Fé ciega El cerebro humano, cuando es joven, es una esponja, tiene que serlo. Debe adquirir toda la información que pueda en el menor tiempo posible, tiene que confiar en sus padres, en sus mayores, para sobrevivir. Sin preguntas, no metas los dedos en el enchufe, ¿por qué no? No te acerques a la araña, no vayas lejos porque hay lobos, no toques el fuego, ¿por qué? Solo no lo toques. Hay un dios, ¿qué? Hay un dios, y si te portas mal te vas al infierno. Cuando el patrón se confirma constantemente como sucede con el resto de las advertencias (el fuego te quema, los lobos te comen, la picadura de una viuda negra te mata), si se le da el mismo nivel de credibilidad, una creencia se interioriza sin ser cuestionada en las profundidades de la mente de un niño. La fé en una religión conlleva un riesgo que viene dado por la propia definición de la palabra “fé”: creer en algo sin evidencia. Cuando una persona cree en alguna religión carga consigo, a conciencia o no, el significado de “fé” y con ello se vuelve un peligro inminente. Al creer en algo sin reflexionar dos veces, un ser humano está capacitado para cometer cualquier tipo de acción, después de todo, lo que hace viene justificado por una deidad que motiva, incita y aprueba. Al rendirse ante una fé ciega se pierde una característica única del ser humano que la distingue del resto de animales: el razonamiento. Uno deja de ser vulnerable ante los argumentos racionales y observables que dicen “espera, déjame explicar el caso” y termina escudándose tras una barrera impermeable que responde “no, esta es mi fé, es privada, es personal y tengo la creencia absoluta en ella.” Tal afirmación es un arma letal. No tiene que serlo, por supuesto, pero lo puede ser. Es un arma porque posiblemente personas inescrupulosas pueden ser tomadas, usualmente hombres jóvenes, y ser utilizadas como armas, como bombas humanas. La única razón por la que pueden ser lanzadas como bombas humanas es porque han sido instruidos desde la infancia en adelante a creer implícitamente, sin preguntas, a que es la voluntad de dios que ellos se detonen y revienten a una multitud de personas por los aires, o, que estrellen un avión dentro de un rascacielos en Nueva York. No pienso que algún tipo de argumento racional podría hacerle eso a otras personas. El conflicto armado en el Perú, iniciado en los años ochenta, cobró la vida de más de setenta mil personas, la mayoría civiles atrapados en medio de la lucha entre los grupos terroristas, Sendero Luminoso (SL) y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), y las fuerzas armadas. La estrategia de reclutamiento de SL en el campesinado de Ayacucho fue posible por dos razones: el abandono por parte del estado de las comunidades andinas por décadas, junto a pésimas condiciones socioeconómicas, y, a la enorme susceptibilidad que tenemos como humanos a mirar hacia una persona y depositarle nuestras esperanzas y anhelos. Esta persona se convierte en una guía, es vista como el salvador que dará una solución sencilla a nuestros problemas complejos. De un momento a otro, el líder del grupo subversivo logra posicionarse como una divinidad que lleva consigo la verdad absoluta e incuestionable. Facilitado por la predisposición que tenía la población para creer en dioses y milagros, su imagen se convierte en símbolo de veneración, mientras su palabra se afianza como doctrina. Este proceso genera una convicción extrema en sus fieles seguidores que permite, finalmente, que sean capaces de matar e inmolarse por la causa y la fidelidad a este humano ascendido a dios. El adoctrinamiento religioso y el método de reclutamiento de SL tiene más similitudes que diferencias. Apelar a la desesperación y la miseria con la promesa de un futuro ideal, canciones, bailes, ceremonias, rituales, lecturas sagradas y el castigo a quien se rehúse a “creer.” Una copia a papel carbón de los protocolos adoptados por la Inquisición Romana. Cuando los comportamientos religiosos se posan por encima de la evidencia y el razonamiento de lo comprobable incurrimos en el riesgo de priorizar estos comportamientos a costa del rechazo de un sector de la población. Normalmente, el grupo que rechaza actuar en base a creencias representa una minoría por lo que las ideas imaginarias son impuestas como regla a toda la sociedad. Un caso particular ha sucedido en estos días en Estados Unidos en medio de la pandemia. Los espacios cerrados y aglomerados, como ya se conoce, son los principales puntos a evitar por su alta tasa de contagio. El estado de California prohibió los negocios, tiendas y servicios religiosos en lugares cerrados. Esta regulación se dio luego de presenciar el aumento de casos que provenían de centros comerciales, iglesias y comunidades ortodoxas. Sin embargo, la Corte Suprema de Justicia, de porte conservador, ha bloqueado la orden aludiendo a que limita la libertad religiosa en una decisión fraccionada de 6-3. Esta decisión se da en un estado que ha reportado más de cuarenta mil fallecidos y 3.41 millones de casos. La juez suprema Elena Kagan mostró su extraordinario desacuerdo con la decisión acusando a sus colegas conservadores de amenazar vidas al anular las recomendaciones de los oficiales de sanidad y potencialmente facilitar la propagación del COVID-19. Kagan resaltó que la orden del viernes pasado “inyecta incertidumbre dentro de un área donde la incertidumbre tiene costos humanos.” La decisión de la nueva mayoría—emitida tras la aparición de una “variante Californiana” altamente infecciosa del coronavirus que se extiende por todo el estado—ignoró su advertencia y permite que los residentes resuman sus alabanzas en espacios que fueron la causa de incontables eventos “súpercontagiadores” desde el inicio de la pandemia. En un comunicado Kagan, junto dos a jueces más, se distanció de la orden destacando que la decisión matará a personas. “Los jueces de esta corte no son científicos, ni tampoco sabemos mucho sobre políticas de salud pública. Sin embargo, hoy la corte desplaza el juicio de los expertos… [y crea] una excepción para servicios de culto.” Según testimonios de expertos, el riesgo de esparcir infecciones de COVID en las reuniones religiosas es dramáticamente superior a negocios y tiendas regulares. Descartar la evidencia es uno de los efectos que suceden cuando se prioriza religión sobre razón, y la consecuencia se mide en vidas humanas. La religión es capaz de distorsionar la realidad al nublar nuestra percepción entre lo que vemos y lo que creemos. Dejamos de confiar en la información que llega a nuestros sentidos al reemplazarla por una versión distinta que solo existe en la imaginación. Hace poco QAnon, una teoría de conspiración estadounidense de extrema derecha, acusó a periodistas de comer bebés y afirmó que miembros del partido demócrata se reúnen en una pizzería para tramar actos de pedofilia. Es el mismo grupo que, a pesar de toda evidencia, sigue creyendo que las elecciones fueron un fraude. Es fácil reírse de la absurdez de tales declaraciones, pero ¿alguna vez leyó el libro de revelaciones? Eso es la Biblia, el libro cristiano sagrado que presenta a dragones de siete cabezas y leones alados con rostro humano. La semana pasada una congresista de ultraderecha que cree que los incendios en los bosques de California son producto de un láser judío espacial secreto acaparó las noticias. El libro de revelaciones indica el punto exacto donde el mundo terminará: Megiddo, Israel. Ahí todos los ejércitos del mundo se encontrarán, Jesús descenderá sentado sobre un caballo volador con espadas saliendo de su boca y tendrán una batalla cósmica milenaria con Satanás y el Anticristo. Es como diez películas de Los Vengadores más diez del Hobbit y una de Batman juntas. Con este panorama en mente las teorías conspiratorias ya no parecen tan risibles ni descabelladas. El pensamiento mágico-religioso es un virus y QAnon solo es su mutación actual. Las teorías de conspiración florecen en ambientes religiosos porque la estructura básica para creer en ellas ya está hecha pues las personas ya hicieron espacio en sus cabezas para cosas sin sentido. Cuando uno es fanático de QAnon, lo más probable es que también sea un cristiano fundamentalista. Por tal motivo, este tipo de imaginaciones aparecen en los sectores más conservadores y son repetidos por personas religiosas. Es muy extraño que una de estas teorías tenga su origen en Suecia donde la población creyente no alcanza el veinte por ciento. Al parecer existe un consenso social para no criticar a la religión. De alguna manera siempre queda exenta de las discusiones. Uno discute sobre equipos de fútbol, elecciones, políticas públicas, pero por alguna razón la religión no se toca. Pienso que para comenzar a comprender problemas muy arraigados dentro de nuestras sociedades modernas debemos conversar sobre el papel de la religión en la aparición de grupos radicales y cambiar la manera en la que analizamos las raíces de estos mismos problemas. No se puede atacar siempre a la consecuencia y dejar de un lado la causa porque la historia reciente nos advierte de los enormes peligros que conlleva mezclar religión con política.