Cristianismo y mística Olegario González de Cardedal Editorial Tr o t t a Cristianismo y mística Cristianismo y mística Olegario González de Cardedal E D I T O R I A L T R O T T A COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS Serie Religión © Editorial Trotta, S.A., 2015 Ferraz, 55. 28008 Madrid Teléfono: 91 543 03 61 Fax: 91 543 14 88 E-mail: editorial@trotta.es http://www.trotta.es © Olegario González de Cardedal, 2015 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45). ISBN (edición digital pdf ): 978-84-9879-615-5 Cristianismo y mística Cristianismo y mística Cristianismo y mística Cristianismo y mística CONTENIDO Prólogo ................................................................................................. 9 Primera Parte CRISTIANISMO Y MÍSTICA Capítulo 1. Capítulo 2. Capítulo 3. Capítulo 4. La mística como forma de existencia cristiana .................. El Nuevo Testamento y la mística ..................................... La mística en la historia moderna de Occidente ................ Valoración de la mística en el último siglo ........................ 15 51 95 131 Segunda Parte MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO Capítulo 1. Cuestiones epistemológicas previas ................................... Capítulo 2. El marco filosófico de la mística cristiana: la tradición platónica ............................................................................................ Capítulo 3. La mística en Occidente: herencia y creación .................... Capítulo 4. Filosofía sin mística en la era moderna ............................. Capítulo 5. Heidegger y la mística ...................................................... Capítulo 6. E. Tugendhat: un discípulo de Heidegger en el umbral del siglo XXI ........................................................................................ Capítulo 7. Las estructuras de la experiencia mística en el cristianismo y en la filosofía .............................................................................. Capítulo 8. Una aclaración final y tesis conclusivas .............................. 7 181 191 209 219 227 247 259 269 CRISTIANISMO Y MÍSTICA PANORAMA FINAL ................................................................................... 275 Introducción. Momentos límite en la historia del cristianismo.............. I. La palabra ..................................................................................... II. Las formas ..................................................................................... III. Los contextos ................................................................................ IV. Los ejes y constantes ..................................................................... V. Los criterios o la dialéctica de los binomios normativos ................ Final. De la mística del silencio (gnosticismo) y de la tiniebla (Antiguo Testamento) a la mística de la palabra, de la luz y del amor (Nuevo Testamento) ............................................................................. 275 276 284 292 304 315 318 Apéndice. Bibliografía fundamental sobre la recuperación de la dimensión mística del cristianismo (1893-2013)...................................... 321 Índice onomástico ................................................................................ Índice analítico ..................................................................................... Índice general ....................................................................................... 329 337 351 8 PRÓLOGO Nuestra situación espiritual está determinada por realidades y exigencias permanentes de la condición humana a la vez que por hechos, problemas y posibilidades propios de cada fase histórica. Estos pueden ser fuente de una nueva vitalidad o por el contrario convertirse en una amenaza para la vida del espíritu. Las respuestas que se ofrecen a esas perplejidades o problemas provienen de la ciencia, de la técnica, de la filosofía, de las utopías y de las religiones. Los problemas del espíritu, es decir, de la verdad y de la libertad, del sentido y de la esperanza, del vivir y del morir, del hecho sorprendente de existir, de Dios y del hombre, no se resuelven desde el orden de la materia, de los productos o de la técnica, porque pertenecen a otro orden de realidad, que necesita la luz y el alimento correspondiente. En este contexto reaparece la mística con la necesidad de preguntar por su lugar en el cristianismo y su significación para la experiencia humana. El término «mística» en su origen era un adjetivo calificativo de la teología, de la experiencia y de la vida cristiana. A lo largo de la historia posterior aparecerá en tres contextos distintos. Vida mística (determinación de toda existencia cristiana en la medida en que ella lleva consigo un saber personal de las realidades creídas); experiencia mística (la conciencia explícita perceptiva y fruitiva de la acción transformadora de Dios en el alma del creyente); fenómenos místicos (manifestaciones extraordinarias de la acción de Dios en el alma repercutiendo sobre el cuerpo, que no son esenciales aun cuando sean muy llamativos, tales como visiones, locuciones, raptos, suspensiones, apariciones…). En el cristianismo la mística tiene que ser situada y comprendida en relación al Misterio. Esta palabra hay que escribirla siempre con mayúscula para diferenciarla de su sentido vulgar o filosófico, que la comprende como lo oculto, ignorado, inaccesible e incomprensible; y en singular 9 CRISTIANISMO Y MÍSTICA para diferenciarla de lo que en historia de las religiones se designa como «misterios» en relación con las religiones mistéricas; o cuando en el cristianismo se habla de «misterios» o sacramentos. Su sentido deriva de los últimos libros del Antiguo Testamento y sobre todo de las cartas paulinas, del hecho total de la persona de Jesús con su mensaje y destino, de la experiencia del Espíritu Santo y de la vida de la Iglesia. «Misterio» es el designio salvífico de Dios para los hombres, insinuado en los profetas, manifestado y realizado en Cristo, constituido por Dios mismo, dándose en él, su Hijo, para salvación de la humanidad, plenitud del cosmos y consumación de la historia. Se va del Misterio a la mística, de la revelación de Dios a la experiencia que el hombre hace de ella. Esta viene en segundo lugar y está condicionada por aquella. Los místicos han buscado a Dios, no su experiencia. Le querían a él en gratitud y gratuidad absoluta, no lo que su experiencia pueda repercutir sobre nosotros o podamos nosotros hacer con ella. Este es el sentido del camino: del Misterio (Dios: revelado y dado) a la mística (el hombre: oyente, obediente y responsable en respuesta). El reino de Dios (fórmula de los sinópticos equivalente al Misterio paulino) ha sido dado a conocer a todos comenzando por los pobres, marginados e ignorantes. La recuperación de la mística puede ser una ayuda para que el hombre redescubra su vocación divina, se percate del misterio que es su vida, y se abra a Aquel en quien encontrará la luz, el amor y la paz. Este redescubrimiento puede ayudarnos a superar el positivismo, moralismo, conceptualismo o el simple olvido de lo esencial por los que nuestra vida está siempre tentada. Esto supone que el redescubrimiento de la experiencia mística es auténtico. Para ello hay que volver a las verdaderas fuentes de la vida humana y de la fe cristiana: la palabra bíblica, la ancha y honda tradición de la Iglesia, los grandes exponentes de nuestra historia espiritual. La celebración del quinto centenario del nacimiento de santa Teresa es una oportunidad para entrar en contacto con alguien cuyo realismo, experiencia, palabra y doctrina son excepcionales. Ella es considerada no solo escritora y madre de los espirituales; también ha sido declarada doctora de la Iglesia. Si por el contrario este renacer de la ocupación con la mística se perdiera por las sendas del ocultismo, de las experiencias exotéricas, de la gnosis eternamente tentadora, o quedara a merced de los poderes de la opinión y del mercado, habríamos perdido una oportunidad histórica de redescubrir el rostro de Dios, que es la verdadera vida del hombre y la patria eterna del espíritu. El título de este libro requiere alguna precisión que indique su intención y sus límites. El horizonte cultural, espiritual y eclesial desde el que aquí se piensa el cristianismo es Europa occidental, y especialmente desde 10 PRÓLOGO la era moderna. En este sentido no está suficientemente presente la época patrística y está totalmente ausente el universo de la Iglesia oriental, tanto la que vive en comunión con Roma como la otra. Europa se extiende desde Finisterrre a los Urales y Vladivostok, abarcando tres trandes espacios naturales, culturales y políticos: Europa oriental, Europa central y Europa occidental. Las iglesias orientales del cristianismo han aportado mucho a la teología y a la espiritualidad. Valga recordar, solo como símbolos, dos títulos significativos: V. Lossky, Théologie mystique de l’Église d’Orient (París, 1944) y T. Spidlik, Los grandes místicos rusos (Madrid, 1986). El Occidente latino ha ignorado durante los últimos siglos la aportación de aquellas iglesias (griega, siria, armenia, rusa...). Consciente de la variedad de esas aportaciones y de mi desconocimiento casi nunca me he referido a ellas. Bajo este mismo título merecen un volumen propio. Que tras largo periplo este libro haya llegado a puerto se debe al interés, colaboración y paciencia del editor Alejandro Sierra. Mi agradecimiento sincero para con él crece al comprobar que hace cuarenta años, siendo yo un joven autor y él un joven editor, iniciábamos en Salamanca una singladura por las tierras nuevas de la cultura, de la sociedad y de la Iglesia. Hoy nos volvemos a encontrar tras haber permanecido fieles al imperativo bíblico: «Mantente en tu quehacer y conságrate a él, en tu tarea envejece» (Ben Sirá/Eclesiástico 11, 20). Salamanca, 17 de abril de 2015 OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL 11 Primera Parte CRISTIANISMO Y MÍSTICA Cristianismo y mística Cristianismo y mística Capítulo 1 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA INTRODUCCIÓN El cristianismo es una religión profética (derivada de una palabra que Dios nos dirige por los profetas y por Jesucristo, el Hijo encarnado), no es religión sapiencial ni mística (en el sentido de que sea el resultado de la mera introspección personal o derivada de una ejercitación ascética previa); religión histórica (originada en un lugar y tiempo concretos, no en espacios etéreos o en tiempos míticos); religión fundada por sujetos perfectamente identificables (no una religión derivada de un pueblo indiferenciado y anónimo); una religión personal y personalizadora, tanto por lo que se refiere al Dios que ocupa el centro, centrándolo todo, como por lo que se refiere al hombre, sujeto con rostro único, futuro individual y destino eterno. Estas características son comunes a las religiones occidentales monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam), generalmente contrapuestas a las religiones orientales (budismo, hinduismo, confucianismo), aunque cada una de aquellas tres tenga sus acentos propios en temas fundamentales. Al decir que el cristianismo en su origen no es una religión mística solo decimos que no es el resultado de una búsqueda, experiencia o conquista del hombre, sino fruto de una revelación de Dios a la que el hombre responde con esa forma consecuente de oír que es la obediencia y que referida a Dios llamamos «fe». La revelación divina se dirige a la persona entera: a su inteligencia y su voluntad, a su libertad y a su corazón. Personalizando así al hombre, desencadena en él unos procesos que generan amor, deseo, conocimiento y experiencia de aquel cuya palabra el hombre acoge, pondera y responde. De esta forma, el cristianismo ha generado grandes testigos de la presencia amorosa, personalizadora y santificadora de Dios. Santa Teresa habla de las tres gracias: experimentar-entender-expresar o sentir-enten15 CRISTIANISMO Y MÍSTICA der-comunicar. «Porque una merced es dar el Señor la merced, y otra entender qué merced es y qué gracia, otra es saber decir y dar a entender cómo es» (Vida 17, 5). Algunos de los que han vivido tales experiencias han sido capaces de darse a sí mismos razón de ellas y de comunicarlas finalmente en una lengua viva a los demás. Esos son los que a partir del siglo XVII hemos considerado grandes místicos. La mística en su realización completa es, por lo tanto, un fenómeno primero de experiencia personal, luego de autoexplicación y finalmente de traducción a los demás. En este sentido, las tres cumbres de la mística cristiana en las que se han unido experiencia, reflexión y palabra son san Agustín, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. Los hombres y mujeres que vivieron tales experiencias las narraron en acción de gracias ante Dios por ese don que habían recibido para que lo compartiéramos y, con ellos, lo agradeciéramos a Dios. Partían de la base de que el hombre puede prepararse para que Dios le visite, le llene y le santifique. Pero reafirmaron que esos fenómenos son pura gracia; que cada creyente tiene un camino propio hacia Dios, y que querer construirse por sí mismo una vida mística es una perversión de Dios y una idolatría. Hoy asistimos a una oleada de propuestas y de pretensiones, de ofertas y de discursos que poco tienen que ver con la auténtica mística cristiana. Nuestra reflexión presupone la verdad, grandeza y fecundidad de aquellos místicos como exponentes de una forma de la gracia de Dios y de una vida humana transformada y engrandecida por ella. Una invasión mística que situara el Evangelio sobre todo en el orden de la vivencia, la terapia y la excitación de la propia subjetividad, dejando en silencio los contenidos teológicos, las dimensiones eclesiológicas y las exigencias morales, no sería cristianamente válida. También aquí la degradación de la realidad comienza con la degradación de la palabra. Cuando todo es mística, nada es mística: «Una cultura entera puede estar montada sobre una farsa y una farsa que comienza con la infección del lenguaje, su vaciamiento, su banalización total»1. Por ello es necesaria una mínima precisión conceptual para diferenciar las experiencias y formas tanto de conocimiento como de comportamiento que existen en la vida cristiana, en la que cada una tiene su lógica, ocupa su lugar y se diferencia de las demás. Solo como instrumento mínimo para seguir las reflexiones siguientes ofrezco dos precisiones sobre el conocimiento místico y lo que los grandes místicos han entendido por la experiencia que ellos han vivido. Santo Tomás distingue las virtudes (en cuanto hábitos, perfecciones, disposiciones permanentes, inclinaciones del alma, dones de Dios deter1. J. Jiménez Lozano, Segundo abecedario, Anthropos, Barcelona, 1992, p. 104. 16 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA minantes del sujeto humano) con los vicios correspondientes que son comunes a todos los hombres, de aquellas que son propias de hombres determinados. Las diferencia en virtudes teologales y cardinales; estas a su vez las divide en intelectuales y morales. Luego distingue esas virtudes y la razón por la que se diferencian: las gracias dadas por Dios gratuitamente a un alma (gratiae gratis datae), a las que de alguna manera identifica con los que san Pablo llama carismas en 1 Cor 12, 4ss, que cita; las correspondientes a las diversas formas permanentes de vida en las que se desarrolla la fe: vida activa y vida contemplativa con la diversidad de oficios y ministerios que desempeñan en la Iglesia. Dentro de cada uno de estos órdenes hay que diferenciar, por ejemplo, las gracias dadas gratuitamente que pueden referirse al conocimiento, al lenguaje o a la acción. Así, las gracias gratis datae pueden ser de tres órdenes según se refieran al conocimiento, a la palabra o a las obras. Todas las gracias que Dios da en el orden del conocimiento, santo Tomás las comprende bajo el nombre de «profecía». La profecía, comprendida no como don permanente sino como una cierta pasión o impresión transeúnte, se refiere no solo a los acontecimientos determinantes de la vida de los hombres sino también a las realidades divinas (cf. ST II-II q. 171 a. 1-2). Como tal don, incluye conocimiento, capacidad de expresión (locución) y acreditación por milagros. El objeto de la profecía abarca estos cuatro campos: — en la medida en que Dios le manifiesta al profeta cosas que han de ser creídas por todos y pertenecen a la fe; — en cuanto se le manifiestan misterios más elevados que son propios de los perfectos y entonces pertenecen al orden de la sabiduría; — en cuanto estas se refieren a las sustancias espirituales (ángeles, demonios), por las cuales el hombre puede ser inducido al bien o al mal y esto pertenece al discernimiento de los espíritus; — finalmente se puede extender esta revelación a la dirección de los actos humanos y entonces pertenece a la ciencia. Dentro de la profecía, a la que dedica las cuestiones 171-178 de la II-II, santo Tomás incluye el rapto en el éxtasis, ya que lo considera como un grado de la profecía y le dedica la cuestión 175. De este modo, santo Tomás sitúa la que en siglos posteriores se ha llamado experiencia mística en el campo de la profecía como gracia manifestativa de Dios a un hombre; para ser más exactos, dentro de una de las formas que la profecía puede tomar, que es el rapto, con el conjunto de fenómenos somáticos, psíquicos y pneumáticos que pueden acompañar la recepción de esa gracia divina, la cual, según él tiene elementos cognoscitivos, volitivos y afectivos. Profecía y rapto son las dos categorías clave. Los modelos y textos bíblicos relativos a esta cuestión a los que todos los teólogos hacen referencia son: Moisés (Ex 19, 9; 16–19; 20, 18-21; 33, 9-21: la reve17 CRISTIANISMO Y MÍSTICA lación del nombre y la zarza) y san Pablo (2 Cor 12, 1-10: visiones y revelaciones). En la misma línea, Kurt Ruh, el gran historiador de la mística en Occidente, establece esta noción de experiencia que él considera como la raíz del hecho místico: La «experiencia» (Erfahrung) a la que se remiten los grandes místicos es una experiencia de la trascendencia, es cognitio experimentalis Dei, que se realiza en el arrebato (raptus, excesssus mentis), en la visión (visio, contemplatio Dei), en el transitus, en el éxtasis del amor. Estas son las formas más frecuentes de un estado fuera de sí, comprendido como gracia extraordinaria, muchas veces vivenciado todavía como tremendum, pero a la vez como una sensación de felicidad celestial, como un torrente de conocimientos suprasensibles. El concepto de lo místico solo es utilizable en este sentido preciso (proprium)2. Esto es de lo que los místicos hablan en sus escritos, no de otra cosa. Tales escritos expresan lo que es la meta de la perfección de la vida cristiana (ese conocimiento experiencial, fruitivo, totalizador de Dios), a la vez que los caminos, grados, etapas y condiciones previas en el orden de la vida moral diaria y de la relación con Dios, que preparan para alcanzar esa unión, paz, sentimiento de presencia y trasformación experimentados por ellos como una especial gracia de Dios, que narran con agradecimiento y que saben que no se puede conquistar por los propios esfuerzos. La literatura mística abarca por ello esos tres niveles: — relato de una experiencia vivida fruto de la gracia de Dios; — propuesta de su divino contenido objetivo como meta para los demás; — indicación del camino o forma de vida por el que hay que andar para llegar a ella. Las tres obras fundamentales de santa Teresa (Vida, Camino, Castillo interior) corresponden a esta triple función de la literatura mística. I. PERSPECTIVA HISTÓRICA Las palabras tienen vida como las personas: nacen, crecen, llegan a su madurez, enferman y algunas mueren. Sobre el camino de su vida unas veces se acrecientan y enriquecen, se ensanchan y profundizan, otras en cambio 2. Para un panorama de las distintas perspectivas (teológica, filosófica, psicológica, comparativa) desde las cuales puede ser abordada la mística, tanto en su definición como en su historia, cf. B. McGinn, «Theoretical Foundations: The Modern Study of Mysticism», en The Presence of God. A History of Christian Mysticism, vol. I. The Foundations of Mysticism. Origins to the Fifth Century, Nueva York, 1991, pp. 262-343. 18 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA se depauperan y vacían, estrechan y pervierten. Las palabras enfermas enferman a los hombres que las utilizan y las palabras muertas los amortecen. Una de esas palabras, hoy muchas veces vaciada de contenido preciso, ensanchada a todo lo pensable e impensable, con límites indiferenciados y por eso aplicable tanto a lo más sublime como a lo más degradado, es la palabra mística. Adjetivo en su origen, sustantivada en los siglos XVIIXVIII, se hace común en el siglo XIX en medio de romanticismos e idealismos, hasta universalizarse en la segunda mitad del siglo XX y llegar a una situación en la que ya significa todo y por tanto está a punto de no significar nada. Hay que hacer silencio sobre ella, purificarla, devolverle su sentido primigenio y determinar cuándo estamos hablando de una ejercitación posible de la vida humana y cuándo de algo específicamente cristiano por su origen, exigencias personales y criterios de realización histórica3. Esa extensión de la palabra mística, sacándola de los campos religiosos y monásticos en los que hasta entonces había prevalecido, deriva de una necesidad de tomar en cuenta aspectos profundos de la vida humana que no encuentran su sitio en una religión despersonalizada y moralizadora, en una cultura del positivismo y del idealismo que hacen imposible descubrirlos. La ciencia francesa del siglo XIX, inclinada a comprender toda la realidad con las mismas categorías con que se comprenden la materia y la extensión, por un lado, y los grandes sistemas alemanes, por otro, han dejado al sujeto personal sin asideros para comprenderse a sí mismo como enigma y destino, tanto en relación consigo mismo como en relación con el mundo y con Dios. Lo que en la pintura del siglo XIX es la pasión y atracción por el abismo (un ejemplo: el pintor Caspar David Friedrich) y en literatura es el romanticismo, eso tiene su equivalente en la aparición de estudios primero sobre los místicos alemanes y después sobre los místicos españoles. Eckhart es designado místico por primera vez en 1857, cuando F. Pfeiffer edita una colección de sermones y tratados tanto del propio Eckhart como del círculo en torno a él4. A esto se une una reacción naciente dentro de la Iglesia católica frente al moralismo y el legalismo, en Francia especialmente frente al jansenismo, a la vez que frente al autoritarismo y un cierto dogmatismo romano, no menos que ante las formas de religión mezcladas con la política o subyugadas por ella. En ese contexto, el término «mística» es la palanca que reclama dar el respiro de un Absoluto sanador y saciador de la vida humana, porque el Misterio nos pertenece tanto y más que la tierra. Dios es Dios de los hombres, antes que del cosmos; Dios es Dios de vivos y se nos dio en su Hijo para que participemos de su vida, que es eterna. 3. Cf. K. Erdmann, «Mystische Erfahrung zwischen anthropologischer Möglichkeit und christlichem Proprium»: Geist und Leben 82 (2009), pp. 427-442. 4. F. Pfeiffer, Deutsche Mystiker des 14. Jahrhunderts, vols. I-II, Leipzig, 1857. 19 CRISTIANISMO Y MÍSTICA En el primer decenio del siglo XX aparecen cuatro obras fundamentales que recogen esa aspiración a un horizonte más ancho y fecundo para la vida humana que los que habían ofrecido las culturas del positivismo, idealismo, moralismo y liberalismo. Frente a la obra clásica de la teología liberal: A. von Harnack, La esencia del cristianismo (1901), que hace una lectura individualista del Evangelio en la línea de la cultura y de la ética burguesas de finales del siglo, tenemos la de W. James, Las variedades de la experiencia religiosa (1902), que ofrece un largo capítulo sobre los hechos y experiencias místicas en la historia del cristianismo, y la de F. von Hügel, El elemento místico de la religión tal como lo encontramos en santa Catalina de Génova (1908). En otra línea, pero compartiendo el mismo sentimiento de rechazo de una «lógica» con la afirmación de lo que él llamaba una «cardíaca», está la obra de M. de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida de los hombres y de los pueblos (1912), que no es un libro directamente teológico y religioso sino filosófico, pero que practica los mismos rechazos y señala las mismas ausencias. Don Miguel reclama frente a Ortega la recuperación de los místicos castellanos como la suprema aportación de España al espíritu humano, por considerarlos comparables o superiores a Descartes, Kant, Hegel y Bergson. Un año antes había aparecido la obra de la profesora inglesa E. Underhill, La mística. Estudio de la naturaleza y desarrollo de la conciencia espiritual (1911), que ofrece una nueva terminología, hablando del «hecho místico» y del «fenómeno místico». En torno a 1920 aparece otra serie de fenómenos decisivos para la historia de la espiritualidad y de la teología. La fenomenología de la religión, como resultado de la influencia de E. Husserl, M. Scheler, A. Reinach y Edith Stein, rompiendo con el universo de orientación moralista, individualista y kantiana de la religión, se abre a la intencionalidad profunda de la vida religiosa, aceptando entenderla como ella se entiende a sí misma. R. Guardini es, dentro de la Iglesia católica, testigo y protagonista de ese paso o salto a la objetividad de la inteligencia (primado del logos sobre el ethos), de la verdad (primado del sentido sobre la eficacia), de la Iglesia (primado de la comunidad sobre el individuo). Símbolo de esa salida del cerco de la subjetividad e individualismo hacia la objetividad y comunidad, hacia la liturgia y vida sacramental son dos de sus libros: El espíritu de la liturgia (1918) y Sentido de la Iglesia (1922). Este último se abre con la frase que se convirtió en lema y meta de varias generaciones hasta desembocar en el concilio Vaticano II: «Un acontecimiento religioso de alcance trascendental ha hecho su aparición: la Iglesia nace en las almas»5. Son también los años en los que dentro de 5. R. Guardini, Sentido de la Iglesia, Dinor, San Sebastián, 31964, p. 19. 20 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA la Iglesia católica surgen las revistas siguientes: los dominicos franceses editan La Vie Spirituelle (1919); los dominicos españoles, con el padre Arintero, La vida sobrenatural (1921); los jesuitas franceses, la Revue d’Ascétique et Mystique (1920) y el correspondiente Dictionnaire de spiritualité (17 vols., 1933-1995). Por esos mismos años comienzan ya, precisamente desde el protestantismo, las llamadas de atención sobre experiencias religiosas de naturaleza totalmente distinta. La aparición de las religiones orientales en Occidente, el movimiento litúrgico, el intento de superación del individualismo y el moralismo, la aparición de los movimientos nuevos de masas y los mesianismos revolucionarios, el hundimiento del ideal burgués vigente en el cristianismo alemán anterior con lo que supuso la Primera Guerra Mundial: todo eso hizo surgir en el protestantismo movimientos de rechazo. Rechazo doble: primero, de la propia herencia liberal del protestantismo, que tiene sus exponentes máximos en Schleiermacher, Ritschl, Harnack y Troeltsch. Aquí hay que situar, en primer lugar, a la teología dialéctica, con Barth a la cabeza, con su rechazo del catolicismo, por considerar anticristianas sus tres afirmaciones básicas: la teología natural, la liturgia y la mística. Y vamos a asistir a una contraposición a modo de alternativa entre lo que consideran lo diferenciador del cristianismo en su versión protestante comparada con la católica: a) Profetismo frente a sacerdocio y praxis frente a mística, con los dos capítulos de F. Heiler, en su obra clásica sobre la oración, tan claros como simplificadores hasta el extremo, sobre la oración profética y la oración mística6. b) Fe y religión. K. Barth demoniza los intentos del hombre por ir hacia Dios, considera la analogía del ser como el mayor invento del Anticristo y las religiones del mundo como intentos sucesivos del hombre por afirmarse a sí mismo frente a Dios y en lugar de Dios. Para él, solo hay una religión verdadera: la que nace de la fe. La anterior y marginal a esta la considera obra del demonio. En su Dogmática de la Iglesia en años posteriores situará la mística en la línea del ateísmo7. c) Decisión y vivencia. ¿De qué raíces nace la fe en el hombre: de los sentimientos que, anidando en sus subsuelos, lo orientan de manera ciega y muda a la adhesión a algo o, por el contrario, de un claro ver y querer que elige y prefiere8? 6. F. Heiler, Das Gebet. Eine religionsgeschichtliche und religionspsychologische Untersuchung, Múnich, 1918. 7. K. Barth, Kirchliche Dogmatik I, 2, § 17: «La revelación de Dios como superación de la religión». Parte de este capítulo fue traducida en España por C. Castro y D. Vidal con el título La revelación como abolición de la religión, Morava, Madrid, 1973. 8. Contra tales Erlebereien (vivencialidades), derivadas de supuestas revelaciones divinas, se vuelve F. Gogarten, Die religiöse Entscheidung, Jena, 1921. 21 CRISTIANISMO Y MÍSTICA d) Biblia y mística. Aquí aparece explícitamente la confrontación entre el catolicismo junto con las religiones orientales, que llevarían hacia la inmersión del individuo en el Absoluto indiferenciado y sin rostro, por un lado, y la faz personal de Dios, el monoteísmo ético y la palabra profética tal como aparecen en la Biblia, por otro. Tal comprensión de la mística atribuida al catolicismo es una caricatura, aun cuando sea hecha con la voluntad de concentrar la mirada en la revelación divina, para superar la subjetivación de la fe y volver a la pura y desnuda palabra de Dios. En esa línea orienta el título del teólogo suizo Emil Brunner: La mística y la palabra9. e) Agápe y Éros. Aparece otro binomio en el que se contraponen la búsqueda, el anhelo, el deseo de amor del hombre en busca de Dios —para adherirse a él como complemento de vida y superación de sus carencias, convirtiéndolo así en medio o instrumento de nuestra plenificación posesiva— y la gratuita e inesperada oferta del amor oblativo y gratuito de Dios. El Nuevo Testamento no sería el testimonio de la búsqueda de Dios por el hombre sino solo de la búsqueda del hombre por Dios. Dios nos ha encontrado cuando no le buscábamos y nos ha amado cuando nosotros no le amábamos. Es un intento de caracterizar el protestantismo, como más fiel al Nuevo Testamento, frente a un catolicismo que partiría de la filosofía y del deseo natural de Dios. Entre ambos se abre un abismo: donde el protestantismo establece la ruptura (dialéctica), la teología católica establece una continuidad sin negar la radical diferencia entre ambos (analogía). Tal es el sentido de la obra de A. Nygren, Éros y agápe10. Pocos años después se dibujan dos grandes orientaciones. Una línea es la que, frente a la acentuación del sujeto que experimenta, reclama una mística objetiva, con sus referencias bíblicas, litúrgicas y tal como ella ha sido vivida por los padres de la Iglesia y los grandes maestros espirituales de siempre. Para ellos, la mística está en continuidad y es la consumación de la experiencia cristiana general y no incluye ningún fenómeno extraordinario. Aquí se sitúan autores benedictinos como C. Butler, Western Mysticism [Mística occidental, 1922-1927] y A. Stolz, Theologie der Mystik [Teología de la mística, 1932]. La otra línea se orienta hacia el estudio de los espirituales o contemplativos modernos, en quienes la subjetividad y la vivencia tienen un papel decisivo, en especial los místicos españoles del siglo XVI. Comienza 9. Die Mystik und das Wort, Tubinga, 1924. 10. Cf. Éros y agápe. La noción cristiana del amor y sus trasformaciones, Sagitario, Barcelona, 1969, p. 193. En su primera encíclica, Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), Benedicto XVI trata cómo tanto en Dios como en el hombre estas dos realidades van unidas. Los números 3-8 llevan como título «‘Eros’ y ‘Agapé’, diferencia y unidad». 22 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA un proceso de estudio de estos místicos como poetas y exploradores del Absoluto, al margen de sus contenidos cristianos específicos, de su inserción institucional en las respectivas órdenes religiosas y de su pertenencia a la Iglesia católica. En una palabra, asistimos en no pocos casos a una secularización y descristianización de la mística. Interesa la forma y se minusvaloran los contenidos. San Juan de la Cruz será reconocido como poeta y se depreciarán como irrelevantes los escritos en prosa; su pasión de amor es considerada como erotismo disfrazado y su referencia al Amado como encubrimiento del general anhelo amoroso del ser humano. A lo largo del siglo XX hubo una lectura inclinada a privilegiar una consideración de la mística como hecho metafísico (Baruzi, Morel), encubrimiento poético del erotismo (centenario en España de san Juan de la Cruz) y, en nuestros días, su función estética o terapéutica. Se valora a los místicos por su calidad literaria, su fuerza psicológica o como exponentes excepcionales de las mentalidades vigentes en el siglo XVI. El gran historiador J. I. Tellechea decía que muchos entusiastas actuales de la mística en España se asemejan a los niños que, cuando se les da un caramelo, se quedan con el papel que lo envuelve y tiran el contenido; o a los cazadores que en medio del bosque se quedan admirando el paisaje y se olvidan de que iban de caza; o a los discípulos en el apólogo indio, cuando el maestro les señala la luna y ellos se quedan mirando el dedo y no la luna11. San Gregorio de Nisa utilizó otro ejemplo no menos significativo: Si un caminante a mediodía, cuando los rayos del sol caen ardientes sobre la cabeza, llega a una fuente de aguas claras y cristalinas, ¿se sentará al lado del agua, comenzará a filosofar sobre su naturaleza, a investigar de dónde, cómo y por qué cauces ha llegado hasta allí? ¿O dejará todo esto de un lado y se arrojará de bruces al agua, para poner sobre ella sus labios, saciar su sed, humedecer su lengua, regalar descanso a su cansancio y agradecer a aquel que le ha regalado esa gracia? Así, sé tú semejante a este sediento12. En los decenios 1950-1980 prevaleció una oleada de marxismo utópico, del que se esperaba la solución para la emancipación y la liberación económico-política de la humanidad, detrás de las cuales sobrevendría como fruto necesario la redención de la humanidad. En ese contexto surgieron las traducciones seculares del cristianismo, que lo obligaban a concentrarse en su significación para el tiempo, el mundo, la sociedad y la política. Como reacción ante el fracaso de esas propuestas ha surgido a finales del siglo XX otra deriva, teñida con los mismos tonos utópicos de salvación. La caracteriza una reducción de sentido contrario: el olvido 11. J. I. Tellechea, «Santa Teresa de Jesús. Mística y poesía»: Surge 44 (1986), pp. 380-398. 12. Gregorio de Nisa, In suam ordinationem (PG 46, 552 D). 23 CRISTIANISMO Y MÍSTICA de la historia, la concentración casi exclusiva en la propia interioridad, con el distanciamiento de la Iglesia y la desatención tanto a su presencia pública como a su exigencia moral. Se insiste en la necesaria consonancia de la mística cristiana con la de otras religiones y con todos los movimientos de retorno a la interioridad más allá de la religión. La fe positiva, histórica, sacramental, moral e institucional es forzada a comprenderse en las claves generales de la religión; esta, a su vez, se inclina a entenderse como religiosidad y la religiosidad como espiritualidad13. Una de las consecuencias de la versión mística del cristianismo propuesta por algunos grupos católicos es el distanciamiento de las otras dos grandes expresiones del Evangelio: la ortodoxia y el protestantismo. Para la ortodoxia, la liturgia está en el centro, como universo objetivo de gracia donde entramos en comunión con el misterio salvador de Cristo, integrándonos en la vida divina. Toda mística cristiana deriva de la inserción amorosa y permanente en ese misterio, en cuanto plan de salvación de Dios, que se actualiza en la liturgia. El protestantismo, por su parte, subraya la determinación histórica, profética y ética del cristianismo tal como ella está presente y determina toda la Biblia. Una mística que no integre esa dimensión profética con la identificación desde el Cristo evangelizador, crucificado y resucitado por nosotros no es cristiana. En el protestantismo están en primer plano el pecado y la libertad, el Dios reconciliador y el Evangelio como potencia de salvación para el hombre pecador, incapaz de justificarse y de otorgarse a sí mismo el perdón y la paz. Para él, estos movimientos son una nueva forma de gnosticismo, una huida ante el escándalo de la cruz de Cristo, un ocultamiento de nuestra condición pecadora y de la necesidad de justificación que el hombre tiene. Como consecuencia, el protestantismo considera este tipo de «nueva religión» como una negación radical de la fe. Por el contrario, otros grupos católicos se sienten tentados por una pura visión historicista del cristianismo centrada en los hechos del pasado que dieron origen al cristianismo; se contraponen a los grupos antes mencionados, que, dejando en el silencio la historia, la institución y la sacramentalidad, se centran exclusiva o primordialmente en la experiencia religiosa actual. De ahí las batallas dadas entre los grupos partidarios del Jesús histórico y los partidarios del Cristo interior, del Jesús obrero y del Cristo místico, reclamando cada uno de ellos poseer al único verdadero. El único nombre válido y completo para aquel en quien está nuestra salvación es el que ya le da san Pablo en sus cartas: «Jesús Cristo, su Hijo, Nuestro Señor» (Rom 1, 1-4; 1 Cor 1, 1-3). 13. Cf. G. Uríbarri, «Tres cristianismos insuficientes: emocional, ético y de realización»: Estudios Eclesiásticos 305 (2003), pp. 301-331; B. Fueyo, «Espiritualidad frente a religión. Un capítulo de la deriva religiosa actual»: Ciencia Tomista 425 (2004), pp. 585-618. 24 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA Al final de esta mirada histórica aparecen hoy varios imperativos para la Iglesia y la teología: a) Clarificar la naturaleza de la experiencia originaria fundante del cristianismo, tal como ella aparece en los profetas, Cristo y los apóstoles, como es relatada en la Biblia y en los primeros testimonios normativos de la Iglesia. b) Clarificar la relación existente entre la experiencia común a todos los cristianos (que la fe nos hace posible en cuanto es luz para la inteligencia, fuerza para la voluntad y purificación de la sensibilidad) y aquellas otras experiencias particulares que exceden el conocimiento anterior, bien como gracias extraordinarias o carismas cualificadores de la persona para cumplir una misión especial en la Iglesia. c) Clarificar la relación existente entre mística natural, mística no cristiana y mística cristiana. El catolicismo afirma que el hombre es imagen de Dios e indestructible por el pecado, aun afectado y vulnerado por él, con sus terribles consecuencias religiosas, morales y sociales. Esa base de naturaleza ordena el hombre a Dios, lo cualifica para oír su palabra y lo abre a la comunicación, el amor y la experiencia de Dios resultantes de la historia de la salvación. d) Clarificar en diálogo con el protestantismo la conexión que hay entre naturaleza y gracia, creación y encarnación, de forma que en principio podamos reconocer valor a las experiencias místicas extracristianas, aun cuando deban ser juzgadas a la luz de la revelación de Dios en Cristo y en su Espíritu. Aquí no vale una dialéctica de ruptura entre religión y fe, entre decisión y experiencia, entre culto y ética (propia de cierto protestantismo); ni tampoco vale una afirmación de la continuidad plena entre la experiencia religiosa general y la experiencia cristiana (propia de cierto catolicismo). Entre ellas existe una analogía, para la cual, si mucho hay que acentuar la semejanza, mucho más hay que acentuar la desemejanza. e) Clarificar el lugar que deben ocupar los elementos objetivos (Biblia, Iglesia, sacramentos, autoridad apostólica) y el lugar debido a los elementos subjetivos (experiencia, libertad, gracias y carismas recibidos de Dios para cumplir una misión directamente recibida de él). f) Clarificar la relación entre culto y ética, entre la palabra de Dios acontecida en su revelación histórica y nuestras palabras humanas en la reflexión. g) Clarificar el valor de este anhelo contemporáneo de experiencia mística, discerniendo en él lo que es expresión del eterno e indestructible anhelo de absoluto y de nostalgia de Dios, propios de todo hombre por ser imagen de Dios y estar destinado a la semejanza con él, a la vez que las posibles degradaciones de ese anhelo y las respuestas positivas o negativas que le dan la conciencia general y la cultura vigente. 25 CRISTIANISMO Y MÍSTICA h) Diferenciar lo que en este juego son fenómenos religiosos, fenómenos sociales, fenómenos políticos y fenómenos económicos, que no son separables pero que deben ser claramente distinguidos. La fe y el cristianismo no dan respuesta a todas las necesidades del hombre y por ello no deben cargarse con unas responsabilidades que los exceden, son propias de otros órdenes de conocimiento y deben ser asumidas por las instituciones culturales y morales de la sociedad. II. PERSPECTIVA BÍBLICA Y TEOLÓGICA 1. La figura de Jesús en relación con otras figuras humanas y religiosas Podríamos partir de la distinción establecida por Pascal entre distintos órdenes de realidades (materiales, espirituales, santas – cuerpos, espíritus, caridad) y caracterizar la personalidad de un hombre o mujer desde la entrega que hacen a uno u otro de esos órdenes. Pascal distingue la «grandeza» (grandeur) del poder político (Alejandro Magno), la del saber científico (Arquímedes), la de la santidad (Jesucristo). Cada una de esas grandezas exige unos ojos para verla, y cada uno de los hombres solo alcanza su verdad afirmándose y realizándose desde su orden propio: Hubiese sido inútil a Arquímedes querer hacer el papel de príncipe en sus libros de geometría, aun cuando él lo fuese. Hubiese sido inútil a Nuestro Señor Jesucristo, para brillar en su reino de santidad, el venir como rey; sino que él ha venido con el brillo propio de su orden [...]. Jesucristo sin bienes, sin producción en el orden de la ciencia, está en su orden de santidad. No ha aportado invento alguno, no ha reinado; pero ha sido humilde, paciente, santo, santo ante Dios, terrible a los demonios, sin pecado alguno14. El orden propio de Jesús es la santidad en la medida en que esta dice relación con Dios. Una relación unas veces buscada por el hombre y otras otorgada por Dios. En este orden tenemos que buscar la identidad de Jesús: Él es «el santo de Dios» (Mc 1, 24; Lc 4, 34; Jn 5, 69), «al que el Padre santificó y envió al mundo» (Jn 10, 36; 17, 17). Por ello tenemos que diferenciar: — su figura de otras figuras de humanidad: el militar, el político, el héroe, el genio y el científico; — su figura de otras figuras del orden religioso: el fundador, el reformador, el sacerdote, el santo y el maestro; 14. B. Pascal, Pensées, en Œuvres complètes, París, 1954, n.º 829, p. 1342 (Brunschvicg, n.º 793). 26 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA — su figura de otras figuras similares entre sus contemporáneos: el sacerdote, el escriba, el fariseo, el asceta, el revolucionario. 2. La figura exterior de Jesús es la de un profeta, no la de un místico Comencemos citando el juicio de una autoridad en psicología religiosa, A. Vergote: Para discernir la identidad de Jesús, está indicado situarle por relación a los místicos, ya que estos representan de manera ejemplar al hombre que se aplica a proseguir y vivir la experiencia religiosa. ¿Podemos llamar a Jesús místico? Nuestras primeras impresiones sobre el hombre Jesús nos hacen inclinarnos a una respuesta afirmativa, si es que definimos al místico como aquel que vive de continuo en presencia de Dios. Aparentemente nadie ha realizado de forma tan perfecta la unión con Dios como Jesús. Todo le habla de Dios y él mismo no habla más que de Dios y de su reino. Sin embargo, por poco informado que se esté sobre la psicología de los místicos, salta a la vista que Jesús no pertenece verdaderamente a esta categoría de hombres religiosos. Después de haber analizado los rasgos determinantes de la forma de vida y comportamientos del místico (dedicación a la contemplación como forma totalizadora de la vida, intensidad de su percepción psicológica, ayuno, distancia de la sociedad) y los comportamientos de Jesús concluye: La vida contemplativa que eligen los místicos por sí misma no es superior a cualquier otra de las vías que llevan a Dios [...]. Considerar la vida contemplativa como la más apta para dejar a Dios hacerse presente en el hombre sería contradecir el tenor esencial de las palabras de Jesús [...]. Jesús no ha dado el ejemplo de una consagración electiva a la vida mística15. S. J. Joseph asigna a Jesús una dimensión ascética y mística, refiriéndola al trasfondo de experiencias religiosas típicamente judías16. Hasta aquí hemos expuesto cómo no fue Jesús. Pero ¿cómo fue positivamente? Jesús fue: a) Alguien que vivió enteramente para la misión que constituía su destino: predicar y acreditar con los milagros el reino de Dios, como la gran buena nueva para los hombres. b) Alguien para quien función y persona, creer y vivir se identificaron: se comprendió como un enviado y su alimento fue hacer la voluntad del que le enviaba. 15. A. Vergote, «Jésus de Nazareth sous le regard de la psychologie religieuse», en VV.AA., Jésus Christ, Fils de Dieu, Bruselas, 1981, pp. 115-146, citas en 124-130 (texto reasumido en A. Vergote, Explorations de l’espace théologique, Lovaina, 1990, pp. 12-18). 16. «The ‘Ascetic Jesus’»: Journal for the Study of the Historical Jesus 8 (2010), pp. 146-181; C. L. Quarles, «Jesus as Merkabah Mystic»: ibid. 3 (2005), pp. 5-22. 27 CRISTIANISMO Y MÍSTICA c) Alguien que se vivió como Hijo en confianza, obediencia y fidelidad al Padre: Abba. La oración fue la actitud determinante de su vida en la forma individual y colectiva por su participación en la sinagoga y en el templo. d) Alguien con «potencia» (dýnamis) y con «autoridad» (eksousía) al servicio de los hombres mediante los milagros, la defensa, la solidaridad y la compañía de pobres, enfermos y marginados. e) Alguien que reclamó no tanto con palabras como con hechos tener igualdad de autoridad, de conocimiento, de amor y de juicio con el Padre. f) Alguien que vivió y se desvivió entero en absoluta «proexistencia» (= ser con, por y para) para los hombres, desde sus comportamientos con pecadores, mujeres, niños, enfermos y marginados hasta su muerte en la cruz. Él fue así porque tal era Dios y su misión era la de revelarle como Padre, dándonos parte en su filiación. Jesús tiene rasgos proféticos, carismáticos, sapienciales, críticos, pero no aparece con los rasgos que nos ofrecen los místicos, ni los de las religiones orientales ni los grandes exponentes cristianos centrados en la contemplación. No encontramos en él ejemplo alguno de éxtasis, fenómenos extraordinarios, experiencias convulsivas, arrebatos o pérdidas de conocimiento. Nada hay parecido a éxtasis o experiencias como las que encontramos en el filósofo Plotino, el teólogo san Agustín o santa Teresa de Jesús. Jesucristo no fue un místico en el sentido tradicional, normal y acreditado de la palabra. Ahora bien: a) si por mística se entiende el cultivo de la interioridad, la atención a la voz del Espíritu en el hombre, el descentramiento de sí para vivir centrado en Dios, la vida espiritual profunda, el amor y el deseo intensos de Dios; b) si por experiencia se entiende aquella certeza que se logra en la vida cuando se ha vivido muchos años para algo, cuando se ha ejercitado con dignidad una profesión y el conocimiento que se tiene de una persona tras haber convivido largamente con ella; c) si por experiencia teologal se entiende la real connaturalidad que logramos con las realidades divinas por haberlas servido y amado fielmente, entonces Jesucristo es «supermístico» y todo cristiano verdadero es un místico17. Pero 17. Antes que Bergson había utilizado la expresión «Jesús místico» N. Söderblom en sus Gifford Lectures (1931), publicadas con el título Der lebendige Gott im Zeugnis der Religionsgeschichte, Múnich/Basilea, 1966. El libro consta de diez lecciones y el autor tenía programadas otras diez que la muerte le impidió redactar. Entre ellas estaban las siguientes: «La mística como religión universal», «¿Fue Cristo un místico?», «El reino de Dios según el evangelio y la religión mística: dos tipos de la comunión con Dios». Está en la línea del liberalismo teológico protestante ya explicitada por F. Heiler, que contrapone la actitud profética a la línea católica, pero reclama con decisión la celebración litúrgica y la dimensión mística. Cf. H. Gouhier, Bergson et le Christ des Évangiles, París, 1961. Den- 28 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA en tal caso hemos diluido las palabras «mística» y «místicos» en afirmaciones generales significando nada más que una vida religiosa profunda y dejando de designar algo específico, para terminar ambas siendo equívocas y carentes de contenido cristiano específico. 3. De la misión de Jesús al proyecto salvífico de Dios (Misterio) Jesús fue comprendido como el fundamento y contenido central del «misterio» de Dios entendiendo el término en el sentido que tiene en los últimos escritos del Antiguo Testamento y en las cartas paulinas, es decir, el plan de Dios para la salvación de los hombres. San Pablo y el resto de documentos del Nuevo Testamento ven a Cristo sobre ese trasfondo. Con su vida, muerte y resurrección, él ha revelado y realizado ese plan de Dios. El prólogo de la Carta a los Efesios enumera el sentido y las fases de ese plan con Cristo como centro, ya que él está no solo en el centro de la historia sino también en el origen de la creación y estará en la consumación del mundo. Desde la experiencia con Jesús resucitado, los discípulos dejaron de considerarle como el predicador del reino de Dios para predicarle a él, por considerarle como el reino en persona. Fue comprendido como el Hijo, el Mesías, el Señor. Cristianamente ya no hay posibilidad de pensar, comprender e imitar a Cristo refiriéndonos solo a los rasgos verificables de su vida histórica en Galilea y Judea, sino que hay que comprenderle desde la perspectiva final sobre los cuatro planos descritos a continuación. Una comprensión completa nos es posibilitada por su trayectoria temporal, la resurrección, la acción del Espíritu y la interpretación de la Iglesia. Estas lo sitúan y nos obligan a comprenderle desde estos cuatro planos: — su prehistoria: Israel como el conjunto de palabras, hechos y personas de un pueblo que apoyado en una promesa vive de una esperanza, en espera de un profeta como Moisés, que verá a Dios cara a cara, le revelará y realizará la salvación de la humanidad; — su historia concreta, tal como nos la narran los evangelistas; — su posthistoria o su perduración en la Iglesia como Kýrios, Señor y juez, con la experiencia del Espíritu, sus dones y carismas; — su preexistencia eterna en el Padre, desde el que viene y al que vuelve acogiéndonos y recogiéndonos a nosotros en él como nuestro hogar consumador y definitivo. tro de un contexto filosófico, con ciertos ribetes de panteísmo y en la cercanía del mito, J. Görres define a Jesucristo como el «primer gran mystés [iniciado en los misterios]» y «el modelo por excelencia del místico» (J. Görres, Christliche Mystik I, Ratisbona, 21842, p. 168. Cf. G. Büke, Vom Mythos zur Mystik. J. Görres Lehre und die romantische Naturphilosophie, Einsiedeln, 1958). 29 CRISTIANISMO Y MÍSTICA La historia de Jesús está situada y por ello hay que comprenderla en ese ancho horizonte cuádruple, fuera del cual no ha sido comprendido nunca en la Iglesia. Desde dentro de la Iglesia se ha llegado a un conocimiento existencial de su persona y de su obra, de los dones y exigencias que derivan de él. Un conocimiento fruto del amor y del servicio en la obediencia fiel, en la oración incesante y en la referencia a los hermanos. 4. Del Misterio a la mística De ahí ha nacido la categoría de «conocimiento místico», aquel en el que el creyente tiene no solo un saber sino un sabor, no solo un conocer sino un sentir y «padecer» de las realidades divinas. El término «místico» no aparece en el Nuevo Testamento; y solo dos veces en el libro de la Sabiduría: una con sentido crítico refiriéndose a los cultos paganos (mýstes: Sab 12, 6) y otra en la que se describe a la Sabiduría como iniciada en el conocimiento de Dios (mýstis: Sab 8, 4). En el cristianismo estas tres palabras son inseparables: misión de Cristo, misterio de Dios revelado en él y mística como forma de conocimiento derivada de ambos. Solo hay legitimidad para hablar de mística cristiana cuando esta entronca con la historia positiva de Dios que se inicia con Abrahán, cuando se remite a la persona de Jesús, cuando nace y crece en la comunión eclesial, cuando vive abierta en el amor a los demás y se siente responsable del mundo. De «mística» en el sentido moderno no se comenzó a hablar hasta el siglo XVII. Anteriormente, no se hablaba de místicos sino de espirituales, de contemplativos. El término «mística» era utilizado solo como adjetivo, calificando a la teología. Un texto clásico de finales del siglo V de un autor desconocido, llamado Dionisio Areopagita y posteriormente el Pseudodionisio, alcanzó autoridad universal al ser considerado idéntico al Dionisio que estaba en el Areópago oyendo a san Pablo y al que, en consecuencia, se suponía iniciado por el apóstol en el misterio de Cristo (cf. Hch 17, 34). Su obra Teología mística presupone un conocimiento en el que no solo se saben las cosas divinas sino que también se «padecen», en el sentido de un conocimiento pasivo, inmediato, fruitivo, sabroso. No se trata de una ciencia teórica ni de un saber de conceptos o de hechos, sino de una experiencia vivida. Es lo que luego se llamará cognitio Dei experimentalis. Santo Tomás recoge el texto del Pseudodionisio: Ex quadam est doctus diviniore inspiratione non solum discens sed etiam patiens divina, «fue enseñado por una inspiración más divina por la cual no solo aprendió las realidades divinas sino también tuvo experiencia de ellas»18. Y lo comenta en estos términos: Passio divinorum ibi dicitur affectio ad divina et conjunctio ad ipsa per amorem, quod ta18. Pseudionisio, De los nombres divinos, 2, 9. 30 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA men fit sine transmutatione corporali, «a esta experiencia de las realidades divinas allí se la considera como una relación afectiva con ellas y una unión con ellas por el amor, lo que acontece, sin embargo, sin transmutación corporal alguna» (ST I-II q. 22 a. 3 ad 1). Este conocimiento, pasión, experiencia de Dios es lo que tanto santa Teresa como san Juan de la Cruz entienden como «teología mística». Esta no designa un tratado teológico sino esa nueva forma de saber dada por Dios, acogida por quien la recibe como una gracia que el hombre nunca puede lograr por sus solas fuerzas. Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar de que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en él. Esto no es manera de visión; creo lo llaman mística teología (Vida 10, 1). Para santa Teresa, la experiencia de Dios es un don que Dios mismo hace al alma, nunca una conquista que esta se pueda proponer, por lo que no considera posible alcanzarla por nuestras propias fuerzas. III. PERSPECTIVA ESPIRITUAL Y PASTORAL 1. Las variedades de la experiencia y de la santidad cristiana Ya dijimos que el cristianismo es una religión profética antes que una religión mística. Jesucristo se acreditó como profeta del reino y como el Hijo que actuaba con una autoridad única recibida del Padre y no como místico. La Iglesia no es una comunidad de contemplativos como vocación general. La experiencia cristiana fundamental no tiene su apoyo en ningún orden de vivencia, sentimiento, arrebatos, éxtasis, locuciones interiores especiales, ni en fenómenos extraordinarios de percepción o de inmersión cósmica. La experiencia mística es un don que Dios da a determinadas almas y que no se puede construir ni reclamar. Sobre ella como ideal conquistable no se puede fundar la vida cristiana, aun cuando el sujeto debe estar purificado y liberado, abierto y expectante de tal forma que Dios no encuentre en él ningún obstáculo para comunicársele cuando quiera y en la forma que quiera. La vasija vacía del hombre no garantiza que Dios pueda llenarla de agua, si bien esa vasija solo puede recibir el agua divina si está vacía de sí misma. La forma mística no es la fundamental, normativa y suprema realización de la vida cristiana y proponerla así desfigura el cristianismo y pone a los sujetos en el camino de la desesperanza, de la desilusión y, al final, de un sentimiento de fracaso personal. 31 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Las formas de la vida cristiana reflejan y reviven los distintos momentos de la vida de Cristo. Él nos integra en su seguimiento y nos hace partícipes del contenido de uno u otro de sus misterios: en el desierto solitario y tentador, en la acción sumada con la oración que es su vida pública, en el monte Tabor con experiencias transitorias de luz y paz; en la agonía de Getsemaní, en las dificultades de los procesos finales, en la angustia de la crucifixión, en la paz y alegría del Resucitado. Ninguno de estos momentos de la vida de Cristo es un absoluto, todos ellos forman y conforman su existencia. Cada uno de nosotros nos reconocemos y sentimos atraídos por uno u otro de los misterios de su vida, aquel al que nos inclina nuestra psicología y nos refiere especialmente la misión recibida de Dios. Así se explica la admirable variedad de los santos. Los reconocidos como místicos no son siempre los más aptos para ser imitados. Santa Teresa y san Juan de la Cruz son reconocidos como los exponentes máximos en la era moderna. Ahora bien, ¿les son inferiores san Francisco de Asís, santo Tomás de Aquino, san Juan de Dios, san Francisco Javier, san Vicente de Paúl, Newman, Edith Stein, la Madre Teresa de Calcuta y tantos otros santos modernos? El cristianismo no eleva la razón ni la experiencia a categorías supremas sino la fe, la libertad, la voluntad, el amor y la acción. El amor a Dios y al prójimo son los verdaderos criterios de santidad. Nuestra perfección se realiza en la normal vida cristiana, vivida con alegría y generosidad hasta el fondo, sin pretensiones de alta teología o de experiencias místicas. Vale más el beso amoroso a un crucifijo y el beso de compasión y curación a un enfermo que todas las vivencias pretendidamente místicas. Vale más la permanencia fiel en la oración y el soportar esa soledad, que cualquier misión fielmente servida lleva consigo, que todos los éxtasis juntos. De Jesús no se nos narra ningún fenómeno de interioridades especiales. En cambio se nos habla constantemente de su oración y de su oración nocturna. «Salió hacia la montaña para orar y pasó la noche entera orando a Dios» (Lc 6, 12). Y se nos narra su obediencia al Padre hasta el final, su permanencia fiel a la misión recibida en la agonía de Getsemaní y en el proceso hasta la muerte. ¡Larga oración de Jesús y profunda soledad sin poder comunicar ni siquiera a los más íntimos su dolor propio ni las exigencias de su misión ni su horizonte de futuro! ¡Y justamente por esta soledad asumida y sostenida hasta el final ha sido el que más compañía ha creado en el mundo! (Mt 26, 36-46; Mc 14, 32-72; Lc 22, 29-46; Heb 5, 7-10)19. Ni la santidad ni la experiencia mística ni la felicidad se pueden perseguir como objeto directo e inmediato. Ellas son realidades 19. Cf. O. González de Cardedal, «La soledad de Jesús»: Iglesia Viva 186 (1996), pp. 537-553; Íd., «Soledad y compañía de Jesús»: Salmanticensis 45 (1998), pp. 55-103. 32 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA resultantes del cumplimiento fiel de una misión y de la respuesta objetiva a los imperativos que la historia, el prójimo y Dios nos van poniendo cada día por delante. Quien las busca por sí mismas de antemano las pierde. Ellas son el resultado objetivo de la verdad de nuestras acciones encaminadas a responder a Dios con amor y a cumplir su voluntad. Este es el real reino de Dios y del hombre que hay que buscar y todo lo demás vendrá como añadidura. 2. La atención y la obediencia a Dios, anteriores al sentimiento y la experiencia del hombre La religión bíblica está hecha de atención a Dios, audición de Dios, obediencia a Dios y seguimiento de Dios, tal como él se nos ha revelado definitivamente en el que es su Hijo, imagen de su sustancia y resplandor de su gloria (Heb 1, 1-4). La Biblia nos describe la cercanía de Dios, el eco de su paso, su comunicación de amigo a amigos como Abrahán, Moisés, Elías, Jeremías, Juan Bautista, Jesucristo, Juan, Pablo. En la Biblia se habla mucho de «encuentros» con Dios pero poco de experiencia de Dios en el sentido moderno del término, ni se hace una propuesta de vida ordenada a conseguirla. La magia, la teúrgia y ciertas propuestas pensadas como medios automáticos para lograr el contacto con Dios son contrarias a la fe y la confianza bíblica en Dios. De esta depravación tenemos ejemplos en todas las religiones. En la primitiva Iglesia, el caso de Simón Mago, queriendo apropiarse por dinero del poder de comunicar el Espíritu Santo y de hacer milagros, es el equivalente cristiano de esa tentación perenne (cf. Hch 8, 9-24). Otorgar primacía absoluta a la experiencia sobre la obediencia es desconocer la religión bíblica y pervertir el cristianismo. Los criterios de los místicos acreditados como maestros en la Iglesia orientan exactamente en el sentido contrario. Nos invitan a la denudación de nosotros para que Dios sea Dios en nuestra vida, al descentramiento de nuestro egoísmo para que él sea nuestro centro, a la obediencia a su palabra, al seguimiento de Jesucristo, al amor al prójimo a la vez que a la fe pura e ilustradísima. Para ellos, el amor a Dios y al prójimo, el cumplimiento de su voluntad, las obras y el servicio fueron los criterios objetivos de la subjetividad cristiana, construida en sí misma desde la objetividad de la revelación, de la Biblia y de la Iglesia. Son los criterios del profetismo veterotestamentario, junto con los del apostolado en la Iglesia primera y deben ser también hoy los criterios de toda vida cristiana abierta a Dios, dejando que él nos lleve por el camino que quiera. El de la mística es solo un camino entre muchos; un camino excepcional, fruto de pura gracia y no construible por el hombre. Fijar la experiencia mística como meta ideal a la que se puede llegar por el propio esfuerzo es una trampa mortal para la vida cristiana. Esas cumbres de las 33 CRISTIANISMO Y MÍSTICA que hablan los místicos son una expresión admirable y deseable del misterio de Dios, pero no todo lo que es admirable es imitable ni todo lo que otros vivieron podemos tomarlo como medida y meta de nuestra existencia personal. Cada uno de nosotros tiene una estructura somática, psíquica y pneumática propia; cada uno tiene la medida de su fe, el carisma específico y una vocación concreta en la Iglesia, que conlleva el tener que usar unos medios y no otros, poner unos acentos y no otros, corresponder con unas respuestas y no con otras. Todo eso hay que descubrirlo, construyendo la unidad de nuestra existencia consagrada, sin introyectarle a esta idea ideales que derivan de factores ambientales, culturales y sociológicos. Estos deben ser atendidos y analizados pero nunca pueden ser el criterio determinante de la vida cristiana ni de la propia vocación consagrada. 3. La apelación actual a la mística como medio de llenar vacíos y de superar excesos Algunas de las corrientes que se orientan hoy en esa dirección fomentan un cristianismo de acentos éticos, psicológicos y terapéuticos. Con razón ha hablado G. Uríbarri de tres cristianismos insuficientes: emocional, ético y de autorrealización20. Cada generación tiene sus luces y sus sombras. La nuestra vive una gran soledad con unas heridas sutiles y en ese sentido necesita ayuda, terapia y acompañamiento. La difusión y la popularidad de los libros de Anselm Grün son el exponente de ese malestar y de esa necesidad de ayuda. El inmenso éxito que tienen en muchos sectores de la Iglesia es síntoma de una grave debilidad espiritual y de una peligrosa fragilidad intelectual. Se llega hasta propuestas que son una perversión de la misma religión al hacerla desembocar en monismo o panteísmo. Por citar solo un ejemplo, basta el del benedictino Willis Jaeger, autor de La ola es el mar. Espiritualidad mística (2002). La Iglesia, y en ella cada uno de los cristianos, tenemos que ser buenos samaritanos para los hombres y mujeres que hoy sienten ese desamparo, ese desvalimiento y esas dificultades a la hora primero de vivir y luego de realizar su fe en el fragor. Ahora bien, situar el cristianismo primordialmente en la línea de una propuesta para la solución de las crisis de fe o dificultades de la vida me parece un error teórico y un peligro práctico. Podrá y deberá cumplir esa función iluminadora, liberadora y curativa pero solo como resultado de un cultivo gratuito de sus realizaciones sacramentales, orantes, ascéticas y serviciales. Muchos proponen la experiencia mística como medio para la superación de: 20. Cf. G. Uríbarri, «Tres cristianismos insuficientes»: Estudios eclesiásticos 305 (2003), pp. 301-331. 34 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA — un liberalismo teológico religiosamente vacío; — un moralismo estéril; — un dogmatismo autoritario; — un extrinsecismo que hace nacer y alimentarse la fe solo o principalmente desde fuera con elementos de institución y de autoridad; — una realización de la Iglesia en la que prevalecen los objetos sobre los sujetos, la ley sobre la libertad y la autoridad sobre la conciencia; — una situación espiritual de increencia e indiferencia. Tienen toda razón diagnosticando esos errores y esos peligros permanentes en la Iglesia y reclamando nuevos acentos de interioridad, subjetividad, iniciativa personal y aportación del propio carisma. En este sentido consideran también que esa propuesta mística del cristianismo es un medio de atracción para las gentes que buscan hoy día algo mejor que lo que ofrecen la política, la técnica y el mercado. La dimensión mística del cristianismo es real y de ella tenemos admirables ejemplos en la historia de la Iglesia; pero hay que sumarla con su propuesta doctrinal, moral, comunitaria, litúrgica e institucional. Con lo que de experiencia ofrece hay que sumar lo que de obediencia exige; con el gozo y la paz que trasmite en el misterio de la transfiguración en el Tabor hay que presentar los misterios de Getsemaní y del Gólgota. Junto con el apofatismo y el silencio consiguiente hay que mantener la afirmación constitutiva del cristianismo como religión de la Palabra encarnada, donde el silencio no es lo último ni la anestesia del deseo la solución. Para el cristianismo, Dios es vida personal en comunión, relación y autodonación recíproca: en suma, vida trinitaria. Las posibles carencias y las reales sombras de la vida cristiana deben ser corregidas por una vuelta a las verdaderas fuentes del cristianismo, no por sucedáneos o absolutizaciones de aspectos reales de la vida cristiana que no pueden ser separados del resto. Pese a lo que desde Schopenhauer, Nietzsche y en alguna medida también Heidegger se viene sugiriendo, el cristianismo no es una forma vulgar ni consumada de budismo. Esta es hoy la tentación máxima para una cultura personalista, para una comprensión dramática de la existencia y, por supuesto, para el cristianismo. Con esto no estoy olvidando ni negando los valores que el budismo contiene y el desafío radical que propone a nuestra fe, tal como los han expuesto en el siglo XX, entre otros H. de Lubac y R. Guardini. Además de identificar las ambigüedades existentes en ciertos movimientos, tendríamos que diferenciar y valorar positivamente los esfuerzos realizados en los últimos decenios, entre otros por teólogos como Rahner y von Balthasar, pero también por otros muchos dominicos, jesuitas y carmelitas, para mostrar cómo en el cristianismo, por ser la religión del encuentro entre Dios y el hombre en Cristo instaurando entre ellos una relación personal, tiene que darse una verdadera experiencia de Dios. 35 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Evidentemente, diferenciando siempre esta experiencia tanto de la experimentación científica como de la vivencia psicológica y acercándola a aquel tipo de conocimiento resultante de la amistad personal, de la convivencia y de la connaturalidad. Por más cargado que esté de prejuicios en la historia de la teología y de las herejías y en las controversias del catolicismo y el protestantismo, el concepto de «experiencia» es indispensable si se concibe la fe como el encuentro de todo el hombre con Dios21. La relación del hombre con Dios no tiene lugar por medio de una de sus potencias como si fuera una idea, un objeto o una propuesta de futuro, sino que implica al entero sujeto abriéndose a otro sujeto personal como alguien que nos apela, nombra con el propio nombre y se entrega a una relación de amor en reciprocidad. Tal es la relación del hombre con el Dios de Abrahán y de nuestro Señor Jesucristo. Ese encuentro llevará consigo la percepción de una presencia no verificable por los sentidos pero no por ello menos real. De esa presencia le fluyen al creyente una confianza, un atrevimiento, una entrega, un amor incondicional, un abandono a la voluntad divina, una capacidad de servicio sin miras ni reticencias, una abertura confiada al futuro y una renuncia a sí mismo que resultan impensables si no se las comprende y reconoce como una acción especial de Dios. A esta experiencia se la llamará «experiencia de gracia», del Espíritu, de Dios. Y se hablará en ese sentido de una mística de la vida diaria, de una mística de la cotidianidad. «Es la mística de cada día, el buscar a Dios en todas las cosas»22. La expresión así entendida es correcta, pero hay que distinguir esa «mística de cada día» de otros hechos que tienen lugar en la vida de la Iglesia: 1) los carismas como cualificación que Dios confiere a un alma para que pueda cumplir una misión, tal como los define san Pablo en sus cartas y el Vaticano II los ha situado en la Iglesia; 2) las gracias extraordinarias, tal como nos las relatan los grandes espirituales en sus testimonios y autobiografías; 3) la «gracia de estado» que recibimos cada uno para cumplir con nuestros «deberes de estado». Para que esa experiencia no se pierda en su indeterminación anónima y general, sin bordes y sin metas, sino que mantenga vivo su sentido religioso y verdadero su contenido cristiano, para que se pueda percibir realmente como dada por Dios y procedente de Dios y no del simple vivir 21. H. Urs von Balthasar, Gloria. Una estética teológica I. La percepción de la forma, Encuentro, Madrid, 1985, p. 201. 22. K. Rahner, «La experiencia de la gracia», en Escritos de teología III, Taurus, Madrid, 21969, pp. 103-107; Íd., La experiencia del Espíritu, Narcea, Madrid, 1977; Íd., Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuita de hoy, Sal Terrae, Santander, 1979. 36 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA o del abismo sin nombre (como tales las perciben los no creyentes), quien las vive tiene que pasarlas de la implicitud a la explicitud y alimentarlas con las fuentes cristianas: la Biblia y la liturgia como perenne memoria fundante de Cristo y como acción explicitadora de su gracia en lugar y tiempo concretos. Solo así esas experiencias cotidianas, casi indiscernibles por su indefinición objetiva, podrán ser arrancadas a la rutina e incertidumbre que las acompañan y ser vividas como la autocomunicación no de algún extraño poder sino del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, de su santo Espíritu y, con ellos, de su misma vida trinitaria, de la que ya nos hace partícipes en el mundo por medio de su Iglesia, servidora de lo que la funda y trasciende: el Dios encarnado y el hombre en camino. 4. Puntos de sombra en el nuevo interés por la mística Cierta proposición de mística fácil, vulgarizada y a bajo coste tiene puntos de sombra que es necesario descubrir con tanto amor como rigor. Se percibe en algunos de esos movimientos una distancia a la historia fundante del cristianismo, una utilización de ella solo en la medida en que ofrece ejemplos de tal experiencia mística; una distancia a la Biblia como totalidad con silencio sobre algunos de sus autores, páginas y motivos esenciales. ¿Qué atención prestan y cómo integran en el proceso espiritual muchos de estos libros, los testimonios de fracasos y de dramas existenciales tales como se nos describen en Job, Eclesiastés, Jonás, Jeremías, el segundo Isaías? ¿Cómo integran el fracaso histórico de Cristo con su final en la crucifixión, la historia personal de Pablo, en quien se da una pasión por el Cristo crucificado, un amor profundo y un vivir desde él, en medio de naufragios, palizas, enfermedades y rechazo por sus propias comunidades? A ello se añade el recelo de esos grupos, latente unas veces y explícito otras, con respecto a la Iglesia real, a su historia y personas concretas, contraponiendo la vitalidad de la experiencia originante con la pobreza y debilidad de la Iglesia institucional. Frunciendo el ceño ante el dogma, no pocas veces dejan entender que mística e Iglesia jerárquica en el fondo son difícilmente conjugables y que los grandes místicos existieron en la Iglesia luchando contra ella y fueron lo que fueron a pesar de ella. En no pocos de esos grupos el individuo queda casi como un absoluto cara a cara ante el Absoluto verdadero, sin prójimo, sin fraternidad, sin comunidad. La mediación histórica de Dios en la carne, muerte y resurrección de Cristo queda en un discreto silencio. La realización concreta de la vida cristiana por sus mediaciones comunitarias, sacramentales e institucionales pierde su peso. En esos grupos, la misión (que se realiza por el contagio y el testimonio pero también por la palabra que ofrece 37 CRISTIANISMO Y MÍSTICA un evangelio y por la invitación expresa a la fe) queda frenada en su dinamismo. Se propone una trasmisión de la fe que es solo el testimonio de una abertura al Absoluto común a todos los hombres y presente en el corazón de cada uno; una invitación a adentrarse en ese Absoluto que es a la vez de naturaleza estética (belleza), ética (bien), religiosa (misterio), como si esos elementos comunes fueran lo único o máximo que los cristianos pudiéramos aportar al granero de lo humano. Dejan en un pudoroso silencio el anuncio positivo del Evangelio, cuyo centro y criterio son la vida, muerte y resurrección de Jesucristo como revelación y autodonación de Dios. Al misterio del Dios trinitario no llegan o lo ponen entre paréntesis. Los cristianos existimos como tales en Cristo, «que nos ha sido dado por Dios como sabiduría, justicia, justificación y redención» (1 Cor 1, 30). Hay una conversión intelectual o filosófica, una conversión moral, una conversión religiosa y una conversión cristiana, con elementos comunes a las cuatro pero con un contenido específico de cada una, que en el caso de la conversión cristiana lleva consigo la referencia a Cristo, en su existencia histórica y en su presencia actual con su revelación del Padre y del Espíritu, a la comunidad sacramental de fe que es la Iglesia y a la esperanza escatológica. Desde Platón y Plotino hasta san Agustín, Pascal y Brunschvicg tenemos ejemplos claramente diferenciados de esas conversiones: intelectual, moral, religiosa, cristiana. El cristianismo es religión de ilustración y de revelación, de libertad y de conversión. Esta no se puede nunca jamás forzar, pero no podemos ocultar que no es el resultado de una evidencia racional que la haga necesaria sino que reclama una decisión y un salto por encima de nosotros mismos para adherirnos a Cristo. La gracia perfecciona la naturaleza en la medida en que la afirma y la purifica, la eleva sobre sí misma y la arranca a la ley de la gravedad propia de la materia y a la del instinto propia del animal para hacerla orientarse por la ley del Espíritu. Una es la ley de la gravedad y otra la ley de la gracia. La nueva creación es una vida a la que precede una muerte o una muerte que desemboca en una vida. A veces se presenta el hecho cristiano en sus puntos comunes con otras religiones sin atreverse a proponer el escándalo de la cruz, que tiene su lógica propia frente a la lógica de la sabiduría de este mundo. La conversión no es fruto de una necesidad metafísica, moral o jurídica sino resultado de una libertad y de un amor que son irreductibles y se nos dan en asombrosa gratuidad. No anunciamos el bonum diffusivum sui [el bien se difunde por sí mismo] de la metafísica platónica sino el amor eterno con el que Dios nos ha amado, con el que se nos ha revelado en la historia y se nos da a cada hombre por la doble misión de su Hijo y del Espíritu. Por todo esto no es extraño que quienes así piensan difuminen la significación salvífica universal de Cristo y a la vez se adhieran a un pluralis38 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA mo religioso que deja que cada hombre considere como su camino de salvación aquel en el que la naturaleza le ha puesto, sin abrirle a otros horizontes de historia, en concreto de la historia que Dios ha hecho con nosotros para otorgar a todos los hombres ya una vida nueva (la eterna) y una esperanza eterna (su propia vida). 5. Los escritos místicos, ¿fruto de ciertos tiempos o posibilidad universal? La renovación del interés por la mística en la Iglesia contemporánea es una posibilidad de gracia a la vez que un peligro, porque puede llevar a una desfiguración de contenidos esenciales del cristianismo y a proponer como objetivos a conquistar lo que es solo un don especial de Dios en función de ciertas misiones históricas. Una acentuación excesiva de la interioridad mística como el imperativo más sagrado hoy frena otro imperativo igualmente sagrado: el de la acción y la misión, el del pensamiento y el testimonio públicos, mediante los cuales damos razón de nuestra esperanza. Esa acentuación mística podría llevar consigo una retirada al interior de la Iglesia, que poco tiene que ver con la verdadera interioridad. ¿No puede convertirse en fuente de posibles fracasos personales al comprobar que uno no llega a tales experiencias, que permanece largos años en el desierto y que Dios mantiene en la agonía de Getsemaní sin dejarle sentir la luz y el gozo del Tabor? ¿No nos lleva a fijarnos sobre todo en aquellos santos en quienes prevaleció esa experiencia, olvidando a todos aquellos otros que conjugaron esa experiencia interior con una intensa acción exterior? Cuando a esos santos Dios les ha concedido tal experiencia, ellos la consideraron siempre como cualificación para cumplir una misión. Hay historias de almas privilegiadas por Dios que los demás desconocemos y hay historias de almas cualificadas por Dios para que guíen a los demás en su misión. Por otro lado hay épocas de sensibilidad que orientan a ese tipo de experiencias donde prevalecen el amor y el deseo con los que está tejida la mística. Ese tipo de experiencias está condicionado a su vez por el marco histórico, el contexto social y la vida eclesial en medio de los que surgen. Con un punto de exageración A. Vergote ha afirmado: Como los profetas que no surgieron más que durante un tiempo determinado de la historia bíblica quizás ya no habrá en el futuro la emergencia de grandes escrituras místicas. Históricamente situadas, las obras místicas mantienen tanta actualidad como los textos de los profetas23. 23. A. Vergote, «Una mirada psicológica sobre la mística de Teresa de Ávila», en Actas del Congreso Internacional Teresiano, Salamanca, 1983, pp. 883-896, cita en p. 896. 39 CRISTIANISMO Y MÍSTICA 6. La palabra de los agraciados En la Iglesia existen los santos sin nombre ni aureolas, los grandes teólogos, los grandes misioneros, los grandes forjadores de esperanza, los que sirvieron a pobres y enfermos, los místicos que gozaron de una comunicación tan intensa con Dios que determinó toda su vida personal, haciéndoles posible, más aún, necesaria, una palabra testimonial. Para san Agustín y santa Teresa, todos los recuerdos son acciones de gracias. Cada generación tiene que mantener ante su mirada esas realizaciones ejemplares del Evangelio, las que ella necesita llevar a cabo para ser fiel a la esperanza de Dios y a la gracia recibida en el tiempo oportuno. Todas esas expresiones de santidad son admirables pero ninguna es repetible en su materialidad. La verdadera libertad cristiana, frente a todo arcaísmo e integrismo, tiene que asumir el Evangelio entero e intentar vivirlo en el tiempo; un tiempo al que le sigue siendo inherente todo el misterio de Dios, toda la palabra del Hijo, toda la fuerza del Espíritu Santo, toda la misión de la Iglesia y todas las necesidades de los hombres. IV. LA LÓGICA DE LA EXISTENCIA CRISTIANA 1. El dinamismo de la revelación bíblica: obediencia y experiencia La existencia cristiana está sostenida por dos pilares, uno divino y otro humano: la llamada de Dios, su palabra en el tiempo, los profetas mensajeros, Cristo; y la respuesta del hombre en determinación de la vida entera desde la llamada. La iniciativa divina es la revelación, la correspondencia humana es la fe. La acción del hombre viene en segundo lugar, si bien su estructura intelectiva, desiderativa y acogedora está pensada desde siempre por Dios como la cualificación necesaria (naturaleza-ser) para oír su voz (graciahistoria). Cada hombre está troquelado en su ser para poder cumplir su vocación. En el fondo es siempre un anhelo anónimo, que se reconoce a sí mismo como creado precisamente para esa revelación cuando la voz de Dios resuena en el tiempo y la oye. Una vez que el hombre ha acogido esa llamada de Dios, interiorizándola y dándole respuesta, surge una compenetración con ella que engendra una experiencia totalizadora, iluminadora y transformadora de la vida, en la que Dios le aparece al hombre como más interior a sí que él mismo, como siendo su más profundo centro. La trascendencia de Dios es entonces percibida como cercanía absoluta, presencia inhabitadora, inmanencia al propio ser del hombre. Aparece entonces una forma diferenciada de la vida cristiana. Mientras que antes el binomio determinante era llamada-respuesta o fe-obediencia, ahora prevalece la tríada presencia-experiencia-gozo. En el primer bino40 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA mio se acentúan la trascendencia, la majestad y la exigencia ética por parte de Dios y, por parte del hombre, la aceptación y la sumisión, con la acción moral que corresponde. Es la dimensión profética de la experiencia bíblica y de la propia vida cristiana. En cambio, en el segundo se acentúan la inmanencia de Dios, su connaturalidad amorosa con el hombre, la cercanía que este siente respecto a él, la experiencia, la vida toda como acción conjunta de ambos. Es la expresión mística de la experiencia bíblica y de la vida cristiana. Profetismo y mística son dos acentos que nunca pueden ser contrapuestos. La acentuación del profetismo hasta el extremo lleva a una comprensión de Dios como antagonista del hombre y a comprender al hombre como mero súbdito. La acentuación de la mística hasta el extremo lleva a una comprensión de Dios puramente inmanente, como un elemento, parte o forma del propio hombre, y a comprender la vida cristiana como unión, fusión e identificación de la criatura con el Creador, con la consiguiente desaparición de ambos. Profetismo y mística son hermanos gemelos, no adversarios naturales. En la Biblia, los grandes profetas son a la vez los grandes exponentes de una experiencia intensa de Dios: Moisés, Elías, Isaías, Jeremías... Por su parte, los grandes místicos se han alimentado de los profetas y han vivido a su luz, como puede verse en san Juan de la Cruz y su referencia permanente a los profetas del Antiguo Testamento, en especial a Elías. Profetismo y mística, obediencia y experiencia, trascendencia reveladora e inmanencia santificadora de Dios al hombre son polaridades que se sostienen mutuamente. La salud de una (obediencia) depende de la salud de la otra (experiencia) y a la inversa. Cada vida cristiana se sentirá inclinada, a la luz de su propia psicología y de la misión que Dios le encargue, a acentuar la dimensión profética o la dimensión mística. La exigencia profética referida a la acción y a la historia no puede asfixiar la abertura y entrega al Absoluto, mientras que la experiencia mística no puede ahogar el impulso profético y el dinamismo de acción. En este sentido tiene razón Bergson al afirmar que una característica de los grandes místicos es su actividad y su capacidad creadora, poniendo como ejemplo máximo a santa Teresa de Jesús, mujer de oración, escritora y fundadora, que hizo girar en torno suyo tanta vida eclesial, cultural y en parte política de la España del siglo XVI. 2. La realización en la historia y en la Iglesia En el cristianismo hay una jerarquía de verdades con un centro y una periferia24. El centro es la revelación de Dios en Cristo, en quien aquel se nos 24. «Existe un orden o ‘jerarquía’ en las verdades de la doctrina católica, ya que es distinta la conexión de tales verdades con el fundamento de la fe cristiana» (Concilio Vaticano II, Decreto sobre el ecumenismo, 11). 41 CRISTIANISMO Y MÍSTICA autocomunica y se nos da por el Espíritu. El misterio trinitario de Dios, la encarnación y el don de la gracia son los pilares del cristianismo y la raíz objetiva de toda mística cristiana. Un cristianismo cultural, moral, social, político o místico al margen de tales pilares es un epifenómeno insignificante en unos casos y pernicioso en otros. No todas las verdades tienen la misma cercanía al Misterio. Cada uno de sus elementos ocupa su lugar y tiene su papel propio, con su aportación a la vida del organismo. De ahí resulta que la creatividad cristiana implica la responsabilidad de cumplir la propia misión, respondiendo a los imperativos ante los que Dios nos planta, a la vez que de aportar a la vida común siguiendo los principios generales que regulan la vida humana y la existencia cristiana. El cristianismo es constitutivamente Iglesia, ya que la revelación de Dios ha sido destinada al pueblo y al individuo como miembro de este. Las personalidades corporativas que la recibieron y la expresaron en el origen se comprendieron a sí mismas al servicio de los demás. Hay hijos de Dios en el pueblo de Dios y no hay filiación sin paternidad divina y sin fraternidad humana. La vida cristiana es vocación a la conformación con Cristo por el Espíritu Santo. Cristo es el fundador, el fundamento permanente y la forma personificada de la existencia cristiana. No hay experiencias, misterios ni revelaciones absolutas que corran paralelas a él, le trasciendan o den por superado. Él no lo es todo, pero es raíz y consumación de todo, ya que todo procede de él (cf. Col 1, 13-20, Jn 1, 1-18). Por eso hay mística verdadera fuera del cristianismo pero solo en el encuentro, consentimiento y adhesión a Cristo encontrará su plenitud, ya que el fin siempre está en el principio. No entramos ahora a tratar el problema de la llamada «mística natural», en la que se da una unión cognoscitiva y fruitiva con Dios como origen y fin, desde dentro de nuestro ser y como meta de nuestros deseos. En la mística cristiana la unión con él está referida a su libertad manifestada, a su amor ofrecido en la persona de Cristo, al Espíritu alentando en el interior de la Iglesia y de cada creyente. El conocimiento de Dios, reconocido como causa primera y fin último, sigue siendo un conocimiento por sus efectos y, «aun cuando fuere experimental como la contemplación apofática de la mística natural, seguirá siendo siempre un conocimiento en espejo y en enigma, incapaz de unirme inmediatamente al objeto divino, que, sin embargo, debe ser su fin último»25. 25. J. Maritain, «Neuf leçons de philosophie morale», en OC IX, pp. 842-862; Íd., Quatre essais sur l’esprit dans sa condition charnelle, París, 1939: «L’expérience mystique naturelle et le vide»; Íd., Distinguer pour unir ou les Degrés du savoir, París, 1963, pp. 489700 (Deuxième Partie: «Les degrés du savoir supra-rationnel. Expérience mystique et philo- 42 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA La mística así comprendida es principio de humanización y de libertad, ya que abre al hombre a su fondo de trascendencia, da palabra a sus anhelos más profundos, relativiza su pequeño mundo a la vez que le confiere una dignidad nueva en la medida en que lo abre a su fuente y le hace abrevarse en las aguas del Infinito26. La creación, la persona, la historia, la Iglesia no están destinadas al silencio o a la desaparición final sino a una glorificación. La muerte no puede ser comprendida como la última palabra liberadora sino como la condición para una consumación absoluta de la historia, de la conciencia, de la libertad y del amor, no en la prolongación del tedio inherente a la finitud absolutizada sino en abertura a una novedad de vida eternamente nueva e inagotable. Si no somos conscientes de la ambigüedad de ciertos movimientos contemporáneos y de sus métodos; si no descubrimos las verdaderas fuentes de la mística cristiana; si no hacemos accesibles los textos comenzando por la Biblia, los teólogos y los grandes maestros espirituales, la situación ambiental costará muchas pérdidas de fe y, como aconteció con el método PRH [Personnalité et Relations Humaines], arrastrará al abismo muchas vocaciones religiosas, que llevadas de una voluntad generosa no sabrán distinguir lo que es el verdadero cristianismo de lo que son sus remedos, engañosos primero y mortales después. 3. Valor y límites de ciertas formulaciones Examinamos a continuación algunas fórmulas corrientes hoy día que enuncian algo verdadero en el límite de lo falso. Son legítimas en la medida en que quieren rechazar excesos o superar silencios anteriores pero parten de ciertos presupuestos y sacan consecuencias que no siempre son cristianamente válidas. Solo las enumeramos para discernir las luces y sombras que arrastran: a) Dios transpersonal. Dios no es personal como lo somos los humanos, ni podemos proyectar en él de manera antropomórfica nuestra forma de ser persona. Pero sí afirmamos que Dios es de tal naturaleza que en la relación con él descubrimos nuestra condición personal, que él nos personaliza, que su vida no es menos rica, íntima e intersubjetiva sophie. De la sagesse augustinienne. Saint Jean de la Croix practicien de la contemplation»); O. Lacombe y L. Gardet, Expérience de soi. Étude de mystique comparée, París, 1981; L. Gardet, Expériences mystiques en terres non chrétiennes, París, 1956; Íd., Thèmes et textes mystiques. Recherches de critères en mystique comparée, París, 1958; Th. Ohm, Die Liebe zu Gott in den nichtchristlichen Religionen, Krailing, 1950. 26. Cf. J. Martín Velasco, El fenómeno místico. Estudio comparado, Trotta, Madrid, 32009; Íd., Humanismo y mística, PPC, Boadilla del Monte (Madrid), 2011; Íd., «El fenómeno místico, clave para la comprensión del hecho religioso y del ser humano», en L. López-Baralt (ed.), Repensando la experiencia mística desde las ínsulas extrañas, Trotta, Madrid, 2013, pp. 17-61. 43 CRISTIANISMO Y MÍSTICA que la de las personas humanas. Él no es opacidad, mudez, silencio, nada. Si persona es tener nombre, rostro y palabra, Dios no solo no es apersonal sino que es personal por antonomasia. b) Dios transhistórico. Dios no tiene historia en sí mismo, no es tiempo, no es sucesión sino eternidad abarcadora en el instante de todo nuestro tiempo, presencia entera e inmediata a sí mismo. Pero Dios ha querido tener destino con nosotros, vivir nuestra historia, convertirla en la suya desde dentro, y se ha encarnado. En este sentido Dios tiene destino con nosotros en la medida en que entra en el juego de relaciones que nos determinan: la naturaleza, el prójimo individual, la sociedad. Dios es ya intrahistórico a nuestra historia justamente por ser eterno. Dios ya no es pensable sin la historia que él se ha querido dar a sí mismo. La historia de Jesucristo no es solo un capítulo de nuestra historia sino que es la historia de Dios en tiempo y mundo. La consumación del mundo no puede ser pensada como relativización, negación o disolución de las criaturas en la divinidad sino como su afirmación definitiva, como plenificación redentora y unión santificadora de nuestro entero ser e historia con Dios. La permanencia de la humanidad de Cristo en Dios es el signo de la validez eterna y de la permanencia del ser y de la historia, de nuestra existencia y biografía personales en Dios. c) Dios transverbal. La palabra es la forma de comunicación con que los hombres expresamos nuestros sentimientos y los comunicamos al prójimo. Palabra es abertura de un sujeto a otro sujeto en libertad. Y en este sentido Dios es palabra: no es oposición al hombre ni incomunicación ni distancia. Dios ha hablado al hombre en mil formas, unas que nos son conocidas del lenguaje humano y otras específicas suyas, que tenemos que discernir y reconocer como tales. San Juan comienza su evangelio con un rechazo de lo que era fórmula usual entre ciertos grupos gnósticos. Para estos «en el principio era el silencio». El Antiguo Testamento, en contraste y en rechazo de ese postulado, se abre con la afirmación de la palabra creadora de Dios. El Nuevo Testamento se abre con la afirmación de la Palabra, que, siendo eterna en Dios, se ha encarnado para ser palabra con los hombres y palabra de hombres. No basta el silencio; no hay fe ni mística cristianas sin sus palabras connaturales. d) Dios trascendente. Dios es Dios y los hombres somos los hombres. Pero Dios no es externo ni ajeno al hombre sino más interior a él que él mismo, «de su alma el más profundo centro». Dios es potencia permanentemente creadora del ser y presencia inspiradora de la conciencia y de la libertad del hombre. Dios es trascendente desde su inmanencia al hombre, de forma que no hay que salir fuera para encontrarle; antes bien, hay que volver al interior donde habita la verdad, que una vez reconocida nos lleva a trascendernos hasta él (san Agustín). Por eso le buscamos afuera como trascendente y él nos remite a nosotros mismos como inmanente. 44 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA «Búscame en ti», oye santa Teresa a Dios decirle, después de que previamente había oído: «Búscate en mí». Trascendencia en la inmanencia (san Agustín), inmanencia en la trascendencia (santo Tomás). e) Dios transreligioso. Dios está presente en todas las realidades que constituyen la creación: las del orden natural, las del orden intelectual, las del orden espiritual y las del orden religioso. Nada ni nadie agota a Dios: tampoco las religiones. Él está más allá de ellas, porque es trascendente a todo. Pero es inmanente en la medida en que la religión es la ejercitación mediante la cual el hombre se relativiza a sí mismo y reconoce en Dios su centro, donde encuentra su ser, su sentido y su futuro. En este aspecto las religiones son necesarias para la verdad del hombre y Dios no puede ser transreligioso, como si se le pudiera encontrar sin relación, sin religación, sin religión. Ello equivaldría a decir que se le puede encontrar sin instaurar relación personal con él, como se encuentra un objeto, se llega a una idea o se tiene un proyecto. El hombre es relación y es religioso cuando reconoce y realiza su relación absoluta con el Absoluto. En ella llega a sí mismo porque su «ser sí mismo» más propio está en Dios. f) Dios transcristiano. Dios no comienza con el cristianismo ni Jesucristo sustituye, desplaza o hace innecesario a Dios. El cristianismo es religión de revelación y de encarnación. En este sentido el cristianismo no pretende acaparar la religión ni la revelación de Dios en el mundo. Dios está más allá del cristianismo. Ahora bien, la confesión cristiana es que ese Dios universal, creador, omnipresente, en quien existimos, nos movemos y somos, libremente se ha manifestado por los profetas y en los últimos días se nos ha dado en su Hijo, que es resplandor de su esencia e imagen de su sustancia. Este Hijo eterno se ha encarnado para revelarnos a Dios y alumbrar-redimir-santificar al hombre. En este sentido es la suprema, definitiva e intrascendible palabra de Dios al mundo, desde la cual hay ya que entender todas las demás posibles palabras suyas; sin anularlas ni reducirlas pero sí situándolas y discerniéndolas para su integración o rechazo. Dios es cristiano en la medida en que Jesucristo es aquel que está con Dios y en quien Dios está. En el cristianismo no se trata, por tanto, de una decisión o creación exclusivamente humanas sino de una respuesta a Dios tras reconocer los signos de su presencia y de una obediencia a lo que interpretamos como signos de su libre y amorosa decisión. Llegar al extremo límite de su comunicación creadora: ser tiempo, carne, pasión y libertad humanas, esa dimensión personal, encarnativa, solidaria y trasformadora del destino del hombre en redención, santificación y promesa escatológica: eso es la característica específica del cristianismo. g) Dios es amor pero no cualquier amor es Dios. Esta fórmula la encontramos dos veces en san Juan y es el título de la primera encíclica de 45 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Benedicto XVI. Es quizá la expresión suprema de lo que Dios ha dicho y dado de sí en su solidaridad absoluta con el destino del hombre hasta estar con él en la muerte, com-padeciéndola para superarla. Ahora bien, la fórmula no es reversible. No se puede decir: el amor es Dios. Porque cualquier amor no es Dios. Para L. Feuerbach, la fórmula el amor es Dios significaba la reducción metafísica y antropológica del cristianismo. h) Dios es absoluto, pero no cualquier absoluto es Dios. Hay realidades que determinan toda la existencia afectándola en su raíz, en su constitución y en su consumación. Esas realidades se presentan como superiores al hombre, aun cuando están ordenadas a él y entregadas a su interpretación y tienen por finalidad que se nutra de ellas. Existe un absoluto ético, un absoluto estético, un absoluto metafísico y un absoluto personal. Cada uno de ellos totaliza la realidad en una dirección, tiene algo en común con Dios, por lo cual pueden ser divinizados desplazando a todo lo demás, incluso a Dios. Dios no es ni otro absoluto igual ni una alternativa negadora de ellos, sino sostenedor como el tronco lo es de las ramas y como la savia nutricia lo es de toda la vida del árbol. i) Dios es todo gracia y perdón, en la verdad y en la justicia. La reacción contra una acentuación anterior de la omnipotencia, trascendencia, poder, justicia y exigencia moral de Dios respecto del hombre ha llevado a una comprensión de Dios que acentúa el reverso hasta desfigurarle y pervertirle. Al Dios terrible del Sinaí ha sucedido el cómodo Dios de bolsillo; al Dios de la exigencia sobre mí, el Dios de la conveniencia para mí; al Santo en fuego y llamas, el papaíto condescendiente siempre. El pecado no es ni puede ser vivido como el centro del cristianismo pero no dejará de ser realidad mientras la vida de fe sea una libertad personal y una relación amorosa entre Dios y el hombre y mientras el hombre rompa la fidelidad, la amistad, el cariño y el amor esponsal con Dios mediante la desobediencia, infidelidad o traición. No son dignos de Dios ni del hombre la gracia barata, el perdón trivializador, la vida cristiana al nivel de la espuma superficial. En Dios amor y verdad, gracia y justicia son inseparables. Lo que cada una de ellas significa lo aprendemos definitivamente a la luz de la vida y de la muerte de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. j) Dios no necesita nuestras oraciones pero nosotros necesitamos su amor. La trascendencia absoluta de un Dios que es libertad, plenitud y amor lleva consigo que ninguna relación exterior le advenga como necesaria a su ser y plenificadora de su indigencia, ya que nada necesita. Pero el Dios que se ha revelado en Abrahán como Dios de los hombres, el Dios que en Jesucristo tiene destino con los hombres y muere por cada uno de ellos se hace disponible, vulnerable y dependiente de ellos. Junto con la alabanza, la adoración y la acción de gracias, la súplica o petición es la expresión concreta de nuestra relación filial con un Dios que es nuestro Pa46 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA dre. Quien, sin dejar de considerar a Dios creador y dueño, no trata con él como se trata con un amigo, como un hijo trata a un padre, un indigente a un rico y un débil a un poderoso, ese no es creyente. La historia es ese abismal enigma de la omnipotencia de Dios entrando en juego con la libertad del hombre y quedando a merced de ella. El hombre puede conducir a Dios al dolor y al morir (Sterben), pero no al mal y a la muerte (Tod). La relación específica del filósofo con Dios es la alabanza y la adoración, que se expresan en el himno. La relación específica del creyente es el trato y el diálogo de amor, que incluyen la súplica. El fundamento es que la historia no está predestinada ciegamente ni cerrada definitivamente sino que sigue abierta a la colaboración, decisión y acción tanto de Dios como del hombre. Los humanos estamos llamados a colaborar con Dios, a codeterminar el dinamismo de la historia. Y en esa vocación podemos ayudar al plan de Dios o podemos frustrarlo. De los fariseos y maestros de la ley dice san Lucas: «Frustraron el designio de Dios para con ellos» (Lc 7, 30). Ante esa apertura de la historia que Dios y el hombre tienen que llevar a su término en común, el hombre ora, se implica, ruega a Dios que se incline y le ayude a ir en una dirección. Nunca para sobornarle ni hacerle chantaje vil sino para ponerse ante él como compañero de alianza e implicado en el mismo designio. «No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama», define santa Teresa (Vida 8, 5). F. Heiler concluye su obra clásica, ya citada, distinguiendo la actitud del filósofo ante Dios (Anbetung, Andacht, Kontemplation, adoración, recogimiento, contemplación) de la del hombre religioso (Gebet, beten, bitten, oración, rezar, rogar). La propia de este es la súplica: hablar, tratar, pedir, conversar con Dios con el trato propio de las relaciones de amistad y de amor entre sujetos personales. Por su parte, otro gran especialista, F. Ménégoz, inicia su obra El problema de la oración (1925) con este exergo: «De la actitud de la cristiandad ante la oración depende la suerte del cristianismo en el mundo». k) Dios es meta e ideal para el hombre pero no cualquier ideal es Dios. El hombre vive abierto al futuro, tiene que marchar hacia él y la vida es proyecto. Los hombres viven con dignidad cuando se realizan como arqueros disparando la flecha de su existencia al blanco. Esa meta fija la luz de nuestros ojos, nos orienta hacia ella como fin y desde ella seleccionamos los medios que debemos utilizar en el camino para alcanzarla. Hay muchas metas posibles para la vida humana. Últimas, penúltimas, próximas, inmediatas. Cada una de ellas tiene su peso propio y debe ocupar su lugar debido. Dios es un quien por conquistar en la medida en que le descubrimos como nuestro creador, fundamento y fin; en la medida en que se nos ha revelado en la historia y, a la luz de esa revelación, hemos 47 CRISTIANISMO Y MÍSTICA descubierto la jerarquía o la ordenación que existe entre las realidades, verdades, medios y metas que constituyen tanto la vida cristiana como la vida humana. La cultura, la ética, la estética, la nación, la revolución pueden convertirse en ideales para un hombre. Dios no los desplaza pero los emplaza para que respondan si pueden dar al hombre todo lo que este necesita y espera. Cuando esos ideales se ponen en el lugar de Dios, surge la idolatría, que es la mentira y falsificación del hombre porque le prometen lo que no pueden darle: verdad, felicidad, última paz y perdón, última dignidad. En la idolatría ha confundido lo que son medios con lo que son fines, lo relativo con lo absoluto, lo profano con lo religioso y lo humano con lo divino. l) Dios quiere lo natural para el hombre pero no cualquier cosa es ya natural. Dios ha creado al hombre para que participe de su vida, de su plenitud, de su amor en el trabajo y en el placer. Hay que desterrar de la conciencia la convicción que formuló Nietzsche al decir que el cristianismo había envenenado el placer. El hombre tiene que realizar su naturaleza y realizarse conforme a ella. Ahora bien, en el hombre convergen tres niveles: a) lo prehumano, cósmico, animal, determinado por la ley de la gravedad y del instinto; b) lo espiritual, portado por la luz del yo como absoluto y tendiendo hacia absolutos, hasta el punto de ser tentado a sustituir a Dios e implantarse en su lugar: c) la apertura y capacidad de lo divino que pone al hombre en la vecindad de Dios con deseo de él, espera y súplica de su palabra reveladora. Y tiene que vivir en esa que san Agustín llamaba la regio media salutis, es decir, entre los dos hemisferios que todos llevamos dentro27. Lo que es natural tenemos que discernirlo ya a la luz de la revelación final de Dios. La naturaleza está abierta y debe ser realizada desde una luz superior: la cultura. La ley de la gravedad, del instinto y del placer inmediato no es sin más la ley de la gracia. Aquella tira hacia abajo, esta hacia arriba. No todo lo que parece natural es verdadero. En la vida del hombre existen la negación, la infidelidad, el rechazo del bien y de la verdad: en una palabra, la culpa y el pecado. A esto hay que enfrentarse desde la conversión, el arrepentimiento y el perdón que solo Dios puede otorgarnos, ya que todo hombre sabe que, fueren cuales fueren los pecados, todos son contra Dios siempre, como reconocía el salmista al escribir: «Contra ti he pecado» (Sal 50, 4). No hay ya naturaleza sin cultura, ni mística sin moral, ni una espontaneidad directamente identificable con la voluntad divina. El cristianismo no es ética pero no hay cristianismo sin ética, sin disciplina de vida, sin afirmación de lo inferior desde lo superior y no a la inversa. Y aquí vale el criterio: lo inferior solo sirve al hombre si él, a su vez, sirve a lo su27. Cf. S. Álvarez Turienzo, Regio media salutis. Imagen del hombre y su puesto en la creación. San Agustín, Salamanca, 1988. 48 LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA perior. El estadio estético tiene que ser trascendido hacia el ético y este hacia el religioso, que debe conformarse desde la clara luz de la palabra, vida, muerte y resurrección de Jesucristo. No hay mística superior a esta historia ni una doctrina que integre a esta solo como un peldaño hacia otra mística superior. Moral, Evangelio y mística son inseparables en el cristianismo. Ninguno de estos términos puede funcionar por sí solo con independencia de los otros dos. 49 Cristianismo y mística Capítulo 2 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA I. EL CRISTIANISMO: SU ORIGEN HISTÓRICO Y SU PRINCIPIO (ARCHÉ) PERMANENTE El cristianismo tiene una raíz personal y una cuádruple matriz social. En su origen histórico está la persona de Jesús de Nazaret: su palabra, su acción, su destino, la experiencia que tuvieron de él, resucitado por Dios, quienes le habían seguido desde su predicación en Galilea hasta su muerte en Jerusalén. Una persona individual, situada en un marco geográfico concreto y dentro de unas coordenadas temporales que se trenzan con la historia general de Palestina y la del Imperio romano. Jesús es un judío de Nazaret, que aparece el año decimoquinto del emperador Tiberio César: un hecho, no una idea o un mito. El evangelista Lucas, con el fino sentido del historiador, da los datos geográficos, cronológicos y políticos exactos para reconocerle en su irreductible identidad concreta (cf. Lc 3, 1-3). 1. La persona de Cristo y los contextos del cristianismo Si Jesús de Nazaret es la raíz personal, única en el origen y permanente en la duración temporal, su destino está religado primero al de su pueblo y luego al de la Iglesia. Algunos miembros de aquel lo arrojaron fuera de sí, crucificándole fuera de la ciudad, mientras que otros le acogieron dentro de sí y, creyendo en él, se convirtieron en cristianos. El Israel de Dios serán en adelante los judíos y los cristianos; el pueblo de Dios transita ahora por la Iglesia y por la Sinagoga, ya que los dones de Dios son definitivos y él no los retira a nadie (cf. Rom 9-11). La alianza con el pueblo elegido perdura, aun cuando haya sido hecha nueva y definitiva en la muerte-resurrección de Jesús, constituido por ellas Mesías (Cristo), 51 CRISTIANISMO Y MÍSTICA de forma que ya no existe un Jesús que no sea el Mesías y no existe un Mesías que no sea Jesús (cf. Jr 31; Heb)1. ¿Desde qué ideas, esperanzas y experiencias es acogido, interpretado y correspondido ese Jesús, ya para siempre considerado Cristo? Se ha partido de una cuádruple matriz para su comprensión e interpretación. Los primeros creyentes partían de su convivencia con él, del recuerdo vivo de lo que había hecho y dicho desde los días de Juan el Bautista hasta los días de su ascensión a los cielos. Esa historia, primero convivida y luego recordada, fue comprendida desde una convicción rectora: comprender a Jesús es comprender las escrituras sagradas de Israel y comprender estas es comprender a Jesús (cf. Lc 24, 25; 5, 39). El que luego vamos a llamar Antiguo Testamento es la primera matriz de comprensión de Jesús. La segunda es la tradición rabínica, hecha de la lectura de la Sagrada Escritura y de una serie de métodos de su interpretación, variados según las diferentes escuelas y grupos, tanto los existentes en Palestina como fuera de ella. La tercera matriz de comprensión de Jesús es la propia vida de la Iglesia naciente y creciente, asentada en Jerusalén, su lugar de origen, y enseguida convertida en misionera, yendo desde Jerusalén a toda Judea, Samaria y hasta los confines del orbe (cf. Hch 1, 8). La misión de anunciar a Jesús como Mesías en las sinagogas y en el mundo helenístico y el encuentro con las religiones y culturas de este mundo son lugares concretos a partir de los cuales es comprendido Jesús y se constituye el cristianismo como magnitud histórica. Esta es, por tanto, la cuádruple matriz que llevó al conocimiento e interpretación de Jesús: la memoria de lo convivido con él en el pasado; la experiencia de su presencia permanente en el culto, la vida comunitaria y la acción misionera de la Iglesia; la inteligencia de los escritos sagrados leídos como promesa, profecía y retrato anticipado de él; el encuentro e interacción con otras realidades humanas, sociales y religiosas, que obligaron a los apóstoles y sus sucesores a repensar el contenido propio de su propuesta. El conjunto de escritos recogidos por la Iglesia de los dos primeros siglos, en los cuales ella encuentra la expresión auténtica de lo que celebra en el culto, propone en la evangelización y enseña en la catequesis, formaron lo que luego hemos llamado Nuevo Testamento. Sus veintisiete libros testimonian de una compleja unidad: la persona de Cristo recordada, amada y predicada2. Unidad compleja, ya que esos escritos proceden 1. Cf. N. Lohfink, La alianza nunca derogada. Reflexiones exegéticas para el diálogo entre judíos y cristianos, Herder, Barcelona, 1992; O. González de Cardedal, Cristología, BAC, Madrid, 2012, p. 439, nota 46. 2. J. N. Aletti, Jesucristo, ¿factor de unidad del Nuevo Testamento?, Secretariado Trinitario, Salamanca, 2000. En los últimos decenios se ha puesto de relieve la tensión existente entre la unidad de confesión de fe existente en el Nuevo Testamento y la pluralidad de sus expresiones o teologías. Así por ejemplo: L. Goppelt, Theologie des Neuen Testaments, 52 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA de diversos autores que nacen en contextos diferentes, se proponen fines distintos y no se conocen entre sí cuando escriben. La diversidad es patente y la unidad está constituida por las realidades a las que remiten todos de una u otra manera: el designio salvífico de Dios, el cumplimiento de lo anticipado en las escrituras sagradas de Israel, su realización histórica en la persona de Cristo, la donación del Espíritu a la Iglesia y la promesa de redención universal. La Iglesia elabora una estructuración orgánica de todas esas realidades y las propone en su kerigma: el anuncio gozoso de la salvación (Evangelio) ofrecida por Dios en Cristo a todos3. El Nuevo Testamento tiene en Cristo (= Jesús, identificado con el Mesías de la esperanza del pueblo de Israel) no solo su origen histórico único sino su permanente fundamento y forma y, con ello, su contenido teológico. No hay un tránsito de Dios a Jesús en el sentido de anulación o superación de Dios por él. No se puede decir que haya una sustitución de centro ni que en el cristianismo naciente haya dos centros equivalentes. Dios es el centro de todo, por quien todo es y para quien todo es; de quien Cristo viene, hacia quien marcha y en cuya autoridad habla y actúa. Hay una continuidad entre Jesús y Dios, no solo la profética sino otra de naturaleza distinta. El Nuevo Testamento habla de Cristo como «el Hijo» y de Dios como «el Padre», reconociéndoles diversidad en la unidad. Aparecen como inseparables: no existe el uno sin el otro, ni son cognoscibles uno al margen del otro (cf. Mt 11, 25-29; Jn 10, 15). Dios y Cristo forman una unidad salvífica, una cooperación dinámica, una única instancia equivalente de autoridad y juicio. Lo que está insinuado con hechos en los evangelios sinópticos, explicitado con palabras en san Pablo y en san Juan, será formulado en los primeros concilios. Lo que en el Nuevo Testamento se dice con términos funcionales y dinámicos, Nicea y Calcedonia lo formularon con las categorías metafísicas propias del pensamiento griego4. 2. Las dos miradas del Nuevo Testamento a Cristo El Nuevo Testamento tiene dos miradas fundamentales a Cristo: la del recuerdo en la admiración y la del amor en la adoración. Los evangelios sinópticos nos llevan de la mano, siguiendo el itinerario personal de Cristo, arrancando poco a poco nuestro asombro y nuestra admiración, vol. 1: Jesu Wirken in seiner theologischen Bedeutung, Gotinga, 1975; vol. 2: Vielfalt und Einheit des apostolischen Christuszeugnisses, Gotinga, 1976; F. Hahn, Theologie des Neuen Testaments, vol. I: Die Vielfalt des Neuen Testaments. Theologiegeschichte des Urchristentums; vol. II: Die Einheit des Neuen Testaments. Thematische Darstellung, Tubinga, 2002. 3. Ch. H. Dodd, La predicación apostólica y sus desarrollos, Fax, Madrid, 1974; Íd., According to the Scriptures. The Substructure of the New Testament Theology, Londres, 1961. 4. O. González de Cardedal, Cristología, pp. 225-273. 53 CRISTIANISMO Y MÍSTICA nuestra sorpresa y nuestro entusiasmo ante sus palabras, sus signos de curación, su ternura ante los pobres y enfermos. En medio de todo ello, de las multitudes que se agolpan, del rechazo de los dirigentes y del cariño de los pobres, encontramos una personalidad serena y referida a un centro de adhesión, de obediencia y de confianza permanentes en Dios. La oración es un elemento esencial en el itinerario exterior e interior de Jesús. Oración que precede a las decisiones fundamentales, como pueden ser la elección de los Doce o la propia Pasión. Oración de noche, oración en soledad, oración con los salmos y oración nacida de su propia alegría en el Espíritu Santo, de su angustia en Getsemaní o de su agonía en el Calvario5. A la luz de esa vida de filiación ha estado determinada toda su existencia. Esta se ha realizado en obediencia desde el comienzo hasta el final, en una entrega a la voluntad de aquel a quien invoca como Padre, con independencia de que los hechos y poderes humanos le fueran favorables o adversos. Esta vida de acción y oración en tal permanente intimidad, entregada e imperturbable en medio de todos esos elementos, nos hace sospechar una experiencia interior de Jesús que ha llevado a hablar de un Jesús místico y de la mística de Jesús. Esta es una mirada a Jesús, pero el Nuevo Testamento nos ofrece además otra en la que él ya no es el sujeto que obedece, ora y adora a Dios, su Padre, sino el objeto de la atención del creyente, que se refiere a él situándole en un horizonte divino, como quien comparte autoridad y conciencia, ser y vida con el Padre, en unidad de comunión y de revelación. En la primera mirada Jesús es el sujeto agente y ante él sus seguidores de entonces y nosotros los creyentes de ahora respondemos con la admiración de su figura, la adhesión a su doctrina, el seguimiento de su forma de vida y el cumplimiento de su propuesta moral. En la segunda mirada Jesús, acreditado como Hijo por Dios en la resurrección, es el objeto al que nos referimos no solo como aquel que está con Dios sino como aquel con quien Dios está de una forma única, que comparte con él ser, autoridad, conocimiento y juicio. La reacción o respuesta del creyente ante él ya es de naturaleza distinta. A la admiración, adhesión intelectual y seguimiento moral han sucedido otras actitudes que trascienden a estas. Son las que solo actualizamos cuando nos referimos a Dios: la fe, el amor, la última decisión a vida y muerte (martirio). Por ellas creemos a su palabra como palabra de Dios (credere Christo) y nos confiamos a su persona (credere in Christum), en una comunión de destino que no tiene nada comparable en otros órdenes de experiencia. En los evangelios sinópticos el centro de atención es Jesús y su predicación del reino de Dios; en los escritos de Juan y de Pablo, en cambio, 5. Cf. J. Caba, Cristo ora al Padre, BAC, Madrid, 2006; I. de la Potterie, La prière de Jésus, París, 1990; J. Ratzinger, Das Beten Jesu, Friburgo de Brisgovia, 2013. 54 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA el centro de atención es la persona de Jesús en su relación de Hijo con el Padre, en su destino de muerte con nosotros y de resurrección para nosotros. En la primera fase de la historia de Jesús el centro es el reino de Dios que llega; en la segunda fase de la historia es la persona de Jesús, reino en persona. Aquí ya no están en el centro los milagros (dýnamis, térata, seméia) o las parábolas (doctrina, autoridad) que acreditan la legitimidad divina de quien habla, sino quien profiere estas y realiza aquellos, siendo acreditado por Dios y asumido a su misma vida. El reino deja de ser el horizonte de referencia y pasa a serlo la persona misma de Cristo. A partir de este instante se inicia un proceso de comprensión de Jesús y de relación con él que culmina en su veneración y adoración cultual. El culto es el lugar supremo de actuación del Espíritu Santo, de la presencia y manifestación de Cristo como Kýrios y, con ello, de la constitución de la Iglesia. Una vez que Jesús fue reconocido como Cristo e Hijo de Dios, se pasó de una relación con él incorporándose a su obediencia y consiguientemente a su experiencia filial del Padre, a otra relación en la que él mismo es ya el objeto sobre el que versa la intencionalidad de nuestros actos, ya que el Padre no es ajeno ni lejano a él sino la misma entraña de su propio ser personal. Aquí Jesús es venerado con la misma veneración con que se venera a Dios y se pasa de «la religión de Jesús» (a la manera de Jesús y a imitación de él), a la fe en Cristo, el Hijo de Dios. Fe, culto, amor son las características de la comunidad de creyentes en Cristo. La Iglesia pasó de lo que con terminología actual algunos llaman «Jesús místico» (sujeto modelo para nosotros) a la «mística de Cristo» (en la que él es a la vez causa y objeto de nuestra relación). 3. Sentido y formas de la mística como pregunta previa Aquí surge una cuestión fundamental que los exégetas han discutido apasionadamente en la primera mitad del siglo veinte: ¿Hay una mística en el Nuevo Testamento? ¿Sería ella la prolongación del Antiguo Testamento, como revelación de la palabra de Dios acogida en la obediencia y de su acción en la historia? O por el contrario, ¿sería la perversión de esa revelación de Dios mediante los profetas, salmistas y sabios, así como de la correspondiente fe del hombre? Este es el típico problema donde las palabras se convierten en la trampa en el camino hacia la verdad. Ellas, permaneciendo idénticas en su historia, se aplican a realidades bien distintas y transferidas de un contexto de sentido a otro confunden cosas que son distintas o separan cosas que están indisolublemente unidas entre sí. El fenómeno de retroproyección de las palabras de un siglo a otro; de una cultura a otra, de un universo de conciencia a otro, en nuestro caso del siglo XXI a un libro nacido hace más de veinte siglos, como en parte es la Biblia, lleva a errores mortales. La palabra «mística», nacida como sus55 CRISTIANISMO Y MÍSTICA tantivo en la era moderna, fue ganando actualidad cultural y religiosa desde mediados del siglo XIX hasta finales del siglo XX. Mientras que la actualidad del término ha ido en aumento, la precisión de su sentido ha ido decreciendo. Hoy no existe una delimitación de su contenido ni una definición rigurosa; cada uno propone la propia. La palabra «mística» ha ido siendo entendida desde cuatro horizontes o marcos de comprensión de la realidad. Pero sobre todo su significado exacto depende en cada caso del objeto al que se refiere quien habla, de la dimensión del sujeto implicado en esa experiencia y de la finalidad que con esos actos se quiere alcanzar. Yo distinguiría cuatro sentidos fundamentales, que son no pocas veces contrarios entre sí, como veremos al responder la pregunta de si hay una mística en el Nuevo Testamento y si es una «mística teocéntrica» (Gottesmystik) o «cristocéntrica» (Christusmystik). Es verdad que cada una de ellas implica de una u otra forma o arrastra tras de sí a las otras, siendo conjugables en unos casos, mientras que en otros el acento puesto sobre una de ellas excluye el resto. Indicamos de manera brevísima los cuatro horizontes de esas comprensiones: a) Comprensión metafísica. En ella prevalecen términos como fusión, trasformación, inmersión, disolución del ser finito en el Infinito, de la historia en el Absoluto, del tiempo en la eternidad. Hay, por tanto, un presupuesto que subyace a toda la actividad: la voluntad de retorno a un origen anterior en el que estaba realizada nuestra verdad y de la que nos hemos alejado. Para quienes piensan así la realidad, la existencia es la regio dissimilitudinis, en la que el hombre vive perdido y degradado: volver a la patria es la tarea del hombre6. Aquí todo el esfuerzo es la búsqueda de un camino salvífico, que nos conduciría a una situación en la que están reconciliadas todas las oposiciones, a una última unidad de todo lo que existe por la unión-unificación en la que el ser finito, afincándose o disolviéndose en el Infinito, alcanza su paz definitiva (salvación). Esta comprensión de la mística puede tener dos configuraciones fundamentales. Una es aquella en la que no hay una comprensión personal de Dios ni del mundo como creación. Hay un Absoluto (que será comprendido de formas muy diversas según las distintas filosofías y religiones), del que por emanación proceden todas las creaturas y por atracción retornan a él. Pero dentro de esta perspectiva metafísica hay una comprensión legítima, en la cual Dios es el Absoluto personal que creándonos nos mantiene en relación permanente con él y mediante un amor abisal, que se identifica con nuestra memoria, nos atrae hacia él. En lugar de emanación se hablará de creación y de participación; en lugar del éros po6. Cf. Agustín, Confesiones 7, 10, 16. Véase Œuvres de Saint Augustin. Les Confessions I, París, 1962, pp. 689-692. 56 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA sesivo del sujeto finito acosado por la indigencia se hablará del amor del hombre, con el que, fruto de su conocimiento (amicitia), responde al amor previo del Dios creador y redentor (agápe). El texto de un poeta pagano que con aprobación cita Hch 17, 28 es un exponente de este tipo de mística metafísica auténtica, centrada en torno al Ser. b) Comprensión intelectual. Se trata de una unión del hombre con Dios a la que aquel llega recorriendo un largo camino, hecho de abstracción de todo lo que le retiene o detiene en la marcha para elevarse a la idea. Purificación permanente de los apetitos, que le llaman hacia lo natural y animal prehumano que nos constituye, así como de los deseos e imaginaciones (las sirenas de Ulises) que unas veces nos quieren detener en nuestra marcha hacia la patria eterna, arrastrándonos hacia abajo, y otras nos incitan, por el contrario, a negar el cuerpo y la animalidad. Si en la forma anterior prevalecía una comprensión y afirmación del ser como tal en una relación de totalidad tendente al Absoluto y unida a él, aquí prevalece la inteligencia como dinamismo constituyente del hombre y raíz de su libertad. Se trata por tanto de conocimiento, de visión y de comprensión. El camino de ascesis, purificación y atención interior puede desembocar en un conocimiento contemplativo de Dios análogo al que el hombre tiene de su propio ser, que no es meramente conceptual y que deriva del hecho de que en el hombre ser y espíritu se coimplican. La palabra decisiva es «teoría», «contemplación». Aquí no se habla de experiencias excepcionales ni de visiones o revelaciones, sino del ser del hombre imantado por la Verdad, la Belleza y el Bien, que son todo uno en Dios. Los nombres de Platón, Plotino, Pseudodionisio, san Agustín, Eckhart y Nicolás de Cusa serían exponentes de esta mística del Logos, del Espíritu, del Absoluto de Verdad al que está destinado y al que tiende el hombre. c) Comprensión personal (experiencial, vivencial, amorosa). En ella no aparecen en primer plano la determinación ontológica ni la intelectual sino la persona conformada por lo que son los afectos, los deseos, las pasiones y las ilusiones concretas que toda existencia humana lleva consigo y que en la relación con Dios se convierten en peldaños para llegar hasta él o en rémoras que nos retienen en el mundo de los apetitos carnales. Aquí el hombre es percibido primordialmente como voluntad, libertad, afecto. Dios es correlativamente comprendido como el que llama, elige, se convierte en compañero de camino, espera y sostiene al hombre en una relación de amistad y compañía con él. Si la trascendencia de Dios caracteriza las dos formas anteriores, en esta aparece en primer plano la inmanencia de Dios al alma. El peligro es recaer en un antropomorfismo por el que trasladamos a Dios lo que son determinaciones de nuestra vida, hasta hacerle semejante a nosotros y ponerle a nuestro servicio. Dios no solo lo es todo y no solo es el que como Bien-Verdad-Belleza nos atrae en un horizonte lejano sino el que nos inhabita, ilumina, incendia y se 57 CRISTIANISMO Y MÍSTICA deja sentir a través de nuestra propia psicología. Las palabras «amistad», «amor», «experiencia», «deseo» son las centrales y centradoras del resto de la vida personal. Las visiones, las revelaciones y otros fenómenos extraordinarios son la repercusión del don de Dios sobre el propio cuerpo en un exceso del don sobre la capacidad del recipiente, haciéndole partícipe de lo que el alma percibe en su hondón o en la fina punta de su espíritu. Este tipo de mística ha tenido sus mayores exponentes en las mujeres: Hildegarda de Bingen, Matilde de Magdeburgo, Gertrudis de Helfta, Ángela de Foligno, Teresa de Ávila... y en hombres como Tauler, Suso, Ruysbroeck, san Ignacio, san Juan de la Cruz. Estos autores, luchando con la inefabilidad del Misterio y braceando con su amorosa inmensidad, nos han dado las mejores palabras sobre Dios, los más sublimes cantos y las más humildes súplicas. Si en la primera forma de mística lo esencial era el silencio y la inmersión en el abismo y en la segunda la contemplación, la intuición y la participación, en esta tercera forma de mística lo esencial es el amor, la atención y la audición del Amado. d) Comprensión activa. En realidad no se trata de una forma distinta de las anteriores sino del acento puesto en el dinamismo de algunos exponentes de este conocimiento y experiencia de Dios, que han prolongado hasta los otros hombres, la sociedad o la naturaleza lo que en ellos era participación en la acción creadora, cognoscitiva y trasformadora de Dios. Esta es la característica asignada por Bergson a los que él ha llamado los grandes místicos: El misticismo conduce a una toma de contacto y, por consiguiente, a una coincidencia parcial con el esfuerzo creador que manifiesta la vida. Este esfuerzo es de Dios, si no es Dios mismo. El gran místico sería una individualidad que franquearía los límites materiales asignados a la especie y que continuaría y prolongaría así la acción divina. Tal es nuestra definición7. Luego aplica esta definición a los grandes filósofos en quienes la filosofía era una forma de vida y una religión. Por ejemplo, Plotino, de quien, sin embargo, dice que, como Moisés, vio la tierra prometida pero no le fue dado entrar en ella. Llegó hasta el éxtasis, estado en que el alma se siente o cree sentirse en presencia de Dios e iluminada con su luz; pero no franqueó esta última etapa, que le hubiera permitido llegar al punto en que la contemplación se funde con la acción y en que la voluntad humana se confunde con la divina8. 7. H. Bergson, Las dos fuentes de la moral y de la religión, Sudamericana, Buenos Aires, 1962, p. 222. 8. Ibid., p. 223. 58 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA Con este criterio muestra que el budismo no es un misticismo completo. «Este será acción, creación, amor»9: El misticismo completo es, en efecto, el de los grandes místicos cristianos... Piénsese en lo que realizaron, en el dominio de la acción, un san Pablo, una santa Teresa, una santa Catalina de Siena, un san Francisco, una Juana de Arco y tantos otros10. No es este el lugar para analizar estos textos de Bergson, exponentes de una comprensión naturalista de la vida mística como expresión cumbre del impulso creador de la vida, en los que la acción de la gracia, como expresión de una libertad y un amor divinos, que trascienden las posibilidades y exigencias de la naturaleza general, no tiene un lugar específico. 4. Acentos y tentaciones de cada una de estas formas de mística La mística metafísica (ser en Dios) pone el acento en la unión como identificación con Dios. Esta tiene una lectura legítima, como por ejemplo en múltiples textos de la tradición teológica oriental al hablar de la «deificación», mientras que otra versión puede desembocar en monismo y panteísmo. El propio san Juan de la Cruz hablará de la transformación del alma en Dios, sin que ello signifique la superación de la diferencia entre Dios y el hombre o la pérdida del carácter personal del ser humano. La mística cognoscitiva (intuición del Absoluto presente) pone el acento en el acercamiento de la inteligencia humana hasta coincidir nuestro espíritu con el suyo, conociendo como él, en un saber que es su Verbo eterno, en quien el Padre se dice y somos dichos nosotros. La mística personal (experienciar, gustar, sentir presente a Dios) es aquella en la que Dios deja sentir con más intensidad su ser como amor y su presencia como determinadora de los sentimientos primeros del hombre. En ella está implicada la totalidad del ser humano, desde la chispa de la inteligencia y el ardor del corazón hasta la centella rememoradora de nuestro origen divino que es la memoria y hasta el propio cuerpo, que es así integrado por el éxtasis, la visión o el sufrimiento en la relación unitiva y trasformadora con Dios. Si en las anteriores formas prevalecen los términos derivados de la ontología o de la gnoseología, aquí prevalece la terminología personal y personalizadora. La mística activa (acción, creación) pone el acento en la desembocadura que el conocimiento y la experiencia de Dios encuentran en la trasformación del mundo y en los procesos creadores de nuevas formas de ayuda y de cultura para los demás. 9. Ibid., p. 226. 10. Ibid., p. 228. 59 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Cada una de estas cuatro formas puede tener una realización auténtica y una realización perversa. En un sentido las cuatro son expresiones de la realidad y de la realización diferenciadas del hombre, que, por ser de naturaleza intelectiva y dilectiva, tiende a compartir la vida de Dios. Por ser inteligente, está abierto a todo (anima quodammodo omnia de Aristóteles, el alma es en cierto sentido todo), incluido el propio Dios. Por ser voluntad y corazón, anhela un amor que le afirme incondicionalmente y le acoja más allá de su debilidad y pecado. Por ser espíritu encarnado, la relación con Dios puede afectar al cuerpo en todos sus impulsos. Por ser dinamismo que participa en la acción creadora de Dios, tiende a transferir al mundo de la materia, de la sociedad y de las instituciones aquella vida, conocimiento y experiencia que él ha recibido de Dios como gracia. La tentación de la mística metafísica es la anulación de la diferencia entre Dios y el hombre. La tentación de la mística intelectual es reducir el hombre a conciencia, a pensamiento, sucumbiendo con ello a un racionalismo. La tentación de la mística personal es la reducción antropológica de Dios, lo que le hace caer en un vivencialismo carente de vigor intelectual y de conexión con la complejidad que la vida humana lleva consigo. La tentación de la mística activa es comprenderse como mero efecto de un impulso (élan) que llega hasta sus últimas consecuencias y expresar ese dinamismo como la manifestación suprema de la evolución creadora. ¿Quién no se ha sorprendido al leer las dos líneas con que Bergson concluye la citada obra: «... la función esencial del universo, que es una máquina de hacer dioses»11? El cristianismo asume cada una de estas formas de mística y las juzga a partir de su comprensión personal, histórica y trinitaria de Dios; a partir de la relación de Dios con los hombres en la creación, revelación, encarnación, redención y consumación prometida; y consiguientemente a partir de la comprensión del hombre derivada de ellas como su imagen, creatura y compañero de destino en una alianza que trasciende el tiempo y la muerte. Toda mística es partícipe y solidaria de una precomprensión fundamental del ser, del hombre, de la historia y de Dios, que da las claves para otorgar o negar valor al resto de sus afirmaciones. Cada una de estas tiene un valor parcial como miembros de un cuerpo pero su sentido definitivo deriva del lugar que ocupan y de la función que cumplen para la vida del organismo. 5. Lugar de la mística en el Nuevo Testamento La historia de la exégesis primero y la de la teología después han estado determinadas en la era moderna por dos movimientos fundamentales 11. Ibid., p. 301. 60 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA del protestantismo. Uno fue el de la teología liberal, que propugnó la contraposición entre profetismo y culto, entre los profetas heraldos de la justicia y la libertad, por un lado, y los sacerdotes representantes de la tradición como rutina y del culto como alienación respecto de la vida, por otro. A partir de finales del siglo XIX este tipo de teología centró la religión veterotestamentaria en el monoteísmo y en los ideales de justicia tal como aparecen en la predicación profética. La expresión monoteísmo ético fue una especie de santo y seña12. En el pensamiento de Ritschl la primera palabra positiva del mensaje cristiano era «ética», mientras que las dos primeras palabras que se tenían por enajenadoras del mensaje cristiano de reconciliación con Dios en la muerte de Cristo eran «metafísica» y «mística»13. En el segundo decenio del siglo XX aparece una nueva contraposición, esta vez entre la oración profética y la oración mística, elaborada por N. Söderblom y F. Heiler14. A esta segunda contraposición vino a añadirse una tercera: la propugnada en la teología dialéctica con Barth, Brunner y Bultmann entre la palabra (Biblia) y la mística. Bajo esta última creían ver activos un ateísmo y viejos restos de teúrgia, en la que el hombre pecador intenta apoderarse de Dios y ponerle a su servicio15. 12. «¿Qué lograron los profetas de Israel? ¿Cuál es el resultado de su actuación y cómo debemos valorarla? Su creación es el monoteísmo ético. Se elevaron hasta alcanzar la fe en el Dios único, santo y justo, que realiza su voluntad en el mundo, es decir, lo moralmente bueno. Por medio de la predicación y de la escritura han hecho de esta fe una posesión inalienable de su raza» (A. Kuenen, The Prophets and Prophecy in Ancient Israel, Londres, 1877, p. 585). 13. A. Ritschl, Theologie und Metaphysik. Zur Verständigung und Abwehr, Bonn, 1881. 14. N. Söderblom (1866-1931) hizo aportaciones fundamentales a la historia de las religiones, sobre todo acentuando la categoría de «santidad» como especificadora de lo divino y distinguiendo entre mística de la personalidad y mística de la infinitud, así como entre dos tipos de religiosidad: la religiosidad de la ejercitación propia como técnica de autorredención y la religiosidad profética, a la que va asociada la contraposición de ascética humana y revelación divina. Dos aportaciones fundamentales suyas en este sentido son el artículo «Holiness» en la Encyclopaedia of Religion and Ethics VI, 1913, y las Gifford Lectures, editadas tras su muerte por F. Heiler y otros: Der lebendige Gott im Zeugnis der Religionsgeschichte, Múnich, 1946. De F. Heiler, Das Gebet. Eine religionsgeschichtliche und religionspsychologische Untersuchung [1918], Múnich, 1969. Con algunas variaciones cierta teología protestante sigue manteniendo la misma contraposición entre «ethos y praxis», por un lado, y «mística y gnosis», por otro. Después de enunciar «la transformación del cristianismo primitivo en la gnosis», G. Theissen escribe: «en cualquier lugar donde el mundo presente rechaza el sentido, se producen bien esperanzas de su transformación como en la profecía o bien una retirada de la búsqueda de sentido fuera de este mundo, como en la mística, que se encuentra en el cristianismo primitivo bajo la forma de gnosis» (G. Theissen, Psychologie des premiers chrétiens. Héritages et ruptures, Ginebra, 2011, p. 49). La mística cristiana no deriva de una huida del mundo sino de una marcha hacia Dios, que es creador, señor y está presente en este mundo. 15. K. Barth trata la mística en el párrafo 17 del capítulo 2, titulado «Religión como incredulidad» (Unglaube), identificando mística y ateísmo y al místico con el escéptico: 61 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Sobre este trasfondo la respuesta a la pregunta de si hay una mística en el Nuevo Testamento ha sido tajante y negativa. Su presupuesto era una comprensión de la mística que en el fondo la hace sinónimo de magia en un sentido y de panteísmo en otro, es decir, la entiende como negación directa de la raíz y del núcleo original de la religión bíblica. Cito a continuación la respuesta de dos exégetas máximos, uno protestante, R. Bultmann, y otro católico, R. Schnackenburg, que están en la misma línea: una negación radical en primer momento y luego unas reticencias que abren una angosta puerta positiva. En los años 1922-1923 la mística es un tema de discusión en la Universidad de Marburgo, donde se contraponen fuertemente dos líneas de pensamiento, en las que se enfrentan la historia y la mística, representada aquella por los exégetas liberales y esta por los fenomenólogos e historiadores de las religiones R. Otto y F. Heiler. Así nos lo describe el propio Bultmann: «Aquí en Marburgo se puede percibir con intensidad la corriente de la mística moderna y su rechazo de la historia, lo cual es comprensible bajo la influencia de Otto y de Heiler. Yo paso por ser el crítico radical y el historiador filológico y tendré que superar ciertas oposiciones»16. En su Enciclopedia teológica dedica el párrafo 12 al tema «Mística y fe»17. La fe en Dios (Gottesglaube) y la piedad (Frömmigkeit) del Nuevo Testamento no son una mística. Sin embargo, la comprensión según la cual el hombre, tal como se encuentra aquí y ahora, no es aquel que él realmente quiere y debe ser, es común al Nuevo Testamento, a la mística y a toda religión; por ello, también la idea de que Dios es el que está más allá (der Jenseitige) de todo lo de aquí y lo de ahora. Pero sobre la relación del mundo y del hombre con el Dios trascendente, el Nuevo Testamento piensa de manera distinta que la mística; pues en continuidad con el Antiguo Testamento cree en Dios como el creador de este mundo presente y como el que dirige la historia18. cf. Kirchliche Dogmatik I, 2, pp. 324-356, que concluye con las siguientes líneas, que ven la religión, el ateísmo y la mística como amenazas a la revelación divina: «La superación de la religión, que significa un real y peligroso ataque a esta, se encuentra en otro libro, al lado del cual los libros de mística y de ateísmo habría que caracterizarlos como realmente inofensivos» (p. 356). Cf. H. Jaeger, «La mystique protestante et anglicane», en A. Ravier (comp.), La mystique et les mystiques, París, 1965, pp. 257-408. 16. R. Bultmann, carta a von Soden de 1 del agosto de 1921. Cf. K. L. Schmidt, «Eschatologie und Mystik im Urchristentum»: Zeitschrift fur neutestamentliche Wissenschaft 21 (1922), pp. 277-291. 17. R. Bultmann, Theologische Enzyklopädie, ed. de E. Jüngel y K. W. Müller, Tubinga, 1984. Para esta cuestión debatida entonces sobre la relación entre mística y escatología (K. L. Schmidt), mística y revelación (F. Gogarten), cf. K. Hammann, Rudolf Bultmann. Eine Biographie, Tubinga, 2009, pp. 127-133 y 207-212. 18. R. Bultmann, «Mystik. IV. Im Neuen Testament», en 3RGG IV, Tubinga, 1960, 1243. 62 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA Luego sintetiza las grandes ideas derivadas de las que consideraba las dos columnas de la revelación bíblica: la afirmación del Dios creador por amor en libertad y el rechazo de todo dualismo metafísico. Dios es contemplado no tanto en el orden del ser cuanto a la luz de su manifestación en la historia desvelando sus designios para con el hombre. La mirada del hombre está centrada en el hacer de Dios más que en su ser. El hombre, antes que en su constitución cósmica, es visto como el llamado por Dios e invitado al diálogo con él. El mundo es su patria propia aun cuando no sea la definitiva. Por eso ningún método ascético ni ninguna especulación o método que conduzca al éxtasis son lo exigido del hombre sino la obediencia a Dios y el amor al prójimo. De esa relación con Dios (amor en obediencia o pecado en desobediencia) depende su situación existencial. La redención es la superación de ese pecado mediante la justificación y la integración del hombre en la vida que Dios le comunica por su Hijo Jesucristo. Esta acción divina en Cristo es la definitiva, irreversible y consumadora de Dios. La cristología es escatología. La respuesta del mencionado exégeta católico, R. Schnackenburg, por los años sesenta, es exactamente la misma: La religión de la Biblia se comprende como revelada y religada a la historia; no deja margen alguno para la mística (entendida como una técnica autónoma, al margen de toda historia, para la inmersión en sí mismo). En el Antiguo Testamento, en el que el Dios de la alianza obliga a su pueblo al culto y a la ley, no se puede en absoluto hablar de mística. Incluso los salmos, que expresan una profunda intimidad con Dios, solo conocen el cobijo confiado en el Dios de la salvación. Los hombres que entran en una relación más cercana con Dios se sitúan en lejanía respecto de él; «ver a Dios» es expresión del encuentro con el Dios de la revelación, y el éxtasis profético es algo totalmente distinto del éxtasis místico19. Este autor sigue contraponiendo la religión como identificación con Dios lograda por técnicas del hombre (mística), por un lado, y la revelación de Dios en la historia y la obediencia al Dios de la alianza, como característica también del Nuevo Testamento, por otro. Sin embargo, al final de su texto tiene que reconocer que en san Pablo y san Juan hay fórmulas que, dentro de un universo histórico y personalista, hacen eco a fórmulas comunes a los escritos místicos del entorno en el que nace la Iglesia. Y concluye: Un rechazo total de la mística en el Nuevo Testamento en favor de una mera actitud de fe o de un encuentro personal y dialógico con Dios o con Cristo 19. R. Schnackenburg, «Mystik. II. In der Schrift», en 2LThK VII, Friburgo de Brisgovia, 1962, p. 733. 63 CRISTIANISMO Y MÍSTICA es parcial y desprecia las capas profundas de una piedad cristiana animada por la conciencia de un Espíritu otorgado gratuitamente20. Al testimonio de estos dos exégetas añadimos el de otros tres teólogos católicos que han reflexionado sobre lo que es la revelación como palabra de Dios dirigida a todo el hombre y sobre la fe como palabra de todo el hombre respondiendo a Dios. Las palabras que Dios dirige al hombre no llegan con carácter de mera autoridad; no son piedras que Dios lanza al hombre o simples imperativos que le pone ante los ojos. Son la intimación (intimidad más autoridad) de un Dios creador que se dirige a su criatura para proponerle un camino de vida e invitarla a una comunión de destino. Son palabras con contenido de verdad, dirigidas a quien es inteligencia y voluntad de verdad. Aquí surge la necesidad de asumir la categoría de «experiencia» como indispensable para dar razón exhaustiva de lo que ha sido y de cómo se ha vivido la religión bíblica. Con ello se recupera en la teología una categoría estigmatizada a partir del modernismo. Los exponentes de esta corriente o actitud de pensamiento la habían contrapuesto a las categorías de oráculo de revelación y a dogma de la autoridad, utilizándola para entrar en diálogo o al menos en empatía con lo que la categoría de razón autónoma y de libertad de conciencia había llevado a cabo en el siglo XIX. Pero el mal uso de la categoría de «experiencia» no daba derecho a expulsarla del templo de la Iglesia y de la teología. Había que recuperarla, fundamentarla y darle derecho de ciudadanía tanto en la Iglesia como en la teología. Han llevado a cabo esta tarea, entre otros teólogos, J. Mouroux, en su obra clásica L’expérience chrétienne: Introduction à une théologie (1952), Hans Urs von Balthasar, que convierte la «experiencia» en categoría central de su Teoestética (Gloria I), y Karl Rahner. Este, recogiendo mucho de la mejor herencia de Blondel, del renacimiento tomista y del diálogo con la herencia de Kant, intenta superar un extrinsecismo, para el cual la revelación, la fe y la gracia advendrían cayendo desde fuera sobre el hombre sin mostrar cómo se conjugan con la abertura fundamental de nuestro espíritu y la esperanza anónima que lo orienta hacia Dios. El espíritu humano es mundo pero trasciende todo objeto mundano para abrirse al fundamento de posibilidad de su existencia. El hombre es un oyente esperanzado de una palabra que le llegue de más allá de sí mismo y le lleve más allá de sí mismo. Un más allá y un sí mismo que 20. Ibid., p. 734. El elemento personal, relacional, dialogal de la fe del fiel del Antiguo Testamento supera la alternativa entre oración profética y oración mística. «El fondo de comunión con Dios hace del ‘anaw-anawin’ un místico, pero no porque se pierda en Dios sino porque en él la estructura dialogal de la religión asume el grado de intimidad que condiciona la fuerza de su receptividad y de su respuesta» (A. Gelin, El alma de Israel en la Biblia, Andorra, 1959, p. 72). 64 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA son infinitamente distintos pero a la vez están infinitamente religados. A partir de aquí esta teología conduce a una comprensión de la fe como connaturalización del hombre con la realidad divina creída; de ahí que afecte a su ser entero y consiguientemente también al deseo, a la memoria y a la esperanza, es decir, que genere experiencia: Desde una comprensión católica no se puede establecer un dilema absoluto entre los conceptos de fe y revelación, por un lado, y el de mística, por otro. Porque en su verdadero sentido la mística no es una vivencia de identidad panteísta con el Absoluto. E incluso donde una mística fuere solamente la experiencia de la propia y pura espiritualidad, entonces estaría de momento abierta y sería ambivalente como toda otra experiencia humana respecto de un encuentro con el Dios viviente. Por otra parte, la revelación en su portador originario no es posible en concreto sin algo que podríamos llamar mística en cuanto experiencia de gracia. Y lo «profético» como misión y testimonio de semejante experiencia del Dios viviente puede (aunque no tiene que) estar en conexión con ella. En una comprensión católica de la fe hay que concebirla de tal forma que incluya, como su momento interno, la gracia y, junto con la experiencia de la gracia, la luz de la fe y el sentido de la fe. Si la palabra de Dios viniera solo «desde fuera» en la simple «palabra», entonces sería solo opinión humana, no recepción de la palabra de Dios como tal21. II. SAN PABLO, ¿UN MÍSTICO? 1. La interpretación de la Escuela de la historia de las religiones El dilema que hemos encontrado a propósito de la relación entre mística y Nuevo Testamento en general ha hallado su expresión más aguda al referirse a san Pablo. La herencia luterana ha inclinado a ver en él al maestro de la justificación por la sola fe y al heraldo de la cruz de Cristo. Ambas, justificación y cruz, serían los dos quicios sobre el cual giraría todo el mensaje paulino contra el legalismo judío, por un lado, y, por otro, contra las religiones mistéricas, políticas o populares del mundo mediterráneo, en medio del cual anuncia su evangelio de la cruz de Cristo. Esta interpretación tradicional se rompe cuando la llamada Escuela de la historia de las religiones (Religionsgeschichtliche Schule) plantea la cuestión de cómo es posible que un Pablo procedente del judaísmo monoteísta y de la pura trasmisión eclesial haya llegado a formulaciones como «en Cristo» o «en el Señor», que encuentran su semejanza en las religiones helenísticas, bien las que provienen del Oriente lejano o bien 21. K. Rahner, «Mystik. VI. Theologische», en ibid., 743-744. 65 CRISTIANISMO Y MÍSTICA las que están en conexión más cercana con el pensamiento griego. Dos autores, A. Deissmann y W. Bousset, elaboran una teoría con la que explican ese tránsito de la pura religión judía y del sencillo mensaje de Jesús a lo que encontramos en Pablo. Este habría sido el fautor del tejido entre esos dos universos, integrando la mística de los cultos paganos en tierra cristiana22. De esta forma habría llevado a cabo la primera helenización del cristianismo, que encontrará según ellos su segunda fase en la teología de Ignacio de Antioquía y los demás autores del Asia Menor y, finalmente, su tercera fase en la obra realizada por los concilios de Nicea y Calcedonia, tal como la formula Harnack23. Con el viejo monoteísmo judío y la nueva religión helenística Pablo habría universalizado el mensaje cristiano, arrancándolo a su particularidad local y cultural de origen. Tal es la respuesta de la Escuela de la historia de las religiones: el culto es el lugar concreto donde se ha pasado de la religión de Jesús a la mística de Cristo. La pregunta sigue abierta cuando se pregunta si ese encuentro del Evangelio con los cultos mistéricos ha sido la causa de una creación de realidad atribuida a Cristo o las referencias literarias no permiten hablar nada más que de contactos superficiales. Los sacramentos cristianos ¿conectan con la memoria celebrativa de la muerte y resurrección de Cristo, actualizadas por el Espíritu y la palabra del apóstol, o han sido creados de nuevo como remedo imitativo de los cultos mistéricos? Ahora bien, para los exégetas actuales la «devoción» y la «adoración de Cristo» no son un fenómeno de aparición tardía en el cristianismo primitivo sino temprano; no echan sus raíces en la cuenca mediterránea donde tiene lugar la predicación de Pablo sino en tierra palestinense. Larry W. Hurtado ha dedicado en los últimos años su esfuerzo a desmontar los argumentos de W. Bousset y establecer la tesis contraria a las afirmaciones de este, sosteniendo que esa «devoción» y ese culto dado a Jesús se encuentran ya en los primeros estratos de la tradición y surgen en tierra palestinense24. 2. Wikenhauser y Schweitzer A la tesis de la Escuela de la historia de las religiones, según la cual las cartas paulinas y su vivencia de Cristo están determinadas por experiencias originarias de las religiones y cultos mistéricos, siguió la de A. Schweitzer en su obra clásica sobre La mística del apóstol Pablo (1930), en la que 22. G. A. Deissmann, Die neutestamentliche Formel «in Christo Jesu», Marburgo, 1892; Íd., Paulus. Eine kultur- und religionsgeschichtliche Skizze [1911], Tubinga, 1925; W. Bousset, Kyrios Christos [1913], Gotinga, 1967. 23. A. von Harnack, Lehrbuch der Dogmengeschichte I-III [41909], Darmstadt, 1964. 24. L. W. Hurtado, Señor Jesucristo. La devoción a Jesús en el cristianismo primitivo, Sígueme, Salamanca, 2008. 66 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA mantiene la tesis del «Pablo místico» con que abre proclamativamente el libro pero dándole una nueva fundamentación y negándole su origen histórico en el mundo helenístico de las religiones. Schweitzer propone dos tesis conjugadas entre sí: el mensaje de Jesús fue de naturaleza apocalíptica. Él, y con él la primitiva Iglesia, esperaban la irrupción inminente del reino de Dios unida al fin de este mundo. Este reino no llegó, y ante tal fracaso Pablo habría realizado el golpe genial de trasmutar esta esperanza temporal en una escatología metatemporal. Cambia la esperanza de un hecho externo en la experiencia de una trasformación interior. En la resurrección ha tenido lugar el cambio de la realidad, el reino ha venido ya al mundo; muriendo y resucitando con Jesús se accede a una vida nueva, a la libertad y la esperanza. Con esta interpretación Schweitzer se propone pasar de las visiones y fantasías propias de una mística popular y también de la interpretación jurídica de la redención vigente en el protestantismo (justicia, justificación, perdón de los pecados) a una interpretación mística del mensaje cristiano. Después de haber establecido en la introducción la tesis: «Pablo es un místico», diferencia dos tipos de mística: la primitiva y la intelectual. En un segundo momento describe esta última como abstracta y referida a Dios y añade que la mística paulina no es teocéntrica sino cristocéntrica. La tesis de A. Schweitzer es una suma de afirmaciones profundas, reflejo fiel de los textos del Nuevo Testamento; pero al estar basada en dos hipótesis personales (el error de Jesús y de la primitiva Iglesia sobre la llegada de la parusía y la mera identificación del reino con la resurrección), no ha recibido aceptación entre los exégetas. Entre esas hipótesis está la que es el punto de partida: el error de Jesús y de la primitiva Iglesia a propósito de la parusía. Luego, la afirmación de una mística cristocéntrica contrapuesta a una mística teocéntrica. Una vez superados estos presupuestos, la afirmación central es válida: el reino de Dios ha sido incoativamente realizado en la muerte y resurrección de Cristo, y desde él para todos nosotros. A ellas nos integramos al incorporarnos a Cristo por el bautismo y la eucaristía. La tesis de una mística de Cristo había sido formulada con anterioridad y explicitada por un exégeta católico, A. Wikenhauser, en su obra La mística de Cristo del apóstol Pablo (1928). En el prólogo a la segunda edición (1955) sintetiza así su contenido: A la mística de Cristo, es decir, a la unión mística de los cristianos con Cristo se la ha denominado el corazón de la espiritualidad (Frömmkigkeit) del apóstol Pablo. En sus afirmaciones habla no solo el pensador profundo que ha creado los fundamentos de la primitiva teología cristiana sino ante todo el discípulo enardecido del Señor crucificado y resucitado, cuyo total contenido de vida a partir de su llamada camino de Damasco lo constituyó Cristo (cf. Gal 2, 20; Flp 1, 21; Col 3, 4). Ahora bien, esta unión mística con Cristo, según la propia doctrina de Pablo, no es el privilegio de su persona 67 CRISTIANISMO Y MÍSTICA o de un pequeño grupo de especialmente agraciados sino un precioso don divino y una serísima tarea humana para cada cristiano25. A. Schweitzer hace a san Pablo protagonista de la primera transvaloración del cristianismo en tanto en cuanto identifica la experiencia de la resurrección con la realidad del reino de Dios como núcleo esencial constituyente de la fe en un momento en que la esperanza del final del mundo sostenida por Jesús y la primitiva Iglesia había fracasado. Se trataría de una metamorfosis de la fe, no como resultado de factores exteriores sino del dinamismo interior de la fe propia de un genio como Pablo, que sería así el creador y primer gran exponente de la mística de Cristo, en sucesión o alternativa a la mística de Dios: La idea fundamental de la mística paulina es esta: «Yo estoy en Cristo; en él me conozco como un ser elevado por encima de este mundo sensible, pecador y efímero, un ser que pertenece ya al mundo sobrenatural; en él estoy seguro de la resurrección; en él soy hijo de Dios». Otra característica de la mística paulina es que «el ser en Cristo» es presentado como «un estar muerto-resucitado» con él. Por él estamos liberados del pecado y de la ley, en posesión del Espíritu de Cristo y tengo seguridad de la resurrección26. 3. Capacidades extáticas, dones carismáticos, experiencias místicas A la hora de responder a la pregunta por el Pablo místico hay que distinguir tres perspectivas: las capacidades extáticas, los dones carismáticos y las experiencias personales derivadas de la conciencia inmediata de la presencia divina o de su unión con Cristo (experiencias místicas). Sin embargo, no es fácil la diferenciación exacta de los contenidos de cada una. Podemos decir que las capacidades extáticas no son un fenómeno que sobrevenga a la conciencia de su receptor sin que pase por su propia conciencia en la mayoría de los casos, aunque no todos, y que más allá de la gracia o exigencia que ellas supongan, repercuten y se ordenan al provecho de la Iglesia. No hay fenómenos espirituales absolutamente autónomos dentro de la lógica del Nuevo Testamento. Jesús vivió su condición divina como expolio y aclimatación a la condición humana (kénosis). Su condición divina trascendente se hace condición humana paciente con nosotros y por nosotros; su autonomía se realiza en desposesión y servicio. Así se convierte en modelo para toda la Iglesia, a la que 25. A. Wikenhauser, Die Christusmystik des Apostels Paulus, Friburgo de Brisgovia, 1956, p. v. 26. A. Schweitzer, Die Mystik des Apostels Paulus [1930], Tubinga, 1954; Íd., La mystique de l’Apôtre Paul, París, 1962, p. 7. 68 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA Pablo exhorta a tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús (cf. Flp 1, 6-11). Recientemente D. Marguerat ha hecho el estudio de esos fenómenos extáticos, que sin duda iban unidos a una experiencia inmediata de la presencia y acción divinas en Pablo27. Comienzan con el vuelco a su vida que le dio la presencia del Señor, haciéndole volver no solo del camino físico a Damasco sino desistir de su proyecto de vida. Lo esencial de ese acontecimiento es la revelación que Dios le hizo de su Hijo, en la que tienen lugar tres determinaciones de su existencia: la trasmutación interior, el conocimiento de Jesús como Hijo de Dios-Mesías y la vocación para anunciarlo a los gentiles (cf. Gal 1, 15-16). Conversión a la fe, revelación de Jesucristo y misión apostólica constituyen las tres dimensiones de un mismo acontecimiento y, siendo coextensivas entre sí, son ya inseparables. Este hecho constituye a la vez una cesura con su afirmación anterior ante Dios y ante los hombres por el cumplimiento fiel de la ley. En el camino de Damasco muere la ley como morada vital de su confianza y gloria ante Dios (kauchásthai). Dejará de gloriarse en el cumplimiento de aquella para comenzar a gloriarse y vivir en Cristo Jesús como lugar personal en el que se habita y por quien se es habitado. «Porque yo, por la misma ley he muerto a la ley a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo; vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 19-20). Junto a este acontecimiento constituyente de su nueva personalidad en Cristo aparece en la vida de Pablo un conjunto de fenómenos extáticos, comprendidos como manifestación del Espíritu de Dios y que en alguna forma constituyen el equivalente para su predicación de los signos, portentos y potencias que acompañaron la predicación de Jesús, si bien Pablo solo apela a ellos en situaciones límite, cuando le acosan sus enemigos o es puesta en cuestión su legitimidad apostólica y su potencia carismática. Como fenómenos carismáticos de Pablo se pueden señalar: la glosolalia (cf. 1 Cor 14, 8), las curaciones (cf. 2 Cor 12, 12), «las visiones y revelaciones del Señor» (cf. 2 Cor 12, 1). Entre la glosolalia describe la «lengua de los ángeles», que él habla pero que debe ser sometida a dos criterios: la inteligibilidad mediante traducción y el servicio a la comunidad. «Doy gracias a Dios de que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la Iglesia prefiero hablar diez palabras con sentido, para instruir a otros, a decir diez mil palabras en lenguas» (1 Cor 14, 15.18-19). En la carta escrita con más apasionamiento y con más trasfondo de dolor ofrece san Pablo lo que A. Stolz ha considerado el primer texto 27. D. Marguerat, «Paul le mystique»: Revue Théologique de Louvain 43 (2012), pp. 473-493, con la bibliografía más reciente en la nota 2. 69 CRISTIANISMO Y MÍSTICA místico en el sentido posterior de éxtasis, visiones y revelaciones del Señor: Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años —si en el cuerpo no lo sé, si fuera del cuerpo tampoco lo sé, Dios lo sabe— fue arrebatado hasta el tercer cielo y sé que este hombre —si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe— fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir (2 Cor 12, 1-3). La importancia de esta confesión no radica en los hechos que narra sino en la forma en que la utiliza el apóstol: no se va a gloriar en tales fenómenos extraordinarios, porque junto a esa gloria del Señor él sufre su propia debilidad; más aún, lleva clavado en su carne un aguijón, sin duda una enfermedad física que le reducía a la insignificancia y le devolvía a una impotencia vergonzosa. La gloria se inscribe en la carne, y el poder de Dios, que actúa en su predicación, se sostiene en la pequeñez del apóstol para que los oyentes no confundan al mensajero con el mensaje, al Pablo pobre y desvalido con el Hijo de Dios, el Señor Jesús. Los oprobios, las persecuciones, las angustias de Cristo son el bagaje de su apostolado: Por la grandeza de las revelaciones y para que yo no me engría me fue dado el aguijón de la carne, el emisario de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por esto rogué tres veces al Señor para que se retirara de mí y él me dijo: «Te basta mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Cor 12, 7-9). Este testimonio autobiográfico de Pablo contiene tres rasgos que iluminan la naturaleza de la verdadera mística cristiana. En primer lugar, el vuelco sufrido en Damasco no fue resultado de una preparación previa ni de una ejercitación de acuerdo con preceptos o posibilidades abiertas por la ley sino que le sobrevino justamente atravesándose Cristo en su camino. La percepción inmediata de Dios no puede ser pensada ni vivida como la conclusión de un programa, el final de un camino o la ganancia de una conquista. Es Dios quien se apodera del hombre, no el hombre quien puede apoderarse de Dios: tal intento luciferino concluye en los abismos de la lejanía de Dios, del ateísmo o de la locura. Esa revelación que Dios hizo de su Hijo a Pablo pervivió en él como un foco permanente de luz y un dinamismo inagotable de fuerza. Si hay alguna mística en Pablo, es la de la pura receptividad y respuesta a quien le llamó del seno de su madre (cf. Gal l, 15-16). En segundo lugar, en Pablo toda su vida espiritual está inscrita en su cuerpo. En el cristianismo no hay una distancia a nuestra carne, como si esta fuera lo que nos aleja de Dios. Ella, en cambio, es la última expresión del amor de Dios yendo hasta el extremo límite en el que implanta en el mundo a su criatura. No hay éxodo del hombre de su cuerpo, sino 70 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA todo lo contrario: Cristo vino a convivir con el apóstol en su cuerpo. El apóstol lleva en su cuerpo la nekrósis (muerte, mortalidad, mortificación) de Cristo y desde ella espera la participación en su existencia glorificada (cf. 2 Cor 4, 10; Flp 3, 7-11). Porta los estigmas que le asemejan a su Señor crucificado (cf. Gal 6, 17). La mística de Pablo es una mística de la pasión, entendida esta como la incorporación al Cristo que padeció el escarnio de la cruz por nuestros pecados, que vive aún intercediendo por nosotros mientras todavía peregrinamos y que tiene que ser formado en los creyentes. Pablo lleva en su carne la nekrosis de Cristo para colaborar a que él se forme en los miembros que integran su Iglesia y finalmente para lograr que en él se manifieste el poderío de su resurrección. Cito el que considero uno de los textos más importantes de la cristología paulina: Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que procede de Dios y se funda en la fe y nos viene por la fe de Cristo, para conocerle a él y el poder de su resurrección y la participación en sus conocimientos, conformándome a él en la muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos (Flp 3, 7-11). En tercer lugar, Pablo, a excepción de los textos de 2 Corintios sobre el traslado al tercer cielo, en las visiones, revelaciones y en casi todos los demás lugares transita del yo al nosotros refiriendo a todos los cristianos lo que él afirma de su vida en Cristo, del conformarse a su muerte y del poder de su resurrección (cf. Gal 2, 15-21). A la luz de estas convicciones paulinas, se ha hablado de «subversión de la experiencia mística»28, para subrayar la conexión con el dolor y los oprobios de la misión apostólica, diferenciándola así de los tonos de gloria y privilegio con que en siglos posteriores se han narrado tales experiencias místicas. A la vez, con evidente exageración, se ha definido la experiencia espiritual de san Pablo como mística democrática y comunitaria frente a otra individualista y elitista 29. 4. Características de la mística paulina a) En Pablo se da una unión indisociable entre biografía y teología, entre misión y mística. Su destino está determinado por el encuentro inicial con Cristo camino de Damasco, que le constituye en creyente y após28. D. Marguerat, «Paul le mystique», cit., p. 488. 29. U. Luz, «Paulus als Charismatiker und Mystiker», en T. Hoilz, Exegetische und theologische Studien. Gesammelte Aufsätze II, Leipzig, 2010, pp. 75-93. 71 CRISTIANISMO Y MÍSTICA tol a un tiempo, dejándole sellado con una memoria y un amor de Cristo indestructibles. Esta presencia y vocación de Cristo, que convierten todo su hacer en respuesta y todo su pensar en despliegue de la lógica interna de esa existencia nueva recibida de Cristo y destinada a los demás, priman sobre su propia iniciativa. En este orden todo es personal en Pablo y nada subjetivo, todo es propio y nada particular, ya que su cualificación por Cristo le ordena al servicio de los demás y todo lo que él recibe es el anticipo de lo que Cristo quiere para todos. Ahí radica la dificultad de elaborar la biografía personal de Pablo, que no existe sin referencia al Evangelio y a la Iglesia, así como una teología que vaya más allá de su persona, ya que él no se propone ninguna de las dos cosas. Viviendo hace teología y pensando hace Iglesia. Por ello podemos decir que en Pablo hay una mística objetiva, en la que la experiencia personal está toda ella determinada por las realidades objetivas del Evangelio, el bautismo, la eucaristía, la Iglesia, la misión, los destinatarios de sus cartas; y que todas estas realidades objetivas están personalizadas hasta el punto de que él existe entero desde ellas y para ellas, sin vida particular al margen de ellas. b) En san Pablo no hay una mística teocéntrica al margen de Cristo30. Dios es para él el que ha conocido en su fe judía, pero ya no tiene existencia ni revelación separable de la persona de Jesús; en este sentido se puede y debe decir que la mística de Pablo es cristocéntrica. Cualquier lector atento de sus cartas queda impresionado por la presencia permanente de Cristo; apenas hace referencia a Jesús en su historia, aun cuando el hecho central de su muerte en cruz y de su resurrección lo determine todo. La historia pasada de Jesús es un presente vivo. Pablo no vive solo de memoria del pretérito sino sobre todo de experiencia del presente y de esperanza del Cristo futuro. No se funda en el recuerdo de la doctrina o de los milagros de Jesús sino en la koinonía (= unión, comunión, participación) en el destino, persona y experiencia de Cristo (cf. 1 Cor 1, 9; 10, 16; Flp 3, 10; Flp 6). «En Cristo», «en el Señor»: estas dos expresiones reflejan al mismo tiempo una historia personal y un pensamiento teológico general para quienes por el bautismo comparten destino con Cristo. La fórmula «en Cristo» aparece 56 veces y «en el Señor» 34 veces en las cartas con toda seguridad escritas por Pablo. Ninguna de las dos puede recibir solo una interpretación espacial y local. No se trata solo de una esfera en la que Cristo vive y a la que son integrados los creyentes. Se trata más bien de la forma de existencia glorificada de Cristo —nunca se dice solo «en Jesús»— que mantiene viva su muerte y resurrección como constituyentes de su persona, en las que el creyente se incardina y de las que parti30. Cf. W. Thüsing, Gott und Christus in der paulinischen Soteriologie I. Per Christum in Deum. Das Verhältnis der Christozentrik zur Theozentrik, Münster, 1986. 72 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA cipa. Muchas veces la fórmula «en Cristo» es equivalente a la fe en él o la existencia en la Iglesia. La existencia cristiana es un estar en Cristo, con la participación en sus sufrimientos y la asociación a su gloria, que se manifiesta ya en los consuelos que tanto el apóstol como sus fieles reciben (cf. 2 Cor 1, 5): — «Vosotros estáis en Cristo Jesús» (1 Cor 1, 30). — «Fiel es Dios por quien habéis sido llamados a la comunión con su Hijo (koinonía), Jesucristo, Señor nuestro» (1 Cor 1, 9). — «Yo he sido crucificado con Cristo» (Gal 2, 20). — «Si hemos muerto con Cristo y fuimos sepultados con él, creemos que también viviremos con él» (Rom 6, 4.8). — «Coherederos con Cristo ya que sufrimos con él» (Rom 8, 17). — «La participación en sus sufrimientos» (Flp 3, 10). — «Ahora me alegro de los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24). — «Llevamos siempre en nuestro cuerpo la muerte (nekrosis) de Jesús a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 10). La reciprocidad de destino entre Cristo y los cristianos aparece en el hecho de que junto a la fórmula: «Nosotros en Cristo» aparezca esta otra: «Cristo en nosotros». Es una presencia resultante de nuestra inserción en él por el bautismo, como injertos en su tronco (cf. Rom 6, 1-11). Pero a la vez es resultado de una obra de conformación temporal: «Hijos míos, por quienes de nuevo padezco dolores de parto hasta ver formado a Cristo en vosotros» (Gal 4, 19). «¿Por ventura no conocéis por vosotros mismos que Cristo está en vosotros? A no ser que quizá hayáis decaído» (2 Cor 13, 5). De esta comunión de destino con Cristo surge una vida nueva. Un nuevo vivir aparece para el hombre no solo ni sobre todo cuando surgen nuevas cosas materiales o sociales en su derredor sino cuando la existencia misma en su raíz espiritual se abre a un nuevo orden de realidad en el que se encuentra a sí misma con sentido, como fruto de amor, radicada en la verdad, acrecentada y asociada a un despliegue que supone un perfeccionamiento sucesivo en la paz y la esperanza, aun cuando este tenga lugar por el sufrimiento. Este nuevo vivir de Pablo y de los cristianos es resultado de la entrega y muerte de Cristo por ellos en el pasado, pero también de su actual presencia personal en ellos. «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 20). Esa vida nueva será comprendida otras veces como vida en el Espíritu y como filiación participada de la de Cristo, que es el Hijo, de la que nace la nueva libertad: 73 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley... para que recibiéramos la adopción. Y por ser hijos envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: Abba ¡Padre! De manera que ya no eres siervo sino hijo, y si hijo heredero por la gracia de Dios (Gal 4, 4-7; cf. Rom 8, 14-17). Encontramos aquí la articulación cristológica de lo que luego serán las formulaciones trinitarias: Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu es el Espíritu del Hijo, que este envía a nuestros corazones y que nos posibilita la confianza, la oración y la libertad de hijos para dirigirnos al Padre con la oración más propia de Jesús, que se expresa en la palabra: Abba (cf. Mc 14, 36; Rom 8, 14; Gal 4, 6). La existencia en Cristo es la realización suprema a la que el hombre puede llegar y trasciende la temporalidad en la medida en que Cristo, siendo ya Señor, determina todo el destino del hombre y nadie puede separar de él a quienes por el bautismo se han revestido de él. Vida o muerte ya han perdido su radical diferencia y su potencial de amenaza, generando una alegría y una libertad que pueden realizarse como indiferencia, no porque aquellas dejen de poseer valor o dignidad interna sino porque ambas están dominadas y habitadas por Cristo: Conforme a mi constante esperanza de nada me avergonzaré; antes con entera libertad como siempre, también ahora Cristo será glorificado en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Que para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia (Flp 1, 20-21). c) Para Pablo no existe una moral autónoma como autorrealización de un proyecto del hombre por sí mismo, porque no existe ese hombre fuera del plan de Dios, de la revelación de Cristo y del don del Espíritu. Pensar ese proyecto antropológico como posible al margen del plan de Dios para la humanidad, que consiste en enviar a su Hijo, y con preterición de la muerte y resurrección de Cristo es situarse en un vacío de realidad. Lo que es oferta de Dios para todos los hombres ya se ha convertido en realidad en quienes han recibido el bautismo, que lleva consigo una superación de todas las diferencias anteriores, ya que el revestimiento de Cristo otorga a todos la misma dignidad de hijos en el Hijo. «Porque cuantos en Cristo habéis sido bautizados os habéis revestido de Cristo. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón ni hembra porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3, 26-28). La mística en Pablo (revestimiento de Cristo, existencia en él, recepción de su Espíritu) genera una moral de la libertad y del amor que podemos designar «ley de Cristo» (Gal 6, 2). Y esto es lo que diferencia a los hombres según vivan «conformándose a la carne» (katà sárka) o «dejándose guiar por el Espíritu» (katà pnéuma). Evidentemente no se trata 74 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA de un dualismo físico sino de una determinación de la voluntad y de la libertad que nos someten a la concupiscencia de nuestras pasiones bajo el pecado o nos abren al dinamismo liberador del Espíritu, que se convierte así en potencia impelente hacia una vida nueva. «Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Si vivimos del Espíritu andemos también según el Espíritu» (Gal 5, 24-25). La «carne» produce sus frutos propios, y el «Espíritu» los suyos. «El fruto del Espíritu son: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra eso no hay ley» (Gal 5, 22). 5. Transvaloración paulina de dos categorías clave: libertad y conocimiento Esta vida en Cristo, bajo el impulso del Espíritu como guía, fuerza y tracción, lleva consigo la reconfiguración radical de dos categorías humanas fundamentales: la libertad y el conocimiento. Pablo está lejos de la ilusión moderna de pensar al hombre libre para hacer el bien y libre frente a las fascinaciones y atracciones que le llegan del exterior. El hombre es psicológicamente libre y por ello está infinitamente alejado de la piedra, del árbol y del animal, pero a la vez es esclavo de sus peores instintos, ya que conociendo el bien no es capaz de hacerlo y sabiendo que Dios es su creador y su fin no es capaz de alabarle como tal y de gozarse en su existencia, sino que se eleva a sí mismo a absoluto de verdad y de bien (cf. Rom 1, 18-31). La libertad es fruto de la redención de Cristo y de la acción del Espíritu; es don y exigencia. El hombre redimido para la libertad sabe que esta no es para su usufructo individual sino para el servicio al prójimo y para la edificación de la comunidad. «Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero cuidado con tomar la libertad por pretexto para servir a la carne, antes servíos unos a otros por el amor» (Gal 5, 12-13). El liberado por Cristo reconoce y agradece su liberación convirtiéndose en servidor de sus hermanos. No actuar así significaría desconocer la naturaleza del don recibido. «Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y así cumpliréis la ley de Cristo» (Gal 6, 2). La primera transvaloración radical que Pablo ha operado es la de la libertad; y la segunda, la del conocimiento (gnôsis). Su punto de partida es la convicción de que quien se ha encontrado con Cristo ha llegado a un conocimiento que solo en él se alcanza. El significado del término gnôsis (conocer, conocimiento) está lejos de corresponder al término moderno «razón», saber racional, científico, instrumental. En Pablo abarca el sentido complejo que arrastra desde el Antiguo Testamento como un saber, un poseer las técnicas de un oficio, un tener familiaridad con algo, la relación sexual entre un hombre y una mujer, el conocer subsiguiente a la revelación de Dios; en una palabra, un conocimiento del orden 75 CRISTIANISMO Y MÍSTICA personal, familiar, íntimo. La palabra está presente y juega un papel clave en las dos cartas a los corintios. «En Cristo Jesús habéis sido enriquecidos en todo; en toda palabra y en todo conocimiento» (1 Cor 1, 5). El apóstol se sabe iluminado por una revelación (el término phanérosis aparece varias veces en Gal 1-2) y enviado «para iluminar el conocimiento (gnôsis) de la gloria de Dios en el rostro de Cristo» (2 Cor 4, 6). Pablo es alguien que «sabe», porque viene de un largo camino de estudio y de una reflexión doble: la que antecede a su cambio como alumno de la escuela rabínica de Gamaliel y la siguiente a su conversión como seguidor de Cristo. Su saber es de ciencia adquirida por él y de sabiduría recibida del Espíritu. Podríamos decir, con toda razón, que es un gnóstico con la gnôsis auténtica (cf. 1 Tim 6, 20). «Cuanto tuve por ventaja lo reputo daño por Cristo; y aun todo lo tengo por daño, a causa del sublime conocimiento (gnôsis) de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué» (Flp 3, 7-8). Aquí aparece la contraposición entre las dos categorías: la del conocimiento y la del amor. El primero tiende a ser poder, mientras que el segundo es consentimiento a Dios y ayuda al prójimo. En la discusión en torno a la licitud de comer la carne sacrificada a los ídolos se van a confrontar dos concepciones de la libertad y del conocimiento. Los que «saben», los gnósticos, tienden a ejercer siempre su libertad, aun cuando con ella puedan escandalizar a los «pequeños», a los que todavía no han descubierto hasta dónde se puede extender esa libertad, a los no ilustrados. ¿Cómo deberán aquellos ejercitar su ilustración en la Iglesia? La respuesta de Pablo es clara: «La ciencia hincha, mientras que la caridad edifica» (1 Cor 8, 1). Y si los ilustrados o gnósticos se prevalen de su saber para llevar hasta el final su libertad haciendo pecar a los pequeños, están pecando contra Cristo. «Entonces perecerá por tu ciencia el hermano por quien Cristo murió. Y así pecando contra los hermanos e hiriendo su conciencia flaca, pecáis contra Cristo» (1 Cor 8, 11-12). 6. La inversión paulina: de la gnôsis al agápe Hay un segundo momento de transvaloración paulina de la gnôsis, cuando esta se refiere a Dios. La tentación del hombre es conocer a Dios para dominarle y apropiársele, sometiéndole a los propios planes. Conocimiento como instrumento de dominación y soberanía del hombre, que se puede extender hasta Dios. La mística natural, es decir, el místico no redimido por la gracia, tiende bien a apoderarse de Dios o bien a disolverse en él; solo allí donde se consiente a que Dios sea Dios, deja la mística de ser ateísmo por absolutización ilegítima del hombre (Prometeo) o relativización igualmente ilegítima de este (Sísifo). El hombre por sí solo no es capaz de estar en ese «medio divino» ni de permanecer en 76 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA esa regio media salutis31. Pablo, frente a toda hipotética mística de conocimiento dominador, establece el principio: lo decisivo no es que el hombre conozca a Dios sino que Dios conozca al hombre. Y más allá del conocimiento está el amor y solo llegando a él se conoce de verdad a Dios: «Si alguno cree saber algo, aún no sabe lo que conviene saber; pero el que ama a Dios, ese es conocido por él» (1 Cor 8, 2; 13, 12): Al conocimiento humano de Dios le precede siempre un «conocer de Dios», en el sentido de una revelación o de un «darse Dios a sí mismo a conocer». De esta forma Dios abre una relación entre él y el hombre, en la cual él mismo nunca puede convertirse en objeto. Primero tiene Dios que haber conocido al hombre antes de que el hombre pueda conocer a Dios. O lo que es lo mismo, conocer a Dios en el fondo significa: conocer que yo mismo soy conocido y amado por Dios32. Anticipándose a las posibles deformaciones de los dones carismáticos y de las experiencias espirituales en la futura Iglesia, Pablo los enumera: don de lenguas de hombres y de ángeles, don de profecía, conocimiento de todos los misterios, toda ciencia, traslación de montes, reparto de la herencia, sacrificio hasta entregar el cuerpo a las llamas. Todo eso no tiene valor cristiano sin el agápe (caridad, amor de Dios a nosotros) que suscita nuestra respuesta amorosa a él y se prolonga en el amor al prójimo (cf. 1 Cor 12, 1-3). En este himno al agápe explicita Pablo su experiencia de Cristo traduciéndola con un realismo que excede nuestras posibilidades. Puede hacer este canto porque él mismo se sabe resultado de ese amor: «Me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 20). Amor previo a quien era débil, pecador y enemigo del propio Cristo. «El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado. Porque cuando todavía éramos débiles, Cristo a su tiempo murió por los impíos» (Rom 5, 5-6). La mística de Pablo es una mística del único Cristo en quien amor y pasión van unidos, ya que la cruz y la resurrección son el signo del amor del Padre, que dándonos a su Hijo se nos ha dado del todo con él. Aquí hay que situar el himno de exultación ante el amor de Dios en su Hijo que se cierra con estas palabras: «Ninguna criatura podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom 8, 39). Esta es la mística de san Pablo: referida a la historia concreta de Jesús entregado por nuestros pecados, resucitado para nuestra justificación y, 31. San Agustín, Confesiones VII, 7, 11. Cf. S. Álvarez Turienzo, Regio media salutis. Imagen del hombre y su puesto en la creación según San Agustín, Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca, 1988. 32. J. Blank, «Zur christologischen Struktur paulinischer Mystik», en M. Schmidt (comp.), Grundfragen christlicher Mystik, Stuttgart-Bad Cannstatt, 1987, pp. 1-5, cita en p. 2. 77 CRISTIANISMO Y MÍSTICA por esta, dador del Espíritu Santo (cf. Rom 4, 25). Por el bautismo él nos integra a su persona y destino y por la eucaristía nos constituye miembros de su cuerpo, la Iglesia, por medio de la cual comunica su plenitud a la historia humana, que el Espíritu Santo conduce a su meta. Ninguna ascética ni gnosticismo ni psicología profunda pueden presentar ya a Dios al margen de esta historia ni guiar al hombre hasta él sin estos mediadores. III. LA MÍSTICA EN EL EVANGELIO DE SAN JUAN Si a algún libro del Nuevo Testamento se está dispuesto a concederle que contiene una mística, es al Evangelio de san Juan; pero a la vez, cuando se trata de verificar su identidad cristiana, esa mística es la que más sospechas levanta de estar determinada por experiencias, influencias y léxico extracristianos. El problema comienza a la hora de fijar el contexto en que nace, los destinatarios a los que está dirigido, los problemas que quiere clarificar y la dimensión primordial de Cristo que presenta. En los años sesenta del pasado siglo aparecen las grandes monografías y comentarios sobre este evangelio, con una orientación contrapuesta. J. Dupont lee las grandes categorías de la cristología joánica (palabra, luz, vida, gloria...) sobre el trasfondo de la literatura sapiencial del Antiguo Testamento, inclinándose a una interpretación funcional de ellas33. Bultmann, por el contrario, interpreta esos textos sobre el trasfondo helenístico: órfico, gnóstico, hermético. Y de manera más sobria hará lo mismo Ch. H. Dodd en su gran monografía34. En ella, además del cristianismo primitivo como su matriz de nacimiento, analiza los siguientes trasfondos de este evangelio: la religión superior del helenismo; la literatura hermética; el judaísmo helenístico; Filón de Alejandría; el judaísmo rabínico; el gnosticismo; y por último, descartándolo, el mandeísmo. Posteriormente han seguido otros comentarios magistrales, como los de Barrett, Brown y Schnackenburg, que han recorrido caminos integradores de unas y otras raíces, sin convertir una categoría o un universo extracristiano en clave de la comprensión de san Juan35. Cada vez nos es más claro que las realidades generativas son una cosa y los sistemas expresivos otra36. 33. Cf. J. Dupont, Essais sur la christologie de Saint Jean, Brujas, 1951. 34. Cf. Ch. H. Dodd, Interpretación del cuarto evangelio, Cristiandad, Madrid, 1978; Íd., La tradición histórica en el cuarto evangelio, Cristiandad, Madrid, 1978. 35. Ch. K. Barrett, El Evangelio según san Juan, Cristiandad, Madrid, 2003; R. E. Brown, El Evangelio según san Juan I-II, Cristiandad, Madrid, 1979; R. Schnackenburg, El Evangelio según san Juan. Versión y comentario I-III, Herder, Barcelona, 1980. 36. Así una cuestión es la génesis de la propia autoconciencia de Jesús y otra el descubrimiento e interpretación de ella por sus seguidores. Una cosa es seguir los pasos de 78 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA 1. Cristología y escatología El problema de la mística en el Nuevo Testamento y especialmente en el Evangelio de san Juan, en el fondo, es el problema de la cristología y de la escatología. Es problema de la cristología, ya que con ella se abre una triple cuestión. La primera es saber si el Absoluto se ha abierto paso adentrándose en la historia humana y con ello esta historia nuestra ha alcanzado ya la punta de su consumación definitiva. La segunda es si el acceso a Dios es inmediato para el hombre o si le son necesarias mediaciones que pueda instaurar él mismo o si es más bien Dios mismo quien tiene que instaurarlas. La tercera cuestión es determinar qué función desempeña Cristo en el acercamiento de Dios a la historia humana y, como consecuencia, en el acercamiento del hombre al conocimiento de Dios y a la participación en la vida divina. Para san Juan no hay acceso a Dios que no pase por la revelación de Dios mismo en el Antiguo Testamento, tal como esta ha sido consumada y personalizada por Cristo. Frente a toda pretensión actual de un conocimiento auténtico y definitivo al margen de Cristo se afirma con tajante claridad: «A Dios no le ha visto nadie jamás, el Unigénito, que está en el seno del Padre, ese nos lo ha dado a conocer» (Jn 1, 18); «nadie viene al Padre sino por mí» (14, 6); «nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre» (3, 13). Y en una trasposición a Jesús de los textos del Antiguo Testamento que hablan de Yahvé, Jesús es considerado como la escala que une cielo y tierra. Si en el texto del Génesis es Dios quien estaba sobre la escalera mientras subían y bajaban los ángeles, en Juan es Jesús: «En verdad, en verdad os digo que veréis abrirse el cielo y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (1, 51; cf. Gn 28, 12-13); «yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (14, 6). El presupuesto de todo el Nuevo Testamento, que Juan formula en explicitud, es que Cristo es la mediación que Dios mismo ha establecido para darse a conocer y que cualquier otro conocimiento, previo, paralelo o posterior a Cristo, tiene que ser referido a él y medido por él. Cristo es esa mediación eficaz y universal dada por Dios y necesaria para nosotros. Y lo es como Hijo, pero también como verdad, luz y vida. Todo ese descubrimiento de la divinidad de Cristo en la Iglesia, que tiene lugar lentamente y en diálogo con factores externos, y otra cosa es, dando por supuesto que no lo era, preguntarse cómo Jesús de hombre se convirtió a sí mismo o le convirtieron otros en Dios. Por eso es profundamente ambiguo el título de L. W. Hurtado, ¿Cómo llegó Jesús a ser Dios? Cuestiones históricas sobre la devoción a Jesús, Sígueme, Salamanca, 2013. No se trata de afirmar que Jesús fue «divinizado» en un proceso similar a la «apoteosis» de los emperadores romanos. La formulación real del título de esta obra es más bien: ¿cómo llegó Jesús a ser reconocido por sus seguidores como Hijo de Dios y, por ser connatural con el Padre, confesado como Dios? 79 CRISTIANISMO Y MÍSTICA conocimiento de la naturaleza divina queda ya referido a la revelación de la realidad de Dios en la historia en la medida en que ella está implicada en sus acciones salvíficas: el don de su Hijo para vida del mundo y el don del Espíritu que el Hijo envía desde el Padre para que nos lleve a la verdad completa. Las pretensiones humanas de acceso a Dios pueden situarse en el orden intelectivo (conocimiento), en el volitivo (comunión) y en el de participación en su vida y poder (deificación). Unas y otras quedan ya referidas a lo que ha sido la manifestación histórica de sus intenciones para nosotros y de su realidad personal en cuanto que se nos ha propuesto como compañero de naturaleza en el ser y de destino en la historia. Esa mediación de Cristo no es necesaria solo en el comienzo de nuestro conocimiento de Dios sino en el medio y en el fin. Es una mediación esencial y por ello permanente en todas las fases de ascensión a Dios o de comunión con él. Esta afirmación, que podría parecer un tanto exagerada, se ha revelado como clave y criterio de la mística cristiana en una historia en la que se ha encontrado con tres problemas fundamentales. El primero radica en saber si Cristo es solo mediador externo del conocimiento de Dios o si él mismo es el «medio personal» en quien la realidad divina está y se nos da. El segundo, derivado del anterior, consiste en saber si, llegada el alma a una determinada fase de conocimiento y amor de Dios, la humanidad de Cristo es una escalera ya prescindible una vez que hemos construido el edificio y alcanzado la cima del monte de la perfección. El tercer problema es determinar si el conocimiento y comunión con Dios es fruto de una espiritualización del hombre que, dejando tras de sí todo lo material, se une con Dios, que es Espíritu, haciéndose un espíritu con él. El camino de la perfección ¿consiste primordialmente en la denudación de lo material, corporal, sensual, sexual que el hombre debería llevar a cabo mediante un proceso ascético o es la acogida de la gracia que ilumina, fortalece y guía al hombre entero en el camino hacia el encuentro con Dios? 2. La encarnación en el centro Estas cuestiones han estado permanentemente presentes en la historia de la espiritualidad cristiana. Y en este sentido el Evangelio de san Juan ha tenido una importancia única, ya que ha subrayado como ningún otro evangelista la condición encarnativa de Dios en su Hijo. Frente a todo docetismo, que minusvalora la realidad de la carne, y frente a todo dualismo gnóstico, el cuarto evangelio pone en el centro la unión constituyente del Logos con la carne (1, 14); la manifestación de su gloria en los milagros hechos sobre las cosas materiales (2, 11); la muerte, que se 80 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA concreta en el derramamiento de agua y sangre de su costado (19, 34); la resurrección, que se acredita mostrando sus llagas y comiendo con los apóstoles (20, 27; 21, 12). Las cartas de san Juan polemizan con quienes niegan que Cristo haya venido en carne y a esos los califica de anticristos (cf. 1 Jn 2, 18; 2, 22; 4, 3). San Ireneo frente a los gnósticos y santa Teresa de Jesús frente a las corrientes nórdicas, que invitaban a trascender la humanidad de Jesús para unirse sin forma y modo con la esencia de Dios, son los exponentes luminosos de la fe cristológica y de la existencia cristiana tal como nos es propuesta en el Evangelio de san Juan37. La antropología occidental ha sufrido permanentemente tres tentaciones. a) Olvidar que el hombre es hombre y no Dios. b) «Hacer el ángel», rechazando el cuerpo como una carga, un lastre en el vuelo hacia las alturas y concentrándose en el espíritu como lo único verdaderamente constituyente del hombre. Los grandes maestros de la espiritualidad han señalado desde siempre estas tentaciones: «Homo es et non Deus, caro es non angelus; eres hombre y no Dios, carne y no ángel», advertía el autor de La imitación de Cristo38. Y santa Teresa: «Nosotros no somos ángeles sino tenemos cuerpo. Queremos hacer ángeles estando en la tierra —y tan en la tierra como yo estaba— es desatino, sino que es menester tener arrimo para lo ordinario» (Vida 22, 10). c) En el extremo contrario está la tentación de absolutizar la dimensión material y reducir a ella toda la vida humana, despreciando o depreciando ese universo que, no por menos directamente verificable, nos constituye menos. Conexas con estas tentaciones han ido, en un caso, la radicalización ascética y moral en el trato del cuerpo y, en otro, la concentración en la experiencia interior dando por indiferente todo lo que en el orden corporal ocurre. De ahí las depravaciones morales que ha habido en ciertas sectas y grupos iniciáticos, así como en algunos movimientos contemporáneos. Tanto en Juan como en Pablo encontramos ya esas contrapo37. Pablo y Juan siempre fueron considerados como los dos pilares de la teología del Nuevo Testamento. En torno a ellos giraron tanto los grandes renacimientos como la aparición de los grandes abismos en la conciencia de la Iglesia, desde Marción, los gnósticos y Lutero hasta Bultmann. Prolongando y matizando el pensamiento de este último, W. G. Kümmel cierra su Teología del Nuevo Testamento con este título: «Jesús-Pablo-Juan, el corazón del Nuevo Testamento» (G. Kümmel, Theologie des Neuen Testaments nach seinen Hauptzeugen, Gotinga, 1969, pp. 286-295). San Agustín notó la fascinación que los platónicos sentían por el Logos en el Evangelio de san Juan. Pero él advirtió que no salva el Logos eterno sino el Logos encarnado, que es «medicina de nuestras heridas» (cf. Confesiones 3, 4, 8; 9, 13, 35; 10, 42, 67-69). Santa Teresa, en su capítulo clásico, rechaza la tentación equivalente en su medio espiritual: «[...] y cómo ha de ser el medio para la más subida contemplación la Humanidad de Cristo» (Vida 22, título síntesis del capítulo). 38. Tomás de Kempis, La imitación de Cristo 3, 57. 81 CRISTIANISMO Y MÍSTICA siciones: por un lado, legalismo judaico y, por otro, carismática libertad sin límites de los que, teniendo ciencia (gnôsis), desprecian a los pequeños que no han llegado todavía a ese nivel de conocimiento; esto es, los «hílicos» (hýle, materia) frente a los pneumáticos (pneuma, espíritu). Dijimos antes que el problema de la mística, además de la cristología, era el de la escatología. ¿Tenemos ya accesible de algún modo en nuestra historia comunitaria e individual una vida que nos arranque a la finitud, decadencia y desesperanza (salvación)? Esta es la respuesta de san Juan: — la vida se ha manifestado; — la gloria de Dios ha traspasado nuestra carne; — la luz ha venido al mundo y las tinieblas no han sido capaces de sofocarla; — podemos pasar de la muerte a la vida si en la fe acogemos a Cristo y amamos a los hermanos; — el amor se ha concretado en la cruz; — el Espíritu nos está dado para llegar a la verdad de Cristo y mantenerla viva en la memoria generando gozo en nuestra conciencia. Creer es conocer porque en la fe se hace presente la gloria del Unigénito y la fuerza derivada de su entrega por los muchos en el amor hasta el extremo (Jn 13, 1). La palabra gnôsis no aparece en este evangelio y, sin embargo, «conocer» es un verbo decisivo: los creyentes han conocido al que es la luz, al que porta el pecado del mundo, al que nos hace libres en su revelación. En el Nuevo Testamento no existe la contraposición entre la razón y la fe sino entre la fe y la no-fe, entre el consentimiento a Dios en el amor y el rechazo en la desmesura y el pecado. La suprema desgracia del hombre es el pecado, que afecta, además de su inteligencia, al ser entero del hombre como huida de la luz, entrega al maligno y desamor de los hermanos. 3. Cristo, mediador del conocimiento, del amor y de la gloria del Padre Cristo es la mediación del conocimiento, del amor y de la gloria del Padre para los hombres. Entre los dos se da una reciprocidad de existencia y permanencia: el Hijo permanece en el Padre, y los creyentes permanecen también en el Padre al permanecer en el Hijo. «Permanecer» es el término técnico de Juan para designar ese estar del Hijo en el Padre y de los creyentes en él y, por medio de él, en el Padre. De ahí se deriva la necesidad de «permanecer en el amor». Habría que leer aquí enteros varios capítulos. El capítulo 6, referido a su carne entregada para la vida del mundo y para poder permanecer en él; el capítulo 15 sobre la vid y los sarmientos; el capítulo 17 sobre su unidad con el Padre y de los discípulos con él y entre sí. San Juan ha trascendido hasta el extremo máximo posible la 82 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA relación de Jesús con sus discípulos en los sinópticos. Ya no es solo el guía mesiánico, el maestro, el que avanza delante de ellos a Jerusalén, el amigo exterior. Cristo es presencia interior, el Hijo que nos arrastra con su conciencia y amor hasta el Padre y arrastra al Padre para que ambos inhabiten en nosotros: — «Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a estos como me amaste a mí» (17, 22-23). — «Yo les di a conocer tu nombre [tu ser] y se lo haré conocer, para que el amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos» (17, 26). — «Si me habéis conocido conoceréis también a mi Padre... El que me ha visto a mí ha visto al Padre: ¿cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?» (14, 7-10). El creyente accede a una vida nueva: la propia del Eterno, que se ha manifestado en Cristo. Esa manifestación (verdad) es la que hace libre al hombre (cf. 8, 32), porque hace hijos a todos los que le reciben y los invita a participar de su plenitud (cf. 1, 12.17). Él, que es el Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, nos introduce en su vida. La vida de Cristo es un camino de obediencia y sumisión al Padre, realizando la obra encomendada a favor de los hombres: revelar la gloria del Padre y entregarles su propia vida (su sangre), justamente en la medida en que llega hasta el extremo de la kénosis. Su elevación en la cruz es signo de humillación absoluta por los hombres a la vez que de glorificación absoluta por Dios. Revelar la gloria de Dios a los hombres, hacerlos partícipes de su vida y fundarlos en su amor fue la misión del Hijo; acoger, personalizar y responder a esa plenitud, prosiguiendo la revelación del nombre de Dios y prolongando su glorificación es el sentido de la mística cristiana. Todo el capítulo 17 está centrado en esos cuatro puntos: identificación de la vida eterna, revelación del nombre de Dios, manifestación de la gloria divina, trasvase del amor del Padre a los suyos. Este capítulo ha sido para muchos creyentes el núcleo duro y fecundo del cristianismo. Muchos lo han sabido de memoria y repetido como una oración propia. Entre los miles de esos memorizadores y recitadores cito solo dos nombres de excepción: san Juan de la Cruz e Yves Congar. Jesús levantando los ojos al cielo añadió: Padre, llegó la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique, según el poder que le diste sobre toda carne para que a todos los que tú le diste, les dé él la vida eterna. Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu Hijo, Jesucristo (17, 1-3). Frente a toda mística del entorno helenístico, mistérico o filosófico, para la cual Dios es invocado con inacabables designaciones como el que 83 CRISTIANISMO Y MÍSTICA está más allá de la esencia, más allá de toda comprensión, más allá de todo nombre y de toda palabra, en el que el hombre puede sumergirse como en vacío y silencio originarios, san Juan afirma que en el principio era no el silencio sino la palabra, no el vacío sino la plenitud. Dios es el que ha hablado en la historia, el que tiene nombre y rostro en Jesucristo. Este no enseña métodos iniciáticos, no propone experiencias propias de éxtasis o visiones excepcionales, en las cuales él hubiera visto a Dios. El centro de este evangelio es el revelador, el que habla palabras de Dios en el tiempo porque es la Palabra eterna en Dios y por eso puede revelarle; es el Hijo y por eso nos puede ofrecer la libertad, que solo existe cuando el hombre se encuentra en su origen, fundamento y fin, es decir, en el amor creador del Padre. En san Juan tampoco hay alternativa entre una mística teocéntrica y una mística cristocéntrica. Justamente la enjundia de su testimonio es que el Hijo está en el Padre, que conocer al Hijo es conocer al Padre, porque el Padre está en él, y que quienes reciben al Hijo comparten vida con él en el Padre y en el Espíritu. Esa es la vida eterna y para que participemos de ella los mortales se ha encarnado el Verbo, que estaba en el seno del Padre, a fin de que, viendo su gloria y plenos de su plenitud, seamos libres en el mundo y tengamos esperanza. 4. Mística cristocéntrica y mística trinitaria Si existe una clara diferencia entre el Padre y Cristo, existe asimismo, sin embargo, una clara continuidad entre ellos: la acción del uno va unida a la del otro. La actitud del hombre ante Cristo es acogida por el Padre como realizada para con él. Las palabras de Jesús reclaman autoridad divina, son apoyadas por la autoridad del Padre y, cuando son observadas, llevan consigo la presencia y manifestación interior de Cristo. En ningún otro lugar del Nuevo Testamento existe esa trabazón tan realista entre la guarda de los mandamientos, el amor a Cristo y su manifestación al creyente, hasta el punto de que podríamos hablar de la identificación entre moral y mística. «El que recibe mis preceptos y los guarda, ese es el que me ama; el que me ama a mí será amado de mi Padre y yo le amaré y me manifestaré a él» (14, 21). Manifestación de Cristo que es inseparable ya de la manifestación del Padre, porque su acción es inseparable, y la de uno arrastra la del otro. En este contexto aparece una afirmación que tendrá una honda repercusión en la experiencia cristiana: el tema de la inhabitación divina, que implica la concentración de toda la realidad esencial del cristianismo en el presente y en cada sujeto. Los hechos históricos originadores pueden quedar lejos en el tiempo y en el espacio pero la realidad originada se hace presencia, morada y acción permanente en cada hombre. El realismo de la acción en obediencia a los preceptos de Cristo, nacida del amor y en el 84 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA amor consumada, lleva consigo la presencia y manifestación de la paternidad de Dios y de la filiación del Hijo: «Respondió Jesús y les dijo: Si alguno me ama guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos morada» (14, 23). Aquí aparece la continuidad con la experiencia veterotestamentaria hecha de audición, obediencia y fe para con Dios, con su prolongación en el amor, referidos la obediencia y el amor ahora a la palabra de Jesús, que lleva consigo una manifestación interior de Cristo y del Padre al creyente. La amistad con Dios alcanza así su punto cumbre y la alianza es comprendida no solo en perspectiva de relación exterior sino de intimidad personal, en conciencia y amor. Podríamos, por ello, considerar estas afirmaciones de san Juan como el punto cumbre de lo que luego vamos a considerar como experiencia mística. Las afirmaciones de Cristo en el Evangelio de san Juan culminan en los textos sobre la realidad del Espíritu, designado con tres formulaciones distintas: el Espíritu de la verdad, el Espíritu Santo, el Paráclito (esto es, consolador, abogado defensor al lado). Con ellas designa una realidad de naturaleza dinámica y personal, que actuará en la conciencia de los creyentes cuando Jesús haya desaparecido físicamente de entre ellos. Si Jesús, enviado por el Padre, fue el abogado, defensor y consolador primero de los hombres, el Espíritu es «el otro» defensor enviado por Jesús tras su glorificación. Jesús es ahora intercesor ante el Padre, mientras que el Espíritu es defensor ante el mundo (cf. 1 Jn 2, 1-2). Aquí la referencia no es ya solo el individuo sino también la comunidad; diríamos que es el don y la fuerza que Jesús deja a su Iglesia para que lo haga presente, lo represente, lo recuerde y constituya a los creyentes en sus defensores. En alguna forma es la propia presencia de Jesús, una nueva venida, de él, que es el abogado y defensor primordial de sus discípulos: «No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros» (14, 18). — «Si me amáis guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre, que os dé otro Paráclito, que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir» (14, 15-17). — «Os he dicho estas cosas mientras permanezco entre vosotros pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho» (14, 25-26). — «Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí, y vosotros también daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (15, 26-27). — «Os digo la verdad, os conviene que yo me vaya. Porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros, pero si me fuere os lo enviaré» (16, 7). 85 CRISTIANISMO Y MÍSTICA — «Cuando viniere aquel, el Espíritu de la verdad, os guiará introduciéndoos en toda la verdad» (16, 13). Cf. 1 Jn 2, 1. 5. El Paráclito: memoria y experiencia, testimonio y defensa de Cristo El Paráclito es quien, enviado a petición de Jesús de parte del Padre, continúa la obra de Jesús; es la memoria viva de su persona, el intérprete de sus palabras, el guía hacia la verdad completa, el testigo fiel ante los tribunales y el defensor de Jesús ante el mundo. Él es la garantía de que el olvido no prevalecerá sobre la memoria de Cristo; él es quien irá actualizando e interpretando el sentido de sus palabras, cuya plenitud no pudo ser percibida por los discípulos (16, 12) y que él irá desplegando en el tiempo, constituyendo a cada fiel creyente en su traductor concreto y en su actualizador temporal y local. La historia del dogma, en cuanto interpretación autoritativa de la revelación, la historia de la mística, en cuanto percepción e interpretación testimonial de esta, y la acción en la conciencia de los cristianos fieles, en los que engendra el sensus fidei o instinto sobrenatural para discernir y preferir lo connatural con el núcleo de la fe, son los tres ámbitos de recepción eclesial en los que el Espíritu Santo ha ido actualizando y personalizando en el tiempo la revelación. Cristo es así la palabra definitiva de Dios en el tiempo, fijada en su exterioridad encarnativa; mientras que el Espíritu es, con su dýnamis, quien la universaliza, interioriza y actualiza siempre de nuevo en las conciencias. Cristo es así la coordenada de unidad y fijeza, mientras que el Espíritu es la coordenada de universalidad y novedad permanente39. La mística cristiana deriva así de ambas coordenadas; es fruto de la memoria fiel de quien es un pasado único (Cristo) a la vez que de la atención y docilidad a un presente innovador (Espíritu Santo). Una atención 39. Estas afirmaciones joánicas sobre el Paráclito han sido decisivas en la historia de la doctrina (Trinidad) y de la espiritualidad (experiencia mística). Cf. R. E. Brown, El Evangelio, cit., pp. 1520-1530 («El Paráclito»); R. Schnackenburg, El Evangelio, cit., pp. 177251 («El Paráclito y las sentencias sobre él»). En pneumatología no han recibido todavía la atención suficiente. Hay dos aportaciones mayores: una de K. Barth, quien le dedica el párrafo 16 de su Dogmática de la Iglesia con estos epígrafes: 1. el Espíritu Santo y la realidad subjetiva de la revelación; 2. el Espíritu Santo y la posibilidad subjetiva de la revelación. Y formula así su tesis: «La revelación de Dios se realiza y consiste, según la Sagrada Escritura, en que el Espíritu Santo de Dios nos ilumina para el conocimiento de su palabra. El don de su santo Espíritu derramado es la revelación. En la realidad de este acontecimiento consiste nuestra libertad, la de ser hijos de Dios y de conocerle en su revelación, de amarle y de alabarle». El otro autor que ha hecho una aportación mayor a la pneumatología es Y. Congar, El Espíritu Santo, Herder, Barcelona, 1998. Carecemos, no obstante, de una pneumatología sistemática y de una historia que haya analizado la presencia y la percepción explícitas de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y de las almas. 86 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA exclusiva a la persona histórica de Jesús convertiría al cristianismo en mera historia, moral o doctrina; una atención exclusiva al Espíritu Santo lo convertiría en puro vivencialismo, subjetividad inverificable e inservible para los demás. No hay cristología sin pneumatología e igualmente tampoco hay pneumatología sin cristología. Desde aquí se puede verificar la objetividad de dos grandes movimientos, cuya riqueza en un sentido y peligrosidad en otro son patentes: el primero, la comprensión meramente histórica y positivista de Jesús, propia de la teología liberal; el segundo, las olas de vivencialismo desencadenadas por los movimientos pentecostales. Ambos tienen un punto de partida legítimo y cada uno sufre sus tentaciones específicas. Estos textos, que religan, por un lado, a Cristo con el Espíritu Santo y, por otro, a ambos con el Padre, se convirtieron en el punto de partida para la reflexión teológica sobre Dios, junto con los textos de los otros evangelios y de san Pablo. Del mantenimiento de la confesión del Dios uno, constitutiva del Antiguo Testamento, y de estas experiencias vividas con Cristo y luego en la Iglesia, nace el monoteísmo trinitario. En el Nuevo Testamento no encontramos todavía una elaboración sistemática de la naturaleza de cada uno de estos tres protagonistas de nuestra salvación. Cristo y el Espíritu aparecen como quienes la realizan en cuanto autorrevelación y autodonación del Padre. Las acciones de ellos en el tiempo serán el camino por el que andará la inteligencia cristiana para adivinar la relación eterna que une a las tres «personas» con anterioridad e independencia de su manifestación temporal. Santo Tomás formuló así este principio: las misiones temporales del Hijo y del Espíritu Santo nos llevan al conocimiento de las relaciones eternas de ellos entre sí y de ambos con el Padre40. En nuestros días Rahner ha explicitado el presupuesto de esa posibilidad de conocimiento del misterio trinitario a partir de la historia afirmando que, si no hubiera identidad entre la acción divina para con nosotros y el propio ser de Dios en sí, no habría revelación sino ocultamiento de Dios, quien con ello nos estaría engañando. Su tesis dice así: la Trinidad inmanente es la Trinidad económica y la Trinidad económica es la Trinidad inmanente41. Esta afirmación se ha hecho ya patrimonio de la teología contemporánea, aceptada en su primera parte y cuestionada en su segunda, ya que, si se identifica absolutamente la Trinidad económica con la Trinidad inmanente, entonces la encarnación y la misión del Espíritu no tendrían novedad y significación para el propio Dios y su concreción histórica no afectaría a los hombres en su capacidad de interactuar con las acciones de Cristo y del Espíritu. 40. Cf. G. Emery, La teología trinitaria de santo Tomás de Aquino, Salamanca, 2008. 41. K. Rahner, «El Dios trino como principio y fundamento trascendente de la historia de la salvación», en J. Feiner y M. Löhrer (comps.), Mysterium Salutis, II/1, pp. 360-449. 87 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Estos textos de san Juan son el presupuesto posibilitador de una mística trinitaria, que no es el resultado de una elaboración sistemática sobre cada una de las personas y de la relación entre ellas sino del adentramiento hasta el designio salvífico de Dios, en el que aparecen la acción del Padre, la palabra de Cristo y la manifestación del Espíritu. Los elementos esenciales son: el punto de partida con la historia de Jesús, fijada normativamente en el Nuevo Testamento; la interpretación que de ella han ido dando los concilios (el Espíritu Santo y los apóstoles); y en tercer lugar, la abertura del creyente a la realidad abismal, oscura y luminosa de Dios. San Juan en el prólogo —a la vez abertura y síntesis conclusiva del evangelio— nos lleva de las palabras de Jesús en el tiempo a él como Palabra en el seno del Padre, a su acción creadora, a su presencia universal iluminadora de los hombres que vienen a este mundo, a su manifestación a los patriarcas y profetas. El Jesús particular judío es el Verbo creador eterno. Por eso ha habido, junto a una mística de Jesús (v. g. Carlos de Foucauld), una mística del Verbo en referencia trinitaria (v. g. Isabel de la Trinidad). Del Verbo dice san Juan en el mismo prólogo que es el «Unigénito reclinado sobre el seno del Padre» (1, 18). Y describiendo la última cena utiliza idéntica expresión: «Uno de los discípulos, al que amaba Jesús, estaba reclinado sobre el pecho de Jesús» (13, 23). La tradición ha identificado a ese discípulo con el propio san Juan, a quien por esa razón se le ha considerado como «el teólogo». El «Logos» de Dios está incluido en el corazón de quien es el Logos personal, y sabe de él quien ha puesto su cabeza junto al corazón de ese Logos encarnado que es Jesús. La verdadera mística, por tanto, es aquella que está en continuidad con la conciencia y experiencia de Jesús, con el testimonio interior del Espíritu Santo y con el testimonio exterior del apóstol. 6. Cuatro rasgos de la mística joánica Apuntamos como conclusión unos breves rasgos de la mística joánica, identificada hasta aquí en sus elementos esenciales. a) Unión entre historia y teología. El Evangelio de san Juan tiene fuentes propias de información en relación con los sinópticos. Él no identifica a Cristo con categorías metafísicas sino en referencia a Dios y con intención soteriológica: como el Revelador, la Verdad, el Hijo, la Palabra. Junto a estas designaciones están aquellas otras que le muestran como el manantial en el que el hombre puede encontrar el agua para su sed primordial, el alimento para su hambre última: el pan, la luz, el agua, la vida, la resurrección, la puerta... Él no las ofrece desde fuera como trayéndolas de otro lugar sino que las ofrenda naciendo de sí mismo, siéndolas en persona. En ningún otro lugar aparece tan de manifiesto cómo la mística cristiana no remite a saberes, métodos, técnicas del hombre sino a Cristo 88 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA vivo, lugar en el que se encuentran Dios y el hombre, aquel encarnado, este redimido y divinizado. Ese es el peso de todas las afirmaciones autológicas de Jesús en este evangelio: «Yo soy», que para sus oyentes judíos eran un eco de la definición que Dios da de sí mismo en el Éxodo: «Yo soy el que soy» (3, 14). b) Contenido intelectual. Si es verdad que Juan no utiliza el término gnôsis y en manera alguna hubiera aceptado reducir el Evangelio a su dimensión de racionalidad, tampoco lo reduce, sin embargo, a mero hecho histórico ni lo concentra en su aspecto afectivo. En él aparecen los grandes símbolos de la vida humana elevados a una significación sobrenatural. Desde estas realidades humanas primordiales (pan, agua, luz, vida, camino...) es comprendido Cristo; y a la inversa, desde Cristo hemos desarrollado una comprensión más profunda de esas realidades, posibilidades y necesidades. El comentario de Bultmann ha interpretado todo el evangelio girando en torno a esa nueva comprensión de la existencia del hombre trasformado por la palabra del que es el Verbo eterno, del iluminado por la luz, del confrontado con la verdad, del que se ha alimentado del pan de la vida, del que ha pregustado ya los signos de la resurrección; en una palabra, de la existencia nacida de arriba y del Espíritu. El Cristo de Juan es el de los grandes diálogos críticos con los líderes del pueblo, de los grandes discursos y de los grandes signos. Toda la que hemos llamado «mística» intelectual se ha originado en Occidente desde Orígenes, Juan Escoto Eriúgena, Eckhart, Nicolás de Cusa y otros como comentario al prólogo del Evangelio de san Juan. E incluso la «mística metafísica» en su formulación cristiana ha partido de aquellos textos en que Juan expresa la unidad de Cristo con el Padre y la unidad de los creyentes con Cristo, participando de aquella unidad: «Yo y el Padre somos uno» (10, 30); «yo en ellos y tú en mí» (17, 23)42. c) Realismo moral. Sorprende comprobar que el evangelio que subraya con más insistencia la «estancia» del cristiano en Cristo, la «permanencia en su amor» es a la vez el que religa más estrechamente el amor a Cristo con el cumplimiento de sus mandamientos. Ya indicamos cómo guardar su palabra y amarle son la condición previa para recibir su revelación (14, 23). Hacer la voluntad del Padre es el primer quehacer del Hijo y hacer la voluntad de Cristo es el primer quehacer del discípulo (3, 34). Hacer la voluntad de Dios lleva al reconocimiento de Cristo y al descubrimiento de la verdad de su doctrina (7, 17). La novedad aporta42. Estos textos de san Juan, junto con Flp 2, 6-11, han sido el punto de partida para la cristología de los filósofos en la era moderna, cuyas huellas ha indagado minuciosamente X. Tilliette. Cf. O. González de Cardedal, Cristología, pp. 321-352 («La cristología en la era moderna y contemporánea»); E. Bonete, Los filósofos modernos ante Cristo, Tecnos, Madrid, 2015. 89 CRISTIANISMO Y MÍSTICA da por él es la manifestación del amor del Padre a sus hijos, poniendo la vida por ellos, y la prolongación de ese amor recibido en el amor ofrecido a los demás hermanos. «Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado y que os améis mutuamente. En esto conocerán todos que sois discípulos míos» (13, 34-35). La actitud del discípulo respecto de Cristo es la de seguimiento, que incluye la fiel recreación de sus actitudes, la solidaridad de destino con el que llega hasta la cruz y la comunión de vida en el amor con el Glorificado. Si hubiera que elegir dos términos que sinteticen lo que exige y aporta el Jesús de Juan al hombre, elegiríamos las dos que cierran el cuarto evangelio: fe y vida. «Estas cosas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (20, 30). Al afirmar el mesianismo de Jesús, el evangelista reconoce su pertenencia judía; y al afirmar la filiación divina, muestra su trascendencia y novedad respecto de los contenidos propios del mesianismo. La fe es la condición del acceso a Jesús; y por ser generadora de una vida como la suya, el autor de la Primera Carta de Juan dirá: «Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1 Jn 5, 4). d) Dimensión comunitaria: eclesial y sacramental. San Juan no utiliza el término ekklesía, Iglesia; entre los evangelistas solo lo hace san Mateo. Ellos saben que la Iglesia ha nacido de Jesús, de todo lo que él hizo (predicación, signos, comportamientos, morir) y de lo que los hombres hicieron con él (pasión, crucifixión), pero sobre todo de lo que Dios hizo con él resucitándole de entre los muertos y alumbrando en el corazón de sus apóstoles la llama de la fe. San Juan, que parte explícitamente de esa experiencia eclesial, ve en el grupo de apóstoles y discípulos que acompañan a Jesús el anticipo personal de la Iglesia. En algunos casos Jesús se refiere de forma expresa a los creyentes futuros que van a creer en la palabra de sus discípulos: «Pero no ruego solo por estos sino por cuantos crean en mí por su palabra» (Jn 19, 20). Hace mención explícita de quienes vengan a la fe en el futuro y que, por no haber sido testigos de los milagros, tengan que creer sin haber visto. A ellos les dirige esta bienaventuranza: «Dichosos los que sin ver creyeron» (20, 29). Los creyentes en Jesús aparecen como grupo claramente diferenciado del grupo de los «judíos». Con este término el evangelista designa, más allá de sus compatriotas contemporáneos, a los que rechazan o rechazarán a Jesús (cf. 1, 9). Los apóstoles fueron elegidos por Jesús y destinados a dar fruto (cf. 15, 16); tienen la misión de hablar de él para posibilitar que otros lleguen a la fe en su persona (cf. 17, 20) y ser así sus testigos (cf. 15, 27). Jesús les da la autoridad para perdonar y retener los pecados (cf. 20, 23), y Pedro recibe el mandato especial de apacentar el rebaño (cf. 21, 15-17). La comunidad de discípulos, con los Doce y Pedro, es como un rebaño conducido por el propio Cristo, pastor verdadero (cf. 10, 11); pero, a la 90 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA vez que guiados por fuera, los discípulos son vivificados por dentro, como los sarmientos reciben la savia unidos al tronco de la vid (cf. 15, 1-8). Aun cuando san Juan nunca habla explícitamente de «Iglesia», sin embargo la presupone. Lo mismo ocurre con los sacramentos: el bautismo y la eucaristía. El nacer de arriba y del Espíritu, el Jesús que bautiza en el Espíritu Santo y fuego son afirmaciones indirectas de la realidad bautismal (cf. 1, 32-33; 3, 3-5). Y lo mismo ocurre con la eucaristía en el relato de la multiplicación de los panes y en el discurso sobre el pan de la vida (cf. caps. 6 y 15). Es bien aleccionador de lo que pueden ser dos formas protestantes de exégesis: Bultmann ofrece una lectura puramente espiritual de estos textos, mientras que Cullmann ve múltiples símbolos y permanentes alusiones sacramentales43. La parábola del pastor y su rebaño, por un lado, y la de la viña, por otro, ofrecen las dos laderas de la Iglesia: la exterior y la interior, su presencia entre los hombres y su comunión con Cristo. Los apóstoles son aquellos a quienes el Paráclito envía para que mantengan fiel la memoria de las palabras de Cristo, las traduzcan en testimonio y las acrediten cuando tengan que defender a Cristo ante los tribunales de la razón, de la justicia o de la esperanza. La Iglesia, con los apóstoles, que anuncian externamente la palabra de Jesús, y con el Espíritu Santo, que la ilumina e interpreta por dentro, constituye el continuum con Jesús, de forma que cada hombre puede ser contemporáneo con Cristo y encontrarse respecto de él en la misma situación en que se encontraron quienes fueron sus contemporáneos. IV. FINAL Al preguntarnos si se da mística en el Nuevo Testamento, nos encontramos con el mismo problema que se presenta al preguntarse por la naturaleza mística de muchas experiencias y textos de autores cristianos, por ejemplo, san Agustín, san Francisco de Asís y san Buenaventura en una línea y, en otra, autores como Kierkegaard o el mismo Lutero, cuyo descubrimiento de la justicia pasiva (o mejor: la revelación que el mismo Dios le hizo de que es él quien nos justifica y suscita nuestras obras y no nuestras obras las que corresponden a la justicia exigida por Dios al pecador) ha sido considerado por algunos como una real experiencia mística44. La respuesta es negativa si se define la mística bien como el camino programado por el hombre para lograr por sus propios medios una ascensión o 43. Cf. Ch. K. Barrett, El Evangelio según san Juan, cit., pp. 131-136 («Sacramentos»); pp. 136-139 («Misticismo»). 44. M. Lutero, prólogo a la edición de sus Obras completas en latín (1545), en Íd., Obras, ed. de T. Egido, Sígueme, Salamanca, 2001, pp. 364-371. 91 CRISTIANISMO Y MÍSTICA inmersión en el ser de Dios, o bien como el conjunto de elementos metarracionales, de experiencias extáticas o de fenómenos extranormales producidos por la pretendida presencia o acción de Dios. En este sentido el Nuevo Testamento no contiene tal mística. Ahora bien, si por mística se entiende la intuición del Dios presente manifestado como señor y amigo, la comunicación profunda con él, la determinación de todo el ser personal por su presencia y por la experiencia fruitiva de su relación con nosotros, entonces la respuesta es positiva45. Entendida en este sentido se da una mística también en el Antiguo Testamento, ya que en él encontramos unas vidas enteramente situadas en el horizonte de la presencia divina y vividas como respuesta a esa llamada que las introduce en el espacio divino, iluminándolas y cualificándolas para llevar a cabo una misión profética o liberadora para con el pueblo. En esas experiencias están en primer plano la majestad, la santidad y la soberanía de Dios a la vez que la pequeñez, la debilidad y el pecado del hombre. Ante tales manifestaciones o llamadas, la respuesta de este es ponerse a disposición de la voluntad de ese Dios manifestada en tales teofanías, escucharla con atención y obedecerla. En este orden están las figuras proteicas de Abrahán, Moisés, Elías, Isaías, Jeremías, Oseas, etc., que han sido los grandes testigos y portavoces de la revelación después de haberse dejado transir por la santidad divina. De la relación con el Dios justo nació la convicción profética de que el pueblo debe ejercer justicia sobre todo con quienes viven en los márgenes de la vida: pobres, viudas, huérfanos, extranjeros, mujeres. De la percepción del Dios santo surgió la convicción de tener que ser santos como él que se había revelado eligiendo a ese pueblo, conduciéndolo, castigándolo y amándolo como signo de justicia y de santidad para todas las naciones. Una reducción legal, moral y profética del Antiguo Testamento no hace justicia a tantas figuras de profetas, orantes, salmistas y pobres de Yahvé como encontramos en él. Es muy significativo que san Juan de la Cruz se refiera constantemente a esas figuras y sean más las citas del Antiguo Testamento que las del Nuevo46. La lectura tan negativa, casi meramente legalista y ritual, del judaísmo y del Antiguo Testamento que desde Kant hasta mediados del siglo XX ha compartido la mayoría de exégetas protestantes ha llevado consigo una cierta desatención a la raíz experiencial de la piedad veterotestamentaria y al rechazo de una verdadera 45. Cf. J. Maréchal, Étude sur la psychologie des mystiques I, Lovaina, 1938, 124. Y por su brevedad y belleza, las páginas de A.-J. Festugière, L’enfant d’Agrigente, París, 1950, especialmente pp. 110-126 («El sabio y el santo»); pp. 127-133 («Mística pagana y caridad»); pp. 134-148 («Ascesis y contemplación»). 46. Cf. J. L. Astigarraga y otros, Concordancias de los escritos de san Juan de la Cruz, Roma, 1990 (Textos bíblicos, Antiguo Testamento: pp. 2019-2051; Nuevo Testamento: pp. 2053-2070). 92 EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA experiencia mística tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento47. A partir de la segunda mitad del siglo XX se ha iniciado una nueva lectura de ambos, al hacernos conscientes de la actitud ideológica con que anteriormente los habíamos leído e interpretado. Concluyo con tres textos expresivos de triple respuesta. Una es la radical, negadora de la mística, propia de Bultmann, escrita como final del artículo «Mística en el Nuevo Testamento» de la enciclopedia Religion in Geschichte und Gegenwart: En Pablo y en Juan aparece con fuerza en primer plano la convicción de que la vida nueva no consiste en una elevación del alma sobre el aquí y el ahora sino que se realiza por la fe en la predicación y por la forma de vida determinada por el amor aquí y ahora. Y que esta vida se fundamenta en la acción salvífica de Dios, que es un acontecimiento histórico y se actualiza siempre de nuevo en la realización histórica de la predicación (y de los sacramentos). A los últimos escritos del Nuevo Testamento les es común la convicción de que la Iglesia y la doctrina, en cuanto magnitudes históricas, constituyen el cristianismo y median la salvación; la convicción de que la acción salvífica de Dios se realizó y se realiza en la historia y de que la Iglesia visible expresa, en consecuencia, la obra escatológica de Dios y el fin de la historia de la salvación. Por tanto, aquí no se puede hablar de mística (von Mystik kann hier also keine Rede sein)48. 47. Casi todas las teologías del Antiguo Testamento, escritas en su mayoría por protestantes (Köhler, Westermann, von Rad, Kaiser, Preuss, Brueggemann...), ponen de relieve la originalidad del Antiguo Testamento bajo títulos como estos: fe e historia, fe y trascendencia, las exigencias éticas de la fe monoteísta, la promesa y la justicia, profetismo y santidad de Yahvé, primacía de la ética sobre el culto. Rara vez se acercan a lo que con términos modernos se ha llamado primero piedad y luego espiritualidad del hombre veterotestamentario; y cuando lo hacen, es en relación con los salmos o con algunos textos proféticos de carácter biográfico confesional, como es el caso de Jeremías y Oseas. Sin embargo, frente a una interpretación puramente ética o existencial escribe W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento I, Cristiandad, Madrid, 1975, pp. 20-21: «Si de lo que se trata en el Antiguo Testamento es del encuentro de Dios con el hombre dentro de la situación histórica de este (un encuentro por el que un pueblo es llamado a la vida), entonces el punto central de su mensaje debe consistir en esa concreta relación de comunión por la que este sale de su secreto y se da a conocer [...]. Si nos fijamos en el pueblo elegido de ambos testamentos y en su vocación a una comunión de vida con Dios, desembocamos en un realismo histórico que escapa con holgura a las estrecheces de la analogía de una interpretación existencial». 48. R. Bultmann, «Mystik. IV. Im Neuen Testament», p. 1246. Esta actitud negativa de la teología protestante hacia la mística, como peligro radical para una fe bíblica que acentúa la trascendencia de Dios y con ella la distancia infinita que le separa del hombre, ha perdurado hasta nuestros días. Así a propósito de Pablo y de Juan: A. Richardson, An Introduction to the Theology of the New Testament, Londres, 1958, p. 250; H. Conzelmann, Grundriss der Theologie des Neuen Testaments, Múnich, 1968, p. 232, y E. Lohse, Teología del Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid, 1978, p. 154: «Pablo no es un místico, pues Cristo es para Él el Kyrios, el cual se contrapone a los fieles y se distingue siempre de ellos, de modo que no puede llegarse a una unión mística del yo y del tú»; p. 226: «Es verdad que estas expresiones de san Juan parecen tener resonancias místicas; pero 93 CRISTIANISMO Y MÍSTICA La segunda respuesta es la de Barrett, un exégeta inglés que goza de reconocimiento internacional por su objetividad y sobriedad interpretativa. Pertenece a una generación posterior a Bultmann, refleja una actitud más abierta a la comprensión de lo que aquí está en juego: Para Pablo «ser en Cristo» significa que el creyente participa en el reino mesiánico inaugurado por el sufrimiento y el triunfo que tienen lugar en la muerte y resurrección de Jesús. El misticismo de Pablo reside en un Cristo que es ante todo el redentor escatológico que está en los límites de este mundo y del mundo futuro. El Cristo de Juan se podría describir, más bien, como el que es, en sí mismo, el único verdadero místico49. Una tercera respuesta, complexiva de los diversos aspectos de esta dimensión religiosa que están en juego, distingue una noción general de mística de otra específica y diferencia la experiencia mística de la teología mística. De aquella experiencia encuentra los elementos esenciales en el Nuevo Testamento a la vez que los criterios a partir de los cuales se podrá elaborar la teología mística. Unos autores entienden las palabras «mística» y «misticismo» en sentido amplio. Toman como objeto de la mística paulina y joánica esa realidad sobrenatural fundamental que no cae bajo los sentidos y en la que consiste la pertenencia del cristiano a Jesucristo y a Dios. En esta definición no integran como elemento esencial la «intuición de Dios presente en el alma» ni, según otra fórmula, «el sentimiento inmediato, sin inferencia, de la presencia de Dios en el interior del alma», la conciencia experimental de la gracia, los estados «místicos» tal como los describen san Juan de la Cruz o santa Teresa de Ávila. En esta primera concepción toda unión real, ontológica, del alma con Cristo y Dios es «mística», independientemente de los sentimientos que pueda experimentar el sujeto. Otros autores, cuando tratan de «mística» o de «misticismo», toman las palabras en un sentido más estricto. En la definición que dan hacen entrar un elemento de experiencia, «intuición de Dios presente», toma de conciencia experimental de la vida de la gracia en el alma. San Pablo y san Juan han ignorado tales discusiones y distinciones. Toda su atención estaba dirigida a lo que es la esencia de la vida cristiana, su realidad ontológica, las condiciones de su nacimiento y de su desarrollo50. no designan una relación mística sino la pertenencia de los fieles a Cristo». En cambio la actitud más positiva, recogiendo los indicios de lo que posteriormente será designado como mística, perdura en los exégetas católicos. Cf. R. Schnackenburg, Neutestamentliche Theologie, Múnich, 1963, p. 123 («Mystik und Ethik»); J. Gnilka, Teología del Nuevo Testamento, Madrid, 1998. 49. Ch. K. Barrett, El Evangelio según san Juan, cit., p. 139. 50. J. Huby, Mystiques paulinienne et johannique, París, 1946, pp. 8-9. 94 Capítulo 3 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE Tenemos la palabra y no tenemos nada más que la palabra. Las palabras nos dan la realidad y con ellas hacemos la historia; ellas, como los hombres nacen, enferman y mueren. En su curso pueden desgajarse del tronco del que nacieron o recibir de él savia nueva. Las palabras hacen las revoluciones y las revoluciones engendran nuevas palabras. Por eso nuestro acceso a la realidad debe comenzar por la recuperación de las palabras conociendo su origen, siguiendo su historia, percibiendo la vibración contemporánea y su capacidad para expresar objetivamente al hombre, pero también descubriendo su corrupción e incapacidad para decirle. La historia de las palabras es la historia de las ideas y la historia de las ideas es la historia de la vida humana en la medida en que ella es conciencia de sí, expresión de sí y proyección desde sí. Las palabras tienen su historia y cada historia tiene sus palabras propias; como los libros, las palabras tienen cada una su propio destino: habent etiam sua fata verba. Solo los poetas, los genios, los santos son capaces de crear palabras nuevas y de regenerar aquellas que habían perdido su capacidad para expresar el enigma del ser, para decir el destino del hombre y para nombrar a Dios. I. RECUPERACIÓN Y POSTERIOR DIFUMINACIÓN DE LA MÍSTICA 1. El comienzo y el final del siglo XX Hoy todavía estamos viviendo de los logros y malogros del siglo XX. En él tuvieron lugar el redescubrimiento y la recuperación de ese fenómeno característico de la vida cristiana en Occidente designado con el término «mística». Los centenarios de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz, junto con la vida y la muerte de santa Teresa de Lisieux, seguida de un fulgurante eco popular de su figura, fueron algunos de los 95 CRISTIANISMO Y MÍSTICA hechos que pusieron a la mística en primer plano. En la segunda mitad del siglo XIX surgen unas fórmulas que se impondrán como designación de hechos históricos y de ideas que retienen hasta nuestros días la atención como fenómenos incontrovertibles. Así, por ejemplo, las expresiones «mística alemana», «místicos del Rin», surgen por primera vez propuestas por K. Rosenkranz, discípulo de Hegel, con motivo de la aparición de las Obras de Suso en 1829 y con el redescubrimiento de Eckhart, situado en la cercanía del idealismo alemán. En paralelismo, varios decenios después aparecerá la fórmula «místicos españoles» o «místicos castellanos» para designar primordial, cuando no exclusivamente, a santa Teresa y san Juan de la Cruz, contrapuestos en un primer tiempo a san Ignacio, considerado en sus Ejercicios como exponente del puro y duro ascetismo, con olvido de la dimensión contemplativa, que encontramos en el Diario. La expresión «místicos castellanos» o «místicos abulenses» es utilizada por los hispanistas y filósofos franceses. Estos van desde Delacroix a comienzos de siglo hasta los posteriores como Blondel, Maritain, Brémond, Baruzi, Maréchal, Bergson, Morel. En el mundo anglosajón por las mismas fechas, aun cuando en desconexión con el continente, tenemos tres exponentes de las nuevas preocupaciones: William Ralph Inge (Mística cristiana [1899]), William James (Las variedades de la experiencia religiosa [1902]), F. von Hügel (El elemento místico de la religión tal como es estudiado en santa Catalina de Génova y sus amigas [1908]); Evelyn Underhill, con su estudio La mística. Estudio de la naturaleza y desarrollo de la conciencia espiritual (1911), traducido no hace mucho al castellano1. Tras ellos siguen las figuras emblemáticas de A. Saudreau, A. Gardeil, A. Poulain, R. Garrigou-Lagrange en Francia; C. Butler, E. Allison Peers, en Inglaterra; M. Grabmann, A. Stolz, A. Mager en Alemania; el padre Crisógono de Jesús, B. Jiménez Duque, A. Royo Marín y toda una generación de carmelitas, jesuitas y dominicos en España. A ellos los seguirán los filólogos que se interesan por el estilo y la poesía de los dos grandes abulenses (en un movimiento de interés iniciado en el centenario del nacimiento de san Juan de la Cruz por Dámaso Alonso) y los grandes historiadores y teólogos, que reasumen todo el problema comenzando por la paleografía, los códices, las fuentes, el pensamiento, la repercusión en la historia posterior, representados entre nosotros por los grandes carmelitas: Tomás Álvarez y Eulogio Pacho, Efrén de la Madre de Dios, Lucinio Ruano, José Vicente Rodríguez, Federico Ruiz Salvador... La historia del problema a partir de 1970 es conocida de todos. Los místicos se convirtieron en los exponentes supremos de la religión abierta y en canon del cristianismo. 1. Cf. Apéndice bibliográfico final. 96 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE A finales del siglo XX nos encontramos con la universalización del término a la vez que con una difuminación de su contenido. La enumeración de expresiones en que aparece se haría inacabable: se le aplica a cualquier realidad, y para designar el empeño primordial, el sentido último, el núcleo de algo se habla de la «mística de». Ya apenas retiene un contenido específico en conexión con la que fue su historia original. Incluso dentro de la Iglesia y de la teología, la difuminación ha llegado a términos extremos. Así, por ejemplo, si uno toma en las manos una obra seria pero de divulgación, escrita por la profesora de Oxford H. Graef, Historia de la mística, uno no sabe en realidad qué tiene delante: si una historia de la santidad, una historia de la espiritualidad, una historia de la oración, una historia de fenómenos extraordinarios tales como revelaciones y éxtasis o simplemente una historia de la relación de las almas con Dios. La misma difuminación afecta también al sustantivo «los místicos». ¿Quiénes lo son? Para designar a estas personas, la tradición espiritual había utilizado toda una gama de términos a la hora de expresar lo que vivía: sentimiento intenso de la presencia y acción de Dios en él; encuentro unitivo con el fondo absoluto de su ser, en el que se revela y entrega Dios; conocimiento experimental, no solo nocional de Dios; unión con Dios, a la que sigue una fruición y divinización; nacimiento del Hijo en el alma, prolongando o actualizando así la encarnación del Verbo en unidad con la generación eterna del Padre, de forma que generación en el seno del Padre, generación en el seno de María y generación en el alma forman una unidad; relación esponsal entre el alma y Dios. Todas son fórmulas diversas y complementarias para expresar la conciencia de aquella presencia inmediata de Dios al alma que crea en ella el sentimiento totalizador de lo que Dios es para ella y de lo que ella puede ser para Dios, de suerte que todo lo demás queda relacionado primero con esa presencia-encuentro-experiencia-amor-unión y relativizado después. Uno es el elemento esencial y múltiples son los elementos expresivos, ya que no hay una mística en sí, en estado puro, sino personas situadas en sus contextos culturales, que los determinan a ellos cuando tratan de expresar aquello que han vivido y respecto de lo cual lo primero que afirman es que es tan absolutamente real como absolutamente inefable. 2. Dos nombres símbolo: Michel de Certeau y Ludwig Wittgenstein Un ejemplo de lo que ha sido esa difuminación de la palabra en la cultura y en la propia Iglesia de los últimos decenios lo encontramos en el jesuita Michel de Certeau, buen conocedor de la historia de la espiritualidad, editor del Memorial de P. Fabro (1506-1546), de la Guía espiritual de J.-J. Surin (1600-1665) y autor de muchos estudios sobre espirituales 97 CRISTIANISMO Y MÍSTICA jesuitas como Lallemant (1588-1635) y J. P. Caussade (1675-1751). A raíz de la ruptura del Mayo francés en 1968 inicia caminos nuevos y sorprendentes. Al final de su vida define la mística como un lenguaje, una actitud, la marcha por un camino hacia un futuro totalmente abierto. A esta luz, un místico es aquel que no se detiene, que marcha siempre. Con unas fórmulas que nos recuerdan al Wandersman (caminante) de Angelus Silesius, de Certau nos lo describe con estos términos: «Místico es aquel o aquella que no puede detenerse en la marcha y que, con la certeza de lo que le falta, sabe respecto de cualquier lugar y de cualquier objeto que esto no es ello, que no puede permanecer aquí ni contentarse con ello»2. Fue precisamente otro jesuita, Pedro Fabro, quien escribió: Pelerin jamais arrivé, pelerin jamais arrêté, «peregrino nunca llegado, peregrino nunca detenido». Este autor acentúa la ausencia, las rupturas, la evaporación del concepto de Dios en nuestra cultura, la desaparición del rostro de Jesús y, con ello, la exigencia de vivir como quienes avanzan en la noche. Roland Barthes invita a leer los místicos sin Dios3, y M. de Certeau dirige un seminario en la Sorbona en el que no pronuncia nunca el nombre de Dios, repitiendo que «se trata para cada cristiano, para cada comunidad y para el cristianismo entero de ser el signo de lo que nos falta, desde el momento en que se trata de la fe o de Dios»4. J. Moingt, en la misma línea de M. de Certeau, partiendo de lo que este llamó «el cristianismo roto» (le christianisme éclaté), designa a Jesús como el Ausente de la historia5, llevando a un extremo imposible la afirmación más matizada del propio M. de Certeau: «Jesús es el Otro. Es el desaparecido viviente en su Iglesia. Él no puede ser un objeto poseído»6. La extensa biografía que le ha sido dedicada a M. de Certeau se cierra con estas palabras: En la contemporaneidad queda la posibilidad de un acto místico, de un deseo sin nombre, de un itinerario sin trazar, de un trazado en silencio, porque está fundado sobre la pérdida de una base de creencia. La experiencia mística se prosigue conservando su forma, pero con otro contenido distinto del contenido tradicional, tal como lo expresa el poeta René Char, citado por M. de Certeau: «En poesía solo se habita el lugar que se abandona, no 2. M. de Certeau, La fable mystique (XVIe-XVIIe siècles) I, París, 1982, p. 411. 3. Cf. R. Barthes, Cómo vivir juntos: simulaciones novelescas de algunos espacios cotidianos (Notas de cursos y seminarios en el Collège de France, 1976-1977), Siglo XXI, Buenos Aires, 2003, p. 55. 4. M. de Certeau, La faiblesse de croire, París, 1987, p. 217. 5. J. Moingt, Figures de théologiens, París, 2013, p. 178, quien se remite a M. de Certeau, «Faire de l’histoire: problèmes de méthode et problèmes de sens»: Recherches de Sciences Religieuses 58 (1970), pp. 515-520, y Esprit (junio, 1971), p. 1200. 6. M. de Certeau, «Faire de l’histoire», p. 519. 98 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE se crea nada más que la obra de la que uno se desprende, no se alcanza la duración nada más que destruyendo el tiempo». Abandonando cada vez más el lugar religioso en su materialidad eclesial, Certeau se arriesga en este camino que no autoriza nada, en el borde del abismo, y que es el propio del viajero místico, expuesto a la escucha del otro7. La experiencia de este jesuita, en el extremo borde de la Compañía de Jesús y de la Iglesia, nos remite a varias preguntas fundamentales para nosotros: ¿es posible hablar de mística en tiempo de ateísmo? ¿Tiene sentido seguir utilizando las mismas palabras para designar realidades incomparables? ¿Es legítimo separar forma y contenido? ¿No estaríamos ante la forma última y radical de la desteologización de la mística y, con ello, de su secularización definitiva? Parecería que solo nos quedan el silencio y la ausencia de Dios, por un lado, y la facticidad del mundo, por otro. En ese entretiempo de la ausencia de Dios y de la pérdida de su evidencia cultural y social, ¿qué debe hacer el hombre y qué puede hacer el creyente? ¿Soportar como Job ese silencio o presumir de una experiencia que no tiene? El golpe secularizador que Heidegger asestó al cristianismo, con la fecundidad antropológica y metafísica que descubrió en él, consistió en extraer categorías existenciales como creaturidad, historicidad, temporalidad, soledad, angustia, mundanidad, cotidianidad, culpabilidad, separándolas de los contenidos materiales que tienen en el cristianismo (creación, pecado, entretiempo, gracia, escatología, redención). Lo que el cristianismo dice del hombre en su relación con Dios, su creador y su redentor en la historia, y que solo es comprensible desde dentro de esa relación, Heidegger lo elabora en el vacío de la relación interhumana como absolutos en el mundo, sin el fundamento permanente, con la nada por debajo y la muerte en el futuro. En nuestro caso podemos hacernos la pregunta equivalente: ¿es legítimo desollar esas realidades que los creyentes han vivido en la relación con Dios e intentar comprenderlas primero y revivirlas después al margen de su contenido material y de la intencionalidad cristiana que orientaban sus acciones, estaban substantes a sus testimonios y eran el presupuesto de sus escritos8? La palabra «mística» en la historia de la cultura occidental se utilizó siempre para referirse a personas, textos y experiencias cristianas, ya que ni siquiera en Plotino aparece la palabra y solo una vez el adverbio «místicamente»9. En el siglo XIX se universalizó el uso para aplicarlo a experiencias similares en otras religiones, primordialmente en aquellas 7. F. Dosse, Michel de Certeau. Le marcheur blessé, París, 2002, p. 638. 8. Cf. K. Hammann, «Theologie und Philosophie. Martin Heidegger», en Rudolf Bultmann. Eine Biographie, Tubinga, 2009, pp. 192-206. 9. Cf. A. Bord, Plotin et Saint Jean de la Croix, París, 1996. 99 CRISTIANISMO Y MÍSTICA en las que Dios es reconocido con características personales (mística judía, mística islámica). En el siglo XX se secularizó el término hablando, por ejemplo, del marxismo como «mística secular»; y finalmente con Wittgenstein queda remitido al silencio. «Místico» es el hecho de que solo tenemos el lenguaje que dice cómo son las cosas pero no puede decir el sentido que tienen por el hecho de ser. Lo expresable lo dice la lógica, lo inexpresable la mística. «Lo místico no es cómo (wie) es el mundo sino que (dass) el mundo es» (Tractatus 6.44)10. Wittgenstein, con su historia personal y con su obra escrita, no es tan negativo, sin embargo, como podría parecer. Él es consciente de los límites de nuestro lenguaje, de cómo no nos es posible expresar lo que nos trasciende y limita, pero subraya el hecho de que ese límite se muestra. En el prólogo, que como la mayoría de ellos sin duda está escrito al final y expresa el sentido verdadero de lo que en medio de tan sutiles diferenciaciones quizá queda oscuro en el libro, afirma que unos son los límites de nuestro lenguaje y otras las posibilidades de quien nos limita, que, una vez que nos las ha manifestado, son a su vez pensables: Todo el sentido del libro podría resumirse en estas palabras: «Todo lo que en absoluto se puede decir, puede decirse con claridad y de lo que no se puede hablar, sobre ello debemos guardar silencio». El libro quiere, por tanto, trazar un límite al pensamiento o, más bien, no al pensamiento sino a la expresión del pensamiento. Pues para trazar un límite al pensamiento, tendríamos que poder pensar ambos lados de este límite (deberíamos poder pensar lo que no se puede pensar). Lo que el hombre no puede decir, al hombre le puede ser dicho. Y de eso que ha oído puede él trasladar algo a sus hermanos, los hombres. Este «se da», «se muestra» recuerda lo que los exégetas del Nuevo Testamento llaman el «pasivo divino» («se os dirá, se os dará, os será revelado», como otra manera de designar la acción de Dios, igual por tanto a: «Dios os dará, os revelará»). En este sentido Wittgenstein afirma explícitamente que lo que el hombre no puede conocer o decir le puede ser revelado y dicho, evidentemente por lo que él llama «lo místico», que es en el fondo una cifra para aludir a la realidad de Dios sin nombrarle directamente. Él, así implicado en ese neutro, se muestra, se da: «Existe (es gibt, se da) ciertamente lo inexpresable. Esto se muestra (zeigt sich), es lo místico» (Tractatus 6.522). Conviene recordar que Wittgenstein en el Tractatus tiene un freno expresivo resultante de la autocensura, por la cual no nombra a Dios. Este 10. Al respecto, cf. J. Jareño Alarcón, «Religión y relativismo», en Íd., Wittgenstein, Ariel, Barcelona, 2001. 100 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE texto iba a ser entregado a Russell y juzgado por él, cuya actitud irreligiosa era pública en Oxford y Cambridge. Nombrando a Dios, ¿para qué iba a crearse con aquel dificultades innecesarias en un problema de lógica y matemáticas donde nombrar a Dios no era necesario? ¡Y de Russell dependía todo el futuro universitario de Wittgenstein! A lo largo de todos los años estuvieron vivas al mismo tiempo la admiración y la distancia mutuas. Wittgenstein rechazaba a Russell por su ligereza respecto de la religión y su animadversión al cristianismo, mientras que Russell rechazaba a Wittgenstein por su real o atribuida orientación homosexual. Aquí se sitúa también esa otra frase suya, cuyo sentido encontramos ya en Bach, quien firmaba sus obras: «Zu Ehre Gottes und zur Freude meiner Mitmenschen» [Para gloria de Dios y alegría de mis (hermanos) los hombres]. Wittgenstein en una conversación con M. O. Drury dice: «Para la mayor gloria de Dios y que mi prójimo pueda beneficiarse de esta obra. Eso es lo que me hubiera gustado decir acerca de mi trabajo». Esta expresión de Wittgenstein nos da pie para ofrecer una precisión terminológica. Él distingue claramente lo que es el pensamiento, por un lado, y la expresión del pensamiento, por otro. En nuestro caso se trataría de distinguir los distintos niveles de la realidad a los que nos estamos refiriendo. Y lo haremos partiendo de un texto donde santa Teresa reasume una afirmación de la tradición espiritual anterior, distinguiendo tres planos o fases: «Una merced es dar el Señor la merced y otra es entender qué merced es y qué gracia; otra es saber decirla y dar a entender cómo es» (Vida 17, 5). Posteriormente añade: «Y era el trabajo, que yo no sabía ni poco ni mucho decir todo lo que era mi oración; porque esta merced de saber entender qué es, y saberlo decir, ha poco me la dio Dios» (Vida 23, 11). 3. Precisiones terminológicas Tendríamos que precisar ahora el significado de las palabras siguientes: a) Mística: con ella designamos el acontecimiento personal que vive un alma en esa relación de presencia inmediata de Dios no solo como creador y fundamento sino como principio e iniciador de una relación amorosa y de un conocimiento experiencial por el cual su existencia adquiere un centro nuevo de sentido y un dinamismo de acción. Esa experiencia la han vivido sin duda muchos hombres en el silencio y en la oscuridad, a veces en el sufrimiento y en la incapacidad para darse razón a sí mismos de ella. b) Mistografía: con este término designamos la trasposición a texto escrito de esas experiencias generadoras de una vida y misión nuevas; trasposición con la que quienes han vivido tales experiencias se proponen: crearse claridad ante sí mismos o entregar los textos resultantes a 101 CRISTIANISMO Y MÍSTICA la Iglesia en orden a que esta emita juicio sobre sus experiencias espirituales o para que sirvan de ayuda a otros en su vida cristiana. c) Mistología: aquí se trata de la exposición no ya solo narrativa o testimonial sino sistemática de esas experiencias, articulándolas en un sistema teológico determinante de la fe eclesial y normativa. Esta exposición la pueden hacer los mismos agraciados con la experiencia y hablar en tercera persona o incluso la pueden llevar a cabo otros que no han tenido esa experiencia, basándose en el testimonio de los anteriores. d) Mistagogía: la iniciación de los demás a dichas experiencias por parte de quienes ya las han hecho personalmente y tal como las han practicado los grandes guías espirituales. Podríamos sintetizar lo anterior en las cuatro palabras equivalentes diciendo que mística es experiencia, mistografía es testimonio, mistología es sistema y mistagogía es método. Con ello tenemos criterios para diferenciar a los místicos unas veces como protagonistas con su vida, otras con el testimonio escrito y otras con el magisterio. En santa Teresa tenemos el caso máximo de quien ha tenido la experiencia, es capaz de darse razón de ella a sí misma y la ofrece como camino de perfección a sus hijas. San Juan de la Cruz es una expresión perfecta porque, junto a la experiencia personal y a la expresión testimonial en poesía, ha sido capaz de articular las dos en relación a lo que era el sistema expresivo de la teología en aquel momento, sin que podamos decir que los tres círculos sean coextensivos. Sin duda hubo mucho en su experiencia que no pasó a sus poemas, y hay mucho en sus poemas que no ha pasado a sus comentarios. Sin embargo, no podemos sucumbir a lo que ha sido moda en los últimos decenios: separar poesía y prosa, como si esta no tuviera nada que ver con aquella y aquella fuera inteligible solo en su formalidad literaria, sin referencia al contenido teológico que para Juan de la Cruz era su fe positiva y su inserción en esa forma concreta de Iglesia que es la vida carmelitana. Entre experiencia y expresión media un abismo. La realidad que funda a aquella es el Absoluto, que se manifiesta trascendiendo las potencias y por supuesto los sentidos, afectando a la sustancia misma del alma allí donde ella se abre a lo eterno y se trasciende a sí misma. Es el aeternum internum del que habló san Agustín. ¿Cómo traspasar toda esa realidad a este mundo nuestro, que es finitud, temporalidad y oscuridad? ¿Hay palabras propias para decir esa experiencia? Y si no las hay, ¿qué otras son las más apropiadas? En la Biblia encontramos los grandes exponentes de ese encuentro con Dios, que le han visto por la espalda y cara a cara, que han sido destinatarios de teofanías, visiones y revelaciones, desde Moisés, Elías e Isaías a Pablo, Esteban y el mismo Jesús en otro orden. Pero en la Biblia, junto a los relatos de los hechos y los testimonios de quienes fueron sus agraciados, no tenemos un conjunto de categorías que 102 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE nos expongan de manera refleja el lugar que esas experiencias ocupan en el conjunto de nuestra relación con Dios y de la relación de Dios con el mundo. Porque el hombre, cuando comienza a hablar en particular, implica lo universal y, cuando narra historias, hace metafísica. Será una metafísica elemental pero le es necesaria porque existir para el hombre es pensar y pensar es dar razón de los primeros principios y de los últimos fines de la vida humana. 4. La experiencia cristiana y su traducción filosófica Al volver la mirada a la historia de dos milenios de cristianismo comprobamos que la experiencia espiritual cristiana en sus formas cumbres se ha articulado casi siempre en el marco del pensamiento griego, como resultado del inmenso influjo que han ejercido Platón, Filón, Proclo, Plotino, Porfirio. Dar razón de la propia experiencia mística presuponía un saber de Dios (theología) y de su relación con el mundo (oikonomía) a la vez que conocer la anatomía del alma humana y su despliegue existencial, el organismo espiritual y su funcionamiento. Y aquí nos encontramos con que la mayoría de los términos —apátheia, théiosis, gnôsis, theoría, contemplatio, apex mentis, scintilla animae, indifferentia, sosiego, Gelassenheit, punta del alma, cima, hondón del ser, las tres edades o vías: purgativa, iluminativa, unitiva— provienen del universo platónico11. Estos términos no eran inocentes ni desgajables del universo metafísico, antropológico y soteriológico del que provenían. Ellos ayudaron a los cristianos a expresar su experiencia espiritual pero a la vez la subyugaron a ciertas predisposiciones morales y presupuestos filosóficos de ese platonismo subyacente. Es verdad que él desvelaba y ponía en luz elementos esenciales del espíritu humano pero lo hacía con unas categorías metafísicas (ser), teológicas (Dios), antropológicas (hombres) y cosmológicas (mundo e historia) no siempre acordes con el cristianismo. En este sentido el platonismo ha sido una ayuda y una amenaza permanente para el cristianismo. Ha subrayado la dimensión ascendente, la aspiración y búsqueda del hombre, del deseo y del éros (amor de retorno). Ha repetido hasta la saciedad el carácter trascendente de Dios creando una lista de adjetivos en doble línea: con el prefijo hypér, por una parte, para expresar que Dios está sobre todo y más allá de todo: del ser, de la inteligencia y de la palabra; y por otra, con las partículas privativas a (álpha) en griego e in en latín para repetir que Dios es invisible, incomprensible, inexpresable, inenarrable, inefable... En una palabra, ha llevado al límite el apofatismo y, con él, el silencio como postura suprema ante Dios. 11. Cf. A. Louth, The Origins of Christian Mystical Tradition, Oxford, 1981. 103 CRISTIANISMO Y MÍSTICA En el cristianismo el vector decisivo no es el vertical ascendente sino el vertical descendente junto con el horizontal permanente: revelación y encarnación, por un lado; cruz y permanencia de Cristo en la historia, por otro. Para el cristiano la trascendencia se revela en la inmanencia, el trascendente en el Encarnado y el Impasible en la cruz de Cristo. No somos nosotros los que buscamos a Dios; es él más bien quien nos ha buscado y encontrado cuando nosotros no le buscábamos. Con esto aludimos a un problema de fondo: la ayuda y el freno que los sistemas expresivos han creado a las experiencias expresadas en la historia de la Iglesia, la que va desde Orígenes, Evagrio y san Gregorio de Nisa en Oriente y san Agustín, san Gregorio Magno, Escoto Eriúgena, san Bernardo, los Victorinos, san Buenaventura, Eckhart, Suso y Tauler en Occidente a san Juan de la Cruz, Bérulle y san Francisco de Sales. Todos ellos (con raras excepciones además de las mujeres y debido a su carencia de cultura) han expresado sus experiencias como un bordado sobre un tejido de orígenes extracristianos y no siempre cristianizados. Esto nos obliga hoy a una relectura diseccionadora, que reconozca el valor pero a la vez los límites de una mística que, pese a ser originariamente cristiana en sus contenidos e intencionalidad, arrastra algunas adherencias no cristianas. Y a la vez nos pone ante el problema de las posibles experiencias y expresiones místicas contemporáneas, articuladas en nuevos sistemas expresivos. II. ORIGEN DEL TÉRMINO Y MOMENTOS MÁS SIGNIFICATIVOS DE SU HISTORIA 1. Del adjetivo «místico» a los sustantivos «mística» y «místicos» En los tres últimos siglos de la historia espiritual de Occidente ha tenido lugar un proceso de sustantivación a la vez que de aislamiento de algunos aspectos de la existencia cristiana hasta convertirlos en un mundo autónomo y casi suficiente por sí solo. Lo que hasta el final del siglo XVI, incluidos santa Teresa y san Juan de la Cruz, había sido siempre un adjetivo y nunca había reclamado constituir un orden de realidad aparte u opuesto a la vida cristiana se convierte en una forma autónoma de ella y, como consecuencia, surge una ciencia teológica que tiene como cometido el estudiarla. Hasta comienzos del siglo XVI el adjetivo «místico-mística» se había aplicado a algunos sustantivos pero nunca se había constituido él mismo en sustantivo. Ninguno de los clásicos de la teología y de la vida cristiana habló de mística y nadie fue identificado como un místico hasta el siglo XVII. La desviación del sentido llevó a una creciente generalización y abstracción que situaba su contenido originario en un espacio vacío, neutro y cada vez más lejano de sus raíces y orígenes cris104 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE tianos. Del adjetivo «místico» se pasó a los sustantivos concretos «(la) mística» y «(los) místicos», luego al sustantivo abstracto «misticismo», después a la forma neutra «lo místico» y en algunos casos a la forma suprema de abstracción: «misticidad». En 1902 aparece el libro del filósofo norteamericano William James Las variedades de la experiencia religiosa, con un capítulo dedicado al misticismo en el que renuncia a dar una definición de esta palabra y prefiere enumerar «cuatro características que, cuando una experiencia las alcance, puedan justificar que la llamemos mística para el propósito que nos ocupa». Estas características son: inefabilidad, cualidad de conocimiento, transitoriedad y pasividad. Una vez que las ha expuesto, comenta: Estas cuatro características son suficientes para definir un contenido de estados de conciencia lo bastante peculiares como para merecer un enunciado especial y exigir un estudio cuidadoso. Así pues, llamémosle conjunto místico12. El autor luego da la palabra a los que considera sus grandes exponentes, entre ellos santa Teresa y san Juan de la Cruz. Es patente que él se centra en la forma de la experiencia más que en el contenido de la misma, en la manera en que la vivencia el sujeto antes que en el objeto al que intencionalmente se refiere la experiencia. Unos años después, en 1908, F. von Hügel emite este juicio tajante: Todos los errores del misticismo parten de la afirmación según la cual la mística es una forma totalmente separada y plenamente autónoma de la experiencia humana. A lo largo de los últimos siglos los elementos extraordinarios de las figuras que habían tenido una experiencia religiosa intensa, desde santa Teresa y María de la Encarnación (1599-1672) hasta santa Margarita María de Alacoque (1647-1691), desde el entusiasmo por las materializaciones de lo religioso en el barroco hasta la pasión por lo sentimental, irracional y sublime en el romanticismo, habían retenido la atención y fijado las miradas en tales fenómenos extraordinarios hasta elevarlos a la categoría de lo supremo en la vida cristiana y a medir desde ahí todo lo demás como preparación que debía desembocar en ellos. Muchas de las lecturas que se hicieron de las tres fases de la vida espiritual (vía purgativa, iluminativa y unitiva) tenían este presupuesto: cada una desem12. W. James, Las variedades de la experiencia religiosa [1902], Península, Barcelona, 1986, p. 287. Este autor pone el acento en la primacía de la experiencia religiosa individual frente a la comunidad, la institución, la autoridad y el dogma. Cf. un siglo después la relectura de C. Taylor, Variety of Religion Today. William James Revisited, Cambridge (MA), 2002. 105 CRISTIANISMO Y MÍSTICA bocaba en la siguiente, y en la última estaban esos elementos extraordinarios, que así aparecían como la medida y la meta de la vida espiritual. A esta luz los místicos quedaban fuera de la normalidad cristiana y eran mirados como aerolitos mensajeros extraordinarios de Dios que habían desbordado el cauce de la vida cristiana. La mística quedaba así sustantivada y en el fondo aislada de la vida cristiana. 2. Del sentido específico a la trivialización En 1923 H. Brémond intentaba mostrar cómo las figuras espirituales tienen que ser situadas en su contexto propio, en sus lugares y tiempos, con sus lecturas e influencias, rechazos y entusiasmos respecto de lo que era la vida cultural y eclesial en medio de la que vivieron. Un místico no puede ser aislado de su tiempo y de su Iglesia. El que haya tenido una relación única con el Absoluto no le arranca de la trama de experiencias y de conceptos con los que se tejía la vida humana y la vida cristiana de su tiempo y con los que él dio expresión a su peculiar relación con Dios. Tal aislamiento equivale a una desnaturalización. He aquí las palabras de Brémond: Un místico puro, un ser cuyos movimientos no fueran nada más que místicos no ha existido nunca. Por ello conviene recordar enérgicamente que la devoción no es el éxtasis y distinguir el elemento nuevo, sui generis que el éxtasis añade a la devoción. Conviene recordar también que estos dos estados se enriquecen el uno al otro, se compenetran y concurren al desarrollo armonioso de una sola y misma santidad. Este elemento nuevo, que es la experiencia mística, no debemos considerarlo como dotado de una vida independiente, parasitaria, ni verlo presente en el organismo moral del místico como una bala incrustada en sus carnes, ni tampoco compararlo al río fabuloso que conservaba sus aguas dulces indefinidamente13. A la luz de lo anterior, uno está tentado a afirmar que la intensidad experiencial, intelectiva y afectiva, los fenómenos de éxtasis, visiones y revelaciones que ciertos cristianos han vivido son formas admirables de vida cristiana pero normativas solo para ellos. La trayectoria de tales cristianos no puede ser propuesta sin más como el camino ejemplar para todos los demás, ni la vida de estos puede medirse por la de aquellos. En nuestros días hemos dado un peligroso salto al límite: de la anterior absolutización del místico, poniéndole fuera del marco cristiano como medida para todos, hemos pasado a una devaluación de la mística y de los místicos. Antes la mística lo era todo; ahora en cambio todo es 13. H. Brémond, Histoire littéraire du sentiment religieux en France depuis la fin des guerres de religion jusqu’à nos jours II, París, 1916, pp. 603-604. 106 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE mística. La frase de Malraux: «El siglo XXI será religioso o no será», con la cual solo quería decir que este siglo, si no redescubría la religiosidad, no tendría novedad ninguna respecto del anterior, fue completada con la frase de Rahner repetida hasta la saciedad y trivializada hasta la náusea: «El cristiano del futuro o será un ‘místico’, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será cristiano»14. Con ella Rahner, siguiendo en esto a R. Guardini, quería indicar que la fe debe superar una reducción intelectualista y la falta de contenidos afectivos y de sentimiento que ha padecido desde la Ilustración, que debe llevar consigo una carga de experiencia personal y comunitaria, de elementos de carnalidad histórica, para lo cual ha hablado repetidas veces de la indeclinable mistagogía y de la necesidad de no quedarse solo en la adhesión racional al misterio, en el mero atenimiento jurídico a la Iglesia, en la simple aceptación de verdades por creer o de mandamientos que cumplir. El corazón y los sentidos deben encontrar su lugar y compartir protagonismo en la vida de fe15. La frase de Rahner ha tenido los efectos beneficiosos de abrir a los cristianos a una ejercitación de la fe que incluya como esencial esa dimensión de experiencia, pero a la vez ha tenido los efectos deletéreos de considerar experiencia mística cualquier forma de vivencia psicológica, de comprender cualquier voluntad de trascendencia como actitud mística, cualquier intuición metafísica, ética o estética del Absoluto como acto místico, equivalente de la experiencia tal como la proponen los grandes maestros cristianos. Ante tal situación histórica de sustantivación ilegítima, por un lado, y de trivialización generalizada, por otro, nos vemos compelidos a situarnos en los comienzos del pensar, en el origen de las palabras y en el arranque de la tradición en la que encontramos ese tejido de experiencias 14. Rahner ha reclamado esa dimensión mística de la vida cristiana describiendo la necesaria experiencia de Dios por parte del individuo, hoy afectado por la soledad en un mundo de increencia, por la dureza de la vida y la aspereza de las ideologías; y ha reclamado asimismo el cultivo de la vida interior, de la oración y de la ascesis frente a tentaciones y poderes, al igual que la inserción y la realización eclesiales hasta la diaria disposición a múltiples experiencias de martirio. Con esto se superarían las tentaciones que amenazan también a la Iglesia, tales como el mero positivismo bíblico, la sola acentuación dogmática de la fe, la ejercitación autoritaria de la autoridad, por un lado, y la formalización moralista de la obediencia, por otro. Cf. K. Rahner, «Espiritualidad antigua y actual», en Íd., Escritos de teología VII, Taurus, Madrid, 1967, pp. 13-34, cita en 25; Íd., «Elemente der Spiritualität in der Kirche der Zukunft», en Íd., Schriften zur Theologie XIV, Einsiedeln, 1980, pp. 368-381, donde analiza cinco acentos que debería tener la espiritualidad de la Iglesia en el futuro. Cf. R. Guardini, «Caracteres de la fe de nuestro tiempo», en Íd., La fe en nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid, 1965, pp. 43-44. 15. Cf. K. Rahner, Curso fundamental sobre la fe. Introducción al concepto de cristianismo, Herder, Barcelona, 1979, donde habla de una «inserción consecratoria (Einweihung) mistagógica», de una «mistagogía existencial», de una «ejercitación existencial» en el cristianismo. 107 CRISTIANISMO Y MÍSTICA llamado mística, que no se ha identificado como tal hasta el siglo XVI y que, una vez que se ha constituido tal concepto, ha servido como instrumento para releer la historia anterior a ese siglo con las categorías derivadas de este, obligándola a encajar en unos esquemas que le eran ajenos, como, por ejemplo, preguntar si san Agustín, santo Tomás y san Ignacio fueron místicos. ¿Cuál es el sentido originario de los verbos, adjetivos y sustantivos que están detrás de estas palabras? 3. El sentido originario del término El adjetivo mystikós deriva del verbo griego mýeo, que quiere decir «cerrar» o «unir», referido en especial a los ojos y a los labios. Históricamente significa: lo relativo a los misterios, lo conexo con los misterios y, como derivación, lo oscuro, oculto, misterioso. Lo contrario de mystikós es phanerós, manifiesto, abierto, patente. Esta palabra en su origen no tiene una significación religiosa sino que designa algo general, no accesible a quienes no pertenecen a un grupo o no han sido introducidos en él. En este sentido puede aplicarse a la tradición de una filosofía; así las doctrinas de Pitágoras y de Demócrito son designadas por Proclo como «místicas». Pero el adjetivo derivado también del verbo myéo - myeisthai puede incluir otro sentido que es el que prevalecerá: iniciar en los misterios, enseñar, instruir, estar preparado. Encontramos una única cita en el Nuevo Testamento que contenga la palabra o la raíz, en un contexto bien distinto: «A todo y en todo estoy avezado (memýemai: estoy preparado, iniciado); sé pasar necesidad y sé vivir en abundancia» (Flp 4, 12). En el griego profano la palabra no ha tenido el sentido de doctrina y experiencia, por la sencilla razón de que estas no existían. Ha designado más bien los ritos. De ahí que autores como Tucídides llamen tà mystiká a las ceremonias de los misterios y Estrabón aplique el calificativo de místicos a los iniciados: oì mystikói. Los filósofos y poetas eran libres de conferir un sentido a algo que por sí mismo no iba más allá de la realización estricta de un ritual, que estaba prohibido revelar y cuya revelación era castigada con la muerte. Con ello estamos respondiendo a la afirmación repetida desde la pasión comparativista del siglo XIX sobre la relación entre misterios paganos y misterios cristianos. En estos, como veremos, la historia, la lectura y el sentido preceden a los ritos, mientras que de aquellos están totalmente ausentes. Esto no significa que no hubiera una transferencia de ciertos símbolos o palabras que pertenecían a la percepción histórica de la existencia en aquel tiempo y a las formas generales de comunidad y de acción religiosas16. 16. L. Bouyer, Histoire de la spiritualité chrétienne 1. La spiritualité du Nouveau Testament et des Pères, París, 1960, p. 485. 108 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE La palabra «mística», como sustantivo, no aparece en la Biblia. La única vez que aparece el verbo myeisthai, tiene un sentido trivial, como ya hemos comentado (cf. Flp 4, 12). En la traducción de los LXX aparecen un par de veces términos cercanos: una, para designar los horrores de la religión que los israelitas encontraron al llegar a la tierra prometida: «A estos despiadados asesinos de sus hijos, devoradores de entrañas en banquetes de carne humana y de sangre, a estos iniciados (mýstes) en bacanales» (Sab 12, 5). Y otra, en referencia a la sabiduría que procede de Dios, se dice que «está iniciada o es iniciadora (mýstis) en las obras de Dios» (8, 4). Estos dos usos no han tenido influencia ninguna en la tradición posterior. En esta encontramos el término mystikós en relación a otro que aparece múltiples veces en la Biblia: mystérion, en un sentido primero general, luego en otro teológico y finalmente en un tercero cristológico. Este sustantivo significa, en primer lugar, secreto, planes secretos del rey, planes de guerra, planes de un amigo, que no se deben revelar (cf. Tob 12, 7.11; Jdt 2, 2; 2 Mac 13, 21). Un sentido religioso teológico lo adquiere en el libro de Daniel donde es utilizado para designar un «misterio escatológico», es decir, el anuncio mantenido en secreto de determinados acontecimientos futuros, cuya revelación e interpretación le están reservadas a Dios y a aquellos inspirados por su Espíritu (cf. Dn 2, 28.29.47)17. La literatura apocalíptica reasumirá este sentido que aparece en lugares centrales del Nuevo Testamento, especialmente en Pablo, referido y centrado en el misterio de Cristo. Mystérion es para Pablo el plan de salvación pensado por Dios desde la creación del mundo, constituido por Cristo, mantenido secreto y manifestado ahora a su Iglesia por medio de los apóstoles (cf. 1 Cor 2, 6-16; Ef 3; Col 1). Este proyecto salvífico es manifestado a toda la creación pero solo se hace patente a los ojos de la fe. El misterio tiene a Dios por contenido y por protagonista, de forma que él tiene que revelarlo y lo hará a quienes adoptan una actitud receptiva y en humildad se abren a lo que los excede. Estas palabras: «exceder», «exceso», tienen el mismo sentido que otra que ya está en los LXX y que aparecerá en los autores posteriores: «éxtasis». El misterio de Cristo es de una anchura y profundidad tal que excede todo entendimiento; pero quien se ha dejado iluminar los ojos del corazón lo podrá percibir, aunque supera toda inteligencia (cf. Ef 3, 16-19). Hay por tanto una manifestación externa y un desvelamiento interno. En el único lugar en que aparece la palabra en los sinópticos están presentes estos dos aspectos: exterior de revelación e interior de fe. «A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos» (Mt 13, 11). 17. Cf. L. Bouyer, Mysterion. Du mystère à la mystique, París, 1986. 109 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Revelación y fe aparecen desde el mismo comienzo de la Iglesia como las claves y el enclave del misterio y, con él, de la mística. 4. Misterio, misterios, mística Frente a los ritos de los misterios helenísticos, que había que mantener en secreto, los misterios cristianos han sido revelados a sus santos apóstoles y profetas para que los notifiquen a todas las naciones. No solo no se trata de propalar unos ritos que deben ser mantenidos ocultos como tales ceremonias sino, todo lo contrario, de predicar un evangelio como oferta de salvación a todos los hombres. Esta se hace real en cada uno por los dos acontecimientos de identificación con Cristo: por el bautismo, asimilándose a su muerte y resurrección, y por la eucaristía, anexionándose a él como cabeza y a los demás creyentes como a sus miembros. Ignacio de Antioquía utiliza el término en plural (ta mysteria) ya con un sentido cercano al posterior de los artículos o dogmas de fe a la vez que referido a la celebración litúrgica y a los servicios eclesiales18. El kérigma apostólico es el pregón, la proclamación de esos designios de Dios realizados en Cristo. El hecho histórico de Jesús revelador del Padre, comprendido como inserción del Hijo eterno en nuestra historia, con su significación soteriológica y escatológica, es el fundamento constituyente del misterio cristiano, que lo aleja así de los ritos mistéricos y de los principios filosóficos que no comparten esa comprensión de Dios, de la historia, de la inserción crística del Eterno en el mundo, del hombre creado a imagen de Dios y, así, ontológicamente preparado para reconocerle encarnado en Cristo y para asemejarse a él. En la era patrística la mística fue siempre unida al Misterio. En ella encontramos el adjetivo en tres contextos diferentes. En primer lugar referido a la interpretación de las Sagradas Escrituras. La escuela de Alejandría, comenzando con Clemente y Orígenes, designó con esta palabra la interpretación del Antiguo Testamento que, desvelando su sentido profundo, lo descubría orientado hacia Cristo. Por ello «místico» resultaba ser el sentido substante al sentido histórico inmediatamente perceptible, que solo se desentrañaba desde el final; sentido al que otras veces se le llamará alegórico, pleno, espiritual. Cristo en el Antiguo Testamento: esa era la preocupación de este tipo de exégesis, contrapuesta o conjugada con la exégesis histórica. Y así se hablará de «sentido místico», de exégesis mística y de escrituras místicas. 18. «Y quedó oculta al príncipe de este mundo la virginidad de María y el parto de ella, del mismo modo que la muerte del Señor: tres misterios sonoros que se cumplieron en el misterio de Dios» (A los Efesios 19, 1). «Es también preciso que los diáconos, ministros que son de los misterios de Jesucristo [...] porque no son servidores de comidas y bebidas sino servidores de la Iglesia de Dios» (A los Tralianos 2, 3). 110 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE En segundo lugar el adjetivo «místico» era asignado al misterio central del cristianismo: Cristo celebrado y presencializado en la eucaristía. Todos los elementos del orden sacramental, centrado en el bautismo y la eucaristía, serán considerados místicos en este sentido, en cuanto signos, palabras, gestos y utensilios que se refieren al misterio de Cristo, lo significan o actualizan. Este misterio es descrito así en la Carta a los Colosenses: «Misterio escondido desde siglos y generaciones y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria» (1, 26-27). El tercer sentido de la palabra no orienta en el orden histórico-bíblico ni en el cristológico sacramental sino que expresa aquel conocimiento nuevo de lo que Dios quiere ser para los hombres en Cristo, hecho posible justamente por la Biblia y la liturgia. Conocimiento de Dios revelado en Cristo, del cual nos dan testimonio las Sagradas Escrituras y que se nos vuelve accesible en los sacramentos. Para Orígenes el mismo Cristo, gran sacerdote según el orden de Melquisedec, es «nuestro guía en la contemplación mística e inefable»19. La theoría (theoreín, que significa mirar, ver, contemplar) de la que aquí se habla es una penetración profunda en las Sagradas Escrituras; por tanto, algo más que una mera operación intelectual. San Gregorio de Nisa habla de una contemplación mística del Cantar de los Cantares, donde la palabra tiene un doble significado: exégesis de su sentido cristológico y penetración espiritual en él, tal como posteriormente lo hicieron los exégetas20. 5. La fascinación «apostólica» de un autor y de unos textos El punto clave de este uso de los términos «místico» y «mística» para expresar una experiencia espiritual lo encontramos en el Pseudodionisio. En su Tratado sobre los nombres divinos habla de los dogmas cristianos que hemos recibido «místicamente» y, refiriéndose sobre todo a su maestro Hieroteo, dice que sus saberes los posee bien porque los ha recibido de los santos teólogos (o sea, los autores del Nuevo Testamento), bien porque los ha adquirido meditando sobre sus palabras, bien porque los ha recibido por una cierta inspiración en la que se aprenden las realidades divinas y además se las padece-experimenta [ou mónon mathòn allà kaì pathòn tà theîa]21. En otro opúsculo, quizá el más breve e influyente de la historia de la teología, titulado La teología mística nos ofrece 19. In Johannes 13, 24 (PG XIV 440 C). 20. L. Bouyer, «Mystique. Essai sur l’histoire d’un mot»: La Vie Spirituelle, Supplement 3 (1949), pp. 3-23. 21. DN 2, 9 (PG 3, 648 B). 111 CRISTIANISMO Y MÍSTICA el camino para llegar a ese conocimiento «paciente», «experiencial» de Dios que tiene lugar por ascensión al monte de su gloria e introducción en la nube como Moisés en el Sinaí y que nos hace posible conocer al Incognoscible mediante aquel rayo de tiniebla que a la vez purifica e ilumina, ciega y alumbra, con un no saber que, siendo tal, sin embargo excede todo conocimiento. Las realidades físicas (el monte, la tiniebla...) y las metáforas, que encontramos en el Éxodo referidas a la teofanía y al conocimiento que Moisés tuvo de Dios tras haber ascendido a la cumbre del Sinaí y permanecer allí en el silencio y espera, ofrecen el marco para muchas exposiciones posteriores del ascenso y ascesis, entenebrecimiento e iluminación por un rayo de luz-tiniebla, que encontramos en la literatura espiritual. Dos ejemplos máximos son la Vida de Moisés de san Gregorio de Nisa y la Subida del Monte Carmelo, junto con la «Noche oscura», de san Juan de la Cruz. La teología mística del Pseudodionisio es la transposición de la experiencia cristiana a un marco de explicación que no está en la Biblia. Se trata de la articulación de la realidad espiritual en las categorías de procesión, reflejo, retorno, propias del neoplatonismo. Los términos theoría y énosis, contemplación y unión, dan las claves de su pensamiento, junto a las nociones de trascendencia e incognoscibilidad de Dios, que se alejan de las categorías bíblicas de revelación, encarnación, palabra manifestativa no en lo sumo máximo sino en lo bajo mínimo. Esa helenización del cristianismo ya fue percibida por sus contemporáneos de finales del siglo V, quienes acusaron al Pseudodionisio de «parricida» por sustraer a los griegos su filosofía y utilizarla para proponer el cristianismo a ellos y contra ellos. En su carta VII, 2 se defiende con estas palabras: Apolófanes me injuria y me llama parricida porque no obro honestamente por aprovecharme de lo griego para atacar a los griegos. Aunque estaría más conforme a la verdad que le digamos que los griegos no usan honestamente las cosas divinas respecto a los dioses porque intentan abolir la veneración de Dios valiéndose de la sabiduría de Dios22. La pretendida identidad apostólica de este autor, probablemente un monje sirio de finales del siglo V, al ser identificado con el oyente de san Pablo en el Areópago, le confirió una autoridad e influencia únicas; sin embargo fue mucho menor en Oriente que en Occidente, donde es descubierto en la alta Edad Media y utilizado como fuente principal, junto a 22. Obras completas, BAC, ed. de T. H. Martín, Madrid, 1990, p. 388. Cf. Y. de Andia, «Pâtir les choses divines. Ouj movnon maqw;n ajlla; kai; paqw;n ta ; qei`a (DN 648B)», en Íd., Denys l’Aréopagite. Tradition et métamorphoses, París, 2006, pp. 17-36. Una bibliografía completa en J. Rico Pavés, Semejanza a Dios y divinización en el Corpus Dionysiacum. Platonismo y cristianismo en el Dionisio Areopagita, Toledo, 2001. 112 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE san Agustín y Aristóteles, por los grandes maestros como san Alberto, san Buenaventura y santo Tomás, en las traducciones de Juan Escoto Eriúgena (860-862), Juan Sarraceno y Tomás de Vercelli. En los inicios de la Edad Media, sin embargo, las obras determinantes de la vida espiritual son las Confesiones y Soliloquios de san Agustín, los Comentarios morales al libro de Job de san Gregorio y las Colaciones de Casiano. Pero sobre todo va a ser decisivo un nuevo horizonte y una nueva sensibilidad para la historia, bien lejanos de la perspectiva platónica, más atentos a la dimensión humana y personal del cristianismo centrado en la persona concreta de Jesús. En un sentido, san Anselmo y todo el movimiento cisterciense derivado de san Bernardo, y en otro, san Francisco de Asís dan un vuelco a la orientación espiritual del cristianismo desplazando el Ser supremo, el Bien y el Uno del neoplatonismo cristiano para centrar la mirada en el niño Jesús y en el Crucificado, muerto por nosotros; es decir, en cuna y cruz, en dolor y en amor más que en razón y especulación. Se es mucho menos sensible o del todo ajeno a los problemas metafísicos, lógicos y lingüísticos que habían preocupado primero a los obispos y teólogos en los concilios de Nicea, Constantinopla, Éfeso, Calcedonia y preocuparán después a los teólogos de la Escolástica. Los estigmas, la crucifixión mística de san Francisco, los belenes y la ida a la tierra de Jesús, tal como configuran la vida de san Francisco, abren un nuevo imaginario a la vida cristiana y, con ella, también a la teología. Eso introduce un cauce nuevo de expresión: la aparición de mujeres protagonizando la vida cristiana. A partir de aquí surgen esas formas diversas de vida que se ha designado como mística de la pasión y de las llagas, mística del corazón de Jesús, mística de las mujeres y mística esponsal. A la contemplación le sucede la compasión; y a la unión con el Eterno, el seguimiento del Crucificado. A la contemplación del Eterno con los ojos cerrados le sucede la mirada al rostro de Cristo crucificado con los ojos en lágrimas23. 6. El evangelismo del siglo XIII y la doble acentuación espiritual de la teología El siglo XIII tiene en santo Tomás y san Buenaventura sus figuras máximas; en ambos están presentes el Pseudodionisio, con su autoridad cuasiapostólica, por un lado, y los movimientos evangélicos, con santo Domingo y san Francisco de Asís como sus figuras expresivas, por otro. Pero ambos tienen un soporte filosófico para su teología: Aristóteles en el caso de santo Tomás y Platón junto con san Agustín en el de san Buenaventura. Uno y otro intentan articular la experiencia cristiana, dándole una interpre23. Cf. O. González de Cardedal, Cristología, BAC, Madrid, 2012, pp. 293-320; Íd., El rostro de Cristo, Encuentro, Madrid, 2012. 113 CRISTIANISMO Y MÍSTICA tación dentro de su sistema teológico. Para santo Tomás las categorías articuladoras del conocimiento teológico en su expresión profética y mística son: la gracia que diviniza el ser del alma, las virtudes teologales que cualifican las potencias adecuándolas a la realidad sobrenatural y los dones que tornan receptivo y dócil al creyente para las mociones del Espíritu Santo. En nuestro caso se trata especialmente del don de sabiduría, que nos da el saber y el sabor de las realidades divinas en cuanto divinas y no solo en cuanto causa de las humanas24. San Buenaventura está más en la línea afectiva, con una insistencia en la función práctica de la teología y su ordenación a la plenitud de la vida cristiana, que tiene en el éxtasis de amor su culminación, como lo había tenido en san Francisco de Asís, el ángel de los últimos tiempos. En su obra Itinerario de la mente a Dios san Buenaventura, siguiendo a la vez al Pseudodionisio y a san Francisco, muestra el proceso de conocimiento que avanza contemplando a Dios a través de los siete pasos siguientes: 1) en sus vestigios en el universo; 2) en sus vestigios en el mundo sensible. 3) en la imagen grabada en nosotros; 4) en esa imagen recreada por la gracia; 5) en el nombre primero de Dios, que es el Ser; 6) en el nombre propio de la Trinidad, que es el Bien; 7) concluye con el capítulo séptimo, que lleva este título: «Exceso mental y místico, en el que se da descanso al entendimiento transformándose totalmente el afecto en Dios a causa del exceso mental». Y con estas palabras se cierra el libro: «Pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre a fin de que manifestándose a nosotros el Padre digamos con Felipe: ‘Esto nos basta’» (VII, 6). Para santo Tomás la teología es fundamentalmente una, porque es velut quaedam impressio divinae scientiae quae est una et simplex omnium [como una impresión de la ciencia divina, que es una, simple y lo abarca todo] (ST I q. 1 a. 3 ad 2). La unidad de la teología no viene dada por su objeto material, que puede incluir cosas muy diversas como el mundo, la historia, el hombre, Dios, sino por la razón formal bajo la que trata todos los objetos; es decir, en la medida en que todos ellos están en relación con Dios o han sido conocidos por la revelación divina. Por lo que se refiere a la expresión «teología mística», Tomás la utiliza una vez, en referencia al Pseudodionisio. El adjetivo aparece en otras conexiones como ratio mystica, causa mystica, sensus mysticus, intellectus mysticus, mystica significatio, en las que tiene la significación general de «oculto» y en algunos casos se refiere al sentido alegórico o inherente al Antiguo Testamento en la medida en que anticipa, anuncia o promete a Cristo. Y por supuesto utiliza también la expresión corpus mysticum, que, como ha demostrado Lubac, dejó de significar la eucaristía, por te24. Cf. Ibid., pp. 304-310; J. P. Torrel, Le Christ en ses mystères. La vie et l’œuvre de Jésus selon Saint Thomas d’Aquin I-II, París, 1999. 114 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE mor a que, referida a esta, la palabra sugiriese que se trataba de un cuerpo meramente simbólico y no real. Aplicándose ahora al cuerpo eucarístico de Cristo la expresión corpus verum, la otra, corpus mysticum, quedó para designar la Iglesia25. En san Buenaventura el adjetivo es más usual. Una de sus obras se llama Vitis mystica, para designar a Cristo, con contenido cristológico similar a su otra obra Lignum vitae. En el comienzo de su Itinerario de la mente a Dios distingue los tres tipos de teología: simbólica, propia y mística, asignando a esta última no solo una función explicativa razonadora sino iniciadora o mistagógica: per mysticam theologiam rapiamur ad supermentales excessus [por la teología mística seamos arrebatados a los excesos supramentales] (I, 7). Tenemos en san Buenaventura lo que se ha llamado un «trascendimiento místico del discurso teológico», lo que san Juan de la Cruz luego describirá en sus poemas: «Toda ciencia trascendiendo». 7. La mística germánica A partir de finales del siglo XIII nos encontramos con tres grandes líneas del pensamiento espiritual en la perspectiva de la experiencia mística. Los nombres símbolo y guía que se reparten la influencia son: san Francisco (mediado sobre todo por Buenaventura) como figura ejemplar de la contemplación, el Pseudodionisio como testimonio apostólico autorizado y santo Tomás como creador de un sistema teológico que otorga su sitio propio a cada realidad dentro del organismo cristiano y de esta forma garantiza la objetividad de la vida espiritual. A ellos se refieren las tres grandes familias espirituales: los franciscanos, los dominicos y los cartujos26. Los dominicos, con Eckhart como figura de proa y sus discípulos Suso y Tauler, tuvieron una inmensa influencia en los conventos de mujeres y en otras asociaciones femeninas a lo largo del curso del Rin27. A esta corriente de intensa espiritualidad femenina suscitada por los dominicos desde Estrasburgo hasta Colonia —por ello se ha hablado de un Rin místico— la habían precedido mujeres relevantes, como Hildegarda de Bingen (1098-1179), Matilde de Magdeburgo (1210-1297) o Gertrudis de Helfta (1256-1302). Eckhart suma la perspectiva metafísica con el aliento contemplativo y hablará de un sermo mysticus, no aquel tipo de predicación que ofrece la propia experiencia del predicador sino el que la quiere suscitar en el oyente haciéndole entrar en unión con las realida25. Cf. H. de Lubac, Corpus mysticum. L’Eucharistie et l’Église au Moyen Âge, París, 1944. 26. Cf. A.-M. Vannier (ed.), Encyclopédie des mystiques rhénans d’Eckart à Nicolas de Cues et leur réception, París, 2011; Íd., La naissance de Dieu dans l’âme chez Eckhart et Nicolas de Cues, París, 2006. 27. Cf. infra Panorama final, III, 2 c) y d), pp. 300-304. 115 CRISTIANISMO Y MÍSTICA des que se le predican. Autores tan decisivos como Ruysbroeck no utilizan nunca la palabra «mística», ni como sustantivo ni como adjetivo. 8. Los cartujos y la devotio moderna Hemos mencionado a los cartujos porque a partir de finales del siglo XIII surgen dentro de la orden escritores que mantendrán viva una línea de pensamiento caracterizado por la cercanía al Pseudodionisio a la vez que por la contraposición entre teología escolástica y teología mística, anticipando prácticamente en tres siglos las formulaciones que encontramos en san Juan de la Cruz, quien tuvo una orientación cartujana desde el comienzo y en realidad luego, antes que un carmelita con vocación apostólica, fue un cartujo bajo el manto de la Virgen del Carmen, más empeñado en la contemplación que en la dirección de la orden o en la acción apostólica28. El primero de esa nueva generación cartujana es Hugo de Balma, prior de la cartuja de Meyrart (Ain, Francia), que escribió una obra cuyas primeras palabras son Viae Sion lugent [Los caminos de Sión lloran] y que se nos ha transmitido con el título de Theologia mystica o bien De triplici via (1289-1304). El autor comienza refiriéndose al Pseudodionisio, de quien toma la definición de teología mística, comprendida como extensión afectiva hacia Dios, donde el deseo y el amor del hombre, por un lado, y la inscripción que Dios hace de aquella en nuestro corazón, por otro, son los dos elementos esenciales, que la diferencian de la teología escolástica: Esta sabiduría, que se llama teología mística, fue expuesta por san Pablo y la redactó su discípulo el bienaventurado Dionisio Areopagita; se identifica con la extensión hacia Dios por el deseo del amor; y sobresale en excelencia respecto de toda otra ciencia creada tanto como el Oriente dista del Occidente. En realidad las otras ciencias las enseñan los doctores de este mundo, mientras que esta es enseñada inmediatamente por Dios y no por hombre mortal (Pról. 2). Luego, una vez que fundamenta la objetividad de las tres vías, comenzando por la purificadora y la iluminadora, que desembocan en la unitiva, muestra que esta se realiza no tanto por la inteligencia cuanto por el amor. De esta afirmación hará el nervio de su obra:... «Sola amoris unitivi regula ad ipsum qui est fons totius bonitatis, Spiritum dirigente. Haec igitur est mystica theologia, id est occultus sermo divinus, quo mens ardore amoris disposita, linguis afectionum Christum suum dilectum occulte adloquitur» [Dirigiendo el espíritu solamente por la regla del amor unitivo ha28. Cf. J. V. Rodríguez, San Juan de la Cruz: la biografía, San Pablo, Madrid, 2012, con prólogo de T. Egido y epílogo de L. E. Rodríguez y J. P. Bezares. 116 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE cia aquel que es la fuente de toda bondad. Esto es, por tanto, la teología mística, o sea, la oculta palabra divina con la cual la mente, dispuesta por el ardor del amor, conversa secretamente con Cristo su amado en el lenguaje de las afecciones. Pról. 7]. Aquí tenemos tres elementos característicos de la nueva orientación: primacía del amor, protagonismo del Espíritu Santo, Cristo como objeto al que se dirige el deseo del hombre. La obra concluye con lo que el autor llama la «cuestión difícil»: «En el orden de la afectividad, esperando o deseando, ¿puede el alma ser movida hacia Dios sin un conocimiento reflexivo previo o concomitante de la inteligencia?». A esta pregunta va a responder positivamente. Por el amor, la punta del alma (la ciudadela interior o la scintilla animae, dirán otros autores), el alma misma está abierta y tendiendo hacia Dios y esa tendencia se puede actuar sin un conocimiento previo29. Esta cuestión, aparentemente tan teórica, está en los inicios de una revolución social, ya que equivale a conferir autonomía a todos los que aman a Dios al margen de su saber e inteligencia, lo que suponía la equiparación ante Dios de los rudes con los sapientes. En este contexto se hace una apelación permanente a las palabras de Jesús por haber ocultado sus designios a los sabios y discretos y en cambio habérselos revelado a los pequeños (cf. Mt 11, 25). Aquí se originan dos movimientos. Uno se expresa en las discusiones en torno a la docta ignorantia y el intercambio epistolar entre Nicolás de Cusa y los benedictinos de Tegernsee. El otro se expresa en una distancia crítica por parte de los nuevos movimientos que culminarán en la devotio moderna y en las diatribas de Tomás de Kempis, en su Imitación de Cristo, contra los que saben todas las definiciones pero no tienen compunción de corazón ni oyen al Verbo que habla en su interior: Cui aeternum Verbum loquitur a multis opinionibus expeditur, «a quien le habla el Verbo eterno se ve libre de las muchas opiniones» (I, 3, 6). A finales de la Edad Media el nominalismo y las corrientes voluntaristas y afectivas llevan a cabo el divorcio entre metafísica y teología (Ockam), por un lado, y entre escolástica y mística, por otro30. Hugo de Balma concluye su obra con una diferenciación y una separación tajantes entre las dos últimas. A esta postura ha llegado Hugo mediante la relectura del Pseudodionisio que hace Tomás de Vercelli: «Por la unión de dilección que realiza el verdadero conocimiento nos unimos al Dios intelectualmente desconocido con un conocimiento mucho más noble 29. H. de Balma, Théologie mystique. Texto bilingüe (Sources chrétiennes, 408-409), París, 1995-1996. 30. Cf. J. M. Counet, «Le divorce entre théologie dogmatique et théologie spirituelle au Moyen Âge. Essai d’interprétation»: Revue Théologique de Louvain 43 (2012), pp. 363-382. 117 CRISTIANISMO Y MÍSTICA que el que pudiera ser todo conocimiento intelectual»31. Estos autores, incluido san Buenaventura, interpretan la gnôsis = unitio del Pseudodionisio (cf. DN VII) como affectus, no como intellectus. Tal primacía del amor en la relación del hombre con Dios corre paralela con la absolutización que hará Ockam de la voluntad en Dios, ya no religada al orden del ser y de la inteligencia sino considerada soberana. Estas tesis las encontraremos suavizadas en Juan Gerson en su Teología mística, ya dividida en dos partes, una especulativa y otra práctica (1407), y endurecidas en Vincent von Aggsbach, cartujo de Melk, en su Tratado contra Gerson (1453), y en el también cartujo Nicolás Kempf, en su Teología mística (hacia 1450). A estos autores habría que añadir la obra enciclopédica de Dionisio el Cartujano, que hace de mediador de muchos de estos autores nórdicos en España. Hemos insistido en la importancia de Hugo de Balma porque su obra será traducida al español con el título Sol de contemplativos (1514) y los ecos de su visión sobre la relación entre amor y conocimiento en la unión con Dios los encontramos en la «Llama de amor viva» de san Juan de la Cruz. Recordemos que san Juan de la Cruz deja la universidad para hacerse cartujo, lo cual revela que en sus años de formación se había encontrado con estos autores y que por medio de ellos había llegado al conocimiento del Pseudodionisio, que, si bien no estaba presente en los cursos recibidos en la universidad, pertenecía, sin embargo, al acervo de lecturas en los medios espirituales. 9. El siglo XVI en su doble vertebración El siglo XVI estará religiosamente escindido: por un lado, la reforma católica en marcha desde su comienzo y, por otro, la reforma protestante. Dentro de la Iglesia católica tiene lugar a su vez una división entre intelectuales y espirituales, escolásticos y místicos. Esta confrontación será especialmente tensa dentro de los dominicos, y el choque entre Melchor Cano y Bartolomé de Carranza es una muestra de ello32. Lutero, que en su formación había tenido contacto con la literatura espiritual y había editado la Theologia deutsch, en su exasperación contra todo lo que la formación ascética y un tipo de literatura de acentos platónicos y filosóficos llevaba consigo, reacciona directamente contra el Pseudodionisio y todo lo que este significaba, incluyéndolo en el denuesto proferido contra Aristóteles33. Si aquel fue acusado en su momento de traicionar a los griegos en 31. Y. de Andia, Denys l’Aréopagite. Tradition et métamorphoses, cit., pp. 213-256. 32. Cf. J. I. Tellechea, El arzobispo Carranza. Tiempos recios. IV/1. Cartas boca arriba. La crisis religiosa española de 1558-1559 a través de cartas contemporáneas, Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca, 2007. 33. Para Lutero lo fundamental fueron su propia experiencia y la lectura de la Biblia pero le habían influido desde el principio los llamados «doctores de la conciencia», desde san 118 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE favor de los cristianos, Lutero lo acusa ahora de lo contrario: traicionar a la Biblia en favor de la filosofía, asumir la filosofía griega ignorando la sabiduría del Crucificado, platonizar en vez de cristianizar. Para los griegos la cruz fue una locura y, por consiguiente, adherirse a su filosofía equivaldrá a negar la encarnación del Hijo en nuestra carne de pecado y su muerte en el patíbulo de la cruz. Si a esto se añade que en el Pseudodionisio la liturgia y el sacerdocio ocupan un lugar central, tenemos las tres razones fundamentales por las que Lutero contrapone la Biblia, que ha redescubierto, a la mística, por un lado, y a la liturgia, por otro. Dentro de la Iglesia en España tres grandes figuras serán exponentes de la relación entre experiencia mística y vida cristiana. a) San Ignacio de Loyola es una personalidad única porque en el origen está una experiencia de conversión que avanza hacia la purificación y sobre todo a una unión permanente con Dios y que, siendo disponibilidad para hacer la voluntad de este, le lleva de la mano desde una contemplación mística en el río Cardoner hasta una maduración teórica por el estudio de las humanidades primero y de la teología después en Alcalá, Salamanca y París. En el origen, lo mismo que en Francisco de Asís, hay un encuentro con Dios determinante de toda la orientación de la vida posterior, a la que le confiere seguridad y confianza, fortaleza y gozo. Él va a la teología desde la experiencia personal previa y, por consiguiente, aquella tiene un papel secundario, de colaboradora con algo que la precede y la excede. San Ignacio es, en un sentido, fruto de la conciencia cristiana general, derivada de obras como la Vita Christi de Ludolfo el Cartujano, la Imitación de Cristo de T. de Kempis o el Exercitatorio de la vida espiritual de García Jiménez de Cisneros (1456-1510), abad de Monserrat. No es un teórico de la contemplación ni un profesional de la senda mística sino un converso a quien Dios llama a trabajar por su reino. A este fin ordena todo y con esta finalidad escribe sus Ejercicios espirituales, que con el propio nombre indican ya la dirección activa y no contemplativa, la decisión a la que ordena toda meditación y contemplación. Solo al final ofrece unas consideraciones para alcanzar amor. Ignacio constituye la respuesta del cristianismo a una cultura de la experiencia, por un lado, y de la libertad, por otro; la respuesta de la Iglesia al desafío del humanismo, la responsabilidad ante la historia común a la vez que la preocupación por el individuo en su destino último (salvación). Estos elementos harán que en la mentalidad barroca del siguiente siglo, que labra la imagen oficial, su dimensión mística quede en segundo plano y prevalezcan la figura ascética, la dimensión apostólica y la actitud cuasimilitar. Los acentos más interioristas, que se manifiestan en los primeAgustín y san Bernardo hasta los místicos del Rin, especialmente Tauler, en la medida en que ellos veían la Iglesia constituida por hombres espirituales. 119 CRISTIANISMO Y MÍSTICA ros años de la Compañía y que podemos encontrar, por ejemplo, en el padre Baltasar Álvarez, serán considerados dentro de ella durante decenios como una línea minoritaria y marginal, cuando no sospechosa. b) Para santa Teresa de Jesús no existe el Pseudodionisio. Ella utiliza una sola vez la expresión «teología mística», no en el sentido de doctrina o de explicación teórica del camino espiritual sino para designar el saber resultante de la presencia y acción de Dios en ella, que llevaba a una pérdida de los sentidos unas veces, a visiones intelectuales otras, y al éxtasis de amor finalmente. Esta es su única cita: En manera ninguna podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en él. Esto no era manera de visión: creo la llaman teología mística (Vida 5, 10, 1; 11, 5; 12, 5; 5, 18, 2). En santa Teresa convergen tres impulsos o fuerzas, que terminan consiguiendo el milagro que es su vida como contemplativa, como escritora y como fundadora. En primer lugar hay una formación espiritual, que le llega sobre todo por las lecturas de los clásicos de la vida cristiana: san Agustín con las Confesiones, san Gregorio Magno con sus Comentarios morales sobre Job y san Jerónimo con sus Cartas. Ellos le ofrecen unos elementos objetivos, de gran intensidad personal, pero a la vez una clarificación teológica precisa que le orientarán durante toda su vida. Luego están las líneas de pensamiento que le llegan de los franciscanos reformados (Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo...), que la orientan hacia una mística de la esencia divina, tal como esta se expresa en las traducciones latinas de los místicos del Norte: Ruysbroeck, Suso, Tauler, Surio. En tercer lugar, y sobre todo, está su instinto personal, que la remite a lo que la liturgia, la vida cristiana permanente y su encuentro con Cristo le inmediatizan. Este tercer elemento, la propia experiencia, es el que guiará sus pasos, su reforma y sus escritos. Ella no apela a una arquitectura mental para articular esas experiencias como hasta ese momento lo habían hecho casi todos los espirituales utilizando el marco neoplatónico. En este sentido su genialidad le sugiere valerse de un universo simbólico inmediatamente perceptible para sus lectores, que ella es capaz de elevar a categoría teórica. Las Moradas son, de este modo, el exponente sublime de una experiencia que, con la ayuda de un símbolo, logra articularse en sistema y de un sistema que mantiene toda la viveza originaria y la fuerza interior de la experiencia que lo hizo surgir. La Biblia, tal como le llega por las lecturas litúrgicas, y el encuentro con Cristo en la eucaristía se convirtió en palanca para mover su vivir interior. Todo ello confrontado con los teólogos y vivido en una fiel, aun cuando tensa, obediencia en la Iglesia. La mística teresiana es así original pero tejida con las mejores influencias; 120 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE es como un río cuyo dinamismo principal es la propia experiencia pero cuyo curso es empujado y enriquecido con los afluentes de su tiempo y con las fuentes vivas de la Iglesia que son la Biblia y la liturgia, aunque esta fuera realizada en una acentuación individual, que dejaba en el trasfondo la constitución recíproca entre el cuerpo eucarístico y el cuerpo eclesial de Cristo34. c) San Juan de la Cruz ha leído y asimilado al Pseudodionisio; ha pensado con él delante aun cuando los ejes de su pensamiento ya eran otros35. A pesar de que Erasmo y Lorenzo Valla ya habían descartado la identidad del autor con el oyente de san Pablo en el Areópago, san Juan de la Cruz sigue citándole sin dar ninguna explicación ni hacer comentarios sobre su personalidad (cf. Subida 2, 8, 6; 2 «Noche» 5, 3; «Cántico espiritual» B 14, 6; «Llama» B 3, 49). El eje de su pensamiento no es la tiniebla en el sentido de la trascendencia muda de Dios sino la noche oscura en la que el hombre se encuentra con el absoluto de Dios, por un lado, y con su nada, por otro, invitado al reconocimiento de uno y de la otra, haciéndole así asentarse en su verdad primordial de criatura ante el Creador y de pecador ante el Santo. Si en el monje sirio de fines del siglo V que se supone fue el Pseudodionisio las dos palabras clave eran qewriva y e[nwsi~ como expresión del ascenso e introducción en la tiniebla luminosa, en san Juan de la Cruz la contemplación aparece sobre todo como don de Dios para el que el hombre se prepara en la fe desnuda y al que corresponde en el amor. Pero es el amor de Dios el que primero embiste al hombre, lo inflama, lo trasforma y lo conduce a las que el santo llama «inteligencia sustancial» y «unión sustancial» (cf. CB 39, 6). El alma enamorada no es ante todo la que se ha enamorado de Dios sino aquella a quien Dios ha amado y enamorado. Si aún quedan rasgos que en su origen pertenecen al horizonte platónico, sin embargo su pensamiento ya tiene detrás muchas más categorías aristotélicas y sobre todo una presencia más intensa de la Biblia, en especial de los profetas, del Cantar de los Cantares y de los evangelios. Del Pseudodionisio en san Juan de la Cruz desde el punto de vista doctrinal podríamos decir lo mismo que decimos de la presencia de Garcilaso en él: que, pudiendo encontrar en ellos la mayoría de las palabras y conceptos que utiliza el santo de Fontiveros, una experiencia personal profunda y un toque de genialidad convierten a sus poemas, sin embargo, en algo totalmente nuevo. San Juan de la Cruz no utiliza el sustantivo «mística» ni la frase para nosotros ya usual: «experiencia mística». Este es el inventario verbal del 34. Cf. T. Álvarez, Cultura de mujer en el siglo XVI. El caso de Santa Teresa de Jesús, Ayuntamiento de Ávila, Ávila, 2006. 35. Cf. Y. de Andia, «Saint Jean de la Croix et la Théologie mystique de saint Denis l’Aréopagite», en Íd., Denys l’Aréopagite. Tradition et métamorphoses, cit., pp. 257-298. 121 CRISTIANISMO Y MÍSTICA término: una vez el adverbio «místicamente»: «porque hablando místicamente como aquí vamos hablando» (2N 17, 7); otra vez el adjetivo apuesto al término «teólogos»: «Que por esta causa san Dionisio y otros místicos teólogos llaman a esta contemplación infusa rayo de tiniebla» (2N 5, 3); ocho veces aparece en las fórmulas: «sabiduría mística» e «inteligencia mística»; una vez en la frase «cuerpo místico que es la Iglesia» (CB 36, 5) y nueve veces en la expresión «teología mística». Las fórmulas las encontramos fundamentalmente en el libro segundo de la «Noche» y en el «Cántico». El contenido significado es claro y queda parafraseado en los términos siguientes: «La contemplación por la cual el entendimiento tiene más alta noticia de Dios» (2S 8, 6); sabiduría secreta, conexa con el rayo de tiniebla; contemplación infusa, purgativa e iluminativa; fruición de Dios y noticia sobrenatural amorosa. Es aquella influencia de Dios en el alma que, a la vez que alumbra la inteligencia, inflama la voluntad, ya que la hiere en aquella sustancia de la que ambas potencias afloran, por lo cual supera la vieja alternativa entre inteligencia y amor en la vida mística. No es necesario conocimiento previo para recibir ese rayo de tiniebla y de luz, pero, una vez que se ha recibido, quien lo recibe sabe. «Acaece que algunas veces esta mística y amorosa teología, juntamente con inflamar la voluntad, hiere también ilustrando la otra potencia del entendimiento con alguna noticia y lumbre divina tan sabrosa y delgadamente» (2N 12, 5). Cuando se lee en paralelo al Pseudodionisio y a san Juan de la Cruz, saltan a los ojos las sintonías y las diferencias. El universo mental del primero es el platónico: una metafísica de la participación, un universo jerárquicamente estructurado, una comprensión ascendente del itinerario espiritual y una teología apofática que se desborda absolutamente hasta convertir el no saber de Dios en la forma suprema de conocimiento. Este apofatismo es superado en san Juan de la Cruz y percibimos más inmediatamente lo que supone que el Verbo eterno se haya hecho palabra y, con ello, haya conferido a la palabra humana la capacidad de decirle, ya que en humana palabra él se dijo a sí mismo. La apófasis o teología negativa tiene un límite. Tras la palabra viene el silencio, pero desde dentro de él estallan el amor, la alabanza y la adoración. Los tratados más sistemáticos del santo son comentarios a unos poemas; a ellos se remiten y en ellos quedan las palabras, que se comprenden justamente como confesión y cántico36. En san Juan de la Cruz encontramos una reducción por concentración en la fe y en el amor como las dos palabras supremas. Esperanza, fe y amor, que, afectando en la raíz a las tres potencias del alma: la me36. Cf. Y. de Andia, Denys l’Aréopagite. Tradition et métamorphoses, cit.; A. Bord, Plotin et Jean de la Croix, París, 1996. 122 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE moria, la inteligencia y la voluntad, son la adecuación sobrenatural que Dios hace del hombre para que, connaturalizado con él, pueda corresponderle recordándole, conociéndole y amándole. Hay así un recuerdo sustancial, un conocimiento sustancial y un amor sustancial de Dios. Estos tres dones o virtudes teologales son todo lo necesario y lo único suficiente. Sin ellas el hombre queda en su mundo ontológicamente desproporcionado a Dios: son necesarias y suficientes. Todo lo que el hombre tiene que hacer es prepararse y ser dócil para que ellas hagan su obra en él. Con esto lleva a cabo san Juan de la Cruz una reducción de todos los elementos externos como visiones, revelaciones y éxtasis, que constituían en aquel momento la carta de identidad de los espirituales y la causa de fascinación ante los demás. No hay más visiones, revelaciones, palabras y promesas que las que el Padre ha cumplido en su Hijo, eterna palabra pronunciada en el tiempo, con la cual tiene el hombre todo lo necesario; pedirle otras sería no aceptar esta o no considerarla suficiente (cf. 2S 22, 3-6; Dichos de luz y amor 99). Santa Teresa y san Juan de la Cruz están al final de un largo camino de experiencia religiosa profunda, de forma que no son inteligibles sin todo ese mundo que los ha precedido. Ya dijimos que no hay mística ni místicos en estado puro; por eso han de ser situados y comprendidos desde dentro del contexto cultural, religioso y político del siglo XVI español. Encajan en él pero no se derivan directamente de él. La espontaneidad creadora de santa Teresa, la transparencia de sus escritos y la profunda impresión que su persona causó en todos los que la conocieron revelan la presencia y la acción de Dios en ella. Al lado quedan sus enfermedades, las primeras complejidades de su psiquismo y todos los meandros de su evolución. Nada de todo ello ciega ya la potencia, el realismo y la vibración cristiana de sus escritos. Sin apenas tener acceso directo a los textos bíblicos, que solo conoce en la medida en que le llegan por las lecturas proféticas, apostólicas y evangélicas de la liturgia, hay algo que la asemeja al vigor de los profetas, a la convicción de san Pablo, a la intimidad con el Padre propia de Jesucristo, que es el centro de su meditación, amor e imitación. San Juan de la Cruz es una psicología totalmente distinta. Es hombre, universitario y contemplativo por vocación originaria. Su obra rezuma la experiencia personal y la capacidad poética del escritor que conoce la poesía popular y la de los nuevos creadores Boscán y Garcilaso pero al mismo tiempo tiene una estructura mental sistemática. Los poemas crean universos de sentido, que afectan a la dimensión onírica a la vez que a la reflexiva, a la inteligencia a la vez que a la voluntad, al deseo igual que a la esperanza. Si la metáfora del «monte» y de la «subida» tiene antecedentes bíblicos, reasumidos por san Gregorio de Nisa, san Juan Clímaco y por el Pseudodionisio, en cambio los otros grandes símbolos: la noche, la fuente y la llama, son originales. Si el «Cántico» tiene como falsilla el 123 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Cantar de los Cantares, comentado por toda la tradición patrística y medieval, él lo eleva sin embargo a una densidad de experiencia y a una belleza expresiva tales que no tienen par en la historia anterior. Él heredó también los esquemas explicativos del itinerario interior: las tres vías, pero no permanece esclavo de ellas. Y así en el «Cántico» es la acción amorosa e iluminadora de Dios la que despierta el deseo, por un lado, y la purificación, por otro. En él se mantiene la lógica bíblica donde no es el hombre el que busca a Dios y le encuentra sino Dios quien encuentra al hombre cuando este no le buscaba. El Encarnado y el Crucificado están en el centro de su atención: no hay otro Dios al que haya que llegar que el que ya ha llegado hasta nosotros. Él es el que nos ha amado primero; él es el buscado y encontrado, el Amado al que la esposa de las canciones se dirige, el pastorcito que se ha subido al árbol de la cruz. III. LOS SIGLOS XVI Y XVII: DEL CENIT AL OCASO DE LOS MÍSTICOS 1. El paso de la mística de España a Francia Los últimos decenios del siglo XVI son el momento cumbre de lo que podríamos llamar la floración de los místicos, por seguir con la terminología de Brémond37, quien, para caracterizar el siglo XVII, habla de la invasión mística primero y de la conquista mística después, ya que durante ese siglo será Francia la que asuma el protagonismo en la vida espiritual, una vez que lo ha asumido en el orden político y cultural tras el lento desmoronamiento de la hegemonía española subsiguiente a la muerte de Felipe II. El viaje de Bérulle a buscar cuatro carmelitas a Salamanca para iniciar la reforma en Francia, el surgimiento del Oratorio, madame Acarie, san Francisco de Sales, santa Juana Chantal y el jansenismo posterior son los nombres símbolo de esta transferencia del protagonismo hispánico de España en el siglo XVI al protagonismo gálico en el siglo XVII38. Los nombres de Bérulle, Olier, Condren, Burgoing y Vicente de Paúl, por un lado, y los filósofos Descartes y Pascal, por otro, abren el futuro mientras la decadencia hispánica se muestra en sus instituciones sociales y políticas. No obstante este siglo sigue ofreciendo los grandes nombres de Calderón, Lope de Vega, Góngora y una pléyade de autores menores. 37. H. Brémond, Histoire littéraire du sentiment religieux en France depuis la fin des guerres de religion jusqu’à nos jours, París, 1916-1936. Los títulos de los once volúmenes que componen la obra pueden verse en el Apéndice bibliográfico final. 38. Sobre la pervivencia e influencia en especial de los dos grandes abulenses en la posterior historia espiritual, cf. E. Pacho, «Presencia de la mística carmelitana a lo largo de los siglos XVI-XX», en L. López-Baralt, Repensando la experiencia mística desde las ínsulas extrañas, Trotta, Madrid, 2013, pp. 161-222. 124 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE El éxito de la reforma teresiana y la difusión inmediata tanto de sus monasterios como de sus obras, comenzando con la publicación de estas por fray Luis de León en 1588, crearon un halo de grandeza y de realidades extraordinarias, que va a convertir lo místico en un orden autónomo contrapuesto en un sentido a lo natural y a lo ordinario de la vida cristiana normal. El adjetivo se apone ahora a todos los sustantivos posibles. A ese tipo particular de experiencia corresponderá un espacio vital autónomo, con una ciencia correspondiente que en adelante se llamará «ciencia de los santos», apelando a la frase bíblica: Dedit illi scientiam sanctorum [Sab 10, 10: le dio la ciencia de los santos (o de las cosas santas)]. «Ciencia mística» la llamará el padre L. de la Puente en su Vida del padre Baltasar Álvarez (1628); M. de Molinos utiliza dos veces la expresión en el prólogo de su Guía espiritual (1675), y Surin también la emplea en su obra homónima. 2. La separación y autonomía de la «teología mística» A partir de esos años vamos a asistir a un fenómeno caracterizable con estas tres palabras: sustantivación, subjetivación y separación de la mística y los místicos como figuras nuevas respecto del organismo cristiano y de la realización de la vida cristiana. Donde hasta ahora se había hablado de la contemplación y de los contemplativos ahora se hablará de «la mística» y de «los místicos». Esta nueva ciencia será, en palabras de fray Luis de León, «la doctrina que escriben los santos». Frente a la acentuación intelectualista de la teología, propia de los dominicos, va a subrayarse ahora el carácter afectivo del conocimiento de Dios. En línea con esta actitud está la elevación en 1588 de san Buenaventura al rango de los doctores, igual que santo Tomás, como doctor seráfico. En 1615 es canonizada santa Teresa y en el Decreto de canonización Gregorio XVI la propone a todos como ejemplo y maestra «por sus libros de teología mística». A partir de ese momento muchos la saludan ya como «doctora mística», seguida por otros a quienes también se considera, según Tomás de Jesús en su Tratado de la oración mental (1610), doctores y maestros de mística teología. A partir de 1630 los editores honran a san Juan de la Cruz con el título de «doctor místico». Este título, que aparece por primera vez en la edición de Madrid, no figuraba en la edición parcial de Alcalá (1618) ni en la Declaración de las Canciones de Bruselas de 1627 ni en la primera traducción italiana de Roma de 1627. A partir de este momento es el «místico doctor», y en la primera traducción latina de Andrés de Jesús el título ya es Opera mystica Beati Johannis (1639). Este fenómeno va conexo con otro respecto del cual no sabemos si es causa o efecto: la nueva ola de traducciones y comentarios del Pseudodionisio. Es sabido que en el siglo IX se da su primera aparición en Occidente 125 CRISTIANISMO Y MÍSTICA sin mucho eco; luego una segunda oleada de su influencia tiene lugar en el siglo XII y la tercera se produce en el siglo XVI y a comienzos del XVII. Las traducciones más célebres son las de Goulu en 1608 y 1629, que le otorgan una presencia decisiva y que ponen su Teología mística otra vez en primer plano. Aunque sea un hecho marginal, sin embargo es significativo que en el inventario de libros que el Greco tenía en su casa se encuentren dos ejemplares en griego de la Teología mística. En estos años se eleva al Pseudodionisio a theologorum princeps [príncipe de los teólogos], se le considera theologus divinissimus [teólogo divinísimo], princeps christianae theologiae [príncipe de la teología cristiana], apex theologorum [cima de los teólogos], summus theologus [teólogo sumo]. M. de Certeau, que ha investigado con acribia esta evolución del sentido, hace el comentario siguiente: «Dionisio se convierte en el héroe epónimo de una corriente de pensamiento y de una literatura lo mismo que lo había sido ayer san Jerónimo y lo será san Agustín en la segunda mitad del siglo XVIII»39. El otro aspecto de este fenómeno global es la autonomía que se asigna a la teología mística frente a la escolástica, considerándola distinta de ella y reclamando su emancipación. Es un proceso que ya encontramos explicitado en la mitad del siglo XV cuando Vincent von Aggsbach, cartujo de Melk, en su Tratado contra Gerson (1453) afirma que la mística y la escolástica tienen tanto que ver entre sí como la profesión de pintor y la de zapatero. En ese mismo siglo Juan Gerson (m. 1429) había dividido su Teología mística en dos partes claramente diferenciadas y publicadas en años distintos: teología mística práctica y teología mística especulativa. El propio san Juan de la Cruz asume como un hecho esa diferencia cuando en el prólogo del «Cántico» escribe a la madre Ana de Jesús: Pues aunque a Vuestra Reverencia le falta el ejercicio de teología escolástica, con que se entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben, mas juntamente se gustan (C. Pról.). En el siglo XVII aparecen múltiples tratados que abordan la mística sistemáticamente fuera del marco de la teología escolástica. En la generación todavía deudora del gran impulso espiritual del siglo XVI, a la que pertenecen Francisco Suárez (m. 1617), Leonardo Lesio (m. 1623) y Juan de Santo Tomás (m. 1644), se mantiene el marco teológico general sobre la naturaleza de la perfección cristiana, las virtudes teologales y morales y los dones del Espíritu Santo, que ofrecen los principios desde dentro de los cuales se comprende, enjuicia e interpreta la experiencia mística. A partir de ahora no se tratará de un enjuiciamiento teológico 39. M. de Certeau, «‘Mystique’ au XVIIe siècle. Le problème du langague mystique», en L’homme devant Dieu. Mélanges offerts au P. Henri de Lubac II, París, 1964, pp. 267-291. 126 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE del hecho místico vivido sino de una nueva teología fundada en la experiencia mística, que se comprende y sostiene desde sí misma, mirando a la teología escolástica solo como criterio y garantía de ortodoxia. Aquí tendríamos que enumerar todos los tratados que aparecen por estos años en esa línea. Comencemos por el jesuita Diego Álvarez de Paz (1560-1620), que lleva al Nuevo Mundo la espiritualidad de A. Cordeses y a quien se debe la expresión «oración afectiva». El holandés Maximilianus van der Sandt (Sandaeus) nos ofrece la primera gran síntesis de teología espiritual, una enciclopedia de ascética y mística con sus dos obras: Theologia mystica (1627) y Pro theologia mystica clavis (1640), que en realidad es un diccionario de términos. Él explica que su intento es ofrecer una lista vocabulorum et locutionum obscurarum quibus doctores mystici, tum veteres tum recentiores, utuntur [de vocablos y locuciones obscuros que utilizan los doctores místicos, ora los antiguos, ora los más recientes]. Para él, doctor mysticus, theologus mysticus y sanctus son sinónimos. A este nombre tendríamos que añadir los de toda una generación de carmelitas que se proponen sistematizar, una vez defendidos de la sospecha de heterodoxia, a los dos padres fundadores, santa Teresa y san Juan de la Cruz. En este sentido es significativo que, cuando José de Jesús María Quiroga, en su Apología de la contemplación mística, quiera defender a san Juan de la Cruz de ser sospechoso de «alumbrado», le bastará con mostrar la coherencia de su doctrina con la del Pseudodionisio, considerado como la autoridad decisiva. Autores carmelitas de tratados sistemáticos sobre mística son Juan de Jesús María (m. 1615), José de Jesús María (m. 1628), Tomás de Jesús (m. 1627) y el francés Felipe de la Trinidad (m. 1671), autor de una Summa theologiae mysticae. 3. Subjetivación de la experiencia cristiana Frente a los fenómenos de sustantivación de la mística y del místico y frente a la separación de la teología mística de la teología escolástica, tenemos el fenómeno de la subjetivación de la experiencia cristiana. Si el término «místico» originariamente hacía referencia al sentido cristológico de la Escritura, que anticipado en el Antiguo Testamento encuentra en la aparición histórica y en la glorificación de Cristo su punto cumbre y que se prolonga en la eucaristía como lugar concreto en el que él nos integra a su vida, a su conciencia y a la experiencia que su Espíritu hace posible, suscitando una gnôsis cristiana, ahora ese tercer sentido originario de la palabra «místico» pasará en tal manera y con tanta fuerza a primer plano que la radicación objetiva de la mística en el Misterio se oscurece. La mística ya no es lo relativo al misterio de Cristo sino lo relativo a la experiencia religiosa del cristiano, con sus leyes propias de nacimiento, crecimiento y desarrollo. Lo extraordinario, lo milagroso, lo pretendi127 CRISTIANISMO Y MÍSTICA damente sobrenatural, en la cercanía de lo oculto, pasan a primer plano. La mística se constituye en una rama, más aún, casi en otro tronco de la teología. 4. El crepúsculo de los místicos A finales del siglo XVII se consuma la decadencia con las controversias entre Bossuet y Fénelon a propósito del quietismo y de la polémica con madame Guyon, para concluir con la condenación de Fénelon (1699) y de la Guía espiritual de Miguel de Molinos (1685-1687). Con razón los historiadores L. Cognet, J. R. Armogathe y J. I. Tellechea consideran que con la condenación de este último, que tuvo una resonancia inmensa en toda Europa, asistimos al crepúsculo de los místicos40. Por eso escribe J. I. Tellechea en su introducción a la Guía de Molinos: «El paso del siglo marca la hora fatal de la terrible poda de la fronda mística»41. Es la línea marcada por el general de la Compañía, Mercuriano, preocupado por evitar desvíos hacia actitudes contemplativas que él consideraba menos propias de la Compañía; por ello desde comienzos del siglo XVII los jesuitas dirigieron la atención a otras perspectivas de la vida cristiana y ya no se hablará de contemplación sino de perfección. Se esbozan los tiempos en los que el criterio de santidad será no las experiencias extraordinarias sino la perfección de las virtudes vividas en grado heroico. En adelante los grandes autores como Álvarez de Paz, Alonso Rodríguez y Luis de la Puente se concentrarán en lo que un título clásico ha mantenido vivo hasta la mitad del siglo XX: Alonso Rodríguez (1538-1616), Ejercicio de perfección y virtudes cristianas (1609); Diego Álvarez de Paz, De vita spirituali eiusque perfectione (3 vols., 1608-1617); Luis de la Puente, De la perfección del cristiano en todos sus estados (1612-1616). Del primero se han hecho traducciones a múltiples lenguas, de forma que se cuentan cerca de 480 ediciones en 23 idiomas diferentes. En adelante se distinguirá entre teología ascética y teología mística, entre el camino ordinario y el extraordinario, entre el camino ascético y el místico, entre el camino por el que pueden ir las almas y aquel otro por el que pueden ser llevadas por Dios. Y así tendremos estos títulos significativos del jesuita italiano G. B. Scaramelli (1687-1752): Direttorio ascetico (2 vols., 1753) y Direttorio mistico (1754). 40. Cf. L. Cognet, Crépuscule des mystiques [1958], Tournai, 1991. La mística cae bajo sospecha y el quietismo se presta al ridículo; un ejemplo: la obra póstuma de La Bruyère, Dialogue sur le quiétisme, París, 1699. 41. M. de Molinos, Guía espiritual, Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca, 1976, p. 39. 128 LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE 5. La mística en la era de la Ilustración Del seno del siglo XVIII surgen dos movimientos que determinarán el resto de la historia europea: la Ilustración y la Revolución francesa. Para Rousseau lo místico es sinónimo de irracional y considera que, como casi todo lo religioso y eclesial positivo, pertenece definitivamente al pasado. Las tres palabras que dirigirán los destinos en el orden del pensamiento son: naturaleza, razón, moralidad, junto a las tres que terminaron convirtiéndose en lema político de la República francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Las palabras repetidas como órdenes serán por ejemplo: ley natural, religión natural, derecho natural, frente a todas las determinaciones positivas, estatutarias, de la religión bíblica y de la política anterior. Protagonista y guía de esta revolución intelectual es Kant, cuyas convicciones para nuestro tema están expresadas en sus dos obras: La religión dentro de los límites de la mera razón (1794) y El conflicto de las facultades (1798). Previamente, en la Crítica de la razón pura, había utilizado la siguiente expresión cuando habla de mundo moral: «... en cuanto objeto de la razón pura en su uso práctico y en cuanto corpus mysticum de los seres racionales de este mundo»42. En la obra citada en primer lugar enumera los inmensos males que, a su juicio, la religión ha introducido en la historia, según la frase repetida de Lucrecio: Tantum religio potuit suadere malorum [¡A tantos crímenes puede inducir la religión!]. Para él las «exaltaciones místicas en la vida eremítica o monacal y el encarecimiento de la santidad del estado célibe hicieron inútiles para el mundo a gran número de hombres»43. En El conflicto de la facultades hay un anexo44: la carta de un antiguo alumno que lleva el sorprendente título: Acerca de una mística pura en la religión. En este texto, que Kant integra en su libro aun cuando lo haga con distancia respecto a lo afirmado en él, el autor llega a la convicción de que un grupo de místicos que ha conocido realiza a la perfección los ideales de la moral kantiana. Ellos aceptan la Biblia, la reconocen como ley interna y reconocen a Dios como su autor, pero la toman «tan solo por una confirmación histórica donde vuelven a encontrar aquello que se funda originariamente dentro de ellos mismos»45. Y añade una expresión significativa: «En una palabra, estas gentes serían (discúlpeseme la expresión) verdaderos kantianos en caso de ser filósofos». Hace luego un elogio de su diversidad: «En su mayoría integran la clase 42. 43. p. 132. 44. 45. E. Kant, Crítica de la razón pura, Alfaguara, Madrid, 1993, p. 632. Íd., La religión dentro de los límites de la mera razón, Alianza, Madrid, 1969, Íd., El conflicto de las facultades, Alianza, Madrid, 2003, pp. 140-148. Ibid., p. 148. 129 CRISTIANISMO Y MÍSTICA de los comerciantes, de los artesanos, de los campesinos... mas nunca se hallará entre ellos a los teólogos». Y después de alabar su comportamiento ejemplar en la sociedad concluye con esta frase: «Entre los más instruidos nunca me he topado con fanatismo alguno, haciendo gala en materia de religión de un discernimiento carente de prejuicios»46. 6. Del ocaso a una nueva aurora Los siglos XVIII y XIX constituyen un paréntesis en la trayectoria de la mística cristiana. El surgimiento de la crítica histórica, científica y filosófica fue poniendo al cristianismo ante nuevas preguntas. La Iglesia y la teología entraron por los caminos de la racionalidad y del positivismo, esperando ingenuamente poder ofrecer con este método una demostración positiva de la fe cristiana y de la propia experiencia mística. Se apeló al conjunto de fenómenos extraordinarios que se dan en la vida religiosa como prueba de su origen divino o de su superioridad sobre la existencia no religiosa. Se reclamó un sobrenatural superpuesto a la experiencia religiosa y a la experiencia cristiana ordinaria. El romanticismo exhumó páginas de la Edad Media, con un arqueologismo que era en parte arcaísmo y con una valoración de la fe por su aportación estética y mística. A finales del siglo XIX la mística es relegada a los tratados de patología médica o de parapsicología. Los filósofos, de los que hablamos en otro lugar de este libro, junto con figuras de santidad como Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucauld y Edith Stein, entre otros muchos, han devuelto a la experiencia mística su estatuto de normalidad humana y de excelencia cristiana. 46. Ibid. 130 Capítulo 4 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO El cristianismo ¿es religión de experiencia o de obediencia? ¿Religión de autoridad o de libertad? ¿Religión del misterio divino celebrado en la liturgia, tal como destaca la Iglesia oriental, o de la palabra de Dios, manifestada en la historia y contenida en la Biblia, como acentúa el protestantismo? ¿Religión de una verdad normativa transmitida por testigos cualificados para esa trasmisión e interpretada de manera vinculante sobre la marcha de la vida o, por el contrario, forma suprema del encuentro del individuo con Dios aprendida y vivida a la luz de la figura, el mensaje y el destino de Jesús de Nazaret? ¿Es religión de hechos históricos situados en el pasado, que hay que conocer, recordar y relatar; religión de verdades, que hay que aceptar como enunciados; o religión de misterios, comprendidos no como ideas inaccesibles a la inteligencia humana sino como divinas acciones salvíficas de Dios a favor de los hombres, que hay que hacer presentes sacramentalmente para que estos, encontrándose con la acción de Dios, encuentren su salvación? ¿Es una religión que nace de los deseos, conocimientos, ensueños y esperanzas que anidan en el corazón del hombre o una religión iniciada por hombres que han recibido una llamada, oído una palabra y acogido un mensaje de alguien superior a ellos, de un Absoluto sagrado, a quien obedecen y con cuya autoridad ellos lo transmiten a los demás? ¿Es religión de razón pura o de pura revelación? I. ALGUNOS HITOS HISTÓRICOS: DE FINALES DEL SIGLO XIX A LA ACTUALIDAD 1. El decurso del siglo XIX Con estos términos se ha ido realizando una interpretación unas veces puramente historicista, otras moralista, otras jurídica, otras dogmática y 131 CRISTIANISMO Y MÍSTICA otras liberal del cristianismo como tal y de la consiguiente misión de la Iglesia en el mundo. A lo largo del siglo XX han ido apareciendo cada una de estas perspectivas y se han subrayado distintas dimensiones de ese hecho histórico que es la persona de Jesucristo, preparado en la vida y conciencia del pueblo de Israel durante siglos y acogida en la conciencia de los que formaron primero sus seguidores y luego creyentes en él tras la experiencia de su resurrección y la acción del Espíritu Santo. En el siglo XIX el acoso del positivismo y del racionalismo, por un lado, y del romanticismo, por otro, orientó el pensamiento católico en doble línea, respondiendo a esas provocaciones y conformándose en alguna manera a ellas. En este sentido prevaleció un cristianismo de Ilustración referido a los hechos positivos y las verdades accesibles a toda razón, un moralismo asegurador y un racionalismo que tendía a poner el peso de lo cristiano en la verdad con la demostrabilidad de sus afirmaciones. Por otro parte, reclamada la vida interior en cuanto experiencia, esta se canalizó hacia las devociones, las prácticas piadosas, la dimensión afectiva, cordial y mariana de la fe. Para fundamentar estas afirmaciones hay que recordar lo que significaron la devoción al Sagrado Corazón, las apariciones de la Virgen junto con el dogma mariano de la Inmaculada Concepción y la presencia de san José en la Iglesia. Para percatarse de ello basta hacer la lista de congregaciones religiosas denominadas por estos nombres. Estas dimensiones son parte integrante de la fe cristiana pero no pueden ser consideradas como la esencia de la fe católica, hasta el punto de dejar en silencio las grandes realidades fundantes: el misterio trinitario, su revelación en la historia, la persona y destino de Jesús, la misión del Espíritu Santo en la Iglesia, la vida sacramental, la experiencia de la gracia y la esperanza escatológica. Ya hemos hablado de la jerarquía de verdades, recordada por el concilio Vaticano II1, que nunca puede ser olvidada o dejada a un lado en la vida cotidiana de la Iglesia. En medio del siglo XIX y en este contexto se despierta un mayor interés por lo que en la vida cristiana es sentimiento e imaginación, afectividad y gratuidad, frente a una interpretación que había privilegiado el elemento doctrinal, moral y dogmático de la vida cristiana; interés por la mística. Al volver la mirada a la historia de la Iglesia se comprobó el importantísimo lugar que esas facetas habían tenido y la fuerza que ellas habían aportado para sostener a los cristianos frente a las fuerzas del racionalismo excluyente, de la indiferencia religiosa, de la violencia social, de la soledad humana radical y del mal que no cesa. J. Görres es el primero que hace un elenco de esos hechos y testigos a lo largo de la historia en su obra Die christliche Mystik [La mística cristiana, 4 vols., 1836-1842], 1. Cf. Decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, 11. 132 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO traducida dos decenios después al francés con un significativo título: La mystique divine, naturelle et diabolique (1854-1855), o sea, mística divina, natural, diabólica, sobrenatural. En el final de siglo hay dos hechos que hacen volver la mirada a la mística y a los místicos: el primero es el centenario de san Juan de la Cruz; y el segundo, la existencia misma de Teresa de Lisieux, que se alimenta del místico de Fontiveros y que, tanto con su doctrina como con su vida, muestra que la mística verdadera tiene poco que ver con fenómenos extraordinarios (apariciones, revelaciones, levitaciones) y mucho con las virtudes teologales vividas a fondo. El papel que la fe pura y desnuda cumple en ambos autores desvela el verdadero sentido de la experiencia mística en el cristianismo. Las páginas finales de la santa carmelita francesa sobre su solidaridad con todos los hombres vivida en oración intercesora, sobre su participación en la noche oscura del ateísmo, sobre su voluntad de comer el pan de la prueba con todos los que sufren el silencio de Dios, sobre su deseo de ser el amor limpio y radical en la Iglesia, muestran su concentración en lo esencial, lo sencillamente cristiana y lo profundamente solidaria con las necesidades humanas que puede ser la experiencia de Dios en el vivir cotidiano. 2. El último decenio del siglo XIX En el último decenio del siglo XIX asistimos al episodio interpretativo de la mística como realidad y de mujeres místicas como sujetos de tales experiencias, situándolas en el campo de la patología. Una y otras se convierten en objeto de estudio experimental por parte de la medicina, la psicología y la psiquiatría. Los maestros del Hospital de la Salpetrière y de la Sorbona se ocupan de casos semejantes y se hace famoso el de la llamada Madeleine (su nombre real: Pauline Lair-Lamotte), exponente de lo que esos autores diagnostican como histeria, psicastenia, delirio religioso y otras variantes. Nuestra materia se ve situada en adelante en este triángulo: mística, patología, esoterismo. Jean-Martin Charcot (1825-1893), el gran maestro de la Salpetrière, encabeza con su obra La foi qui guérit [La fe que cura, 1897] la nueva orientación; y tras él siguen sus discípulos, comenzando por Freud y sobre todo Théodule Ribot (1839-1916) y Pierre Janet (1854-1847). Este último ve en los éxtasis de los místicos un efecto no de la histeria sino de la psicastenia, la neurosis obsesiva, la huida a un mundo imaginario. Esto lo ejemplifica en el ya mencionado caso de Madeleine, que estudia durante veintidós años y que considera ilustración clara de un tránsito de la angustia al éxtasis pasando por un delirio religioso. Tal es el título del libro que escribe sobre el tema: De la angoisse à l’extase. Un délire religieux. La croyance [De la angustia al éxtasis. Un delirio religioso. La creencia, 1926]. 133 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Estos estudios sobre hechos y figuras presentes repercutieron en la interpretación de figuras del pasado, a las que se sometió a la misma observación y se las encuadró en el mismo diagnóstico. Tal es el caso de santa Teresa de Jesús. El padre Tomás Álvarez ha investigado la secuencia de esas interpretaciones patológicas de los fenómenos extraordinarios que encontramos en la santa de Ávila: Santa Teresa: Teresa a contraluz. La santa ante la crítica (2004). 3. Los dos primeros decenios del siglo XX: tránsito de la medicina a la metafísica Aunque parezca extraño, en los dos primeros decenios del siglo XX el interés por la mística en Francia se manifestará no tanto en las clínicas hospitalarias como en el Carmelo y en la Sorbona, en la clausura carmelitana y en la universidad laica de la República francesa. El fenómeno es casi siempre declarado patológico por los médicos y por ese universo nuevo que forman el psicoanálisis, la psicología clínica y la psiquiatría. El siglo XX se abre con dos obras que van a marcar el paso de la psicología a la filosofía, interesándose por los místicos como forma de pensamiento, de donación de sentido a la vida humana y de expresión de otra filosofía posible. a) La primera de ellas es la del psicólogo norteamericano William James, doctor de la Harvard Medical School, que impartió las famosas Gifford Lectures en 1901-1902, publicadas en julio de 1902 con el título Las variedades de la experiencia religiosa. Este autor recupera una valoración positiva de la experiencia religiosa como tal y se atreve reclamar para ella, más allá de Kant, crédito y no solo crítica. Después de hablar de los dioses griegos escribe: Es como si en la existencia humana existiese un sentido de la realidad, un sentido de presencia objetiva, una percepción de lo que podemos llamar «algo» más profundo y general que cualquiera de los «sentidos» especiales y particulares mediante los cuales la psicología actual supone que se revelan originariamente las realidades existentes2. Dedica a nuestro tema específico (él lo llama, como es usual en el mundo anglosajón, misticismo) los capítulos XVI y XVII, que tendrán una influencia decisiva en el futuro y que cierra con tres conclusiones: 1.ª Los estados místicos ejercen autoridad sobre quien los vive. 2.ª Pero no para los demás. 3.ª A pesar de todo resquebrajan la autoridad excesiva 2. W. James, Las variedades de la experiencia religiosa, Península, Barcelona, 1986, p. 54. 134 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO de la actitud racionalista3. El capítulo anterior, el XV, termina con unas palabras que siguen manteniendo su validez, al establecer la diferencia entre verdad y utilidad: Diréis: ¿cómo puede la religión, que cree en dos mundos y en un orden invisible, ser valorada por la adaptación de sus resultados al orden de este mundo? Es su verdad y no su utilidad sobre la que debería reposar nuestro veredicto. Si la religión es verdadera, sus frutos son frutos buenos, incluso aunque en este mundo resultaran uniformemente mal adaptados y solo saturados de pietismo. Esto nos remite después de todo a la cuestión de la verdad de la teología4. El libro de William James ejerció un inmenso influjo en la comprensión de la religión entre los filósofos, especialmente en uno de ellos, L. Wittgenstein. Este lo leyó en sus años de Cambridge. De ello da testimonio esta carta que escribe a B. Russell el 22 de junio de 1912: Cuando tengo tiempo leo ahora Las variedades de la experiencia religiosa de James. Este libro me hace muchísimo bien. No quiero decir que pronto seré un santo, pero no estoy seguro de que no mejore un poco en un aspecto en el que quisiera mejorar mucho: a saber, creo que me ayuda a liberarme de la Sorge (en el sentido en que Goethe usó la palabra en la segunda parte del Fausto [Sorge: cuidado, preocupación, angustia]). Una obra así tenía características que la hacían connivente para Wittgenstein ya desde el comienzo: era de un científico positivista, atenido a la realidad pragmática de la vida, pero a la vez no solo respetuoso de la religión sino profundamente sensible a lo que ella significa en la vida del hombre, afirmando que pragmatismo no es sinónimo de escepticismo. De los veinte capítulos del libro casi una tercera parte está dedicada a estudiar las dos expresiones cumbre de la vida religiosa: la santidad (capítulos XI, XII, XIII, XIV, XV) y el misticismo (capítulos XVI y XVII). Aquí encontró Wittgenstein no tanto una definición teológica de la santidad sino sobre todo sus consecuencias prácticas en la vida del santo: ascetismo, fortaleza de alma, pureza, caridad, que serán estrellas que guíen en adelante su pensamiento. Y encontró también descritas las características de la experiencia mística, que se han mencionado ya en el capítulo anterior, junto con la diferencia entre conocimiento intelectual y conocimiento experiencial de Dios (en este último el conocimiento no precede necesariamente al amor). Además de estos datos constatamos otras convicciones casi idénticas en ambos autores, tales como las siguientes: la re3. Cf. ibid., pp. 317-321, espec. p. 317. 4. Ibid., p. 283. 135 CRISTIANISMO Y MÍSTICA ligión no necesita ser probada científicamente sino que vale por sí misma; la experiencia mística otorga al hombre la conciencia de estar absolutamente acogido, de que no puede pasarle nada; al lado del conocimiento positivo de la ciencia es posible una experiencia mística, algo que se convirtió en el hilo rojo de su pensamiento5. Aquí descubre también, formulado por Charles Peirce, el principio del pragmatismo, que asume literalmente: «Para desarrollar el significado de un pensamiento, hemos de determinar qué conducta puede producir»6. A partir de ahí establece la diferencia entre los atributos metafísicos de Dios y sus atributos morales, con una despectiva distancia a los teólogos de gabinete, que, según él, se deleitan en estudiar los primeros sin preocuparse de los segundos. Para nuestra cuestión, sin embargo, lo más importante de Wittgenstein es su familiarización con la mística y los místicos, que se quedó en algo casi formal y exterior. Usa una terminología que se repitió como un tópico en los decenios siguientes, en el fondo reduciendo o identificando experiencia mística y experiencia metafísica, aunque él no utilice estas expresiones. Con todo, ya vimos cómo en el Tractatus logico-philosophicus (1922) Wittgenstein mantiene un silencio ascético sobre los temas de ética y especialmente sobre los de religión, para no crearse problemas con su protector Bertrand Russell, cuyo rechazo del cristianismo era manifiesto. Es conocida la tesis de otro judío, Leo Strauss, de una generación posterior a Wittgenstein, que interpretó las actitudes o teorías esotéricas pero también los dobles sentidos y sobre todo ciertos silencios y rodeos como la consecuencia de escribir en tiempos de persecución de la religión o de su menosprecio social, como era el caso de Russell. A ello hay que añadir la que ha sido una tentación permanente de los judíos en la era moderna en sus intentos de asimilación para obtener el reconocimiento social y político de una cultura adversa a ellos: presentar a los no judíos solo aquellos aspectos de la religión y del judaísmo que pudieran agradar a los hombres no religiosos. De los años en que Wittgenstein redacta definitivamente esta primera gran obra suya se nos han conservado los Diarios secretos (1914-1916), en los que hay una sencilla actitud religiosa y referencia a veces orante a Dios. En el resto de sus apuntes el tema de la mística no tendrá luego especial relieve. En W. James encontró los nombres de los grandes santos y maestros de la espiritualidad cristiana. En primer lugar, aparecen la 5. En su famosa Conferencia sobre ética (Paidós, Barcelona, 1989), preparada para ser pronunciada en Cambridge en 1929-1930 y publicada por primera vez en 1965, L. Wittgenstein expone las tres experiencias éticas primordiales, que en el fondo son la trasposición de lo que en su origen eran experiencias religiosas: el asombro ante la existencia del mundo (creación), la vivencia de sentirse absolutamente acogido y seguro (providencia), el sentimiento de que Dios condena nuestra conducta y supera nuestro pecado (redención). 6. Citado en W. James, Las variedades de la experiencia religiosa, cit., p. 333. 136 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO Biblia y luego san Agustín, con sus dos obras fundamentales: las Confesiones, que ejercerán una gran influencia en Wittgenstein, y La ciudad de Dios. Junto a ellos están Schleiermacher, Kierkegaard, Dostoievski y Tolstói. De san Ignacio (seis citas) hace esta afirmación sorprendente para las fechas en que escribe: «San Ignacio fue un místico, pero su misticismo hizo de él uno de los grandes hombres de acción más poderosos que nunca existieron»7. De san Juan de la Cruz ofrece tres de los capítulos fundamentales de la Subida y la «Noche». De santa Teresa recoge siete citas y las alusiones son permanentes. He aquí los tres textos del Tractatus donde se habla no de la mística y los místicos en sentido concreto y personal sino de lo místico en sentido impersonal: No cómo es el mundo es lo místico sino que el mundo es (6.44). La visión del mundo sub specie aeterni es su visión como un todo limitado. Sentir el mundo como un todo limitado es lo místico (6.45). Existe ciertamente lo inexpresable. Esto se muestra; es lo místico (6.522). En Wittgenstein coexiste una teología negativa o apofática, ya que lo inexpresable que existe nos desborda, con la afirmación de que ese Inexpresable se nos muestra. Los límites del hombre no son los límites de Dios y su creación. Es fiel al origen y a sus límites constituyentes; es el signo perenne de su amor y de su acompañamiento del hombre en la historia. Una lectura de Wittgenstein hecha durante años solo a la luz de su primera obra y sin el conocimiento de fondo de sus lecturas ha ofrecido una imagen de la persona y de la obra ateas, algo que no se corresponde con la realidad. Al formular esta afirmación tampoco estamos apoyando la censura defensiva que sus herederos testamentarios ejercieron en algunos aspectos, imponiendo silencio sobre su vida moral, sus posibles condiciones homoeróticas y algunas de sus amistades durante los años de Cambridge8. El 27 de noviembre de 1919 Wittgenstein invitaba a Bertrand Russell a reunirse con él en La Haya; o mejor dicho, se lo rogaba. El 20 de diciembre Russell narra el encuentro a lady Ottoline en términos absolutamente valiosos, tanto por lo que reflejan del impacto ejercido por el libro de William James en Wittgenstein como por lo que dejan traslucir 7. Ibid., p. 310. 8. Cf. W. Baum, Ludwig Wittgenstein: vida y obra, Alianza, Madrid, 1988; L. Wittgenstein, Últimas conversaciones, Sígueme, Salamanca, 2004; L. Wittgenstein y P. Engelmann, Cartas, encuentros, recuerdos, Pre-Textos, Valencia, 2009. Los diarios, cartas a B. Russell y otros textos biográficos están recogidos en L. Wittgenstein, Obras I-II, ed. de I. Reguera, Gredos, Madrid, 2009. 137 CRISTIANISMO Y MÍSTICA del carácter de este y, no en último lugar, de la deriva que toman las palabras «mística» y «místico», situándose más en el universo de la metafísica y de la ética que en el de la religión y del cristianismo. Russell y Wittgenstein estuvieron una semana juntos en La Haya y discutieron todos los días sobre el Tractatus. El respeto entre ambos iba creciendo pero a la vez los separaba una inmensa sima, no tanto en el orden de la lógica cuanto en el orden de los valores fundamentales de la vida y de las primeras respuestas de sentido y de futuro, así como, en último término, en el orden de la religión y del cristianismo9. Russell, que en 1918 había publicado su libro Misticismo y lógica y otros ensayos, expresa así la impresión que le dejó el libro de Wittgenstein: En su libro había percibido un cierto aroma a misticismo, pero me quedé asombrado cuando descubrí que se había convertido en un místico completo. Lee a autores como Kierkegaard y considera seriamente la posibilidad de hacerse monje. Todo empezó con Las variedades de la experiencia religiosa de William James y fue en aumento (lo que no es de extrañar) durante el invierno que pasó solo en Noruega antes de la guerra, cuando estuvo a punto de volverse loco. Luego, durante la guerra, ocurrió una cosa curiosa. Fue a prestar servicio a la ciudad de Tarnov, en Galizia, y dio con una librería que, sin embargo, parecía no tener nada más que tarjetas postales. Pero, al entrar, halló que había un solo libro: el de Tolstói sobre los evangelios. Lo compró sencillamente porque no había otro. Lo leyó y lo volvió a leer, y desde entonces lo llevó consigo, aun bajo el fuego y en todo momento. Pero en general le gusta Tolstói menos que Dostoievski (especialmente Los hermanos Karamazov). Ha penetrado profundamente en los modos místicos de pensamiento y sentimiento, pero creo (aunque él no estaría de acuerdo) que lo que más le gusta en el misticismo es su poder de hacerle dejar de pensar. No creo que realmente se haga monje; es una idea, no una intención. Su intención es ser maestro. Dio todo su dinero a sus hermanos y hermanas, porque considera que las posesiones terrenales son una carga. Quisiera que le hubieses visto10. b) La segunda obra determinante de este inicio del siglo XX se debe a un francés, Henri Delacroix (1873-1937), profesor también en la Sorbona, que escribe una tesis sobre Eckhart, Essai sur le mysticisme spécu9. En las relaciones entre ambos había algo que frenaba la comunicación y dificultaba la apertura a los problemas de fondo. B. Russell rechazaba la inclinación homosexual de Wittgenstein y a este le molestaba profundamente la actitud anticristiana de Russell, manifestada en su vida y en sus escritos, sobre todo en un texto tan popularizado como simple en sus objeciones. Esta actitud de Russell hizo que Wittgenstein fuera tan reservado en la manifestación de sus convicciones cristianas y en la formulación de sus textos, pues sabía que de Russell dependía su futuro académico en Cambridge. Cf. la conferencia pronunciada por Russell el 6 de marzo de 1927 y luego reeditada tantas veces: B. Russell, Por qué no soy cristiano, Edhasa, Barcelona, 1980. Véase también Íd., Autobiografía, Edhasa, Barcelona, 2010, con las cartas intercambiadas entre ambos. 10. El texto de las cartas puede verse en L. Wittgenstein, Obras II, cit., pp. 372-373. 138 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO latif en Allemagne au XIV siècle [Ensayo sobre el misticismo especulativo en Alemania en el siglo XIV, 1900]. Este mismo autor presenta en una sesión de la Société Française de Philosophie una comunicación sobre «El desarrollo de los estados místicos en santa Teresa»11. Su tercera aportación decisiva es Études d’histoire et de psychologie du mysticisme. Les grandes mystiques chrétiens [Estudios de historia y psicología de la mística: los grandes místicos cristianos, 1908]. Nos hemos detenido en este autor porque está en el inicio de un grupo de filósofos que se van a acercar a los místicos, preguntándose por la realidad intelectiva, volitiva y afectiva, que subyace a personalidades que han sido creadoras de palabra y de vida nuevas, de Iglesia y de literatura. H. Bergson presenta con elogios el libro de Delacroix en una sesión de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, el 30 de enero de 1909. En carta de 21 de abril de 1911 a J. Lotte confiesa que es un mundo nuevo el que allí ha descubierto. Este inicio es innovador porque en él convergen, por un lado, la posición especulativa y metafísica, que se remite a Eckhart y, con él, a la filosofía alemana, idealismo incluido, y, por otro, las personalidades cristianas concretas más cercanas a nuestra historia religiosa que Delacroix estudia en su segundo libro: Teresa de Ávila, madame Guyon, Enrique Suso12. Ahora tendríamos que enumerar todos los filósofos franceses que han dedicado su interés y sus libros a la mística y a los místicos: M. Blondel, E. Le Roy, J. Maritain, H. Bergson, G. Morel, M. de Certeau..., amén de otros autores como L. Massignon, con sus estudios sobre la mística musulmana, y H. Brémond, con su monumental Histoire littéraire du sentiment religieux en France depuis la fin des guerres de religion jusqu’à nos jours [Historia literaria del sentimiento religioso en Francia después de las guerras de religión hasta nuestros días, 11 vols., 1916-1936], que se limita a lo que su título enuncia: la expresión literaria de esa realidad vivida por los autores estudiados. Como guía, dice, para sí mismo y para el lector, ofrece unas sustanciosas «Notes sur la mystique» [Notas sobre la mística] al final del volumen II (cf. pp. 585-606). 4. La reacción contra el liberalismo protestante y cierto autoritarismo católico El primer decenio del siglo XX es importante para el redescubrimiento de la mística también en otra perspectiva; a saber, en la medida en que 11. En Bulletin de la Société Française de Philosophie (enero de 1906), pp. 1-42. 12. Sobre el lugar que la mística ocupa en el modernismo, especialmente en el entorno de Loisy, y luego en la cultura universitaria francesa, cf. É. Poulat, Critique et mystique. Autour de Loisy ou la conscience catholique et l’esprit moderne, París, 1984; Íd., L’Université devant la mystique. Expérience de Dieu sans mode, transcendance du Dieu d’amour, París, 1999. 139 CRISTIANISMO Y MÍSTICA expresa una reacción contra el liberalismo teológico y el positivismo bíblico, acentuados en el mundo protestante, así como contra el autoritarismo y el dogmatismo, que fueron la tentación de la Iglesia católica en reacción contra el modernismo. De los primeros son exponentes dos autores significativos, uno en Alemania y otro en Francia. Harnack impartió en el giro del siglo, dentro del Studium generale de la Universidad de Berlín, unas lecciones abiertas a todos los alumnos, que luego se publicaron con el título La esencia del cristianismo (1901). La obra tuvo un éxito inmenso y se ha dicho que es, junto con Lo sagrado de R. Otto (1917), el libro protestante más vendido en la primera mitad del siglo XX. En ese libro Harnack ofrece una interpretación exclusivamente histórica del cristianismo: Jesús es el exponente supremo de la condición de Dios como Padre y de la dignidad del alma humana. La religión es determinante de la moral, de la cultura e incluso de la política en la línea de lo que era la ideología del progreso, propia de la burguesía decimonónica. No hay un cristianismo del dogma, de la autoridad, del sacramento. No hay comunidad precedente, instituyente y normativa: el individuo en el ejercicio de su razón y de su libertad tiene la última palabra. Jesús no pertenece como contenido al Evangelio sino solo como su iniciador y su expresión suprema. Harnack, como historiador del cristianismo, y E. Troeltsch, como teórico de su validez y universalidad filosóficas, son los dos máximos exponentes de lo que se ha llamado el neoprotestantismo, ya bien lejos de Lutero. El autor equivalente de esta tendencia liberal individualista dentro de la cultura francesa es A. Sabatier, con su obra Les religions d’autorité et la religion de l’esprit [Las religiones de autoridad y la religión del espíritu, 1903], que en cierto modo es una contraposición entre catolicismo y protestantismo, como lo será dos decenios después la contraposición entre «la mística y la palabra» en la obra homónima de E. Brunner (Die Mystik und das Wort [La mística y la palabra, 1924]) y en la posición del propio K. Barth, que abomina de la mística tanto como del ateísmo o de la magia. Este primer decenio del siglo XX es también decisivo dentro de la Iglesia católica. La trayectoria de A. Loisy, partiendo de la Biblia en sintonía con Harnack y queriendo superar sus límites desde una visión católica, desemboca en su excomunión por la Iglesia y en la ruptura de él con ella13. Los nombres de Lagrange, Blondel, Laberthonière estarán implicados en ese fenómeno tan complejo, viscoso y vidrioso que es el modernismo. Ya se ha hecho tesis aceptada reconocer dos expresiones diferentes dentro de él: por un lado, la que quiso ser una limpia voluntad de diálogo y de sintonía con el pensamiento, la sensibilidad y la exégesis moderna 13. A. Loisy, L’Évangile et l’Église, París, 1902. Cf. M. J. Lagrange, Le sens du christianisme d’après l’exégèse allemande, París, 1918. 140 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO y, por otro, la actitud modernista específica, que comprende el cristianismo no como resultado de un acto nuevo de la iniciativa divina sino como una expresión más de las posibilidades, esperanzas y experiencias del hombre en busca de sentido y abierto al Absoluto. La experiencia personal se afirmará frente a la autoridad institucional, los universales del corazón frente a las positividades de la autoridad, y la libertad cristiana frente al dogma tradicional y a la disciplina eclesiástica. En este contexto adquiere todo su relieve la afirmación del elemento místico de la religión frente al elemento histórico, moral, disciplinar y dogmático. Uno de los autores importantes, por haber servido de correo entre modernistas convictos y personalidades claramente católicas, es F. von Hügel. El título de su obra es revelador: The Mystical Element of Religion as Studied in St. Catherine of Genoa and her Friends [El elemento místico de la religión como es estudiada en santa Catalina de Génova y sus amigas, 2 vols., 1908]. Dentro del horizonte hispánico hay que situar aquí la obra de M. de Unamuno Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (1911-1912), que, si bien no pertenece al mundo teológico sino al filosófico y cultural, es expresión de una profunda pasión religiosa y de una voluntad de romper con una razón puramente lógica, tal como el autor la encontraba en el positivismo científico y en la escolástica católica, y de llegar a otra razón que sea también cardíaca, que dé lugar a los fines, esperanzas y necesidades del corazón, que no encajan en la razón kantiana, ya que la trascendencia constitutiva del hombre le abre a mayores lejanías que las que atisba su mera razón autónoma. Desde aquí hay que entender su interés por la mística y los místicos, con la primacía que otorga a estos frente a los teólogos. Por el contrario, J. Ortega y Gasset hace la «Defensa del teólogo frente al místico» en 1929, dentro del curso que comienza en la Universidad de Madrid titulado ¿Qué es filosofía? (1929) y publicado luego en el volumen V de sus Obras completas (1947). El segundo decenio del siglo es de dureza y de represión en la Iglesia. La restauración de la neoescolástica lleva consigo un tomismo que es más filosofía que teología, que quiere imponer a esta las tesis tomistas como si fueran pertenecientes o necesarias a la fe y que no facilita el acercamiento del mensaje cristiano a la conciencia contemporánea. A ello se añaden bajo el pontificado de Pío X las delaciones a Roma, el clima de sospecha y las exclusiones de la docencia de personalidades católicas de primer rango, que concluyen en un silencio doloroso, generador de heridas y desesperanzas en unos casos; de silencio y creación teológica en otros. En medio de todo ello surgen acciones nuevas, que tienden a recuperar y legitimar la verdadera dimensión religiosa y experiencial del cristianismo. 141 CRISTIANISMO Y MÍSTICA 5. La reacción dentro de la Iglesia católica: ¿ascética y mística, o espiritualidad? En otro lugar de este libro aludimos a las iniciativas, los movimientos y las publicaciones que surgen entre tanto en torno a cuestiones fundamentales como mística natural y mística sobrenatural, experiencia metafísica y experiencia teologal, relación de continuidad o discontinuidad entre ascética y mística, contemplación adquirida y contemplación infusa, mística occidental cristiana y mística oriental asiática puestas en relación (R. Otto, O. Lacombe, L. Gardet, Th. Ohm...). Citaremos ahora solo tres nombres eminentes en sus respectivos campos, como exponentes del nuevo interés por la mística y su necesaria inserción en la reflexión primero metafísica y luego teológica, arrancándola al uso partidista de las órdenes religiosas o de simple devoción católica. El primero es el jesuita J. Maréchal (Le point de départ de la métaphysique IV [El punto de partida de la metafísica, 1947] y Études sur la psychologie des mystiques [Estudio sobre la psicología de los místicos, 2 vols., 1924-1937]). Junto a él está otro jesuita eminente, J. de Guibert, autor de Études de théologie mystique [Estudios de teología mística, 1930]. El tercero es R. Garrigou-Lagrange, dominico, que publicó numerosas obras de teología espiritual. Él es el exponente máximo de una relectura de san Juan de la Cruz, tratando de situarlo dentro de los esquemas de santo Tomás en su obra Perfection chrétienne et contemplation selon Saint Thomas d’Aquin et Saint Jean de la Croix [Perfección cristiana y contemplación según santo Tomás de Aquino y san Juan de la Cruz, 1923]. Hoy somos más sensibles a la diferencia de mirada, de horizonte y de lenguaje entre teología y mística, entre el dato histórico y la vivencia religiosa, entre el símbolo y el argumento, entre la positividad constituyente del cristianismo y el horizonte de trascendencia en el que hay que situar los datos. Teología y mística son connaturales porque habitan el mismo sujeto, que vive en ambas y desde ambas, pero el lenguaje del teólogo y el del místico no son inmediatamente reducibles a unidad. En los decenios siguientes perduran ciertas cuestiones como constantes en nuestra materia. En primer lugar la relación de la mística con la ascética. Esta es comprensible como el ejercicio u obra del hombre que se prepara, purifica, abre y ordena hacia Dios por la renuncia, la autonegación y el amor a él, en espera de que él acoja este esfuerzo, lo complete y lo lleve a la plenitud en la purificación, iluminación y unificación. Son las «tres edades de la vida interior» que, reasumiendo la tradición anterior, el padre Garrigou-Lagrange formula en su libro clásico14. La mística 14. R. Garrigou-Lagrange, L’amor de Dieu et la Croix de Jésus. Étude de théologie mystique sur le problème de l’amour d’après les principes de Saint Thomas et la doctrine de Saint Jean de la Croix, Juvisy, 1929; Íd., Les trois conversions et les trois voies I-II, Juvisy, 1933; 142 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO es comprendida como la acción directa, gratuita, sobrenatural de Dios en el alma del creyente, al que se da a conocer y gozar para terminar transformándole. Conexa o idéntica con esta cuestión iba la siguiente: la mística ¿está en continuidad con la vida cristiana normal, que desemboca en aquella como algo a lo que, por tanto, todos debemos aspirar (postura de la continuidad, sostenida por la escuela dominicana) o constituye un estadio absolutamente gratuito con gracias de oración y de experiencia que Dios concede a quien quiere (postura de la novedad y diferencia, sostenida por la escuela carmelitana)? Esta diferente actitud se refleja en los libros que sirven de orientación y establecen los criterios en esta materia. Citaré solo dos manuales que han ejercido gran influencia como libros de texto en los seminarios y casas de formación de las órdenes religiosas. Uno es del sulpiciano francés, A. Tanquerey, quien por la moderación de sus juicios fue llamado doctor conciliator: Précis de théologie ascétique et mystique [Compendio de teología ascética y mística, 1923], que se impuso no solo en Europa sino en muchas partes de la Iglesia, ya que fue traducido a diez lenguas, entre ellas el árabe y el coreano. El otro es de un dominico español, A. Royo Marín: Teología de la perfección cristiana, que, publicado por primera vez en 1954, llegó en 2008 a la duodécima edición. Al comienzo de los años veinte tiene lugar una innovación terminológica en este orden: aparece la palabra «espiritualidad», que tiene la pretensión de englobar o sustituir a las dos anteriores: ascética y mística. Se elabora con método histórico: no propone tanto —o solo— las teorías sobre lo que es la perfección cristiana sino que narra las vidas, expone las doctrinas y sitúa en su contexto histórico las formas de la santidad en la Iglesia. En este orden una obra se impuso por su sobriedad y novedad: P. Pourrat, La spiritualité chrétienne [La espiritualidad cristiana, 4 vols.]. Publicada en París, el primer volumen tiene el imprimátur de 1918, y en 1926 llevaba vendidos ocho mil ejemplares; el cuarto volumen, publicado en 1940, llevaba vendidos en 1947 trece mil ejemplares. Otra obrita de menor envergadura en tres tomos, cada uno de ellos escrito por un autor distinto, lleva también ese nuevo título: M. Viller, La spiritualité des premiers siècles chrétiens [La espiritualidad de los primeros siglos cristianos, 1930]; F. Vernet, La spiritualité médiévale [La espiritualidad medieval, 1929]; A. Saudreau, La spiritualité moderne. Progrès de la doctrine dans les cinq derniers siècles [La espiritualidad moderna: progresos de la doctrina de los cinco últimos siglos, 1940]. Íd., Les trois âges de la vie intérieure I-II, París, 1938-1939. Cf. E. Pérez, «Personalidad filosófico-teológica del P. Garrigou-Lagrange»: Teología Espiritual 8 (1964), pp. 447-462; y A. Huerga, «El P. Garrigou-Lagrange, maestro de la vida interior»: ibid., pp. 463-486. 143 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Este último autor hace en las páginas finales de su obra, al hablar de «la mystique de auteurs contemporains» [la mística de los autores contemporáneos], una síntesis de los planteamientos y de las controversias de los últimos decenios. Es significativo que Karl Rahner reelabore y traduzca la obrita de M. Viller al alemán con un nuevo título: Ascética y mística en la época patrística (1938). En el prólogo fundamenta el cambio de título: lo hace porque así aparece esta materia como asignatura en los planes del ciclo teológico propuesto por los últimos documentos pontificios. En esta línea debe citarse una nueva historia de la espiritualidad cristiana firmada por cuatro autores: L. Bouyer, La spiritualité du Nouveau Testament et des Pères [La espiritualidad del Nuevo Testamento y de los padres, 1960]; J. Leclercq, F. Vandenbroucke y L. Bouyer, La spiritualité du Moyen Âge, 4 vols., París, 1961 ss.; L. Cognet, La spiritualité moderne I. L’essor 1500-1650 [La espiritualidad moderna I. El auge, 1500-1650, 1966]; L. Bouyer, La spiritualité orthodoxe. La spiritualité protestante et anglicaine [La espiritualidad ortodoxa. La espiritualidad protestante y anglicana, 1965]. Pero la cumbre del siglo XX en esta materia, representativa de estos diversos métodos, vocabularios y enfoques, los teológicos más presentes en los primeros volúmenes, los bíblicos e históricos en los últimos, es la siguiente. El título del primer volumen refleja perfectamente la situación: Dictionnaire de spiritualité. Ascétique et mystique. Doctrine et histoire, dirigido por los jesuitas M. Viller, F. Cavallera y J. de Guibert. El primero de los 17 volúmenes lleva fecha de 1937; y el último: Tables générales, de 1995. Esta obra es un arsenal sobrecogedor de información sobre temas, autores y obras a la vez que un espejo que refleja fielmente las variaciones, los acentos y los desplazamientos que esta materia fue experimentando en los casi setenta años que duró su elaboración. También hay que mencionar otras dos obras, estas en español: L. Sala Balust y B. Jiménez Duque (eds.), Historia de la espiritualidad (4 vols., 1969); D. de Pablo Maroto, Historia de la espiritualidad cristiana (1990). 6. Dos lecturas distintas de la mística en el cristianismo Otro de los momentos cruciales en la valoración y comprensión de la mística y de su lugar en el cristianismo aparece cuando, yendo más allá de la psicología y de la metafísica, se intenta comprenderla desde la teología, con su método propio y las preguntas respectivas. ¿Qué debe prevalecer en su análisis: la experiencia del sujeto que vive ese tipo de relación incisiva y totalizadora con Dios o las realidades cristianas a las que esa experiencia se refiere? ¿Qué hay que hacer: un inventario de los fenómenos extraordinarios que encontramos especialmente en los santos del segun144 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO do milenio o volver la mirada a los contenidos de la revelación tal como ellos han quedado fijados en la liturgia y en la Biblia de manera normativa y en la tradición espiritual, que ya comienza en la patrística, de forma ejemplar15? ¿Qué ha de estar en primer plano: el sujeto receptor o el Dios que se ha entregado a los hombres de manera definitiva y personal en Jesucristo? Nos referiremos a dos nombres que han hecho historia en esta materia: el primero es el jesuita francés Auguste Poulain, con su libro Des grâces d’oraison. Traité de théologie mystique [Las gracias de oración. Tratado de teología mística, 1901]. El autor viene de una formación científica, era profesor de matemáticas y se acerca a su tema (todo el conjunto de fenómenos extraordinarios que encontramos en los santos de los últimos siglos) como quien observa hechos y objetos, que cuantifica y enjuicia desde lo que ese análisis verificador percibe. Es el momento en que la neoescolástica se moderniza y en Lovaina, con Mercier, y la Universidad Católica se abre a los laboratorios para sumar experimentación científica con reflexión metafísica. El campo que privilegia Poulain es el de la psicología descriptiva y su referencia son los místicos modernos. El otro nombre decisivo durante esta época es el del benedictino alemán A. Stolz, residente en el colegio de San Anselmo (Roma), que publica su Theologie der Mystik [Teología de la mística] en 1936. Ya la procedencia de orden religiosa sitúa de antemano a estos dos autores, el jesuita y el benedictino, en polos lejanos entre sí, reflejando cada uno el espíritu de la familia religiosa a la que pertenece. San Benito es el hombre de la naturaleza, de la familia, del campo abierto y amplio, de la liturgia, la divina palabra y el divino oficio, mientras que san Ignacio es el exponente de un siglo que pasa de la objetividad a la subjetividad, del conocimiento que encuentra en la exterioridad solo un apoyo para el conocimiento de Dios al que lo encuentra en el fondo del alma, en la introspección y en la decisión de la voluntad. Para san Benito la salvación es Dios y viene de Dios a un hombre que encuentra en el desistimiento de sí y en la recepción de Dios su propia plenitud, mientras que Ignacio es el hombre de la nueva libertad, de la decisión, de la determinación por la cual el sujeto se afirma. Para Ignacio el individuo lo es todo; la comunidad y la liturgia no están en primer plano de interés. Desde la perspectiva benedictina, A. Stolz critica los presupuestos de la comprensión teológica de la mística propia de los decenios anteriores. La estrechez con la que se la ha enjuiciado deriva del marco neoescolástico, psicológico, occidental, moderno dentro de la cual se la ha comprendido; no se ha visto en la mística nada más que dos perspectivas: los aspectos psicológicos y su determinación del individuo. Él reclama dos 15. Cf. Y. de Andia, La Voie et le voyageur. Essai d’anthropologie de la vie spirituelle, París, 2012. 145 CRISTIANISMO Y MÍSTICA rupturas. En primer lugar, la superación del marco psicológico, ya que en teología el criterio primordial no es lo que el hombre siente ante Dios (naturaleza, razón, corazón) sino lo que Dios en su soberana libertad ha dado al hombre (historia, gracia, sobrenatural). En teología la experiencia no es la sola fuente de conocimiento, ni siquiera la primera, ni puede prevalecer sobre los datos objetivos de la revelación. La segunda ruptura es el desplazamiento de la mirada que hasta ahora ha considerado a los modernos occidentales como los «místicos», para extenderla a toda la historia de la Iglesia, considerando la experiencia mística como la forma más intensa, pura y determinante de toda la existencia del hombre en referencia intelectiva, amorosa y fruitiva al Dios presente en su interior. Stolz hace una objeción directa a la utilización del Pseudodionisio, a quien durante siglos se había considerado guía y patrón de los místicos16. Este, en su obra Los nombres divinos17, hizo aquella afirmación que ha sido un talismán durante siglos: junto al saber teórico del que aprende (mathón: ciencia teórica), en este caso del que conoce teóricamente a Dios, está el saber del que lo padece (pathón: experiencia vivida) o conoce pasionalmente. Esta frase, divina patiens, ha hecho pasar a primer plano la «pasión» del sujeto humano frente a la recepción y el acogimiento del don de Dios en la historia, en la Biblia, en la liturgia, en la Iglesia (en la traducción del texto original al español no es fácil conferir todo su sentido a tres palabras clave: theomáthe, theopáthe, sympathéia). El autor distingue cuatro fuentes o formas del conocimiento teológico: la sagrada tradición, el estudio de las Sagradas Escrituras, el esfuerzo teórico y este conocimiento divinamente otorgado con experiencia vivida. Ofrecemos la traducción francesa y española: Notre illustre précepteur... soit qu’il y ait été initié par une inspiration plus divine, n’ayant pas seulement de Dieu une science théorique, mais une expérience vécue, et que par une sympathie interne de lui à elles il a assumé pour ainsi dire la forme de cette Unité et de cette Foi qui ne s’apprennent pas, mais qui se vivent de façon mystérieuse18. Mi famoso maestro... conociéndolo, más que por ciencia teórica, por experiencia personal de lo divino, pues disfrutaba de cierta connaturalidad con estos temas —si me es lícito hablar así—, identificándose interiormente con ellos. Así pudo conocer aquella unidad mística y la fe que no se alcanza por el estudio, sino que se viven de manera misteriosa19. 16. Cf. Y. de Andia, Denys l’Aréopagite. Tradition, cit. 17. Cf. Pseudodionisio Areopagita, Los nombres divinos [PG 648 B], en Obras completas, BAC, ed. de T. H. Martín, Madrid, 1990, cap. 2, p. 288. 18. PG 3, 648 A-B. M. de Gandillac, Œuvres complètes du Pseudo-Denys l’Aréopagite, París, 1943, p. 86. 19. Pseudodionisio Areopagita, Los nombres divinos, en Obras completas, cit., p. 288. 146 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO A. Stolz repite que el Pseudodionisio no es nada más que el origen de una corriente; corriente hoy además puesta bajo sospecha por estar teñida de un neoplatonismo, que, si bien aviva el sentido de lo espiritual, trascendente, universal y absoluto que conforma al hombre tal como había sido formulado por el platonismo, es ciego para lo que el cristianismo es esencialmente como historia, acontecimiento particular y gesta de libertad tanto por parte de Dios como por parte del hombre. Y reclama una extensión de la palabra «mística» proponiendo situarla no tanto en referencia a las palabras de Jesús (bienaventuranzas, parábolas...) y menos en experiencias particulares de ciertas almas sino en la entera persona de Jesús como Hijo abierto al Padre en amor, fidelidad y obediencia. La Iglesia de Oriente ha centrado su visión en la acción transformante del Padre y del Espíritu sobre la humanidad del Hijo, la paciente y sobre todo la glorificada: en la transfiguración, en el bautismo, en la agonía. Ha prestado especial atención a la existencia de Jesús, que vivió siempre en relación filial con el Padre, aun cuando esta unión y esta visión inmediata no fueran «beatificantes» en el sentido clásico, ya que entonces no le habría sido posible el sufrimiento ni la libertad en una real vida de caminante. La visión beatífica es la forma de consumación de la vida humana y Jesús la consumó llegando hasta el final de ella, en duración y tiempo reales, vividos con la tensión de pasado, presente y futuro. A esta experiencia de Jesús hay que añadir la de Juan y Pablo, además de presuponer la de María, que no solo guardó y meditó en su corazón las palabras de Jesús (cf. Lc 2,19; 2,51), sino que «padeció» con él su muerte como suprema forma de relación con Dios, obediencia a Dios y experiencia de Dios. Aquí aparece con especial agudeza la inversión reveladora del distinto horizonte en que ahora nos movemos. Mientras que para Poulain los mártires no son considerados destinatarios de los favores místicos, para Stolz el mártir es el «místico por excelencia». Y refiriéndose a los acentos puestos por los autores occidentales escribe: El unilateralismo psicológico ha llegado no solamente a separar la ascesis de la mística; incluso no ha reconocido la última realización del éxtasis en el mártir, que en manera ninguna habría que hacer consistir en un proceso psicológico, ya que en el mártir, por unificación, queda suprimida toda relación entre cuerpo y alma20. 20. A. Stolz, Teología de la mística, Rialp, Madrid, 1951. Aunque proviene de otro contexto cultural y eclesial, está en la misma línea de Stolz, una obra que ejercerá honda influencia en el área francesa durante los años previos al concilio Vaticano II: Vl. Lossky, Essai sur la théologie mystique de l’Église d’Orient, París, 1944. 147 CRISTIANISMO Y MÍSTICA 7. Corrección de curso en la interpretación (Lubac, Balthasar, Rahner, Bouyer) A partir de esta nueva perspectiva se extiende la mirada a las grandes figuras espirituales de la historia de la Iglesia: oriental y occidental, de la era moderna pero también de la era patrística y medieval. La primera mitad del siglo XX a la que nos venimos refiriendo ha sido también la de los movimientos de refontalización (resourcement) y renovación eclesial (Biblia, liturgia, patrística, ecumenismo), que indirectamente han contribuido a una nueva lectura de la mística por haber puesto ante los ojos las fuentes verdaderas de todo lo cristiano, más allá de los acentos absolutizados en algunos momentos de la historia y más allá de ciertos movimientos culturales y nacionales. En esta línea se sitúa Hans Urs von Balthasar, que ha hecho aportaciones fundamentales a cuestiones como la relación entre teología y santidad, entre carismas individuales y vida de Iglesia, así como a la historia de las grandes personalidades patrísticas y medievales, desde Orígenes, Evagrio y san Gregorio de Nisa hasta san Ignacio y autores contemporáneos. Él ha reclamado ir más allá de aquellas figuras, experiencias y teorías teñidas de subjetivismo, psicologicismo y particularismo que empañan la visión cristiana de la mística. Ha hablado de una mística centrada no tanto en el sujeto que hace experiencias, tiene visiones, recibe gracias, cuanto en el Dios que se le revela y con la misión que le encarga para los demás («mística objetiva»). Junto a este aspecto ha subrayado otro no menos importante: la dimensión comunitaria, eclesial, de las gracias especiales que los hombres reciben de Dios. Si para ser objetivamente cristiana la mística debe estar siempre referida al Misterio, con la misma intensidad debe estar referida a la misión. En cada santo Dios dice una palabra a la Iglesia y por ella al mundo. En cada santo revela una faz de su misterio y hace una propuesta de nueva realización de la humanidad y de la cristianía en un momento dado de la historia de la Iglesia y de la historia del mundo21. No por repetido deja de ser necesario subrayar el cambio de terminología que él ha propuesto, refiriéndose a santa Teresita del Niño Jesús en contraposición a la tributaria del Carmelo de Lisieux, no hablando de «historia de un alma» (perspectiva individual, camino psicológico hacia Dios) sino de «historia de una misión» (encargo de Dios a un alma para los otros, don e imperativo para la Iglesia). 21. Entre múltiples textos de Balthasar sobre esta materia remitimos solo a dos fundamentales. Uno de composición más tardía y solo de reciente publicación en español: «Consideraciones acerca del ámbito de la mística cristiana», en H. Urs von Balthasar, W. Beierwaltes y A. M. Haas, Mística. Cuestiones fundamentales, Ágape, Buenos Aires, 2008, pp. 45-78. Y otro ya más lejano: H. Urs von Balthasar, Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Herder, Barcelona, 1957. 148 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO Junto a Balthasar hay que enumerar a otros tres teólogos que han abierto el camino para una comprensión más ancha, compleja y cristiana de la mística. Uno de ellos, Karl Rahner, que junto con su hermano Hugo y su colega E. Przywara (entre nosotros, J. I. Tellechea) nos ha enseñado a comprender a san Ignacio no solo como un asceta y un soldado (tópicos que sitúan su figura en la Contrarreforma frente al protestantismo) sino como un hombre que vivía de la oración, la intimidad y la experiencia serenada de Dios animadoras de todo su hacer. Él ha acentuado también cómo en tiempos de penuria y de dificultades para la fe es necesaria la ejercitación en ella de toda la persona: no solo de la razón abstracta sino de la razón concreta, del corazón y del sentimiento. Y para ello es obligada una iniciación, enseñanza e introducción a la experiencia de Dios; en una palabra, una mistagogía. El segundo nombre significativo, padre y maestro de Balthasar, es H. de Lubac. Y lo es no solo porque explícitamente ha escrito acerca del tema que nos ocupa sino sobre todo por su proposición coherente y orgánica de las realidades cristianas, haciendo manifiesta la conexión existente entre antigua y nueva Alianza, judaísmo e Iglesia, vida de la inteligencia y vida de la fe, significación de la Biblia —historia de la exégesis— y vida de la Iglesia. De Lubac son unas páginas excepcionales escritas como prefacio a una obra colectiva22. A él y a otro gran protagonista de la preparación conciliar desde la liturgia, Biblia, patrística e historia de la espiritualidad, L. Bouyer, debemos la recuperación del lazo profundo que une misterio y mística, manifestación del designio de Dios en la historia y vida nueva del hombre, que incluye saber y vivir, experimentar y hacer. Tres publicaciones suyas, lejanas entre sí, fueron decisivas para el redescubrimiento del sentido tradicional del término «místico» (referencia de los textos del Antiguo Testamento a Cristo; contenido salvífico, iluminador y redentivo de los divinos misterios celebrados en la liturgia; conocimiento experiencial que Dios otorga) con anterioridad al impuesto en el siglo XVII23. Para plasmar la importancia de este paso «del misterio a la mística», terminamos este apartado citando unas significativas palabras escritas por el jesuita A. Solignac al comienzo de la voz: «Mystère», del Dictionnaire de spiritualité (vol. X, 1861): 22. Cf. H. de Lubac, «Préface», en A. Ravier (dir.), La mystique et les mystiques, París, 1965, pp. 7-39. Cf. E. de Moulins-Beaufort, Anthropologie et mystique selon Henri de Lubac, París, 2003. 23. Cf. L. Bouyer, «Mysticisme. Essai sur l’histoire d’un mot»: Supplement de la Vie spirituelle (15 mayo de 1949), pp. 1-23; «Mysterion», en el número monográfico Mystique et Mystère de la misma revista, vol. 23 (1952), pp. 397-412; y finalmente el libro Mysterion. Du mystère à la mystique, París, 1986. Cf. D. Zordan, Connaissance et Mystère. L’itinéraire théologique de L. Bouyer, París, 2008; J. Duchesne, Louis Bouyer, Perpiñán, 2011. 149 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Este artículo está concebido para servir de introducción a los artículos «Misterios de la vida de Cristo» y «Mística». Ante todo desde el punto de vista del vocabulario: se trata de discernir, en la medida de lo posible, el principio unificador de los sentidos múltiples que toman las palabras, mystérion, mystes, mýstikos, y sus equivalentes. Esta es la idea de una comunicación de Dios al hombre y de una iniciación del hombre en los designios de Dios, en su acción y en su ser mismo. En este sentido el artículo «Mística» de este Diccionario, elaborada por varios autores, es quizá uno de los panoramas sobre esta materia escritos con mayor sensibilidad, información y objetividad. Y ese panorama se completa con la exposición de Y. de Andia sobre la relación existente entre el redescubrimiento de la liturgia y de la patrística, especialmente la oriental, por un lado, y de la mística, por otro. 8. Mística y liturgia en el concilio Vaticano II y en el posconcilio La Iglesia católica, durante el siglo XX, tiene en el concilio Vaticano II el órgano supremo de autoridad y sus documentos son el criterio y la guía de la vida cristiana en el nuevo tiempo histórico. El concilio propone la vida cristiana en plenitud, la vocación universal a la santidad, la perfección evangélica, pero no habla nunca de vida mística ni de experiencia mística. De las 22 veces que aparece el adjetivo «místico», veinte designa a la Iglesia como «cuerpo místico» de Cristo, una se refiere a la prefiguración de la Iglesia en la historia del pueblo de Israel y otra a las órdenes religiosas y a las «riquezas» místicas que atesora en su historia. El concilio se propuso dos objetivos fundamentales: repensar y revivir el cristianismo desde sus fuentes específicas, reformando la Iglesia para ser capaz de estar con credibilidad cristiana y capacidad misionera en el mundo nuevo. A la vez llevó a cabo una refontalización y una democratización de la santidad, al hacer del bautismo y de la eucaristía los dos lugares constituyentes de la existencia cristiana que son comunes a todos y de esta forma constituyen la Iglesia como fraternidad, en la que la autoridad surge como cualificación y representación queridas por Cristo para cumplir la misión de anunciar el Evangelio y de hacer surgir la comunidad de creyentes mediante la eucaristía, cuerpo real de Cristo del que surge su cuerpo social o Iglesia. El concilio ha sido el corrector del curso de muchas cosas en la Iglesia: ideas, acentos, instituciones y no tanto porque se haya propuesto corregirlas —no ha sido un concilio de reforma en el sentido tradicional— sino porque al proponer las realidades cristianas desde su fondo ha permitido ver la unidad existente entre cosas que se presentaban en contraste, como, por ejemplo, Evangelio e Iglesia, contraposición sugerida por cierto protestantismo; o mística y liturgia, contraposición derivada de los movimientos e instituciones de talante individualista surgidos a partir del 150 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO siglo XVI; o también profetismo y sacerdocio o redención y liberación. En este sentido tiene razón Ysabel de Andia cuando señala: En su desarrollo la mística y la liturgia en Occidente latino se han alejado la una de la otra y lo que ha permitido a ambas volverse a unir es su arraigo en el misterio que es, según san Pablo, el mismo Cristo. El centro es siempre Cristo; de ahí que se pueda decir que el concilio Vaticano II es un concilio cristológico y no solamente eclesiológico, pues el misterio de Cristo y de la Iglesia son inseparables24. ¿Cómo ha sido la situación de ambas, mística y liturgia, en el posconcilio? ¿Hacia dónde ha mirado más la Iglesia en este medio siglo que nos separa de la apertura del Vaticano II: hacia dentro o hacia afuera? ¿Qué constitución ha reclamado mayor interés: la Lumen gentium o la Gaudium et spes? En la Iglesia católica durante los decenios inmediatos a la clausura conciliar se ha dado una especie de estallido hacia afuera, unas veces vivido como voluntad de oír al mundo, otras como voluntad de testimonio y de misión, y junto a ellas una actitud dubitativa y perpleja. La Iglesia ha experimentado una preocupación misionera ante las grandes ideologías y movimientos sociales y en alguna forma también se ha sentido acomplejada ante ellos. Ni la mística ni la liturgia han estado en primer plano de interés. La liturgia ha sido objeto de permanente discusión sobre todo en orden a su traducción, inculturación y actualización. El primer tomo publicado de las Obras completas de Benedicto XVI, Teología de la liturgia25, es un buen testimonio de lo que ha sido la lucha interna en la Iglesia por la apertura antropológica a otras culturas, voluntad de continuidad con el origen neotestamentario y relectura crítica de ciertas innovaciones posteriores. Una de las convicciones a las que hemos llegado es que Biblia y liturgia son inseparables: quien no vive desde dentro de la Biblia, como texto y textura vital de lo que se celebra y proclama, ese no será oyente ni celebrante de nada, es igual en qué lengua lo perciba. Tiene que haber un sujeto celebrativo en cada asistente y eso supone una actitud antropológica de apertura al Misterio, una comprensión de la ejercitación humana para la cual la recepción en gratuidad es tan fecunda como la propia conquista. En este sentido, si no hay una actitud de autotrascendimiento en apertura fundamental al Misterio, con la necesaria relativización de sí mismo para ser introducido por otro en lo que nos trasciende, si 24. Y. de Andia, «Mística y liturgia. Retorno al misterio en el siglo del Vaticano II», en A. Cordovilla (dir.), Dios y el hombre en Cristo. Homenaje a O. González de Cardedal, Sígueme, Salamanca, 2006, pp. 473-508, cita en p. 474. 25. Cf. J. Ratzinger / Benedicto XVI, Obras completas XI. Teología de la liturgia. La fundamentación sacramental de la existencia cristiana, BAC, Madrid, 2012. 151 CRISTIANISMO Y MÍSTICA no hay una actitud en este sentido mística, la liturgia seguirá siendo un espectáculo vacío y un rito insignificante. Respecto de la mística distinguiríamos en el posconcilio dos partes claramente diferenciables. En los tres primeros decenios la Iglesia vivió fascinada por las siguientes actitudes que consideraba imperativas: el paso del anatema a la aceptación comprensiva del otro; el diálogo con el protestantismo y, con él, la recuperación crítica de la Biblia para la fe y la teología; la apertura al mundo; y la colaboración con las otras religiones. Estos fueron los acentos que prevalecieron. Valga solo un indicio: ¿cuántas citas se han hecho en este tiempo de la constitución Sacrosanctum concilium y de la Lumen gentium, por un lado, y cuántas de la Gaudium et Spes, por otro? Y dentro de la Lumen gentium, ¿cuántas son las citas tomadas del capítulo primero: El misterio de la Iglesia, y cuántas las del capítulo segundo: La Iglesia, pueblo de Dios? En torno a 1970 había palabras que lanzadas en medio de una asamblea cristiana estallaban como bombas: por ejemplo afirmaciones repetidas por los marxistas, como estas: «La fe es la alienación de la vida humana», «la Iglesia es la perpetuación secular de esa alienación», «los sacerdotes son los intelectuales orgánicos de tal proceso alienador». En ese contexto la propuesta que gozaba de evidencia colectiva previa a toda reflexión eran los proyectos concretos de liberación humana; y esta se identificaba automáticamente primero con la acción y luego con la política. Liturgia y mística eran consideradas como formas de huida del mundo, en el que había que acreditar una fe generadora de liberación, que se debía llevar a cabo en los moldes que venían dados por la llamada teoría crítica de la sociedad y de la religión. La contemplación era considerada resto de platonismo, de ese anatematizado por Nietzsche al definir el cristianismo como platonismo para el pueblo. La mística era considerada desde esta perspectiva el exponente supremo del miedo a la realidad material, de la huida de las responsabilidades sociales, de la alienación en su forma extrema. Se la rechazaba por considerarla una actitud de los ojos cerrados ante la historia, de la insolidaridad con las tareas humanizadoras del reino de Dios, al que se veía directamente referido a las realidades sociales y políticas, sin discernir siempre los objetivos sagrados y universalmente válidos de las mediaciones interpretativas de carácter teórico a la vez que de las mediaciones sociales y políticas de su realización concreta26. 26. J. B. Metz, Por una mística de ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad, Herder, Barcelona, 2013. A diferencia de la sociedad antigua, la sociedad moderna se centra en el ver (creer como resultado de los ojos) y en un hablar (el lenguaje como lugar que confiere presencia a lo paradójico, inefable, imposible), considerando el lenguaje como el único lugar o forma de acceder a la realidad que se nos escapa. Cf. M. de Certeau, La fable mystique (XVIe-XVIIe siècles) II, París, 2013. 152 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO Los cambios culturales y políticos que tuvieron lugar entre 1980 y 1990 obligaron a un giro en las evidencias colectivas y en las aspiraciones de la sociedad. Hundido el proyecto del socialismo marxista, sumida Rusia en una crisis política interior y desistiendo los dos bloques de repartirse el mundo con medios económicos y armamento bélico, se desiste también en la Iglesia de muchos proyectos y se reconocen como espejismos ciertas propuestas culturales y sociales que se habían cultivado hasta entonces. Nunca se podrá desistir de que el Evangelio sea realmente buena nueva de vida, libertad y salvación en todos los órdenes, de que fe y justicia son por tanto inseparables, aun cuando no se identifiquen del todo, ya que hay justicia humana y justificación divina como realidades convergentes pero de origen, naturaleza y finalidad distintos. El resultado fue un cambio de acentuación, de orientación y de dirección en la Iglesia. Hubo un momento en que en Europa casi todos los sujetos pensantes: universidad, empresa, Iglesia y los llamados «intelectuales», estaban convencidos de que el futuro sería el socialismo, como el que imaginaban que existía en Rusia, y para ello se estaban preparando, incluida la política vaticana en su diálogo con el Este (la Ostpolitik y el secretario de Estado cardenal A. Casaroli), para cuando Europa hubiera girado hacia el socialismo, giro que parecía próximo e inevitable. La llegada de Juan Pablo II y la presidencia de Reagan en Estados Unidos, entre otros factores, frustraron tales proyectos. La caída del muro de Berlín queda como el símbolo perenne del hundimiento de un proyecto, cuya inhumanidad quedó manifiesta, y de la capacidad de la libertad para superar las esclavitudes, incluso las generadas por los sistemas más totalitarios. La humanidad comenzó a mirar en otra dirección. Y surgió una atmósfera nueva. De la inclinación entusiasmada a la transformación revolucionaria de «este» mundo manifiesto y tangible se pasó a la inclinación contemplativa del «otro» mundo, el invisible, el trascendente y el íntimo, pensado unas veces con categorías religiosas y otras con categorías solo éticas, estéticas o incluso mágicas. 9. La mirada de las nuevas generaciones ¿En qué dirección se orientan los ojos y las mentes de las nuevas generaciones? Simplificando los hechos podríamos decir que a la modernidad ha sucedido la posmodernidad y a la fascinación por Marx ha sucedido la fascinación por la mística. Los ideales de la racionalidad absoluta, del progreso indefinido, de la paz construible, del final de las injusticias, de la superación de la muerte, de la justicia construible por las manos humanas: todos estos ideales han quedado bajo sospecha, ya que el siglo XX, que los ha cultivado con empeño, ha causado las mayores atrocidades, y finalmente no se han conseguido los ideales soñados. La confianza ha 153 CRISTIANISMO Y MÍSTICA revertido hacia las actitudes contrarias: la irracionalidad, el retorno a lo mágico y prehumano, el descenso al mundo del mero sentimiento, a los instintos primordiales, como si ellos fueran fuente directa de felicidad. Se ha desistido de la lucha por lo humanamente posible, desde la experiencia de que no todo es posible a las manos e inteligencia del hombre. Y en ese contexto han surgido movimientos que es difícil calificar con justicia. Los hay impulsados por los mejores deseos de superar la pobreza, la finitud y el límite del hombre abriéndose al Origen, al Fundamento y al Fin que nos llama con su luz y su santidad; en una palabra, a Dios. Otros, en cambio, están guiados por la ceguera, el retorno a lo prelógico y la visceralidad no redimida. En este contexto aparecen los esoterismos, los gnosticismos, la magia, y a todo ello algunos unen la mística, como si esta fuera una posibilidad humana inmediata y se pudiera fabricar como cualquier otra vasija con el barro y manos técnicas. Dios no está al alcance de la mano como cualquier otro objeto, al alcance de la boca como cualquier otra palabra, o al alcance de la inteligencia como cualquier concepto aprendible o construible: no hay «Dios inmediato», como reza el título de una obra de E. Drewermann (1997). Si algo hay que hacer hoy con esta palabra es redimirla, purificarla, devolverle su peso y brillo originales, resituándola en su verdadero contexto de nacimiento. Y para ello hay que volver a los hombres y mujeres que vivieron la apertura y la relación con Dios, en la audición, obediencia y experiencia de su revelación en la historia. Para saber hoy lo que es la auténtica mística cristiana hay que volver a sus grandes exponentes. 10. Hechos nuevos y nuevas tareas Estamos hoy ante dos grandes hechos y dos grandes tareas. a) Los hechos son la universalización del término «mística», que en unos casos es voluntad de verdad espiritual, de interioridad auténticamente religiosa, de superación del positivismo historicista, del moralismo y del intelectualismo. Vistas así las cosas, es algo positivo, que merece apoyo. El segundo hecho ante el que estamos es la difuminación y trivialización del sentido de esta palabra. Todo lo oscuro, lejano, misterioso, inaccesible, secreto es llamado «mística». La trivialización consiste en reclamar que mística significa sin más vida interior, vida cristiana con voluntad de perfección, vida que anhela trascender la inmediatez para abrirse a un absoluto que redima la vulgaridad, dureza y finitud mortal de todo lo que tenemos a nuestra disposición y a nuestro alrededor. Esta reducción de su significado es peligrosa, ya que cuando todo es místico nada es místico, cuando todos los cristianos auténticos son considerados místicos, nadie es realmente místico, o al menos no ha sido esa la significación densa que la historia confirió a la palabra. Un ejemplo de esa 154 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO pérdida de su sentido específico, suponiendo que todo cristiano empeñado en creer y pensar, amar y seguir a fondo a Jesucristo, fuera ya un místico, es la pregunta hecha a Benedicto XVI en una entrevista: «¿Es V. S. un místico?», a lo que contesta con un evidente no rotundo. Sin embargo, escribe: «Pienso que ya que Dios ha hecho papa a un profesor, quería que precisamente este aspecto de la reflexividad, y en especial la lucha por la unidad de fe y razón, pasaran al primer plano»27. El planteamiento reductor es peligroso porque suscita en la conciencia de los lectores u oyentes la confianza y espera de poder percibir las realidades cristianas con la intensidad de vivencia y de repercusión real en la vida que encontramos en santa Teresa y san Juan de la Cruz. La comprobación real de que esto no es así significaría para muchos una gran frustración y, con ello, la tentación de poner bajo sospecha y duda la misma fe cristiana. b) Hoy nuestra primera tarea es recuperar y clarificar con rigor el contenido del término: ¿a qué nombres acompañó este adjetivo, antes de que se convirtiera en sustantivo? Fundamentalmente a tres: teología, experiencia, vida. ¿A qué realidades remite o pone en primer plano de consideración dentro de la vida cristiana? La subjetividad, la interioridad y la afectividad, no la capacidad de pensar sino de sentir, el orden de la experiencia pasiva antes que el de la racionalidad activa, la capacidad de acoger del otro antes que la de construir por sí mismo. De ahí las dos definiciones fundamentales. — Conocimiento experimental de Dios (cognitio Dei experimentalis): experiencia existencial de lo divino que afecta a todas las facultades, al espíritu y al cuerpo y que está por tanto más allá del saber teórico adquirible por mera información recibida de otros, reflexión y deducción propias. — Contemplación amorosa y fruitiva de Dios, que llena los deseos y aspiraciones del hombre, situados en niveles más profundos que la razón y que tienen que ver con la memoria y la voluntad, el deseo y la esperanza. En la historia han ido apareciendo acentos diversos: unos que ven esta experiencia más en relación con la inteligencia (orden del conocimiento) y otros que la ven más en relación con la voluntad (orden del amor). En realidad ambas potencias son actualizaciones diversificadas del único dinamismo fundamental del espíritu humano tendiendo a un Absoluto que le desborda, al que está orientado y sin el cual no puede existir en la plenitud. c) La segunda tarea es la diferenciación de la experiencia mística de otras experiencias, que, al presentarse con un cierto contenido o preten27. Benedicto XVI, Luz del mundo. Una conversación con P. Seewald, Herder, Barcelona, 2010, p. 91. En su encíclica Dios es amor (IV, n.os 13-14) refiere la mística al universo sacramental, con su centro en la eucaristía: «La ‘mística’ del sacramento, que se basa en el abajamiento de Dios hacia nosotros, tiene otra dimensión de gran alcance —unión con el Señor y unión con todos los demás— y que lleva mucho más alto de lo que cualquier elevación mística del hombre podría encontrar». 155 CRISTIANISMO Y MÍSTICA sión de absolutez, guardan cierta semejanza con ella, en la medida en que Dios se ha revelado como el Absoluto sagrado, que, a la vez que se afirma a sí mismo como tal, centra al hombre en torno a él como su centro más propio y le depotencia de su propia pretensión de absolutez, relativizándolo y situándolo ante su finitud, límite y muerte; cristianamente expresado: ante su creaturidad. Las formas principales de experiencia totalizadora son la experiencia metafísica (el ser; hay realidad; no prevalece la nada), la experiencia ética (el hombre se encuentra implantado ante algo que es Bien y le reclama, y ante ello se puede dignificar siguiéndolo o degradar negándolo y desobedeciéndolo), la experiencia estética (un orden de realidad que por su gratuidad, fulgor interior y potencia expresiva ilumina cuanto toca). No son las únicas experiencias trascendentales, pero a ellas pueden ser reducidas otras que parecen también tales. Aquí partimos de que en ellas se manifiesta una presencia, un poder y una palabra que iluminan al hombre, le llaman y se le ofrecen dramáticamente, ya que en la elección y seguimiento de ellas el hombre llega a su verdad y, negándolas, se niega a sí mismo. Esos órdenes contienen una cierta dimensión sagrada y como tal la contemplan y sirven quienes a ellos se entregan: por el cumplimiento riguroso del deber, el sostén de una fidelidad, la paciencia en el sufrimiento, la pobreza como denudación dispositiva para ser llamado o para ayudar al prójimo, la aceptación de la muerte, la oferta para sustituir al otro en situaciones límite, la entrega al arte como forma de respuesta a una llamada o deslumbramiento que exigen respuesta, la rendición ante las exigencias incondicionales de la verdad, de la pureza o de la justicia. Por ello se ha hablado de «fe moral», «fe estética», «fe antropológica»; fórmulas con las que se quiere poner de relieve el carácter sagrado de esa realidad a la que se sirve y la incondicionalidad que reclama de la persona. La experiencia religiosa se caracteriza, primero, por la santidad y trascendencia de la realidad a la que el hombre se siente religado, ante la que se encuentra convocado por el hecho mismo de existir; y segundo, por la exigencia que reclama al hombre (adoración) y la dignidad peculiar con la garantía de persistencia personal que le ofrece (salvación). En las religiones monoteístas, y de manera especialmente intensa en el cristianismo, a estas características se añade el carácter personal de esa realidad sagrada, su manifestación en la historia y su solidaridad con el destino del hombre. Religión termina siendo siempre, de forma clarificada u oscura, sinónimo de relación, de deseo, de acatamiento y consentimiento a ese Absoluto santo, de naturaleza espiritual (conciencia, libertad). Por eso una religión de encarnación, como es el cristianismo, expresa la forma absoluta de esa relacionalidad entre Dios y el hombre, que abarca tanto la comunidad de naturaleza como la solidaridad de destino. La experiencia místi156 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO ca en el cristianismo no es una forma consumada de conocimiento o la cumbre de la experiencia metafísica, como en parte la han interpretado algunos autores a los que hemos aludido. Quienes la han vivido y nos la han interpretado la han comprendido siempre como un don, una gracia, resultado de la revelación de Dios y de la fe del hombre. Aquí tendríamos que explicitar las fórmulas cristianas que hablan de cómo Dios ha querido ser hombre para que los hombres lleguen a ser Dios; de que nos ha hecho en Cristo hijos por adopción participando en su eterna filiación de Hijo; de que es el Espíritu Santo el que alumbra nuestra conciencia y nos da el atrevimiento confiado de clamar en oración: «Abba, Padre». Así aparece con claridad la diferencia entre la «mística natural» y la «mística cristiana». En la siguiente sección trataremos de ahondar en las dos tareas mencionadas. II. LA ESPECIFICIDAD DE LA EXPERIENCIA MÍSTICA CRISTIANA 1. Características específicas de la experiencia mística Este sería el momento de enumerar las características de la experiencia mística cristiana para poder distinguirla de esas otras experiencias fundamentales a las que hemos aludido y para fijar su contenido específico frente a las experiencias que encontramos en otras religiones. Los estudios sobre esta cuestión son innumerables desde que en 1902 W. James, en su capítulo dedicado a la mística, enumeró como fundamentales las cuatro siguientes: inefabilidad, cualidad de conocimiento, transitoriedad y pasividad. Leyendo a santa Teresa fui anotando lo que me saltaba a los ojos en una mujer en la que esa experiencia ha abundado y en la que ha producido frutos excepcionales tanto de acción reformadora como de palabra creadora. Estas son las notas que fui advirtiendo en su experiencia y los frutos que de ella derivaban: — Gratuidad. — Indisponibilidad. — Inefabilidad. — Creadora de efectos específicos. — Evidencia para el sujeto, con criterios para diferenciarla de otras semejantes. — Remisión a criterios objetivos: el prójimo, la Biblia, la Iglesia, los teólogos. — Capacidad histórica concreta para actuar más y mejor. — Complejidad: abarca cuerpo, alma y espíritu y desde ahí, a la vez que el pensamiento (conocer), la voluntad (amar) y la vida (actuar). 157 CRISTIANISMO Y MÍSTICA — Abarca tres niveles: la gracia recibida, la comprensión de ella por el sujeto receptor, la interpretación ofrecida a los demás. — Engrandece y a la vez humilla a quien la recibe. Los frutos de esos dones divinos son la humildad y los sufrimientos, con el olvido de sí mismo. «Solo pongamos los ojos en contentarle y nos olvidemos de nosotros mismos» (Moradas 6, 3, 18). — Autoevidencia. Exponiendo las hablas de Dios enumera sus características: Las más ciertas señales que se puede tener, a mi parecer, son estas: la primera y más verdadera es el poderío y señorío, que traen consigo, que es hablando y obrando [...] La segunda una gran quietud que queda en el alma, y recogimiento devoto y pacífico, y dispuesta para alabanzas de Dios [...] La tercera es no pasarse estas palabras de la memoria en mucho tiempo y algunas jamás, como se pasan las que por acá entendemos, digo que oímos, de los hombres (Moradas 6, 3, 5-7). Cuando uno ha pasado largo tiempo leyendo a santa Teresa y a san Juan de la Cruz y comprobando lo que tales experiencias han significado en su vida, sabe lo que es la experiencia mística, reconoce su radical radicación en la vida cristiana con sus contenidos y dinamismo esenciales pero a la vez sabe que está dotada de unas características únicas, que la hacen irreductible a la experiencia humana general y a la experiencia cristiana común. Es expresión de lo que el hombre es capaz de llegar a ser (por ello universalizable) y de aquella meta a la que toda vida cristiana tiende; y sobre todo es resultado de lo que la revelación de Dios en Cristo y por su Santo Espíritu puede llevar a cabo en los hombres. A pesar de estar en esencial continuidad con la experiencia cristiana común, sin embargo no es su desembocadura necesaria, sin la cual el normal comportamiento cristiano tendría que ser considerado un fracaso. La vida cristiana tiene muchos polos de concentración y de acción: la inteligencia en la comprensión, la voluntad en la decisión y la vida en la acción. Los místicos están situados en el primer orden de esa realización intelectiva, volitiva, experiencial. La vida cristiana responde a una estructura antropológica del hombre, con matices diferentes en cada época, generación y cultura, pero es sobre todo fruto de los dones que Dios otorga a cada alma y de los carismas con que la cualifica para el servicio en la Iglesia. A lo largo de la historia se ha acentuado unas veces la dimensión intelectiva de esta experiencia (dominicos: intellectus, conocimiento), otras veces la dimensión amorosa y fruitiva (franciscanos, carmelitas: voluntas, amor); y aún en otras, como en nuestra época, la dimensión activa, com-pasiva con el prójimo, solidaria del destino de los no creyentes y de los sufrientes, de los que no han conocido a Jesucristo o no son capaces de seguirle, tal como la vivió en las últimas fases de su vida Teresa de 158 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO Lisieux. La separación de estas tres dimensiones ejerce violencia tanto sobre los datos bíblicos como sobre la vida humana real, ya que en ella nunca andan separadas esos niveles de la persona que son coextensivos y se interaccionan permanentemente. «El versículo 9 del Salmo 33: ‘Gustad y ved qué bueno es el Señor’, se refiere a un conocimiento más afectivo de Dios que une la experiencia de su dulzura al conocimiento intelectual de su ser»28. 2. Los místicos frente a otras figuras del pensamiento cristiano Pero a la pregunta ¿qué es experiencia o vida mística?, hay una respuesta sencilla, tan ingenua como válida: mística es lo que viven los místicos, lo mismo que teología es lo que hacen los teólogos. Pero aquellos ¿han sido alguna vez identificados como tales por alguna autoridad filosófica, religiosa o eclesial? ¿Hay una lista de místicos como hay una lista de doctores de la Iglesia y un proceso de reconocimiento como tales por la autoridad pontificia? Tal lista no existe. Se podría decir que místicos son los santos sin más: aquellos hombres y mujeres a quienes la Iglesia ha reconocido la verdad de su fe, su esperanza y su caridad, acreditadas en la vida, atestiguadas por quienes los conocieron o convivieron con ellos y propuestas como ejemplo para los demás creyentes. Sin embargo tal identificación directa nunca se ha dado. En otro orden se ha distinguido claramente al místico del teólogo (que expone la palabra de Dios y la ilumina desde la razón humana situada en la historia), del mistagogo (que inicia en los caminos necesarios para llegar al conocimiento y amor de Dios), del mistógrafo (el que sistematiza y enjuicia las experiencias de conocimiento y amor de Dios que nos han atestiguado tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia de la Iglesia). En este sentido ha sido tradicional considerar a santo Tomás como teólogo y no como místico, mientras que a santa Teresa se la ha considerado desde siempre como mística y no como teóloga. Hay nombres que no se ha sabido dónde situarlos, ya que en ellos están presentes tanto el elemento de reflexión expositiva como el de testimonio experiencial. El caso máximo es san Agustín y en nuestra tradición hispánica fray Luis de León, que contrastan con san Juan de la Cruz. La diferencia entre el agustino y el carmelita salta a los ojos: el primero es un gran exégeta y teólogo, profundamente piadoso; el segundo tiene menos ciencia pero transmite en sus páginas una palpitación de presencia y de comunicación divina que dejan al lector no solo ilustrado con ideas sino también afectado por una realidad de orden superior a la producible por el saber y esfuerzo del hombre; en una palabra, por una especial gracia divina. 28. Y. de Andia, Le Voyage et le voyageur, cit., p. 459. 159 CRISTIANISMO Y MÍSTICA En los últimos decenios ha tenido lugar una extensión del significado de la palabra. Mientras que al comienzo del siglo XX al hablar de los místicos la referencia directa eran los españoles, y en primer lugar santa Teresa, en la actualidad el término se ha ensanchado. Se habla de místicas de Oriente y de místicas de Occidente29. Las actuales historias de la mística enumeran a personalidades a las que antes apenas se había tenido en cuenta. En realidad el término ha pasado a significar maestros de espíritu, con independencia de que su magisterio se remita primordialmente a la propia experiencia o a la doctrina tradicional de la Iglesia explicada y aplicada a la situación histórica en la que viven. Hoy se está llegando a un cierto consenso. Son místicos aquellos en los que se dan los tres elementos que, como ya hemos visto, enumeraba santa Teresa: una gracia especial que el sujeto recibe, la comprensión desde sí y para sí, la interpretación o explicación a los demás (cf. Vida 17, 5). A estas tres características habría que añadir un cuarto elemento: la exposición dictada o escrita de esa experiencia e intelección. La palabra viva es esencial. Sin ella la experiencia no trasciende al sujeto ni se logra llegar hasta su mismo núcleo. Hay apropiación cuando hay expresión y es en esta expresión objetivada donde el sujeto finalmente llega a sí mismo. La historia de la mística es la historia de escritores y escritoras30. 3. ¿Qué experiencia y experiencia de qué? Al final de este recorrido histórico y a la luz de la actualidad que la mística ha adquirido en una situación espiritual donde pierden sus aristas diferenciadoras lo espiritual, lo religioso y lo místico, surge una serie de cuestiones fundamentales a la hora de recuperar, comprender y vivir la mística en la Iglesia. En estos movimientos nuevos aparecen como algo positivo la sed de realidad sagrada, la voluntad de superar una existencia inauténtica por la pérdida en las habladurías y vanidades, el deseo de abrirse al Misterio y participar de su santidad, dignidad e inviolabilidad. Pero a la vez hay algo confuso. Son demoníacas aquellas prácticas (teúr29. Cf. Y. de Andia, Mystiques d’Orient et d’Occident, París, 1994. 30. Quizá la obra más representativa de este ensanchamiento tanto del sentido como de los autores exponentes de la mística es la iniciada en 1991 por Bernard McGinn, The Presence of God. A History of Christian Mysticism, y de la que hasta ahora han aparecido cinco volúmenes en la editorial Crossroad de Nueva York (1991-2013), cuyos títulos pueden verse en el Apéndice biliográfico final. En la primera página del conjunto escribe: «Por mística se ha entendido tradicionalmente la consumación suprema del camino espiritual». Junto a esta obra, y elaborada con el mismo rigor crítico, tenemos la del gran especialista en Eckhart, Kurt Ruh: Geschichte der abendländischen Mystik [Historia de la mística occidental], publicada por Beck en Múnich entre 1990 y 1999; el título de cada uno de los volúmenes de que consta la obra puede verse asimismo en el Apéndice bibliográfico final. No tenemos obras equivalentes para la historia de la mística en la Iglesia oriental. 160 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO gia, magia...) en la medida en que por ellos se quieren apoderar del poder divino. Hemos definido la experiencia mística como conocimiento experiencial de Dios, percepción fruitiva de su presencia en el hombre, vida centrada en Dios y determinada en su inteligencia, voluntad y corazón por esa presencia divina, con la capacidad para identificarla, describirla y luego comunicarla inteligiblemente a los demás. Haber tenido esa experiencia y la forma escrita en que nos la han comunicado (la cooperación recíproca entre experiencia y palabra) funda la grandeza de los místicos cristianos. La palabra ha otorgado claridad, potencia comunicativa y universalidad a su experiencia. Ante los hechos que conocemos por la historia y ante los planteamientos que la filosofía ha hecho a propósito de la mística es necesario hacerse dos preguntas: ¿qué experiencia? y ¿experiencia de qué? La primera se refiere a la forma y la segunda al contenido de esa experiencia. En la pregunta por la forma estamos dentro de las posibilidades y acción del sujeto, sus actitudes y realización. Pero ¿a qué se vive referido y ante qué se trasciende y relativiza a sí mismo? Hay que distinguir, entonces, la experiencia mística por razón tanto del sujeto percipiente como de la realidad percibida. Hay experiencia de las cosas, del universo, de sí mismo31, del Absoluto indiferenciado, del Dios que se revela en la historia, del Dios que se entrega en su propia realidad divina mediada por su autodonación, encarnativa en el Hijo e inspiradora en el Espíritu Santo. La mística cristiana es la que surge y se alimenta de esta tercera forma de experiencia: la experiencia resultante de la entrega en la autorrevelación y en la autodonación que Dios hace de sí mismo al hombre. Es el fruto del Don que es Dios mismo y de los dones de su santo Espíritu al alma32. 31. Cf. L. Gardeil y O. Lacombe, Expérience de Soi. Étude de mystique comparé, París, 1981. 32. La tradición espiritual que culmina en santo Tomás y ha sido continuada hasta hoy especialmente por la escuela dominicana (entre nosotros, por ejemplo, A. Royo Marín, siguiendo las huellas de Juan de Santo Tomás, Juan G. Arintero, A. Gardeil, R. Garrigou-Lagrange y Santiago Ramírez) establece la conexión entre la experiencia mística y los dones del Espíritu Santo como diferentes de las virtudes teologales, a los que considera necesarios para la plenitud de la vida cristiana. Dones del Espíritu Santo que en la escolástica fueron absolutizados en sí mismos, partiendo de un único texto del profeta Isaías (1, 1-10) y sin poner suficientemente de relieve que se trataba de los dones del futuro Mesías; por tanto, que son la gracia misma de Cristo, de la cual participamos los creyentes. Esta definición de la mística en referencia a los dones del Espíritu Santo es teológicamente legítima pero tiene una debilidad: ni los místicos ni los grandes santos han establecido distinción entre las operaciones generales del Espíritu Santo en el alma, los carismas, las virtudes y los dones. Este esquema de gracia, virtudes, dones corresponde a la estructura del alma: esencia, potencias, actos, y configura al hombre entitativa y dinámicamente para que obre en conformidad divina pero desde principios que le son propios. Tiene la ventaja de que esclarece cuáles son los principios permanentes del organismo sobrenatural, distinguiendo 161 CRISTIANISMO Y MÍSTICA La gran cuestión en el diálogo entre filósofos y teólogos sobre la mística a lo largo del siglo XX ha sido esta: ¿existe realmente esa realidad divina, personal y amorosa que en su libertad se manifiesta al hombre, permaneciéndole a la vez inmanente y trascendente, reveladora y al mismo tiempo velada, del todo dada y del todo sustraída a la voluntad del místico? ¿Estamos ante una gesta de libertad del Absoluto que se abre al hombre más allá de lo que el permanente acto creador implica y a la que el hombre responde y corresponde con su vida o es el propio sujeto quien llega hasta los extremos de sí mismo en abertura al ser, el suyo, el de las cosas, y al Absoluto? ¿Se trata de un movimiento ascendente del espíritu humano que llega hasta los extremos bordes de comprensión y experiencia del Misterio o estamos ante una manifestación libérrima del propio Misterio que se da como tal a la creatura, acrecentando la libertad del sujeto y creándole unos nuevos oídos, ojos y manos para ver, oír y tocar? Los místicos cristianos parten de ese hecho como de una evidencia manifiesta: están absolutamente convencidos de que si ellos conocen a Dios y han llegado a este conocimiento experiencial es como resultado de la benevolencia divina, que se les ha manifestado en una comunicación particularmente dirigida a ellos e irreductible en su individualidad. Esta doble manifestación (una general y otra particular) es el presupuesto de la autocomprensión de los místicos cristianos. Estos, lejos de comprenderse a sí mismos como genios, atletas espirituales o descubridores intelectuales, se aceptan como pobres receptáculos de esa benevolencia divina y no como aguerridos exploradores del Absoluto o vigías penetradores del Abismo. Esta es la comprensión teológica frente a la cual se sitúa la comprensión filosófica de los místicos, que en un sentido los elogia al máximo y en otro rechaza su pretensión de ser destinatarios de una peculiar manifestación divina. Ello implica también la simultánea desacreditación de la Iglesia por considerarlos la cumbre de su propia verdad y experiencia. Ella estaría dando cobijo al autoengaño de esos hombres y mujeres. Los místicos no serían sino expresión de la suprema posibilidad humana: llegar hasta las últimas alturas y honduras del propio ser. Este era el fondo del litigio en el diálogo entre Delacroix, Baruzi y Bergson, por un lado, y Sertillanges, Maritain y los teólogos, por otro. L. Brunschvicg calificaba a la Iglesia de «arcaísmo respetable», por seguir otorgando reconocimiento a tales figuras y a las correspondientes peripecias vitales. la acción al modo humano propio de las virtudes y el propio de los dones al modo divino. Los dones, como principios permanentes de operación, crean en el hombre una «movilidad» y docilidad, una connaturalidad y una especie de instinto sobrenatural, mediante los cuales el alma se deja inclinar por la gracia con la misma normalidad con que el cuerpo se deja atraer por la gravedad. Ellos confieren a nuestras potencias una natural manera divina de obrar que es la que caracteriza la perfección de los santos. 162 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO Pero a la vez que esta deslegitimación radical desde el punto de vista del conocimiento, estos autores otorgaron un gran reconocimiento a nuestros personajes, ya que veían en ellos la expresión de la religión más pura y esencial, plena de dinamismo histórico y gestadora de un amor desconocido en otros ámbitos religiosos. Y desde ahí reclamaban su valoración en la medida de sus frutos. Aquí se estaba llevando a cabo una secularización de la experiencia cristiana en la medida en que ella se remite a una revelación histórica y se apoya sobre la fe como su fundamento posibilitador. Es el inicio de lo que podemos designar poscristianismo o herencia y valoración positiva de los frutos derivados de un cristianismo, al que no se le reconoce verdad pero cuyos frutos se admiran. Heredar esos frutos, prolongarlos perfeccionándolos con medios seculares e instituciones sociales mejores sería la tarea de este poscristianismo, ya nada agresivo y que se presenta como la culminación del cristianismo concreto, el cual debería estar dispuesto a desistir de sí mismo al poder conseguir otros lo que él en vano habría intentado durante siglos. La mística tendría que pasar a otras manos: a las de la metafísica, la ética, la acción social y los nuevos movimientos espirituales, que ya no se comprenden como religiosos. Diremos, para concluir este apartado, que la experiencia mística incluye estos tres aspectos: — Percepción de la presencia personal de Dios (cognitio). — Certeza intelectual de su acción y verdad (certitudo). — Intensidad afectiva de su amor (fruitio). En ella encontramos, por tanto, percepción intelectual (logos), experiencia fruitiva (agápe) y conmoción sensitiva (éros). Si bien es verdad que las tres están presentes en todo aquel que vive este estado teopático, sin embargo en cada uno de ellos prevalece una u otra, de acuerdo con su psicología, los condicionamientos externos en medio de los que vive y el sistema de pensamiento o género literario con cuya ayuda se expresa. Para comprenderlo basta que comparemos a san Agustín, Eckhart y san Juan de la Cruz. Las figuras de hombres y mujeres místicos, por un lado, y las correspondientes escuelas de espiritualidad, por otro, se diferencian por las siguientes razones: — Por la dimensión antropológica en que son vivenciadas la presencia y la acción divinas en primer plano: inteligencia, voluntad, corazón, y desde la que impregnan tanto la acción como los escritos de la persona o escuela. — Por la forma en que tematizan su relación con Dios: unión de voluntad en obediencia, unión intencional de amor, unión ontológica de fusión y transformación en él. Consiguientemente se acentuará la trascendencia divina, su inmanencia al hombre o su revelación en la historia. Basta comparar los escritos de los místicos del Rin con los de las carmelitas descalzas. 163 CRISTIANISMO Y MÍSTICA — Por el aspecto de la realidad divina que convierten en el centro de su atención, viendo a Dios sobre todo como Deus absconditus [Dios escondido] o Deus revelatus [Dios revelado], Deus supremus [Dios supremo] o Deus compatiens [Dios compadeciente], como Creador, como Padre, como Señor, como presencia y destino en cada una de nuestras acciones, con la correspondiente acentuación creatural, filial u obediencial, activa o pasiva de la existencia cristiana. — Por el aspecto del misterio cristiano al que se refieren especialmente y con el que se identifican de manera especial. Así tendremos una mística trinitaria, una mística esponsal, una mística cristológica o pneumatológica... Desde aquí nos aparecen las sintonías a la vez que las disonancias entre figuras tan decisivas de la espiritualidad cristiana como pueden ser Gregorio de Nisa y Evagrio, Francisco de Asís y Tauler, Suso e Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila y Catalina de Siena, Carlos de Foucauld e Isabel de la Trinidad. 4. Mística y fe La cuestión clave es por tanto la relación entre mística y fe, en la medida en que esta abarca dos realidades: la fe objetiva (fides quae), o el hecho de la revelación divina que ha tomado cuerpo en textos, instituciones con una comunidad orante y celebrante, derivadas de aquella manifestación en los profetas y en Jesucristo (Iglesia); y la fe subjetiva (fides qua), o la nueva capacidad que Dios otorga al hombre para que reconozca su voz cuando le llama y pueda responder cuando la oiga. Esta fe como don de Dios y acción del hombre se entronca en la capacidad fundamental de este para conocer a Dios, por ser imagen suya y estar ordenado a ser semejante a él (Imago Dei - Capax Dei). Si Dios fuera solo objeto, bastaría la capacidad natural del hombre para preguntar por él y dando las correspondientes respuestas conocerlo, pero Dios solo es pensable y aceptable para el hombre en cuanto sujeto, ser espiritual en voluntad y libertad, soberano de su propia realidad, que excede a todo lo que es distinto de él. Dios como ser personal solo es cognoscible si libremente se da a conocer. Y el hombre solo puede conocer a ese Dios en su intimidad inviolable si le otorga crédito. Con ello estamos afirmando que solo desde el binomio revelación-fe es posible pensar un conocimiento experiencial de Dios, es decir, la vida mística. En los místicos tenemos la afirmación expresa del conocimiento de Dios, la afirmación de su trascendencia absoluta y de nuestra radical incapacidad para hablar de él con palabras suficientes. La mística termina así en la apófasis y en el silencio. Este silencio no es solo el propio de quien reconoce la absoluta trascendencia ontológica del ser de Dios sobre el ser e inteligencia del hombre sino sobre todo el de quien confiesa que la voluntad y los designios de Dios escapan a nuestra capacidad de adivinación y desciframiento. El místico ha compartido en grado supremo la sorpresa 164 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO agradecida que manifiesta el sabio al comprobar, a la vez que nuestra incapacidad, el hecho sobrecogedor de que Dios se nos ha revelado: «¿Quién habría conocido tu voluntad si tú no le hubieses dado la sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto tu santo espíritu?» (Sab 9, 17). Para el hombre, ser personal, es esencial conocer el ser de Dios y sobre todo su voluntad; saber qué piensa, quiere y espera de nosotros. Los grandes sistemas teológicos y las escuelas espirituales se diferencian por haber puesto uno de estos aspectos (ser, voluntad de Dios) en primer plano y haber orientado la existencia cristiana a la luz de ellos en la línea intelectualista (conocer lo que Dios es y lo que somos nosotros como imágenes suyas) o en la línea volitiva y activa (aceptar su voluntad y corresponder a ella en la acción): La actitud que responde al Misterio y permite asimilarle o mejor ser asimilado por él es la fe. Dios que se revela en Cristo es también el que ilumina el espíritu del hombre para hacerle conocer lo que le está dado y prometido en Cristo. Sin ella el misterio permanecería opaco33. A continuación este autor cita a las dos autoridades supremas: santo Tomás y san Juan de la Cruz: La fe está constituida de dos partes: una que procede de Dios, es decir, de la parte de la luz interior que lleva al asentimiento; la otra que procede de la parte de aquellas realidades que se nos proponen exteriormente y que tomaron su origen en la revelación divina... De esta forma la fe procede de la audición y sin embargo es un hábito [virtud, potencia, dinamismo] infuso (Tomás de Aquino, In Boethium de Trinitate, 1 q 1 a 1 ad 4). [La fe] es sola el próximo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios. Porque es tanta la semejanza que hay entre ella y Dios que no hay otra diferencia sino ser visto Dios o creído... Y así, por este solo medio se manifiesta Dios al alma en divina luz, que excede todo entendimiento (Juan de la Cruz, Subida 2, 9, 1). Y en referencia explícita a la inteligencia mística: Habemos de tratar cómo, mediante esta noticia amorosa y oscura, se junta Dios con el alma en alto grado y divino. Porque, en alguna manera, esta noticia oscura amorosa, que es la fe, sirve en esta vida para la divina unión, como la lumbre de gloria sirve en la otra de medio para la clara visión de Dios (ibid., 24, 4). Desde aquí podemos deducir lo que son elementos esenciales de la mística cristiana: la exterioridad y la interioridad, la acción de Dios en la historia consumada en la persona de Cristo y la acción de Dios en el 33. P. Adnes, «Mystique. Mystique et foi», en Dictionnaire de spiritualité X, 1948. 165 CRISTIANISMO Y MÍSTICA corazón del hombre por la acción del Espíritu Santo. Esa manifestación de Dios no se realiza por medio de ideas, programas morales o ideales utópicos propuestos en vacío sino mediante hechos llevados a cabo por personas, tanto en la fase de revelación constituyente (Antiguo y Nuevo Testamento) como en la fase de tradición constituida (Iglesia). No se realiza mediante individuos aislados, geniales o extraordinarios al margen de una comunidad sino por medio de ella. Historia particular y no ideas universales en primer momento, comunidad y no solo individuo, inspiración y tradición, experiencia religiosa y autoridad constituida, palabras normativas del origen o Biblia, Iglesia concreta en tiempo y lugar concretos: he ahí palabras que señalan al corazón del cristianismo y sin referencia a las cuales no hay mística cristiana. Por eso nada más falso que esa erguida superioridad con que ciertos grupos e intelectuales miran a la Iglesia instituida y a los que llaman «simples cristianos», por considerarlos cristianos simples. Se revive aquí la vieja tentación de los gnósticos de los primeros siglos y de los alumbrados del siglo XVI. 5. Entre la fe y el pecado La trascendencia, la realidad personal, la santidad y la acción creadorareveladora-santificadora de Dios son las referencias permanentes ante las que el hombre está. Transgredirlas es negar a Dios y negar nuestra vocación a la comunión con él; comunión que se realiza por amor suyo dándose y por amor nuestro correspondiendo. La actitud contraria a la fe así pensada es el pecado original, que acontece cuando el hombre, con la palabra o con la vida, se instaura en principio, fundamento y fin de la realidad suplantando a Dios. Este pecado originario y originante lo actualiza explícita o implícitamente cada uno de nosotros con los propios pecados personales. Así lo definió san Agustín: El principio de todo pecado es la soberbia. Y ¿qué es la soberbia sino el apetito de un perverso encumbramiento? El encumbramiento perverso no es otra cosa que dejar el principio al que el espíritu debe estar unido y hacerse y ser, en cierto modo, principio para sí mismo [sibi quodam modo fieri et esse principium] (La ciudad de Dios 14, 13, 1). Aunque situado en un contexto metafísico totalmente distinto, llama la atención la semejanza del siguiente texto de Plotino con el de san Agustín: ¿Qué es, por cierto, lo que ha hecho que las almas se hayan olvidado de Dios su Padre y que, siendo porciones de allá y enteramente de aquel, se desconozcan a sí mismas y desconozcan a aquel? Para las almas el principio de su mal es la osadía y la generación y la alteridad primera y el querer en fin ser sí mismas (Enéadas V, 1, 1). 166 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO Y concluye este capítulo con las siguientes palabras que parecen un programa de ascética: Así como, cuando uno está a la espera de escuchar una voz deseada, desatiende los demás sonidos y alerta el oído hacia el sonido más preciado, hasta que aquel sonido le llegue, así también en nuestro caso, es preciso desoír todos los sonidos sensibles, siempre que no nos fuerce la necesidad, y mantener la facultad perceptiva del alma pura y presta a escuchar los sonidos de arriba (ibid. V, 1, 11). 6. Los «esenciales» del cristianismo y su repercusión sobre la experiencia mística El cristianismo incluye positividad, particularidad, sacramentalidad, autoridad. Siempre ha estado fascinado por el platonismo porque este le abría a las dimensiones trascendentales del hombre y de las ideas, a la perennidad del mito en busca de racionalidad y sentido. Platón nos dejó sin decir su última palabra y cuando nos la permitía vislumbrar remitía a los dichos y «mitos» de los misterios, al orfismo. Por otro lado, sin embargo, el platonismo estaba en directa contraposición con los universales del tiempo, lugar, materia y cuerpo a los que el cristianismo se siente religado por las cuatro columnas que sostienen su templo: creación, revelación, encarnación y resurrección. El cristianismo lleva a cabo el gran salto de los hechos (historia) y del sentido (metafísica) al misterio (teología) y a la salvación personal (soteriología). Hoy las amenazas más sutiles al cristianismo no vienen solo del materialismo sino de los movimientos gnósticos, esotéricos, que son un platonismo desnudado de sus elementos más profundos, utilizado como versión actual e iluminadora del hombre, con huida de la historia, la situación y las responsabilidades concretas. A ellos se añaden fórmulas que, no por repetidas y rechazadas, dejan de ejercer cierta fascinación: contraposición entre la inspiración original, fecunda y primaveral existente en los hombres religiosos, por un lado, y la institución posterior que sería la degradación o negación simple del inicio virgen y santo, por otro. Desde aquí se propone o da por supuesta la contraposición entre Jesús y la Iglesia, entre la Biblia y los dogmas de los concilios, la potencia profética de ciertos individuos frente a quienes tienen la autoridad en la Iglesia. El cristianismo es positividad (aquel tiempo, aquel lugar, aquellos hombres y mujeres, aquella vida y muerte de Jesús) y se puede degradar en positivismo, arqueología, antropología cultural. Es particularidad y se puede degradar en particularismo, absolutizando el pueblo, la cultura, el contexto primero en que nació o se ha ido expresando (nacionalismo). Es sacramentalidad, ya que tenemos las palabras, los signos y las personas divinamente queridas por Dios en el origen. Ellas, como expresión de su voluntad, van mediando la salvación divina a lo largo de la historia 167 CRISTIANISMO Y MÍSTICA humana. Pero esa objetividad de los signos de la gracia, que prevalece sobre la bondad o maldad de los hombres, se puede degradar en un ritualismo vacío o en magia deshumanizadora si prescinde de la conciencia y libertad del hombre. Es autoridad divinamente recibida, sacramentalmente otorgada y acompañada por la acción del Espíritu dado por Jesús como memoria fiel y perenne de su palabra a fin de que nos lleve a la verdad completa. Pero esta autoridad se puede degradar convirtiéndose en un autoritarismo, que salta sobre las conciencias o impone sin fundamento leyes que no se derivan necesariamente del corazón de lo cristiano o de la salvaguarda de la fe y unidad de la Iglesia. Los movimientos que impulsan la mística en la Iglesia actual como si ella fuera la solución para una pérdida de la densidad religiosa en la Iglesia tienen razón en la medida en que intentan superar los olvidos y las perversiones de lo originariamente cristiano. La realidad viva y original tiene que ser descubierta, amada y servida también hoy, superando el individualismo, el subjetivismo y aquella actitud adolescente que no toma del todo en serio la libertad humana, en un sentido, ni la perenne presencia de Jesús y la acción del Espíritu Santo en su Iglesia, en otro. De ahí la contraposición que algunos establecen entre los místicos y la Iglesia jerárquica, como si fueran irreconciliables, cuando en realidad es la Iglesia la que salva a Francisco de Asís y a Teresa de Ávila de sucumbir a su propia genialidad y la que rescató la institución creada por ellos, universalizándola en el tiempo y en el espacio más allá de los condicionamientos propios del origen en que nacieron34. ¡Las carmelitas descalzas no han dejado de existir desde su fundación en 1562 y hoy existen cerca de mil Carmelos dispersos por toda la geografía humana, que expresan el carisma de la madre Teresa en la mayor parte de las culturas del mundo! 7. La mística: Biblia e Iglesia Ciertos movimientos que se llaman a sí mismos «ilustrados» viven en distancia o sospecha frente a la Biblia, quedándose en las partes proféticas del Antiguo Testamento o en los evangelios sinópticos, como si ellos fueran los únicos que en una actitud liberal y liberadora pudieran ofrecer a 34. Los verdaderos místicos han vivido siempre con la permanente preocupación por saber si eran víctimas de un engaño, derivado de lo que santa Teresa llama demonio o melancolía. Vivieron entre esos dos abismos: de una parte, una certidumbre absoluta de la presencia de Dios y, por otra, el temor a sucumbir a la obnubilación que la enfermedad o la propia debilidad podían causarles. Por eso santa Teresa puede escribir por un lado. «Eso no sabrá el alma decir ni puede entender cómo entiende sino que lo sabe con una grandísima certidumbre» (Moradas, 6,8,6). Y de otra: «Luego es todo condenado a demonio o melancolía. Y de esta está el mundo tan lleno, que no me espanto; que hay tanta ahora en el mundo y hace el demonio tantos males por este camino que tienen muy mucha razón de temerlo y mirarlo muy bien los confesores» (Moradas, 6,1,8). 168 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO los hombres y mujeres de hoy el acceso a la revelación bíblica. Tal actitud es ingenua en un sentido y violenta en otro. En primer lugar la contraposición entre profetismo y mística no vale para comprender el Antiguo Testamento. Las grandes figuras proféticas como Abrahán, Moisés, Elías, Jeremías... no se consideraron a sí mismos ni son considerados por los hagiógrafos como lo uno o lo otro sino como amigos de Dios, a quienes este se les había manifestado (experiencia) encargándoles una misión para el pueblo (obediencia). ¿Dónde hay más pasión, en el doble sentido del término: empeño y sufrimiento, en la «Noche oscura» de san Juan de la Cruz o en las Confesiones de Jeremías? En el Nuevo Testamento los sinópticos solo son cristianos en la medida en que están encuadernados junto a san Juan y se toma en serio el mensaje de este considerado complementario del de aquellos. En el Evangelio de Juan encontramos tematizada explícitamente la promesa de Jesús de manifestarse a sus discípulos y de venir junto con el Padre y el Espíritu a morar en ellos, así como el don del Espíritu Paráclito para que la verdad de Jesús permanezca siempre encendida como fuego vivo y vida eterna. San Pablo, en una forma misionera, entregado a todos los peligros y pasiones, ofrece el ejemplo de una «vida en Cristo» que le ha amado y se ha entregado por él, de un no vivir en sí sino para quien le llamó desde el seno de su madre, enviándolo a predicar el Evangelio. Todo eso es más importante que las visiones, revelaciones, raptos de los que él habla solo ocasionalmente. En san Pablo, el misterio de Jesús, el ministerio de su apostolado y la misión al ancho mundo forman una síntesis personal de la que vive y para la que se desvive. Biblia y mística, pese a la distinta e incomparable autoridad que poseen —una es fundante, la otra fundada; una fue reconocida como palabra de Dios a los hombres, la otra como acción divina suscitando palabras de los hombres—, no son alternativa, porque una y otra tienen el mismo origen (el designio salvífico de Dios en Cristo y en su Espíritu) y ambas tienen el mismo destino: ser palabra de Dios para luz y vida, conciencia y libertad de los hombres. Por ello es necesario explicitar siempre de nuevo la radicación neotestamentaria de la mística cristiana y el fundamento común a todas las expresiones eclesiales del cristianismo (ortodoxia, catolicismo, protestantismo)35. La autorrevelación de Dios en Cristo se hace presente en la Iglesia por el Espíritu, el apóstol, la fe y los carismas de los fieles. En ella así concebida como prolongación de la vida trinitaria (el Nuevo Testamento la comprende como templo de Dios, cuerpo de Cristo, tem35. Cf. S. del Cura Elena, «Mística cristiana. Su enraizamiento neotestamentario en perspectiva ecuménica», en J. Martín Velasco (comp.), La experiencia mística. Estudio interdisciplinar, Trotta/Centro Internacional de Estudios Místicos, Madrid/Ávila, 2004, pp. 129-168. 169 CRISTIANISMO Y MÍSTICA plo del Espíritu)36 le es posible al hombre el encuentro, adoración y amor al Misterio, tal como él se nos ha revelado, no tal como lo imaginamos, deseamos o necesitamos nosotros. En ella podemos tener la confianza de pisar tierra de objetividad, en la medida en que, abriéndonos a la comunidad y aceptando la autoridad que la guía, no quedamos sumergidos en los légamos de nuestros sueños, temores y deseos. En este sentido, san Juan de la Cruz se anticipó, con sus noches y su incardinación de toda la experiencia en la fe, el amor y las obras de cada día, a la crítica de Feuerbach. La fe no es, como quiere este autor, la elevación a absoluto de un hombre que invierte su pobreza en riqueza, convirtiendo su finitud en infinitud o soñando que su morir es la forma suprema de vivir. En la fe no estamos ante una proyección de lo humano creando la hipóstasis de un sujeto divino. La fe obliga al hombre a reconocer su creaturidad, su impotencia en el orden del ser y del perdurar; le planta ante un Dios real no ante un Dios ideal, el Dios que nos reduce al silencio y que no se presenta en primer lugar como un incremento de nosotros mismos sino primero como el que desvela nuestra finitud, nuestro pecado y nuestra muerte. Solo confrontados con este duro granito de la realidad humana y de la revelación divina, que lo relativiza y personaliza, es el hombre un creyente. Este es el sentido de las «nadas» y del «Todo», del Dios real que desvela y descuaja los ídolos que nosotros imaginamos, de la purificación en las noches oscuras, de las subidas del monte y del consiguiente amor del cántico y de la llama. Quien ha leído hasta el fondo a san Juan de la Cruz ha pasado todos los arroyos de fuego, es decir, ha entendido la dureza y ha superado los límites de la crítica de Feuerbach (en alemán: Feuer = fuego; Bach = arroyo). La mística cristiana es esencialmente mística eclesial, ya que en la Iglesia se nos revela y da el misterio trinitario de Dios con su permanente interpretación auténtica por el Espíritu y el apóstol. En ese encuentro con Dios en Cristo, dentro de la comunidad que él inició y sigue animando, el hombre se encuentra a sí mismo. Conociendo la palabra de Dios, el hombre descubre el sentido de su destino, ya que Cristo es la traducción de la vida divina en camino humano. Él no es la mera ejemplaridad de un hombre obediente a Dios sino la realización humana de Dios, que asumió como suya nuestra historia y vivió como suya nuestra muerte. Por ello el cristianismo no es solo la aceptación de la doctrina o el seguimiento del camino de Jesús sino la conformación personal con su destino, el amor a su persona y la comunión con cada uno de sus misterios. La grandeza de los místicos abulenses radica no solo en la densidad y claridad de su experiencia religiosa sino en la objetividad de la realidad a 36. Así lo ha comprendido el concilio Vaticano II en el primer capítulo de la constitución dogmática Lumen gentium. 170 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO la que remiten. Frente a intentos de centrar la mirada del contemplativo en el Absoluto sin nombre y sin rostro, en la divinidad más allá de toda concreción, tal como proponían ciertos movimientos, ambos lucharon denodadamente por poner en el centro de su atención amorosa la persona de Cristo, la que santa Teresa llama su «humanidad santísima» (Vida 22; Moradas 6, 7). San Juan de la Cruz centra en la fe y en el amor la perfección del cristiano, que tiene en Cristo la última y suprema palabra de Dios, quien diciéndola se dijo y dio del todo a sí mismo; de ahí que toda esperanza de nuevas revelaciones o visiones equivalga a negar la verdad de Cristo: En lo cual (Heb 1, 1-2) da a entender el apóstol que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo dándoos al Todo que es su Hijo... Porque él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por Hermano, Compañero y Maestro, Precio y Premio (Subida 2, 22, 4-5). Y en otro lugar insiste: Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y esta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma (Dichos de amor y luz 99). Junto a esta concentración cristológica encontramos en san Juan de la Cruz la inserción eclesiológica de la mística. Y así, en todo nos habemos de guiar por la ley de Cristo hombre y de su Iglesia y ministros, humana y visiblemente [...] Y no se ha de creer cosa por vía sobrenatural sino solo lo que es enseñanza de Cristo hombre, como digo, y de sus ministros, hombres [...] No quiere Dios que ninguno a solas [...] se confirme ni aun afirme en ellas sin la Iglesia o sus ministros (Subida 2, 22, 7.11). 8. La perenne novedad del cristianismo La persona de Cristo es la permanente e inagotable novedad del cristianismo; en él están solidarizados para siempre el ser y destino de Dios con el ser y destino del hombre. En él tenemos la revelación de Dios como ser personal a la vez que del hombre como ser personal, capaz y llamado a la unión con aquel. Por cualquier ladera que se enfoque el hecho cristiano, lo resume la palabra de san Ireneo: «¿Qué nos trajo de nuevo el Señor viniendo a la tierra? Trayéndose a sí mismo nos trajo toda la novedad»37. Las frases citadas en el párrafo anterior centran las dos dimensiones cons37. Quid igitur novi veniens in terram Dominus attulit? Omnem novitatem attulit, semetipssum afferens (Adversus haereses 4, 34, 1). Cf. H. de Lubac, «Préface», que añade como cita complementaria el texto de san Juan de la Cruz: Subida 2, 20-22 (p. 33). 171 CRISTIANISMO Y MÍSTICA tituyentes de la mística cristiana: la cristológica y la eclesiológica, frente a quienes la reducen o se contentan con un cristianismo moral, meramente profético, el propio de la primera alianza, o basado en anticipaciones utópicas de la escatología, reclamando una edad del Espíritu, que haría innecesaria la Iglesia, tal como reclamó la posteridad heredera de Joaquín de Fiore38. Imaginar a estos místicos viviendo en la Iglesia concreta como tolerada, soportada y en el fondo religiosamente negada es violentar la historia e invertir su autocomprensión eclesial, con la cual uno puede estar en acuerdo o en desacuerdo pero no puede contradecir la afirmación que hacen de sí mismos los propios sujetos. 9. Más allá de las alternativas Hemos comenzado estas páginas con una serie de interrogaciones que intentaban subrayar dimensiones del cristianismo aparentemente contrapuestas entre sí. Nos hemos esforzado en mostrar cómo esas diferencias corresponden a dimensiones del misterio de Dios y a las actualizaciones diversas del dinamismo del hombre. En el cristianismo no se puede acentuar tanto la trascendencia sagrada de Dios que haga imposible comprender su inmanencia en nuestra historia por la encarnación, asumiendo una humanidad en la cual ya va a existir eternamente como Dios. Hay que partir de que la experiencia bíblica se comprende a sí misma como resultado de una iniciativa de Dios, la eudokía o beneplácito divino: es Dios quien sorprendentemente se da a conocer al hombre, cuando este no le buscaba: «Me he hecho encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: ‘Aquí estoy; aquí estoy’ a gente que no invocaba mi nombre» (Is 65, 1). «Mas a Israel dije ‘Todo el día extendí mis manos a un pueblo incrédulo y rebelde’» (Is 65, 2, citado en Rom 10, 20). Nos precede su palabra con su intimación y su autoridad. El hombre oye (audición) y obedece (la obediencia es la audición consecuente hasta el final). Pero esa divina palabra no cae rozando la piel del hombre sino ungiendo sus entrañas y haciendo del sujeto un ser nuevo, un amigo de Dios, un enviado y un testigo ante los hombres. Experiencia y obediencia van unidas. En este sentido los grandes profetas, comenzando por los patriarcas desde la amistad y connaturalidad con Dios, han hablado con autoridad, anunciado su santidad, proclamado su justicia, alertado a los hombres y defendido a huérfanos, viudas y extranjeros. Solo habla bien de Dios quien habla desde él: desde la vida vivida delante de él, desde la oración, el amor y la fidelidad. Una vida así suscita verdadera experiencia 38. Cf. H. de Lubac, La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore I-II, Encuentro, Madrid, 1996. 172 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO de Dios, algo realísimo que está más allá de la experimentación propia de la ciencia y de la vivencia de la que habla la psicología39. Mística y profetismo son coextensivos en el cristianismo. Utilizamos estas dos palabras en contexto intracristiano, no en el sentido de R. C. Zaehner, cuando califica a las religiones del lejano Oriente como religiones místicas frente a las monoteístas de Occidente como religiones proféticas. Obediencia a Dios creador, por un lado, y amistad, confianza y confidencia en él como padre, amigo y guía, por otro, son inseparables. Cada hombre, cada generación y cada cultura ven ese misterio desde el altozano en que se sitúan para columbrarlo y quedarán impresionados por una de sus faces, pero ninguna lo agota ni puede ser aislada del resto. Como tampoco ninguna actualización del hombre logra su realización completa: desde la inteligencia, la voluntad, el corazón, las manos. Pero desde cada uno de esos caminos se avanza hasta aproximarse al Misterio. La mística cristiana se sitúa entre dos extremos: una comprensión puramente exterior, objetivada, casi legal que subraya la distancia y la autoridad de Dios acentuando la dependencia y la sumisión del hombre, por un lado, y, por otro, una comprensión que piensa la realización final de la unión con Dios como fusión de la substancia del uno con el otro. Dios se ha hecho hombre para compartir el destino del hombre y para que el hombre comparta vida y destino de Dios, pero la creatura nunca será el Creador y el Creador nunca dejará de serlo. La relación que los unirá por toda la eternidad es la fe confiada en la reciprocidad y en el amor. Ni siquiera en los místicos que han ido más lejos reclamando la unión y transformación en Dios se ha traspasado ese límite. Hablarán de ser como Dios, de vivir la vida de Dios, de correalizar el misterio trinitario. El lenguaje místico tiene claves muy diversas, por ejemplo, en Eckhart o en Juan de la Cruz, y reclama una interpretación propia, distinta del lenguaje intelectual teológico40. 10. Desplazamiento de acentos y jerarquía de verdades La refontalización del cristianismo como Iglesia en la Biblia y la liturgia obrada por el concilio Vaticano II lleva a una reflexión crítica respecto de ciertos acentos que la mística ha recibido en la historia. En primer lugar, ha de darse un giro en su orientación, porque lo primero no es la 39. Cf. J. Mouroux, L’expérience chrétienne. Introduction à une théologie, París, 1954; F. Vandenbroucke, «Le divorce entre théologie et mystique»: Nouvelle Revue Théologique (1950), pp. 372-389; P. Verdecen, «La séparation entre théologie et spiritualité. Origine, conséquences et dépassement de ce divorce»: Nouvelle Revue Théologique 127 (2005), 62-75. 40. Cf. K. Ruh, Geschichte der abendländischen Mystik I, cit., pp. 13-27. 173 CRISTIANISMO Y MÍSTICA búsqueda, deseo o amor del hombre a Dios en un movimiento ascendente, ascético o prometeico sino el movimiento descendente de Dios que busca, ama y —humilde y humillado— convive con el hombre. En ese encuentro con él se inicia una alianza que desencadena una connaturalidad en el conocimiento y en el amor. En la Biblia hay un «conocer a Dios» que presupone el haber sido previamente conocidos por él. Existe una gnôsis cristiana, esencial e irrenunciable, pero ella no es el fruto de una conquista personal sino un don del Espíritu Santo y el resultado de nuestra docilidad a ese mismo Espíritu. En el Nuevo Testamento se cumple la profecía veterotestamentaria: «Todos conocerán a Dios, todos serán discípulos o enseñados por Dios» (Is 54,13; cf. 1 Tes 4, 9). El conocimiento tiene su lugar pero va acompañado del amor y está ordenado al amor. Por eso no es propio de los sabios sino de los pobres, en quienes la obediencia y el amor a los demás prevalece sobre su propia voluntad. El amor de Cristo engendra conocimiento pero supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 19). De aquí se deriva una crítica a las tres vías que sitúan la relación con Dios en línea progresiva: purificación (principiantes), iluminación (progredientes), unión (perfectos), como si fueran un camino sucesivo, en el que, consumada una, se desemboca necesariamente en la siguiente. En realidad se trata de tres momentos permanentes en todas las etapas: mientras vivimos peregrinando no cesan ni la purificación ni la iluminación; además, no siempre se actualiza la unión. Pero también se insinúa una crítica del horizonte metafísico y de las categorías de proceso y regreso en el orden del éros, tal como lo piensa el esquema neoplatónico, y del lugar en que sitúan al cuerpo y a la sensibilidad, depreciados hasta el extremo de negar valor incluso a las manifestaciones de Dios en él —aquí iría incluida una cierta crítica al radicalismo de san Juan de la Cruz respecto de las visiones y revelaciones—, cuando en el cristianismo la carne y el tiempo son los lugares concretos de la manifestación de Dios, cuya revelación definitiva acontece como encarnación. Estamos a la vez ante una obligada reordenación de las realidades cristianas de acuerdo con la «jerarquía de verdades» de la que también habla el Vaticano II41. ¿Qué es más esencial en el cristianismo: la audición y respuesta a Dios o la experiencia que el hombre hace de él, la gracia divina o la acción humana? ¿Cuál es la proporción cristianamente necesaria y válida entre contemplación y acción, entre amor a Dios y amor al prójimo? La vida contemplativa no es una profesión aparte sino una dimensión de toda vida cristiana, que en algunos casos reclamará totalizar todo el tiempo, acción y empeño de la vida. Ahora bien, la forma monástica 41. Decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, 11. 174 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO de concretar la dimensión contemplativa y afectiva de la vida cristiana no puede convertirse en medida y canon universales. La proporción del tiempo dedicado a la acción y a la contemplación obedecen ante todo a la peculiar vocación de cada uno y al lugar que Dios le haya asignado en la Iglesia con las gracias correspondientes para llevar a cabo esa misión (carismas). Esta jerarquía de verdades comporta que la vida espiritual deba corresponder en importancia subjetiva a la importancia objetiva que las realidades tienen: no se puede equiparar la relación con la Trinidad con la devoción a los ángeles, la identificación con el Cristo paciente y glorificado con la preocupación por las almas del purgatorio, el lugar que el Espíritu Santo ocupa en la historia de la salvación con el que ocupa san José. En este orden estamos ante una denudación necesaria respecto de muchos elementos secundarios, que nos impiden descubrir el centro nutricio. La reordenación y concentración en lo esencial que ha tenido lugar después del concilio en muchas iglesias como edificios de culto debe tener lugar también en la Iglesia como organismo de gracia y en la propia vida espiritual de los creyentes. Es necesario un retorno al centro de gravedad de lo humano, al centro de gracia de lo cristiano, al centro del culto litúrgico y al centro de la realidad eclesial. 11. Mística cristiana y otras místicas: elementos comunes y diferenciadores A la luz de lo anterior, será posible repensar la relación de la experiencia mística cristiana con otras formas de mística religiosa o de mística filosófica. Algunos elementos comunes son los siguientes, partiendo de la religación —religión, que constituye la estructura primordial del ser humano como imagen de Dios—. 1. Cada persona surge dentro de una tradición en la que otros individuos han avanzado en el camino hacia Dios, reconocido con características explícitamente religiosas, como un absoluto de verdad, bondad y belleza. Quien sale a la búsqueda de Dios encuentra noticia, llamada y promesa en quienes le han precedido dentro de esa tradición. 2. Esta búsqueda implica una ruptura con lo que nos rodea para dar un paso hacia el encuentro con el Absoluto. Se trata de abandonar, de salir, de iniciar un camino, de ir al encuentro y dejarse encontrar. 3. Todo método incluye un vaciamiento del sujeto que le permita oír, recibir, aceptar el peso y la exigencia del Absoluto. Vaciamiento que puede expresarse como renuncia a sí mismo y servicio a los demás. 4. Esta preparación se ordena a una clarificación de la mirada interior que haga posible contemplar, abriendo los ojos del corazón y haciendo a este dócil para dejarse guiar por el Espíritu. La ida hacia el interior, 175 CRISTIANISMO Y MÍSTICA la permanencia en el mirar y la espera del Espíritu son elementos esenciales de todos los espirituales, razón por la cual se los ha llamado también «contemplativos». 5. En la contemplación todavía perdura la dualidad de sujeto que contempla y del Absoluto contemplado; aún no se ha dado la unión total. Por eso hay un tercer paso, siguiente a la purificación y a la iluminación, que se designará como unión, transformación, identificación con aquel que se manifiesta como trascendente, más allá de nuestra comprensión y de nuestra palabra. Con ello tenemos el esquema de las tres vías, que el cristianismo asumió del neoplatonismo. 6. En todos los místicos encontramos la tensión entre la experiencia y la palabra, entre la percepción de lo que les es dado y su transmisión verbal o escrita a los demás, entre los extremos que descubren en la realidad percibida, que les obliga a expresarse en paradojas, y los límites en los que ellos la expresan. Dios les es cercano y lejano, aniquilador y vivificador en atracción y rechazo. De ahí la repetición de no saber decir y tener que decir, la permanente paradoja y quiasmos de su lenguaje. 7. En muchas tradiciones místicas encontramos la metáfora esponsal como expresión suprema de la unión y de fruición en este mundo y que sitúa al místico en una relación similar con el Absoluto. El Cantar de los Cantares, una vez que fue leído por los judíos como expresión de la relación de Yahvé con su pueblo y por los cristianos como diálogo entre Cristo y la Iglesia primero y, dentro de ella, con cada alma después, se convirtió en un libro clave para la mística cristiana. Desde Orígenes hasta hoy, no han cesado los comentarios. Junto a estos elementos comunes, el cristianismo se remite a los elementos que la Biblia nos ofrece como constitutivos y normativos: 1. En él se realiza la inversión del movimiento común en la filosofía y de manera especial en el platonismo, que allí es ascendente, mientras que en la Biblia es descendente y pone la iniciativa en Dios y en su acción dentro de la historia. 2. El comportamiento primordial del cristiano es la respuesta a la palabra que le marca el camino y por ello le sitúa no solo en el horizonte del pasado y de la memoria, sino ante el futuro que el Dios fiel promete y al que se responde con la esperanza. 3. La actitud determinante del creyente es la disponibilidad para que Dios cuente con él y le guíe en la vida. El método que sigue es el camino de Cristo, quien es personalmente el camino de Dios hasta nosotros y el camino nuestro hacia Dios, en cuya andadura, al identificarnos con él, se nos anticipa la verdad y la vida. 4. En la alternativa entre obediencia y experiencia, la primera tiene primacía en la medida en que el hombre se sabe real en cuanto querido por Dios y su mejor ser es lo que piensa y espera de él. 176 VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO 5. La medida de la vida cristiana es el amor, con sus dos direcciones, que no son ni directamente identificables ni históricamente separables: el amor a Dios y el amor al prójimo. 6. La revelación de Dios en Cristo crea una historia nueva de los hombres, que es a la vez la propia historia de Dios. Esta es el origen, centro y límite de la vida cristiana, de forma que no hay un más allá en la experiencia que deje atrás la figura humana de Dios, que es Cristo con sus palabras y sus comportamientos. El ser de Dios es el aparecer de Cristo y el ser específico del hombre cristiano resulta de la conformación con ese parecer humano de Cristo que es el «parecerse» a Dios y el ser mismo de Dios. 7. En el cristianismo el silencio y la palabra son dos polos permanentes que se sostienen y reclaman. No hay una apófasis o silencio absoluto sobre Dios, ya que Dios es constitutivamente palabra y como Palabra se nos ha dado en el tiempo, apalabrándose con nosotros, en el doble sentido de la expresión: haciéndose palabra nuestra (menschliche Selbstauswortung des göttlichen Wortes) y comprometiéndose con nosotros. Esa Palabra nos ha dejado su Espíritu, que nos hace posible la experiencia interior en la medida en que es memoria e interpretación, actualización y personalización de la Palabra, el Hijo. 8. La genialidad de san Juan de la Cruz resulta de la suma de sus polaridades: fe-amor, «Cántico» y «Llama», es decir, de la presencia central tanto del Hijo (iluminación amorosa) como del Espíritu (llama iluminadora) en el itinerario espiritual. La teología negativa, resultado de la prevalencia del Pseudodionisio sobre san Agustín en la tradición teológica y espiritual, nunca fue ni la única ni la última palabra en el cristianismo. En el propio Pseudodionisio esta teología negativa va precedida por la teología positiva, la especulativa y la simbólica, a la vez que es seguida por la teología mística, centrada en la contemplación y en la unión. No pocos casos de teología apofática contemporánea están más cerca del agnosticismo y del ateísmo que de una verdadera teología como palabra humana que acoge, responde y articula la palabra de Dios. La vida mística en el cristianismo tiene que ser pensada y realizada desde la lógica propia de la revelación exterior de Dios en Cristo y de su manifestación interior en el Espíritu. Esa expresión trinitaria de Dios en la economía de la salvación, reveladora de su ser eterno, establece los criterios de la vida cristiana en la medida en que ella reasume responsivamente ese proceso de autorrevelación y autodonación de Dios. La vida cristiana se inicia en respuesta a la doble misión trinitaria del Hijo y del Espíritu: como docilidad al Espíritu Santo en lo interior y como seguimientoimitación de Cristo en lo exterior. El Espíritu, conformándonos al Hijo, nos abre al misterio del Padre, fuente primordial y manadero perenne de todo. En esa identificación con Cristo cada hombre tiene su camino, que en un sentido le es dado por Dios y en otro es elegido por él. 177 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Cada uno de nosotros revivimos un misterio de la vida de Jesús reflejándolo en el mundo y solo en la multitud de creyentes y en la diversidad de carismas eclesiales aparece su anchura, hondura, altura y profundidad. En esta identificación con Jesús, es él quien marca los tiempos. Su infancia, su acción pública, su relación con el Padre, su agonía, su proceso, su final de muerte en cruz, su glorificación, su envío del Espíritu y su presencia y amor a la Iglesia, todos ellos son «estados» perennes del alma de Jesús a los que él nos irá convocando y con los que nos iremos identificando. Esas fases no son equiparables con las tres vías (purificación, iluminación, unión). Puede un alma vivir compartiendo la agonía de Jesús y permanecer en noche oscura hasta sus momentos finales, y eso no significa que no haya pasado de la fase inicial ni llegado a la perfecta unión amorosa con Cristo. Cristo hace con los suyos lo que quiere porque no dicta el camino el siervo al señor sino el señor al siervo. La aceptación y el amoroso seguimiento de su voluntad da la medida de la cristianía, que puede ser vivida en una plétora de sentimientos y afectos, en experiencia o en sequedad de sentimientos y de afectos, en carencia de visiones y locuciones, a la vez que en la lúcida disponibilidad de quien responde con los profetas: hinnení, esto es, «heme aquí», y con María: fiat, o sea, «hágase en mí tu voluntad y cumple en mí tu palabra». Hacer la voluntad del Padre fue la sustancia, es decir, el alimento de Cristo, y ello es la sustancia e identidad de todo cristiano. El amor y la alegría con que aquella voluntad del Padre es acogida y respondida da la medida de la santidad del cristiano; la intensidad de experiencia psicológica y de afectos que conlleve es un hecho secundario. La vida y la experiencia místicas se conocen y legitiman por los frutos que producen en el orden objetivo de la vida cristiana, tal como ella aparece anticipada en la propia experiencia de Cristo trazada en el Nuevo Testamento y expresada normativamente bajo la acción del Espíritu en la historia de la Iglesia, tanto por las declaraciones magisteriales como por los actos de reconocimiento de la santidad real (beatificaciones y canonizaciones). La vida y la experiencia de los grandes místicos son un anticipo y una promesa de una plenitud que le está destinada a todo creyente en la forma en que Dios determine para cada uno. Ellas son una forma, no la norma de toda vida cristiana. 178 Segunda Parte MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO «A la mística grande y auténtica le convienen el rigor y la profundidad extremas del pensar (äusserste Schärfe und Tiefe des Denkens). Y esa es la verdad. El Maestro Eckhart da testimonio de esa verdad». M. Heidegger, La proposición del fundamento, n.º 71 «Existe un pensar que es más riguroso que el conceptual». M. Heidegger, Carta sobre el humanismo, Alianza, Madrid, 2013, p. 83 Estas tres realidades que han determinado nuestra historia (filosofía, cristianismo, mística) ¿no están siendo definitivamente desplazadas por la razón instrumental, científico-técnica, que se ocupa de la materia, hechos, magnitudes, desde los cuales parece darse razón de toda realidad? ¿No están siendo igualmente desafiadas las tres grandes potencias enunciadas en nuestro título, que han sido palanca y fulcro de nuestra historia occidental y en el fondo de todo el destino humano? Parecería que la desembocadura de la razón occidental, inclinada sobre todo a transformar la realidad, haciéndola servicial al inmediato goce y poder del hombre, a lo más que puede llegar hoy es a aportar algunos materiales previos para la construcción de una moral, referida casi exclusivamente al individuo absolutizado en su libertad y comprendido como soberano en su autonomía. Tres preguntas impulsan las reflexiones siguientes: ¿existe una mística filosófica? ¿Qué han pensado los filósofos de la mística religiosa? Una mística no religiosa ¿tiene capacidad para responder a las últimas preguntas y a la esperanza de salvación personal del hombre? Capítulo 1 CUESTIONES EPISTEMOLÓGICAS PREVIAS Esto nos fuerza a plantearnos de nuevo las cuestiones fundamentales partiendo inevitablemente del hombre, su existencia personal, su lugar en el mundo y su relación con los tres ejes que lo constituyen: naturaleza, historia, trascendencia. La antropología se convierte así en la puerta para entrar en la metafísica, la cosmología y la teología. Ahora bien, la relación puede y debe ir también en el orden inverso, ya que partiendo desde cada una de estas tres expansiones de lo real (ser, Dios, hombre) se puede y debe comprender al hombre. Este círculo hermenéutico es irrompible, y solo girando en la doble dirección llegamos a un verdadero saber de la humanidad concreta. El hombre se convierte así en el camino hacia el ser, hacia la historia y hacia Dios. En cada momento de la historia del pensamiento humano prevalecerá la evidencia que ofrecen uno u otro, convirtiéndose en el punto de partida; pero en el fondo cada uno de estos pesos de realidad arrastra tras de sí a los otros dos. Dios no es la historia ni la naturaleza pero ya no es comprensible sin ellas; ellas a su vez no son Dios pero no son comprensibles sin él. En este juego de implicaciones se despliega la historia de la filosofía, desde Platón y Aristóteles a san Agustín, santo Tomás, Spinoza, Hegel y Heidegger, según que en cada uno de estos filósofos predomine como clave de interpretación una u otra de esas tres realidades. 1. Las diversas ejercitaciones de la razón Esa historia de la filosofía se irá diferenciando por la forma de la racionalidad que vaya ejercitando y a la que otorgue primacía a la hora de coordinar o juzgar a las otras formas de ejercitación de la razón, es decir, por la manera concreta en que viva la espiritualidad del hombre, en cuanto abertura del espíritu al ser, y la forma ulterior de relacionarse ser y es181 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO píritu1. Hay tres formas fundamentales de ejercicio de la razón, según se comprenda esta por razón de los objetos a los que intencionalmente se refiere, por razón de los dinamismos del espíritu humano a los que otorgue primacía y por el lugar que ocupen las otras posibilidades y dinamismos situados en segundo lugar. Estas ejercitaciones se realizan en los niveles siguientes de la persona: — Nivel conceptual, racional, considerado el superior, inclinando a privilegiar la ejercitación del espíritu referido al ser y al Absoluto. La tentación será olvidar la historia y los destinos individuales, que no son reductibles a ningún universal. — Nivel instrumental, técnico, positivo, dirigido a la transformación de la realidad inmediata, por el estudio de sus estructuras físicas, ordenándola al servicio del hombre por la superación de las esclavitudes y dependencias de este respecto de la naturaleza. La tentación es reducir el pensamiento a ciencia positiva. — Nivel psicológico, terapéutico, centrado en las condiciones concretas en las que cada sujeto vive su historia, capturado y cercado por fuerzas inconscientes o lanzado hacia delante por su esclarecimiento y dominio. La tentación es reducir el pensamiento a una forma de medicina personalista, de psicología o de terapia social. — Nivel trascendental, oscilando entre el acento metafísico, antropológico-personalista o religioso, como un ámbito en el que entran en juego cuestiones que se esclarecen por la inteligencia pero se iluminan sobre todo por los sentimientos, emociones y esperanzas, que escapan a la red técnica y a la conceptual con las que las otras ejercitaciones de la razón quieren apresarlas, para terminar incluyendo las decisiones de la libertad como última clave y llave. 2. Dos realizaciones diversas de la filosofía: como existencia o como técnica Esta cuestión afecta en primer lugar a la autocomprensión de la filosofía: ¿cómo quiere pensarse a sí misma y qué papel específico quiere desempeñar hoy en el juego de racionalidades que lleva consigo la vida humana? En este orden ha tenido lugar un cambio radical en la manera de comprenderse, de ejercitar su misión y de insertarse en la sociedad. Mientras que en la era antigua y en parte durante la primera Edad Media era una forma de vida, casi una profesión religiosa, de tal manera que llevaba consigo 1. Cf. Cl. Bruaire, «Philosophie et Spiritualité», en Dictionnaire de spiritualité. Ascétique et mystique XII, París, 1984, pp. 1377-1386; L. B. Geiger, Philosophie et Spiritualité I-II, París, 1963; J. Ladrière, «Approche philosophique de la mystique», en J. M. van Cangh (ed.), La mystique, París, 1988. 182 CUESTIONES EPISTEMOLÓGICAS PREVIAS una manera ascética de vivir, la adhesión personal a un maestro y un comportamiento ascético, en cambio en la era moderna, por la especialización y la racionalización, la filosofía se ha convertido en un quehacer técnico, en una profesión ya no religiosa sino académica2. Es verdad que esta comprensión de la filosofía antigua vale para la línea platónica, con Protágoras, los mitos y el orfismo de fondo, pero con dificultad se podría aplicar a la línea aristotélica, en la que las ciencias positivas fueron siempre soporte y fundamento del pensar. Por la misma razón en la era moderna junto a la forma técnica de la filosofía ha existido la forma cuasirreligiosa o mística de vivirla. Simplificando podríamos enumerar varios binomios que explicitan esos dos acentos a la hora de comprender la filosofía y en consecuencia su relación con la mística. ¿Qué es la filosofía: teoría del ser o terapia del hombre? ¿Técnica como forma de trabajo o profesión como forma de vida y expresión de una convicción última, sostenible pero no demostrable? ¿Cuidado y cultivo del vivir presente o preparación para la muerte? ¿Preocupación por el ser u ocupación con los entes? ¿Mirada tendida a los fines y problemas últimos de cómo vivir, qué persona ser y a quién servir o atenimiento a los problemas inmediatos? ¿Una metafísica en el sentido clásico, una ética (Lévinas), una antropología (Tugendhat) o una mística sin Dios (Heidegger)? ¿Dónde situar a hombres como Platón, Plotino, Agustín, Tomás de Aquino, Kierkegaard, Wittgenstein y Heidegger: en la historia de la filosofía o en la de la teología, de la espiritualidad y de la mística? 3. Vertientes del pensamiento y experiencias de vida ¿Cuáles son las vertientes fundamentales del pensamiento humano, a partir de las cuales nacen las experiencias primordiales y a las que siguen las convicciones determinantes de cada destino personal? Una es la vertiente exterior y otra la interior, aquella determinada por los sentidos físicos y esta por los sentidos espirituales. En una prevalece la multiplicidad de las cosas que son nuestro entorno, suscitando primero nuestras sensaciones, luego las percepciones y finalmente las ideas. A la pregunta: «¿Dónde habita la verdad?» tendremos dos respuestas diferentes. La verdad habita en el mundo y la recibimos de él, dice una. La otra, en cambio, responde: la verdad habita en el interior y, para conocerla, hay que cerrar los ojos y los oídos, evitar ruidos y bullicios, mirar hacia dentro, haciendo previamente silencio y evitando las sensaciones y distracciones que esas cosas por medio de los sentidos nos provocan. Este es el imperativo: recogerse de las cosas, volver la mirada hacia el interior de uno mismo y fi2. P. Hadot, ¿Qué es la filosofía antigua?, FCE, Madrid, 1998; Íd., La philosophie comme manière de vivre. Entretiens avec J. Carlier et A. I. Davidson, París, 2001; Íd., Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Siruela, Madrid, 2006. 183 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO nalmente trascenderse hacia el Sumo, que como una luz inasible ilumina nuestro centro en su doble dimensión de profundidad y de altura3. Estas dos vertientes terminan siendo idénticas con las dos miradas fundamentales: hacia abajo de sí y hacia más arriba de sí. En este sentido se hablará de una razón superior, que confina con el Absoluto y Eterno, a la vez que de una razón inferior, que permanece en contacto con las cosas en el tiempo y el lugar. Los medievales distinguen la inteligencia (intellectus), que nos abre a lo universal y conoce los primeros principios que generan evidencia, de la razón (ratio), que se atiene a la multiplicidad de las cosas particulares. Esta terminología cambia su sentido en la era moderna. Así, Kant pondrá en lugar inferior el entendimiento (Verstand) responsable de los conceptos (Begriffe, categorías), mientras que en un orden superior la razón (Vernunft) lo es de las ideas reguladoras (Dios, libertad, inmortalidad). La mirada hacia dentro y hacia arriba terminará siendo vivida según el espíritu y relación del espíritu al Espíritu, mientras que la mirada hacia fuera y hacia abajo, dejada a sus propios impulsos, inclinará hacia la tierra, la parte animal que arrastramos, y el mundo. La primera está focalizada, atenida e imantada por el ser, mientras que la segunda lo está por los entes. Aquella abre a la contemplación metafísica y a la mística, mientras que esta hace posible las ciencias y regula la política. Las metas y los medios de pensamiento de cada hombre y de cada cultura serán distintos según prevalezca una u otra de las miradas analizadas. Una es la dirección de nuestro pensar hacia un centro unificador, coordinador y finalizador de la realidad, algo así como al centro del círculo; la otra, en cambio, se dirige a los múltiples radios de ese único centro. Este tiene características de absoluto, primero y último, mientras que los radios están en función de él y de la multiplicidad de lugares y tiempos que tienen su enclave en dicho centro, del que deriva su potencia para mover la rueda de la existencia de las personas. Se puede ir del eje a los radios del carro o, por el contrario, de los radios al eje centrador; con uno y otros el carro avanza, sin la cooperación de uno y otros son imposibles el rodaje y la marcha. 4. Repercusiones de esta doble ejercitación sobre el conocimiento de Dios Así, en la historia de la filosofía hay disposiciones fundamentales que se suceden creando y negando evidencia. Me refiero al problema de Dios, 3. «No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos hacia allí donde se enciende esa misma luz de la razón» (San Agustín, Sobre la verdadera religión 39,72, en Obras completas IV, BAC, Madrid, 1956, p. 141). 184 CUESTIONES EPISTEMOLÓGICAS PREVIAS ante el cual hay dos tipos de acceso o camino para llegar a la mostración y reconocimiento de su existencia. Dos exponentes máximos de esa doble actitud son el argumento ontológico de san Anselmo y las vías de santo Tomás4. El primero ha ido siendo rechazado sucesivamente por los filósofos, entre ellos por dos autoridades máximas como el propio santo Tomás y Kant, mientras que ha ido siendo reafirmado por otras autoridades no menores como Descartes y Hegel5. El argumento ontológico parte de una especie de intuición, del convencimiento previo de que esa realidad confiere a todo lo demás fundamento y de que sin ella nada es comprensible ni nuestra existencia tiene último sentido. Las vías parten de una referencia o atenimiento a lo que nos llega mediado por los sentidos y en la medida de esa mediación. En el primer caso basta explicar lo que la palabra «Dios», no como concepto sino como presencia, significa en el hombre, para percatarse de su necesidad, mientras que en el segundo se inaugura un procedimiento causal por el cual se llega desde los seres como efectos ordenados a la primera causa, primer motor, primer absoluto necesario y fin finalizador. Ambos procedimientos son resultado de esa constitución del hombre que tiene anverso exterior y reverso interior, mirada que se atiene a las cosas y se para en ellas pero a la vez las traspasa y trasciende. En el primer caso la filosofía casi siempre desemboca en la contemplación, oración y mística, mientras que en el segundo caso el punto de partida y de referencia son siempre las ciencias, la moral y la praxis, bien en el sentido aristotélico, bien en el sentido político. La primera actitud parte de este presupuesto implícito: todo conocer en alguna manera es reconocer porque sin un previo saber no es posible identificar lo que nos aparece y porque sin algún saber de la realidad a la que nos referimos no serían inteligibles las palabras con que hablamos de ella. El siguiente principio de Lutero enuncia una verdad innegable: Qui non intelligit res, non potest ex verbis sensum elicere, «quien no entiende la realidad (la cosa) no puede extraer un sentido de las palabras». De la ejercitación que el hombre lleva a cabo en este camino hacia el conocimiento de Dios, no solo racional demostrativo (filosofía-teología) sino experiencial, fruitivo, transformador (mística), se derivan dos formas distintas de actividad. Una de ellas ha puesto en primer plano el esfuerzo del hombre, la concentración en sí mismo, la renuncia al mundo exterior, el dominio ascético de las pasiones y el ejercicio de las virtudes para 4. Cf. San Anselmo, Proslogion 2 («Quod vere sit Deus»), en Íd., Obras completas I, BAC, Madrid, 1952, p. 366; Santo Tomás de Aquino, ST I q. 2 a. 3 («Utrum Deus sit»), BAC, Madrid, 1994, pp. 18-19. 5. J. Rohls, Theologie und Metaphysik. Der ontologische Gottesbeweis und seine Kritiker, Gütersloh, 1987; O. Muck y F. Ricken, «Gottesbeweise», en LThK 3IV, Friburgo de Brisgovia, 1995, 878-886. 185 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO poder llegar a Dios, el Santo, el solo Bien plenificador, la única instancia de amor saciativa de nuestro anhelo de ser reconocidos, amados y, con ello, sustraídos incólumes al destrozo final al que la finitud arrastra. El símbolo de esta actitud es el ascenso del hombre hacia Dios y hasta Dios, y la metáfora del monte ha quedado en la historia como la referencia identificadora de este impulso. La montaña es la altura, la luminosidad, la inaccesibilidad y la cercanía a Dios. A ella hay que subir para encontrarle donde él se nos ha manifestado. El monte Moria de Abrahán, el Sinaí de Moisés, el Horeb de Elías, el de la transfiguración de Jesús, el Carmelo de san Juan de la Cruz. Hay tres textos clásicos que narran y explican, unas veces en clave biográfica y otras doctrinal, el itinerario de este ascenso: uno es la Vida de Moisés de san Gregorio de Nisa, otro la Escala del paraíso de san Juan Clímaco y el tercero la Subida del monte Carmelo de san Juan de la Cruz6. Estos símbolos orientan hacia una lectura metafísica de la realidad a la vez que imprimen una coloración mística a la vida cristiana, determinada fundamentalmente por esas referencias bíblicas tal como han sido asimiladas y conjugadas por la filosofía circundante: la actitud platónica en una línea y la aristotélica en otra. Digo actitud antes que teoría o sistema, que son otra cosa y conforman múltiples variantes de esa actitud primordial abierta hacia arriba, refiriendo este bajo mundo nuestro a otro mundo, superior tanto en el orden ontológico como en el religioso. Así, una cosa es el platonismo de Platón, otra el platonismo medio y una tercera el neoplatonismo de Plotino, separados entre sí por una distancia de siglos. Frente a la actitud griega, que podríamos calificar como el intento de ascenso del hombre a Dios, tenemos la actitud bíblica, que se comprende a sí misma como resultado del descenso de Dios al hombre. Aquí la iniciativa es de Dios instaurando trato con el hombre: revelándose, llamándole por su propio nombre y cargándole con una misión, que constituye a la vez su pesadumbre y su gloria. La lógica de las narraciones bíblicas, desde Adán a Pablo de Tarso, es la propia de alguien que se inserta en la vida de los humanos, los llama por su nombre, les dice el suyo propio y los invita a andar un camino en común. No es, por tanto, el resultado final de un esfuerzo, búsqueda, razonamiento o demostración de Dios por el hombre sino resultado de un haber sido encontrado el hombre por Dios cuando no le buscaba, de haberse dado a conocer cuando nadie preguntaba por él7. En el lenguaje bíblico se hablará de llamada, venida, visitación y revelación de Dios al hombre. Siempre con la clara conciencia de la dis6. De los textos patrísticos a los que iré aludiendo hay traducción española en las dos colecciones de Padres: la colección «Icthys» de la editorial Sígueme, Salamanca, y la «Biblioteca de Patrística» de la editorial Ciudad Nueva, Madrid. 7. Cf. Is 65, 1; Rom 10, 20-21. 186 CUESTIONES EPISTEMOLÓGICAS PREVIAS tancia ontológica que va de su ser al nuestro, de su santidad inmarcesible a nuestra finitud y pecado. El Nuevo Testamento muestra el extremo al que puede llevar esta lógica hablando de la kénosis del Hijo, por cuya encarnación Dios comparte nuestra naturaleza y nuestro destino. La tarea del hombre ahora no es ascender sino descender hasta donde está quien existiendo en condición divina ha condescendido hasta nosotros compartiendo la condición humana8. La kénosis máxima de Dios en la vida y muerte por la crucifixión de Jesús de Nazaret lleva consigo la suprema manifestación de Dios. Si en el camino anterior el hombre se vaciaba ascéticamente de sí mismo para ser colmado de la plenitud de Dios, aquí es Dios quien, renunciando al ejercicio de su condición divina, ha asumido nuestra condición humana en tiempo, muerte y crucifixión, a fin de que, por su solidaridad de naturaleza y destino con nosotros los mortales, compartamos su divinidad (pleroma). En el capítulo 17 de su evangelio san Juan concentra sus afirmaciones cristológicas afirmando que el hombre Jesús, el Hijo, nos ha manifestado el nombre, la palabra, la gloria y el amor de Dios. En esos cuatro términos el evangelista ha reasumido los efectos para nosotros de esa autodonación de Dios en su descenso a los hombres, compartiendo nuestra pobreza para que nosotros podamos compartir su riqueza9. Mientras que en la filosofía y en las religiones orientales se pone el acento en el ascenso del hombre a Dios, en el cristianismo se pone en el descenso de Dios al hombre (kénosis en Cristo). La encarnación de Dios en el sentido personalista, soteriológico y antropológico en el que la piensa el cristianismo no tiene parangón real en ninguna filosofía y religión. Las categorías de creación amorosa, revelación personal y encarnación redentora son las tres que hay que tener siempre presentes en el diálogo sobre la mística entre el cristianismo, las religiones y la filosofía. 5. La mística, entre la Biblia y la filosofía griega Hay un cuarto elemento decisivo a la hora de comprender cuál ha sido el curso de la mística cristiana en Occidente. La relación con Dios siempre lleva implicada una forma de comprender al hombre y de realizarse en relación con el resto de la realidad. Para decirlo de manera directa: la mística siempre ha ido sostenida por —o ha generado— una antropología y una metafísica. Hay unos principios, de los cuales se derivan unos criterios, que deben orientarnos en este orden. Dios no es a imagen del hombre, mientras que el hombre es a imagen de Dios. ¿Cómo se relaciona el hombre con Dios, a quien no ve ni conoce en cuanto Dios? 8. 9. Cf. Flp 2, 6-11. Cf. Jn 17, 6.14.22.26; 2 Cor 8, 9. 187 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO Le conoce a lo sumo en cuanto origen, causa y fundamento de lo real. En principio, todo pensar, hablar y actuar respecto de Dios es antropomórfico; y solo en la medida en que avanza en la relación con él, se percata el hombre de la diferencia cualitativa infinita y de la trascendencia de Dios, aun después de haber acontecido su revelación. En Occidente el hombre ha pensado a Dios, se ha dirigido a él y se ha unido con él en el conocimiento y en el amor con la ayuda de dos grandes instancias mediadoras: la Biblia y la filosofía griega. La mística, tal como se ha vivido de hecho y se ha articulado como teoría, ya no es comprensible sin referirnos a esos dos mundos. ¿Cómo se han relacionado entre sí? ¿Cuál de ellos ha prevalecido? ¿Cuál sería hoy más fecundo a la hora de pensar los caminos hacia el conocimiento, experiencia y mistagogía de Dios? Antes de responder a la pregunta por la eficacia de cada una de esas instancias, es necesario establecer la diferencia esencial entre ellas: para el cristianismo la Biblia es fuente, canon, criterio y límite para comprender la mística. La filosofía griega, alemana, hispana, rusa o china son solo instrumentos de análisis explicativo, medios de interpretación o de iniciación a las realidades cristianas. Estas vienen dadas como palabra en la Biblia; como potencia de vida y fuente de experiencia remiten al universo sacramental, comunitario y moral de la Iglesia. La filosofía es exenta; la Biblia no lo es respecto de la Iglesia. La filosofía no tiene un rito realizador de lo que enuncia en sus palabras, mientras que en la Iglesia no hay palabra sin sacramento, teniendo que ir permanentemente del uno a la otra (experiencia personal: evitando caer en el dogma o en el mero positivismo bíblico) y de aquella a este (iluminación e interpretación universal: evitando caer en la magia o teúrgia). La Biblia no se comprende a sí misma como libro de la sabiduría de un genio, de la potencia crítica de un profeta o de la experiencia de un iluminado, sino como el testimonio creyente de un pueblo forjado a lo largo de siglos en relación con Dios. La Iglesia ha vivido y bebido de la Biblia como de su fuente propia y ha echado mano de la filosofía como instrumento interpretativo de las afirmaciones escriturísticas a la hora de comprender para sí y de explicar a los demás el conocimiento de Dios en sus diversas formas, entre ellas la experiencia mística como forma suprema de intimidad, penetración y gozo en Dios. El hecho histórico es que la ayuda interpretativa (filosofía) al final no ha sido solo el marco dentro del cual se situaba y explicaba la mística cristiana sino que a veces ha suplantado al propio cuadro y de medio explicativo ha pasado a ser contenido explicado. Positivamente, la mentalidad platónica, en la medida en que refiere el hombre a lo interior y a lo superior, le ayuda a desprenderse de las sombras y le obliga a subir de la caverna oscura a la superficie luminosa poniéndole frente al sol: en esa medida el platonismo fue saludado como un precursor del Evangelio, de manera análoga a como el Antiguo Testamento había sido 188 CUESTIONES EPISTEMOLÓGICAS PREVIAS una preparación para Cristo10. Ahora bien, en el platonismo estricto hay puntos de partida o elementos esenciales que chocan frontalmente con el cristianismo: su comprensión de la realidad como mundo inferior, la caída de las almas preexistentes, el cuerpo como cárcel o sepulcro del alma en espera de volver a su patria propia, la negación explícita o implícita de la creación como obra buena salida de las manos del Dios bueno, una comprensión tal de la trascendencia absoluta de Dios que hace imposible «a la divinidad mezclarse con los hombres»11, el carácter elitista de la vida individual. Desde esos presupuestos, la encarnación, crucifixión y resurrección de Dios, por un lado, la vida sacramental y eclesial, por otro, resultaban impensables. En el sentido fuerte de los términos no se podía ser platónico y cristiano. La conjunción real solo podía acontecer mediante la transvaloración interna del uno o del otro. 10. Es una convicción repetida por Clemente Alejandrino a la hora de valorar los escritos de los paganos y utilizarlos en la reflexión teológica. Pero en toda utilización cristiana de la cultura pagana, griega, latina o germana, ha de recordarse a los cristianos el criterio de santo Tomás juzgando la utilización del platonismo hecha por san Agustín: «Et ideo Augustinus, qui doctrinis platonicorum imbutus fuerat, si qua invenit fidei acommoda in eorum dictis, adsumpsit; quae vero invenit fidei nostrae adversa in melius commutavit» [Por eso, Agustín, imbuido en las doctrinas de los platónicos, recogió todo lo que en ellas encontró conforme con la fe, cambió para mejor todo lo que se oponía] (ST I, q. 84 a. 5), partiendo del propio san Agustín en De doctrina christiana 2, 40. 11. «La divinidad no se pone en contacto directo con el hombre sino que es a través de este género de seres (daimones, genios que están entre lo divino y lo mortal) por donde tiene lugar todo comercio y todo diálogo entre los dioses y los hombres, tanto durante la vigilia como durante el sueño» (Banquete 203a). 189 Cristianismo y mística Capítulo 2 EL MARCO FILOSÓFICO DE LA MÍSTICA CRISTIANA: LA TRADICIÓN PLATÓNICA 1. Dos espejos posibles para la mística cristiana Casi toda la mística cristiana de la era patrística hasta bien entrada la Edad Media tiene al platonismo como andamio para construir su edificio, rodrigón para sostenerse o fundamento antropológico de sus posiciones. Antes que san Agustín, el nombre primero y más decisivo en la historia de la mística cristiana es, por su supuesta autoridad apostólica, el Pseudodionisio, con sus varias traducciones latinas y comentarios medievales, entre ellos los de san Alberto Magno y santo Tomás. Junto a esta corriente de referencia platónica existe otra que llega desde la Biblia a nuestros días, no conoce a Platón en unos casos y abomina de él en otros. Es la línea que tiene su punto de partida permanente en el Antiguo Testamento (profetas y Cantar de los Cantares) y en el Nuevo Testamento (san Pablo y evangelios, especialmente el de san Juan). Frente a las categorías metafísicas o lógicas de la línea platónica, en el centro de esta segunda línea están otras categorías básicas: la persona y el amor, la relación en fidelidad y la ruptura en el pecado, la obediencia y la acción. Estamos ante un Dios con rostro e iniciativa en libertad y ante un hombre con rostro y libertad. La relación entre el hombre y Dios no es la propia de un sujeto frente a un objeto, de un súbdito frente a su dueño, de un ciudadano frente a la ley o de una parte del mundo frente al todo de la naturaleza. Las categorías de unidad, unión e identificación (orden ontológico) o de conocimiento y experiencia (orden cognoscitivo) ceden a otras: persona y amor, afectividad y dolor, pasión y promesa, nupcialidad y celos, traición y fidelidad. Ya indicamos cómo A. Nygren llevó hasta el extremo la confrontación entre el éros de los griegos, como expresión del impulso posesivo y apropiación del amado por el amante, en nuestro caso de Dios por el hombre (platonismo), y el agápe de los cristia191 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO nos como oblación, entrega y compasión sufriente de Dios a favor del hombre (Biblia)1. En los profetas aparecen ya estas categorías: la relación entre Dios y el hombre es la propia de la madre con su hijo y del esposo con su esposa (Isaías, Oseas). El punto cumbre de esta expresión del Dios amor y del hombre enamorado es el Cantar de los Cantares. Su exposición es una constante en la patrística, sobre todo la griega, se prolonga en la Edad Media y llega hasta santa Teresa, que hace un breve comentario, y en san Juan de la Cruz, cuyo «Cántico espiritual» es una recreación genial del libro bíblico2. El cisterciense Guillermo de Saint-Thierry (1075-1148), de quien se ha dicho que es el primer místico de Occidente, tiene obras fundamentales en esta línea: Sobre la contemplación de Dios, el Espejo de la fe, Carta a los hermanos de Monte-Dei y la Exposición sobre el Cantar de los Cantares, que se acaba de publicar en castellano3. Ya vimos cómo mientras que la teología hecha por hombres en la universidad se apoyó en la filosofía y se escribió en latín (bien en su forma platónica por la línea agustiniana y franciscana, bien en la línea aristotélica por la línea dominicana), en los monasterios femeninos (religiosas, beguinas, recogidas, dueñas...) surgió otra espiritualidad, en no pequeña parte vivida y formulada ya no en latín sino en las lenguas vivas de su origen, que no se refirieron a la filosofía sino al Cantar de los Cantares para articular su experiencia de la relación con Dios. El prestigio intelectual de la universidad y el poder social de los hombres frente a la minoridad de las mujeres y de sus conventos llevaron consigo que la espiritualidad fuera sistematizada casi exclusivamente con categorías filosóficas. El Dios-Ser de la metafísica del Éxodo (cf. Ex 3,14: Dios en sí) prevaleció sobre el Dios-Amor (cf. 1 Jn 8.16: Dios con nosotros y en nosotros) del Evangelio, no a la hora de vivir la fe en la Iglesia pero sí a la hora de explicitarla en categorías racionales. Si la filosofía condujo en la teología en algunos casos a una desecación de lo afectivo y cordial sin embargo la salvaguardó de las tentaciones del sentimiento fácil y de una afectividad ambigua. Defendió la coordenada lógica del cristianismo como verdad (Jesucristo) frente a la coordenada pneumática del cristianismo como vida (Espíritu Santo). La presencia de este fue siempre echada de menos desde Tertuliano a Joaquín de Fiore, 1. Cf. A. Nygren, Éros y agápe. La noción cristiana del amor y sus trasformaciones, Sagitario, Barcelona, 1969, p. 193. 2. La influencia de este libro en la historia de la espiritualidad ha sido inmensa. Hágase la prueba para verificarlo abriendo el Dictionnaire de spiritualité, vol. 17 (Índices), pp. 99-100. Para la historia de los comentarios exegéticos, cf. J. Luzarraga, El Cantar de los Cantares. Sendas del amor, EVD, Estella, 2005, pp. 56-87 («Historia de la interpretación»). 3. Cf. Guillermo de Saint-Thierry, Exposición del Cantar de los Cantares, Sígueme, Salamanca, 2013. 192 EL MARCO FILOSÓFICO DE LA MÍSTICA CRISTIANA: LA TRADICIÓN PLATÓNICA pero las exageraciones de ambos llevaron a la Iglesia a la instauración de un freno, sobre todo al reclamar el «entusiasmo pneumático» como categoría teológica para superar la institución eclesiástica y el dogma. El redescubrimiento de la conexión y de la inseparabilidad de las dos misiones trinitarias (la encarnación del Hijo y el don del Santo Espíritu), a la vez que su concreción en el binomio fidelidad al origen-novedad creadora, es hoy una de las tareas fundamentales de la teología y de la espiritualidad cristiana. Los hombres nacemos, crecemos y pensamos con unas inclinaciones fundamentales que nos llevan a leer la entera realidad en una u otra dirección, a tener unas dimensiones siempre ante los ojos y a ser ciegos para otras. Así el racionalismo o el intelectualismo otorgan primacía a la unidad, a las realidades universales, a su función constituyente y unificadora de todo el resto, mientras que el nominalismo y el empirismo otorgan primacía a la diversidad, la fragmentación, los entes. La primera actitud siente una especial simpatía por la mística, en cuanto movimiento e inclinación del alma hacia lo que funda y une, por la cercanía y connaturalidad (syngeneia) entre el hombre y Dios. La segunda actitud, en cambio, se siente atraída por lo que diferencia, por la distancia entre la majestad de Dios y los hombres sus súbditos; y si aquella habla de experiencia y de unión con Dios, de contemplación y de adhesión, esta hablará de obediencia, de moral, de técnica y de política. La perversión de la primera actitud lleva a un monismo para el cual todo es uno: En kai pan, mientras que la perversión de la segunda lleva a una dispersión que no nos permite ver la coherencia entre todo lo que constituye nuestra existencia ni el mundo como uni-verso más allá de los planos que lo conforman (multi-verso). Si bien en todas las épocas ha habido exponentes ilustres de ambas concepciones, el primer milenio de nuestra historia occidental ha inclinado hacia la primera lectura de la realidad (convergencia), mientras que en el segundo milenio ha prevalecido la segunda (diferencia). 2. Platón El primero y máximo exponente de una de esas dos tradiciones es Platón, quien ha determinado la historia de Occidente y la del cristianismo en esta área cultural. Aun cuando sea una exageración, acentúa este aspecto la frase siempre repetida de A. N. Whitehead que considera la historia de la filosofía en Occidente como una serie de notas al pie de página a las obras de Platón. Esta idea, que en alguna manera vale también para el primer milenio del cristianismo, ya no valdría para aquella fase de la conciencia que se inicia con los siglos XIII-XIV y en la que el símbolo ya no será Platón (Plotino y la filosofía) sino Aristóteles (las ciencias positivas y Ockam). 193 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO En Platón hay que distinguir cuatro aspectos de su personalidad, inseparables entre sí pero claramente diferenciables y que de alguna manera caracterizan cada uno de los periodos de su vida: el educador de su pueblo (paideia), el moralista (areté), el político (praxis) y el hierofante o amigo de los mitos-misterios, a los que apela cuando llegando al final de la reflexión metafísica ya no encuentra razones demostrativas para alguna de sus afirmaciones (como, por ejemplo, esta en la que se define la vida del hombre como un viaje hasta la asimilación a Dios en la medida de lo posible: omoiosis to Theo kata ton dynaton gnosis). La presencia de Sócrates es distinta en cada uno de estos momentos cronológicos y los sucesivos niveles de su pensamiento, que se reflejan claramente en sus obras. Lo fundamental en todos esos aspectos es siempre el método dialéctico con la actitud antropológica. En el centro de su pensamiento está siempre el destino del hombre con su vocación a la verdad, a la virtud y a la contemplación de la realidad más allá de la opinión y de la apariencia. Todo ello tendiendo a una ejercitación religiosa de la existencia, que podríamos llamar contemplativa o mística. En este sentido tiene razón un gran especialista que escribe: «Se podría afirmar que la teología mística o, quizá mejor, una doctrina de la contemplación no es simplemente un elemento en la filosofía de Platón sino algo que penetra e informa su entera comprensión del mundo»4. El que Platón llama filósofo de verdad y de la verdad tiene ante sus ojos la vida en todas sus dimensiones y exigencias. Ello supone que no se atiene solo a este corto tramo del vivir en el que estamos situados sino sobre todo a lo que sigue a la vida. Por ello la tarea central de la filosofía es ocuparse de la muerte como embocadura, crisis y criterio de esta vida. Filosofar es prepararse para morir y reconocer la muerte como entretela de la vida. Lo contrario es sucumbir a la dispersión y la falsedad para terminar falsificados por ellas: Es muy posible, en efecto, que pase inadvertido a los demás que cuantos se dedican por ventura a la filosofía en el recto sentido de la palabra no practican otra cosa que el morir y el estar muertos. Y si esto es verdad, sería sin duda un absurdo que durante toda su vida pusieran su celo en otra cosa que esta y que, una vez llegada, se irritasen con aquello que desde tiempo atrás anhelaban y practicaban5. Hay un término que establece la continuidad entre la tradición platónica y la tradición cristiana: theoría, «contemplación». Esta palabra y 4. A. Louth, The Origins of the Christian Mystical Tradition, Oxford, 2007; cf. A.-J. Festugière, Contemplation et vie contemplative selon Platon, París, 1967; Íd., Personal Religion among the Greeks, Berkeley, 1954; Íd., La Révélation d’Hermes Trismégiste I-II, París, 1944-1949. 5. Cf. A. Louth, The Origins of the Christian Mystical Tradition, cit., p. 2. 194 EL MARCO FILOSÓFICO DE LA MÍSTICA CRISTIANA: LA TRADICIÓN PLATÓNICA otras asociadas aparecen en ambos contextos (platónico griego y cristiano occidental) pero en cada uno tienen un calado significativo distinto, ya que arraigan en suelos primigenios diferentes. Así, por ejemplo, el término nous, que se puede traducir por entendimiento, inteligencia, razón, tiene en este contexto griego un alcance que apenas pasa a los términos correspondientes en latín; y algo similar podríamos decir de voces como logos y pneuma, entre otras. Nous designa la entera dimensión del hombre que se abre a lo que le precede y supera, llama y sostiene. No es una facultad, cuyos actos se ordenan a un objeto; es la copertenencia al universo del sentido, de la verdad, de lo eterno, que roza, participa y expresa. El conocimiento no se da solo por percepción de un aspecto o intuición de un dinamismo sino como participación, ya que ser y espíritu se coimplican. En este sentido la teoría platónica está mucho más cerca de la contemplación a la que se refieren espirituales y místicos que del conocimiento de la verdad del que hablaran filósofos y teólogos a partir del momento en que estas dos disciplinas formen parte de la universidad y se orienten por la lógica y física aristotélicas. El alma no conoce las realidades superiores porque tenga una capacidad específica para ello sino porque es divina en su origen y pertenece al mismo universo al que pertenecen las grandes realidades que fundan todo lo que existe y están ante nuestros sentidos: el ser, la verdad, la belleza, la virtud, la justicia, la bondad. Festugière ha subrayado cómo este conocimiento, que es unión y participación, deriva de un sentido de presencia y conduce a un sentimiento de relación en inmediatez con esas realidades supremas. Eso es la contemplación: identificación con lo conocido, participación en su plenitud, en su indestructibilidad y perennidad6. Esos objetos no son ideas en el sentido moderno del término: son realidades, son la única realidad divina expresada en sus diversas caras. Y a la «verdad» (aletheia) de ese mundo superior (topos hyperouranios) en el que viven los dioses va dedicando Platón uno tras otro sus tratados: al ser el Fedón, al Bien la República, a la Belleza el Simposio y el Fedro, al Uno o al Límite el Filebo. Lo divino no está en otro mundo fuera o lejos del hombre sino implantado en su centro, llamándonos y atrayéndonos. En Platón estas cuatro palabras, referidas a lo divino, son clave: convivir, admirar, imitar, asemejar. Quienes vivimos tres milenios configurados por la relación personal con el Dios personal de la Biblia, estamos tentados a diferenciar en exceso eso que para los griegos todavía estaba casi indiferenciado: 6. «Una cosa es acceder a las verdades por la razón, y otra cosa totalmente distinta alcanzarlas por aquella facultad intuitiva que los antiguos llamaban nous, la ‘fina punta del alma’ (san Francisco de Sales) y el ‘corazón’ (Pascal)» (A.-J. Festugière, La Révélation d’Hermes Trismégiste I, cit., p. 163). 195 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO los dioses, el daimon, lo divino, dios, Dios. Para dirigirse a ellos, aún no existía el «tú» de segunda persona: se los describía e invocaba como un ello y en tercera persona: «¿O piensas que hay algún mecanismo por el cual aquel que convive con lo que admira no lo imite?». «Es imposible». «Entonces, en cuanto el filósofo convive con lo que es divino y ordenado, se vuelve él mismo ordenado y divino en la medida en que esto es posible al hombre». Pues no es descuidado por los dioses el que pone su celo en ser justo y practica la virtud, asemejándose a Dios en la medida en que es posible para un hombre (República 1500c y 613a). Una preocupación permanente tras todas las búsquedas y conversaciones de Sócrates es saber si podemos llegar a participar de esa vida verdadera, que es patrimonio de los dioses y de los hombres felices. Así vemos unidos los tres lados del triángulo que forman el universo de Platón: la verdad, la vida, la praxis. La tarea de la justicia en este mundo es sagrada, está siempre pendiente y es inacabable. Después de haber hecho todo lo posible en el contemplar, dialogar y hacer, sabe el hombre que el mal es insuperable y que alcanzar la última paz le es imposible. Por ello hay que huir de este mundo y asemejarse a los dioses: he ahí las dos tareas que consuman la búsqueda y llevan el hombre a su verdadera identidad, situándolo en el lugar en el que está a salvo de las amenazas con las que se ve enfrentado mientras vive. Toda filosofía y toda mística con pretensión de verdad deben enfrentarse con estos dos problemas: la existencia del mal y la incapacidad última del hombre para superarlo. Y esta es la pregunta que excede a la filosofía: la salvación del hombre como victoria sobre el mal. Solo el acceso a la divinidad y la asimilación a ella lo hacen posible. La filosofía se vuelve así terapia y soteriología, y en esta línea se ha hecho compañera de camino de la mística: Teodoro, es imposible acabar con los males. Siempre, necesariamente, habrá algo contrario al bien; algo que, con todo, no sentará sus reales en la morada de los dioses sino que rondará de modo irremisible la naturaleza mortal y el lugar donde ella habita. Ello nos prueba claramente que hay que elevarse de este mundo hacia lo alto lo antes que se pueda. Esa huida de que hablamos no es otra cosa que una asimilación a la naturaleza divina en cuanto a nosotros nos sea posible; asimilación, sobre todo, si se alcanza la justicia y la santidad con el ejemplo de la inteligencia (Teeteto 175-176). Platón pone el acento en la purificación moral e intelectual por las virtudes, en la tendencia a abrirse a lo divino, en imitarlo en la medida de lo posible, en prepararse para cumplir con el divino encargo que he196 EL MARCO FILOSÓFICO DE LA MÍSTICA CRISTIANA: LA TRADICIÓN PLATÓNICA mos recibido de él, y que el daimon nos intima en los momentos decisivos. Aquí aparece un acento que va a diferenciar el platonismo del cristianismo en su raíz. En aquel están en el centro el esfuerzo del hombre, la virtud y la verdad a la que se llega por la dialéctica y la ascética; pero apenas se habla del acercamiento de los dioses a la vida concreta del hombre: su presencia es intelectual, interior, del orden pedagógico moral, si bien intensamente religioso. Pero hay algo que no traspasan los dioses: su trascendencia, para llegar hasta el hombre y compartir su destino. En los largos párrafos de la República en que, frente a toda la religión y filosofía anterior, defiende que la divinidad no es envidiosa, que es buena y no engaña a los hombres, Platón afirma a la vez que no se relaciona directamente con estos pero que les permanece siempre fiel y nunca los engaña. La manera griega de pensar la trascendencia divina (que parte del ser como cosa) hace imposible la encarnación (en cambio en el cristianismo es pensable porque el ser es pensado primordialmente como espíritu y libertad). En este sentido ambas interpretaciones son coherentes con el propio punto metafísico de partida (cf. República XVIII-XX, 376-383). La realidad concebida como cosa, materia, se deshace al identificarse con otra, mientras que el espíritu tiene la capacidad de darse por libertad en el amor sin perderse sino justamente acrecentándose a sí mismo en el don. Sin embargo hay un momento en que para Platón ese esfuerzo de ascesis y contemplación ascendentes del hombre, por un lado, y de divina luz descendente, por otro, convergen en una iluminación súbita que, durando solo unos instantes, trasforma la vida de quien la recibe. La verdadera filosofía conduce y concluye en una intuición que, como chispa divina, ilumina el alma. Y en ese momento, ¿no coinciden filosofía y mística? Una vez llegados a esa cima, ni el filósofo ni el místico podrán olvidar tal experiencia. Su vida posterior será una memoria rememorativa de ella y una palabra agradecida por ella: Si el oyente es un verdadero filósofo, apto para esta ciencia y digno de ella, por estar dotado de una naturaleza divina, la ruta que se le enseña le parece maravillosa y siente la necesidad inmediata de emprender este camino, pues no podrá vivir de otra manera (Carta VII, 341)7. No hay, en efecto, ningún medio de reducir estos temas a fórmulas como se hace con las demás ciencias, sino que cuando se han frecuentado durante largo tiempo estos problemas y cuando se ha convivido con ellos, entonces brota repentinamente la verdad en el alma, como de la chispa brota la luz y en seguida crece por sí misma (ibid., p. 1608)8. 7. En Platón, Obras completas, Aguilar, Madrid, 1966, p. 1607. 8. Esta idea de la luz-chispa, que aquí aparece como una experiencia final y excepcional se convertirá en un hecho universal y permanente en la teoría agustiniana del cono- 197 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO De Platón han permanecido vivas muchas sentencias, que han alimentado el espíritu de los cristianos, teólogos y no teólogos. Los teólogos le deben un agradecimiento infinito por haber emplazado al hombre ante los dioses-Dios, exigido a los responsables de la ciudad pensar y programar una manera digna de hablar de él (el primer texto donde se reclama una teología en la ciudad), exhortado a los jóvenes a buscar la verdad justamente mientras son jóvenes para que con los años no se les escape de entre las manos. Pero a la vez los ha exhortado a no exagerar los problemas y las dificultades que en su juventud encuentran al pensar la existencia de Dios: Hijo mío, tú eres joven: el paso del tiempo te hará cambiar de opinión sobre muchos puntos hasta llegar a pensar lo contrario de lo que actualmente piensas. Espera, pues, hasta ese momento para decidir sobre cuestiones de tanta monta: la mayor de todas ellas, aunque tú no le des ninguna importancia, es el pensar correctamente acerca de los dioses y, consiguientemente, el vivir una vida buena o todo lo contrario... He conocido muchos de esos dominados por tal enfermedad y fíjate bien en lo que puedo decirte sobre todos ellos: ninguno de aquellos a quienes desde su juventud se les ha inculcado la idea de que los dioses no existen ha llegado nunca a su vejez manteniéndose en la misma opinión (Leyes 888a). Lo divino y la pasión del hombre por conocerlo, llegar a convivir con y asemejarse a ello son dos constantes en Platón que le han convertido en un amigo perenne de los cristianos. Esto no ha abaratado la palabra sobre Dios; todo lo contrario, subraya la importancia de nuestro conocimiento y relación con Dios a la vez que la dificultad de llegar a conocerlo y de hablar bien de él. La frase siguiente es un tópico repetido constantemente en el Medievo, que alimenta hasta nuestros días la teología apofática y legitima el silencio de los místicos ante Dios (tibi silentium laus, «sea para ti una alabanza nuestro silencio»): Según hemos dicho, es necesario que todo lo que ha nacido haya nacido por la acción de una causa determinada. Sin embargo descubrir al autor y al padre cimiento. «Hay una luz con la que discernimos todas esas realidades mencionadas [...] Esta luz fulgura invisible, inefable y, sin embargo, inteligentemente, y es para nosotros tan cierta cuanto son para nosotros ciertos los objetos que contemplamos por medio de ella». Las tres palabras clave en la antropología espiritual de san Agustín son imago Dei, capax Dei, lumen mentis. Desde ahí piensa la relación del hombre con Dios. ¿Ha vivido experiencias místicas similares a las que describe Porfirio en la Vida de Plotino? No sabemos exactamente qué leyó de Platón, y parece seguro que no leyó las Enéadas. Hay, entre otros, dos textos fundamentales que pueden hacernos pensar en una verdadera experiencia mística y no solo metafísica: Confesiones 9, 10, 23 (visión de Ostia) y 10, 40, 65. Cf. A. Mandouze, «Où en est la question de la mystique augustinienne», en Augustinus Magister (1954), y recogido en el volumen Avec et pour Augustin. Mélanges, París, 2013, pp. 403-482. 198 EL MARCO FILOSÓFICO DE LA MÍSTICA CRISTIANA: LA TRADICIÓN PLATÓNICA de este cosmos es una gran hazaña y una vez que se le ha descubierto es imposible darle a conocer de forma que llegue a todo el mundo (Timeo 28-29). 3. Plato christianus Esta aportación y usufructo de Platón por los cristianos ¿ha sido una promoción del cristianismo o su perversión? La afirmación platónica del éros, o movimiento del hombre volviendo a su origen, elevándose a su principio y amando así a Dios, ¿es un intento de captura de Dios por el hombre en contradicción con la categoría central del Nuevo Testamento: el agápe descendente, del Dios manifestado al hombre en la cruz y resurrección de Cristo? La recepción de Platón en el cristianismo no fue una simple operación de traspaso de una filosofía a la teología o a la vida espiritual. Es una historia de discernimiento permanente en adhesión y rechazo, de selección de afirmaciones y de respuesta en negaciones. Sin embargo es una solución demasiado fácil decir que el cristianismo es el contenido expresado (fe) y el platonismo es la forma expresiva (filosofía). Uno y otro son perfectamente diferenciables pero tienen no pocos elementos comunes y se han influenciado de manera positiva unas veces y negativa otras. Hay un Plato christianus y hay un Christianismus platonicus9. Hay un platonismo que puede ser considerado como una preparación del hombre para el Evangelio al mostrar la apertura-tensión hacia lo Divino como estructura antropológica constituyente, mientras que hay otro platonismo algunas de cuyas tesis fundamentales son inconciliables con el credo de los cristianos. Pero más que las tesis concretas de la filosofía platónica como sistema ha influido en los espirituales y en la tradición espiritual cristiana el tenor fundamental de su espíritu anhelante de lo último Real, más allá de la apariencia de las cosas y de la fugacidad del tiempo, de la Belleza y del Bien, que trasciende al ser y está más allá del ser. Los cristianos ¿podían evitar poner nombre personal a esas realidades y pensar al Dios de Jesucristo con esas categorías religando a él toda la realidad? Para ellos uno y el mismo es el Dios de la creación y el Dios de la salvación en la historia. ¿Cómo no seguir la máxima platónica de vida: «Ase9. J. Daniélou fue pionero en el estudio de la influencia del platonismo en la mística cristiana, además de autor de monografías sobre la espiritualidad de los Padres a la vez que de Filón: Platonisme et théologie mystique. Étude sur la doctrine spirituelle de Saint Grégoire de Nysse, París, 1944; Íd., «Introducción» a H. Musurillo, From Glory to Glory, Londres, 1954 (antología de textos de san Gregorio de Nisa especialmente de la Vida de Moisés y del Comentario al Cantar de los Cantares); Íd., Philon d’Alexandrie, París, 1958; Íd., L’Être et le temps chez Grégoire de Nysse, Leiden, 1970. Cf. E. von Ivanka, Plato Christianus. La réception critique du platonisme chez les Pères de l’Église, París, 1990; y la síntesis en las breves páginas de S. Lilla, «Platonismo y los Padres», en A. di Berardino (dir.), Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana II, Sígueme, Salamanca, 1992, pp. 1786-1810; O. Clément, Sources. Les mystiques chrétiens des origines. Textes et commentaires, París, 1982. 199 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO mejarse a la divinidad en la medida de lo posible»? Esta fórmula, ¿no era equivalente del imperativo evangélico: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto»? Aquí radica el nervio de las diferencias. El Dios al que los cristianos se proponían asemejar es un Dios encarnado y crucificado por nosotros. Y el modo de asemejarse es amarle como él nos ha amado a nosotros. Ambas realidades (oferta divina de amor al hombre y respuesta humana en amor a Dios) las encontramos vividas por Jesucristo y podemos descubrirlas y apropiárnoslas por la docilidad al Espíritu Santo dado a cada creyente. 4. Plotino Si hubiera que buscar un exponente de la tradición platónica, revivida y recreada, a la vez que de lo que podemos llamar «filosofía mística» o «mística filosófica», el nombre inevitable es Plotino10. Él está al final de una larga cadena de autores que recrean el platonismo en un marco cultural nuevo, dando lugar a lo que luego se ha designado «neoplatonismo». De él tenemos el testimonio directo de su discípulo Porfirio, que nos ha legado una síntesis biográfica junto con una ordenación doble de todos los escritos del maestro: una la cronológica y otra la sistemática, que es la que ha prevalecido en las ediciones de sus seis Enéadas, título bajo el cual se han seguido publicando hasta hoy los cincuenta y seis tratados que las componen. Los temas son éticos, físicos, antropológicos y estrictamente metafísicos relativos al Uno, a la inteligencia y al alma. Si la figura de Platón nos aparece con la sensación de potencia intelectual y de poder social, de magisterio y de proyecto filosófico total, en la de Plotino aparecen otros caracteres más cercanos a la vida de cada hombre. Su dedicación absoluta a la filosofía y su forma de vida decididamente ascética, con una serenidad de mirada, sobriedad de vida y carácter casi franciscano, le otorgan un cierto poder de fascinación. De él se ponen en boca de un oráculo estos calificativos: Plotino, dice Porfirio, era fino y suave, apacibilísimo y afable como sabíamos por nosotros mismos que lo era realmente. Y se dice que vivía insomne, manteniendo el alma pura y siempre en marcha afanosa hacia la divinidad, a la que amaba con toda su alma11. 10. «Plotino es más que un episodio en nuestro tránsito de Platón a los Padres de la Iglesia. En él encontramos el exponente supremo de un elemento permanente en lo que podríamos llamar ‘filosofía mística’» (A. Louth, The Origins of the Christian Mystical Tradition, cit., p. 28). 11. Porfirio, Vida de Plotino 23, 1-5, en Plotino, Enéadas I, Gredos, Madrid, 1982, p. 166 (con una rigurosa introducción general, anotación y traducción de J. Igal). Existe una edición bilingüe en griego y francés de É. Bréhier (7 vols., París, 1956-1963) y traduc- 200 EL MARCO FILOSÓFICO DE LA MÍSTICA CRISTIANA: LA TRADICIÓN PLATÓNICA Estos rasgos, junto con otros como su relación con los niños, sus capacidades pedagógicas, su cuidado de aquellos que le entregaban a su dirección, hacen de Plotino una figura que, al tiempo que nos recuerdan inevitablemente algunos aspectos de la figura de Jesús, nos hacen patente la diferencia. Los temas fundamentales de su filosofía son los mismos de Platón y el mismo su vocabulario: la huida de este mundo, la subida al reino de la Belleza-Bien-Uno, el retorno al origen y a nuestra verdadera existencia anterior, la entrada en nosotros mismos. Con iguales palabras ambos intentan explicar la relación de este mundo con las realidades supremas que lo fundan: participación, procesión, emanación, dependencia y retorno. Estas palabras caracterizarán a casi todos los exponentes de la tradición neoplatónica, frente a las de causalidad y efectividad que caracterizarán a la tradición aristotélica, la cual, estando menos preocupada de la trascendencia y con menos interés antropocéntrico aparente, se refiere a la estructura inmediata de este mundo y a los sentidos que nos la acercan. Estos son los términos centrales en cada una de estas tradiciones: participación (Platón), causalidad (Aristóteles), emanación-procesión (Plotino). El cristianismo, mientras que se sentirá cercano a la primera y usufructuará ampliamente la segunda, sin embargo mantendrá su distancia frente a la tercera, por ver amenazada la trascendencia del Dios creador respecto de sus creaturas. Dios es inmanente a nuestra naturaleza e historia pero a la vez absolutamente trascendente respecto de ambas. Si en Platón la categoría clave es el Bien, soberano en el orden de las realidades inteligibles como lo es el Sol en el orden de las realidades sensibles, en Plotino la categoría central es el Uno-Bien-Belleza. A él está ordenado el hombre y a él se allega por un triple camino: la negación, la trascendencia y la analogía, fórmulas que, en parte desprendidas de su tronco plotiniano, se van a integrar en un pensamiento más realista y en alguna forma más secular como es el de santo Tomás, referidas explícitamente a Dios. Del Uno (Bien, Belleza, Dios) se dirá en adelante que no es ninguna de las cosas que conocemos, que está más allá de ellas o las trasciende a todas, que en cierta manera las es y constituye a todas. Aquí se unen referencias de múltiple origen para afirmar que Dios no es el ser ni la esencia ni la palabra sino que está más allá de todas ellas y, por tanto, es decible desde todas pero no es definible desde ninguna, porque a todas precede, constituye y sobrepasa. El alma tiende al conocimiento, a la visión y a la participación del Uno-Bien, respecto del cual es afín y por ello puede conocerlo. En este orden sigue presente el principio del conocimiento de lo semejante por lo ción inglesa de S. MacKenna y B. S. Page (Londres, 1969). Véase también P. Hadot, Plotin ou la simplicité du regard, París, 1973. 201 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO semejante, que ha seguido vivo desde Platón a Goethe12. Con una terminología tomada del mundo de los misterios, Plotino habla del sacerdote sabio, de la contemplación del sagrario y de una forma de conocimiento como resultado de llegar desde las afueras hasta el interior: Y aunque no llegue hasta allá por considerar que el sagrario es cosa invisible como lo es la Fuente y el Principio, sabrá que la visión es del principio por un principio y que el consorcio es también de semejante con semejante, no descuidando ninguna de cuantas cosas divinas es capaz el alma de alcanzar aun antes de la contemplación (Enéadas VI, 9, 11, 30). En el camino de la larga preparación moral e intelectual aparecen los tres imperativos a los que hay que corresponder para llegar al acceso directo al Uno, que es propio de un orden superior a la ciencia y consiguiente a la revelación súbita, en una experiencia análoga a la epopteia que proponen las religiones mistéricas. La primera exigencia es despojarse de todo: «He aquí la verdadera meta del alma: el tocar aquella luz y contemplarla con esa misma luz; no con luz de otro, sino contemplar la misma luz por la que ve. Porque la luz por la que fue iluminada, es la luz que debe contemplar, ya que ni siquiera al Sol lo vemos con luz ajena». «Y esto, ¿cómo se puede lograr?». «¡Despójate de todo!» (ibid. V, 3, 17, 38)13. La segunda exigencia es la huida solo al Solo, imperativo con el que se cierran las Enéadas: Y esta es la vida de los dioses y la de los hombres divinos y bienaventurados: un liberarse de las demás cosas, de las de acá, un vivir libres de los deleites de acá y un huir solo al Solo (ibid., VI, 9, 11, 51; VI, 7, 34, 7-8; I, 6, 7, 9). El tercer imperativo es partir hacia la patria, emprendiendo el viaje, cerrando los ojos y no poniéndolos en los medios, trocando esta vista por otra y despertando esa vista interior que todos tienen, pero pocos usan: «‘Huyamos, pues, a la patria querida’, podría exhortarnos alguien con mayor verdad. ¿Y qué huida es esta y cómo es?». «Zarparemos como cuenta el poeta (con enigmática expresión creo yo) que lo hizo Ulises abandonando a la maga Circe o Calipso, disgustado de haberse quedado pese a los placeres 12. Cf. Enéadas VI, 9, 11, 32 y Goethe: «Wär nicht das Auge sonnenhaft, / die Sonne könnt es nicht erblicken; / läg nicht in uns des Gottes eigne Kraft, / wie könnt uns Göttliches entzücken?» [Si no fuera el ojo solar, / no podría ver el Sol; / si no habitara en nosotros la energía propia de Dios, / ¿cómo podría cautivarnos lo divino?] (Zahmen Xenien III). 13. Este motivo es el mismo que la tradición espiritual tomará de Sal 35, 10 (V): Quoniam apud Te est fons vitae et in lumine tuo videbimus Lumen («Ya que en ti está la fuente de la vida y en tu luz [te] veremos [a ti, que eres la] Luz»). 202 EL MARCO FILOSÓFICO DE LA MÍSTICA CRISTIANA: LA TRADICIÓN PLATÓNICA de que disfrutaba a través de la vista y de la gran belleza sensible con que se unía. Pues bien, la patria nuestra es aquella de la que partimos y nuestro Padre está allá» (ibid., I, 6, 9). El esfuerzo ascético y la penetración intelectual orientan hacia un columbrar nuestro de la meta, que más bien es ver que la meta se acerca a nosotros. De Plotino nos dice Porfirio que la penetración intelectual en los problemas que aquel poseía era resultado de una luz divina que le guiaba en la vida, deteniéndolo unas veces e impulsándolo otras y que le inspiraba ideas y palabras, «de suerte que lo que escribió fuese escrito en virtud de la contemplación y visión dispensada por los dioses»14. El punto cumbre de ese conocimiento y unión es la salida de sí hacia una realidad de otro orden (éxtasis), que solo al fin de un largo itinerario se alcanza. De sí mismo dice Porfirio que lo logró una vez y Plotino cuatro: A este hombre demónico, muchas veces cuando se remontaba al Dios primero y trascendente en sus pensamientos y siguiendo las etapas trazadas por Platón en el Banquete, apareciósele aquel Dios que carece de figura y de forma y está asentado sobre la Inteligencia y sobre todo lo inteligible. Yo, Porfirio, que estoy en el año sexagesimoctavo de mi vida declaro haberme allegado a ese Dios y haberme aunado con él una sola vez. Pues, bien, Plotino vio asomar la meta ya cercana; porque para él el fin y la meta consistían en aunarse con el Dios omnitranscendente y en allegarse a él. Cuatro veces, mientras estuve yo con él, alcanzó esta meta merced a una actividad inefable (ibid.). Una primera lectura rápida de Plotino nos puede hacer caer en un engaño: pensar que estamos ante una mística intelectualista, en la que la contemplación y la aspiración al conocimiento del Uno lo son todo. Sin embargo, en Plotino accedemos primero a una filosofía-mística del amor y de la deificación después, pudiendo a partir de ellas hablar de una experiencia. Unión del alma, que es participación y vida nueva distinta de todo lo que ella anteriormente ha conocido, pudiendo ya prescindir de todo y dejando que todo corra su curso, sin que se vea afectada la parte de nuestro ser que está en contacto con Dios. El que no tenga experiencia de ello, colija de acá y de los amores de acá cual será el encuentro con el Amor de sus amores; sepa que los amados de acá son mortales y nocivos, son amores de simulacros y versátiles porque no eran el verdadero Amado, ni el Bien nuestro el que buscamos. Allá, en cambio está el verdadero Amado, con el que podemos unirnos participando de él y poseyéndolo realmente y no abrazándolo por de fuera carnalmente. «Si alguno vio, sabe lo que digo»; sabe que el alma entonces está en posesión de una vida distinta desde el momento en que se acerca a él, y se allega a él y 14. Porfirio, Vida de Plotino 23, en Plotino, Enéadas I, cit., p. 166. 203 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO participa de él hasta el punto de darse cuenta, en ese estado, de la presencia del proveedor de la vida verdadera (Enéadas I, 6, 9, 9). Contemplación continua, participación en la vida verdadera, amor con el que es proveedor de esa vida: eso es la unión con el Bien. Llegamos al tránsito del orden intelectivo y dilectivo al orden personal metafísico: una unión que es divinización, donde el alma y el Uno, siendo dos, no son dos. El autor exclama: Visto y visión no son dos cosas, ¡audacia es decir de ambos como de una sola cosa! El alma llega a ser una cosa con él como el vidente y lo visto; un centro con otro coinciden. Mientras coinciden son una cosa; son dos cuando se separan (ibid. I, 6, 9, 10). Uno de los últimos párrafos de las Enéadas propone el camino de la ascensión y contemplación de sí mismo como reflejo del modelo divino para llegar a la patria. «Y si partiendo de sí mismo como imagen se remonta hasta el Modelo, alcanzará la meta de su peregrinación» (ibid. VI, 6, 10, 45). Luego, hablando al mismo tiempo de amor y de deificación, nos parece estar oyendo los comentarios de san Juan de la Cruz a las estrofas finales del «Cántico espiritual», en el que estas dos categorías, amor y deificación, se suman. «Y entonces es cuando es posible ver a aquel y verse a sí mismos según es lícito ver: a sí mismo esplendoroso y lleno de luz inteligible; mejor dicho, hecho luz misma, pura, ingrávida y leve: hecho dios, mejor siendo dios; se verá todo encendido en aquel instante» (ibid. VI, 6, 9, 55). En Plotino nos sale al encuentro una serenidad teñida con un cierto deje de melancolía; en san Juan de la Cruz, una soledad sonora y un gozo amoroso con todas las criaturas. Esa alegría tiene su máxima expresión en la «Oración de alma enamorada», que concluye así: «Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en migajas que se caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate en tu gloria; escóndete en ella y goza y alcanzarás las peticiones de tu corazón»15. Aquí no hay contraposición entre interioridad y exterioridad, el alma y el mundo, la trascendencia de Dios y su inmanencia en las criaturas. 5. Plotino cristiano Estamos ante un autor en el que las semejanzas con el cristianismo son reales, en la medida en que este elabora un camino para llegar al conocimiento y unión con Dios, camino que incluye toda una ascética y rea15. Dichos de luz y amor 27, en Íd., Obras completas, EDE, Madrid, 1988, p. 91. Cf. A. Bord, Plotin et Saint Jean de la Croix, París, 1996. 204 EL MARCO FILOSÓFICO DE LA MÍSTICA CRISTIANA: LA TRADICIÓN PLATÓNICA lización de la vida intelectual y moral. Es el mismo hombre al que el cristianismo y Plotino se refieren y es la misma meta de la que hablan: llegar a la patria definitiva. Sin embargo, en la medida en que uno se sumerge en las corrientes profundas que mueven las aguas en el mar de Plotino y en el del cristianismo, mayores aparecen las diferencias. El Uno-Bien se puede ver relacionado con el Dios de Abrahán y de Jesucristo; pero este, por su encarnación, compartiendo nuestra naturaleza y destino, nos sitúa en otro universo. No es extraño que el discípulo por antonomasia de Plotino, Porfirio, publicase un libro contra los cristianos16. Eran para él los destructores de la filosofía y de la religión propia del hombre contemplativo. El origen (creación) y el medio (revelación, encarnación), como huellas de ese Absoluto impresas en la historia y en la conciencia del hombre, alejan al Dios de los cristianos del Dios de Plotino. Es verdad que los cristianos pueden ver en sus palabras sobre el Bien una forma de reconocer rasgos de su Dios, mientras que en cambio Plotino nunca podría reconocer en Jesucristo crucificado la faz y entraña de su dios. No sabemos hasta qué punto las palabras que momentos antes de morir dirige a Eustoquio, médico y discípulo querido, reflejan su última actitud: «A ti te estoy aguardando todavía... Esfuérzate por elevar lo que divino hay en nosotros hacia lo que hay de divino en el universo»17. Lo divino del universo es destino y morada del hombre. Las últimas palabras de Jesús remiten al Padre en oración y obediencia (Marcos-Mateo), mostrando que ha respondido a su encargo y ha llevado a término la obra encargada (Juan). En sus divinas manos creadoras deja su destino final. Después de haber orado e intercedido por quienes le habían entregado a la muerte, por los que morían a su lado y «por todos», «por vosotros y por la inmensa muchedumbre» (Lucas)18. La lógica de fondo en Plotino es un pensamiento que anhela, tiende y se siente arrastrado hacia lo divino. Solo aparece algún signo puntual de la presencia activa o de la llamada personal de la divinidad a él. La lógica determinante del cristianismo, en cambio, es la palabra de Dios que precede y despierta, personaliza y envía al hombre cargándole con 16. «Su profundo conocimiento tanto del judaísmo como del cristianismo le permitió lanzar contra este último el ataque más violento que recuerda la cristiandad: los quince libros Katá jristianôn, Contra los cristianos, compuestos después del 270» (F. Beatrice, «Porfirio filósofo», en A. di Berardino [dir.], Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana II, cit., p. 1824). Cf. un clásico: P. de Labriolle, La réaction païenne. Étude sur la polémique antichrétienne du Ier au VIe siècle, París, 1950. Y para la respuesta cristiana, véase E. Sánchez Salor, Polémica entre cristianos y paganos a través de los textos, Akal, Madrid, 1986. 17. Porfirio, Vida de Plotino 2, 25, cit., p. 131. 18. Todos los evangelistas leen el sentido de los momentos del final de Jesús con ayuda de los salmos (cf. Mt 27, 44-47: Sal 22, 2; Mc 16, 33-35: Sal 22, 2; Lc 23, 45: Sal 31, 6; Juan pone en boca de Jesús esta expresión de su obediencia filial a la obra encargada por el Padre: «Todo está cumplido», sin referencia sálmica ninguna). 205 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO una misión. Palabra, nombre, misión y persona coinciden ya para quien existe desde Dios y delante de Dios. Esta lejanía a realidades tan esenciales del cristianismo como la gracia, la Iglesia, las mediaciones sacramentales del Absoluto y la representatividad intercesora de uno por todos (Jesucristo cabeza de la humanidad, redentor, nueva humanidad, la solidaridad de destino entre los cristianos) ha llevado a algunos autores a un juicio tan negativo como el siguiente: «La huida del solo al Solo». La gran familiaridad que ha logrado esta frase es una medida de la influencia de Plotino. Ella contiene lo esencial de la búsqueda mística tal como él la ve: un camino solitario que conduce al Uno, soberano en trascendencia solitaria. El Uno no tiene ninguna preocupación por el alma que lo busca, ni tampoco tiene el alma nada más que una preocupación ocasional para los demás que están haciendo la misma búsqueda: no tiene compañeros. Solitud, aislamiento: la implicación de esta actitud mina toda posibilidad de la doctrina de la gracia —el Uno no conoce a los que lo buscan y por ello no puede volverse hacia ellos— y de cualquier comprensión positiva de la co-inherencia del hombre con el hombre. Estas limitaciones revelan la oposición radical existente entre la visión platónica y la teología mística cristiana19. 6. El final de la hegemonía griega en el pensamiento cristiano En los cuatro primeros siglos de la Iglesia implantada en el área helenística (que incluía a la propia Roma) conviven tradiciones de muy diverso origen a la hora de pensar a Dios, junto con el camino del hombre hacia su conocimiento y a la unión con él. La perspectiva es fundamentalmente iniciática, cognoscitiva y metafísica. Tradiciones estrictamente filosóficas, elementos órficos y pitagóricos se suman con las tradiciones judías y los nuevos elementos específicamente cristianos. Mitos, misterios, mística, elementos simbólicos de la tradición judía, aspectos sacramentales del cristianismo, lectura «mística» o simbólica y alegórica de la Biblia, instituciones monásticas orientadas al seguimiento radical de Cristo en el desierto: todos estas hebras forman el tejido y empedran el camino del hombre hacia Dios en su triple momento de purificación y ruptura con el mundo que está bajo el maligno, de iluminación con la palabra del propio Dios que nos ha enseñado desde dentro por su inserción en nuestra historia y de unión con él, pensada unas veces en clave de amor personal y otras con categorías de restauración de la imagen originaria perdida por el pecado, de transformación y de identificación metafísica (deificación). A partir de estos presupuestos habría que extender el mapa de los autores que colaboraron explícitamente a la elaboración de una teología 19. A. Louth, The Origins of the Christian Mystical Tradition, cit., p. 50. 206 EL MARCO FILOSÓFICO DE LA MÍSTICA CRISTIANA: LA TRADICIÓN PLATÓNICA espiritual que va más allá de la teología dogmática o de la propuesta moral, si bien es verdad que en estos autores, casi todos ellos obispos o monjes, esas tres ramas del árbol de la conciencia cristiana nunca fueron separadas. Unas y otras ramas fueron elaboradas principalmente en comentarios a la Sagrada Escritura, en la predicación homilética, en la exposición del credo a los catecúmenos, en las catequesis bautismales y, solo de manera secundaria y, en momentos posteriores, en escritos apologéticos elaborados en las escuelas teológicas frente a los paganos (Orígenes y Celso) y judíos (Justino y Trifón) o en escritos polémicos frente a los herejes. Esto significa que no podemos buscar exposiciones sistemáticas ni respuestas explícitas a posteriores preguntas concretas de la vida espiritual, que entonces no iba separada de la confesión dogmática en la Iglesia ni de la ejercitación moral en el mundo. Los grandes nombres que hay que tener presentes para nuestro tema son Orígenes, san Gregorio de Nisa, Evagrio el Póntico, Macario, Diadoco de Fótice y, por otras razones, Filón de Alejandría y luego Proclo20. Todos ellos, en mayor (Escuela de Alejandría) o menor medida (Escuela de Antioquía), están influenciados por el aura de platonismo que impregna esos primeros siglos. Se parte de que la verdadera filosofía, que buscaban los griegos, la ofrece el cristianismo, de que el judaísmo había sido una preparación para el Evangelio y que ahora ya solo era comprensible desde este21. Las dos cumbres en este orden son Orígenes y Gregorio de Nisa, ambos exégetas a la vez que filósofos. En ellos encontramos lo que será una característica de la mística cristiana, tejida con la filosofía en una mano y en la otra con la Biblia leída en la Iglesia: ambos escriben tratados teóricos sobre la oración y contemplación a la vez que comentarios al Cantar de los Cantares. Ambos son máximos exponentes de una simultánea voluntad de fidelidad a Platón y a Moisés, a los apóstoles y a los filósofos. Esta voluntad de conjugación es el fundamento de su grandeza pero también de su ambigüedad: si prevalece todo Platón, hay que olvidar libros completos de la Biblia; y si, en cambio, prevalece la Biblia, hay que olvidar libros enteros de Platón. Al mismo tiempo hay que recordar que el platonismo fue la máxima pero no la única voz filosófica 20. Dado el carácter de estas páginas, valga con remitir a las obras fundamentales: M. Viller, La spiritualité des premiers chrétiens, París, 1930, reelaborado y ampliado por K. Rahner en Aszese und Mystik in der Väterzeit. Ein Abriss der christlichen Spiritualität [1939], Friburgo de Brisgovia, 1990; L. Bouyer, La spiritualité du Nouveau Testament et des Pères, París, 1960; B. McGinn, The Presence of God. A History of Christian Mysticism I. The Foundations of Mysticism. Origins to the Fifth Century, Nueva York, 1991, Londres, 1992; K. Ruh, Geschichte der abendländischen Mystik I. Die Grundlegung durch die Kirchenväter und die Mönchstheologie des 12. Jahrhunderts, Múnich, 1990. 21. Cf. H. Urs von Balthasar, «Filosofía, cristianismo, monacato», en Íd., Ensayos teológicos II. Sponsa Verbi, Cristiandad, Madrid, 1964, pp. 405-448. 207 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO que se oyó en la Iglesia. El aristotelismo, el estoicismo, la literatura griega, los retóricos y los poetas fueron también fuente de influencia y de creatividad en el cristianismo de los primeros siglos. Las grandes figuras de la Iglesia en el siglo IV-V (Basilio, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa, Juan Crisóstomo) recibieron la misma formación que los grandes oradores y filósofos de su momento (v.g. Libanio de Antioquía) y crecieron en amistad, diálogo y contraste con ellos. A partir de los siglos IV y V una nueva fuerza expresiva y protagonizadora de la vida de la Iglesia es el monacato22. A la era de los mártires como avanzada de la radicalidad evangélica, poniendo la vida en juego por Cristo, sucede una segunda instancia, decidida a librar a la Iglesia de la mundanización que la amenazaba y a mantener en alto las exigencias de totalidad y pureza que presenta el Evangelio. Religión de contraste frente al compromiso con el mundo, de fidelidad total a los preceptos evangélicos y de orientación escatológica. En este medio espiritual surge otra forma de pensar y de realizar el camino de la perfección evangélica. El desierto, el seguimiento de Cristo pobre, la locura de la cruz enfrentada como sabiduría a la sabiduría de este mundo, la radicalidad ascética y la pasión contemplativa del solo con el Solo determinarán las nuevas formas de espiritualidad. El monje se convierte en el cristiano normativo. Esta radicalidad monástica no siempre fue unida a la formación bíblica y teológica que tenían Orígenes y Gregorio de Nisa. En estos grupos monásticos se manifestó algunas veces un radicalismo, fruto en parte de la ignorancia y en parte de la parcialidad ideológica. Durante la patrística los monjes fueron un elemento decisivo en las controversias cristológicas y también en la elaboración de lo que luego se designará ascética y mística, tanto en Oriente (san Gregorio de Nisa, Evagrio, Diadoco de Fótice, Simeón el Nuevo Teólogo...)23, como en Occidente (san Benito, Casiano...). 22. Cf. G. M. Colombás, El monacato primitivo I. Hombres, hechos, costumbres, instituciones, BAC, Madrid, 1974; II. La espiritualidad, BAC, Madrid, 1975; A. Masoliver, Historia del monacato cristiano, 3 vols., Encuentro, Madrid, 1994. 23. Para toda este temática remitimos a tres autores fundamentales: A. Grillmeier, Cristo en la tradición cristiana, Sígueme, Salamanca, 1997; Íd., Fragmente zur Christologie. Studien zum altkirchlichen Christusbild, Friburgo de Brisgovia, 1997; M. Fedou, La voie du Christ. Genèses de la christologie dans le contexte religieux de l’Antiquité du IIe siècle au début du IVe siècle, París, 2006; Íd., Développements de la christologie dans le contexte religieux de l’Orient ancien. D’Eusèbe de Césarée à Jean Damascen (IVe-VIIIe siècle), París, 2013; Ch. Markschies, Hellenisierung des Christentums. Sinn und Unsinn einer historischen Deutungskategorie, Leipzig, 1912; S. Elm, Sons of Hellenism, Fathers of the Church. Emperor Julian, Gregory of Nazianzus and the Vision of Rom, Berkeley (CA), 2012. 208 Capítulo 3 LA MÍSTICA EN OCCIDENTE: HERENCIA Y CREACIÓN En el paso de Oriente a Occidente y de los grandes concilios cristológicos de los primeros siglos a la teología de la Edad Media hay dos nombres fundamentales para nuestra materia: san Agustín y el Pseudodionisio. Junto a ellos están también otros grandes maestros de la vida monástica como san Jerónimo, san Ambrosio, Casiano, san Gregorio Magno. San Agustín se impuso a la cristiandad occidental por la magnitud cuantitativa de su obra, por su extensión a todas las cuestiones esenciales del cristianismo, a todas las herejías y polémicas de la vida de la Iglesia. San Jerónimo le alaba sobre todo porque ha dado cuerpo verbal y conceptual al cristianismo en la cultura latina y ha sido capaz de defender en tal manera la fe católica que se ha ganado el odio de todos los herejes1. 1. San Agustín San Agustín no era filósofo profesional sino una mezcla de retórico y pensador por libre, si bien con toda la literatura latina en el cuerpo, especialmente Cicerón y Virgilio, que le permitieron forjar una nueva expresión del cristianismo, grávida de belleza y propositiva de verdad. Hay filósofos pensadores, hay filósofos escritores y hay filósofos sistematizadores. En alguna manera san Agustín fue las tres cosas y junto a cada uno de estos aspectos podríamos enumerar varias de sus obras. Él está ya a muchos 1. «¡Adelante! Eres celebrado en todo el mundo. Los católicos te veneran y contemplan como a un nuevo fundador de la fe (conditorem antiquae rursum fidei) y, lo que es signo de mayor gloria, todos los herejes te detestan. También a mí me persiguen con igual encono» (Carta 195 de san Agustín a san Jerónimo [año 418], en San Agustín, Obras completas XIb, BAC, Madrid, 1972, p. 94). Cf. Plotino, Porfirio, San Agustín. Semana castellano-leonesa de filosofía, Sociedad Castellano-Leonesa de Filosofía, Salamanca, 1989; J. Rist, «Plotinus and Christian Philosophy», en Ll. P. Gerson (ed.), The Cambridge Companion to Plotinus, Cambridge, 1999. 209 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO siglos de distancia de Platón y ha habido mucho trasiego filosófico entretanto. Conoce un platonismo difuso, centrado en una mirada a la interioridad antes que un sistema de ideas concretas. A Plotino le conoce a través de Porfirio. Junto a él otro nombre mediador de la cultura cristiana anterior es Mario Victorino. Esa herencia platónica, sin embargo, determina su personalidad. Son los temas siguientes: la contemplación de las realidades eternas que fundan y dan sentido a nuestro mundo, la trascendencia que nos libera de la espuma de los acontecimientos, la Belleza que nos llama y enamora, la interioridad como lugar de la verdad, la orientación irrefrenable del alma a Dios y, con él, la suficiencia para quien busca la verdad: «‘¿Qué quieres conocer?’ ‘Dios y el alma’. ‘¿Nada más?’ ‘Nada más’»2. Estas líneas de pensamiento se intensifican en algunos temas concretos con afirmaciones específicamente platónicas pero las fundamentales de Platón, como la preexistencia de las almas, el cuerpo como sepultura del alma, la relativización del tiempo y la nivelación de la muerte con la vida y, como consecuencia, la preparación para la muerte como tarea de la filosofía: todo esto desaparece o pierde fuerza en san Agustín. Quedan los ecos platónicos pero ya se han extinguido las voces. El Agustín lector del Hortensio de Cicerón y de los libros platónicos queda en alguna forma entero pero ya transido y transformado por las nuevas experiencias: las derivadas de su conversión, bautismo, inmersión en la Biblia como condición para ejercer el ministerio presbiteral, la responsabilidad episcopal y el enfrentamiento con todos los adversarios: paganos, judíos, herejes. Él nos abre su alma en las Confesiones, comenzando por decirnos lo que había encontrado y lo que no había encontrado en los libros platónicos3. Este libro es a la vez confesión de alabanza a Dios, confesión de fe dentro de la Iglesia y confesión de los propios pecados; nunca lo hubiera podido escribir un platónico de estricta observancia. Es obra de quien se reconoce encontrado por Dios, de quien se ve a sí mismo implicado en la vida y pasión de Cristo, de quien ha sido acogido por la Iglesia católica y ha tenido que ejercer el ministerio de la misericordia y de la esperanza como obispo. La diferencia de Agustín con Platón y Plotino es el Dios al que uno y otros se refieren. Para estos últimos la trascendencia de Dios tiene la primacía y su inmanencia al mundo es solo metafísica, mientras que para el cristiano Dios es el trascendente en la inmanencia, es Señor en el servicio, es Santo en el acogimiento del pecador, el Soberano en la humillación, el Poder en la cruz realizado 2. Soliloquios II, 7, en San Agustín, Obras completas I, BAC, Madrid, 61994, p. 484 (el capítulo, que en principio parece tratar de lo que se quiere saber, en realidad se titula: Quid amandum, «Qué se debe amar o qué merece ser amado»). 3. «Y en ellos leí... no lo leí allí» (Confesiones 7, 9, 13-15); «Nada de esto dicen aquellas letras...» (Ibid. 7, 21, 27). 210 LA MÍSTICA EN OCCIDENTE: HERENCIA Y CREACIÓN como solidaridad e intercesión por nosotros a la vez que el perdón de nosotros pecadores. Ese Dios humilde y humillado por nosotros, con su misericordia acreditada a favor de nuestra miseria, no era pensable ni aceptable para Platón y Plotino. Y esto es lo que ante todo diferencia para siempre una mística filosófica y una mística cristiana: ¿a qué Dios se refiere y dirige cada una? ¿Qué Dios se revela y se da a sí mismo en cada una de ellas? Eso que no encontró en los platónicos es para Agustín lo esencial: el Deus humilis, medicina et medicus nostrae salutis, «el Dios humilde, medicina y médico de nuestras enfermedades»4. Hay muchos elementos en san Agustín que le ponen en cercanía al pensamiento y la sensibilidad plotinianos, como su reflexión sobre la ideas, sobre el golpe de visión, el ictus de nuestro ojo interior lanzado al corazón del que es la Verdad, la Bondad y la Belleza y que solo rozamos leve e instantáneamente sin poder fijar de manera permanente nuestra mirada en él. La visión de Ostia, las descripciones de Dios en los primeros capítulos de las Confesiones y otros muchos textos nos permiten descubrir la semejanza del pensamiento de san Agustín con una mística filosófica como la de Plotino. Pero a la vez aparece la diferencia abismal. El Dios de Agustín es el Dios revelado en Jesucristo y dado a conocer a cada alma por el Espíritu Santo. La voz que nos llama ya no es nuestra indigencia y nuestra necesidad de amor, el éros del propio hombre, sino que es el agion pneuma, el Espíritu de Jesús que nos incita diciendo: «Ven hacia el Padre»5. El alma es imagen de la Trinidad y sus potencias (memoria, inteligencia y voluntad) son la impronta que no solo nos permite conocer al Ejemplar sino participar de su misma vida trinitaria al recordarle, pensar en él y amarle6. Las Confesiones son un eco permanente del salterio, actualizado en su situación personal. El lugar que ocupa la oración en un pensador es el indicio más seguro para conocer el fulcro de su filosofía7. 4. Cristo aparece antes que como maestro como médico, porque el hombre, a la vez que amante de la sabiduría, se ha reconocido como enfermo, caído y pecador incapaz de permanecer en sí si no permanece en Dios. Textos como el siguiente son una constante junto con el juego fonético: miseria hominis – misericordia Dei, Christus medicus hominis – homo mendicus Dei. «He aquí que no oculto mis llagas. Tú eres médico y yo estoy-soy (sum) enfermo; tú eres misericordioso y yo miserable» (Confesiones 10, 28, 39). La idea agustiniana del Dios humilde y humillado será central en Pascal: «Un Dieu humilié jusqu’à la Croix» [Un Dios humillado hasta la Cruz]; y también: «Il fallait que le Christ souffrit. Un Dieu humilié» [Era preciso que Cristo sufriera. Un Dios humillado] (Pensamientos 679 y 683 [ed. Brunschvicg]). 5. «Mi amor está crucificado y no queda ya en mí fuego que busque alimentarse de material; sí, en cambio, un agua viva que murmura dentro de mí y desde lo íntimo me está diciendo: ‘Ven al Padre’» (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos VII, 2, en Padres Apostólicos, BAC, Madrid, 1950, p. 479). 6. Cf. K. Ruh, Geschichte der abendländischen Mystik I, cit., pp. 352-359: «Imago Trinitatis: Die trinitarische Basis der Mystik Augustins». 7. La oratio-confessio, en su triple dimensión: como alabanza agradecida de la gracia de Dios, como confesión de los propios pecados y como súplica, constituye el corazón 211 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO La figura de Cristo, desfigurado en la cruz, es la imagen concreta del amor de Dios. Él es el camino que ha venido del otro lado del mar para que nosotros podamos vadearlo y sustraernos al abismo del ponto8. La respuesta a ese amor, acogido como don del Padre, determina toda la vida cristiana. Esta praxis de cristianismo nos aleja de una mística solamente filosófica. 2. El Pseudodionisio Cronológicamente posterior a san Agustín, es anterior a él en pensamiento y actitudes. Pertenece todavía plenamente al mundo griego; tiene una complejidad, casi ambigüedad, resultante de las controversias cristológicas, litúrgicas y sacramentales. De sus cuatro obras (Sobre los nombres divinos, la Teología mística, la Jerarquía celeste, la Jerarquía eclesiástica), las dos primeras son las que han ejercido mayor influencia: los Nombres divinos en la teología sistemática, y la Teología mística en la espiritualidad9. Son textos que no tienen la frescura y limpidez propias de una obra de genio; por eso, una vez que fue reconocida como evidente su identidad no apostólica y su contexto histórico (siglos V-VI) dejó de ejercer influencia. Hasta ese momento, la Teología mística ejerció tal influencia, derivada primero del pretendido carácter apostólico del autor como supuesto oyente de san Pablo en el Areópago, luego por el carácter esotérico de sus afirmaciones, mezcla de Biblia, liturgia y filosofía, y no en último lugar por su brevedad. Sus cinco capítulos, de apenas diez o quince páginas, llevan estos títulos: I. En qué consiste la tiniebla divina; II. Cómo es necesario unirse y ofrecer homenaje al autor trascendente de todas las cosas; III. Significado de la teología afirmativa y negativa; IV. La causa trascendental de toda realidad sensible no tiene en sí misma nada de sensible; V. La causa trascendental de todo lo inteligible no es en sí misma nada de inteligible. El propio título y ciertas palabras, como nube, tiniebla, rayo de tiniebla, fungieron de símbolos más que de conceptos, con la referencia de fondo siempre a las teofanías de Moisés en el Sinaí. La de la vida y del pensamiento de Agustín. No solo la hora de rezar sino toda la vida debe ser alabanza. Al orante le dice: Lingua tua ad horam laudat, vita tua semper laudet [Tu lengua alaba temporalmente, alabe siempre tu vida] (Enarrationes in Psalmos 141, 1). Cf. K. Ruh, Geschichte der abendländischen Mystik I, cit., pp. 113-115 («Gebetsleben»). 8. La idea de Cristo-Dios patria a la que vamos y de Cristo hombre-Camino que ha venido del otro lado del mar para que nosotros, asidos al navío de su cruz (mástil), podamos vadear el mar de este mundo es central en todo el pensamiento agustiniano, porque no basta ver la meta, es necesario conocer el camino (cf. Sermón 123, 3, 3; 141, 4, 4 y las Confesiones). Cf. G. Madec, La Patrie et la Voie. Le Christ dans la Vie et la pensée de Saint Augustin, París, 1989. 9. Cf. Obras completas, BAC, ed. de T. H. Martín, Madrid, 1990. Cf. Y. de Andia, «Pâtir les choses divines. Ouj movnon maqw;n ajlla; kai; paqw;n ta ; qei`a (DN 648B)», en Íd., Denys l’Aréopagite. Tradition et métamorphoses, París, 2006, pp. 17-36. 212 LA MÍSTICA EN OCCIDENTE: HERENCIA Y CREACIÓN negatividad aparece por primera vez en el horizonte de la teología pero también el carácter inefable de la realidad divina, el silencio y la oscuridad como lugares donde habita Dios. «Oscuridad» debe entenderse aquí como sinónimo de luz inaccesible y deslumbradora. La teología negativa y apofática tiene en el Pseudodionisio padre y maestro. 3. De Escoto Eriúgena, san Bernardo y los Victorinos a santo Tomás de Aquino En la Edad Media el universo griego en parte desaparece del horizonte, aunque de vez en cuanto tenemos oleadas de lo que se ha llamado orientale lumen [la luz del Oriente], que afecta sobre todo a los autores monásticos10. Un autor símbolo de esa influencia oriental y dionisíaca es Juan Escoto Eriúgena. Como todos los cristianos afectos a la lectura platónica, encontrará en el comentario al prólogo de san Juan el lugar ideal para expresar su convencimiento de cómo las realidades divinas anteriores y superiores a las creaturas fundan la vida que anima a estas y nos abren su inteligencia. En los comienzos de la Edad Media tenemos dos personalidades creadoras, cada uno en una línea: san Bernardo, con la acentuación del amor, y san Anselmo, con la acentuación de la inteligencia11. En ellos se une el rigor de la reflexión intelectual con el impulso del amor y hacia el amor. Si hubiera que señalar un lugar concreto donde filosofía (como pasión de verdad y voluntad de razón) y mística (como pasión de amor y voluntad de unión) se unen, elegiríamos a san Anselmo. Otras dos figuras importantes en este camino son los dos grandes exponentes de la escuela victorina: Hugo y Ricardo de San Víctor. La última fase de desarrollo y esplendor ocupa todo el siglo XIII con san Buenaventura y los franciscanos en la línea agustiniana, con santo Tomás y los dominicos en la línea aristotélica. En unos y otros sigue teniendo una autoridad indiscutida el Pseudodionisio, del que se hicieron varias traducciones al latín y del que escriben comentarios tanto san Alberto como santo Tomás. Cuando uno, tras haber recorrido el largo camino de la reflexión y de la experiencia cristiana en torno a los temas del conocimiento, amor y unión con Dios, llega a santo Tomás le sobresalta la gozosa impresión que producen su sobriedad, claridad, brevedad y precisión, al mismo tiempo 10. Cf. J. Leclercq, F. Vandenbroucke y L. Bouyer, La spiritualité du Moyen Âge, París, 1961; L. Genicot, La spiritualité médiévale, París, 1971; A. Vauchez, La espiritualidad del Occidente medieval (siglo VIII-XII), Cátedra, Madrid, 1985; A. Angenendt, Geschichte der Religiosität im Mittelalter, Darmstadt, 2000. 11. Las obras completas de san Bernardo están todas accesibles en la BAC con introducciones actualizadas. No lo están, en cambio, las de san Anselmo. Estas, editadas en 1952-1953, reclaman una actualización urgente que integre lo mucho que se ha escrito sobre él en estos sesenta años. 213 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO que su capacidad de integrar en una visión sistemática muchos aspectos que hasta entonces habían estado separados. ¿Cómo le ha sido posible la integración de la inmensa riqueza bíblica y teológica que encuentra en san Agustín con el acento espiritual del Pseudodionisio y el rigor sistemático que le exigía Aristóteles? La convergencia de estas tres autoridades o, si se prefiere, de la teología, la mística y la filosofía caracteriza la obra de santo Tomás. Es el genio que casi nunca niega, que purificando integra y excluyendo clarifica. No niega a Platón ni consagra a Aristóteles como el único maestro. Interpreta a uno y a otro desde sus mejores posibilidades y desde la óptica cristiana, completando o dejando en silencio lo que no es integrable. Esa integración es una transvaloración tanto de Platón como de Aristóteles. Primero son interpretados objetivamente en su sentido literal y luego son transferidos a una síntesis nueva, en la que juegan un papel distinto, porque en ella son material de organización y arrastre, no de inspiración y guía. Y tendrán razón quienes como Lutero digan que siguen siendo veneno para los cristianos, si bien él mismo, a pesar de la diatriba permanente contra Aristóteles, será capaz de llevarlo a su mejor posibilidad y de ponerlo al servicio del Evangelio12. Santo Tomás tuvo la capacidad de unir los diversos aspectos de la percepción cristiana de Dios: por la inteligencia y en el amor, como saber especulativo y experiencia afectiva, situando a cada uno de estos dinamismos del único hombre en su lugar propio: El conocimiento de la bondad y voluntad divinas es doble. Uno es especulativo. Por lo que a este se refiere, no nos está permitido dudar ni probar a ver si la voluntad de Dios es buena y si Dios es suave (como dice Sal 33,9: «Gustad y ved que el Señor es bueno»). Pero hay otro conocimiento de la bondad y voluntad divinas: el afectivo o experimental, cuando alguien experimenta en sí mismo el gusto de la dulzura divina y la complacencia en su voluntad como se dice de Hieroteo en Dionisio, Sobre los nombres divinos 2,9: que «aprendió las cosas divinas padeciéndolas-experimentándolas (per compassionem ad ipsa)». Y de este modo se nos exhorta a que probemos la voluntad de Dios y gustemos su suavidad (ST II-II q. 97 a. 2 ad 2)13. 12. «Mira con cuánta aptitud sirve Aristóteles con su filosofía a la teología, si no en el sentido que él quiso, sí en cambio si se le entiende y aplica mejor. Pues ha dicho cosas verdaderas, y creo que ha robado de otros sitios aquellas ideas que con tanta ostentación presenta» (Predicación del 25 de diciembre de 1514 [WA I, 28], cit. H.-G. Gadamer, Verdad y método, Sígueme, Salamanca, 1977, p. 250, nota 43. Gadamer precisa que le debe esta cita al gran exégeta H. Bornkamm). 13. Dos categorías esenciales en el pensamiento de santo Tomás introducen una diferencia esencial con la epistemología aristotélica: la de amistad y, sobre todo, la de la connaturalidad que crea la gracia, de acuerdo a 2 Pe 1,4: divinae consortes naturae [partícipes de la naturaleza divina]. Cf. L. Schütz, Thomas Lexikon (21895), Stuttgart-Bad Cannstadt, 1983, pp. 155-156; J. Maritain, Distinguer pour unir ou les degrés du savoir, 214 LA MÍSTICA EN OCCIDENTE: HERENCIA Y CREACIÓN 4. De santo Tomás a Eckhart, Nicolás de Cusa y Ockam Santo Tomás, en vano acusado de racionalismo, tiene expresiones explícitas donde habla del conocimiento experimental y afectivo de las divinas personas, más aún de la fruición (fruitio). Además de los dos textos siempre citados de ST I q. 1 a. 6 ad 2 y II-II q. 97 a. 2 ad 2 sobre el conocimiento afectivo y experimental de Dios, véase estos: «La criatura racional es perfeccionada por el don de la gracia santificante, no solo para hacer un uso libre del don creado, sino para disfrutar (fruatur) de la misma persona divina» (ST I q. 43 a. 3 ad 1); «In missione invisibili Spiritus sancti [...] redundat gratia in mentem et per illum effectum gratiae accipitur cognitio illius Personae divinae experimentalis» (In Sent I d. 14 q. 2 ad 2-3; d. 15 q. 2 ad 5; d. 16 q. 1 a. 2 sol). La cuestión 180 sobre la vida contemplativa es una filigrana de matices, más allá de las fáciles alternativas de escuela. En el contraste entre affectus e intellectus de otros autores él muestra la inseparabilidad de ambos; y lo mismo dice respecto del contraste entre el ver (videre) y amar (amare) a Dios como esencia de la vida contemplativa. Hay que releer con detenimiento esta cuestión de la II-II, especialmente los artículos 1 y 7. Cito como muestra solo dos textos: San Gregorio pone la vida contemplativa en el amor de Dios, en la medida en que alguien a partir de la dilección de Dios arde en deseo de contemplar su belleza. Y dado que cada uno se alegra cuando logra conseguir lo que ama, por consiguiente la vida contemplativa se ordena al gozo que reside en el afecto: y de ella también el amor se desprende (II-II q. 180 a. 1 resp). Y como síntesis de esta cuestión el siguiente texto: La vida contemplativa aun cuando esencialmente consiste en el entendimiento, se da principalmente en el afecto: en cuanto que, de hecho, cuando uno parte del amor es incitado a la contemplación de Dios. Y porque el fin corresponde al principio, de ahí se deduce que también el término y el fin de la vida contemplativa se dé en el afecto: pues mientras alguien se deleita en la visión de la realidad amada más se excita al amor. De ahí que san Gregorio en su comentario a Ezequiel diga que «cuando alguien ve a aquel que ama, se enardece más en el amor de él». Y esta es la última perfección de la vida contemplativa: que no solo se vea la verdad divina sino también que se la ame (II-II, q. 180 a. 7 ad 1). Por ello, frente al conocimiento especulativo, demostrativo, verificador, que trabaja con conceptos y datos manipulables, considera también el conocimiento por connaturalidad, por amor, por empatía. La experiencia París, 1935; Íd., «L’expérience mystique naturelle et le vide», en Íd., Quatre essais sur l’esprit dans sa condition charnelle, París, 1939, pp. 129-177. 215 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO mística se sitúa en este segundo orden. Por eso se la ha definido como conocimiento experimental, unión afectiva y percepción fruitiva de Dios. Las síntesis de filosofía y mística que encontramos en san Buenaventura, vista desde una perspectiva platónica, y en santo Tomás, desde una perspectiva sistemática orientada por Aristóteles, no van a encontrar equivalentes en los dos siglos posteriores. Surgen dos líneas como prolongación, en un sentido, y como ruptura, en otro, con estas dos síntesis del siglo XIII. Eckhart integra el aspecto metafísico, por un lado, y el aspecto de experiencia que es inherente a las realidades cristianas, por otro. Este segundo aspecto aparece sobre todo en sus predicaciones, en los escritos dirigidos al pueblo y, de manera muy especial, en los pensados para los conventos femeninos. Esta línea es prolongada por otros dos grandes dominicos: Suso y Tauler14. El pensamiento de Eckhart tiene unos acentos intelectualistas que inclinan a un lenguaje casi apersonal al hablar de Dios. Todo debe ser trascendido cuando hablamos de él pero no hasta tal punto que, al referirnos a la deidad de Dios, desaparezcan aquellos aspectos que en la Biblia son esenciales: su personalidad espiritual, su revelación positiva en la historia, su condición amorosa. Es un Dios con rostro, palabra e historia, muerte y cruz. Es Dios concreto; no es la deidad abstracta. Su pensamiento es de gran complejidad a la vez que de gran riqueza y se sitúa en la línea del Evangelio de san Juan, para el cual todo en el Logos es vida y él es la vida y la luz de los hombres. Por él siguen siendo creadas, es decir, son creadas y existen, piensan y son pensadas todas las cosas. La historia de la recepción teológica de Eckhart todavía no ha concluido. No le ha favorecido la apelación que a él han hecho el idealismo alemán en el siglo XIX, Heidegger en el siglo XX y ciertos nuevos movimientos como la gnosis, la New Age y otros, que contraponen el carácter metafísico, apersonal de lo divino a la comprensión cristiana de Dios. En esta misma línea hay que situar a Nicolás de Cusa, quien, siguiendo al Pseudodionisio sobre todo, propone la docta ignorancia, anticipada por san Agustín, como camino para acceder a Dios y, encontrándonos con él, conocerle. Este apofatismo, llevado al límite al afirmar la «coincidencia de los contrarios», casi nos pone en el borde de negar en Dios el principio de contradicción. En Dios todo coincide y a la vez está más allá de la contradicción: «Dios está solamente más allá de la coincidencia de los contrarios. En él coinciden lo grande y lo pequeño, lo mucho y lo poco. Y esto es la teología mística»15. El hombre tiene que ir más allá de toda fi14. Cf. K. Ruh, Meister Eckhart. Theologe. Prediger. Mystiker, Múnich, 1989; Íd., Geschichte der abendländischen Mystik III, pp. 216-388 (Eckhart); 417-476 (Suso); 476-528 (Tauler). 15. Nicolás de Cusa, Randbemerkung zum Albert-Kommentar zur «Mystischen Theologie», en Cusanus-Texte III, 1 (Sitzungsberichte der Heidelberger Akademie der Wissenschaften. Phil.-hist. Klasse, 1940/1941), Abhandlung 4. 216 LA MÍSTICA EN OCCIDENTE: HERENCIA Y CREACIÓN losofía, de todo conocimiento distinto y, desistiendo de sí mismo, abandonarse a Dios para que este le introduzca en la tiniebla y en ella se le dé a conocer. La infinidad de Dios hace posible esta coincidencia de saber y no saber, de oscuridad y claridad: «Y nadie puede ver místicamente a Dios a no ser en la oscura nube de coincidencia que es la infinidad»16. El final de la Edad Media supone una cierta inversión de la trayectoria anterior: del universo de las ideas al de las cosas; de los universales a los particulares; del Dios inteligencia que confiere realidad a las cosas haciéndolas inteligibles y sensatas al Dios del poder, de la soberanía absoluta y de los designios insospechables e imprevisibles; del Dios al que el hombre se puede confiar, porque el orden real actual lo refleja y es fiel, al Dios voluntad insondable en el pasado e imprevisible en el futuro. Tal postura hará posible una nueva lectura de las realidades escrutables por la ciencia en su particularidad; una nueva referencia a los hechos; un interés por la política como poder; y una lectura más realista de la Iglesia en sus determinaciones, afectada por los intereses, las servidumbres y el mal cotidiano. Las ciencias ganan y aparece una nueva filosofía, que en principio no tendría que ser enemiga de la mística, ya que el Dios de los cristianos no es la deidad, la infinitud, el Ser o el Uno, sino el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios particular y concreto, cuyos designios se descubren mirando al mensajero del reino, al Crucificado. No es lo primero una filosofía mística sino una historia que abre a la obediencia, al amor y a la praxis. La fe cristiana no es una fe que exige obediencia a una voluntad que se impone y de la que resulta la obligación moral. Es un don de Dios que, atrayendo y connaturalizando al hombre con su propio ser divino, le cualifica para conocerle y le abre a una percepción real, personal y experiencial. En esta recuperación de la particularidad, de lo concreto, de la carnalidad del cristianismo, con mayor atención a la humanidad de Jesús, vieron Ockam y Lutero aspectos esenciales para una teología y mística cristianas17. Lutero merece una reflexión especial. Aquí solo ofrecemos unos datos mínimos y le situamos en la historia anterior. Junto con Nicolás de Cusa, Lutero es la gran figura que recoge lo mucho que la mística renana había aportado a la espiritualidad: hereda, prolonga, enriquece y a la vez le imprime un vuelco a la totalidad. Lo mismo que Eckhart hablaba 16. Carta del 19 de septiembre de 1453 al abad y monjes de Tegernsee, en E. Vansteenberghe, Autour de la docte ignorance. Une controverse sur la théologie mystique au XVIe siècle, Münster, 1915, pp. 114 («mystice theologizantem») y 116 («mystice videre»). Síntesis y bibliografía en A. Dahm, «Mystik im Spannungsfeld von Glaube und spekulativem Anspruch bei Nikolaus von Kues»: Trierer Theologische Zeitschrift 122/4 (2013), pp. 277-305. 17. Cf. A. Gesché, Dieu pour penser III. Dieu, París, 1994, pp. 56-59 («L’intuition nominaliste et le geste théologique de Luther»). 217 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO de los Lebemeister (maestros de la vida), Lutero habla de los doctores de la conciencia y bajo su aureola sitúa a san Bernardo, san Buenaventura, Tauler, a quien lee y comenta, y la Theologie deutsch (Anónimo de Fráncfort), que él mismo edita. Lutero recoge de Tauler la diferencia entre el theologus doctrinalis (preocupado sobre todo por la lógica de las realidades cristianas, al que él había criticado en su Disputatio contra theologiam scholasticam) y el theologus experimentalis, que habla desde las realidades cristianas acreditadas para él en la tentación y en la tribulación, de donde su afirmación tajante: «Sola experientia facit theologum» [Solo la experiencia convierte a alguien en teólogo]18. Bajo el término «experiencia» pone estras tres ejercitaciones: oratio, meditatio et tentatio19. Solo quien ha sufrido, ha orado y ha padecido tentación sabe de Dios y desde él conoce la propia verdad o mentira, la verdad y la mentira del mundo. En la lógica de todo su pensamiento está anclada la idea de pasividad ante la acción de Dios y en este sentido aparece lo que en los autores ya citados era el «estado teopático». Es necesario no solo saber de Dios sino «padecer» a Dios. La fórmula es casi idéntica a la del Pseudodionisio —autor al que profesaba una radical antipatía—: «nota quod divina pati magis quam agere oportet» [Advierte que las cosas divinas conviene más experimentarlas-padecerlas que actuar sobre ellas»]20. Lutero acusa al Pseudodionisio de haber entregado la teología a la filosofía, de haber evacuado el escándalo de la cruz de Cristo y de esta forma dejar de ser cristiano21. A la larga, sin embargo, este proceso voluntarista en exceso y, con ello, antiintelectualista llevará a una pérdida del elemento de experiencia bajo el peso del elemento de ley positiva y de obediencia a la voluntad de Dios. Con esos excesos ante los ojos, y frente a todo radicalismo, tiene razón el protestante Leuba cuando, al concluir su reflexión sobre «Mística y teología dialéctica protestante», afirma: «Au total, si toute mystique n’est pas nécessairement chrétienne, toute foi chrétienne implique nécessairement une mystique» [En suma, si no toda mística es necesariamente cristiana, toda fe cristiana implica necesariamente una mística]22. 18. WA 1, 16, 13, n.º 46 (1531); WATR 5, 384, 5 s., n.º 5864; WA 25, 106, 27 (1527-1529). 19. Prefacio a la edición de Wittenberg de los WA (1539) (WA 50, 658; 29, 661, 8). 20. Glosas marginales a Tauler, en WA 9, 98, 28. Cf. Y. Congar, «Langage des spirituels et langage des théologiens», en VV.AA., La mystique rhénane, París, 1963; B. Moeller, «Tauler und Luther», ibid., pp. 157-168; A. de Libera, Eckhart, Suso, Tauler y la divinización del hombre, Barcelona, 1999. 21. Lutero, De captivitate babilonica, en WA 6, 562, 3 ss. 22. J.-L. Leuba, «Mystique et théologie dialectique protestante», en J. M. van Cangh, La mystique, París, 1988, p. 188. 218 Capítulo 4 FILOSOFÍA SIN MÍSTICA EN LA ERA MODERNA 1. Los nuevos mundos y las nuevas ciencias Si bien existió un renacimiento platónico y un nuevo conocimiento de los clásicos griegos a raíz de la caída de Constantinopla (1452) y la emigración de personalidades de Oriente a Occidente, especialmente en Italia con Marsilio Ficino como símbolo de un nuevo despertar del platonismo, podemos decir, sin embargo, que el futuro ya iba a estar determinado, más que por el aristotelismo como conjunto de saberes positivos, por su forma de mirar el mundo desde abajo, en inducción y no en deducción, anteponiendo el análisis a la síntesis. Un Aristóteles leído desde Ockam y con los nuevos mundos descubiertos ante los ojos. Entre 1492 y 1530 asistimos a un triple descubrimiento: el de un mundo exterior hecho por los españoles (América); el de un mundo interior realizado por Lutero (Reforma protestante); el de un universo astronómico descubierto por la ciencia y acercado a nuestro conocimiento con la consiguiente inversión de perspectivas mantenidas hasta entonces (Galileo). Desde finales del siglo XV y a lo largo del siglo XVI tiene lugar la eclosión mística en España como afirmación de la experiencia y de la libertad del individuo ante Dios y ante la sociedad. A partir del siglo XVI cada uno de estos tres mundos (filosofía, teología y mística) que hemos visto unidos e interaccionados va a reclamar autonomía y a inaugurar una existencia independiente. Cada una de estas disciplinas será ejercitada en un lugar social, por unos protagonistas y con su propio objeto y método. La filosofía tendrá en adelante la universidad como lugar del ejercicio de la razón especulativa en diálogo con la historia anterior y con los permanentes problemas que la existencia humana va suscitando. En ella perduran los rasgos y métodos clásicos, comenzando por la lengua en que se expresa, el latín, en la cual se presentarán las tesis 219 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO doctorales hasta el siglo XIX en países como Alemania y Francia. La teología tendrá destino distinto según los países: en Alemania perdurará en la única universidad del Estado hasta hoy; en Francia, después de la revolución, compartirá destino con instituciones similares; en España permanecerá dentro de la universidad del Estado hasta la mitad del siglo XIX, momento en que son suprimidas las facultades de teología1. La mística en adelante se substantiva comprendiéndola como forma de experiencia y como materia teológica, siendo cultivada lejos de la universidad en los centros de estudio de las órdenes religiosas y en los seminarios. El problema de la relación entre filosofía y mística no se plantea directamente durante los siglos XVII y XVIII. Son los siglos en los que prevalecen las ciencias positivas, imponiéndose como criterio y método casi para todo el resto de los saberes. Las matemáticas y la física son las madres del nuevo conocimiento de la realidad. Por su naturaleza propia no se sienten ni atraídas ni enfrentadas con la teología y la espiritualidad. Pensemos en tres nombres símbolo de la ciencia nueva: Descartes, Pascal y Leibniz. Los tres son creyentes, los tres son filósofos, los tres son matemáticos y los tres se consideran miembros de la Iglesia. La mística no aparece en su horizonte. Descartes surge religiosamente con los jesuitas, que en ese momento viven todavía de la reacción antimística desencadenada por las directivas del general Mercuriano (1573-1580). En ellas se refería al método de oración afectiva del padre Antonio Cordeses y del padre Baltasar Álvarez (oración de quietud), afirmando frente al primero que la vocación de la Compañía no era contemplativa sino apostólica; y frente al segundo, que se alejaba del método de los ejercicios ignacianos, el único que debía ser enseñado por los jesuitas. Pascal está entre dos mundos: por un lado, la nueva espiritualidad cristológica que tiene a Bérulle como cabeza y, por otro, el jansenismo, cuya defensa determinó, junto con la polémica mantenida con los jesuitas, sus posiciones fundamentales. No pocos de sus Pensamientos revelan una espiritualidad profunda de tonalidad afectiva y experiencial, especialmente intensa en su «Memorial»2, pero en el resto de sus escritos prevalecen los acentos morales y apologéticos. Leibniz por su parte está entre dos mundos: el uno, la religión, con su defensa frente a la ciencia y la historia (Teodicea)3; y el otro, la relación entre catolicismo y protestantismo. En estos dos siglos, una vez enumeradas estas excepciones, apenas hay grandes creaciones filosóficas o 1. Cf. O. González de Cardedal, La teología en España, 1959-2009, Encuentro, Madrid, 2010. 2. Pascal, Pensamientos, 7-8 (Brunschvicg). Cf. R. Guardini, Pascal o el drama de la conciencia cristiana, Emecé, Buenos Aires, 1955. 3. Cf. G. W. Leibniz, Ensayo de teodicea: sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal [1710], Sígueme, Salamanca, 2013. 220 FILOSOFÍA SIN MÍSTICA EN LA ERA MODERNA teológicas que repercutan sobre nuestro tema. En un sentido especial repercute Spinoza, en quien filosofía y ciencia, política y judaísmo ofrecen un perfil único. Difícilmente se le podría encuadrar en una historia de la mística judía, si bien encontramos en él reflexiones de fondo en torno al conocimiento de Dios, la alegría en Dios y el amor intelectual de Dios, que podrían situarlo como exponente de una mística filosófica, en la que los conceptos de obediencia y de la salvación resultante de ella para los ignorantes tienen un lugar privilegiado4. 2. Kant, la Ilustración, el siglo XIX El momento siguiente para analizar las relaciones entre mística y filosofía moderna es la Ilustración, con Kant como su exponente supremo. Todo lo inmediatamente anterior, tanto en Inglaterra como en Francia, ha contribuido a borrar las referencias a partir de las cuales la mística puede ser acogida con reconocimiento. La naturaleza ha sustituido a la historia, la razón al sentimiento, la ley a la inspiración, la libertad individual a la tradición autoritaria, la ética a la mística. Kant nos ha dejado en su obra La religión dentro de los límites de la mera razón (1793-1794) una exposición tan complicada y sibilina en sus formulaciones como trasparente en sus intenciones últimas. Distancia respecto a la religión positiva particular y estatutaria, rechazo del judaísmo como legalismo al que invita a desaparecer como tal o a integrarse en la razón occidental, desprecio del rostro clerical del catolicismo, oposición a toda mezcla del poder político y la Iglesia, final transferencia de lo dogmático (dogma, Iglesia) a lo racional político (reino de Dios, Estado). Valora la Biblia como capítulo de la historia moral de la humanidad y también en cuanto tal asume la religión cristiana. Con dificultad percibimos en él briznas del sentimiento de temor y temblor ante el Santo, del sobrecogimiento ante su manifestación en la historia o de afección a la celebración litúrgica en el templo. Solo cito un texto que pone de relieve la dimensión antropocéntrica y moral de la religión para él: La historia santa ha de ser enseñada y explicada en todo caso como orientada a lo moral, pero junto a ella ha de inculcarse cuidadosa y reiteradamente que la verdadera religión no ha de ser puesta en saber o profesar lo que Dios hace o ha hecho para que nosotros lleguemos a la beatitud sino en aquello que nosotros debemos hacer para llegar a ser dignos de ella5. 4. Cf. J. Lacroix, Spinoza et le problème du salut, París, 1970; A. Matheron, Le Christ et le salut des ignorants chez Spinoza, París, 1971. 5. I. Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, Alianza, Madrid, 1969, p. 135. 221 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO Sobre el trasfondo de esta comprensión de la religión es pensable lo que Kant opina sobre la mística: salto mortal de los conceptos a lo impensable; entrega a misterios o, más bien, ilusión con ellos; sentimentalismo entusiasta que mata a la razón con su disolución en lo infinito. Estamos ante un caso extremo de reconducción, según unos, y de reducción, según otros, de la religión a moral. En su secuela comienzan a proliferar las interpretaciones patológicas de la mística y de los místicos. El otro gran momento es el siglo XIX con sus tres grandes expresiones: el sentimiento en religión, el romanticismo en arte y literatura, y el idealismo en filosofía. Por lo que respecta a la primera, tendríamos que referirnos a Schleiermacher, que está más allá de la Ilustración por sus orígenes en el pietismo y porque ha querido sustraer la religión a las garras tanto de la razón como de la autoridad. Su posición ante la mística es doble: por un lado, la rechaza como «sutilezas inmaduras» (unreife Grübeleien); pero, por otro, reconoce su potencia creadora (grosse kräftige Mystik), ya que en ella el espíritu, concentrándose en sí mismo, encuentra la llave de la totalidad. El romanticismo puede ser visto como continuidad crítica, como superación o como negación de la Ilustración. «El romanticismo, en su ser más profundo, es afín a la mística y adversario natural de la Ilustración»6. ¿Qué romanticismo y qué mística? Tiene razón Hartmann en la medida en que para él ambos, romanticismo y mística, tienen como referente la naturaleza, el sentimiento de pertenencia, la comunión con el Todo. Goethe, que constituye el lazo de unión entre Ilustración y romanticismo, considera a la mística como «poesía inmadura», «filosofía inmadura», «marcha hacia lo Abstruso y al abismo del sujeto». En el idealismo la mística ocupa un lugar ambiguo. Mientras que Fichte queda más cerca de Kant, en cambio Schelling y Hegel ya se abren a otros horizontes. Su crítica de la ingenuidad o simpleza de los planteamientos ilustrados sobre temas religiosos los abre a una percepción de las profundidades de Dios (negatividad, historia, Trinidad) y del hombre en relación. Establecen la distinción entre la mística falsa y la verdadera, si bien apenas elaboran criterios claros para diferenciar una de otra. Las categorías de filosofía absoluta y de religión absoluta sitúan al cristianismo en el ojo del huracán especulativo. La religión, en el fondo, queda del lado de la imaginación, del entendimiento (Verstand) y tiene que ser elevada al plano del concepto, de la razón (Vernunft), del cual es responsable y competente la filosofía. Todo lo que en este sentido es «racional» puede ser considerado místico, va más allá de la inteligencia sin que, por otro lado, exceda lo pensable (ohne deswegen dem Denken unzugänglich zu sein). 6. N. Hartmann, Filosofía del idealismo alemán, Sudamericana, Buenos Aires, 1960, p. 249. 222 FILOSOFÍA SIN MÍSTICA EN LA ERA MODERNA 3. Feuerbach, Marx, Nietzsche El resto del siglo XIX está determinado en un primer momento por los grandes maestros de la crítica de la religión (Feuerbach, Marx, hegelianos de izquierda, exégetas críticos de la Biblia despojada de su condición de revelación divina...) y en un segundo momento por Nietzsche. Ninguno de los tres autores a los que dedicamos este apartado se ocupa directamente de la mística. En Nietzsche solo aparecen unas cuantas veces los términos correspondientes. La primera, en sintonía con el budismo, al que inclina su obra: «La mística, el placentero regusto del eterno vacío»7. En otro pasaje hace referencia a los filósofos: «... filósofos, a diferencia de los místicos, que son mas sinceros que ellos y de una manera torpe hablan de inspiración»8. Las otras dos citas carecen de importancia9. Para estos tres autores la religión pertenecía al pasado y hubieran considerado ridículo ocuparse de una de sus formas más extrañas y marginales como son la mística y los místicos. Este es el legado negativo de la filosofía en relación con la mística en el siglo XIX. De él recibe tres golpes que la obligan a un nuevo planteamiento. En primer lugar, la reducción kantiana, que sitúa la religión en el universo de la moral y, en línea con el Antiguo Testamento, orienta hacia un profetismo ético como alternativa a cualquier forma de mística. Desde aquí se hace comprensible su contraposición entre oración ético-profética propia del protestantismo y místico-litúrgica propia del catolicismo que se propondrá a partir del segundo decenio del siglo XX. Los herederos de Kant: Ritschl, Harnack, Troeltsch, Cohen... están en esta línea, reclamando ser los intérpretes auténticos de la Biblia, del protestantismo y de la relación de este con la cultura moderna. Sobre tal trasfondo se entiende el posterior grito-proclama: «There are no Protestant mystics» [Ningún protestante es místico, no hay místicos protestantes]10. El segundo legado es el emplazamiento de la mística en la naturaleza como su objeto por el romanticismo y en un Absoluto neutro por el idealismo. El tercer legado es 7. F. Nietzsche, Werke III, ed. de K. Schlechta, Múnich, 21973, p. 911; K. Schlechta, Nietzsche-Index zu den Werken in drei Bänden, Múnich, 1965, p. 248. Aunque sin relieve especial y con referencia a religiones orientales, aparecen también estas fórmulas: unio mystica (II, 778); unio mystica mit Gott (II, 874); unio mystica et physica (II, 614). En cambio, este editor no recoge en su Nietzsche-Index una frase que algunos dan por propia de Nietzsche: «El fin propio de todo filosofar es la unio mystica». Entre quienes la atribuyen a Nietzsche se cuenta, por ejemplo, K. Albert, Einführung in die philosophische Mystik, Darmstadt, 1996, p. 1, sin indicar fuente; Íd., Mystik und Philosophie, Sankt Augustin, 1986. 8. Ibid. II, p. 570. 9. Cf. Ibid. I, p. 451; II, p. 603. 10. Citada en A. Fremantle (ed.), The Protestant Mystics, introducción de W. H. Auden, Londres, 1964, p. vii; la negación, a la que los autores de esta antología pretenden responder, se debe a W. T. Stace. 223 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO la remisión de la mística y de los sujetos con tales experiencias al mundo de la medicina, como situaciones patológicas que necesitan curación. 4. Tres nombres símbolo en el umbral del siglo XX: W. James, L. Wittgenstein, B. Russell El siglo XX comienza con un nuevo interés por la mística. Ya hemos expuesto el significado de la obra de W. James, Las variedades de la experiencia religiosa (1902), con los cuatro acentos específicos de su interpretación: a) exclusión de la dimensión institucional; b) reconocimiento de su contenido cognoscitivo; c) exclusión de las interpretaciones naturalistas de la religión; y d) concentración en la experiencia subjetiva individual. Caracteriza la experiencia religiosa con estas cuatro notas: a) inefabilidad; b) contenido noético o dimensión de conocimiento; c) carácter puntual e improlongable; y d) pasividad. La referencia intencional de la experiencia mística es la unión plena con el Absoluto, que trasciende todas las oposiciones del mundo empírico. James defiende esta experiencia afirmando que no nos debemos dejar intimidar por quienes la niegan, lo mismo que no nos asustamos ante los sordos, o carentes de todo sentido musical, que desprecian a Beethoven y a Mozart. «Si nos faltan el corazón y el oído no podemos interpretar correctamente a un músico e incluso estaremos inclinados a declararle loco o tarado mental». Quizá esta palabras de W. James estén en el origen de la famosa afirmación de M. Weber cuando dice de sí mismo que es «absolutamente carente de oído para lo religioso» (religiös absolut unmusikalisch)». Weber usa la expresión en una carta dirigida al sociólogo Tönnies el 19 de febrero de 1909. Weber se había encontrado con W. James en Boston en octubre de 1904 y quizá se la oyera decir o la leyera en su libro11. Wittgenstein encontró casualmente en una librería alemana este libro de W. James, que le acompañará durante toda su vida, volviendo a su lectura una y otra vez. Así se lo confesaba en una carta a Bertrand Russel el 22 de junio de 1912. La Biblia, W. James y L. Tolstói son sus lecturas permanentes. De ellas recibe —o con su ayuda interpreta— esas cuatro vivencias fundamentales que expone en su famosa Conferencia sobre ética (1930), que en alguna manera ya vimos cómo son traslación de experiencias religiosas fundamentales12. 11. W. James y M. Weber se encontraron en Boston en octubre de 1904. La frase clásica de Weber tal vez tuvo su origen en esta cita que pudo encontrar en el libro de James: «Si nos falta el corazón o el oído... no podemos interpretar correctamente a un músico e incluso estamos inclinados a considerarle loco o ridículo». Textos e historia de este encuentro en Ch. Thies, «Die philosophische Relevanz der Mystik», en Íd., Religiöse Erfahrung in der Moderne. William James und die Folgen, Wiesbaden, 2009, pp. 133-151. 12. Cf. L. Wittgenstein, Conferencia sobre ética, con dos comentarios sobre la teoría del valor, ed. de M. Cruz, Paidós, Barcelona, 1989. 224 FILOSOFÍA SIN MÍSTICA EN LA ERA MODERNA Quizá como eco a las confesiones de W. James, La vida ¿merece la pena ser vivida? (1895) y La voluntad de creer (1896), Russell escribió varios textos sobre nuestra cuestión. Uno de enorme resonancia fue ¿Por qué no soy cristiano? (1927); otro, Mística, lógica y otros ensayos (1918). Especialmente reveladora de sus posturas últimas es la conversación sobre «La existencia de Dios» mantenida con el padre Copleston, S.J., en 1948 y transmitida entera por la BBC. Aquí aparece el talante espiritual del gran matemático y lógico, para el cual lo primero es la realidad de las cosas y del mundo, que están ahí sin más. «Yo digo que el universo existe simplemente, eso es todo»13. Resumiendo el tenor de la conversación, el padre Copleston diferencia las dos actitudes que están en el punto de partida, sostienen el diálogo y diferencian a los dialogantes. «El problema de la existencia de Dios es un problema existencial, mientras que el análisis lógico no trata directamente de los problemas de la existencia»14. Esto vale también para nuestro problema: en la mística están en juego posibilidades y límites del hombre como ser de sentido y con un destino, mientras que en la ciencia están en juego las estructuras del mundo material. No se pueden transferir directamente las preguntas ni las respuestas de la ciencia a la mística ni de la mística a la ciencia sin una mediación antropológica, y esta la realiza la reflexión filosófica sobre la procedencia y fundamento, sentido y destino de la existencia humana. 5. F. Mauthner, la «mística sin Dios» y la «neomística» En 1920 aparece una obra de autor importante y de título significativo: F. Mauthner, Der Atheismus und seine Geschichte im Abendlande [El ateísmo y su historia en Occidente, 4 vols., 1920-1923], uno de cuyos tomos lleva por título: Gottlose Mystik [Mística sin Dios]15. Con esta frase caracteriza las nuevas orientaciones del pensamiento filosófico, que dejan 13. Cf. B. Russell, Por qué no soy cristiano, Edhasa, Barcelona, 1977, pp. 176-214 (diálogo con el padre Copleston sobre «La existencia de Dios»), cita en p. 201. 14. Ibid. 15. Otros autores, al analizar estos movimientos presentes en la filosofía y literatura de comienzos del siglo XX, hablan de Neomystik [neomística]. Para un panorama de estas corrientes (monismo, filosofía de la vida...) como alternativa a la concepción anterior, cf. U. Spörl, Gottlose Mystik in der deutschen Literatur um die Jahrhundertwende, Paderborn, 1997; E. Albertsen, Ratio und Mystik im Werk Robert Musils, München, 1968; H. U. Lessing, «Mystik, mystisch», en Historisches Wörterbuch der Philosophie 6, Basel/ Stuttgart, 1984, 268-279. El caso de Heidegger con su referencia a Eckhart y al budismo zen merece una atención especial. Cf. W. Böhme (ed.), Mystik ohne Gott?, Karlsruhe, 1982, esp. O. Pöggeler, «Mystische Elemente im Denken Heideggers und im Dichten Celans», pp. 32-59; J. D. Caputo, The Mystical Element in Heidegger’s Thought, Ohio, 1978; O. Pöggeler (ed.), Heidegger. Perspectiven zur Deutung seines Werkes, Königstein, 1984; L. Gardet y O. Lacombe, Expérience du Soi. Étude de mystique comparée, París, 1981. 225 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO atrás a Dios y la religión y, por supuesto, el cristianismo positivo y la Iglesia, pero que consideran mística una forma de estar en relación con el universo, con el resto de la realidad y consigo mismo. Mauthner fue una personalidad relevante en la Viena de fin del siglo XIX con influencia en los miembros del Círculo de Viena y en Wittgenstein. Su actitud filosófica se caracteriza por el escepticismo ante la posibilidad de conocer la realidad. Solo tenemos el lenguaje y este no nos dice ni nos ofrece ni nos hace conocer la realidad. Frente a los filósofos afirma la tesis: que exista una palabra no quiere decir que exista la realidad que la palabra denota. Su escepticismo se extiende igualmente a la filosofía, a la ciencia y a la religión. Entre sus lectores hispánicos ilustres se encuentran Unamuno y Borges. En los decenios sucesivos la mística apenas estuvo presente en los grandes filósofos. Solo encontramos alusiones o breves frases en autores como M. Weber, M. Scheler, K. Jaspers. No es fácil encontrar afirmaciones y menos exposiciones significativas en autores que ven la religión solo o primordialmente en perspectiva filosófica, sociológica o fenomenológica. Hay quienes no reconocen una revelación de Dios en la historia y se limitan a la afirmación de una fe filosófica, que se refiere a la trascendencia en la inmanencia, a la realidad englobante, al sentido inherente al existir, tal como la presenta, por ejemplo, Karl Jaspers16. En este sentido es especialmente significativa la obra de E. Tugendhat, que se sitúa al final de la trayectoria filosófica de Occidente y, dando por supuesta la superación de la religión, intenta otorgar una función antropológica positiva a la mística, de forma que su propuesta es: «Religión, no; mística, sí». Pero antes de exponer la posición de Tugendhat, conviene ocuparnos con cierto detenimiento de su maestro: Martin Heidegger. 16. Su proyecto es salvar una fe que garantice la razón y dignidad del hombre consciente de un destino y a la vez salvar el mensaje bíblico con independencia de su origen divino. Cf. K. Jaspers, La fe filosófica [1948], Losada, Buenos Aires, 1953; Íd., Der philosophische Glaube angesichts der Offenbarung, Múnich, 1962. 226 Capítulo 5 HEIDEGGER Y LA MÍSTICA 1. La teología en el inicio y en el final de Heidegger Pocos filósofos del siglo XX han estado a la vez tan cerca y tan lejos del cristianismo como Heidegger. Lo trae de sus orígenes católicos y por ellos ha bebido en las fuentes cristianas, comenzando por el Nuevo Testamento y llegando hasta la literatura más reciente. Ese origen le ha conferido futuro, según su propio testimonio. «Sin este origen teológico yo nunca hubiera podido llegar al camino del pensamiento. Ahora bien, origen (Herkunft) perdura siendo siempre futuro (Zukunft)»1. Con palabras no ha roto expresamente con ninguno de los elementos esenciales del legado cristiano, pero estos quedan resituados en un universo que ya no es cristiano y quizá tampoco religioso en el sentido tradicional de la palabra. Todo en él queda en su sitio y, sin embargo, todo es transvalorado, de forma que en el lector cristiano puede suscitar bien un rechazo radical, por considerarlo bien la eliminación de Dios más sutil y luciferina —por casi imperceptible—, bien el entusiasmo ingenuo de quien lo tiene por una manera más fundada y bella de hablar de Dios, de redimir al Dios divino, según Heidegger pervertido por la metafísica posterior a los presocráticos. Heidegger escribe en 1959: «No olvidemos demasiado pronto la palabra de Nietzsche del año 1886: ‘La refutación de Dios — realmente el único refutado es el Dios moral’»2. Su analítica existencial de la facticidad humana y, en especial, de la experiencia de la vida (la Lebenserfahrung de Dilthey) propia del cristianismo y del helenismo, con la consiguien1. «Ohne diese theologische Herkunft, wäre ich nie auf den Weg des Denkens gelangt. Herkunft bleibt aber stets Zukunft» (M. Heidegger, Unterwegs zur Sprache, Fráncfort del Meno, 1987, p. 96). 2. M. Heidegger, Denkerfahrungen, Fráncfort del Meno, 1983, p. 85. 227 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO te destrucción de esa metafísica, ¿no sería el aguerrido intento de llegar hasta el verdadero Dios divino, yendo más allá de la ética, de la estética y de la metafísica, que, al identificarle con el Ser, el Bien, el Valor, han degradado su deidad? ¿No será su intento una nueva forma de mística, que se quiere liberadora de Dios primero y, como consecuencia, liberadora también del hombre? Responder a estas preguntas equivale a preguntar por todo el sentido y contenido de la obra de Heidegger. Y limitándonos a nuestro tema concreto, habría que diferenciar las épocas cronológicamente: siendo siempre el mismo, no es siempre lo mismo el autor de Ser y tiempo (1927), Fenomenología y teología (1927-1928) y Carta sobre el humanismo (1946) que el de Serenidad (1955) o el de La falta de nombres sagrados (1974). Habría que diferenciar igualmente con toda precisión lo que dice sobre cada uno de los temas siguientes: relación filosofía-teología, catolicismo y cristianismo, religión, Dios, mística. Y finalmente seguir las lecturas y citas tanto del Nuevo Testamento como de autores espirituales a lo largo de su obra, en especial las de Eckhart, que es para el filósofo de Messkirch suma autoridad por la unión que se da en él de experiencia, palabra y pensamiento. Aquí solo es posible recoger unos datos, citar unos textos y hacer una reflexión fundamental. Sus categorías fundamentales son: Seyn (ser), Dasein (existencia), Weltlichkeit (mundanidad), Gottheit (divinidad), Grund des Seins (fundamento del ser), Sinn des Seins (sentido del ser), Macht des Seins (poder del ser), Schicksal des Seins (el destino del ser), der entfliehende Gott (el Dios que se escapa), der kommende Gott (el Dios que viene), der Fehl Gottes (la falta de Dios)... Estas categorías y otras muchas pueden recibir una traducción cristiana o a-tea. Heidegger las desenclava de su terreno natal y crea con ellas un universo nuevo. Por eso sus textos mantienen una ambigüedad constitutiva. ¿Es la suya una relectura de todo lo real desde la verdad, esplendor y belleza del Ser, previo a todo ser y poder, valor y uso del hombre? ¿No puede ver el cristiano en esa lectura una recuperación de la gloria de Dios y del Dios de la gloria, más allá de toda captación humana, de toda acción histórica, de toda significación inmediata? ¿Está Heidegger en la línea de los grandes intérpretes de la mística, comenzando por Dionisio Areopagita, quienes rechazan cualquier palabra sobre Dios que pretenda ser apropiadora en afirmación o en negación, niegan por ello todo concepto tentado siempre a dominarle y solo reconocen válidas aquellas palabras que se dirigen a él como himnos y plegarias, cantos y llantos? ¿Será una gran conquista olvidar la designación de Dios como Ser —la llamada metafísica de Ex 3,14: «Yo soy el que soy»— y sustituir esa definición por la simple designación de Dios Amor3? Con la inteligencia 3. Desde su tesis de la ontoteología pretende Heidegger un acceso a Dios que no asuma presupuesto ninguno, ni siquiera el ser, bajo el cual el hombre subsuma a Dios compren- 228 HEIDEGGER Y LA MÍSTICA y el concepto vamos a la realidad conocida para apropiárnosla; con la voluntad y el amor correspondemos a su presencia y nos entregamos a ella. Esta posición es la única apropiada ante Dios. Cuando Heidegger habla de das Heile (lo entero, sano, indemne, completo) y de das Heilige (lo sagrado), ¿está traduciendo las experiencias veterotestamentarias de un Dios cuyo fuego en el Sinaí ciega a Moisés, cuyo viento hace alentar eternidad a Elías camino del Horeb, cuya santidad aterra y purifica a Isaías en el templo y encuentra en Jesucristo su culminación cuando, abrazado a él, Pedro comprueba su poder taumatúrgico frente a la tempestad, confesándole a él Santo y a sí mismo pecador? No, y es bien significativa la ausencia del Antiguo Testamento en sus obras4. El libro Das Heilige, de Rudolf Otto, colega suyo en la Universidad de Marburgo, no habla estrictamente de lo que la Biblia llama santidad sino de la sacralidad, del poder primigenio con el que topa y se ve enfrentado el hombre. La santidad en la Biblia y en el cristianismo es otra cosa. Santo es Dios y santas son las demás realidades en la medida en que están ya en relación con él y con su revelación histórica, ya a su servicio. Fue un error la traducción castellana del título de este libro como Lo santo5 cuando la traducción real es Lo sagrado. Y así es como se tradujo al francés6. diéndole como el ente máximo entre los entes y que evite todo apoderamiento de él mediante el concepto o la palabra. ¿Es posible pensar a Dios sin el ser, solo desde el amor en receptividad y como Amor, en actitud ante el que viene a nosotros sin ir nosotros a él? ¿No tienen que darse unas condiciones de posibilidad receptiva en el hombre para que Dios sea recibido y no simplemente las pasivas propias del vaso que recibe el agua? Estas cuestiones eran las mismas que discutían Barth, Bonhoeffer y Brunner sobre el punto de apoyo y entronque en el hombre tanto para la revelación de Dios a él como para su respuesta en la fe (Anknüpfungspunkt, Vorverständnis, Ansprechbarkeit). En este sentido debe haber una teología sin metafísica, si esta se entiende como mediación subyugadora de Dios al hombre; pero no puede haber teología sin metafísica, si no queremos reducir la relación del hombre con Dios a la pura pasividad, más propia del mineral que del ser creado a imagen de Dios. Cf. Th. A. Carlson, «Postmetaphysical Theology», en K. J. Vannhoozer (ed.), Postmodern Theology, Cambridge, 2003, pp. 58-75. 4. Junto con otros autores, Ricoeur se ha preguntado cómo es posible que Heidegger haya marginado de su reflexión el pensamiento hebreo a favor del griego; que haya privilegiado de tal manera el pensamiento ontológico frente al pensamiento ético, la verdad con silencio absoluto de la justicia, las dimensiones del sujeto sin pensar a la vez su relación con el otro. Termina preguntando por qué privilegiar la palabra de los poetas y desdeñar la de los profetas: «¿Por qué reflexionar solamente sobre Hölderlin y no sobre los Salmos, sobre Jeremías? Esa es mi pregunta» (P. Ricoeur, Nota introductoria, en R. Kearney y J. S. O’Leary [dirs.], Heidegger et la question de Dieu, París, 2009, p. 37). Cf. P. Fernández Beites, Tiempo y sujeto después de Heidegger, Encuentro, Madrid, 2010. 5. Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Alianza, Madrid, 1996. 6. Le Sacré. L’élément non rationnel dans l’idée du divin et sa relation avec le rationnel, París, 1995. 229 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO 2. La inserción de Heidegger en la historia y experiencia cristiana Heidegger conoce los grandes autores cristianos de Occidente, desde san Agustín a los medievales; y dentro de esa historia, a partir de un momento dado se interesa especialmente por los místicos. Aquí radica la novedad de su pensamiento. Quiere superar dos comprensiones: la positiva historicista del cristianismo, representada por Harnack y Troeltsch, entre otros, y la dogmática de Barth y del catolicismo. Su centro de interés no son las ideas universales (conceptos) ni la historia positiva (hechos) ni las decisiones de la autoridad (dogmas y disciplina). Le interesa la Lebenserfahrung, la experiencia de la vida; y lo que él emprenderá será una hermenéutica de la existencia o una analítica existencial de la vida vivida. Lo mismo que Lutero fue más allá y contra Aristóteles a la recuperación de la experiencia cristiana tal como aparece en el Nuevo Testamento y lo mismo que Kierkegaard arremetió contra el cristianismo especulativo de Hegel, así Heidegger quiere recuperar la experiencia cristiana originaria tal como, con anterioridad a todas las teologías, se expresa en los textos espirituales: el Nuevo Testamento, san Pablo, san Agustín, san Bernardo, Pascal, Kierkegaard y sobre todo Eckhart, por el que parece imantado desde su mismo origen. De la tradición metafísica medieval tal como se expresa primero en los tres dominicos (Eckhart, Suso, Tauler) y luego en Nicolás de Cusa recibe una convicción que es fundamento de su propia metafísica. Lo mismo que el alma tiene una trascendencia inherente derivada de su total pertenencia y ordenación a Dios, de manera análoga la inteligencia tiene una ordenación y pertenencia (convenientia, Zugehörigkeit) al ser. Ser y espíritu se pertenecen. En este sentido la mística medieval está en el origen del pensamiento de Heidegger. Su aportación ¿ha sido para prolongarla haciéndola fecunda en otros campos y llevándola más allá de la forma histórica vivida en el cristianismo o para suplantarla poniendo el Ser en lugar de Dios, la «historia del Ser» (Seinsgeschichte) en el lugar de «la historia de la salvación» (Heilsgeschichte), la pregunta en el lugar de la oración, la serenidad en el lugar de la esperanza, el destino del ser en el lugar de la historia, es decir, de la responsabilidad y de la libertad del hombre? Al principio Heidegger reconoció dos formas fundamentales igualmente válidas de la experiencia humana vivida: la bíblica y la griega; al final solo queda la segunda. Los presocráticos, anteriores al monoteísmo ético de los profetas bíblicos y a la incisión moral de Sócrates, y los poetas como Hölderlin son los portadores de la revelación. Se quedará con las estructuras de la existencia, también de la cristiana, y de la experiencia mística pero formalizadas, universalizadas, «desmitologizadas», desligadas de su arraigo real y de su determinación 230 HEIDEGGER Y LA MÍSTICA histórica. Lo concreto positivo (óntico, existentiell) deja su lugar a lo universal formal (ontológico, existential). La verdad es desvelamiento, apariencia. No como en el cristianismo, en el que la verdad es palabra, acción, persona, «figura», historia. Heidegger llevó a cabo una transferencia de las categorías cristianas a los primeros textos griegos, considerándolos una revelación primigenia, «otro comienzo» que exige una conversión (metanoia), como la exige la llegada del reino en los evangelios. La fascinación por los presocráticos, más atrás de Platón y de Aristóteles, es el reverso de una distancia real, aun cuando nunca explícita, respecto de los autores y protagonistas de los relatos bíblicos. El Yahvé de Israel y el Jesús de Nazaret del cristianismo no tienen una presencia real en Heidegger. Esta ausencia ¿es sentida por él dolorosamente o aceptada como destino del ser? ¿Es a ellos a quien se refiere la proclamada «espera de Dios» de los últimos textos? El centro de interés de Heidegger no es el cristianismo en sus orígenes históricos y en sus contenidos dogmáticos (Christentum, cristianismo) ni su forma institucional en Iglesia (Christenheit, cristiandad) sino la existencia cristiana como forma de vida en decisión, cuidado y tiempo (Christlichkeit, cristianía). A estos tres términos, a su legitimidad y a la necesaria conexión entre ellos he dedicado La entraña del cristianismo (1997). Los tres deben ser diferenciados pero no pueden ser separados y menos contrapuestos. En Heidegger están desligados entre sí. Sus análisis versan sobre la existencia cristiana vivida al margen del contenido de la fe (hechos originarios e ideas estructuradoras) y de la comunidad de fe (Iglesia con su credo). En la carta que escribe al sacerdote, amigo y profesor de teología en la Universidad de Friburgo, E. Krebs, que le había casado, le manifiesta su ruptura con el catolicismo como sistema pero manteniendo el cristianismo y la metafísica. La obra de H. Ott Martin Heidegger: Unterwegs zu einer Biographie (1988) nos ha revelado los datos y textos de esta ruptura. Elfride Heidegger le comunica personalmente al profesor E. Krebs que su marido ha perdido la fe y que ella no ha encontrado la suya, que ambos se consideran «solo protestantes, es decir, creemos en un Dios personal y le rezamos pero sin ningún lazo dogmático, al margen de la ortodoxia católica o protestante». Estas palabras dichas por la esposa el 23 de diciembre de 1918 son confirmadas en carta por el propio Heidegger el 9 de enero del año siguiente, 1919. 3. El estudio de los místicos En 1918 prepara un curso con el título: «Los fundamentos metafísicos de la mística medieval», pero luego no lo imparte por no haber tenido suficiente tiempo para prepararlo, según el mismo comunica a las autorida231 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO des académicas, proponiendo un nuevo título en su lugar7. Su mirada no se retrotrae hasta los grandes teólogos y místicos de la patrística griega; se detiene en los que surgieron en el horizonte medieval y germano, desde san Bernardo a la Theologia Deutsch, Lutero y luego el pietismo, pasando e interesándose sobre todo por Eckhart. En este encuentra una lectura metafísica que le merece una aprecio especial por haber perforado (durchgebrochen) el lenguaje y los conceptos hasta un Dios fundamento (Grund), abismo primordial (Urgrund y Abgrund) que a su vez funda la Nada (Un-grund). Heidegger considera que Eckhart ha hecho con el alemán medieval hablado por el pueblo y sobre todo en los movimientos religiosos femeninos lo que él intenta lograr con el alemán de su tiempo, recreándolo para decir la novedad de su filosofía. Es la misma recreación de la lengua que había realizado Lutero para decir su experiencia religiosa. De ahí sus etimologías forzadas en tantos casos, su desvertebración de las palabras, sus innovaciones y translaciones, confiriendo un sentido nuevo a expresiones familiares en el lenguaje cotidiano. Hay dos grandes campos donde la postura de Heidegger merece especial interés. El primero es la utilización de un vocabulario cuyo primer origen son los escritores místicos, desde san Agustín y sobre todo el Pseudodionisio hasta Kierkegaard, pasando por san Bernardo, Lutero y Angelus Silesius. Apela implícitamente a todo lo que en esa corriente espiritual se ha dicho sobre Dios como misterio, su trascendencia, su sustracción al intento capturador del hombre por el pensamiento, la palabra y la acción, con la consiguiente incapacidad para nombrarlo y decirlo, definirlo y comprenderlo. A estos se añaden otros temas como, por ejemplo, el silencio, la noche oscura, la derelicción, el sufrimiento y la muerte, la tiniebla como determinaciones existenciales del creyente en camino hacia Dios, la necesaria separación, purificación e iluminación para acercarnos a él, el vacío que el hombre tiene que hacer para poder acoger a Dios y ser lleno de él, el abandono en que queda cuando se ha vaciado del mundo y aún no tiene a Dios, y las dos grandes categorías que encuentra en Eckhart: la Abgeschiedenheit (separación, corte, ruptura, renuncia) y la Gelassenheit («dejación», serenidad, abandono, entrega). 4. San Pablo, Bultmann y Nietzsche Estas categorías, junto con las que encuentra en san Pablo y san Juan como formas fácticas de la existencia cristiana en el mundo, están en el origen de su analítica existencial. En el semestre de invierno de 1929-1930, ya en Friburgo, Heidegger da un curso sobre: «Los conceptos fundamentales de 7. GA 60 (1995), pp. 303-337. 232 HEIDEGGER Y LA MÍSTICA la metafísica. Mundanidad, finitud, soledad». Ese año mismo año (1930) Bultmann elabora la teología paulina como antropología y la cristología como soteriología. Lo que en el cristianismo es visto como realidades materiales, contenidos, hechos y datos aparece en Heidegger como formalidades y dimensiones del existir. No se habla del ser finito como existente en libertad sino de la finitud, no de la historia sino de la historicidad, no del tiempo sino de la temporalidad, no del pecador sino de la pecaminosidad, no de Dios sino de la deidad. La convivencia de Heidegger y Bultmann en la Universidad de Marburgo ejerció una influencia recíproca, en realidad mayor la de Heidegger sobre Bultmann que a la inversa8. Otro de los aspectos en los que Heidegger ha ofrecido análisis lúcidos es la interpretación de la actual situación espiritual del mundo, apelando a las categorías de tiniebla (línea dionisiana) y de noche oscura colectiva (línea sanjuanista). En el discurso que Nietzsche pone en boca del loco esas metáforas alcanzan una gran profundidad al descubrir el efecto destructor que el hombre ha llevado a cabo al matar a Dios: borrar el horizonte, agotar el mar, apagar la luz del universo9. El dicho de Nietzsche: «Dios ha muerto», tiene que ser situada dentro de lo que es la primera frase del loco en la plaza ante el asombro de los que le oyen decir: «Busco a Dios». Cabalmente la noche del mundo es tal no solo porque Dios parezca haber desaparecido del mundo sino sobre todo porque los hombres no se han percatado todavía de esa falta y siguen viviendo como si todo fuera igual. Estamos empobrecidos por no sentir ni sufrir la ausencia de Dios y por «la falta de nombres sagrados»10. Justamente eso es el nihilismo, diagnosticado por Nietzsche y agravado por él al no ofrecer soluciones de fondo, dice Heidegger. La noche del mundo extiende sus tinieblas. La era del mundo está determinada por la ausencia de Dios (Wegbleiben Gottes), por la falta (der Fehl) de Dios11. 5. San Juan de la Cruz, la Nada y la Noche Otro de los temas que conecta a Heidegger con la tradición mística es la exigencia de un reconocimiento de la gratuidad absoluta de Dios, de su no funcionalidad, de su irrelevancia en este mundo, de su «nada». En el fondo él traslada, como en tantos otros aspectos, lo que esa tradición decía sobre Dios al Ser. Y muestra la perversión que supone definir o conside8. Cf. M. Heidegger y R. Bultmann, Briefwechsel, Tubinga/Fráncfort del Meno, 2009; K. Hammann, Rudolf Bultmann. Eine Biographie, Tubinga, 2009, pp. 192-206 y 397-408. 9. Cf. F. Nietzsche, El gay saber, nn. 125 («El hombre loco») y 343. 10. M. Heidegger, Denkerfahrungen, cit., pp. 175-181. 11. M. Heidegger, «¿Y para qué poetas?», Caminos de bosque [1957], Alianza, Madrid, 1995, pp. 240-289. 233 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO rar a Dios como «valor» para el hombre. Para él afirmar el valor y negar, oscurecer y olvidar el Ser es justamente la causa del nihilismo: El último golpe contra Dios y contra el mundo suprasensible consiste en que Dios, lo que hace ser a lo que es (das Seiende des Seieinden), es rebajado a ser el supremo valor [...] Sin embargo si el valor del Ser no deja al Ser ser lo que él en cuanto Ser mismo es, entonces esa aparente superación es la consumación del nihilismo12. Aquí nos encontramos con algo que aparece permanentemente en san Juan de la Cruz: Dios no es instrumento, idea, valor, fuerza alguna con la que el hombre se afirma a sí mismo frente a todo. Dios es el Señor frente al cual y ante el cual el hombre es nada. Por eso el santo de Fontiveros repetirá la palabra: «Nada, nada, nada». Afirmación que está lejos del universo metafísico, neoplatónico, gnóstico o medieval del término. Tiene una carga directa de libertad, voluntad y decisión. Dios es Dios y el hombre es hombre. La divinización a la que tiende toda mística pasa por este horno de fuego, que consume toda pretensión autodivinizadora del hombre y desde ella apropiativa de Dios. La noche es doble: aquella en la que el hombre se adentra para llegar a Dios y aquella que Dios le inflige para purificar, ensanchar y hacerle capaz de ser partícipe de su divinidad. Este proceso de la libertad humana en decisión limpia y libre ante Dios dista, sin embargo, mucho del que Heidegger reclama, ya que en él nunca aflora la afirmación de un Dios personal que en libertad está ante el hombre y ante el que el hombre está en libertad. En consecuencia no aparece el pecado como tal, aunque se emplean categorías que parecen equivalentes: caída, perdida, olvido, inautenticidad. 6. El Maestro Eckhart y Angelus Silesius La relación de Heidegger con la mística y con los místicos es fundamental en un sentido y peculiar en otro. El primero de los místicos al que tenemos que referirnos es Eckhart. Sobre él tenemos estas palabras en ese breve relato, parábola y seña de su pensamiento: «El camino del campo»: 12. M. Heidegger, «La frase de Nietzsche, ‘Dios ha muerto’», en Caminos de bosque, cit., pp. 190-240. En la Carta sobre el humanismo había establecido algo así como el camino, preparación o exigencia para una posible llegada a Dios. «Solo a partir de la verdad del ser se deja pensar la esencia de lo sagrado. Solo a partir de la esencia de lo sagrado hay que pensar la esencia de la deidad. Solo en la luz de la esencia de la deidad puede ser pensado y dicho lo que debe nombrar la palabra ‘Dios’» (M. Heidegger, Carta sobre el humanismo [1947], Taurus, Madrid, 1968, p. 70). El término alemán Gottheit debe traducirse no por «divinidad» sino por «deidad» y remite a Dionisio Areopagita y Eckhart, autores en los que se inspira Heidegger. 234 HEIDEGGER Y LA MÍSTICA Lo sencillo retiene el enigma de lo que permanece y de lo grande. Sin mediación retorna entre los hombres y necesita, sin embargo, un largo crecimiento. En lo carente de apariencia propio de lo siempre idéntico oculta su bendición. La anchura de todas las cosas crecidas, que permanecen en el entorno del camino del campo, despliega mundo. En lo no hablado de su habla, como dice el viejo maestro de lectura y maestro de vida Eckhart, Dios es y llega a ser Dios13. Si el único autor que juega un papel importante es Eckhart, esto es solo en algunas direcciones: su distinción entre la deidad y Dios, el paso de la categoría «visión beatífica en el futuro» a «vida bienaventurada en el presente», junto con los términos: Abgeschiedenheit y Gelassenheit, que ya hemos visto al final del apartado tercero. Pero siendo las mismas palabras, el ámbito significativo es distinto en cada uno de ellos. Entre la «serenidad» de Heidegger y la esperanza cristiana media un abismo14. En Heidegger aparece el Eckhart especulativo, metafísico, y muy poco el directamente teológico, que encuentra su sedimentación, por ejemplo, en el comentario al Evangelio de san Juan, donde la figura de Cristo que está en primer plano es la del Verbo eterno y creador, la del engendrado desde toda la eternidad por el Padre y, desde ahí, en cada alma; el Cristo de la encarnación. En Heidegger no aparece el Cristo de la pasión y, menos aún, el de la resurrección, perviviente por su santo Espíritu en la Iglesia y en el mundo. Heidegger encuentra en El peregrino querubínico (1674) de Angelus Silesius (1624-1677) formulaciones cortantes en dísticos que son como relámpagos iluminadores y al mismo tiempo ofuscadores. A él se refiere, entre otros textos, en su comentario al dístico sobre la rosa, en torno al cual, junto con el principium nobilissimum de Leibniz: Nihil est sine ratione, «nada hay sin fundamento» (1671), gira entero su libro La proposición del fundamento. Este es el texto de Angelus Silesius: La rosa es sin porqué, florece porque florece No cuida de sí misma, no pregunta si se la ve15. 13. «Heidegger no solo fue un lector asiduo de la obra de Eckhart sino que forjó en su inspiración las más profundas determinaciones de la dirección de su pensamiento» (Ph. Capelle, «Heidegger et Meister Eckhart»: Revue des Sciences Religieuses 70/1 [1996], pp. 113-124. Véase también Íd., Philosophie et Théologie dans la pensée de Martin Heidegger, París, 2001; J. D. Caputo, The Mystical Element in Heidegger’s Thought, cit.). 14. Cf. J. Greisch, «La contrée de la sérénité et l’horizon de l’espérance», en R. Kearney y J. S. O’Leary (dirs.), Heidegger et la question de Dieu, cit., pp. 189-212. 15. Angelus Silesius (Johannes Scheffler), El peregrino querubínico, Facultad de Teología del Norte de España, Burgos, 2009, libro I, p. 289. El otro díptico con la misma imagen que ha tenido gran recepción en la historia espiritual es este: «Abrirte como la rosa. Tu corazón recibir(í)a a Dios con todo su bien, cuando se abra (si se abre a) ante él como una rosa» (libro III, 87). 235 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO La expresión alemana: ohne warum, es un término técnico de la mística alemana, especialmente de Eckhart, pero ya había sido usado por la mística flamenca Beatriz de Nazaret (m. 1268) y con anterioridad por san Bernardo en su comentario al Cantar de los Cantares, al mostrar que el amor no tiene criterios de utilidad ni de necesidad sino que es pura gratuidad con fondo interno y sin fundamento externo, porque eso es Dios: una gratuidad absoluta que le convierte en la absoluta necesidad para el hombre. Hay un «porque» dativo primero del Ser en gracia pura al que sigue un «porqué» interrogativo o acusativo del hombre, siempre tirado por el uso, poder y placer, que le lleva a desconocer lo primero y esencial. Hacia ese Dios gracia, lejos del «Dios metafísico» de la tradición filosófica o del «Dios moral» de la tradición eclesial apunta Heidegger incitado por estos místicos. El filósofo de Messkirch anota que tanto Leibniz (carta a Paccius de 28 de enero de 1695) como Hegel16 conocían el texto de Angelus Silesius y hace este comentario: Estos juicios de Leibniz y Hegel sobre Angelus Silesius solo quieren sugerir en pocas palabras que la frase del «sin porqué» proviene de unas fuentes de peso. Pero al punto se nos objetará que esa fuente no deja de ser sino mística y poesía. La una tiene tan poca parte en el pensar como la otra. Ciertamente no la tendrán en el pensar, pero quizá la tengan antes del pensar. Esto es lo que nos atestiguan Leibniz y Hegel, cuyo pensar resulta difícilmente superable en cuanto a sobriedad y rigor17. Otra de las referencias de Heidegger a Eckhart es la terminología de la deidad, que puede ser entendida en el sentido de lo que es Dios o de aquello que es, precede o sucede más allá de Dios. Este terminología heredada de Dionisio Areopagita designaría lo divino sin fondo. El término Gottheit aparece más de treinta veces en los Sermones de Eckhart. En el sermón Nolite timere eos qui occidunt dice: «Entre Dios y la deidad la diferencia es tan grande como entre el cielo y la tierra. Yo diría incluso más: entre el hombre interior y el hombre exterior la diferencia es tan grande como entre el cielo y la tierra»18. Junto a este usufructo de los conceptos metafísicos llama la atención la ausencia de toda referencia histórica a la figura de Jesús en su historia y 16. Lecciones de Estética X, 477 (Glockner 12, p. 493). 17. M. Heidegger, La proposición del fundamento, Serbal, Barcelona, 2003, pp. 64-65. 18. M. Eckhart, Traités et sermons, trad. de A. de Libera, París, 1993, pp. 388-399 [Tratados y sermones, Edhasa, Barcelona, 1983]. El término «deidad» aparece en Dionisio Areopagita, Sobre los nombres divinos II, 14 (PG 3, 636 C-641 D), con una frecuencia y opacidad que sorprenden, junto a este otro: «Superesencia». Cf. Ph. Capelle, «Heidegger et Maître Eckhart»: Revue des Sciences Religieuses 70/1 (1996), pp. 122 ss. Y aplicado a Jesucristo: «... Jesús, siendo superesencial, ha revestido en toda verdad la naturaleza humana» (Teología mística III [PG 3, 1033 A]). 236 HEIDEGGER Y LA MÍSTICA predicación y, menos todavía, a la pasión. Esta diferencia se aprecia también en el hecho de que los otros místicos del Rin, Suso y Tauler, los fieles discípulos que limaron las doctrinas del maestro con posterioridad a la condenación del papa Juan XXII en su bula In agro dominico (27 de marzo de 1329), no desempeñan ningún papel en Heidegger. Ellos pusieron en el centro el aspecto paciente de la vida de Jesús y de la vida del cristiano. El sufrimiento adquiere un peso casi ontológico, además del ascético y soteriológico. Está especialmente presente en Suso, tanto en su Autobiografía como en El libro de la verdad, El libro de la sabiduría eterna y El libro grande de las cartas19. Tauler tuvo una presencia intensa en España; de los tres grandes dominicos renanos, es el autor más leído20. 7. Heidegger y los místicos españoles Heidegger ¿ha conocido y leído los místicos españoles? Yo solo he encontrado una página dedicada a santa Teresa, en la que esta aparece en conexión con una idea de Eckhart y la pregunta por el lugar, espacio, morada de Dios. «El alma es de algún modo el paraje de Dios y de lo divino (cf. Eckhart, el lugar), la morada de Dios, protomotivación (cf. Castillo interior IV, 6: ‘La entrada en el castillo interior’». A continuación trae tres citas del capítulo primero de las Moradas I,2.4.9. Una de ellas está centrada en el alma y en los bienes que le advienen por quien puede morar en ella; las otras dos subrayan la necesidad de la experiencia: sin ella nada se puede entender en este orden21. La distancia de Heidegger a los místicos españoles es muy grande: son dos mundos culturales, religiosos y lingüísticos incomparables. El carácter concreto, personalista, amoroso, con el peso de la experiencia en Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, queda muy lejos. No digamos los rasgos de una mística esponsal o de una mística trinitaria, esenciales en los españoles y que a él no le merecen atención. Los primeros se hallan implantados en otro mundo: en el de la historia y de los textos bíblicos, en el camino de la vida personal hacia el encuentro amoroso con Dios, en el reino de la libertad vivida en relación y en Iglesia; en una pala19. Cf. Autobiografía espiritual (Vita), San Esteban, Salamanca, 2001; Diálogo de la Eterna Sabiduría, San Esteban, Salamanca, 2002. 20. Cf. J. Tauler, Obras, ed. de T. H. Martín, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1984. A Tauler se le lee en España a partir de 1518, cuando el cartujo Lorenzo Surio publica en latín sus obras. En 1551 se editan en Coimbra las Institutiones atribuidas a Tauler, pero en realidad son una colección, preparada por san Pedro Canisio, de textos de muy diversos autores, entre ellos Tauler. Véase J. Orcibal, San Juan de la Cruz y los místicos renano-flamencos, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1987. 21. M. Heidegger, Estudios sobre mística medieval, Siruela, Madrid, 1997, p. 255. La cita está en la última página. Estos estudios no son un libro sino solo unos apuntes para un curso que no llegó a dar. 237 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO bra, la suya es una mística histórica, personalista, concreta. En cambio y en contraste contraste con los místicos castellanos se entiende la sintonía de no pocos de los temas heideggerianos con el budismo y la empatía que algunos maestros del budismo han mostrado con Heidegger. Aparte de las ideas concretas, lo decisivo y común entre ellos es el común horizonte, la idéntica implantación en la realidad fáctica sin otra trascendencia, es decir, con la llana y sola facticidad. En el discurso cristiano y en el heideggeriano la música puede parecer la misma pero la letra es muy distinta; los pensamientos de uno y otro son inconmensurables. Un especialista de los místicos del Rin, después de analizar las consonancias y diferencias, concluye con esta frase tan sencilla como tajante: «En resumidas cuentas, Eckhart es cristiano, Heidegger no lo es»22. Este se sitúa en la línea de autores anteriores, como Schopenhauer, que habían valorado el pensamiento de Eckhart al margen del ropaje o mito cristiano, que consideran el tributo inevitable que tuvo que pagar acomodándose a la situación histórica imperante. Tales autores llevan a cabo una «denudación» del filósofo respecto del cristiano, heredando y salvando lo que hay en los místicos de filosofía con independencia de lo que haya de religión y de fe positiva. ¿Qué verdad teórica y qué fecundidad espiritual puede tener una lectura no cristiana de lo cristiano? ¿Puede el hombre esperar del Seyn de Heidegger lo que espera del Dios cristiano, revelado en Jesucristo, en el orden de la revelación, de la redención y de la esperanza escatológica? Y aun cuando se diera equivalencia dinámica o funcional, ¿no están ausentes las realidades constituyentes del cristianismo: la fe en Dios como el sí absoluto a su santidad, soberanía, divinidad, gracia? ¿Puede vivir el hombre una relación absoluta con lo que no es personal, santo y absoluto? En una palabra, ¿qué legitimidad real tiene un usufructo de la mística cristiana sin los presupuestos cristianos? ¿Son moralmente legítimos los placebos intelectuales, es decir, invertir la verdad y equipararla con la mentira? ¿Pueden ellos superar no solo la angustia temporal sino también la muerte eterna? 8. Las fases del pensamiento heideggeriano y formas de la presencia-ausencia de Dios En la trayectoria filosófica de Heidegger se pueden distinguir tres fases desde las cuales adivinar su triple propuesta de relación filosofía-teologíamística cristiana. La primera fase tiene su centro en el Dasein (Da-sein: el ser ahí) y podríamos decir que es de naturaleza antropológica. El hombre, arrojado en el mundo con el cuidado de sí mismo y la angustia 22. A. de Libera, Eckhart, Suso, Tauler y la divinización del hombre, José J. Olañeta, Palma de Mallorca, 1999, p. 185. 238 HEIDEGGER Y LA MÍSTICA como talante constituyente, es el centro y criterio del pensar. La segunda fase está centrada en el Seyn y en la diferencia ontológica entre el Ser y los entes, con la intención de recuperar a aquel del olvido que ha sufrido en la metafísica. La tercera fase, resultado de la Kehre (giro, vuelta, recuperación), estaría centrada en el Ereignis (acontecimiento). En el centro ya no están los entes, en medio de los cuales se halla perdido y desorientado el hombre, ni solo el Ser que cobija al hombre y del que el hombre es vigía, defensor y pastor, sino el acontecimiento, que nos sobreviene pero nos está sustraído y que, por estar más allá del Ser, ni siquiera podemos nombrar sino solo esperar. La mística no tiene en Heidegger una presencia real; solo parte de ella como la forma de estructuración medieval que le va a ofrecer un modelo para su estructuración de la relación entre la inteligencia y el ser. El dios resultante de este giro copernicano desde el binomio alma-Dios al binomio inteligencia-Ser pone a Heidegger fuera de la teología, en lo que él llama su nuevo horizonte y «comarca» (Gegend): La dimensión mística del último pensamiento de Heidegger es estrictamente un asunto estructural, una materia de una cierta proporcionalidad: la relación del «pensamiento» al «ser» es estructuralmente semejante a la relación del alma a Dios en la mística religiosa [...] El dios que emerge en los últimos escritos heideggerianos es un dios profundamente poético, una experiencia poética del mundo como algo sagrado que merece reverencia. Este dios es mucho más un dios pagano poético y mucho menos un dios judeocristiano o ético-religioso. Virtualmente no tiene nada que ver con el Dios a quien Jesús llamaba abba o con la religión de la cruz que Heidegger encontraba en Lutero. De hecho, los escritos tardíos de Heidegger sugieren más una forma de budismo, una forma de mundo meditativo en silencio y reverencia que una forma de judaísmo o de cristianismo23. De la pérdida entre los entes, del pensamiento del ser y del dios que ha huido, pasamos a la espera de Dios. ¿Qué o quién es el «último Dios» del que habla Heidegger en los últimos libros? ¿Qué quiere decir y qué está diciendo cuando, en la entrevista concedida con la condición de que se publicara después de su muerte, afirma: «Solo un dios puede todavía salvarnos»24? Esta terminología ¿no sigue siendo la misma de antes, la pagana heredada de Hölderlin, cuando este habla de dios, de los dio23. J. D. Caputo, «Heidegger and Theology», en Ch. Guignon (ed.), The Cambridge Companion to Heidegger, Cambridge, 1995, pp. 270-288, cita en 284-285; Íd., The Mystical Element in Heidegger’s Thought, cit., pp. 137-139. 24. «La filosofía no podrá producir efecto inmediato que cambie el estado presente del mundo. Esto no vale solamente para la filosofía sino para todo lo que no es más que preocupación y aspiración del hombre. Solo un dios puede todavía salvarnos. Nos queda la sola posibilidad de prepararnos en la poesía y en el pensamiento para la aparición del dios o para la ausencia de dios en nuestro declinar; acabamos ante la faz del dios ausente» 239 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO ses, de un dios? Si no acabamos de saber quién, qué y cómo era el Ser (más allá y distinto de las categorías trascendentales conocidas en la historia del pensamiento: Bien (Platón), pensamiento pensante (Aristóteles), Uno originante (Plotino), acto de ser y esente (Tomás de Aquino), garante del conocimiento y del ser finito (Descartes), razón suficiente (Leibniz)..., ¿cómo podremos saber lo que es el Ereignis como acontecimiento con un venir sin qué y quién viniendo? La designación Ereignis (acontecimiento), contrapuesta a las categorías estáticas, estructurales, fixistas, está en cierta continuidad con el pensamiento protestante, que frente al catolicismo siempre ha subrayado la soberanía absoluta de Dios, quien se muestra en todo pero no se atiene a nada ni se deja retener por sus propias creaturas y en cuya acción todo es siempre nuevo, imprevisible, sorprendente. Su fidelidad es igual a su soberanía y su soberanía no puede ser limitada por su fidelidad. Nada es definitivamente fijable por el hombre frente a Dios. Él, y todo con él, acontece. El título de un libro sobre eclesiología de J.-L. Leuba expresa perfectamente el doble acento puesto en lo institucional, permanente y fijo por el catolicismo y en lo innovador y abierto, lo propio del acontecimiento, por el protestantismo: L’institution et l’événement [La institución y el acontecimiento, 1960]. Dios queda siempre con las manos libres después de cada acción suya con el hombre. Y así, ninguna categoría teológica, ninguna definición, ninguna institución, ninguna promesa podrán apresarle y asegurarle frente al hombre; y el hombre, a su vez, nunca podrá asegurarse a sí mismo frente a él, ni en el presente ni en el futuro. Esta denominación de Dios como acontecimiento sería la radical alternativa superadora de la metafísica del Éxodo, que define a Dios como ser. La libertad, el futuro, la abertura del misterio al hombre y la apertura del hombre ante el Misterio (die Offenheit für das Geheimnis) serían las primeras y últimas palabras del hombre. La historia estaría absolutamente abierta. Dios es el Dios que viene y adviene a la vez que es el puro porvenir, la a-ventura y buena ventura del hombre. 9. Poesía, filosofía, mística Heidegger ¿es palabra antes que pensamiento, poesía antes que filosofía; y en este sentido, mística antes que metafísica? Filósofos contemporáneos críticos con él han desdeñado su pensamiento, acusándole de haber interpretado mal la historia de la metafísica, de no haber ofrecido una conceptualidad clara, de seducir a sus lectores con falsas etimologías y términos nunca definidos; en una palabra, de ofrecer, antes que filosofía (entrevista con R. Augstein y G. Wolf, publicada en Der Spiegel el 31 de mayo de 1976, al día siguiente de su muerte). 240 HEIDEGGER Y LA MÍSTICA rigurosa, una mística. ¡En este caso la palabra «mística» es dicterio y signo de menor aprecio25! Pero ¿es una mística religiosa o una mística filosófica? ¿Es una estética y una terapia sin resto de religión en el sentido riguroso de apertura y consentimiento del hombre al Ser soberano, personal, omnipotente y santo, capaz de salvar al hombre y al que el hombre puede dirigirse en oración suplicando salvación? El lenguaje de Heidegger no es técnico ni calculador ni sistemático sino creador, evocativo, fundador, como el de los poetas en el sentido de Hölderlin: Was bleibt aber, stiften die Dichter, «lo que permanece lo fundan los poetas». Es poético en el noble sentido del término: creador, alusivo y elusivo, vocativo y provocativo. ¿Se lo puede reconocer como lenguaje religioso por el solo hecho de que abunden términos casi hímnicos, laudativos de exaltación y de glorificación? Heidegger sitúa el pensar (Denken) en la memoria (Gedenken), lo ve naciendo del agradecimiento (Danken) y desembocando en la devoción y en la alabanza (Andacht). Pero no existe en él el lenguaje del estremecimiento ante un poder sagrado y ante una santidad exigente. No existe la oración de petición ni la súplica de perdón ni el abandono confiado a otra libertad acogedora y cobijadora; y menos aún, el diálogo personal entre dos destinos puestos en juego y compartidos, el del hombre (creatura) y el de su Dios (creador), ambos a la vez infinitamente lejanos e infinitamente cercanos en el ser (creación) y en la historia (revelación, encarnación). La gesta de Heidegger tiene la grandeza de habernos trasladado del reino de los entes al reino del Ser, del pensamiento calculador al pensar meditativo, de la palabrería huera a la palabra verdadera, de la dispersión en el mundo a la autenticidad de la existencia, de la mirada utilitaria al acogimiento agradecido de la existencia como don, de la mirada turbia y egoísta al gozo exultante ante la gloria de la realidad, que nos excede y agracia estando y dándose sin reclamar nada ni exigir nada. Todo esto ¿es solo el capítulo de una antropología o también el de una mistagogía preparativa para ser encontrados por Alguien y para encontrarnos con Alguien? Pero ¿existe ese Alguien? Heidegger no piensa contra Dios ni a favor de Dios: piensa sin Dios, sin lo que esa palabra ha sido y pesado en la historia del hombre. Heidegger no solo ha decons25. J. Hirschberger, Historia de la filosofía II, Herder, Barcelona, 1976, pp. 437-438, donde, refiriéndose a Heidegger, se repite tres veces la palabra «mística» en un sentido, si no despectivo, sí filosóficamente peyorativo. Heidegger ha concedido que la poesía y la mística no están en el pensar pero lo fundan y hacen nacer «antes del pensar». Si de algo no se puede acusar a Heidegger, es de falta de rigor. Recordemos el final de la Carta sobre el humanismo: «Estas tres cosas, ya mencionadas en una carta anterior, se determinan en su mutua pertenencia a partir de la ley de la conveniencia (Schicklichkeit, destinabilidad) del pensar de la historia del ser: lo riguroso de la reflexión (die Strenge der Besinnung), el cuidado del decir (die Sorgfalt des Sagens), la parquedad de la palabra (die Sparsamkeit des Wortes)». 241 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO truido una comprensión ontoteológica de Dios (la que no diferencia los entes del Ser y piensa a Dios como un ser más, por más grandioso que sea). ¿Ha dejado lugar para un Dios más allá del ser y del pensar como ens subsistens, actus essendi, ens supra entia, que se nos pueda hacer presente a nosotros en la palabra de la revelación y nosotros a él en la palabra de la fe? Cuando el hombre no desea, espera, invoca, consiente a Dios, Dios guarda silencio. Tal silencio en retirada o ausencia resulta más sonoro y sobrecogedor que su propia habla. Mientras ese silencio de Dios dura, el hombre puede volverse a los ídolos y adorarlos, como forma de afirmación de sí mismo, pero puede también permanecer vigilante en oración, aguzar su mirada por si pudiera columbrar su llegada y esperarle. 10. La Serenidad: ejercitación antropológica (Tun, Lassen) y presencia anónima (Rufen) Para ese entretanto Heidegger propone la Gelassenheit: desasimiento y desprendimiento que, ejercitado por el hombre, lleva consigo la serenidad y la paz, lugar interior de la voluntad que renuncia al querer, «como sucede con los antiguos maestros del pensamiento, por ejemplo, el Maestro Eckhart». Pero a la vez se cuida de diferenciar este talante y postura de las categorías morales (rechazo del egoísmo culpable) o teológicos (abandono de la voluntad propia a la voluntad divina)26. Tal acto de voluntad es un hacer nosotros y un dejarnos hacer. La serenidad con minúscula es una actitud del hombre, la Serenidad con mayúscula es un Poder de realidad que se hace presente y determina al hombre. A uno le resuenan en estos textos los viejos debates sobre Marta y María en el Evangelio, sobre la vita activa y la vita contemplativa. ¿No es esto una transposición a la Serenidad de lo que la ascética había descrito siempre, desde los padres del desierto a Eckhart y san Juan de la Cruz, como el camino de subida al encuentro con Dios en el monte? Lo que dice Heidegger del «pensar» ¿no es el equivalente de lo que siempre se había incluido en la revelación de Dios al hombre? Lo que aquellos dijeron del carácter improgramable de ese encuentro con Dios por parte del hombre y, por tanto, de su condición de «gracia», Heidegger lo dice de la serenidad, que unas veces es poder del hombre (inteligencia y voluntad) y otras, escrita ahora con mayúscula, Poder sobre el hombre. «‘Porque no podemos desde nosotros mismos despertar en nosotros la Serenidad’. ‘La Serenidad es, por tanto, puesta en obra desde otra parte’. ‘No puesta en obra sino otorgada (zugelassen)’»27. 26. M. Heidegger, «Debate en torno al lugar de la Serenidad», en Íd., Serenidad, Serbal, Barcelona, 2002, p. 40. 27. Ibid., pp. 29-30. 242 HEIDEGGER Y LA MÍSTICA ¿En qué medida todo esto es válido para un cristiano a pesar de ser insuficiente? No verlo y no reconocerlo sería ceguera imperdonable; quedarse en ello sería un retorno a la metafísica con abandono del Evangelio, a la antropología, que eso es la analítica existencial, con olvido de la teología. La filosofía alemana ha ofrecido al cristianismo sus máximas posibilidades de pensar y de ser pensado pero a la vez lo ha puesto ante el abismo, incitándolo a traspasar, trascender y dejar atrás, por superado, el cristianismo. Kant ¿ha hecho posible al cristianismo superar una moral legalista y estatuaria, fundamentando de manera definitiva la ética? ¿O lo ha dejado reducido a ética? Nietzsche, quien con tanta dureza ha tratado a Kant, ¿ha reclamado con razón la superación del Dios moral en la línea kantiana para descubrir la gloria y belleza del Dios divino? ¿O ha reducido el cristianismo a estética? Heidegger ¿ha creado una nueva metafísica leyendo la relación entre el espíritu y el Ser desde las categorías con las que el pensamiento anterior había leído la relación del alma con Dios, su origen y ejemplar? ¿O ha desalojado al cristianismo de su contenido teológico para asentar una metafísica de la facticidad y una mística de la Serenidad? 11. La apertura del hombre al misterio y la llamada del Misterio al hombre Concluimos con dos textos que ponen de relieve la duplicidad de niveles del pensamiento heideggeriano. El primero muestra la unión entre la autenticidad del hombre en su relación con las cosas y la consiguiente apertura al misterio: Lo que así se muestra y al mismo tiempo se retira es el rasgo fundamental de lo que denominamos «misterio». Denomino la actitud por la que nos mantenemos abiertos al sentido oculto del mundo técnico la apertura al misterio. La serenidad para con las cosas y la apertura al misterio se pertenecen la una a la otra. Nos hacen posible residir en el mundo de un modo muy distinto. Nos prometen un nuevo suelo y fundamento sobre los que mantenernos y subsistir, estando en el mundo técnico pero al abrigo de su amenaza. La serenidad para con las cosas y la apertura al misterio nos abren la perspectiva hacia un nuevo arraigo28. Hasta el final de Serenidad Heidegger retiene las categorías de llamada y espera denudadas del contenido positivo y teológico explícito que tienen en la Biblia. La obra termina con un diálogo en el que la noche es la protagonista, la noche de la vida de la que se habla en «El camino del campo», escrito que considera símbolo y síntesis de su arraigo en la tierra 28. Ibid. 243 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO y del itinerario de su pensamiento29. El texto final cierra el diálogo entre un profesor (P), un investigador (I) y un erudito (E), en el que la noche, la proximidad, el cielo y las estrellas son los signos de una nueva revelación y de la espera de un nuevo advenimiento salvador. Mística de la noche y mística de la espera. De la noche del mundo, ¿en espera de quien y con esperanza de qué? P.– El camino del campo nos ha guiado profundamente en la noche... I.– ... que brilla cada vez más hermosa. E.– ... sobrepasando en asombro a las estrellas... P.– ... porque en el cielo les aproxima sus lejanías... I.– ... al menos para el observador ingenuo, no así para el investigador exacto. P.– Para el niño que hay en el hombre la noche sigue siendo la costurera (Näherin) de las estrellas al aproximarlas, unas a otras. E.– ... junta sin ribete, sin costura, sin hilo. I.– Es la que aproxima porque solo trabaja con la proximidad (Nähe) E.– ... en el supuesto de que alguna vez trabaje, y no más bien descanse... P.– ... asombrándose de las profundidades de la altura. E.– ¿Podría entonces el asombro abrir lo cerrado? I.– Por el modo de estar a la espera... P.– ... si este es espera serena (gelassen)... E.– ... y el ser humano sigue siendo a-propiado a aquello... P.– ... desde donde estamos siendo llamados30. Aquí se habla de «asombro», de «estar a la espera», de prepararse con una vida serena, de connaturalizarse o a-propiarse con la llamada con la que «estamos siendo llamados». No hay invocación, no hay historia, no hay nombres sagrados para clamar a Dios. ¿Hay Dios? ¿Puede haber Dios donde no se le nombra, llama, suplica y acoge? El cristianismo es religión de la palabra, de la revelación, de la encarnación, del futuro absoluto a la luz de la memoria de su manifestación en la historia. Es religión del origen y fundamento (Padre), del tiempo y de la historia (Hijo), de la interioridad y del futuro (Espíritu). Heidegger muere en 1976 y es enterrado en el cementerio católico de su aldea natal, Messkirch, en cuya iglesia parroquial su padre había sido sacristán. En el entierro pronuncia unas palabras un profesor uni29. M. Heidegger, «Der Feldweg» (1949), en Íd., Denkerfahrungen, cit., pp. 37-40. Aquí está la afirmación ya citada sobre el encuentro de Dios en la vida, en el andar el camino junto a las cosas que nos hablan sin palabras: «En lo no hablado de su habla Dios (nos) llega a ser realmente Dios (ist Gott erst Gott), como dice Eckhart, el viejo maestro de vida y de doctrina (der alte Lese- und Lebemeister)». En 1915 escribía Ortega y Gasset: «La vida es el texto eterno, la retama ardiente al borde del camino donde Dios da sus voces» (Meditaciones del Quijote, en Íd., Obras completas I, Alianza, Madrid, 2006, p. 788). 30. Cf. M. Heidegger, Serenidad, cit., 84-85. 244 HEIDEGGER Y LA MÍSTICA versitario de trayectoria intelectual muy semejante a la suya: Bernhard Welte (1906-1983), natural también de Messkirch, sacerdote, que viniendo de la filosofía tradicional había trabajado sobre santo Tomás, la filosofía de la religión y la fenomenología. Con Heidegger compartía las grandes preguntas: el ser, la nada, Dios, la fe del hombre, la esperanza del mundo. Y no menos compartía la atracción por Eckhart, a quien dedicó un volumen. Los títulos de otras obras suyas revelan la cercanía y empatía con las preocupaciones de Eckhart, en un sentido, y de su paisano Heidegger, en otro31. 31. Cf. B. Welte, Meister Eckhart, Friburgo de Brisgovia, 1979. Otras obras suyas son: Auf der Spur des Ewigen, Friburgo de Brisgovia, 1965; Zeit und Geheimnis, Friburgo de Brisgovia, 1975; Heilsverständnis, Friburgo de Brisgovia, 1979; Das Licht des Nichts, Düsseldorf, 1980; Der Ernstfall der Hoffnung, Friburgo de Brisgovia, 1982; Zwischen Zeit und Ewigkeit, Friburgo de Brisgovia, 1982. 245 Cristianismo y mística Capítulo 6 E. TUGENDHAT: UN DISCÍPULO DE HEIDEGGER EN EL UMBRAL DEL SIGLO XXI El pensamiento moderno ha realizado un giro que hoy nos llama especialmente la atención. La Ilustración se caracterizó por la proclamación e instalación del hombre en su madurez como ciudadano, la voluntad de superar los poderes exteriores a la libertad, la autonomía y de alcanzar la suficiencia moral del sujeto individual. El atreverse a saber, a participar, a decidir, a afirmar el sujeto en sí mismo y a realizarse desde sí nos han aparecido hasta ahora como grandes e inolvidables conquistas, por cuya radicación y extensión hay que seguir luchando hasta el fin. ¿Qué nuevos descubrimientos han tenido lugar o qué experiencias antropológicas nos han sobrevenido para percibir hoy a ese yo como una carga excesiva para nuestra libertad, nuestra contingencia como un fardo y nuestra perduración personal como innecesaria? Esta es la tesis del libro de E. Tugendhat, Egocentricidad y mística1, cuyo original alemán es de 1997. 1. Contenido y sentido de su obra Egocentricidad y mística Cada uno de los tres últimos siglos ha visto la luz con un libro significativo para el tema religión-mística y a su vez de considerable influencia para el resto de los cien años siguientes. Cada uno se refiere a un aspecto diferente de lo que ambas pueden significar para la filosofía, para la existencia de los hombres y mujeres religiosos, para la sociedad y para la cultura. El primero de los tres fue la obra de F. D. E. Schleirmacher Sobre la religión: discursos dirigidos a quienes entre sus depreciadores tienen cultura (1799). El contexto es el nuevo mundo político, cultural y religioso del Berlín ilustrado en el momento en que se funda allí una universidad y en que la Ilustración da por supuesta la superación de la forma tradicional de 1. Egocentricidad y mística. Un estudio antropológico, Gedisa, Barcelona, 2004. 247 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO la religión o rechaza su misma legitimidad. Schleiermacher, predicador en el hospital de la Charité, profesor, filósofo y teólogo protestante, protagonista en la creación de la Universidad de Berlín, asume la defensa pública de la religión frente a la cultura, ya no desde la primacía de la razón sino desde el sentimiento de la unidad del hombre con el universo a la vez que desde su conciencia de absoluta dependencia respecto del Absoluto que le precede y excede. El libro que abre el siglo XX, Las variedades de la experiencia religiosa de W. James (1902), tiene tras de sí otro contexto: la universidad estadounidense de Harvard, la psicología y medicina, el método empírico y el pragmatismo, el acogimiento y la valoración objetiva de las formas religiosas existentes de hecho, entre las cuales está la experiencia mística. El libro de E. Tugendhat que ahora presentamos tiene un triple contexto como trasfondo tanto de nacimiento como de permanente diálogo entre líneas: la filosofía de Heidegger, la crítica de la religión del siglo XIX y la secularización actual de muchas conciencias, bien en forma de ateísmo explícito o implícito, bien como convicción de estar ante una fase agotada de la evolución del hombre (la religiosa). Desde este triple contexto Tugendhat, que ha vivido y ejercido su magisterio en Sudamérica y en Alemania, se pregunta por la religión y por la mística. A lo largo de su vida académica el autor ha dedicado sus mayores esfuerzos a la ética, su sentido y fundamentación, al lenguaje y su capacidad para fundarla, en diálogo con autores como Rawls y Habermas. De la ética pasó a la metafísica, intentando comprenderla desde la antropología o como antropología y proponiendo su tesis de una trascendencia inmanente en el libro Antropología en vez de metafísica2, en el que integra como capítulo 7 la conferencia pronunciada en 2005 en Berlín: «Sobre mística», y cuyo capítulo final, el 8, se titula: «Sobre religión». El libro que presentamos constituyó en su día un último salto hacia la perforación de las cuestiones fundamentales. Estos son tres puntos centrales de su pensamiento: cómo vivir y cuál es el vivir bueno (ética), qué decir del ser y cómo referir ser y hombre (metafísica), como superar el yo y descargarle de la pesadumbre excesiva de tener que sostenerse a sí mismo yendo más allá de todo egoísmo en sentido moral y de toda reducción de la realidad al yo, invirtiendo la dirección del movimiento y remitiendo el yo al universo (mística). Si a lo largo del libro Antropología en vez de metafísica reduce o resitúa la metafísica en la antropología3, en este casi nos atre2. Orig. 2007; trad. esp., Gedisa, Barcelona, 2008. 3. En el capítulo 1, titulado: «Antropología como filosofía primera», escribe: «La antropología no es simplemente un disciplina filosófica entre otras, sino que se la debería entender como la filosofía primera, es decir, que la pregunta: ‘¿qué somos como seres humanos?’, es aquella pregunta en la que tienen su base todas las demás preguntas y disciplinas filosóficas» (Antropología en vez de metafísica, Gedisa, Barcelona, 2009, 17). 248 E. TUGENDHAT: UN DISCÍPULO DE HEIDEGGER EN EL UMBRAL DEL SIGLO XXI veríamos a decir que comprende la mística como una forma consumada de ética (la renuncia absoluta a todo interés y egoísmo) o de metafísica (el trascendimiento del sujeto personal por la inserción liberadora de sí mismo en el universo). 2. La diferencia con los animales: del yo «gloria» al yo «peso del hombre» El libro tiene dos partes claramente diferenciadas y ordenadas dialécticamente entre sí: I. Comportarse respecto de sí mismo; II. Distanciarse de sí mismo. Ese yo, sí mismo, individuo (en el libro no existen o al menos no aparecen el prójimo ni la comunidad ni casi la persona en su estricto sentido) está ante dos tareas fundamentales: su afirmación, en una línea, y su superación, en otra. El hombre se reconoce a sí mismo como superior cuando se compara con los animales pero no sabe, no quiere o no puede constituirse como centro último. Su finitud, caducidad e incapacidad para asegurarse en el vivir y en el morir le exceden y le obligan a buscar la manera de afirmarse sin egocentricidad. En la primera parte las dos cuestiones principales son la fundamentación de la ética y el lugar del hombre en el cosmos. Con detalle trata la cuestión del hombre y de los animales para ver si ese yo es una ganancia o una pérdida frente a ellos. ¿No se ha envidiado a los animales porque pueden dormir sin angustia, mientras que al hombre en lugar del sueño le sobrevienen las preguntas sin respuesta y el ardor de un fuego interior que no es capaz de apagar4? Los seres humanos dicen yo, desarrollan una relación consigo mismos, se comportan respecto de la continuación de su vida y de su muerte, toman postura valorando hasta el punto de poder desear la muerte, plantean la cuestión del suicidio, tienen en cuenta el presente y el futuro. Los animales, en cambio, no pueden decir yo, no poseen ninguna representación de sí mismos, no pueden darse importancia, no pueden tomar distancia de sí mismos. Bien es verdad que existe una cierta forma de conciencia y de autorrepresentación tanto en los animales como en el niño y, con ello, una cierta autorreferencia. Situados en esta perspectiva el autor diferencia tres actitudes fundamentales: el altruismo, el egoísmo y el egocentrismo como formas de relación. El presupuesto de estas actitudes es que el hombre no puede tener una relación completa consigo mismo que le ayude a relativizarse y trascenderse, que es su gran necesidad y, con ello, la tarea de la vida humana vista desde este polo de atención. Relativización, distanciamiento, «no 4. «Dime, ¿por qué yaciendo / ocioso y sin cuidado / todo animal descansa, / y a mí me asalta el tedio si reposo?» (G. Leopardi, «Canto nocturno de un pastor errante de Asia», vv. 129-132, en Poesía y prosa, Alfaguara, Madrid, 1979, p. 181). 249 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO darse tanta importancia» y «olvido de sí» son términos claves: respecto de las cosas, de otras personas y sobre todo de sí mismo. El hombre siente necesidad de descubrir o ganar capacidades destinadas a mitigar esa egocentricidad. Esta es su tesis permanente: hay diversos caminos para lograr una relativización parcial de sí mismo y, con ella, la liberación; una relativización total, en cambio, solo la realiza la mística. 3. Mística como superación de la egocentricidad Llegados a este punto el autor hace una serie de afirmaciones, que en el fondo son preguntas. ¿Le es posible al hombre trascenderse y relativizarse? ¿Por qué la finitud es un problema para la vida humana? ¿De dónde ese miedo a la caducidad y ese aprecio de la estabilidad? La muerte no es tratada en plano meramente psicológico de primeras impresiones sino en perspectiva metafísica. De los varios párrafos en que ella aparece, con real peso a la vez que sobriedad, citamos solo uno. En él la afronta como problema pero luego a lo largo de páginas ulteriores apenas aparece una vez que se ha afirmado la relativización absoluta del ser humano. Parece dar por supuesto la pervivencia en el universo, una vez liberado ya de la carga de existir y de tener que sostenerse a sí mismo. La muerte solo sería horrible para quien se sitúa a sí mismo en el centro, no así, en cambio, para quien superado el egocentrismo se sitúa dentro del mundo pero en el margen: Solo cuando desde la perspectiva egocéntrica no relativizada no se divisa otra cosa que a sí mismo, el paso de la muerte tiene que parecer horrible. Por esta razón la muerte, al igual que las demás frustraciones profundas, se ofrece como motivo para apartar de sí mismo la mirada y dirigirla aun más atentamente a las otras cosas sobre las que siempre ha reposado. Aunque cada cual sigue siendo a sus propios ojos el centro volitivo del mundo, es posible darse comparativamente menos importancia a la vista del mundo y de los otros centros que hay en él, y por ello pensar en la muerte —imaginarse que se morirá pronto o en seguida— puede ser la ocasión de situarse, dentro del mundo, en el margen. Así, pues, tal vez solo una actitud mística permita aceptar la muerte. Con esto tiene que ver el hecho de que pensar en la muerte haya constituido siempre una motivación para la mística5. 4. Mística frente a religión Entre las experiencias básicas del ser humano está la necesidad de recogimiento y de unidad frente a la dispersión y la multiplicidad. En aquellas se toma distancia respecto de los asuntos y deseos de la vida para plantear 5. Egocentricidad y mística, cit., pp. 118-119. Dos análisis de esta obra: B. Irlenborn, «Die religionsfreie Mystik des Philosophen»: Theologie und Glaube 96 (2005), pp. 207-217; M. Schlögl, «Mystik als Freiheitsgeschehen. Die anthropologische Begründung der Mystik bei E. Tugendhat und Ratzinger», en ibid. 104/2 (2014), pp. 126-141. 250 E. TUGENDHAT: UN DISCÍPULO DE HEIDEGGER EN EL UMBRAL DEL SIGLO XXI la cuestión central: el cómo de la vida, el cómo quiero yo vivir. La segunda parte del libro se abre con el capítulo: «Religión y mística», y esta es su tesis central: «Religión y mística son formas de recogimiento relativas al cómo de la vida»6. En ambos casos la cuestión hay que plantearla no en tercera persona, como quien habla de algo que le es externo y, siéndole ajeno, no le afecta, sino en primera persona, como quien habla de lo que le afecta y determina el sentido de su existencia y el vector de su vida futura. Ahora aparece la convicción primordial que determina todo el libro: de esas dos instancias, hoy solo es viable la mística. La religión como creencia en dioses o en el Dios del judeocristianismo ha perdido toda validez y la mística ya solo es pensable si se la reinterpreta en un sentido nuevo. Tugendhat, partiendo de las tesis de Feuerbach, comprende la religión como proyección de los deseos propios del ser caduco, finito que, consciente de su muerte insuperable, crea el sujeto correspondiente que responda a tales deseos: Dios. Ese Dios, herencia de la religión bíblica y de la cultura judeocristiana, ha dejado de existir. No obstante, seguirá habiendo dos propuestas para superar el dolor de la finitud y de la caducidad, para lograr la paz y el sosiego: la religión para unos y la mística para otros. Para Tugendhat, la propuesta de la religión ya no es válida; en cambio, la unión mística es necesaria y benéfica pero en lugar de Dios hay que poner el universo. He aquí algunas de las reiteradas tesis de Tugendhat: Religión y mística no solo son caminos diferentes sino que responden a motivos opuestos7. El problema común que solucionan en forma opuesta es el problema de la contingencia8. En la historia de la humanidad se han emprendido dos caminos para calmar el dolor que supone este estado (conciencia de la radical insuficiencia ante la muerte, tensión entre la intención y las realizaciones con la desilusión consiguiente, frustraciones y desgracias...): justamente los caminos de la religión y de la mística9. Definición de la mística. Consiste: 1) en zafarse del aferramiento volitivo (de la avidez o de la preocupación, 2) prestando atención al universo, no sumergiéndose meditativamente en él (prefiero decir universo en lugar de realidad última)... Es posible ampliar la definición de forma que abarque a la mística religiosa, poniendo a Dios en lugar del universo10. 6. 7. 8. 9. 10. Egocentricidad y mística, cit., p. 125. Ibid., p. 113. Ibid., p. 136. Ibid., p. 137. Ibid., p. 132. 251 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO La tarea del místico consiste en llegar a ser uno con lo uno (la así llamada unio mystica)... El místico se repliega en el mundo: en vez de mirar todo desde la perspectiva egocéntrica, se mira desde el mundo11. El autor no se contenta con enunciar los dos caminos como posibles sino que excluye el de la religión por considerarlo resto de lo que él llama elemento pragmático egoísta (Dios como respuesta a nuestros deseos y servidor de nuestra ilusiones). Frente a esto propone: «Mística: distanciamiento no relativo sino radical de sí mismo, del propio ‘yo quiero’. La religión emana, debido al motivo pragmático, de la preocupación por los propios deseos»12. En los últimos capítulos hace un estudio analítico de cómo aparece la mística en Eckhart, del sentido de la oración, de la voluntad de Dios, de la aceptación de lo que hay en un sentido transpersonalista. Luego habla del Tao, del lugar de Dios como de lo que sucede en cada caso y, lógicamente, se deja de hablar de obediencia. «Lo que se llama voluntad de Dios es simplemente la realidad de lo que sucede en cada ocasión... La oración deja de ser una petición para ser una aceptación de lo dado»13. 5. Eckhart y ecos del budismo Luego hace unas consideraciones en esta línea sobre el budismo (mahayana y theravada), situándolo en cercanía con sus propias afirmaciones, a la luz de las cuales se percibe con mayor claridad la distancia entre el tipo de mística que el autor propone y lo que es la mística en el cristianismo. Frente a las dos concepciones de la mística cristiana tradicional: una más en línea cognoscitiva y volitiva (iluminación intuitiva, conocimiento experimental de Dios, experiencia fruitiva de su presencia) y otra más en línea metafísica (unio mystica, unión con Dios y con todas las cosas), ya en la primera página del libro había propuesto Tugendhat la suya. De entrada su objetivo consiste en entender la mística a partir de un motivo determinado y constatable. Su respuesta es clara: los seres humanos tienen necesidad de paz espiritual y esta solo se logra de una vez por todas superando no solo relativamente el yo, como se lo propone la ascética, sino absolutamente. Tal es, según él, la función específica de la mística. El tema de la paz-pacificación del hombre es esencial en Plotino, en el budismo y en el propio cristianismo. Esta respuesta conduce, por supuesto, a otras preguntas. ¿Cómo puede aparecer en los seres humanos, en claro contraste con los animales, la necesidad 11. 12. 13. Ibid., p. 141. Ibid., p. 135. Ibid., p. 157. 252 E. TUGENDHAT: UN DISCÍPULO DE HEIDEGGER EN EL UMBRAL DEL SIGLO XXI de paz espiritual? No porque sufran, como pensó Buda, ya que los demás animales también sufren, sino porque su alma se encuentra en un estado de intranquilidad que los demás animales no conocen. Esta intranquilidad tiene que ver con la relación consigo mismo específicamente humana. Quizá pueda decirse: el motivo de toda mística es liberarse de la preocupación por sí mismo o mitigar esta preocupación14. El autor es consciente de la distancia que hay entre su propuesta y la propuesta que ha ido naciendo de la Biblia en la Iglesia, con las consecuencias que se derivan de una y otra. En primer lugar está la comprensión personal del sujeto humano en relación consigo mismo, con los otros en el amor y con Dios en la alabanza, el agradecimiento, la oración, la esperanza, la entrega decidida y definitiva de la vida en sus manos amorosas con la conciencia de ganarla absolutamente a la vez que le rogamos que sea él quien decida sobre nosotros. Lo personal ¿es mera herencia del cristianismo, a la que se podría y debería renunciar para llegar a un estadio ulterior de perfección moral y de valor existencial, o es algo constituyente de la vida humana sin lo cual esta se degradaría? Lo numinoso, por más totalmente otro que se lo conciba, ¿es todavía pensable sin esa dimensión personalista que tan central aparece en la historia del cristianismo y que no está presente o se encuentra difuminada en las religiones orientales? De esta dimensión personalista derivan elementos fundantes de las religiones históricas en una u otra medida, tales como la voluntad de Dios y la obediencia, la oración y la vida moral, comprendidas como respuesta y responsabilidad ante alguien que tiene autoridad sobre nosotros. La pregunta siguiente del autor es reveladora: La creencia de que no podemos prescindir de referencias personales («hágase tu voluntad») ¿se debe solamente a que estamos en la tradición judeocristiana o supone que los seres humanos tienen desde un comienzo tal necesidad de relaciones personales que, sin la proyección de una persona divina, les falta algo esencial cuando se recogen en vista de lo numinoso15? Las referencias a la vida de Jesús que encontramos en este libro suenan extrañas; por ejemplo, cuando, después de analizar la oración de Jesús en Getsemaní, pregunta hasta qué punto Dios funge aquí como Dios y no como Tao, mera aceptación de lo que hay16. Algo similar ocurre cuando el autor, intentando descubrir el fundamento del amor universal y descartando como secundaria la justificación veterotestamentaria (mandato de Dios) y la neotestamentaria (Dios modelo), afirma que solo el 14. Ibid., pp. 9-10. 15. Ibid., p. 159. 16. Ibid., p. 158. 253 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO distanciamiento de sí mismo, tal como la propone su comprensión de la mística, puede ofrecer nuevo fundamento de la ética. «¿No tiene que aparecer la mística como la única base comprensible de una actitud de amor universal?»17. Pero ¿de qué naturaleza es ese distanciamiento de sí mismo: es la purificación de los propios deseos, la aniquilación de la conciencia o el cese de la persona? En su referencia permanente a las religiones de la India y Japón, Tugendhat habla del budismo mahanayana como caso de amor universal, consecuencia del distanciamiento crítico de sí mismo, rechazando como peculiar la interpretación que ve en el budismo sobre todo la huida del mundo y la supresión de lo individual. «El paso del arhat —el ideal del santo que practica la meditación ascética en el budismo theravada— al bodisatva ilimitadamente bondadoso es quizá el acontecimiento más asombroso en la historia de la mística»18. Queriendo superar la «escuela de los antiguos» (theravada), los seguidores del mahayana añadieron un elemento que reinvertía acentos y primacías, yendo de la inmersión meditativa en sí mismo a la compasión y referencia a los seres. Para ellos el verdadero santo no era el que descansa pacíficamente en su nirvana, conseguido tras duro trabajo, sino el que voluntariamente deja a un lado el nirvana, que por otra parte siempre estará a su disposición, y se compromete a no entrar en su felicidad final hasta haber salvado a todos los seres sensibles y así pronuncia los solemnes votos19. En las últimas páginas, y en diálogo siempre con el budismo, aparecen las categorías de «bondad de corazón que se refiere a todos por igual», «bondad universal», «benevolencia ilimitada», cuidándose de anotar que no se trata de conceptos morales. Aparece la superación del egocentrismo como el salto definitivo al amor, servicio y bondad compasiva para todos por igual. Nunca, sin embargo, se aclara cómo es esa relación. Se habla de un amor desinteresado en su forma activa capaz de sustituir a la mera actitud contemplativa del místico. 6. Más allá del cristianismo y del budismo Desechada la doble comprensión de la mística —una más referida a las potencias (dinamismo de la memoria, inteligencia, voluntad) y otra al ser 17. Ibid., p. 165. 18. Estas grandes familias espirituales han ido sumando acentos y primacías en su propuesta. Así, en el hinduismo: «El Bahagavad-Gita marca una divisoria en la historia del hinduismo, porque hasta nuestros días la religión viva del pueblo indio consiste en el bhakti en sus diversas formas. Se manifiesta como una devoción amorosa, como una adoración, una comunión y unión con Dios que se manifiesta a sí mismo como Vishnu o Shiva» (R. C. Zaehner, El cristianismo y las grandes religiones de Asia, Herder, Barcelona, 1967, p. 55). 19. Cf. Egocentricidad y mística, cit., p. 135. 254 E. TUGENDHAT: UN DISCÍPULO DE HEIDEGGER EN EL UMBRAL DEL SIGLO XXI mismo del alma en su fundamento— propia del cristianismo y rechazada también la de las religiones orientales que la entiendan como huida, vacío, desinterés o negación, nuestro autor concluye con el párrafo final que trascribimos. En él no acabamos de ver si es un juicio sobre distintas formas de budismo, una ratificación de su teoría (la mística para el logro de la paz espiritual exige la relativización absoluta del apego yoico) o, por el contrario, una corrección final u objeción contra sí mismo, porque quien busca esa paz dice «yo» y esto equivale a una ocupación-preocupación permanente por sí mismo. En una relectura de su propia posición, ¿quiere corregir la comprensión de la mística como superación del yo e inmersión en el universo por otra que pone en primer plano la referencia a los otros en la compasión y el servicio? En tanto la mística consista en una búsqueda de paz espiritual, el que dice «yo» no podrá distanciarse radicalmente de sí mismo. Por consiguiente, el ideal del bodisatva sería finalmente la única forma consistente de actitud mística20. ¿Aparecen aquí, si no resueltas, al menos esclarecidas las cuestiones que desde siempre han preocupado a los hombres hasta hoy y a las cuales han buscado solución en la religión y en la mística? Si el libro lleva por subtítulo: «Un estudio antropológico», tenemos derecho a preguntar si están integradas las cuestiones de primer orden y cómo están resueltas. El punto de partida es claro: el hombre está ante dos exigencias en apariencia contradictorias, a saber, acercarse a sí mismo y distanciarse de sí mismo. Este binomio implica ya un cuestionamiento, cuando no negación, del presupuesto implícito en una Ilustración atea: que el hombre tenga en sí y solo en sí su centro de surgimiento y de consistencia, de afirmación y de plenitud. La necesidad de paz espiritual, que no es posible por la sola relación a sí mismo y tiene que buscar la relación a otro, es el punto de partida del libro: el hombre busca la unidad de todas las cosas. A diferencia de los animales, el hombre vive en un estado de intranquilidad y busca una forma de aliviarla o de pacificarla. A eso responde la mística según la propuesta de Tugendhat, una vez que ha descartado la existencia de Dios y excluido, por consiguiente, la relación con él como solución a la carencia de paz y a la necesidad que tiene el hombre de distanciase de sí mismo. 7. Las preguntas inevitables La insuficiencia del yo, la necesidad de trascenderse, la necesidad de una paz que nos excede y, sin embargo, nos es esencial, son motivos perma20. Ibid., p. 165. 255 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO nentes en la historia de la espiritualidad. ¿Puede el hombre lograr esos objetivos en la muda, ciega y sorda relación con el universo? La capacidad de este ¿es proporcional a la exigencia y esperanza del hombre? Este universo, sin conciencia, sin palabra y sin amor, ¿garantiza la pervivencia personal o es que el hombre no la necesita? ¿En qué relación queda para siempre la persona humana con ese universo? ¿Qué lugar permanente seguirán ocupando en él la memoria que nos une con nuestra historia anterior, la inteligencia que nos hace congéneres con todo lo real (anima quodammodo omnia, el alma es en cierto modo todas las cosas) y la voluntad que nos lanza al amor acogido y al amor ofrecido? ¿Qué lugar ocupan los otros en este tránsito al universo? ¿No existe solidaridad alguna entre los humanos? Estos ¿necesitan solo la liberación del estado de naturaleza o también la de su libertad, incapaz de igualar a los propios deseos o incluso pervertida por un uso maligno? ¿Existen el bien y el mal y, como consecuencia, la culpa y la responsabilidad? Junto a la estructura permanente del hombre, ¿qué lugar ocupa la historia en esta comprensión de la mística? ¿Qué valor conserva nuestra biografía vivida en el futuro por vivir? La mayor parte de estas preguntas quizá sean rechazadas por el autor por considerarlas derivadas de una comprensión cristiana del hombre y de Dios. Pero tales preguntas ¿no encuentran eco en todo aquel que realiza esas dos actitudes de recogimiento y de unidad con las que se abre el libro? Y la pregunta por Dios ¿está definitivamente superada? En el panorama contemporáneo, descartado el carácter personal, religioso de la religión, se ha puesto de relieve su carácter funcional. No se pregunta si la religión es verdadera sino si puede cumplir una función para mejorar la calidad de vida del hombre. La respuesta es positiva y se le asignan las funciones siguientes: superar o al menos aliviar el peso de la contingencia, llenar la soledad, responder a la necesidad insuperable de descansar, de reposar y dormir del hecho de ser y de existir. Descansar del trabajo de haber vivido, del agotamiento tras el largo viaje de la vida y entrar por fin en la patria-hogar de la que venimos21. Tales han sido siempre percepciones inherentes también a la modulación de la existencia cristiana. Pero ella presuponía dos cosas, que le confieren tensión dramática en un 21. Ernst Bloch cierra su obra clave, El principio esperanza, con esta afirmación, pura herencia de Plotino: «Patria es de donde venimos» (Trotta, Madrid, 2007, vol. 3, pp. 509-510). Y por eso es el lugar al que retornamos. Todo pensamiento de influencia mística ha mantenido este principio. Santo Tomás lo formula en sentido puramente teológico con el binomio: exitus-redditus, y lo asume como categoría estructuradora de su Suma teológica. T. S. Eliot, en sus Cuatro cuartetos, comienza el segundo, «East Coker», con esta frase: «En mi principio está mi fin» (v. 1), y lo cierra con el equivalente: «En mi fin está mi principio» (v. 275). Y en el centro del poema: Home is where one starts from, «El hogar es el punto del que partimos» (v. 255) (Cuatro cuartetos, Cátedra, Madrid, 1987, pp. 99, 117 y 115). 256 E. TUGENDHAT: UN DISCÍPULO DE HEIDEGGER EN EL UMBRAL DEL SIGLO XXI sentido y potencia pacificadora en otro: una es la afirmación de la validez absoluta del ser como tal y del hombre con libertad y responsabilidad; otra, la respuesta acogedora, afirmadora y divinizadora del hombre por Dios, su Padre y compañero de alianza. Frente a todo gnosticismo dualista el cristianismo ha mantenido siempre la bondad de la creación, de la corporeidad, de la subjetividad y de la proximidad, otorgándoles un valor definitivo. Dios no ha creado al hombre para la muerte sino para una vida eterna como la suya; la aniquilación del hombre contradice la fe en su raíz. Esta habla de creación y de nueva creación para el mismo sujeto, en novedad de futuro a la vez que en continuidad con el pasado. Un eco gnóstico ha perdurado en el siglo XX, por ejemplo, cuando S. Weil hablaba de la necesidad de «descrear» el ser y el hombre, como si la creación fuera mala y la existencia anterior fuera la única verdadera. Dios ha creado al hombre a su imagen para que haga un camino de libertad, responsabilidad y amor con él. Expresiones como «mortificación» y «negación de sí mismo» (la vida ascética, el monacato), anéantissement y «reducción a la nada» (Bérulle, escuela francesa de espiritualidad), «noches» y «nadas» (san Juan de la Cruz) nunca han tenido un sentido metafísico. Expresaban la exigencia moral propuesta al hombre para vaciarse de su falso yo y dilatarse hasta Dios, dejándose recrear y rellenar por él. Para alcanzar este fin era necesario rechazar todo lo que pretendiera ocupar el lugar de Dios y suplantar su autoridad. 257 Cristianismo y mística Capítulo 7 LAS ESTRUCTURAS DE LA EXPERIENCIA MÍSTICA EN EL CRISTIANISMO Y EN LA FILOSOFÍA Habría que precisar previamente los términos y diferenciar los campos. Así hablamos de variedades de la experiencia espiritual (moral, estética, religiosa, metafísica, poética...), de variedades de la experiencia religiosa (profética, sapiencial, escatológica, monástica, referida a la acción en una historia concreta, contemplativa, activa, litúrgica, misionera...), de variedades de la experiencia mística (cósmica, metafísica, personalista, de contenido expresivo nupcial, de amistad, de identificación, de amor, de compasión y servicio...). ¿Cuáles son las cuestiones que están en juego a la hora de comprender la experiencia mística dentro del cristianismo y otras experiencias colaterales a él con pretensión de conocimiento, contacto, unión o fruición del Absoluto? Se ha hablado de experiencias construibles por el hombre (naturaleza) y de experiencias percibidas como don directo de Dios (gracia); de experiencias filosóficas o metafísicas confrontándolas con experiencias históricas, que serían las propias del cristianismo; de experiencias salvíficas en relación a una trascendencia personal afirmadora del hombre abierto a su acción y de experiencias relativas a una trascendencia inmanente al mundo. Estas serían cuatro preguntas clave: 1) el sujeto de la experiencia; 2) el objeto de la experiencia al que se remite la actividad intencional; 3) el medio dentro del cual se inscribe y despliega esa experiencia; 4) la configuración de la vida humana que lleva consigo. Responder a estas cuatro preguntas comportaría elaborar un tratado completo de antropología y de teología a la vez que de historia de la exégesis y de la espiritualidad. 1. El sujeto de la experiencia mística Por supuesto, en todos los casos el sujeto es siempre el hombre en el ejercicio de su personalidad, desplegándola dentro de un lugar y tiempo, 259 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO afectado y propulsado por esa exterioridad social, religiosa y cultural. Ese hombre puede intentar comprenderse y realizarse exclusivamente a partir de las posibilidades derivadas de su situación, evolución y contexto o puede comprenderse abierto a la realidad entera, capaz de recibir luz, ayuda y exigencias de más allá de sí mismo. El hombre puede contar con Dios o no hacerlo; puede pedirle luz y ayuda, gracia y compañía. Y una vez imploradas puede sentirse determinado por ellas, como potencia y existencia al mismo tiempo. Nunca se podrá enseñorear de ellas ni ejercitarlas al margen de la lógica divina de la que las ha recibido. El hombre, para acercarse a Dios, referirse a él, orar, caminar con él, puede apoyarse solo en sí mismo o puede también implorar la ayuda divina y marchar como quien es llamado y responde, es sostenido y esperado. Puede reconocer la revelación de Dios en una historia particular, acoger su palabra confiándose a ella, obedecer sus mandatos, celebrar los signos de su presencia especial, vivir así de esa manifestación particular que es su revelación y donación en una historia. Por eso hablamos de los caminos de la naturaleza (los que el hombre abre hacia Dios: orden natural) y de los caminos de la gracia (los que Dios inesperada y libérrimamente abre al hombre: orden sobrenatural). Dios crea el mundo y se atiene a él pero no se detiene en él. La gratuidad de esta manifestación divina respecto de todo el poder y decidir del hombre obliga a este a no sentirse ni afirmarse dueño de este mundo, a no cerrarse ante la insospechable iniciativa de Dios. El punto cumbre de esta es la encarnación del Verbo en Cristo. La gracia de Dios, otorgada a un hombre, constituye una recreación del fondo de su ser haciéndole sensible, dócil, acompasado a la realidad y palabra divinas. Esa connaturalización del hombre con Dios, vista desde la perspectiva de Dios, tiene lugar por el bautismo como identificación con el destino y la persona de Cristo. Vista desde el hombre, es la ejercitación de unos dinamismos permanentes (hábitos, disposiciones) que le cualifican para creer a Dios, esperar en él y amarle. Son las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que tienen a Dios por origen, sostén permanente y meta final. El hombre iluminado por la gracia bautismal, viviendo a semejanza de Cristo y dejándose guiar por el Espíritu Santo, es un hombre nuevo. Nada hay con mayor elasticidad ontológica que el ser humano, cuya libertad le abre al Infinito y a la Nada, por lo cual quienes se abren a aquel y quienes se abren a esta pertenecen a dos universos distintos, aun cuando vivan en el mismo lugar y hagan aparentemente lo mismo. Ese hombre nuevo desde Cristo piensa como todos pero no lo mismo que todos, porque su ser interior ha sido remodelado a la medida del Dios que se le ha autorrevelado y autoentregado. Este hombre, así renacido del agua y del Espíritu, es el sujeto de la experiencia mística en el cristianismo. 260 ESTRUCTURAS DE LA EXPERIENCIA MÍSTICA EN EL CRISTIANISMO Y EN LA FILOSOFÍA 2. Dios, originador a la vez que meta intencional de la experiencia mística El hombre es realidad en relación, persona en misión y miembro en comunión. Como relación constituyente, está destinado a realizarse en un despliegue permanente, propio de quien ha sido creado para que, yendo más allá de sí mismo, pueda dar alcance a su creador y poseer como conquista lo que, sin embargo, sabe que siempre es gracia. La autorreferencia nunca es directa sino que se da siempre en un segundo momento, en viaje de vuelta desde los otros a uno mismo. En el choque entre el yo y el pedernal de las cosas surge la chispa de nuestra conciencia e identidad, desde el rostro de la madre que el niño ve por primera vez hasta el rostro de la muerte que se le avecina al enfermo y que en vida le está presente a todo hombre que piensa. El hombre, a diferencia del mineral, de la planta o del animal, está abierto a la totalidad de lo real: las cosas, las ideas, sí mismo, el prójimo, el Absoluto, las huellas divinas en la historia, la voz de Dios en su interior, su posible presencia al corazón. Todas esas realidades pueden ser conocidas desde afuera y desde abajo pero pueden ser también conocidas desde dentro de cada una de ellas, bien por el experimento que puede deshacerlas para analizar su interior, como hace el químico en el laboratorio, bien, cuando se trata de seres personales y libres, reconociendo su manifestación y respondiendo a ella. El científico hace lo primero en el laboratorio; el filósofo indaga desde su mesa de reflexión; el creyente, en cambio, rastrea los signos que Dios ha dado y las huellas que ha dejado de sí mismo. En el cristianismo el objeto intencional al que se refiere el cristiano es el Dios que, con nombre, palabra y rostro, se ha revelado por los profetas primero, luego de manera personal plena por Jesucristo y, finalmente, en memoria y obediencia a su Espíritu por los apóstoles. En el cristianismo no hay otro Absoluto real y religioso que ese Dios de Jesucristo, revelador del Padre y donador del Espíritu, en quien el hombre encuentra el ejemplar de su propio ser en memoria, inteligencia y voluntad. Ello es lo que lo hace capaz de Dios: de conocimiento, de amor y de crear un reflejo de él en el mundo. Él es percibido a la vez como sujeto originador de la experiencia (mirada del místico hacia atrás) y como meta u objeto del dinamismo que la lanza hacia el futuro (mirada hacia delante). La revelación de Dios en esta forma concreta lleva consigo una comprensión del ser como participación en la vida misma del Creador; del hombre como imagen y lugarteniente de este en el mundo frente a todo lo demás; y de la historia como marco de ejercicio creador del hombre y desafío a su libertad ante el bien y el mal, que se dirige a una consumación en la que es verificada su verdad (salvación) o la perversión que sobre sí mismo ha ejercido (condenación). El hombre es prójimo de cada ser humano, 261 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO esté próximo o lejano, sea amigo o enemigo, y lo es más intensamente en la medida de su necesidad. La compasión, el amor, la praxis cooperadora son criterios determinantes de la vida moral, que es fruto natural del hombre nuevo, santificado por el Espíritu y constituido en miembro de la comunidad de confesión, celebración y acción que es la Iglesia. ¿Qué pensar desde el cristianismo sobre los otros absolutos? Hay absolutos que son reflejo del único Absoluto santo y santificador que es Dios (absolutos positivos); hay, en cambio, absolutos que se erigen en realidad suprema y subyugan a su servicio todas las demás realidades, Dios incluido (absolutos negativos). Dios no subyuga los absolutos positivos de la belleza, de la verdad, de la creatividad, del amor, de la esperanza, sino que los ilumina y deja sentir como llamas partícipes de su propia presencia beatificante. La pregunta es esta: ¿puede cada uno de ellos, o todos sumados, responder a todas las necesidades y exigencias que el hombre tiene? 3. Las mediaciones colectivas e institucionales Ninguna realización humana acontece en un vacío temporal y local: todas proceden y se suceden unas a otras, tienen un «desde dónde» y se encaminan a un «hacia dónde», que no les son exteriores sino que se tejen con la iniciativa personal como trama y urdimbre. No hay experiencias sin lugar y tiempo, como no habrá después textos sin contextos previos. Las experiencias místicas que conocemos en la historia son hijas naturales de grandes personalidades, que, vistas a distancia, nos aparecen erguidas como monolitos en medio de la masa en la que están inmersas. Y sin embargo, como gestación natural o rechazo decidido son fruto de toda una tradición anterior, de gérmenes brotados en comunidades meditativas, ascéticas, serviciales, abiertas al Absoluto y al Futuro. Estas afirmaciones parecerían estar contradichas por la historia de la Iglesia, comenzando por el monacato, en cual se inicia institucionalmente la forma ascética, meditativa y escatológica del cristianismo. ¿No están los desiertos de Egipto, Siria y Palestina poblados de eremitas, lejos de las ciudades? Esto es verdad; pero una cosa es la soledad física, material y otra muy distinta la soledad espiritual, eclesial. Un hombre solo nunca es solitario si no rompe los lazos naturales con sus semejantes y, aunque se aleje de ellos, sigue conviviendo con ellos, en la adhesión o en el rechazo, en la distancia o en la esperanza. Y por lo que se refiere a los monjes, su lejanía física estaba matizada por un hecho fundamental: se sabían miembros de la comunidad, que unas veces los había enviado al desierto y otras los acompañaba solidaria en su aventura. Cada domingo bajaban del desierto al llano y participaban en la celebración eucarística; cada monje tenía su padre espiritual, que le guiaba en su camino interior y le mantenía unido al cuerpo exterior de la Iglesia. 262 ESTRUCTURAS DE LA EXPERIENCIA MÍSTICA EN EL CRISTIANISMO Y EN LA FILOSOFÍA El monje ha contado siempre con la Iglesia y la Iglesia ha contado siempre —también hoy— con el monje. El «solo con el Solo» heredado de Plotino nunca significó en el cristianismo el aislamiento de la tradición, celebración y vida eclesial. Más aun, rigió el principio: unus christianus, nullus christianus, del que nos hemos ocupado en otro lugar1. No hay monje sin Iglesia y no hay Iglesia sin monje, entendiendo esta última palabra ahora en el sentido teológico: un confesor del único Dios, un servidor del reino, frente al cual todo lo demás son esquirlas añadidas, un fiel creyente configurado al Cristo vivo. Por ello los apotegmas monásticos están siempre situados en cadenas y tradiciones referidas o identificadas según su conformidad con los grandes iniciadores, como son, entre otros muchos, san Antonio, san Pablo y, tras ellos, san Benito en un sentido y los fundadores del siglo XIII y del siglo XVI en otro2. Las mediaciones o lugares concretos de la mística cristiana son la tradición apostólica explicitada en los textos bíblicos y en las liturgias. Todas son distintas pero todas ellas mantienen su arraigo en el mismo tronco, con la misma forma fundamental de vida referida a Dios, al Cristo que vivió nuestra historia, al Espíritu como luz gozosa que guía a cada hombre, a la tradición apostólica, a la comunidad eclesial como familia, en la que nace y crece la fe. La Iglesia es comprendida no como resultado de la decisión y de la mera agregación de hombres (asociación) sino como resultado de la convocatoria de Dios para formar el cuerpo histórico de Cristo en el mundo (institución). Nunca se ha reconocido como cristiana una espiritualidad que excluyera positivamente uno de estos cuatro elementos: a) la Biblia con su interpretación eclesial; b) la tradición apostólica y conciliar como textos normativos; c) la liturgia con sus sacramentos; y d) la Iglesia como suma de comunión fraterna y de autoridad vinculante. A partir del siglo XIX se ha intensificado el aspecto individual de la experiencia mística, añadiendo a ese aspecto otro de carácter más bien negativo: su contraposición a la institución eclesial, lo cual deriva de la acentuación individual de la fe propia del protestantismo liberal y de un catolicismo moralizante. En los últimos decenios incluso se ha acentuado la contraposición entre el místico y la institución, concediendo a aquel todo el vigor y frescor de la experiencia originadora y reprochando a esta la actitud niveladora, reductora, universalizadora y, con ello, anuladora del elemento creador o renovador de la experiencia originaria. Se ha si1. Cf. O. González de Cardedal, «Unus christanus-nullus christianus. La dimensión eclesial de la existencia cristiana», en Homenaje al profesor E. Fernández Vallina, Salamanca, 1914. 2. Cf. Abadía de Solesmes, Les sentences des Pères du désert, Sarthe, 1966; P. Deseille (ed.), L’Évangile au désert. Des premiers moines à Saint Bernard, París, 1965. 263 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO tuado a los místicos en los márgenes de la Iglesia, como si hubieran sido siempre perseguidos o rechazados por la autoridad jerárquica. Es un hecho que ellos, como toda gran personalidad creadora, han chocado con lo usual, acostumbrado, reducido a lo mediano vivible por todos. Lo mismo que no existe la religión sino las religiones, tampoco existe la mística sino los místicos. Evidentemente hay las semejanzas inevitables derivadas de la naturaleza común de todos los hombres y, por ello, manifiesta tanto en los creyentes como en los no creyentes. El sujeto de la religión y de la mística es siempre el mismo: el hombre. Pero ser hombre es una realidad abierta, moldeable, capaz de identificación con lo sublime y lo perverso, lo incólume y lo deshecho. Desde el idealismo del siglo XIX y el peso filosófico de Hegel han prevalecido la atención y el crédito otorgados a lo universal, a lo común, a la idea frente a los hechos, a lo indiferenciado previo a toda división y realización en la historia; y se ha tendido a convertir ese universal abstracto en medida de todo y, con ello, a la reducción de la diversidad a la unidad. Kierkegaard, en su lucha contra lo que él llama «el sistema» (Hegel), es el exponente máximo de una reclamación concreta del cristianismo frente a un universalismo vacío y a la negación de la historia cristiana en su particularidad judaica y, en el fondo, contra la absolutización de la forma protestante, prusiana y berlinesa del cristianismo. Esta consideración de la mística, a la vez que aporta luces nuevas, requiere cierta matización. Los místicos pueden ser fermento y aguijón crítico de la institución y jerarquía: nos ayudan a la recuperación de la experiencia originaria. Pero no es del todo objetiva la consideración solamente negativa de la aportación de la comunidad eclesial al místico, viéndole fuera de ella, sin ella o contra ella. Existen choques en la historia y los rechazos mutuos con los dramas personales correspondientes por ambos lados. Pero sin la atención, cultivo y crítica de la Iglesia, aquellos que hoy consideramos como la medida y ejemplo de la mística cristiana no hubieran sido tales. En medio del magma de alumbrados, filoprotestantes, dejados y locos, verdaderos santos y exigentes reformadores, neurasténicas y verdaderas santas que pululaban por todos los rincones de España en la mitad del siglo XVI, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz no hubieran sido quienes llegaron a ser sin la atención tan amorosa como crítica de la Iglesia a sus proyectos. Dos grandes autoridades en esta materia, G. Scholem y E. Underhill, de la que el primero se hace eco en la cita que sigue, ven así la cuestión: En la actualidad ha ganado terreno la creencia de que existe algo así como una religión mística abstracta. Una explicación de esta creencia tan extendida puede encontrarse en la tendencia panteísta, que como nunca antes, ejerció una gran influencia en el pensamiento religioso del siglo XIX. Esta 264 ESTRUCTURAS DE LA EXPERIENCIA MÍSTICA EN EL CRISTIANISMO Y EN LA FILOSOFÍA influencia puede detectarse en los múltiples intentos de abandonar las formas fijas de la religión dogmática e institucional a favor de una religión universal. Por la misma razón los diferentes aspectos históricos del misticismo religioso se consideran a menudo como formas corrompidas de un misticismo —por decirlo de alguna manera— químicamente puro, o sea, independiente de cualquier religión particular. Puesto que nuestra intención es estudiar un tipo determinado de misticismo, a saber, el judío, no nos extenderemos en tales abstracciones. Además como lo señala con justicia E. Underhill, la muy difundida idea del místico como un anarquista religioso que no siente ninguna lealtad ni compromiso hacia su religión no está confirmada por la historia. Esta demuestra, en realidad, que los grandes místicos fueron fieles adeptos de las grandes religiones3. 4. El proyecto de humanidad e historia resultante En el cristianismo no está directamente en primer plano la filosofía ni la moral ni la praxis ni la utopía de otro mundo edificable por el hombre sino el plan de Dios para la vida del mundo, realizado en la exterioridad de la historia por Cristo y en la interioridad de la conciencia por el Espíritu Santo y mediado al mundo por la misión de la Iglesia. La experiencia mística es uno de los puntos cumbres de la realización cristiana de la existencia. No hay un monismo cristiano en la forma de vivir. La pluralidad de libros bíblicos, la diversidad de lo que la Carta a los Hebreos llama, refiriéndose a personajes del Antiguo Testamento, «nube de testigos» (cf. Heb 12, 1) y la variedad de acentos existentes en los cuatro evangelios, con san Pablo junto a ellos, ofrecen un retablo de exponentes auténticos de la fe, configurados por puntos de luz con claroscuros muy diversos. Por más admirables, ejemplares y fecundos intérpretes que sean, los místicos no pueden ser considerados como la suprema expresión del cristianismo. Hay otras realizaciones que pueden tener la misma intensidad de fe y de amor; de esa fe pura e ilustradísima de la que habla san Juan de la Cruz y de ese amor-son-obras al que apela santa Teresa. Este es el criterio de la verdadera santidad en la Iglesia; en determinadas personas el elemento experiencial puede no alcanzar gran intensidad y no lograr la capacidad expresiva mediante la cual aquella experiencia sea mostrada accesible a los demás. Hay santos sin tal peso de experiencia intelectiva y afectiva; hay también santos que la han tenido pero carecieron de la necesaria capacidad literaria para interpretarnos los dones especiales que recibieron de Dios y que, consiguientemente, solo han sido conocidos de ellos y de Dios. La fe cristiana llevada a su plenitud puede recibir configuraciones y consumaciones diversas: en la acción, en el pensamiento, en el testimonio, 3. G. Scholem, Las grandes tendencias de la mística judía [1941], FCE, México, 1996, pp. 18-19. 265 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO en la esperanza escatológica, en la noche oscura, en el martirio. Dios encarga a cada hombre una misión en el mundo y para ella le otorga su gracia. La perfección de ese hombre será el resultado de su naturaleza, de la misión divina encargada y de la respuesta de él en libertad. Saber cuál ha sido el nivel de fidelidad a Dios en cada caso es tarea difícil, si no imposible. Las canonizaciones solo nos dicen que esos hombres y mujeres, vistos desde el final de su vida, han sido fieles a Dios y pueden ser acogidos como maestros de doctrina, ejemplos de vida e intercesores por nosotros ante Dios. La Iglesia nunca ha establecido un orden de primacía entre los canonizados; no nos ha dicho cuál es la escala de perfección. ¿En qué distintos cielos pondría hoy un nuevo Dante, en una nueva Divina comedia, a los misioneros, los teólogos, los monjes, los políticos, los profesionales fieles cumplidores de su encargo en el servicio a la sociedad, ellos y ellas? Junto a esos elementos de la diversidad están los elementos de unidad y de creación de sentido orgánico en la vida cristiana. En primer lugar hay que establecer el criterio siguiente: la fe es un principio de vida, de verdad, de acción y de esperanza, que determina todo el pensar y el hacer. El Dios al que se refiere es el Dios creador del ser, el guía de la historia que no le imprime un mecanismo automático sino que la rige de acuerdo a las leyes propias de cada orden de ser: la gravedad en las cosas, el instinto en los animales, la libertad en los hombres. Ese Dios es para nosotros principio de vida, de verdad y de acción a la hora de realizar nuestra existencia. El cristiano diferencia los órdenes de realidad y no confunde los métodos con las metas. Pero tampoco sucumbe a un pluralismo metafísico, que convierte la realidad en un montón de cosas o de hechos sin coherencia de fondo. Donde se cree en un único Dios, creador y señor, hay «un mundo» y «un hombre» y no es posible un pluralismo absoluto. En este sentido hay una comprensión cristiana del ser, de la historia, de la acción y del futuro. Por ello, sin sucumbir a ningún monismo ni heteronomía, hay que pensar una metafísica, una antropología y una ética desde el cristianismo. Hago estas afirmaciones teniendo ante los ojos el diálogo de la mística cristiana con las filosofías contemporáneas y con las místicas del Extremo Oriente. Son patentes ciertas semejanzas, intenciones comunes y métodos a veces intercambiables pero no menos hay que ser conscientes del abismo que separa las convicciones fundamentales desde las que se vive y se muere. El ecumenismo de las místicas tiene que pasar por el crisol de una reflexión sobre primeros principios, fundamentos permanentes y fines últimos. Sin ella las afirmaciones sobre la experiencia mística se apoyan en la arena y sucumben antes o después a un sincretismo esterilizador. El cristianismo es una religión de hechos históricos (historia sancta) y de contenidos dogmáticos a la vez que de experiencias espirituales pero estas no se dan sin aquellos, lo mismo que aquellos tienen que suscitar y orientar, juzgar y defender a estas. 266 ESTRUCTURAS DE LA EXPERIENCIA MÍSTICA EN EL CRISTIANISMO Y EN LA FILOSOFÍA En segundo lugar hay que añadir el principio que diversifica esa unidad: cada cristiano se orienta por los principios generales que rigen para todos los miembros de la Iglesia pero a la vez por los imperativos personales que Dios intima a su existencia. Es Dios quien guía las vidas de cada hombre por el camino de la humanidad y le ofrece una misión concreta en la Iglesia. El místico es uno más de los caminantes hacia el Eterno. Junto a él caminan todos los demás protagonistas en la vida de la Iglesia. Hoy nos sentimos más cercanos a aquellos santos en los que prevalecen el sentimiento, la vivencia, la pasión amorosa, la transparencia en el hacer y decir. De ahí nuestro interés por los místicos y carismáticos, con el redescubrimiento de aspectos de lo humano y de lo cristiano antes olvidados, depreciados o puestos bajo sospecha. Una vez que en el último siglo ha abundado la reflexión teórica sobre la mística (teoría e historia) y en los últimos decenios han aparecido los movimientos carismáticos junto con los grupos reclamadores de vivencia en el cristianismo, sería bueno que en los próximos decenios prevalezca el contacto directo con las grandes personalidades espirituales, no solo para estudiarlas sino sobre todo para revivir su espíritu y sus gestas, sin arcaísmos ni progresismos falsificadores. Santos y escritores, tan iguales y tan diversos por su procedencia y por la percepción diferenciada del cristianismo, todos ellos, sin embargo, con el mismo aire de familia y la misma confesión de fe trinitaria. G. van der Leeuw, bajo el epígrafe: «Figuras», describe catorce formas o acentuaciones que puede tener la religión4. De manera análoga podríamos tipificar otras tantas formas de la santidad en la Iglesia y de tipos místicos. Hay que volver al conocimiento, contacto y familiarización con sus escritos, con la figura de vida que fue la suya, con la dimensión de nuestro espíritu que se actualiza al contacto con ellos, y no menos arriesgarse por el camino que ellos transitaron. Místicos de Oriente y de Occidente, del primero y del segundo milenio, surgidos en la cultura europea y en otras culturas. A la vez que redescubrir la savia y corteza propias de la experiencia mística en el cristianismo, hay que analizar las experiencias similares que encontramos en los filósofos, poetas, creadores y, en alguna forma inefable, en todo hombre limpio y verdadero. Nada, ni el pecado ni la violencia exterior pueden anular la condición del hombre como imagen de Dios. En la tradición cristiana imago Dei y capax Dei son sinónimos5. Mientras haya libertad y no sea destruido, cercenado o anulado el sujeto en su humanidad constituyente, el hombre será siempre capaz de Dios en su inteligencia (acen4. Cf. G. van der Leeuw, Fenomenología de la religión, FCE, México, 1964, pp. 562-626. 5. Cf. G. Madec, «Capax Dei», en Augustinus Lexikon I, Basilea, 1994, pp. 727-730. 267 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO tuación intelectiva de la experiencia mística), en su corazón (dimensión fruitiva-dilectiva) y en su quehacer de vida (dimensión histórico-activa). Por eso mientras que en algunos casos el juicio sobre ciertos fenómenos ordinarios o extraordinarios es fácil, en cambio en otros es muy difícil decidir si estamos ante un caso de mística natural como resultado de la capacidad innata de todo hombre o ante una experiencia mística fruto bien de la gracia derivada de la revelación histórica de Dios en Cristo, bien de la gracia particular dada a un hombre para cumplir una misión especial en la Iglesia. Estas cuestiones hay que dejarlas en manos de Aquel que conoce los corazones y de quien recibe tal visita, iluminación y gracia divinas. A lo único que podemos llegar con honestidad intelectual y objetividad religiosa es a comprender y comparar los aspectos externos literarios, morales o institucionales que implican o generan esas experiencias surgidas fuera del cristianismo y compararlas con las que conlleva la experiencia cristiana. Esta es la rama de un árbol que solo está viva y es verdadera si recibe desde las raíces la savia permanente de su tronco. Quien las ha conocido y gustado ya no puede renunciar a esas realidades (tesoro y perla del evangelio: cf. Mt 13, 44-46). Su preocupación y gozo es vivir de ellas y comunicarlas con amor al prójimo, a su libertad y para su libertad. Lo demás lo deja en manos de la voluntad de Dios y de la libertad de cada hombre. 268 Capítulo 8 UNA ACLARACIÓN FINAL Y TESIS CONCLUSIVAS En ninguna época el poder de la metafísica fue tan grande como en aquellos siglos en los que estaba unida con la teología y la Iglesia. W. Dilthey, Werke I, 296 1. Identidad y diferencia entre filosofía y mística Después de citar las palabras de Dilthey que nos sirven de exergo para este capítulo, A. Wenz hace el comentario siguiente: «Si, de acuerdo con su nombre, entendemos la metafísica como la doctrina que tiene por objeto lo que por principio es inexperienciable, lo trascendente, o sea, las tres ideas de Kant (Dios, alma y mundo), entonces la Edad Media es la época metafísica por excelencia (saeculum metaphysicun kat’esochen), porque al menos dos terceras partes de toda su actividad espiritual fueron invertidas en el análisis científico de estas últimas cuestiones de vida»1. Y analizando las cinco partes de que consta la obra de A. Wenz, con los autores en torno a los que se articula cada una de ellas, uno comprueba que todos son teólogos y todos ellos, con algún matiz, los clásicos exponentes de la teología mística: san Agustín, Escoto Eriúgena, san Anselmo, santo Tomás de Aquino y el Maestro Eckhart. Este capítulo ha girado fundamentalmente en torno a las relaciones entre filosofía y mística. Históricamente, en la cultura de nuestro universo occidental la religión está en sus mismos orígenes. Y si se ha explicado el tránsito de la religión a la filosofía como el tránsito del mythos al logos o del culto al logos, Werner Jaeger subraya que no era para eliminar la religión sino para pasar a otra forma más crítica y coherente de su ejercicio2. Platón es tan crítico con los poetas precisamente porque estos proponen una religión mítica, acrítica y falseadora de la relación 1. A. Wenz, Metaphysik des Mittealters, Berlín, 1930, p. 3. 2. Cf. W. Jaeger, La teología de los primeros filósofos griegos, FCE, México/Madrid, 1992. 269 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO del hombre con lo divino-dioses-Dios, que para él es sagrada. Al tema dedica larga reflexión en el libro II de la República3. Ese saber de lo primero y de lo último, de lo que no es físicamente verificable pero no por eso es menos real, ya que determina la existencia entera del hombre, está en el origen de lo que se ha llamado con distintos nombres: filosofía, filosofía primera, metafísica, ontología, en unos casos, y mística, en otros; sea como fuere, considerándolo como sabiduría antes que como ciencia. Se ha calificado de místicos a quienes en el mundo griego estuvieron en el comienzo y a la cabeza del filosofar: Parménides y Heráclito, religando todo al ser y al movimiento. «Parménides puede ser considerado como el fundador de la ontología, que es una mística, y la más austera de todos»4. La filosofía en la historia de Occidente tiene dos versiones fundamentales, según la inclinación radical a la que oriente: la inclinación mística y la inclinación científica. Lo que Whitehead dice de Platón, Heidegger lo dice de Aristóteles: que toda la historia de la filosofía de Occidente son notas al pie de sus páginas. Ningún filósofo que se precie aceptará tal división porque se considerará ligado y obligado a ambas tradiciones y exigencias del espíritu: la sabiduría y la ciencia, el vivir y el pensar, el tiempo presente y el destino final. Unos y otros reclaman como condición para el filosofar auténtico poder sumar el rigor del concepto con la flexibilidad de la experiencia. Ambos son esenciales y ambos están presentes en toda personalidad filosófica. «Hay que pasar por algunas experiencias filosóficas de carácter en absoluto discursivo, como sería la experiencia amorosa en Platón, la contemplativa en Aristóteles y la unitiva en Plotino»5. ¿Filósofos místicos o filósofos científicos? Idéntico sería el objetivo de ambos y diferentes los métodos seguidos al intentar llegar a él. El objetivo perseguido en ambos casos es el Absoluto, su carácter de inicio, fundamento, vida, unidad, bien, coligación de toda la realidad y de paz final para el hombre. Pero también tiene sus matices diferentes. En un caso se trata de entender (concepto) y en el otro de alcanzar unión y un nuevo vivir (experiencia). Pero habría otro matiz diferenciador de calado más intenso, una vez que filosofía y mística se distancien del todo. En la filosofía tendríamos el esfuerzo del hombre por conquistar —y casi apropiarse de— la realidad, ser y sentir con lo absoluto, llámesele naturaleza, yo o Dios. En la mística tendríamos, por el contrario, el don de Dios al hombre, dejándose sentir cercano a su diario vivir y sensible a su corazón. Caminos del hombre a Dios intentando entenderle-comprenderle, serían 3. Cf. República 376-383. 4. L. Lavelle, Panorama des doctrines philosophiques, París, 1967, p. 42. 5. P. Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Siruela, Madrid, 2006, p. 309. 270 UNA ACLARACIÓN FINAL Y TESIS CONCLUSIVAS los intentos del filósofo (anabasis, plerosis); caminos de Dios com-padeciendo el destino del hombre y llegando a la conciencia del hombre serían los dones del místico (kenosis, experiencia). Esta división aparentemente tan clara es, sin embargo, falaz en otro orden. Desde los presocráticos a las cartas paulinas se ha sabido que uno y el mismo es el camino que desciende y el camino que asciende6. Esto equivale a decir que uno y el mismo es el Dios del filósofo y el del místico; y uno y el mismo es, en estas figuras, el hombre abierto en anhelo de Dios y en recepción de la iluminación de Dios. ¿Cuál es, sin embargo, la diferencia radical? La historia, el tiempo, el lugar, la particularidad, las mediaciones creaturales, que son constituyentes del cristianismo y, por ello, del místico que siga queriéndose cristiano. Tiene razón Lessing cuando habla del foso que separa el Evangelio (noticia concreta de un don de Dios por medio de unos hombres, los judíos) y la razón con pretensión de validez universal7. El Evangelio es una provocación a la libertad, a la que le es ofrecido algo que excede a la razón sin contradecirla, algo que no le es necesario pero sí posible a nuestra libertad como fruto de otra libertad que se nos abre y se nos ofrece algo en gracia y gratuidad. Ante un don no valen razones, solo la aceptación o el rechazo, que siempre deben estar fundados, sin que sean necesarios motivos de razón universal y basten decisiones de libertad particular. En medio de tales esfuerzos por diferenciar filosofía y mística hay que reconocer que de hecho ha habido una serie de personalidades en la historia del cristianismo que han unido ambas, de forma que se ha podido hablar de una «filosofía mística», en unos casos, y de una «mística filosófica», en otros. La cuestión se esclarece cuando se plantea no en teoría sino con los nombres, personas y textos ante los ojos. El filósofo pone en juego sobre todo la razón universal y universalizadora, mientras que en el místico están en juego sobre todo la libertad, la voluntad y el corazón. No basta decir que en los filósofos prevalecen la demostración y el sistema, mientras que en los místicos lo hacen la experiencia y el testimonio. ¿Bajo cuál de las dos rúbricas, «filosofía mística» o «mística filosófica», deberíamos poner los nombres siguientes: Platón, Plotino, san Agustín, Escoto 6. Cf. Heráclito, Fragmentos 59 («El camino derecho y el que rodea es un solo y mismo camino»); 60 («El camino de arriba —que desciende— y el camino de abajo —que asciende— son uno y el mismo»); 103 («En la circunferencia de un círculo, el comienzo y el fin se confunden»). Véase también Ef 4, 9-10. 7. «Si no puede demostrarse ninguna verdad histórica, tampoco puede demostrarse nada por medio de verdades históricas. Es decir: las verdades históricas, como contingentes que son, no pueden servir de prueba de las verdades de razón, como necesarias que son [...] Ese, ese es el repugnante gran foso, con el que no puedo por más que intenté bien en serio saltármelo» (G. E. Lessing, «Sobre la demostración en espíritu y fuerza», en Íd., Escritos filosóficos y teológicos, Editora Nacional, Madrid, 1982, pp. 447 y 449). 271 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO Eriúgena, Eckhart, Nicolás de Cusa, Spinoza, Böhme, Baader, Schelling, Hegel, Heidegger? ¿Y qué pensar de personalidades como Simone Weil y Teilhard de Chardin, la primera con una mística del dolor, del mal y de la «descreación» (¡mientras Ch. Moeller la considera casi hereje, en cambio J. I. González Faus reclama canonizarla!) y el segundo con una mística de la materia, del universo y de la consumación de todo en el Cristo Omega? Sorprende la permanente apelación de Heidegger a Eckhart, tomando de él un vocabulario propio de los místicos, desde los alemanes del siglo XIV a los españoles del siglo XVI, especialmente los franciscanos Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo y fray Juan de los Ángeles. Este vocabulario, que es reasumido de manera simplificada por Tugendhat, en la mayoría de los casos tiene sentido moral; en Eckhart y Heidegger, en cambio, tiene valencia metafísica: Abgeschiedenheit (corte, ruptura), Ledigkeit (vaciamiento, soledad, des-ocupación, soltería, sin dueño), Freiheit (libertad), Gelassenheit (dejadez, dejación, «dejados», serenidad, sosiego). Esta última palabra, como ya sabemos, da título a una obra de Heidegger. Sin embargo, no nos debería engañar la similitud verbal y conceptual: bajo las palabras no hay la misma comprensión de la realidad ni la misma realización de la existencia. Heidegger ha desollado el cuerpo vivo del cristianismo (esencia, entraña, historia) y se ha quedado con la piel; ha dejado de lado los contenidos reales quedándose solo con las formalidad (historicidad, temporalidad, cotidianidad, mortalidad). Al igual que Agustín, Anselmo o Tomás, Eckhart pensó como filósofo pero al servicio de una profunda espiritualidad dominicana, siendo predicador, hombre de gobierno, docente y guía de almas8. 2. Dos criterios: distinguir para unir, unir para distinguir a) Filosofía, religión y mística, siendo diferentes, han vivido hasta ahora en una relación tal entre sí que impide una separación. La filosofía se ocupa del conocimiento de la realidad en cuanto tal, del ser más allá de los entes. La religión es la apertura y el consentimiento confiados a Dios como único Absoluto de naturaleza personal y reconocido como santo, del cual se espera salvación. La mística en el cristianismo es el conocimiento experiencial de Dios, la unión fruitiva y deificadora con él, tal como se nos ha revelado en Jesucristo. La identificación del Absoluto con el Ser, el yo o la naturaleza genera otro tipo de mística, en apariencia semejante pero en el fondo totalmente diferente de la mística cristiana. 8. «A pesar de su metafísica y mística, profundamente arraigadas en la inteligencia, Eckhart realiza una espiritualidad dominicana que sitúa la contemplación en una correspondencia íntima con la acción» (A. M. Haas, «Meister Eckhart», en 3LThK 3, 446. Cf. Íd., Meister Eckhart als normative Gestalt geistlichen Lebens, Friburgo de Brisgovia, 1994). 272 UNA ACLARACIÓN FINAL Y TESIS CONCLUSIVAS b) Puede haber filosofía sin religión y sin mística, así como religión sin filosofía y sin mística, pero cristianamente no puede haber mística sin un fundamento de religión (fe) y un mínimo de reflexión (filosofía). Modernamente la mística, en muchos casos, se ha separado de la religión. c) La filosofía mística comprende el Ser (llámesele Abismo original, Bien, Uno, natura...) como sostén y unión de la entera realidad; confiere entidad a los entes y abre el yo a la integración e identificación con él. Los pensadores, filósofos y teólogos que están en esta línea religan la experiencia mística no a la historia sino a la eternidad: Dios engendra su Verbo y, en él, a nosotros desde siempre; y la historia del Verbo encarnado la hacen coextensiva al nacimiento de Cristo en cada hombre, según la idea de Orígenes reasumida por Eckhart y formulada por Angelus Silesius en este díptico clásico que lleva por título «Dios debe nacer en ti»: Wird Christus tausendmal zu Bethlehem geboren / Und nicht in dir: du bleibst ewiglich verloren, «ya puede Cristo nacer mil veces en Belén, que si no nace en ti, quedas perdido para siempre»9. d) La mística filosófica es aquella que, a la vez que el conocimiento experiencial de Dios, la unión fruitiva y la percepción de unidad con él, incluye una explicitación de los fundamentos metafísicos de ese conocimiento, experiencia y unión. e) La mística en el cristianismo se funda en la manifestación exterior de Dios en la historia (obra, mensaje y persona de Jesucristo) y en la manifestación interior del Espíritu Santo, que lleva a cabo la purificación, iluminación y transformación del hombre en Cristo y, mediante esa incardinación de hijos con el Hijo, nos hace posible compartir la naturaleza divina. Siendo los mismos sus elementos esenciales, la mística ha tenido en el cristianismo formas diferentes, según la dimensión acentuada en cada corriente espiritual y en cada persona. Podríamos distinguir: la corriente intelectiva (conocimiento: Agustín, Anselmo, Eckhart, Bérulle), la volitiva (amor: Bernardo, Francisco, Buenaventura); la fruitiva (gozo: místicas germanas del Medievo, Catalina de Siena, Catalina de Génova, Ángela de Foligno, Juan de la Cruz) y la activa (acción: Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, María de la Encarnación). f ) La aportación de la filosofía a la mística reside en la clarificación de los hechos particulares, de las verdades universales y de las experiencias extraordinarias que se dan en la vida del creyente pero también en la elaboración de las condiciones de posibilidad antropológicas (¿cómo tiene que estar metafísicamente constituido el hombre y qué exigencias morales tiene que cumplir para llegar a esa experiencia?) y teológicas (¿cómo tiene que ser Dios para revelarse y darse de esta forma al hombre?). 9. El peregrino querubínico, I, 61, Facultad de Teología del Norte de España, Burgos, 2009. 273 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO g) Aportación de la mística cristiana a la filosofía. Testimonia y acredita con la experiencia de tantos hombres y mujeres la dimensión trascendental, teopática y teofánica, del hombre a la vez que el ser personal, amoroso, histórico, no escéptico ni indiferente de Dios respecto del hombre, ya que ha compartido historia y destino con nosotros y ha roto el marco de la finitud y del miedo a la muerte con la resurrección de Cristo. h) Una cierta experiencia mística mínima es posible a todo hombre. Todo ser humano está implantado y abierto a un fondo de realidad superior a él, que lo sostiene, llama y atrae; además, de ese fondo de realidad tiene con el hecho mismo de existir, que le excede en su origen, fundamentación y futuro, una ‘experiencia’, que es superior y previa a todo concepto, formulación y sistema, y resulta real para él aun cuando no sea capaz de expresarlo en palabras. i) Esa experiencia fundamental que determina al yo en su mundo nunca engendra seguridad en el sentido de evidencia ni llega a ser transparente del todo para la presencia que la genera, por lo cual siempre permanecerá envuelta en un manto de tiniebla y el conocer será como bajo velo y en fragmento. De ahí el grito del alma enamorada en san Juan de la Cruz: «Rompe la tela de este dulce encuentro» («Llama de amor viva», 1, 5). j) La existencia de hombres y mujeres afectados por este sentimiento de presencia inmediata, de experiencia fruitiva y de unión amorosa con Dios, que es la experiencia mística, se puede desplegar en contextos y con fenómenos extraordinarios o en medio de la vida cotidiana. Los grandes místicos han llevado a cabo grandes realizaciones espirituales, institucionales y literarias. Pero su existencia no es la única ejemplar y la única normativa para el cristiano, ya que esas experiencias y creaciones extraordinarias no son solo resultado de una esforzada conquista suya sino de una peculiar gracia divina o de una peculiar coincidencia de situaciones históricas. La vida mística en sus formas extraordinarias está en continuidad pero no en derivación necesaria de la vida cristiana vivida en sus elementos esenciales. Cada hombre tiene su medida del don de Dios, su misión en la vida y su correspondiente camino hacia aquel. 274 PANORAMA FINAL INTRODUCCIÓN MOMENTOS LÍMITE EN LA HISTORIA DEL CRISTIANISMO En la historia del cristianismo ha habido momentos en los que la fecundidad interna de la fe, el acoso exterior o las diversas interpretaciones de su realidad íntima le imponían como primera tarea el discernimiento de lo específico cristiano respecto de filosofías, de ideologías o de proyectos nacidos de la imaginación de individuos geniales, santos o locos. Este discernimiento fue inevitable en los momentos críticos. En ellos el cristianismo estuvo casi en el borde de la desaparición como resultado de: — el gnosticismo en los primeros siglos de la Iglesia; — la invasión aristotélica a comienzos del siglo XIII; — la proliferación de experiencias parciales del Evangelio propuestas durante el siglo XVI con la Reforma protestante y la reforma católica; — la Ilustración como alternativa natural y racional a la religión positiva y eclesial; — ciertas corrientes románticas y filosofías idealistas del siglo XIX que identifican el cristianismo como religión absoluta de la historia y de la encarnación; — la propuesta marxista, traducida políticamente por el comunismo, que en el fondo era una mística y soteriología secularizadas y que durante medio siglo tuvo a medio mundo de su lado; — la sustitución del Misterio, como desvelamiento del proyecto salvífico de Dios mediante los profetas y Cristo, a partir de mediados del siglo XX por una nueva forma de gnosis y de mística que acaba en mero sentimiento de unión con el universo y de inserción oceánica del hombre en el Todo, con lo que encontraría la paz en un sentido y la plenitud en otro. 275 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO La mística es hoy lugar de convergencia de las mejores esperanzas de renovación del cristianismo pero también lugar de pretensiones y proposiciones más ambiguas. Estas, abandonadas a sí mismas, sin el correspondiente acompañamiento y discernimiento crítico, terminarían haciendo de él una teosofía o una terapéutica; todo menos lo que él ha sido siempre. Diferenciación, disección y discernimiento son hoy tareas sagradas al servicio de las necesidades más entrañables del hombre a la vez que al servicio del genuino cristianismo. El hombre no puede servir nada más que a Dios, no debe nunca adorar a los ídolos, y Dios no puede ser puesto al servicio de nada que no sea él mismo y su relación iluminadora, redentiva y santificadora de los humanos. I. LA PALABRA La primera tarea en este orden es rescatar la palabra «mística», limpiándola del barro que la ensucia y del uso que la trivializa, devolviéndola a su lugar de nacimiento con los fines y servicios que ella está llamada a cumplir. Se la trivializa y desnaturaliza, por ejemplo, cuando se la utiliza para describir el sentido y objetivos de cualquier proyecto, haciendo con ella lo mismo que antes se hacía con el término «filosofía». Si al presentar un proyecto se hablaba de la «filosofía de» ahora la expresión ha sido sustituida por esta otra: la «mística de», para designar la intención y los fines de una idea, empresa o propuesta. No importa de qué área de la realidad se trate; se utiliza el término lo mismo si se habla de economía como de ecología o de servicios sanitarios. De manera privilegiada el término está siendo utilizado para designar propuestas de sanación psicológica, de ayuda personal y de terapias afectivas. En este sentido se habla del Jesús místico en un libro que en realidad trata de los cuidados médicos, la atención psicológica o psiquiátrica, la ayuda personal de la más diversa índole a los enfermos. Jesús habría sido eso: un buen cuidador y sanador, un generoso compañero de camino en las dificultades, una mano tendida para ayudar a encontrar el propio camino, el reflejo viviente del amor y la compasión de Dios1. Un peso especial ha recibido la palabra a partir de ciertos movimientos eso/exotéricos y de cierto psicoanálisis. En la correspondencia entre Freud y el escritor francés Romain Rolland, este habla del «sentimiento oceánico», al cual va unida la idea de inmensidad, de hondura, de vida profunda, de anegamiento, de extensión del yo individual a la universalidad de lo real, que así se libera del angostamiento vital, de las angustias 1. Cf. M. Renz, Der Mystiker aus Nazaret. Jesus neu begegnen. Jesuanische Spiritualität, Friburgo de Brisgovia, 2013. 276 PANORAMA FINAL de un yo limitado, inquieto y en el fondo infeliz2. Inmensidad que, al liberarnos de nuestros límites y arrancarnos a la preocupación por soportarnos a nosotros mismos, a la angustia de tener que existir (Sorge en Heidegger, Tugendhat), de tener que tenernos y sostenernos, nos devuelve a la felicidad originaria de lo primordial indiferenciado y concorde (seno de la madre, seno de la Tierra, seno del mar). Si tuviera que citar exponentes de esta actitud considerada como mística, citaría el soneto de Baudelaire «El hombre y la mar» y sobre todo el poema de Leopardi «El infinito»3. En este se habla de «último horizonte», de «sobrehumanos silencios», de «infinito silencio», de una «quietud hondísima», de que «uno recuerda y le sobreviene lo eterno», para concluir con estos versos: «... Cosi tra questa / immensità s’annega il pensier mio: / e il naufragar m’è dolce in questo mare» [Así, entre esta / inmensidad, se anega mi pensamiento, / y naufragar me es dulce en este mar]. ¿Es esto una experiencia mística natural? Léase este poema junto a otro de san Juan de la Cruz («Cántico», «Noche», «Llama», «Que bien sé yo la fonte») cuando se trate de analizar en qué consiste la llamada mística natural y de diferenciarla respecto de la experiencia mística cristiana. En san Juan de la Cruz no hay absolutos impersonales sino la relación explícita con Jesucristo, nombrándole personalmente («Cántico»), a la vez que la acción del Espíritu Santo en el alma («Llama de amor viva»). 1. La llamada «mística natural» Deberíamos diferenciar también los diversos ámbitos de sentido en los que pueden aparecer la palabra «mística» y las realidades a las que ella remite. Son fundamentalmente tres. En primer lugar podemos hablar de la posible dimensión mística de la experiencia humana, ya que el hombre 2. Romain Rolland (1866-1944), premio Nobel en 1916, es exponente de una actitud extendida en el primer tercio del siglo XX y de una suma de naturalismo, escepticismo, religiosidad, pasión de comunión a la naturaleza, sed de absoluto, un cierto panteísmo. El habla de sus tres éclairs (relámpagos, iluminaciones, deslumbramientos): l’éclair de FerneyVoltaire (1882), l’éclair de Spinoza, en quien descubre que: «Tout qui est, est en Dieu», y l’éclair de Tolstói. Ese itinerario queda reflejado en sus obras: Jean Christophe (1904-1910) y Le buissont ardent (1911). Después de leer El porvenir de una ilusión (1926) de Freud, escribe a este hablándole de «una sensación religiosa totalmente diferente de las religiones propiamente dichas», de una «sensación de lo eterno», de un «sentimiento oceánico» que se puede describir como un «contacto» y un «hecho» (Carta del 5 de diciembre de 1927). En 1929 le envía los tres volúmenes de su Ensayo sobre la mística y la acción de la India viva. En ese mismo año Freud publica El malestar de la cultura y le responde en estos términos: «¡Qué extraños me son los mundos hacia los que usted evoluciona! La mística me queda tan cerrada como la música», a la vez que mostraba su distancia respecto de los ribetes místicos de Jung, manifestándole que ya no pertenecía a su grupo. 3. Cf. Ch. Baudelaire, Les fleurs du mal (1857), XIV; G. Leopardi, Cantos (1818 y 1831), «L’Infinito». 277 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO es sentidos, razón, inteligencia. Cada uno de estos órganos le abre a un universo de realidad: a lo particular sensible (sentidos); a lo concreto verificable en este mundo (razón); a lo universal eterno que nos desborda y lanza hacia una ultimidad percibida como fundante, vocativa y determinadora del destino del hombre (inteligencia). Los tres son diferentes pero van implicados en cada acto. Hay los sentidos, que nos centran en lo inmediato particular; hay una razón, que compara, ordena y comprende la unidad en la diversidad de las cosas; y hay una inteligencia, que remite a lo que la precede y por ello es inteligencia sentiente, pero al mismo tiempo abre a lo que la excede, pertenece y llama. Cuando el hombre ejercita esos tres órganos que le abren la realidad sin absolutizar ninguno de ellos, sabe de sí mismo como espíritu encarnado, como ser en el tiempo, como atenimiento a lo inmediato; y en medio de todo ello permanece abierto al Absoluto, siente la necesidad del Eterno, anhela un amor personal y personalizador, para que su existencia no sea en vano y su esperanza no le aboque a un silencio y sinsentido eterno. Ese trascenderse, consentir e ir más allá de lo posible a nuestras fuerzas, esa confianza que se hace oración y entrega, ese consentimiento absoluto de nuestra libertad a lo que nos designa y nos destina, ¿no implican o suplican una experiencia trascendental de naturaleza religiosa y por ello salvífica? En este orden puede haber una experiencia mística natural, que no es ajena a Dios y a la que Dios, creador universal y universal presencia amorosa a cada hombre, acompaña, responde y corresponde. 2. ¿Dimensión mística de toda experiencia cristiana? La experiencia cristiana tiene un triple fundamento: a) la revelación de Dios en una historia en la que nos ha dado signos de su presencia (pueblo de Israel, historia y persona de Jesucristo, acción del Espíritu en la Iglesia); b) la fe, don de Dios (al que van siempre unidas la esperanza y la caridad), como virtud que nos cualifica, conforma y dispone a recibir esa revelación, responderla y conformarnos a ella; y c) La respuesta del hombre, que es a la vez intelectiva, afectiva y activa, a esa revelación exterior y pública, que tiene su cumbre en Jesucristo, mediador y plenitud de la revelación, pero también a la inspiración interior del Espíritu. La fe, la esperanza y la caridad (llamadas «virtudes teologales» por tener a Dios como origen, contenido y fin) son los dinamismos activadores de nuestras potencias: memoria, inteligencia, voluntad. A ellas acompañan los dones del Espíritu Santo, que nos otorgan aquella docilidad, percepción sutil y cordial adhesión a lo que Dios sugiere a cada cristiano y propone a la Iglesia. A la luz de estos datos resulta evidente que la vida cristiana es experiencia, lleva consigo la inclusión de la inteligencia, libertad y corazón del 278 PANORAMA FINAL hombre en la recepción, asimilación y respuesta a la manifestación y donación divinas. No puede ser totalmente pasiva ni solo receptiva, como lo es el vaso recogiendo el agua que en él se vierte o como recibe un árbol el golpe de hacha que el leñador le asesta. La comprensión del hombre en la Biblia implica audición de la palabra del Dios que llama y el diálogo con él, preguntando por el sentido del encargo que hace. Implica obediencia y respuesta activa en una ejercitación a la que termina acompañando el saber propio de la vida vivida, de la misión realizada y del hacer por el sujeto que hace. La experiencia cristiana nace y se funda en la actitud receptiva del ser creado pero no por eso es solo pasiva e inconsciente; lleva consigo un saber de vida, que alcanza unos u otros niveles de profundidad y afecta más o menos intensamente a los dinamismos del propio vivir, con unas u otras repercusiones somáticas. Cada hombre es un enigma y un misterio, no solo por razón de su naturaleza y libertad diversas sino por lo que Dios quiere para cada uno y espera de cada uno en su vida personal, en su dimensión social y en su protagonismo en la Iglesia. El hombre solo alcanza última luz para reconocerse a sí mismo en el diálogo con quien es su creador, que le ha forjado con aptitud para un quehacer concreto, y así adquiere la fuerza necesaria para realizar la misión recibida en la permanente abertura, oración y entrega a la voluntad divina. 3. Fenómenos místicos extraordinarios El tercer ámbito en el que aparece los términos «místico» y «mística», como adjetivos y como sustantivos, es el de los llamados fenómenos místicos extraordinarios. Se trata de acciones, conductas, manifestaciones psíquicas y somáticas que exceden los sentimientos, comportamientos y reacciones conocidos en la mayoría de los hombres, ya sanos o enfermos4. Estos fenómenos han sido vistos y analizados en relación con la enfermedad. Pero uno de los hechos más sorprendentes para una generación que ha alcanzado máximas cotas en el conocimiento del hombre es no saber del todo qué es la enfermedad y por qué se enferma, qué es salud y cómo tiene lugar la sanación en una serie de casos en los que ningún fármaco llega y que dejamos sin explicar porque los saberes acreditados 4. H. Bergson habla de la dificultad de definir la salud del espíritu y ve en los grandes místicos su expresión suprema. «Ciertamente vivimos en un mundo de equilibrio inestable; y la salud media del espíritu, como, por otra parte, la del cuerpo, es cosa difícil de definir. Hay, no obstante, una salud intelectualmente asentada, excepcional que se reconoce sin esfuerzo». Y tras enumerar las manifestaciones de ella, concluye: «¿No es precisamente lo que se encuentra en los místicos de que hablamos? ¿Y no podría servir para la propia definición de la robustez intelectual?» (Las dos fuentes de la moral y de la religión [1932]), Sudamericana, Buenos Aires, 1962, pp. 228-229). 279 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO como científicos no pueden o no se atreven a dar razón de ellos. No pocos siguen situando tales fenómenos en el estricto campo de la psicopatología. ¿Son paranormales o supranormales? Solo la vida total del sujeto que los goza o los padece, junto con sus actitudes ante las responsabilidades, saberes y decisiones de la vida, pueden llevarnos a un juicio válido. ¿Qué habríamos dicho de las inacabables enfermedades de santa Teresa si ella no hubiera sido a la vez la gran reformadora y escritora que fue5? Tales fenómenos místicos extraordinarios son de muy diversa índole y no es fácil identificarlos: primero en su manifestación, luego en la intencionalidad del sujeto que los vive y finalmente en la pretendida presencia y contenido divino. Cito solo la enumeración que hace un autor de la mitad del siglo XX, con suficiente cercanía todavía a la fase anterior, en la que se les daba mucha importancia. Distingue tres tipos: fenómenos de orden cognoscitivo (visiones, locuciones, revelaciones, discreción de espíritus, hierognosis, otros fenómenos de conocimiento), fenómenos de orden afectivo (éxtasis místico, incendios de amor), fenómenos de orden corporal (estigmatización, lágrimas y sudor de sangre, renovación o cambio de corazones, inedia, vigilia, agilidad, bilocación, levitación, sutileza, luces o resplandores, perfume sobrenatural)6. 4. Otras variaciones del término Hasta comienzos del siglo XX este tipo de fenómenos gozaba de gran credibilidad y la aceptación generalizada les otorgaba un valor específico. Autores como A. Poulain, S.J., y otros hicieron de la contabilización y verificación de ellos criterio y medida para identificar cuándo se da experiencia mística7. Místicos eran quienes gozaban o padecían alguno de esos fenómenos extraordinarios. A partir de los movimientos renovadores de la Iglesia en el siglo XX (bíblico, litúrgico, ecuménico, misionero) se fue poniendo distancia a tal valoración de lo extraordinario o paranormal en la existencia cristiana. Este rechazo iba unido a la crítica frente a ciertas devociones como la del Corazón de Jesús, conexa con revelaciones particulares sobre todo de mujeres en la Edad Media y Moderna, algunas veces unidas a expresiones sociales o ribetes políticos ajenos a la fe8. Sobre ese fondo 5. Cf. T. Álvarez, Teresa a contraluz. La Santa ante la crítica, Monte Carmelo, Burgos, 2004. 6. Cf. A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana [1954], BAC, Madrid, 1958, pp. 784-864: «Los fenómenos místicos extraordinarios». 7. En este orden la más importante sigue siendo la obra de A. Poulain Des grâces d’oraison. Traité de théologie mystique, París, 1901; trad. esp.: Epítome de teología mística, Gustavo Gili, Barcelona, 1909. Cf. H. Thurston, The Physical Phenomena of Mysticism, Londres, 1952. 8. El ejemplo más relevante es el de santa Margarita María Alacoque (1647-1690). Cf. Dictionnaire de spiritualité, París, 1980, 10, pp. 349-355. 280 PANORAMA FINAL de experiencias históricas se habló de mística divina, mística diabólica y mística psicológica, según que se viera el origen de esos fenómenos en la acción de Dios, la del demonio o la del propio hombre. Se reclamó pasar de una mística determinada en exceso por la subjetividad y experiencias extraordinarias a una mística de la objetividad bíblica, sacramental, eclesial, centrada en la fe, en el amor y en el servicio al prójimo. En este sentido ha tenido lugar una cierta crítica a la mística hispánica, especialmente a santa Teresa de Jesús, pero han sido justamente tres hijas del Carmelo en plena Modernidad las que han repuesto el acento de la vida contemplativa sobre los pilares de una mística objetiva: la fe sacramental y eclesial, solidaria de la fe o el ateísmo de todos los hombres (Teresa de Lisieux); el amor como respuesta específica a la revelación de un Dios amor en su vida trinitaria y en su revelación a los hombres (Isabel de la Trinidad); el pensamiento en su forma más moderna abierto al Misterio (Edith Stein). a) Mística como experiencia Otro ámbito en el que hay que diferenciar términos y concepto es el tratamiento teológico del problema. Casi todo el discurso occidental sobre la experiencia mística toma su inicio del texto clásico de Dionisio Areopagita en el que el autor describe los tres órdenes de saber de su maestro Hieroteo: los conocimientos que ha recibido de los teólogos o autores de la Sagrada Escritura (saber positivo); los que ha alcanzado como resultado de su propia investigación tras largo tiempo de ejercitación en el estudio (saber especulativo); y por último, «aquellos en los que ha sido iniciado por una inspiración divina, no solo conociendo sino padeciendo-experimentando las cosas divinas (ou mónon mathòn allà kaì pathòn tà theîa), y por una suerte de ‘simpatía’, si podemos hablar así respecto de ellas; y él ha sido perfeccionado en una unión misteriosa y una fe en estas cosas que no se pueden enseñar» [De divinis nominibus 2,9 (PL 3, 648 A-B)] (saber místico). El autor distingue estos tres saberes, pero no los contrapone sino que los suma: la experiencia, la «simpatía» divinamente recibida no excluye los dos estadios anteriores sino que los presupone. La unión de mathein-pathein (aprender por el sufrimiento) en el trasfondo nos remite tanto a la Biblia como sobre todo a los dramaturgos griegos (Esquilo, Sófocles, Eurípides), pero en nuestro autor tiene otro tenor: uno no experimenta porque sufre sino porque es introducido por Dios mismo en la experiencia de su realidad divina. En un fragmento de una obra de Aristóteles Sobre la filosofía (n.º 15) nos ha quedado esta frase respecto de los cultos mistéricos: «Los iniciados no deben aprender algo (mathesis) sino experimentar emociones y visiones (teleiosis)». Tenemos así la contraposición entre el aspecto didáctico y el aspecto iniciático: por un lado están los misterios y, por otro, la filosofía. La frase de 281 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO Dionisio pasa a la Edad Media por sus tres traducciones latinas idénticas: non tantum discens sed et patiens divina (Hilduino, Sarracin, Roberto Grosseteste), así como por la de Escoto Eriúgena, que introduce una leve variante: non solum discens sed et affectus ad divina. De esta forma el pati divina [padecer las cosas divinas] aparece como una forma de saber contrapuesta al discere et docere divina [aprender y enseñar las cosas divinas]. Santo Tomás une ambas bajo la categoría de conocimiento por connaturalidad, afecto, simpatía, amistad, que es resultado de la acción del Espíritu Santo por el don de sabiduría, dejando en primer plano el aspecto intelectual. Hugo de Balma lleva al extremo el contraste entre ambos aspectos hasta el punto de caracterizar a santo Tomás como doctor scholasticus y a Dionisio como doctor mysticus. Con ello se consumaba la diástasis entre teología y mística, entre pensamiento razonador y espiritualidad afectiva9. Ese saber-padecer-experimentar, percibido como gracia, puede ser identificado con acentos diversos en la medida en que es sentido por el sujeto. Estas son las cuatro descripciones fundamentales de la experiencia mística según que su contenido repercuta sobre el sujeto en el orden del ser, del conocer, del amar, del disfrutar o del obrar: a) conocimiento experiencial de Dios, no nocional, no conceptual, no discursivo; b) percepción directa de la presencia amorosa de Dios en el alma y de la unión de esta con él; c) unión fruitiva con él como Absoluto presente; d) transformación del ser finito en el Infinito por participación en su vida, conocimiento y amor, tal como estos nos han sido manifestados en la revelación y encarnación del Hijo eterno a la vez que en la donación del Espíritu Santo. Según que prevalezca uno u otro acento tendremos dos líneas fundamentales de la mística en la medida en que es unión amorosa con Dios: mística de la unión personal (unitas spiritus: cf. 1 Cor 6, 17) y mística de la participación o identificación real (divinae consortes naturae: 2 Pe 1, 4). La primera prevalece por ejemplo en san Bernardo, los Victorinos y el siglo XII, mientras que la segunda lo hace en las corrientes neoplatónicas y en los místicos del Rin. b) Mística como introducción a esa experiencia (mistagogía) La segunda acepción actual del término es mística como manuducción, iniciación al encuentro con Dios, de forma que sea posible mantener con él 9. Para una historia de los antecedentes filosóficos y religiosos en el helenismo a la vez que de la trayectoria posterior de ese texto de Dionisio, cf. Y. de Andia, «Pâtir les choses divines. Ou monon mathon alla kai pathon ta theia (DN 648 B)», en Íd., Denys l’Aréopagite. Tradition et métamorphoses, París, 2006, pp. 17-36; «Consurge ignote ad unitionem. L’interprétation de Denys l’Aréopagite dans la Théologie mystique d’Hugues de Balma et les ‘deux voies’», ibid., pp. 230-256. 282 PANORAMA FINAL una relación no como un algo, causa, fundamento o fin sino como un Alguien a quien uno puede dirigirse, hablar y amar, ante el que se puede vivir y en cuya presencia andar hasta llegar a la perfección, tal como aparece en la teofanías o manifestaciones de Dios a Abrahán, Moisés, Elías, Isaías. «Se le apareció Yahvé a Abraham y le dijo: ‘Yo soy el Altísimo, anda en mi presencia y sé perfecto. Yo establezco alianza contigo’» (Gn 17, 1). El término específico para designar esta función iniciática e introductora a ese conocimiento y ese amor especiales de Dios es mistagogía. Una cosa es haber experimentado el encuentro con Dios del que hemos hablado en la acepción anterior y otra ser capaz de abrir caminos a los demás para encontrarse con él. Puede haber místicos sin palabra y sin capacidad introductora de los demás a la gracia que ellos han recibido, contentándose con testimoniarla; otros místicos, en cambio, han sido grandes mistagogos, como santa Teresa y san Juan de la Cruz; y puede haber también personas que no hayan vivido la experiencia mística pero que hayan recibido de Dios el don de poder acompañar y acercar a los demás hasta el umbral en el que comienza dicha experiencia. Santa Teresa reclamaba ambas cosas: experiencia y saber, letrados y espirituales, para poder cumplir tal misión de discernimiento y de iniciación. Ella poseyó en grado sumo la experiencia con la capacidad correspondiente para interpretarla e iniciar a ella (Vida 17, 5). c) Teología (de la) mística o su interpretación y sistematización Otra acepción usual es la que habla de teología mística (o mejor: de teología de la mística). En ella se trata de identificar la experiencia de la que venimos hablando y de situarla dentro del organismo vivo que es la realidad cristiana. Desde siempre se ha hablado del «sistema de la fe» (san Ireneo), del «organismo de la revelación» (J. A. Möhler), de la «jerarquía de verdades» (concilio Vaticano II). Nada hay cristiano al margen del tronco, que funda y con su savia hace fructificar cada una de las ramas del cristianismo. La teología mística lleva a cabo la exposición, fundamentación y discernimiento crítico de esas experiencias que, siendo extraordinarias, pueden ser coherentes y perfectivas de la única vida cristiana o, en caso de estar pervertidas, pueden resultar perversoras. La afirmación de E. Troeltsch en su obra Las doctrinas sociales de las Iglesias y grupos cristianos (1911) sobre los tres tipos fundamentales de la afirmación sociológica de las ideas cristianas: la Iglesia, las sectas y la mística, necesita ser matizada10. La mística no es otra Iglesia ni un fragmento de la Iglesia separado de esta ni una isla más interior en el océano del cristianismo, 10. E. Troeltsch (Die Soziallehren der christlichen Kirchen und Gruppen [1911], en Íd., Gesammelte Schriften I) habla de «los tres tipos fundamentales de la autoafirmación sociológica de las ideas cristianas: la Iglesia, las sectas y la mística». Los místicos cristianos 283 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO reservada a navegantes más aguerridos, que braceando con las corrientes marinas llegan hasta ella. Identificar la naturaleza, lugar y verdad de esa especial experiencia de Dios es la tarea de la teología mística. d) Filosofía (de la) mística o análisis de sus condiciones de posibilidad Queda una cuarta acepción, usada a partir de finales del siglo XIX, cuando en Alemania se redescubre a Eckhart y el idealismo se refiere a él como su congénere. Después la filosofía francesa (H. Delacroix, J. Baruzi, H. Bergson, J. Morel) integra en la universidad a los místicos germanos y castellanos, considerados como exponentes de otra forma de metafísica. Si la teología mística muestra los puntos históricos de partida y los fundamentos positivos de la vida cristiana en referencia a Cristo como origen, al Espíritu como inspirador permanente y a los apóstoles como testigos autorizados del cristianismo concreto, la mística filosófica indaga en los fundamentos metafísicos, antropológicos e históricos que hacen posible y legitiman una experiencia del Absoluto tal como la proponen quienes dicen haber gozado de ella desde Platón y Plotino hasta los santos cristianos de todos los siglos posteriores. Esta reflexión metafísica es necesaria también en el cristianismo, ya que la gracia no destruye sino que presupone y perfecciona la naturaleza. Las siguientes son preguntas a las que hay que dar respuesta: ¿cómo tiene que estar constituido Dios para poder y querer comunicarse al hombre y hacerle partícipe de su ser?, ¿cómo tiene que estar constituido el hombre para poder llegar no solo a sospechar, desear y concluir por sí solo que Dios existe sino para oír su voz, sentir su presencia, acoger su llamada y corresponderle con una forma de vida que sea la transposición al cotidiano quehacer de esa presencia y voz de Dios, que le llama, envía y acompaña?, ¿qué hombre, qué Dios y qué relación existe entre ambos para que la experiencia mística sea posible y acrecentadora tanto de Dios como del hombre? Estamos ante preguntas ontológicas (orden del ser), gnoseológicas (orden del conocer), históricas (orden del acontecer), y antropológicas (vida del hombre). De ellas se debe ocupar una mística filosófica o si se prefiere una filosofía de la mística. II. LAS FORMAS ¿Existe la mística cristiana como una unidad compacta, claramente diferenciable en sí misma o, por el contrario, existen los místicos, cada uno en su mundo, con su estilo expresivo propio, con diferentes contenidos de experiencia y formas de expresión? ¿Es la experiencia mística tan única nunca se han querido una formación autónoma de la fe respecto de la Iglesia ni una forma superior de Iglesia. 284 PANORAMA FINAL e idéntica a sí misma que apenas se diferencie un místico del siglo III de uno del siglo XXI, un filósofo como san Agustín de una mística dominica de finales de la Edad Media o de cualquiera otra de las grandes mujeres en el área teutónica? No nos referimos a las diferencias deudoras de los contextos, que determinan tanto su forma de percepción como de expresión, sino a los contenidos experienciados y a la determinación del propio sujeto por ellos. Podríamos distinguir las formas diferentes de la mística cristiana de acuerdo al lugar que ocupan en cada una de ellas los siguientes aspectos: 1. La realidad divina tal como es percibida por cada uno de los místicos. 2. Las potencias y actos del sujeto a los que está referida la experiencia mística. 3. La personalidad que de cada una de esas acentuaciones resulta en los sujetos. 1. El aspecto de la realidad divina que ocupa el centro de atención Todos ellos, hombres y mujeres, medievales o modernos, filósofos profesionales o personas de sencillo vivir, todos se han remitido a Dios como la palabra y la realidad que daba sentido a sus experiencias. A él invocaban, a él se quejaban o a él daban gracias mientras experimentaban tales sentimientos, emociones, ardores o angustias, que rompían las articulaciones de su vivir normal, de su ordinario sentir, gozar y padecer. No intentaron hacer teoría porque nunca dudaron de la realidad que los invadía con su presencia, desoladora como tiniebla nocturna e iluminadora como sol de mediodía. No hicieron nunca metafísica porque esto hubiera significado intentar apoderarse de la gracia que les era dada. Hicieron relatos, poemas, cantos de agonía, de acción de gracias, de alabanza y de súplica. La palabra connatural a la experiencia mística es la poesía, no la filosofía; la que ensalza y agradece, no la que indaga razones o construye sistemas. Cuando las indagaron, fue para mejor dar gracias o para mejor transmitir a los demás el don recibido. El rostro cristiano de Dios tiene mil faces. Con esta palabra (panin) se designaba la presencia santa y santificadora de Dios en el Antiguo Testamento y con ella nombraba fray Luis de León a Jesucristo como la definitiva manifestación de Dios en nuestra carne e historia (Faces de Dios)11. Cuando decimos Dios, nos parece haberlo dicho ya todo, pero al mismo tiempo necesitamos destrenzar la palabra para descubrir el cauce por el que nosotros nos podemos introducir en su seno. Dios se les fue apareciendo a los místicos en coherencia con la cultura circundante, la vida de la Iglesia y su propia misión, siempre el mismo y siempre en novedad, cen11. Cf. Fray Luis de León, Los nombres de Cristo, en Íd., Obras completas, BAC, Madrid, 1951, pp. 422-433. 285 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO trada su manifestación a cada uno de ellos en torno a un aspecto de su divina realidad. Tres son los aspectos principales bajo los cuales los místicos han percibido a Dios, los lugares en los que le han situado y desde dentro de los cuales le reconocieron: el ser, la historia, la persona. El hecho de que Ex 3, 14 («Yo soy el que soy») tuviera esta traducción griega, que cifra la definición de Dios en el ser, ha orientado la reflexión y la experiencia cristiana durante siglos en perspectiva metafísica. El texto hebreo permite varias traducciones: «Yo soy el existente» (es decir el real, el que está operando en el universo y en la historia), «Yo soy el que estaré con vosotros» (acompañando a vuestro pueblo liberándolo de la esclavitud de Egipto), «Yo soy el Dios que irá acreditando su fidelidad y manteniendo vuestro futuro en esperanza»12. La traducción griega de los LXX, reasumida por las versiones latinas y luego comentada por san Agustín y santo Tomás, ha otorgado a la palabra «Dios» una dimensión metafísica y a la relación del hombre con él la correspondiente percepción. La fe es así unión al que es, al que hace ser, al que mantiene siendo y al que funda la existencia en la anterioridad del origen, en el fundamento presente y en el futuro. Pero junto al binomio Dios-ser tenemos otros dos, Dios-historia y Dios-misericordia, los dos nombres esenciales de Dios de que habla san Agustín13. Esta perspectiva centra la atención no en la contemplación del ser, eterno, intemporal, lejano a nuestro destino, sino en la aventura de Dios creando, revelándose, compartiendo destino con nosotros, y asistiendo así a la aventura de nuestro vivir y morir. Y se concreta en la ecuación Dios-Cristo. La mirada del creyente se centra ahora en el Dios concreto, que tiene una historia común con nosotros, a quien le afectaron la pobreza y la pequeñez de lo mínimo repercutiendo sobre él, que es el máximo. Mística de la pasión de Dios, de su com-pasión y cercanía al hombre haciendo posible que los hombres compartamos su vida a la vez que sepamos de ella y, al com-padecerla, tengamos los mismos sentimientos que él tuvo viviendo con nosotros. Aparece así una mística con Cristo como centro, diversificado según sus misterios. Surgen así las diferentes formas de adhesión, conformación e imitación de Cristo: desde la admiración al niño Jesús, Dios niño, que encontramos en autores que distan siglos entre sí, como Orígenes, san Ber12. ¿O es que se quiere evitar darle nombre para que, no siendo conocido, nadie pudiera por medio de él poseerlo? «Le nom de Yahve signifie avant tout pour Israel le Dieu qui l’avait delivré de la servitude d’Egypte... Dieu ne consent pas à définir, à exponer son essence en un mot» [Para Israel, el nombre de Yahvé designa sobre todo al Dios que le ha liberado de la esclavitud en Egipto... Dios no consiente en ser definido, en exponer su esencia en una palabra] (A. M. Dubarle, «La signification du nom de Yahve»: Revue de Sciences Philosophiques et Théologiques 34 [1951], pp. 3-21). 13. San Agustín, Carta 18 y Sermón contra los paganos (Dolbeau 26), en É. Gilson, Saint Augustin. Philosophie et Incarnation, ed. de A.-M. Vannier, Ginebra, 1999. 286 PANORAMA FINAL nardo y Carlos de Foucauld. En el centro ha estado la consideración de su pasión y muerte (místicas de la soledad, del sufrimiento, de la compasión), mientras que el Cristo glorificado ha atraído menos la atención explícita de la Iglesia occidental, mientras que en la Iglesia oriental la transfiguración y la Resurrección ocupan un lugar mucho más central. La presencia y la acción del Espíritu Santo han merecido menor atención directa; él era siempre reconocido como la instancia posibilitadora de la fe, del conocimiento, de la experiencia, pero casi nunca objeto de reflexión explícita. Desde él y por él se tenía capacidad de hablar pero él no era objeto directo de la reflexión; ocurre como con la luz: que, no siendo vista, nos hace ver. No ha habido una mística pneumatológica. Solo en el montanismo con Tertuliano, en Joaquín de Fiore, en algunos filósofos del idealismo germano y en los movimientos carismáticos del siglo XX ha adquirido cierto relieve. La mirada complexiva a las tres divinas personas tendría que haber llevado a una mística trinitaria. Esta se ha vivido siempre en la medida en que las almas se han referido a Dios en su manifestación histórico-salvífica tal como ha tenido lugar en Jesús. En cambio, una mística trinitaria explicitada numéricamente en sentido literal está en el borde de caer en un triteísmo. La dificultad de articular una relación y una oración a ese Dios, en su unidad trinitaria, aparece patente si comparamos la oración a la Trinidad con que Dionisio Areopagita abre su Teología mística con la Elevación de sor Isabel de la Trinidad14. No se entra en una comunión con el Padre separable del Hijo o del Espíritu, ya que los tres son coextensivos y correlativos siempre; al unirnos a cada uno de ellos nos unimos a los tres y en nuestra oración nos dirigimos siempre al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Ha tenido, sin embargo, gran importancia la referencia a Dios esposo, independiente de las personas divinas, derivada de la comprensión del Cantar de los Cantares, expresión de la relación amorosa y entregada de Dios a su pueblo y, dentro de él, a cada hombre. Mística esponsal, en la que el alma entra en relación conyugal con Dios como Absoluto de amor y con Dios en Cristo como Esposo de la Iglesia y, dentro de ella, con cada alma. 2. Las potencias y actos del sujeto que están sobre todo en juego En la experiencia mística está en juego una forma concreta de la manifestación de Dios al hombre y no menos está en juego la ejercitación del 14. Dionisio Areopagita, Teología mística I, 1 (PG 3, 997 A); Isabel de la Trinidad, «Elevación a la Santísima Trinidad (21 de noviembre 1904)», en Íd., Obras completas, Monte Carmelo, Burgos, 1985, pp. 757-758. Hablando de su oración y sus visiones dice santa Teresa de Jesús: «Aunque se dan a entender estas Personas distintas por una manera extraña, entiende el alma ser un solo Dios» (Relaciones, 5, 23, en Íd., Obras completas, Monte Carmelo, Burgos, 1994, pp. 11-35). 287 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO hombre mediante sus potencias y los actos correspondientes a ellas. Dada la complejidad de la constitución y de los dinamismos del hombre y dentro de la unidad de su ser y libertad, ¿cuál es el órgano receptor y realizador en primacía de la gracia de Dios presente en la experiencia mística: el entendimiento, la voluntad, el corazón? ¿Cuál es, por tanto, la repercusión más directa de esa acción de Dios en la intelección, el amor, la fruición, la acción del hombre? ¿Qué es, por consiguiente, la mística: un nuevo saber, un nuevo gustar, un nuevo amar, un nuevo poder? La diversa configuración de la vida mística (tanto en su experimentar para sí como en el explicitar para los demás lo experimentado) va dependiendo de los contextos en los que vive y en medio de los que se expresa quien ha tenido esa experiencia. El hombre es un absoluto ante Dios pero a la vez es un resultado de lo que las circunstancias van haciendo con él y de él. En una cultura intelectualista la primacía a la hora de valorar y transmitir la experiencia mística corresponderá a la inteligencia, mientras que en una cultura voluntarista prevalecerá el amor y en una cultura de la acción el servicio al prójimo con las actividades correspondientes. Con esta cuestión va unida la siguiente: ¿cuál de las potencias tiene primacía en el hombre para abrirse, descubrir y responder a Dios: la memoria, la inteligencia, la voluntad? En primer lugar hay que notar como significativo el que la memoria (y con ella la conciencia del origen, la confianza radical en lo que, por fundarnos, es nuestro destino y también nuestra patria) ha desaparecido casi por entero de la cultura occidental, dejando el espacio entero entregado primero a la razón y luego a la voluntad como soberanas. ¡San Agustín y san Juan de la Cruz son dos grandes excepciones! Sin memoria del origen, sin referencia al principio como permanente sostén del ser, Occidente ha cedido en primer lugar a una cultura prometeica, caracterizada bien por el dominio de la razón instrumental, bien por la soberanía de la voluntad, que se impone a la realidad con pretensión de absoluta hegemonía. De ahí nacieron el racionalismo y el voluntarismo violentos, reclamadores de soberanía cada uno, en la era moderna. Razón y voluntad solo perduran humildes y sanas si permanecen religadas a la memoria del origen y a la esperanza en la meta para la que hemos sido creados. El tiempo del hombre solo permanece sano si mantiene esta triple ancla: la memoria del origen, el amor del presente, la esperanza del futuro. Y en segundo lugar ha cedido a las fuerzas oscuras y violentas, que son anteriores a la razón y con las cuales esta no puede competir. Inteligencia o voluntad, intelección o amor, ¿cuál de ellos tiene primacía en la relación con Dios? La afirmación de san Gregorio quedó como lema durante siglos: Amor ipse notitia [el amor ya es por sí mismo conocimiento]15. Entre los medievales podemos diferenciar dos gru15. Hom. in Ev. 27, 4 (PL 76, 12, 7). 288 PANORAMA FINAL pos: los espirituales y los profesores. Aquellos otorgaron primacía al amor a la hora de comprender la unión con Dios. Hugo de San Víctor escribe: «La dilección prevalece sobre el saber. La dilección es una realidad más grande que la intelección, porque se ama más de lo que se conoce. Allí donde el saber se queda en lo exterior el amor logra acercarse e insinuarse (en el interior)»16. Igualmente para Ricardo de San Víctor «amar es ver», «el amor es un ojo», «el amor es conocimiento»17. En la misma línea Guillermo de San Teodorico, si bien luego matiza mucho tales expresiones, escribe: Amor ipse intelectus est [el amor por sí mismo es ya intelección]; y también: «A la verdad inmutable el alma merece acceder por la intelección del amor (intellectu amoris)»18. El movimiento antiintelectualista llega a su cumbre en la mitad del siglo XIII con el Comentario a la «Teología mística» de Dionisio firmado por Tomás Gallus, abad de Verceil. En él rechaza la posición de los filósofos, para los que la facultad cognoscitiva suprema es el entendimiento. Hay un modo supraintelectual y supraesencial de conocer: Existe otra facultad que trasciende al menos al entendimiento, lo mismo que este excede a la razón o la razón excede a la imaginación. Esta facultad desconocida o menospreciada es la chispa de la sindéresis, que a título de amor fundamental (affectio principalis) es la única capaz de unirse al espíritu divino19. En esa línea se sitúa san Buenaventura al decir: Ubi deficit intellectus, ibi proficit affectus [allí donde el entendimiento desfallece, allí progresa el afecto]20. Influenciado por esta interpretación antiintelectualista de Dionisio Areopagita que hace Tomás Gallus está el anónimo del siglo XIV, contemporáneo de Walter Hilton, autor de The Cloud of Unknowing [La nube del desconocimiento]. Este autor insiste en que Dios, tal como es en sí mismo, no puede ser aprehendido en esta vida por el entendimiento, ya que entre él y nosotros se interpone esta «nube del desconocimiento», que solamente puede ser penetrada y disuelta por el «dardo del amor». A finales del siglo XIV el cartujo Hugo de Balma, en su Comentario a la «Teología mística», sistematiza la tesis del amor como principio exclusivo de la unión mística con Dios21. Esta actitud cordial-voluntarista 16. Hugo de San Víctor, De Cael. Hierarch. VI (PL 175, 1038 D); cf. Íd., De sacramentis I, p. 10, c. 3 (PL 176, 331 C). 17. Cf. G. Dumeige, Richard de Saint Victor et l’idée chrétienne de l’amour, París, 1952, p. 127. 18. Guillermo de San Teodorico, Disputa contra Pedro Abelardo (PL 180, 252 C). 19. Tomás Gallus, Gran comentario a la «Teología mística», ed. de G. Thérry, París, 1934, Prólogo 14, 1-11. 20. In Sent. II d. 23 a. 2 q. 3. 21. Cf. Hugo de Balma, Comentario a la «Teología mística». Se encuentra entre las obras de san Buenaventura (ed. Vives, París, 1866, vol. 8, 1-153). 289 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO prevalecerá luego en la devotio moderna y con el nominalismo en reacción contra una comprensión intelectualista de la relación con Dios y una comprensión menos personalizada de Dios, al insistir en expresiones como deidad más allá de Dios y esencialidad más allá de las personas divinas, tal como las encontramos en Eckhart y Nicolás de Cusa22. En san Alberto Magno y en santo Tomás encontramos otros acentos, con primacía manifiesta de la línea intelectualista. Santo Tomás reasume la tradición neoplatónica de la participación y la agustiniana de la iluminación divina, que no sustituyen a la causalidad eficiente ni al conocimiento experimental de las cosas, que él recoge afirmativamente de Aristóteles. Transfiere la mística al orden de la profecía y, por tanto, al orden de la inteligencia. El conocimiento místico deriva de la acción de la gracia y de la ayuda que nos prestan las virtudes teologales, completadas en nuestro caso con el don de sabiduría. Distingue dos conocimientos de Dios: el especulativo, que en alguna forma tiende al dominio o apoderamiento de Dios, y el afectivo y experiencial, fruto de la dulzura y amor de la voluntad divina, que tiene primacía sobre aquel. En el conocimiento el sujeto cognoscente tiende secretamente a apoderarse de lo conocido (cosa o persona), mientras que en el amor el amante se abre y acoge, se entrega al amado y le corresponde. Remitiéndose al texto clásico de Dionisio, supera la alternativa entre un conocimiento sin amor y un amor al margen del conocimiento: El conocimiento de la divina bondad o de su voluntad es doble. Uno es el conocimiento especulativo. Por lo que se refiere a este no nos es permitido dudar ni probar si la voluntad de Dios es buena o si Dios es suave (según Sal 33,9 y Rom 12,2). Pero existe otro conocimiento de la bondad y voluntad divina, y es el conocimiento afectivo o experimental, cuando alguien experimenta en sí mismo el gusto de la divina dulzura y la complacencia de la voluntad divina, como dice Hieroteo en De los nombres divinos (2, 9), que aprendió las realidades divinas por «com-pasión-experiencia-adhesión» a ellas. Y este es el modo en el que somos exhortados a probar la voluntad de Dios y a gustar su suavidad (Summa theologica II-2 q 97 a 2 ad 2). 3. La personalidad resultante de esas experiencias en los sujetos que las viven Tendremos una acentuación metafísica, una acentuación intelectiva y una acentuación volitiva o afectiva. La primera prevalecerá en las universida22. Cf. B. McGinn, The Presence of God. History of Western Christian Mysticism, V. The Varieties of Vernacular Mysticism (1350-1550), Nueva York, 2013, pp. 96-124; D. de Pablo Maroto, Espiritualidad de la Baja Edad Media. Siglos XIII-XV, Editorial de Espiritualidad, Madrid, 2000; Íd., Espiritualidad española del siglo XVI, I. Los Reyes Católicos, Editorial de Espiritualidad, Madrid, 2005; II. Época del emperador Carlos V, Editorial de Espiritualidad, Madrid, 2012. 290 PANORAMA FINAL des y la segunda en los monasterios femeninos, casas de beguinas, recolectorios... Ser, entender y amar son los tres acentos que diferencian las personalidades y escuelas místicas. En el primer caso tenemos una unión con Dios que es transformación y no solo un saber más o menos profundo de él. La tradición que viene, entre otros, de Plotino, Pseudodionisio, Proclo, el Liber de causis y Escoto Eriúgena inclina a esta unión-unidad de ser entre el alma y Dios. Conoceremos a Dios siendo como Dios, y siendo como él podremos conocerle como él se conoce a sí mismo: Si nuestra inteligencia posee una potencia intelectiva, que le permite percatarse de las realidades inteligibles, la unión (enosis-unio) por la cual ella logra alcanzar las realidades que están situadas más allá de ella misma trasciende la naturaleza de nuestra inteligencia. Esta unión es la única que nos abre la inteligencia de los misterios divinos, no según nuestros modos humanos sino saliendo enteros de nosotros mismos para pertenecer enteramente a Dios (Dionisio Areopagita, De divinis nominibus 7,1 [PG 3, 865 C-D]). Esta acentuación del abismo de la incognoscibilidad de Dios suscita una mística de la identificación de nuestro ser con el ser de Dios, de la negación de todo saber y decir de él. La mística natural y la filosófica inclinan al silencio y a la identificación con el ser divino. Frente a esta tenemos las otras dos acentuaciones a partir del conocer y del amar, que suscitan otras resonancias en el sujeto: importancia de la alteridad, comunicación permanente, diálogo que surgiendo de la amorosa libertad de Dios hace aparecer el ejercicio gozoso de nuestra palabra y de nuestra libertad. El cristianismo recoge de ellas su percepción aguda de la trascendencia del Absoluto y de la incapacidad del hombre para nombrarle. Él tiene en su centro, sin embargo, otros elementos, que son los esenciales: el Absoluto se ha hecho palabra, el Eterno se ha hecho tiempo, el Infinito ha compartido nuestra aventura de hombres. Dios-carne, Dios-tiempo, Dios-figura, Dios-palabra. En el seguimiento y audición de su existencia histórica y en conformidad con ella podemos conocerle, unirnos a él y compartir su divinidad, que ni es celosa como decían los poetas griegos ni se retiene como piensan los hombres avaros y aferrados a su pobreza. En el cristianismo existe el Logos eterno hecho palabra temporal (podemos entender a Dios en su historia exterior) y existe el Espíritu Santo, presencia interior a cada hombre que recuerda, traduce y actualiza las divinas palabras en cada creyente. Él está más allá y más acá de lo que quiere cierta mística del silencio cuando nos invita a arrojarnos al abismo del Absoluto sin discernir el verdadero Absoluto de cualquier absoluto forjado por nuestra mente, corazón o manos. Ser, conocer, amar son el reflejo en el ser del único hombre del ser mismo de Dios en comunión de intelección, donación y amor como Padre, Hijo y Espíritu. A aquel 291 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO abismo invoca y hace eco nuestro abismo y, haciéndolo, participa de su plenitud divina. Abyssus abyssum invocat! (Sal 41, 8 V). III. LOS CONTEXTOS El concepto de «mística», tal como es entendido durante la era moderna, no está presente en la Biblia. La palabra no aparece en el Nuevo Testamento y en el Antiguo solo lo hace de forma lateral, en textos del medio alejandrino, como el libro de la Sabiduría, y en un contexto polémico, refiriéndose en un caso a los cultos cananeos y cualificando en otro a la Sabiduría, en cuanto que esta asiste a Dios, está «iniciada en el conocimiento de Dios» y, por ello, es la iniciadora y guía de los hombres23. La ausencia de la palabra no significa que esté ausente la realidad designada con ella en épocas posteriores: la unión a Dios y la percepción de Dios, que excede las formas conceptuales y deductivas de conocimiento con las que el hombre se relaciona ordinariamente con él. En el Nuevo Testamento la palabra clave es mysterion: proyecto salvífico de Dios para el mundo, revelado y realizado definitivamente en Jesucristo. En torno a esta palabra girarán las ulteriores variaciones del término «místico», referido unas veces a la interpretación espiritual del Antiguo Testamento, otras a la liturgia y otras, a un tipo de experiencia espiritual24. El cristianismo tiene un doble origen. El origen remoto es la historia del pueblo judío viviendo en relación de alianza con Dios y de su respuesta a las exigencias y posibilidades surgidas de aquella revelación y alianza. El origen próximo es la persona de Jesucristo con su acción histórica, su mensaje teológico y soteriológico, su muerte y la experiencia de su resurrección, a la que acompañan la experiencia del Espíritu y el nacimiento de la Iglesia. Del «acontecimiento Jesús» derivan dos formas de experiencia constituyentes para el futuro cristianismo. Está en primer lugar la experiencia física, histórica, del conocimiento y contacto, convivencia y audición de Jesús en su lugar y tiempo, actuando en medio de sus contemporáneos, en una relación activa y pasiva con él. Pero en el origen se encuentra sobre todo otro tipo de experiencia. Si a la anterior la hemos llamado experiencia histórica, física, a esta la denominaremos experiencia personal, pneumática. Ella corresponde a la percepción de una nueva pre23. Cf. Sab 8, 4 (la Sabiduría iniciada, mystis, en el conocimiento de Dios); 12, 6 (mystes). 24. El término mysterion aparece en los LXX para designar un secreto humano, un secreto de guerra, los planes no descubiertos del rey, los proyectos ocultos de un amigo (cf. Tob 12, 7.11; Jdt 2, 2; 2 Mac 13, 21; Eclo 22, 22; 27, 16.21; Dn 2, 28.29.47). En el Nuevo Testamento aparece una sola vez en los evangelios: «A vosotros os ha sido dado a conocer los misterios (ta mysteria) del reino de los cielos» (Mt 13, 11); y con frecuencia en los textos paulinos (cf. 1 Cor 2, 6-16; Ef 3; Col 1). 292 PANORAMA FINAL sencia real de Jesús, que en una nueva forma se da a ver a quienes previamente le habían seguido (discípulos) pero también a quienes se le habían opuesto (Pablo). Ambas experiencias tienen en común el que los interesados se saben en contacto con una especial presencia de Dios, que se da a conocer y a amar en su Hijo y en el santo Espíritu. 1. Los tres puntos de partida en el Nuevo Testamento En el origen están: a) la experiencia de Jesús, profeta del reino; b) la experiencia que viven los discípulos de este mismo Jesús a partir de la resurrección; c) la experiencia de la acción del Espíritu Santo que suscita la Iglesia, la misión y una vida personal diferente en quienes acogieron; d) el mensaje de Jesús como Cristo de Dios con la fe y la conversión, selladas en el bautismo. Ahora bien, no existe la experiencia pura, ya que la experiencia siempre es mediada por una conceptualidad, por las palabras y por el tejido de sensaciones, recuerdos y esperanzas propias de un lugar y tiempo concretos. Con ello estamos siempre ante la gran tarea de descubrir los elementos puros de la experiencia hecha por Jesús y con Jesús. Llegaremos a singularizar esos elementos pero nunca podremos alcanzar un núcleo separado de las palabras que lo encarnaron por primera vez. El cristianismo es religión de encarnación, y por ello hay que volver al lugar, a los textos, a las tradiciones del origen y revivir la experiencia originaria en sus formas primitivas, para hacernos con ella antes de proponerla en nuevas expresiones. No hay una fe pura aislable en concepto o en palabras al margen de los textos bíblicos y de los dogmas de la Iglesia. La experiencia originaria encuentra tres grandes cauces de expresión en el Nuevo Testamento: los evangelios sinópticos, san Juan y san Pablo. Pese a que vienen de la misma historia y están en la misma Iglesia y tienen la misma voluntad de misión, cada uno de ellos ofrece un troquelado diferente de ese acontecimiento único, poniendo en primer plano unos aspectos y dejando otros en silencio, bien por considerarlos evidentes, bien porque están implícitos en lo afirmado explícitamente. Simplificando diríamos que esas tres líneas de fuerza del origen sitúan al cristianismo en la siguiente relación: cristianismo como moral (sinópticos), cristianismo como misterio (Pablo), cristianismo como mística (Juan). a) Los evangelios sinópticos: mística de Jesús En los sinópticos está en primer lugar la historia de Jesús situado en su mundo judío a la vez que en el marco del Imperio romano; se citan los nombres de los emperadores, para que la narración que se ofrece no quede asimilada a los relatos míticos de los orígenes, que se pierden en la nebulosa del tiempo primordial y no humano. San Lucas sitúa a Jesús en el 293 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO horizonte concreto de la historia universal, y san Mateo en el horizonte concreto de la historia judía, mediante permanentes referencias al Antiguo Testamento (cf. Mt 1, 1-17; Lc 3, 1-3; 3, 23-28). Las genealogías nos dicen quién es Jesús al mostrar «de quién es», es decir, quiénes son sus antecesores y su familia, considerados en aquel momento las claves identificadoras de alguien. El centro de interés lo ocupan su persona, su evangelio y su destino, que culmina en la anulación por los hombres al declararle blasfemo, traidor y rechazado por Dios. A este rechazo de los hombres hasta darle muerte le sigue, en contraste, la afirmación en la vida por la resurrección, en la que Dios declara a Jesús el justo y santo por antonomasia y, en consecuencia, el santificador de los que creen en él. Cuando se sume a esta lectura la de los otros campos de visión del Nuevo Testamento (Pablo y Juan) y se vea en ese Jesús no solo al judío hijo de María sino también al Hijo de Dios y, con él, al Eterno inmerso en nuestro tiempo, entonces aparecerán formas nuevas de relación con él. Además, del seguimiento, de la admiración y de la imitación, que son las actitudes con las que se responde al maestro de doctrina y al guía de moral, surgirá una relación con él en la fe, el amor y la comunión de destino, que en su forma cumbre hemos llamado mística de Jesús. La expresión puede tener dos sentidos. En genitivo subjetivo designa la relación y experiencia que Jesús el Hijo tiene con el Padre; mientras que en genitivo objetivo designa la experiencia y relación que el creyente tiene con Jesús como Cristo, Señor e Hijo. b) San Pablo: mística del Crucificado San Pablo escribe desde otro horizonte: el de su encuentro con el Jesús resucitado. No sabemos si le conoció «según la carne», es decir, en su historia temporal y local de Palestina (cf. 2 Cor 5,16). Dios le dio a Pablo reconocer a Jesús como su Hijo cuando iba camino de Damasco persiguiendo a la Iglesia. Este acontecimiento no fue resultado de una transformación interior llevada a cabo en la reflexión sobre ese Jesús del que hablaban sus discípulos. El horizonte no es individual: los protagonistas son Dios mismo como origen y los hombres a quienes está destinado. «Plugo al que me segregó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia revelar en mí a su Hijo para que le comunicase a los gentiles» (Gal 1, 15). Esta es la revelación central en la vida de Pablo, anterior, superior e incomparable a aquellas otras visiones y revelaciones de las que habla 2 Corintios, especialmente 12, 1-725. 25. D. Marguerat, «Paul le mystique»: Revue Théologique de Louvain 43 (2012), pp. 473-493, muestra la unión en Pablo de lo más sublime (visiones y revelaciones celestes: cf. 2 Cor 12, 1-4) con la experiencia de las persecuciones y tribulaciones apostólicas (sufrimiento en carne viva: cf. 2 Cor 7, 10). Cf. J. Lambrecht, «Le raisonnement de 294 PANORAMA FINAL En el centro están el designio salvífico de Dios, manifestado y realizado fundamentalmente en Cristo (misterio), y la entrega de ese Cristo por el Padre en la cruz, siendo para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención (cf. 1 Cor 1, 30). Pablo no recoge doctrina, no relata hechos, no enumera milagros de la vida de este, sino que propone al Cristo viviente como vida del hombre. «No vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20-21). Ese Cristo convierte al apóstol no solo en mensajero de su doctrina sino en testimonio vivo de su persona, porque el apóstol sufriente revive la trayectoria de quien acabó en la cruz. Esta será una de las características del destino de Pablo: la unión entre lo más sublime y lo más prosaico, la simultaneidad de las visiones y revelaciones que recibe con las tribulaciones que padece26. Unas y otras pertenecen al destino del apóstol, que vive así en contemporaneidad e identificación con Cristo. En la cruz de Cristo, escándalo para este mundo, y en la pobreza, enfermedad e insignificancia del apóstol se revela el designio de Dios (misterio) para salvación de todo el que cree. Y esto es el Evangelio: potencia de salvación de Dios para todo hombre judío o griego, pobre o rico, cercano o lejano (cf. Rom 1, 16). A la luz de estas experiencias, hechas por el apóstol frente a un judaísmo que se centra en la ley como justificadora del hombre y unas religiones que sitúan la salvación en experiencias de trasmundos, vive y elabora Pablo la que podemos designar mística del Crucificado. Sin dejar de ser un hecho macabro y un terrible suplicio, la cruz, a la que Cristo llega en clara conciencia y limpia libertad, se convierte en el símbolo real de la condescendencia, la solidaridad de destino y la victoria de Dios sobre los poderes del mal para liberación, santificación y vida nueva de los hombres. Una verdadera mística de la cruz no tiene nada que ver con ciertos dolorismos, ascetismos o rigorismos. Cada cristiano lleva su cruz de cada día en unión y conformación con Jesús, compartiendo el misterio de la vida de Jesús, al que el Padre en su insondable designio nos quiera integrar especialmente: la acción pública, la transfiguración, la agonía del huerto, el ludibrio de la pasión o el gozo de la resurrección. Mayor dolor y mayor amor vienen dados por Dios. El cristiano los acoge y corresponde a ellos, fueren los que le fueren asignados por Dios. c) San Juan: mística del Verbo El Evangelio de san Juan nos ofrece una lectura de la persona y vida de Jesús que tiene otro horizonte de fondo y otras preocupaciones motivaPaul en 2 Cor 12, 1-10. Une réponse à D. Marguerat»: Revue Théologique de Louvain 45 (2014), pp. 253-258. 26. Cf. E. Güttermann, Der leidende Apostel und sein Herr, Gotinga, 1966, y el artículo de Marguerat citado en la nota anterior. 295 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO doras. Jesús es un judío pero a la vez es el Hijo eterno entregado por Dios a los hombres para que sean hijos con el Hijo, para que en él conozcan su gloria, participen de su plenitud y tengan vida eterna. San Juan nos desvela el fondo que sostiene, alimenta y dirige tanto la vida de Jesús como el movimiento creciente de sus seguidores. Este fondo es doble: el amor del Padre y la vida de los hombres. Ya no es solo el horizonte de las tierras de Galilea y de Judea el que crea el marco de sentido a la acción y doctrina de Jesús. Son la eternidad de Dios y el futuro de los hombres; los universales del don, el amor, la preocupación de Dios por el hombre dándonos a su Hijo y enviándonos su Espíritu. Son los universales de la memoria, de la inteligencia y del corazón del hombre. Las grandes necesidades de este no son solo las inmediatas (pan, casa, vestido...) sino también las más profundas, aquellas que únicamente se manifiestan a quien se pone ante sí mismo en silencio, soledad y sosiego interior. Y a quienes los golpes del dolor violento o de la alegría inesperada les abren los ojos del corazón para ir más allá de este mundo de apariencias y sensaciones, preguntándose por el origen y el fin, el bien y el mal, la vida y la muerte, tanto las temporales como las eternas. Para san Juan las necesidades primarias del hombre son la luz, la vida, el agua, el pan, el camino, la resurrección. Ante ellas sitúa la proclamación y provocación de Cristo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Sobre ese trasfondo de convicciones teológicas y de abismos antropológicos sitúa san Juan a Cristo. Una síntesis de su cristología nos la ofrece el prólogo. En este el Jesús, cuyas palabras nos entregará luego en grandes composiciones circulares, es la Palabra y la Vida creadoras, en las que todas las cosas subsisten. De esta forma instaura una conexión metafísica entre la realidad y Cristo, entre la creación y la encarnación, entre la historia del hombre y la historia del Eterno. Si el primer capítulo religa el ser y la historia de Jesús a Dios en cuanto Hijo al Padre, los últimos los religan al Paráclito, Espíritu de la verdad, Espíritu Santo. En san Juan tenemos una mística del Verbo, a la que se referirán tanto los neoplatónicos y san Agustín como los exponentes de la espiritualidad surgida en torno al curso del Rin: Eckhart (1260-1327), Suso (1295-1366), Tauler (1300-1361), Nicolás de Cusa (1401-1464)27. Para ellos Cristo es 27. San Agustín narra cómo el prólogo de san Juan era puesto por algunos neoplatónicos como enseña al frente de sus escuelas. A continuación menciona todo lo que aprendió de ellos pero a la vez enumera de forma conmovedora lo que no encontró en ellos: «No lo leí allí... No estaba en aquellos libros». No encontró en ellos la encarnación ni la muerte redentora ni la resurrección (cf. Confesiones 7, 9, 13-14). En san Agustín encontramos ese entusiasmo por el Verbo heredado de los platónicos pero también y sobre todo la conmoción de entrañas al saber que en ese Verbo «encontraba la curación de las lacerías de mi alma»: porque se había convertido en médico de nuestras enfermedades y medicina de nuestras dolencias (cf. Confesiones 5, 14, 25). Ese equilibrio entre Verbo y carne es menor 296 PANORAMA FINAL ante todo la Palabra, la Verdad, la Sabiduría creadoras, en las que somos y vivimos. La cristología se vuelve necesariamente metafísica y la metafísica ya es impensable sin la cristología. La inquietud y el desequilibrio inherentes a nuestra finitud y pecado permanecerán hasta que nos encontremos tranquilos y equilibrados por el Verbo, que es nuestra forma y medida constituyente28. Sin la Palabra originaria todo sería silencio y las palabras del hombre serían ininteligibles. El Logos es la presencia real que da contenido y sentido a nuestras palabras, incapaces de articular un sentido último y una claridad absoluta por sí solas desde dentro de sí mismas. La abertura permanente que él abre en nosotros nos hace seres de sentido, de palabra y de esperanza. A esto aludían tanto Nietzsche, al afirmar que no podremos desprendernos de Dios mientras exista la gramática, como Wittgenstein al referirse al prólogo de san Juan y comprender la palabra como luz, presencia y reflejo de Dios29. 2. Tránsito del Evangelio del mundo palestinense al mundo helenístico Al pasar del universo semita al universo griego, el cristianismo se encontró con la compleja tarea de traducir una experiencia cristiana a otro universo de signos, memorias y exigencias. Los autores del Nuevo Testamento tenían delante de los ojos mil años de historia del pueblo de Israel y todos en los místicos del Rin por el peso que adquieren el Verbo y su significación metafísica. Cf. M.-A. Vannier (dir.), Encyclopédie des mystiques rhénans. D’Eckhart à Nicolas de Cues et leur réception, París, 2012; K. Reinhardt y H. Schwaetzer, Nicolas de Cues. Anthologie, París, 2012; P. Dinzenbacher, Deutsche und niederländische Mystik des Mittelalters, Berlín, 2012. 28. Eckhart refiere la recuperación de la quietud y el equilibrio a los que alude san Agustín en el inicio de sus Confesiones: «Quamdiu dissimiles sumus Deo et adhuc parturimur ut formetur in nobis Christus (cf. Gal 4, 19) inquieti sumus et turbamur erga plurima cum Martha. Cum vero iam Christus Filius Dei in nobis formatus est [...] tunc plenum et perfectum gaudium est in nobis et quieti sumus, secundum illud Augustini Confessionum 1, 1, 1» [Durante el tiempo en que somos diferentes a Dios y todavía estamos de parto hasta que se forme en nosotros Cristo (cf. Gal 4, 19), estamos inquietos y preocupados por muchas cosas como Marta. Sin embargo, cuando se haya formado en nosotros Cristo Hijo de Dios [...] entonces nuestro gozo es pleno y perfecto y estamos tranquilos, según aquello de las Confesiones de Agustín, 1, 1, 1] (M. Eckhart, Le Commentaire de l’Évangile selon Jean. Le Prologue, ed. bilingüe, París, 1989, p. 250). 29. Cf. los análisis de esta realidad fundadora e iluminadora en G. Steiner, Presencias reales. ¿Hay algo en lo que decimos?, Destino, Barcelona, 1991. Un judaísmo en el que la cultura desplaza a la religión, invierte esta perspectiva: «Dios es una palabra y la palabra es dios... Si uno ya no cree en Dios no puede decir que Dios nos ha creado, pero sí que las palabras nos crean». El logos del hombre sustituye al Logos-Dios tal como lo comprende el Evangelio de Juan 1, 1-4. La palabra es nuestra patria en las múltiples formas en que ella se encarna; este judaísmo no parece reconocer otra patria sobre ella. Cf. las declaraciones (El País, 1 de julio de 2014, p. 37) de la escritora judía Fania Oz-Salzberger, hija de Amos Oz y autora con él del libro Los judíos y las palabras, Siruela, Madrid, 2014. 297 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO los libros de la Escritura Sagrada, que habían creado unas palabras, metáforas y relatos con cuya ayuda pudieron expresar la novedad de Cristo. La continuidad prevalecía sobre la ruptura. Ahora, en cambio, los guías de las comunidades tenían que traducir el Evangelio a categorías nuevas. Conscientes de que entre ellas y el Evangelio no había continuidad directa, se pusieron a indagar si quizá existía una semejanza oculta. Al descubrirla en los poetas y filósofos, autores como Clemente, Orígenes, Eusebio de Cesarea, Basilio y Gregorio de Nisa los utilizaron como praeparatio evangelica para los griegos, equivalente de la que para los judíos habían sido sus Escrituras sagradas. a) El universo platónico: convergencias y contrastes con el Evangelio La cultura griega de los primeros siglos de la Iglesia no era uniforme; había múltiples corrientes de pensamiento filosófico, de cultura moral y de sensibilidad religiosa. No se puede hablar de una helenización como proyecto compacto sino de escuelas, intentos diferenciados de pensar en conjunción el Evangelio y la conciencia espiritual del Mediterráneo30. Dentro de ese abigarrado conjunto de líneas de pensamiento el platonismo, en las variantes sucesivas que había ido tomando desde Platón en los sucesores de este, ofrecía primero una sensibilidad, luego unas palabras y después unas estructuras mentales con las cuales aparecía pensable la propuesta cristiana. Estos son los elementos platónicos que encontró la presentación del Evangelio en el mundo helenístico: a) la idea del Principio (bueno y difusivo, primer origen y último fin a la vez que medida del hombre); b) la primacía del mundo de las ideas universales y eternas sobre la realidad física, particular e inmediata; c) la abertura de la inteligencia humana al Absoluto pensado como Bien, Unidad, Verdad, de los que participan todos los seres; d) la responsabilidad de la inteligencia para guiar a los sentidos, inclinados por las pasiones al mundo bajo y al placer inmediato; e) la dimensión contemplativa del espíritu humano; f ) las etapas o escalas para llegar a la unión consumada con Dios; g) las tres vías en la ascensión a él: purgativa, iluminativa y unitiva; h) la contemplación como un proceso primordialmente intelectual; i) el conocimiento como rememoración de la presencia del Eterno en nuestro ser; j) la filosofía como ayuda para vivir y sobre todo como preparación para morir. 30. Cf. M. Fédou, La voie du Christ I. Genèses de la christologie dans le contexte religieux de l’Antiquité du IIe siècle au début du IVe siècle, París, 2006; II. Développements de la christologie dans le contexte religieux de l’Orient ancien. D’Eusèbe de Césarée à Jean Damascène (IVe-VIIIe siècle), París, 2013; Ch. Markschies, Hellenisierung des Christentums. Sinn und Unsinn einer historischen Kategorie, Leipzig, 2013. 298 PANORAMA FINAL Junto a estas convergencias el platonismo presentaba unas convicciones que chocaban directamente con las del mensaje evangélico. En el centro de este se hallan las siguientes: a) la encarnación del Eterno en el tiempo; b) el sufrimiento y crucifixión de quien era el Hijo, Verbo eterno de Dios; c) la resurrección como afirmación definitiva de la carne en Dios, ya que el Hijo perdura eternamente como encarnado (este es el sentido del artículo del credo: «su reino no tendrá fin»)31; d) la afirmación de la resurrección de los muertos; e) las realidades materiales como mediaciones eficaces de la vida eterna en los sacramentos (agua, pan, vino, aceite, etc.); f) la esperanza escatológica de la resurrección universal y la permanencia eterna del cuerpo, de la sensibilidad y de la sexualidad en un despliegue actual del ser que es querido por Dios y no resultado de caída o pecado alguno; g) la valoración del tiempo con su consistencia propia en este mundo, asumido como lugar verdadero del conocimiento y comunión con Dios y no solo como lugar de castigo o espacio vacío en mera espera de otra vida. Enumero estas consonancias y disonancias entre platonismo y cristianismo como ayuda para discernir no pocos movimientos y actitudes existentes en la cultura y sociedad actuales, que reviven posibilidades y perversiones que la Iglesia ya ha vivido y superado. El platonismo es siempre una gran posibilidad pero a la vez una gran tentación para el cristianismo; y cuanto mayor es el peso que en una cultura tienen el materialismo y el positivismo, mayor es su aliciente. El choque entre cristianismo y helenismo no era solo de orden intelectual sino sobre todo de orden vital y social. La filosofía y cultura griegas eran una posibilidad para las minorías, para los hombres y mujeres cultos que podían pagar tal enseñanza. El cristianismo, en cambio, apareció como una religión de pobres y marginados, de las clases últimas de la sociedad, de esclavos y mujeres. En esto la coincidencia de Jesús y de Pablo es absoluta. Esta es una de las paradojas del cristianismo: como en la campana de Gauss, junto a la gran masa, a un lado están los pobres y marginados de la sociedad, mientras que al otro se encuentra esa minoría de santos, héroes, hombres y mujeres geniales. Minorías de excepción que a su vez han surgido de la masa amoral e inculta, y entre las cuales se han dado las experiencias místicas cumbre. El estoicismo, el epicureísmo y el platonismo se dirigían a las élites y se mantenían lejos de pobres e incultos32. 31. Para el sentido auténtico de este artículo, casi siempre malinterpretado en sentido social-político moderno, cf. O. González de Cardedal, Fundamentos de cristología II. Meta y misterio, BAC, Madrid, 2006, pp. 568-590. 32. El cristianismo incipiente despliega su atención en múltiples campos, desde la atención a las autoridades y personalidades, por un lado, y a los pobres, esclavos y peregrinos, por otro. En ese sentido tiene razón Harnack al decir que era una religión de gran 299 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO b) La recepción privilegiada de la visión platónica frente a otras filosofías La era patrística asumió las grandes orientaciones de la filosofía platónica constituyéndolas en clave de interpretación de la vida cristiana. Los tres autores decisivos de esa recepción son Gregorio de Nisa, Evagrio el Póntico y Dionisio Areopagita. Estos autores más que místicos y antes que místicos son teóricos de la mística, intérpretes del camino que el hombre debe tomar para llegar al monte de la perfección, al Horeb, donde tiene lugar la teofanía. La figura de Moisés y todo el universo simbólico de subida, encuentro, tormenta, llamas, tinieblas y rayos de luz descrito en el libro del Éxodo se convertirán en el paradigma explicativo de la teología mística. Las diversas traducciones que se hicieron de él en la Edad Media, los comentarios, por ejemplo, de san Alberto y santo Tomás entre los grandes teólogos33 y las 1700 citas que este último realiza de él contribuyeron a convertir sus ideas y palabras en norma y guía de los espirituales. Dionisio distingue tres tipos de teología: apofática, simbólica y mística, como formas y fases para la ascensión del espíritu a la unión con Dios. A ellas corresponden el silencio, el símbolo y la tiniebla. Esta última tiene su referencia en el texto bíblico: «Y Moisés entró en la tiniebla donde estaba Dios» (Ex 20, 21). En este texto toma su origen la mística nocturna, que va desde Filón de Alejandría hasta san Juan de la Cruz, pasando por los padres capadocios y Dionisio. Sin embargo los grandes símbolos sanjuanistas de la nada y la noche tienen implicaciones y resonancias muy distintas: están del lado del hombre y son temporales, no del lado de Dios, como en Dionisio. Pueden ser ya iluminadas desde dentro por Dios y anticipar la divinización futura34. c) Mística de hombres en la universidad y de mujeres en los monasterios En la Edad Media encontramos dos contextos fundamentales de la vida espiritual: uno lo forman los hombres, los clérigos y la universidad. El sencillez a la vez que de tupida complejidad, si bien no interpreta el hecho como complejidad derivada de una unidad orgánica viviente sino como sincretismo. Cf. A. von Harnack, Die Mission und Ausbreitung des Christentums in den ersten drei Jahrhunderten, Berlín, 1924, pp. 111-331; Ch. Markschies, Estructuras del cristianismo antiguo, Siglo XXI, Madrid, 2001; Íd., ¿Por qué sobrevivió el cristianismo en el mundo antiguo?, Sígueme, Salamanca, 2009. 33. San Alberto, Commentaire de la «Théologie mystique» de Denys le Pseudo-aréopagite suivi des épîtres I-V, París, 1993, pp. 7-58 (introducción de E. H. Weber); Santo Tomás de Aquino, In librum Beati Dionisii de divinis nominibus expositio, Roma/Turín, 1950. 34. Y. de Andia, «Saint Jean de la Croix et la ‘Théologie mystique’ de saint Denis l’Aréopagite», en Íd., Denis l’Aréopagite, cit., pp. 257-298. 300 PANORAMA FINAL otro lo forman los monasterios femeninos y las casas de mujeres piadosas (beguinas y otras...). En el primer contexto surge una comprensión de la mística que otorga primacía a la inteligencia, a la reflexión, a la exposición sistemática; mientras que en el segundo contexto prevalecen los sentimientos, los afectos, el amor. No tanto los racionales cuanto los afectivos y cordiales; y en conexión con ellos están los sueños, las revelaciones, las visiones, especialmente intensas en las mujeres35. Estas no nos las entregan en tratados sistemáticos con pretensión de universalidad sino como narración de la propia experiencia personal. Mientras que en la universidad y centros de estudio, la lengua mediadora es el latín, aquí lo son las lenguas propias de quienes tienen esas experiencias, que no conocen el latín. En no pocos casos esos testimonios han llegado a nosotros como dictados por las mujeres protagonistas, transcritos por sus confesores y con frecuencia traducidos por ellos al latín. Una experiencia viva requiere una lengua viva, y un testimonio vivido traducido por otro a una lengua muerta pierde su potencia, tanto la expresiva del paciente como la apelativa al oyente o lector. En el último medio siglo se han hecho dos descubrimientos fundamentales: la existencia y el reconocimiento otorgado a esas mujeres y las lenguas vernáculas en las que se nos han transmitido sus visiones y revelaciones. Esto ha sido de importancia capital en el mundo germánico, también en el inglés y con menor relieve en los ámbitos francés, español e italiano36. K. Ruh, después de exponer cómo la mística de Eckhart la encontramos exclusivamente en sus escritos alemanes, no en los latinos, añade: La mística en la lengua del pueblo no comienza con Eckhart sino ya antes de 1250 en las Cartas y Visiones de la beguina de los Países Bajos Hadewijch; en el tercer cuarto del siglo XIII en el libro Sobre la luz que fluye de la deidad, de la beguina de la Baja Alemania Matilde de Magdeburgo; y a la vez, enraizando ya con la primera fase de la predicación de Eckhart, en el Espejo de las almas simples, de la beguina del norte de Francia Margarita Porete. El hecho de que la mística de las beguinas fuera escrita en la lengua del pueblo necesita de una explicación correspondiente: estas mujeres solo hablaban su lengua materna. Pero también existe una explicación para el uso de la lengua popular en la predicación mística y los tratados místicos de monjes ilustrados como el Maestro Eckhart, Johannes Tauler y Enrique Suso: sus palabras y escritos eran exposiciones espirituales para beguinas, que en general no conocían el latín, y para otras hermanas en el marco de la cura monialium37. 35. Cf. A. M. Haas, Visión en azul. Estudios de mística europea, Siruela, Madrid, 1999, pp. 13-32: «Sueño y visión en la mística alemana»; 89-112: «Intelectualidad y espiritualidad mística en Europa». 36. B. McGinn dedica el ya citado volumen V de su obra The Presence of God a los aspectos locales de la mística en la Edad Media tardía: I. Países Bajos; II. Italia; III. Inglaterra. 37. K. Ruh, Meister Eckhart. Theologe. Prediger. Mystiker, Múnich, 1989, pp. 193-194. 301 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO Las mujeres tuvieron un gran protagonismo en los movimientos espirituales y en la cultura religiosa de la Edad Media pero ni sus experiencias ni sus textos lograron entonces en la Iglesia el reconocimiento e influencia que hubieran merecido. Comienzan a surgir justamente cuando se afirma la teología en la universidad, cuando en esta prevalece el aristotelismo con santo Tomás y los dominicos frente a la línea agustiniana de los franciscanos. Domina la dimensión especulativa de la fe, especialmente urgida en ese instante a dar razón de sí misma frente a los filósofos averroístas, que escinden la verdad en dos: una parte propia de la razón y otra de la fe, así como frente a los judíos y los musulmanes, cuyas obras traducidas se comentan en la universidad. En ese contexto las mujeres recluidas en sus monasterios o lugares de oración no pueden alcanzar protagonismo y menos entrar en competencia con los hombres. Esta mística (palabra y doctrina) de mujeres no alcanza la autoridad equivalente a la reflexión universitaria, que se presenta no como experiencia privada de individuos sino como la razón pública de la Iglesia en cuanto tal. d) El problema teológico: valor y límites de las visiones y revelaciones de las mujeres Esto ha llevado consigo otros problemas. Los testimonios de las mujeres eran más sutiles; apelaban a sueños, revelaciones y visiones a veces de naturaleza física. Muchos de sus relatos, que eran de experiencias sensibles y carnales en relación con Jesucristo, especialmente con el niño Jesús, se prestaban a ser interpretadas como expresión de una sensualidad reprimida más que como una auténtica manifestación divina. Las visiones eran divididas desde san Agustín en corporales, imaginativas (o fantásticas) e intelectuales (o espirituales), correspondientes a la comprensión tricotómica del hombre: cuerpo, alma y espíritu. Las visiones prevalentes en el mundo femenino eran corporales e imaginativas. Estas eran rechazadas como derivadas de ilusiones o degradaciones, que no correspondían a una comprensión cristiana de la relación con Dios. Los teólogos reducían así de manera general el valor de las experiencias místicas femeninas, al considerar como auténticas solo las visiones intelectuales. Aquí apareció un problema que está en conexión con la perduración del platonismo en la comprensión de la relación de Dios con el hombre. ¿Qué potencias o estratos de nuestra realidad, que es indisolublemente somática, psíquica, pneumática, y qué operaciones de nuestro espíritu son el lugar ideal o el más apto para la manifestación divina y para la respuesta humana a ella38? La tradición heredada sitúa como lugar privilegiado o 38. Cf. H. Urs von Balthasar, «Zur Ortsbestimmung christlicher Mystik», en Íd., Pneuma und Institution. Skizzen zur Theologie IV, Einsiedeln, 1974, pp. 298-324; trad. 302 PANORAMA FINAL único la inteligencia, el espíritu, y desprecia lo demás como previo, insignificante o peligroso. La imaginación, el deseo, el amor, las sensaciones y percepciones somáticas ¿no son lugar proporcional para la revelación de Dios al hombre y para la respuesta del hombre a Dios? El cuerpo ¿no es medio posible de manifestación divina? ¿No son posibles fenómenos sobrenaturales vividos en el cuerpo? Como mujer, santa Teresa tuvo una percepción más intensa de esta dificultad y con su testimonio mostró la verdad de esas manifestaciones divinas que no tenían lugar solo en la extrema punta de su alma, en el hondón o cima de su espíritu, sino que como un vendaval la arrastraban toda entera, afectando no solo a su espíritu sino llegando hasta las pulsiones de su alma y las sensaciones de su cuerpo. Hay que releer el capítulo en que santa Teresa describe la gracia de la transverberación (cf. Vida 29, 13; véase también Relación 5, 15-17; Moradas 6, 2, 4). Las perversiones comprobadas durante esos años en ciertas «iluminadas», «recogidas», «estigmatizadas» y «alumbradas» llevaron a la Iglesia a una actitud de sospecha, crítica y rechazo frente a todo ese tipo de visiones y revelaciones. Desde aquí se entiende el miedo y la distancia de santa Teresa ante sus propias experiencias: «Yo, como en estos tiempos habían acaecido grandes ilusiones en mujeres y engaños que las había hecho el demonio, comencé a temer» (Vida 23, 2). El padre Tomás Álvarez comenta así este texto teresiano: «Los casos de visionarias embusteras habían sido una plaga de la espiritualidad española de los decenios anteriores a estas efemérides. Habían pululado entre ‘alumbrados’ y ‘espirituales’ motivando intervenciones ruidosas de la Inquisición»39. Con mayor dureza frente a todo ese tipo de experiencias, piensa san Juan de la Cruz, quien, más influido por los esquemas dionisianos, es ajeno a todo lo que sea «carne» y no puras visiones intelectuales. Santa Teresa, por mujer, por experiencia personal, en parte también por no haber sido formada en marcos académicos, es más receptiva a semejantes experiencias a la vez que sonríe distanciada y crítica respecto de las categorías dionisianas y expresa sus reservas frente a algunos de esos esquemas espirituales40. Los éxtasis, los arrobamientos, la pérdida de los sentidos, la convulsión de la sensibilidad ¿merecen siempre y de antemano un juicio negativo en una religión de encarnación y de resurrección? Esta interroesp.: «Consideraciones acerca del ámbito de la mística cristiana», en H. Urs von Balthasar, W. Beierwaltes y A. M. Haas, Mística: cuestiones fundamentales, Ágape, Buenos Aires, 2008, pp. 45-78. 39. Santa Teresa de Jesús, Obras completas, Monte Carmelo, Burgos, 1994, pp. 11-35. 40. Ejemplo de finísima ironía, agradecimiento y adoctrinamiento son las palabras que santa Teresa dedica a san Juan de la Cruz cuando responde y juzga a quienes participaron en aquel certamen que ella llama: «Vejamen sobre las palabras: ‘Búscate en mí’», n.os 6-7, en Íd., Obras completas, Monte Carmelo, Burgos, 1994, pp. 1366-1367. 303 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO gación crítica de autores actuales, y no digamos de las mujeres, es perfectamente legítima. Sería completamente humano y esencial preguntarse cómo es posible que una religión cuyo núcleo consiste en la encarnación de Dios no se arriesgue en el descenso hasta la plenitud de toda la sensualidad humana [...] Habría que ampliar las fronteras de lo soportable en la experiencia mística —hasta donde las visiones corporales encontraran su auténtica valoración— para luego abordar críticamente las experiencias místicas de las monjas, inesperadas y en contra de toda mística de implantación neoplatónica41. IV. LOS EJES Y CONSTANTES Hemos visto hasta ahora las variaciones que se han ido dando en la historia de la experiencia mística, tanto en sí misma como en las interpretaciones que la teología ha dado: a) por los puntos de partida que tomaba de la Sagrada Escritura; b) por las realidades cristianas que colocaba en su centro; c) por la potencia antropológica del hombre a la que era primordialmente referida; d) por las categorías filosóficas con que se expresaba; e) por la lengua en que se traducía; f ) por la distinta impregnación pneumática, psíquica o somática del protagonista, diferente en el hombre y en la mujer. Sin embargo, esas diferencias, a las que hay que añadir las derivadas de la geografía, la sociedad, la edad, la formación personal y la cultura ambiental en la que nacen, crecen y se expresan los protagonistas de la mística, de la mistagogía y de la teología mística, no ciegan ni anulan la identidad de fondo, como tampoco lo que llamaremos ejes y constantes de la mística cristiana. Todos los místicos cristianos tienen ese «aire de familia» que hace posible que personas de muy distinta procedencia se reconozcan inmediatamente entre sí, aun cuando lengua, cultura, situaciones sociales o políticas sean distintas. Todos se sienten viviendo en el mismo hogar eclesial, leen los mismos textos bíblicos, celebran los mismos sacramentos, veneran los mismos santos, tienen la misma memoria histórica, se viven y perciben como miembros de una misma Iglesia y se remiten a los mismos textos normativos para servir de guías en el camino de la perfección. Esas realidades comunes, que permanecen siempre, no impiden que haya rupturas entre unas y otras fases de la historia, oposiciones profundas entre los exponentes de una y otra escuela de espiritualidad. Solo aludimos a algunas de esas discontinuidades, diferencias o rupturas: por ejemplo, las existentes entre la mística tal como se vive (experiencia) y se expresa (teología) 41. A. M. Haas, Visión en azul, cit., pp. 30-31. 304 PANORAMA FINAL en la patrística griega (Orígenes, san Gregorio de Nisa, Evagrio, Dioniso Areopagita) y en la patrística latina (san Agustín, san Gregorio, Casiano), en santo Tomás y en san Buenaventura, en Eckhart, Nicolás de Cusa y Ockam, en los místicos franciscanos del siglo XVI y en santa Teresa, en las carmelitas españolas llegadas a Francia y en el cardenal Bérulle, su introductor y protector, en Bossuet y Fénelon, en Blondel y santa Teresa de Lisieux. Las razones de fondo que los unen son, ante todo, las que hacen de todos ellos cristianos, a pesar de las distancias temporales y de las diferencias culturales, que los separan a la vez que de las diferencias que existen entre ellos. Yo enumeraría cuatro ejes o constantes: el teológico, el cristológico, el soteriológico y el metafísico. 1. Eje teológico No hay mística cristiana allí donde la palabra Dios, pronunciada o mantenida en silencio, proclamada en canto o afirmada en los hechos, retenida en el propio corazón o compartida con el prójimo, no es el centro de la vida. La referencia primera del cristiano es la palabra bíblica y esta existe para decirnos que Dios existe, que es Dios de los hombres, que los ha invitado a caminar con él, que quiere tener amistad con ellos y que al final del camino hay un hogar preparado en el que podrán compartir mesa y reposar juntos. El Salmo 22, que considera a Dios como buen pastor, describe sus cuatro funciones para con el hombre: le guía entre peligros, le conduce a verdes praderas y a fuentes tranquilas, le recoge en casa cuando llega la noche y allí extiende una mesa para compartir con él pan y vino, querer y querencia. El hombre mira a Dios, lo divisa en el horizonte de su visión pero no lo puede apresar directamente. La pregunta bíblica no es tanto qué, quién o cómo es tu Dios sino dónde está tu Dios (cf. Sal 42, 4.11). Dios, que es el Infinito, el Eterno, el Santo para el hombre, tiene lugar, tiempo y nombre. Y lo encontramos cuando damos con el lugar en el que nos ha citado y con aquel en el que se ha manifestado con anterioridad a otros creyentes. No erigimos altares primordialmente donde nosotros queremos adorar a Dios sino sobre todo donde él, manifestándose, ha querido ser recordado y adorado. Tres son esos lugares primordiales de la presencia y manifestación de Dios y de encuentro con él, no como objeto sino como alguien con rostro, palabra y nombre. Por eso lo primero que hace el hombre al sentir la venida o llamada de Dios es preguntarle su nombre y pedirle su bendición. La escena de Jacob en lucha con el ángel, al que al final suplica que lo bendiga, y aquella otra en la que ve la escalera con los ángeles bajando del cielo y subiendo al cielo, han estado siempre en la memoria 305 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO de los cristianos desde el mismo inicio, como metáfora del descenso de Dios al hombre, de la ascensión de cada hombre hasta Dios y de la bendición que sigue al encuentro con él (cf. Gn 28, 10-22; 32, 22-32) Los lugares generales del encuentro con Dios son el ser, la historia y la conciencia. Ellos son el ámbito evidente en el que existe el hombre, pero no por ello han dejado de inquietarle, admirarle y asombrarle. Frente al ser, esta es la pregunta: ¿cómo puede haber cosas si estas son incapaces de darse la existencia? Y ha pronunciado el nombre de Dios como invocación y respuesta. Frente a la historia, esta es la pregunta: ¿cómo han sido posibles las experiencias que han vivido tantos hombres frente al Infinito y, en concreto, las que narran la historia de profetas, orantes, sabios, Jesucristo, apóstoles, santos? ¿Se han roto así los «círculos» en que nos encierra el tiempo con su eterno retorno? La eternidad ¿no se nos habrá acercado a los humanos creando en nuestro mundo un comienzo y un fin para nuestra libertad y haciendo posible de ese modo verdadera historia? Y frente al abismo de nuestra conciencia, esta es la pregunta: el abismo de nuestra interioridad ¿no clama por un abismo mayor que lo sostenga, por una presencia que llene su soledad, por un acogimiento amoroso que supere su indigencia y decadencia? Así, la mística, derivada del único Dios y a él referida, tendrá esos tres centros de atención diversos, de los que surgirán una mística orientada metafísicamente, una mística de orientación escatológica o de la historia y, por último, una mística con sesgo antropológico o de la interioridad. 2. Eje cristológico La mística cristiana tiene a Cristo en su centro, como sujeto y objeto. Él puede ser contemplado: a) en continuidad con el pueblo de Israel, del que surge y cuyo destino determinará; b) en el desarrollo de su propia existencia, compartiendo nuestra historia en un lugar (Palestina) y en un tiempo (el comienzo de nuestra era, que es la suya) concretos; c) en su presencia personal, actual y referida a cada hombre, a partir de su resurrección y entrega a la Iglesia. A esos tres tiempos de Jesús hay que añadir ese otro tiempo propiamente suyo, que no es tiempo pero que siempre estuvo referido al nuestro: su preexistencia o coexistencia eterna con el Padre y el Espíritu con anterioridad a la encarnación. Cada una de estas perspectivas ha alimentado la piedad cristiana y ha suscitado vidas connaturales con los tiempos, «estados» y «misterios» de Jesús. Ya dijimos antes que la mística cristológica gira principalmente en torno a estos tres momentos de su vida y condición: el Verbo eterno, el niño Jesús, el Cristo crucificado. Siempre han estado presentes los tres pero cada época, cada persona, cada institución ha privilegiado la mirada a una de estas faces de su única persona. 306 PANORAMA FINAL El cristianismo no es ni la religión de Israel ni la religión de la Iglesia, sino la religión de Jesucristo, aunque de una proceda y en la otra desemboque. «Le christianisme n’est pas la religion ‘biblique’, il est la religion de Jésus-Christ». Él es su origen histórico y su contenido teológico, por eso él es el exégeta y el modelo de su realización. Y por ser él el contenido y sentido de la mística cristiana, esta se diferencia en raíz de la mística natural o la propia de otras religiones. Esto no es un detalle mínimo sino que es un entero universo diferenciador, porque Jesucristo está en el origen del ser, en el corazón de la historia y en la meta de la escatología42. a) La era patrística: el Verbo La era patrística, sobre todo a partir del concilio de Nicea, ha estado centrada sobre todo en el Verbo: Verbo preexistente, consustancial con el Padre, Verbo encarnado, Verbo hecho hombre por nosotros para compartir nuestro destino y crear redención desde dentro del mundo. Sin embargo, es inevitable aportar matices a tal afirmación: por ejemplo, los dos padres más grandes, Orígenes en un sentido y san Agustín en otro, dirigieron su mirada al Verbo pero a la vez lo situaban en el recién nacido y en el violentamente crucificado por nuestros pecados y luego resucitado para nuestra justificación. b) La Edad Media: Jesús en su historia (infancia, pasión, muerte) La Edad Media, a partir de dos grandes ejemplos de vida cristiana, san Bernardo y san Francisco, ha puesto en el centro de la contemplación al Jesús del pesebre, de Belén, de Nazaret. Él se convirtió en el centro de la piedad popular, no solo para las sencillas almas del pueblo o para quienes vivían en los monasterios, de los que es tan fácil como injusto decir con un psicoanálisis precipitado que confundían el afecto y cuidado al hijo que no habían tenido con el cariño y atención que ofrecían al niño Jesús. Grandes metafísicos pusieron especial atención en ese niño de Belén. Nicolás de Cusa, por ejemplo, ya en sus primeros sermones alumbra lo que luego va a ser su doble teoría de la coincidencia de los opuestos y de la docta ignorancia. Ambas radican en la unión de Dios y del hombre que se da en Cristo: si en él coinciden el Máximo y lo mínimo, es que existe la posibilidad fundamental de que en el Infinito (y en el hombre en cuanto imagen suya) coincidan los contrarios sin destruirse sino soste42. H. de Lubac, Exégèse médiévale, 2.ª parte, vol. I, 1961, p. 197. Cf. A. Cordovilla, Gramática de la encarnación. La creación de Cristo en la teología de K. Rahner y Hans Urs von Balthasar, Comillas, Madrid, 2004. 307 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO niéndose y completándose mutuamente. La sabiduría es real cuando parece loca y hay una ignorancia confesada, que es la expresión del más hondo saber. Las tres tesis fundamentales de Nicolás de Cusa: la docta ignorancia, la convergencia de los contrarios y la experiencia mística, tienen el mismo origen: la convergencia del Máximo y de lo mínimo en Cristo, del poder y del desvalimiento supremos juntos en cuna y cruz, la unidad personal del Dios eterno y de ese recién nacido, la finitud humana y la infinitud divina. Por ello, la «coincidencia de los contrarios», antes que una teoría inventada para resolver problemas lógicos o metafísicos, es el fruto de una contemplación de Dios encarnado, de ese niño en quien convergen personalmente el Infinito y lo finito, la potencia y la debilidad, la trascendencia y la inmanencia43. El pensamiento occidental aún no ha descubierto lo que es el niño, más allá de las fáciles consideraciones de la pequeñez, del cariño y de la inocencia junto con la violencia que le son propias. Dos autores han pensado a fondo este misterio de ser niños y de hacernos como niños a que nos invitó Jesús: Charles Péguy y Hans Urs von Balthasar44. Junto a la devoción centrada en el Jesús niño, en ese mismo periodo aparece la consideración de Jesús como madre, otra forma de mostrar la actitud ante Cristo: ya no con el amor ofrecido a él como niño sino en el amor recibido de él como engendrador y acogedor, como compañía, protección y amor ofrecidos. Un equivalente complementario de esta devoción de Jesús-Madre lo encontramos en la piedad popular española a partir del 43. Cf. A. Dahm, «Mystik im Spannungsfeld von Glaube und spekulativem Anspruch bei Nikolaus von Kues»: Trierer Theologische Zeitschrift 122/4 (2013), pp. 277-305 (incluye bibliografía detallada sobre la mística en Nicolás de Cusa); Íd., «Jesus Christus – Inbegriff der coincidentia oppositorum. Der Weg der christologischen Reflexion zur Schau der Koinzidenz der Gegensätze in Christus bei Nikolaus von Kues»: Trierer Theologische Zeitschrift 121/2 (2012), pp. 195-217. Véase también M.-A. Vannier (ed.), La christologie chez les mystiques rhénans et Nicolas de Cues, París, 2012. Documento fundamental en el tema del conocimiento-amor y, por ello, de la docta ignorancia como vía mística es la correspondencia entre Nicolás de Cusa y los monjes de Tegernsee, lectores de la Teología mística del cartujo Hugo de Balma. Cf. E. Vansteenberghe, Autour de la docte ignorance. Une controverse sur la théologie mystique au XVe siècle, Münster, 1915. Una edición accesible es la de M. de Gandillac, Nicolaus de Cues, Lettres aux moines de Tegernsee sur la docte ignorance. Du jeu de la boule, París, 1985. Las otras obras de Nicolás de Cusa clave para nuestra cuestión son: De visione Dei y De filiatione Dei, en Íd. Opera Omnia IV. Opuscula I-VI, Hamburgo, 2002. De La visión de Dios hay traducción española de A. L. González, Eunsa, Pamplona, 1994. 44. Cf. H. Urs von Balthasar, Wenn ihr nicht werdet wie dieses Kind, Ostfildern bei Stuttgart, 1988; Ch. Péguy, Œuvres complètes en prose, París, 1992, pp. 392-359. Un ejemplo de meditación monástica sobre la vida de Jesús adolescente es la obra de Elredo de Rieval, Quand Jésus eut douze ans (Sources chrétiennes, 60), París, 1958, de la que se ha dicho que recuerda a san Bernardo y preludia a san Buenaventura por el tono afectivo y cordial respecto de Jesús. El autor hace una interpretación en tres niveles: histórico, alegórico, moral. 308 PANORAMA FINAL siglo XVI con la invocación de «Nuestro Padre Jesús», referida a ciertas imágenes y santuarios. Aún no hemos hecho la historia detallada de esa acentuación de la cruz y muerte de Cristo. Cruz material que no aparece con tal importancia hasta los siglos IX y X. ¿En qué conexión se hallan esta devoción y consideración teológica del Jesús crucificado con las grandes epidemias, muertes y guerras de esos siglos? ¿Son fruto directo de esa experiencia de vida y muerte que es el otoño de la Edad Media? El Cristo de Grünewald ¿representa a Cristo muerto o al hombre muriendo una muerte provocada por la peste, con el cuerpo acribillado de llagas? La enfermedad, la culpa, la muerte alcanzan en esos siglos un gran peso, perturbador de la conciencia cristiana. Al final de ese periodo Lutero centra la teología en el hombre pecador frente al Dios justo-justificador y por ello en la cristología, esta en la soteriología y, finalmente, esta en la muerte de Jesús en la cruz. Mientras que él pone en primer plano el pecado y el perdón, los místicos españoles tienen un horizonte amplio, no angostado a esa perspectiva dolorista y agónica. En ellos la culpa y la redención no ocupan el centro generador de sentido para el resto, aun cuando estén presentes. c) La era moderna: el ejemplo de moralidad y el maestro de doctrina La tercera forma de mística cristológica es la iniciada al final de la Edad Media con el Renacimiento, que se afirma plenamente en la Ilustración y sustituye al Jesús crucificado por el Jesús maestro. En esta nueva fase de la historia, las anteriores lecturas teológico-cristológicas son sustituidas por otras humano-jesuanas. Del Verbo encarnado se pasa al rabino de Nazaret, al predicador del reino, al iniciador de una religión nueva en contraste con el judaísmo, calificado de legalismo, ritualismo y al que se contrapone la propuesta de Jesús como la sencilla religión de Dios Padre, de la filiación divina y de la fraternidad humana. En esta deriva hay grandes nombres y momentos decisivos: Kant, que se refiere a Jesucristo siempre como el fundador del cristianismo; Schleiermacher, con un Jesús mezcla de pietismo y de visión idealista; Ritschl, con un Jesús paradigma de un ideal burgués de cultura y política; Harnack y Troeltsch, dejando en lejanía la fe luterana en su rigor, para iniciar otra comprensión que desemboca en el neoprotestantismo. Aquí tiene lugar la despedida del cristianismo dogmático, sacramental y eclesial. Con el Jesús moral que resulta ya no es posible hablar de mística cristológica. Esta ha sido suplantada por la moral de la Ilustración. 3. Eje soteriológico y sus metáforas fundamentales Otra constante es la soteriológica o la repercusión de todo conocimiento íntimo de Dios o de Cristo (experiencia mística) sobre la vida del hom309 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO bre en su vivir de cada día a la vez que sobre su destinación eterna. Esa significación puede situarse en distintos planos. Uno es el que la refiere a las situaciones negativas de ignorancia, enfermedad, sinsentido, pecado y desesperanza, de las que el hombre espera ser liberado. El otro es el plano positivo, y es el que de manera permanente se refleja en los textos de los místicos, cuya atención se centra más en la acción de Dios que en su propia vida. Es una experiencia de innovación creadora. Dios, con su presencia y manifestación, suscita realidades nuevas. Estas son descritas con cinco grandes metáforas soteriológicas que derivan del aspecto de Dios y de Cristo, por el lado activo, y del hombre, por el lado pasivo, que el místico pone en primer plano de su atención. a) El nacimiento del Verbo en cada alma La primera de ellas es el nacimiento del Verbo en el alma. La encontramos ya en Orígenes, que refiere la novedad cristiana a nuestra copertenencia al Verbo eterno como lugar de nuestro ser original y, con ello, al Verbo encarnado. Es la generación del alma por Dios junto con la generación del Verbo en la eternidad y en el tiempo. La fórmula repetida casi literalmente a lo largo de los siglos ha encontrado en el dístico ya citado de Angelus Silesius su expresión más clara: «Ya puede nacer Cristo mil veces en Belén / que si no nace en ti, quedas perdido para siempre»45. El destino del hombre queda así asociado a dos realidades cristianas constituyentes: la implicación del hombre en la procesión eterna de la segunda persona respecto del Padre y la copertenencia del hombre al hecho histórico del nacimiento del Hijo eterno en Belén. La frase del Vaticano II: «Por su encarnación, el Verbo se ha unido en cierto modo con cada hombre» (Gaudium et spes 22), tiene en esta tradición permanentemente renovada en la historia de la espiritualidad cristiana su manadero y procedencia concreta. Estas perspectivas han sido redescubiertas por el acceso realizado durante el último siglo a los padres de la Iglesia. En ellos aparecen estas intuiciones que nos han sido acercadas en las grandes colecciones nuevas de textos patrísticos y por las monografías pioneras de hombres como H. de Lubac, J. Daniélou, Hans Urs von Balthasar, Y. Congar y B. Studer, entre otros muchos. 45. Angelus Silesius, Der cherubinische Wandersmann I, 61 [El peregrino querubínico, I, 61, Facultad de Teología del Norte de España, Burgos, 2009]. Cf. el estudio clásico de H. Rahner, «Die Lehre der Kirchenväter von der Geburt Christi aus dem Herzen der Kirche und der Gläubigen», en Íd., Symbole der Kirche. Die Ekklesiologie der Väter, Salzburgo, 1964, pp. 13-87. Y para la época medieval, el de M.-A. Vannier, La naissance de Dieu dans l’âme chez Eckhart et Nicolas de Cues, París, 2006. 310 PANORAMA FINAL b) La participación en la filiación en el Hijo La segunda metáfora, conexa con la anterior, es la que considera la existencia cristiana como una participación en la filiación eterna de Cristo. Las expresiones son muy sencillas y variables. Dios nos ha dado a su Hijo para que nos haga partícipes de su filiación. La fórmula que se repite en los padres de la Iglesia es esta: Sumus filii in Filio [somos hijos en el Hijo]. Para no sucumbir a fáciles equívocos, considerando estas afirmaciones como vulgar panteísmo, se afirma que la filiación de Cristo es natural y la nuestra es adoptiva, pero no por ello menos real y fecunda. Por ella participamos en su conciencia filial, en su confianza de Hijo y en su obediencia para cumplir la misión. Esta filiación de Dios es hecha posible por el Verbo encarnado. «A cuantos lo recibieron les dio el poder de venir a ser hijos de Dios; a aquellos que creen en su nombre, que no de la sangre ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón sino de Dios han nacido» (Jn 1,12-13). Esta idea es un hilo de oro que une patrística y Edad Media. Una frase guía es esta de Máximo el Confesor, que define la condición inicial y la tarea vital del cristiano: «Ser por gracia lo que el Hijo es por naturaleza». Eckhart lo repite una y otra vez en su comentario al prólogo del Evangelio de san Juan: «El fruto de la encarnación de Cristo, el Hijo de Dios, es que el hombre sea por la gracia de la adopción lo que él es por naturaleza». La misma idea aparece permanentemente en los sermones de Tauler. El estatuto del cristiano ante Dios es el estatuto de hijo, que comparte la condición, experiencia y suerte eterna del Hijo primogénito. Tal es la radicación conceptual de muchas experiencias místicas46. c) La inhabitación de la Trinidad en el alma La tercera metáfora en torno a la cual muchos cristianos han traducido su experiencia de la unión, conocimiento y amor con Dios es la de la inhabitación de las personas divinas en el alma. Santo Tomás afirma que están presentes como lo conocido en el cognoscente y el amado en el amante, pero además esa presencia de Dios es real donación de las personas divinas al creyente. La presencia de Dios en el alma es de un orden más profundo que la del mero conocimiento y amor de algo que nos es externo. Es la presencia del Creador en su criatura, del padre en su hijo, del que es ejemplar en su imagen. Los místicos se remiten aquí también al Evangelio de san Juan, que une venida y permanencia, revelación y conoci46. Cf. M. Eckhart, Le Commentaire de l’Évangile selon Jean. Le Prologue, cit., n.os 106, 117 y 119-120, con nota complementaria 5; J. P. Jossua, «Introducción» a J. Tauler, Sermons, París, 1998. 311 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO miento de las divinas personas. Todo ello está referido primero a Jesús, luego al Espíritu y finalmente al Padre: «El que recibe mis preceptos y los guarda ese es el que me ama; el que me ama a mí será amado de mi Padre y yo le amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 20-21). Igualmente: «El Espíritu Santo que el Padre os enviará en mi nombre os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho» (14, 26). Y también: «Si alguien me ama guardará mis palabras y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos morada» (14, 23). El tema de la inhabitación de la Trinidad en el alma ha sido cultivado especialmente por la espiritualidad dominicana47. d) La esponsalidad La cuarta metáfora expresiva de ese especial amor e intimidad entre Dios y el alma es la esponsalidad. Su origen está en los textos proféticos (Oseas, Isaías, Ezequiel...), que con ella describen la relación de Dios con Israel. Esta metáfora permite acentuar aspectos de la relación personal que no se dan en la sola procedencia biológica, en la relación jurídica, en la mera amistad o en la dependencia social. Las categorías que aquí aparecen en positivo son las de ternura y cariño, amor y fidelidad; en negativo, las de ruptura, abandono, traición, infidelidad, adulterio. Dios ha encontrado a Israel en el desierto como creatura recién nacida, la ha lavado, purificado y embellecido hasta que se ha convertido en una joven. Entonces ella ha preferido otros amantes y se ha alejado. El celo de Dios es la mostración de su unicidad divina, el reverso de su amor incondicional y a la vez la propuesta de perdón. Ya hemos expuesto en páginas anteriores cómo esta metáfora encuentra su traducción lírica en el Cantar de los Cantares, con una tradición no interrumpida de traductores (v.g. fray Luis de León), de comentadores (v.g. santa Teresa) y de recreadores (v.g. san Juan de la Cruz). La esponsalidad dice la entrega, el cariño y la fidelidad, que están más acá y más allá del matrimonio como unión carnal entre hombre y mujer. La metáfora, por ello, podrá ser aplicada al cuidado, entrega y acción santificadora de Cristo en relación con la Iglesia. Y así es 47. Hablar de inhabitación implica hablar de venida, presencia y donación de Dios al hombre y no solo de efectos sobre ella desde la distancia. «Por el don de la gracia que nos hace gratos a Dios es perfeccionada la criatura racional con el fin de que no solo se una libremente a ese don creado sino para que disfrute de la persona divina (ut ipsa divina persona fruatur). Por tanto, la misión invisible se realiza por el don de la gracia que nos hace gratos y, sin embargo, también se nos da la misma persona divina (et tamen ipsa persona divina datur)» (Tomás de Aquino, ST I q. 43 a. 3 ad 1). En terminología posterior: gracia creada (don) y gracia increada (las divinas personas mismas). Cf. M. Eckhart, Le Commentaire de l’Évangile selon Jean. Le Prologue, cit., pp. 419-423: «Unité avec Dieu: l’inhabitation en l’âme des Personnes divines». 312 PANORAMA FINAL como aparece en las cartas paulinas (cf. 2 Cor 11, 2; Ef 5, 25.27.29.32; Ap 22, 17)48. e) La divinización (théôsis, theíosis, theogenesia) El hombre desde su mismo origen es una pasión de Dios: tiende a él necesariamente y sufre por no poder alcanzarle por sí mismo. El Génesis parte de esta convicción implícita: que el hombre necesita llegar a ser como Dios, a ser Dios. El dilema es este: ser Dios por desplazamiento violento de quien lo es apoderándose de sus signos y obras, intentando fundar el bien y el mal en la envidia (pecado original); o serlo participando en el ser, pensar, querer y hacer de quien no solo no tiene envidia del hombre sino que se ha encarnado para ser con él y asumir su destino de muerte superándolo; en una palabra, para deificarle haciéndole partícipe de su naturaleza divina. Es la propuesta del Nuevo Testamento. «Su fuerza divina nos ha otorgado todo lo necesario para la vida y la piedad, mediante el conocimiento del que nos llamó con su propio poder esplendoroso, gracias al cual nos ha otorgado los preciosos e inmensos bienes prometidos, para que por estos os hagáis partícipes de la naturaleza divina (theías koinonoì phýseos)» (2 Pe 1, 3-4). Desde dos textos claves en san Ireneo y san Atanasio ha llegado a la Edad Media el axioma: «Dios se ha hecho hombre para que el hombre sea hecho Dios, no por naturaleza sino por la gracia». La divinización del hombre (theôsis) es considerada fruto de la encarnación-humanación de Dios (enanthrópesis). ¿Qué es más sorprendente: el ascenso (anábasis) del hombre a Dios o el descenso (katábasis) de Dios al hombre? Una y otra se realizan en Cristo: camino de Dios al hombre y camino del hombre a Dios. Esta perspectiva de índole más metafísica ha sido marginada por una lectura del Nuevo Testamento en línea moral y moralizadora, en la que ha prevalecido la atención al pecado y a la justificación. Tal lectura del Nuevo Testamento ha sido culpable de una visión menos teocéntrica del cristianismo, pesimista y más centrada en la salvación individual futura que en la participación en la vida divina que ya se nos ha dado y desde el presente es creadora de futuro. Sin embargo, el tema de la divinización está presente en san Agustín, en todos los místicos del Rin y en el propio Lutero49. 48. Para temas y bibliografía, cf. C. Avenatti de Palumbo, Presencia y ternura. La metáfora nupcial, Ágape, Buenos Aires, 2014. 49. Tanto los escritos del Pseudodionisio como los de Máximo el Confesor (cf. por ejemplo Ambigua 7 [PG 91, 1084 C 5-14; 1088 C 6-16]) trasladan a Occidente estas perspectivas. Puente hasta la Edad Media es Juan Escoto Eriúgena en su comentario al Evangelio de san Juan: «Non mireris carnem, id est mortalem hominem, in filium Dei posse transire per gratiam, cum maioris miraculi sit verbum caro factum. Nam si quod superius est ad inferius descendit, quid mirum est si quod inferius est in id quod superioris gratia agente 313 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO La mística fue considerada siempre como la forma más intensa y más consciente de esa divinización que afecta al hombre entero (cuerpo, alma, espíritu). Este lenguaje tiene el peligro de quedarse en una consideración formal y vacía de contenidos concretos, como en cierto modo ocurre en la teología oriental; o por el contrario, de concretarse materialmente en las ideas especulativas, las vivencias psicológicas o las sensaciones somáticas. ¿Qué contenido concreto alcanza en cada alma esa participación en la naturaleza divina mientras somos mortales y caminamos lejos de la consumación en la patria? 4. Eje metafísico La última constante enunciada es la metafísica. La experiencia religiosa es saber de persona pero también de realidad. Esta no es vista en un vacío sino que está incluida en la relación con el origen y término de nuestra relación con Dios. Un Dios sin relación con el ser no es el Dios cristiano y un ser sin relación con Dios no da respuesta a la necesidad que el hombre tiene de luz, de sostén y de futuro. En este sentido el cristianismo establece una conexión esencial entre estas tres dimensiones de lo real: ser, historia, escatología. No es cristiana una mística que separe creación, redención y salvación final. No es cristiana una mística que reclame «descrear el mundo y la materia» para volver a la unidad espiritual originaria. No es cristiana una mística que presuponga un dualismo para el cual el bien y el mal son igualmente originarios. No es cristiana una mística para la cual no exista la sima abierta entre Creador y criatura, como no es cristiana tampoco una mística que no muestre cómo esa hienda abierta entre ambos ha sido soldada por la encarnación, no para eliminar dicha diferencia original sino para convertirla en espacio de libertad y de comunión para ambos. No es cristiana una mística que no mantenga siempre enhiesta la tensión entre la obediencia a Dios y la experiencia de Dios. No es cristiana una mística que niegue la libertad del hombre o que le quiera ahorrar el trabajo de la decisión entre la fe (querer, consentir, dejar que Dios sea Dios, alegrarse de ello y contar con él) y el pecado original (erigirse en principio y fin de sí mismo, decidir el bien y el mal, existir sin relación, blandir la pretensión de soberanía sobre el prójimo), que es la primera y radical alternativa ante la que se encuentra el hombre. ascendat, praesertim cum ad hoc verbum caro factum sit ut homo filius Dei fieret? Descendit enim verbum in hominem ut, per ipsum, ascenderet homo in Deum» (Commentaire sur l’Évangile de Saint Jean I, 21 [Sources chrétiennes, 180], París, 1999, p. 100). 314 PANORAMA FINAL V. LOS CRITERIOS O LA DIALÉCTICA DE LOS BINOMIOS NORMATIVOS La vida cristiana no es una propuesta solo de comprensión de la realidad sino la oferta de una vida nueva, derivada de la fe en Dios, de la comunión con su Hijo Jesucristo —en quien no solo se nos ha dicho sino que se nos ha dado— y de la acción permanente del Espíritu Santo en las almas concediéndoles libertad filial, capacidad de oración y fuerza para el servicio en la misión. El cristianismo es una praxis antes que una teoría y el Evangelio ofrece al hombre no principalmente una interpretación de lo que hay sino una realidad nueva que le hace posible otro vivir y otro morir. La realización concreta de la vida espiritual y, desde dentro de ella, de la experiencia mística nos remite a los ejes y a los ojos de la fe. A continuación enumeramos binomios o polos de fuerza espiritual que se implican mutuamente e interaccionan, sin que ninguno de los dos pueda anular al otro. Así, por ejemplo, la revelación no llega a ser real donde no encuentra fe y la fe carece de fundamento específico donde no está precedida por la revelación divina, que la suscita y la funda precisamente como libertad. 1. Revelación y fe Lo fundamental en el cristianismo es la actitud de atención a la palabra de Dios, de disponibilidad para hacer su voluntad, de consentimiento amoroso a su llamada y de obediencia a su encargo. Lo esencial no es la experiencia que el hombre hace de Dios sino lo que Dios quiere hacer con el hombre. La desposesión de sí mismo, que va incluida en la fe como relativización del ser creado con respecto a su Creador, es la condición previa para toda experiencia mística cristiana. La revelación de Dios en la historia (realidad objetiva) lleva consigo la creación en el hombre de la capacidad de la respuesta en la fe (realidad subjetiva). Revelación y fe constituyen el primer binomio, fundante y defensor de la mística cristiana. Cuando falta uno de estos dos polos, se recae en un subjetivismo ciego o en un objetivismo incapaz de suscitar la adhesión interior del hombre. 2. Individuo y comunidad El segundo binomio es individuo-comunidad. Dios ha llamado a Abrahán en cuanto cabeza de la humanidad nueva que hará surgir de él. La revelación y la fe se reciben, se viven y se responden siempre como sujetos individuales pero siempre en comunidad. Existimos delante de Dios como personas pero no somos personas en soledad sino en interconexión y correalización con el tú y el nosotros. No hay libertad sin el otro y no 315 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO hay otro sin estar abiertos a los muchos. Lo que el prójimo y la comunidad humana son para la realización de la verdadera humanidad, eso es la Iglesia para la realización de la fe. Dios nos ha llamado, hablado y redimido como pueblo. No somos sin los otros y no somos sin él. Una mística centrada absolutamente sobre el yo, cerrada a la comunidad y sorda para la historia del pueblo de Dios no es cristiana. La mística, en el cristianismo, ni nace de ni lleva a una sublimación del egoísmo humano; es fruto de la benevolencia y gracia de Dios, que nos llevan a salir de nosotros mismos, viviendo «para alabanza de su gloria» (cf. Ef 1, 6.12) y para servicio de los hermanos50. 3. Biblia e Iglesia Dentro de la propia Iglesia descubrimos otro binomio constituyente: Biblia y liturgia. La Iglesia no es una asociación que surge de hombres que deciden unirse y fundar una religión o expresar la que ya viven. La Iglesia viene del proyecto de Dios de unir a los creyentes en un pueblo, en un cuerpo y en una esperanza, en la que Cristo nos ha precedido existiendo por todos. La Iglesia, para el Nuevo Testamento, es Iglesia de Dios, cuerpo de Cristo, templo del Espíritu. Por eso la constitución Lumen gentium del concilio Vaticano II, en su capítulo primero muestra la procedencia permanente de la Iglesia de la Trinidad (Ecclesia ex Trinitate) y, a continuación, en el capítulo segundo muestra su constitución por los hombres (Ecclesia ex hominibus). La Iglesia no es el resultado de la iniciativa humana (asociación) sino de la voluntad divina constituyente (institución). La Biblia es la palabra que Dios nos ha dejado y que remite a quien es la Palabra en persona como su origen y al Espíritu Santo como su intérprete. Hay un autor inspirado, un texto inspirado y un lector inspirado. Junto a la Biblia está la liturgia. Ella es la celebración y actualización de las gestas salvíficas de Dios. Ella es presencia en cada lugar y tiempo de la gracia de Dios. Un cristianismo con palabras solas (Biblia), sin los signos presencializadores y eficaces de la salvación que los textos anuncian, sería una forma más de filosofía, de ilustración o de profecía pero no ofrecería 50. Esta es la idea guía de la espiritualidad de sor Isabel de la Trinidad; cf. Obras completas, Monte Carmelo, Burgos, 1985, pp. 942-951 (sobre el papel que las cartas paulinas desempeñan en su vida; para Efesios en especial, véase pp. 948-949). El místico vive pero supera la oposición entre libertad personal y fidelidad institucional. Blondel ve en la mística «la vivante et féconde conciliation de la liberté et de l’autorité, de la vie intérieure la plus independante et de la communion sociale la plus éfficace et la plus disciplinée» [la viva y fecunda conciliación de la libertad y de la autoridad, de la vida interior más independiente y de la más eficaz y disciplinada comunión social]. Cit. por F. Tremolières, «Mystique», en R. Azria y D. Hervieu-Léger, Dictionnaire des faits religieux, París, 2010, p. 772. 316 PANORAMA FINAL salvación al hombre en cada lugar y tiempo. La palabra sin el sacramento está vacía y el sacramento sin la palabra quedaría ciego. Biblia e Iglesia no son objeto directo de la fe teologal y de la experiencia mística; esto solo lo son Dios y lo encarnativamente conexo con él (Cristo y el Espíritu). Biblia e Iglesia constituyen el ámbito dentro del cual Dios se nos manifiesta y da; de ahí que sean objeto indirecto del asentimiento intelectual y volitivo del cristiano. Ahora bien, aun cuando deben ser claramente diferenciados, por voluntad de Cristo ya no son separables el objeto y el ámbito de la revelación, el Evangelio y la Iglesia, las instancias humanas mediadoras y las realidades divinas mediadas. El Verbo eterno ya no es desligable de su encarnación judía ni el misterio de la redención de Cristo es accesible al margen de la Iglesia de Cristo. De manera análoga ya vimos cómo no hay una revelación divina totalmente disociable de su mediación humana ni una experiencia pura sin palabra, concepto y lenguaje expresivos, primero para el propio sujeto que la vive y luego para quienes participan de ella como oyentes o lectores51. 4. Fe y obras Como último criterio de autenticidad para que una mística pueda ser considerada cristiana citamos el binomio: fe y obras. Todas las experiencias interiores del creyente quedan a la espera de su verificación en la acción. Esta verificación tiene lugar respecto de Dios y se llama fe, confianza, fidelidad, aguante en el sufrimiento y permanencia en la misión encargada. La acreditación respecto de los hombres se llama amor, servicio y obras. Al pasar de los místicos del Rin a santa Teresa nos sorprende el riguroso realismo de esta, su atención al quehacer de cada día, su inserción de lo más divino en lo más humano. «¡Amor y obras», repite. En este contexto se sitúa su reclamación de las obras que quiere el Señor y su afirmación de cómo también entre los pucheros anda el Señor y no solo en las visiones y revelaciones52. 51. Cf. A. M. Haas, Mystik als Aussage. Erfahrungs-, Denk- und Redeformen christlicher Mystik, Fráncfort del Meno, 1997. 52. «Pues, ¡ea hijas mías! No haya desconsuelo cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores, entended que si es cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior» (Fundaciones 5,8). Con garbo ironiza sobre las hermanas tan diligentes en entender la oración y encapotadas que parece no pueden menearse: «Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor» (Moradas 5,3,11). Este realismo de las obras que acreditan la oración, la cercanía a la experiencia humana concreta, la conciencia de las variaciones de los tiempos y los límites de los hombres confieren a santa Teresa su capacidad de atracción y de fascinación. En esto difiere de san Juan de la Cruz, más profundo y sistemático, con más presencia del Antiguo Testamento y determinado por ciertos esquemas platónicos. En cambio, en santa Teresa prevalecen la vida sobre el sistema y su experiencia personal sobre las teorías de los libros. 317 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO FINAL DE LA MÍSTICA DEL SILENCIO (GNOSTICISMO) Y DE LA TINIEBLA (ANTIGUO TESTAMENTO) A LA MÍSTICA DE LA PALABRA, DE LA LUZ Y DEL AMOR (NUEVO TESTAMENTO) Cristianos santos hay muchos, casi siempre solo conocidos de Dios y solo reconocidos por Dios. Igualmente no pocos cristianos son agraciados por él con dones extraordinarios de conocimiento, de amor y de experiencia. Solo consideramos místicos a aquellos a quienes Dios, además de tales dones extraordinarios, les concede la capacidad intelectual de interpretarlos e integrarlos en su vida cristiana y, en tercer lugar, la potencia conceptual y verbal necesaria para traducir esos dones en un lenguaje significativo de forma que sirvan a los demás de testimonio a favor de Dios, repercutan en gloria de los propios hombres y les ofrezcan aliento y luz para servir de guía en el camino hacia Dios. La mística, por tanto, implica gracia divina (I), es experiencia humana (II) y palabra creadora (III). Una vez expuestos las formas, contextos, contenidos y criterios de la mística cristiana, queda abierto el camino para andar. El andar de cada uno es un enigma para él mismo y un milagro de Dios. Nadie nos ahorra la decisión, el riesgo y la noche subiendo al monte Horeb, como subieron Moisés, Elías y todos los amigos de Dios. Este seguirá siendo siempre luz y oscuridad para el hombre, nube de sombra por el día y columna de fuego por la noche. «Yahvé iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día ni la columna de fuego por la noche» (Ex 13, 21-22). El Antiguo Testamento subraya la trascendencia de Dios con frases que han ejercido una inmensa influencia en la tradición espiritual de Occidente, acentuando el carácter nocturno y tenebroso, trascendente e inefable de Dios, con adjetivos precedidos del prefijo hyper-trans o del alfa-in privativa. Los textos que hablan del Dios in-efable, in-comprensible, inexplicable, in-traducible... son innumerables. Así comienza su invocación al Dios trinitario (en sorprendente lejanía a los textos bíblicos) la Teología mística de Dionisio Areopagita: «Trinidad superesencial, superdivina, superbuena, guía a la sabiduría cristiana». Y aplica a Jesús este adjetivo sorprendente, por inusitado, en la tradición evangélica: «Jesús superesencial»53. El Nuevo Testamento, en cambio, presuponiendo esa trascendencia y santidad, sitúa a Dios en cercanía misericorde para con los hombres haciéndole habitar en la luz. Frente a un entorno gnóstico, que divinizaba 53. Cf. Teología mística I,1 (PG 3, 997); III (PG 3, 1033 A). 318 PANORAMA FINAL el silencio, y frente a la primacía de la trascendencia, san Juan centra su comprensión de Dios en estos tres términos: palabra, vida, luz. «El Verbo era Dios... en él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (Jn 1, 1-4). Este es el corazón del prólogo del Evangelio de Juan y la clave del cristianismo porque esto que Dios es en sí mismo es lo que quiere ser para los hombres en Cristo. Cristo es luz para alumbrar a las naciones (cf. Lc 2, 32). La tensión dramática del Evangelio de Juan deriva del choque entre la luz y las tinieblas: «El Verbo era la luz que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre» (1, 9). Las tinieblas quisieron apagar esa luz y sofocar ese fuego; y pareció que lo habían logrado al dar muerte a Cristo pero la resurrección mostró que no solo no la apagaron al crucificarlo en el Gólgota sino que desde Pentecostés su luz comenzó a iluminar e incendiar el mundo (1, 11). En sus cartas san Juan define a Dios como luz: «Este es el mensaje que de él hemos oído y os anunciamos: que Dios es luz y que en él no hay tiniebla alguna» (2 Jn 1, 2); y como amor: «Dios es amor» (1 Jn 4, 7.16). Esta manifestación de Dios da la pauta correspondiente de la vida cristiana: andar en la luz y en el amor. En los místicos la presencia y acción de Dios ha determinado toda su existencia. Se les ha dado como tiniebla purificadora, como luz alumbradora y como amor transformador. En ellos reconocemos una expresión máxima de la acción de Dios en la vida cristiana, aquella que repercute saturando todos los dinamismos del cuerpo, del alma y del espíritu. Los místicos son, en un sentido, la realización plena de la vida cristiana (escuela dominicana) y, en otro, una excepción resultado de una especial gracia de Dios (escuela carmelitana). No son exponentes de un heroísmo individual ni fruto posible de ninguna construcción técnica ni del previo esfuerzo ascético sino el resultado de una forja lenta y dolorosa de lo humano por Dios y de una respuesta generosa y colaboradora del hombre con él. Toda conjugación de esos dos factores nos resultará siempre un enigma, ya que cada hombre en su relación con Dios refleja el absoluto de la libertad divina y de su propia libertad humana. Los místicos reciben de Dios una gracia personal al servicio de una misión eclesial; cada uno es pensado por Dios para una acción concreta y para una lección teológica a la Iglesia. Por ello no son siempre modelos pero siempre son admirables. En ellos reconocemos y agradecemos a Dios su filantropía por querer darse con tal experiencia a conocer, amar y sentir por los hombres; con ellos nos encaminamos hacia él, que se nos ha dado en la tiniebla del Horeb, en la luz del Tabor, en el dolor del Gólgota, en el esplendor de la resurrección y en el fuego de Pentecostés. Cada uno de nosotros somos llamados a: a) revivir especialmente uno u otro de esos misterios de Cristo; b) participar en una u otra de las manifestaciones especiales del misterio de Dios; c) a realizar parte de sus designios amorosos para el 319 MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO mundo. Y ello, como él quiera y nos vaya descubriendo, para ser místicos o mártires, en sequedad de desierto o en feracidad de tierra regada, conocidos para los hombres o quedando absolutamente desconocidos ante ellos y siendo solo un espectáculo para Dios. ¡Gran pecado sería el de aquel que, al realizar su papel en el teatro del mundo, no le baste tener a Dios como espectador! La primera y última verdad de nuestra vida es lo que somos delante de Dios (coram Deo). Lo mismo que la alegría de la Sabiduría era estar jugando delante de los hombres, la suprema alegría del hombre es vivir la vida como juego delante de Dios: con la absoluta despreocupación del niño y con la absoluta seriedad del adulto54. 54. «Yo estaba allí como arquitecto colaborando con el Creador y era todos los días su delicia, estar jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de la tierra y mis delicias eran estar con los hijos de los hombres» (Pr 8, 30-31). Cf. R. Guardini, «La liturgia como juego», en Íd., El espíritu de la liturgia [1918], Araluce, Barcelona, 1946, pp. 137-157; J. Huizinga, Homo ludens [1938], Alianza, Madrid, 1990; H. Rahner, Der spielende Mensch [1949], Einsiedeln, 1990. 320 Apéndice BIBLIOGRAFÍA FUNDAMENTAL SOBRE LA RECUPERACIÓN DE LA DIMENSIÓN MÍSTICA DEL CRISTIANISMO (1893-2013) Dado el carácter general de estas páginas, solo indico aquí las obras y autores más significativos, incluyendo perspectivas diferentes. Se sigue un orden cronológico para que se perciban los momentos y autores clave en esta lenta recuperación de la percepción espiritual transformadora de la presencia y acción de Dios en el creyente, que es la experiencia mística, tal como ella ha tenido lugar en el último siglo. Esta bibliografía se ordena por fechas según las primeras ediciones, a las que se añade información sobre la traducción española, si existe. 1890-1900 M. Blondel, L’Action. 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Este fenómeno es especialmente revelador de la situación espiritual de la Iglesia en este orden, a partir del concilio Vaticano II. 328 ÍNDICE ONOMÁSTICO* Abrahán: 30, 33, 36, 46, 92, 131, 169, 186, 205, 283, 315 Acarie, madame: 124 Adán: 186 Adnes, P.: 165, 325 Agaesse, P.: 325 Aggsbach, V. von: 118, 126 Agustín de Hipona: 16, 28, 38, 40, 44s., 48, 56s., 77, 81, 91, 101, 104, 108, 113, 119s., 126, 137, 159, 163, 166, 177, 181, 183s., 189, 191, 198, 209-212, 214, 216, 230, 232, 269, 271ss., 285s., 288, 296s., 302, 305, 307, 313 Alacoque, M. M.ª de: 105, 280 Albert, K.: 223, 326 Alberto Magno: 113, 191, 213, 290, 300 Albertsen, E.: 225 Albrecht, C.: 324 Alejandro Magno: 26 Aletti, J. N.: 52 Allison Peers, E.: 96 Alonso, D.: 96, 323 Álvarez, B.: 120, 220 Álvarez, T.: 96, 121, 134, 280, 303, 327 Álvarez Bolado, A.: 326 Álvarez de Paz, D.: 127s. Álvarez Turienzo, S.: 48, 77 Ambrosio, A. F.: 327 Ambrosio de Milán: 209 * Ana de Jesús: 126 Andia, Y. de: 112, 121s., 145s., 150s., 159s., 212, 282, 300, 327 Andrés, M.: 326 Andrés de Jesús: 125 Ángela de Foligno: 58, 273 Angelus Silesius (Johannes Scheffler): 98, 232, 234ss., 273, 310 Angenendt, A.: 213 Anselmo de Canterbury: 113, 185, 213, 269, 272s. Antonio, abad, san: 263 Apolófanes: 112 Areopagita (v. Dionisio Areopagita) Arintero, J. G.: 21, 161, 321s. Aristóteles: 60, 113, 118, 181, 193, 201, 214, 216, 219, 230s., 240, 270, 281, 290 Armogathe, J. R.: 128 Arquímedes: 26 Astigarraga, J. L.: 92 Atanasio, san: 313 Auden, W. H.: 223 Augstein, R.: 240 Avenatti de Palumbo, C.: 313 Baader, F. von: 272 Bach, J. S.: 101 Balthasar, H. U. von: 35s., 64, 148s., 207, 302s., 307s., 310, 325 Los índices han sido elaborados por José Luis Sandoval Cascajo. 329 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Bardy, G.: 323 Barrett, Ch. K.: 78, 91, 94 Barth, K.: 21, 61, 86, 140, 229 Barthes, R.: 98 Baruzi, J.: 23, 96, 162, 284, 322 Basilio, san: 208, 298 Baudelaire, Ch.: 277 Baum, W.: 137 Beatrice, F.: 205 Beatriz de Nazaret: 236 Beaude, J.: 326 Beethoven, L. van: 224 Behiels, L.: 327 Behn, I.: 324 Beierwaltes, W.: 148, 303, 325 Benedicto XVI (v. Ratzinger, J.) Benito de Nursia: 145, 208, 263 Bergson, H.: 20, 28, 41, 58ss., 96, 139, 162, 279, 284, 323 Bernard, A.: 326 Bernardino de Laredo: 120, 272 Bernardo de Claraval: 104, 113, 118, 213, 218, 230, 232, 236, 273, 282, 287, 307s. Bérulle, P. de: 104, 124, 220, 257, 273, 305 Bezares, J. P.: 116 Blank, J.: 77 Bloch, E.: 256 Blondel, M.: 64, 96, 139s., 305, 321s. Blum, G. G.: 327 Böhme, J.: 272 Böhme, W.: 225 Bonete, E.: 89 Bonhoeffer, D.: 229 Bord, A.: 99, 122, 204 Borges, J. L.: 226 Boscán, J.: 123 Bossuet, J.-B.: 128, 305 Bousset, W.: 66 Bouyer, L.: 108s., 111, 144, 148s., 207, 313, 324, 326 Bréhier, É.: 200 Brémond, H.: 96, 106, 124, 139, 322 Brown, R. E.: 78, 86 Bruaire, Cl.: 182 Brueggemann, W.: 93 Brunner, E.: 22, 61, 140, 229, 322 Brunschvicg, L.: 26, 38, 162, 211, 220 Buda: 253 Buenaventura, san: 91, 104, 113ss., 118, 125, 213, 216, 218, 273, 289, 305, 308 Büke, G.: 29 Bultmann, R.: 61s., 78, 81, 89, 91, 93s., 232s. Burgoing, F.: 124 Butler, C.: 22, 96, 322 Caba, J.: 54 Calderón de la Barca, P.: 124 Cangh, J. M. van: 182, 218, 326 Canisio, P.: 237 Cano, M.: 118 Capelle, Ph.: 235s., 327 Caputo, J. D.: 225, 235, 239 Carlson, Th. A.: 229 Carranza, B. de: 118 Casaroli, A.: 153 Casiano: 113, 208s., 305 Castro, C.: 21 Catalina de Génova: 20, 141, 273 Catalina de Siena: 59, 273 Caussade, J. P.: 98 Cavallera, F.: 144, 323 Celso: 207 Certeau, M. de: 97ss., 126, 139, 152, 324s. Chantal, J.: 124 Char, R.: 98 Charcot, J.-M.: 132 Cicerón: 209s. Clément, O.: 199 Clemente de Alejandría: 110, 189, 298 Cognet, L.: 128, 144, 324s. Cohen, H.: 223 Cohn-Scherbot, D.: 326 Colette, J.: 326 Colombás, G. M.: 208 Combes, A.: 324 Condren, Ch. de: 124 Congar, Y.: 83, 86, 218, 310 Conzelmann, H.: 94 Copleston, F. C.: 225 Cordeses, A.: 127, 220 Cordovilla, A.: 307, 327 Counet, J. M.: 117 Crisógono de Jesús: 96, 323 Cristo (v. Jesucristo) Cruz, M.: 224 Cullmann, O.: 91 Cura Elena, S. del: 169, 327 Cusa, N. de (v. Nicolás de Cusa) 330 ÍNDICE ONOMÁSTICO Dahm, A.: 217, 307s. Daniel, profeta: 109 Daniélou, J.: 199, 310, 323s. Dante Alighieri: 266 Deblaere, A.: 325 Deissmann, A.: 66 Delacroix, H.: 2, 138s., 162, 284 Demócrito: 108 Derville, A.: 323 Descartes, R.: 20, 124, 185, 220, 240 Deseille, P.: 263 Di Berardino, A.: 199, 205 Diadoco de Fótice: 207s. Dilthey, W.: 227, 269 Dinzenbacher, P.: 297 Dionisio (Pseudodionisio) Areopagita: 30, 57, 111-123, 125ss., 146s., 177, 191, 209, 212ss., 216, 218, 228, 232, 234, 236, 282s., 288, 290ss., 301, 314, 319 Dionisio el Cartujano: 118 Dodd, Ch. H.: 53, 78 Dolbeau, F.: 286 Domingo de Guzmán: 113 Dosse, F.: 99, 328 Dostoievski, F. M.: 137s. Drewermann, E.: 154 Drury, M. O.: 101 Dubarle, A. M.: 287 Duchesne, J.: 149 Dumas, B.: 328 Dumeige, G.: 290 Dupont, J.: 78 Eckhart, Maestro: 19, 57, 89, 96, 104, 115, 133, 139, 160, 163, 173, 179, 215s., 225, 228, 230, 232, 234-238, 242, 244s., 252, 269, 272s., 284, 290, 296s., 301, 305, 311, 323 Efrén de la Madre de Dios: 96 Egido, T.: 91, 116 Eichrodt, W.: 93 El Greco (Domenikos Theotokopoulos): 126 Elías, profeta: 33, 41, 92, 102, 169, 186, 220, 284, 319 Eliot, T. S.: 256 Elm, S.: 208 Elredo de Rieval: 308 Emery, G.: 87 Engelmann, P.: 137 Erasmo de Rotterdam: 121 Erdmann, K.: 19 Escoto Eriúgena, J.: 89, 104, 113, 213, 270, 272s., 283, 292, 314 Esquilo: 282 Estrabón: 108 Eurípides: 282 Eusebio de Cesarea: 298 Eustoquio: 205 Evagrio el Póntico: 104, 148, 164, 207s., 300, 305 Ezequiel, profeta: 312 Fabro, P.: 97s. Fedou, M.: 208, 298 Feiner, J.: 87 Felipe de la Trinidad: 127 Felipe II: 124 Fella, A.: 327 Fénelon, F.: 128, 305 Fernández Beites, P.: 229 Festugière, A.: 92, 194s. Feuerbach, L.: 46, 170, 223, 251 Fichte, J. G.: 222 Ficino, M.: 219 Filón de Alejandría: 78, 103, 199, 207, 300 Foucauld, Ch. de: 88, 130, 164, 287 Francisco de Asís: 32, 59, 91, 113ss., 119, 164, 168, 273, 307 Francisco de Osuna: 120, 272 Francisco de Sales: 104, 124, 195 Francisco Javier, san: 32 Franco, R.: 326 Freemantle, A.: 223 Freud, S.: 133, 276s. Friedrich, C. D.: 19 Fueyo, B.: 24 Gadamer, H.-G.: 214 Galileo Galilei: 219 Gallus, T. (v. Tomás de Vercelli) Gamaliel: 76 Gandillac, M. de: 146, 308 Garcilaso de la Vega: 121, 123 Gardeil, A.: 96, 161, 323 Gardeil, L.: 161 Gardet, L.: 43, 142, 225, 325 Garrigou-Lagrange, R.: 143, 161, 322s. Geiger, L. B.: 182 Genicot, L.: 213 331 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Gerlitz, P.: 326 Gerson, J.: 118, 126 Gerson, Ll. P.: 209 Gertrudis de Helfta: 58, 115 Gilson, É.: 286 Gnilka, J.: 94 Goethe, J. W. von: 135, 202, 222 Gogarten, F.: 21, 62 Góngora, L. de: 124 González, A. L.: 308 González Arintero, J. (v. Arintero, J. G.) González de Cardedal, O.: 32, 52s., 89, 113, 263, 299 González Faus, J. I.: 272 Goppelt, L.: 52 Görres, J.: 29, 132 Gouhier, H.: 28, 324 Goulu, J.: 126 Grabmann, M.: 96, 322 Graef, H.: 97, 325 Gregorio de Nisa: 23, 104, 111s., 113, 120, 123, 148, 164, 186, 199, 207s., 288, 298, 300, 305 Gregorio Magno: 104, 209 Gregorio Nacianceno: 208 Gregorio XVI: 125 Greisch, J.: 235 Grillmeier, A.: 208 Grosseteste, R.: 282 Grün, A.: 34 Grünewald, M.: 309 Guardini, R.: 20, 35, 107, 220, 320 Guibert, J. de: 142, 144, 323, 324 Guignon, Ch.: 239 Guillermo de Saint-Thierry: 192 Guillermo de San Teodorico: 289 Güttermann, E.: 295 Guyon, madame: 128, 139 Hegel, G. W. F.: 20, 96, 181, 185, 222, 230, 236, 264, 272 Heidegger, E.: 231 Heidegger, M.: 35, 99, 179, 181, 183, 216, 225-248, 270, 272, 277 Heidrich, P.: 325 Heiler, F.: 21, 28, 47, 61s., 322 Heráclito: 270s. Hieroteo: 111, 214, 281, 290 Hildegarda de Bingen: 58, 115 Hilduino de Saint-Denis: 282 Hilton, W.: 289 Hirschberger, J.: 241 Hoilz, T.: 71 Hölderlin, Fr.: 229s., 239, 241 Huby, J.: 94 Huerga, A.: 143 Hugo de Balma: 116ss., 282, 289, 308 Hugo de San Víctor: 213, 289 Hügel, F. von: 20, 96, 105, 141, 321 Huizinga, J.: 320 Huot de Longchamp, M.: 326 Hurtado, L. W.: 66, 79 Husserl, E.: 20 Igal, J.: 200 Ignacio de Antioquía: 66, 110, 211 Ignacio de Loyola: 58, 96, 108, 119, 137, 145, 148s., 164, 237, 264, 273 Inge, W. R.: 96, 321 Ireneo de Lyon: 81, 171, 283, 313 Irlenborn, B.: 250 Isabel de la Trinidad: 88, 130, 164, 281, 287, 316 Isaías, profeta: 37, 41, 92, 102, 161, 192, 229, 283, 312 Ivanka, E. von: 199, 325 Haas, A. M.: 148, 272, 301, 303s., 317, 325 Habermas, J.: 248 Hadewijch de Amberes: 301 Hadot, P.: 183, 201, 270 Hahn, F.: 52 Hammann, K.: 62, 99, 233 Harnack, A. von: 20s., 66, 140, 199, 223, 230, 300, 309 Hartmann, N.: 222 Hatzfeld, H. A.: 324 Jacob, patriarca: 305 Jaeger, H.: 62 Jaeger, Werner: 269 Jaeger, Willis: 34 James, W.: 20, 96, 105, 134-138, 157, 224s., 248, 321 Janet, P.: 133 Jaspers, K.: 226 Jareño Alarcón, J.: 100 Jeremías, profeta: 33, 37, 41, 92s., 131, 169, 229 Jerónimo, san: 120, 126, 209 332 ÍNDICE ONOMÁSTICO Jesucristo: 15, 26-33, 36ss., 41, 44ss., 49, 51-55, 63, 66-70, 72ss., 76-79, 81, 83-91, 94, 98s., 102, 110, 113, 117, 123, 131s., 140, 145, 147, 155, 158, 164, 167-170, 178, 186s., 192, 199-201, 205s., 211, 217, 229, 231, 236-239, 253, 261, 272s., 276ss., 280, 285ss., 292-296, 299, 302, 306-309, 312, 315, 318 Jesús de Nazaret (v. Jesucristo) Jiménez, J. R.: 102 Jiménez de Cisneros, G.: 119 Jiménez Duque, B.: 96, 144, 324 Jiménez Lozano, J.: 16 Joaquín de Fiore: 172, 192, 287 Job: 37, 99 Johannes Scheffler (v. Angelus Silesius) Jonás: 37 José, san: 132, 175 José de Jesús María Quiroga: 127 Joseph, S. J.: 27 Juan, evangelista: 33, 44s., 53s., 63, 78-82, 85, 88-91, 93s., 147, 169, 187, 191, 205, 213, 216, 232, 235, 293s., 295ss., 311, 313, 319 Juan Bautista: 33, 52 Juan Clímaco: 123, 186 Juan Crisóstomo: 208 Juan de Dios: 32 Juan de Jesús María: 127 Juan de la Cruz: 16, 23, 31s., 41, 58s., 83, 92, 94ss., 102, 104s., 112, 115s., 118, 121ss., 125ss., 133, 137, 142, 155, 158s., 163, 165, 169ss., 173s., 177, 186, 192, 204, 233s., 237, 242, 257, 264s., 273s., 277, 283, 288, 300, 303, 312, 317 Juan de los Ángeles: 272 Juan de Santo Tomás: 126, 161 Juan Pablo II: 153 Juan Sarraceno: 114 Juan XXII: 237 Juana de Arco: 59 Jung, C. G.: 277 Jüngel, E.: 62 Justino: 207 Kaiser, W. C.: 93 Kant, I.: 20, 64, 92, 129, 134, 184s., 221ss., 243, 269, 309 Kearney, R.: 229, 235 Kempf, N.: 118 Kierkegaard, S.: 91, 137s., 183, 230, 232, 264 Knowles, D.: 323 Köhler, L.: 93 Krebs, E.: 231 Kuenen, A.: 61 Kümmel, W. G.: 81 Laberthonière, L.: 140 Labriolle, P. de: 205 Lacombe, O.: 43, 142, 161, 225 Lacoste, J. Y.: 326s. Lacroix, J.: 221 Ladrière, J.: 182 Lagrange, M. J.: 140 Lair-Lamotte, P. (Madeleine): 133 Lallemant, L.: 98, 322 Lambrecht, J.: 294 Lamarche, P.: 323 Lavelle, L.: 270 Le Roy, E.: 139 Leclercq, J.: 144, 213, 324 Leeuw, G. van der: 267 Leibniz, G. W.: 220, 235s., 240 Lemaître, S.: 324 Leopardi, G.: 249, 277 Lesio, L.: 126 Lessing, G. E.: 271 Lessing, H. U.: 225 Leuba, J. L.: 218, 240, 322 Lévinas, E.: 183 Libanio de Antioquía: 208 Libera, A. de: 218, 236, 238 Lilla, S.: 199 Lohfink, N.: 52 Löhrer, M.: 87 Lohse, E.: 94 Loisy, A.: 139s. Lope de Vega, F.: 124 López-Baralt, L.: 43, 124 López-Gay, J.: 325 Lossky, V.: 11, 147, 323 Lotte, J.: 139 Louth, A.: 103, 194, 200, 206, 325s. Lubac, H. de: 35, 114s., 146, 149, 171s., 307, 310, 323s. Lucas, evangelista: 47, 51, 205, 293 Lucrecio: 129 333 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Ludolfo el Cartujano: 119 Luis de León: 125, 159, 285, 312 Lutero, M.: 81, 91, 118s., 140, 185, 214, 217ss., 230, 232, 239, 309, 313 Luz, U.: 71 Luzarraga, J.: 192 Moulins-Beaufort, E. de: 149 Mouroux, J.: 64, 173 Mozart, W. A.: 224 Muck, O.: 185 Müller, W.: 62 Musurillo, H.: 199 Macario: 207 MacKenna, S.: 201 Madec, G.: 212, 267 Madeleine (v. Lair-Lamotte, P.) Mager, A.: 96, 323 Malraux, A.: 107 Mandouze, A.: 198, 324 Marción: 81 Marcos, evangelista: 205 Maréchal, J.: 92, 96, 142, 322, 324 Marguerat, D.: 69, 71, 294s. María, virgen: 97, 110, 142, 178, 294 María de la Encarnación: 105, 273 Mario Victorino: 210 Maritain, J.: 42, 96, 139, 162, 214, 323 Markschies, Ch.: 208, 298, 300 Martín, T. H.: 112, 146, 212, 237 Martín Velasco, J.: 43, 169, 326s. Marx, M.: 153, 223 Masoliver, A.: 208 Massignon, L.: 139, 324 Mateo, evangelista: 90, 205, 294 Matheron, A.: 221 Matilde de Magdeburgo: 58, 115, 301 Mauthner, F.: 225s. Máximo el Confesor: 311, 313 McGinn, B.: 18, 160, 207, 211, 290, 301, 326 Melquisedec: 111 Ménégoz, F.: 47, 322 Mercier, D.-J.: 145 Mercuriano, E.: 128, 220 Metz, J. B.: 152 Miquel, P.: 326 Moeller, Ch.: 272 Möhler, J. A.: 283 Moingt, J.: 98 Moisés: 17, 29, 33, 41, 58, 92, 102, 112, 131, 169, 186, 207, 212, 229, 283, 300, 318 Molinos, M. de: 125, 128 Mommaers, P.: 327 Morel, J.: 23, 96, 139, 284, 324 Newman, J. H.: 32 Nicolás de Cusa: 57, 89, 117, 215-218, 230, 272, 290, 296, 305, 307s. Nietzsche, Fr.: 35, 48, 152, 223, 227, 232ss., 243, 297 Norbert Ubarri, M.: 327 Nygren, A.: 22, 191s., 323 Ockam, G. de: 117s., 193, 215, 217, 219, 305 Ohm, Th.: 43, 142 O’Leary, J. S.: 229, 235 Olier, J.-J.: 124 Olphe-Galliard, M.: 325 Orcibal, Y.: 237, 325 Orígenes: 89, 104, 110s., 148, 176, 207s., 273, 286, 298, 305, 307, 310 Orozco, E.: 324 Ortega y Gasset, J.: 20, 141, 244 Oseas, profeta: 92s., 192, 312 Ott, H.: 231 Otto, R.: 62, 140, 142, 229, 322s. Ottoline, lady: 137 Oz, A.: 297 Oz-Salzberger, F.: 297 Pablo de Tarso: 17s., 24, 29s., 33, 36s., 53s., 59, 63, 65-77, 81, 87, 93s., 102, 109, 112, 116, 121, 123, 131, 147, 151, 169, 186, 191, 212, 230, 232, 265, 293ss., 299 Pablo ermitaño, san: 263 Pablo Maroto, D. de: 144, 290 Paccius (Alessandro de Pacci): 236 Pacho, E.: 96, 124, 237 Page, B. S.: 201 Parménides: 270 Pascal, B.: 26, 38, 124, 195, 211, 220, 230 Pedro, apóstol: 90, 229 Peers, E. A.: 96, 323 Péguy, Ch.: 308 Peirce, Ch.: 136 334 ÍNDICE ONOMÁSTICO Pérez, E.: 143 Pfeiffer, F.: 19 Pío X: 141 Pitágoras: 108 Platón: 38, 57, 103, 113, 167, 181, 183, 186, 191, 193s., 195-203, 207, 210s., 214, 231, 240, 269ss., 284, 298 Plotino: 28, 38, 57s., 99, 103, 166, 183, 186, 193, 200-206, 210s., 240, 252, 256, 263, 270s., 284, 291 Pöggeler, O.: 225 Porete, M.: 301 Porfirio: 103, 198, 200, 203, 205, 210 Potterie, I. de la: 54 Poulain, A.: 96, 145, 147, 280, 321 Poulat, É.: 139, 325s. Pourrat, P.: 143 Preuss, H. D.: 93 Proclo: 103, 108, 207, 291 Protágoras: 183 Przywara, E.: 149 Pseudodionisio Areopagita (v. Dionisio Areopagita) Puente, L. de la: 125, 128 Quarles, C. L.: 27 Quiroga, J. de J. M. (v. José de Jesús María Quiroga) Rad, G. von: 93 Rahner, H.: 149, 310, 320 Rahner, K.: 35s., 64s., 87, 107, 144, 148s., 207, 323 Ramírez, S.: 161 Ratzinger, J. (Benedicto XVI): 46, 54, 151, 155 Ravier, A.: 63, 149, 325 Rayez, A.: 323 Rawls, J.: 248 Reagan, R.: 153 Reguera, I.: 137 Reinach, A.: 20 Reinhardt, K.: 297 Renz, M.: 276 Ribot, Th.: 133 Ricardo de San Víctor: 213, 289 Richardson, A.: 94 Ricken, F.: 185 Rico Pavés, J.: 112 Ricoeur, P.: 229 Rist, J.: 209 Ritschl, A.: 21, 61, 223, 309 Rodríguez, A.: 128 Rodríguez, J. V.: 96, 116 Rodríguez, L. E.: 116 Rohls, J.: 185 Rolland, R.: 276s. Rosenau, H.: 326 Rosenkranz, K.: 96 Rousseau, J.-J.: 129 Royo Marín, A.: 96, 143, 161, 280 Ruano, L.: 96 Ruello, F.: 325 Ruh, K.: 18, 160, 173, 207, 211s., 216, 301, 326 Ruiz Salvador, F.: 96 Russell, B.: 101, 135-138, 224s. Ruysbroeck, J. van: 58, 116, 120 Sabatier, A.: 140 Sala Balust, L.: 144 Sales, M.: 325 Sánchez Caro, J. M.: 327 Sánchez del Río, C.: 326 Sánchez Salor, E.: 205 Sandt, M. van der (Sandaeus): 127 Sarracin, J.: 282 Saudreau, A.: 96, 143, 321 Scaramelli, G. B.: 128 Scheler, M.: 20, 226 Schelling, Fr.: 222, 272 Schimmel, A. M.: 325 Schlechta, K.: 223 Schleiermacher, Fr.: 21, 137, 222, 248, 309 Schlögl, M.: 250 Schmidt, K. L.: 62 Schmidt, M.: 77, 326 Schnackenburg, R.: 62s., 78, 86, 94 Scholem, G.: 264s., 323 Schopenhauer, A.: 35, 238 Schütz, L.: 214 Schwaetzer, H.: 297 Schweitzer, A.: 66ss. Seisdedos, J.: 322 Sertillanges, A.-G.: 162 Sierra, A.: 11 Simeón el Nuevo Teólogo: 208 Simón Mago: 33 Sócrates: 194, 196, 230 335 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Söderblom, N.: 28, 61, 323 Sófocles: 281 Solignac, S.: 149, 323 Spidlik, T.: 11, 325 Spinoza, B.: 181, 221, 272, 277 Spörl, U.: 225 Stace, W. T.: 223 Steggink, O.: 325 Stein, E.: 20, 32, 130, 281 Steiner, G.: 297 Stolz, A.: 22, 69, 96, 145ss., 323 Strauss, L.: 136 Studer, B.: 310 Suárez, F.: 126 Suckale, R.: 326 Sudbrack, J.: 327 Surin, J.-J.: 97, 125 Surio, L.: 120, 237 Suso, H.: 58, 96, 104, 115, 120, 139, 164, 216, 230, 237, 296, 301 181, 183, 185, 189, 201, 213-216, 240, 245, 256, 269, 272, 282, 286, 290, 300, 302, 305, 311s. Tomás de Jesús: 125, 127 Tomás de Kempis: 81, 117 Tomás (Gallus) de Vercelli: 113, 117, 289 Tönnies, F.: 224 Tornos, A.: 326 Torrel, J. P.: 114 Troeltsch, E.: 21, 140, 223, 230, 283, 309, 322 Truhlar, C.: 324 Tucídides: 108 Tugendhat, E.: 183, 226, 247-257, 272, 277 Unamuno, M. de: 20, 141, 226 Underhill, E.: 20, 96, 264s., 322 Uribarri, G.: 24 Tanquerey, A.: 143, 322 Tauler, J.: 58, 104, 115, 118, 120, 164, 216, 218, 230, 237s., 296, 301, 311 Taylor, C.: 105 Teilhard de Chardin, P.: 272 Tellechea, J. I.: 23, 118, 128, 149 Teresa de Ávila (v. Teresa de Jesús) Teresa de Calcuta: 32 Teresa de Jesús: 10, 15s., 18, 28, 31s., 40s., 45, 47, 58s., 81, 94ss., 101s., 104s., 120, 123, 125, 127, 133s., 137, 139, 155, 157-160, 164, 168, 171, 192, 237, 264s., 273, 280s., 283, 287, 303, 305, 312, 317 Teresa de Lisieux: 95, 130, 133, 148, 159, 164, 281, 305 Tertuliano: 192, 287 Thérry, G.: 289 Thies, Ch.: 224 Thurston, H.: 280 Thüsing, W.: 72 Tiberio César: 51 Tilliette, X.: 89 Tolstói, L.: 237s., 224, 277 Tomás de Aquino: 16s., 30, 32, 45, 87, 108, 113ss., 125, 142, 159, 161, 165, Valla, L.: 121 Vandenbroucke, F.: 144, 173, 213, 324 Vannhoozer, K. J.: 229 Vannier, A.-M.: 115, 286, 297, 308, 310, 327 Vansteenberghe, E.: 217, 308 Vauchez, A.: 213 Vergote, A.: 27, 39, 325s. Vernet, F.: 143 Vicente de Paúl: 32, 124 Victorino, M.: 210 Viller, M.: 143s., 207, 323 Vincent von Aggsbach: 118, 126 Virgilio: 209 Weber, M.: 224, 226 Weil, S.: 257, 272 Welte, B.: 245 Wenz, A.: 269 Westermann, C.: 93 Whitehead, A. N.: 193, 270 Wikenhauser, A.: 66ss. Wittgenstein, L.: 97, 100s., 135-138, 183, 224, 226, 297 Wolf, G.: 240 Zaehner, R. C.: 173, 254 Zordan, D.: 149 336 ÍNDICE ANALÍTICO Absoluto: 19, 22s., 25, 32, 37s., 41, 45s., 48, 56s., 59, 65, 75, 79, 102, 106s., 121, 131, 141, 147, 154ss., 161s., 170s., 175s., 182, 184, 205s., 223s., 248, 259, 261s., 270, 272, 278, 282, 284, 287s., 291, 298, 319 (v. t. Filosofía; Unión) —, relación con el: 45, 48, 56s., 99, 121, 141, 156, 239, 277, 287 — trascendencia: 46, 48, 224, 291 (v. t. Dios) Agápe: 22, 57, 76s., 163, 191, 199 (v. t. Amor) Agustiniano(a): —, filosofía: 192, 197s., 211ss., 290, 302 — iluminación divina: 184, 197s., 290 —, mística: 115,192, 290 Alianza: 47, 51, 60, 63, 85, 149, 172, 174, 257, 283, 292 Alma: 20, 39, 60, 93, 128, 135, 147s., 166s., 175, 184, 189, 195, 197, 200-204, 206, 210, 253, 256, 269, 272, 296, 307 —, acción de Dios en el: 9, 36, 58s., 86, 94, 114, 121s., 143, 158, 277, 310ss., 315, 319 —, centro/punta del: 44, 58, 103, 117, 145, 195, 255, 303 — dones de Dios: 16s., 31, 36, 39, 101, 158, 161s. —, inhabitación de la Trinidad en el: 37, 211, 311 — manifestación de Dios: 97, 101s., 165, 167s., 171, 211 —, nacimiento del Verbo en el: 235, 310 —, potencias del (v. allí) —, presencia amorosa de Dios en el: 15, 80, 204, 237, 274, 282, 289, 312 — relación con Dios: 97, 106, 147, 176, 193, 210, 230, 239, 243, 287 — unión con Dios: 57, 63, 94, 165, 178, 203s., 281, 291, 293, 314 — y cuerpo: 147, 157, 189, 210, 302s., 314 — y mundo: 204, 269 Amor: 10, 15, 18, 22-25, 28, 30-33, 36-39, 41ss., 45-48, 53-60, 63, 70, 72-77, 80, 82-85, 89s., 93, 97, 101, 103, 113s., 116-124, 126, 133, 135, 137, 142, 146s., 155, 158s., 163, 166, 170-174, 177s., 186ss., 191s., 195, 197, 200, 203s., 206, 211-215, 217, 221, 228s., 236s., 253s., 256s., 259, 261, 262, 265, 268, 273s., 276, 278, 280-283, 287-291, 294ss., 301, 303, 308, 311s., 317ss. (v. t. Agápe; Conocimiento; Éros) — compasión: 32, 254, 262 — servicio: 30, 33, 75, 254, 265, 281, 317 Analogía: 21s., 25, 93, 201 Angustia: 133, 135, 238, 249, 285 — de Cristo: 32, 54, 70 — existencia: 99, 276s. 337 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Antiguo Testamento: 10, 29, 44, 52, 55, 62ss., 75, 78s., 87, 92s., 188, 223, 229, 265, 285, 294, 317s. — Cantar de los Cantares: 111, 121, 124, 176, 191s., 207, 236, 287, 312 — Éxodo: 89, 112, 192, 240, 300 — interpretación espiritual: 110, 114, 127, 149, 292 — Israel esposo: 192, 287, 312 (v. t. Mística, esponsal) — profetismo/profetas (v. allí) — sinagoga: 28, 51s. Antropología/antropológico: 46, 60, 74, 81, 99, 103, 151, 156, 158, 163, 167, 181ss., 187, 191, 194, 198ss., 225s., 233, 238, 241, 243, 247s., 255, 259, 266, 273, 284, 296, 304, 306 (v. t. Hombre) Apóstol(es): 25, 30, 52, 66s., 70s., 73, 76, 81, 88, 90s., 109s., 169ss., 207, 261, 284, 295, 306 Aristotelismo: 121, 183, 185s., 192, 195, 201, 208, 213s., 219, 275, 302 Ascesis/ascetismo: 57, 61, 63, 78, 80s., 96, 107, 112, 119, 128, 135, 142s., 147, 167, 174, 183, 185, 197, 203s., 208, 242, 252, 257, 262, 319 Ateísmo: 21, 61s., 70, 76, 99, 133, 137, 140, 177, 226, 241, 248, 255, 281 Autoritarismo: 19, 35, 107, 140, 168, 221 (v. t. Dogmatismo) Barroco: 105, 119 Bautismo: 67, 72ss., 78, 91, 110s., 147, 150, 210, 260, 293 Beguinas: 192, 291, 301 Biblia (v. Antiguo Testamento; Nuevo Testamento) — ausencia del término «mística»: 30, 109, 292 — e Iglesia: 33, 173, 207, 253, 317 — y liturgia: 37, 111, 120s., 151, 173, 263, 316 Carismas: 17, 25, 28s., 36, 68s., 77, 82, 148, 158, 161, 169, 175, 178, 267, 287 Catolicismo: 21s., 25, 169, 221, 228, 230s., 263 — y protestantismo: 21s., 25, 36, 140, 169, 220, 223, 240 — y religiones orientales: 21s. Comunidad (v. Individuo) Conceptualismo: 10, 30, 57, 179, 182, 212, 215, 240, 292, 311 Conciencia: 9, 25, 35, 43s., 48, 54s., 60, 64, 68, 76, 82s., 85s., 94-97, 105, 118s., 127, 132, 136, 141, 155ss., 168s., 193, 205, 207, 218, 248s., 251, 253s., 256, 261, 265, 271, 288, 295, 298, 306, 309, 311, 317 Concilios: 53, 88, 113, 167, 209 — Calcedonia: 53, 66, 113 — Nicea: 53, 66, 113, 307 — Vaticano II: 20, 36, 41, 132, 147, 150s., 170, 173s., 283, 310, 316, 328 Condición humana (v. Hombre) Conocimiento: 15-18, 25s., 28, 30s., 36, 42, 52, 54, 57, 60, 69, 71, 75ss., 79s., 82, 86s., 101, 105, 111s., 114, 117s., 122s., 131, 135, 145s., 155, 157ss., 163, 174, 191, 195, 198, 201-204, 206, 213ss., 217, 219s., 224, 240, 259, 261, 267, 272s., 279-283, 287-290, 292, 298s., 308s., 311, 313, 318 — afectivo: 125, 159, 214s., 290 — científico: 75, 136, 215 — connatural: 28, 36, 123, 174, 215, 282 — experiencial (v. Experiencias místicas) — fruitivo (v. Unión fruitiva) Contemplación: 27s., 47, 58, 111s., 113, 115s., 119, 121s., 125, 128, 142, 176, 184s., 193, 286, 298 — actitud: 125, 128, 254 — apofática: 42 — contexto cristiano: 194s., 207, 210 — contexto griego: 121, 152, 177, 194s., 197, 202ss. (v. t. Neoplatonismo; Platonismo) — de Dios: 113, 155, 215, 307s. (v. t. Cristo, humanidad de) — theoria: 57, 111s., 194 — y acción: 58, 174s., 242, 272 (v. t. Amor, servicio) Conversión: 38, 48, 69, 76, 119, 210, 231, 293 Corrientes espirituales: 273 (v. t. Espiritualidad; Órdenes religiosas) — activa: 59s., 119, 157s., 165, 273 — fruitiva: 155, 158, 204, 273s. 338 ÍNDICE ANALÍTICO — intelectiva: 89, 155, 158s., 213, 215s., 273 — volitiva: 113ss., 117s., 165, 213, 218, 273, 289, 308 Cosmos: 10, 19, 199, 249 Cristianismo — desafíos: 34s., 37, 39, 42s., 46, 48, 66, 99, 101, 103, 112, 130, 136, 138, 167, 189, 199, 209, 222, 227-233, 238s., 243s., 251, 275s., 297, 299 — especificidad: 15, 26, 30, 32s., 35, 41s., 45s., 48, 83, 104, 131, 142, 167, 172, 174, 187, 197, 201, 265, 283s., 299, 307, 315s., 319 — experiencia histórica y personal: 84, 87, 93, 103, 107, 113, 119, 147, 156, 170, 174, 180, 266 — interpretaciones: 23, 34s., 66, 68, 78, 98, 132, 140s., 152, 192s., 204, 206s., 309, 313 — origen: 15, 24s., 31, 37s., 51ss., 70, 208, 292s. — poscristiano: 163 — propuesta mística: 9ss., 15, 20s., 24, 30s., 35, 42, 46, 49, 60s., 96, 111, 133, 138, 144, 156, 166, 169, 172s., 176ss., 187s., 212, 217, 226, 252s., 255, 257, 259-265, 267, 271ss., 284, 291, 314, 316 — renovación: 141, 150, 171, 173, 266ss. Cristo — contextos interpretativos: 51s., 65s., 79, 110, 114s., 145, 150, 189, 205, 287, 309 — Crucificado: 24, 37, 65, 67, 69, 71, 73, 75, 104, 113s., 119, 124, 200, 205, 211s., 217s., 235, 294s., 306s., 309, 319 (v. t. Cruz) — encarnación: 15, 25, 37, 42, 45, 60, 80s., 87, 89, 97, 104s., 110, 112, 119, 156, 167, 172, 174, 187, 189, 193, 197, 200, 205, 235, 241, 244, 260, 273, 275, 282, 293, 296, 299, 303s., 306, 310s., 313s., 317 — esposo (v. Mística esponsal) — fundador y fundamento del cristianismo: 25s., 29, 37, 41s., 52s., 55, 78, 110, 309 (v. t. Cristianismo, origen) — Hijo: 10, 15, 19, 24, 28s., 31, 33, 38, 40, 45, 53ss., 63, 69s., 73s., 77, 79s., 82-85, 87-90, 97, 110, 119, 123, 147, 157, 161, 171, 177, 187, 193, 244, 273, 282, 287, 291, 293s., 296s., 299, 310s., 315 — histórico: 24, 29, 37, 44, 110, 263, 278, 307, 310 —, humanidad de: 44, 80s., 147, 170ss., 177, 217, 308 —, imitación de: 29, 55, 123, 177, 286, 294 — Kénosis (v. allí) — Kyrios (Señor): 16, 24, 26, 29, 36s., 46, 55, 61, 65, 67, 69-74, 76s., 92s., 101, 110, 155, 171, 210, 217, 294, 317 — manifestación: 55, 80, 83ss., 87s., 156, 164, 169, 177, 199, 229, 273, 285, 287, 293, 296, 302s., 319 — mediador: 37, 79s., 82, 278 — misión: 27s., 30, 32, 38, 83, 87, 177s., 193 — misterio salvador: 10, 24, 29s., 38, 40, 42, 46, 49, 51, 53, 55, 61, 63, 67, 79, 87, 94, 109ss., 127, 151, 157, 169, 177, 206, 265, 274s., 293, 295, 307s., 310, 313, 316s., 319 — místico: 24, 28, 31, 54s., 66-77, 83, 88s., 94, 117, 120s., 123, 149, 161, 174s., 177s., 263, 272, 276s., 284, 286, 294, 296s., 302, 306, 309 — persona: 10, 27, 29s., 42, 51-55, 72, 78, 86ss., 90, 113, 132, 145, 147, 165, 170s., 176s., 187, 199, 206, 215, 253, 260s., 273, 277s., 286s., 290, 292, 294s., 306, 308, 310ss., 316 — preexistente: 29, 45, 88, 110, 235, 286, 306s., 311 — revelación de Dios: 10, 15, 25, 35, 37s., 40ss., 45s., 74ss., 79, 83s., 86, 110s., 158, 165, 169ss., 177, 211, 238, 261, 268, 272, 275, 278, 298, 313, 317 —, seguimiento de: 32s., 38, 42, 54, 82, 90s., 113, 155, 170, 176ss., 206, 208, 260, 291, 294 —, vida de: 32, 53, 73, 83, 150, 178, 210, 237, 253, 295s., 308 Cruz: 28, 65, 71s., 77, 82s., 90, 104, 113, 119, 124, 178, 199, 210ss., 216, 239, 295, 308s. — escándalo: 24, 38, 218, 295 — locura: 119, 208 339 CRISTIANISMO Y MÍSTICA — y justificación: 65, 309 Cuerpo: 26, 57, 60, 70s., 73s., 77, 81, 115, 121, 147, 150, 155, 157, 162, 167, 174, 189, 210, 279, 299, 302s., 309, 314, 319 — ascetismo (v. allí) — docetismo: 80s. — y mística (v. Mística, fenómenos extraordinarios) Cuerpo místico (v. Iglesia) Cuestiones fundamentales: 138, 142, 160, 181, 183, 248, 266, 278 (v. t. Filosofía) — fondo de realidad: 162, 274 — últimas preguntas: 180, 269 Culpa: 48, 99, 256, 309 — debilidad: 34, 60, 70, 92, 168 — pecado: 24ss., 46, 48, 60, 63, 67s., 71, 75, 77, 82, 90, 92, 99, 119, 136, 166, 170, 187, 191, 206, 210s., 234, 267, 297, 299, 307, 309s., 313s. Cultos mistéricos (v. Misterios, cultos mistéricos) Cultura/cultural: 10s., 16, 19s., 26, 34s., 41s., 48, 52, 55s., 66, 104, 119, 136, 139ss., 148, 151, 158, 167s., 173, 184, 189, 209s., 223, 237, 247s., 260, 269, 288, 309 — actual: 25, 98s., 153, 299 — contexto de vida: 39, 97, 106, 123, 147, 167, 247 — de la acción: 288 — helenística: 193, 200, 298s. — intelectualista (v. Inteligencia, intelectualismo) — judeocristiana: 251, 297 — voluntarista (v. Voluntad, voluntarismo) — y naturaleza: 48 — y vida mística: 59, 97, 99, 123s., 260, 267, 285, 302, 304s. Demonio: 17, 21, 26, 160, 168, 281, 303 Designio salvífico: 10, 22, 24, 29s., 47, 53, 63, 88, 110, 149s., 164, 169, 217, 295, 319 Devoción(es): 66, 106, 132, 142, 175, 241, 254, 280, 308s. Devotio moderna: 116s., 290 Diálogo: 47, 63s., 89, 140, 152s., 162, 176, 187, 189, 208, 219, 225, 241, 243s., 248, 254, 266, 279, 291 Dios: 9, 15, 18ss., 24-28, 31ss., 40ss., 45s., 53, 55s., 60, 63s., 67-71, 73s., 76-81, 83, 85, 88, 90, 92, 95, 100, 103, 106, 110ss., 114, 122, 129, 136, 140, 142, 144-147, 154-157, 164, 166s., 169-178, 181, 183s., 186ss., 191, 194, 196, 198s., 202, 205s., 210-214, 216s., 219, 221s., 227-237, 239s., 243ss., 251ss., 256s., 259s., 263, 265ss., 269-272, 278, 283-286, 288-292, 294-297, 299s., 305s., 308-311, 313-321 — acción de D. en el alma (v. Alma) —, amor a: 22, 25, 32s., 37, 82, 174, 177, 191s., 200, 215 —, amor de: 70, 77, 80, 121, 159, 187, 212, 215, 276, 283 —, ausencia de: 39, 98s., 100s., 233 —, búsqueda de: 10, 21s., 36, 61, 104, 175, 186, 206 —, cercanía de: 33, 63, 186 —, comunicación con: 40, 47, 60 —, conocimiento de: 18, 42, 57ss., 79s., 103, 111, 125, 145s., 184s., 188, 218, 221, 290, 292 — creador: 45, 47s., 57, 60, 62ss., 75, 99, 101, 137, 164s., 189, 199, 201, 241, 261, 263, 266, 278, 286, 297 — deidad: 216s., 233, 235s., 290 —, deseo de: 22, 25, 28, 48 — en la historia: 44, 47, 63, 79, 84, 93, 176, 199, 226, 273 (v. t. Revelación en la historia) —, encuentro con: 33, 35s., 47, 63ss., 80, 93, 102, 119, 124, 131, 170, 242, 244, 282s., 306 — existencia (mostración de su): 184ss., 188, 225, 255, 305 —, experiencia de: 25, 31, 33, 35s., 39, 41, 59s., 65, 101, 133, 147, 149, 173, 188, 192s., 273, 281, 284, 314 —, fe en: 61s., 164, 170, 238, 278, 315 —, gloria de: 76, 82s., 101, 187, 228 —, misterio de: 34, 40, 109 (v. t. Misterio) — obediencia: 33, 63, 85, 147, 173, 314 — palabra: 15, 22, 25, 44s., 54s., 64s., 85s., 131, 148, 159, 169ss., 177, 187, 205, 279, 285, 297, 305, 315s. — persona: 43s., 56, 100, 164s., 195, 231, 234 340 ÍNDICE ANALÍTICO —, rostro de: 10, 22, 181, 216, 285 — ser: 46, 53, 59, 63, 87, 92, 114, 164s., 171, 177, 192, 240, 286, 291 —, silencio de: 133, 242 —, voluntad de: 89, 92, 118, 164s., 214, 218, 252s., 268, 290 — y el hombre: 35, 46s., 59s., 89, 156, 191ss., 198, 229, 234, 240, 256, 260s., 266s., 270, 274, 279, 288, 302, 305s., 313, 315 Discernimiento: 17, 27, 43s., 48, 86, 130, 150, 152, 199, 275s., 283, 291, 299 Docta ignorantia: 116s., 216, 307s. Dogma: 37, 64, 86, 105, 107, 110s., 132, 140s., 167, 170, 188, 193, 207, 221, 230s., 265s., 293, 309 Dogmatismo: 19, 35, 131s., 140 (v. t. Autoritarismo) Egoísmo: 33, 191, 241s., 248s., 252, 316 Entendimiento: 15s., 45, 101, 109, 114, 122, 165, 168, 171, 184, 195, 215, 222, 237, 270, 287ss., 291, 317 Éros: 22s., 56, 103, 163, 174, 191, 199, 211 Escatología: 62s., 67, 79, 82, 94, 99, 109, 172, 307, 314 Esoterismo: 10, 133, 136, 154, 167, 212 — grupos iniciáticos: 81, 84, 108s., 281 (v. t. Misterios) — magia (v. allí) — ocultismo: 10, 110 Espíritu: 9s., 17, 20, 26, 35, 57-60, 64, 73, 80ss., 103s., 116, 155ss., 162, 164ss., 181s., 184, 195, 197ss., 222, 230, 243, 270, 278ss., 289, 298, 300, 302s., 314, 319 Espíritu Santo: 25, 33, 37s., 40, 42, 53s., 57, 64, 66, 68s., 73-78, 80, 82, 84-88, 91, 109, 117, 127, 147, 158, 161, 169s., 172, 175-178, 184, 192s., 200, 211, 235, 244, 260-263, 282, 287, 293, 296, 306, 312, 316s. —, acción del: 29, 55, 75, 86, 132, 166, 168, 178, 277s., 282, 287, 293, 315 —, dones del: 29, 74s., 80, 114, 126, 161, 174, 278 —, experiencia del: 10, 36, 292 — testimonio interior: 28, 88, 157, 265, 273, 278, 284, 291 Espiritualidad: 11, 24, 65, 67s., 77, 93, 181, 195, 199, 220, 230, 274, 282 — escuelas: 165, 257, 272, 304, 312 — historia: 20, 22, 30, 80, 86, 97, 118, 127, 143s., 149, 183, 192, 199, 212, 220, 256, 259, 300, 310 — maestros: 10, 22, 36, 43, 81, 102, 106, 119, 123, 136, 148, 162, 164, 228, 267, 283, 301, 303 — movimientos: 115, 118, 163, 192, 217, 254, 289, 296, 302s. Esponsalidad (v. Mística, esponsal) Estoicismo: 208, 299 Ética: 20, 24s., 38, 41, 48, 61, 93, 107, 136, 138, 153, 156, 163, 183, 221, 223, 228, 243, 248s., 254, 266 Eucaristía: 67, 72, 78, 91, 110s., 120, 127, 150 Evangelio: 16, 20, 24, 28, 38, 40, 49, 53, 65s., 72, 110, 121, 138, 140, 150, 153, 169, 188, 192, 199, 208, 214, 231, 242s., 265, 268, 271, 275, 292, 295, 298, 315, 317 (v. t. Nuevo Testamento) — continuidad con Antiguo Testamento: 188s., 207 — influencia griega (praeparatio evangelica): 188, 199, 298 Existencia cristiana: 9, 35, 40, 42, 54, 73, 81, 93, 104, 150, 164s., 231s., 256, 280, 284, 311, 319 Experiencia(s) — básicas: 141, 156s., 183, 250 — cristianas: 16, 25, 37, 52, 87, 91, 99, 107, 157s., 210, 259, 268, 275, 281, 293, 295, 317 — filosóficas: 57, 136, 156, 247, 259, 270 — humanas: 68, 158, 259, 267 — religiosas: 21, 27, 66, 77, 99, 102, 136, 157, 224, 259, 266, 295, 306 — veterotestamentarias: 27, 92, 229 Experiencias místicas: 20, 25, 28, 32, 39, 68, 71, 84, 103, 107, 147s., 155, 158, 198, 259, 274, 283, 299, 303, 311 (v. t. Unión) —, comunicación de: 16, 101-104, 302 — conocimiento: 16, 18, 30, 97, 101, 112, 135, 149, 155, 161s., 164, 188, 215s., 252, 272s., 282 — extracristianas: 25, 42, 78, 157, 268 341 CRISTIANISMO Y MÍSTICA — extraordinarias: 92, 128, 273s., 281, 283 — femeninas: 302ss. — mediaciones: 39, 104, 106, 120, 259, 302s. —, sujetos de: 101, 133, 224, 259, 285, 301s. Éxtasis: 28, 31s., 58, 84, 92, 109, 203 — místico: 18, 59, 63, 70, 97, 106, 114, 120, 123, 133, 147, 208, 303 — profético: 17, 63 — y mística: 134, 139, 161, 183, 187, 192, 196s., 200, 203, 207, 213s., 216s., 220-223, 225, 238, 247, 266, 269-274, 284s. Franciscanismo: 115, 120, 158, 192, 213, 272, 302, 305 Futuro: 15, 32, 36, 39, 45, 47, 90, 94, 98s., 107, 124, 134, 138, 147, 153, 176, 219, 227, 235, 240, 244, 249, 251, 256, 261s., 266, 274, 286, 288, 292, 296, 300, 313s. — novedad: 217, 257 Fe: 10, 17, 21s., 24s., 32, 34ss., 38, 43, 63, 65, 69, 71ss., 75, 81s., 90, 93, 98, 107, 109s., 122, 132, 141, 152s., 155s., 164s., 168-171, 177, 189, 199, 209, 226, 231, 245, 260, 263, 265, 267, 273, 275, 280s., 283s., 287, 293s., 315, 317 —, comunidad de: 38, 55, 102, 263, 316 —, confesión de: 52, 210 —, desafíos a la: 35, 107, 149 — don: 164, 217, 278 — fundamento: 41, 61, 65, 163, 238, 286 —, núcleo de la: 68, 86, 132 — oposición: 33, 55, 93, 152, 166, 257 — positiva: 24, 102, 238 — pura: 33, 121, 133, 265, 293 — respuesta: 15, 26, 40, 44, 54, 64s., 85, 93, 109s., 157, 164s., 173, 229, 242, 315 — sola: 21, 65, 309 — y mística: 107, 130, 146, 159, 164, 218, 314s. — y razón: 82, 155, 302 — y vida: 17, 34, 62, 90, 149, 192, 266 (v. t. Vida) Filosofía: 9, 26, 56, 58, 139, 141, 176, 180-185, 187, 193, 207, 211s., 218s., 221ss., 226, 243, 245, 265s., 275s., 284, 316 (v. t. Cultura) — antropología (v. allí) — griega: 108, 112, 119, 134, 183, 186, 188, 193s., 197, 199ss., 205, 210, 270, 298ss. — heideggeriana: 228, 232, 238s., 240, 248 — nihilismo: 233s. Geografía de la mística — Castilla: 20, 96, 124, 170, 238, 284 — Francia: 116, 124, 133s., 305 — Oriente: 11, 28, 65, 104, 142, 160, 173, 208, 266 — Renania: 96, 115, 118, 163, 217, 237s., 282, 296, 313, 317 Gnosis/gnosticismo: 10, 24, 78, 80, 103, 154, 167, 216, 234, 257, 275, 314, 318 — conocimiento: 75s., 82 — cristiana: 61, 76, 103, 118, 127, 174 — grupos: 44, 81, 166 Gracia: 15ss., 23ss., 31, 33, 37-40, 42, 46, 48, 59s., 64, 68, 70, 74, 76, 80, 83, 99, 101, 114, 143, 146, 148, 157-162, 168, 174s., 206, 211, 214s., 236, 238, 242, 259ss., 268, 271, 274, 282s., 285, 288, 290, 294, 303, 311, 313, 316, 318s. — carismas (v. allí) — de estado: 36, 266 —, experiencia de: 36, 65, 94, 132 — extraordinaria: 18, 25, 36 — perfección de la naturaleza: 25, 38, 260, 284, 312 Helenismo: 227, 282 (v. t. Neoplatonismo; Platonismo) — mundo helenístico: 52, 78, 83, 110, 206, 298s. — religiones helenísticas (v. Religión) Historia de la mística: 86, 160, 191, 221, 254 — medieval: 112s., 115ss., 126, 191s., 213, 216s., 282, 285, 289, 300ss., 307, 309, 311, 313 342 ÍNDICE ANALÍTICO — moderna: 11, 16, 22s., 30, 32, 41, 56, 62, 89, 104, 108, 117s., 123s., 126, 128, 151, 166, 219, 221, 264, 272, 305 — redescubrimiento contemporáneo: 9s., 20, 23, 39, 56, 61, 95ss., 99s., 128, 130, 132ss., 138ss., 144, 150, 223ss., 248, 263, 280, 284, 287 Hombre: 9s., 15ss., 19, 21s., 24, 26-29, 31, 33-41, 43s., 46ss., 55-66, 69s., 73-76, 85, 87-93, 95, 97, 99ss., 103, 110s., 114, 116-119, 121, 123s., 129, 131, 133, 135ss., 141s., 145-150, 154-159, 162-174, 176s., 180-189, 191-203, 205s., 211s., 214, 216s., 222, 226, 228ss., 232-236, 238245, 247-250, 252s., 255ss., 259268, 270-279, 281, 284-288, 291s., 294-300, 302-307, 309-320 — autonomía: 117, 141, 145, 164, 180, 247 — destino: 45s., 74, 95, 156, 171, 173, 194, 271, 278, 310 — divinización: 97, 157, 161, 173, 195, 202, 204, 234, 300, 313s. — futuro: 15, 45, 47, 74, 296 — imagen de Dios: 25, 60, 110, 175, 187, 229, 261, 267, 307 — libertad: 44s., 47, 75, 83s., 168, 191, 230, 268, 314, 319 —, límites del: 137, 154, 156, 170, 225 — muerte: 38, 43, 46, 60, 74, 99, 153, 156, 170, 183, 194, 210, 232, 249ss., 257, 261, 274, 296, 309, 313 —, necesidades del: 26, 40, 48, 236, 262, 276, 296 — persona: 15, 18s., 25s., 28, 34, 36s., 43s., 57, 149, 156, 159, 163, 165, 170s., 175, 182ss., 191, 205s., 217, 249ss., 254, 256, 259, 261, 265, 271, 273, 285, 290, 304, 306, 314s. Idealismo: 19s., 96, 139, 216, 222s., 264, 275, 284, 287, 209 Ídolos/idolatría: 16, 48, 76, 170, 242, 276 Iglesia: 10, 20, 22ss., 29, 35ss., 42, 51ss., 73, 78, 86, 97, 99, 107, 110, 115, 118s., 121s., 131s., 146-152, 159s., 166, 168s., 175s., 178, 192s., 206, 208s., 217, 221, 226, 262s., 267, 275, 278, 283s., 287, 292s., 302s., 310, 312, 316 — acción del Espíritu: 29, 75, 86, 132, 166, 169, 178, 278, 287, 293 — comunidad: 31, 38, 55, 69, 75, 85, 90, 150, 164, 170, 231, 262ss., 298 —, constitución de la: 55, 119, 121, 166, 316 — historia: 35, 104, 132, 146, 148, 159, 178, 262 — liturgia: 21, 24, 110, 121, 131 — ministerios: 17, 110, 169, 210 — occidental: 11, 18, 89, 95, 104, 112, 125, 148, 151, 160, 169, 187s., 192, 208s., 219, 230, 267, 281, 287, 313, 318 — oriental: 11, 24, 104, 112, 131, 147s., 150, 160, 208s., 219, 267, 287 — pueblo de Dios: 42, 51, 152 —, tradición de la: 10, 61, 66, 88, 97, 101, 124, 145s., 160, 166, 194, 199, 236, 263, 267, 293, 310, 318 —, vida de la: 10, 36, 52, 86, 149, 208s., 267, 285 Iluminación: 57s., 76, 86, 88, 91s., 103, 105, 112, 116, 174, 176ss., 206, 232, 252, 268, 271, 273, 276, 298, 300 Ilustración: 107, 129, 132, 168, 221s., 247, 255, 275, 309 Individuo y comunidad: 20, 37, 75, 85, 105, 140, 145, 166, 249, 315s. Inefabilidad: 58, 70, 97, 103, 105, 111, 152, 157, 198, 203, 213, 224, 267, 318 Inhabitación: 40, 57, 84, 311s. Inteligencia: 15, 20, 25, 34, 38, 40, 45, 52, 54, 57, 59s., 64, 67, 69, 80, 82, 87, 89, 102s., 106, 109, 111, 114, 116ss., 120-123, 131, 135, 139, 146, 149, 154s., 158-161, 163ss., 173, 182, 184s., 195-198, 200-205, 211-215, 217, 221s., 228, 230, 238s., 242, 245, 254, 256, 261, 265, 267s., 272s., 278s., 282, 288-291, 296-299, 301ss., 317s. — intelectualismo: 107, 125, 129, 152s., 154, 162, 165s., 192s., 203, 216, 218, 288s. Interioridad: 24, 28, 31s., 35, 39s., 42, 44, 54, 67ss., 81, 83-86, 88, 94, 107, 109, 117, 119s., 124, 132, 142, 146, 343 CRISTIANISMO Y MÍSTICA — mística: 16, 23, 57, 96, 100, 102s., 112, 123, 176, 186, 192, 236, 285, 298, 301, 304, 306, 310s. — poesía: 23, 98, 123, 222, 239ss. — vocabulario místico: 127, 144, 150, 201, 232, 272 Liturgia: 20ss., 24, 28, 35, 37, 110s., 119ss., 123, 131, 145s., 148-152, 173, 212, 221, 223, 259, 263, 280, 292, 316 (v. t. Palabra) — culto: 25, 52, 55, 61, 63, 66, 93, 175 Locura: 70, 224, 233, 264, 275, 308 (v. t. Cruz) Logos: 20, 163, 195, 269, 291, 297 —, mística del: 57, 80s., 88, 216 154s., 165, 175, 177, 183ss., 188, 197, 202, 204, 210s., 219, 236, 242, 244, 249, 260ss., 265, 273, 278, 289, 291, 294, 296, 306, 315ss. Jansenismo: 19, 124, 220 Jesús: 10, 24, 26-30, 32, 51-55, 66-74, 76-79, 81, 83-91, 94, 98, 102, 110, 113, 117, 131s., 140, 147, 167-170, 178, 186s., 201, 205, 211, 217, 231, 236s., 239, 253, 287, 293-296, 299, 306-309, 312, 318 — como madre: 308 —, Corazón de: 88, 113, 132, 280 —, Crucificado, mística del: 113, 295, 309 (v. t. Cristo, crucificado) — experiencia histórica: 88, 292ss. — experiencia personal: 54, 88, 147, 292ss. — maestro: 83, 171, 211, 309 — Mesías: 29, 51ss., 69, 90 — místico: 27s., 54s., 88, 276, 294 — niño: 113, 286, 302, 306ss. — Verbo, mística del: 88, 296s., 306 Justicia: 38, 46, 61, 67, 71, 91ss., 153s., 156, 172, 195s., 229, 294s., 309 (v. t. Pobres) Kénosis: 68, 83, 187, 271 Legalismo: 19, 65, 82, 92, 221, 243, 309 Lenguaje: 16s., 44, 98, 100, 113, 117, 142, 152, 173, 176, 186, 216, 226, 232, 237, 241, 248, 314, 317s. Libertad: 9, 15, 24s., 32, 35, 38, 4347, 57, 59, 61, 63s., 67, 73-76, 82, 84, 86, 119, 129, 131, 140s., 145ss., 153, 156, 162, 164, 168ss., 182, 184, 191, 197, 219, 221, 230, 233s., 237, 240s., 247, 256s., 260s., 266ss., 271s., 278s., 288, 291, 295, 306, 314ss., 319 — liberación: 23, 31, 34, 43, 68, 75, 92, 135, 151s., 168, 202, 210, 228, 249s., 253, 256, 276s., 286, 295, 310 Literatura: 18s., 23, 66, 78, 102, 109, 112, 118, 126, 139, 163, 222, 225, 227, 265, 268, 274 — griega: 208, 286 — latina: 120, 125, 191, 209, 282, 286 Magia: 33, 62, 140, 153s., 161, 168, 188 Marxismo/marxista: 23, 100, 152s., 275 Materia: 9, 19, 26, 38, 40, 58, 60, 73, 80ss., 99, 105, 152, 167, 180, 197, 211, 225, 233, 262, 272, 299, 309, 314 — materialismo: 167, 299 Memoria: 37, 52, 56, 59, 65s., 72, 82s., 85s., 91, 155, 158, 168, 176s., 197, 211, 241, 244, 254, 256, 261, 278, 288, 296s., 304s., 312 — y cultura occidental: 288 Metafísica: 23, 38, 46, 53, 56s., 59ss., 63, 88s., 99, 103, 107, 113, 115, 117, 122, 136, 138s., 142, 144s., 156s., 163, 166s., 174, 181-184, 186s., 191s., 194, 197s., 200, 204, 206, 210, 216, 227-236, 239s., 243, 248ss., 252, 257, 259, 266, 269s., 272s., 284ss., 290, 296s., 305-308, 313s. (v. t. Cuestiones fundamentales) Milagros: 17, 27s., 33, 55, 72, 80, 90, 120, 127, 295, 318 Mistagogía (manuducción): 102, 107, 115, 149, 159, 188, 241, 282s., 304 Misterio (mysterion): 9s., 19, 29s., 34, 38, 40, 58, 107-110, 127, 131, 148ss., 162, 165, 167, 170, 172s., 232, 275, 281, 292, 319 —, apertura al: 151, 160, 240, 243 — trinitario: 42, 87, 132, 170, 173 (v. t. Trinidad) Misterios: 10, 77, 108, 167, 194, 202, 206, 222 344 ÍNDICE ANALÍTICO — cristianos: 17, 29, 32, 35, 42, 108ss., 149s., 170, 291s., 306, 319 — cultos mistéricos: 66, 110, 281 — paganos: 108, 110, 281 — religiones mistéricas (v. allí) — y mística: 146, 154, 286 Mística — actividad creadora: 41, 58, 185, 203 — ambigüedad del término: 30, 56, 97, 100, 149, 154, 160, 292 — concepto: 16, 18, 65, 98, 108, 292, 311 — de la participación/identificación: 24, 41, 56, 58ss., 72, 94, 164, 176, 178, 195, 201, 203s., 211, 259, 282, 290s., 295, 311, 313s. — de la pasión: 37, 71, 77, 113, 286s. — de la purificación: 116, 119, 124, 142, 170, 174, 176, 178, 206, 232, 234, 273, 312, 319 — deformaciones: 16, 77, 99 — del Crucificado (v. Jesús) — del silencio: 58, 101, 103, 164, 198, 213, 232, 291, 296 (v. t. Gnosis) — devoción: 66, 106, 158, 254 — ejes y constantes: 304s., 315 — escuelas: 143, 161, 163, 165, 213, 257, 291, 304, 319 — esponsal: 46, 97, 113, 124, 164, 176, 192, 237, 287, 312 — femenina (v. Mujer, mística femenina) — fenómenos extraordinarios: 9, 17, 28, 31, 58s., 69s., 92, 97, 105s., 130, 133s., 144s., 169, 268, 274, 279ss., 303 — formas: 273, 286s. — literatura mística (v. Literatura) — modelos: 11, 16, 18, 37, 41, 58s., 139, 178, 265, 274, 279 — natural: 25, 42, 76, 142, 157, 268, 277s., 291, 307 — nocturna: 112, 121s., 170, 178, 232, 234, 244, 266, 285, 300, 318 — objetiva: 22, 72, 148, 281 — origen del término: 9, 19, 30, 109ss., 127, 155, 276 — sanjuanista: 31s., 41, 58s., 83, 92, 94, 102, 105, 112, 115s., 118, 121ss., 126s., 137, 158s., 165, 169ss., 174, 177, 186, 192, 204, 234, 242, 257, 265, 274, 277, 283, 288, 300, 303, 312 — subjetiva: 16, 22, 25, 35, 125, 127, 148, 281 — teresiana: 15, 18, 28, 31s., 40s., 45, 47, 81, 94, 101s., 105, 120, 123, 125, 134, 137, 155, 157-160, 168, 171, 192, 265, 280s., 283, 287, 303, 312, 317 — trinitaria: 88, 164, 237, 287 — universo simbólico: 120, 300 — y erotismo: 23 — y misión: 32, 36, 39, 41, 71, 148, 175, 267s., 274, 279, 283, 285, 319 Mistografía: 101s. Mistología: 102 Mitos: 15, 29, 51, 167, 183, 194, 206, 230, 238, 269, 293, 298, 302 Modernismo: 64, 139ss. Monacato: 19, 112, 121, 125, 129, 174, 192, 206-209, 213, 217, 257, 259, 262s., 266, 301s., 304, 307s. Moral: 16ss., 24ss., 35s., 38, 41s., 46, 48s., 54, 61, 74, 81, 84, 87, 89, 103, 106, 126, 129, 132, 136s., 139ss., 156, 166, 172, 180, 185, 188, 193s., 196s., 202, 205, 207, 217, 220-223, 227, 230, 236, 238, 242s., 247s., 253s., 257, 259, 262, 265, 268, 272s., 293s., 298s., 308s., 313 — moralismo: 10, 19ss., 35, 107, 131s., 154, 263, 313 Mujer(es): 16, 26, 28, 34, 41, 58, 74s., 92, 104, 113, 115, 133, 154, 157, 159, 162s., 167, 169, 192, 247, 266, 274, 280, 285, 299, 301-304, 312 — alumbradas: 166, 188, 192, 264, 303 — conventos femeninos: 115, 125, 192, 216, 291, 301s., 307 — estigmatizadas: 280, 303 — mística femenina: 115, 302 Música: 224, 238, 277 Nada/noche (v. Mística, sanjuanista) Neoplatonismo: 112s., 120, 147, 174, 176, 186, 200s., 234, 282, 290, 296, 304 Nominalismo: 117, 193, 290 Nuevo Testamento: 22, 29s., 44, 52-56, 62s., 65, 67s., 78s., 81s., 84, 87s., 91-94, 100, 108s., 111, 166, 169, 174, 178, 187, 191, 199, 227s., 230, 292ss., 297, 313, 316, 318 345 CRISTIANISMO Y MÍSTICA — apocalíptica: 67, 109 — evangelio de Juan: 44, 78-82, 84s., 88ss., 169, 187, 191, 216, 235, 293, 295, 297, 311, 313, 319 — evangelios sinópticos: 53s., 87, 168, 191, 293s. —, mística en el: 30, 55s., 62s., 65, 78s., 91-94, 292 —, puntos de partida del: 293-297 — tradición paulina: 87, 191, 265, 293 Obediencia: 10, 15, 28, 30, 32s., 35, 40s., 45s., 54s., 63, 83ss., 92, 107, 120, 131, 147, 154, 156, 163s., 169s., 172-176, 191, 193, 205, 217s., 221, 252s., 260s., 279, 311, 314s., 317 Oración: 30, 32, 34, 46s., 74, 83, 92, 97, 107, 127, 136, 149, 157, 164, 172, 207, 211s., 218, 220, 230s., 242, 252s., 260, 278s., 287, 306, 315 — de Jesús: 28, 32, 54, 74, 205, 253 — de quietud: 128, 158, 220, 277, 297 — mística: 21, 41, 47, 61, 64, 101, 134, 185, 204, 223, 287, 302, 317 — profética: 21, 61, 64, 223 — súplica: 47, 133, 211, 241 Órdenes religiosas: 23, 142s., 145, 150, 220 — agustinos: 159 — benedictinos: 22, 34, 117, 145 — carmelitas: 35, 96, 102, 116, 124, 127, 133s., 158s., 163, 168, 305 — cartujos: 115s., 118s., 126, 237, 289, 308 — cistercienses: 113, 192 — congregaciones del siglo XIX: 132 — dominicos: 21, 35, 96, 115, 118, 125, 142s., 158, 213, 216, 230, 237, 285, 302 — franciscanos (v. Franciscanismo) — jesuitas: 21, 35, 96-99, 127s., 142, 144s., 149, 220 Palabra(s): 9s., 15ss., 19, 22s., 25, 28ss., 33, 35, 37, 40, 43ss., 48s., 51, 53-58, 61, 64ss., 69s., 74-78, 82, 84ss., 8891, 94s., 97-103, 105-112, 114s., 140, 154s., 160, 176, 227, 229, 291 — de Dios: 10, 22, 25, 40, 44s., 54s., 61, 64s., 74, 84ss., 88, 91, 131, 159, 169ss., 177, 187, 205, 296s., 305, 315 —, vida de las: 18s., 95 — y sacramento: 188, 317 Panteísmo: 29, 34, 59, 62, 65, 264, 277, 311 Patrística: 11, 22, 110, 124, 145, 148ss., 168, 186, 191s., 199s., 208, 232, 242, 300, 305, 307, 310s. Paz/pacificación: 10, 18, 24, 32, 35, 48, 56, 73, 75, 153, 158, 196, 242, 251ss., 255, 257, 270, 275 Pecado (v. Culpa, pecado) Pensamiento: 19, 29, 33, 36, 39s., 44, 52s., 60ss., 64, 66s., 70, 72, 74s., 81, 96, 100s., 103, 107, 109, 112, 115s., 120s., 126, 129, 132, 134ss., 138, 140, 150, 153, 155, 157, 163s., 166, 175, 177, 180-184, 188s., 193s., 197ss., 201, 203, 205s., 208-212, 214, 216, 218, 222, 225, 227-230, 232, 234ss., 238-244, 247s., 250s., 253, 256, 262, 264ss., 270, 272s., 277, 281s., 297s., 308, 313, 319 Perfección: 16s., 38, 80, 102, 126, 128, 143, 162, 171, 174, 178, 200, 208, 215, 253, 266, 281, 283s., 300, 304, 312 — vida cristiana: 18, 32, 73, 128, 150, 154 Platonismo: 38, 57, 81, 113, 118s., 121s., 147, 152, 167, 176, 181, 183, 186, 188s., 191-198, 200-203, 206s., 210s., 213s., 216, 219, 231, 240, 269ss., 284, 296, 298, 300, 302, 317 (v. t. Filosofía, griega; Neoplatonismo) — y cristianismo: 103, 191, 194, 198s., 298s. (v. t. Evangelio, influencia griega) Pobres/pobreza: 10, 28, 40, 54, 70, 92, 154, 156, 162, 170, 174, 187, 208, 286, 291, 295, 299 Positivismo: 10, 19, 130, 132, 167 — bíblico: 87, 107, 140, 188 — científico: 135, 141, 154 Potencias del alma: 36, 102, 114, 122, 155, 161s., 180, 211, 254, 278, 285, 287s., 302 — inteligencia: 122s., 211, 254, 278 — memoria: 122, 211, 254, 278 — voluntad: 122s., 211, 254, 278 Profetismo/profetas: 10, 15, 17, 21s., 24s., 28s., 31, 33, 39ss., 45, 53, 55, 61, 63ss., 88, 92s., 110, 114, 121, 346 ÍNDICE ANALÍTICO 123, 151, 161, 164, 167ss., 171ss., 178, 188, 191s., 223, 229s., 259, 261, 275, 293, 306, 312 Protestantismo: 21s., 24s., 28, 36, 61, 67, 91ss., 118, 131, 140, 149s., 152, 169, 218s., 220, 223, 231, 240, 248, 263s., 275 — neoprotestantismo: 140, 309 — y mística: 21, 24, 61s., 91, 223 Psicología: 18, 23, 27, 32, 34, 36, 41, 58, 75, 78, 107, 123, 133, 144-148, 163, 173, 178, 182, 248, 250, 276, 281, 314 — psicoanálisis: 134, 276, 307 — psicopatología: 130, 280 — psiquiatría: 133s., 276 Purificación: 19, 25, 31, 38, 57, 112, 154, 196, 214, 229, 254 Racionalidad: 89, 130, 153, 155, 167, 181s. — racional: 38, 75, 107, 129, 182, 185, 192, 215, 221s., 275, 301, 312 — irracional: 105, 129, 154 Racionalismo: 60, 132, 135, 193, 215, 288 Razón: 16s., 32, 34s., 39, 41, 64, 76, 88, 91, 101ss., 108, 113ss., 119, 128s., 132, 140, 146, 151, 155, 159, 161, 163, 168, 176, 180-184, 194s., 207, 213s., 218s., 221s., 226, 240, 243, 248, 250, 265, 271, 278ss., 285, 288s., 299, 302, 305 — afectiva: 92, 141, 149 — autónoma: 64, 141 — científico-técnica: 75, 186 — instrumental: 75, 288 — lógica: 141, 149, 183, 186, 194, 282 — pura: 129, 131, 141, 184, 222 — y fe (v. allí) Reforma: 26, 120, 124s., 150, 157, 264, 280 — católica: 118, 149, 275 (v. t. Catolicismo) — protestante: 118, 219, 275 (v. t. Protestantismo) — teresiana: 124s., 157, 280 Reino de Dios: 10, 26-29, 31, 33, 54s., 67s., 94, 109, 119, 152, 217, 221, 231, 237, 263, 292s., 299, 309 Religión(es) — budismo: 15, 35, 59, 223, 225, 238s., 252-255 — cristianismo (v. allí) —, crítica de la: 152, 170, 223, 248, 251, 269 — fenomenología: 20, 62, 226, 245 — fundadores: 15, 25, 309, 316 — helenísticas: 65ss., 78 — histórica: 15, 253 — mistéricas: 10, 65, 131, 202 — monoteístas: 15, 61, 65s., 156, 173 — natural: 129 — orientales: 15, 21s., 28, 187, 223, 253 — personal: 9, 15, 19 — positiva: 221, 275 — profética: 15, 31 — y filosofía: 9, 56, 58, 187, 197, 203, 222, 245, 272s. Resurrección: 29, 37s., 49, 51, 54s., 66ss., 71s., 74, 77, 81, 88s., 94, 110, 132, 167, 189, 199, 235, 274, 287, 292-296, 299, 303, 306, 319 Revelación: 10, 15, 17, 22, 25, 28ss., 33, 38, 41s., 45s., 48, 54s., 60-64, 74s., 79, 82s., 86s., 89, 100, 104, 112, 114, 131, 145s., 157s., 161, 167, 169ss., 174, 186ss., 205, 211, 223, 238, 242, 244, 282, 292, 303, 311, 317 (v. t. Palabra, de Dios) — en la historia: 25, 40, 47, 63, 80, 84, 132, 154, 163, 177, 216, 226, 229, 241, 260, 268, 273, 278, 315 — jerarquía de verdades: 41s., 132, 174s., 283 — mediaciones humanas: 92, 102, 166, 317 — respuesta del hombre: 229, 260, 278, 281, 303 — y fe: 40, 65, 109s., 164s., 242, 278, 315 Revelaciones particulares (v. Visiones) Revolución: 21, 27, 48, 95, 117, 129, 153, 220 Sabiduría: 17, 30, 38, 188, 211, 270, 308 (v. t. Conocimiento) — de Dios/Espíritu: 76, 109, 112, 119, 208, 295, 297, 320 — del mundo; 38, 208 — don: 114, 282, 290 — mística: 122, 270 Sacramentos/sacramentalidad: 10, 20, 24s., 34, 37s., 66, 90s., 93, 111, 132, 140, 167s., 188s., 206, 212, 263, 281, 299, 304, 309, 317 347 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Salvación: 10, 23s., 39, 53, 56, 82, 87, 93, 110, 119, 131, 153, 156s., 180, 196, 221, 241, 261, 272, 295, 313s., 316s. —, designio/plan de: 24, 29, 63, 109, 145, 177, 295 —, historia de la: 25, 93, 175, 199, 230 Santidad: 26, 32, 39ss., 61, 92s., 97, 106, 128ss., 135, 143, 148, 150, 154, 156, 160, 166, 172, 178, 187, 196, 229, 238, 241, 265, 267, 318 — canonizaciones: 125, 178, 266, 272 —, criterios de: 32, 128, 265 — santos: 32, 39s., 92, 95, 110s., 125, 136, 144s., 150, 161s., 264s., 267, 275, 284, 299, 304, 306, 318 Secularización/secular: 23, 99s., 152, 163, 201, 248, 275 Seguimiento: 32s., 54, 90, 113, 156, 170, 177s., 206, 208, 291, 294 (v. t. Cristo) Sentidos: 36, 56, 94, 102, 107, 120, 134, 136, 150, 183, 185, 195, 201, 278, 298, 303 —, pérdida de los: 120, 303 — sentir: 15, 30, 39, 58s., 136s., 155, 233, 260, 262, 270, 284s., 305, 319 Sentimiento: 18, 20s., 31, 33, 44, 59, 69, 94, 97, 107, 132, 136, 138s., 149, 154, 178, 182, 192, 195, 221s., 241, 248, 267, 274ss., 279, 285s., 288, 301 Sociedad: 23, 26s., 44, 58, 60, 130, 152s., 182, 219, 242, 266, 299, 304 Subjetividad/Subjetivación: 16, 20, 22, 25, 33, 35, 43, 72, 86s., 125, 127, 145, 148, 155, 164, 168, 175, 224, 257, 281, 294, 315 Tao: 252s. Teofanías: 92, 102, 112, 174, 212, 283, 300, 303, 319 Teología — apofática (negativa): 122, 137, 177, 198, 213, 300 — ascética: 128, 143 — dialéctica: 21, 61, 218 — escolástica: 113, 116s., 126s., 141, 161 — liberal: 20, 61, 87, 263 (v. t. Protestantismo) — mística: 31, 94, 112, 114-118, 120, 122, 125-128, 142s., 145, 177, 194, 206, 216, 269, 283s., 287, 300, 304 (v. t. Experiencias místicas) — neoescolástica: 141, 145 Terapéutica: 23, 34, 182, 276 Testigos/testimonio: 15, 20, 22, 25, 36s., 38, 40, 65, 84ss., 88, 90ss., 99, 102, 115, 131s., 151, 159, 172, 188, 265, 271, 274, 283ss., 301ss., 318 Teúrgia: 33, 61, 188 Todo: 170s., 222, 275 Tradición — agustiniana: 192, 197, 211ss., 290, 302 (v. t. Agustiniano) — aristotélica: 121, 183, 185s., 192, 195, 201, 208, 213s., 219, 302 (v. t. Aristotelismo) — dominicana: 115, 118, 125, 143, 158, 161, 192, 213, 216, 230, 272, 302, 312, 319 — espiritual: 97, 101, 145s., 161, 199, 202, 318 — franciscana: 115, 120, 158, 192, 200, 213, 302, 305 — hispánica: 159, 166 — medieval: 124, 148, 184, 191, 230, 232, 234, 239, 285, 288, 310 — neoplatónica: 112s., 120, 147, 174, 176, 186, 200s., 234, 282, 290, 296, 304 (v. t. Neoplatonismo) — oriental: 15, 21s., 28, 59, 131, 142, 148, 150, 187, 213, 223, 253, 255, 314 — patrística: 110, 124, 145, 148ss., 186, 191s., 208, 232, 290, 300, 305, 307, 310s. — platónica: 38, 81, 103, 113, 118, 120ss., 183, 186, 188s., 191-211, 213, 216, 219, 296, 298ss., 317 (v. t. Platonismo) Trascendencia/inmanencia: 18, 40s., 43-46, 57, 62, 68, 87, 90, 93, 103s., 107, 112, 121, 141s., 147, 153, 156, 162ss., 166s., 172, 176, 181s., 188s., 197, 201, 203s., 206, 210, 212, 226, 230, 238, 248, 259, 269, 274, 308, 318s. Trinidad: 35, 37s., 42, 60, 74, 84, 86ss., 114, 132, 164, 169s., 173, 175, 177, 193, 211, 222, 237, 267, 281, 287, 311s., 316, 318 348 ÍNDICE ANALÍTICO Unión (koinonía)/comunión: 18, 24, 27s., 30s., 35, 41s., 44, 54, 56s., 59, 64, 67s., 71ss., 80, 90s., 93ss., 97, 112s., 115, 117ss., 121, 147, 163, 165s., 170s., 173s., 176ss., 191, 193, 195, 203s., 206, 213, 222, 224, 243, 251s., 254, 259, 261, 263, 270, 272-275, 277, 281s., 286s., 289, 291s., 294s., 298ss., 307, 311s., 314s. (v. t. Dios) — cognoscitiva: 42, 58s., 252 — fruitiva: 9, 18, 30, 42, 92, 146, 158, 161, 163, 252, 268, 272ss., 282 — mística: 67s., 94, 224, 251s. Universidad: 118, 134, 145, 153, 192, 195, 219s., 247s., 284, 300ss. Uno (v. Neoplatonismo) Utopía: 9, 23, 166, 172, 265 Vías (edades) de la vida interior: 103, 105, 142 — iluminativa: 103, 105, 122, 198 — purgativa: 103, 105, 122, 298 — unitiva: 103, 105, 298 Victorinos: 104, 213, 282 Vida — activa: 17, 119, 242, 259 — contemplativa: 17, 27, 96, 119s., 128, 153, 174s., 194, 208, 220, 242, 254, 259, 270, 281, 298 — cristiana: 9, 16, 18, 31-37, 40ss., 46, 48, 94s., 102, 104ss., 107, 113s., 119s., 125, 128, 132, 143, 150, 154s., 158, 161, 174s., 177s., 186, 212, 266, 274, 278, 283s., 300, 307, 315, 318s. — divina: 24, 79, 170, 313 — humana: 10, 16s., 19ss., 42, 47s., 60, 81, 89, 95, 103, 106, 134, 147, 152, 159, 182, 249s., 253, 259 — interior: 107, 132, 142, 154 — metas: 47s., 184, 266 — mística: 9, 16, 27, 59, 122, 150, 159, 164, 177, 194, 274, 288 — moral: 18, 137, 253, 262 Virtudes: 16, 128, 161s., 185, 194, 196s. — cardinales: 17 — morales: 126 — teologales: 17, 114, 123, 126, 133, 161, 260, 278, 290 Visiones: 9, 18, 21, 42, 57s., 67, 69ss., 76s., 84, 91, 97, 102, 106, 120, 123, 133, 149, 169, 171, 174, 178, 180s., 187, 280, 294s., 301-304, 317 Voluntad — divina: 36, 48, 54, 61, 64, 80, 89, 92, 118s., 165, 167, 173, 178, 214, 217s., 229, 234, 242, 252s., 268, 279, 290, 315ss. — humana: 15, 25, 32, 56ss., 60, 75, 107, 122s., 141, 145, 151, 154s., 157s., 161ss., 211, 213, 242, 254, 261, 271, 278, 288, 311 — voluntarismo: 117s., 288s. Yo — egocentricidad: 249ss., 254 — sujeto: 15, 17, 19, 22, 31, 35s., 44, 47, 54s., 57, 94, 105, 133, 142, 144ss., 148, 151, 153, 160ss., 164, 170, 172, 175s., 182, 191, 222, 229, 247, 249, 251s., 257, 259ss., 264, 267, 279s., 282, 287, 289s., 306, 315 —, superación del: 255 — «Yo soy»: 89, 228, 283, 286, 296 349 Cristianismo y mística ÍNDICE GENERAL Contenido ............................................................................................ Prólogo ................................................................................................. 7 9 Primera Parte CRISTIANISMO Y MÍSTICA Capítulo 1. LA MÍSTICA COMO FORMA DE EXISTENCIA CRISTIANA .............. 15 Introducción ........................................................................................ 15 I. Perspectiva histórica ...................................................................... 18 II. Perspectiva bíblica y teológica ....................................................... 1. La figura de Jesús en relación con otras figuras humanas y religiosas ........................................................................................ 2. La figura exterior de Jesús es la de un profeta, no la de un místico ........................................................................................... 3. De la misión de Jesús al proyecto salvífico de Dios (Misterio) ... 4. Del Misterio a la mística ........................................................... 26 III. Perspectiva espiritual y pastoral ..................................................... 1. Las variedades de la experiencia y de la santidad cristiana ........ 2. La atención y la obediencia a Dios, anteriores al sentimiento y la experiencia del hombre ......................................................... 3. La apelación actual a la mística como medio de llenar vacíos y de superar excesos .................................................................... 4. Puntos de sombra en el nuevo interés por la mística ................. 5. Los escritos místicos, ¿fruto de ciertos tiempos o posibilidad universal? ................................................................................. 6. La palabra de los agraciados ...................................................... IV. La lógica de la existencia cristiana ................................................. 1. El dinamismo de la revelación bíblica: obediencia y experiencia ... 2. La realización en la historia y en la Iglesia ................................. 3. Valor y límites de ciertas formulaciones .................................... 351 26 27 29 30 31 31 33 34 37 39 40 40 40 41 43 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Capítulo 2. EL NUEVO TESTAMENTO Y LA MÍSTICA .................................. 51 I. El cristianismo: su origen histórico y su principio (arché) permanente ............................................................................................. 1. La persona de Cristo y los contextos del cristianismo ............... 2. Las dos miradas del Nuevo Testamento a Cristo ....................... 3. Sentido y formas de la mística como pregunta previa ................ 4. Acentos y tentaciones de cada una de estas formas de mística ... 5. Lugar de la mística en el Nuevo Testamento ............................. 51 51 53 55 59 60 II. San Pablo, ¿un místico? ................................................................. 1. La interpretación de la Escuela de la historia de las religiones ... 2. Wikenhauser y Schweitzer ........................................................ 3. Capacidades extáticas, dones carismáticos, experiencias místicas ............................................................................................ 4. Características de la mística paulina .......................................... 5. Transvaloración paulina de dos categorías clave: libertad y conocimiento ............................................................................... 6. La inversión paulina: de la gnôsis al agápe ................................ 65 65 66 III. La mística en el Evangelio de san Juan ........................................... 1. Cristología y escatología ........................................................... 2. La encarnación en el centro ...................................................... 3. Cristo, mediador del conocimiento, del amor y de la gloria del Padre ........................................................................................ 4. Mística cristocéntrica y mística trinitaria .................................. 5. El Paráclito: memoria y experiencia, testimonio y defensa de Cristo ....................................................................................... 6. Cuatro rasgos de la mística joánica ........................................... 78 79 80 IV. Final .............................................................................................. 91 Capítulo 3. LA MÍSTICA EN LA HISTORIA MODERNA DE OCCIDENTE ........... 95 I. Recuperación y posterior difuminación de la mística ..................... 1. El comienzo y el final del siglo XX ............................................ 2. Dos nombres símbolo: Michel de Certeau y Ludwig Wittgenstein .......................................................................................... 3. Precisiones terminológicas ........................................................ 4. La experiencia cristiana y su traducción filosófica .................... 95 95 97 101 103 II. Origen del término y momentos más significativos de su historia ... 1. Del adjetivo «místico» a los sustantivos «mística» y «místicos» .... 2. Del sentido específico a la trivialización ................................... 3. El sentido originario del término .............................................. 4. Misterio, misterios, mística ....................................................... 5. La fascinación «apostólica» de un autor y de unos textos .......... 104 104 106 108 110 111 352 68 71 75 76 82 84 86 88 ÍNDICE GENERAL 6. El evangelismo del siglo XIII y la doble acentuación espiritual de la teología ................................................................................. 7. La mística germánica ................................................................ 8. Los cartujos y la devotio moderna ............................................. 9. El siglo XVI en su doble vertebración ........................................ 113 115 116 118 III. Los siglos XVI y XVII: del cenit al ocaso de los místicos ................... 1. El paso de la mística de España a Francia ................................. 2. La separación y autonomía de la «teología mística» .................. 3. Subjetivación de la experiencia cristiana ................................... 4. El crepúsculo de los místicos .................................................... 5. La mística en la era de la Ilustración ......................................... 6. Del ocaso a una nueva aurora ................................................... 124 124 125 127 128 129 130 Capítulo 4. VALORACIÓN DE LA MÍSTICA EN EL ÚLTIMO SIGLO .................. 131 I. Algunos hitos históricos: de finales del siglo XIX a la actualidad .... 1. El decurso del siglo XIX ............................................................ 2. El último decenio del siglo XIX ................................................. 3. Los dos primeros decenios del siglo XX: tránsito de la medicina a la metafísica ........................................................................... 4. La reacción contra el liberalismo protestante y cierto autoritarismo católico ............................................................................... 5. La reacción dentro de la Iglesia católica: ¿ascética y mística, o espiritualidad? .......................................................................... 6. Dos lecturas distintas de la mística en el cristianismo ............... 7. Corrección de curso en la interpretación (Lubac, Balthasar, Rahner, Bouyer) ........................................................................ 8. Mística y liturgia en el concilio Vaticano II y en el posconcilio ... 9. La mirada de las nuevas generaciones ....................................... 10. Hechos nuevos y nuevas tareas ................................................. 131 131 133 II. La especificidad de la experiencia mística cristiana ........................ 1. Características específicas de la experiencia mística .................. 2. Los místicos frente a otras figuras del pensamiento cristiano .... 3. ¿Qué experiencia y experiencia de qué? .................................... 4. Mística y fe .............................................................................. 5. Entre la fe y el pecado .............................................................. 6. Los «esenciales» del cristianismo y su repercusión sobre la experiencia mística ........................................................................... 7. La mística: Biblia e Iglesia ........................................................ 8. La perenne novedad del cristianismo ........................................ 9. Más allá de las alternativas ....................................................... 10. Desplazamiento de acentos y jerarquía de verdades .................. 11. Mística cristiana y otras místicas: elementos comunes y diferenciadores .................................................................................... 353 134 139 142 144 148 150 153 154 157 157 159 160 164 166 167 168 171 172 173 175 CRISTIANISMO Y MÍSTICA Segunda Parte MÍSTICA, FILOSOFÍA, CRISTIANISMO Capítulo 1. CUESTIONES EPISTEMOLÓGICAS PREVIAS ................................. 181 1. Las diversas ejercitaciones de la razón ........................................... 2. Dos realizaciones diversas de la filosofía: como existencia o como técnica ........................................................................................... 3. Vertientes del pensamiento y experiencias de vida ......................... 4. Repercusiones de esta doble ejercitación sobre el conocimiento de Dios .............................................................................................. 5. La mística, entre la Biblia y la filosofía griega................................. 181 Capítulo 2. EL MARCO FILOSÓFICO DE LA MÍSTICA CRISTIANA: LA TRADI- 182 183 184 187 ............................................................................. 191 Dos espejos posibles para la mística cristiana ................................. Platón ............................................................................................ Plato christianus ............................................................................ Plotino .......................................................................................... Plotino cristiano ........................................................................... El final de la hegemonía griega en el pensamiento cristiano ........... 191 193 199 200 204 206 Capítulo 3. LA MÍSTICA EN OCCIDENTE: HERENCIA Y CREACIÓN ............... 209 1. San Agustín ................................................................................... 2. El Pseudodionisio .......................................................................... 3. De Escoto Eriúgena, san Bernardo y los Victorinos a santo Tomás de Aquino ..................................................................................... 4. De santo Tomás a Eckhart, Nicolás de Cusa y Ockam ................... 209 212 213 215 Capítulo 4. FILOSOFÍA SIN MÍSTICA EN LA ERA MODERNA .......................... 219 CIÓN PLATÓNICA 1. 2. 3. 4. 5. 6. 1. 2. 3. 4. Los nuevos mundos y las nuevas ciencias ....................................... Kant, la Ilustración, el siglo XIX ..................................................... Feuerbach, Marx, Nietzsche .......................................................... Tres nombres símbolo en el umbral del siglo XX: W. James, L. Wittgenstein, B. Russell ........................................................................ 5. F. Mauthner, la «mística sin Dios» y la «neomística» ..................... 224 225 Capítulo 5. HEIDEGGER Y LA MÍSTICA ..................................................... 227 1. 2. 3. 4. 5. 6. La teología en el inicio y en el final de Heidegger .......................... La inserción de Heidegger en la historia y experiencia cristiana .... El estudio de los místicos .............................................................. San Pablo, Bultmann y Nietzsche ................................................... San Juan de la Cruz, la Nada y la Noche ....................................... El Maestro Eckhart y Angelus Silesius ........................................... 354 219 221 223 227 230 231 232 233 234 ÍNDICE GENERAL 7. Heidegger y los místicos españoles ................................................ 8. Las fases del pensamiento heideggeriano y formas de la presenciaausencia de Dios ............................................................................ 9. Poesía, filosofía, mística ................................................................ 10. La Serenidad: ejercitación antropológica (Tun, Lassen) y presencia anónima (Rufen) ............................................................................ 11. La apertura del hombre al misterio y la llamada del Misterio al hombre ......................................................................................... Capítulo 6. E. TUGENDHAT: UN DISCÍPULO DE HEIDEGGER EN EL UMBRAL DEL SIGLO XXI ................................................................................. 1. Contenido y sentido de su obra Egocentricidad y mística .............. 2. La diferencia con los animales: del yo «gloria» al yo «peso del hombre» ............................................................................................... 3. Mística como superación de la egocentricidad ............................... 4. Mística frente a religión ................................................................ 5. Eckhart y ecos del budismo ........................................................... 6. Más allá del cristianismo y del budismo ......................................... 7. Las preguntas inevitables ............................................................... Capítulo 7. LAS ESTRUCTURAS DE LA EXPERIENCIA MÍSTICA EN EL CRISTIA- 237 238 240 242 243 247 247 249 250 250 252 254 255 ................................................................. 259 1. El sujeto de la experiencia mística .................................................. 2. Dios originador a la vez que meta intencional de la experiencia mística ........................................................................................... 3. Las mediaciones colectivas e institucionales ................................... 4. El proyecto de humanidad e historia resultante ............................. 259 261 262 265 Capítulo 8. UNA ACLARACIÓN FINAL Y TESIS CONCLUSIVAS ......................... 269 1. Identidad y diferencia entre filosofía y mística ............................... 2. Dos criterios: distinguir para unir, unir para distinguir .................. 269 272 PANORAMA FINAL ................................................................................... 275 Introducción. Momentos límite en la historia del cristianismo .............. 275 I. La palabra ..................................................................................... 1. La llamada «mística natural» ..................................................... 2. ¿Dimensión mística de toda experiencia cristiana? .................... 3. Fenómenos místicos extraordinarios ......................................... 4. Otras variaciones del término ................................................... a) Mística como experiencia ..................................................... b) Mística como introducción a esa experiencia (mistagogía) .... c) Teología (de la) mística o su interpretación y sistematización ... 276 277 278 279 280 281 282 283 NISMO Y EN LA FILOSOFÍA 355 CRISTIANISMO Y MÍSTICA d) Filosofía (de la) mística o análisis de sus condiciones de posibilidad .................................................................................. II. Las formas ..................................................................................... 1. El aspecto de la realidad divina que ocupa el centro de atención ... 2. Las potencias y actos del sujeto que están sobre todo en juego .... 3. La personalidad resultante de esas experiencias en los sujetos que las viven ............................................................................. 284 284 285 287 290 III. Los contextos ................................................................................ 1. Los tres puntos de partida en el Nuevo Testamento .................. a) Los evangelios sinópticos: mística de Jesús ........................... b) San Pablo: mística del Crucificado ....................................... c) San Juan: mística del Verbo ................................................. 2. Tránsito del Evangelio del mundo palestinense al mundo helenístico ....................................................................................... a) El universo platónico: convergencias y contrastes con el Evangelio ............................................................................. b) La recepción privilegiada de la visión platónica frente a otras filosofías ............................................................................... c) Mística de hombres en la universidad y de mujeres en los monasterios ............................................................................... d) El problema teológico: valor y límites de las visiones y revelaciones de las mujeres .......................................................... 292 293 293 294 295 IV. Los ejes y constantes ...................................................................... 1. Eje teológico ............................................................................. 2. Eje cristológico .......................................................................... a) La era patrística: el Verbo .................................................... b) La Edad Media: Jesús en su historia (infancia, pasión, muerte) ......................................................................................... c) La era moderna: el ejemplo de moralidad y el maestro de doctrina ............................................................................... 3. Eje soteriológico y sus metáforas fundamentales ....................... a) El nacimiento del Verbo en cada alma .................................. b) La participación en la filiación en el Hijo ............................. c) La inhabitación de la Trinidad en el alma ............................. d) La esponsalidad .................................................................... e) La divinización (théôsis, theíosis, theogenesia) ....................... 4. Eje metafísico ............................................................................ 304 305 306 307 V. Los criterios o la dialéctica de los binomios normativos ................ 1. Revelación y fe ......................................................................... 2. Individuo y comunidad ............................................................. 3. Biblia e Iglesia ........................................................................... 4. Fe y obras ................................................................................. 315 315 315 316 317 356 297 298 300 300 302 307 309 309 310 311 311 312 313 314 ÍNDICE GENERAL Final. De la mística del silencio (gnosticismo) y de la tiniebla (Antiguo Testamento) a la mística de la palabra, de la luz y del amor (Nuevo Testamento) .................................................................................. 318 Apéndice. BIBLIOGRAFÍA FUNDAMENTAL SOBRE LA RECUPERACIÓN DE LA DIMENSIÓN MÍSTICA DEL CRISTIANISMO (1893-2013) ............................ 321 Índice onomástico ................................................................................ Índice analítico ..................................................................................... Índice general ....................................................................................... 329 337 351 357 Cristianismo y mística Cristianismo y mística Cristianismo y mística Cristianismo y mística Cristianismo y mística Cristianismo y mística Cristianismo y mística