ESTUDIO SOBRE ÉTICA SOCIAL ESTUDIO 3 CISNEROS Y LUTERO: ¿REFORMA MORAL O ESPIRITUAL? Por WENCESLAO CALVO La elevación de la moralidad y del intelecto humano [como pretendió Cisneros] no es el evangelio. Es otro evangelio: el evangelio de la religión o el evangelio del humanismo, pero no es el evangelio de Dios. Uno de los grandes personajes de la Historia de España fue el cardenal Cisneros. Vivió (1436-1517) en un período crucial, cuando España dejó de ser una yuxtaposición de reinos y pasó a convertirse en una nación que en poco tiempo alcanzaría la categoría de Imperio. El año del descubrimiento de América fue nombrado confesor personal de la reina Isabel y a partir de ahí la carrera de Cisneros no haría sino ascender de forma meteórica. Tres años después, en 1495, era nombrado arzobispo de Toledo, lo que significaba la máxima dignidad que el orden eclesiástico se pudiera alcanzar, ejerciendo de consejero religioso y político de la reina. A la muerte de ésta, y contra los pronósticos que hacían suponer la merma de influencia de su protegido, Cisneros supo ponerse del lado que a la postre resultaría vencedor en el enfrentamiento que personificaron el viudo de Isabel, Fernando, y su yerno Felipe el Hermoso, por la corona de Castilla. Como resultado, Fernando nombró a Cisneros cardenal e Inquisidor General del reino. A la muerte de Fernando, Cisneros sería la clave para sacar adelante, frente a las maniobras que buscaban otras alternativas, la candidatura de Carlos, el nieto de Isabel y Fernando, como rey de España. Pero al lado de su faceta política, Cisneros desplegó otra no menos importante, como fue la faceta reformista religiosa de la España de su tiempo, que lo convertiría en todo un adelantado de lo que después sería el Concilio de Trento. Desde su cargo como arzobispo de Toledo, y con el respaldo de Isabel, promovió una reforma del clero secular, que en sus pautas morales no era precisamente un ejemplo pues el concubinato estaba extendido por doquier y el absentismo era común entre los párrocos. Igualmente acometió la reforma del clero regular, al que el propio Cisneros pertenecía al ser franciscano, exigiendo a las órdenes religiosas el cumplimiento de sus reglas. Junto con este objetivo de elevar el nivel moral del clero, promovió otro no menos ambicioso: elevar también su nivel cultural. A él se debe la fundación de una de las instituciones docentes más notables de aquel tiempo, como fue la universidad de Alcalá de Henares, donde instituyó cátedras no solo de teología sino también de lenguas orientales, que posteriormente harían posible la edición de aquel portento de erudición que sería la Biblia Políglota Complutense. Así pues, Cisneros representa el espíritu que busca la reforma mediante el impulso moral e intelectual, pudiendo sintetizarse su obra en dos palabras: moralista y erudito; por la primera es un hombre que pertenece a la Edad Media, por la segunda al Renacimiento y al Humanismo. Sin embargo, hay una tercera cualidad que destaca en su personalidad y es que en la búsqueda de esos objetivos, y ante la resistencia ante los mismos, no va a dudar en emplear medidas coactivas para lograrlos. Y aquí es donde se nos presenta el aspecto siniestro de su personalidad, al usar la fuerza para convertir en masa a los moros de Granada al cristianismo, lo que originó una revuelta de los mismos en 1499.1500. Se dice que fue él también quien, desde su cargo como Inquisidor General, se ofreció a pagar a Fernando, para torpedear la intentona, la misma suma de 600.000 ducados que los judíos conversos habían ofrecido al rey si abolía la Inquisición. Por lo tanto, a las dos facetas ya mencionadas, moralidad y erudición, habría que añadir una tercera, fanatismo, dándonos las tres una semblanza del cardenal y de su reforma. El problema religioso que posteriormente llegaría a ser una cuestión de Estado nos enseña una lección intemporal: todo intento de imponer una religión por la fuerza, creará muchos adherentes externos a la misma que en su fuero interno renegarán de ella. O lo que es lo mismo, la imposición de la religión o de la moral es el camino mejor pavimentado para que por él se mueva a sus anchas la hipocresía. Pero aunque Cisneros no hubiera hecho uso de la fuerza para convertir a nadie, con todo, su reforma religiosa, basada en mejorar el nivel moral e intelectual del clero para así incidir beneficiosamente en el pueblo, se hubiera quedado coja. Y eso por una razón muy sencilla: la elevación de la moralidad y del intelecto humano no es el evangelio. Es otro evangelio: el evangelio de la religión o el evangelio del humanismo, pero no es el evangelio de Dios. La buena noticia (evangelio) consiste en que de afuera, no de adentro, nos viene la solución para un problema humanamente insoluble: que estamos perdidos y condenados por nuestro pecado y todo intento de autolibrarnos o autojustificarnos no hace sino empeorar nuestra situación. Ocho días antes de morir el cardenal Cisneros, hacía públicas Martín Lutero sus 95 Tesis, acontecimiento que se considera el nacimiento de la Reforma. Pero antes de llegar allí, Lutero había pasado por un largo proceso que había subvertido lo que creía cuando entró al convento. Durante esos años buscó su propia reforma personal al estilo que Cisneros hubiera aprobado, esto es, tratando de mejorar su nivel de moralidad mediante una férrea disciplina monacal. Rezos, ayunos, confesiones, misas, sacrificios y todo lo que pudiera ayudar, era practicado por Lutero en su ansia de ser aprobado por Dios. Pero nada de eso sirvió, antes al contrario, su conciencia no quedaba pacificada, ni siquiera después de que la absolución hubiera sido recibida en el confesionario. Sin embargo, la luz fue abriéndose paso en el lóbrego y tortuoso camino que aquel fraile agustino estaba recorriendo. Y esa luz vino de su contacto con las Sagradas Escrituras, donde pudo aprender que la justicia de Dios no es sólo un atributo divino o la retribución que paga a las obras, sino la bendición misma que él nos otorga gratuitamente mediante la fe en Cristo. En otras palabras, que aquello que los seres humanos buscan mediante la reforma moral de sus vidas, es concedido a todo aquel que, desesperando de sí mismo, viene a Cristo. El corolario de todo eso está claro: si la reforma (la obtención de la justicia) es un don de Dios, están demás todos los otros caminos para llegar a ella; es más, seguir sosteniendo la validez de los mismos es, en última instancia, rechazar lo que Dios ha preparado y empecinarse en lo que el hombre ha elucubrado. Las repercusiones de esta manera de entender la reforma se sucedían en cascada y obedecían a la ley de causa y efecto. Si la justicia de Dios es un don, se sigue que es de gracia y por lo tanto no hay mérito alguno por el que sea concedida, por lo que la sola fe, sin obras, es la condición necesaria para recibirla. Pero esto significaba que toda la doctrina del tesoro de méritos, que por siglos Roma había enseñado, se iba al traste. El único mérito ante Dios lo tiene Cristo y nadie más, siendo su mérito el que se nos cuenta a nosotros cuando creemos en él y por el que somos declarados justos por Dios. Toda esta revolucionaria, pero bíblica, manera de entender la reforma se podría resumir en una proposición que Lutero escribiera, junto con otras 96, unas semanas antes de hacer públicas las 95 Tesis: “No nos hacemos buenos por hacer cosas buenas; sino que cuando hemos sido hechos buenos, realizamos actos buenos” (Tesis 40). Lo cual estaba en las antípodas de lo que el cardenal entendía por reforma. Cisneros y Lutero: dos hombres y dos formas de entender la reforma. El primero poniendo el acento en la mejora de nuestras obras, el segundo anulando el valor de esas obras y destacando el valor de la Obra de Cristo por y para nosotros. ¿Significa eso que no había cabida en Lutero para las buenas obras? ¿Querrá decir ello que el evangelio no tiene repercusiones morales? ¿Qué da lo mismo el tipo de sociedad en la que vivamos, bien sea una donde el temor de Dios sea tenido en cuenta u otra donde la maldad campe a sus anchas? La respuesta de Lutero es un enfático no. De la misma manera que el apóstol Pablo defendió la justificación por la fe, pero ello no le fue obstáculo para anhelar una sociedad en la que vivamos quieta y reposadamente con toda piedad y honestidad (1 Timoteo 2:2), así fue con Lutero. Por eso es importante que tengamos en cuenta una de sus obras más significativas: A la nobleza cristiana de la nación alemana. Escrita en 1520 iba dirigida, como dice el título, a los gobernantes alemanes y en el mismo examina la situación de Alemania en sus aspectos eclesiástico, social y moral. Lo deplorable del estado de cosas al que Alemania había llegado es tratado por Lutero con precisión y rigor. Primero le da un repaso a Roma y a su curia, para a continuación tocar cuestiones que estaban a la orden del día en su nación. Por ejemplo, se hacía necesaria una reforma de la educación tanto a nivel elemental como superior, pues en las universidades “… se lleva una vida disoluta… y solamente reina el ciego maestro pagano Aristóteles”. Así pues, la instrucción de los niños y jóvenes era un asunto de capital importancia para el gran reformador. No era cuestión, pues, de dejar a las nuevas generaciones en manos de paganos para que ellos los formaran a su antojo, que es lo que actualmente en España algunos persiguen. En su mirada a la sociedad no se olvida de los vicios de su tiempo, como la glotonería, la ebriedad y la opulencia en el vestir, ni de problemas públicos de hondo calado moral, como la prostitución o la mendicidad, sin olvidarse del préstamo a interés, al que llama “el infortunio más grande de la nación alemana” pidiendo que se ponga “freno a los Fugger (banqueros alemanes) y otras sociedades parecidas”. En fin, todo un programa de reforma social y moral a gran escala. ¿Quién dijo que la reforma que Lutero proponía era sólo de carácter espiritual? Si viviera hoy y fuera español, ¿se quedaría indiferente ante la ofensiva anticristiana que desde algunos sectores se impulsa? La diferencia con Cisneros es que mientras para éste la reforma moral era el evangelio mismo, para aquél era su corolario. Ésa es la distancia que separa al reformador español del reformador alemán. La misma que separa al moralismo del evangelio. WENCESLAO CALVO (Publicado en la revista EDIFICACIÓN CRISTIANA, Noviembre – Diciembre 2007. Nº 231. Época IX. Permitida la reproducción total o parcial de esta publicación, siempre que se cite su procedencia y autor.)