12. Política comparada: una visión general PETER MAIR I. Introducción: la disciplina de la política comparada Siempre, desde que Aristóteles dispuso el examinar las diferencias en las estructuras de los Estados y constituciones y buscó desarrollar una clasifi�ación de tipos de regímenes, la idea de comparar sistemas políticos ha descansado en el núcleo de la ciencia política 1 • Al tiempo, sin embargo, aun­ que perennemente interesada con temas clásicos tales como el análisis de los regímenes, el cambio de régimen, y la demo­ cracia y sus alternativas, la política comparada no es una dis­ ciplina que pueda definirse estrictamente en términos de un único campo de estudio sustantivo. Más bien es el énfasis sobre la comparación en sí misma, y sobre cómo y por qué los fenómenos políticos pueden compararse, lo que delimita un área específica en el seno de la ciéncia política. En reali­ dad, precisamente porque no existe un único campo de estu­ dio sustantivo en la política comparada, se ha cuestionado con . '.) frecuencia la relevancia y valor de tratarla como una subdis1 Véase libros II.b y IV.b de La Política de Aristóteles. 447 ciplina separada (véase la discusión en Verba, 1985; Dalton 1991; Keman, 1993a). La disciplina de la política comparada se presenta habi­ tualmente constituida por tres elementos relacionados. El pri­ me:rn, y más simple elemento, es el estudio de países extran­ jeros, a menudo con independencia de cualquier otro. Así se define usualmente a la política comparada a efectos pedagó­ gicos, especialmente en las culturas angloamericanas, don­ de se ofrecen diferentes cursos sobre diferentes países, y se publican e incorporan a dichos cursos numerosos libros de texto sobre países individuales. Por supuesto, en la práctica, por muy útil que este enfoque resulte en términos pedagógi­ cos, con frecuencia implica escasa comparación real, excep­ to implícitamente. Cualquier investigación que pueda incluir­ se bajo este encabezamiento se dirige primordialmente a la recopilación de información sobre el país o países indivi­ duales afec:tados. En realidad, uno de los problemas asocia ­ dos eón la :stintividad o no de la política comparada como una subdisciplina es que un académico norteamericano que trabaja sobre, pongamos, la política italiana es catalogado habitualmente por sus colegas nacionales como un «compa­ rativista», mientras que un académico italiano que trabaja sobre la política italiana es catalogado por sus colegas nacio­ nales como un «no comparativista». Lo que, por supuesto, hace que la definición rto tenga sentido. El segundo elemento, más relevante, es la comparación sis­ temática entre países, con la intención de identificar, y even­ tualmente explicar, las diferencias o similitudes entre ellos con respecto al fenómeno particular que esté siendo analizado. ·Más que sitµar el interés en la información que pueda derivarse acer­ ca de esos países, aqLú el énfasis reside a menudo en la elabo­ ración de teoría y la comprobación de teoría, donde los países funcionan como casos. Semejante enfoque constituye clara­ mente un componente principal de la investigación de la cien­ cia políticamás en general, y, ciertamente, ha sido la fuente de alguno de los textos de referencia en la"disciplina como un todo (por ejemplo Almond y Coleman, 1960; Almond y Verba, 1965; Lipset y Rokkan, 1967; Lijphart, 1977). 448 El tercer elemento dentro de la política comparada se cen­ tra en el método de investigación, y se interesa por las reglas de desarrollo y estándares sobre cómo debiera llevarse a cabo la investigación comparada, incluyendo los niveles de análisis en los que opera el análisis comparativo, y los límites y posi­ bilidades de la comparación en sí misma. Precisamente porque el acto de la comparación resulta en sí mismo tan instintivo, tanto para los científicos como para las culturas populares, este tercer elemento es asumido en ocasiones por los investigado­ res como no problemático y por ello se olvida. Y es este olvi­ do, en cambio, lo que yace en la raíz de alguno de los proble­ mas más severos en la acumulación de investigación, por un lado, y en la elaboración y comprobación de la teoría, por otro. Inusualmente, la política comparada es una disciplina que se define tanto por su sustancia (el estudio de países extran­ jeros o de una pluralidad de países) como por su método (véa­ ·se Schmitter, 1993, p. 171). Al tiempo, por supuesto, esto soca­ va inmediatamente su distintividad como campo de estudio. En términos de su método, por ejemplo, la política compara­ da resulta difícilmente distintiva, en cuanto la variedad de enfo­ ques desarrollados también son aplicables dentro de todas las restantes ciencias sociales. En realidad, algunos de los estu­ dios más importantes del método comparativo (por ejemplo, Przeworski y Teune, 1970; Smelser, 1976; Ragin, 1987) están diri a-idos a las ciencias sociales como un todo antes que a la cie;cia política per se. En términos de sus preocupaciones sus­ tantivas, por otro lado, los campos de la política comparada parecen difícilmente separables de aquellos de la ciencia polí­ tica tout court, en cuanto que cualquier foco de investigación puede afrontarse comparativamente (usando datos transnacio­ nales) o no (usando datos procedentes de un solo país). Resul­ ta evidente, por ejemplo, que mucho_s de los campos de estu­ dio cubiertos en los restantes capítulos de este libro son sujeto regular para investigaciones comparativas y no comparativas". Si la política comparada es distintiva, por lo tanto, lo es • 0 2 Así, es interesante reseñar que cuando preparaba la segunda edición de la obra The Sta te ofthe Discipline ( El Eswdo de la Disciplina), publicada en 1993, 449 entonces realmente sólo en términos de la combinación de sus­ t�ncia Y método, _Y para separarlos se necesita disolver la polí­ tica comparada bien en la ciencia política como un todo, o más generalmente en las ciencias sociales. Dada la imposibilidad de revisar el amplio espacio de los de�arrollos en la ciencia política como un todo, y, al tiempo, lo mdeseable de centrarse únicamente sobre los métodos de comparación, una materia que ya ha recibido abundante aten­ ción en la literatura reciente (véase, por ejemplo, Collier, 1991 · Keman, 1993 b; Bartolini, 1993; Sartori y Morlino, 1991), e� su lu�ar, este capít�lo versará sobre tres temas principales, centrandose en particular en el contraste entre la ambición y enfoque de la «nueva política comparada» de finales de los cin­ cuenta y los sesenta, por una parte, y aquellos propios de la actual generación de comparativistas, por otra (para una revi­ sión _valiosa y de más amplio alcance véase Daalder, 1993). El pnmero de estos tres temas, que se desarrolla en la sección n concierne �l alca�ce de la comparación, acaso la principal fuente de diferencia entre las «escuelas» primera y última de la política comparada. Aunque mucho tiende a estar hecho según los enfoques contrapuestos adoptados por cada una de esas d?s generaciones de académicos, y el supuesto olvido y postenor «redescubrimiento» de las instituciones y del Esta­ do corno focos principales de investigación, esto puede resul­ tar engañoso, en cuanto que la aparente ausencia de un énfa­ sis institucional en los cincuenta y los sesenta se debe más a las a�biciones globales (el alcance de sus investigaciones) de la pnrnera generación, y por ello al muy elevado nivel de abs­ tra�ción en el que construyeron sus conceptos, más que a cual­ qmer degradación teórica de las instituciones per se. Conco­ mitanternente, el redescubrimiento de las instituciones en los ochenta y los noventa debe al menos tanto a la reducción del alcance de la comparación, corno a cualquier realineamiento teórico en la disciplina. A�a Finifter fue ª:'isada de que «no sólo necesitábamos más capítulos compa­ rativos de los que mcluía la primera edición, sino que todos los capítulos debie­ ran ser comparativos» (Finifter, I 993, p. viii). 450 El segundo tema, que se desarrolla en la sección III, con­ cierne a los tópicos reales y preguntas que afrontan las inves­ tigaciones de política comparada, y donde puede apreciarse un giro de enfoque bastante acusado, con una mayor atención dedi­ cada ahora a los «productos» -outputs- más que a las «entra­ das» -inputs- y a los resultados de la política y la ejecutoria de los gobiernos más que a los detenninantes de la política y las demandas planteadas ante el gobierno (véase también Rogowski, 1993). Lo cual se relaciona también con el cambio en el alcance de la comparación, en cuanto posee bastante más sentido preguntar si la política importa -una cuestión de pro­ ductos y resultados- cuando el alcance de la comparación se restringe a sólo un pequeño número de casos relativamente similares. El tercer tema, que será desarrollado en le sección IV, concierne a algunos de los problemas afrontados de manera corriente en la investigación comparada, dedicando particular atención, por un lado, al papel de los países como unidades de análisis, y, por otro, al uso y, en verdad, virtual fetichiza­ ción de los indicadores. El capítulo concluirá con una breve discusión en la sección V de algunas de las tendencias pre­ sentes y futuras en política comparada, centrándose en parti­ cular en el renovado énfasis sobre el contexto, así corno en el análi�is de caso en profundidad3. Il. Alcance Escribiendo a principios de los sesenta, en· una revisión de base más amplia y más valiosa de los estados pasado y presen­ te de la política comparada, Harry Eckstein (1963, p. 22) anotó que la política comparada entonces podía caracterizarse por «un interés reavivado por las comparaciones a gran escala, una con­ cepción relativamente amplia de la naturaleza de la política y lo relevante para la misma, y un énfasis creciente sobre la solu­ ción de problemas teóricos de rango medio referidos a los deter3 Para una versión anterior de alguna parte de esta discusión, centrada en concreto sobre el método comparativo, véase Mair, 1995. 451 minantes de ciertas clases de comportamiento político y los requisitos para ciertas clases de instituciones políticas». En este caso el puntó de referencia de Eckstein aludía a las primeras etapas de aqúella que hoy frecuentemente se considera fue «la Edad Dorada» de la política comparada, cuando una serie de programas de investigación mayores e innovadores fueron in1ciados por Gabriel Almond y sus colegas desde el Comité del Consejo de Investigación Americana en Ciencia Social sobre política comparada (fundado en 1954). Y lo que resulta acasó más chocante en esta caracterización, y también quizá la carac­ terísüéa: distintiva más importante en el nuevo enfoque desa­ rrollado por el Comité; es precisamente la at�ncjón que se comenzaba a prestar a las «comparaciones a gran escaia». Rechazando el entonces tradicional y casi exclusivo énfasis en el mundo desarrollado, y en la Europa occidental y los Esta­ dos Unidos en particular, y rechazando también el uso de un lengüaje conceptual desarrollado con tales comparaciones limitadas en mente, Almond y sus colegas buscaron desarro­ llar una teoría y una metodología que pudieran, a un tiempo y simultáneamente , tanto aparejar como comparar sistemas polí­ ticos de la clase que fuera, primitivos o avanzados, democráti­ cos. o no democráticos, occidentales o no. Como Almond (1970, p. 16) puso de relieve posteriormente en una revisión subsiguiénte del trabajo del Comité y del avance de la políti­ ca comparada durante este período, su estrategia había sido intentar acercar a los investigadores que trabajaban en países diferentes a lo largo del planeta, y persuadidos de que eran «parte de una disciplina común preocupada por los mismos problemas teóricos y tenían a su disposición las mismas meto­ dologías de investigación». La ampliación de las preocupaciones en un sentido geográ� fico o territorial fue acompañada, también necesariamente, de una ampliación del sentido de la política en sí niJsrna, y, en par. ticular, por lin rechazo ele lo que entonces se percibía como el tradicional y estrechamente·definido énfasis sobre el estudio de las instituciones p<;:>líticas formales. En realidad, leyendo el tra­ bajo de los comparativistas principales de los cincuenta y los sesenta, uno se ve sorprendido constantemente por una casi pal- pable frustración con la aproximaciqn al estudio de las institu­ ciones políticas que había prevalecido hasta entonces. Dos fac­ tores resultaban especialmente relevantes en este caso. En pri­ mer lugar, el énfasis tradicional sobre las instituciones era percibido como favorecedor de los aspectos legales y formales de la política a expensas de aquello que podría denominarse polí­ tica «en la práctica» y favorecedor de la historia «oficial» a expensas de lo que·se creía cada vez más era una historia alter­ nativa y «real». Así «realismo», más que «legalismo», iba a con­ vertirse en la palabra clave para los nuevos comparativistas. En segundo lugar, se requería también una ampliación del sentido de la política en orden a incorporar un reconocimiento de ·agen­ cias menos estructuradas formalmente y procesos que extendían el ámbito de lo político bastante rriás allá de las instituciones for­ males de gobierno: Esta transfonnación se desarrolló junto a las nuevas ambiciones globales de la disciplina, con el rechazo del legalismo caminando mano con mano con el rechazo a centrar­ se principalmente en la política occidental. Más aún, este nue­ vo enfoque no sólo permitió un análisis más matizado de los regímenes no pertenecientes a Occidente, sino que también animó a la nueva generación de comparativistas a prestar aten­ ción a aspectos menos formalizados de la política, incluso den­ tro del estudio de los propios regímenes del oeste. Así, los estu­ diosos de la política en los países del oeste de Europa se vieron animados a abandonar sus «desviaciones formales e institucio­ nales» y centrarse en su lugar sobre «la infraestructura política, en particular sobre· los partidos políticos, los grupos de interés y la opinión pública» (Alrnond, 1970, p. 14). Las ambiciones globales, y la necesidad de desarrollar Lma concepción de la política y el sistema político definida de mane­ ra más amplia, tuvieron dos consecuencias importantes. La pri­ mera fue el inicio de un programa de investigación en pol.itica comparada extraordinariamente fructífero, cuya completa ese.a­ la, coherencia y ambición han permanecido desde entonces sin rival4 , y cuya recopilación continúa apreciada en una imagen 452 453 •·· • Véanse, por ejemplo, en adición a una larga serie de importantes mono­ grafías: Alrnond y Coleman, 1960; Binder et al., 1971; Coleman, 1965; LaPa- de este período como si fuera «la Edad Dorada» de la disci­ plina. «La política comparada es [hoy] y ha sido desalentado­ ra para algunos», anotó Verba (1985, p. 29) en una revisión pesimista, «pero es desalentadora en comparación con las aspi­ raciones y esperanzas del pasado». Desde aquella Edad Dora­ da, a menudo se percibe que la disciplina ha ido en retirada: con los académicos quejándose, al menos en conversaciones con Verba, de «división, fragmentación y atomización en el área[... ] [y la falta de] dirección clara, liderazgo, y un conjunto de basamentos teóricos consensuado y sostenido comúnmen­ te» (1985, p. 28)5 . Segundo, consciente de que «el desafío que afronta la política comparada [era] elaborar un aparato con­ ceptual para contener la escala global vastamente extendida de sus investigaciones empíricas» (Rustow, 1 1957, 1963, p. 65), emergió tan1bién una nueva aproximación al estudio de la polí­ tica que fue encapsulada en el seno de las ahora más critica­ das nociones del «funcionalismo estructural». Previamente, como ya se ha puesto de relieve, la política comparada había sido dominada por el estudio de los sistemas democráticos esta­ blecidos, claramente definidos y avanzados económicamente, todos ellos más o menos caracterizados por una división apa­ rentemente nítida entre el Estado y la sociedad civil., y por una concepción del Estado visto como compuesto de institu­ ciones específicas (y comparables) -ejecutivos, parlamentos, burocracjas, judicaturas, fuerzas militares, y demás-, donde cada una juega su propio papel específico dentro dei ��istema. Las comparaciones globales, por el contrario, implicaban no sólo la inclusión de regímenes no democráticos, sino también de países realmente subdesarrollados, dotados de así llama­ dos sistemas políticos «primitivos», en los cuales no sólo era difícil establecer los límites entre el Estado y la sociedad civil, sino que era casi imposible algunas veces identificar institu­ ciones políticas específicas con un propósito específico. iombara, 19ó3; LaPalombara y Weiner, 1966; Pye, 1962; y Pye y Verba, 1965. 5 Véase también la revisión de Daalder (1993, p. 20) quien habla del «regocijo» asociado con el «boom de progreso político» en los sesenta. 454 Junto con la ambición globalizadora, por lo tanto, vino el abandono del énfasis sobre las instituciones formales del gobierno, y, ciertamente, el abandono del énfasis sobre la noción de Estado en sí misma, que sería traducida a referen­ cias más abstractas al «sistema político». Como puso de relie­ ve Almond (1990, p '. 192) posteriormente, esta nueva termi­ nología permitió a los investigadores tomar en consideración las instituciones «extralegales», «paralegales» y «sociales» que eran tan cruciales para la comprensión de la política no occidental, y, como sugirió Finer (1970), se requería en orden a «acompasar sociedades preestatales/no estatales, así como papeles y cargos que podrían no ser percibidos como abierta­ mente conectados con el Estado». Más aún, este nuevo len­ guaje podría servir también a los intereses de aquellos estu­ diosos que seguían preocupados con la política occidental, dado que incluso aquí una nueva ola académica había comen­ zado a <<[descubrir] las instituciones políticas en .su práctica real desviada de sus competencias formales», y había empe­ zado a «[complementar] la aproximación puramente legal con una observacional o funcional. Ahora el problema no sólo era qué poderes legales poseían estas agencias, sino qué hacían realmente, cómo se relacionaban unas con otras y qué pape­ les jugaban en la factura y ejecución de las políticas públicas» (Almond, Cole y Macridis, .1 1955, 1963, p. 53). De ahí el emer­ ger del funcionalismo estructural, en el que ciertas funciones definidas de modo bastante abstracto se conceptuaban como necesarias en todas ias sociedades, y en el que la ejecución y rendimiento de tales funciones podía entonces compararse a través de una variedad de estructuras formales e informales diferentes. Por supuesto, desde ese momento, este entonces nuevo y rompedor enfoque ha sido sujeto de extensa crítica y de con­ trarreacciones, con una nueva ola académica surgida en los ochenta que realzaba la necesidad de retornar al estud�o de las instituciones y de restaurar la primacía de un análisis del «Estado». Sí el enfoque deAlmond y sus colegas puede carac­ terizarse como aquel que «identificaba la materia sujeto de la ciencia política como un tipo _de actividad, comportamiento, 455 o, en un sentido más amplio, función[ ... ], no limitado en modo alguno por variables estructuras históricas e instituciones a través de las cuales pueden expresarse las actividades políti­ cas» (Easton, 1968, p. 283; véase también Fabbrini, 1988), enton, ces el nuevo enfoque que comenzó a afirmarse en los ochenta era aquel en el cual el contexto se convirtió en crucial, y en el que erán precisamente las «variables estructuras históricas e instituciones» a las que se veía desempeñando uri papel cen­ tral (Thelen y Steinmo, 1992). En primer lugar, las institucio­ nes, y el Estado en sí mismo, llegaron a ser percibidos de modo creciente como «actores» relevantes por derecho propio, en el sentido de que ellos, o aquellos que ocupasen los correspon­ dientes cargos, eran vistos dotados con intereses propios autó­ nomos, y eran también por tanto parte de la política «real» (por ejemplo, Skocpol," 1985; véase también Mitchell, 1991). Segun­ do, y acaso más crucial, las instituciones eran vistas también poseedoras de un efecto determinante principal sobre el com­ portamiento individual, estableciendo los parámetros dentro de los cuales se efectuaban las opciones y a cuyo través tanto se derivaban como se expresaban las preferencias (March y Olsen, 1984; Shepsle y Weingast, 1987). Tercero, las institu­ ciones, y las variaciones institucionales en particular, tenían un efecto principal sobre los resultados, estando la capacidad de los actores para realizar sus fines al menos parcialmente deter­ minada por él contexto institucional en el que operaban (por ejemplo, Scharpf, 1988; Lijphart, 1994a). Para una interpretación, entonces, parece que somos tes­ tigos de un proceso casi cíclico en el que las instituciones, y posiblemente incluso el Estado, son privilegiadas inicialmente como las bases sobre las cuales han de compararse los siste­ mas políticos; en el que estas instituciones son relegadas pos­ teriormente como resultado de la priorización de «un realis­ mo que reconocía el carácter procesual de la política» (Almond, 1990, p. 192); y en el que las instituciones adquie­ ren nueva relevancia como parte de la política real en sí mis­ ma. Desd� esta interpretación, por lo tanto, vemos una serie de mutaciones paradigmáticas (Evans et al., 1985), que via­ jan directas al corazón del análisis político comparado en sí mismo. Desde otra interpretación, sin embargo, los contras­ tes están mucho mas amortiguados. En una penetrante revi­ sión de algunos de los primeros trabajos de los neoestatistas y los nuevos institucionalistas, .A.J.mond, por ejemplo, se lamen­ taba al remarcar la continuidades reales que existían a través de -las diferentes escuelas, argumentando que había poco en este así llamado nuevo enfoque que no estuviera ya presente, implícita·o explícitamente, en buena parte de la primera lite­ ratura, y que sus términos eran esencialmente «indistinguibles de las definiciones "conductistas" funcionalistas estructura­ les» (Almond, 1990, p. 215). Pero, aunque Almond pueda haber acertado al reclamar que la realidad que sustenta la nueva terminología resulta menos nueva de lo afirmado, el lenguaje conceptual implica­ do es ciertamente diferente, y es aquí donde puede encontrarse la clave para el contraste entre las dos aproximaciones. No es un problema de si Almond y sus colegas olvidaron la impor­ tancia del Estado y de las instituciones más en general, o de si Skocpol y la mayoría de los nuevos instítucionalistas han reo­ rientado ahora ese desequilibrio; éste es, en lo principal, un debate claramente fútil. Más bien, y volviendo a la cuestión principal, es un problema del alcance de las comparaciones implicadas. Mientras que Almond y sus colegas estaban desa­ rrollando conscientemente un lenguaje conceptual capaz de afrontar la necesidades para comparaciones globales, incluso cuando el análisis concreto se restringía en la práctica a un caso o a un puñado de casos, buena parte del trabajo ajustado por los comparativistas más recientes está adaptado explícitamen­ te para aplicaciones a conjuntos de comparaciones más limi­ tados (y a menudo bastante poco variados), o incluso, como en el caso de Skocpol (1979), Hall (1986), o Scharpf (1988), ape­ nas a un número muy reducido de p<iíses. El resultado es que mientras Alrnond y sus colegas se vieron en la necesidad de operar en un nivel muy elevado de abstracción (véase Sarto­ ri, 1970), desarrollando conceptos que putlieran trasladarse y ser relevantes para todos los casos posibles, la escuela de com­ parativistas más reciente se ha entendido con un nivel de abs­ tracción de medio grado o incluso bajo, en el cual las especi- 456 457 ficidades del contexto se· convertían en determinantes crucia­ les (véase también más adelante). No es por tanto un problema de mutaciones en los para­ digmas, sino más bien un problema de variaciones en los nive­ les de abstracción, lo que, a su vez, viene inducido por una mutación en el ámbito de la comparación. En este sentido; como fue el caso con la «revolución» funcionalista estructu­ ral a finales de los cincuenta y los sesenta, el cambio no es tan­ to un reflejo de progresos en la teoría, sino más bien en el méto­ do. Una vez que las comparaciones se vuelven más limitadas en su alcance, bien mediante la restricción del objetivo a una región, o bien a un número reducido de casos, se hace posible poner en juego un grado de especificidad conceptual e inten­ sividad que simplemente es imposible en las comparaciones globales que tratan de abarcarlo todo. En otras palabras, las instituciones y el Estado vuelven a entrar no sólo porque se las percibe como más importantes per se, sino también porque los menores niveles de abstracción implicados se io han per­ mitido, y han creado el espacio para este tipo de análisis pega­ do al terreno. Al final, por lo tanto, lo que resulta sorprenden­ te acerca de las categorías adoptadas por los funcionalistas estructurales no es el hecho de que estuvieran más orientados hacia el proceso, o más centrados en la sociedad, o lo que sea, lo que resulta en cualquier caso muy debatible (Almond, 1990, pp. 189-218); más bien, lo sorprendente acerca de estas cate­ gorías es el altísimo nivel de abstracción que requerían en orden a permitir su desplazamiento de un mundo hasta otro, y en el que la especificidad institucional era absorbida hacia arriba en las nociones más abstractas de papel, estructura y función. Si las instituciones y el Estado han vuelto a la preeminencia, por lo tanto, se debe al menos en parte a que el alcance de la comparación se ha vuelto más restringido6 , y es acaso el pro­ greso más llamativo en el seno de la política comparada en las dos últimas décadas. 6 Aunque también puede argumentarse que se vieron afectados diferen­ tes impulsos ideológicos. Véanse, por ejemplo, Almond (1990, pp. 189-219), Mitchell (1991), y Chilcote (1994, pp. 121-76). 458 Este estrechamiento del alcance para la comparación pue­ de verse de maneras muy variadas. En primer lugar, y más prác­ ticamente, puede verse en la hoy virtual_ ausencia de an_álisis comparados con una ambición global, o mcluso tr�nsreg1onal. Para asegurarse, varios libros de texto contemporaneos sobre política comparada (por ejemplo, Blondel, 1990; Ha?ue ;tal., 1992), así como un buen número de cursos establecidos , tra­ tan ciertamente de permanecer inclusivos, y apuntan a desa­ nollar un esquema de trabajo que pueda acomodar sistemas del primero, segundo y tercer mundo. Sin embargo, con ��y pocas excepciones, la investigación contemporánea en política �em­ parada tiende a ser restringda por la región, o incluso a un nume­ ro más reducido de casos8 , no obstante el hecho de que restan pocas, si alguna, terrae incognitae. Esta orientación apar�c� en evidente contraste frente a las ambiciones expresadas ongma­ riamente por el Comité sobre política comparada en los cin­ cuenta, y a los primeros trabajos que, incluso cuando se res­ tringían a uno o pocos casos, persistían aplicando conceptos que se creían universalmente vá�dos. . ., Segundo, existe una tendencia creciente en la profes10n en o-eneral a irse compartimentando en grupos más o menos auto­ ;uficientes de, por ejemplo, europeístas, afric�sta� ,Y latino�­ mericanistas, produciéndose muy escasa comumcac10n a traves de las fronteras de la especialización regional. En parte, esto es simplemente una consecuencia de las presio�es en favor de un incremento de la especialización; en parte, sm embargo, es también una consecuencia de la creciente profesionalización, al haber crecido lo suficiente la masa crítica de académicos en los diferentes campos de especialidad, y las revistas asociadas, 1 Véase, por ejemplo, la discusión en «Teaching Comparative Politics for the Twenty-First Century», en PS: Political Science wui Politics 28 (l 995�, �P· 78-89. s Una excepción relativamente reciente es ef estudio de los mm1stros �el gobierno por Blondel (1985), el cual, bastante apropiadamente, �s descnt� en la edición de bolsillo como «constructor de un esquema de trabaJO que esta libre de referencia nacional». Un posible.contrapeso frente a la tendencia de limitar el número y alcance de los casos puede ser proporcionada por el cre­ ciente interés por los procesos de democratización, los cuales poseen clara­ mente una relevancia transregional (véase también más adelante). 459 para permitir la autosuficiencia. En un contexto en cierto modo difer�nte, taI?bién Almond (1990, pp. 13-31) se ha referido notonamente al avance de las «mesas separadas» en la ciencia política, por las cuales grupos de investigadores están divididos sobre la bá.s � tanto de la ideología (derecha versus izquierda) co:110 de � metodo (suave versus duro). Sin embargo, acaso con mas reahs�o, podemos también concebir esas mesas separa­ das en f�nc16n de los especialistas regionales, con sus separa­ da �. cocmas europea, asiática, latinoamericana y africana, e, mcluso dentro de esos parámetros, siendo progresivamente subdivididas por las especialidades académicas, con los de los partidos comiendo aparte de los de las políticas públicas, y �on l ?s expertos en gobierno local comiendo aparte de aquellos implicados en la investigación electoral. Pero el crecimiento de 1� disciplin � no sólo ha actuado sobre el corte entre los espe­ _ cialistas reg10nales, sino que, incluso en el seno de las diferen­ tes regiones, ha tendido también a alimentar la autosuficiencia de las áreas de los especialistas, cada una con su propia Y pequeña red y su propio conjunto de revistas (o, por continuar la analogía, con su propio menú), acentuando la tendencia hacia la fragmentación que ya fue lamentada por Verba en 1985 (véase supra, y también Keman, 1993a; para una visión más sanguínea del proceso, véanse Macridis y Brown, 1986, y Dal­ ton, 1991). Tercero, y ac·aso más importante, el debate metodológico en el seno de la política comparada, y acaso en el seno de las ciencias sociales comparadas en general, ha tendido de mane­ ra creciente a recalcar las ventajas de las comparaciones con «N pequeña»; así, por ejemplo, resulta bastante instructivo comparar la revisión del método comparativo de Lijphart de 1971, que dedicaba considerable atención a los modos en que los investigadores pudieran compensar, o superar, el proble­ ma de tener que tratar con apenas un reducido número de casos, con una revisión similar más reciente de Collier (1991), que de�icaba mucha atención a las claras ventajas de las comparaciones de N pequeña. Desde una perspectiva, esta nueva actitud puede verse acor­ de con muchos de los sentimientos expresados por buena par460 te de otros escritos recientes sobre el método comparativo, sea dentro de fa ciencia política, la sociología o la historia, o incluso, dentro de los intentos de síntesis multidisciplinaria (por ejemplo, Ragin, 1987, 1991), y que ponen c?ns1derable énfasis sobre el análisis holístico y sobre la necesidad de una comprensión más en profundidad de los casos pa�culares. �es­ de otra perspectiva, no obstante el deseo compartido de aleJar­ se de las comparaciones globales y las categorías universales, mucho de este trabajo contemporáneo sobre política comparada puede verse mejor como consistente en dos «escuelas» o apro­ ximaciones distintas (véase también Collier, 1991, pp. 24-26). Por un lado, están aquellos investigadores que insisten en inten­ tar derivar conclusiones generalizables o en intentar aplicar modelos generalizables, a través de una variedad de países que, en contraste con las ambiciones globales de la primera genera­ ción de comparativistas de posguerra, viene usualmente limi­ tada en términos de región o status. Por otro lado, están aque­ llos investigadores que parecen cada vez más cautelosos ante la comparación- de múltiples casos, incluso cuando está l�tada a una N relativamente pequeña, y que recalcan las ventaJas de los análisis en profundidad y en detalle de lo que es como mucho un puñado reducido de países, donde las ventajas ofrecidas por contemplar el cuadro completo parecen pesar más que las des­ ventajas sufridas por causa de su aplicabilidad limitada.9• Sin embargo, a pesar de los contrastes, existe un sentido en el cual cada aproximación puede reclamar ofertar la mejor opción � ara el futuro. Como anota Collier (1991), por ejemplo, los recien­ tes avances en técnicas cuantitativas parecen dar ahora una opor­ tunidad mucho mayor para el análisis estadístico entre un núme­ ro relativamente reducido de casos, y pueden dotar a las conclusiones derivadas de tales análisis de mayores autoridad y robustez 1°. Análisis cualitativos de caso en profundidad, por otro Véase, por ejemplo, la discusión de Rhodes (1994) sobre la construc­ ción del Estado en el Reino Unido, que incluye una vigorosa defensa de la capacidad del estudio- de caso para producir conclusiones generalizables. 1 ° Como, por ejemplo, es el caso con el análisis estrechamente argu­ mentado por Scharpf (1988) respecto a la capacidad de los gobiernos para implementar políticas públicas. 9 461 lado, pes� a sus limit"aciones obvias, tienen la ventaja de estar mucho m�� pegados al te eno, ?, al menos a prim era vista, pue­ :1" den mas sensibles a las aportaciones prop _ tamb1en probarse _ or­ c10nadas ho? en dia tanto por el «nuevo institucio nalismo» como por e� par�d1gma de la elección racional1 1. En ,realidad, el reno­ vado mt�res porlos estudios de caso en años, reci _ entes, y el énfa­ sis asociado sobre la comprensión de contexto completo en el cual se toman las decisiones políticas, ha sido ciertamente esti­ m�lado por �; poten��al ofrecido por estas nuev as aportaciones (vease tamb1en secc10n V, más adelante). 11 Vé ase, por ejemplo, la aplicación de Tsebelis (1989, pp. 119-234) de su enfoq ue de Juegos de engranaje en un análisis en detalle de _ los activistas del Partido Laborista Británico, los consociacionalist as belga s, � ·v las coaliciones electorales francesas. 12 Para u bue? ejemplo re iente, véase el estimulante � y muy pensado _ debate sobre � .os rr:1ento� respect1vos de los sistem as presidenciales y parla­ _ _ mentarios entre Lmz, L1Jphart, Sartori, y Stepan y Skach en Linz y Vaien­ zuela (1994, pp. 3-13�)realidad, puede incluso decirse que es aquí don­ _ de vemos!ª me1or practica de la política comparada , y también, por ser un debate rec1e �te el contraargurnento ideal contra la idea de que, de una u otra : _ manera, la d1sc1plrna ha empezado ahora a pasar su fecha de caducidad. te este interés redespertado en la democratización, y la bús­ que da de pautas generales y predicciones, lo que puede resta­ blecer un sentido de ambición global a la política comparada, puesto que es realmente sólo en este contexto donde los estu­ diosos de los países en vías de desarrollo están comenzando a reabrir líneas-de comunicación con aquellos cuyo campo ha estado largamente restringido al Occidente desarrollado; la pericia de los estudiosos del antiguo «Segundo Mundo» se per­ cibe finalmente como relevante para el cauce principal de la política comparada. Aunque claramente son éstos los temas clásicos, peren­ nes en la política comparada, una vez nos movemos más allá de ellos se hace posible apreciar mutaciones bastante impor­ tantes en los tipos de preguntas que tienden a afrontarse. En una revisión re cie nte del estado de la política comparada, Rogowski (1993, p. 431), por ejemplo, anotó cinco tenden­ cias desde los ochenta que ciertamente parecían sugerir una nueva agenda de investigación, y que incluían «una mucho mayor atención a los aspectos económicos de la política [... ] Interés aumentado en el contexto internacional de_ la política y las instituciones domésticas [ ... ] Una atención alterada y afi­ lada sobre los grupos de interés [ ... ] Un resurgimiento del interés en las estructuras del Estado y su rendimiento [...] [y] írabaio adicional sobre nacionalismo y fracturas étnicas»; des­ de lu�go, ésta constituye sólo una lista entre las muchas posi­ bles, e incluso, tras el lapso de apenas un par de años, uno pue ­ de inclinarse a relegar la preocupación una vez manifiesta por, pongamos, los grupos de interés, y en su lugar otorgar priori­ dad, pongamos, al floreciente interés por las transiciones a la democracia v el funcionamiento de la democracia en sí mis­ mo. No obstante todas las calificaciones semejantes, lo que resulta particularmente llamativo acerca de esta lista, y sería seguramente también común a casi cualquier otra lista que pu�da elaborarse actualmente, es la atención dedicada a los product¿s, o incluso simplemente a los resultados, de los pro­ �esos políticos y las instituciones políticas, y, por tanto, la atención a la política como una variable independiente más que dependiente . En otras palabras, lo que sorprende en este 462 463 III. Preguntas En muchos asrectos, la amplia dirección d e las preguntas _ afr�ntadas por la mvest1ga ción política comparada ha p erma­ necido largamente mmutable a través de o-eneracio nes '.Jv ac�"' . 1 so a través de siglos. ¿ Cóm so 1!1c_u o se puede distinguir a unos reg1menes de otros? ¿ Qué cuenta para la estab ilidad de un réo-i­ men, Y qué cuenta para el cambio? ¿Cuál es la «mejor» fo�a de gobierno? La atención dedicada a estas «gra ndes» cuestio­ nes ha tendido, desde luego, a fluir y refluir con diferentes generaciones de académicos, con un interés recié n redesper­ tado en las consecu encias de la nueva ola de dem oc:;:atización (v�ase, I?ºr ejemplo, Diamond y Plattner, 1993), y refle mas obviamente en el extraordinario volumen de nuev jado a litera­ tura sobre transiciones a la democracia y sobre ino-en ietia cons­ titucional y diseño institucional 12. En realidad, e; precisamen- ª ?n caso es toda la extensión de la preocupación por el impacto de la política más que por los detenninantes de la política (véa­ se, por ejemplo, Weaver y Rockman, 1993). Es aquí donde e:,tra en acción, por ejemplo, el creciente interés por la eco.. ?º�ía �olítica, así como por las estructuras del Estado y las mst1tuc1ones, sea este último encu�drado en el seno del dis­ curso más tradici0nal (por ejemplo, Lijphart, 1994a) o den­ tro de los términos de referencia del nuevo institucionalismo (por ejemplo, Hall, 1986; Evans et al., 1985). Aquí también, por tanto, resulta posible discernir una dife­ rencia entre la nueva generación de comparativistas y aquella que floreció a finales de los cincuenta y en los sesenta. No es simple coincidencia; al menos en parte, es el abandono de la ambición de la comparación global y el universalismo lo que pa­ rece haber proporcionado el espacio en el cual estas nuevas preguntas pueden convertirse en relevantes. Hay dos pasos impli­ cados en este caso. En primer lugar, como se apuntó anterior­ mente, una restricción del alcance de la. comparación ha �e�tido que se dedicara más atención a las especificidades ins­ titucionales, y ello por sí mismo ha contribuido a hacer posible preguntarse si la política importa. En segundo lugar, restringir el alcance de la comparación implica también el que ahora ten­ ga mucho más sentido preguntarse si la política importa, que lo tendría en comparaciones que intentaban abarcar tres mundos diferentes, puesto que, en este último caso y de manera inevita­ ble, diferencias en los niveles de desarrollo económico, o inclu­ so en la cultura política, probablemente habrían parecido mucho más relevantes (por ejemplo, Castles, 1982). En realidad, una vez que se restringen las comparaciones a casos relativamente similares, como lo son, por ejemplo, las democracias industria­ les avanzadas, en las que los niveles de desarrollo económico, o las pautas de la cultura política, o las estructuras de la socie­ dad resultan relativamente invariables, entonces los investiga­ dores se ven casi forzados por necesidad a retroceder sobre las inevitablemente variantes estructuras y procesos políticos 13. Y precisamente porque los posibles «determinantes» de la polí­ tica -en economía, cultura (contemporánea) o sociedad- real­ mente difieren poco en estos casos similares, tales estructuras políticas y procesos variantes asumen entonces de modo cre­ ciente el status de una explicación más que de algo explicado, y ello contribuye a dirigir la atención a indagaciones sobre res1;1l­ tados y productos. Sin .embargo, por las razones que sean, en las investigaciones de política comparada se pregunta con más pro­ babilidad que antes sobre las diferencias que produce la políti­ ca, en lugar de preguntar qué hace diferente a la política. En otras palabras, enfrentados a variaciones en las estructuras institu­ cionales y los procesos políticos, es más probable que los acadé­ micos contemporáneos quieran evaluar el impacto de esta varia­ ción en vez de como antes -más notablemente a finales de los cincuenta y los sesenta-, preguntarse en primer lugar por qué han surgido esas diferencias; y esto indica claramente una muta­ ción mayor en la dirección de la investigación comparativa. Puede verse parcialmente la evidencia de esta mutación en la variedad de nuevas tendencias anotada por Rogowski ( 1993, véase también supra), así como, en realidad, en casi toda revi­ sión de la literatura contemporánea (véase, por ejemplo, Keman, 1993b). También puede apreciarse, quizá de manera más interesante, en la trayectoria de investigadores aislados y escuelas de investigación. Entre los académicos aislados, por ejemplo, cabe citar el caso de Arend Lijphart, quien ha sido durante largo tiempo una de las .autoridades más sobre­ salientes en la disciplina, y cuyo trabajo ha progresado en el tiempo, desde una investigación sobre las condiciones que daban lugar al auge de ciertos tipos de democracia, �acia otra sobre las consecuencias de ciertos tipos de democracia. El tra­ bajo principal de Lijphart en el campo de la política compa­ rada se refería a la elaboración de una tipología de regímenes Así como, cada vez más, sobre ia variación de las tradiciones históri­ cas, donde una versión más matizada de la cultura política y las tradiciones políticas entra entonces en acción (véanse, por ejemplo, Castles, 1989, 1993; Katzenstein, 1984, pp. 136-190; Putnam, 1993). En este caso el peligro, sin embargo, reside en que un énfasis en el papel crucial jugado por las tradi­ ciones históricas puede conducir algunas veces a explicaciones esencialmente ad h:,c, si no a un cierto grado de fatalismo. 464 465 13 democráticos en l a que los diversos tipos identificados, y más notablemente l a democracia consociacional, se definían sobre la base de dos vari ables determinantes cruciales: el grado de conflicto o cooperación entre las elites, por una parte, y el gra­ do de fragmentación u homogeneidad en cuanto a la cultura política, por otr a, est ando este último firmemente localizado en el seno de una concepción de las divisiones sociales y el pluralismo social (Lijphart, 1968). Lo que resulta más intere­ sante en este contexto particular, sin embargo, es que según el trabajo de Lijphart se desarroll aba, y según intentaba modi­ ficar y construir sobre estas ideas iniciales, el l ado específi­ camente social de la ecuación se volvió cada vez menos impor­ tante, tanto que en su t an influyente descripción de los dos modelos más generalizados de democracia, l a cuestión de los deterrrúnantes sociales de las estructuras políticas fue esen. cialmente relegada a los márgenes (Lijphart, 1984; véase tam­ bién Bogaards, 1994). Diez años después, en su trab ajo más reciente en este c ampo, el cambio en el énfasis era aún más evidente, con la investigación habiendo derivado ahora h acia la cuestión del rendírrúento de los diferentes tipos de demo­ cracia, y con la cüestión de los determinantes ignorada c asi por completo (Lijph art, 1994a). Semejantes mutaciones pueden también apreciarse entre las diferentes escuelas de investigación, con la literatura sobre democratización ofreciendo quizás el ejemplo más obvio del modo en que las explicaciones se han movido desde un énfa­ sis en las condiciones sociales y econórrúc as «objetivas» nece­ sarias para la democr acia (por ejemplo, Lipset·, 1959) hacia un énfasis en la importancia de la toma de decisiones en las elites, en el «voluntarismo» y en los tipos de instituciones y estructuras políticas implicad as. Si la democracia puede emerger, por lo tanto, y si puede sostenerse, se percibe ahora mucho menos dependiente que antes de los niveles de desarrollo social y económico y mucho más dependiente de las opciones polí­ ticas (Rustow, 1970), de la «habilidad» (Di Palma), as,í como de los resultados de las acciones r acionales y la información (por ejemplo, Przeworski, 1991). Tal y como lo expresó Karl (1991, p. 163), «la.m anera en que los teóricos de la política 466 comparada han buscado compren� er l a de� ocracia en los pa�­ ses en vías de desarrollo h a cambiado segun la un a vez dorru­ nante búsqueda de prerrequisitos para la democracia ha dejado paso a un énfasis en las elecciones_ �ontingentes más _orienta­ do hacia el proceso>; (véase tamb1en Karl, 1991, mas gene­ ralmente; así como Whitehead, cap. 14, infra). De manera similar, la cuestión de l a consolidación y la sostenibilid ad de nuevas democraci as se ve ahora más estrechamente aso­ ciada con las especificid ades reales de las instituciones .impli­ c adas (por ejemplo, Linz y Valenzuela, 1994). En este caso, por tanto, como es t ambién más e:1 gen�ral �� caso en 1:na , variedad de campos diferentes de mvest1gac1on en J?Oht1ca comp ar ada, las preguntas giran ahora con mayor cland ad en torno a qué hace la política, antes que en tomo a lo _que hace a l a política como es; con el resultado de que, mas de dos décadas después de un tempr ano pero muy poderoso llama ­ miento en favor precisamente de tal giro (Sartori, 1969), resul­ ta ahora más p;obable que las investigaciones comparadas enfaticen una 'Sociología polític a antes que simplemente una sociología de la política. IV. Problemas A cierto nivel, trabajar en política comparada resulta a menudo frustrante. El académico dedica mucho tiempo Y esfuerzo para recopilar datos transnacion�es comp�ables, p�a asegurar que ningún factor relevante ha sido ex�lmdo del ana­ lisis, y construyendo un modelo general y prefenbleII::nteyar­ simonioso que pueda explicar el fenómeno en cuest10n siem­ pre que ocurra :o deje de ocurrir, pa ra después confro�tarse en alguna conferencia o semejante con alg�n experto n acional que se queja de que las cosas no son re almente de �sa D:1�era por allí, y que a continuación �frece una _c�ntra��plicac1on n:_ucho más matizada pero esencialmente 1d1ogr afica (lo q ue Hans Daalder refiere como la «táctica Zanzíbar» ). A otro mvel, des­ de luego, trabajar en política comp aqda permite �e� �legre­ mente irresponsables, en cuanto siempre cabe la pos1b11idad de 467 preva.ciar la táctica Zanzíbar presentando la teoría genérica pro­ pia con el aviso de que; aunque las conclusiones no son nece­ .sariamente ciertas para cualquier país en particular, lo son no obstante de manera más general. En ambos casos, sin embar­ go, la dificultad real reside esencialmente en lo mismo: aun­ que 'el país tiende a conformar la unid�d de análisis y obser­ vación, el académico d�be no obstante trabajar en una alejada del país, e, independientemente de si el número de casos es limitado o extenso, debe traducir una experiencia nacional a una categoría operativa. Y sin querer entrar en una discusión sobre los pros y los contras de los diferentes métodos compa­ rativos, esto enfrenta de mo1o inmediato a aquellos implica­ dos en la política comparada con dos problemas concretos. El primero de estos problemas ya fue aludido por Rogowski (1993), y ha sido subrayado frecuentemente en la discusión con­ temporánea de la disciplina, y afecta a la medida en que el país sigue proporcionando una unidad significativa de análisis. Un aspecto de este problema es la dificultad de identificar qué es específico de la política nacional en un entorno crecientemente internacionalizado. A medida que la política comparada se cen­ tra cada vez más en resultados y productos, por ejemplo, resulta también cada vez más probable recurrir a explicaciones y deter­ minantes situados al margen del control de cualquier Estado nacio­ nal. Pai:a asegurarse, cabe construir una estrategia de investiga­ ción de casos similares en la que el mismo entorno intemaciótlal sea común para todos los casos relevantes, y pueda tomarse como algo dado que no explicará ninguna variación transnacional sub­ siguiente que pueda hallarse (véase, por ejemplo, Scharpf, 1988), pero las oportunidades para esta estrategia resultan necesaria­ mente limitadas y lirnitadoras (Mair, 1995). En cualquier caso, en ¡a medida en que las instituciones nacionales y los gobier­ nos nacionales pierden su capacidad para modelar sus propios entornos nacionales, en esa misma medida los estudios de polí­ tica comparada afrontan problemas potencialmente severos 14. 1 � Y no únicamente la política comparada: destacar la provocativa suge­ rencia de Susan Strange (1995, p. 55) de que con el debilitamiento del Esta­ do como la unidad de análisis más importante «buena parte de la ciencia polí-:;; tica occidental está obsoleta, cuando no ya completamente caducada». 468 Un segundo aspecto de este problema afecta a la misma validez del país como unidad de análisis, incluso independientemente de todo contexto internacional relevante; en este caso la dificul­ tad reside en el simple hecho de que los países en sí mismos cam­ bian en el tiempo, y por tanto eso se suma al puzzle de las varia­ ciones transnacionales. Los investigadores necesitan también ser ·conscientes de la variaéión en el tiempo, en la que el país A en un momento X puede diferir tan acusadamente del país A en el momento Y como lo hace del país B en el momento X (Bartoli­ ni, 1993). En realidad, esta dificultad se �uelve particularmente , aguda cuando su investigación se centra sobre las estructuras institucionales, puesto que es habitualmente en este nivel don­ de pueden ocurrir y ocurren los cambios significativos. En otras palabras, si las instituciones realmente importan, ¿cómo pueden analizarse aquellos países en los que estas instituciones cam­ bian? Una posible solución para este problema, que aparece cada vez con mayor frecuencia, consiste simplemente en la disolu­ ción del país en subconjuntos concretos de variables, con el reciente estudÍo de Bartolini y Mair (1990) y más especialmen­ te el de Lijphart (1994b), ofreciendo útiles ejemplos de las ganan­ cias que pueden obtenersé abandonando la noción de países como casos únicos e indivisibles y la adopción de observacio­ nes múltiples desde cada país. El objeto del reciente estudio de Lijphart son los sistemas electorales y sus consecuencias polí­ ticas, y precisamente esos sistemas electorales, antes que los países como tales, constituyen los casos relevantes en la inves­ tigación. Así, por ejemplo, aunque Francia es una de las 27 democracias incluidas por Lijphart en su investigación, .Fran­ cia como tal no constituye una de las unidades de análisis rele­ vantes, más bien, las seis fórmulas electorale� diferentes que Francia ha adoptado desde 1945 constituyen seis de entre el total de los setenta casos que se analizan ·en el estudio (Lijphart, 1944b). Esto está lejos de ser una estrategia nueva, y un enfo­ que similar .se ha adoptado desde hace tiempo en la investigación de coaliciones comparada, por ejemplo. No obstante, cada vez más resulta una estrategia común, y sugiere una disposi­ ción mucho mayor para experimentar con unidades alternati469 <) H �: vas de análisis y con ello estar preparados para las variaciones transnacionales (Bartolini, 1993). El segundo problema implicado en este caso quizi sea más agudo, y afecta a la fiabilidad de varias medidas e indicado-­ res que se usan en orden a traducir las experiencias naciona­ les en categorías operativas comparables, un problema que se ha vuelto más acusado según los académicos han tratado de construir en sus análisis medidas de variación en cuanto a ins­ tituciones políticas y estructuras políticas. Las expJicaciones sociales y económicas siempre han demostrado resultar rela-­ tivamente fáciles de operacionalizar, y en este sentido el atrac­ tivo de la «objetividad» en la sociología de la política (Sar­ ,tori, 1969) siempre ha resultado fácil de apreciar, y no menos a causa de la aparente fiabilidad de fuentes de datos como el Banco Mundial, la OCDE, la Unión Europea e incluso la investigación de encuestas. Una vez que las instituciones comenzaron a ser medidas y comparadas, sin embargo, la fia­ bilidad parece flaquear, mientras que a la vez los datos «duros» -en el senÚdo de datos que ;ignifican los mismo. en c1da contexto- demostraban no estar disponibles a menudo. Ll :-esultado es una búsqueda sin 5n de ,<indicadores» apro. ,:� :�n.c.'.:1.:;(: en el lfrriitt:\ J.;;1. aparente fe.tich).zacir�\0. de tales rentes aproximaciones metodológicas. Sin embargo, era tam­ bién llamativo apreciar cómo la cuestión inicial sobre si el crecimiento económico puede estar asociado con la fortaleza de la izquierda, se transformaba realmente en un problema de técnica estadística y selección de caso, y cómo .el problema más fundamental de cómo medir y operacionalizar la forta­ leza de la izquierda se ignoraba en esencia. En otras palabras, mientras se debatía sobre la metodología, se daban por supuestos los :mdicadores en sí mismos. Y cuando se vuelve hasta aquel debate, y se busca precisamente cómo se deriva­ ron esos indicadores cruciales, se le remite a un artículo de principios de los ochenta en el que «la izquierda» es «defi­ nida de una manera amplia para incluir comunistas, socia­ listas, socialdemócratas y partidos laboristas, así como diver­ sos partidos pequeños que están a la izquierda del centro en el continuum ideológico downsoniano», y la fortaleza de la izquierda en el gobierno viene indicada por la medida en que esos partidos controlan ei gobierno, «en cuanto lo indica su controí de las carteras dei gabinete», así como «la fuerza de los gobiernos de partidos de izquierda en el parlamento» (Cameron, 1984, p. 159), mientras que los niveles de afilia­ ción a los sindicatos y la unidad organizativa de los obreros ,;e basan en datos 1ecogiJ.os en el Eu?'°Opa Yem-book (Carne:::on'., 1984� p. _--'.65). p1u, 3indícatos �\ :Y el crecimien.to et.:>JJ1ÓD.Yico� y qu,:�. -.�ue ::ita­ cic su·bsecc.erl.°�:-�;xr1er;_te� -��-.n 1.1.D. .8. re.··visiór.; de Ic·s p1ogr�s.o:-; :recie:n­ i�es e.n ei raétodo c:>rn1-12l·;:ft·l•,,ro ((�üllier, J.991. r�- 22!. •�'o:mo -.:<n.n -;;jernplar -z�;f:J.crzc) IYie�cfJ.olé:g:ictll1}_e:o.te sofisticado d.e diversos acadérnicos para sol"venttir reo. rxcoblero.a i�cc1pc:rta11te; óentro del '.:-;sc.rnenia de trF.tbajo ele]_ ::1.néiJisis cua:ntit3.t.i·vc de �N reducidas-:.>. C�iertar.n.ente: :;::;]. d.ebate re,;;;reser.�t{ •;.na :.::01rtrib1J.ciór1 ir.npor­ tante y 1r1uy ·!-laliosa a la i11\1e.stigació�n. en !)Ol:[tica co1nparada, y tambié!l estaba efectivamente marcado por una a�usacla sofisticación estadística y metodológica, con mucho del trajín entre los autores girando precisamente en torno a las dife- .;e·. en el 111orne1.1Io del o:�·i.gi11a.t esi:1,1::j::-:, ÍJ.e �:arr1eron--. L.o·qt1e debe recalcarse, sin embargo, es que simplemente son indi­ cadores, :no son, ni puede esperarse que :lo sean nunca, la rea-­ üdad. -'[, por rnnto, si ha de plantearse un largo debate en una revista reputada al respecto de la muy importante cuestión sustantiva de si la fortaleza de la izquíérda puede asociarse con el crecimiento económico, seguramente una de Ias pri­ ·meras cuestiones que viene a la r.aente no debería versar sobre técnicas estadis\'.icas., sino más bien sohre la precisión y fia­ bilidad de los indicadores en sí mismos. Pues si los indica­ dores no ofrec;en la mejor indicación de lo que se supone es 470 471 1 pueden ofrecer en rtérminos de beneficios explicativos. Los teóricos de coalicion�s, por ejemplo, tienden ahora a poner mucho más énfasis �obre lps modelos inductivos (por ejemplo, Pridham, 1986), y estan mu�ho más preocupados con la comprensión del contexto nacional ínás amplio dentro del cual se juega cada jue­ go de coalición, rni�ntras que aquellos que están tratando de expli­ car los resultados die las políticas públicas ahora tienden a recu­ rrir mucho más a los estudios holísticos, en detalle, y sensibles al caso. Francis Ca�tles, por ejemplo, que ha sido pionero de bue­ na parte del mejor tirabajo comparativo referido a esta última área ha ido recienteme�te de desarrollar amplios modelos deductivos'. donde el contexto jugaba escaso o ningún papel (Castles, 1982), a estudios especí�cos más culturales (Castles y Merrill, 1989; Castles, 1993), en �os que se otorga un importante papel a «tra­ diciones» distintas( pero largamente incuantificables (las nacio­ nes d � habl� ingl7s� o las naciones escandinavas), así como a estudios mas espejc1ficos de cada país, en los que el contexto nacional parece cl�ve (Castles, 1989). El resultado ha sido ale­ jarse rápidamente de los modelos más generalizados, y un énfa­ sis renovado sobrdl.la comprensión más en detalle de los casos . paruculares o los países, donde, a menudo inductivamente, datos más cualitativos y iontextualizados pueden ser evaluados, y don­ de pueden tenerse¡ en cuenta las circunstancias institucionales específicas o las cplturas políticas particulares. Asistimos a un nuevo énfasis sobr� estudios específicos más culturales (por ejem­ plo, las naci?nes dt habla inglesa), y estudios específicos nacio­ nales (por e3emplol, el Reino Unido en solitario), e incluso estu­ dios específicos in�ti.tucionales (por ejemplo, el Reino Unido bajo el gobierno Thatct;er). D� ahí también el reciente y cada vez más extendido atractivo! de las aproximaciones muy desagregadas que surgen dentro del lnuevo institucionalismo» (por ejemplo, Tse­ belis, 1990; Ostro:rp, 1991). Al mismo tietjlpo, sin embargo, resultaría un gran error· leer estas recienttjs transformaciones como una simple vuel­ ta al viejo énfasi� en el estu-clio de países individuales, que precedió los esfuerzos del Comité de 1954 sobre política com­ parada, en cuant� ahí permanece uno de los mayores con­ trastes entre el prjmer enfoque de país en solitario y el pre1 476 sente redescubrimiento del contexto, un contraste que ahora ha comenzado a jugar un papel crucial en el desarrollo de la ciencia política comparada como un todo. Mientras que el pri­ mer foco sobre los estudios de país en solitario se desarrolló en un momento en que la propia ciencia política se hallaba en un estadio muy temprano de desarrollo, y en un momento . en que los centros de excelencia disciplinaria se concentra­ ban en apenas un puñado de departamentos en un reducido número de países, el interés actual por el contexto ha emer­ gido tras una expansión masiva de la disciplina en términos tanto de internacionalización como de profesionalización (Daalder, 1993). Anteriormente, por ejemplo, compilaciones de estudios nacionales, como aquellos representados por el volumen pionero de «oposiciones» de Dahl (1966), eran bas­ tante excepcionales, en cuanto sólo raramente los académi­ cos con conocimiento experto sobre países o casos podían encontrarse y juntarse para discutir la aplicación de hipóte­ sis similares a sus países o casos. Hoy en día, sin embargo, esta clase de· combinación de recursos se ha convertido en un lugar bastante común, y constituye la estrategia nuclear dentro de muchos proyectos de investigación transnacional (aunque usualmente regionalmente específica) en una varie­ dad de disciplinas diferentes. Éste es particularmente el.caso en el seno de la política comparada, donde el desarrollo de métodos de adiestramiento y paradigmas comunes, junto con la expansión de redes internacionales de académicos forma­ lizadas (como el Consorcio Europeo para la Investigación Política, ECPR) han asegurado que los académicos de la cien­ cia política, al menos en las diferentes regiones, hayan comen­ zado ahora a hablar lo que es esencialmente el mismo len­ guaje disciplinario. Como resultado, ahora es relativamente fácil, si el dinero lo permite, reunir a expertos nacionales y así acumular su conocimiento dentrd de una comprensión comparativa amplia que al mismo tiempo es sensible a los matices de los diferentes contextos (véase, por ejemplo, Prid­ ham, 1986; Budge et al., 1987; Castles, 1989; Katz y Mair, 1994; Laver y Shepsle, 1994). Y precisamente a causa de que esos expertos locales fueran puestos en contacto, y des477 ofrecer uno de los mejores medios para poder distinguir estos dos tipos de democracia, no son necesariamente la única opción, y toda aplicación de los indicadores de Lijphart debería ciertamente tener en cuenta el período de tiempo específico (1945-1980) al cual se aplican, en cuanto que un intervalo de tiempo diferente puede conducir a una muy dife­ rente categorización de los casos (véase, por ejemplo, Mair, 1994). El clásico moderno de Robert Putnam (1993) sobre la democracia italiana ha llegado ciertamente muy lejos tan­ to en sus argumentos como en sus implicaciones, y ha sido grandemente alabado por su capacidad para ligar pautas en la cultura política contemporánea a sus fundamentos moder­ nos iniciales; pero incluso en este caso, a pesar de la ampli­ tud intelectual del estudio, la medida dave del rendimiento institucional de la que depende el análisis se basa en apenas un reducido número de indicadores, algunos de los cuales derivan de observaciones que se tomaron en el curso de un solo año de calendario (Morlino, 1995). El problema real aquí, por lo tanto, como lo es a menudo el caso en la investigación política comparada más en general, es asumir que el análisis de la relación entre las variables resulta más importante que la calidad y la fiabilidad de las variables en sí mismas, un problema que se ha vuelto más agudo según se ha ido otorgando mayor prioridad a varios factores institucionales y políticos, y a sus indicadores ope­ rativos. Supone también un problema severo que, pese a la mejora evidente en la sofisticación estadística y metodológi­ ca de la investigación política comparada en los últimos años, y pese a su evidente ambición intelectual, los datos reales que se emplean continúan bastante crudos (véase también Sch­ midt, 1995). Y p�es,to que es precisamente esta ausencia de datos comparables sólidos lo que está promoviendo la feti­ chiza�ión virtual de cualesquiera indicadores disponibles, independientemente de su fiabilidad potencial, debe perma­ necer como prioridad para la investigación política compa­ rada seguir el consejo dejado por Stein Rokkan en ocasiones diferentes: continuar estimulando el acopio de datos sis­ temáticamente comparables que puedan realmente «precisar la realidad subyacente, entonces ninguna cantidad de inge­ niería estadística tendrá como resultado la acumulación de conocimiento. ¿Resulta alguna noción de la «1zquierda del centro dowsoniana» la línea divisoria más apropiada para defi­ nir izquierda y derecha, o debiera probarse alguna otra medi­ da? ¿El control_sobre las carteras es, per se, el mejor indica­ dor de la influencia gubernamental, o no debieran tenerse en cuenta precisamente qué carteras se ven implicadas? ¿Puede. el nivel de afiliación en los sindicatos izquierdistas ofrecer una medida más apropiada de la fortaleza de la izquierda que la afiliación a los sindicatos per se, y continúa siendo el Euro­ pa Yearbook la mejor fuente de datos potentes, fiables y trans­ nacionales para esta variable crucial? Al final, desde luego, estos indicadores pueden demostrar haber sido entonces los mejores a disposición de los contribuyentes para este com­ plejo debate; lo que resulta simplemente sorprendente es que nadie pensase en comprobarlo. Existen, desde luego, otros numerosos ejemplos que podrían citarse, en los que indicadores potencialmente falibles o arbi­ trarios han obtenido un status casi bíblico. Los datos de Cas­ tles y Mair (1984) sobre el emplazamiento izquierda-derecha de los partidos en un buen número de democracias occiden­ tales, por ejemplo, son vistos de manera general corno bas­ tante autorizados, y continúan siendo empleados frecuente­ mente en estudios que sigan líneas similares al trabajo dtado anteriormente. Son datos probablemente autorizados, pero también es posible que no, y el _cuadro que trazan, basado sobre un número relativamente reducido de opiniones exper­ tas en una muestra relámpago, acaso no debería obtener la significación y peso que normalmente recibe, y ciertamente no debiera asumirse automáticamente que posean una validez que se extienda mucho antes, y mucho después, de su apli­ cación real. Lo mismo podría decirse también de los diver­ sos indicadores inicialmente desarrollados por Arend Lijphart (1984) como medios para elaborar su influyente distinción entre democracias mayoritarias y de consenso, y que han sido incorporados subsiguientemente en una variedad de análisis diferentes; aunque estos indicadores en concreto bien pueden 472 AO lo 473 ineros» (citado por Flora, 1986, pp. v-vi) sobre varia­ -ransnacionales. 1) V. Conclusión: tendencias actuales y futuras Todos los estudio s en política comparada comparten al menos un atributo: una preocupación con los países, o unida­ des macrosociales, como unidades de análisis o. al menos como unidades de observación (Ragin, 1987; Keman, 1993a): Al tiempo, los análisis comparativos buscarán también con fre­ cuencia llegar a proposiciones generalizables, las cuales, en su forma más extrema, buscarían explicar los fenómenos cuando ocurran y cuando no. El resultado inevitable es la tensión entre un énfasis en los factores específicos de cada país, por una par­ te, y las relaciones universales, por la otra. Pero mientras la entonces nueva política comparada de los cincuenta y los sesen­ ta tendía a situar el énfasis en las relaciones universales, y por tanto las comparaciones globales, la tendencia en el seno de la investigación comparada a lo largo de la década de los ochen­ ta ha sido alejarse _de la teoría general, resaltando ia relevan­ cia del contexto. �En parte, esta tendencia 2:et1ejri lz� rc:10\0.aci�-1 infl"c.e:2 1:.1a dt:; 1a 1 l 1 �:::1::�;:���� c\ :���:; �<:,i���,�;{;��f:,�,{�:�::;� ;�:J: ,�;:r ::: '·):'.:�:::: �- 980:.. �'-\_b:j:�tn-is, 1982) que rrr.tY.:-1 d:·.:: .=.-�:1.n.p:.:,:-:r�_,ie·.�- Io.s :�·,_::: )_-_.ó1T1e:nos 1 1, f;ri. e.3. contex_to D:-léÜ; a.mplio u. <<t1olfst{;.�::=>> d���rtr,:-; ,5;:.:� c·. .-!.!i.l �iC0�1"tecen (véase rar.nbié11 T'helen y .St�inmo'.• I 992; y la ,s:,7;c:ción Il t:upro). Por otra parte: se contemplan_ teor:[as rr..ás ge:�1e�·:ües para :involucrar la desagregación artificia:� dr:; c.:3.��'-)::; -;:�: ,.:.::c:r1;t�.11tos ele p:a.rtes que puedan entonces ser •::on:1paradas tIJ.IisnaciC';x:tallne.n­ te� y en las c11ales se ol\.rida la configuración 01�.ginal del ,<todo» .., , 0°� , se.·Ragm, · .L;;; ac,· · ¡•. . ,-�ompren .si·-e•t-oo-aa'o (._vea o;, pp. ix-x. ct· er ,::;, cuaL:1 ro al completo como un rndo y en profundidad :,e cor.t2:mpla por .1.o tanto como preferible, frente a una ex:pLt[�?.ciO.n Irtás general de fragmentos de ese cuadro. En parte., srn e.mbargo, esta vuel­ ta al contexto es también el resultado de la extenuación y la frns­ tración. Cuando el universo de la política comparada se expan474 dió a finales de los cincuenta y en los sesenta, y cuando más y más datos sobre más y más países llegaron a estar a disposi­ ción de los comparativistas, se desarrolló una inevitable ten-: dencia a comparar tantos casos como fuera posible, y la inves­ tigación tendió a dirigirse hacia la elaboración de modelos deductivos que pudieran testarse con una N tan grande como fuera posible. Las explicaciones se desarrollaron así por medio bien de una expansión de las series de datos, bien por medio de un refinamiento de las variables explicatorias, bien a través de especificaciones más claras de aquello que precisa­ mente necesitaba explicarse. Buena parte del avance de la teoría de coaliciones entre los sesenta y los ochenta, por ejemplo, pue­ de contemplarse de esta manera, con un ámbito siempre más extenso de países que se incluyen como casos, con más varia­ bles que se incorporan a los modelos, como las políticas, la ideo­ logía, la experiencia gubernamental, y así sucesivamente; y con definiciones más precisas de lo que en realidad conformaba una coalición «ganadora» (véanse las revisiones en Browne y Fran­ klin, 1986; B·udge y Laver, 1992). En una vena semejante, mucho del trabajo que buscaba evaluar el impacto de la «polí­ tica» sobre los resultados de las políticas públicas (por ejem­ plo. Castles, 198:2) se desarrolló por la vía de tomar tantos casos �:orne fuf;�é: ;·c:sitiJ.e y ensa11chm� así la capacidad explicativa a tr2�,.rés del Tefir1anllento co11stru.1te de. las r.nedidas y d.efi:ni.cion.es ,)e <<J)C]itica>> (:ir1cluyeriJ.o la ideología. ele partido, las po]iti­ �.23.s d,c parti:Jc-:. l;is esrn..\ctu��as ins·�itucio:nales� las e.strnctu.r�1s de ·::·ep:·�e.sentac:7.ón. de iDtereses !' y así su.cesivam.ente), por u11 s i 1 º i �:'���\��fl�1r��-�-ii{;: ;�i��� ��i::ir:.: �:�::�!�:e� �: �:�:�:�s�; a.si sucesivar.nertte) ) por otro. En arnbos carnpos de estudio� por lo tanto, el. objetivo ¿onti;.1uaba siendo explicar el fenómeno re.le­ vante de la manera más general en que fuera posible, mientras se bu.scaba r:o.ejcrz,r la capacidad de ex.p1icar por medio de una modificación constante de los instrumentos de medición. Sin embargo, más recientemente, esta estrategia parece haber cambiado, pue:::. la capacidad para aumentar la cantidad de varianza explicada se ha, más o menos, agotado en sí misma, y parece que mayores refinamientos de los diversos modelos poco 475 f) pués agregados, como fue ei caso, se ,':.stá protr;,::c\o posible. _ por medio de la combinación de aproximaciones e-,1 detalle v , mas generalizadas, construir análisis co:m.pz,ratj,·e;D r/m:isible;. convrncentes y aun suficientemente n-1atizadcs. E:'.n otras pala­ bras, como resultado de las redes intern,,.cjc,r:=,Ies ·; }a �:ola­ boraci�n tr�nsna:ional que ha facilitado la prc,f:::StO):;alizac.ión ele la ci.encia poht1ca corno un todo. el cm.disi:-; dr. e.s(udio de · . ..u,1" _ ... • •est·,: l.1 u Caso �1· t�n ... e, ·a _ · da, _ 1J t·· aao a.nora a re or1as y r:.nocs.i()S genera-liza bles, ofrec1endo así un sólido potencia1. par2. c::.l vínculo entre ,estas dos aproximaciones tradici01Etlmente diferencia­ das. Esta es, pues, ia etapa actual en que se: halla la investi­ g�ción �olítica comparada: la aproximación cie grupos de estu­ . dios mas sensibles al contexto y al caso que, a través del esfuerzo en equipo, puedan avanzar genuinamente la com­ prensión comparada y puedan contribuir genuinamente al avance de la política comparada 15. Una fom1.; de comparació� que resulta mucho más limitada en cuanto 3 su alcance que aquel!a contemplada por el Comité: aunque. quizá paradóji­ .,'í\ . � 1�- ·•"'ti-rc,1;e .-. .., (' camente y• por retornar a Eckstein '- __qr-;� , "-� � 1,-,-·- �.-.. •J:' · •. t·'r -Cl_.:.,,, l!.1 ... ' , bién un modo de comparación que parece ajustarse mejor para ,<resolver problemas teóricos de medio rango», incluso pese a que, como se sugirió anteriormente, tales problemas se refie­ ren más probablemente a las consecuencias. de la política antes que, con-10 dijo Eckstein, a sus ,,determinantes». • fübliogr.a:ffa P., .iiis,orical Sociology, Ithaca, Comell University Press, 1982. ALMOND, G. A., Politícal Development, Boston, Little, Brown, 1970. A Discipline Divided, Londres, Sage, 1990. COLE, 'f. y lVlACRIDIS, R. C., «A suggested research strategy in Western European politics and govemment», American Political Science Review 49 (1955), pp. 1042-1049 (reed. en Eckstein y Apte.r, 1963, pp. 52-57). y COLElviAN, J S. (eds.), The Politics of Developing Areas Princeton, Prince.t6n (N. J.), TJniversity Press, 1960. y FOWELL, Ci. B., Compamtive Politics: A DevelopmentalAppmach, J3os!o:-L :L.1tüe� Bro\vn, 196ó. 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