Más para los ricos y menos para los pobres en tiempos de pandemia En Colombia vivimos tiempos excepcionales. Excepcionales tanto por la incertidumbre que nos embarga como sociedad, como por el alumbramiento social y político que desde hace un tiempo parece concretarse, en medio de un gobierno nacional que orienta sus políticas hacia la reducción de derechos sociales y a la contracción de lo público. Una década de procesos y acontecimientos inéditos marca nuestra situación actual descripta por muchos como de transición, umbral, ruptura o bifurcación. Tres imágenes podrían sintetizar nuestro momento. En la primera encontramos las varias consignas, emblemas y arengas del disgusto e inconformo social y de un posicionamiento contra el miedo. De distintas formas entran en acción varias movilizaciones sociales que cada vez que el pueblo colombiano necesita expresiones sociales y una voz que se haga escuchar toman su posición, algunas de ellas son el movimiento LGBTIQ+, el movimiento feminista, la minga Indígena La segunda imagen se torna en blanco y adquiere una esperanza de alcanzar la igualdad y la paz como posibilidad. Se inicia esta imagen con el momento en el que todos los ciudadanos de un país siguen esperanzados de manera presencial o virtual con la gran victoria que tanto se anhela para un futuro justo. La tercera imagen es la de la cuarentena desencadenada de la expansión del COVID-19, la de un aislamiento en los principales centros urbanos de cada ciudad del país, la cual, en vez de representar más solidaridad por parte del gobierno, solo significa desigualdad. Una situación como la que estamos viviendo, debería ser un momento importante para la reflexión, dada la capacidad para unir fuerzas sociales e internaciones y disputas históricas para el bien común de la humanidad, en lugar de ser así, la crisis nacional se agravó de la peor manera. La noción de la pandemia y la crisis nacional derivada de la intención del presidente Iván Duque de implantar una nueva reforma tributaria para “solucionar” la crisis económica del país, solo ha logrado precariedad por una presencia que dirige el estado colombiano hacia la exclusión y desigualdad. Este liderazgo al mando de nuestro país siempre ha estado interesado simplemente en los intereses propios, jamás ha existido un interés hacia el pueblo. En Buenaventura y Quibdó, en el Pacífico colombiano, donde las organizaciones sociales han denunciado de manera reiterada la fuga de recursos y el despojo, donde la pobreza y las precariedades institucionales crecen al ritmo de las transacciones económicas, tan solo con existir este tipo de situaciones se debería recapacitar de mejor manera una reforma como la que pretendía llevar a cabo el gobierno, se anuncia ya la crisis hospitalaria y se reavivan las movilizaciones. Las gentes deben salir masivamente a las calles a exigir atención y condiciones para soportar lo que se viene, alzando la voz y haciéndose ver y escuchar. Las movilizaciones se activan cada vez más, yendo en contra de una pandemia mundial, en contra de un gobierno más peligroso que un virus, lo que se observa es un país al borde de un estallido social, con crudas cifras de desigualdad, pobreza, desempleo, asesinatos y genocidio de poblaciones campesinas, indígenas, afrodescendientes y partidos políticos de oposición; una participación altamente restringida de los sectores populares; un régimen neofascista, cada vez menos preocupado por mantener los mecanismos de democracia formal; unos acuerdos de paz con las antiguas FARC totalmente incumplidos, unas medidas económicas que beneficia los grandes transnacionales y deprime aún más a las clases menos favorecidas y una escala de destrucción de la naturaleza incalculable que consolida un despojo territorial creciente. Estamos ante un estado que a través de un conjunto de prácticas y estructuras sigue llevando a cabo la violencia para cultivar el miedo y el terror entre la población civil, acudiendo a la construcción de un grande sistema militar que junta disciplinas elaboradas por las mismas elites en contra de un enemigo que es el mismo pueblo colombiano, llámese comunismo o terrorismo, buscando eliminar cualquier movimiento de protesta popular. Este lamentable panorama de desigualdad y exclusión, en el que, con el argumento de ser el mejor camino para la reactivación económica en medio de la pandemia, lo cual constituye una nueva amenaza de despojo territorial, cultural y ambiental para los pueblos y comunidades colombianas.