El camino del Dolor es un camino ya transitado por legiones de pies ingratos que lo desprecian y nada sacan de él a parte de su frustración por no haber podido vivir una vida plena y feliz. Pocos son los que huellan este derrotero buscando un desvío que les permita sublimar y trascender la miseria mundana; unos pocos próceres entre los que yo, majestuoso pensador de una Verdad bien buscada y meditada, me incluyo soberbiamente. El camino del Dolor, ¡Mi Camino!, así transcurre: Tu nacimiento es el resultado de una unión lasciva y animalesca entre una pareja de humanos embriagados por el ardor de la hediondez bajo abdominal que culmina en una polución deletérea. De ese veneno seminal —semilla del Demiurgo— se fecunda un óvulo impoluto cuyo único fin debería ser la extinción incorrupta. Te expulsan del útero por la vagina rebozado en un montón de líquidos y, lo más probable también, acompañado de excrementos al mismo nivel de repugnancia que manifiestan un curioso y para nada desdeñable símil. Te educan en la molicie, adocenado junto a otros ejemplares de tu especie a los que te igualan y rebajan para servir al engranaje vital de la Máquina. Aprendes conocimientos teóricos e inútiles que nunca se llevan a la práctica en vez de desarrollar tu máxima potencialidad y llevar la inteligencia —bien escaso y doloroso en un mundo repleto de disgenésicos— a límites suprahumanos. ¿Dónde quedaron el Trivio y el Quadrivium, ese dúo único e irremplazable? Quizá en el mismo vertedero de la historia al que destierra el igualitarismo el gusto por la genuina individualidad. Conoces la mentira y el engaño, las burlas y el desprecio, la incomprensión y sus dos soledades: física y espiritual. Te arrejuntas con adolescentes imberbes, creídos, pedantes, imbéciles haciendo gala de toda su mediocridad. Y callas. Callas porque pronunciarse sobre cualquier referencia contra la masa democrática es poner en toda tu contra a la Máquina. Buscas en libros proscritos, de genios por ti no olvidados, el consuelo, la comprensión, el hálito y el sentido que necesitas y esta sociedad posmoderna destierra pues no quiere que conozcas por bocas especiales la Disidencia real. Tú y sólo tú, precocísimo mancebo, presientes la diferencia; y el sentir y profundizar en esa diferencia es lo que hace que se delimite y agrande a cada pestañeo. Todavía la decepción no ha hecho mella en ti. Todavía, con los 18 años recién cumplidos, crees que tienes una nueva oportunidad de rebuscar en los recovecos del mundo. Crees que allá fuera, en ese vasto erial todavía no devenido en muladar, puedes encontrar lo que la vida familiar, impuesta y castradora, te ha impedido descubrir. Te aventuras entre millones de miradas ciegas, lacerantes, y garras subrepticias a emprender tu propio Destino. Y buscas; y te pierdes. Ya no hay más. Descubres la auténtica realidad del mundo que te rodea, intuyes las más puras aproximaciones a la Verdad. Y concluyes: el mundo es un lugar tenebroso y siniestro hecho para el deleite de las almas corrompidas. El fuerte aplasta al débil, el manipulador exprime al indulgente. Todo es guerra, violencia y compra-venta. La mayoría de reformadores sólo son malditos vendedores de quimeras: desde San Agustín hasta los pseudorrevolucionarios contemporáneos, pasando por Santo Tomás de Aquino, Kropotkin o Karl Marx, todos ellos contribuyen a acrecentar la esperanza de la escoria bípeda sobre la tierra. Porque eso es el humano, un montón de carne y huesos en un constante proceso convaleciente. Pocos son los marcados por la mirada de la Divinidad pura y ajena a este mundo. Sólo una bestia sádica sería capaz de inocular conciencias en estos cuerpos transidos. Y he aquí, os digo, el único cometido digno de esta Vida: despreciar la creación y todo lo que representa el orden mundano. No dejarse embriagar por la efímera y aparente belleza que nos asalta incluso en los pequeños detalles más insospechados... ¡Trampas para crédulos! Pugnar a sangre y fuego contra las pasiones nauseabundas de la carne… Y reír, reír ante todo, por saberte uno de los pocos seres cuerdos y lúcidos que, temporalmente, transitan estos valles desolados por cuyas laderas manan litros y litros de sangre de millones de desheredados.