictos y dificultades eran presentados
y entendidos siempre como personales, a tal punto que
el núcleo central de las respuestas siempre apuntaba a un
necesario cambio de actitud de quienes escribían.
Las respuestas eran, efectivamente, estereotipadas y
normalizadoras. Una vez que la consulta expuesta había
sido privada de su entramado social, los consejos remitían
a la responsabilidad individual. La sociedad o la familia eran
escenarios naturalizados; la primera jamás era nombrada, la
realidad social era aludida mediante el uso de eufemismos
como “el mundo”, o “la vida”.
))
321
Notablemente, aparecían valoraciones contradictorias sobre
este elemento externo a los individuos consultantes. Tanto
les decía que el mundo era prodigioso y que la existencia
estaba bien hecha, como admitía que la vida era injusta y
dependía de la lucha y el esfuerzo de los jóvenes alcanzar
las metas propuestas (sobre todo, ser felices y triunfar). La
solución dialéctica era que la vida estaba compuesta de
problemas, fracasos, malos momentos porque, de otro
modo, sería aburrida y sin color: la maravilla de la vida era su
imperfección. Y no era tarea de las y los muchachos intervenir
en el tejido social para hacerla más justa, sino trabajar en su
propio cambio interior para convertirse en las personalidades
más ajustadas a su medio social, y desde ahí irradiar alegría y
afecto por los demás.
A todos los lectores que contaban su infelicidad personal
los invitaba no a cambiar el mundo, sino a cambiarse ellos
mismos. A las chicas les proponía ciertos elementos clave:
ser natural, franca, escuchar, interesarse, no criticar, alentar a
los demás, ser cariñosa, interesarse realmente por la gente y
las cosas que te rodean. Sobre todo, ser alegre. Desde luego,
hay una contradicción entre alegría y naturalidad, como se
aprecia en el caso de aquella joven de 22 años que, siendo
observadora y tímida, trataba de parecer alegre ante los
demás. ¿Qué hacer si no lo era naturalmente, o si la existencia
que llevaba no justificaba esa actitud?
“La felicidad la llevamos dentro de nosotros mismos. Ser feliz es:
vitalidad, optimismo, sentido de humor, es saber dar a las cosas
valor exacto, es mantener la verdadera amistad, es poder cantar,
es aprender a dar gracias a Dios por todo lo bueno, es perdonar
sin rencor, es alabar el éxito ajeno; es saber convivir; es no sentirse
ni demasiado bueno ni demasiado malo, es en suma no fingir lo
que uno no es, y sacar provecho de lo que tenemos sin entrar a
comparar con lo que tienen los demás. No le tengas miedo a la
vida”64.
Era responsabilidad de cada joven, entonces, esforzarse por
ser feliz o adecuarse a las expectativas sociales. Cuando indica
que el encanto, es decir, la capacidad de ser atractivos/as a
los demás, era innato, al mismo tiempo decía que era posible
desarrollarlo con tenacidad y esfuerzo. Con un fuerte trabajo
espiritual y físico, mejorando disciplinadamente el cuerpo y
la vestimenta (salud y belleza, juventud y belleza) de acuerdo
a los modelos sociales que la revista entregaba, era factible
triunfar en la vida, ser querido/a por todos y encontrar un
pololo o polola.
Cuando la causa de la infelicidad era material y concreta de
modo irrefutable, como lo que sucedía a los consultantes
con características físicas poco agraciadas, los invitaba
a “no acomplejarse”, primero que todo. Las secuelas de
polio, la fealdad, la obesidad, la baja estatura o la falta de
busto no constituían problemas en sí mismos, sino la mala
actitud de quien los sobrellevaba, al creer que “solo ellos
tienen problemas”. Las particularidades individuales no eran
reconocidas, sino subsumidas en una supuesta igualdad,
64
Ritmo Nº71, 1967. Pág. 41.
))
323
donde solo sobresalía la superioridad moral de quienes,
haciendo caso omiso del posible estigma social, eran alegres
y querían a sus semejantes siendo, en consecuencia, amados
por ellos.
Para quienes sugerían que sus problemas provenían de
un orden social injusto, en el que habían tenido menos
oportunidades que otros, la sanción moral era más fuerte.
No debían ser envidiosos, compararse con los demás, ni
menos culpar a la gente o a la sociedad. Todo dependía
de ellos mismo, de trabajar incansable y esforzadamente.
Si la injusticia ocurría dentro de la familia y los jóvenes se
sentían controlados, limitados o poco queridos por sus
padres, el argumento era refutado, volviéndolo contra los
propios muchachos. Es que ellos no sabían comunicarse
con sus padres, o con su irresponsabilidad habían causado
la falta de confianza de los progenitores. Si la sociedad
no podía ser cambiada, la familia no podía siquiera ser
problematizada: los padres siempre querían lo mejor para
sus hijos e hijas.
A la inmutabilidad del orden social (desigualdad social
naturalizada) era agregada la ficción de la igualdad: todos/as
tenían los mismos problemas, o similares: si una chiquilla era
tímida, la forma de superarlo era recordar que los hombres
también lo eran. El mayor ejemplo de esta ficción aparece
cuando la misma María Pilar se proponía como partícipe de
los problemas que sus acongojadas lectoras le planteaban.
En sus años de adolescencia había sido tímida, desmañada,
poco querida, demasiado alta, demasiado delgada.
Con total ahistoricidad, a contrapelo del reconocimiento de
que los jóvenes de los 60 vivían en una situación de profundo
cambio, lo que motivaba precisamente la aparición de la
revista, comparaba sus propias vivencias juveniles, ocurridas
en los años 40, con las de sus lectores. Todas y todos fuimos
patitos feos, decía, y con nuestro esfuerzo, tesón y amor a
los demás nos hemos transformados en magníficos cisnes.
Fuera de la argumentación quedaba el privilegiado origen
social de la redactora, que la proveyó de los capitales
culturales y sociales que le permitieron, sin duda con trabajo
y dedicación, darse a conocer en el medio artístico, tener un
programa de radio y ser la directora de la revista.
El drama generacional
Las consultas sobre las relaciones con los padres fueron, en su
mayoría, de chicas, aunque algunos pocos varones también
los plantearon; las edades de ambos fluctuaban entre los 12
y los 19 años.. Daban cuenta de composiciones familiares
diversas: madres casadas dos veces, madres solteras o viudas,
padres separados.
Los problemas descritos informaban de las tensiones
que ocurrían dentro de las familias en la época. Un grupo
consultaba por las diferencias entre sus expectativas de
autonomía y afecto y las actitudes parentales controladoras
y desapegadas. A una joven de 16 años, residente en una
comuna de la capital de sectores populares, la mamá no la
))
325
dejaba tener amigos varones porque la gente podía hablar;
desde un pueblo minero del norte grande de Chile un chico
resentía que su padre se enojara y le respondiera mal cuando
le pedía ayuda para las tareas escolares; una muchacha
de 16 quería que su madre –viuda de 58 años– fuera más
cercana; un hijo único de 18 años protestaba porque sus
padres no lo dejaban salir ni tener amigos; una niña de 12
se sentía descuidada por sus padres y abuela desde que
había nacido su hermano de un año y, además, le prohibían
tener amigos; y otra de 13 consideraba que sus padres no la
querían y preferían a su hermana de 14. Una liceana de 15
años también del norte del país quería dejar de estudiar en
tercero humanidades pero sus padres no lo aceptaban; una
chica de 14 años de una ciudad del sur criticaba a su madre
que deseando que le contara todo sobre su vida, había
reaccionado mal cuando supo por medio de una amiga que
le gustaba un chiquillo.
María Pilar era comprensiva hacia los deseos de los
adolescentes de salir y tener amigos, como era normal a su
edad, y a veces se dirigía a los padres para que aceptaran
que sus hijos e hijas se enfrentaran a sus propios problemas
y alegrías, cometieran errores y recogieran su propia
experiencia en la vida. Esa era la realidad de los tiempos
actuales. Si querían protegerlos, debían apoyarlos en sus
ganas de participar en actividades fuera del hogar, no
obligarlos a actuar a escondidas, y confiar en que los habían
educado bien por lo cual se comportarían correctamente.
Asimismo, sostenía que los padres querían lo mejor para sus
hijos, de modo que la solución era conversar calmadamente
con ellos para entender las razones por las que limitaban su
sociabilidad, y darles a conocer sus necesidades.
A los que se sentían poco queridos, los invitaba a comprender
que los padres no eran perfectos, sino seres humanos con
cualidades y defectos. Dependía de ellos hablar con sus
padres, expresarles sus necesidades de afecto, analizar su
propio comportamiento, no ser celosos ni amargados y
conquistarlos siendo cariñosos, para hacerse querer por
ellos. Esas conversaciones eran ejemplificadas con diálogos
para que los lectores pudieran argumentar, pidiéndoles a sus
padres que se pusieran en su lugar, comprendieran que ya no
eran niños y debían tratarlos de otra manera, dándose cuenta
que eran personas distintas a ellos.
El único caso en que le encontró la razón a los padres fue
en el de la chica que quería dejar de estudiar a los 15 años,
explicándole que sus oportunidades de trabajo serían
mucho mejores si terminaba sus ‘humanidades’65, y que si no
aprovechaba la oportunidad de adquirir más conocimientos
y cultura lo lamentaría en el futuro.
Otro grupo de jóvenes estaba angustiado por la relación
entre sus padres. Ya han sido mencionadas las consultas
–en 1968 y 1969– de dos hijas nacidas fuera del matrimonio;
ambas se referían al hecho como un terrible problema,
que les había traído complicaciones. La primera temía que,
aunque su novio había reaccionado bien al saberlo, algún
65
Equivalente de la época a finalizar la enseñanza Media.
))
327
día se lo echara en cara. La otra deseaba conocer a su padre,
pero su madre se negaba presionándola emocionalmente:
“¿acaso yo no te basto, no tienes todo lo que deseas?”66;pero
decía saber que su padre siempre había sido bueno con ella,
evidenciando sus dudas sobre la actitud materna.
Larraín llamaba a las dos a desdramatizar su situación y no
apenar a sus madres, porque muchos chiquillos y chiquillas
en el mismo caso afrontaban la vida con mucho optimismo; a
la primera le afirmaba que la única persona que debería sufrir
era el padre abandonador; a la segunda, le aseguraba que
si cambiaba, la madre estaría mejor dispuesta a informarla
sobre su padre.
Los padres de otros lectores estaban separados o a
punto de hacerlo. También aludían a ese hecho como
una tragedia, que les había producido gran amargura,
sufrimiento, desesperación. Larraín declaraba comprender
sus necesidades emocionales que los llevaban a sufrir si sus
padres estaban viviendo una situación crítica. Describía la
separación como una mala suerte que sus protagonistas no
pudieron evitar y les producía mucho dolor. Por eso mismo,
invitaba a sus lectores a ser especialmente cariñosos con
ambos, ayudando a crear un ambiente de afecto que, a lo
mejor, contribuía a solucionar positivamente el problema. Y,
sobre todo, no dejar que esta situación triste destruyera la
felicidad de sus futuros hogares y la fe en los matrimonios
unidos.
66
Ritmo Nº214, 1969. Pág. 66.
La visión sobre la familia que da siempre la Directora era,
sobre todo, normalizadora. Los padres querían a sus hijos,
se querían entre ellos, y los conflictos eran propios de los
cambios que se estaban viviendo en un mundo en que las
normas tradicionales de control hacia los hijos adolescentes,
a medio camino entre niños que debían ser controlados y
adultos autónomos, ya no se podían sostener. En ese sentido,
era muy generalizadora, sin atender a las especificidades,
por ejemplo, de una joven probablemente pobladora; o
de ese chico nortino, lo más seguro, hijo de un minero.
Considerando lo que sabemos sobre el autoritarismo y las
dificultades cotidianas en las relaciones familiares en los
sectores populares, seguramente no les iba a ser muy fácil
conseguir la comunicación con sus padres que sugería.
Destaca, en todo caso, la modernidad de Larraín, para quién
los errores de los padres no tenían por qué caer sobre sus
hijos; muy por el contrario, los hijos debían comprender
y sobreponerse. Dos de los lectores mencionan el apoyo
emocional que había significado Ritmo y especialmente ella
en su triste situación.
¿Y si quiero ser artista?
Las consultas relativas a la posibilidad de llegar a ser cantantes,
compositores, artistas de fotonovela o simplemente ser
famosas/os y destacarse, además de ser numerosas, eran
muy parecidas entre ellas. Generalmente eran chicos o chicas
))
329
tanto de provincias como de la capital, que creían tener
condiciones artísticas; pero carecían de toda experiencia
de presentaciones en público; a algunos, sus padres no les
daban permiso siquiera para intentarlo. Los mismos términos
de sus cartas mostraban que no tenían tampoco nociones de
qué tipo de preparación necesitaban o qué tipo de trabajo
implicaba y menos a dónde dirigirse. Solo una joven de 21
años había cantado en la radio, pero no había seguido la
carrera y quería retomarla.
A todos María Pilar los invitaba, primero, a terminar sus estudios
“como era su obligación”67 y luego aplicarse en lo que querían
hacer, tomar clases de guitarra y, si todavía querían intentar
una carrera artística, lo hicieran sabiendo que “requiere mucho
trabajo, mucho esfuerzo, muchas desilusiones y es imprescindible
tener una sólida personalidad”68. Pero en octubre de 1967 hubo
un cambio y, aunque mantenía la necesidad de terminar los
estudios, empezó también a dar instrucciones más precisas de
cómo grabar y llevar las cintas a las radios y sellos grabadores,
presentarle sus temas a cantantes conocidos, apoyarlos
para que participaran en concursos de nuevas voces; pero
insistiendo en que trabajaran en la afinación y dicción, y en no
imitar a ningún cantante.
Porque no bastaba la buena voz para triunfar, había que
tener perseverancia, como la había tenido ella al principio
67
68
Ritmo Nº47, 1966. Pág. 20.
Ritmo Nº25, 1966. Pág. 5.
de su carrera. Como una de las consultantes se había
quejado de que había que tener plata para triunfar, lo negó
enfáticamente, afirmando que el dinero no tenía nada que
ver. La respuesta más disonante con este discurso es la que
da a una chica que quería ayudar en su casa y le sugiere que
sea modelo fotográfica, llevando fotos suyas a una agencia
de modelos que le indica. Para esto no mencionaba que
fuera necesario tener estudio alguno.
Estas consultas muestran el impacto que la industria de la
entretención tenía entre los jóvenes chilenos, sobre todo
en los sectores populares que veían en la carrera artística
la posibilidad de destacarse, tener prestigio y dinero. Tal
como les presentaban las vidas de las estrellas chilenas en
la misma revista, parecía perfectamente alcanzable el sueño
de ser famoso, con menos esfuerzo que su entorno, con las
dificultades materiales que enfrentaban sus padres y sus
propios problemas para responder a las exigencias escolares.
Para los adolescentes populares incluso terminar la
enseñanza Media era complejo porque, hasta la Reforma
Educacional realizada durante el gobierno de Eduardo
Frei Montalva69, había pocos establecimientos, y era difícil
seguir el ritmo de la educación formal, dado su menor
69
Realizada en 1965, su objetivo fue dar posibilidad para todos de la educación
y permanecer en el sistema educacional sin que el nivel socioeconómico
fuera motivo de deserción. Durante su gobierno fueron construidas 3.000
nuevas escuelas en todo Chile ampliada la enseñanza básica a ocho años,
duplicada la matrícula en Básica, triplicada en la Media científico-humanista
y se redujo de modo importante el analfabetismo.
))
331
capital cultural, o por las necesidades económicas del grupo
familiar que los obligaban a integrarse al trabajo remunerado
tempranamente, o quedarse en la casa para ayudar a criar a
sus hermanos menores.
Sin embargo, en este tema el discurso de Larraín era ambiguo:
en los dos primeros años trató de desilusionar a estos
lectores, pero luego empezó a responder como si tuvieran
reales posibilidades de llegar a ser artistas, recomendándoles
perseverancia y deseándoles éxito. Esto resultaba más
coherente con el mundo de fantasía que presentaba la
revista sobre el mundo del espectáculo; pero era, desde
luego, bien alejado de las reales oportunidades que ofrecía el
pequeño escenario nacional, ya saturado con los cantantes
de la Nueva Ola, y expuesto a la competencia de la industria
discográfica internacional.
Otros temas, otras voces
A partir del Nº115, 14 de noviembre de 1967, apareció en
Conversando una serie de cartas opinando sobre la revista
misma, sobre cómo trataba ciertos temas o personas.
Reconociendo con Piccini70 que estas cartas fueron
seleccionadas para probar la apertura ideológica de la revista,
dando aparentemente expresión a diversidad de opiniones,
70
Mattelart, A., Piccini, M., & Mattelart, M., op.cit. Pág.185.
incluso a fuertes críticas, solo para ejemplificar en ellos lo
errado de sus argumentaciones y sobre todo para que otros
lectores respondieran posteriormente y fustigaran duramente
a los disidentes, recuperando la voz de la verdadera juventud,
alegre y optimista.
El debate más fuerte se dio en relación con el tipo de temas
que debería abordar la revista. Según su propia definición,
aquellos que interesaban a los jóvenes. El concepto de
juventud fue claramente explicitado el 5 de septiembre
de 196771, en la misma sección, en que Larraín titulaba un
apartado “¡HASTA CUANDO ATACAN A LA JUVENTUD!”72. En él
sostenía, sin nombrar a los medios involucrados, que “en estas
últimas semanas se ha desencadenado una verdadera guerra
en contra de la juventud”73. Quienes escribían en esos medios
eran personas que no conocían a la juventud y que la habían
dividido en dos grupos: los tradicionales y los ‘coléricos’, cuyos
‘pecados’, en el caso de los chiquillos, eran andar con el pelo
un poco largo y usar camisas de lunares o colores novedosos
y, en ellas, llevar pelo liso y largo, falda corta, medias de
colores y bailar a go-go.
La Directora defendía el hecho de que eran, en su mayoría,
sanos y estudiosos, alegres y normales, que gustaban de
pasear en plazas y calles y no tenían la culpa de que se les
hubiera adherido “una pequeña minoría de ‘delincuentes’, que
71
72
73
Ritmo Nº 105, 1967. Págs. 56-7.
Mayúsculas del original.
Ibíd. Pág. 56.
))
333
también se dejan el pelo largo y usan camisas de florcitas (…) un
grupo de degenerados, de esos que siempre han existido”74. Se
congratulaba de que en el Campeonato de Baby-Fútbol había
habido un perfecto orden, con la colaboración de voluntarios
de la Ritmo Guardia, lo que probaba que la juventud
sabía divertirse y entusiasmarse sin crear problemas. Esos
muchachos “demostraron que nuestra juventud está formada
por miles de Ritmo-lectores, [y] es como siempre he pensado:
¡Alegre, valerosa, sana, responsable y entusiasta!”75.
En nombre de esa juventud, Larraín respondía la carta
de Martín en el Ritmo Nº115. El se presentaba como un
universitario cuyas hermanas leían Ritmo, y preguntaba, con
mucha prudencia y sospechando que su carta iría al canasto
de la basura, por qué no hablaban de las drogas por las
cuales los Rolling Stones habían sido detenidos en Londres;
por qué hablaba tan idílicamente del amor, dándole una idea
errada del matrimonio a la juventud, y por qué no opinaban
de política e instruían a la juventud sobre la guerra de
Vietnam o la integración racial, “en vez del último beso de Elvis
Presley”. Se despedía pidiendo a María Pilar que no se enojara,
y agregando que la revista lo atraía, pero que podría ser una
“revista más a la altura de nosotros los Universitarios”76.
Larraín ironizaba, diciéndole que no había echado la carta
al canasto, pero que Ritmo no estaba enfocada hacia los
74
75
76
Ibíd. Pag. 57.
Ibíd.
Ritmo Nº115, 1967. Pág. 48.
universitarios, sino a la juventud de entre 12 y 17 años,
aunque lo leía gente de todas las edades para entretenerse;
no era una revista para instruir y, por lo demás, el tema de
la droga estaba totalmente alejado de la juventud chilena,
que ella calificaba como “nuestra”. En cuanto a Vietnam y
la integración racial, creía que los Ritmo-lectores no tenían
ningún interés en esos temas, porque eran problemas que
no estaba en su mano solucionar. Ritmo se concentraba en
lo positivo, porque lo negativo no aportaba nada. La prueba
de que estaba en el buen camino era ser la revista de mayor
tiraje en Chile.
En cuanto a la acusación de idealizar al matrimonio, hablaba
así porque: “Llevo varios años de casada y no tengo ningún77
problema. ¡Al contrario, aunque te sorprenda, cada año que
pasa soy más feliz! Y como me considero una persona normal
y corriente, saco por conclusión que no soy un caso único y que
por lo tanto existen miles y miles de parejas que bien felices. Sin ir
más lejos la mayoría de nuestros amigos casados han sido muy
felices en su matrimonio, así es que ¿cómo podría hablar de otra
forma del matrimonio?”78.
La falacia del argumento no estaba en que, como era
frecuente, citara su propio ejemplo para medir a la sociedad
chilena, sino en que la presencia de matrimonios felices no
omitía la existencia de otros matrimonios con problemas,
como era evidente en las mismas cartas, que llegaban a la
77
78
Negritas del original.
Ritmo Nº 115, 1967. Pág. 49.
))
335
revista y que publicaban en Conversando, donde consultaban
porque sus padres se habían separado o estaban a punto
de hacerlo. La intención de presentar a la familia como una
comunidad carente de tensiones, regida por el amor entre
sus miembros, contrastaba con los mismos relatos de las
cartas, en que chicos y chicas manifestaban que se sentían
incomprendidos y poco queridos por sus padres.
En diciembre de 1968, un lector la desafió a mostrar su
verdadera personalidad respondiendo entre otras, a la
siguiente pregunta: “Para que un matrimonio sea feliz, ¿cuál de
los dos debe ser el que domine, el hombre o la mujer”. Sin dudar,
María Pilar respondía: “¡El hombre! Una mujer debe saber
elegir a un hombre que considere superior en inteligencia y
personalidad, o sea escoger al marido por el cual quiere ser
dominada (o si dominada suena muy anticuado, digamos
‘dirigida’)”79. La lógica del orden de género aparecía aquí en
toda crudeza, puesto que está implícito que las relaciones
entre hombres y mujeres eran de dominación, a diferencia,
por ejemplo, de las relaciones de amistad donde, si bien se
podía suponer que entre amigas o amigos alguien ejerciera
más poder que otros, no estaba instalada la obediencia, sino
la negociación.
Sin embargo, en la misma respuesta hay un giro irónico.
Tal como había un discurso oficial que naturalizaba el
dominio masculino (en esta respuesta, en artículos donde se
79
Ritmo N°174,1968:42. Negritas del original.
censuraba a chicas dominantes o que no se dejan dominar,
un artículo de Torricelli donde consulta a chicos), había un
discurso igualmente naturalizador sobre el verdadero poder
de las mujeres, ejercido con disimulo, pero no con menos
eficiencia que el poder masculino. Había que dejarlos creer
que conquistaban, que elegían a las chicas, pero que eran
ellas las que elegían a quién las dominara.
Es decir, si una chiquilla jugaba bien las reglas del juego, las
podía poner a su favor, pero sin cuestionarlas. El mensaje
subyacente era: es tiempo y energías perdidos luchar contra
el orden establecido; lo que queda es saber moverse en ese
orden y volcarlo a favor. Así se perpetuaba la dominación, con
los dominados (las dominadas, en este caso) convencidos
de que manejan los verdaderos resortes del poder, lo micro
poderes, la seducción.
En Ritmo Nº127, Paty, Carmen y Paola se manifestaban
en contra de las proposiciones de Martín y defendían su
derecho a tener ilusiones sobre los cantantes y el matrimonio
y felicitaban a Ritmo por no tener una sección dedicada a la
guerra “a la altura de los universitarios”. María Pilar comentaba
que habían recibido un montón de cartas como esa e
ironizaba con que crearían “La página de Martín” para hablar
de los besos de Raquel Welch.
Sin embargo, poco después, en marzo de 1968, publicaron
la carta de Marcela, quien apoyaba a Martín, sosteniendo
que era necesario hablar de lo bueno y lo malo del amor,
mencionando que a veces se llegaba al suicidio. Larraín
))
337
respondió con dureza que la gente se suicidaba cuando
estaba “enferma, desequilibrada y sin valor80 para enfrentar
los problemas que se presentan a todo ser humano a lo largo
del camino”81. Se defendía diciendo que ella no invitaba a
hacerse castillos de cristal, sino ver y afrontar los problemas
con sentido común y realismo.
En Ritmo N°137 –16 de abril de 1968– nuevamente apareció
una carta apoyando a Martín. Era de Mariela quien, a sus 13
años sostenía estar sorprendida de la superficialidad de las
cartas de apoyo a Ritmo; que ella gustaba de Los Beatles y
otros, pero creía que los jóvenes debían prepararse para el
futuro y la revista debería abordar los problemas del mundo:
segregación racial, guerra de Vietnam, los hippies y temas
científicos, como el cáncer, etcétera.
Esta vez Larraín respondió con más seriedad, afirmando que
la segregación racial no era problema de los jóvenes chilenos,
que la guerra de Vietnam una grave situación internacional
sobre la cual era posible leer en medios especializados, al
igual que sobre el cáncer. Ritmo solo pretendía entretener
sanamente y no ser un texto de estudio. La invitaba,
finalmente, a mirar la vida con más humor y alegría para
poder llegar al 2000, y a saludar y despedirse correctamente
en sus cartas.
80
81
Negritas del original.
Ritmo N°132, 1968. Pág. 47.
Tanto como la operación ideológica develada por la
investigadora argentina, era visible que, pese al deseo
escapista de la revista, había una fuerte presión social para,
al menos verse obligada a justificar su opción, avalada, por
cierto, por el peso del mercado: la revista de mayor tiraje en
Chile. El desagrado con que la Directora respondía a las cartas
iba creciendo también desde la primera a la última, en que su
irritación se percibe en la pregunta final: ¿por qué insisten en
un problema que ya dejamos atrás?
La simpleza de su argumentación de Larraín no dejaba
de ser sorprendente: ‘los problemas que no me afectan
directamente, no me interesan’, era el razonamiento central.
Pero los problemas llegaban incluso hasta el ‘Ritmo-mundo’,
como veremos a continuación.
Otras críticas de lectores apuntaban a que en el mundo
artístico y de la revista la principal motivación era el dinero,
argumento rechazado por Larraín mencionando las muchas
obras de caridad que realizaban los cantantes sin hacerlas
públicas.
También hubo debate entre los lectores tuvo por las
posibilidades de jóvenes de provincia o de poblaciones de
llegar a ser Miss Ritmo. Por ejemplo, la carta de María, de
un sector popular de la capital, sostenía que “el Concurso
‘Miss Ritmo’ es fantástico para las chicas que tienen dinero,
comodidades, belleza y todo, pero no para nosotras que vivimos
en una modesta población y somos de una clase ‘marginal’
como nos llaman ustedes, por ejemplo: los discjockeys y los
))
339
artistas”82. Y le pedía que el concurso también estuviera
abierto a quienes no tenían dinero ni vivían en el barrio alto,
como las dos misses elegidas.
La respuesta de María Pilar fue enfática: nunca habían dado
importancia al barrio de las candidatas, ni sabía dónde
vivían las dos misses, ni los discjockeys llamaban marginales
a los barrios lejos del centro. Para participar en el concurso
no se necesitaba dinero, puesto que las vestían los mismos
auspiciadores, sino ser buena alumna y tener personalidad
y simpatía. Finalmente, la invitaba a no hacerse la mártir y a
participar sin prejuicios ni complejos en todos los concursos
de la revista, despidiéndose afirmando que la Población Joao
Goulart le parecía “un lindo lugar”83.
Es posible que ni Larraín ni los jurados del concurso
tuvieran un conocimiento exacto del origen de clase de
las candidatas, aunque bastaba con saber en qué colegios
estudiaban para tener una idea general. Pero, precisamente,
lo que era juzgado en la jovencita que sería elegida para
ser la imagen de la revista, era la simpatía y la personalidad,
atributos que no son neutrales en una sociedad de clases;
la elegancia y la distinción, como bien lo ha analizado Pierre
Bourdieu en La distinción, corresponden a los habitus de las
clases altas, y tanto la forma de hablar, como de moverse y
la presentación personal general son producto precisamente
de una socialización y un aprendizaje tal, que la persona no
82
83
Ritmo N°186, 1969. Pág. 44.
Ibíd. Pág. 45.
necesita exponer sus credenciales para dar a conocer quién
es socialmente. Sin contar con las distinciones étnicas propias
de la sociedad chilena: las tres misses tenían un ‘irreprochable’
fenotipo europeo.
En esta misma tónica cabe reseñar la carta de Carolina
Illanes Neira, publicada en marzo de 1970, donde relataba la
desagradable experiencia que habían vivido ella y sus amigos
en Providencia, adonde habían llegado (con esfuerzo) desde
su población para “conocer esa calle con sus tiendas, minifaldas
ellas y camisas floreadas ellos”. Allí se habían visto observados
y comentados por “esa juventud” con frases dolorosas como
“¡Mira el vestido super anticuado!”84. Sin dudar, Larraín criticó
la falta de educación e inmadurez de las niñas de la “Carnaby
Street de Santiago, donde la gente va a mirar, a pasearse y a
entretenerse la mayoría de las veces sin comprar nada”85. Le
decía que no debía darle importancia, porque en todos
los barrios “había gente buena, alegre y bien educada como
también existe gente tonta, egoísta y mal educada. No es
cuestión de barrios, Carolina, es solamente cuestión de calidad
humana86 que finalmente es lo único que cuenta en la vida”87.
Así como el debate sobre los contenidos de la revista
se dieron en 1967-68, las críticas en los años siguientes
apuntaron a situaciones que reflejaban la agudización de la
84
85
86
87
Ritmo N°235, 1970. Pág. 43.
Ibíd.
Negritas en el original.
Ibíd. Pág. 44.
))
341
lucha de clases en un nivel más cotidiano: ya no es la guerra
de VietNam o la segregación racial, es la segregación social (y
racial, para que negarlo) la que empieza a desbordar también
en las páginas inmaculadas de Ritmo de la juventud.
El valor de la amistad
Son pocas las consultas sobre la amistad, apenas cinco en
todo el período analizado, y de las cuales son de varones.
Una de ellas relata que en sus vacaciones viajará ‘a dedo’88
a Brasil con amigos y consulta por datos para el viaje. María
Pilar reacciona positivamente ante el viaje de este grupo de
adolescentes, pero pide consejo a su marido para responder
“Francamente soy más experta al parecer en consultas
sentimentales”89. A una profesora primaria de zona rural que
le escribe contándole que se siente sola, le recomienda
comunicarse mediante la sección Buscando amigos, donde
“estamos formando un lazo de profunda y sincera amistad de
Norte a Sur de Chile”90.
Las tres cartas restantes plantean problemas en las relaciones
entre pares. ¿Cómo recobrar la amistad de dos compañeras
de colegio que se molestaron por su mal genio? ¿Cómo
88
89
90
Autostop.
Ritmo N°145, 1968. Pág. 44.
Ritmo N°95, 1967. Pág. 45.
recuperar a un amigo que se alejó porque el consultante se
hizo amigo de un muchacho que le cae mal por problemas
sentimentales? ¿Qué hacer con los amigos que le aconsejan
no tomar en serio a las chiquillas y “se ríen de todos los
sentimientos que yo respeto”?
María Pilar establece primero el valor de la amistad, e indica
que implica dedicación y esfuerzo:
“Es una de las relaciones humanas más fundamentales y a la
cual no le damos toda la importancia que deberíamos. (…)
En realidad ser amigo… es relativamente fácil, pero ser buen
amigo, ¡he ahí el problema!”91.
“La amistad sincera existe y que aunque cuesta encontrarla, una
vez lograda, da las mayores satisfacciones”92.
El establecimiento de una relación de amistad con las
personas que se conoce a lo largo de la vida dependerá
de los gustos y afinidades; recomienda adquirir nuevos
amigos y ampliar el círculo de personas, sin perder por eso
a los antiguos. Lo principal en la amistad es la sinceridad y la
comprensión. Reconocer cuando se han cometido errores a
veces sin intención, y “estar siempre pronta a pedir disculpas
y también a perdonar”. Aunque esto tiene límites, porque los
amigos pueden tener valores y actitudes opuestos a los que
llevarán a los jóvenes a encauzar bien su vida, con nobleza
91
92
No es fácil ser un buen amigo, Ritmo Nº 50, 1966. Pág.19.
Ritmo Nº 123, 1967. Pág. 46.
))
343
e inteligencia. Tal como es preciso reconocer y valorar a los
buenos amigos, hay que saber apartarse de aquellos que no
convienen, porque tienen “otra sensibilidad para apreciar la
vida… y ninguna amistad duradera puede prosperar sobre esa
base”.
Aunque el tema de la amistad escasamente apareció en
Conversando, no fue ajeno a los contenidos de la revisa siendo
abordado en abundancia en la sección Temas de la juventud.
capítulo ocho
aventuras masculinas
))
347
ESTO ME SUCEDIÓ A MÍ FUE UNA SECCIÓN publicada entre
junio de 1966 y septiembre de 1967, constituyendo un
conjunto de 60 historias. Había sido anunciada algunos
números antes, porque requería la colaboración de los
lectores varones:
“SECCION SOLO PARA HOMBRES1
Esta es una sección exclusiva para HOMBRES. En ella
publicaremos relatos verídicos que nos envíen nuestros lectores.
¿Quién no tiene un episodio inolvidable en su vida que valga la
pena relatar? Premiaremos con VEINTE ESCUDOS cada historia
publicada Agreguen su nombre completo y dirección y la mayor
cantidad de detalles geográficos y cronológicos para comprobar
la realidad de la anécdota. Insistimos en que esta sección
será SOLO PARA HOMBRES, porque Ritmo ya tiene suficientes
secciones para Ellas.
Las historias las recibirá y seleccionará personalmente nuestro
subdirector Alberto Vivanco. Escriban, poniendo en el sobre:
Sección “Esto me sucedió a mí”, Revista Ritmo, casilla 611,
Santiago”2.
De todos modos, la revista ya tenía secciones para chicos:
una presentada como Para ellos y la mayor parte de los
artículos sobre deporte (Lo que pasa en la cancha), que
1
2
Mayúsculas en el original.
Ritmo N°42, 1966. Pág. 21.
informaba sobre todo de fútbol. Propiamente femeninas eran
solamente Para ellas, ya que los artículos sobre desarrollo
personal tenían como público objetivo a lectores de ambos
sexos. La mayor parte de los artículos de la revistas tenía un
carácter neutro, aunque sin duda estaba implícito que las
mayores consumidoras de información sobre los ‘ídolos’ eran
muchachas, como lo era la mayor parte de las integrantes
de los fan club3. De modo que la observación respecto a
la cantidad de secciones para ellas no correspondía a la
distribución de los contenidos de la revista en ese momento,
pero expresaba una tensión entre la Directora y el Subdirector
respecto al tipo de contenidos de la publicación.
En el Nº 43 –y no deja de ser curiosa la puesta en común de
un debate editorial interno– María Pilar Larraín relataba una
discusión entre ambos en que Vivanco le anunciaba que iba
a escribir una sección “sobre cosas que les interesan a ‘ellos’”. Ella
le respondía argumentando que los temas sobre los que ella
escribía interesaban a todos, aunque fueran “peinados, botas
y cosas así”4. Las ‘cosas así’ podían ser los temas afectivos que
ella abordaba con gran éxito en la sección Conversando y
que, efectivamente, era leída también por muchachos, como
daba cuenta la presencia de sus consultas. Posiblemente
la diferencia que Vivanco quería hacer era, precisamente,
abordar otros temas además de los afectivos. Por ello, es
3
4
Agrupaciones en torno a la figura de un/a cantante que se dedicaban a
apoyar a sus admirados y a realizar algún tipo de acción caritativa.
Ritmo Nº 43, 1966. Pág. 1.
))
349
probable, que en “Esto me sucedió a mí” no encontramos
historias sentimentales sino muy ocasionalmente.
¿Quiénes fueron los Ritmo-lectores que aportaron con sus
aventuras juveniles? De los 60 relatos publicados aparecía
registrada la dirección en 52 de ellos, información que
mostraba una gran diversidad en el origen geográfico y social
de los autores. Correspondiendo a la distribución física de la
población en esa década, más de la mitad escribía desde las
provincias, tanto del norte como del sur. Solo 20 autores eran
de Santiago y, de acuerdo a las clasificaciones de sector social
por comuna, es posible estimar que doce de ellas eran de
barrios de sectores medios, cinco de sectores populares y
tres de barrios de clase media alta.
Haciendo una estimación sobre la base de este dato y
algunas informaciones sobre los colegios donde estudiaban,
el equipamiento de sus familias (contar o no con vehículo,
por ejemplo) y la ocupación de sus padres, es también
posible hacer una clasificación aproximada. Junto con
resaltar la diversidad, destaca la frecuencia con que escribían
los jóvenes de sectores medios y bajos. Incluso seis de las
historias son contadas por muchachos que podría decirse
eran de sectores populares rurales.
Todo esto da cuenta de lo amplia que era la llegada de la
revista en todo el país, siendo accesible a jóvenes urbanos,
a hijos de inquilinos rurales y a campesinos cuyas familias,
por las referencias que hacían a las actividades del padre, se
ganaba la vida haciendo carbón de leña, oficio que generaba
ingresos muy limitados y duras condiciones de trabajo.
Los relatos de los lectores no fueron presentados con su
redacción original, sino –en un primer período– editados,
para hacer más fácil su lectura, y después transformados
en historietas. Esto impide hacer un análisis de la escritura
original de sus autores; permanece la anécdota, pero no
el discurso narrativo propio. Aún así, las historias siguen
siendo válidas como reflejo de las actividades en las que
estaban involucrados los jóvenes varones, y qué tipo de
experiencias consideraban lo bastante emocionantes como
para ser enviadas a Ritmo. Pero, también, develan el filtro
del Subdirector ya que las historias que fueron consideradas
por Alberto Vivanco, a cargo de esta sección, debían ser lo
suficientemente entretenidas e interesantes para el público
juvenil, según su criterio.
De acuerdo a la anécdota relatada, en 24 de los artículos el nudo
narrativo está referido a accidentes de diverso tipo sufridos
))
351
por los protagonistas; diez relatan situaciones de problemas
con la ley o fuerzas policiales; en ocho casos son víctimas, o
están a punto de ser víctimas, de agresiones; en doce, el nudo
está vinculado a intereses románticos con alguna o algunas
chiquillas. En tres historias los autores viven situaciones de
miedo a lo sobrenatural que se revelan injustificadas y en dos
el protagonista hace el ridículo. Finalmente, hay tres relatos en
que el nudo son las relaciones de amistad.
Este apartado analiza las narraciones buscando encontrar
su estructura subyacente, para descubrir las imágenes de la
masculinidad implícitas.
Aprendiendo de los errores
“Por hacerme el gracioso, casi se ahogan mis 11 compañeros”5.
El narrador presenta la agradable situación en que está su
grupo, veraneando en casa de la familia de un compañero de
curso, siendo muy bien acogido. En ese marco, relata cómo
por su deseo de llamar la atención termina arriesgando la
vida de sus amigos: en la orilla del estero encuentran y usan
un bote sin remos. Al alejarse de la orilla y ver que no estaba
profundo, se lanza al agua, pero termina volcando el bote y
arriesgando la vida de todos porque el fondo era pantanoso
5
Ritmo N°43, 1966. Págs. 22-23.
y varios no sabían nadar. Un campesino a caballo los rescata,
y los asusta con cuentos sobre animales submarinos, que el
protagonista dice no creer. Avergonzado por la situación,
regresa de inmediato a Santiago, jurándose no volver a
fanfarronear.
En suma, el deseo de los jóvenes de tener unas felices
vacaciones se logra mientras participan de un ambiente familiar,
seguro, con un hermoso entorno natural, con actividades de
diversión controladas y rutinizadas. El deseo de aventurarse
más allá de lo establecido –usar un bote ajeno, sin remos, sin
saber nadar, y sobre todo, el exhibicionismo del protagonista–
interrumpe y frustra el deseo, poniendo en peligro la vida de
los participantes. El rescate viene del orden local y aunque el
joven santiaguino no es censurado, la situación le resulta tan
humillante que debe abandonar el paraíso perdido.
La mayor parte de los relatos tiene esta estructura, que es la
misma de los cuentos tradicionales. Una situación ordenada
es quebrada, se instala el caos, pero se regresa al orden
finalmente: una vivencia familiar o amistosa sin problemas,
generalmente vinculada a la naturaleza, es el entorno donde
el protagonista comete alguna transgresión al aventurarse
más allá de la rutina; el castigo que proviene de la misma
naturaleza, el rescate por algún representante el orden adulto
y la humillación del protagonista (o la alegría de la familia por
recuperarlos) cierra la historia.
Aunque esta lectura podría indicar conservadurismo –en
general, los intentos juveniles por arriesgarse más allá de
))
353
los límites habituales fracasan y les crean problemas– el
tono general es festivo: son anécdotas, gajes del oficio de
la masculinidad, aprendizajes que los están conduciendo a
ser adultos, con experiencias de vida. En buena parte de las
historias los peligros a los que estuvieron expuestos tuvieron
altos costos o pudieron tenerlos: sin el campesino a caballo,
podrían haberse ahogado; atrapados en la nieve, podrían
haber muerto de frío, de durar más la tormenta, o de hambre
y sed encerrados en hoyos. Otro se quiebra una pierna por
tirarse del tren, o ambos tobillos por caerse del techo. Una
jaiba casi le corta el dedo a uno, otro termina en el hospital
atacado por un toro, y un tercero se libra del ataque de un
puma por el disparo de su padre.
La imagen masculina que resta es que arriesgarse
físicamente, equivocarse y meterse en líos formaban parte de
la adolescencia de los varones, sobre todo si se contaba con
el respaldo de un mundo adulto, presentado como salvador
de las situaciones límites.
El mundo masculino está en la calle
“Estuvimos encerrados en un vagón de tren repleto de ratones.
Ese fue el castigo que nos dio una ‘patota’ por conversar con ‘sus’
chiquillas”6.
6
Ritmo N°45, 1966. Págs. 32-33.
Aquí, el narrador y su familia viajan desde una ciudad a otra,
donde son recibidos con una fiesta de fin de año que resulta
aburrida, porque no hay chiquillas para bailar. El protagonista
y sus amigos salen de ahí y conocen tres chiquillas en la plaza,
a las que van a dejar a su casa. Tras despedirse de ellas, son
atacados con piedras por una patota; arrancan y se pierden,
porque no conocen el lugar. La patota los alcanza, pelean y
son reducidos y obligados a ir a la estación, donde son atados
por sus atacantes y encerrados en un vagón desocupado…
pero con ratones. Tras mucho esfuerzo, logran desatarse y
huyen. El padre los encuentra vagando perdidos en las calles.
Regresan a la fiesta ‘aburrida’.
Se nos presenta primero una situación tediosa y, luego, la
búsqueda de diversión y compañía femenina. Pero esta es
castigada por un grupo que los ataca, logrando salir del
aprieto con gran esfuerzo, y siendo rescatados finalmente
por un adulto.
Este relato muestra el deseo de los jóvenes varones de tener
una entretenida fiesta de Año Nuevo, frustrado porque
no hay mujeres para bailar. La salida a la calle en busca de
diversión, primero resulta exitosa, pero luego aparece el
peligro encarnado en una patota de lugareños, que se sentían
los ‘propietarios’ de las jóvenes conocidas. Resulta llamativo
que no sea cuestionado el derecho de los agresores que se
arrogarían la propiedad de las jóvenes, aunque se los rotula
como delincuentes (patota, pandilleros).
Si bien se libran solos del encierro al que los lleva el perder
))
355
la pelea, finalmente son rescatados de seguir perdidos por el
orden familiar, representado por el padre.
En varios de los relatos de agresiones aparece una
estructura muy similar a la de los relatos de accidente. La
mayor diferencia está en que el peligro ya no viene de la
naturaleza, sino de la sociedad, y no hay trasgresión por parte
de los protagonistas, que están en una situación pacífica
interrumpida por la agresión o presencia de delincuentes
o vengadores anónimos (resalta que, en los dos casos, la
venganza se relaciona con mujeres).
Es más importante la iniciativa de ellos mismos para salir
de la situación de riesgo, aunque el rescate final lo realiza
un representante el orden adulto; la humillación del
protagonista es reemplazada por el alivio de haber vuelto a
la normalidad, aunque sea aburrida. En casi todos los casos
la agresión ocurre en las calles, de noche (también para los
muchachos la noche tienen sus riesgos) o en el transporte
público; espacios donde los muchachos circulan con libertad,
interrumpida solo por la acción de delincuentes. Y, si bien
después del evento relatado reconocen estar atemorizados,
no renuncian a continuar ocupando libremente el espacio
público en cualquier horario. En ambos casos, el cuerpo es
puesto en juego, pero los jóvenes conocen los límites de la
naturaleza, de la sociedad y del propio cuerpo para ejercer su
libertad en esos espacios.
El mundo es ancho, pero no ajeno, sino abierto a la conquista
masculina. Las formas pueden ser distintas, si se tienen
mayores recursos –autos, dinero, motos– o si se cuenta solo
con el propio cuerpo y el ingenio; pero en todos los casos la
virilidad es acción, riesgo, audacia… aún pese a las burlas.
Algo habrán hecho…
“Tuve que salir corriendo por andarla revolviendo”7.
Cinco amigos, de puro aburridos, se proponen llevar un
cartel de un baile de una calle a otra. Una vez realizada la
acción, descubren que los siguen cuatro hombres, quienes
los conminan a pararse o les dispararán. Corren más fuerte y
escuchan tiros al aire. Las balas rebotaban a sus pies. Uno de
ellos logra esconderse en un portón, mientras otros se refugian
en una comisaría, donde trabajaba el padre del protagonista.
En la comisaría, y aunque los retan, le dicen a los perseguidores
que se tomaron demasiado en serio el traslado de un cartel.
Pero estos sacan placas de detectives, e informan que los
habían confundido con los asaltantes de un carabinero, al
que le robaron el uniforme. Los carabineros comentan que los
detectives los habrían ‘repasado’ de no haber sido por ellos.
Nuevamente es el aburrimiento el que lleva a los
protagonistas a una acción que deja instalada la transgresión
7
Ritmo N°46, 1966. Págs. 10-11.
))
357
y la culpa. Por eso huyen al sentirse observados por cuatro
adultos, pese a las amenazas de disparar, que se transforman
en balas reales. En la comisaría en que trabaja el padre de uno
de ellos encuentran refugio y queda claro que consideran la
falta cometida no como un delito, sino como una travesura.
Al deshacerse el malentendido, la actitud de los detectives
todavía es agresiva y queda la sospecha de que, sin la
protección del vínculo familiar con el oficial de carabineros,
los habrían golpeado. Puesto que salieron bien librados, diez
años después, cuando el protagonista recrea el momento,
aún “celebran los pormenores de aquella noche inolvidable”.
La sucesión de hechos es similar en otros relatos de este
tipo. Los protagonistas cometen una falta menor, un error
o, incluso, realizan una buena acción; pero ‘las fuerzas
del orden’ los tratan como delincuentes. Los carabineros
amenazan a un niño de nueve años con encerrarlo en un
calabozo con ratones, porque no le creen que presenció
un asalto; meten presos a chicos de 13 y 15 años, por
equivocarse y denunciar que habían encontrado un
cuerpo, cuando era solo un traje de buzo; obligan a un
grupo de adolescentes a tocar música cuando se refugian
en una comisaría huyendo de un asalto; llevan preso a un
muchacho por tocar la bocina en moto; detienen por dos
días a jóvenes acusados de robar cabras. Guardias privados
expulsan a chiquillos ‘colados’ en un teatro para hablar con
sus artistas favoritos y los golpean.
Sin embargo, en todas esas oportunidades, los entuertos se
deshacen con cierta facilidad, aclarando los malentendidos,
sobre todo si tienen relaciones familiares o de amistad con
la policía.
El hecho resulta más o menos traumático dependiendo de
la edad y de la relación con la policía. Aunque finalmente
al niño de nueve años le creen, lo tratan de héroe y lo van
a dejar a su casa, queda con temor de salir de noche y de
aventurarse en la calle; el joven en moto, cuyo padre resulta
ser amigo de un sargento, promete no tocar más la bocina
y lo que más siente es que su polola no lo vio manejando
la moto; los chicos que descubrieron el buzo son devueltos
a sus padres, y aminoran el problema reflexionando que “no
era para que nos dieran perpetua, tampoco”. La misma reflexión
hacen los acusados de robo de cabras, tras ser liberados, y
únicamente lamentan regresar a dedo, y soportar la burla de
sus compañeros de colegio que los llaman “cuatreros”.
Aunque relatan abusos policiales, en los discursos presentados
por la revista, y posiblemente similares a aquellos de los
jóvenes autores, no son evaluados como tales. La actitud de
carabineros es de desconfianza y mala fe hacia los jóvenes que
no están acompañados de adultos y es posible estimar que
el origen de clase agravara esta desconfianza: ninguno de los
muchachos que relatan estas historias es de sector alto. No era
fácil que la policía diera crédito a la versión de inocencia de los
jóvenes o niños y, generalmente, era necesario el aval de los
adultos para que quedaran libres de sospecha o castigo.
Por su parte, los protagonistas no expresan mayor
disconformidad ante el trato recibido. A lo más, el tono es
))
359
que lo hecho por ellos “no era para tanto” y la emoción está
reservada para la alegría de salir del dominio policial, volver a
la normalidad y contar ahora con una anécdota entretenida
para recordar, incluso aquellos que fueron baleados por
los detectives que los perseguían. Tampoco haber sido
golpeado por un guardia de un teatro es problematizado,
sino aceptado como consecuencia de haber sido muy lento
para arrancar.
Es decir, pese a que a veces solo hay una sospecha de
haber quebrantado el orden, este hecho hace justificable
la consecuencia y remarca como masculino el afrontar la
situación sin quejas.
¡Qué miedo! (O los hombres
también se asustan)
Las tres historias que relatan experiencias de pavor a lo
sobrenatural ocurren, por supuesto, de noche: alumnos creen
ver fantasmas en un internado masculino… pero es solo un
caso de sonambulismo; jóvenes scouts, después de escuchar
historias de aparecidos en un campamento, se asustan de las
sombras y se meten temprano a las carpas; habiendo hecho
dedo a un camión, descubren que viaja con ellos un ataúd,
y ven que se abre… dejando salir a un pasajero que dormía.
Tienen en común el reconocimiento de que en los jóvenes hay
temor a lo desconocido, y a la presencia de lo sobrenatural,
aunque en todos los casos haya una mirada irónica a la
propia credulidad, explicada por el contexto nocturno y de
aislamiento.
Esos sustos, aunque realmente inmotivados, no ponen
en riesgo la masculinidad, como tampoco esta queda en
entredicho en las historias en que los protagonistas hacen
el ridículo. Estas parecen ser historias morales, donde los
chicos tienen ciertas pretensiones de dinero o de éxito, y
aceptan resignadamente el fracaso. Simplemente no estaban
destinados a recibir riquezas o a hacerse famosos.
El amor, siempre el amor
Al conjunto de diez historias que tienen como centro las
relaciones con mujeres, son agregadas aquí dos8 en que el
problema central es el castigo por trasgredir las normas; pero
la motivación, impresionar a la polola.
La estructura parece ser similar a los otros relatos: una
situación apacible o promisoria se estropea: el protagonista
pierde el bus o la micro, lo asaltan, trata de colarse en un
teatro y lo atrapan, incluso lo golpean, se moja entero con la
manguera, choca en moto, pierde el traje de baño en medio
de las olas, lo confunden con el Pollo Fuentes, casi lo llevan
8
Ritmo Nº95. Págs. 26 - 27 y Ritmo Nº100. Págs 30 - 31.
))
361
preso por tocar la bocina en moto. Como resultado de estos
percances, se define el destino de la posible relación con la
muchacha que les interesa: en algunos casos la relación se
frustra; en otros, llegan al pololeo.
La violencia, el riesgo
En los casos de historias sentimentales, igualmente los
varones participan de toda clase de aventuras en los espacios
públicos; muchas veces con mala suerte, pero a veces siendo
recompensados, porque la situación riesgosa les permite
conocer e interesar a quien será su pareja.
En la mayor parte de los relatos los pormenores de la
conquista de la joven casi no ocupan lugar. La única historia
en que el proceso de contacto romántico es descrito con
mayores detalles es cuando se conocen por compartir el
interés en la revista Ritmo: el muchacho relata que “pasa una
chiquilla con unos ojitos negros y grandes y una carita que me
hizo saltar el corazón. Quise hablarle, pero no me atreví. Con
pena la seguí mirando hasta perderla de vista”9.
Luego encuentra una revista Ritmo en el suelo, ve que
tiene una dirección y la va a entregar, resultando ser ‘ella’ la
dueña; pero de nuevo el contacto es mínimo, se limitan a un
intercambio cortés y él se despide sin haber establecido una
9
Ritmo Nº61, 1966. Pág. 40.
continuidad en la comunicación. Finalmente, quien habla es el
vendedor de diarios quien en otra oportunidad, al encontrarse
los dos tratando de comprar el último ejemplar de la revista
que queda, propone una relación: “Lo compra Ud. y lo lee ella”,
dice mientras los protagonistas solamente sonríen.
En la narración no hay descripción de intercambio verbal, ni
miradas, ni gestos, como es usual en la literatura romántica
femenina. Solo la mirada masculina que se focaliza en el
objeto del deseo sentimental, y le hace “saltar el corazón”.
También son romantizados los rasgos de ella que provocan
interés: no es su cuerpo, ni su forma de moverse, o sus gestos,
sino “sus ojitos y su carita”, que es descrita como “preciosa”,
“hermosa”, sin mayor precisión.
La descripción de los encuentros con la niña “a quien espera
volver a ver”, en la historia de Ritmo Nº51, y es la causa de
que las vacaciones llegaran a ser “las más bellas de mi vida”
se limita a señalar: “a la hora de la comida me di cuenta de
lo encantadora que era Vilma. La invité a pasear y empezó
el idilio”10. En la de Ritmo Nº65, ya presentada en forma de
historieta, el protagonista escapa de un asalto en un auto que
se detiene a salvarlo; para su sorpresa, el chofer es una mujer.
Todo el romanticismo se limita a una información escueta:
“gracias a que salí con vida, serví de pololo a esa linda chica que
fue mi salvadora”11.
10
11
Ritmo Nº51, 1966. Pág. 27.
Ritmo Nº65, 1966. Pág. 23.
))
363
El más dramático es el caso presentado en Ritmo Nº87, en
que el muchacho logra su sueño de comprarse una moto,
se inscribe en una carrera. Camino al evento, desde un auto,
“al adelantarse en una curva las chiquillas me hicieron señas”
y al llegar “me sonrieron desde lejos”. Al rato ellas se acercan
y conversan, comentando que deben volver a Santiago
en cuanto termine la carrera. Más tarde, y tratando de
reencontrase con ellas choca: “me quebré como en cincuenta
partes”. Pese a eso, “a los pocos días comencé a pololear con
una de las chicas del Fiat, que, por rara coincidencia, ¡era de
mi barrio!”12. No tan rara, desde luego, en el ya estratificado
Santiago de los 60, en que el lugar donde se habitaba era una
marca de clase.
Más mala suerte tiene el autor de la historia de Ritmo Nº88,
que está ‘pinchando’ en la playa, pero debe renunciar a seguir
12
Ritmo Nº87, 1967. Pág. 25.
avanzando en su conversación con ella porque una ola lo
deja sin traje de baño y solo puede salir del agua cuando un
amigo lo rescata (era impensable haber solicitado ayuda a
la misma chica)13. En el caso de Ritmo Nº98, el protagonista
saca ventaja de ser confundido con un ídolo de la canción
–el Pollo Fuentes– y pasa a verse rodeado continuamente de
admiradoras; pero la mentira termina jugándole en contra,
porque no consigue convencer a la muchacha de su interés
de su verdadera identidad14.
En las dos últimas historias publicadas con contenido
romántico, toda la anécdota está concentrada en la relación
amorosa y la trama es algo más compleja. En la primera15,
el protagonista pololea con dos muchachas a la vez, las que
se enteran del engaño y lo despiden, arrojándole objetos
y echándole el perro; él entiende que es justo porque “los
frescos se quedan sin pan ni pedazo”. En la segunda16, dos
amigos conocen a una joven al mismo tiempo, ambos la
invitan a salir y descubren que rechazó a uno para salir con el
otro; cuando le piden explicaciones, ella les dice que “no estoy
comprometida con ninguno de los dos creo que tengo derecho
a elegir”. Evidentemente, no era esa la opinión de los dos
varones, que terminan su amistad con ella “y nos buscamos
dos excelentes pololas”.
13
14
15
16
Ritmo Nº88, 1967. Pág. 24-25.
Ritmo Nº98, 1967. Pág. 32-33.
Ritmo Nº106, 1967. Pág. 33.
Ritmo Nº108, 1967. Pág. 33.
))
365
Desde la mirada masculina, las relaciones sentimentales
carecen del romanticismo de las historias dirigidas al público
femenino. Los relatos son de hechos, no de reflexiones o
intenciones; no es expuesto el proceso interior de la emoción
ante el primer encuentro, o la primera mirada, o las dudas
respecto a cómo lograr un acercamiento, sino las acciones
que lo van concretando: la invitación a pasear, la conversación
en la playa o en el quiosco; a veces, ni siquiera se describe el
proceso, sino el mero resultado: “gracias a que salí con vida,
serví de pololo a esa linda chica que fue mi salvadora”. “A los
pocos días empecé a pololear”. “Verónica no lo sabrá nunca”.
“Nos conseguimos dos excelentes pololas”. El cortejo es descrito
escuetamente, desde el primer encuentro, que ocurre en los
espacios públicos, ya sea porque son presentados por amigos
comunes o familiares, o porque una situación complicada
los acerca, poniendo a prueba los recursos de seducción y
la iniciativa de los Ritmo-lectores y, en algunos casos, con la
colaboración de las chiquillas. Una vez dado el primer paso
e iniciada la comunicación, se salta al resultado final: el retiro
un tanto avergonzado o la consolidación del pololeo.
Estas historias de anécdotas en las vidas de los adolescentes
varones hablan de una construcción de la masculinidad por
medio de la exploración de su entorno físico y social, arriesgando
siempre ampliar los límites, exponiéndose a peligros y problemas
y asumiendo los costos de los aprendizajes: el riesgo es parte del
juego de llegar a ser hombres.
Los cuerpos masculinos, por otra parte, ganan valor
simbólico en la medida en que sobreviven y pueden mostrar
las cicatrices de sus experiencias; a la inversa que los cuerpos
femeninos, que pierden con los contactos y las marcas de
la experiencia. Se reafirma que los varones son personas de
acción, y la calidad de sus sentimientos se prueba en actos,
mientras que la reflexión sobre las relaciones afectivas es
terreno femenino.
Estas aventuras en los espacios públicos los sacaban de la rutina
y los hacían conocer emociones enriquecedoras, incluyendo
el sobreponerse al fracaso, al ridículo e, incluso, poniendo
en riesgo de la vida. Se trataba de ampliar sus experiencias,
conocer lugares, personas, conquistar el mundo. Tanto podían
sufrir los rigores de la naturaleza como ser agredidos por
otros hombres, porque el espacio rural o el urbano tenían sus
propios peligros. La noche en la ciudad contenía el riesgo de la
delincuencia, ya que disminuía el dominio de la ley.
Pero la ley no era, necesariamente, un aliado de los jóvenes
en el espacio público, había allí una situación ambigua. Los
representantes del orden aparecían desconfiando de los
propósitos de niños y jóvenes en la calle; no les creían, a
menos que pudieran dar pruebas concretas de veracidad o
ser avalados por adultos. El eje principal que hace cambiar
la actitud policial hacia la protección es la personalización:
cuando el muchacho es reconocido como hijo o pariente
de alguien ubicable, se lo acoge del lado de la ley, en caso
contrario, debía probar sus buenas intenciones.
La relación con el mundo adulto es compleja. Por una parte,
se contaba con el respaldo de los familiares o amigos adultos,
))
367
salvadores de las situaciones límites. Pero los adultos eran
también castigadores, poco afectuosos, duros y exigentes.
Tanto en este aspecto como en la relación con los guardianes
del orden son expresivas las diferencias de clase. El mundo
de los jóvenes populares aparece en los relatos como más
violento, riesgoso, menos protegido y afectuoso que el de los
chicos de clase media, que contaban con más comodidades
materiales, vivían en barrios mejor equipados, y tenían más
protección de sus padres y, en general, del mundo adulto.
conclusiones
))
371
SI LOS CAPÍTULOS ANTERIORES ANALIZARON los contenidos
de Ritmo, estas conclusiones retoman la pregunta original
de este libro sobre cuáles eran las representaciones sociales
de los géneros expresadas en esta publicación que usó la
música popular y la entretención para, desde allí, elaborar un
conjunto de normativas que implicaron, a la vez, cambios y
continuidad en un sentido valórico.
Es importante recordar que Ritmo aparece en un momento
de inflexión para Chile, en el que existe una creciente tensión
social y un profundo cuestionamiento hacia las formas en
que, hasta entonces, eran resueltas las diferencias políticas
e ideológicas. La promesa de cambios revolucionarios que
arrancarían de raíz el atraso y la pobreza, estaba en el aire. Y,
a la luz de la revolución cubana y las luchas de liberación en
todo el mundo, parecía que esa solución estaba a la mano.
Para los sectores conservadores, esto era una amenaza
latente.
Reflejo de la guerra fría en la que se encontraban las
potencias mundiales, socialismo y capitalismo eran los polos
del debate sobre la nueva sociedad que algunos sectores
querían construir en Chile. Los cambios culturales que
estaban ocurriendo en el mundo desarrollado, desafiaban la
autoridad de los adultos y después de los varones. Quienes
resistían esas transformaciones en la sociedad chilena
desplegaron, entonces, diversas formas de respuesta. Una de
ellas, editorial, utilizado el sistema de medios, dominado por
quienes detentaban una ideología conservadora.
La revista Ritmo era parte de este sistema, al ser editada
como parte de la oferta de Lord Cochrane. Peo, como
será desarrollado más adelante, su dueño –un empresario
atípico– dejó por bastante tiempo que la revista se hiciera
cargo de los cambios. El equipo editorial –variopinto desde
sus creencias y valores e, incluso, desde la catolicidad de la
directora– supo recoger lo que estaba pasando, matizándolo
y elaborando un discurso que, teniendo elementos comunes,
no era unitario sino coral, e intentaba construir un sentido
común en tiempos de cambio, maquillado de ingenuidad.
Detrás de esa supuesta candidez, emerge una estructura
de pensamiento, una ideología y una visión de género
que mantiene las relaciones de subordinación hacia las
mujeres, aunque con algunos matices. Porque los editores
de la revista representaban para los lectores voces desde
un mundo adulto que se mostraban –particularmente–
cercanas y abiertas a lo que estarían pensando los jóvenes. Y
lo reafirmaban dándoles tribuna mediante la publicación de
sus cartas y relatos.
La revista ejerció una gran influencia en sus miles de Ritmolectores, adolescentes de ambos sexos de clases medias y
populares, tal como queda reflejado en los datos deslizados
en cartas y relatos de aventuras. Como señala Alberto
Vivanco, su subdirector, el mayor impacto fue en el desarrollo
emocional y sentimental de su público, en quienes quedó
como recuerdo indeleble de ‘los viejos buenos tiempos’. El
imaginario de ese grupo de edad fue marcado por el Gato Yoyo, como distintivo generacional, junto con las portadas y los
))
373
posters que incluía el semanario, los que eran incorporados a
su intimidad, como adornos en sus dormitorios y decoración
de cuadernos y bolsones escolares. Difundió también las
nuevas modas, el pelo largo, la ropa colorida e informal que
distinguió a la nueva generación; y colaboró a la divulgación
de la guitarra –elemento clave de la socialización grupal de
esos años–, facilitando su aprendizaje con los cursos de Alicia
Puccio.
El éxito de la revista estuvo basado, además de su contenido,
en un hecho que también es reflejo de una característica
epocal: por primera vez en Chile, la franja etarea a la que
correspondían sus destinatarios disponía de un cierto monto
de dinero para gastar en revistas, incluso siendo parte de
ellos del mundo popular. Esta circunstancia permitió su éxito
de venta, que implicaba –además– una lectoría aún mayor,
dada la costumbre de la época del intercambio de revistas
tanto a nivel escolar como comercial1.
Sin que existan estudios de consumo y lectoría de la época, es
posible inferir –a partir de quienes se vinculaban con la revista
por medio de cartas o en sus actividades–, había muchachas
de colegios particulares que la leían, pero no así los varones
del mismo tipo de establecimiento. Esos jóvenes, ya sea por
medio de conocidos o parientes que viajaran, como también
gracias a un mayor conocimiento del idioma inglés, tenían
1
Existían entonces en Chile negocios en los que, por muy poco dinero,
fundamentalmente niños y jóvenes podían cambiar la revista que llevaban
por una de similares características y estado.
acceso directo a los contenidos propiamente musicales de la
revista, tanto porque podían tener publicaciones extranjera
como obtener los discos que no llegaban a las disquerías
nacionales. Nada de eso podían hacer los de clase media
que debían llegar a la música de moda mediante la revista
y los cover de la Nueva Ola emitidos por las radios y que se
trasformaron en sus ídolos.
Es difícil hacer una evaluación objetiva de la influencia
que los contenidos valóricos de la revista tuvieron, no solo
porque no hay estudios que registren cómo ellos asimilaban
–o rechazaban– los mensajes contenidos en sus páginas,
sino debido a que investigaciones de tal objetivo son
prácticamente inviables. Por ello, tal vez, un buen indicador
del impacto que tuvieron entre las y los adolescentes fueron
las críticas a que fue sometida en los años en que tuvo mayor
tiraje. No las habrían recibido, de no haber sido un producto
cultural que impactaba en su audiencia.
Las revistas juveniles, como parte de la prensa liberal,
fueron objeto de estudio privilegiado de los principales
investigadores sobre medios de comunicación de la época.
Gran parte del análisis desarrollado por los sociólogos Armand
& Michelle Mattelart y Mabel Piccini2 apunta a develar el
carácter conservador de la propuesta ideológica subyacente
en estos medios, en que la juventud era representada
2
Integrantes del Centro de Estudios de la Realidad Nacional (Ceren) de la
Universidad Católica.
))
375
como un grupo despolitizado, cuyo natural entusiasmo y
desborde era canalizado a quehaceres inofensivos –como
los concursos de misses y los campeonatos de babyfutbol–,
donde su potencial subversivo y creador era neutralizado
para integrarse en la obediencia aun orden social presentado
como integrado, y donde se subrayaba la realización personal
dentro de los límites de la interioridad y el desarrollo de
los valores afectivos, en un mundo privado separado de la
realidad exterior.
Junto con los ataques más sofisticados, la revista recibió
también los embates directos de la lucha política, aquella de
la cual su directora pretendía excluirse, encerrándose en la
calidez familiar del Ritmo-mundo. Los medios de izquierda
(Clarín, especialmente) la acusaron3 de alienar a la juventud.
Esta mirada de los investigadores del Ceren expresa el debate
político e ideológico de la época. Así como era posible leer
el sesgo ideológico en el mensaje de Ritmo, también los
analistas tenían una agenda: el cuestionamiento hacia la
revista respondía a la búsqueda del potencial subversivo
de la juventud chilena, especialmente la de los sectores
populares, predestinados –en una lectura estructural de la
sociedad– a convertirse en protagonistas del cambio social.
3
“A propósito de política: Supe que durante mi ausencia en varias
publicaciones me anduvieron pelando pal’ mundo, diciendo que yo, por
medio de Ritmo ‘idiotizaba’ a la juventud”. Ritmo N°246, mayo de 1970. Pág. 1.
El episodio también fue mencionado por Manolo Olalquiaga, en entrevista
en Revista del Sábado, julio 2002.
En esa tarea liberadora se introducían los instrumentos del
capital nacional y transnacional, para enajenarla de su natural
destino de rebeldía y contestación, necesariamente política y
clasista. Esta representación social de la juventud competía y
confrontaba con la desplegada por Ritmo.
Vale anotar que la severa crítica apuntaba a los aspectos
políticos que implicaba la lucha ideológica de los tiempos.
Es muy menor la importancia que da Piccini a los rasgos
tradicionales en materia de relaciones de género. Ciertamente,
distingue el juego de roles conquistador/conquistada,
pero enfatiza mucho más el encierro individualista en los
problemas afectivos en los que desenvuelve al visión del
amor romántico que las columnistas desarrollan, válido para
ambos sexos, que las diferencias entre ellos.
Sin negar el sesgo ideológico de la revista visibilizado por
esos autores, esta investigación buscó una lectura más
compleja de la representación de los géneros en la revista.
La idea de examinar Ritmo es conocer la representación de
la juventud desde la ‘normalidad’, desde quienes estaban
inmersos en el orden y el sentido común, representación
menos consolidada de la que construyeron los analistas de
la época.
Las imágenes de adolescentes hombres y mujeres aparecidas
en Ritmo se separan de las visiones más tradicionales, sin
llegar a constituir propuestas alternativas. Por lo demás, no
era ese su objetivo ya que, por propia declaración, buscaban
entretener a las y los jóvenes con información sobre aquella
))
377
parte del mundo del espectáculo donde se constituía parte
de sus señas de identidad generacional: la música, el cine, las
nuevas formas de sociabilidad. Esos productos mostraban los
cambios sociales y culturales que estaban ocurriendo en los
países centrales, y cuya influencia era vista como peligrosa
por muchos en el mundo adultos. El papel de la revista
fue asumir el proceso inevitable de la modernización, que
estaba alterando las costumbres especialmente de las y los
adolescentes, para encauzarlo amablemente con el fin de
que, en el proceso, no se perdieran los valores de la sociedad
chilena. Esos radicaban, fundamentalmente, en las normas
sobre las relaciones entre los jóvenes y las generaciones
adultas, y entre hombres y mujeres. Los contenidos del
espectáculo fueron, entonces, una especie de Caballo de
Troya para los valores expresados por secciones específicas
que no pasaban de ser un tercio de la revista, pero que
pesaban en la vida de sus lectoras y lectores.
Como fue dicho líneas arriba, en esta tarea había una
pluralidad de voces, cuyos matices importa mostrar. No fue
casual la coexistencia pacífica de personas de izquierda y
derecha. La revista era parte de las propiedades editoriales
del clan Edwards, el principal grupo editorial nacional y
un importante actor de derecha en las luchas políticas e
ideológicas de la época; pero Lord Cochrane, que publicaba
Ritmo, era coto de Roberto Edwards, poseedor de una visión
más moderna, creativa y liberal en un sentido valórico que su
hermano Agustín. A eso se sumaba las diversidad del equipo
que iba desde su directora–una mujer de la clase dominante,
conservadora y católica, pero a la vez creativa y abierta a la
modernidad, con una gran flexibilidad para articularse con
los cambios que vivía la sociedad y la juventud chilenas–
al subdirector, joven, universitario, laico, izquierdista e
irreverente, conformando casi la dualidad presente en
tantas familias chilenas, con padre de izquierda y madre
conservadora. En medio, la voz de la columnista Graciela
Torricelli –mujer de clase media culta y acomodada, vinculada
a medios artísticos e intelectuales e ideológicamente ligada
a la izquierda y que después sería integrante del Movimiento
de Mujeres– y las y los periodistas jóvenes, cada uno con sus
propias diversidades.
Cuando Larraín y Torricelli hablaban a las y los adolescentes
lo hacían desde su experiencia de mujeres insertas en la vida
pública, tal como Vivanco expresaba su realidad de joven
provinciano que se abría paso en la capital. El proyecto de
la revista integraba expectativas diversas, reflejadas en los
contenidos entregados y en el deseo de acceder como
medio a distintos sectores sociales. En este sentido, la
afirmación de Vivanco respecto al sesgo clasista de Larraín,
queda refrendada por una editorial de la directora donde ella
insiste en convocar a jovencitas de colegios particulares a
inscribirse en el concurso Miss Ritmo.
Analizando los elementos de cambio y de continuidad, las
principales conclusiones de la investigación giran en torno
a los términos de identidades, roles y relaciones de género
representadas por los redactores de Ritmo, sin dejar de
mostrar las discrepancias encontradas, dadas la mencionadas
diferencias entre sus autores.
))
379
Identidad juvenil. Entre la
autonomía y el autoritarismo
Respondiendo claramente a la época en que existió, la
representación de los jóvenes en la revista fluctuaba entre
elementos modernos y tradicionales.
Si bien negaban validez a la, por entones llamada ‘lucha
generacional’, reafirmando siempre a los padres como
la autoridad benevolente y confiable, los conflictos y
tensiones con ellos que referían los lectores eran síntomas
tanto del autoritarismo en las relaciones familiares como de
las nuevas ideas que emergían entre los jóvenes, muchos
de los cuales estaban alcanzando niveles educacionales
mayores que sus padres. Pese a todas las diferencias con
Europa y EEUU, acá también hubo una cultura juvenil que
se manifestó en diversas expresiones, una de las cuales, la
menos rupturista, tuvo su canal en Ritmo. Antes de los 60 los
adolescentes no tenían una presencia social y la revista los
visibilizó. Los jóvenes que la leían no eran revolucionarios,
pero algunos ya comenzaban a pensar en temas más allá
de lo individual.
Desde la modernidad, y reconociendo en ellos a actores
sociales con capacidad reflexiva, defendían su derecho a
vivir la juventud como un período de aprendizaje, en que
podían hacer sus propias elecciones afectivas y vocacionales,
preparándose para las responsabilidades adultas. Pero a la
vez, enfatizaba la importancia de la familia, como institución,
y el respeto a los padres y adultos en general.
Esta dualidad remite a uno de los rasgos que para Jorge
Larraín es clave en la identidad latinoamericana, el
‘tradicionalismo ideológico’: la capacidad de reinterpretar
los valores modernos en contextos diferentes, reforzando
las estructuras tradicionales. En este caso, es aceptada la
constitución de un nuevo actor social –los adolescentes– a
los cuales se les reconoce capacidad de tomar sus propias
decisiones, pero convocándolos a mantener los valores de
respeto al orden y defensa de la institución familiar4.
El puente entre la autonomía de los jóvenes y la obediencia
a los adultos estaba constituido por la cortesía y los buenos
modales, sustentados en el respeto y la consideración a los
otros. Esta era un elemento clave en la formación moral de la
juventud, y aparecía en todas las secciones de la revista. Las
normas de cortesía reafirmaban la autoridad de los adultos
y de los varones, expresaban un reconocimiento del orden
jerárquico en la sociedad (adulto/joven, hombre/mujer, jefe/
subordinado) pero revestían las relaciones de un respeto
formal hacia el/la débil, quien debía demostrar respeto para
recibir el trato adecuado.
Las diversas autoras de la revista enfatizaron, sin excepción,
en la necesidad de que las y los jóvenes respetaran a sus
padres, obedeciendo incluso cuando tuvieran opiniones
antagónicas, manteniendo la confianza básica en el hecho
de que ellos siempre deseaban el bien de sus hijos. Solo
4
Larraín, op.cit 2004:236.
))
381
era posible cuestionar, respetuosamente, las decisiones
parentales argumentando racionalmente; pero acatando
al final sus decisiones. Reafirman así otro de los aspectos
culturales señalados por Larraín: la alta valoración del rol de
autoridad y del respeto a ella, tanto en los espacios públicos
como en privados5.
El autoritarismo en las relaciones de muchas familias quedaba
en evidencia en las cartas de la sección Conversando, las que
contaban las dificultades habidas con los padres para poder
pololear; estas eran, normalmente, prohibiciones hacia las
jóvenes, e iban desde no dejarlas salir de la casa más que para
el colegio, impedirles traer amigos a la casa, a la prohibición
de pololear, en general, o con algún joven específico. Casi en
todos los casos la norma la imponía el padre, sin dar mayores
explicaciones, y las madres trataban de mediar, con pocos
resultados.
Las familias que asomaban en las cartas no se ajustaban a la
visión ideal que tenía la directora Larraín. No siempre había
comunicación entre padres e hijos, muchos se sentían poco
queridos, complicados por las tensiones que veían en sus
hogares, rebeldes ante órdenes incomprensibles.
En este aspecto, la revista siempre trató de introducir cambios
en las relaciones generacionales y de género en su época, pero
desde una defensa axial del orden de las familias. Al relevar a
6
Larraín, ibíd. Pág. 239-40.
los adolescentes como sujetos y actores a tener en cuenta,
invitaba a los padres y adultos a escucharlos, a conversar con
ellos y valorar sus opiniones, en el entendido que esa era
una manera moderna de conservar la jerarquía generacional,
sustentándose en la racionalidad y la comunicación, no en el
autoritarismo tradicional.
¿Mérito o clientelismo?
Otro elemento de modernidad que aparece en todos los
discursos de Ritmo es la valoración de las capacidades
individuales de las y los jóvenes para reconocer sus propios
recursos, aceptando sus carencias, sacando el mayor partido
a sus características positivas y dominando las negativas. El
desarrollo de la autodisciplina era indispensable para lograr el
éxito. El cultivo de los dones de carácter y la formación moral
debían definir la personalidad, no así la belleza natural, el
dinero u otras posesiones materiales. Discurso que se vincula
con el que la propia clase media tenía sobre sí misma –como
de una capa social esforzada sin quejas, porque lo válido
para tener éxito era el mérito de desarrollar las capacidades–,
como fue dicho en el capítulo sobre la sociedad chilena.
Aquí la representación de Ritmo se separa de uno de los
rasgos señalados por Jorge Larraín6: el personalismo político
6
Larraín, Op. cit. 2004 Pág. 235.
))
383
y cultural. Mientra el autor plantea que el acceso a ciertos
trabajos, sobre todo en los servicios públicos, dependía de
contar con patronazgos o contactos con figuras de poder,
la revista enfatiza la adquisición de habilidades y los logros
personales, afirmando que el futuro de las y los jóvenes está
en sus manos.
Sin embargo, y nuevamente articulando lo moderno con
lo tradicional, junto con la insistencia en el trabajo y en las
cualidades personales, la revista planteaba la necesidad de
adquirir habilidades sociales, estrategia ligada al desarrollo
de redes clientelares para mejorar la posición social. La
importancia de crear y mantener vínculos personales era
presentada como fundamental para la futura integración de
las y los jóvenes en el mundo adulto; de ahí también el valor
de los modales y la cortesía.
Integrante del equipo de la revista, Graciela Torricelli ocupaba
la misma plataforma mediática que otras redactoras de la
revista para proponer una representación de las y los jóvenes
más dinámica e inserta en las transformaciones que estaba
viviendo la sociedad chilena. Asumía que muchachos y
muchachas estaban llamados a abrirse al mundo exterior,
en vez de enclaustrarse en su mundo interior, desarrollando
los lados ‘modernos’ de las dicotomías señaladas por la
socióloga argentina Mabel Piccini: el cerebro, la reflexión y la
racionalidad. Más aún, invitaba a ambos sexos a desarrollarse
interiormente, mediante el cultivo de esas capacidades,
participando de la experiencia mundana de la sociedad y la
cultura.
Su discurso planeaba dos dicotomías, comunes a hombres
y mujeres, para los resultados de su actuar en la vida: trabajo
humano/dones de nacimiento y profundidad/superficialidad.
Estos dos ejes, vinculados a la modernidad y a una ética
del trabajo, suponían una valoración de los roles adquiridos
versus los adscritos. Era la particular traducción que hacía la
clase media chilena de la ética protestante: adquirir valor por
lo que ‘se llega a ser’, por el proceso de trabajo humano de
disciplinar los dones naturales.
Con un matiz no menor, insistía en que los muchachos no
debían descansar en privilegios de nacimiento –como la
buena situación de sus padres o la inteligencia, que les
permitía salir del paso sin esfuerzo en el colegio–, ni las
muchachas en el privilegio de la belleza natural, que no
debía envanecerlas al darles la facilidad de tener éxito con
los varones. Entrelazado con la otra dicotomía, quienes no
iban más allá de lo que poseían por naturaleza o nacimiento,
perdían la posibilidad de profundizar en sus propios dones.
La hermosura no trabajada, la inteligencia no disciplinada, el
gusto no elaborado, estaban asociados al brillo superficial, a
la falta de valores.
En esta representación se instalaba uno de los elementos
básicos de la modernidad: la acción electiva de los sujetos.
Torricelli sugería que el futuro de los jóvenes (el éxito en
la vida, la felicidad) dependía fundamentalmente de sus
propias capacidades y de su voluntad y disciplina personal
para desplegarlas.
))
385
Sobre modas y cuerpos
Como era dable esperar en una revista del género magazine,
enfocada en la entretención, la mayor apertura se daba a las
señas formales. Recogía las nuevas tendencias que llegaban
del norte en la ropa y el maquillaje para presentarlas a sus
lectores. En las páginas dedicadas a la moda para hombres
y mujeres la presentación personal de chicos y chicas se
hizo mucho más informal. La oferta para los varones dejó
de ser el terno y los colores oscuros, para ser reemplazada
por jeans y camisas o suéteres con más colorido y dejaron la
gomina y el corte militar; las muchachas ya no usaban laca
en sus peinados y los vestidos fueron más sueltos y cortos,
aumentando el uso de pantalones.
El cambio mayor ocurrió a partir de 1967 y se instaló
completamente en 1968. Las minifaldas y los pantalones
dejaron de ser la excepción para ser la norma; los vestidos ya
no marcaban la cintura. Los integrantes de varios conjuntos
musicales masculinos empezaron a usar el pelo largo, incluso
fuera del escenario, y a defender su derecho a hacerlo. La moda
oscilaba desde la androginia del pelo largo y pantalones para
ambos sexos, a la minifalda que remarcaba la femineidad, y
al bigote y la barba afirmando la masculinidad. La ropa de
las mujeres ganó en simplicidad, con el abandono de las
enaguas y la llegada de las ‘panties’7; y la de los hombres se
7
Medias enterizas.
diversificó, incorporando colores y adornos hasta entonces
exclusivos del otro sexo.
Sin embargo, la tradición era recuperada una vez más con
la invitación a los y las lectores a adoptar las nuevas modas
conservando el orden y la limpieza. Los cabellos largos y las
barbas debían estar peinados, bien cortados y limpios. A los
potenciales excesos juveniles se los constreñía con la mesura
de la buena presentación en sociedad, que les permitiría ser
bien recibidos donde fueran.
A pesar de esta liberación en los atuendos, la corporalidad –y
con ella la sexualidad– era eludida en el discurso de la revista,
a diferencia de las imágenes, que exhibían los cuerpos de
los artistas. Afirmaban que la belleza física no era lo más
importante, acompañado de una desvalorización general
de los aspectos materiales y físicos en contraposición a
lo espiritual, y al desarrollo de la personalidad. Validaban
el cuidado del cuerpo en función de la salud y la higiene;
la belleza de los cuerpos era secundaria frente a la belleza
interior, expresada en la personalidad activa, optimista y
sobre todo “sana” promovida para varones y hembras. Eran
cuerpos disciplinados por la higiene y el orden, para los cuales
el deporte era la mejor escuela. La presentación personal
incluía la ropa, que también debía expresar, más que belleza,
limpieza y cuidado. El maquillaje para las jóvenes debía ser
discreto y natural, subrayar y no disfrazar.
))
387
Identidades y roles de género
En las identidades de género presentadas hay una afirmación
basal de las diferencias entre hombres y mujeres. La instalación
de sentido común de la diferencia es radical, no admite
disputa. Son distintos y se los propone complementarios, no
contrapuestos.
Representación que corresponde a lo señalado por Pierre
Bourdieu8, cuando sostiene que la base del orden de género
está, precisamente, en la magnificación de las diferencias
entre hombres y mujeres mediante la construcción cultural,
para establecer su carácter binario e intraspasable, donde
lo masculino se construye por oposición a lo femenino.
Sobre esta construcción está fundamentada la división de la
actividad sexual, la división sexual del trabajo y, desde luego,
la dominación masculina, legitimada como tal al inscribirla en
una naturaleza que, en realidad es también una construcción
social naturalizada.
Sin pretender que la revista tuviese una visión cuestionadora
de tal división basal, que sería extemporánea, llama la atención
cómo, mediante el uso del sentido común, como del recurso
de expertos, el sicólogo y los test, los artículos insisten en la
diferencia síquica entre hombres y mujeres. Da por sentada la
diferencia corporal, pero ella debe ser enfatizada hasta llegar
a ser constituidos mujeres femeninas y hombres viriles, cuya
8
Bourdieu, op cit.
existencia únicamente tiene sentido en lo relacional. No solo
los cuerpos son construidos para relacionarse en la lógica de
la dominación, sino también las mentes.
Pese a esta instalación de la diferencia radical entre hombres y
mujeres, resignificada de forma permanente en los discursos
de la revista, ambos eran convocados a desarrollar su
personalidad y sus habilidades innatas. Pero, mientras las de
ellos debían enfocarse y concentrarse en el mundo del trabajo
(que además debía estar separada de la esfera privada), las de
ellas tenían que privilegiar el cultivo de los vínculos sociales:
la amistad, la familia amplia. Como esto implica multitareas,
ellas deben ser capaces de integrar emocionalmente a su
familia y vincularla con las otras familias, al mismo tiempo
que prepararse para ganarse la vida, en una profesión
donde pueda sacar partido a sus habilidades domésticas. El
discurso reafirmaba la complementariedad entre el varón –
concentrado y silencioso– y la dama que sabe cómo escuchar,
empatizar y atraer a todo el mundo. Están aquí presentados,
con toda su fuerza, los roles de la familia moderno industrial:
padre proveedor y responsable y madre en el rol expresivo9.
Más de un rol: la vida de las mujeres
Las características distintas entre hombres y mujeres estaban
instaladas desde el primer momento, ya que había secciones
9
Valdés, op. cit., 2007. Pág. 3.
))
389
diferenciadas que eran, en efecto, diversas. Los test y artículos
para ellas estaban enfocados a desarrollar actitudes y
apariencias para ser atractivas a los varones y agradar a
los demás, mientras los destinados a ellos apuntaban a
desarrollar la autonomía y a un mundo más amplio. Mientras
a ellas les proponían realizar ejercicios para mejorar su
aspecto físico, a ellos les informaban sobre cómo jugar fútbol,
imitar los golpes de James Bond y les daban datos sobre el
fútbol profesional.
Había dos dualidades que separaban a los hombres de
las mujeres. La primera era, como ya ha sido indicado, la
reformulación de la división entre público y privado. Aunque
chicos y chicas se movían, aparentemente, en el mismo plano
–colegio, paseos, fiestas– el mundo de ellas estaba arraigado
en el espacio doméstico, desde donde extraía sus mejores
cualidades para exhibirlas en la relación con los muchachos.
Sus habilidades domésticas le permitían tejerle un suéter,
prepararle un queque, confeccionarle un pequeño regalito;
la intensa disciplina en el cuidado personal de su cuerpo y
el desarrollo del gusto para seleccionar conservar e, incluso,
confeccionar ellas mismas sus atuendos; todo esto realizado
en el secreto del hogar, las habilitaba para desempeñar un
brillante papel en la vida social.
La segunda dualidad era entre activo y pasiva. Ellas debían
saber ‘dejarse llevar’; sin embargo, su pasividad era ‘ardiente’,
aparente: esa chica que se mostraba delicadamente para
ser elegida, que se adaptaba a las habilidades e intereses
masculinos, estaba apoyada en un largo trabajo tras
bambalinas, que no podía ser develado. Por eso el énfasis
estaba en no excederse en expresar su (verdadero) interés o
afecto.
Aquí observamos una diferencia en el discurso de una de
las articulistas: Graciela Torricelli. Su contenido era diferente
si hablaba a las mujeres, para quienes la modernidad era
la posibilidad y obligación de afirmarse individualmente,
dejando atrás la dependencia emocional y material. Sin
embargo, conservaba el peso de una relación sustentada en
la dependencia.
Era evidente la contradicción entre el desarrollo intelectual a
que las conminaba y la discreción con que debían manejar
sus habilidades cognitivas en el mundo público; tanto así
que la autora reconocía la injusticia de que no fuera valorada
la inteligencia en las muchachas. Por consiguiente, el
autodominio de las mujeres en este plano debía ser mayor,
porque ese control tenía que ser acompañado de la apariencia
de naturalidad y espontaneidad. De ahí la constante cuerda
floja en que se movían los rasgos positivos de la femineidad: el
autocontrol era el núcleo de la personalidad de la muchacha,
mientras que en el exterior debían expresar emocionalidad
e intuición: imaginación, vivacidad, naturalidad, alegría,
coquetería y una actitud relajada.
Probablemente aquí estaba el misterio femenino que las
chicas no debían entregar fácilmente: toda joven bien
adaptada socialmente era una actriz, cuyas máscaras caerían
lentamente solo ante el varón adecuado.
))
391
Entre ambos se establecían dos silencios: el silencio
masculino en el amor, cuya emocionalidad debía preferir los
gestos y los actos por sobre las palabras. Y el silencio público
de la inteligencia femenina, que debía contener su deseo de
expresión para no perder la imagen de la femineidad.
¿Cuáles eran los roles masculinos?
El mundo de los varones, en cambio, se abría al espacio
público desde el dominio de sí mismos, que los capacitaba
para desempeñar el evidente papel de protector, delineado en
cada detalle y de proveedor, insinuado en el hecho indiscutible
de que ellos debían financiar las actividades conjuntas.
A ellos les cabía demostrar iniciativa y buscar triunfar en la
vida; tras la responsabilidad de conseguir el dinero, estaba
la libertad de disponer de él. Por ello, el rasgo que más
debían combatir era la timidez paralizante, que les impedía
desenvolverse y actuar. La timidez, en cambio, no fue
problematizada para las chicas.
El desarrollo de la personalidad y sus habilidades innatas
en los varones tenían que estar enfocadas en el mundo
del trabajo (separado de la esfera privada), donde debían
mostrarse concentrados y responsables.
A diferencia de las mujeres, para las cuales la modernidad era
una promesa de mayores libertades, para los hombres era
el riesgo de abandonar las obligaciones de la masculinidad:
la responsabilidad material y el caballeroso respeto a
los débiles. A los muchachos también los convocaba al
autocontrol emocional, controlando la expresión verbal
de sus sentimientos, siendo protectores y respetuosos,
avanzando cuidadosamente hacia la intimidad de la joven. La
representación exterior masculina coincidía con el desarrollo
interior, limitando mucho más la expresión emocional
de los varones; pero una vez establecida en público su
masculinidad, podían –mesuradamente– expresar afectos y
mostrar debilidades.
Junto con esta representación de autocontrol y dominio, las
historias de Esto me sucedió a mí muestran una masculinidad
algo distinta. Estos relatos dieron expresión a las experiencias
de adolescentes varones de sectores medios y populares,
mostrando un mundo también más conflictivo y diverso. Los
muchachos relataban alegremente cómo se iban haciendo
hombres y forjaban su corporalidad masculina explorando su
entorno físico y social, ampliando sus límites, exponiéndose
a violencias, peligros y problemas y asumiendo los costos de
los aprendizajes, preparándose para la conquista femenina a
partir de actos y no declaraciones.
Retomando también uno de los rasgos señalados por Larraín10,
junto al modelo integrado y de clase media que mostraba la
revista en sus artículos, la marginalidad económica y social en
10
Larraín, op cit., 2004. Pág. 244.
))
393
que vivía gran parte de la población, laborando en actividades
inestables y sin protección legal, aparece esbozada en esas
historias en que los jóvenes varones en el espacio público eran
mirados con desconfianza por los adultos y los representantes
del orden, a menos que fueran ‘conocidos’. Dice mucho del
particularismo que dominaba las relaciones sociales en Chile,
en que la ley tenía diferentes significados dependiendo de la
situación de clase, del sexo y la edad, como dejan en evidencia
los relatos; los jóvenes varones estaban bajo sospecha, hasta
que demostraran su inocencia.
Relaciones de género
En términos de relaciones de género, Ritmo apuntaba a
‘normalizar’ las relaciones amorosas de los jóvenes de clase
media baja y popular, que podían salirse de cauce, velando
por la permanencia de los resultados del largo proceso de
normalización de la familia por el Estado. Las nuevas formas
de sociabilidad entre los jóvenes en las ciudades, sobre todo,
el mayor anonimato y la posibilidad de conocer y vincularse
con otros jóvenes fuera del control directo de los padres eran
una amenaza latente al buen orden familiar. De un modo
amable, afectuoso e íntimo –que no parece normativo, pero
que lo es absolutamente– los artículos trataban de evitar que
los jóvenes salieran del imaginario familiar de las clases medias.
La representación que la revista entregaba sobre cómo debían
ser y comportarse los jóvenes era muy explícita en promover
rasgos funcionales a las estrategias de reproducción y
ascenso social de los sectores medios. Las personalidades
propuestas combinaban el ethos de trabajo y esfuerzo con
las habilidades sociales que garantizaban, desde jóvenes, una
amplia red de conocidos, de personas con las cuales había
ya un primer intercambio de conocimiento en actividades
comunes, o en reuniones sociales de diversos tipos.
Pero todo esto siempre en función del proyecto individual,
encarnado en el grupo familiar constituido por la pareja y sus
futuros hijos donde, además, existía una división de tareas
entre hombres y mujeres. Lo anterior llevaba a reforzar la
necesidad de mantener la unidad familiar para ser exitoso
en un mundo injusto, ante el cual una propuesta colectiva
de cambio social solo podía conducir al agotamiento, la
amargura y la frustración.
Horizonte: el matrimonio
Para María Pilar Larraín el amor romántico era claramente
diferente al de los otros afectos, hacia amigos, padres y
hermanos, por su componente erótico que, sumado a la
ternura, cariño, respeto, amistad, sacrificio, constituía el amor
verdadero, aspiración de todos los seres humanos y, sobre
todo, de los adolescentes. Parte de su proceso de maduración
era la búsqueda de esa pareja con la cual compartir la vida; y
el pololeo, la forma legítima de realizar el proceso de mutuo
conocimiento afectivo que podía confirmar una elección
))
395
correcta o implicar un error a reconocer, para así continuar
la búsqueda.
Esta visión del amor romántico tiene elementos de
modernidad, como señala Anthony Giddens, ya que estaba
sustentada en la libertad individual y en la superioridad del
sentimiento amoroso. En la versión más clásica del amor
romántico,los elementos emocionales, sublimes, predominan
sobre el deseo sexual; aun cuando surge de una atracción
instantánea, el amor a primera vista, no era una expresión
de deseo erótico, sino un gesto comunicativo de dos seres
que intuían las cualidades del otro11. Este especial encuentro
entre las personas adecuadas era el sustento del matrimonio
moderno, llenándolo de nuevos sentidos.
El problema es que este modelo ya estaba tensionado por
la dificultad de mantener la pulsión amorosa a lo largo del
matrimonio. María Pilar Larraín insistía, incansablemente, en
que la felicidad en el matrimonio era producto de un gran
trabajo de la pareja para mantener el afecto y la atracción.
Por lo tanto, era frágil, ya que los cónyuges podían fracasar
en esa tarea. La indeseada separación estaba en el horizonte
posible de la pareja de enamorados puesto, también, que era
una realidad en el mundo que los/as rodeaba.
A esta tensión se agregó, a medida que avanzaban los años
60, el eco de los cambios en la sociedad y cultura de Europa
11
Giddens, op.cit. Pág 27.
y Estados Unidos, donde la profundización de los procesos
de individuación llevó a una crisis de legitimidad de las
modalidades físicas de la relación del hombre con los otros,
impulsada por el feminismo, la ‘revolución sexual’, las nuevas
terapias y otros aspectos de la vida social. El nuevo imaginario
reafirmaba los placeres corporales, junto con discursos que
invocaban la ‘liberación del cuerpo’, parte de lo cual era la
invocación de la juventud como una etapa que encarnaba
estos discursos e imaginarios12.
En las páginas de Ritmo estos temas llegaron en las cartas
de las y los lectores que consultaban por el uso de la píldora
anticonceptiva, que estaba al alcance de todas quienes
pudieran comprarla ya desde 1965.Una decisión editorial
de inclusión que no deja de ser interesante, ya que el relato
sobre las formas de organizar las relaciones afectivas entre
hombres y mujeres era mucho más conservador. La revista
planteaba que, en ese proceso, hombres y mujeres actuaban
roles distintos porque así eran las cosas en este mundo.
Mientras ellos tenían el papel activo de descubridores y
conquistadores; ellas eran aparentemente pasivas, y se
mostraban delicadamente ante el muchacho que habían
elegido en silencio, seduciéndolo con sutiles acercamientos,
conservando las apariencias. Chicos y chicas, por lo demás,
debían estar muy alejados de la revolución sexual… y de sus
propios deseos.
12
Le Breton, op. cit, 2002. Pág. 9-10.
))
397
Las normas del cortejo suponían iniciativa y constancia para
los varones; contención y discreción para ellas; hasta que
se produjera el momento del reconocimiento mutuo, en
que quedaba claro el deseo de ambos de comprometerse
como pareja formal. El correcto comportamiento masculino
implicaba cortejar solo a las chicas hacia las cuales tenía
intenciones formales, así como ellas no debían aceptar
avances físicos hasta haber establecido el compromiso. La
objetivación del cuerpo femenino en exhibición obligaba
a que permaneciera intocado, para aumentar su valor en el
juego de la conquista y seducción. Para María Pilar Larraín esas
normas separaban a los jóvenes serios de quienes no lo eran,
y ella exigía estas conductas a ambos sexos, reconociendo
que la transgresión era más dañina para las muchachas, ya
que arriesgaban sus futuras opciones matrimoniales.
La insistencia de la directora Larraín en que los futuros
pololos se conocieran bien antes de iniciar el compromiso
apuntaba precisamente a que, en el contexto endogámico
de la sociedad chilena, se escogieran en el círculo cercano,
garantizando el cumplimiento de las normas de fidelidad
y castidad durante el pololeo, y la posibilidad de corregir
las trasgresiones con menores costos, con matrimonios
adelantados pero, al menos, con candidatos aceptables.
Una vez formalizado el pololeo, ambos debían respetarse
mutuamente, darse muestras de afecto e intimidad; sin
embargo, él debía controlar sus deseos y ella rechazar
cualquier avance, porque las relaciones sexuales estaban
prohibidas. Si el pololeo llegaba a consolidarse, y ambos
recibidos bien por las familias de la pareja, era posible pensar
en el futuro, en contraer matrimonio, donde podrían al fin
amarse plenamente y tener hijos, cuando él estuviera en
condiciones de trabajar y ella, de llevar un hogar.
Público y privado ¿para quiénes?
Es posible sostener que los procesos de urbanización,
las migraciones campo-ciudad,ciudad pequeña-grandes
centros urbanos, la ampliación de las posibilidades de
educación formal y la movilidad social ligada a las nuevas
fuentes de trabajo en la industria y servicios públicos, habían
creado nuevas generaciones de jóvenes, cuyas familias no
contaban con esa cultura de vida urbana.
De ahí el énfasis en la importancia central de la familia
amplia, que incluía a las amistades con la cuales se compartía
e invitaba. El mejor control social de la conducta adolescente
era esa comunidad que estaba siempre observándolos.
Y la reafirmación de la amistad como fundamental para
el desarrollo personal, pero que no debía confundirse
con una entrega emocional, era complementaria. Estas
representaciones iban develando un mapa para moverse en
la sociabilidad urbana, puesto a disposición de los jóvenes.
Las habilidades sociales femeninas expuestas en la revista se
articulaban con el clientelismo que Jorge Larraín indica como
rasgo clave de la modernidad latinoamericana. Las redes
))
399
políticas chilenas, que daban acceso a trabajos y posiciones
de prestigio, sobre todo a los varones, necesitaban de la
colaboración activa de sus parejas femeninas para sostener
lazos relacionales, reafirmados en reuniones sociales o
políticas efectuadas, muchas veces, en los hogares. En un país
de pocos clubes, la casa era todavía el lugar de encuentro,
incluso en el caso de algunos personajes prominentes. La
antropologa social Larissa Lomnitz, en su trabajo sobre la
clase media nacional, habla del compadrazgo, señalando el
valor chileno de la amistad en dicho sector, amistad cultivada
desde la infancia y experimentadaen familia, mediante una
vida social intensa, hospitalaria e informal13.
En este mismo sentido, en el nivel simbólico, Ritmo
vinculaba a los hombres con los valores conservadores de la
caballerosidad, y en las relaciones sociales les demandaba una
orientación valórica moderna hacia la especificidad, es decir
a la separación entre espacios público y privado. Al mismo
tiempo, planteaba que lo esperable era que sus compañeras
atravesasen ambos ámbitos, permeando el mundo público
con la difusividad y afectividad del ámbito privado.
Estas tensiones entre mujeres que empezaban a abrirse
hacia espacios públicos, hasta entonces limitados, y hombres
que resistían a compartir las tareas domésticas estaban
bien expuestas por Torricelli. Coherente, afirmaba que si
13
Lomnitz, Larissa, “El ‘compadrazgo’, reciprocidad de favores en la clase media
urbana en Chile”. En L.L. Lomnitz, Redes sociales, cultura y poder: ensayos de
antropología latinoamericana, México, Flacso, 1994.
los varones reclaman privilegios y las muchachas igualdad,
ambos estados habían de ser ganados con trabajo.
Muy en la concepción de la época, creía que la participación
laboral emanciparía a las mujeres, atendiendo menos
a las mismas palabras que ponía en boca de las chicas
entrevistadas: la violencia simbólica de la mayor valoración de
los varones, por el solo hecho de serlo, los silencios obligados
de las muchachas, el rechazo masculino a hacerse cargo de
las tareas invisibles de organizar la vida social, la complicidad
de las familias que reproducían la subordinación. Este ruido
en la relación aparentemente fluida entre los géneros no
encontró solución en los temas de juventud.
Hay que señalar aquí una diferencia importante con los
procesos que estaban ocurriendo en el mundo desarrollado,
en que el movimiento feminista ya estaba emergiendo desde
1966. En Europa y Estados Unidos había pleno empleo y las
mujeres tenían una creciente participación en la fuerza de
trabajo, con una consecuente mayor autonomía económica,
aún cuando fuera en puestos de trabajo menos valorados y
con menores salarios que sus pares varones. Precisamente
superar aquello era una de las demandas del feminismo.
En Chile, en cambio, la desocupación era alta y los puestos
disponibles para las mujeres, pocos y mal pagados; la mayoría
de las trabajadoras eran empleadas domésticas, y las mujeres
profesionales, todavía escasas. Cuando las redactoras de
Ritmo invitaban a las jóvenes a prepararse en primer lugar
para el matrimonio, era porque en el contexto nacional era
))
401
el mejor proyecto de vida, y el trabajo remunerado, una
posibilidad indeseada en tanto hubiera significado el fracaso
del varón proveedor, más que la realización de un proyecto
personal de la mujer, posibilidad que existía solo para el
muy pequeño porcentaje que adquiría una profesión bien
remunerada.
En ese contexto, la sociedad chilena en su gran mayoría
veía los movimientos feministas como parte de un proceso
exótico, ajeno a la realidad nacional, donde las mujeres no
parecían quejarse de la situación en que estaban. Entre ellas
no había aún una reflexión crítica ante su propia condición,
salvo en un grupo que estaba a la vanguardia y que era
representado desde el mundo oficial por la revista Paula, de
la misma editorial que Ritmo.
La secularización a medias, de la que habla Ximena Valdes
y que acusaban los Mattelart –incluso en los sectores
más modernos, las clases medias– se explica aquí por el
arraigo de concepciones profundamente tradicionales de
la femineidad y masculinidad, por la noción central de la
distinción de género, a la cual Ritmo no renunciaba, pese a
esbozar la noción de igualdad de derechos, en la medida en
que ambos trabajaran. Es posible coincidir con los Mattelart
en que hay un interés común –de clase– en mantener roles
complementarios para hacer más eficiente la estrategia
clientelar de las clases medias para mejorar su posición. Pero
es en el ideal romántico donde sigue radicada la diferencia,
y que Ritmo engalana y valida para hacer la vida emocional
más intensa.
Las tensiones sociales llegan a la
Ritmo-Familia
Desde el primer momento, la directora Larraín había afirmado
la posición de la publicación ante los problemas de sus
lectores que excediesen los límites de las relaciones afectivas.
Frente a los problemas económicos o laborales, afirmaba
una orientación individualista. La solución estaba siempre
en manos de los jóvenes quienes, mediante una actitud
positiva, sin acomplejarse por sus carencias, cualquiera que
ellas fueran, y trabajando incansable y esforzadamente por
lograr sus metas, sacando el mejor partido a lo que tuvieran,
lograrían sobrepasar las dificultades. Aun reconociendo que
la sociedad era injusta, no aceptaba el argumento de que
los problemas provenían del orden social, en el cual habían
tenido menos oportunidades que otros. Eso era un dato
inmodificable de la causa: solo podían cambiar los individuos.
En función de una sicología común, la de la juventud, todos los
lectores en tanto tales –y ella misma–eran iguales, negando
las enormes diferencias que existían dentro de la sociedad
chilena. Afirmaba el total apoliticismo de la publicación, ya
que la política era totalmente perniciosa porque dividía a la
gente y el propósito de la publicación era, precisamente, unir
a la juventud en torno a objetivos sanos y positivos.
Esta posición difícilmente podía ser compartida por el
subdirector Alberto Vivanco y la redactora Graciela Torricelli,
como lo demuestra la posterior actividad editorial de ambos
en Quimantú, la editorial estatal durante la Unidad Popular.
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Estas diferencias cobraron mayor peso en el contexto de
radicalización de las luchas políticas y sociales del período. La
salida de Vivanco se fraguó a fines de 1967, para concretarse
en marzo de 1968 y, más allá de la disputa sobre los cantantes
que aparecerían en portada, puede pensarse que la absoluta
prescindencia de los problemas sociales que defendía la
directora no era aceptada por Vivanco, en momentos en que
esos mismos adolescentes estaban en las calles formando
parte de las movilizaciones cada vez más frecuentes a partir
de 1967, y mientras en las universidades era cuestionado
el orden tradicional adulto, reclamando participación en
las decisiones. A pesar de las pretensiones editoriales de
apoliticismo, la revista no escaparía al escrutinio de los
actores sociales cuestionadores del orden social.
Es sugerente que en ese contexto, en septiembre de 1967,
Larraín hiciera una exaltada defensa de la juventud y de su
derecho a andar –los hombres– con el pelo un poco largo,
con camisas de lunares o colores novedosos y las chiquillas
a usar pelo liso y largo, falda corta, medias de colores y
bailar a go-go. En su mayoría, afirmaba, eran jóvenes sanos
y estudiosos y no podían ser confundidos con una minoría
rayana en la delincuencia.Estaba implícito el rechazo a dos
grupos de jóvenes, minoritarios en su opinión: los rockeros
y los hippies, de cuya moralidad sospechaba, viéndolos
partidarios del amor libre y del consumo de drogas y, por otro,
los estudiantes movilizados, a los que criticaba por violentos.
Esta visión integradora de Larraín fue cuestionada por varios
participantesde la sección Conversando, que criticaban el
punto de vista de la revista, también a partir de esas fechas,
entre noviembre de 1967 y junio de 1970. Más allá de ser
interesante el que las hayan publicado, permite imaginar
que había más correspondencia en el mismo tono, y
suponer que le servían para dar una imagen de amplitud
de criterio y reafirmar la ideología tras la línea editorial. Las
críticas, provenientes de lectores con alto nivel educacional,
apuntaban a la superficialidad de la revista, que no reflejaba
la realidad mundial. La respuesta, basada en el gran tiraje de la
revista, era que a los adolescentes chilenos no les interesaban
esos problemas, tan lejanos, como la guerra de Vietnam o la
segregación racial en Estados Unidos.
Otra línea de críticas venía de lectores de sectores populares,
que criticaron el sesgo centralista y de clase apreciable en
el concurso Miss Ritmo. La respuesta de Larraín, negabaque
el barrio o colegio de las candidatas influyera e intentaba
escamotear lo que era visible a los ojos de cualquier chileno
o chilena: que la estratificación social en Chile eran una
realidad tan dura simbólicamente que bastaban pocos datos
para clasificar a las postulantes.
Social y étnicamente, Ritmo se representaba en una
adolescente de clase media, con fenotipo europeo y buenos
modales, como habían sido largamente descritos: es decir,
no precisamente como una típica lectora de la revista. Este
contraste entre la realidad cotidiana de los Ritmo lectores y
el mundo ideal y sin problemas que la revista presentaba,
es observable también en las consultas de la sección
Conversando.
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¿Revolución sexual? ¡No!
Las cartas de los lectores dejaban ver que las reglas,
aparentemente tan claras y sencillas de la directora, dejaban
mucho espacio para la confusión adolescente. La presión
social ejercida en los varones para mostrarse heterosexuales
y deber de éxito con el otro sexo los llevaban a iniciar
relaciones sin sentirse enamorados y a presionar a las chicas a
aceptar besos sin compromiso, sobre todo cuando se sabían
fuera de las miradas del círculo social cercano. Y a ellas, las
llevaban a precipitarse aceptando avances masculinos sin
haber logrado el compromiso previo, y también a coquetear
con varios muchachos a la vez, arriesgando en ambos casos
su prestigio de ‘muchacha seria’.
En estos mensajes era posible ver la gran diversidad de
situaciones que atormentaba a los Ritmo-lectores, desde el
temor o la falta de deseo erótico en las muchachas, a pololos
que no se atrevían a besarlas, revelando la rigidez de la
educación recibida desde las familias; a chicos y chicas con
pololeos simultáneos, a otros que estaban enamorados de
la pareja de un amigo o amiga; pololos que desaparecían sin
más explicación, revelando que la distinción entre ‘serios’ y ‘no
serios’ era más difusa de lo que Larraín postulaba.
Las relaciones de maltrato entre parejas de adolescentes
no eran escasas, si juzgamos por la cantidad de consultas
publicadas, las que incluso revelaban golpes por parte
de varones. En este sentido, Larraín siempre censuró la
violencia física y emocional en las relaciones de pololeo,
por considerarla expresión de la pérdida de respeto y de
amor, rechazando el argumento de los celos como excusa
y censurando a quienes abusaban de una mejor posición
social respecto a la pareja.
En ese contexto de control parental y rígidas normas, es bien
reveladora la permanente publicación de cartas contando
diversas transgresiones. Muchachas que pololeaban a
escondidas de los padres; otras que habían cedido a las
presiones de sus pololos para dar la ‘prueba de amor’;
muchachos que alegaban amar a las pololas a las que habían
‘hecho suyas’; jovencitas enamoradas de hombres casados,
incluso pololeando con ellos. Casi todos arrepentidos
o confundidos, e invocaban la fuerza del amor como
justificación de sus actos, sin cuestionamiento de las normas.
Pero eso estaba empezando a cambiar.
En este período se iniciaba en Chile la distribución de
anticonceptivos por medio de los programas de planificación
familiar en los servicios públicos de salud, y su venta libre
en farmacias a partir de mitad de la década. El acceso a los
anticonceptivos modernos modificó las vidas de las mujeres
casadas, que limitaron sus embarazos, siendo esto la causa
principal de la caída en la fecundidad. Para la mayoría de las
mujeres solteras y, sobre todo, las más jóvenes, que tenían
que pagar para obtenerlos, su uso implicaba contradecir
todas las normas sobre la sexualidad femenina que regían
hasta el momento. Tuvo igualmente gran efecto en el
imaginario social, abriendo a las muchachas la posibilidad de
ceder al deseo de ellas y de sus parejas de tener relaciones
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sexuales sin estar casados. Así como aumentó la presión
de los varones para acceder sexualmente a sus pololas, ya
que desaparecía la excusa del temor al embarazo. Bien lo
percibió la directora Larraín, al responder una carta diciendo
que, al desaparecer de la vida de la mujer actual el miedo al
embarazo, “tristemente, pareciera que cualquier otro problema
moral ya no existe”. Desaparecía así la última barrera, muy
débil, de la mirada conservadora sobre el sexo.
“Pórtense bien… si es que pueden”
Esta admonición con que Larraín solía cerrar sus editoriales
refleja muy bien la ambigüedad de las representaciones de
Ritmo y su esfuerzo por mantenerse entre dos aguas.
Las representaciones de género de la publicación
flexibilizaban los roles y los adaptaban a los tiempos
modernos, insistiendo en que las chicas estudiaran y se
preparan para la posibilidad de trabajar, y en que ellos no
perdieran los buenos modales y el sentido de responsabilidad.
Por medio de una educación social y sentimental sustentada
en el amor romántico, donde las protagonistas ocultas de las
aventuras sentimentales eran ellas, seductoras de varones
caballerescos que creían conquistarlas, se mantenía la lógica
binaria, de roles esencialmente distintos. Los privilegios
femeninos estaban basados en la habilidad para manejar
la dominación masculina, revertiéndola a su favor; pero,
finalmente, manteniendo la jerarquía.
La posibilidad de articular una identidad colectiva como
mujeres en esta representación social está erosionada por la
fuerza de la noción de complementariedad de los roles de
hombre y mujer. Aún la versión moderna de Torricelli que
apuntaba a la construcción de la individualidad, el desarrollo
personal mediante la cultura, similar para los dos sexos,
contenía todavía el mandato para las chicas de disimular sus
dones, adecuándose al menos formalmente a los de gran
organizadora familiar y animadora de la vida social.
Más fuerte era la complementariedad en la versión romántica
de Larraín, en que la vida no se entendía si no era en pareja
y en que el amor era el eje de la experiencia vital de las
muchachas. El tiempo que ellas tenían que destinar a
convertirse en muchachas encantadoras (y casaderas) torcía
el énfasis en el desarrollo personal.
Dentro de esa línea editorial central, un gran aporte de la
revista fue la apertura a los/as lectores, que permitió poner
en juego las dos realidades: la normativa de la revista y
la real, la que ellos/as vivían. La vitalidad y el éxito de este
medio de comunicación tuvo sustento en su porosidad para
dar espacio a los problemas juveniles del ámbito privado,
en un tiempo de constantes cambios, donde era fácil estar
confundidos, y en que muchas veces la ola de los cambios
obligaba a todos a modificar sus conductas. Pero la división
entre público y privado estaba precisamente en cuestión, y
la pretensión de hacer de esta publicación un feliz mundo
privado para los Ritmo lectores no resistía la constatación de
las discriminaciones que la mayoría de ellos vivía a diario.
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La tolerancia moderna ante las transgresiones al orden
que daban cuenta los y las lectoras actualizaba uno de los
rasgos más arraigados en la sociedad chilena, el viejo ‘se
obedece, pero no se cumple’. Como en siglos anteriores, la
revista invitaba a las y los pecadores a arrepentirse y a no
volver a pecar para reincorporarse a la condición de jóvenes
serios, sanos, alegres que tenían los Ritmo-lectores, cerrando
hábilmente la posibilidad de preguntarse si era realmente
pecado o era posible pensar en un cambio real de las
estructuras que entretejían las dominaciones sociales, en las
cuales la de género era, en la época, la más firme y la más
invisible.Los casos particulares se resolvían por la vía del errorperdón-regreso. Sobre todo, no había una convocatoria a una
reflexión sobre la responsabilidad individual que involucrase
ya fuese una profunda expiación, o un cuestionamiento de
normas que estaban resultando claramente opresivas.
Entre la representación integrada y clasemediera de la revista
y las vidas cotidianas de la mayoría de los jóvenes, con sus
carencias materiales, con el fuerte control social de las familias
y la escuela, las revistas (con el cine y las canciones) aparecían
casi como un mundo mucho más libre, espontáneo y donde
los adolescentes eran –aparentemente– protagonistas y
ejercían las nuevas libertades. Ensayaban sus aventuras donde
corrían los límites de lo posible, con miedos y dificultades.
Ni enajenados ni revolucionarios, los jóvenes lectores se
abrían a la vida encontrando un panorama político social
de ascendente confrontación, que los haría salir fuera de los
edulcorados límites del Ritmo-mundo.
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“Ritmo revisitado” es una investigación que retrata de modo interesante, profundo y ameno un momento trascendental en la
historia del país, desde un punto de vista poco recurrido como
lo es el género. Su autora, la socióloga y Master en Ciencias Sociales Silvia Lamadrid, construyó con este tema su tesis para
postular al grado de Doctora en Historia por la Universidad de
Chile.
Se trata, por lo demás, de una búsqueda que recurre a fuentes
históricas hasta hace poco no consideradas por la historia oficial
–como los medios de comunicación– pero que la historiografía
actual toma en consideración por tratarse de vestigios vivos de
actores sociales. El texto rescata la pequeña historia, la cotidiana, develada en los textos de los consejos que la revista entregaba y en los aconteceres de las vidas de sus lectores/as que ellos/
as comunicaban con este medio.
Analizadas con instrumentos de la teoría de género las secciones
más valóricas de la revista Ritmo, hecha en el país, releva la importancia de la perspectiva de género en los estudios históricos,
para enriquecer la comprensión de los procesos de transformación de la sociedad chilena, incorporando la mirada de nuevos
actores.
Dirigido a todo público, este libro es una mirada inédita a una
revista de gran tiraje y venta en Chile, como Ritmo, surgida
en una época de grandes cambios societales y culturales en el
mundo y en el país.
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