INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA Fundado por san Juan Bosco y por santa María Dominica Mazzarello N.939 Los jóvenes, corazón de nuestra misión Con esta circular, queridísimas hermanas, deseo hacerme eco de la experiencia vivida en la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro (Brasil), en la que tuve la alegría de participar con el Rector Mayor, don Pascual Chávez Villanueva; sor María del Carmen Canales, Consejera para la Pastoral juvenil; varias Inspectoras del Brasil y un número significativo de FMA y de SDB de las diversas Inspectorías del mundo con los respectivos grupos juveniles. El encuentro del 24 del pasado mes de julio con el Movimiento Juvenil Salesiano, representado por cerca de seis mil jóvenes de los cinco Continentes, fue un evento carismático que nos dio profunda alegría. Las y los jóvenes encontraron en esta cita un motivo para reforzar el sentido de pertenencia a la Familia salesiana y la consciencia de que la espiritualidad salesiana es un don para la Iglesia universal. En la playa de Copacabana estábamos ante dos “mares”: el Océano Atlántico y el mar de jóvenes que se extendía hasta perderse de vista. ¡Pensé en el corazón de don Bosco, grande como las arenas del mar! El mundo entero estaba allí cual profecía de un mundo nuevo donde, con Jesús, es posible construir la paz, vivir en armonía entre diversas culturas y lenguas, experimentar la alegría de la fe y vivir un nuevo Pentecostés. En mí todo el Instituto estaba presente y con vosotras y por vosotras procuré captar aspectos y retos útiles para una nueva vitalidad de la fe, renovada confianza hacia las jóvenes generaciones y nuevo impulso misionero en nuestros ambientes educativos. Quisiera detenerme con vosotras para reflexionar e interiorizar este don de Dios que se ha derramado sobre la vida de muchos jóvenes, como una “cascada de luz”, según expresión de Benedicto XVI en Madrid en 2011, y leerlo con mirada salesiana. Una mirada abierta y dócil a la “palabra” pronunciada por el Espíritu Santo. Muchas veces he pensado en la oportunidad que a través de este evento se nos ofrece para preguntarnos sobre la autenticidad de nuestra actitud personal y comunitaria en las confrontaciones de los jóvenes hoy. Creemos en los jóvenes de hoy? Es un interrogante que acompaña la lectura de esta circular. Seamos conscientes de las dificultades culturales y sociales que influyen negativamente en la vida de los jóvenes, provocando en muchos una crisis de sentido, pero somos también testimonios de una realidad juvenil que debemos descubrir y valorizar. ¡Estamos respirando, de verdad, aires nuevos! La misma Iglesia, en la persona del Papa Francisco, está experimentando una visión positiva y estimulante de los jóvenes. Nos sentimos comprometidas en acoger esta nueva primavera de la Iglesia para ir más allá de la emoción del evento y comprometernos, con el estilo que nuestros Fundadores nos legaron, a dar continuidad a cuanto se ha sembrado no sólo en Río de Janeiro, sino también en las Iglesias locales y en las diversas realidades sociales. Esta disponibilidad es ya una respuesta por nuestra parte, como Iglesia y en la Iglesia, a cuanto el CG XXIII espera de todas nosotras y al camino de preparación al Bicentenario del nacimiento de don Bosco. Los jóvenes, primavera de la Iglesia «Todos hemos visto como, en las Jornadas Mundiales de la Juventud, los jóvenes» muestran la alegría de la fe, el compromiso de vivir una fe cada vez más sólida y generosa. Los jóvenes tienen el deseo de una vida grande. El encuentro con Cristo, dejarse aferrar y guiar por su amor, ensancha el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente sin audacia, sino la dilatación de la vida. La fe hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es fiable, que vale la pena confiarse a él, porque su fundamento se encuentra en la fidelidad de Dios, más fuerte que nuestra fragilidad.» (Encíclica Lumen fidei, n. 53) El Papa Francisco nos presenta en su primera Encíclica una síntesis de los frutos de las JMJ nacidas de la intuición profética de Juan Pablo II, de la cual Benedicto XVI ha sido continuador fiel, humilde y convencido. Las JMJ, llegadas a la XXVIII edición, han puesto de relieve el anhelo profundo de los jóvenes por una vida de fe que dé sentido a su vida y los haga capaces de acoger las sorprendentes acciones de Dios en la historia personal y en la humanidad. Respecto a esto no faltan voces escépticas que ponen en duda la validez de la experiencia y su continuidad en el devenir de lo cotidiano. Nosotras creemos, por el contrario, que hay una nueva aurora de luz, quizás todavía incipiente, pero real, que espera resplandecer con todo su esplendor, iluminada por el Sol que nunca se pone: Jesús, Señor de la historia. No obstante el dramatismo y las fracturas que el mundo está viviendo sabemos, queridas hermanas, que Dios, hoy, está escribiendo una nueva página en el corazón de Su pueblo. Es una página de “historia sagrada” que estamos llamadas a conocer, a descubrir en su riqueza salvífica. El Señor, a través de la persona del Papa Francisco nos está hablando de forma clara, legible, convincente. Diría, casi provocativa. Con gestos, palabras, opciones evangélicas ha lanzado mensajes maravillosos a la Iglesia, al mundo de la política, a los adultos, a los jóvenes. A éstos en particular, expresa una gran confianza: “¡Sois los atletas de Cristo! Sois los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor!» (JMJ Río de Janeiro, 27 julio 2013). El Papa refuerza esta convicción diciendo que no «puede haber energía más potente que la que se desprende del corazón de los jóvenes cuando son conquistados por la experiencia de la amistad con Jesús» (22 julio 2013), pero con una condición: poner a Cristo en el centro de la propia vida, para ser testimonios alegres de su amor, anunciadores valientes de su Evangelio para llevar a nuestro mundo un poco de luz (25 julio 2013). En Copacabana, el papa quiso dirigirse también a los sacerdotes diciendo: «Habéis venido a acompañar a vuestros jóvenes, a compartir con ellos esta experiencia de fe. La verdad es que os ha rejuvenecido a todos. El joven contagia juventud. Pero esto sólo es una etapa del camino. Por favor, seguid acompañándolos con generosidad y alegría, ayudadlos a comprometerse activamente en la Iglesia; ¡que nunca se sientan solos! Id adelante y ¡no tengáis miedo!» (Homilía del 28 de julio 2013). También nosotras nos sentimos interpeladas por estas palabras, conscientes de ser en la Iglesia respuesta de salvación a las profundas expectativas de las jóvenes y de los jóvenes (cf C 1), construyendo con ellos comunidades abiertas, casas que desprendan el perfume del Evangelio, lugares del anuncio audaz y coherente. La predilección por las jóvenes y los jóvenes, «la porción más preciosa de la sociedad humana», cualifica todo ambiente salesiano y toda nuestra relación educativa. Como don Bosco, nos comprometemos a ver en cada joven, cualquiera que sea su situación existencial, un punto accesible al bien. A los educadores corresponde la responsabilidad y el empeño de descubrirlo y contribuir a valorizarlo. La confianza en la realidad juvenil es por consiguiente, criterio fundamental con el que estamos llamadas a medirnos para ser fieles al carisma (cf Líneas orientadoras de la misión educativa de las FMA, n.145) Comunidades abiertas a los jóvenes Me han llegado muchos testimonios escritos de jóvenes que participaron en la JMJ 2013. Muchos de ellos han quedado deslumbrados por el clima de fe, de esperanza, de apertura transmitido por la presencia del Papa y por la seriedad con que millones de jóvenes compartieron la experiencia de búsqueda del Señor Jesús. Estos testimonios que se sitúan en el horizonte de la celebración del Año de la fe, del Sínodo sobre la Nueva Evangelización y de la preparación al CG XXIII son una invitación a no dejarnos escapar el valor de este momento y a ponernos en camino para dejarnos evangelizar el corazón y, así, poder evangelizar. También para nosotras, para nuestras comunidades se ha abierto una estación favorable. Se trata de un camino en continua progresión hasta el encuentro definitivo con el Señor, cualquiera que sea la edad, la salud, la misión. Nuestra misma existencia es testimonio de la Buena Noticia del evangelio. Ser hoy con los jóvenes casa que evangeliza no es un eslogan de circunstancia, sino un serio compromiso de dar calidad a la fe y al testimonio personal y comunitario. Para que en nosotras y en torno a nosotras haya siempre más vida y más esperanza. En mi servicio al Instituto he encontrado muchas personas de culturas, lenguas, religiones, costumbres diversas y he captado el grito, a veces tácito, otras veces expresado, de hermanas, de jóvenes, de adultos que esperan ver a Dios; experimentar la ternura de su amor, su mirada de misericordia, su voz de esperanza, su constante perdón hacia todos indistintamente. Como comunidades creyentes, estamos llamadas por vocación a ser reflejo y respuesta a este grito. La fe no es nunca un hecho privado dentro de una concepción individualista de la vida; no es una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a ser anuncio (cf Lumen fidei, n. 22). En esta línea nuestras comunidades pueden ser morada de Dios, casas que evangelizan, comunidades abiertas a los jóvenes para ir con ellos a las periferias de la existencia. La casa que queremos construir juntos tiene la puerta siempre abierta para dejar entrar la luz de la Palabra y del amor misericordioso y gratuito de Dios, amor que queremos irradiar con audacia, muchas veces contra corriente y a costa de cualquier sacrificio. Por esto nuestra vida y misión deben necesaria y constantemente estar centradas en Cristo. Ya en otras ocasiones os he pedido que os reservéis con fidelidad momentos de encuentros personales con Jesús; de otro modo, vano es todo nuestro cansancio apostólico, incoherente el anuncio, débil la vida fraterna. Estamos llamadas a prodigar en los jóvenes un gran don: ser no sólo con las palabras, sino con el testimonio de vida, mujeres consagradas prontas a acoger el misterio pascual, la cruz cotidiana como momento privilegiado para alcanzar la Vida. Sólo así podemos brillar como signos de esperanza y no decepcionar a las jóvenes generaciones. Este itinerario propio de cada cristiano requiere una fe renovada. Ella nos enseña a reconocer que en cada persona y especialmente en los jóvenes, hay una bendición para mí; que la luz del rostro de Dios me ilumina a través del rostro del hermano (cf Lumen fidei, n. 54). Queridas hermanas, otras veces hemos reflexionado sobre el hecho de que la comunidad tiene el rostro que cada una de nosotras le da: es comunidad de fe si yo cultivo y potencio la vida de fe; es comunidad vocacional si yo expreso la alegría de sentirme amada por Dios y a Su total disposición para los jóvenes; es una comunidad apostólica si creo en los jóvenes y los ayudo a soñar en grande, los comprendo en sus fragilidades y en sus aspiraciones, los acompaño con paciencia a buscar los caminos de la felicidad haciendo que se encuentren con Jesús; es comunidad con un corazón de misericordia hacia ellos, si sabe querer a los jóvenes y busca su bien. Preguntémonos: nuestras comunidades ¿se encuentran en este camino? Yo, personalmente, ¿cómo contribuyo a que en nuestra casa la oración personal y comunitaria haga evangélicamente sereno el clima comunitario, en el que los jóvenes puedan respirar a pleno pulmón la presencia de Dios, donde no sólo se dé tiempo a la escucha, sino que se dé espacio a los demás mediante la acogida gratuita, la empatía profunda hasta sufrir con quien sufre y gozar con quien está alegre, como nos sugiere san Pablo? Este camino no siempre es fácil: a veces es cansado y sufrido. En los encuentros personales y comunitarios capto vuestro empeño en recorrerlo con confianza. Os lo agradezco. Sé que sois conscientes de la necesidad de vivir hoy en fidelidad cada itinerario de fe cotidiana y el servicio incondicional a la misión en el espíritu del da mihi animas cetera tolle. Os doy las gracias en particular a vosotras, queridas hermanas mayores o enfermas, que con vuestra oración y el ofrecimiento de cada día dais fecundidad a la misión del Instituto, apoyáis a las que están directamente comprometidas en educar a las jóvenes y a los jóvenes y a anunciarles que Jesús es el Amigo fiel que merece le entreguemos nuestra propia vida. Invito a todas a hacer objeto de reflexión y de nuevo estímulo los interrogantes que he compartido para reavivar el fuego del corazón, como nos diría la Madre Mazzarello, y mostrar así la belleza de la vida consagrada de ser madres que generan vida. Referente a esto, el Papa Francisco nos recuerda: «La consagrada es madre; es importante esta maternidad, esta fecundidad. Que esta alegría de la fecundidad espiritual anime vuestra existencia; sois madres, como símbolo de María Madre y de la Iglesia Madre. No se puede comprender a María sin su maternidad, no se puede comprender a la Iglesia sin su maternidad y vosotras sois icono de María y de la Iglesia.» (Encuentro con la UISG, 8 mayo 2013). Para ser madres es necesario ser hijas. Esto exige que desarrollemos también la dimensión de la filialidad, que ha sido una característica de María de Nazareth. Ella pudo engendrar y ser Madre precisamente porque se dejó habitar por la voluntad de Dios y libremente se adhirió a ella. El sí filial la hizo Madre que engendra a sus hijos en la fe. Ella fue casa para Dios, por esto pudo ser casa donde todos sus hijos e hijas encuentran refugio, protección; oportunidad de crecimiento en la gratitud, en el don, en la responsabilidad hacia los demás. Nos sentimos fuertemente interpeladas por el Seminario mariano que se está celebrando estos días en Roma (23-28 de septiembre 2013) y que tiene como título: “Filialidad: categoría que interpela la identidad mariana de las FMA”. Promovido por la Facultad Pontificia de Ciencias de la Educación “Auxilium”, en colaboración con el Consejo general, el Seminario pretende ofrecernos una renovada conciencia del don y de la responsabilidad de ser “Hijas”. De hecho sólo quien se siente “hijo”, “hija” puede abrirse a la gratitud, a la escucha, a la hospitalidad, y así desarrollar la solidaridad y la acogida. La experiencia de la filialidad permite ser madres que engendran en el amor y en la confianza, anticipadoras de aquella humanidad nueva que se manifestó en Jesús y que María realizó plenamente en su vida, llegando a ser misionera de la Palabra. Con los jóvenes y para los jóvenes Para ser con los jóvenes casa que evangeliza es necesario que nuestras comunidades tengan el ansia misionera con el estilo de Valdocco y Mornese. La misionariedad, subraya la Carta de convocatoria al CG XXIII, se vive en Valdocco y en Mornese no como un añadido a la actividad pastoral, sino que es su elemento esencial: está alimentada por la alegría de la propia vocación y de la audacia apostólica. En la casa de Valdocco, los jóvenes son acompañados a descubrir el plan de Dios en ellos y a formarse apóstoles de otros jóvenes. Esta casa es espacio de encuentro y de envío, lugar donde la acción educativa y el camino de fe se hallan en el horizonte de la evangelización, en sinergia entre educadores, jóvenes y laicos que comparten la misión común. Asimismo, la casa de Mornese es una casa abierta al mundo, en la que vibra el dinamismo evangelizador que empuja a testimoniar a Jesús a quien todavía no lo conoce, yendo hacia las periferias comunitarias, sociales y geográficas. La Madre Mazzarello, apenas cinco años después de la Fundación del Instituto, en 1877 envía a las primeras jovencísimas FMA hacia fronteras misioneras con audacia, aun antes de traspasar los confines de Mornese. Somos hijas de Fundadores ricos de fe y de amor y, por lo mismo, valientes, emprendedores, de corazón desmesuradamente misionero. El secreto de su fuerza se halla en la armonía entre vida activa y contemplativa (cf carta de convocatoria CG XXIII, p. 25-26). La integración entre mística y profecía es la condición esencial para poder ser, con los jóvenes y para los jóvenes, misioneras de la Palabra, especialmente hacia los más lejanos. Los jóvenes son capaces de grandes sueños y de grandes ideales. Pero estos sueños e ideales toman forma si son madurados en una familia y en comunidad con las características de casa que acoge, donde hallan evangelizadores y evangelizadoras de corazón enamorado de Jesús, atraídos por Su fascinación, testimonios visibles y creíbles de este encuentro hasta el punto de animar a los jóvenes a ser ellos mismos anunciadores del Evangelio. Benedicto XVI, en su mensaje para la JMJ en Río de Janeiro, había invitado a los jóvenes a ser misioneros de otros jóvenes: «Id y haced discípulos a todos los pueblos». El Papa Francisco, en la playa de Copacabana, hizo resonar el mandato de Jesús, invitando a los jóvenes a ir sin miedo, para servir. Siguiendo estas tres palabras experimentaréis, continúa el Papa, que quien evangeliza es evangelizado, quien transmite la alegría de la fe, recibe alegría (28 julio 2013). La dimensión misionera de nuestras comunidades debería hacer brotar una nueva floración de vocaciones tanto de FMA como para los diversos grupos de la Familia salesiana. El próximo 20 de octubre se celebrará la Jornada misionera mundial. El mensaje propuesto por el Papa subraya cómo en el mundo inmerso en una crisis que toca el profundo sentido de la vida y de los valores que la animan, la humanidad necesita una luz que ilumine su camino y que sólo el encuentro con Cristo puede dar. Todos somos misioneros y lo somos como Iglesia llamada a «levar con audacia el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, de reconciliación, de comunión; anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación.» La solidez de la fe, en lo personal y comunitario, se mide también por la capacidad de comunicarla a otros, de irradiarla, de vivirla en la caridad, de testimoniarla a cuantos nos encontramos y comparten con nosotros el camino de la vida. Vivir en este respiro universal, respondiendo al mandato de Jesús «por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos» Mt 28-19) es una riqueza para cada Iglesia particular, para cada comunidad. Dar misioneros y misioneras no es nunca una pérdida, sino una ganancia. El mensaje prosigue con una exhortación: «Invito también a los Obispos, a las familias religiosas, a las comunidades y a todos los grupos cristianas a apoyar, con clarividencia y atento discernimiento, la llamada misionera ad gentes y a ayudar a las Iglesias que necesitan sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos para reforzar la comunidad cristiana.» Por consiguiente, queridas hermanas, es gozo y compromiso para todas nosotras poder potenciar la dimensión misionera de nuestra vocación y vivirla con los jóvenes y para los jóvenes hoy. Agradezco a las hermanas que también este año han respondido con generosidad a la llamada del Instituto a estar disponibles para la misión ad gentes. Termino invitándoos a profundizar las intervenciones del Papa en la JMJ, a hacer de ellas objeto de reflexión también con las comunidades educativas para encontrar nueva fuerza propulsora y caminar juntos hacia el CG XXIII. De esta manera podremos prepararnos con alegría a celebrar, como Familia Salesiana, el Bicentenario del nacimiento de nuestro Fundador don Bosco. Nos acompaña en este itinerario de fe María Auxiliadora. Que Ella, Reina de la paz, nos sostenga en el camino y nos ayude a promover en el día a día aquella paz que el mundo necesita. Dios os bendiga. Con afecto, Roma, 24 septiembre 2013 Afma. Madre