El manejo forestal en México: conceptos básicos, antecedentes, estado actual y perspectivas Enrique J. Jardel Peláez1 Introducción El estado actual de las áreas forestales de México es el resultado de un proceso histórico de intervenciones humanas en un escenario caracterizado por la diversidad y complejidad socio-ecológica. En este capítulo se hace una caracterización general de los paisajes y ecosistemas forestales del país, se presentan algunos aspectos conceptuales acerca del manejo forestal y se discute la forma en que se han manejado los bosques y selvas mexicanos con fines de producción, conservación o restauración. Las ideas centrales que se plantean en esta sección son las siguientes: (1) los paisajes forestales mexicanos son ecológica y socialmente diversos, lo cual debería de ser tomado en cuenta frente a generalizaciones que tienden a simplificar la definición de políticas y prácticas de manejo; (2) el manejo forestal no es solo la optimización de la producción de unos pocos recursos orientados a la industria y al mercado, sino que incluye además la conservación y la restauración de los ecosistemas de los que provienen los recursos y que además juegan un papel fundamental en la regulación de las condiciones ambientales de las cuales depende la vida y el bienestar humano, y (3) el manejo forestal es un proceso social, y no solo una actividad técnica o económica; en el intervienen múltiples actores con distintos objetivos y sus 1 Profesor-investigador Titular, Departamento de Ecología y Recursos NaturalesIMECBIO, Centro Universitario de la Costa Sur, Universidad de Guadalajara. interacciones involucran aspectos políticos, institucionales, culturales y demográficos, además de técnicos y económicos. El escenario del manejo forestal en México Diversidad de paisajes y ecosistemas El manejo forestal en México, uno de los países megadiversos del mundo (Mittermeier et al. 1997), se realiza en un variado y complejo escenario geográfico, ecológico y social. La descripción de las condiciones del paisaje mexicano y de la variedad de su cubierta vegetal han sido abordados en varios trabajos a los cuales remitimos a los lectores para una mayor profundización sobre el tema: Flores-Díaz (1974) y Ferrusquía-Villafranca (1993), para el medio físico-geográfico; Miranda y Hernández-Xolocotzi (1963), González- Quintero (1974), Rzedowski (1978) y Challenger y Soberón (2009) para la vegetación, y Challenger (1998) para una síntesis general. El territorio mexicano, con una superficie de 1.97 millones de kilómetros cuadrados, presenta una gran variedad de condiciones de clima, relieve, sustrato geológico y suelos. Esta heterogeneidad ambiental, la complejidad de la historia geológica y las condiciones de transición biogeográfica, explican en gran medida la diversidad de especies y ecosistemas del país, en el cual se encuentran la mayoría de los grandes tipos de vegetación terrestre del mundo (Walter 1973). La influencia humana ha sido otro factor crucial en la conformación del paisaje del país, cuya configuración actual no puede ser adecuadamente explicada sin tomar en cuenta este factor. El conocimiento de los factores ambientales y los procesos ecológicos que determinan la composición y estructura de la vegetación, es un aspecto básico para el manejo forestal. Estos factores y procesos influyen no solo en la presencia, distribución, abundancia y productividad de las especies consideradas como recursos, sino también en la respuesta de la vegetación y los ecosistemas forestales a las intervenciones de manejo. La cubierta vegetal, siendo uno de los elementos más visibles del paisaje, ha sido utilizada como base para caracterizar a los ecosistemas forestales. Las áreas forestales o montes, según el término vernáculo del castellano aplicado a las “tierras incultas cubiertas por árboles, arbustos o matas”, incluyen no solo a los bosques y selvas, sino también a una gran variedad de tipos de matorrales, pastizales y vegetación de zonas inundables, riveras y costas. La “arborización” de la definición de lo que es forestal, no solo deja fuera ecosistemas importantes por su biodiversidad y funciones ecológicas, sino que además tiene implicaciones legales, políticas y de manejo (Putz y Redford 2010). De manera muy resumida, pueden considerarse cinco grandes tipos de paisajes forestales en México: (a) ecosistemas forestales de montaña, (b) selvas de zonas cálido-húmedas, (c) selvas de zonas secas estacionales, (d) ecosistemas de altiplanos áridos y (e) ecosistemas de zonas inundables, riveras y costas (cuadro 1, Fig. 1). Los ecosistemas forestales de montaña se encuentran en las grandes cadenas montañosos del país, las Sierras Madre Occidental, Oriental y del Sur y el Sistema Neovolcánico Transversal, además de la porción norte de la Sierra Madre Centroamericana, la región de los Altos de Chiapas y otras elevaciones dispersas en los extremos norte y sur de la Península de Baja California y en medio de las zonas áridas del norte. Los ecosistemas de montaña muestran una zonación compleja, con varios pisos altitudinales o zonas bioclimáticas. El extremo superior del gradiente de elevación está formado por el límite de la vegetación arbórea en el Sistema Neovolcánico Transversal, donde el pinar de alta montaña (dominado por Pinus hartwegii) entra en transición con los zacatonales, el tipo de vegetación que ocupa las mayores elevaciones. Por debajo de los 3400 m de altitud y extendiéndose hasta los 2000 m, bajo clima templado con verano fresco y en condiciones relativamente húmedas, se encuentran los bosques de oyamel formados por distintas especies del género Abies; se encuentran también bosques de pinabete o ayarín con los géneros Picea y Pseudotsuga en su límite de distribución latitudinal sureña en el continente y rodales de ciprés (Cupressus lusitanica); mezclados con estos tipos de vegetación se encuentran pinos (Pinus) y encinos (Quercus), que son los géneros son dominantes en la vegetación de altitudes medias y constituyen los elementos más característicos de los bosques de las montañas mexicanas. Cuadro 1. Superficie de tipos de vegetación que caracterizan a los ecosistemas forestales de México. Se indica la superficie de vegetación primaria (mejor conservada) y secundaria (alterada) y el porcentaje en relación al total de la superficie forestal y al total de la superficie del territorio nacional. Tipos de vegetación Superficie (millones de hectáreas) Ecosistemas forestales de montaña Pradera de alta montaña Bosques de oyamel o pinabete Bosques de pino-encino Bosques de encino Bosque de táscate Bosque mesófilo de montaña Subtotal Selvas de zonas cálido-húmedas Selvas húmedas Sabanas Subtotal Selvas de zonas secas estacionales Selva baja caducifolia Selva baja espinosa Selva mediana subcaducifolia Subtotal P o r c e n t a j e Primaria Secundaria Total Forestal Nacional 0.02 0.15 10.95 9.93 0.16 0.87 22.08 0.00 0.03 5.31 5.62 0.18 0.44 11.58 0.02 0.18 16.26 15.55 0.33 1.31 33.66 0.0 0.1 11.8 11.2 0.2 0.9 24.1 0.0 0.1 8.2 7.9 0.2 0.7 17.1 3.16 0.00 3.16 6.32 0.35 6.67 9.48 0.35 9.83 6.65 0.68 0.60 7.93 7.86 1.09 5.24 14.19 14.51 1.77 5.84 22.12 6.9 0.3 7.1 0.0 10.5 1.3 4.2 16.0 4.8 0.2 5.0 0.0 7.4 0.9 3.0 11.2 Ecosistemas de altiplanos áridos Matorrales xerófilos Pastizales Subtotal Ecosistemas de zonas inundables, riveras y costas Vegetación de rivera Popales y tulares Manglares Subtotal 54.83 8.20 63.02 5.35 4.12 9.48 60.18 12.32 72.50 43.5 8.9 52.4 30.5 6.2 36.8 0.36 1.07 0.09 1.51 0.01 n.d. 0.07 0.07 0.36 1.07 0.15 1.58 0.3 0.8 0.1 1.1 0.2 0.5 0.1 0.8 100.0 70.8 Total 97.71 41.99 139.69 Fuente: Challenger y Soberón (2009) con base en datos del INEGI de 2005. A B C D Figura 1. Cobertura vegetal de México. (A) bosques de zonas templadas de montaña: BC bosques de coníferas, BE bosques de encino y BM bosques mesófilos de montaña. (B) selvas de zonas cálidas: SA selvas altas y medianas perennifolias y subperennifolias, SM selvas medianas subcaducifolias y SB selvas bajas caducifolias y espinosas. (C) Vegetación de zonas áridas: MX matorrales xerófilos, OT otros tipos de vegetación de zonas áridas y PA pastizales naturales; se muestra también la vegetación manglares (MA) y humedales (HU), así como los cuerpos de agua (CA). (D) coberturas no forestales (agricultura, pastizales inducidos y centros de población mayores). Por la superficie que cubren (16.3 millones de hectáreas) y su aporte a la producción maderera nacional –históricamente más del 80-90% –los pinares son el tipo de vegetación forestal más importante en términos económicos y quizá también ecológicos por su posición en la cabeceras de cuencas. Aunque localmente los pinares son menos diversos que las selvas, albergan en conjunto unas 7000 especies de plantas vasculares (casi el 25% de la flora del país), con un 27% de endemismo (Rzedowski 1998); cerca del 50% de las especies del género Pinus de todo el mundo se encuentran en México (Richardson 1998). Los términos genéricos de bosque de pino y pino-encino no reflejan adecuadamente la gran variedad de estos bosques. Las 49 especies de pinos de México (Richardson 1998) se encuentran en una variedad de condiciones, desde el límite superior de la vegetación arbórea hasta las tierras bajas tropicales. Pueden diferenciarse al menos cuatro grandes tipos de bosques de pino: (a) pinares de alta montaña de elevaciones entre 3400 y 4200 m de P. hartwegii, (b) bosques mixtos de pino-latifoliadas de zonas templado-húmedas y elevaciones intermedias (1600-2400 m), que forman un mosaico con los bosques mesófilos de montaña, (c) bosques mixtos de pino-encino de zonas templadas subhúmedas, que son los más extendidos, (d) los bosques de pinos piñoneros (principalmente P. cembroides) de la transición entre las montañas y los altiplanos semiáridos y (e) pinares de zonas cálidas en la transición con las selvas, con especies como P. oocarpa, P. maximinoi y P. caribaea, restringido este último a una pequeña área de Quintana Roo. Los bosques de táscate o enebro (Juniperus spp.) son bosques bajos, generalmente abiertos, de zonas templadas, que se desarrollan en sitios relativamente secos. Los encinares, que cubren aproximadamente 15.6 millones de hectáreas, también se presentan en una variedad de condiciones ecológicas, formando distintas comunidades en las que se encuentran unas 200 especies del género Quercus (Nixon 1993). En términos generales podemos distinguir encinares húmedos en la transición con bosques mesófilos de montaña, encinares de zonas subhúmedas que forman bosques marcadamente caducifolios e incluso encinares con porte arbustivo de ambientes semiáridos y encinares de zonas cálido húmedas como los de Q. oleoides. Los encinos aportan la mayor parte de la producción de carbón, son fuente de leña, madera para postería y construcciones rústicas y muchas especies proveen madera de excelente calidad cuyo potencial no ha sido bien aprovechado por problemas tecnológicos. El bosque mesófilo de montaña, que se encuentra en las condiciones más húmedas de las sierras, a elevaciones entre los 800 y los 2500 m de altitud, es un tipo de vegetación notable por su diversidad y unicidad. Aunque su superficie es reducida (0.9% del territorio nacional) contienen unas 3,000 especies de plantas (un 10% de la flora del país), presentan una mezcla única de especies de afinidades holárticas y neotropicales y puede considerarse como un tipo de vegetación análogo a bosques que tuvieron una extensión mucho más amplia durante el Terciario (Rzedowski 1978, Jardel et al. 1993, Challenger 1998). El extremo inferior de la distribución de los ecosistemas forestales de montaña está marcado por la transición hacia zonas más cálidas o secas; los pinares y encinares son reemplazados por las selvas bajas y los matorrales xerófilos, y los bosques mesófilos de montaña por las selvas de las zonas cálido húmedas. En las montañas bajas, laderas de las sierras y tierras bajas de la Planicie Costera del Golfo de México y el sur de la Península de Yucatán, en condiciones de clima cálido húmedo, se encuentran las selvas altas y medianas perennifolias y subperennifolias. Constituyen los tipos de vegetación estructuralmente más complejos y con mayor diversidad de especies a escala local; en ellas se encuentran unas 5,000 especies de plantas vasculares, el 17% de la flora de México (Rzedowski 1998). La superficie de las selvas húmedas se ha reducido significativamente por la deforestación; de una cobertura potencial de 17.8 millones de hectáreas (9.1% del territorio nacional), cubren actualmente 3.2 y 6.3 millones de hectáreas de vegetación primaria (i.e. bien conservada) y secundaria (alterada), respectivamente, que representan 4.8% del territorio del país (Challenger y Soberón 2009). Las selvas húmedas han sido consideradas como una frontera para la expansión de la agricultura y la ganadería y sus recursos maderables han sido explotados como si se tratara de un recurso no renovable (Gómez-Pompa et al. 1972). Las llamadas maderas preciosas tropicales (Swietenia macrophylla y Cedrela odorata) han sido explotadas comercialmente por su alta demanda en el mercado, aunque existe más de un centenar de otras especies con buen potencial maderable. En las zonas de clima cálido-húmedo se encuentran también formaciones sabanoides, esto es, una vegetación caracterizada por la dominancia de herbáceas, principalmente gramíneas, con elementos arbustivos y arbóreos dispersos; la mayor parte de estas sabanas tropicales en México son probablemente antropogénicas (Sarukhán 1968) y se han desarrollado como consecuencia del desmonte y fragmentación de las selvas y la influencia de incendios frecuentes (Jardel et al. 2009). Las selvas secas estacionales incluyen a la selva baja caducifolia, la selva mediana subcaducifolia y la selva baja espinosa. Los ambientes en los que se encuentran estos tipos de vegetación se caracterizan por un clima cálido subhúmedo, con una marcada estación de sequía. Se distribuyen desde el nivel del mar hasta los 1000m e incluso 1600 m de elevación. La selva baja caducifolia es la vegetación típica de la “tierra caliente” de la vertiente del Pacífico; se caracteriza por sus componentes arbóreos bajos (5-10 m de altura), con presencia de algunas cactáceas, y por la pérdida del follaje de la mayor parte de los árboles durante la temporada seca del año, lo que da lugar a un marcado contraste estacional. La diversidad biológica de las selvas bajas caducifolias es notable e incluye alrededor de 6,000 especies de plantas vasculares (20% de la flora de México), con un alto endemismo, del 40% a nivel de especie (Rzedowski 1998). Ocupan actualmente 22.1 millones de hectáreas, el 76% de su área de distribución potencial (Challenger y Soberón 2009). Estas selvas han proporcionado históricamente una gran variedad de recursos como plantas alimenticias, medicinales y rituales, leña combustible, postes, madera para construcciones rústicas y materiales para fabricación de diversos enseres y productos artesanales; se encuentran también entre las principales áreas productoras de miel de abeja y son utilizadas para la ganadería extensiva. Sin embargo, vistas como terrenos marginales, han sido uno de los escenarios de los programas oficiales de desmonte para convertirlas a áreas agrícolas y ganaderas. Las estadísticas oficiales anteriores a 1994 ni siquiera las consideraban dentro de la “vegetación arbolada”. La selva mediana subcaducifolia (que puede incluirse dentro de las selvas húmedas) tiene una distribución generalmente fragmentada en medio de la matriz de selvas depresiones bajas, del ocupando terreno, las condiciones márgenes de más cuerpos húmedas de agua en barrancas, permanentes o estacionales y exposiciones sujetas a la influencia de masas de aire húmedo. Los componentes arbóreos alcanzan de 15 a 30 m de altura y la mayor parte pierden sus hojas por períodos cortos. Han sido una importante fuente de madera, principalmente para mercados locales, explotándose especies como la parota o guanacastle (Enterolobium ciclocarpum), caobilla (Swietenia humilis), barcino (Cordia eleagnoides) y las del género Tabebuia que incluye a las primaveras y la rosa morada. Al igual que en las selvas húmedas, ha predominado la explotación extractiva, de tipo “minero” y la conversión de las selvas a áreas agrícolas. Otras especies arbóreas como el ramón (Brosimum alicastrum), que también se encuentra en selvas húmedas, es valorada como fuente de forraje y alimento, lo cual ha contribuido a su conservación en zonas como la costa de Jalisco o la Península de Yucatán. Las selvas bajas espinosas se encuentran en condiciones más secas que las selvas bajas, sobre suelos profundos en la transición con los matorrales xerófilos. Constituyen un hábitat importante para la biota silvestre y una fuente de madera y leña en zonas con condiciones semiáridas. En los altiplanos semiáridos, los matorrales xerófilos cubren aproximadamente 60 millones de hectáreas (85 % de su área de distribución potencial), cerca de un tercio del territorio nacional; incluyen una notable variedad de tipos de vegetación: matorrales matorrales micrófilos subtropicales, de submontanos, gobernadora espinoso (Larrea tamaulipeco, tridentata), rosetófilos (dominados por agaves o por izotes, género Yucca), crasicaules (dominados por cactáceas que incluye nopaleras, cardonales y tetecheras) y sarcocaules (formados por arbustos carnosos) y además de estos los chaparrales, la vegetación de desiertos arenosos y comunidades que se desarrollan en suelos con condiciones particulares, como la vegetación halófila de suelos salinos y la vegetación gipsófila de suelos derivados de afloramientos de yeso. Esta notable diversidad de comunidades vegetales alberga unas 6,000 especies de plantas vasculares, 60% de las cuales son endémicas (Rzedowski 1998). Además de esto, México es centro de origen y diversificación de familias botánicas como Cactaceae, Agavaceae (magueyes o agaves, izotes, sotoles) y Fouqueriaceae (ocotillos y cirios) características de zonas áridas (Challenger y Soberón 2009). El manejo de las zonas áridas generalmente se ha considerado aparte del manejo forestal, centrado este en la “vegetación arbolada”; aunque no evitaremos este sesgo en el resto de este capítulo por la amplitud del tema, hay que señalar que los matorrales xerófilos entran en la definición general de las tierras forestales y proveen una gran cantidad de productos forestales no maderables. La importancia de estas áreas para la conservación no fue reconocida hasta mediados de los años setenta, cuando se estableció la Reserva de la Biosfera de Mapimí en el desierto chihuahuense, a la cual siguieron otras reservas importantes como la del Pinacate-Gran Desierto de Altar en Sonora, Tehuacán-Cuicatlán en Puebla-Oaxaca y las del Vizcaíno y Valle de los Cirios en la Península de Baja California, siendo estas últimas las más extensas de México. Otro elemento importante de la cubierta vegetal de los altiplanos semiáridos son los pastizales. En esta vegetación predominan los elementos herbáceos y en particular las gramíneas, entre las cuales el género Bouteloa y la especie B. gracilis son los componentes más comunes, aunque también son importantes las compuestas o asteráceas, la familia con mayor diversidad de especies de México (Challenger y Soberón 1998); pueden aparecer también elementos arbustivos o arbóreos dispersos. La dominancia de pastizales leñosos en su área de distribución parece estar determinada por la influencia de un régimen de incendios frecuentes de baja severidad (Jardel et al. 2009); además del fuego en el mantenimiento de los pastizales ha sido importante la influencia de grandes herbívoros (Bond y Kelley 2005), como los bisontes y berrendos en el pasado y posteriormente el ganado doméstico. El sobrepastoreo, la supresión del fuego, el reemplazo por matorrales y la conversión de los pastizales naturales a cultivo agrícola y pastizales inducidos o cultivados, han sido una causa de la reducción de la superficie de este tipo de vegetación, que puede considerarse como uno de los más amenazados y olvidados del país. La distribución potencial de pastizales naturales se ha estimado en 18.7 millones de hectáreas; su superficie actual es de unas 12.3 millones de hectáreas, de las cuales cerca de la mitad se consideran alteradas (Challenger y Soberón 2009). En contraste, los pastizales inducidos, que han remplazado áreas de bosques y selvas, cubren 6.3 millones de hectáreas distribuidas en diferentes regiones ecológicas. Los ecosistemas de zonas inundables, riveras y costas comprenden un conjunto variado de tipos de vegetación que se encuentran en la interfase de los ambientes terrestres y acuáticos. Esto incluye a los manglares, las selvas bajas inundables, la vegetación de petenes, vegetación de dunas costeras, los tulares, popales y carrizales de los pantanos de agua dulce, los bosques de galería y otros tipos de vegetación de las riveras de ríos y arroyos. La saturación de agua permanente o estacional es el factor ambiental determinante en estos tipos de ecosistemas que se pueden encontrar en distintas zonas de vida y que se denominan genéricamente como humedales, cubriendo una superficie estimada en 1.6 millones de hectáreas (Challenger y Soberón 2009), sin contar la vegetación hidrófila (flotante y sumergida) de cuerpos de agua. Los humedales juegan un papel fundamental como hábitat de numerosas especies y en los procesos ecológicos de los ecosistemas acuáticos, especialmente a través del aporte de la materia orgánica que es la base de las cadenas tróficas en lagunas costeras, estuarios, ríos y lagos, por lo cual su conservación es considerada prioritaria en muchas partes del mundo. La producción de las pesquerías costeras depende de los manglares, como lo han mostrado Aburto-Oropeza et al. (2008) para el Mar de Cortés. Los manglares contribuyen también a la estabilidad geomorfológica de las costas y a la mitigación del impacto de huracanes y marejadas. Igualmente los bosques de galería estabilizan los márgenes de los ríos, aportan materia orgánica, crean condiciones de sombra que regulan la temperatura del agua y sirven de corredores para los movimientos de la fauna. Los pantanos juegan también un papel importante en la regulación de procesos hidrológicos y proveen de recursos a través de la caza, la pesca y el aprovechamiento de productos no maderables. Exceptuando a los manglares, que fisonómicamente pueden formar desde matorrales hasta verdaderas selvas con árboles de más de 20 m de altura, de donde se llega a extraer madera, los otros tipos de humedales han sido prácticamente ignorados cuando se trata de la cuestión forestal en México, no obstante su importancia ecológica. Las selvas inundables de palo del tinte (Haematoxylon campechianum), conocidas como tintales, fueron desde el siglo XVII hasta el principio del siglo XX uno de los recursos forestales más importantes del país por la demanda de su madera para la producción de colorantes en Europa. Actualmente son otro más de los tipos de vegetación considerados como “marginales”. Debido a factores como la alteración del flujo hidrológico por el represamiento y desviación del agua, contaminación acuática y cambios de uso del suelo, los humedales se encuentran entre los ecosistemas más severamente amenazados del país. El potencial forestal de México En resumen, México cuenta con una extensa superficie forestal (cuadro 1) y con uno de los mosaicos de vegetación más variados y ricos en biodiversidad del mundo. Los bosques y selvas cubren casi 64 millones de hectáreas (34% del territorio nacional). Esto representa un importante potencial para la producción forestal que no ha sido aprovechado adecuadamente, al mismo tiempo que, paradójicamente, dicho potencial se pierde por procesos de deforestación y degradación. En el caso de la madera, con frecuencia se hace alusión a las limitaciones que para su aprovechamiento representa la topografía accidentada y a una baja productividad de 1-2 m3 por hectárea. En realidad esta evaluación es incorrecta, ya que se refiere a un promedio que no considera la variación de condiciones existentes. Si excluimos en los cálculos las áreas con pendientes fuertes, sitios de baja productividad y bosques abiertos o degradados, en las áreas de bosques de pino-encino manejadas se dan rendimientos que varían entre 4 y 10 m3 ha-1 año-1. Haciendo un cálculo conservador, considerando esos rendimientos en solo el 10% de la superficie de bosques de pino-encino (1.63 millones de hectáreas), bajo buenas prácticas de silvicultura, podrían producirse entre 6.5 y 16 millones de metros cúbicos de madera anualmente, esto es, más que el promedio nacional de producción legal de madera que ha variado entre 6 y 9 millones de metros cúbicos en la última década según las cifras oficiales. La riqueza de recursos bióticos de las áreas forestales de México ofrece también un importante potencial para la producción de alimentos, fibras, resinas, combustibles, medicamentos, forrajes, etc., que han constituido la base del sustento de poblaciones rurales y que ofrecen una variedad de alternativas al modelo predominante de desarrollo que no es sustentable (Toledo et al. 1976, 1978, Jardel y Benz 1997, Challenger 1998). Deforestación y degradación A pesar de un potencial forestal subutilizado, una extensión considerable de las áreas forestales de México se ha perdido por la deforestación y una alta proporción de los montes han sufrido procesos de degradación. La deforestación consiste en la pérdida neta de la cobertura forestal, que es reemplazada por cultivos agrícolas, pastizales inducidos o cultivados, obras de infraestructura (como carreteras y presas) y centros de población. Sobre las tasas de deforestación en México ha habido un largo debate2; además de los problemas metodológicos para estimar los cambios de cobertura y del maquillaje de las cifras por razones políticas, la deforestación es un proceso con causas complejas (Brown y Pearce 1994, Wunder 2000, García-Barrios et al. 2009) que varía espacialmente y temporalmente entre regiones. De acuerdo con la información que presentan Challenger y Dirzo (2009), para el período entre los años setenta y principio de los noventa la tasa de deforestación fue de 0.8% anual (946,146 ha año-1) y se redujo al 0.5% anual (523,639 ha año-1) en la década siguiente; la tasa actual de deforestación continúa siendo alta y además la reducción de la deforestación puede deberse a que ya se han desmontado la mayor parte de las áreas con potencial agropecuario. La cobertura forestal remanente ha sufrido un intenso proceso de transformación, degradación y fragmentación (Fig. 1). La transformación de áreas forestales para fines productivos, necesaria para el sustento de la sociedad, representa un cambio respecto a sus condiciones originales, pero los bosques manejados, sistemas agroforestales e incluso los mosaicos formados por los sistemas de agricultura con ciclo de barbecho, mantienen cobertura forestal y biodiversidad y proveen servicios ambientales (Putz y Redford 2 Sobre este debate ver capítulos anteriores. 2010). La degradación en cambio es un proceso de pérdida de componentes de los ecosistemas y alteración de su funcionamiento. La degradación es más difícil de evaluar que la deforestación y la fragmentación; los cambios son menos conspicuos, como la alteración de la estructura de la vegetación, el aumento de las tasas de erosión o la pérdida de existencias de recursos, o incluso son crípticos como la defaunación o la alteración de los ciclos de agua y nutrientes (Peres et al. 2006). La definición de degradación es muchas veces subjetiva; por ejemplo para un conservacionista a ultranza un bosque bien manejado puede parecerle “degradado” (Putz y Redford 2010), mientras que la supresión de incendios en ecosistemas cuya dinámica natural o histórica ha sido de incendios frecuentes de baja severidad puede parecerle benéfica, aunque en realidad constituye una verdadera alteración que aumenta con el tiempo el peligro de incendios severos y destructivos (Brown y Arno 1991). La definición de que es degradación requiere por lo tanto de principios teóricos, criterios e indicadores objetivos claramente establecidos (Putz y Redford 2010). Figura 2. Superficie (millones de hectáreas en el eje Y) por tipo de vegetación (SH selvas húmedas, SS selvas secas, BO bosques, MX matorrales xerófilos y PA pastizales); las barras negras representan la proporción de vegetación primaria y las barras grises la de vegetación secundaria. Las cifras dentro de las barras indican el porcentaje en cada condición. Fuente: Challenger y Soberón (2009). Los datos que presentan Challenger y Soberón (2009) comparando la superficie potencial de los distintos tipos de cobertura vegetal con su área actual, sirve de indicador de la magnitud de la deforestación. Por ejemplo las selvas húmedas ocupan actualmente 53% de su área de distribución potencial, las selvas secas el 66% y los bosques de pino el 75%. superficie por tipo de vegetación considerada La proporción de la como “primaria” (bien conservada) y “secundaria” (alterada o establecida en áreas que fueron desmontadas en algún tiempo), nos sirve como un indicador general de la magnitud de la transformación de las áreas forestales remanentes (cuadro 1, Fig. 2). En conjunto, un tercio de la superficie de vegetación forestal actual se considera secundaria. La degradación forestal tiene implicaciones no solo ambientales sino económicas. El aprovechamiento comercial de madera, ha provocado la reducción de la cantidad, calidad y valor de las existencias de madera. Por ejemplo, en un estudio sobre los bosques de pino-encino de la Sierra de Manantlán (Jardel 1998), encontramos que, a principios de los 1990, en rodales explotados en las dos décadas anteriores el volumen de madera se redujo en 45% y su valor económico en 27%, en promedio, en comparación con bosques maduros no intervenidos. En otro trabajo (Chapela y Lara 1995) se señala que en la Sierra Norte de Oaxaca los inventarios de madera de pino a mediados de los años ochenta eran aproximadamente el 36% de los reportados a fines de los años cincuenta, al inicio de la concesión a la Fábrica de Papel Tuxtepec; esta reducción en las existencias de madera se ha debido al reemplazo de los pinos por encinos y otras latifoliadas como consecuencia de la corta selectiva (Negreros y Snook 1984, Jardel 1985). Las industrias forestales del país enfrentan actualmente el problema de disponibilidad de madera de árboles de diámetros grandes como consecuencia de años de explotación; aunque la superficie con cobertura boscosa se mantenga en las áreas explotadas, los bosques secundarios intervenidos presentan un predominio de rodales jóvenes, con árboles de diámetros pequeños o una disminución de las existencias de madera de especies de interés comercial, que han sido reemplazadas por otras debido a la corta selectiva. Por otra parte, la tala clandestina, que se dirige selectivamente a unas pocas especies, continúa siendo un problema crítico en muchas partes del país (Bray y Merino 2004); esto está asociado incluso a otras actividades ilegales como el cultivo de estupefacientes. Otro aspecto de la degradación que merece atención es el impacto de la contaminación y la lluvia ácida que afectan a los ecosistemas forestales en las inmediaciones de zonas urbanas como la Ciudad de México (Miller et al. 2002). ¿En qué consiste el manejo forestal? El manejo forestal ha sido definido como “el arte y la ciencia” del aprovechamiento racional de los recursos naturales derivados de los bosques (Baker 1950). Es considerado como una actividad centrada en la administración de las intervenciones técnicas dirigidas a la producción de madera junto con otros usos como la protección de cuencas y la producción de agua o la oferta de espacios para la recreación al aire libre. Esto es, el manejo forestal tradicionalmente se ha centrado en la producción bajo conceptos como máximo rendimiento sostenible y uso múltiple (Meyer et al. 1961) y, desde este punto de vista consiste entonces en una serie de actividades como la delimitación de las áreas boscosas, el inventario de los recursos, la planificación del manejo considerando usos múltiples (madera, agua, recreación), el establecimiento de montos o tasas de cosecha bajo un método de ordenación forestal, la aplicación de intervenciones silvícolas para regular la estructura, composición, regeneración y crecimiento de los rodales, el uso de medidas de protección contra agentes de daño como incendios, plagas, enfermedades, tala clandestina y sobrepastoreo, la corta y extracción de la madera y otros productos no maderables, la recuperación o expansión de las áreas boscosas mediante la reforestación, la evaluación y asignación de costos y beneficios y, por último, la administración de todo el proceso (cuadro 2). Visto de esta manera, el manejo forestal es una disciplina técnica, basada en principios científicos pero también en la experiencia práctica, así como una profesión cuyos orígenes, según la historia oficial –o más bien, sus mitos fundacionales– se remontan al siglo XVIII (Rietbergen 2001). Pero en realidad el manejo forestal ha sido una actividad humana mucho más antigua. Menzies (1995) ha definido el manejo forestal como “el conjunto de reglas y técnicas que la gente usa para mantener las tierras forestales en una condición deseada”. Bajo esta definición podemos incluir entonces no solo los aspectos técnicos de la producción orientada al mercado, sino también las actividades de recolección de productos forestales no maderables para el sustento de comunidades rurales y las variadas formas de manejo del paisaje forestal por indígenas y campesinos que han combinado la agricultura con ciclo de barbecho, sistemas agroforestales e intervenciones deliberadas para manipular la composición de la vegetación y proteger fuentes de agua y sitios sagrados, prácticas de las cuales existen numerosos ejemplos en México (Toledo et al. 1978, 2003, Alcorn 1984, Sanabria 1986). Siguiendo la definición de Menzies (1995), el manejo forestal incluye también el establecimiento de leyes y normas que regulan el uso de los montes, lo cual tiene una larga historia (Heske 1938, Bogáti 1978, Rietbergen 2001), el establecimiento de regímenes de derechos que regulan el control, acceso y usufructo de las tierras y recursos forestales (Bromley 1991, Ostrom 2000) y la formación de organizaciones humanas para poner en práctica el manejo. Además, desde esta perspectiva, podemos considerar que el manejo forestal incluye no solo las acciones dirigidas al aprovechamiento de recursos naturales, sino también la conservación de los ecosistemas de los que provienen dichos recursos y su restauración o rehabilitación cuando han sufrido procesos de degradación (cuadro 2). En las últimas décadas han surgido nuevos enfoques acerca del manejo forestal: actualmente se hace un mayor énfasis en el reconocimiento del papel de los ecosistemas forestales en la regulación de las condiciones ambientales a escala global o regional (Daily 1997, Manson 2004, Ruiz et al. 2007), señalando la necesidad de adoptar un enfoque de manejo de ecosistemas (Christensen et al. 1996, Franklin 1997) e incorporando nuevos valores que actualmente asigna la sociedad a las áreas forestales como la conservación de biodiversidad y la generación de servicios ambientales (Bengston 1994). Se han desarrollado sistemas de certificación de un buen manejo basados en principios y criterios de sustentabilidad ecológica, social y económica (Viana et al. 1997) y se ha reconocido la importancia social de los montes para las comunidades indígenas y campesinas y para un estilo de desarrollo alternativo orientado a la sustentabilidad (Toledo et al. 2003, Bray et al. 2005); también se ha considerando la necesidad de incorporar la restauración de áreas degradadas como un componente del manejo (Murray y Marmorek 2003, Brown et al. 2004). Todo esto implica la necesidad de redefinir que es el manejo forestal. Cuadro 2. Los componentes del proceso de manejo forestal. 1. Definición de un régimen de derechos sobre la tierra y los recursos forestales (Acheson 1991, Bromley 1991, Ostrom 2000). 2. Delimitación de las áreas forestales y ordenamiento del territorio (Chapela y Lara 1996). 3. Inventario de los recursos forestales y estimación de su productividad (Bettinger et al. 2009). 4. Planificación (y evaluación periódica) del manejo (Bettinger et al. 2009). 5. Establecimiento de un sistema de ordenación forestal (distribución espacial y temporal de las intervenciones silvícolas en la unidad de manejo) y control de la cosecha (Mendoza 1983, Bettinger et al. 2009). 6. Aplicación de las técnicas de la silvicultura para la regulación de la composición, estructura, regeneración y crecimiento de las masas forestales (Smith et al. 1997). 7. Cosecha y extracción de los recursos. 8. Protección del bosque contra agentes de daño (Edmonds et al. 2000). 9. Evaluación y mitigación del impacto ambiental de las intervenciones de manejo y aprovechamiento (Bojórquez y Ortega 1988). 10. Conservación de los ecosistemas y recursos: establecimiento de zonas de conservación y protección 11. 12. 13. 14. de componentes clave del hábitat en áreas de aprovechamiento (Lindenmayer y Franklin 2002, Franklin et al. 2007). Restauración de áreas degradadas y ampliación de la cobertura forestal a través de la reforestación (Murray y Marmorek 2003, Perrow y Davy 2002). Administración de las operaciones de manejo. Asignación de los beneficios y costos. Actividades complementarias: (a) fortalecimiento de capacidades (educación, capacitación, entrenamiento), (b) investigación, monitoreo y sistemas de información, y (c) comunicación con el público. En síntesis el manejo forestal comprende un amplio conjunto de actividades que han sido realizadas por los seres humanos durante miles de años, interviniendo de manera deliberada en los montes para obtener bienes indispensables para su sustento. Proponemos entonces definir al manejo forestal como un proceso social (realizado por organizaciones humanas y dirigido hacia objetivos socialmente establecidos) en el cual se realizan intervenciones técnicas, institucionales y comunicativas para lograr el aprovechamiento sustentable de los recursos forestales y la conservación a largo plazo, o en su caso la restauración, de los ecosistemas forestales que además de proveer materias primas realizan funciones de regulación ambiental fundamentales para la vida (Fig. 3). El manejo forestal tiene varias características especiales (cuadro 3) cuya consideración es importante para entender sus particularidades. ECOSISTEMAS •Provisión de recursos naturales •Regulación ambiental MANEJO FORESTAL • Técnicas • Instituciones • Comunicación CONSERVACIÓN SOCIOSISTEMAS Figura 3. El manejo forestal es un proceso social que tiene lugar en la interfase ecosistemas/sociosistemas; los ecosistemas forestales proveen recursos naturales y regulan las condiciones ambientales de las que dependemos los seres humanos; el manejo forestal integra objetivos sociales de producción (obtención de recursos que son el sustento de la economía) y de conservación y restauración de los componentes, estructura y funcionamiento de los ecosistemas. El manejo se lleva a cabo a través de intervenciones técnicas (que inciden sobre variables y condiciones físicas), institucionales (normas o reglas del juego y formas de organización de los actores sociales) y comunicativas (intercambio de ideas y conocimientos) (Jardel et al. 2008). Cuadro 3. Características de la actividad forestal. 1. El manejo forestal, aún y cuando se centre en el aprovechamiento de un solo recurso como la madera y en unas pocas especies de interés comercial, influye en la configuración (composición de especies, estructura) y la dinámica y funcionamiento de los ecosistemas forestales; el manejo requiere por lo tanto de un enfoque de manejo de ecosistemas (Christensen et al. 1996, Smith et al. 1997, Franklin 1997, Perry 1998, Franklin et al. 2007). 2. El manejo se lleva a cabo en un contexto socio-ecológico y es un componente de la interacción sociedad-naturaleza, determinado por procesos sociales y sus dimensiones culturales, políticas, institucionales, económicas y demográficas y su cambio histórico (Acheson 1991, Gallopin et al. 1989, Berkes et al. 2004, Jardel et al. 2008). 3. Dependencia del medio natural: el manejo forestal depende de las condiciones físico-geográficas y ecológicas (clima, relieve, suelos, vegetación, patrones y procesos ecológicos) y debe adaptarse a estas (Meson y Montoya 1993, Perry 1998). 4. Los ecosistemas forestales proveen servicios ambientales derivados de los procesos ecosistémicos (Perry et al. 2008) de los que depende la regulación ambiental y la provisión de recursos naturales; representan también valores sociales y culturales (Daily 1997). 5. El uso de los recursos forestales implica riesgos de degradación ambiental (Meson y Montoya 1993, Jardel 1998, Jones y Grant 1996, Swank et al. 2001); la evaluación y mitigación de impactos ambientales debe de formar parte del manejo forestal. 6. En el manejo forestal intervienen numerosos actores sociales, muchas veces con intereses en conflicto (Meson y Montoya 1993); esto implica la necesidad de mecanismos para la resolución de conflictos e instituciones para la deliberación y la toma de acuerdos duraderos. 7. Las áreas forestales proveen una variedad de recursos (madera, productos no maderables, agua, ganadería, recreación, etc.) y servicios, lo cual implica un enfoque de manejo para uso múltiple (Meson y Montoya 1993). 8. Los procesos de regeneración y crecimiento de las masas forestales ocurren en escalas temporales largas, lo que implica un enfoque de manejo de largo plazo, basado en instituciones con vocación de permanencia (Meson y Montoya 1993), como el estado pero sobre todo las comunidades dueñas de bosques (Álvarez-Icaza 1993, Bray y Merino 2004, Bray et al. 2005). 9. El manejo forestal tiene lugar a diferentes escalas espaciales, que abarcan desde rodales, áreas de corta o zonas de conservación, hasta el conjunto de bosques en unidades de ordenación, cuencas y regiones extensas (Christensen et al. 1996, Smith et al. 1997, Franklin 1997). 10. La valorización de los recursos naturales y el reconocimiento de sus funciones ambientales es necesario para la conservación de las áreas forestales frente a la competencia con otros usos del suelo (Meson y Montoya 1993, Freese 1997). 11. En el manejo forestal existen dificultades para determinar y diferenciar el capital productivo (existencias de recursos) de la renta (posibilidad de cosecha sostenible dependiente de la regeneración y crecimiento de las masas forestales y de las fluctuaciones ambientales que regulan la dinámica de los ecosistemas forestales) (Meson y Montoya 1993). El manejo forestal requiere no solo de estudios técnicos y métodos apropiados de inventario, sino del entendimiento y modelaje de la dinámica de las poblaciones bajo manejo y del monitoreo de su respuesta a las intervenciones. Cuadro 3. Características de la actividad forestal (continuación). 12. El capital fijo (existencias de recursos forestales) puede ser abundante, pero el capital circulante (necesario para financiar las operaciones de aprovechamiento) es generalmente escaso (Meson y Montoya 1993), lo que implica la necesidad de mecanismos de apoyo, crédito y financiamiento. 13. El manejo forestal implica diferentes tipos de costos: costos de oportunidad derivados de las restricciones con fines de conservación, costos de protección de las áreas forestales y costos incrementales de las buenas prácticas de manejo; por lo tanto la viabilidad económica de un manejo sustentable depende de mecanismos de compensación y redistribución. 14. Los socio-ecosistemas son complejos y dinámicos; el conocimiento humano es limitado; la incertidumbre y la variabilidad en las respuestas potenciales de los ecosistemas a las intervenciones de manejo, hacen necesario un enfoque de manejo adaptativo, basado en la experimentación y el aprendizaje continuos (Walters y Holling 1980, Holling y Meffe 1997, Walker y Salt 2006). Las modalidades del manejo forestal Partiendo de la definición del manejo forestal propuesta, pueden identificarse distintas modalidades en que los montes son manejados. Estas modalidades pueden caracterizarse por: (a) la orientación del manejo hacia la producción o la conservación, (b) el destino de la producción hacia el autoconsumo o el mercado, (c) la escala pequeña o grande de las actividades de manejo y (d) su regulación local, a nivel de pequeñas unidades de producción o comunidades, o bien centralizada por grandes corporaciones o el estado (Rietbergen 2001). Distintas modalidades del manejo forestal surgieron en a través de la historia y algunas coexisten en nuestros días; las que actualmente son de mayor importancia en México son los sistemas agroforestales campesinos, la producción de madera orientada al mercado y la industria y las áreas protegidas. El origen del manejo de los montes, como intervención deliberada para “mantenerlos en una condición deseada” (Menzies 1985), puede rastrearse desde tiempos remotos: los seres humanos no solo interactuaron con su entorno ecológico como cualquier otra especie animal, sino que hay indicios arqueológicos, reforzados por evidencias etnológicas del estudio de pueblos de cazadores-recolectores, de intervenciones deliberadas sobre la estructura y composición de los ecosistemas forestales y de aplicación de reglas sociales sobre el uso de los recursos, de manera que es posible considerar la existencia de un manejo incipiente y no solo de uso de los recursos forestales desde la prehistoria (Rietbergen 2001). Los medios técnicos de intervención eran limitados pero podían tener una influencia importante en los paisajes forestales, especialmente a través del uso del fuego, la herramienta más antigua para el manejo de la vegetación (Pyne 1996, Vale 2002). Aunque existen muchos prejuicios sobre los impactos negativos de los incendios en los ambientes forestales, el fuego ha sido desde hace mucho tiempo una herramienta indispensable en el manejo forestal (Pyne 1996, Rietbergen 2001) y un componente de la dinámica natural o histórica de los ecosistemas terrestres (Pausas y Keeley 2009). Con el origen de la agricultura los seres humanos comenzaron a transformar el paisaje de una manera más profunda (Rietbergen 2001). Muchos de los sistemas de manejo campesino que surgieron con la invención de la agricultura, integran el cultivo de plantas anuales y perennes en las parcelas con el manejo de las áreas forestales circundantes que proveen una gran variedad de recursos; en estas no solo se recolectan leña, plantas alimenticias y medicinales o madera para usos diversos, sino que además la corta selectiva y la propagación de plantas sirven para regular la composición de la vegetación en los terrenos en barbecho, lo cual puede considerarse como una forma de silvicultura (Barrera et al. 1977, Toledo et al. 1978, 2003, Alcorn 1984, Sanabria 1986). La persistencia de estos sistemas agroforestales campesinos es una modalidad de manejo forestal que ha sido ignorada como tal y muchas veces desdeñada con una actitud de arrogancia intelectual basada en la idea de que el manejo solo es aquel que llevan a cabo los forestales profesionales, a pesar de que se trata de los únicos ejemplos probados de sustentabilidad y que constituyen una base para el diseño de nuevos métodos aplicables a la producción agrícola y forestal modernas (Jardel y Benz 1993). Estos sistemas agroforestales campesinos contribuyen tanto al sustento de comunidades rurales como a la producción orientada al mercado y a la conservación de biodiversidad (Toledo et al. 2003). Sin duda forman parte del manejo forestal contemporáneo y merecen una mayor atención en la política forestal y de conservación. El apacentamiento de ganado en “agostaderos cerriles” es una forma de intervención en áreas forestales ampliamente extendida en México desde la Colonia hasta nuestros días. Es una de las formas más antiguas de uso de los montes (Heske 1938, Rietbergen 2001) y debería ser considerada en el contexto del manejo forestal como una práctica que puede mejorarse a través de la regulación de la carga animal, rotación de potreros y control de las quemas de agostaderos. Los sistemas agroforestales campesinos reúnen los componentes fundamentales del manejo forestal: incluyen un conjunto de intervenciones técnicas e institucionales dirigidas a “mantener el bosque en una condición deseada” (Menzies 1995), incluidas entre estas sistemas de derechos y normas de uso de la tierra y los recursos (Acheson 1991, Bromley 1991, Ostrom 2000), la rotación en el ciclo de cultivo-barbecho, las prácticas de selección de especies de árboles y otras plantas que son toleradas, favorecidas o cultivadas en las etapas de regeneración y sucesión de la vegetación y la asignación de distintos usos (conservación, apicultura, cacería, apacentamiento de ganado, obtención de forraje, alimentos, medicamentos, resinas, madera, etc.) a las unidades del paisaje (Toledo et al.2003). Con el surgimiento de sociedades complejas y ciudades, con un gobierno centralizado y control de territorios extensos, surgieron las primeras formas de administración a gran escala de los recursos forestales. Durante siglos la madera constituyó un recurso esencial como fuente de energía y de materiales para la construcción y la fabricación de muebles y diversos instrumentos. La demanda de madera en los centros de población, el desmonte para la agricultura y el apacentamiento de ganado, comenzaron a provocar la escasez de madera y esto condujo al desarrollo de las primeras normas para la conservación de los montes y la regulación de la cosecha de recursos desde la antigüedad (Rietbergen 2001). Existen referencias de esto para el México prehispánico (Simonian 1999). Con la regulación centralizada del uso de los montes surgieron también los primeros conflictos entre los grupos sociales dominantes y las comunidades locales. La conocida historia de Robin Hood es un buen ejemplo de esto: este personaje inicia su carrera de bandido social cazando furtivamente los ciervos en una reserva forestal del rey normando, establecida sobre lo que eran las tierras histórico comunales de los sajones. Esta leyenda refleja un antecedente de los viejos conflictos entre áreas protegidas, zonas de veda o concesiones de recursos con las comunidades locales. En la Edad Media en Europa, la necesidad de conservar un recurso esencial y difícil de transportar a distancia como la madera, dio origen al surgimiento de la silvicultura y la ordenación forestal (Heske 1938). La demanda de madera al inicio de la Revolución Industrial y la expansión del capitalismo, llevaron a generar problemas de escasez y al surgimiento de la profesión forestal en el siglo XVIII (Cotta 1817). Un administrador de las minas de Sajonia, Hans von Carlowitz, preocupado por el abasto de madera, escribió un tratado de Silvicultura Oeconomica (1713) que puede considerarse como la primera publicación técnica acerca del principio de rendimiento sostenible (Vehkamäki 2005). En el México del siglo XVIII la escasez de madera alrededor de las zonas mineras habría de llevar a establecer ordenamientos legales para la administración de los bosques (Bogáti 1978). Una cuestión determinante para el manejo forestal moderno es que para las potencias coloniales de la Europa Atlántica era estratégico mantener el abasto de madera para la construcción naval. Más allá de la anécdota histórica, el desarrollo del control centralizado de un recurso natural estratégico es relevante para entender por qué en el manejo forestal predomina un enfoque centrado en la producción de madera y una legislación que otorga al estado la administración de los bosques, muchas veces en conflicto con las comunidades rurales. En estados-nación como España y Francia, y en sus colonias, las marinas de guerra se encargaron de la administración de los bosques (Urteaga 1987) y en las colonias británicas u holandesas la explotación maderera fue concesionada a compañías comerciales coloniales (Peluso 1992). A partir de entonces, las legislaciones forestales establecieron que el derecho de aprovechar la madera era una prerrogativa del estado, que podía autorizarla o concesionarla a sus súbditos bajo la supervisión del gobierno y de forestales profesionales. La impronta militar-colonial quedó bien asentada en los servicios forestales y de conservación hasta nuestros días, con su inclinación a los uniformes y la conducta autoritaria. Junto con la fe en el poder de la ciencia y la técnica dio origen al enfoque de comando-y-control que Holling y Meffe (1996) consideran como la “patología del manejo de recursos naturales”. La administración centralizada de los recursos forestales dio lugar a una historia de conflictos por el uso de la madera entre los poderes centrales y las comunidades locales que persiste hasta nuestros días. En el caso de México, las leyes sobre recursos naturales estratégicos como la madera, el petróleo y los minerales, siguen arrastrando su impronta colonial. Con el inicio de la Revolución Industrial el uso de los bosques cambió significativamente. La madera pasó de ser “un material esencial cuidadosamente racionado a una mercancía ordinaria cuya producción debía ser gobernada por consideraciones financieras” y el principio de rendimiento sostenido se convirtió en el de máximo beneficio (Heske 1938). El desarrollo de transportes como el ferrocarril permitió el acceso a la madera de áreas remotas y la producción se orientó al abastecimiento de la industria. En algunos países europeos y en ciertas colonias se desarrollaron prácticas silvícolas intensivas, pero en la mayor parte del mundo se intensificó la explotación de madera con un enfoque extractivo, sin poner atención a la regeneración de un recurso entonces abundante. Grandes extensiones de bosques fueron arrasados en países como Estados Unidos antes de que se adoptaran prácticas de manejo silvícola a principios del siglo XX (Cronon 1991). Durante la era industrial se desarrollaron dos tipos de aprovechamiento maderero orientado al mercado: uno industrial basado en la silvicultura intensiva y otro extractivo en el cual la madera era explotada como si se tratara de un recurso no renovable. El modo extractivo predominó en México durante el siglo XIX y buena parte del XX; ejemplos de esto fueron las concesiones de los bosques de Chihuahua a compañías ferrocarrileras y mineras norteamericanas (Lartigue 1980) o los “imperios de la caoba” de las selvas de Chiapas (González-Pacheco 1983, de Vos 1988) durante el Porfiriato. Solo en algunas áreas, como los bosques alrededor de la Ciudad de México, comenzaron a desarrollarse prácticas de silvicultura y ordenación (Quevedo 1931). El modelo de explotación extractiva, descrito por Bunker (1985), es el paradigma de lo insustentable: se basa en la extracción de recursos naturales en áreas periféricas para abastecer de materia prima a industrias localizadas fuera de estas, en las metrópolis urbano-industriales. La madera acumulada por el crecimiento de los árboles a través de décadas o siglos, considerada como un capital natural, es extraída con muy poca inversión de capital financiero, infraestructura y trabajo en relación con las ganancias obtenidas cuando los recursos son abundantes. El sistema se basa además en la explotación de trabajadores que reciben bajos salarios laborando en condiciones precarias férreamente controladas por los empresarios madereros, e incluso una tercera fuente de acumulación para las empresas extractivas fue el abastecimiento de alimentos y otros bienes básicos para la subsistencia de los trabajadores que habitaban los campamentos de las áreas de extracción ubicadas en lugares remotos. Las economías extractivas son de naturaleza efímera: las rápidas ganancias obtenidas inicialmente, cuando los recursos son fácilmente accesibles y abundantes, comienzan a disminuir cuando estos tienden a agotarse; a diferencia de las economías productivas, los costos aumentan conforme crece la escala de extracción y cuando los recursos comienzan a escasear, estas economías se colapsan. Otro factor que lleva al colapso, como sucedió en el caso de las maderas tintóreas, es que las materias primas sean substituidas por productos sintéticos. En las economías extractivas no se invierte en producir, solo se extrae valor de la naturaleza y la riqueza se transfiere a las regiones donde se procesan las materias primas. Cuando las ganancias disminuyen o el sistema se colapsa, el capital acumulado se transfiere a otros sectores de la economía y lo que queda en las áreas forestales son bosques degradados y comunidades humanas empobrecidas. La presión social puede llevar a los gobiernos a intervenir con subsidios para mantener la producción forestal y el empleo a través de empresas paraestatales o comunitarias, o impulsando proyectos de “desarrollo” que llevan a una mayor degradación de los montes o a su reemplazo por otros usos del suelo. Incluso el sistema extractivo puede mantenerse, a pesar de ser incosteable, gracias al subsidio que proviene de otras fuentes, desde remesas de migrantes hasta el lavado de dinero del narcotráfico. Se produce lo que Clark (1996) ha llamado “efecto de trinquete”: el proceso de sobreexplotación de los recursos se mantiene sin poder dar marcha atrás (Freese 1997, Repetto y Gillis 1998). En cuanto al modelo industrial de silvicultura, este se centró en crear bosques divididos en rodales uniformes en edad y composición (el ideal del bosque normal regular) para producir un rendimiento de madera continuo, predecible y estable (máximo rendimiento sostenible), orientando el manejo con criterios financieros y de administración de negocios (Meyer et al. 1961). En este enfoque ha predominado la fe en el progreso, la ciencia y la técnica y la capacidad humana de controlar y mejorar la naturaleza, ideas que aún están muy arraigadas en la ingeniería forestal. Las consecuencias de estas ideas, aplicadas a ecosistemas complejos y dinámicos, han tenido secuelas no solo de degradación ambiental sino también de agotamiento de los recursos (Holling y Meffe 1996). Tras los primeros intentos de silvicultura industrial a fines del Porfiriato, no fue sino hasta los años 1940 que en México se extendió este modo de manejar los bosques con la creación de “Unidades Industriales de Explotación Forestal” en las que se concesionaron los bosques a grandes industrias madereras y papeleras, como parte de la política de “desarrollo por substitución de importaciones”. Fue en estas unidades administradas por corporaciones industriales privadas o paraestatales donde se pusieron en práctica por primera vez métodos de silvicultura y ordenación como el “Método Mexicano de Ordenación de Bosques Irregulares” (MMOBI) y el “Método de Desarrollo Silvícola” (MDS), que se discuten más adelante. Con el sistema de concesiones y de permisos de aprovechamiento otorgados a empresas indígenas, madereras, ejidos los y dueños de particulares) las tierras quedaron al forestales margen del (comunidades control del aprovechamiento comercial de la madera y reducidos al papel de rentistas; sus derechos de tenencia de la tierra fueron prácticamente enajenados por las concesiones, una especie de nuevos latifundios establecidos por decreto (Jardel 1990, Alatorre 2000). Hacia el fin del período de las concesiones se dieron en varias partes del país movimientos campesinos en contra de su renovación, de los cuales surgió un nuevo modelo de manejo basado en empresas forestales comunitarias (Jardel 1990, Galletti 1999, Alatorre 2000, Bray y Merino 2004, Bray et al. 2005). Una modalidad adicional de la actividad forestal en la era industrial, relacionada con el modelo extractivo antes descrito, es la explotación forestal clandestina, especialmente en áreas forestales vecinas a ciudades donde hay demanda de madera. El “clandestinaje” o tala ilegal es uno de los problemas crónicos del sector forestal mexicano, surgido por la combinación de poblaciones rurales pobres, demanda de madera en los mercados urbanos, imposición de vedas –una política que predominó entre los años 1930 y 1980 en varias partes del país – y falta de capacidad para aplicar la ley en un marco de corrupción e impunidad (Jardel 1990, Bray y Merino 2004). La explotación clandestina compite fuertemente con las operaciones legales de producción forestal. La protección de hábitats y cuencas para la conservación de biodiversidad, valores escénicos y fuentes de agua es otra modalidad del manejo de las áreas forestales. Grandes extensiones del territorio mexicano estuvieron sujetas a vedas a mediados del siglo XX y en las últimas décadas la superficie de áreas protegidas ha aumentado considerablemente. Las áreas protegidas de México abarcan actualmente 19.4 millones de hectáreas (9.7 % del territorio nacional); dentro de estas se encuentra el 13.4 % de la superficie de selvas húmedas, el 2.9 % de las selvas secas, 1.9 % de los bosques de coníferas, 8.5 % de los bosques mesófilos de montaña y 34.1 % de los humedales (Bezaury y Gutiérrez 2009). Las áreas protegidas modernas surgieron a mediados del siglo XIX como una reacción a los procesos de acelerada transformación de los paisajes naturales (Runte 1986, Simonian 1999). El modelo de los parques nacionales de Estados Unidos ha predominado en la conservación en México. Este fundamentalmente en: (a) la protección legal de áreas extensas que se basa contienen valores naturales y culturales importantes para la conservación; (b) una administración centralizada en una agencia del gobierno; (c) la restricción del uso de recursos naturales y (d) la exclusión de la gente, exceptuando al personal encargado del manejo y turistas cuya visita es controlada. En México (Simonian 1999) las primeras iniciativas de protección de áreas silvestres en el sentido moderno, se iniciaron a fines del siglo XIX y principios del XX con leyes que permitían al gobierno federal establecer reservas forestales en terrenos nacionales; se decretaron reservas como El Chico, Hidalgo (1898) o el Parque Nacional Desierto de los Leones (1917). A finales de los 1930, se establecieron varios parques nacionales promovidos por Miguel Ángel de Quevedo durante el gobierno de Cárdenas; en las décadas siguientes los intentos de conservación de áreas forestales se centraron en las vedas del aprovechamiento forestal y las zonas protectoras de las cuencas de captación de agua de las presas hidroeléctricas y los sistemas de riego (Vargas 1982, Simonian 1999). En la práctica estas modalidades de conservación existían solo en el papel de los decretos respectivos. Las vedas fueron poco efectivas para asegurar la conservación de las áreas forestales y generaron una serie de efectos perversos como la desvalorización de los bosques por la imposibilidad legal de aprovechar la madera, lo que dio lugar a su conversión a terrenos de uso agropecuario y al desarrollo de la explotación clandestina de la madera (Jardel 1990). Las vedas, al igual que las concesiones, fueron una forma de enajenación de los derechos de tenencia de la tierra de comunidades agrarias y propietarios particulares, con conservación (Jardel iniciativas para escasa el efectividad 1990). A finales levantamiento de para de las lograr los sus setenta vedas e propósitos se impulsar de desarrollaron la gestión comunitaria de los bosques (Merino y Bray 2004). También en los años setenta surgió una modalidad distinta de la conservación con el desarrollo del concepto de reserva de la biosfera, partiendo de la crítica al modelo excluyente de los parques nacionales y buscando la integración de la conservación con el aprovechamiento sustentable de los recursos naturales (Halffter 1988). El modelo de reservas de la biosfera asumía que las áreas silvestres no eran espacios deshabitados y planteaba “abrir la conservación al hombre”. El modelo se basa en una zonificación que las divide en zonas núcleo dedicadas a la conservación en sentido estricto, rodeadas por zonas de amortiguamiento bajo manejo para uso múltiple. En un principio este modelo de integración de conservación y desarrollo, fue considerado una herejía por muchos conservacionistas, pero sucede que lo que comienza como herejía tarde o temprano se vuelve superstición (según la frase de Thomas Huxley): al adoptarse oficialmente el término de reserva de la biosfera como categoría de manejo de áreas protegidas en la legislación mexicana, el concepto comenzó a alejarse de su concepción original, sufriendo una regresión hacia el modelo de parque nacional y el enfoque de de comando-ycontrol. Sin embargo las condiciones sociales existentes en el campo mexicano (presencia de poblaciones humanas, estructura de la tenencia de la tierra y usos tradicionales de los recursos), han llevado a que la mayor parte de las categorías de manejo de áreas protegidas establecidas en la legislación mexicana, correspondan a unidades de conservación bajo uso múltiple, esto es “reservas de recursos manejados” según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), con porciones de zonas núcleo o intangibles que corresponden a reservas estrictas en la clasificación internacional (Dudley 2008). De acuerdo con los datos de Bezaury y Gutiérrez (2009), el 80% de la superficie de áreas protegidas de México corresponde a categorías de manejo de uso múltiple. Esto implica el reto de poner en práctica formas alternativas de aprovechamiento de los recursos naturales compatibles con la conservación, entre las cuales el aprovechamiento forestal sustentable es una de las más importantes para superar el conflicto histórico entre el “desarrollismo” y el “preservacionismo”. La figura 4 resume las modalidades del manejo forestal que han coexistido en México en el último medio siglo. Los sistemas agroforestales campesinos se basan en la regulación local, se orientan a la producción para el autoconsumo o mercados locales e incorporan elementos de conservación. Las empresas forestales comunitarias incorporan también elementos de conservación aunque están orientadas principalmente a la producción industrial y al mercado de madera, e incluyen también el abasto local de productos forestales. Las empresas madereras privadas y concesiones se han centrado en la producción comercial de madera y están sujetas a una regulación centralizada en la misma empresa. El control gubernamental, a través de la autorización y supervisión de permisos de aprovechamiento, aumenta conforme las actividades forestales se orientan al mercado. Por último, las áreas protegidas se orientan a la conservación de la naturaleza y su manejo se basa en la regulación gubernamental centralizada, aunque pueden incorporar en mayor o menor grado la participación de comunidades locales y ciertos aspectos de producción en zonas de amortiguamiento o de uso múltiple. Grande CONSERVACIÓN ESCALA Concesiones (UIEF) Empresas forestales comunitarias Pequeña Áreas Protegidas Sistemas agroforestales campesinos Local Empresas madereras PRODUCCIÓN REGULACIÓN Centralizada Figura 4. Se muestra una tipología de los principales sistemas de manejo forestal en el caso de México, ubicados a través de dos gradientes: en el eje X representa el espacio donde se toman las decisiones para regular el manejo, desde el nivel local (unidad de producción familiar o comunidad) al nivel centralizado en el gobierno o grandes corporaciones; el eje Y representa la escala espacial de las operaciones de manejo. El manejo puede estar orientado a la conservación o la producción y esta última puede destinarse al consumo local o al mercado regional, nacional o internacional. En resumen, las modalidades del manejo forestal moderno se han desarrollado en torno a la centralización del control del manejo y la mercantilización de la naturaleza. Esta última, que se inició con la madera y otros recursos, en las últimas décadas se ha extendido a los servicios ambientales (agua, carbono, biodiversidad), con la idea de generar incentivos económicos de mercado para la conservación de los montes. Sin embargo, en un sistema económico dominado por el consumo intensivo de mercancías y la especulación financiera, tanto la producción forestal convencional como los mecanismos de mercado orientados a incentivar prácticas sustentables y de conservación, compiten muy desfavorablemente con otras actividades dirigidas a la acumulación de capital como la minería, la especulación inmobiliaria y los desarrollos residenciales y turísticos en áreas boscosas o la producción de estupefacientes. Muchas áreas forestales del país se encuentran actualmente bajo la presión creciente de estas actividades, que forman parte del contexto del sector forestal. Silvicultura y ordenación forestal La madera es uno de los recursos forestales más importantes, no solo por su utilidad como materia prima para diversos usos y su valor económico, sino también porque la extracción de la biomasa leñosa es uno de los factores con mayor efecto en la estructura y funcionamiento de los ecosistemas forestales. En esta sección abordaremos las prácticas de silvicultura y ordenación que se aplican en México para la producción de madera en los bosques de coníferas y las selvas de zonas cálido-húmedas. La silvicultura consiste en un conjunto de intervenciones que se aplican a la escala de rodales para regular su composición de especies, estructura, crecimiento y regeneración, con el fin de mantener la cosecha de madera a largo plazo. La ordenación forestal se lleva a cabo a escala del bosque (el conjunto de rodales), regulando la cosecha y distribuyendo espacial y temporalmente las intervenciones silvícolas. El manejo de los bosques de coníferas La silvicultura en bosques de coníferas se ha basado en los métodos básicos que se ilustran en la figura 5. Los principios de estos métodos parten de los requerimientos ecológicos y el comportamiento de la regeneración y crecimiento de las especies forestales. Para la silvicultura uno de los atributos más importantes de las especies es su capacidad para tolerar condiciones de sombra (Baker 1950, Valladares y Niinimetz 2008). En términos generales podemos diferenciar entre las especies heliófilas o intolerantes a la sombra, que requieren claros grandes y alta disponibilidad de luz para establecerse y crecer, como es el caso de los pinos, y las especies tolerantes a distintos grados de sombra, que pueden establecerse bajo el dosel del bosque (se dice que presentan regeneración avanzada) y aguantar en esas condiciones hasta que la formación de claros por la muerte natural o corta de árboles del dosel libera su crecimiento; este es el caso de varias especies de encinos y abetos y la mayoría de las latifoliadas u hojosas. El comportamiento de las especies en el proceso de sucesión ecológica, sirve de guía para la silvicultura (Jardel y Sánchez-Velásquez 1989). Las especies intolerantes a la sombra dominan las etapas tempranas de la sucesión después de eventos de perturbación naturales o antropogénicos que forman claros grandes y forman rodales coetáneos (de una sola cohorte poblacional, aproximadamente de la misma edad). En silvicultura se aplican métodos con intensidades de corta altas (matarrasas, árboles semilleros o cortas sucesivas; Fig. 5) para favorecer la regeneración de rodales coetáneos de especies intolerantes (Smith et al. 1997). Las especies tolerantes a la sombra pueden establecerse bajo el dosel formado por la primera cohorte de árboles intolerantes y reemplazarlas a través del tiempo como parte del proceso de sucesión (Oliver y Larson 1990). En las etapas sucesionales avanzadas, se forman rodales incoetáneos, constituidos por varias cohortes o grupos de edad de árboles. Si no ocurren nuevos eventos de perturbación que reinicien la sucesión, esta estructura se mantiene por períodos largos de tiempo. En la silvicultura de especies tolerantes se aplican métodos con bajas intensidades de corta (Smith et al. 1997), como selección individual o en grupos (Fig. 5). La corta selectiva puede aplicarse también en el caso de especies intolerantes en bosques abiertos de zonas secas donde es el agua, y no la luz, el factor limitante para el crecimiento de los árboles. Dado que el tipo de cortas de regeneración es determinante en la composición de especies arbóreas y en la estructura coetánea o incoetánea de los rodales, los diferentes sistemas silvícolas (Fig. 5) se definen en función del método de regeneración utilizado (Smith et al. 1997). Estos métodos son la base para otros sistemas más complejos en las selvas tropicales (Lamprecht 1990). La regeneración después de la corta puede lograrse a través de procesos naturales, por semilla o rebrotes vegetativos, o a través de la siembra o plantación artificial. En el caso de los métodos silvícolas que producen rodales coetáneos, el período entre la corta inicial de regeneración y la corta final para reiniciar un nuevo rodal, se denomina turno o rotación. Durante el desarrollo del rodal se aplican cortas intermedias para reducir la competencia entre los árboles (Smith et al. 1997); los árboles que crecen mejor dominan en el dosel de los rodales mientras que los que crecen más lento van quedando “suprimidos” y mueren en un proceso natural de autoaclareo (Oliver y Larson 1990) y en silvicultura se emula este proceso a través de las cortas intermedias, extrayendo los árboles suprimidos que van a morir y dejando los árboles dominantes para cortarlos después en intervenciones sucesivas. En crecimiento y el método conformación de se árboles dejan semilleros como fuente los de árboles semillas con mejor para la regeneración del rodal del siguiente turno (Fig. 6). El establecimiento del renuevo depende no solo del tipo de corta de regeneración, sino también de la aplicación de otros tratamientos dirigidos a crear condiciones de suelo favorables y a controlar la competencia de las especies de interés con otras especies arbóreas, arbustivas y herbáceas (Smith et al. 1997). En México se han aplicado distintos métodos de silvicultura en los bosques de coníferas desde finales del siglo XIX; inicialmente se intentó la adopción de métodos europeos, pero estos fueron inadecuados porque habían sido diseñados para bosques relativamente uniformes y menos complejos (Caballero-Deloya 2000). Los problemas de degradación causados por la explotación de la madera, que se observaban en muchas áreas del país y la falta de confianza en la aplicación de técnicas intensivas y en la capacidad gubernamental para aplicar la ley, llevaron a establecer lineamientos de manejo conservadores. Intensidad de la corta de regeneración, tamaño de claros Bosque no intervenido Selección individual Selección en grupos Árboles semilleros Matarrasa en franjas Matarrasa en parches Figura 5. En este esquema se ilustran los sistemas silvícolas básicos que se aplican en los bosques, ordenados de arriba abajo en función de la intensidad de las cortas de regeneración y el tamaño de los claros que se abren durante estas intervenciones. A la izquierda se esquematiza la distribución de los claros abiertos por las cortas en la matriz del bosque (las figuras oscuras representan las copas de los árboles); a la derecha se presenta la estructura vertical de la vegetación arbórea. 1 CL CRI 3 2 CRF 6 AC 4 5 Figura 6. El sistema de árboles semilleros es uno de los más empleados actualmente en la silvicultura de los bosques de pino de México. Se ilustra un período de rotación con un turno de 50 años y cortas intermedias con un ciclo de 10 años. El proceso parte de una condición inicial de un rodal que ha llegado a la madurez (1), donde se aplica una corta de regeneración inicial (CRI) dejando los árboles más vigorosos y con mejor conformación como semilleros; se reinicia el desarrollo de un nuevo rodal a partir de la regeneración natural que puede ser complementada con plantación y en esta etapa el rodal mantiene una estructura de dos edades o bietánea (2). Una vez establecido el rodal, a los 5 o 10 años, se puede hacer la corta de liberación (CL) para extraer a los árboles semilleros junto con un aclareo pre-comercial (o pre-aclareo) para regular la competencia entre los árboles de la nueva cohorte establecida, que conforma un rodal coetáneo (3). El crecimiento de los árboles va ocupando el espacio disponible y los árboles se comienzan a diferenciar en su crecimiento y posición en el dosel (4); para regular la competencia se aplican aclareos (AC) extrayendo los árboles que van quedando suprimidos y dejando a los dominantes con mejor potencial de crecimiento (5-6); en el ejemplo estos aclareos pueden hacerse a los 20, 30 y 40 años. Por último se aplica la corta de regeneración final (CRF) y el ciclo se reinicia. Imitando el ejemplo de Estados Unidos, donde entre los años 1930 y 1950 se generalizó el método de corta selectiva en los bosques manejados por el servicio forestal (Smith 1992), forestales mexicanos diseñaron el “Método Mexicano de Ordenación de Bosques Irregulares” (MMOBI; Rodríguez-Caballero et al. 1966) que prácticamente se convirtió en el “método oficial” hasta los años setenta. El MMOBI partió de las restricciones normativas impuestas al aprovechamiento de la madera en aquellos años, corta selectiva y diámetro mínimo de corta (de 40 cm para los pinos) introduciendo ciertas modificaciones como una intensidad de corta variable según el incremento corriente de volumen de cada predio o rodal y un ciclo de corta fijo, respetando la intensidad máxima de corta de 30-40% de las existencias. La posibilidad de corta se calculaba asumiendo que el volumen del bosque se incrementa exponencialmente. El método se dirigía a la modificación de las características de las masas forestales a fin de obtener una composición balanceada de edades múltiples, con tantas clases de edad como años tenga el turno y conservando la espesura del bosque, utilizando como criterio de regulación los incrementos volumétricos y la estructura de diámetros. También se buscaba mejorar el estado sanitario y la calidad de los rodales cortando el arbolado dañado, defectuoso, enfermo o plagado. Una vez que se hubiera logrado una estructura balanceada de los rodales, se esperaba un reclutamiento continuo de una categoría de edad a otra, lo cual permitiría un rendimiento sostenido. El problema con el MMOBI es que la corta selectiva no es adecuada para la silvicultura de especies intolerantes a la sombra como los pinos que requieren claros grandes para regenerar; además de esto, en bosques mixtos las especies intolerantes, como los encinos y latifoliadas, tienden a ocupar los claros pequeños abiertos por la extracción de los pinos (Smith 1992, Jardel 1985). En consecuencia, la aplicación del MMOBI produjo una reducción de las existencias de pino y su reemplazo por encinos y latifoliadas tolerantes y, debido a que se estaban extrayendo los árboles dominantes con mayor potencial de crecimiento y dejando los árboles suprimidos, se provocó la formación de rodales con un pobre crecimiento y malas condiciones sanitarias (Negreros y Snook 1984). En muchos lugares el método se aplicó solo en el papel de los planes de ordenación; en la práctica se cortaron los mejores árboles, “descremando” los bosques. A veces las intensidades de corta fueron altas y esto favoreció la regeneración de masas densas de pino, pero esto fue un resultado accidental de la búsqueda de la mayor ganancia en el menor plazo y no de la aplicación de criterios silvícolas (Jardel 1998). Aplicar correctamente métodos de selección requiere de un alto grado de sofisticación técnica y la corta de las distintas especies, muchas de las cuales no tienen una demanda de mercado. Por otra parte, la adopción de un método supuestamente conservador, pero que implica distribuir la extracción de árboles aislados en áreas extensas, la construcción de una red de brechas de saca tiene impactos en los suelos, la hidrología y la fragmentación del bosque, además de altos costos económicos, ya que los rendimientos por unidad de superficie son relativamente bajos. La aplicación del MMOBI fue haciéndose poco rentable conforme las existencias de madera fácilmente accesible de árboles grandes se fueron reduciendo y el método comenzó a ser cuestionado (Zerecero y Pérez 1981). Reconociendo que la silvicultura de especies intolerantes a la sombra como los pinos requiere de intervenciones que produzcan claros grandes para su regeneración, a mediados de los años 1970 se desarrolló el MDS, Método de Desarrollo Silvícola (SFF 1982); este se ha basado principalmente en el método de árboles semilleros (Fig. 6), sin excluir la posibilidad de aplicar otras técnicas como matarrasas o cortas sucesivas, o incluso cortas selectivas y de mejoramiento en áreas con restricciones por la pendiente. El objetivo de la aplicación del MDS es convertir bosques irregulares en regulares al final del turno y asegurar la producción continua y uniforme de madera para la industria. La aplicación del MDS implica una silvicultura intensiva con la aplicación de distintos tipos de cortas (de regeneración, liberación y aclareos), tratamientos de sitio y una mayor atención al cuidado de la regeneración; su utilización representó un avance importante en la silvicultura mexicana. El concepto de regeneración con árboles semilleros era más también más fácil de aceptar en comunidades campesinas dueñas de bosques. Aunque el método se basa en principio en la regeneración natural, utilizando la plantación solo como complemento, la desconfianza en la posibilidad de cambios de uso del suelo y el interés en restablecer rápidamente las masas arboladas para obtener mayores beneficios, llevó a una utilización generalizada de reforestación con planta producida en viveros. Esto puede ha sido cuestionado porque la plantación aumenta los costos de operación, aunque también genera empleo en las comunidades, la planta utilizada puede no ser de buena calidad o procedencia y además puede reducir la diversidad genética de las poblaciones de árboles (Perry 1998), aunque en la mayoría de los casos se utiliza semilla de la localidad, y cuando hay buena regeneración la combinación de esta con la plantación produce rodales densos, saturados, que crecen más lentamente y en los que se hace necesario aplicar aclareos pre-comerciales. Otra crítica al MDS es su orientación hacia la producción de unas pocas especies de pinos, con la eliminación de los encinos y las latifoliadas, consideradas como especies de bajo valor comercial o “indeseables”, lo que a la larga afecta la diversidad de los bosques. El MDS ha funcionado razonablemente bien en muchos lugares, pero ha enfrentado también una serie de problemas, entre estos los bajos precios de productos secundarios y terciarios de madera, lo cual limita la posibilidad de aplicar adecuadamente los aclareos en una forma rentable; otro es la dificultad de aplicar la corta de liberación (la extracción de los árboles semilleros), en terrenos montañosos y con la tecnología de extracción disponible, sin dañar la regeneración establecida. Además de esto, los crecimientos de los árboles pueden ser más lentos que lo esperado y la disponibilidad de árboles de diámetros grandes en bosques manejados con turnos cortos ha tendido a disminuir. Esto ha llevado a los silvicultores a buscar otras alternativas, como la aplicación de matarrasas con plantación inmediata; esta técnica puede ser efectiva, pero su uso ha sido cuestionado por su impacto potencial en los suelos y las cuencas y actualmente es objeto de debate. Además del MMOBI y el MDS –que comenzó a convertirse en su sucesor como el “método oficial” en los bosques de pino– en México se han aplicado otros métodos. A principios de los noventa se desarrolló el Sistema de Conservación y Desarrollo Silvícola (SICODESI) como resultado de la colaboración de forestales mexicanos y finlandeses; este no es en sí un método de manejo sino un sistema que permite, con la ayuda de programas de cómputo, el análisis de la información de inventarios y la toma de decisiones sobre posibles escenarios en los cuales se puede aplicar una combinación variable de métodos de regeneración y tratamientos. Con el SICODESI se incorporaron también otros elementos como la combinación de planes de manejo estratégicos, de largo plazo, complementados con programas operativos de corto plazo que pueden irse ajustando con la actualización de información de inventario y la observación de las respuestas de los rodales a las intervenciones. El uso del SICODESI se volvió popular porque contribuyó a facilitar el análisis de los datos de inventario y los cálculos necesarios para la planificación de las operaciones silvícolas. Esto ha sido un progreso importante, pero el problema es que algunos técnicos llegaron a creer que un programa de cómputo puede sustituir la capacidad de decisión del silvicultor basada en sus conocimientos y experiencia y en la observación continua de la respuesta de los bosques al manejo. Al igual que con el MMOBI y el MDS, con el SICODESI se ha tendido a caer en la aplicación de una receta en cualquier tipo de condiciones, en lugar de adaptar el manejo al contexto del lugar. Otras prácticas de manejo innovadoras han incorporado criterios de conservación y uso múltiple. Por ejemplo, en las comunidades de la Unión Zapoteco-Chinanteca (UZACHI) de la Sierra Norte de Oaxaca, la utilización de técnicas participativas en la planificación del manejo del territorio ha permitido una zonificación de los terrenos comunales estableciendo zonas de conservación y áreas de producción con distintos usos (para la producción comercial o de autoconsumo) y distintas intensidades de manejo, algunas bajo turnos cortos de 40-50 años y otras con turnos más largos, de 60 años, para producir madera de mayores dimensiones (Chapela y Lara 1995), lo cual contribuye a mantener un mosaico de condiciones de hábitat importantes para la conservación de biodiversidad. Otro ejemplo es la aplicación del concepto de manejo del paisaje en Mascota, suroeste de Jalisco; partiendo del hecho de que la cosecha de madera durante varias décadas ha contribuido a crear bosques formados por rodales secundarios jóvenes, estructuralmente simples, típicos de etapas tempranas de la sucesión, aumentando la fragmentación y reduciendo la conectividad entre hábitats críticos para la biodiversidad, el manejo se ha reorientado con prescripciones diseñadas para cada rodal, combinando distintos tratamientos y buscando favorecer el desarrollo de algunos rodales con características de madurez y un mosaico de hábitats en distintas etapas de desarrollo (Mendoza et al.2005). En los aprovechamientos forestales en la zona de amortiguamiento de la Reserva de la Biosfera Sierra de Manantlán se aplican prácticas como la conservación de árboles latifoliados, árboles muertos en pie y troncos caídos para mantener diversidad estructural en áreas manejadas bajo el sistema de árboles semilleros y las áreas de aprovechamiento se distribuyen en un mosaico del paisaje que incluye rodales dedicados a la conservación de biodiversidad y la protección de cuencas Jardel 2010). 100 94 % 90 87 % 84 % 80 70 60 50 40 30 20 19% 10 0% 0 MAT ASE CSU SEL MIX Figura 7. Sistemas silvícolas aplicados en 31 operaciones forestales certificadas en bosques de pino-encino. Las barras indican el porcentaje del número de predios o conjuntos de predios de acuerdo con la información reportada en los informes públicos de certificación. MAT, matarrasa; ASE, árboles semilleros; CSU cortas sucesivas de protección y SEL, selección individual o en grupos. El 87% de estas operaciones aplican dos o más de estos métodos, con un sistema silvícola mixto (MIX). (Fuente: www.smartwood.org.). Una revisión de 31 operaciones de manejo forestal en bosques de coníferas que están certificados, nos da una idea de cuáles son los sistemas silvícolas aplicados en México. Se revisaron los informes públicos de certificación de dichas operaciones (www.smartwood.org); de las 31, 20 se encuentran en el norte del país en Chihuahua (3) y Durango (17) y 11 en la zona subtropical en Oaxaca (6), Puebla (2) y el resto en Chiapas, Guerrero y Michoacán. En la mayoría (84%) se utiliza el método de árboles semilleros y el de matarrasa en el 19%; un 94% de las operaciones utiliza corta selectiva como el método principal o en combinación con los otros, por lo cual el 84% de las operaciones usa métodos mixtos. El sistema de cortas sucesivas no se está aplicando en ninguna de las operaciones de manejo consideradas (Fig. 7). Otro estudio realizado en el estado de Durango (Hernández-Díaz et al. 2008) presenta información de los métodos aplicados en 229 predios; el 52% utilizaron el MDS, 20% el MMOBI, 6% el SICODESI, 6% un método mixto y el resto métodos desarrollados regionalmente como el SIMBUS (Sistema Integral de Manejo de Bosques de la Unidad Santiago, el 8%) y el SMIFT (Sistema de Manejo Integral Forestal de Tepehuanes, el 7%). El manejo en las selvas tropicales Las selvas de zonas cálido-húmedas son más complejas estructuralmente y su composición de especies es más diversa que la de los bosques de coníferas, lo cual representa un reto para su silvicultura y ordenación con criterios comerciales determinados por la demanda de mercado de unas pocas especies de interés económico (Lamprecht 1990). Mientras que los sistemas agroforestales campesinos en los trópicos se adaptaron a las condiciones de diversidad biológica y heterogeneidad ambiental, a través del uso múltiple a diferentes escalas (Toledo et al. 1976, 1978, 2003, Barrera et al. 1977, Sanabria 1986, ), los sistemas de producción modernos buscaron la transformación de la selva en monocultivos agrícolas, pastizales para la ganadería y plantaciones, explotando comercialmente la madera en operaciones únicas como parte del desmonte o cortando selectivamente unas cuantas especies comerciales. Las selvas han sido consideradas como “frontera” para la expansión agropecuaria en el marco de políticas desarrollistas (Toledo et al. 1976, Ewell y Poleman 1980, Szekely y Restrepo 1988, Tudela 1990, Santiago 2006), convirtiéndola en “un recurso natural no renovable” (Gómez-Pompa et al. 1972), con graves consecuencias de deterioro ambiental. La apreciación de las funciones ambientales de las selvas no fue percibida hasta que las consecuencias de la deforestación saltaron a la vista (Lamprecht 1990). Una respuesta a la deforestación tropical ha sido el establecimiento de áreas protegidas, lo cual ha generado en muchos casos situaciones de conflicto con la población local al no plantear alternativas para satisfacer sus necesidades económicas ni tomar en consideración los aspectos sociales y culturales. En las selvas de México, cómo en otras regiones de los trópicos, la explotación de la madera se llevó a cabo a través de sistemas extractivos, generando un proceso de “empobrecimiento socioecológico” (Gallopin et al. 1986). Las llamadas “maderas preciosas tropicales” como la caoba (Swietenia macrophylla) y el cedro rojo (Cedrela odorata), o las maderas tintóreas (Haematoxylum campechianum) fueron explotadas para satisfacer su demanda en Europa (González-Pacheco 1984, De Vos 1988, Pennington y Sarukhán 1998). En resumen, en las selvas húmedas del trópico mexicano la explotación de la madera se ha centrado, históricamente, en unas pocas especies de alto valor comercial, predominando la conversión de la cubierta forestal a cultivos y potreros y la extracción selectiva de carácter minero, provocando degradación ambiental. Una excepción es el surgimiento a principios de los 1980 de las primeras operaciones de manejo forestal comunitario de las selvas del sur de la Península de Yucatán (Acopa y Boege 1999, Galletti 1999). La experiencia del Plan Piloto Forestal de Quintana Roo (PPF) y especialmente el caso de la Sociedad de Productores Ejidales de Quintana Roo (SPFEQR), ha sido considerada como “uno de los esfuerzos más prometedores de producción forestal sustentable, tanto socioeconómicamente como ecológicamente” (Kiernan y Freese 1997). Este caso ha sido descrito y analizados en varios trabajos (Argüelles 1991, Kiernan y Freese 1997, Flaschsenberg y Galletti 1999, Galletti 1999) en los que se basa el siguiente resumen. Casi la totalidad del áreas selvática de Quintana Roo fue repartida a ejidos durante la década de los años treinta y cuarenta; la dotación se hizo con un criterio forestal, pensando en el aprovechamiento de maderas tropicales como cedro y caoba y la extracción del chicle de Manilkara zapota. A principios de los cincuenta se estableció una concesión bajo el mismo esquema rentista de otras partes del país. Paradójicamente, en forma paralela a la concesión se impulsaron procesos de desmonte subsidiados por el propio gobierno a través de apoyos a los ejidatarios para proyectos agropecuarios, lo cual condujo a la deforestación de superficies considerables. Con la concesión se dio una forma de manejo incipiente aplicando las recetas de corta selectiva y diámetro mínimo, con un ciclo de corta de 25 años, determinado con datos disponibles en la literatura y observaciones empíricas. El resultado de 30 años de la concesión fue el descreme de la selva, ya que el aprovechamiento se dirigió a los mejores árboles, y además se ejerció la posibilidad de corta en la selva que se iba reduciendo a consecuencia de los desmontes agropecuarios. No fue hasta que en 1983 finalizó la concesión cuando los ejidos tomaron en sus manos el aprovechamiento y con el apoyo del PPF comenzaron a desarrollar mejores prácticas silvícolas. El proceso se orientó bajo el principio de que la conservación de las selvas depende de su aprovechamiento racional como una alternativa económica para los ejidos; se redefinió el papel del servicio forestal que, en lugar de ser un organismo de control y vigilancia, debería de cumplir funciones de promoción y apoyo a las empresas forestales campesinas, que asumían el control de la actividad forestal como sujetos activos a través del desarrollo de sus propias industrias forestales. Un aspecto fundamental del enfoque adoptado fue el establecimiento de un área forestal permanente, delimitando las superficies que debían mantenerse a largo plazo con cobertura de selva, destinadas a abastecer a las empresas forestales ejidales, evitando su conversión a usos agropecuarios; este fue el primer paso para la planificación del manejo forestal. Al principio el objetivo principal del PPF era detener la dinámica de desmonte y estabilizar la frontera forestal. La división de la selva en áreas de corta, permitió un control espacial de las actividades de aprovechamiento con un criterio que resultaba comprensible para los ejidatarios y el hecho de establecer la relación entre el predio como unidad de tenencia de la tierra y la selva como área de administración forestal, fue otro avance respecto a la etapa anterior de la concesión, en la cual las divisiones forestales no coincidían con las prediales. En la etapa inicial el manejo se centró en la adopción de unas pocas medidas silvícolas que aseguraran un mínimo de racionalidad técnica, al mismo tiempo que fueran comprensibles para los campesinos y permitieran continuar con el aprovechamiento para generar beneficios económicos que estimularan a los ejidatarios a conservar la selva bajo aprovechamiento. Se mantuvo el método de selección con un ciclo de corta de 25 años, pero con variaciones (individual, en grupos y en bosquetes), para abrir claros más grandes, necesarios para el establecimiento de la regeneración de especies como la caoba que son intolerantes a la sombra; se estableció un diámetro mínimo de corta de 55 cm para la caoba y cedro y de 35 cm para otras especies y se definió que la corta debía de mantener una proporción del volumen de corta de 2:1 para el aprovechamiento de las especies “corrientes tropicales” en relación a las “preciosas” y se comenzó a complementar la regeneración natural con plantaciones de enriquecimiento. Se iniciaron los trabajos de inventario y posteriormente se desarrolló una red de parcelas permanentes y se integró un sistema de información geográfica. En una segunda etapa comenzaron a desarrollarse prácticas silvícolas más avanzadas, con una mejor delimitación de las áreas de corta, sistemas de inventario más precisos, selección de los árboles a cosechar y plantaciones de enriquecimiento. El modelo silvícola fue revisado a partir de nuevos datos de inventarios, estudios de crecimiento y la consideración de la variabilidad en las condiciones de sitio y se mejoraron las prácticas de ordenación y extracción. La caoba, que es una de las especies dominantes en las selvas de la región y la de mayor valor y demanda comercial, es la especie guía para la silvicultura. El ciclo de corta de 25 años fue definido asumiendo que las caobas alcanzan la madurez (o el diámetro mínimo de corta de 55 cm) a los 75 años, con incrementos de 0.7 cm año-1 en diámetro (Flaschenberg y Galletti 1999), aunque estos pueden variar entre 0.3 y 1.1 cm año-1 según las condiciones de sitio y de densidad de la vegetación (Snook 1993). El área forestal se subdividió en unidades de corta en función del ciclo de 25 años; la rotación de un área (75 años) se completa con tres ciclos de corta. Los árboles con diámetro igual o mayor a 55 cm son cosechados, asumiendo que serán reemplazados en el siguiente ciclo de 25 años por el crecimiento de los árboles de clases de tamaño y edad inferiores, que a su vez son reemplazados por la incorporación del renuevo establecido por regeneración natural o por plantaciones de enriquecimiento. El criterio de diámetro mínimo de corta es aplicado de manera flexible para permitir cortas intermedias de mejoramiento; para las otras especies se sigue manteniendo un diámetro mínimo de 35 cm, lo cual debe ser revisado ya que implica una selección negativa para las especies de crecimiento más lento, pero inicialmente permitía contar con un criterio mínimo del manejo (Flaschenberg y Galletti 1999). El cálculo de la posibilidad de corta ha sido conservador y menor al que se aplicaba en el período de la concesión; se programó una intervención máxima del 30% de la superficie o del área basal y se planteó la conveniencia de aplicar la selección por bosquetes para abrir espacios para la regeneración de la caoba y otras especies heliófilas. En la mayor parte de las áreas de aprovechamiento la plantación de enriquecimiento es necesaria para complementar la regeneración natural y asegurar la cosecha futura. Una buena aplicación del modelo silvícola adoptado implica el aprovechamiento no solo de la caoba sino de otras especies, para regular la composición de la selva y abrir claros suficientemente grandes para la regeneración. La selva de Quintana Roo contiene una alta diversidad de especies arbóreas; unas 20 tienen usos comerciales pero solo una docena han sido aprovechadas. La viabilidad económica de las empresas forestales ejidales de Quintana Rooo ha dependido de la caoba, pero ha sido difícil introducir en el mercado las especies menos conocidas, cuyo aprovechamiento es necesario como parte del modelo silvícola (Flaschenberg y Galletti 1999). Mientras que se ha cosechado la posibilidad de corta programada para la caoba, el volumen extraído de maderas suaves y duras de otras especias ha sido entre la mitad y la quinta parte de lo planeado (Kiernan y Freese 1997). Idealmente la silvicultura de la caoba y otras especies de árboles tropicales intolerantes a la sombra debe basarse en intensidades de corta que abran claros grandes (Snook 1999), pero este es un criterio difícil de aplicar en un contexto en el cual persisten procesos de deforestación, lo cual hace poco viable la aceptación social de intervenciones intensivas, por lo cual se optó por mantener el método de selección, preferentemente por bosquetes y asistiendo la regeneración con la plantación de enriquecimiento (Flaschenberg y Galletti 1999). Esta situación muestra las dificultades de conciliar los criterios científicos y técnicos de la silvicultura con las condiciones del contexto social. La racionalidad técnica ha tenido que adaptarse a soluciones prácticas como parte de un procesos que puede irse mejorando y afinando paulatinamente, pero que está lleno de obstáculos impuestos no solo por las condiciones socio-ecológicas, sino también por un contexto de políticas gubernamentales contradictorias. El manejo de las selvas en Quintana Roo era un ejemplo exitoso y prometedor a mediados de los noventa; si bien la intervención de la selva implica una transformación del ecosistema forestal, representa también un incentivo para la conservación de la cobertura forestal y permitió reducir las tasas de deforestación (Kiernan y Freese 1997). Pero el modelo mostraba condiciones de avance diferentes en los distintos ejidos y enfrentaba una serie de problemas no resueltos; la colaboración entre las organizaciones que participaron en el PPF creó condiciones políticas y socioeconómicas favorables para el impulso de la actividad forestal y la conservación de la cobertura selvática, pero fue abandonándose sin que se hubiera consolidado el proceso de desarrollo de una silvicultura tropical comunitaria. El mercado y la tecnología de transformación de la madera han sido una limitación para la aplicación del modelo de silvicultura, que implicaba aprovechar no solo la caoba sino también otras especies. La competencia con madera de otras partes del país o importadas ha sido otro factor limitante en el desarrollo de las empresas ejidales de la región. Los programas gubernamentales que fomentan las actividades agropecuarias y por lo tanto el desmonte, los cambios en la legislación forestal a partir de 1992 y el programa de titulación de tierras ejidales (PROCEDE) que favorece tendencias a la parcelización afectando el manejo de tierras forestales de uso común, han sido otros factores que han entorpecido el manejo de la selva (Galletti 1999, Fleschenberg y Galletti 1999). El caso de Quintana Roo demuestra tanto las potencialidades como las limitaciones del manejo forestal comunitario y la complejidad de los factores sociales y ecológicos que influyen en el manejo forestal. Conservación y producción forestal La conservación de los ecosistemas es uno de los tres objetivos centrales del manejo forestal. Mantener a largo plazo la productividad forestal depende de la conservación del agua, los suelos, la diversidad de especies y la diversidad genética (Perry 1998). La adopción de prácticas de conservación en áreas de aprovechamiento, que forman la matriz circundante de áreas protegidas, es indispensable para la mantener biodiversidad (Lindenmayer y Franklin 2002). La conservación es un aspecto integral del enfoque de manejo de ecosistemas (Christensen et al. 1996) y de una silvicultura ecológica (Franklin et al. 2007). Cuadro 4. El “ABCD” de los componentes fundamentales de la conservación en el manejo de ecosistemas forestal: (a) agua y suelo, (b) biodiversidad, (c) clima y el balance de carbono y (d) dinámica de los ecosistemas; se muestran procesos ecológicos o valores sociales fundamentales en cada factor y su relación con el manejo. FACTORES CLAVE: PROCESOS/VALORES MANEJO AGUA Y SUELO BIODIVERSIDAD CARBONO Y CLIMA • • • • Ciclos de agua y nutrientes Formación de suelos Productividad del sitio Servicios hidrológicos • • • • • Regulación de procesos ecosistémicos Conservación de: Interacciones bióticas • Hábitats críticos , corredores Evolución y adaptación (paisaje/unidad de ordenación) Recursos bióticos • Componentes del hábitat (rodales/áreas Valores éticos y estéticos de producción) • Diversidad genética • Ciclo del carbono (fotosíntesis/ productividad primaria, respiración/descomposición, combustión/incendios) Mitigación del cambio climático (balance de carbono) • Regímenes naturales o históricos de perturbación Variabilidad natural Regeneración Sucesión Dinámica de poblaciones Prevención de desastres • • • DINÁMICA • • • • • • • • • • • • • • Manejo de cuencas Conservación de suelo y agua Mitigación de impacto de la cosecha y extracción Reducción de emisiones (conservación de bosques, eficiencia energética en cosecha e industrialización) Restauración y reforestación Manejo del fuego Emulación de regímenes naturales o históricos en la silvicultura Conservación de la variabilidad natural en el paisaje Manejo del fuego Manejo de plagas y enfermedades Mitigación de impacto ambiental El manejo sustentable de los ecosistemas forestales debe de poner atención a cuatro componentes fundamentales que constituyen el “ABCD” del manejo de ecosistemas terrestres (cuadro 4): a) agua y suelos (el papel de la vegetación en la regulación de los ciclos de agua y nutrientes, la protección de cuencas y la formación de suelos) , b) biodiversidad (las funciones de los organismos vivos en la dinámica de los ecosistemas y su papel como recursos bióticos), c) clima y carbono (la influencia de la cobertura forestal en el clima local y regional y en el balance de carbono y la regulación del clima a escala global) y d) la dinámica de los ecosistemas cuya integridad depende de mantener su variabilidad natural (Jardel 2010). Aunque el aprovechamiento forestal implica cierto grado de transformación de los ecosistemas, constituye un incentivo para su conservación y una alternativa mucho mejor que la deforestación y el cambio de uso del suelo (ver Freese 1997 en torno al debate de “usarlo o perderlo”). Los ejemplos de manejo forestal comunitario en México demuestran el potencial de la integración de la conservación con la producción (Toledo et al. 1978, 2003, Chapela y Lara 1995, 1996, Kiernan y Freese 1997, Flaschenberg y Galletti 1999, Galletti 1999, Bray y Merino 2004, Bray et al. 2005). El establecimiento de áreas de conservación dentro de unidades de producción maderera se ha incorporado como parte de las prácticas de manejo forestal en México en la mayor parte de las operaciones forestales certificadas (Fig. 8). 10 9 Número de predios 8 7 6 5 4 3 2 1 0 <1 1-10 10-25 25-50 50-75 Figura 8. Número de predios o conjuntos de predios por categorías de porcentaje de su superficie dedicada a conservación, en una muestra de 31 operaciones de manejo forestal certificadas; los datos fueron obtenidos de los informes públicos de certificación (Fuente: www.smartwood.org.). Restauración y reforestación El tercero de los objetivos centrales del manejo forestal es la restauración de áreas que han sufrido procesos de deforestación y degradación. La reforestación cuyo objetivo es recuperar cobertura y existencias de recursos forestales es una vieja práctica de manejo (Heske 1938), incluida en los programas de manejo y las autorizaciones de aprovechamiento forestal en México. El concepto y la práctica de restauración surgen más recientemente y son mucho más complejos, ya que implican la recuperación de ecosistemas funcionales y no solo de cobertura (Perrow y Davy 2002). Las políticas públicas sobre restauración ambiental en México ha sido analizadas por Cervantes et al. (2009). Algunas de las primeras intervenciones gubernamentales de manejo forestal en el país a principios del siglo XX, consistieron en el establecimiento de plantaciones para recuperar áreas deforestadas y erosionadas en las montañas alrededor del Valle de México o estabilizar las dunas costeras en los alrededores de Veracruz (Quevedo 1931, Bogatí 1978, Simonian 1995). A partir de los años 1930 se iniciaron esfuerzos de reforestación en todo el país, que en las décadas siguientes se dirigieron a proteger las cuencas de captación de las obras hidráulicas de riego y generación de oficiales para energía eléctrica. establecer Posteriormente plantaciones, se reforestar aplicaron áreas programas degradadas y recuperar o conservar suelos, asociados a políticas de “combate a la pobeza” (Cervantes et al. 2009). Es importante señalar que aunque la reforestación es algo positivo, no constituyen por sí misma un proceso de restauración ecológica (es solo un medio entre otros) e incluso pueden tener consecuencias negativas cuando se pone en práctica careciendo de un entendimiento de los patrones y procesos ecológicos, lo cual ha sido común en los programas de reforestación. La reforestación sin un buen diseño puede alterar la composición de especies nativas y la diversidad genética de poblaciones locales de árboles, entorpecer la regeneración natural o introducir especies invasoras, parásitas o patógenas. En el caso de las plantaciones forestales comerciales, estas no pueden considerarse como ejemplos de restauración; generalmente utilizan especies que no son nativas del lugar y constituyen cultivos arbóreos que se mantienen artificialmente problemas con altos adicionales de insumos de degradación energía y ambiental. agroquímicos, En muchos causando casos las plantaciones reemplazan ecosistemas naturales importantes para la conservación pero escasamente valorados porque no están dominados por árboles (Putz y Redford 2010). El uso de plantaciones como parte de procesos de restauración o rehabilitación es sin embargo posible, cuando estas se diseñan y manejan con tal propósito en función de patrones y procesos naturales (Jardel 1997). Ciertas acciones de protección o restauración parten de ideas preconcebidas y erróneas; por ejemplo la tendencia a la “arborización” creyendo que reforestar es plantar árboles, ignorando los ecosistemas de matorrales, pastizales y bosques abiertos ricos en biodiversidad (Putz y Redford 2010), o los intensos de suprimir el fuego ignorando su papel en la dinámica de muchos ecosistemas (Brown y Arno 1991, Agee 2002, Jardel et al. 2009). La restauración ecológica consiste en intervenciones para restablecer no solo la cobertura vegetal en sitios deforestados, sino para recuperar ecosistemas funcionales con una composición, estructura y dinámica cercana a la de su estado anterior a su degradación o a una condición de referencia. Esto implica un conocimiento de los procesos ecológicos (Bradshaw 1987). Hay que reconocer además que es difícil, si no imposible en muchos casos, recuperar un ecosistema degradado a una condición original; lo que generalmente se hace es rehabilitar áreas degradadas a una condición mejor que la del estado degradado. La restauración es por lo tanto el último recurso que queda cuando se han dado procesos de deterioro. También es difícil recuperar ecosistemas que se establecieron bajo condiciones del pasado diferentes a las actuales; la historia ecológica sirve como marco de referencia para diseñar medidas de restauración (Egan y Howell 2001), pero estas deben ponerse en práctica pensando en las condiciones ecológicas y sociales actuales y en su posible evolución hacia el futuro. La restauración requiere definir el estado de degradación con criterios e indicadores objetivos, identificando sus causas materiales y subyacentes; el proceso de restauración consiste en el control de los factores que originaron el deterioro y, según el grado de alteración, la reintroducción de especies de plantas y animales, el restablecimiento de procesos que han formado parte de la dinámica de los ecosistemas (como sucede en el caso de los regímenes de incendios alterados en bosques de pino o los ciclos de inundación y flujo estacional del agua en humedales y bosques ribereños) o la estabilización y recuperación de suelos erosionados (Landa et al. 1997, Whisenant 2002, Murray y Marmorek 2003, Meyer y Rietkerk 2004, Jardel 2008, Putz y Redford 2010). La complejidad de los ecosistemas y las limitaciones del conocimiento implican que en la restauración, como en otros aspectos del manejo forestal, sea necesario un enfoque de manejo adaptativo (Murray y Marmorek 2003). Consideraciones finales A manera de conclusión podría darse el mensaje esperanzador de que, a pesar de los problemas crónicos del sector forestal mexicano, el país cuenta aún con una extensa superficie de bosques, selvas y matorrales y una gran diversidad de recursos que, bajo un manejo adecuado, representan un potencial esencial para un desarrollo sustentable y que las alternativas pueden construirse sobre la base de numerosas experiencias y esfuerzos exitosos de manejo forestal. Sin embargo, para enfrentar los problemas se requieren cambios no solo en la forma en que se hacen las intervenciones técnicas (como las prácticas de silvicultura, ordenación forestal, conservación y restauración), sino también en los aspectos institucionales (regímenes de derechos sobre la tierra y los recursos que sean funcionales y efectivos, políticas públicas y formas de organización adecuadas a diferentes niveles o escalas, relaciones económicas justas, etc.) e incluso culturales (que incluyen desde las percepciones y los conocimientos hasta los aspectos éticos). El enunciado de los componentes del manejo forestal (cuadro 2) y de sus características particulares (cuadro 3) apunta algunas de las cuestiones clave que se deben considerar. El cambio hacia un manejo forestal que contribuya a mejores condiciones de vida, sustentables en términos ecológicos y sociales, implica entre otras cosas reconocer que los ecosistemas forestales, naturales o transformados, son esenciales para la regulación ambiental y la provisión de recursos naturales indispensables para el sustento de la sociedad, que las intervenciones de manejo están determinadas por factores sociales e influyen en la configuración y funcionamiento de los ecosistemas, que el escenario socio-ecológico es diverso y dinámico y que los intentos de control de la naturaleza reducen su diversidad, variabilidad y resiliencia conduciendo a la degradación ambiental y agotamiento de los recursos (Holling y Meffe 1997, Franklin et al. 2007). Es necesario entonces pensar en términos de manejo de ecosistemas y no de recursos naturales aislados (Franklin 1997) y adoptar estrategias de manejo adaptativo que permitan incorporar la dinámica, variabilidad y complejidad de los sistemas socio-ecológicos y superar las limitaciones del conocimiento humano a través de la experimentación y el aprendizaje (Walters y Holling 1980, Walker y Salt 2006, Berkes 2007, Gunderson y Allen 2010). Por último, hay que reconocer que los problemas del sector forestal son en gran parte consecuencia de dos aspectos que han caracterizado la evolución del manejo de recursos naturales en general: a) la administración centralizada de la producción y la conservación bajo la lógica de comando-y-control y del dominio de la sociedad y la naturaleza a través de la ciencia y la técnica, y b) la mercantilización de la naturaleza (que se inicia en el caso que nos ocupa con la madera y se extiende ahora a los servicios ambientales), bajo una lógica que no tiene que ver con la economía (el sustento de la humanidad), sino con la acumulación de capital y la crematística (“el arte de hacerse rico”), diferencia que ha sido señalada por un buen número de autores desde Aristóteles a Marx o Polanyi. Enfrentar estas cuestiones tiene que ver con la construcción de nuevas formas de organización y co-manejo a diferentes escalas (Berkes 2007) y con una redefinición de la economía (Martínez-Allier 1992). La cuestión no se resolverá aplicando a la sustentabilidad la versión actual de las tres “virtudes teologales”: fe en las soluciones de mercado y los remedios técnicos, esperanza en el desarrollo socioeconómico y caridad de las políticas de apoyo y “combate a la pobreza”. La sustentabilidad en general y el buen uso y conservación de las áreas forestales requiere de cambios políticos, institucionales, económicos y culturales que son determinantes en la interacción de la sociedad con la naturaleza. Literatura citada Aburto-Oropeza, E. Ezcurra, G. Danemann, V. Valdez, J. Murray & E. Sala. 2008. Mangroves in the Gulf of California increase fishery yields. PNAS 105 (30): 10456-10459. Acheson, J.M. 1991. La administración de los recursos de propiedad colectiva. En: J. Plattner (Ed.). Antropologíaa económica. Alianza Editorial-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México D.F. Pp. 476-512. Acopa, D. & E. Boege. 1998. Las selvas mayas en el sur de Campeche, México. 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