Cecil Bowra, “El héroe” (Heroic Poetry, Londres, 1961, cap. III, pp. 91-131) En la poesía de acción heroica las partes principales se asignan a hombres de dotes superiores, que son presentados y aceptados como más importantes que otros hombres. Aunque buena parte de su interés yace en lo que les sucede y en las aventuras por las que pasan, también hay igual interés en sus caracteres y personalidades. Sus historias son más absorbentes porque ellos son lo que son. El destino de Aquiles, Sigurth o Roldán es el destino no de cualquier hombre abstracto, sino el de un ser individual que es ambas cosas, un ejemplo de hombre superior, pero también enfáticamente él mismo. Los héroes despiertan no solamente el interés por sus acciones, sino también admiración, y a veces incluso sorpresa, por ellos mismos. Puesto que la poesía heroica trata de acción y apela al amor a la valentía, sus principales figuras son hombres que despliegan esa valentía en un alto grado, porque sus dotes son de una calidad muy especial. Esto no significa que todos los héroes sean de una misma clase. Del mismo modo que hay más de una clase de excelencia humana, también hay más de una clase de héroe. Las diferentes clases reflejan no solamente diferentes etapas en el desarrollo social, sino también diferentes perspectivas metafísicas y teóricas que la concepción de un héroe presupone. Un héroe difiere de otros hombres en el grado de sus poderes. En la mayor parte de la poesía heroica, estos son específicamente humanos, aun cuando son llevados más allá de los límites de lo humano. Aun cuando el héroe tiene poderes sobrenaturales y es más formidable gracias a ellos, estos apenas logran suplementar sus dotes esencialmente humanas. Lo primero que despierta es admiración, porque tiene una gran abundancia de cualidades que otros hombres poseen pero en un grado menor. La poesía heroica nace cuando la atención popular se concentra no en los poderes mágicos de un hombre sino en sus virtudes específicamente humanas, y aunque la concepción de este héroe puede tener algunos vestigios, de puntos de vista anteriores, es admirado, porque satisface nuevos modelos que establecen un alto valor a quien sobrepase a otros hombres en cualidades que en algún grado todos poseemos. En la poesía preheroica la magia juega un rol totalmente diferente, y el énfasis en las cualidades humanas es mucho menos fuerte. El hombre principal tiene un lugar privilegiado porque es un mago y sabe cómo controlar los poderes sobrenaturales. Un típico ejemplo se puede ver en los lays finlandeses incorporados en el Kalevala, donde los principales personajes no son guerreros que prevalecen por la fuerza y el coraje, sino magos, que se destacan por la destreza y el conocimiento especial. Por ejemplo, cuando Väinämöinen, Ilmarinen y Lemminkainen roban el Sampo misterioso y lo sacan del barco, son perseguidos por la Señora de Pohjola en un barco de guerra, y sigue una batalla que se desarrolla de una forma muy inusual; cuando Väinämöinen ve el barco que viene persiguiéndolos, crea un arrecife en el cual se destruye el otro barco. Entonces la Señora de Pohjola se convierte a su vez en un monstruo volador temible y lleva a todo su ejército por el aire para asaltar a los finlandeses desde el mar. Cuando ella se para en el mástil, Lemminkainen la ataca con una espada, pero en tal mundo las armas son inútiles, y ella es vencida solo cuando Väinämöinen la asalta mágicamente con un timón y una lanza de roble. Luego ella cae y todo su ejército junto con ella. En la poesía tradicional finlandesa el hombre superior prevalece por conocimientos especiales; es el representante de una sociedad en la cual el sacerdote-mago es una persona muy importante. Pero su atractivo poético es limitado. No causa la admiración común por su poder físico al que apela la poesía heroica. La emancipación de la poesía heroica del ideal del mago puede ser ilustrada desde dos países cercanos a Finlandia. La poesía autóctona de Estonia y del norte de Rusia muestran algunos parecidos con la de Finlandia y tiene algunos temas e historias en común. Pero ni en Finlandia ni en Rusia el mago es el personaje principal. Puede haberlo sido alguna vez, pero ha sido superado por un héroe real. Los poemas rusos se aproximan a los finlandeses cuando cuentan la historia del héroe primitivo Volga, quien puede cambiar su forma convirtiéndose en una orca en el mar, un halcón en el cielo, un lobo en la planicie, y vencer al zar turco convirtiéndose en un lobo gris que mata a sus caballos o en armiño que arruina sus armas. Esto es propio del estilo finlandés y sugiere que aun cuando Volga es una versión distante de algún héroe histórico como Oleg, ha tomado algunas características de los magos como Väinämöinen. Pero Volga no es primordialmente un mago. Él usa sus dotes para pelear por su país y tiene características de un príncipe medieval, cuando reúne una banda (druzhina) de compañeros fieles en la cual es “el hermano mayor” entre “los hermanos menores”, con los cuales caza y pesca, se encarga de que el tributo sea adecuadamente pagado, castiga a quienes destruyen puentes y organiza la defensa de su país contra enemigos extranjeros. En Volga el tipo más viejo del mago pasa al verdadero héroe, pero aún conserva algunas características tempranas. En los lays de Estonia, que Kreutzwald incorporó al Kalevipoeg, la emancipación es más consciente y más enfática que en los poemas rusos sobre Volga. El héroe principal es Kalevipoeg o hijo de Kalev, conocido en el Kalevala como Kullervo. Su padre Kalev parece ser un héroe auténtico puesto que es posible que sea el mismo Caelic, a quien Widsith hace rey de los finlandeses (Widsith, 20). El mismo Kalevipoeg es un gigante de fuerza prodigiosa, pero aunque sus acciones están más allá de las que el hombre común puede hacer, triunfa por la superabundancia de sus cualidades humanas. Sus principales enemigos son brujos y magos. Su madre, Linda, es secuestrada por un brujo finlandés cuya declaración ella había rechazado. Kalevipoeg va a Finlandia y asesina al brujo, después de una gran lucha contra ejércitos completos que el brujo había creado soplando plumas. En este encuentro el poder físico se enfrenta a poderes mágicos y los vence por la fuerza de las armas. La diferencia entre los ideales finlandeses y estonios se puede ver en el tratamiento de Kullervo en el Kalevala. Su personalidad y sus poderes son casi los mismos en el Kalevipoeg pero es ridiculizado como una pobre criatura que carece de inteligencia y llega a un final previsible cuando se mata con su propia espada. Väinämöinen lo juzga como alguien que ha sido malcriado: Nunca la gente, en el futuro, críe a un chico de manera torcida, acunándolo de una manera estúpida, calmándolos para que duerman como extranjeros. Los chicos criados de un modo equivocado, los muchachos así acunados de una manera estúpida, no crecen con inteligencia, ni adquieren la discreción del hombre, aunque llegan a viejos, y llegan a ser bien desarrollados físicamente. (Kalevala, XXXVII, 351-360) Los poetas estonios se ocupan de la muerte de Kullervo con un espíritu diferente. Ellos también cuentan que se mata con su propia espada, sobre la cual ha jurado que mataría a su enemigo, el brujo; pero el hecho de que Kullervo sea víctima de su propia arma solo ayuda a mostrar cuán poco heroica y cuán repugnante es la magia. El héroe no debería haberla usado, y puesto que lo ha hecho, sobreviene su ruina. El proceso de cambio de una perspectiva chamanística a una puramente heroica se puede ver en algunos poemas yakutos en los cuales los personajes principales son chamanes pero de ninguna manera menos heroicos. Ellos necesitan la magia porque sus oponentes generalmente son demonios o brujos, pero cuando llegan a la prueba final, es el poder físico lo que cuenta, como cuando Er Sogotokh lucha contra Nyurgun: Ellos se precipitaron unos contra otros con las manos hacia adelante. Comenzaron a golpearse unos a otros con sus manos, el estruendo era como el retumbar del trueno en la tormenta, ellos dispararon sus manos y martillaban unos a otros con sus puños sobre las costillas, de esa lucha dicen que un león lloró, dicen que granizo y nieve comenzaron a caer, y dicen que un grueso bosque se desplomó. (Yastremski, p. 28) En otro poema los personajes principales son dos mujeres que tienen poderes chamanísticos, Uolumar y Aigyr. Si ellas no son del calibre de Guthrun, ni acostumbran usar las armas de los hombres como ella, no por ello dejan de ser valerosas y aventureras cuando son perseguidas y secuestradas por espíritus demoníacos. Ellas enfrentan al rey de los muertos y por una mezcla de habilidad y valentía ganan su libertad y son devueltas a sus casas, donde su valor es recompensado por el nacimiento de hijos que llevan a cabo grandes proezas (idem, 122-154). Los poetas yakutos pertenecen a un mundo donde el chamán es todavía una persona importante que guía la vida religiosa y aun la social de la tribu. Por lo tanto los poetas no van a ridiculizar al chamán pero son suficientemente conscientes del valor de lo heroico para atribuirlo aun a mujeres que practican la magia. Ellos se encargan de que, en acciones violentas, la fuerza y el coraje resulten, al final, más acreditados que las dotes sobrenaturales. Una vez que la sociedad concibe al héroe como un ser humano que posee en un grado notable cualidades de cuerpo y mente, los poetas cuentan cómo este hace su carrera desde la cuna hasta la tumba. Él es un hombre marcado desde el comienzo, y es simplemente natural conectar su superioridad con un nacimiento y una crianza inusuales. Los héroes más grandes son considerados tan maravillosos que no pueden ser totalmente humanos, sino que deben tener algo divino. Así Gilgamesh es “dos tercios divino y un tercio humano”, y su compañero Enkidu, aunque no tiene linaje divino, está hecho del barro del desierto por la diosa Aruru, para ser el doble de Ninurta, el dios de la guerra. Aquiles es el hijo de una diosa, como se enorgullece de señalar a los hombres que le son inferiores (Il., XXI, 109). También lo es el troyano Eneas (idem, XX, 208 ss.), y en una generación previa, Heracles, como Perseo, eran hijos de Zeus. Los héroes asiáticos a menudo nacen en circunstancias extrañas. El narto Uryzmag nace en el fondo del mar (Dumézil, p. 24 ss.), mientras que Batrazd nace de una mujer que ha sido mantenida virgen en una alta torre (idem, p. 50 ss.). Los armenios Bagdasar y Sanasar nacen porque su madre bebe de una fuente mágica (David Sasunskii, p. 11 ss.). Otros héroes como el kara-kirguís Manas y el uzbeco Alpamys nacen cuando sus padres son muy viejos, y los nacimientos son considerados como obra directa de los dioses en respuesta a oraciones. Un caso particularmente elaborado es el del cananeo Aqhat, cuyo padre lleva a cabo una vigilancia de siete días y siete noches en el santuario de Baal, con el resultado de que Baal intercede ante el dios supremo El, y a su debido tiempo nace Aqhat (Gaster, p. 270 ss.). Cualquiera sea la índole del nacimiento de un héroe, y por supuesto a menudo esta es lo suficientemente natural, se lo reconoce desde un principio como un ser extraordinario, cuyas características y desarrollo físico no son los de otros hombres. Hay algo en él ya predeterminado y premoniciones de gloria suelen acompañar su nacimiento. Cuando Helgi Hundingsbane nace, dos cuervos dicen: Se encuentra vestido con traje de mensajero el hijo de Sigmundo de medio día de edad, el día ha llegado; sus ojos brillan mucho como los de los héroes, él es amigo de los lobos, estamos muy felices. (Helgakvitha Hundingsbana, I, 6) En el mismo espíritu el kara-kirguís Alaman Bet, nacido en China, enumera de los signos que acompañaron su nacimiento: Cuando salí del vientre yo asusté a los lamas con mi llanto, al parecer yo gritaba ¡Islam! cuando fui levantado del suelo una llama surgió de él. (Manas, p. 175) Cuando nace Manas, su padre, encantado, da una fiesta, en la cual los huéspedes prevén un gran futuro para el niño diciendo que va a superar a los demonios y a los chinos. Cuando todavía está en la cuna, Manas comienza a hablar, y su padre le da un caballo, proclamando que ya estaba listo para montar (Radlov, V, p. 2 ss.). Cuando Heracles todavía está en pañales, estrangula a dos serpientes que Hera ha mandado para matarlo (Píndaro, Nem. I, 37 ss., presumiblemente de una fuente épica). La carrera del héroe comienza temprano y muestra qué clase de hombre va a ser. Una vez nacido, el héroe crece rápidamente en fuerza y estatura. Los poetas armenios tienen una fórmula para este desarrollo: Otros chicos crecen por años, pero David crece por días. (David Sasunskii, p. 142) y muestran cómo son estos prodigios infantiles, como Sanasar y Bagdasar: Los chicos crecían día a día, tenían un año pero parecían niños de cinco años; salían a jugar con otros niños pero los peleaban, los derrotaban y los hacían llorar. Cuando habían pasado cinco o seis años, Sanasar y Bagdasar eran hombres fuertes y valientes. (Ibid., p. 15 ss.) El griego Digenis Akritas es de la misma estirpe: Cuando tenía un año de edad tomó una espada; cuando tenía dos levantó una lanza; y cuando solo tenía tres años, los hombres lo tomaron por soldado. Fue al extranjero, los hombres hablaron de él, diciendo que de nadie él tenía miedo. (Legrand, p. 187) Digenis monta su caballo, se va a las montañas, desafía a los sarracenos, a quienes pone en retirada en acciones de fuerza y toma sus caballos. Si no hay seres humanos disponibles, el joven héroe puede impresionar con su personalidad a elementos naturales y animales, como hace el ruso Volga: Cuando Volga Buslavlevich tenía cinco años, el señor Volga Buslavlevich avanzó por la tierra húmeda, la madre tierra húmeda fue rasgada y las bestias se escaparon hacia los bosques, los pájaros volaron hacia las nubes, y los peces se esparcieron en el mar azul. (Gilferding, II, p. 172) Una vida así comenzada llega rápidamente a su clímax. Manas, después de su portentoso comienzo, en seguida se mueve hacia una vida de acción. A los diez dispara una flecha tan bien como un chico de catorce años, y pronto es un guerrero hecho y derecho: Cuando se convirtió en príncipe, se apoderó de moradas principescas; sesenta padrillos y una centena de potrillos de tres años de edad se llevó desde Kokand; ochenta jóvenes yeguas, mil kymkar trajo de Bokhara; los chinos se establecieron en Kashgar, él se fue a Turfán, los chinos se establecieron en Turfán, él se fue aún más lejos a Aksú. (Radlov, V, p. 6)1 A los quince años el armenio Mher estrangula un león con sus propias manos (David Sasunskii, p. 107 ss.); a los dieciséis el calmuco Dzhangar roba los caballos de un enemigo (Zhimunskii-Zarifov, p. 321); a los catorce el uzbeco Alpamys invade el país de los calmucos (idem, p. 323). El héroe bate récords desde el primer momento y es un hombre maduro cuando otros son todavía muchachos. El héroe posee esas cualidades de cuerpo y carácter que le traen éxito en la acción y por las cuales es admirado. Puede ser fuerte, o rápido, o sufrido, o ser una persona de recursos, o elocuente. No todos los héroes poseen la gama completa de estas cualidades, pero todos tienen una porción de ella, y lo que importa no es tanto la variedad de las cualidades sino el grado en que las posean. Un héroe se diferencia de otros hombres por su fuerza peculiar y energía. Tal como los griegos lo definen, como quien tiene un dunamiz o poder especial, del mismo modo en todos los países es quien es dueño de una fuerza copiosa, desbordante y segura, que se expresa en la acción, especialmente en la acción violenta, y le permite hacer lo que está más allá de los mortales ordinarios. Esto se despliega comúnmente en la batalla, porque esta provee las pruebas más rigurosas no solamente de fuerza y coraje sino también de recursos y decisión. Los héroes más grandes son, primordialmente, hombres de guerra. Pero, aun en batalla, lo que realmente importa es la fuerza heroica, el espíritu decidido que inspira a un hombre a tomar riesgos prodigiosos y le permite superarlos con éxito, o por lo menos fracasar con distinción gloriosa. Su conducción y vigor peculiares explican por qué a menudo los héroes son comparados con animales salvajes, como los guerreros uzbecos son comparados con leones, tigres, osos, lobos o hienas (idem, p. 306), o los guerreros homéricos con cóndores, leones, jabalíes y animales por el estilo; mientras que Aquiles mismo, semejante a un poder irresistible de la naturaleza, es comparado a su vez con un río desbordado, una estrella fugaz, un cóndor que se arroja sobre su presa, un fuego que está incendiando un bosque o una ciudad, un águila apoderándose de un cordero o un niño. Héctor sabe lo que este poder significa cuando decide enfrentarlo: A él voy a enfrentar en batalla, aunque sus manos son como el fuego que consume, las manos son como el fuego que consume, su poder es como el hierro que brilla. (Il., XX, 371-2) Este es el héroe esencial en su embestida irresistible y su poder de destrucción. Estas cualidades se ven en forma más aguzada cuando la moral del héroe es elevada, y sus pensamientos se convierten en acciones valerosas. La sola perspectiva de una batalla es suficiente para inflamar sus pasiones y desear ardientemente la acción, como el héroe serbio Milos Stoicevic, cuando sale a pelear con los musulmanes: Me voy como mi caballo guerrero lo desea, puesto que mi corcel está sediento de ir a la batalla, y en mi brazo derecho la fuerza está brotando, él de buena gana jugaría un rato con los musulmanes, en mi cintura la espada está sedienta de sangre, es la sed de sangre de héroes, debo apagar la profunda sed de mi sable, apagarla con la sangre de los héroes turcos. (Karadzich, IV, p. 200) El mismo espíritu está presente en el Kalevala, aunque está desplegado en Kullervo, a quien los poetas desprecian. Cuando él sale a la guerra, él la anticipa exultante: Si yo muero en la batalla, hundiéndome en el campo, es hermoso morir entre el ruido de las espadas, es exquisita la fiebre de la batalla. (Kalevala, XXXVI, 28-32) Cuando comienza una batalla, los héroes dan sus golpes con fuerza que aturde y con placer delirante. La amistad de Gilgamesh y Enkidu comienza con una tremenda lucha entre ellos en la cual cada uno muestra una energía prodigiosa: Enkidu trabó la puerta con su pie, no iba a permitir la entrada de Gilgamesh. Ellos miraban fijamente y resoplaban como los toros, el umbral fue sacudido, la pared tembló, mientras Gilgamesh y Enkidu se miraban fijamente y bufaban como toros, el umbral fue sacudido, la pared temblaba. (Gilgamesh, II, vi, 10-15) Cuando Roldán ve a los sarracenos ante él, se convierte en una bestia salvaje: Cuando Roldán ve que debe combatir se lo ve más feroz que un león o un leopardo. (Roldán, 1110-11) Este espíritu se puede trasladar a todo un ejército, cuando el llamado es suficientemente fuerte y una situación desesperada requiere un coraje desesperado. Es así como los griegos luchan en Missolonghi sitiada por los turcos en 1822: Los marineros están luchando con los cañones y trabucos, los otros han desenvainado sus espadas y pelean con el hierro desnudo, los comerciantes y los artesanos están peleando como locas serpientes, ellos disparan sus rifles temerosamente y están armados con dagas filosas y largas; nunca piensan en la muerte, se mueven como leones, gritan, llaman a los turcos, y les hacen burla con risa, solo esperan ayuda para poder caer sobre ellos y destruirlos. (Legrand, p. 130) La vitalidad de los héroes agudiza su deseo de batalla, y se transforma en un frenesí y una furia sobrehumanos. El poder que los héroes despliegan en acción se puede sentir en su sola presencia. Cuando ellos aparecen, los otros hombres los reconocen como superiores y se preguntan quiénes son. Por lo tanto, cuando el héroe uzbeco Alpamys encuentra por primera vez al calmuco Karadzhan, quien luego será su devoto amigo, Karadzhan dice: Tu belleza es como la luna de los cielos, tus cejas las comparo con el arco doblado, en forma tú eres como el halcón gris azulado, cuando te sientas ahí, aflojando tus riendas, eres como un señor que tiene innumerables ovejas. Hermoso señor, ¿a dónde estás yendo? ¿de qué extraño diamante estás hecho? Tal guerrero como tú no pudo haber nacido de una madre humana, ¿de qué nido hiciste tu primer vuelo? (Zhirmunskii-Zarifov, p. 309) Alpamys pertenece a la clase de héroes, como Aquiles o Sigurth, que son eminentes por su belleza. Pero la belleza no es necesaria a los héroes. No se le atribuye a Roldán o Beowulf o Manas. Algunos héroes, como Odiseo, pueden ser fascinantes pero bajos de estatura o de contextura robusta. La apariencia de un héroe revela su esencial superioridad y lo distingue de otros hombres. Hay algo diferente en él que revela fuegos inusualmente fuertes en su interior. La sangre divina a veces puede ayudar, pero tampoco es esencial. Es su superabundancia de vida lo que distingue a los héroes cuando emana de sus ojos o se trasluce en sus gestos o en sus voces. Así el poeta calmuco describe a Dzhangar: Sus bigotes son casi como las alas de las águilas, el aspecto de sus mágicos ojos negros es como el halcón listo para lanzarse sobre la presa. (Dzhangariada, p. 97) El kara-kirguís Manas pertenece a la misma estirpe y causa el mismo temor cuando se exalta: Cambia el aspecto en la cara de Manas, en sus ojos ardía un horno, era un dragón viviente... Su mirada parecía de medianoche, enojada como un día nublado. (Manas, p. 54) A veces una apariencia temible se combina con una voz cuyos tonos producen silencio y asombro. Cuando Iván el Terrible está divirtiéndose en un banquete, sus acciones son formidables aun en su misma trivialidad: El terrible zar Iván Vasilevich se estaba divirtiendo, fue a sus apartamentos, miró a través de su ventana de cristales, peinó sus negros rizos con un pequeño peine. Cuando abrió su boca y anunció que en todos sus dominios no había más traidores, el efecto fue espantoso: Entonces ellos temblaron ante él, sus súbditos estaban aterrorizados, no podían pensar una respuesta, el más alto se escondía detrás del más pequeño, y el más pequeño, por su parte, estaba mudo. (Kireevski, VI, p. 55; Chadwick, 194) Frente a este modesto efecto podemos señalar la magnífica escena en la Ilíada, cuando Aquiles, habiendo decidido volver a batalla, se para en la plataforma y eleva tres veces su grito de batalla. //...// (Il., XVIII, 225-31). El miedo y la destrucción causados por la simple vista de Aquiles y el sonido de su voz son signos de su tremenda fuerza. Aunque la fuerza física es una parte esencial de las dotes del héroe, él no es un animal, ni carece de inteligencia. Por el contrario, su sabiduría es otro de los signos que lo hacen superior a otros hombres, y su empleo para asegurar finales gloriosos es muy lícito. A pesar de que la acción directa es más impresionante, en muchos casos resulta imposible. En un primer nivel puede argumentarse que, ya que el designio principal del héroe es desplegar su propia inteligencia y conseguir lo que desea, no hay razón para que este no use ardides. Cuando Manas pelea con Er Kökchö, gana la primera vuelta en una pelea muy difícil; después Er Kökchö propone un enfrentamiento con armas de piedra, y Manas lo pierde cuando es golpeado por Er Kökchö, y vuela herido en su caballo. Cuando Er Kökchö, caballerosamente, trata de curar las heridas de Manas, este se vuelve y mata al caballo de su oponente (Radlov, V, p. 72). Esto no es leal, pero se acepta bajo el principio de que todo está permitido en guerra. De hecho, podría haber para esto otra interpretación: un héroe como Manas es tan grande que le está permitido desplegar sus poderes como desee. Hay otros casos de esta índole –especialmente se destaca en este sentido Mher, el Joven de Armenia–, pero no son muy comunes y, ciertamente, no es la regla general. Por lo general, si el héroe se vale de trampas, lo hace porque usarlas resulta tan peligroso como la fuerza, y es, en determinadas circunstancias, el único medio de acción. El artificio y la estratagema tienen sus propios peligros, como Abu Zeyd, el héroe de El robo de la yegua, lo ilustra en alto grado. Él es un formidable hombre de acción que no puede ser vencido en lucha abierta, pero para esta prueba particular –el robo de una yegua muy bien guardada–, la astucia es el único medio posible y justificable, porque el trance es extremadamente arriesgado y ser descubierto significa la muerte. Abu Zeyd se introduce en su ardid con todo el espíritu intrépido y amor a la aventura que muestra en el campo de batalla, y el alto nivel de su astucia es simplemente otro ejemplo de superioridad heroica. Lo mismo puede decirse de la brillante aventura de Alaman Bet en la casa de la bruja Kanyshai. Cuando se disfraza de chino y avanza valientemente dentro de la morada de la hechicera, en medio de una fiesta, está solo y es un extraño, pero triunfa por la audacia misma de su estratagema. No hay duda de que lo mismo podría decirse del poema griego perdido en el que Odiseo, disfrazado de mendigo, entra en Troya como un espía; y aun a los huéspedes del Caballo de Madera, con toda su ingenuidad y astucia, no les faltó coraje al estar dispuestos a arriesgar su vida si eran descubiertos en la ciudad de sus enemigos. Quizá los héroes más auténticos están por encima aun de estrategias tan peligrosas como estas. No podemos imaginar a Aquiles, Gilgamesh, Sigurth o Roldán empleándolas. Pero los hombres que las practican son guerreros eminentes que acuden a trampas porque deben. De todos modos, el coraje es siempre necesario. Entre los héroes famosos por sus recursos, Odiseo es el más completo. Él también es un gran guerrero y un líder, que usa la astucia para salir de dificultades a las cuales lo ha conducido su testarudo gusto por las aventuras. El clásico ejemplo de su astucia es el manejo que hace de Cíclope. El gigante de un solo ojo que mantiene a Odiseo en su cueva y luego decide comérselo es un enemigo contra quien cualquier estratagema es buena, pero la prédica de Odiseo es el fruto de su insaciable curiosidad y su deseo de nuevas experiencias. No hay necesidad de entrar en la cueva, pero Odiseo desea saber quién vive allí, en la isla solitaria, y espera un presente del dueño. Una vez apresado, él muestra todo su talento, y su huida es una obra maestra de improvisación imaginativa. Es interesante comparar la versión homérica de Odiseo y el Cíclope con las historias osetas de Uryzmag y el gigante de un solo ojo, que tienen mucho en común. (...) A pesar de que la mayoría de los héroes son movidos por motivos similares y actúan de modo semejante, hay mucha variedad en los fines a los que se dirigen las acciones. A pesar de que la necesidad principal y más natural del héroe es desplegar su poder y ganar la gloria que siente que le pertenece, está listo para hacerlo por causas que no conciernen directamente a su interés personal, pero lo atraen porque le dan la oportunidad se mostrar su valor. Estas causas no necesitan ser muy concretas. En realidad, en la mayoría de los grandes héroes es simplemente un ideal de hombría y valentía al que siente que debe dedicar su vida. Esto es lo que guía a Sigurth. A pesar de que está ligado a Gunnar por lazos de lealtad y lo sirve honorablemente, el centro de su existencia es la concepción de hombría que Gripir le profetiza: De bajeza nunca estará tu vida cargada, noble héroe, tenlo por seguro, vivirás tan elevado como el mundo, tu nombre será mensajero de batalla. (Grípisspá, 23) Sigurth acepta su destino y actúa de acuerdo con él. Sigue su instintiva ambición de ser un gran guerrero. Cuando mata a Fafnir, le explica al monstruo agonizante por qué lo ha hecho, tiene la necesidad de mostrar su valentía: Mi corazón me condujo, mi mano lo ejecutó, y mi brillante espada tan afilada. (Fafnismal, 6, 1-2) Este deseo de valentía está combinado con otras cualidades nobles que también destaca Gripir: Liberal con el dinero, lento para huir, noble de mirar, y sabio en su decir. (Grípisspá, 7, 3-4) Pero el fundamento de la naturaleza heroica de Sigurth es su incuestionable deseo de probar su valor más allá de los límites de su capacidad. Aquiles pertenece a la misma clase. A pesar de que juega el rol principal en la guerra troyana, que se lleva a cabo para rescatar a la esposa de Menelao, a quien Paris había raptado, esta causa significa muy poco para Aquiles. Cuando los enviados de Agamenón le piden que vuelva a la lucha, él se niega, y una de sus razones es que no ve por qué debería arriesgar su vida por la esposa de otro hombre. Más adelante revela sus verdaderos pensamientos. Su madre le ha dicho que puede optar entre dos destinos: permanecer en Troya y ganar renombre inmortal, o volver a casa y vivir una larga y poco gloriosa vida (Il. IX, 410 ss). Por un momento duda, pero finalmente elige el primer camino y sigue la sugerencia de su naturaleza heroica que considera la gloria como el destino correcto de un hombre como él. Haciendo eso obedece el consejo que su padre una vez le había dado: Siempre busca ser el mejor, y sobrepasar a los otros hombres en acción. (Ibid., XI, 784) Es verdad que cuando Aquiles vuelve a la batalla, su mayor deseo es vengar la muerte de Patroclo, pero aun allí su naturaleza heroica se impone, y su deseo de venganza es trascendido por su deseo de gloria, cuando ejercita sus cualidades físicas y goza de la alegría de la batalla y de la victoria. Destruye a sus enemigos con un orgullo triunfante y burlonamente les dice que es mejor hombre que ellos. Cuando recorre su camino de sangre y las ruedas de su carro están salpicadas con sangre, no hay duda de qué es lo que le importa, ya que el poeta dice que el hijo de Peleo buscaba ganar gloria (ibid., XX, 502). Como Sigurth, Aquiles está inspirado por un ideal de hombre que considera que puede realizar en un grado único, y aunque tiene otras cualidades como prudencia, cortesía y elocuencia, estas son secundarias con respecto a su deseo esencial y dominante de ser un gran guerrero. El deseo de valentía como un fin en sí mismo puede ser ilustrado por el poema oseto sobre el héroe Batradz. //...// Aquiles, de acuerdo con la leyenda griega, fue hecho a prueba de armas cuando su madre lo sumergió en fuego, ambrosía o en la laguna Estigia. Batradz se hizo a sí mismo a prueba de armas a través de un método más exacto y original, cuando se hizo tratar por el forjador divino. El heroísmo por sí mismo es quizá excepcional. Comúnmente más héroes consagran sus talentos a alguna causa concreta que les proporciona un espacio para la acción y un fin al cual dirigir sus esfuerzos. El héroe es generalmente un líder, un jefe de hombres, y siente obligación hacia aquellos que están bajo su mando. Es por lo tanto sorprendente que los reyes de las historias heroicas sean generalmente poco heroicos en sentido pleno. Ellos parecen tan agobiados con las responsabilidades y ansiedades que no pueden desplegar en medida plena su valentía individual. El Agamenón de Homero, Hrothgard en Beowulf, Carlomagno en Roldán y Gunnar en la Edda Mayor son figuras impresionantes pero carecen del sólido heroísmo de sus súbditos, Aquiles, Beowulf, Roldán o Sigurth. El solo hecho de ser un rey lo aleja de una realización de hombre heroico. Sus deberes lo previenen de fijar toda su atención en asuntos de guerra; está tan ocupado en reinar que debe dejar las mejores oportunidades a otros. Puede también no actuar por prevención, debido a su edad, como lo hubiera hecho en su juventud. Por supuesto, cuando la ocasión lo requiere, Agamenón y Carlomagno muestran su fuerza en la batalla, mientras que las últimas horas de Gunnar en los aposentos de Atli pertenecen a la más alta tradición heroica. Por otra parte, entre los pueblos asiáticos, el rey es a menudo el mayor de los guerreros, el hombre que posee en sí mismo todas las mejores cualidades de su pueblo. Así, Manas Dzhangar y Alpamys se ubican entre los mejores de los kara-kirguíes, calmucos y uzbecos. En la gran guerra contra China es Manas quien al final toma el mando y ataca a los más formidables oponentes; cuando las tierras de Dzhangar son invadidas en su ausencia por un enemigo, él es el primero en reconquistarlas; Alpamys obtiene su primera fama conduciendo a su pueblo contra los calmucos. Semejantes reyes pertenecen a un nivel de sociedad más primitivo que sus contrapartes europeas, y es por eso quizá que se les permite ejercer su naturaleza heroica plenamente. De todos modos hay ocasiones aun en Europa en que el rey se convierte en el campeón de su gente y ejerce sus poderes heroicos para ellas. En su juventud, Beowulf mata a Grendel por motivos de puro heroísmo, pero en su madurez pelea con el dragón en un sentido diferente, para salvar a su pueblo de una peste mortal. Acepta inmediatamente su pedido de ayuda e insiste en pelear solo contra el monstruo. Es su última pelea y muere a causa de heridas recibidas en ella. //...// Si los reyes no tienen a menudo un lugar de privilegio, sí lo tienen sus seguidores y vasallos, y hay notables ejemplos de hombres que llevan a cabo acciones heroicas por lealtad a su señor o soberano. A pesar de que Carlomagno no desempeña un papel muy importante en el Roldán, inspira una lealtad absoluta y recibe preciados servicios. A pesar de que Roldán no duda en discutir las decisiones del emperador durante la escena del consejo, finalmente las obedece, y esto se hace notable cuando se le ordena dirigir la retaguardia del ejército, a pesar de que sabe que esto es parte del plan de Ganelon para ocasionarle la muerte. Cuando recibe las órdenes, en un primer momento hierve de ira, pero obedece. Una vez que ha aceptado la prueba, su honor le impide pedir ayuda, y esa es la razón por la cual se niega a hacer sonar el cuerno. Siente que semejante acción significaría traicionar la confianza de su señor (Roldán, 1115-19). Este es el espíritu de caballería, tal como el siglo XII lo entendía. Roldán debe actuar de acuerdo con un verdadero espíritu feudal hacia su señor, pero esto no le impide ser un héroe auténtico. Las posiciones relativas de señor y héroe pueden producir un drama de relaciones personales. En los poemas kara-kirguíes un especial interés se concede a la amistad entre el gran príncipe Manas y su subordinado, Alaman Bet. Alaman Bet es de origen calmuco o chino. Se une a Manas porque ha fallado un intento previo de servir al príncipe uigur Er Kökchö. Elige a Manas sin una razón más importante que la búsqueda de aventuras, pero una vez hecha la elección, cumple sus deberes con tanta lealtad que consigue un lugar especial en la consideración y el afecto de Manas. El grado de confianza que le tiene Manas se muestra en lo que dice a sus capitanes al comienzo de la gran expedición: Solo a Alaman Bet le es conocido, el distante camino a China, sea él nuestro guía, (Manas, p. 83) Alaman Bet es un ejemplo notable del súbdito heroico que orienta su vida al servicio de un señor y está protegido por la confianza que obtuvo. Otra causa a la que un héroe puede servir es la religión. El temperamento heroico a primera vista no parecería estar de acuerdo con los ideales de autosacrificio del cristianismo o el budismo, pero en la práctica no aparecen dificultades. Roldán está en medio de una guerra entre los paladines cristianos de Carlomagno y los infieles sarracenos. El espíritu cristiano está a menudo presente y juega un papel importante en la acción. Los cristianos pelean para convertir a los infieles y Carlomagno insiste en el bautismo de capturados y conquistados. Celebra misa y maitines en su campamento y cuando toma el campo para vengar la muerte de Roldán, Dios le muestra su favor al detener el curso del sol. Esta lucha está entrelazada en el esquema heroico sin demasiado esfuerzo. Los cristianos desprecian y odian a los infieles porque adoran a dioses falsos y no tienen honor de caballeros. El enfrentamiento está presentado entre lo correcto y lo erróneo, entre verdad y falsedad, y esto da un carácter enfático al punto en cuestión. Es por lo tanto entendible que, cuando los sarracenos son vencidos se vuelvan hacia sus dioses y los acusen de ser inútiles y de no haberlos ayudado y que, por otra parte, los cristianos, confíen en que morir por su causa es ganar el paraíso. El arzobispo Turpín no duda acerca del resultado y antes que la batalla comience, le dice a la hueste: Mis señores barones, Carlos nos ha dejado aquí para esto, él es nuestro rey, bien podemos nosotros morir por él: ofrezcamos un buen servicio a la cristiandad. Tendréis batalla, estáis destinado a ella, a través de vuestros ojos veis a los sarracenos. ¡Rogad por la gracia de Dios, confesándole vuestros pecados! Os doy la absolución de vuestras almas entonces, si morís, viviréis como mártires benditos, ganaréis tronos en el gran paraíso. (Roldán, 1127-35) Luego imparte la absolución y la bendición y la pelea comienza. Más tarde, cuando Roldán es herido de muerte, confiesa sus pecados y es llevado por los ángeles al paraíso, recibiendo la recompensa que había solicitado para los muertos en la ladera de la montaña. //...// (ibid., 1854-6). El esquema es claro y simple y encaja bien dentro del culto del honor. Roldán solicita siempre manifestar su valor porque está seguro de que actúa en la más santa de las causas y que la gloria que desea será hallada no solamente en la memoria de los hombres sino en el cielo. No hay otra religión que vuelque en la poesía un esquema tan completo como este, pero hay veces en que el islam hace algo semejante. Los héroes karakirguíes son mahometanos y están orgullosos de serlo. Es verdad que parecen haberse convertido recientemente, ya que un eco de esto sobrevive en la referencia del príncipe uigur Er Kökchö: Quién abre las puertas del paraíso, quién abre las cerradas puertas de los bazares. (Radlov, V, p. 18) Pero, como otros conversos, el kara-kirguís siente cierto desprecio por quienes no gozan de sus ventajas espirituales. //...// En efecto, los kara-kirguíes creen que por ser mahometanos son más civilizados y heroicos que los budistas y los idólatras y pertenecen a un orden superior de humanidad. Por otra parte, aunque los kara-kirguíes identifican su religión con su orgullo nacional, son más tolerantes respecto de otras creencias que los cristianos de Roldán. En tiempos de paz ellos invitan a calmucos y a paganos kara-nogayos a sus festivales y en la fiesta de Bok-Murun ambas partes se unen en un espíritu amistoso, aunque se considera correcto y propio que los kara-kirguíes ganen todos los juegos. Así también en la guerra, aunque la lucha puede ser sangrienta, los kara-kirguíes respetan a sus enemigos, y los poetas los presentan con luminosidad heroica. Es verdad que usan magia para protegerse, a diferencia de los kara-kirguíes, y sus personajes principales son de forma y tamaño monstruosos. //...// Los calmucos, a quienes los kara-kirguíes combaten y desprecian como incrédulos, son budistas, y los espíritus y santos budistas reciben más atención en los poemas calmucos que los santos cristianos en el Roldán. Ellos no toman parte en la acción pero su presencia en el trasfondo es enfatizada, y los poemas generalmente comienzan con un tributo a los signos visibles de su poder en el montañoso dominio de Dzhangar. El poeta insiste en que la fe y la religiosidad de los calmucos están más allá de todo reproche. //...// Dzhangar es el representante y el campeón de esta fe: Él afirma la regla universal como una roca, él se regocija radiante con la fe budista como un sol. (Dzhangariada, p. 142) Una encarnación de Buda ha soplado en su mejilla; otra lo cuida cuando duerme; un lama especial lo vigila. //...// Inspirados por una confianza absoluta, Dzhangar y sus compañeros están convencidos de que tienen apoyo divino y que su guerra contra el pueblo vampiro de los Mangus es una guerra entre aquellos a quienes los dioses quieren y aquellos a quienes los dioses odian. Pero, a pesar de que los héroes calmucos se consideran a sí mismos como instrumentos elegidos del cielo, ellos son reconociblemente humanos y actúan como los héroes acostumbraban hacerlo siguiendo su deseo de gloria. Como los kara-kirguíes, son tan fuertes en la lucha que no necesitan de la magia, pero están capacitados para conseguir lo que desean por la fuerza de su brazo. Su religión les proporciona un espíritu inspirador en la batalla, pero se mueven primordialmente por su deseo de gloria. Lo que hace la religión en estos casos sucede más a menudo por el amor a la patria. En muchos casos es casi inconsciente pero aflora ante un desafío. Así el guerrero uzbeco Yusuf le dice a un enemigo lo que significa su patria para él: Nuestro país es un buen país. Los inviernos son como la primavera. Los jardineros cuidan sus jardines, y los árboles están colmados de frutas. Sus mujeres ancianas descansan en blancos carros, pero las jóvenes trabajan como deben. Doncellas y jóvenes están siempre enamorados. Su tiempo se llena con juegos y placeres. (Zhirmunskii-Zarifov, p. 317) Otro héroe dice: Mi patria es mi vida, mi patria es mi alma. (Idem) Estos sentimientos son muy comunes y es natural que los héroes, a veces, deban pelear por ellos. Aquel que lucha y muere por su patria es conocido por Homero y retratado en la Ilíada, no entre los aqueos que luchan por rescatar a la esposa de Menelao, sino entre los troyanos, que pelean por defender su ciudad y sus hombres. Héctor es el primer héroe que despliega sus poderes a favor de su patria. Cuando el profeta Polidamo le dice que los agüeros son hostiles, Héctor los desafía y dice: Solo un presagio es el mejor, luchar en defensa de nuestra patria. (Il., XII, 243) Mas tarde, cuando sus hombres están desalentados y parecen estar a punto de abandonar la lucha, Héctor los exhorta utilizando el lenguaje del más puro patriotismo: Todos ustedes prosigan la batalla desde los navíos; y si a alguno el destino lo lleva a la muerte, déjenlo morir. No es deshonroso morir por su patria, dejando tras sí a su mujer y sus hijos vivos en incólumes, dejando su hogar y sus posesiones intactas, para que los aqueos puedan volver a zarpar a la muy amada tierra que los engendró. (Ibid., XV, 494-9) Héctor no piensa tanto en la gloria como en el hogar, la familia y la ciudad. En el fondo de su corazón sabe que Troya habrá de caer pero sin embargo está dispuesto a hacer todo lo posible para evitar o posponer el día fatal. Actúa como un héroe y obtiene un triunfo glorioso cuando está a punto de incendiar las naves aqueas. Pero no piensa en hacer gala de sus proezas personales. En muchos aspectos, la figura más humana y atractiva de la Ilíada no es su héroe principal. Homero traza un contraste entre él y Aquiles, entre el campeón humano del hogar y la familia y el héroe semidivino de escasos vínculos y lealtades. Quizá podamos ver en Héctor la emergencia de un nuevo ideal de humanidad, el concepto de que un hombre se realiza más plenamente en el servicio de su ciudad que en la satisfacción de su propio honor, y en este caso, Héctor se encuentra en el límite entre el mundo heroico y la ciudad-estado que lo reemplazó. Sin embargo, Héctor tiene mucho del atractivo y la nobleza que pertenecieron al verdadero héroe. Así como su fuerza y velocidad son inferiores a las de Aquiles, es un guerrero formidable impulsado por su impetuosa potencia. En él, el amor a la patria es el motor principal, pero a través de él lleva a cabo un destino ciertamente heroico. Un héroe concebido a la manera de Héctor es el representante de su pueblo, su portavoz y su ejemplo. A partir de esta premisa, no estamos muy lejos de encontrar al héroe no en el gran príncipe o en el líder sino en algún personaje menos eminente que halla su hora más gloriosa en una crisis, o en un grupo de personas que muestran su valía cuando su patria se encuentra en peligro. Tal es el caso del poema anglosajón Maldon, en el cual quizás el principal personaje, y en cierta medida el héroe, es Byrhtnoth. Es él quien da la primera respuesta desafiante a los invasores vikingos, y al hacerlo habla en nombre de su rey y de su tierra: Mensajero de los hombres de mar, lleva el mensaje a tus amos, cuenta a tu pueblo las nuevas más horrendas: aquí existe un noble duque quien con sus soldados osará llevar adelante la defensa de su tierra, tierra de Aethelred, señor y maestro, de su pueblo y de su suelo. (Laborde, Maldon, 49-54) Cuando Byrhtnoth muere, sus compañeros conservan su espíritu desafiante y se muestran dignos de él. Aelfwine incita a los hombres a seguir luchando en nombre de su señor muerto y para justificar las alabanzas que en su honor se cantaron en el pasado. Uno a uno, diferentes guerreros, Offa, Leofsunu y Dunnere apoyan este llamado, hasta que el Viejo Compañero, al ver que la lucha se vuelve en contra de los ingleses, alza su voz hasta la máxima elocuencia mientras solicita un último esfuerzo: Seremos más audaces, nuestro corazón será más denodado, nuestro ánimo irá creciendo a medida que nuestras fuerzas desfallezcan. (Ibid., 312-13) En su lucha por la defensa de su país, los hombres de Maldon están movidos por un verdadero espíritu heroico y actúan en función de sus reglas inmemoriales. En ellos, el grupo manifiesta el viejo orgullo del individuo y revela conocer qué se aguarda de él en la hora del esfuerzo desesperado. Cuando una comarca se encuentra bajo una dominación extranjera, hay una tendencia en cada uno de sus habitantes a transformarse en héroe que resiste a los conquistadores o lucha contra ellos. Esto puede ser visto en numerosos países sometidos al poderío turco. Muchos poemas griegos de los últimos dos siglos hacen referencia a personajes que combatieron valerosamente contra la tiranía extranjera y que de otro modo hubieran permanecido en la oscuridad. Tal el capitán Malamos, quien se niega a último momento a someterse a los turcos, porque son traicioneros, y vuelve a las montañas (Legrand, p. 80). Tal Xepateras, que lucha solo contra un ejército , pese a lo cual se niega a rendirse y corta la cabeza del soldado turco que se lo ordena (idem, p. 88). Tal el capitán, Tsolkas, quien a lo largo de tres días y tres noches, sin agua, alimento ni auxilio, se abre paso hacia el frente turco. Tal Maestro Juan, de Creta, que promueve una revuelta pero es capturado por los turcos, quienes lo arrojan al mar para ser devorado por los peces (idem, p. 98 ss.). Tal la madre de los hijos de Lazos, quien los denuncia por haber abandonado la plaza fuerte del Olimpo y los amenaza con su maldición en el caso de unirse a las fuerzas turcas (idem, p. 116). Tal el patriarca Gregorio, ahorcado por los jenízaros turcos frente a su propia iglesia (idem, p. 124). Los episodios son reducidos y los caracteres no demasiado prominentes, pero un hálito heroico los envuelve por su participación en una magna causa y su incansable desafío entre los turcos. Los poemas yugoslavos sobre la resistencia contra los turcos presentan un esquema más variado que los griegos, tanto en lo referente a su índole como a sus diferentes episodios. Hay oportunidades en que la resistencia adquiere un carácter verdaderamente heroico y en las que cada serbio se vuelve un héroe. Tal el espíritu de los poemas sobre Kosovo, concentrado en las palabras que el rey Lazar pronuncia cuando incita a su pueblo a la lucha: Aquel que sea serbio, con antepasados serbios, con sangre serbia y crianza serbia, y no se presente a luchar en Kosovo, no será bendecido por la presencia de descendientes, varones y mujeres, y nada florecerá bajo su mano, ni el vino dorado ni el trigo ondulante: ¡que él y sus hijos se pudran para siempre! (Karadzich, II, p. 271) El llamado es escuchado y el pueblo serbio acude a Kosovo, donde será vencido y perderá su independencia. Los héroes avanzan sabiendo lo que los espera, pero ello no los atemoriza. Jugovicu Vojine representa el punto de vista general cuando afirma: Iré a la batalla de Kosovo, derramaré mi sangre por la cruz gloriosa, moriré por mi fe junto con mis hermanos. (Idem, p. 116) Este es el auténtico espíritu del heroísmo yugoslavo, pero no su única forma. Los poemas sobre la rebelión contra los turcos entre los años 1804-1813 tienen aparentemente menos nobleza en la medida en que hacen una menor referencia al sacrificio y son menos conscientes de la derrota y de la muerte. Pero no por ello son menos heroicos. Los patriotas luchan alegre y gallardamente por su país, y los poemas reflejan su confianza y su orgullo. En esta lucha, como en la de Kosovo, no se destacan figuras singulares, pero el heroísmo es compartido por los diferentes personajes que no dan tregua a los gobernantes turcos, a los recaudadores de impuestos o a los jenízaros. Los grandes acontecimientos como la batalla de Deligrado o la toma de Belgrado son la obra de muchos hombres que trabajan juntos en pro de un fin común. Esta sublevación también fracasa, pero ello agrega un grado más al enorme esfuerzo hecho en pro de la libertad. El poeta refiere el final: Entonces los turcos conquistaron la tierra una vez más, cometieron iniquidades en todo el país; esclavizaron a las esbeltas mujeres sumadias y mataron a los jóvenes de Sumadija. Ojalá uno solo hubiera quedado allí para dar testimonio y para escuchar el horrible clamor de los lobos aullando en las montañas mientras alegres cantos turcos resonaban en las aldeas. (Karadzich, IV, p. 269) El sentido yugoslavo del heroísmo glorifica a todo aquel que lucha por su patria y le confiere, al mismo tiempo, una dignidad trágica ante el fracaso final. Dado que los yugoslavos han creado esta poesía de heroísmo nacional, resulta paradójico que su héroe principal sea Marko Kraljevich, que no pertenece a este linaje y cuyo patriotismo posee una cualidad ambigua. Por empezar, está al servicio del sultán. Para esta circunstancia puede existir una justificación histórica, puesto que, en efecto, muchos caudillos yugoslavos hallaron la manera de encontrar una forma de subsistencia entregando su algo dudosa lealtad al Jefe de los Fieles. Los poetas aceptan el hecho y lo manejan de la mejor manera posible subrayando el airoso espíritu de independencia con que Marko trata a su amo. Desobedece sus órdenes en lo relativo a no tomar vino durante el Ramadán, despedaza jenízaros, convence a los serbios de no pagar los impuestos y fanfarronea ante el propio sultán. Cuando Marko mata al turco que se ha apoderado de la espada de su padre, se enfrenta fieramente con el sultán que lo ha convocado y exclama sin temor: Sí, si el mismo Dios hubiese entregado el sable al sultán, yo hubiera matado al propio sultán. (Idem, II, p. 316) Marko sedujo a un pueblo que se encontraba bajo el yugo turco. Los serbios habían hallado una forma de vida que no se apartaba demasiado de su propio sentido del honor y moldearon en él una figura que, al tiempo que aceptaba la situación real, estaba en condiciones de mantener su estilo y libertad. Su vida no es la del héroe intransigente y concentrado en una única finalidad, sino que en el a veces confuso mundo de la Serbia turca, pone de manifiesto que el amor por la patria sigue teniendo valor para el sirviente de un déspota extranjero. En los tiempos modernos, el héroe que defiende los derechos de un pueblo ha adquirido una nueva forma, cuando la palabra “pueblo” sirve menos para designar una raza o una nación que las masas anónimas incapaces de hacer valer sus derechos sin la presencia de un líder. Cuando este líder aparece, puede, en circunstancias favorables, asumir los atributos de un héroe. En el norte de Rusia, la Revolución de 1917 ha inspirado poemas en los que Lenin asume las características de este tipo de héroe. En La historia de Lenin de Marfa Kryukova, el creador del sistema soviético ha adquirido muchos de los atributos del bogatyr tradicional. La historia comienza con el arresto y la ejecución del hermano de Lenin por haber atentado contra la vida del zar Alejandro III, y con el llamado de la madre de Lenin a sus hijos para luchar por su hermano y “por la verdad, la verdad del pueblo”. Lenin promete cumplir con ese llamado y expresa que siente dentro de sí la confianza del éxito: Porque siento dentro de mí un gran poder: si ese anillo estuviese dentro de una columna de roble, lo arrancaría junto con mis fieles camaradas y cambiaría la madre tierra entera. Poseo sabios conocimientos pues he leído un librito mágico; ahora sé dónde encontrar el anillo, ahora sé cómo cambiar la tierra entera, la tierra toda, nuestra entera y querida Rusia. (Kaun, p. 186) Kryukova escribe siguiendo el estilo tradicional y transforma los temas modernos dentro del lenguaje aceptado de la poesía rusa. Así, utiliza aquí un antiguo tema folclórico: el del anillo mágico que confiere poderes sobrenaturales, tal como lo proclama el primitivo gigante Svyatogor: Si quisiera recorrer la tierra toda, fijaría un anillo al cielo, ataría una cadena de hierro al anillo, arrastraría el cielo hasta la madre tierra, y confundiría la tierra con el cielo. (Chadwick, p. 51) El anillo de Lenin es más moderno, porque conoció su existencia a través de un libro que no es otro que El capital de Marx. El héroe moderno utiliza su propio tipo de magia. El anillo es el símbolo de la fuerza que Lenin puede ofrecer. Así, más adelante en el poema, cuando regresa a Rusia para la Revolución, el anillo vuelve a ser mencionado, y esta vez el pueblo lo comparte: Todo el pueblo se reunió en tropel junto al pilar maravilloso. Se reunieron formando una fuerza poderosa, se asieron del anillito, del anillito mágico, del anillito difícil de arrancar, pero con fuerza tenaz lo lograron. Hicieron girar la tierra de nuestra gloriosa madre Rusia hacia otro lado, hacia el lado justo, y arrebataron las llaves de la pequeña Rusia de las manos de los terratenientes, de los dueños de las fábricas. (Kaun, p. 188) De este modo Lenin, el héroe, cuenta ampliamente con la magia y está autorizado a hacerlo porque posee el conocimiento y la astucia de los héroes. Lenin es también un luchador. Tiene su propia idea de la lucha que lo aguarda: No será el honor de un valiente, ni la gloriosa fama de un caballero; matar a un zar es pequeña ganancia: allí donde muere uno, otro se alza en su lugar. Debemos luchar, debemos luchar de otra manera, contra todos los príncipes, contra todos los nobles, contra todo el orden establecido hasta ahora. (Idem, p. 186) Así, Lenin se convierte en el campeón de la gente común comprometido en una gran lucha. Al igual que otros héroes, reúne a su compañía o druzhina compuesta por “obreros” e “intelectuales”, y es una “gran fuerza popular”. Aun cuando el pueblo le entrega las “llaves de oro de toda la tierra”, sus esfuerzos no han acabado. Después de la Revolución sigue la guerra civil, y el intento de una “feroz serpiente” de acabar con la vida de Lenin. Durante su enfermedad, su leal camarada Stalin se dirige así a los soldados: Escuchad, soldados del Ejército Rojo, escuchad, obreros de las fábricas, escuchad, campesinos, labradores de la negra tierra, ha llegado un tiempo, un tiempo muy duro, ha llegado un tiempo, un tiempo de guerra, debemos reunir nuestras últimas fuerzas, con nuestro valor debemos aplastar a nuestros enemigos, aplastar a nuestros enemigos, dispersar a los agentes del mal. (Idem, p. 189) El discurso de Stalin obtiene los resultados esperados. Los soldados rojos se arrojan sobre los generales invasores a través de mares, ríos y pantanos. A la hora de la victoria, Lenin muere. La naturaleza llora por él, y la tierra se empapa con las lágrimas del pueblo. El marco y el estilo del relato son tradicionales, pero se adecuan a los acontecimientos de la historia contemporánea. Lenin aparece como el campeón de un pueblo y actúa como tal. Su recompensa es la gloria que obtiene tras la muerte. Desde el punto de vista artístico, la carrera de un héroe necesita cierto tipo de realización. Los esfuerzos y los preparativos pueden llevar a un final impactante. Tal final es a menudo un éxito rotundo que muestra la calidad del héroe y le confiere la gloria merecida. Así, el Manas kara-kirguís termina con la toma de Pekín y los poemas calmucos con fiestas que celebran las victorias; la Odisea termina con la reunión de Odiseo con su mujer; el Cid con la recuperación del favor real y las bodas de las hijas del héroe con reyes. Otros poetas parecen sentir la necesidad de llegar a un final más completo y cuyo único cierre adecuado es la muerte del héroe. Así, el David armenio es muerto casi en forma casual mientras bebe de una fuente; Beowulf muere al matar un dragón. En estos casos, la muerte sobreviene sin provocar emociones violentas. En este tipo de vida heroica no existen las paradojas. Las dificultades surgen y logran vencerse hasta la llegada de su última hora. Este punto de vista se concentra en los poderes y éxitos del héroe y no plantea interrogantes acerca de su vocación o su posición dentro del modelo de las acciones humanas. No todos los héroes, sin embargo, están concebidos de este modo. Con bastante frecuencia, sus carreras parecen llevar inevitablemente al desastre y culminar con él. Cuando esto sucede, la historia gana en fuerza y profundidad, puesto que el héroe que se encuentra en esta situación parece, durante sus últimos momentos, ser más plenamente él mismo y llevar a cabo sus mayores esfuerzos. Su vida, lejos de tener un final sereno, culmina con una gloriosa llamarada que ilumina todo su carácter y su accionar. Si muere tras una lucha heroica, revela que, al llegar a la prueba final, está dispuesto a sacrificarse por sus ideales. Estas muertes son naturalmente más sublimes y conmovedoras que un apacible final, y no es sorprendente que sean altamente apreciadas por los poetas. Además, suscitan interrogantes respecto de motivos y modelos de conducta que acrecientan la realidad dramática de la historia y dan al poeta la oportunidad de presentar un tipo de conflicto espiritual que ilustra aspectos importantes del punto de vista heroico. En estas ocasiones es difícil escapar de la sensación de un destino que debe ser necesariamente cumplido, cualesquiera sean los esfuerzos realizados para evitarlo: el héroe, no menos que los otros hombres, debe confrontarse con el final que le ha sido conferido. Así, la historia pasa del relato de hechos heroicos a algo más grave y más grandioso y sugiere sombrías consideraciones acerca del lugar del hombre en el mundo y de la lucha desesperada que lo enfrenta con su destino. Esta visión parece prevalecer sobre todo en las sociedades aristocráticas, tal vez porque no se sientan enteramente cómodas con respecto al ideal heroico y perciben que, por grande que sea la recompensa, esta exige un precio no menor y que, en última instancia, el héroe realiza su destino cuando surgen circunstancias que enfrenta pero que es incapaz de vencer. Esta idea del destino aparece claramente en el tema de la elección equivocada, en el cual el héroe debe optar entre dos vías, cada una de las cuales encierra, en cierta medida, una cuota de mal. Cualquiera sea su decisión, esta conduce al desastre. La Edda Mayor sirve como ejemplo de esta circunstancia. Cuando Gunnar cree que su mujer, Brynhild, ha dormido con Sigurth, se siente tironeado por dos alternativas: o bien no puede hacer nada, y en este caso se deshonra a sí mismo como hombre y como marido, o bien puede matar a Sigurth, en cuyo caso falta a la palabra dada a un amigo fiel. En la Breve historia de Sigurth, la resolución del conflicto es perfectamente clara: Brynhild exige la muerte de Sigurth, sin lo cual abandonará a Gunnar. Gunnar consulta a Hogni y le dice cuánto ama a Brynhild: Por encima de todas las cosas amo a Brynhild, la hija de Buthli, la mejor de las mujeres; prefiero perder mi propia vida que renunciar al amor de esta muchacha. (Sigurtharkvitha en Skamma, 15) Aunque Hogni le recomienda no tomar ninguna determinación, Gunnar decide que Sigurth debe morir y evita un problema de honor encomendando la tarea a su hermano Gotthorm. Los medios son por cierto cuestionables, pero Gunnar se encuentra ante una situación sin salida. Cree, equivocadamente, puesto que Sigurth es inocente, que para conservar el amor de su mujer debe vengar su honor, en cuyo caso Sigurth debe morir. En este momento, Gunnar es víctima del destino, y Brynhild, que está a punto de convertirse en una asesina, gana la simpatía del lector por su concepto relativo al propio honor y por su decisión de matarse una vez obtenida la venganza. Guthrun se encuentra frente a una elección similar en Atlamál y Atlakvitha. Pese a numerosas diferencias, ambos poemas bosquejan la trama de una misma historia. Guthrun está desgarrada entre dos lealtades: una hacia su marido, Atli, y otra hacia sus hermanos muertos por Atli. Dado que el mundo heroico nórdico reconoce ambas lealtades, los poetas saben que Guthrun debe proceder a una elección terrible. Por un lado, afirman que ella decide ser leal a sus hermanos y matar a su marido, pero por otro explican su decisión de manera diferente. En Atlakvitha mata a Atli porque este ha violado el juramento hecho ante sus huéspedes y lo coloca de este modo más allá de toda obligación que Guthrun pueda sentir hacia él. El asunto no es explicado con demasiada claridad, pero Gunnar lo presagia antes de su muerte (cf. Atlakvitha, 32) y esto no puede ser puesto en duda. En Atlamál Guthrun está convencida de que los lazos de sangre son más fuertes que otros cualesquiera y que su deber es vengar a sus hermanos muertos. El poeta insiste en los sentimientos de Guthrun y especialmente en su amor hacia su hermano Hogni. Al enterarse de su muerte, le anuncia a Atli que no habrá de perdonarlo: Nuestra infancia transcurrió en la misma morada, compartimos los mismos juegos, crecimos entre los bosquecillos. Luego Grimhild nos dio oro y collares; no lograrás nunca hacerte perdonar la muerte de mi hermano, ni lograrás convencerme de que ello estuvo bien. (Ibid., 68) Gunnar hace su propia elección, que puede ser correcta de acuerdo con su propio código, pero que no por ello es menos atroz. Gunnar y Guthrun están primordialmente movidos por una pasión instintiva e irracional: él por su amor hacia Brynhild, ella por sus vínculos de parentesco. Pero existe también otra clase de elección hecha con plena conciencia y no por ello menos lamentable. El héroe se enfrenta con alternativas que sopesa cuidadosamente pero que lo llevan al desastre. Muchas comarcas están marcadas por la historia del padre que lucha contra su hijo. Este es, en todos los casos, un asunto penoso, que asume especial grandeza en Hildebrand. Desdichadamente, el poema nos ha llegado incompleto y desconocemos su final, pero el fragmento conservado abunda en posibilidades trágicas. El anciano guerrero Hildebrando, exiliado durante treinta años, se encuentra durante el curso de una batalla con un joven que se prepara para enfrentarlo en un combate singular. Se trata de su hijo Hadubrando. Antes de comenzar el combate, Hildebrando lo interroga y descubre de inmediato de quién se trata. Comienza entonces a contarle la verdad de los hechos: Pero el alto Dios del cielo sabe que hasta ahora nunca hablaste, valiente héroe, con un familiar tan cercano. Saca luego de su brazo un anillo de oro y se lo ofrece a Hadubrando: “Por amor te lo entrego”. Pero Hadubrando lo rechaza porque piensa que su adversario miente y está tratando de engañarlo. Hildebrando se enfrenta así con una dramática elección: debe, o bien rechazar el reto e de este modo ser acusado de cobardía, o luchar contra su propio hijo. Se decide por la segunda alternativa, y sus palabras señalan cuáles son sus motivos: Ahora mi propio hijo habrá de golpearme con su espada, derribarme con su lanza, o yo mismo habré de matarlo. Mas, si eres suficientemente valiente podrás con facilidad quitarle a un anciano sus armas, apoderarte del botín, si ese es tu derecho. Entre los godos del Este, el más cobarde sería aquel que te alejara de la lucha que tanto deseas, del combate contra tu enemigo. Que pruebe el predestinado si podrá ahora vanagloriarse de esas armaduras o de las corazas que reclama como propias. (Hildebrand, 53-62) Hildebrando decide luchar porque considera que el honor de un guerrero no puede rechazar un reto. Desconocemos el final de la historia. En versiones posteriores, como la de Kasper von der Rön (Henrici, Das deutsche Heldenbuch, p. 301 ss.), del siglo XV, y una de 1515 (Von Liliencron, Deutsches Leben im Volkslied um 1530, p. 84 ss.), hay un final feliz con el mutuo reconocimiento de padre e hijo. Pero, aparentemente, el poema en alto alemán terminaría con la muerte de Hadubrando, por el tono trágico y funesto que lo impregna. Esta fue, por otra parte, la versión conocida por Saxo Gramático (cf. Holder, p. 244). De todos modos, cualquiera haya sido la resolución del conflicto, la elección que enfrenta Hildebrando es indudablemente grave. Los afectos humanos lo llevan hacia una dirección, mientras que el honor lo empuja hacia otra. Una forma especial de elección trágica aparece en el poema yugoslavo La caída del reino serbio. El profeta Elías entrega al zar Lazar un mensaje de la Madre de Dios que le propone una elección: Zar Lazar, príncipe de noble linaje, ¿cuál eliges ahora como tu verdadero reino? Dime, ¿deseas un reino celestial? ¿O prefieres un reino terrenal? (Karadzich, II, p. 268) Si Lazar elige la primera alternativa, él y su ejército serán destruidos; si elige la segunda, destruirá al enemigo. La elección es especialmente difícil para un héroe, puesto que la introducción de una recompensa celestial desbarata todos sus cálculos. El héroe común aceptaría sin duda la segunda alternativa, pero como Lazar es el campeón de los cristianos serbios contra los turcos infieles, debe, en último término, optar por la segunda. En su situación, tal es la única conducta heroica, que implica su propia muerte y la destrucción de su reino. Pero, como hombre de honor, debe anteponer todos sus intereses al servicio de su fe; por eso decide: Si eligiera ahora un reino terrenal, ved aquí, un reino terrenal es algo pasajero, pero el reino de Dios durará para siempre. (Idem, p. 269) En la elección de Lazar podemos en verdad detectar con cierta razón un elevado orgullo heroico, aunque este esté colocado dentro del marco cristiano. Si un héroe debe elegir entre la victoria y un magnífico desastre, es prácticamente necesario para él elegir el desastre, puesto que ello muestra el grado de sacrificio que está dispuesto a hacer. La apetencia de Lazar por un reino celestial es, esencialmente, no demasiado distinta de la esperanza en el paraíso que sostiene a Roldán en su última batalla en Roncesvalles. El espíritu heroico se relaciona fácilmente con los grandes ideales de este tipo pero no por ello es menos heroico. El poeta, por supuesto, aprueba la decisión de Lazar y le imparte su bendición: Todo fue hecho con honor, todo fue sagrado, la voluntad de Dios se cumplió en Kosovo. (Idem, p. 270) La identificación del honor con la voluntad de Dios no significa que el sentido del honor de Lazar no pertenezca a la categoría más alta y más noble. Aunque su posición es inusual y ajena al modo de vida heroico, ello le permite una conducta digna de su posición y el poder llevar a cabo un destino de gloria. No es lo mismo el error desastroso que la elección desastrosa. Aquel presenta diversas formas, y en todas ellas una decisión equivocada es producto de un error de cálculo o de un defecto de carácter. El resultado es siempre una catástrofe que de otro modo hubiera podido ser evitada. La causa habitual de tales decisiones es el orgullo del héroe que le impide tomar un camino que considera deshonroso o que menoscabe su dignidad. Su elevado espíritu lo lleva a esto, y así, cuando el desastre se produce, parece inevitable y hasta adecuado. Tal es el caso de Maldon. Los vikingos han desembarcado sus fuerzas en una isla en el río. Poco es el daño que desde allí pueden hacer, puesto que la única vía de acceso es a través de un terraplén ocupado por la tropas inglesas. Cuando tratan de abrirse un pasaje, son fácilmente detenidos. La táctica adecuada hubiera sido mantener a los vikingos en la isla hasta verse obligados a volver a sus embarcaciones o ser muertos en el intento de llegar a tierra firme. Pero el mundo heroico actúa de otra manera. Los vikingos piden que se les permita pelear desde tierra firme y Byrhtnoth da su consentimiento. //...// El resultado es que los ingleses pierden la ventaja de su posición y son vencidos en la lucha. Las razones de Byrhtnoth no son distintas de las de Hildebrando. Siente que como soldado no puede negar a su contrincante la oportunidad de combatir. Pero, a diferencia de Hildebrando, adopta una decisión equivocada porque permite que su sentido del honor le haga olvidar sus obligaciones reales. Pero no habrá de ser juzgado por ello. Su final es glorioso porque obedece a los dictados del honor heroico y prefiere la muerte a un éxito sin gloria. Roldán comete un error similar al comienzo del episodio de Roncesvalles. Como leal vasallo de Carlomagno, toma el mando de la retaguardia del ejército aunque sabe que se está preparando una traición y que su cometido es extremadamente azaroso. Hasta aquí, sabe lo que debe hacer, y no hay posibilidad de crítica. Pero en la medida en que su tarea consiste en preservar la retaguardia, debe adoptar todas las precauciones posibles para llevarlo a cabo adecuadamente. Al ocupar su posición, Roldán ve el ejército sarraceno que se aproxima y sabe que todos sus temores se han confirmado. Su compañero Oliverio toma conciencia de la situación, y tres veces le pide que haga sonar el cuerno: Carlomagno habrá de oírlo y acudirá en su ayuda. Pero Roldán se niega y sus palabras revelan su carácter y sus motivos: Le respondió Roldán: “¡No agradaría a Dios que mis parientes sean por mi causa afrentados ni que la dulce Francia caiga en el menosprecio! Con Durandarte, en cambio, lucharé sin descanso, con esta buena espada que ciño a la cintura: su hoja veréis bañada completamente en sangre. Los paganos felones para su mal se unieron: os juro que están todos a la muerte entregados.” (Roldán, 106 2-69; tr. B. Arenas) Roldán no acepta a causa de su orgullo heroico. Cree que la fuerza de su brazo hará todo lo necesario, y esta confianza es una parte esencial de su carácter. Más tarde, herido de muerte, admite su error y suena el cuerno, cuando ya es demasiado tarde. Pero aunque Roldán muere a causa de su error, nadie hubiera deseado un curso distinto de los acontecimientos. El error es una de sus características, y al cometerlo, Roldán es fiel a sí mismo; su muerte es tanto más gloriosa cuanto que ha debido luchar contra una tremenda disparidad de fuerzas. Aquiles no es un héroe trágico en el mismo sentido que Roldán, pero sobre él se cierne también un sentido de fatalidad similar. Está condenado a morir joven y glorioso y es plenamente consciente de su destino. Él mismo habla de ello más de una vez, y su suerte le es anunciada por su propio caballo y por Héctor moribundo (Il., XIX, 409 ss.; XXII, 358 ss.). Lo que vuelve más dolorosa esta situación es que, en el escaso tiempo que le queda de vida, comete un grave error al abstenerse de luchar y pierde, en consecuencia, a su amigo Patroclo. Toma esta decisión porque siente, no sin razón, que Agamenón lo ha insultado exigiéndole la entrega de una muchacha que es su legítimo botín. Como héroe que vive para el honor, no puede soportar la afrenta, y su respuesta consiste en humillar a Agamenón negándole ayuda en la batalla. Pero aunque esta actitud daña indudablemente a Agamenón y ofende a los aqueos al punto de que llegan a rogarle a Aquiles que vuelva al combate; en última instancia, esta conducta es mucho más perjudicial para el propio Aquiles. Cuando, en lugar de volver a la lucha permite a Patroclo tomar su propio puesto en el combate, lo que hace es enviarlo a la muerte. El remordimiento y la ira lo dominan a tal extremo que enloquece de furia y trata a sus enemigos con actitudes muy poco caballerescas. La tragedia de Aquiles no reside tanto en sus desdichas como en su propia alma. Para esto, Homero crea un final incomparable cuando Aquiles se deja conmover por los ruegos del anciano Príamo y devuelve el cuerpo de Héctor. Con este acto de cortesía Aquiles recupera la serenidad y vuelve a ser él mismo. Sin embargo, aunque la Ilíada finaliza en armonía, el daño ha sido hecho. El gran héroe ha pasado a través de un oscuro capítulo y ha actuado de manera indigna de sí mismo. Con él, como con Roldán, esto es inevitable porque su naturaleza heroica lo vuelve sumamente sensible en cuestiones de honor, y su fuerza, tan formidable en el campo de batalla, se convierte con demasiada facilidad en ira desmedida contra sus amigos. Pero, aun en medio de la mayor de las furias, sigue siendo el gran héroe, que lleva a cabo proezas maravillosas y no tiene igual en los hechos de guerra. El temperamento airado que daña a Aquiles encuentra un notable paralelo en la Historia de Hamther nórdica. Guthrun envía a sus dos hijos, Hamther y Sorli, a vengar a su hermana, Svanhild, contra Jormunrek, quien la ha asesinado brutalmente. Parten para ejecutar su cometido y a poco se reúne con ellos su medio hermano bastardo, Erp, quien ofrece su ayuda porque siente su compromiso hacia Svanhild y porque no olvida que estos hombres son sus hermanos. Sin embargo, estos rechazan con odio la mano que les tiende y Erp no puede evitar una respuesta airada e insultante, tras lo cual sobreviene una lucha durante la cual muere Erp. El episodio, corto y brutal, revela por ambos lados las distintas facetas del espíritu heroico. Erp, deseoso de mostrar sus méritos, hace una oferta generosa; al ser rechazada, debe luchar por su honor. Sus hermanos, imbuidos de una excesiva autoestima, no desean su ayuda y la rechazan. Pero habrán de pagar duramente su actitud. Después de haber herido de muerte a Jormunrek, listos ya para partir, el rey agonizante llama a sus hombres en su auxilio. Si Erp hubiera estado presente para ayudarlos, los hermanos hubieran podido matar a sus atacantes; pero tal como están planteadas las cosas, son derrotados y, antes de morir, comprenden que su suerte es el resultado fatal de su crimen contra Erp. Hamther acepta su destino, y aunque admite su error, no se avergüenza de ello: “Su cabeza hubiera sido tronchada si Erp estuviera vivo, Erp, el hermano entusiasta que matamos junto al camino, el noble guerrero; fueron los norns quienes me llevaron a matar al héroe que se sacraliza en la lucha. ”Hemos luchado duramente, hemos vencido a los godos, los hemos abatido con nuestras espadas, y yacen como águilas sobre ramas. Grande es nuestra fama, aunque vayamos a morir hoy o mañana; nadie sobrevivió a la noche en que los norns hablaron.” Luego Sorli se desplomó junto al gablete y Hamther cayó tras la casa. (Hamthismál, 28 y 30-31) El error trágico parece ser inherente al temperamento heroico y genera algunos de sus más conmovedores y espléndidos momentos. El héroe que descubre dificultades dentro de sí mismo puede llegar a enfrentarlas con la misma energía que aplica a sus adversarios. En su deseo de ser fiel a sí mismo puede llegar a ofrecer batalla a las condiciones de vida mismas o a los dioses que las impusieron. Aunque son pocos los poemas épicos en los que los humanos se comprometen a una lucha estéril con los dioses, esta lucha existe y asume características peculiares. Los héroes de la Ilíada comprometen dioses y diosas en la batalla que se desarrolla en la llanura de Troya, y aunque durante un breve lapso parecen salir victoriosos, resulta claro al cabo de poco tiempo que se han embarcado en una empresa imposible. Así, aunque Diomedes no teme desafiar a Apolo cuando el dios protege a Eneas, retrocede cuando la voz divina le ordena rendirse porque no hay paridad entre los dioses inmortales y los hombres que pisan la superficie de la tierra (Il. V, 440 ss.). Aun Aquiles, que desafía al dios-río Escamandro y se dispone a luchar con él, se ve forzado a huir” porque los dioses son más fuertes que los hombres” (ibid., XXI, 264). Odiseo debe muchas de sus dificultades al hecho de haber provocado las iras de Poseidón: está a punto de morir cuando el dios destruye su balsa y solo se salva al tocar tierra firme. La moderación de Homero impide que sus héroes se aventuren demasiado en contra de los dioses o que entablen con ellos conflictos demasiado violentos. Aquellos que en la leyenda griega transgredieron estos límites, como Tántalo, que trató mediante engaños de eludir a la muerte, o Ixión, que violó a Hera, mujer de Zeus, representan ejemplos de un pecado horrible y son dignos de castigo. Era demasiado peligroso enfrentar claramente a los hombres contra los dioses, y Homero lo evita. Este aspecto es presentado en una escala mayor y con un espíritu más temerario en Gilgamesh, que es nada menos que la historia de un héroe que trata de superar sus limitaciones humanas y fracasa. Al comienzo del poema, Gilgamesh se siente tan seguro de sí mismo que no permite que nada obstruya sus deseos. No hay hombres ni mujeres capaces de escapar a su violencia, y sus procedimientos son tan atroces que, respondiendo a los ruegos de los hombres de Erech, la tierra donde gobierna, los dioses deciden crear otro héroe tan poderoso como él, destinado a vencerlo. Así surge Enkidu, extraña criatura selvática, nacida de la arcilla del desierto. Pero Gilgamesh frustra el plan de los dioses: vence a Enkidu en una lucha y traba con él una estrecha amistad. Los dos héroes muestran su valor destruyendo el ogro Humbaba, lo cual lleva a una segunda lucha con los dioses. La diosa Ishtar se enamora de Gilgamesh y le propone casamiento. Este la rechaza con desdén y le recuerda los amantes que traicionó o maltrató, acumulando contra ella injuria tras injuria. La ira de la diosa llega a tal extremo que le pide a su padre que cree un toro celestial para matar a Gilgamesh y a Enkidu. Pero esto también fracasa. El toro es un monstruo terrible, pero los héroes logran destruirlo. Después de esto, los dioses deciden que Enkidu debe morir. Así, en este segundo “tiempo” con los dioses, Gilgamesh permanece invicto, pero ha perdido a su amigo y sus dificultades adquieren ahora un nuevo sesgo. Luego de esta etapa, Gilgamesh prosigue sus luchas con las circunstancias de la vida humana, y el poema adquiere una noble grandeza conforme va mostrando los sucesivos fracasos del héroe. La muerte de Enkidu es un golpe amargo para él, en primer lugar porque ha perdido a un fiel y amado compañero, y luego porque este hecho le revela el horror y la realidad de la muerte. Advierte que él mismo, pese a sus enormes poderes, también deberá morir. El pensamiento de la muerte lo persigue y lucha contra él tratando de hacer algo para evitarlo: ¿Deberé, después de haber recorrido el desierto como un vagabundo, reclinar mi cabeza en las entrañas de la tierra y dormir por los años de los años? Que mis ojos vean el sol y se sacien de su brillo; porque lejos queda la oscuridad si la luz se difunde. ¿Cuándo verán los muertos la luminosidad del sol? (Gilgamesh, IX, ii, 10-14) Imbuido de este espíritu, Gilgamesh consagra todas sus energías a tratar de escapara de la muerte y emprende un largo y azaroso viaje al fin del mundo con el objeto de encontrar a Uta-Napishtim, el Noé babilonio, el único de los hombres exento de la muerte y capaz de ayudarlo. Esta búsqueda es la culminación de la vida de Gilgamesh, su último y heroico esfuerzo por sobrepasar los límites de la condición mortal. La prosigue con invencible coraje, sin pensar en las penurias que debe padecer, sin prestar oídos a Siduri, la diosa del vino, cuando le propone su evangelio de goces y facilidad. Rechaza su consejo de conformarse con la felicidad corriente de los hombres y continúa su búsqueda. Sabe que es imposible para un héroe como él tener una vida de calmo placer. A su debido momento, Gilgamesh encuentra a Uta-Napishtim y escucha la historia del diluvio y las causas por las cuales los dioses lo dispensaron de la muerte. La conclusión es que Uta-Napishtim recibió esta recompensa a causa de su perfecta obediencia a los dioses. Como es imposible que Gilgamesh acceda a la inmortalidad por este motivo, trata, siguiendo la sugestión del patriarca, de intentar otras vías para escapar a la muerte. Primero, debe consultar a los dioses acerca de cómo lograrlo, y Uta-Napishtim le dice que debe permanecer despierto durante seis días y seis noches. Pero esto es demasiado para Gilgamesh: sucumbe al sueño y es despertado para enterarse de su fracaso. Pareciera que su poderosa contextura física es demasiado insistente en sus requerimientos y le impide encontrar el autocontrol necesario para hablar con los dioses. Así, en su viaje de regreso, Gilgamesh intenta otra alternativa y busca en el fondo del mar una planta que habrá de otorgarle la eterna juventud; pero una vez obtenida, una serpiente se la arrebata y vuelve a perder otra oportunidad. Llega a su casa cargado de fracasos e invoca el fantasma de Enkidu; ello solo le sirve para conocer la funesta condición de los muertos. El poema finaliza con una conversación entre él y el fantasma: “¿Has visto tú a aquel que murió en la guerra?” “Lo he visto. Su madre y su padre sostienen su cabeza, su mujer se inclina sobre él.” “¿Has visto tú a aquel cuyo cuerpo yace en el desierto?” “Lo vi. Su espíritu vaga por la tierra sin sosiego.” “¿Has visto a aquel cuyo espíritu era incapaz de cuidarlo?” “Lo he visto. Bebe las heces de las copas y come las migajas arrojadas a las calles.” (Ibid., XII, i, 149-154) Así, Gilgamesh se cierra sobre una nota de fracaso y vacío. Con mayor grado de conciencia que cualquier otro poema épico, acentúa las limitaciones del estado heroico y su incapacidad para obtener todo lo que desea, pero, al mismo tiempo, confiere una especial grandeza al héroe que lleva a cabo semejantes esfuerzos para dar concreción a todas las potencialidades de su naturaleza. Más aún que Homero, el poeta de Gilgamesh diagrama los acontecimientos heroicos contra un fondo de oscuridad y muerte que los vuelve más espléndidos porque valen por sí mismos, sin ninguna esperanza o prospección de recompensa póstuma. Gilgamesh sería mucho menos impresionante si hubiese logrado la inmortalidad. Su fracaso es un tributo al implacable conflicto contra las reglas que rigen la existencia humana. El esplendor que irradia un héroe en la hora de la derrota o de la muerte, es un rasgo especial de la poesía heroica. Aunque los héroes saben que libran una lucha sin esperanza, no desfallecen y se entregan a ella con toda la medida de sus capacidades. Esta es la gloria de su ocaso, la luz que brilla con inusual resplandor durante sus últimas horas. Y lo que es cierto para los individuos, también lo es para las naciones cuando parecen desfallecer tras alguna abrumadora catástrofe. La edad heroica rusa tuvo un terrible fin cuando Kiev fue destruida por los invasores mogoles en 1240. Esta circunstancia debía necesariamente dejar sus huellas en el canto, y la Historia de la ruina de la tierra rusa, compuesta poco después del acontecimiento, es un lamento que revela los alcances del desastre. La historia sobrevivió a través de la memoria popular y pasó a las diferentes versiones de un relato heroico sobre la caída de los héroes rusos. Dichas versiones varían mucho en los detalles pero en su mayoría coinciden en que en determinado momento Vladimir es atacado por los enemigos y convoca a todos sus caballeros para luchar contra ellos. En un primer momento, los rusos logran aniquilar al ejército invasor. Se jactan entonces de que sus hombros no están cansados ni sus armas melladas, y esa jactancia adopta una forma fatal. Uno de los caballeros, Alyosha Popovich u otro, pronuncia las palabras mortales: “Aunque enviaron contra nosotros un ejército sobrenatural, un ejército que no es de este mundo, conquistaremos por entero ese ejército.” (Sokolov, p. 99 ss.) Dios escucha esa baladronada y dos guerreros desconocidos aparecen para desafiar a los principales caballeros rusos: “¡Concedednos un combate! Somos dos. Vosotros siete. No importa.” Los rusos aceptan el desafío, pero a medida que van cortando a los extraños en dos, cada mitad se convierte en un nuevo guerrero vivo. La lucha prosiguió durante todo el día y los enemigos fueron creciendo en número y coraje. Por último, los rusos son presas del pánico. Huyeron a las montañas rocosas, a las oscuras cavernas. Cuando un príncipe huye a la montaña, se convierte en piedra. Cuando otro huye, se convierte en piedra. Cuando huye un tercero, se convierte en piedra. Desde aquella vez, ya no hay más héroes en la tierra de Rusia. En esta historia, el mundo heroico ruso perece porque desafía a Dios. Al final, su orgullo heroico es demasiado para él. Paga el último precio y deja de existir. Así como el poder de Kiev cayó ante los mongoles, así el antiguo reino de Serbia pereció en Kosovo en 1389 cuando el zar Lazar y sus aliados fueron vencidos por el ejército turco del sultán Murad. Este catastrófico acontecimiento inspiró un ciclo de poemas que relatan los hechos anteriores y posteriores a la batalla, más que la batalla en sí. A diferencia de los rusos, los serbios no transformaron este desastre en un mito o una fábula y, aunque existe un elemento sobrenatural en la elección ofrecida al zar Lazar, el resto de los poemas son de índole realista y fáctica. Los acontecimientos que describen pueden haber sido verdaderos, aunque sus características puedan haber sido distintas. Los enemigos que vencen a los serbios no son seres sobrenaturales sino turcos que desean conquistar Serbia. No hay tampoco ninguna sugerencia de que los serbios fueron castigados por su orgullo. Por el contrario, su destrucción se debe a la decisión del zar de preferir un reino sobrenatural a uno terrenal, y desde el punto de vista de las pautas religiosas y morales, esto es inobjetable. El grado de destrucción es enorme: “¿Viste, alma mía, esas lanzas, apiladas en enorme montón? Allí corrió la sangre de los héroes; subió hasta los estribos de los fieles caballos, hasta los estribos y las cinchas, hasta los cintos de seda de los héroes.” (Karadzich II, p. 290) Tampoco es Kosovo una batalla en la que solo toman parte héroes eminentes; por el contrario, en ella participa todo el pueblo serbio y esta es su última prueba heroica. La paradoja del desastre de Kosovo es que está provocado por una traición. Los poemas coinciden en que los turcos vencieron a los serbios porque en un momento crucial de la batalla, Vuk Brancovich abandonó el campo junto con sus tropas e hizo inclinar la balanza a favor de sus enemigos. De hecho, esto no parece haber sucedido, pero la leyenda ha canonizado este episodio. //...// Así como Ganelon traiciona a Roldán y lo conduce al desastre de Roncesvalles, así Vuk traiciona a Lazar y provoca el desastre de Kosovo. Pero mientras que Roncesvalles no tarda en ser vengada por Carlomagno, no queda nadie para vengar Kosovo: la nación entera pereció en el campo de batalla. Ambos casos muestran la fatalidad inherente al mundo heroico. El hombre que vive para su propio honor es demasiado sensible a cualquier desaire y sus celos no vacilan en llevarlo a traicionar a aquellos que se encuentran por encima de él. El orgullo herido de Ganelon y Vuk los hace traicionar a sus camaradas. Desde su punto de vista, esto no tiene nada de censurable, puesto que el orgullo es lo que determina su propia escala de valores. Actúan como Aquiles cuando se resiste a luchar, pero llevan a cabo sus propósitos en forma mucho más implacable y no se arrepienten a tiempo. El sistema heroico se quiebra a través de su propia naturaleza. Aun así, el desastre de Kosovo permanece glorioso en la memoria serbia a causa del heroísmo que la nación entera puso allí de manifiesto. Una catástrofe de este tipo, ya sea individual o colectiva, confiere un final satisfactorio a una leyenda heroica. En cierto modo es correcto que los grandes guerreros mueran, como han vivido, en medio de una batalla, y que se nieguen a rendirse a poderes más fuertes que ellos. Esto significa que están dispuestos a sacrificar sus vidas en pro de un ideal de humanidad heroica que no habrá de rendirse nunca y que llevará hasta sus últimos límites el coraje y la resistencia. Llegará siempre un punto en que los héroes encuentren un enemigo que no podrán vencer y en el que no podrán eludir el problema sin volverse indignos de sí mismos. Por último, sobreviene el obstáculo que no puede ser superado, la lucha superior a las fuerzas del mayor y más fuerte de los héroes. Puede sucumbir ante la mala fe como Sigurth o ante la traición como Roldán o ante algo casi accidental y trivial como Aquiles frente a la flecha de Paris. Cuando cae de este modo, su vida se vuelve completa y acabada, como difícilmente podría suceder si alcanzara una serena ancianidad. Los griegos vieron en Aquiles un héroe de mayor envergadura que Odiseo, porque muere joven en el combate, en tanto que Odiseo, después de todas sus aventuras, morirá en medio de un pueblo satisfecho de “una muerte tan gentil” proveniente del mar (Od., XI, 134 ss.). Su carrera heroica no tendrá el cierre adecuado. Los grandes héroes son a menudo conscientes de esta fatalidad. Saben que sus vidas pueden ser breves, pero esto no es más que un incentivo. Cuando Gripir anuncia a Sigurth su futuro, este dice simplemente: “¡Que la suerte te acompañe! No eludiremos nuestros destinos. (Grípisspá, 52, I) y acepta casi alegremente el porvenir. Aquiles también sabe que su vida será corta y que habrá de morir en la batalla, y aunque por un breve momento esto le hace odiar la idea del combate y desea regresar a su tierra, pronto se convertirá en un héroe aun mayor de lo que había sido y pronunciará las terribles palabras con las que niega misericordia a Lycaon: “Observa qué clase de hombre soy, fuerte y apuesto a la vez; grande fue el padre que me engendró, una diosa la madre que me dio a luz; sin embargo, sobre mí se yergue la muerte y la fortuna todopoderosa. Llegará un amanecer, o un mediodía o un crepúsculo, en que algún hombre me quitará la vida en medio del calor de una batalla, derribándome con una lanza o con una flecha arrojada desde un arco.” (Il., XXI, 108-13) Consciente de la brevedad de su vida, Aquiles se vuelve más activo y más heroico. En este sentido, constituye el modelo de todos los héroes predestinados cuyas breves carreras reflejan en su abigarrada riqueza los ardores del alma heroica. Traducción de Gloria Chicote y Silvia Delpy