Cuentos trágicos Rosales Lopez Enrique Índice: Nota preliminar del autor. 0 Noche. 1 Posos. 2 La vida del espacio. 3 Luz. 4 La huelga plantae. 5 Nota preliminar del autor _______________________________________ El mundo es un gran círculo de tierra y otras cosas, entre ellas, los humanos; los humanos habitan en la tierra, aunque parece que la tierra habita en los humanos. Lo que habita en los humanos es la realidad de la tierra, como si de la tierra real se tratara. La naturaleza del humano es vivir para morir. Como acción, la vida debe afirmarse a sí misma para vivir. Nadie que piense en la muerte debe morir antes que vivir, y si es así, dónde está nuestra humanidad. Quién pueden pensar y desear vivir en una tierra donde los humanos no desean más que sus intereses y no el interés de la vida misma. Es una gran decepción que las ganas de perder la vida me hayan inspirado más que las ganas de vivir, pero intentar dejar la vida fue necesario para querer seguir viviendo. A nadie deseo que baje hasta intentar alcanzar la muerte para que se dé cuenta que requiere de vivir para vivir, a nadie deseo que intentando tal hazaña alcance lo que busca, morir. El verdadero futuro incluye la vida, sobre todo, incluso sobre lo que nosotros llamamos futuro. El único espacio en el que debemos bucear es el de la vida sobre cualquier identidad. La identidad está sujeta a una realidad, pero la vida está sujeta en la vida. _______________________________________ Publicación dedicada a todos los humanos que mueren mientras otros intentan recuperar la vida. r. l. e. Noche Pienso lo que siento para escribirlo. La noche Parecía que la lluvia era la única que conocía ese sentimiento que yo desconocía y por primera vez describía, parecía que ya la noche y las gotas se habían puesto de acuerdo para hacerme sentir así, pero no, tal vez no solo la noche y la lluvia, sino la vida misma, la vida ya sabía desde antes que yo naciera iba a suceder esto. La muerte de mi madre era obvia, la edad, los años avanzaban ya por su pelo, su piel y sus recuerdos en los que ya no estaba yo, ni mi cara, ni nuestros momentos, era como si antes de que ella estuviera muerta ya hubiera estado muerto yo para ella. La casa y todo lo demás a lo que pertenecía se esfumo, junto con mi madre, mi hija y mi esposa, ya no quedaba nada, solo mi madre en mis recuerdos, mi hija y mi esposa. No había nadie. Ya eran muchos días de dolor no físico, donde el único afectado parecía ser yo y mi espacio invadido por nada. Por mi sobrio cuerpo ebrio de la vida. Mis planes eran borrosos, eran estúpidos, no eran nada, no eran nada seguro a comparación de los trabajadores que veía o de la demás gente. Ya había pasado mucho tiempo que me sentía egoísta de quedarme ya por mucho tiempo con este sabor a estorbo, insípido. Tenía tres días para salirme de la casa de mi madre que ya no era de ella. Había sido amenazado de muerte si seguía insistiendo que todos tenemos derecho a otras mil oportunidades, mis mil oportunidades habían sido consumidas una a una sin que me diera cuenta en todo este tiempo. Al parecer había gente que no requería de oportunidades extra, no sabía si era mi culpa al no aprovecharlas o los demás habían tenido de más o solo habían sido más listo que yo. Salir a trabajar a otra ciudad o tal vez a otro país resultaba el plan más sencillo, relativamente, ya que necesitaba dinero para irme y yo solo tenía recuerdos. Eso no importaba y no cambiaba pensara las veces que pensara eso, lo que si era seguro es que yo no estaba seguro ahí, y que ellos estaban asegurando aún más su seguridad que con toda seguridad no me pertenecía. Avanzaba ya los días como el tiempo mismo que borro todo lo que no me pertenecía, pero a lo que yo pertenecía. Desertar todos mis ideales y expectativas era lo único que me quedaba, dónde metería los tres muebles que han pertenecido a mi familia, mi herencia, en ningún lado, no había espacio ya para mí, no había refugio, solo el mismo mundo natural que le pertenecía ya a los billetes, o a las personas de los billetes. Avanzaba con una prisa marcada por los segundos denominados por los humanos en números, avanzaba como si el tiempo tuviera prisa de llegar a donde ya había planeado llegar, a ningún lado, todo avanzaba y parecía que yo me quedaba detrás o simplemente me quedaba. Parecía que eso era lo único que les importara a ellos, o a todos, los billetes, no darle otra oportunidad a alguien que la necesite, sino los billetes, y era obvio e incluso yo los entendía, los billetes a comparación de mí no se podrían e incluso valían más que cualquier cosa, que yo mismo y que mi artesanía pudieran aportar. Y que sino solo artesanía hacen los humanos, no arte, artesanía. yo no quería vivir de mis propios recuerdos, ahí no era nadie, nunca lo fui ni lo seré, sin embargo, en los recuerdos de mi madre estaba mi inicio y yo, no era nadie sin los recuerdos de esa señora que antes de que muriera ya estaba muerto yo para ella. Los billetes eran eso, artesanía humana útil, lo contrario a la calificación de todas mis destrezas, inutilidad y todo lo que cupiera dentro de esos conceptos. Parecía que esa noche, la lluvia y la vida se habían puesto de acuerdo desde siempre junto con el tiempo de que esto pasaría, y yo no estaba preparado. Por lo menos ya sabía una vez estando ahí que era lo que me esperaba, un plan borroso sin un objetivo definido, o tal vez con el objetivo último de morir. Pero era demasiado tarde para que pensara eso, pensarlo era más doloroso que sufrir. Todo estaba oscuro por la falta de luz, artificial y no artificial. A quien sino solo a mí debía importar lo que sentía y lo que iba a hacer, al menos no verían más a un inútil sin importancia humana. Al menos no afectaba ya a otras personas, todo lo bueno a lo que pertenecía se había ido, sin que yo me preocúpese de hacer algo bien para que me recordaran, ya no podía revivir ninguna de mis experiencias, ninguna, así que mis siguientes pasos en realidad no importaban, desde ya hace dos días mi panza gritaba, y solo yo la escuchaba, y eso no era importante, porque mi cabeza se llenaba de otra cosa, de sus propios pensamientos, y eso era lo único que pedía, no alimento, hasta esa noche que supe que era yo un humano que come, pero que recuerda con más fuerza, verme a mí mismo no servía, no era ni suficiente, era inútil, además, El amanecer Había despertado ya a tu lado, aunque no estuvieras, había sido tan real tu cuerpo, incluso, había sido tan real tu berrido nocturno de siempre, como si soñaras, pero no estabas al abrir mis ojos, era tonto pensar que ibas a aparecer como por arte de magia, como si la magia existiera. Ya era de mañana y el sol con sus rayos hacía de las suyas, mi cuerpo igual, mi panza se comprimía. Me levante del suelo donde siempre he dormido, del colchón igual de viejo que yo, en las mismas condiciones que yo. Ya había amanecido y no tenía ganas de levantarme, mis huesos dolían como si hubiera cargado por mucho tiempo cosas u objetos pesados, me dolían mis hombros, espalda y manos, me dolía mi despertar. No tenía caso levantarme más porque no había algo que yo pudiera hacer, además de sentarme, o salir, o seguir pensando en mis sucedidos. Creo que lo único que podía hacer que con seguridad me traería paz era seguir acostado en mi colchón, sobre el suelo. Ya parecía inútil todo, incluso lo que sentía y pensaba, nunca había sido bueno para nada, a palabras mías y a las demás. Pensaba regresar a mi antiguo trabajo, esa era la única buena idea, según yo, regresar con mi salario menos que mínimo a lavar carros, lavar era, creo, a lo que estaba destinado. Qué otro destino podía decidir, recordaba, otra vez, que uno de mis primos, o más bien, el único que conocía, ganaba bien en los estados unidos, pero no tenía contacto con él, y aunque lo contactara, dudo de que me preste dinero para irme, además no nos llevábamos del todo bien. Pensar en qué haría era lo único que hacía ese día, no me levantaría, no había nada que comer y solo tenía veinte pesos, no los pensaba desperdiciar en tonterías, tal vez en tortillas, pero más tarde, ahora no era tiempo de llenar de actos no planeados mi tiempo. La tarde Pasaba ya, de nuevo, mi presencia en la mesa, ahí sentado, escuchando los ruidos de afuera, eran truenos, parecía que llovería, otra vez, era bueno para mí, no había agua que beber. Por fortuna la noche se acercaba más y más, y yo a ella. Se escuchaban ya por fin las primeras gotas de agua en la lámina, y otras más pasaban por entre ellas, otras más hasta volverse un chorro de agua sin parar, no podría reparar esas grietas, tendría que cambiar por completo la lámina, o las láminas de donde caían las gotas; relampagueaba cada vez más conforme el agua caía a chorros cada vez más, la casa no se llenaba de lluvia, la tierra la absorbía, tierra negra, suelta, la tierra la absorbía, no se hacían charcos aunque el suelo no era del todo uniforme. “Menuda lluvia que no para”, ya habría dicho mi madre. Aun con la lluvia nada me hacía levantarme de ahí, de esa única silla que teníamos, los bancos estaban rotos, ya no servían, ya no eran bancos, ya eran basura, estaban afuera, tirados, ahí los dejo mi madre antes de decir que eran basura, y si, eran basura, por eso ya no estaban dentro. “Ya duerme”, me hubiera dicho, “tienes todo el día de mañana”, me hubiera dicho igual, si tan solo estuviese aquí, y aunque estuviese ella ya no sabía desde antes que yo no hacía nada más que levantarme, pero ya no está. El que se haya ido, el que haya muerto tal vez fue su mayor fortuna, siempre decía que era lo mejor para un enfermo, y tenía razón, “los enfermos sufren”, decía cada vez que sabía de uno, que bueno que ya murió, “ojala que se muera”, decía, “solo está sufriendo”, decía; aunque no deseo la muerte a todos aquellos que sufren, aunque a veces seria lo mejor, ya que las segundas oportunidades, o las miles se esfuman sin siquiera saber que se esfumaron, como el agua que cae a chorros por las láminas y se evapora por el suelo. Ya casi era noche, y si no lo era, el agua y sus nubes negras hacían que esto pareciera noche, no había luz dentro de la casa, eso en este momento era lo mejor, porque ya parecía noche, ya no tendría que preocuparme por hoy, porque este día ya casi acababa, eso era lo único que esperaba, que acabara, como la vida al morir, como los sufrimientos al morir, como los recuerdos de mi madre, la noche ya empezaba y el día terminaba. Mañana, pensaba, tendría que irme, a dónde, no lo sé, pero tendría que partir, tendría que irme fuera de esta casa que claramente ya no pertenecía a mí. Eso esperaba, o ya no esperaba nada, pero el día próximo llegaría como mi desalojo, porque siempre viene el siguiente día, aunque no lo deseemos, aunque nuestro tiempo pare, siempre viene. Mis ojos empezaban a cansarse de ver mis manos sobre la mesa y pensar en qué pasaría si mi madre aun estuviera aquí, a dónde iría yo con ella o ella conmigo, a ningún lado, fue su mayor fortuna su muerte, porque después del siguiente día, cuando acabe la noche ya no tendríamos ningún lugar al cuál ir. Mis pies estaban fríos, ya hace rato estaba uno de ellos sobre algo, papel, creo, ya no veía nada, no recuerdo ni como llegue aquí, pero eso no importa, mis pies estaban sucios, el agua había hecho que el polvo se hiciera lodo, y mis pies tenían lodo, en todas partes, en la planta, sobre los dedos, arriba, en todos lados, tal vez igual entre mis uñas ya había lodo, pero no importaba, porque no estaba seguro, pero era lógico, se habían mojado, y el polvo con agua se hace lodo, mis pies estaban ya sucios sin que yo hubiera visto eso, sentía la madera fría en mi mano. Estaba bien que no hubiera luz, no quería ver ya nada, todo estaba tirado, todo estaba regado, los trastos, la ropa de mi hija que ya no estaba aquí, la ropa que ya no le quedaba, la ropa de mi esposa, que se había ido a no sé dónde con mi hija, todo estaba regado, la ropa de mi madre, sucia, todo, y lleno de lodo por la lluvia que había entrado a la casa por la lámina convirtiendo el polvo en lodo. El ropero estaba intacto, pero igual y no importaba, no había nada más que ropa en ese sitio, ropa que nadie ya ocupaba, ropa guardada desde hace mucho, guardada, lo contrario que yo en los recuerdos de mi madre, pero ya nada importaba, ni yo, ni mi madre, ni mi hija, ni mi esposa, ni la ropa, ni el lodo, ni el agua, ni el polvo, ni la casa, ya nada importaba, y si algo importaba en esta habitación era dormir para esperar el día que no pedí que viniera, pero venia. Tenía sueño, no mucho, pero si el suficiente como para dejar pasar todo esto, al menos por hoy, qué importaba que en mi colchón estuviera dormido si ya nada importaba. Qué hice para merecer esto. No había nada más que hiciera, debía aceptar ya que todo esto es así, que la dinámica social era siempre hacia esa dirección, nunca opuesta, solo ser eso, hacerlo de ese modo, no me imaginaba cuándo empecé a hacerlo de ese modo, como llegue a estar en esta situación, no me recordaba en el kínder, solo jugando un poco, en la resbaladilla, cuándo llegue a querer ser parte de esto, cuándo acepte las condiciones de jugar, de participar en la dinámica incesante de este cronosistema. Resultaba ya la educación un poco difícil, no culpo la era, es cosa relativa. Todos ahí en la formación, pero qué sucedía en la escuela, no recuerdo, solo la muerte de la maestra al final de curso. Desde ahí empecé a pertenecer sin saber. Qué me pretendía enseñar la escuela, aprender a escribir y leer. Si, tal vez, y lo hice, no recuerdo cuando. Matemáticas, creo que la maestra que más recuerdo es a mi madre regañándome por no contestar con acierto. Una pelea. Nada más eso, no recuerdo haber participado, solo lo recuerdo, me podría estar engañando a mí mismo sin saberlo. Ahí ya pertenecía a esto. Desde la secundaria ya pertenecía, donde empecé a existir, pero qué paso antes, me podría estar mintiendo sin saberlo. Ahí empecé a sentir que participaba, como haber entrado a un lugar donde todos están moviéndose, no viéndose unos a otros, directo a los ojos, solo moviéndose sin mirarse a los ojos y preguntarse: por qué estamos aquí, pero no. Moviéndose, solo moviéndose, no mirándose a los ojos, solo participando, como si ya supieran participar en algo que es muy desconocido. Cosa relativa. Ya pasaba de grado, acercándome a salir, sin saber cómo, solo acercándome, pero sin éxito. Bueno, sin seguir el objetivo con el que llegas a la escuela, graduarme. Qué sucedió ahí, no lo sé, pero no salí, no me gradué. Eso podría ser un problema o no, sería lo mismo, estaría moviéndome, qué haría ahí, nada, por qué, no tiene sentido pensarlo. Ya me veía sentado en la sala del hospital, con mi sudadera roja, cómo había llegado ahí, no lo sé, podría estarme engañando. Había nacido una niña, por qué, no lo sé, podría estar engañándome. Ya habían pasado los días, entre la escuela y mi bebé, viéndola, mirando sus ojos, observando la mirada de un bebé. Estaba ahí participando sin enterarme de que se tenía que participar, con movimiento, pero sin conciencia de estar participando, solo siendo en el instante, improvisando, qué se hacía en esos casos, huir, huir no hacía falta cuando alguien se va. Ahí estaba, siendo, participando sin saberlo. Porqué tengo que participar en algo que no quiero, quién escribió que esto fuera así, quién escribe estas reglas. No lo sé, o sí, no importa, porque esto ya está pasando. Es válido obligar a alguien que no quiere ser obligado. No tenía nada más, pero el tener estaba siempre ahí. Esta aquí. No sirve de nada pensar en posibilidades porque soy yo solo contra algo que lo es todo. A las estrellas igual se les obliga, y si es así, quien decide eso. No lo sé, o tal vez sí, me podría estar engañando. Quién ata los nudos, quien invento las sogas. Tener que hacer es la única opción que nos queda, tener que hacer, porque las reglas del juego, y todo el juego, es impuesto, obligado. No había demás opciones, tenía que salir de aquí e irme, me quitarían la casa, perdería todo. No sé a qué hora llegaría alguien a sacarme de aquí, pero debía salir antes de que alguien lo hiciese. No había nada ahí, nada en la dirección a la que apuntan mis ojos, adonde veía. Debía salir, pero no sabía a qué hora, no tenía fuerzas para hacerlo, no tenía fuerzas para levantarme del suelo, de mi colchón. No había nada ahí, solo el momento no exacto para levantarme. Mi cuerpo se sentía, no se sentía, solo sentía mi mirar. Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo, tenía que hacerlo, pensaba, pero no lo hacía, no podía hacerlo. Pero no debo esperar que alguien venga, tal vez no sea lo mejor. Solo veía, no había nada más que lo que siempre veía. Mi cuerpo se sentía muy suave, mi mirada cambiaba de dirección, no había nada, nada más de lo que ya veía siempre, nada. Debía salir de esa casa, ya no era mía. Estaba ahí. No veía el momento en que lo hiciera, pero tenía que hacerlo. Mi cuerpo no estaba, solo mi mirada. Mire a otro lado, donde no había nada tampoco como en todo, nada. La libreta Lo único que tenía que hacer era descansar, otro segundo más, solo otro. Descansar y esperar a que tuviera la fuerza ahí en el cuerpo. Solo eso, descansar otro segundo más tirado en mi colchón. Mis ojos estaban mirando, yo estaba viendo. Me estaba sintiendo ahí en el suelo, sabiendo que esperaba el segundo en el que me levantaría y me iría. Esperándolo, el momento perfecto tenía que existir, ese momento estaba esperando. Todo lo que había ahí era lo mismo de siempre, todo. Y hacia lo mismo que siempre, solo mirar, y estar ahí, sin saber que tenía que estar. No había nada ahí más de lo que ha estado en todo este tiempo, las cosas, solo eso estaba. No había nada más aquí. Nada. Todo lo que estos años se ha acumulado ahí. Todo. Solo eso había. Las cosas, ahí, en mi mirada, como siempre, lo que siempre miraba. No había nada más, nada, solo eso. Solo cosas viejas, cosas que se guardan por, pues por guardarlas, objetos que siempre han pertenecido ahí, que han sido conmigo, a lo largo de este tiempo, todo eso. Cuándo decidí guardar esos objetos, lo hacía sin saberlo, o tal vez sin querer, estando obligado a hacerlo. No hacía falta guardar nada. Quién necesita un mueble. Quién decide qué guardar, yo no recuerdo haber aceptado eso. Solo estaba siendo y haciendo por obligación. Participando. Participando en guardar cosas, acumularlas. Estaba participando sin querer. Para qué jugar en algo que es desconocido. Encontraría lo mismo de siempre, cosas recolectadas a lo largo del tiempo, cosas que yo no quería. Adentro del mueble. Estaba ahí, guardando cosas en el mueble, cosas que un día ocupe. Pero no más, ya no quería. Quién decide qué guardar ahí sino yo. No servía de nada guardarlas ahí, eran cosas inútiles, cosas que ya no se ocuparían, triques, nada importante más que las cosas que eran mías, antes. Pero no servía de nada tener eso, porque nunca se iba a utilizar, quién utilizaría eso, quién, sino de quien son las cosas, mías, pero ya no las utilizaría, solo estaban ocupando espacio, espacio que podría estar ocupado por algo más, algo que yo si quiera, algo que yo quiera guardar. Basura de libros, basura de cuadernos, basura que ya no se iba a ocupar, ni reutilizar, no para mí, estando tirado aquí, en el suelo de mi casa. Todo eso era basura, la televisión no funcionaba, no servía. Nada de eso, nada servía porque nunca más iba a ocuparlas, no alguien como yo, alguien que estaba tirado, sin moverse, solo mirando lo que sucedía sin querer hacerlo, solo jugando sin querer hacerlo. No servía de nada. Un lapicero, no servía de nada, estaba ahí tirado, no servía para nada, tal vez ya ni pintaba, no sé ni como llego ahí. Haciendo sus cosas de mueble, guardando. Guardando cosas a lo largo del tiempo. Ahí, en sus espacios. Cosas de muebles. Quién decidía eso, no lo sé, no lo sé. Pero yo no quiero participar. No importaba nada, ni lo que estuviera o no, nada, no importa para nada lo que hay cuando estas tirado. Desperté, vi, y todo seguía ahí, como siempre ha estado. Nada había cambiado, nada cambia, todo lo que está ahí es porque yo o alguien lo puso ahí, y tampoco me servirían encontrando el momento correcto para hacerlo porque no quiero hacer nada, me opongo a hacer algo que no quiero hacer, es fácil concluir que si algo no lo quiero hacer es tan fácil como no hacerlo. escribir, o tal vez no tenga sentido, porque no hay nadie aquí, y si alguien viene, dudo que le interese. Era el momento perfecto, me tenía que ir. Irme, a dónde irme, no lo sé, o tal vez sí, podría estar engañándome. Podía hacer lo único seguro de vivir para dejar de pertenecer a algo que no quiero pertenecer, algo tan fácil como oponerme a pertenecer. Me oponía, simple como hacer eso, oponerse, no participar. Dejar de hacerlo para hacer lo único seguro de vivir. Morir. Podía hacer eso que era justo lo contrario a lo que pasaba cuando la dinámica de ese cronosistema era, vivir. Así mi caminar tendría un sentido, y ese lapicero de ese mueble tal vez sirva para algo como las libretas que guarde igual en el mueble. Si, así tendría sentido eso, oponiéndome. El lapicero pasaría la tinta dirigida por mi pulso, y la libreta tendría la función para la que fue hecha, para ese destino. La hoja de la libreta tendría mi letra que se formó por la tinta y mi pulso. Así cumpliría lo que quiero, oponiéndome, ese era el momento perfecto. El momento perfecto para levantarme, dirigirme hacia el lapicero, con ese objetivo, el de tomarlo, sujetarlo, agarrar la libreta y sobre su papel La soga parecía ser la única forma de conducirme a lo que yo quería. Morir.