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rituales culturales.

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María de Jesús Morales Cruz*
Rituales culturalmente valiosos en los procesos
de muerte
*Profesor del SUA-ENEO: mariadejesusmoralescruz@hotmail.com
Licenciatura en Enfermería
Ingreso en años posteriores al primero (IAPP)
SUA-ENEO
Enero del 2011
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En la lectura de este tema abordarás la definición de rito, su importancia y la acción ritual en el momento
de la muerte. Asimismo, conocerás la vivencia del manejo de la muerte y el Día de los Muertos en nuestra
cultura, como una construcción histórico-social que aun existiendo dentro de la diversidad de rituales en
el territorio mexicano, dota de una personalidad e identidad únicas a nuestro país, y posee un significado
que solo remontándonos a sus orígenes podríamos entender y, sobre todo, aprehender. Finalmente,
conocerás los rituales funerarios relacionados con el cuerpo, la ceremonia y el duelo.
Importancia del rito y la acción ritual en el momento de la muerte
Barley (1995), refiere que “en la mayoría de las culturas del mundo, incluida la occidental, la muerte no
solo es un estado físico, sino es también un estado emocional y social. Pero sobre todo ritual y mítico”.
Ante la muerte la gente se pregunta "¿por qué?" Y ese cuestionamiento es el origen de numerosos mitos
que explican por qué la muerte llegó a los hombres y mujeres (o a los seres vivos en general) que
permiten, hasta cierto punto, tener la sensación de que es controlable. La búsqueda por entender la
muerte genera mitos para explicarla y ritos para "controlarla" (o controlar las emociones de angustia,
tristeza, miedo, etc., que produce), pero también produce instituciones: desde la brujería hasta el
hospital, pasando por el cementerio, los sistemas de sanidad públicos y privados, el chamanismo, las
religiones y las iglesias, las compañías de seguros, la ciencia y las artes. Los mitos y los ritos no solo se
esfuerzan en dotar de significado (es decir, hacer comprensible y "controlable") las categorías vida y
muerte, sino en unir ambas o trascender la polaridad entre ambas.
¿Pero qué es un rito y cuál es su finalidad en el proceso del morir? Leach (1976), menciona que el “rito, en
su sentido amplio, es una unidad simbólica de expresión, definida culturalmente por los miembros de una
sociedad que designa actos o sucesión de actos no instintivos que no pueden explicarse racionalmente
como medios para la consecución de un fin” . La muerte, cambio de estado, se acompaña de un ritual que
pertenece a los ritos llamados de “transición”: conjunto de palabras y gestos, codificados en el tiempo y el
espacio, puesto en práctica por una comunidad cuyos miembros tienen un rol concreto que realizar.
Los rituales funerarios tienen como objetivo ostensible a la persona muerta, benefician a los vivos y a los
muertos: ayudan a los sobrevivientes a aceptar la realidad de la muerte (todos los rituales del luto sirven
para reforzar la realidad y reducir la sensación de irrealidad que favorece la esperanza de retorno del
difunto), recordar al difunto y darse soporte el uno al otro (Firth, 1961; Montoya, 2010); es decir, su
finalidad es simultáneamente acompañar al difunto y ayudarle a acceder al más allá, permitirles a los
parientes controlar la angustia, el dolor y la culpabilidad (este último sentimiento, que surge en el
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momento de la muerte del otro, lo ha dado a conocer Freud) y, por último, superar la ruptura asegurando
en la sociedad la continuidad de la vida.
Montoya (2010), refiere que los rituales funerarios son más que un ritual de despedida y que el sentido y
porqué de los rituales funerarios se ha asociado a:
1) Un medio de certificar la muerte, facilitar el camino, regreso y arribo del muerto a su destino (en la
cultura griega, antecedente directo de nuestra actual cultura "occidental y cristiana", se creía en
una cierta vida después de la muerte, por ello los muertos eran objeto de atenciones durante los
primeros días sucesivos a su deceso).
2) Una forma de alejar y espantar los malos espíritus (los cantos, gestos y gritos pretendían asustar y
confundir al alma del difunto de forma que no volviera y trajera malas energías sobre sus deudos.
Siempre se ha temido la presencia de los aparecidos, motivo por el cual se ha procurado que los
ritos funerarios se cumplan sin fallos, para evitar el regreso de los muertos al mundo de los vivos).
3) La creencia de que los difuntos ejercen de mediadores entre las deidades y los seres vivos, siempre
y cuando cumplan unos ritos que han sido transmitidos de generación en generación hasta
nuestros días.
4) Facilitar el proceso de adaptación de los que quedan vivos a este periodo de convalecencia (no solo
los rituales pretenden que los vivos estén más tranquilos al aplacar a los espíritus, también sirven
para ayudar a los deudos a aceptar la realidad de la muerte y obtener el apoyo de la comunidad).
5) Un funeral bien planeado puede facilitar el proceso de recuperación tras la pérdida de un ser
querido y ayudar a disminuir la probabilidad de un duelo patológico. La importancia de los rituales
funerarios de cara al proceso de recuperación del duelo puede verse en la triste situación de los
desaparecidos y en la necesidad de realizar rituales funerarios simbólicos para dar resolución a un
duelo no iniciado.
6) Otros fines: para cumplir con una tradición, servir de escaparate social (antiguamente las familias
daban más importancia al funeral que al matrimonio), como actividad económica y como
manifestación espiritual general.
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1. El concepto de muerte en el mexicano
Hablar de la muerte en México no es fácil, sería impreciso decir que hay una concepción de la muerte,
pues en una población con más de 11 millones de habitantes las divergencias de los ritos hacia la muerte
en torno a las clases sociales y costumbres son variadas. Las diferencias en la vivencia del manejo de la
muerte en cada cultura están impuestas por el concepto de muerte que cada individuo haya construido e
introyectado a través de su historia, así como por el contexto social donde crezca y se desarrolle; pese a
las similitudes de los procesos expresados en diferentes culturas.
Somos una herencia de tradiciones, estamos condicionados por ello y por nuestra propia asimilación de la
realidad, tanto histórica como presente, ¿en qué medida sobreviven en nuestra memoria colectiva la
vivencia del manejo de la muerte y el Día de los Muertos de nuestra cultura?
Por ser una tradición típica de nuestra nación, es preciso identificarla y conocerla, no como una
celebración anual propia de algunas regiones, sino como una construcción histórico-social que aun
existiendo dentro de la diversidad de rituales en el territorio mexicano, dota de una personalidad e
identidad únicas a nuestro país. Asimismo, posee un significado que solo remontándonos a sus orígenes
podríamos entender y sobre todo, aprehender.
La muerte en la mentalidad prehispánica
La concepción prehispánica de la muerte carecía de cualquier connotación punitiva, tal como se entiende
en la tradición cristiana. No había “cielo” o “infierno” en el sentido que nosotros le damos a estas
palabras. Cuando una persona moría, el destino de su alma dependía de cualquier factor, menos de su
calidad moral (Instituto Nacional de Tanatología, 2008).
A continuación se darán a conocer los rituales mortuorios prehispánicos de nuestro país más
documentados e investigados por el Instituto Nacional de Tanatología expuestos en su libro ¿Cómo
enfrentar la muerte? (2008). Pertenecen a los del Tlatoani, rey o señor principal. Estos eran amortajados
de manera muy especial de acuerdo con su jerarquía y con el tipo de muerte que habían tenido.
Rituales mortuorios
El momento de la muerte y su divulgación: en el momento de su muerte, eran las mujeres ancianas las
que derramaban la tristeza dentro de la colectividad, las plañideras, iniciaban sus lamentaciones rituales
de una manera conmovedora, acompañadas de llantos, gritos y aullidos que expresaban el pesar y
anunciaban de manera espectacular el acontecimiento. Se creaba un "estado" anímico propicio que
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propagaba el dolor y la tristeza en la comunidad y facilitaba adecuadamente la catarsis afectiva que debe
liberal al grupo del dolor que trae consigo la muerte.
Los presentes: en lo que se refiere al simbolismo de los objetos regalados, el oro mantendrá la luz vital en
el dominio de Mictlantecuhtli. La ropa y las armas revisten al difunto y lo envuelven en algo que
representa lo que fue su razón de ser del cuerpo espiritual que acompaña el alma en su largo viaje.
El lavado del cuerpo: el cuerpo se lavaba muy bien y después se enjuagaba, se vestía y se volvía a
desvestir durante tres veces seguidas, con ropa de distintos colores (blancos, colorados y negros). El
acromatismo del blanco expresa la transición, de vida a muerte mientras que el binomio negro/rojo,
propio del dios Quetzalcóatl, podría significar una regeneración potencial. Después se compone el cabello
del difunto en distintas partes con un huso, con ciertas ceremonias, con las cuales divide los cabellos en
unas partes y otras (es importante conocer que en el mundo prehispánico el cabello de la coronilla
contiene propiedades anímicas y, así como las uñas, el cabello mantiene relaciones íntimas con el ser aún
después de haber sido cortado). El hecho de que esta separación se realice con un huso o palo de tejer es
también revelador: se tejen los cabellos y se trama asimismo la suerte escatológica del difunto.
La mortaja: después de lavar ritualmente y purificar el cuerpo, se le adorna con papeles, insignias de oro,
y se le pone en la boca una piedra de jade (chalchihuite). Sobre la mortaja le ponían una máscara pintada,
sobre esta mortaja y envoltura le ponían los vestidos del dios que tenían por principal en la región.
Clavijero expresa: “Lo vestían con un habito correspondiente a su condición, a sus facultades; y a las
circunstancias de su muerte”. Así es que llevaban, como dice el Gomara, más vestidos después de
muertos que cuando estaban vivos.
La figura mortuoria (alter ego maternal): al tiempo que amortajaban el cuerpo del rey, se hacia una
"semejanza" material que lo representaba. Esta estatua era de astillas de tea, atadas unas con otras, y se
hacía su rostro, como de persona. Se redime la dualidad simbólica cuerpo/estatua en el fuego, a la vez
destructor y regenerador.
El discurso de la muerte: dirigido al difunto y a la colectividad alcanzada por la muerte. En el primer caso,
el discurso estaba a cargo de los sacerdotes que ofician o bien por todas las personas que conocieron y
amaron al difunto. Cuando se dirige a los parientes cercanos del muerto, el discurso toma forma de
consuelo.
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Quixococualia (comidas y libaciones): una vez amortajado el cuerpo y hecha la estatua de astillas de tea
que lo representaba, se entonaban cantos funerales y le daban de comer al difunto: durante un convite
ritual llamado quixococualia, literalmente: "le dan de comer el fruto".
De la casa a la pira funeraria: después de cuatro días el cuerpo es llevado al lugar de su enterramiento o
de su cremación. Este último desplazamiento constituye un viaje "regresivo" hacia el vientre materno de
la muerte.
La cremación del cuerpo: una vez dispuesto el cuerpo sobre la pira funeraria, la encendían con leña de tea
resinosa mezclada con el incienso que llaman copalli. El fuego consume el cuerpo y nulifica de un cierto
modo el proceso orgánico de tanatomorfosis, permitiendo en algunas horas alcanzar una paz ósea o de
ceniza. A nivel mítico el recorrido del difunto hacia el Mictlán es el mismo pero la consumación del
cadáver por el dios-fuego añade un elemento de sacralidad a la vez que sigue el modelo ejemplar.
El Perro "Psicopompo”: se sacrificaba también en los entierros a un perro, generalmente el perro que
había acompañado a su amo durante su existencia: solamente el perro de pelo bermejo podía pasar a
cuestas a los difuntos.
Las cenizas: después de la cremación se procede a la ceremonia de recoger las cenizas. Como lo establece
el mito de la creación del hombre, el cual determina a la vez el origen de la vida breve, los huesos, y su
ceniza, después de que los muele Quilaztli, representan la materia prima para la recreación del ser.
El chalchihuitl en la ceniza: el chalchihuitl representa, según los informantes, un corazón, mineral que
mantendrá la vida orgánica en un cuerpo en descomposición hacia un renacer. Como en el mito de la
creación del hombre, la yuxtaposición del hueso y del jade (chalchiuhomitl) que se observa en muchos
enterramientos votivos, permite la fecundación y el renacer.
El piochtli en la ceniza: antes de amortajar el cuerpo, le cortaban un mechón de cabello, el cual pondrían
después en la urna con las cenizas y el mechón que habían cortado el día de su nacimiento. El "alma" del
ser se encuentra, según la versión aducida por Torquemada, en el mechón de cabello que se encuentra
"detrás del copete". Al reunir junto con las cenizas y la cuenta de jade los mechones del nacimiento y del
deceso, se reúnen el cuerpo (sangre y hueso) y el tonalli, tal como fue otorgado por los dioses al nacer la
criatura y cómo se manifiesta al morir después de toda una existencia.
Quitonaltia "le dan buena ventura": el ciclo vital sigue su curso más allá de la existencia y el ser que dejó
de existir sigue "viviendo", en términos orgánicos y espirituales: su tonal (espíritu/alma) tiene que
franquear los obstáculos que le estorban rumbo al Mictlán. La ceremonia que consiste en otorgar, o
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fortalecer quizá, el tonal, se llama quitonaltia. Se realiza una vez que están reunidos en la urna la piedra
de jade y los cabellos cortados al nacer y al morir. Durante cuatro días después, seguía el ritual con
ofrendas que se llevaban al lugar mismo de la cremación. Depositaban las ofrendas delante de la caja y de
la figura que estaba encima. Pasados estos cuatro días el alma emprendía su largo camino hacia el
Mictlán.
El enterramiento: después de la cremación, del solemne recogimiento de las cenizas y de la ceremonia
quitonaltia, se procedía al entierro propiamente dicho.
El duelo: a partir de la ceremonia quitonaltia, el equivalente indígena del alma emprende su largo camino
hacia el Mictlán. Durante los primeros cuatro días muchas ofrendas depositadas en el lugar de la
incineración ayudan a la partida. En el mundo indígena, el duelo no es solo una actitud "doliente", o una
manifestación exterior de tristeza, constituye una verdadera ayuda ritual que los parientes del difunto
proveen para que su alma pueda llegar a su nuevo estado ontológico. Según las modalidades de la
muerte, el duelo es distinto, pues en términos generales no solo ayuda al difunto a llegar al lugar que le
corresponde, sino que permite una verdadera catarsis para la familia o el grupo alcanzado por la muerte.
Lo que en el mundo cristiano se realiza mediante la oración, se efectúa en el mundo indígena de manera
activa.
El Día de los Muertos o de los Santos Difuntos
El Día de los Muertos o de los Santos Difuntos, es una mezcla de elementos culturales indígenas y
españoles que alcanza su máxima expresión en México. Los días que se lleva a cabo la celebración no son
para todos los pueblos el 1 y 2 de noviembre, como lo marca el calendario católico. En la actual
celebración de muertos que hacemos los mexicanos existen varios elementos comunes en todo el país. En
algunas comunidades campesinas, las festividades comienzan desde el 29 de septiembre, día de San
Miguel, protector de las cosechas. Se continúa con el 28 de octubre honrando a quienes murieron por una
causa trágica, como en accidentes o suicidio, y la terminan el 3 de noviembre. Esta festividad se divide
realmente en 2 partes: una destinada a los “muertitos”, niños o angelitos, y la de los adultos. Se espera a
los "angelitos" o muertos chiquitos el 31 de octubre a las 12 del día, y a los adultos el primero de
noviembre a la una de la tarde. En las zonas indígenas y rurales uno de los rasgos más importantes de
estas fiestas es la ofrenda, basada en la creencia de que los muertos regresan para disfrutar de la esencia
y el aroma de lo que sus parientes les ofrecen.
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El Altar. “La ofrenda”
Es común poner un altar que se dedica a quien ha muerto. Este altar se levanta sobre una mesa, casi
siempre cubierta con un mantel blanco o papel picado sobre el que se pone la ofrenda. Primero la de los
“muertitos”, con comida especial para ellos que no tenga chile para que no les pique, bebidas como atole,
chocolate o leche, dulces, fruta, pan, velas, objetos pertenecientes al niño, incienso o copal y flores
blancas, como nubes, alhelí, crisantemos. Después de que se levanta la ofrenda de los niños y se reparte
entre los familiares y visitas, se procede a poner el altar de los adultos, que va sobre la misma mesa con
un mantel blanco y papel picado, con una ofrenda mucho más abundante.
En el montaje de un altar deben estar presentes los cuatro elementos de la naturaleza: agua, donde se
pondrá un vaso con dicho liquido; el fuego representado con velas y veladoras; la tierra, con los productos
obtenidos de ella, como flores y frutos, y el aire, con papel picado de diversos colores o algún objeto que
tenga movilidad. También es importante que se ponga un platito con sal, ya que esto recuerda el
bautismo y la incorruptibilidad del cuerpo.
Asimismo, para guiar a las almas se hace un camino con pétalos de flor de cempasúchil (flor típica de estas
fechas), desde la ofrenda hasta la calle. Actualmente se utiliza una gran diversidad de flores, como la pata
de león, la cresta de gallo, las flores de coco y las gladiolas.
Después se prende copal en un incensario y se reza. Al quemarse en un sahumador, el incienso y el copal,
el humo aromático esparcido por el aire sube inundando el espacio entre la tierra y el cielo, logrando así
la comunicación con Dios.
En cuanto a las velas, sirven para dar luz o iluminar a los difuntos. Tanto la cultura española como la
indígena realizaban este rito, de manera que actualmente es un elemento central en toda ceremonia de
muertos: representa a las almas, y se coloca una por cada difunto a quien se le dedica la ofrenda, más una
que está dedicada al ánima sola, que no tiene quién la recuerde o a dónde llegar.
Como los altares están dedicados a alguna persona en especial, suele colocarse una foto suya. También se
acompaña con imágenes religiosas de santos y vírgenes, según sea la devoción de cada familia.
Suelen colocarse los objetos que el individuo utilizó o le fueron muy queridos en vida, como sus
herramientas de trabajo y objetos personales. Básicamente, todo lo que se pone en el altar está
destinado a complacer los gustos del finado, aunque tiene también algunos aspectos rituales.
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La comunidad se reconcilia frecuentemente durante el «banquete funerario» que sigue: rito
compensatorio donde la comida, «fruto de la fecundidad de la tierra», refiere a la regeneración periódica
y, consecuentemente, a la inmortalidad.
En cuanto a la comida, hay varios platillos que no pueden faltar, como es el caso del mole de guajolote,
puesto que es una festividad; tamales de distintas clases, frijoles, arroz y tortillas. Estos se acompañan de
bebidas que van desde agua, chocolate, atole, leche, pulque, cervezas, tequila, mezcal, hasta aguardiente.
El pan es uno de los alimentos siempre presentes en la ofrenda. Se prepara el llamado pan de muerto,
hecho con harina de trigo, azúcar, huevos, anís y levadura; los panaderos le dan forma redonda y lo
adornan con figuras de huesos cruzados y lo espolvorean con azúcar. Hay muchos otros panes que se
elaboran con motivo de esta festividad y que representan tanto a personas como a animales muertos.
Gran parte de la ofrenda se concentra en los dulces que se preparan para la ocasión, pueden ser de
azúcar, alfeñique, amaranto, pepita de calabaza, chocolate, higos, biznagas, tejocotes, caña, guayaba, etc.
Es muy común hacer la calabaza o camote "en tacha". Otros manjares que se colocan en la ofrenda son
las frutas de la estación: tejocotes, jícama y plátanos, así como frutas introducidas por los españoles,
como la naranja, mandarinas, limas, caña de azúcar, manzanas.
Mucho se ha dicho acerca de la actitud del mexicano hacia la muerte: que la trata de "tú", que la mira a
los ojos, que convive con ella, que la desafía, pero también es posible interpretar esta actitud como un
comportamiento evasivo que encierra en realidad temor y respeto. El mexicano la frecuenta, la acaricia,
se burla, duerme con ella, la festeja. Cierto es que en su actitud hay tanto miedo como en otras culturas
(europea, por ejemplo), pero no se esconde ni la esconde, sino que la contempla cara a cara y tal vez con
desdén e ironía.
Su actitud de miedo y respeto, desafío y temor, se halla en los usos del lenguaje y en los chistes que se
hacen en relación con la muerte, y que funcionan como catarsis porque la risa destruye el miedo y el
respeto; el relajo reduce a la muerte y alivia las tensiones. Es tal vez por eso que en nuestra vida cotidiana
la llamamos la calaca, la huesuda, la flaca, la pelona, la dientuda.
Los rituales funerarios relacionados con el cuerpo, la ceremonia y el duelo
Teniendo en cuenta las etapas sucesivas del «tránsito», se distinguen tres clases de ritos funerarios que
tiene como función mantener la unión del muerto y los vivos (aseo funerario, presentación del cuerpo,
elogios fúnebres, velatorios, etc.), separar los unos de los otros (inhumación, cremación, inmersión, etc.),
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mantener el recuerdo de la persona que fallece (estelas, visitas a cementerios, fiestas de aniversario o
fiesta de los muertos en México o en otros lugares, reliquias, etc.), y mantener el culto a los ancestros
(China, Japón). Todos estos ritos están cargados de un denso simbolismo y exigen una interpretación
acorde con la cultura y religión en las que tienen lugar.
Para Montoya (2010), los elementos que componen los rituales funerarios están relacionados con el
cuerpo, la ceremonia y el duelo:
A. Relacionados con el cuerpo: Presentes y ofrendas. Lavado y preparación del cuerpo. Perfumado.
Ropaje (lienzo, papel, algodón). Sacrificios. Mortajas: el uso del hábito de San Francisco como
mortaja es una costumbre que se remonta a la Edad Media europea, pues San Francisco era
habitualmente representado usando la cuerda de su hábito para rescatar las almas del
purgatorio; así, el propósito era ayudar al difunto a cruzar con éxito el camino del purgatorio.
Toques de campana, velas, flores (crisantemos, siempre viva), crucifijos, escapulario (daba a quién
lo llevaba durante toda su vida la certidumbre de una buena muerte y, cuando menos, una
abreviación de su tiempo de purgatorio), quema de la ropa del difunto.
Todos estos ritos están cargados de un denso simbolismo y exigen una interpretación acorde con
la cultura y religión en las que tienen lugar. Algunos ritos significativos son los siguientes: el
lavado mortuorio y la presentación del muerto.
¿A qué viene este lavado funerario que en las religiones es prácticamente una constante? No se
hace solo por higiene, se realiza con el fin de preparar al difunto para entrar en estado de pureza:
el agua purifica en otro sitio donde él va a volver a vivir –el agua regenera–; por esta razón, el
Corán define el ceremonial de este último lavado, y en el ritual hebreo se vierten sobre el cuerpo
nueve medidas de agua templada, después del lavado, mientras que en algunas etnias africanas
estos lavados se ejecutan en sentido inverso al de los lavados que se les hacen a los recién
nacidos: el difunto va a tener otro nacimiento.
En cuanto a la presentación del muerto, también esta es simbólicamente significativa. Si el
muerto se deposita en el suelo, se está dando a entender que está llamado a volver al estado de
donde salió: el polvo. Si a algunos maestros de la escuela budista china Chan los colocaban
sentados en postura de meditación, lo hacían porque esa postura favorecía el acceso al Nirvana. Si
en Egipto los difuntos eran momificados, lo eran para mantener la integridad de un cuerpo sobre
el que se podían practicar ritos de reanimación aptos para devolverle al muerto su capacidad de
movimiento antes de emprender su largo viaje.
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B. Relacionados con la ceremonia: Cláusula pía. Entierro o cremación. Elogio o sermón fúnebre.
Recepción de los asistentes a las puertas de la Iglesia. Cortejo: variable según los tiempos, la
cultura y el poder económico del difunto. Máscaras. Recordatorio. Bulas. Foto con el difunto.
Ceremonia de "levantar el duelo": una costumbre colonial que se mantuvo durante largos años,
fue la de retornar a la casa del difunto y permanecer en ella largas horas, hasta que alguno se
atrevía a levantarse y despedirse, momento en que se concluía esta ceremonia y todos se
despedían y se retiraban. Generalmente a las 8 de la noche era el momento apropiado para
"levantar el duelo". Se reconocía incluso, posteriormente, aquella "persona encargada de levantar
el duelo". Carrozas, coches y carros fúnebres. Saludo al final de la misa: "Duelo que se despide
con etiqueta". Música fúnebre. Oración fúnebre. Banquete fúnebre o Novendalia: se repite 1 a 3
veces en el año en periodos de tiempo variables según la cultura. Esquelas. Tablones. Prohibición
de pronunciar el nombre del difunto. Plañideras. Libro de los Muertos.
Los objetos dejados junto al cadáver evocan su vida terrestre –la azada del dogón confirma que
su trabajo en este mundo ha terminado– y están destinados a ayudarle en su tránsito. Al cristiano
se le coloca entre los dedos un rosario, y a veces una Biblia (protestantismo). El griego metía en la
boca del muerto una moneda para que la entregara a Caronte, el barquero de los infiernos. El
libro de los vivos y los muertos tibetano puesto junto al difunto le sirve a este de guía, etc.
Es necesario que haya separación, esta se hace efectiva mediante el alejamiento definitivo del
cadáver inhumado, incinerado, momificado o sumergido. Tienen lugar, por tanto, ritos específicos
en cada religión acordes con el pensamiento metafísico que los concibe: la inhumación devuelve a
la tierra a quien la abandonó (Gn. 3, 19), la cremación le restaura por el fuego al muerto su
característica espiritual antes de que retorne o no.
Testamento: los testamentos, documentos que manifiestan los cambios de actitud frente a la
muerte, expresaban los sentimientos, ideas y voluntades de quien se sentía próximo a morir. En
estos, había una sección muy importante, la denominada "Cláusula Pía", donde el testador
indicaba con todo detalle cómo debía ser su sepultura, los servicios religiosos o limosnas y las
rentas que debían destinar para solventar los gastos de estos servicios, así como las limosnas que
se debían destinar para hacer actos de caridad. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo
XVIII, las cláusulas pías, las elecciones de sepultura, fundaciones de misas y servicios religiosos, así
como las limosnas, desaparecieron en todo el occidente cristiano-protestante o católico,
quedando el documento como un simple instrumento legal de transmisión de bienes. Este cambio
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radical refleja una laicización de los testamentos en el mundo occidental, pero también una nueva
concepción sobre la familia al depositar en ella la confianza suficiente como para que ya no sea
necesario dejar la voluntad del testador en un documento. Todo lo relacionado a la ceremonia
fúnebre y la distribución de bienes para las misas del difunto será comunicado oralmente a los
familiares y ellos pasarán a encargarse de estas tareas.
Ayunos: sea a causa de la pena, sea por el principio higiénico-religioso que considera impuros a
los cadáveres, se imponía la prohibición de comer hasta después del entierro. De ahí que en
muchas culturas (en Galicia, por ejemplo) se celebrase un banquete llamado "duelo", después del
entierro. El ayuno cuaresmal (cuaresma=40) empezó en el cristianismo con 40 horas y luego pasó
a 40 días.
C. Relacionados con el duelo: Visita de pésame o condolencia. Misas de aniversario. Sufragios o
cartas de condolencia. Avisos de agradecimiento.
A manera de conclusión, dada la significación de la muerte que ha venido construyéndose y
transformándose desde tiempos ancestrales en nuestro país, y que ante la mezcla de prácticas y creencias
quedó definida o indefinida, y en proceso de formación las características que a la fecha identifican al
mexicano, debemos conservar, recuperar, potenciar y/o rehabilitar los rituales que aún se tienen, y que
ofrecen al deudo mayor información visual importante que le permite recuperarse de la pérdida de sus
familiares y seres queridos, pues no olvidemos que la negación de la muerte y el duelo, la simplificación
de los rituales funerarios, se asocia a una mayor dificultad en la recuperación por la pérdida de un ser
querido. Todo rito, por extraño o trivial que sea, contiene un sentido profundo, como expresión de lo
indecible, y pone de manifiesto el «espíritu» de cada religión, haciendo coexistir, por un tiempo, la vida, la
muerte y lo divino.
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Referencias

Abengózar, C. (1994). Cómo vivir la muerte y el duelo: una perspectiva clínico-evolutiva de
afrontamiento. Valencia: Universidad de Valencia.

Instituto Mexicano de Tanatología. (2008). El concepto de muerte en el mexicano. ¿Cómo
enfrentar la muerte? Tanatología (2ª Ed.). México: Trillas.

Montoya, J. (2010). Rituales funerarios. El duelo. Sobre el cómo ayudarnos y ayudar a otros a
enfrentar la muerte de un ser querido. Biblioteca Básica de Tanatología. Consultado en enero
de 2011 de http://montedeoya.homestead.com/rituales.html

Pérez, P., et ál. (2000). Duelo: una perspectiva transcultural. Más allá del rito: la construcción
social del sentimiento de dolor. Revista de psiquiatría pública. Madrid.

Torres, D. (2006). Los rituales funerarios como estrategias simbólicas que regulan las
relaciones entre las personas y las culturas. Revista Sapiens. Consultado en enero de 2011 de
http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=41070208
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