MÓDULO I UNIDAD I Módulo I UNIDAD I Constitución y Proceso Penal. Los principios y formas del proceso penal. SUMARIO: 1. El Derecho Procesal y Estado de Derecho: 1.1. objeto y fines; 1.2 límites constitucionales. 1.3. La constitucionalización del proceso penal. 2. La acción penal. 3. Las fuentes del Derecho Procesal Penal. 4. Los principios del proceso penal; introducción. 4.1. Principios Jurídiconaturales del proceso. 4.2. Los principios jurídico-técnicos: oportunidad y necesidad y aportación de parte-investigación de oficio. 5. Las formas del proceso: inquisitiva y contradictoria. La forma escrita y la forma oral. 1. El Derecho Procesal y Estado de Derecho 1.1. Objeto y fines El Derecho en general, y el Derecho Procesal no es una excepción, está formado por un conjunto de normas y principios creados y comúnmente aceptados por una sociedad en la que dichas normas adquieren validez y eficacia. El Derecho es en buena medida una creación de la sociedad que regula a través de normas dotadas de fuerza jurídica sus propias necesidades e inquietudes. Así, ha caracterizado a las sociedades organizadas la creación por diferentes mecanismos de un ordenamiento jurídico que diera respuesta a las demandas sociales del momento histórico. La sociedad ha ido cambiando a lo largo de la historia y con ella sus necesidades, de manera que también el ordenamiento jurídico ha ido siendo modificado en función del modelo de sociedad y de dichas necesidades. El Derecho Procesal en cuanto tal no ha existido hasta finales del siglo XIX. Hasta ese momento y desde que se conoce la existencia de sociedades organizadas la realización de la justicia, que como se verá constituye su principal fin, se venía llevando a cabo a través de distintos procedimientos más o menos reglados. En efecto, las sociedades primitivas permitían la auto tutela por parte de los individuos de sus propios intereses, lo que en el ámbito de la justicia se traducía en la realización del propio derecho o justicia privada. Ahora bien, desde el momento en el que la sociedad evoluciona y reconoce un poder que administre justicia, (entendida ésta en sentido amplio), ya no se permite este ejercicio de “venganza privada”, sino que encomienda a algún órgano dotado de poder que lleve a cabo la labor de decidir qué es lo justo en cada caso concreto. Pero la aparición de formas de hetero tutela no trajo consigo el inmediato nacimiento del Derecho Procesal sino de procedimientos diversos que servían, con mayor o menor éxito, para impartir justicia. Estos procedimientos no eran objeto de estudio salvo por los propios prácticos que enseñaban el modo de proceder de los tribunales, dando lugar a lo que se denominó “práctica forense”. Posteriormente y a lo largo del siglo XIX, con la aparición de las diferentes leyes de procedimientos, se comenzaron a 1 MÓDULO I UNIDAD I estudiar en las Universidades estos procedimientos de forma principalmente exegética o descriptiva, limitándose a la descripción de aquéllos, en lo que se vino a denominar “procedimentalismo”. No sería hasta finales del Siglo XIX cuando el Derecho Procesal adquiriría en Europa la condición de disciplina autónoma, mientras que en España no sería hasta bien entrado el siglo XX, cuando nuestros juristas comprendieron la necesidad de examinar el proceso como una realidad social, como fenómeno complejo y no sólo como una mera descripción casuística de las formas procesales. Pero, ¿qué es entonces el Derecho Procesal? En una primera aproximación realizada con carácter general podríamos decir que éste es el conjunto de normas que regula los procesos judiciales. Sería ésta una definición muy general y que aporta muy poco si realmente quiere conocerse en qué consiste esta rama del Derecho. Si queremos ser más completos deberíamos decir que el Derecho Procesal es una parte del ordenamiento jurídico que abarca la estructura y funciones de los órganos jurisdiccionales, los presupuestos y efectos de la tutela jurisdiccional y la forma y contenido de la actividad que tiende a dispensar esta tutela. Por lo tanto, el Derecho Procesal se proyecta sobre tres ámbitos diferentes, pero indudablemente relacionados entre sí: el derecho a la tutela jurisdiccional, el de los órganos jurisdiccionales que la conceden y los cauces establecidos para otorgar dicha tutela. Cuando a través del estudio del Derecho procesal se quiere comprender cuál es el contenido de dichos ámbitos no hay que olvidar que como realidad social que es, no puede afrontarse esta tarea al margen de la sociedad. Al contrario, hay que tener presente cuál es el marco de nuestra sociedad actual y de nuestro ordenamiento jurídico, que refleja las necesidades y valores contemporáneos que deben servir para su interpretación. Todo ello nos lleva a tomar en consideración especial a nuestra Constitución, norma suprema del ordenamiento y principal referencia para la interpretación de cualquier otra norma del Estado. Creada por nuestros representantes, elegidos democráticamente, de la Constitución se deducen el resto de normas de diferente rango que conforman nuestro ordenamiento y que hacen de nuestro Estado un Estado social y democrático de Derecho. Como norma básica del Ordenamiento Jurídico que es, obliga a todos los ciudadanos y a todos los poderes públicos (art. 9.1 de la Constitución española de 1978, en adelante abreviada CE); o lo que es lo mismo, asegura de un lado la primacía de la ley ("imperio de la ley" dice el Preámbulo de la CE) como expresión de la voluntad popular, y, de otro, somete al Estado al Ordenamiento Jurídico en garantía de la seguridad jurídica de los ciudadanos que forman parte de él (v. art. 9.3 CE). En esa Constitución se reconocen determinados valores superiores que informan y guían la actividad del legislador ordinario: Libertad, justicia, igualdad y pluralismo político (art. 1.1 CE), consagrando particularmente una protección especial para determinados bienes jurídicos supremos que giran en torno a dichos valores y que serían los llamados derechos fundamentales, a los que toda Sociedad democrática reconoce como inalienables (arts. 14 y ss. CE). El Estado de Derecho es el principal garante de la libertad individual, que se traduce en el máximo respeto a la dignidad y libertad humanas (v. art. 10.1 CE). Pues bien, España es un Estado de Derecho, no sólo en la teoría porque así lo proclama el art. 1.1 CE, sino también en la práctica. Ahora bien, es consustancial a la existencia del Estado de Derecho y, consiguientemente, es necesario para el funcionamiento democrático de la Sociedad que ésta tenga poder, 2 MÓDULO I UNIDAD I es decir, que posea capacidad para tomar decisiones, hacerlas cumplir y hacerse obedecer, sujetando a los demás a esas decisiones, incluso por la fuerza en los casos legítimos. El poder reside, en una Sociedad democrática, en un Estado de Derecho, en el pueblo. Dice el art 1.2 CE que "la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado", y es el pueblo precisamente quien, al aprobar su Constitución democrática, decide quién va a ejercer ese poder, o mejor, porque son varios, quién va a ejercer los poderes derivados de la misma, institucionalizando su ejercicio mediante normas jurídicas, mediante el Derecho. Se trata sencillamente, con ello, de hacer posible el gobernar (entendido en sentido amplio, equivalente a dirigir, regir o hacer que funcione) el Estado, y gobernar consiste en desarrollar tres tipos de actuaciones distintas: administrar, legislar y juzgar, a realizar por gobernantes también distintos. El poder que atribuye la Constitución al gobernante es la potestad, en virtud de la cual adquiere una posición de supremacía respecto a las personas relacionadas con él. El contenido de esa potestad, derivada directamente de la soberanía, varía según la naturaleza del poder, como es obvio. Uno de esos Poderes es el Poder Judicial, atribuido a los Jueces y Magistrados, o Juzgados y Tribunales, que ejercen la potestad jurisdiccional, consistente en juzgar y hacer ejecutar lo juzgado (art. 117.3 CE). Los otros dos son el Poder Ejecutivo y Reglamentario, atribuido en España al Gobierno estatal (art. 97 CE), y a los Gobiernos autónomos (arts. 148, 149.3 y 150 CE), ejerciéndose las potestades ejecutiva y reglamentaria; y el Poder Legislativo, atribuido en nuestro país a las Cortes (art. 66.2 CE), y a los Parlamentos autónomos (arts. 150.1, 152.1 y 153 CE), ejerciéndose la potestad legislativa. Por tanto, sabemos ya que en nuestro Estado de Derecho, el pueblo español ha dicho que el poder de juzgar, derivado de la soberanía, lo tienen unos órganos del Estado llamados genéricamente Tribunales de Justicia. (Ver en este sentido Art 117.3 CE que dice que “el ejercicio de la potestad jurisdiccional en todo tipo de procesos, juzgando y haciendo ejecutar lo juzgado, corresponde exclusivamente a los Juzgados y Tribunales determinados por las leyes” y el Art 2.1 de la LOPJ que reproduce exactamente lo establecido en el Art 117.3 CE añadiendo un inciso final: “El ejercicio de la potestad jurisdiccional …corresponde exclusivamente a los Juzgados y Tribunales determinados en las leyes y en los tratados internacionales”. Ver también el concepto Principio de exclusividad jurisdiccional.) Son ellos, por tanto, los únicos que pueden realizar actuaciones encaminadas a juzgar, esto es, a aplicar el derecho al caso concreto con unas características que son exclusivas de la jurisdicción y que no son otra cosa que el ejercicio de la función jurisdiccional. Cuando nos referimos al Derecho Procesal Penal, el ejercicio de la función jurisdiccional significa que los Tribunales aplicarán el Derecho Penal como única forma de realización de este Derecho. En este ámbito del ordenamiento jurídico, al igual que en el resto es la sociedad quien a través de sus representantes elegidos democráticamente y que integran el poder legislativo la encargada de crear las normas jurídicas penales. A través de ellas el legislador tipifica las conductas que considera que son reprobables en la sociedad y que merecen una sanción. La creación de normas penales sustantivas implica recoger una conducta con todos los elementos que la caracterizan convirtiendo esa conducta en un “tipo penal” y asociando a la misma una sanción, la pena. Ahora bien, a diferencia de otros ámbitos del 3 MÓDULO I UNIDAD I ordenamiento, la realización de este derecho, esto es, la aplicación de la pena cuando se materialice el supuesto de hecho de la norma sólo podrá realizarse a través de un proceso judicial, el “proceso penal”. Abundaremos algo más en esta idea que marca las relaciones entre el Derecho Penal y el Derecho procesal penal. Como parte de la cesión de la soberanía que el pueblo ha realizado en los órganos integrantes de los poderes del Estado, los particulares renuncian a su derecho a castigar personalmente a quienes les hayan infligido algún daño o lesión en alguno de los bienes jurídicos de los que son titulares y delegan este derecho, por un lado en el legislador para que sea él quien decida qué conductas deben ser castigadas, y por otro en los órganos judiciales, para que sean ellos quienes a través del correspondiente proceso impongan la pena que corresponda a la conducta realizada. Nuestro ordenamiento no tutela de la misma forma todos los ámbitos de la sociedad o las relaciones que en ella se producen. En unos es mucho más abierto, flexible y prolífico que en otros, como es el caso del Derecho Penal que se rige por el principio de mínima intervención, de manera que sólo contempla aquellas conductas especialmente graves y por tanto realmente necesitadas de una tutela especial y además lo hace dentro de los estrictos márgenes fijados por el principio de legalidad penal. Por lo tanto, el Derecho Penal a través de sus normas establece la prohibición de realizar determinadas conductas y asocia sanciones para quien las contravenga. Cuando estas conductas se consideran por el legislador especialmente graves se califican como delitos mientras que si aun siendo antijurídicas no alcanzan tal gravedad serán consideradas únicamente como delitos leves. El Derecho penal presenta una peculiaridad frente al resto de ramas del ordenamiento. Se verá claramente con un ejemplo. El Derecho civil regula entre otras instituciones la de la compraventa. El Art. 1445 del Código Civil dice que: “Por el contrato de compra y venta uno de los contratantes se obliga a entregar una cosa determinada y el otro a pagar por ella un precio cierto, en dinero o signo que lo represente”. Por lo tanto cualquier persona que entregue a otra una cosa cierta a cambio de un precio también cierto estará llevando a cabo una compraventa, sin necesidad de que ningún juez intervenga ni diga que efectivamente se ha realizado tal contrato. En cambio el Art. 138 del Código Penal dice que: “El que matare a otro será castigado, como reo de homicidio, con la pena de prisión de diez a quince años”. Sin embargo no basta que alguien mate a otro para que automáticamente sea condenado a la prisión de quince años que el anterior artículo señala como consecuencia jurídica, sino que es necesario un proceso judicial que la aplique a través de la correspondiente sentencia. El Derecho Penal presenta esta peculiaridad y es que sólo puede realizarse a través de un proceso judicial. Este proceso, el proceso penal, es la reacción de la sociedad ante una conducta que ha sido tipificada por el legislador como antijurídica para la protección de valores o derechos que la propia sociedad entiende que deben ser tutelados. Y el Derecho Procesal Penal sería aquella parte del Derecho Procesal que regula el proceso penal, el medio o instrumento necesario ordenado por el legislador para que los Jueces puedan perseguir y castigar los delitos (y las delitos leves). El proceso penal es el cauce a través del cual la sociedad reacciona de forma jurídica en un Estado de Derecho frente a la realización de conductas que lesionan derechos dignos de protección y que han sido calificadas por la propia sociedad como delitos o delitos leves. Con independencia de lo que piensen quienes se han visto afectados por un delito, el Estado ha establecido un mecanismo procesal 4 MÓDULO I UNIDAD I para el enjuiciamiento de la supuesta conducta delictiva, que garantiza que la reacción ante la misma será ordenada, proporcionada y justa. De esta manera, el proceso penal significa una garantía para el Estado que va más allá de los mecanismos de justicia privada y que ejercita a través de sus órganos el “ius puniendi”, su derecho a imponer una sanción a todos aquellos que realizan conductas que ponen en peligro o lesionan esos valores y derechos que la sociedad quiere proteger. Pero también significa una garantía para la persona que “supuestamente” ha realizado esa conducta y que es juzgado por ella. Y es que en el proceso penal deben respetarse una serie de principios y de garantías, muchos de ellos incluidos en el propio texto constitucional, como es el caso del principio de prohibición de indefensión y del derecho a la presunción de inocencia, o a la motivación de las sentencias. El fin del proceso penal no es otro que averiguar la verdad de los hechos, lo que realmente ocurrió, que en lenguaje procesal se denomina verdad material, frente a la verdad formal que se busca en el proceso civil para estar en condiciones de saber qué hechos sucedieron, con todas sus circunstancias, y qué persona o personas pueden considerarse responsables de esos hechos. Ello debería permitir imponer siempre una condena que fuese acertada y justa. Sin embargo, conocer la verdad, o al menos toda la verdad, lo que realmente ocurrió, no siempre es posible puesto que ello implica en muchas ocasiones que el juez deberá realizar actuaciones subjetivas como valorar pruebas, que aunque se lleven a cabo conforme a las reglas de la sana crítica están siempre sujetas a un margen de error. Y en definitiva, porque quienes aplican el Derecho tienen la condición humana y en cuanto tales pueden cometer errores. Ante esta posibilidad se presenta como necesaria la creación de un proceso penal que contenga todas las garantías que sean necesarias para preservar los derechos de quienes sean juzgados. De esta manera, al Derecho Procesal Penal le interesará la creación de procesos penales que respeten unos principios esenciales, contenidos en la Constitución y unos principios técnicos adecuados a la tutela que se otorga, que garanticen en la mayor medida posible que sólo quienes sean verdaderamente culpables sean condenados. Ello no impedirá que como consecuencia de este sistema de garantías y derechos, personas que verdaderamente eran culpables no sean finalmente objeto de una condena penal, pero minimizará el que una persona inocente sea condenada por error. Y sólo digo que minimizará este error porque, indudablemente, aun cuando se siga todo el procedimiento por los cauces legalmente establecidos, podrá ocurrir que dicho error se produzca y finalmente se condene a quien no era culpable. De todo lo visto hasta ahora se deduce que el Derecho Procesal Penal tiene distintos objetivos que pueden resumirse finalmente en dos: a) La persecución y enjuiciamiento de conductas tipificadas por nuestro ordenamiento como punibles, haciendo posible la condena del verdaderamente culpable. b) Evitar la condena del inocente mediante un proceso debido en el que se garanticen sus derechos y se impida la arbitrariedad de los poderes públicos y en concreto del poder judicial en la aplicación del derecho. Esta doble finalidad se apreciará y tendrá aplicaciones a lo largo de toda la asignatura, especialmente cuando estudiemos los procesos penales en particular. Nos ayudará a entender su configuración concreta 5 MÓDULO I UNIDAD I desde la perspectiva del legislador que configuró técnicamente el proceso y que debió decidir si daba prioridad a la persecución del delito y a la condena del culpable, o si por el contrario prefería conceder mayores garantías aunque ello supusiera que no podía condenarse a quien se sabía culpable. 1.2 Límites constitucionales En este epígrafe se trata de ver cuáles son en concreto los límites que la Constitución ha establecido a la persecución penal de los delitos. Ha quedado claro que nuestro Estado tiene interés en la persecución de aquellos hechos criminales que se consideran como tales en nuestro ordenamiento y en la condena de los culpables, pero ello no puede hacerse de cualquier forma o por cualquier medio. No todo vale para alcanzar este fin, por muy legítimo que éste sea. Es indudable que los poderes del Estado y las Autoridades deben estar dotadas de fuerza coactiva para hacer cumplir la ley, para la prevención del delito y para la persecución del mismo. Deben existir y de hecho existen, instrumentos materiales para impedir que se cometa un delito o que quien lo haya cometido desaparezca sin que pueda ser juzgado por ello. Resultaría ingenuo pensar que quien realiza una actividad delictiva se presentará libre y voluntariamente para ser juzgado y condenado por la realización de la mismo o que proporcionará toda la información necesaria para que pueda conocerse la verdad que conducirá a su condena como culpable. Más bien cabría pensar en lo contrario. Por ello, el uso de la fuerza es imprescindible para la posible realización eficaz del Proceso penal. El problema radica en la fijación de los límites a los que deben atenerse los Poderes Públicos en el uso de esa fuerza. Precisamente por ello, nuestra Constitución ha establecido unos derechos que deben ser observados, garantías que deben cumplirse y que a la vez suponen la prohibición de todas aquellas conductas que impliquen la vulneración de los mismos. En otros casos ha prohibido de forma explícita la realización de determinadas prácticas, atendiendo a su especial gravedad. Así se establece: a) Prohibición absoluta de la tortura como medio para alcanzar la confesión del investigado y protección para quienes se vieran afectados por ella. (art. 15 CE, arts. 389, III y 391, III LECRIM, y art. 174 CP, además del Convenio de Nueva York de 1984, ratificado por España). b) Dos reglas que afectan a la prueba y que también protegen al acusado: la de la libre valoración de la prueba, (arts. 717 y 741, I LECRIM) de manera que el juez sólo está vinculado por las reglas de la sana crítica a la hora de conceder valor a los resultados de las pruebas practicadas; y la de presunción de inocencia, (art. 6.2 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales de 1950, en adelante abreviado CEDH, y art. 24.2 CE) que exige la presencia de una prueba de cargo que fundamente una posible sentencia de condena. El Derecho procesal penal necesita en determinadas ocasiones interferir e incluso vulnerar derechos fundamentales de los ciudadanos, con el fin de llevar a cabo una eficaz persecución de las 6 MÓDULO I UNIDAD I conductas criminales y estar en condiciones de juzgar a quienes pudieran ser culpables de aquéllas. Son numerosos los ejemplos de actuaciones que pueden llevarse a cabo a lo largo del proceso penal y que pueden ser vulneradoras de algún derecho fundamental. Por ejemplo, la detención o la prisión provisional afectan al derecho a la libertad (Art. 17 CE), la intervención de las comunicaciones afectará al derecho a la intimidad (Art. 18.1 CE) y la entrada y el registro en un domicilio supondrá una vulneración del derecho a la inviolabilidad del mismo (Art. 18.2 CE). Estas medidas que suponen el ejercicio del poder frente a derechos de los ciudadanos, son necesarias en algunas ocasiones para poder cumplir con los fines del Proceso penal. El legislador constituyente lo ha considerado así, pero a la vez ha establecido cuáles son los requisitos mínimos para que los derechos fundamentales puedan ser sacrificados en beneficio de la investigación penal o de la posible condena del efectivo culpable. Por lo tanto, podría decirse que la Constitución desempeña una labor fundamental en lo que a la regulación del proceso penal se refiere, principalmente en ese equilibrio que es necesario establecer entre los dos fines fundamentales del derecho procesal penal: la investigación y búsqueda de la verdad con la condena de los culpables y la garantía de los derechos que evite la condena de los inocentes. En la concreción de cuáles son los límites que el proceso procesal debe respetar y los supuestos en los cuales estará permitido que se sacrifiquen derechos fundamentales en aras de aquéllos, así como en las garantías que se deberán observar durante la realización del proceso hasta que se dicte una sentencia, habrá que considerar como referencia ineludible el texto constitucional. Junto a esto y para garantizar que estos derechos sean efectivos nuestro ordenamiento también ha establecido un recurso especial ante el Tribunal Constitucional, que tiene como finalidad el amparo de las posibles vulneraciones de derechos fundamentales reconocidos por la Constitución y no sólo aquellos que se puedan haber visto afectados por un proceso penal. De esta forma nuestro Estado de Derecho garantiza que se puedan detectar en la práctica los supuestos en los cuales se ha infringido algún derecho fundamental durante la realización de un proceso penal, garantizándose que éste se ha llevado a cabo dentro de los límites constitucionales. 1.3. La constitucionalización del proceso penal Como ya se ha dicho en epígrafes anteriores, nuestra Constitución recoge derechos y garantías que deben ser observados en el proceso penal. Era el caso del principio de presunción de inocencia o el de libre valoración de la prueba. Es un hecho que nuestra Constitución ha recogido expresamente en una serie de preceptos un conjunto de normas procesales penales a las que, por tanto, ha concedido el rango de constitucionales. La normativa procesal penal de la CE permite realizar la siguiente distinción: Por un lado, se regulan derechos fundamentales de carácter procesal penal, proclamados por el legislador para lograr en definitiva una sentencia penal justa; de otro, en ella se han constitucionalizado normas procesales de la máxima importancia, generalmente reguladoras de principios básicos del proceso penal, como por ejemplo el de oralidad, o se ha establecido el conjunto de normas que, al regular un proceso 7 MÓDULO I UNIDAD I constitucional, permiten la tutela por el Tribunal Constitucional (en adelante abreviado TC) de los derechos constitucionales previamente consagrados. En efecto, y en ese sentido, la CE recoge entre sus normas importantes derechos fundamentales y principios de carácter procesal penal, cuya aplicabilidad directa viene encomendada a todos los Juzgados y Tribunales, quedando el último control en manos del Tribunal Constitucional. Por establecer algún criterio para la enumeración de estos derechos y principios de carácter procesal seguiremos la distinción que hicimos sobre los tres ámbitos sobre los que se proyecta el Derecho Procesal: el del derecho a la tutela jurisdiccional, el de los órganos jurisdiccionales que la conceden y los cauces a través de los cuales se otorga esa tutela. 1. Comenzando por los órganos que otorgan la tutela, hay que decir que determinados principios procesales constitucionales hacen referencia a la Jurisdicción, es decir, al poder que dimana de la soberanía del Estado, que se ejerce exclusivamente por los Tribunales de Justicia, que son independientes y están predeterminados por la Ley, y que consiste en juzgar irrevocablemente y hacer ejecutar lo juzgado, acogiendo lo pedido por el demandante o rechazándolo. Pues bien, la Constitución ha consagrado los siguientes principios relativos a la Jurisdicción: a) El principio de su unidad (art. 117.5 CE). b) El principio de la exclusividad de la Jurisdicción (art. 117.3 CE). c) El principio de la independencia judicial, expresamente reconocido en el art. 117.1 CE. d) El principio del Juez legal (art. 24.2 CE). e) El sistema español ha optado casi siempre por el Juez técnico o de carrera, es decir, el órgano jurisdiccional profesional, aunque en diferentes etapas históricas y ahora en la Constitución y legislación vigentes, se admite también el Jurado (art. 125 y Ley Orgánica, en adelante abreviada LO, 5/1995, de 22 de mayo). El Juez de Paz es también Juez lego. 2. La CE consagra también importantes principios que hacen referencia al derecho a la tutela jurisdiccional o lo que es lo mismo, al derecho de acción aplicado en el proceso penal: a) El fundamental es, sin duda, el derecho al libre acceso a los Tribunales de Justicia (art. 24.1 CE). Ello alcanza incluso a las personas con medios económicos limitados, pues tienen garantizado constitucionalmente el derecho al beneficio de justicia gratuita en el art. 119 CE, y en la Ley 1/1996, de 10 de enero, de Asistencia Jurídica Gratuita. La consagración de este derecho es especialmente importante en nuestro sistema de enjuiciamiento criminal, ante el reconocimiento de la acción popular. b) A su vez, la constitucionalización del derecho de acción ha implicado la elevación al rango fundamental de una serie de garantías que tienden a hacerlo efectivo, concretamente, prohíbe nuestra norma suprema las dilaciones indebidas del proceso (art. 24.2), puesto que la tardanza en otorgar Justicia significa, evidentemente una denegación de la misma, una cortapisa o, incluso, negación del derecho de acción. 3. Por último, la Constitución contiene también referencias explícitas y fundamentales al cauce a través del cual se otorga la tutela jurisdiccional solicitada que no es otro que el proceso y lo considera, generalmente, desde el punto de vista de los principios que afectan al proceso y al procedimiento: Igualdad; Contradicción o audiencia (v. lección siguiente); principio de observancia de las garantías procesales debidas (art. 24.2), que quiere ser aunque sin conseguirlo además de la constitucionalización 8 MÓDULO I UNIDAD I general en nuestro país del principio del due process of law, la máxima que pueda cubrir omisiones constitucionales respecto a otros principios procesales igualmente fundamentales; principio de la presunción de inocencia, consagrado en el art. 24.2 CE vigente, de contenido fundamentalmente penal; oralidad; publicidad; y el principio de prohibición de la duplicidad de sanciones, que consiste en que, al igual que otros países democráticos, aunque sin reconocimiento constitucional expreso en España, no se puede volver a enjuiciar un hecho punible, si ya se está juzgando en esos momentos, o si ya ha sido juzgado, en virtud de la llamada litispendencia, en el primer caso, y de la cosa juzgada en el segundo (art. 666-2ª de la Ley de Enjuiciamiento Criminal). La Jurisprudencia del Tribunal Constitucional español ha reconocido sin dificultad alguna la vigencia de este principio en nuestro Ordenamiento, ya desde sus inicios (v., v. gr., S 2/1981, de 30 de enero). 2. La acción penal Como ya se estudió en el curso de Introducción al Derecho Jurisdiccional, el concepto de acción civil no sirve para el ámbito penal. No puede hablarse en este ámbito de la existencia de un derecho subjetivo público a favor de un sujeto, a que se le conceda la tutela jurisdiccional concreta que ha solicitado. Sólo los órganos jurisdiccionales penales tienen en exclusiva la potestad de castigar los delitos. Puesto que el derecho a castigar sólo lo tiene el Estado, únicamente se da una relación jurídica entre dichos órganos jurisdiccionales que ejercen dicho poder frente al responsable criminal. Ni siquiera el Ministerio Fiscal, que como veremos más adelante, se dice que es el titular de la acción penal tiene tal derecho subjetivo público, sino que más bien, para dicho órgano público se trata de un deber que le viene impuesto legalmente de ejercitar la acción penal siempre que se dé el supuesto legal para ello. Por lo tanto, sólo podría hablarse de derecho de acción en el proceso penal en el sentido de un hipotético derecho al proceso, esto es, a que se siga todo el proceso legalmente previsto cuando se den los presupuestos para ello. En este sentido, el ciudadano tendrá la potestad de constituirse en parte acusadora a través de las distintas figuras que permite nuestra ley procesal penal, pero nunca un “derecho al castigo” o “derecho a una condena”. Además, para que un proceso penal se inicie y se siga legalmente no es ni siquiera necesario que éste sea instado por un particular o por el Ministerio Fiscal, sino que el propio órgano jurisdiccional tiene el deber de iniciarlo si tiene conocimiento de unos hechos que pudieran ser constitutivos de delito. Finalmente, para recopilar, podríamos decir que nuestra legislación procesal no define un concepto unívoco de “acción penal”, sino que se refiere a ella con diversos sentidos: -Como deber u obligación del Ministerio Fiscal de ejercitar la acción penal cuando se den los supuestos legalmente previstos. -Como derecho del perjudicado u ofendido por cualquier acción delictiva a ejercitar la acusación en un proceso penal. -Como derecho de cualquier ciudadano, en virtud del art. 125 de la CE, a ejercitar la llamada “acción popular”. 3. Las fuentes del Derecho procesal penal 9 MÓDULO I UNIDAD I Al igual que ocurre con el Derecho procesal en general, sólo puede ser fuente del Derecho Procesal Penal la ley. Al tratarse de Derecho Público, de las normas que regulan el ejercicio del “ius puniendi” del Estado, no puede dejarse en el ámbito de la autonomía de la voluntad de las partes la creación de normas que lo regulen. Ello supondría una gran inseguridad jurídica que no puede ser admisible, vistas las garantías constitucionales que se exigen en el proceso penal. Son fuentes del Derecho Procesal penal junto con la Ley de Enjuiciamiento Criminal: a. La Constitución Española. b. Los Tratados Internacionales, como la Declaración Universal de Derechos Humanos, El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales. c. La Ley Orgánica 5/1995, de 23 de mayo, del Tribunal del Jurado d. La Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial. e. La Ley Orgánica 5/2000, de 12 de enero, reguladora de la responsabilidad penal de los menores. f. La Ley 3/2003 de 14 de mayo sobre la orden europea de detención y entrega. 4. Los principios del proceso penal; introducción En este apartado se explicarán brevemente cuáles son los diferentes principios que rigen en los procesos jurisdiccionales, con especial referencia al proceso penal. Para poder comprender el alcance que estos principios tienen en este tipo de procesos parece conveniente hacer una pequeña introducción acerca de cuál es su estructura y funcionamiento. Se ha dicho que el proceso penal tiene como finalidad el descubrimiento de la verdad material con el fin de verificar si se han cometido hechos delictivos y descubrir a los responsables de los mismos para imponerles la pena que para dicha conducta esté legalmente prevista. Pues bien, para conseguir este fin el proceso penal se divide en dos partes claramente diferenciadas entre sí: la instrucción y el juicio oral. Veremos, a grandes rasgos en qué consisten cada una de estas fases. La primera se centra en la investigación de los hechos y del presunto delincuente y habilita los instrumentos que dentro de la legalidad permitan alcanzar este fin con la mayor eficacia posible. Con esta investigación se pretende un doble fin que está interrelacionado: Primero: que no se llegue al juicio oral para el enjuiciamiento de hechos y de personas sobre los que no existan unos indicios racionales de criminalidad. Segundo: la preparación del juicio oral. Para conseguir estos fines el legislador ha previsto conceder una cierta “ventaja” a quien dirige la investigación y a quienes llevan a cabo las concretas diligencias investigadoras que se consideran necesarias, precisamente, para el buen fin de la investigación. Como contrapartida, si al final de esta fase no se han conseguido los indicios racionales requeridos, el proceso quedará archivado de forma definitiva o provisional según el caso. 10 MÓDULO I UNIDAD I En cambio, si tras la realización de esta fase tenemos indicios racionales de que se han cometido hechos que podrían ser calificados como delito leve o delito y tenemos alguna o algunas personas que pudieran ser penalmente responsables de estos hechos, procederá la llamada apertura del juicio oral; esto es, el inicio de la fase de plenario del juicio oral. En esta fase es en la que se enjuician realmente los hechos y la única que puede conducir a la absolución o condena de una persona por la comisión de unos hechos delictivos. La diferencia entre ambas fases es muy marcada, así como la separación entre los materiales que se obtienen y que son tenidos en cuenta en cada una de ellas. En muchas ocasiones tendremos que hacer distinción entre las dos fases cuando se trate de conocer los principios que se aplican en cada caso o el valor que de cara al resultado del proceso tendrán las actuaciones realizadas en dichas fases. Con carácter general ya se estudiaron estos principios del proceso en el curso pasado. Procederemos ahora a repasarlos y fundamentalmente a estudiarlos en relación con el proceso penal, haciendo especial hincapié en su aplicación a este tipo de procesos. 4.1.Principios jurídico-naturales del proceso Antes de comenzar con el estudio de los principios jurídico-naturales del proceso conviene recordar lo que ya se dijo sobre el proceso penal. En concreto, afirmamos que el proceso penal era el cauce a través del cual la sociedad reaccionaba de forma jurídica en un Estado de Derecho frente a la realización de conductas lesivas de derechos dignos de protección y que hayan sido calificadas por la propia sociedad como delitos o delitos leves. Prescindiendo de las notas que serían específicas del proceso penal, cualquier proceso jurisdiccional se caracteriza por ser el conjunto de actos jurídicamente reglados que sirve de cauce a través del cual se ejerce la jurisdicción. Procedimientos hay muchos y en especial de tipo administrativo, pero para que este conjunto de actos pueda ser efectivamente considerado como un proceso de naturaleza jurisdiccional es necesario que se den en él una serie de principios, que se denominan jurídico-naturales. Sin ellos no estaríamos ante un verdadero proceso jurisdiccional sino ante un simple procedimiento. Por lo tanto, los principios jurídico-naturales del proceso son aquellos que deben darse en cualquier proceso para que éste tenga naturaleza jurisdiccional, con independencia de si el proceso es penal, civil, laboral o contencioso administrativo. Estos principios ya existían en nuestro ordenamiento procesal, contemplados aunque no de forma expresa en preceptos de las leyes procesales y por supuesto sin que tales leyes tuvieran rango constitucional. Dada la gran importancia de estos principios, nuestro texto constitucional los recogió y les dio la categoría de derechos fundamentales, garantizando así su respeto por parte del legislador que debe tenerlos presentes cuando elabora las normas procesales. Para los ciudadanos, este reconocimiento expreso les permite que puedan recurrir en amparo cuando sea vulnerado alguno de estos derechos. Con ello se ha producido entonces lo que muchos han calificado como “constitucionalización del proceso”. La mencionada constitucionalización ha incidido de forma especial sobre el proceso penal, mucho más sensible a los derechos de la persona que pueden verse afectados por el mismo. El proceso penal, como instrumento para el ejercicio del “ius puniendi” por parte del Estado requiere en muchas 11 MÓDULO I UNIDAD I ocasiones limitar alguno de los derechos fundamentales de la persona, como son la libertad o la intimidad por mencionar algunos de los que suelen verse afectados. De ahí que los mismos principios constitucionales del proceso sirvan para garantizar los límites en los que debe desarrollarse el proceso penal. Veamos brevemente cuáles son estos principios y en qué consisten: – Principio de igualdad: Este principio ha sido recogido como derecho fundamental en el artículo 14 de la Constitución Española donde se dice que: “Todos los españoles son iguales ante la ley”. Evidentemente, este derecho tiene aplicación en todos los ámbitos de la sociedad española en general y en el ámbito jurídico más en particular y no de forma exclusiva en el derecho procesal. Pero también es importante saber que en éste último tiene un significado concreto y unas aplicaciones específicas que es necesario conocer. El principio de igualdad debe estar contemplado en la ley procesal, de manera que ésta conceda a las personas que se proponen acceder a un proceso judicial o que están actuando en él, el mismo tratamiento. Esto implica, en primer lugar, que todas las personas deben tener igual oportunidad de acceso a los órganos jurisdiccionales para que se les reconozcan y tutelen los derechos e intereses que hagan valer ante la jurisdicción. En segundo lugar, también significa que, iniciado un proceso, las partes se encuentran ante un juez imparcial que debe conceder a ambas iguales posibilidades y derechos en el proceso, someterlas a las mismas cargas y repartir entre ambas el riesgo en el resultado del proceso. De alguna forma se ha resumido como el derecho que tienen las partes a tener iguales oportunidades de ataque y de defensa, o igualdad de armas procesales. Se trataría, en definitiva, de poner a las partes en una posición de igualdad tanto de oportunidades positivas como de cargas u obligaciones, que hagan que la solución final sea más justa y equilibrada. Ahora bien, esta igualdad como principio constitucional se encuentra con diferentes interpretaciones o aplicaciones en función del proceso de que se trate. De manera especial es necesario adaptar este principio en el caso del proceso penal y concretar cuáles son sus manifestaciones, ya que por sus propias características éste necesita de una aplicación que podría calificarse de matizada. Y es que el proceso penal se inicia como consecuencia de unos hechos (los presuntamente delictivos) que han provocado una situación de desigualdad. Esta situación fue descrita elocuentemente por quien fuera Ministro de Justicia en el momento en el que se aprobó la Ley de Enjuiciamiento Criminal y así lo plasmó en la Exposición de Motivos. En su primera fase, el proceso penal pretende dar al Estado y a quienes lo representan la ventaja con la que previamente han contado quienes han realizado las actuaciones supuestamente delictivas. La situación en la que se encuentran quienes persiguen los hechos delictivos en este estadio inicial del proceso no puede ser la misma que la de aquéllos que han cometido los hechos delictivos, ya que esto impediría en la mayoría de las ocasiones que la investigación llegara a buen término, en especial porque el hecho de que los investigadores estuvieran en la misma 12 MÓDULO I UNIDAD I posición que los investigados dificultaría uno de los principales objetivos del proceso penal, que es la búsqueda de la verdad material, saber qué es lo que ocurrió realmente. Por lo tanto, podría decirse que se tolera una cierta desigualdad entre las partes en esta fase inicial del proceso penal, desigualdad que ha sido mitigada respecto de aquella prevista en la originaria Ley de Enjuiciamiento Criminal. De este modo existen iguales oportunidades de conocimiento y de defensa para cualquiera de las partes, así como de intervención en las diligencias ya propuestas, o cuando se trata de proponer otras diferentes. No obstante ello, existe un desnivel claro principalmente a favor del Ministerio fiscal. Una vez que se pasa a la fase del juicio oral la situación es diferente, ya que vuelve a cobrar toda su relevancia el principio de igualdad. – Principio de Audiencia y de contradicción: Este principio está recogido en el artículo 24.1 de la Constitución, que otorga el derecho a la tutela judicial efectiva y prohíbe la indefensión. Responde igualmente al principio de que nadie puede ser condenado sin ser oído y aunque rige en cualquier tipo de proceso, tiene especial relevancia para el proceso penal. Consiste en dar a todas las personas que pudieran ver afectada su posición jurídica por el resultado de un proceso la efectiva oportunidad de influir en el mismo. Ello implica que puedan solicitar información y se les conceda; que se les permita alegar cuanto consideren oportuno respecto de las distintas actuaciones del proceso e introducir los materiales que mejor convengan a su derecho. Es esencial para la comprensión de este principio hacer hincapié en el hecho de que debe darse la posibilidad efectiva y real de que quien pueda verse afectado por un proceso (principalmente las partes) pueda llevar a cabo una serie de actividades en el mismo que más adelante se detallarán, pero que están estrechamente relacionadas con el régimen de comunicaciones y notificaciones. Por lo tanto, dos notas caracterizan el principio de audiencia: que exista la posibilidad de ser oído y de alegar, y que ésta sea efectiva y real. El que posteriormente dicha posibilidad se ejercite o no tendrá relevancia en función del tipo de proceso de que se trate, pero en lo que todos coinciden es en que, al menos, la posibilidad debe darse. La primera exigencia del principio de audiencia no es otra que la efectiva presencia de las partes en el proceso. Sin adelantar conceptos que se verán más adelante, puede afirmarse que en todo proceso jurisdiccional hay una dualidad de partes: una que toma la iniciativa en el proceso y otra que se ve afectada de forma pasiva por el mismo. Pues bien, con carácter general, la efectiva presencia de quien toma la iniciativa en el proceso es esencial para el desarrollo del mismo, en cambio, la presencia real de quien se ve afectado por aquél no siempre será necesaria, pudiéndose desarrollar el proceso en su ausencia. Eso sí, siempre que se le haya dado la tan mencionada posibilidad efectiva y real de comparecer y alegar. Es importante destacar ya en este momento que las exigencias del principio de audiencia en el proceso penal son muchas y no es posible, salvo excepciones legalmente determinadas, que éste se celebre sin la presencia efectiva del acusado. Presentes las partes en el proceso, las exigencias del principio de audiencia y contradicción también determinan las efectivas posibilidades que se les den a las partes en el 13 MÓDULO I UNIDAD I proceso para que aleguen e intervengan en la práctica de las pruebas. En el caso del proceso penal, hay que distinguir la posibilidad de intervención de las partes en la fase de instrucción y en la del juicio oral. En la primera hay un momento decisivo en la aplicación de este principio. Se trata del momento de la imputación formal de la persona que hasta entonces sólo estaba siendo investigada. La adquisición de la condición de investigado le coloca en la misma posición que las partes que dirigen la investigación y le da derecho a conocer y alegar acerca de las diligencias ya practicadas y a proponer las que considere oportunas, en condiciones de plena contradicción. Este principio sólo se verá afectado, en su caso, cuando se haya decretado el secreto de sumario, tal y como se verá más adelante. En el caso del juicio oral la posibilidad de contradicción entre las partes está totalmente garantizada. – Principio de defensa: La vulneración de cualquiera de los anteriores principios supone a su vez una violación del principio de defensa. No obstante ello, el principio de defensa está garantizado en nuestra Constitución como una garantía por sí misma, al estar recogida expresamente en el Art. 24 cuando dice que todas las personas tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos “sin que, en ningún caso, pueda producirse indefensión”. El concepto de indefensión es muy amplio e indeterminado, por lo que ha sido labor de la jurisprudencia del Tribunal Constitucional perfilar su contenido. Así lo ha hecho especificando una serie de manifestaciones que se consideran vulneración de este principio. En los seminarios y prácticas veremos ejemplos de esta jurisprudencia. En cualquier caso, la propia Constitución ha señalado como manifestaciones concretas de este principio de defensa: a) El derecho a la asistencia letrada: que la parte sea asistida técnicamente por un profesional del Derecho que sea quien defienda sus intereses. Este derecho asiste a todos los ciudadanos de manera que quien tenga recursos económicos podrá designar a un abogado de su elección y a quien carezca de ellos se le garantizará el nombramiento de uno de oficio. Todo ello siempre que la presencia de letrado sea preceptiva para la validez de los actos procesales. b) El derecho a ser informado de la acusación: Este derecho rige en el proceso penal e impide que los ciudadanos puedan ser perseguidos penalmente y sometidos a un proceso sin que sean informados acerca de lo que se les acusa. El acto de la imputación es el momento a partir del cual es necesario que se le informe al sujeto sobre los hechos de los que se le acusa para que se respete este derecho constitucional. c) El derecho a la utilización de los medios de prueba pertinentes. Es indudable que para garantizar la efectiva posibilidad de defensa de quien se ve sometido a un proceso es necesario que pueda utilizar cuantos medios de prueba estén a su alcance y que puedan servir para demostrar su inocencia o su razón. Por lo tanto, la aplicación de este principio a cualquier tipo de proceso significa que el justiciable tiene derecho a que sean admitidas y practicadas 14 MÓDULO I UNIDAD I por el Juez o Tribunal todas aquellas pruebas de que intente servirse siempre que éstas sean pertinentes y adecuadas a los requisitos que las leyes de procedimiento establecen. La principal limitación a la utilización de pruebas en el proceso es la licitud de las mismas, de manera que tanto la LOPJ (Art. 11) como la LEC (Art.287) prohíben la utilización de pruebas obtenidas con vulneración de derechos fundamentales. Esta limitación es especialmente relevante en el ámbito del proceso penal y por ello será objeto de especial tratamiento en los temas correspondientes a las diligencias de investigación y a los medios de prueba. – Principio del Juez legal o Juez ordinario predeterminado por la ley: Este es también un principio que informa la potestad jurisdiccional y significa que es necesario que el órgano judicial que conoce de un proceso debe haber sido creado conforme a las normas legales, con anterioridad a la aparición de los hechos que han sido la causa del mismo. Si este requisito no se cumple y el proceso se lleva a cabo por un órgano judicial que no es el predeterminado por la ley, ese proceso será nulo por lo que también deberá considerarse a este principio como informador del proceso y como derecho fundamental, susceptible de recurso de amparo por el Justiciable ante el Tribunal Constitucional. – Derecho a un proceso público, sin dilaciones indebidas y con todas las garantías: Estos derechos están contemplados en el Art. 24.2 CE y vienen a ser como una cláusula de cierre en lo que a derechos constitucionales del proceso se refiere. Así, el derecho a un proceso público también está contemplado en el Art. 120 CE donde se afirma que “las actuaciones judiciales serán públicas, con las excepciones que prevean las leyes de procedimiento”. Ahora bien, hay que entender que este derecho a un proceso público, como derecho a que éste se desarrolle ante todo aquél que quiera estar presente en las sesiones del mismo, no es absoluto y puede ser limitado por razones de orden público. En cuanto a la publicidad para las partes, ésta debe ser garantizada en todo caso y sólo puede ser limitada en casos legalmente previstos, por el procedimiento legalmente establecido y nunca de forma definitiva. Será el caso, por ejemplo, del decreto del secreto de actuaciones cuando se acuerde la adopción de una medida de intervención de comunicaciones telefónicas, ya que no tendría ningún sentido intervenir un teléfono de quien ha sido informado de tal intervención y de los hechos por los que se le investiga. Pero como decimos, esto es una excepción, ligada habitualmente a la fase de investigación de un proceso penal y que no debe prolongarse en el tiempo (Ver art. 302 LECrim.). En cuanto al derecho a un proceso sin las dilaciones indebidas, no puede ser nunca entendido como el derecho constitucional a que todas las actuaciones procesales se realicen en plazo, algo que por otra parte nunca sucede. Por lo tanto, sólo debe entenderse como el derecho a que los retrasos o dilaciones del órgano jurisdiccional no sean absolutamente injustificados ni abusivos. Hay que tener en cuenta que suele aplicarse como atenuante analógica del artículo 21 6ª del Código Penal la de existencia de dilaciones indebidas en el proceso. 15 MÓDULO I UNIDAD I Por último, el derecho a que el proceso se desarrolle con todas las garantías es como una cláusula de cierre que recoge todos los principios constitucionalmente reconocidos y que se han mencionado hasta ahora. 4.3 Los principios jurídico-técnicos: oportunidad y necesidad; dispositivo-oficialidad y aportación de parte-investigación de oficio La existencia de principios jurídico-técnicos en los procesos jurisdiccionales responde a una realidad: que todo proceso judicial, como vehículo para la aplicación del derecho es una creación del legislador. Para la creación de dichos procesos éste debe respetar los que antes hemos calificado como principios jurídico-naturales ya que en caso contrario no estaríamos ante un proceso jurisdiccional. Pero una vez que se respetan estas garantías el legislador puede configurar técnicamente el proceso atendiendo a dos factores: el fin que se persigue y la naturaleza de los derechos que están en el fondo de este tipo de procesos. Por ello, para entender en qué consiste cada uno de estos principios no hay que perder de vista estos fines y el derecho que se pretende aplicar en el proceso en cuestión. – Principios de Oportunidad y Necesidad: Estos principios se refieren como su propio nombre indica a la oportunidad o a la necesidad de la propia utilización del proceso jurisdiccional para la aplicación del Derecho en cuestión. El Derecho Penal necesita, por su propia naturaleza, del proceso jurisdiccional para su aplicación. El Derecho Penal es el que contempla las conductas que son criminalmente reprobables en nuestra sociedad y les asocia una pena como castigo o sanción. Por lo tanto, la aplicación del Derecho Penal que supone la imposición de esa pena no puede hacerse sino por medio del proceso penal. Esto significa que el Principio de Necesidad tiene su máxima expresión en este tipo de procesos y significa que siempre que se dé el supuesto de hecho previsto en la norma penal deberá darse inicio a un proceso penal para, en su caso, aplicar la sanción correspondiente. En cambio, el Principio de Oportunidad permite a quienes tienen la capacidad para ello decidir si solicitan el inicio de un proceso jurisdiccional o no, atendiendo precisamente a motivos de oportunidad. Este principio lo aplica el propio legislador cuando establece qué conductas serán penalmente perseguibles y cuáles no, por ejemplo, al establecer un valor mínimo para que exista un delito o delito leve contra la propiedad, o también al diseñar un proceso o una institución propia del proceso y atribuirle a alguna de las partes la capacidad para decidir si solicita que el proceso siga adelante o que se le ponga fin, así como al establecer el grado de vinculación del juzgador a la petición de la parte en cuestión (ver más adelante el tema de la conformidad). También el Ministerio Fiscal, dado su papel de acusador oficial y de encargado de ejercitar la acción penal, puede en ocasiones y atendiendo a directrices de la fiscalía decidir que algunas conductas consideradas como “criminalidad de bagatela” no sean perseguidas 16 MÓDULO I UNIDAD I penalmente. Pero, en cualquier caso y a pesar de que este principio se ha ido introduciendo cada vez más en el proceso penal, el principio dominante en este proceso es sin duda el de Necesidad. – Principio Dispositivo y de Oficialidad: El principio dispositivo se relaciona con el derecho de carácter también dispositivo o sobre el que los sujetos gozan de capacidad de disposición. En general, el Derecho Privado es derecho dispositivo. Derechos como el de propiedad o derechos de crédito o cualquier relación obligatoria que haya nacido como consecuencia de un acuerdo entre las partes pueden ser ejercitados y reclamados judicialmente en la medida en que las partes implicadas estén de acuerdo. Por ejemplo, nada impediría que si le vendo a mi hermano mi coche y éste no me paga el dinero que habíamos pactado yo renuncie a cobrar ese dinero y le perdone la deuda o que modifique los plazos para el pago. Por lo tanto, yo puedo disponer de ese derecho. En cambio no puedo disponer sobre mi Estado Civil o sobre mi filiación, ni en general sobre cualquier situación jurídica de Derecho Público, en la que el Estado tenga un interés que haya manifestado a través de una regulación concreta. Si se han entendido estas ideas también será fácil comprender su aplicación en un proceso judicial. Cuando el derecho que se discute en el proceso es de carácter dispositivo, como ocurre en la mayoría de procesos civiles, el principio que rige es el dispositivo. Esto significa tres cosas principalmente: a) Que el inicio del proceso, su desarrollo y su posible fin anticipado depende de la voluntad de las partes. b) Que el objeto del proceso vendrá fijado por las actuaciones de las partes en el proceso y principalmente a través de sus alegaciones y de la prueba. c) La sentencia versará exclusivamente sobre el objeto que las partes han fijado. En cambio el Derecho Penal es Derecho Público y su aplicación no depende de la voluntad de las partes. Ello es lógico ya que en muchas ocasiones la víctima (que sería la única interesada en que el proceso penal se iniciase) no está en condiciones de llevar a cabo ninguna actuación. Pero, sobre todo, porque nuestro Estado de Derecho tiene que garantizar una seguridad a la que contribuye el Derecho Penal de forma imprescindible. Por lo tanto el Estado tiene interés en la persecución de las conductas tipificadas en las normas penales y para ello necesita que el proceso penal no esté exclusivamente en manos de los particulares. De ahí que el principio de oficialidad signifique: a) Que el inicio del proceso, su desarrollo y su posible fin anticipado no dependerá de la voluntad de las partes, sino que se encarga a un órgano público como es el Ministerio Fiscal que ejercite la acción penal y que la sostenga durante todo el proceso. b) Que el objeto del proceso no vendrá fijado exclusivamente por las actuaciones de las partes, sino que el órgano jurisdiccional podrá intervenir en los términos legalmente establecidos, ordenando la práctica de diligencias de investigación o instando a las partes a que modifiquen sus escritos de calificación. 17 MÓDULO I UNIDAD I c) La sentencia podrá pronunciarse en términos diferentes de los solicitados por las partes respetando unas garantías determinadas en la ley procesal penal. – Principio de aportación de parte y de investigación de oficio: Estos principios están relacionados con la finalidad del proceso en el que se aplican. En concreto el de aportación de parte está vinculado con el principio dispositivo y se aplica principalmente en el proceso civil que, como se ha dicho, es un instrumento del que los interesados disponen para la realización de sus derechos y que busca la llamada verdad formal. Esto significa que en el proceso civil la realidad sobre la que el juez conoce y finalmente juzga es aquella que las partes le presentan, sin que éste pueda tener en cuenta otros materiales que no sean los aportados por aquéllas y sin que pueda tomar la iniciativa en su incorporación al proceso. Por lo tanto, el principio de aportación de parte significa que son éstas las encargadas de introducir los hechos sobre los que versará el proceso y la futura sentencia a través de sus alegaciones y de proponer la práctica de pruebas sobre tales hechos. Al contrario ocurre con el principio de investigación de oficio que rige en el proceso penal y principalmente en la fase de instrucción en la que el Juez Instructor tiene la misión de dirigir la investigación, la controla y puede ordenar que se realicen cuantas actuaciones considere oportunas, sin verse limitado por las peticiones del Ministerio Fiscal o cualquiera de las otras partes acusadoras o investigados. La finalidad del proceso penal es la búsqueda de la verdad material, saber qué es lo que realmente ocurrió y no sólo lo que las partes alegan que ha ocurrido. La aplicación de este principio se ve atenuada en la fase del juicio oral en la que el juez o tribunal encargado del enjuiciamiento adopta una posición neutral, ya que se supone que la investigación para el conocimiento de los hechos se ha realizado en la instrucción y debe adoptar ahora una posición imparcial a la espera de lo que las partes aleguen y prueben. No obstante, el principio de oficialidad que hemos visto antes le concede unas posibilidades de intervención mayores de las que se dan en el proceso civil y que se irán viendo con el desarrollo de cada uno de los procedimientos. 5. Las formas del proceso: inquisitiva y contradictoria. La forma escrita y la forma oral Hasta ahora hemos visto los principios jurídico-naturales que serían los más intrínsecos a cualquier proceso jurisdiccional, los técnicos que ayudan a la construcción del proceso para que éste consiga sus fines; y nos queda por ver ahora la forma que puede adoptar un proceso y que vendría a ser lo más externo en la configuración del mismo. Que un proceso tenga una u otra forma no afecta a su propia naturaleza ni a su estructura técnica, de manera que tanto puede cumplir su fin de tutelar los derechos de los particulares un proceso civil que sea mayoritariamente escrito como aquél en el que predomina la forma oral. Ello no quiere decir que sea 18 MÓDULO I UNIDAD I indistinto utilizar una u otra forma ya que cada una tiene sus propias consecuencias que la hacen más apropiada o más adecuada para otorgar una tutela más efectiva a los ciudadanos. Forma inquisitiva y forma contradictoria: Hay que comenzar señalando que estas dos formas tienen su origen en procesos históricos y ninguna de ellas se da en la actualidad en su estado puro. Brevemente la forma inquisitiva tiene su origen en los procesos medievales y predomina la forma escrita y secreta. Se caracteriza por los siguientes rasgos: a) No existe dualidad de partes y un juez que sea un tercero imparcial. El Juez es prácticamente todopoderoso y ejerce su poder sobre todos los sujetos que intervienen en el proceso y que ocupan una posición pasiva respecto de su actividad. El Juez inicia el proceso, investiga, acusa y dicta la sentencia final. b) Para moderar este poder del Juez el sistema inquisitivo introduce correctivos: a. Se permite la apelación o segunda instancia que hace que otro órgano jurisdiccional revise lo actuado por el Juez inferior. b. El Juez debe valorar los medios de prueba de la forma que la ley le obliga, esto es, de acuerdo a unos parámetros previamente establecidos por aquélla. Es lo que se conoce como prueba tasada. En cambio la forma contradictoria aunque es la forma que predomina en la actualidad, en su estado puro era la propia de ordenamientos antiguos avanzados como era el caso del romano. Se caracteriza, además de por el predominio de la forma oral y la publicidad, por lo siguiente: a) El proceso se configura con dualidad de partes que se encuentran en posiciones opuestas e iguales, mientras que el Juez se encuentra en posición expectante y de esta forma asiste a la controversia entre las partes. En el proceso penal a esta forma contradictoria se la suele denominar como principio acusatorio, precisamente porque exige que exista un sujeto diferente del juez que tenga la misión de acusar de forma independiente. b) Para compensar los pocos poderes o facultades del Juez en los procesos regidos por la forma contradictoria no está prevista la apelación o segunda instancia y se le permite al Juez realizar una libre valoración de la prueba, según su libre convicción. Por lo tanto, ninguna de estas formas se da sin mezcla en la actualidad. En el proceso penal podría decirse que en la fase de instrucción predomina la forma inquisitiva ya que el Juez tiene el poder de dirigir la investigación, de ordenar que se practiquen diligencias de investigación, y muchas de las actuaciones son secretas para terceros e incluso para las partes. En cambio, en el juicio oral rige la forma contradictoria, con dualidad de partes que son las que llevan toda la iniciativa del proceso mientras que el Juez se mantiene expectante. Ahora bien, en la actualidad se ha querido conceder con carácter general el derecho a un recurso o a una segunda instancia, propio del sistema inquisitivo a la vez que se fijaba para el proceso penal el régimen de la libre valoración de la prueba. Debido, por tanto, a la existencia de rasgos tanto del 19 MÓDULO I UNIDAD I sistema inquisitivo como del contradictorio, al sistema penal español se le denomina “acusatorioformal”, que quiere decir que predomina el sistema acusatorio con forma contradictoria pero con manifestaciones del inquisitivo. Forma oral y escrita. Publicidad y Secreto: Nuestra constitución ha establecido que los procesos serán orales y públicos. La forma oral es por tanto la que nuestro legislador debe tener como objetivo a la hora de configurar los procesos. La forma oral significa como podría esperarse que las actuaciones del proceso se llevarán a cabo de forma oral. Ello implica la presencia de las partes con lo que se da una de las consecuencias de esta forma: la inmediación. Esta consiste en que el juez que se encargará de dictar la sentencia está en contacto inmediato con las partes y resto de sujetos que participan en el proceso y con todas las actuaciones que se desarrollan en el mismo. Por ello la fase de plenario de cualquier proceso penal se celebrará en forma oral. De esta manera el juez puede formar su juicio con mayor precisión y justicia ya que adquiere el conocimiento de los hechos que le servirán de base para juzgar “inmediatamente”, sin intermediarios. También contribuye la forma oral a la concentración de las actuaciones. Esta forma es más ágil y permite que las actuaciones que conforman una fase (por ejemplo, el juicio oral) se desarrollen en una sola vista, aunque ésta pueda suspenderse y durar varios días. Además la forma oral favorece la publicidad ya que las actuaciones realizadas oralmente pueden ser públicas y darse acceso a ellas a cuantas personas lo soliciten. La publicidad también se considera una garantía de la justicia. La forma escrita por el contrario implica el que las actuaciones se desarrollen en su mayor parte de esta forma. Cuando esto ocurre el proceso se ralentiza y hay que establecer unos plazos para que los diferentes actos se vayan sucediendo en el tiempo. Como consecuencia de todo ello se da lo que se conoce como preclusión, que vendría a ser el principio según el cual las actuaciones deben realizarse dentro del plazo que tienen señalado para ello y si tal plazo “precluye” ya no es posible realizar ese acto (preclusión absoluta), o bien se nos permitirá realizarlo pero sin que despliegue sus efectos (preclusión relativa). Precisamente para evitar los efectos negativos de la preclusión existe la llamada eventualidad que permite acumular actuaciones que son incompatibles entre sí, pero que asegura que si una de las actuaciones no es acertada se tendrá en cuenta la otra que se acumuló en su momento y ahora no se podría aportar. La forma escrita favorece que las actuaciones sean secretas y que únicamente las partes a las que se les da traslado de los escritos conozcan las actuaciones. En la actualidad, tanto en el proceso civil como en el penal existen actuaciones que se desarrollan de forma escrita, pero la tendencia es que la mayoría de los procesos sean orales. 20