Subido por Jorge Ricardo Alderetes

El Meteorito Chaco y sus mitos

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El Meteorito Chaco y sus mitos (unosantafe.com.ar)
El Meteorito Chaco y sus mitos
Es el mayor fragmento conocido del meteorito Campo del Cielo que
impactó en la región homónima, ubicada a 12 kilómetros de la
localidad de Gancedo, en la actual provincia del Chaco. Su cráter
fue descubierto en 1969 por Raul Gómez, un habitante de la zona.
Es el segundo meteorito de mayor masa que se conoce.
Domingo 05 de Mayo de 2013
Jorge Coghlan
Especial Diario UNO
“Entre las culturas primitivas del Chaco, la destrucción de la Humanidad se habría
producido mediante un fuego devastador”. El misionero jesuita Guevara registró el
mito mocoví de la caída del Sol: “Entonces fue como por todas partes corrieron
inundaciones de fuego y llamas que todo lo abrasaron y consumieron: árboles,
plantas, animales y hombres. Poca gente mocoví, por repararse de los incendios,
se abismaron en ríos y lagunas, y se convirtieron en caimanes y capiguarás. Dos
de ellos, marido y mujer, buscaron asilo en un altísimo árbol desde donde miraron
correr ríos de fuego que inundaban la superficie de la Tierra; pero
impensadamente se arrebató para arriba una llamarada que les chamuscó la cara
y los convirtió en monos, de los cuales tuvo principio la especie de estos ridículos
animales”.
Pero para imaginar la grandiosidad de lo ocurrido en Campo del Cielo, hay que
pensar en moles de gran volumen que cayeron acompañadas de miles de
fragmentos menores, todo en estado incandescente. Pudo haber ocurrido en
minutos y tras el estrépito, el fragor de los bosques incendiados. Así lo indican los
restos carbonizados encontrados al buscar debajo de los meteoritos. Pocas veces
el hombre habrá sentido más cerca la inminencia del fin del mundo, del
Apocalipsis.
La estudiosa Elena Lozano obtuvo de un informante de la tribu vilela la memoria de
un fuego grande que quemó todo: “Arboles, pájaros, todo. Una pareja cavó un
pozo donde, con la demás gente se protegieron del estrago. Al concluir el fuego
grande, el patriarca recomendó a los que salían que no miraran el suelo quemado.
Pero una muchacha lo hizo y se convirtió en guasuncho, otra se convirtió en nutria
y se fue a la laguna. Un viejo se hizo yacaré y una vieja gorda, loro. El patriarca y
su compañera, que cerraron los ojos al salir, procrearon dos hijos, varón y mujer, a
los que autorizaron la unión conyugal para que haya gente otra vez”. El
investigador chaqueño José Miranda Borelli, recogió versiones semejantes entre
las tribus tobas y matacas; todas con la narración del holocausto y el refugio en la
cueva del escarabajo.
El Mesón de Fierro
El territorio del Chaco impuso duros tributos a quienes lo conquistaron. Tierra de
montes impenetrables, de esteros, fieras y aborígenes bravíos, no se rindió
fácilmente a los españoles y posteriores inmigrantes europeos.
El lugar impuso a la llegada de los blancos, la potencia de una naturaleza indómita
que jaqueó siempre a los desconocidos y protegió a sus dueños: los indios. Tierra
de los Guaycurúes la bautizaron algunos conquistadores. Provincia de los
Payaguás, fue denominada por otros; Gran Chaco Gualamba terminaron por
llamar los españoles a esa inmensa y misteriosa región.
El primer europeo que la pisó fue Alejo García, náufrago de una de las naves de
Solís que, en 1526 inauguró, posiblemente a su pesar, la extensa lista de los que
peregrinaron por la región.
Los aborígenes guaraníes recuerdan aún la denominada Hecatombe del Agua,
llamada Iporú, de la que pocos hombres y animales se habían salvado, ubicándose
en la copa de un árbol. Según los quechuas, existía un cerro que crecía a medida
que las aguas subían y en el cual se refugiaban.
Estos enigmas motivaron a Gonzalo de Abreu, gobernador del Tucumán, a
organizar en 1576 una expedición desde el río Salado hacia el levante en busca de
una supuesta mina de hierro sin explotar. Comisionó entonces al capitán Hernán
Mexía de Mirabal, quien entre julio y agosto de ese año, al atravesar la planicie de
Otumpa vio un peñón de hierro que afloraba de la superficie como un raro
monumento. En sus alrededores recogió muestras que luego fueron analizadas por
herreros.
El sacerdote jesuita Martín Dobrizhoffer, en su Crónica Misional, cuenta que
escuchó en Santiago del Estero (antes de 1767) la versión de que “a ochenta
leguas de la ciudad, hacia el Chaco, existe en alguna parte una mesa o un tronco
de árbol que semeja al hierro, pero que bajo el resplandor del Sol reluce como
plata”.
En 1774 el militar Bartolomé Maguna, al frente de una guarnición de soldados y
civiles, se movilizó desde Santiago del Estero, y llegó hasta Campo del Cielo. Allí
encontró una gran barra o planchón al que denominó Mesón de Fierro, debido a su
forma. Calculó que pesaba unas 25 toneladas. Dos años después repitió la
expedición y los fragmentos extraídos fueron analizados en Santiago del Estero,
Lima y Madrid.
Luego de Maguna, en 1779, llegó hasta el lugar Francisco de Ibarra. Melchor
Miguel Costas, miembro de esa expedición, tomó las medidas: tenía 3,52 metros
de largo, 1,85 de ancho y 1,19 de altura. En 1783 se efectuó por orden del rey
Carlos III de España la expedición del capitán de fragata Miguel Rubín de Celis. Su
objetivo fue precisar si el Mesón de Fierro era la parte superior de una montaña de
hierro enterrada o se trataba de una piedra aislada.
La tropa, compuesta por 200 soldados y 500 reses, partió de Santiago del Estero
el 15 de enero. Al frente, 20 hombres eran los encargados de detectar las aguadas
que aprovisionarían de agua a los expedicionarios, detrás de ellos iban los
“gastadores”, un grupo de 50 hacheros que se encargaba de “abrir el monte” para
permitir el paso de las carretas y el resto de la tropa. (Continuará).
Fuente: Oscar A. Turone, Presidente de la Sociedad Meteorítica Argentina.
Coordinador General Sección Meteorítica de la LIADA, Liga Iberoamericana
de Astronomía.
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