La emigración visigoda y mozárabe a Europa durante los siglos VIII y IX Alejandro Bañón Pardo Resumen. El presente artículo estudia la emigración desde Hispania a otras partes de Europa que se produjo durante y después de la conquista musulmana de la península, a lo largo de los siglos VIII y IX. El análisis de las fuentes narrativas cristianas y musulmanas que hablan de la conquista se centra en identificar todas las referencias a huidas, migraciones, desplazamientos y despoblación de ciudades y territorios protagonizadas por la población local. Tras ello se muestran distintos casos de emigrados de origen hispánico en Europa, como los hispani del sur de Francia, los intelectuales visigodos del renacimiento carolingio o los refugiados italianos, para finalizar examinando los indicios indirectos de diversa índole que sugieren una emigración visigoda y mozárabe a Europa fundamentalmente durante los siglos VIII y IX. Palabras clave: emigración; huida; visigodo; mozárabe; conquista musulmana; refugiado; renacimiento carolingio. [En] Visigothic and Mozarabic emigration to Europe during the 8th and 9th centuries Abstract. This article studies the emigration from Visigothic Spain to other regions of Europe in the wake of the Islamic invasion, occured during and after the conquest throughout the 8th and 9th centuries. The analysis of the Christian and Muslim sources that describe the conquest focuses on identifying all the references to Christian escapes, flights, migrations, displacements and depopulation of cities and territories. After that the study shows different cases of Spanish refugees in Europe, such as the hispani of Southern France, the Visigoth intellectuals of the Carolingian Renaissance or the Italian refugees, to finish with the examination of the different indirect hints that suggest a Visigothic and Mozarabic migration towards Europe basically during the 8th and 9th centuries. Keywords: Emigration; flight; Visigothic; Mozarabic; Muslim conquest; refugee; Carolingian Renaissance. Sumario: 1. Introducción. 2. La huida de los visigodos en las fuentes narrativas. 3. La emigración visigoda a Europa. 4. El rastro visigodo en la Europa altomedieval: indicios que sugieren la emigración. 5. Conclusiones. 6. Bibliografía. Cómo citar: Bañón Pardo, A. (2019) La emigración visigoda y mozárabe a Europa durante los siglos VIII y IX, en En la España medieval, 1. Introducción El reino visigodo de Toledo sucumbió a principios del siglo VIII d.C. con rapidez ante la imparable expansión musulmana. La caída de Hispania ha llamado la atención de los historiadores desde tiempos muy tempranos debido a su innegable trascendencia histórica1. Con 1 Sobre el fin del reino visigodo y la conquista musulmana de la península, ver el reciente trabajo de García Moreno, España 702719. 1 la toma de Nimes y la caída de Septimania en el 725 los musulmanes habían conquistado la totalidad del territorio, salvo el pequeño reducto rebelde asturiano. La conquista debió suponer, cuanto menos, un duro golpe para una población mayoritariamente cristiana, pese a la tolerancia del islam con las religiones del libro. Los árabes y beréberes llegados a la península eran muy distintos a la población autóctona, ya que aspectos como la religión, la lengua, la etnia, la organización social o las costumbres separaban a ambos grupos. Existió, especialmente entre los nobles y dirigentes locales visigodos, una voluntad de pacto (además de un evidente interés por conservar sus posesiones y privilegios) con los nuevos conquistadores, que debió materializarse en acuerdos de sumisión como el pacto de Teodomiro del 713, y en determinadas zonas de la península la conquista fue relativamente fácil y no encontró una oposición remarcable. Pese a ello hubo también episodios de enconada resistencia, como los asedios de Mérida y Huesca o la toma por la fuerza de Tarragona, Narbona y otras ciudades del este y noreste peninsular. Así pues, como en toda conquista, los episodios violentos no debieron escasear. La Crónica Mozárabe, escrita probablemente pocos decenios después de la conquista, retrata de manera exagerada y apocalíptica una Hispania devastada y a unos habitantes atemorizados ante el saqueo, la destrucción y la violencia que traen consigo los agarenos2. Todo parece indicar que durante varios años los visigodos dirigidos por el rey Aquila II y posteriormente por Ardón se hicieron fuertes en la zona de la Tarraconense y Septimania y resistieron tenazmente las acometidas islámicas3, lo que hizo que la campaña del noreste se prolongara más de un lustro y revistiera un carácter de especial dureza y severidad. El escenario de conquista y saqueo de Hispania durante el siglo V protagonizado por vándalos, suevos, alanos y visigodos, pese a sus múltiples diferencias, pudo asemejarse en cierto modo a la atmósfera de miedo e inseguridad imperante en época visigoda durante la conquista musulmana, con fenómenos similares como el saqueo y la destrucción de extensas áreas y ciudades, el enterramiento de tesoros o la huida de parte de la población, en especial de las élites, fuera de la península. Pueden encontrarse también ciertas similitudes entre la expansión musulmana por oriente en el siglo VII y la invasión de la península Ibérica. En Oriente Próximo, donde, al igual que en Hispania, el éxito de la invasión musulmana se cifró no sólo en el poderío militar musulmán sino también en los conflictos intestinos y el desgaste del enemigo (persas y bizantinos llevaban años luchando entre sí), la conquista supuso frecuentemente un episodio traumático para la población local y hubo migraciones forzosas en Bizancio y Persia4. Ejemplos de ello son la deportación masiva de los habitantes de Cesarea Marítima o las migraciones en Armenia y el África bizantina, que implicaron reajustes poblacionales dentro e incluso fuera de Bizancio, en dirección a Italia y Francia. De la enorme cantidad de emigrantes bizantinos que llegaron a occidente dan cuenta las numerosas comunidades monásticas orientales establecidas en Roma en los siglos VII y VIII, dado que gran cantidad de monjes, y también de sacerdotes y laicos (hubo incluso un papa de origen sirio en la primera mitad del siglo VIII, Gregorio III), se refugiaron en Italia5. Parece que incluso España se vio afectada por estos desplazamientos. El episodio de la flota imperial vencida por Teodomiro en el sureste 2 Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, pp. 17-18: “Muza (…), penetra violentamente hasta Toledo (…). Arrasa con la espada, el hambre y la cautividad no solamente la España ulterior, sino también la citerior hasta más allá de Zaragoza (…). Arruina hermosas poblaciones, entregándolas al incendio, condena al suplicio a los ancianos y a los potentados, mata a puñaladas a los jóvenes y niños de pecho, e infundiendo de esta manera en todos el terror, las ciudades restantes se ven obligadas a pedir la paz (…). Si todos los miembros se convirtiesen en lenguas, aun así jamás pudiera hombre alguno publicar la ruina y los males tan grandes y sin cuento que afligieron a España”. 3 Coll i Alentorn, “Els succesors de Vititza”, pp. 296-298. 4 Para información sobre la conquista musulmana y su ilación con el centenario conflicto entre persas y bizantinos, ver el reciente estudio de Soto Chica, Bizantinos, sasánidas y musulmanes. Ver también, del mismo autor, Bizancio y los sasánidas y Bizancio y la Persia sasánida. 5 Sobre las migraciones a Constantinopla y otras zonas de Bizancio en este periodo y en los siglos VIII y IX, ver Auzépy, “Le role des émigrés”; sobre los refugiados griegos en Italia y concretamente en Roma, ver Sansterre, Les moines grecs. 2 peninsular entre los años 695 y 702 sería un buen ejemplo, es posible que esta expedición oriental albergara refugiados que huían de Cartago tras la entrada de los musulmanes en la ciudad. Tras la conquista, y pese a que una parte considerable de la población aceptó la dominación musulmana, algunos visigodos decidirían huir hacia territorio cristiano, tal y como había ocurrido en oriente. Más adelante los mozárabes harían lo propio a consecuencia del acoso cada vez más pronunciado contra ellos y la intensificación del proceso de arabización. En la segunda mitad del siglo VIII y en siglos posteriores se tiene constancia de migraciones de grupos de cristianos hacia los reductos de resistencia del norte peninsular6. Los focos peninsulares de resistencia al invasor no fueron los únicos destinos de la población visigoda que huía de los árabes. Algunos decidieron abandonar la península inmediatamente y refugiarse en otras regiones de Europa. El objeto del presente trabajo es pues el estudio de esta emigración visigoda (llevada a cabo por los visigodos peninsulares que huyeron durante o muy poco después de la conquista) y mozárabe (protagonizada fundamentalmente a partir de finales del siglo VIII por los cristianos andalusíes más o menos arabizados) a Europa, fundamentalmente Francia, Italia y Alemania, como se puede observar (fig. 1), durante los siglos VIII y IX. Tras describir las referencias a huidas y migraciones de grupos de población en las fuentes primarias de la conquista musulmana, un planteamiento que no se había abordado hasta ahora de forma sistemática, la investigación se centra fundamentalmente en dos aspectos. Por un lado, los emigrados confirmados por las fuentes, en su mayoría anónimos, algunos conocidos, que a raíz de la entrada de los musulmanes o en un periodo posterior abandonaron la península; por otro, los diversos indicios de influencia visigótica en el continente que apuntan a posibles movimientos migratorios. El tema ha sido estudiado fraccionadamente a través de diversas monografías y artículos de actualidad dispar que se centran en el estudio de los emigrados de una región concreta o en las evidencias que reflejan la influencia visigoda en Europa y su probable relación con inmigrantes hispánicos, abundando los estudios sobre los hispani que marcharon al sur de Francia o a la marca carolingia. El fenómeno de los intelectuales de origen hispánico presentes en el renacimiento carolingio es también de sobra conocido, al igual que el de los manuscritos de origen visigótico-mozárabe dispersos por el continente7, siendo sin embargo necesario un estudio actualizado que analice la emigración visigoda y mozárabe desde una perspectiva global e integradora, atendiendo también a los indicios indirectos de migración, que reúna y agrupe las distintas investigaciones para así poder ofrecer una visión lo más amplia posible en el tiempo y el espacio sobre el desplazamiento de grupos humanos de la península Ibérica al continente a raíz de la invasión islámica y la primera dominación musulmana. La metodología de trabajo empleada se basa en el estudio de las fuentes primarias (en especial, las crónicas y textos que narran la conquista musulmana) y secundarias (todos los artículos y monografías que abordan en mayor o menor profundidad el tema de los emigrados hispánicos y la influencia visigoda en Europa). La ponderación y el contraste de los datos obtenidos ha llevado a la formulación de los principales interrogantes que jalonan el trabajo y a la extracción de las conclusiones finales. 6 Ver la reciente monografía de García Duarte, Mozárabes en el origen. 7 Como estado de la cuestión podríamos adelantar (se ampliará más adelante) la importante obra de Fontaine, Pellistrandi (eds.), L’Europe héretière, y los recientes trabajos de Sénac, Gillard y Salrach, sobre los hispani, o de García Turza y D´Ors sobre la influencia cultural visigoda al norte de los Pirineos y su relación con desplazamientos migratorios. 3 2. La huida de los visigodos en las fuentes narrativas Las diversas fuentes islámicas y cristianas que narran la conquista de Hispania por los musulmanes hacen referencia casi todas ellas a episodios de desplazamientos de nativos que huían de los estragos de la guerra y la invasión agarena. Estas huidas son de distinto tipo, pero todas coinciden en narrar migraciones de cristianos, pues según las fuentes los judíos permanecieron en sus ciudades y en ocasiones colaboraron con el invasor. En primer lugar estarían las fugas de índole militar y político. Así, la anónima Crónica Mozárabe, redactada a mediados del siglo VIII y por ello prácticamente contemporánea a los hechos, habla de una huida masiva del ejército visigodo tras la batalla de Guadalete o del Lago, motivada por la derrota. En el Kitāb al-Taʼrīj de Ibn Ḥabīb, obra del siglo IX, se representa una conversación entre el califa omeya Suleimán I y Mūsà, tras abandonar éste al-Ándalus, donde Mūsà, al referirse a los rūmīs (término empleado por los musulmanes para referirse a los griegos y, por extensión, a todos los cristianos) los describe en su faceta militar como hombres que corren por las montañas y que no consideran la derrota una vergüenza, caracterización que podría encajar con la conducta huidiza de parte de las tropas visigodas en Guadalete y después de dicha batalla. La huida del ejército real es también referida en prácticamente todas las fuentes, como la Crónica de Alfonso III del siglo IX, con sus distintas versiones, la Crónica del Moro Rasis, del siglo XIV, basada en la obra perdida Ajbār mulūk al-Andalus del historiador andalusí del siglo X Aḥmad al-Rāzī y fuente de crónicas posteriores, o la Historia de los hechos de España de Jiménez de Rada, del siglo XIII. El historiador al-Maqqarī, autor del Nafḥ al-ṭīb, obra del siglo XVII de gran valor al basarse en algunas obras antiguas desaparecidas, cuenta que tras la derrota los soldados huyeron en todas direcciones y, tras relatar lo que había ocurrido a los habitantes de pueblos y ciudades cundió el pánico general. También consigna la dispersión de los restos del ejército visigodo de Guadalete, junto con los habitantes de Écija, tras una nueva batalla perdida. El escape de destacados gobernantes, como Rodrigo, al que varias fuentes presentan vivo tras Guadalete; don Pelayo, que marcharía a Asturias junto con otros nobles (aunque en realidad parece que ya se encontraba en Asturias desterrado antes de la invasión musulmana); u Opas, que según la Crónica Mozárabe huyó de Toledo al llegar los musulmanes, aparece reflejado en numerosos escritos. Las crónicas difieren en lo relativo al destino de Rodrigo8. El resto de migraciones serían las protagonizadas por la población civil. El himno mozárabe Tempore Belli, posiblemente contemporáneo a la conquista, retrata vivamente el terror producido por los invasores que empuja a los cristianos a huir: “He aquí que la cohorte misma de los cristianos vuelve la espalda a sus crueles enemigos y, agotada, huye temblando por pendientes y por parajes impracticables, empujada por un vergonzoso pavor”. Las fuentes señalan en ocasiones, exageradamente, una espantada masiva de los habitantes de Hispania. Jiménez de Rada suscribe hiperbólicamente que tras la batalla de Guadalete la tierra se quedó sin gente, despojada de habitantes, mientras que la crónica anónima Fath al-Ándalus, de principios del siglo XII, dice que “todos” los cristianos se refugiaron en lugares inaccesibles9. 8 Por orden de citación, la versión de la Crónica Mozárabe empleada en el presente trabajo está tomada de la edición y traducción de 1870 realizada por Teófilo Martínez de Escobar y disponible en línea con ligeras modificaciones, Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17; Kitāb al-Taʼrīj, Jarouche, “A conquista de Alandalus”, p. 236; Crónica de Alfonso III, Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 51; Crónica del Moro Rasis, Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 24; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España: “son desbordadas las líneas cristianas (…) y volviendo grupas ante los obstáculos, (…) el rey Rodrigo y el ejército cristianos son vencidos y perdieron la vida en una huida sin esperanza”, p. 147; Nafh altib, Gayangos, The history of Mohammedan, pp. 273-275; huida de Opas en Crónica Mozárabe, Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17; sobre la huida o muerte de Rodrigo, ver Crónica Mozárabe, Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 148; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 52; Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, “Romance del rey don Rodrigo”. 9 Por orden de citación, Díaz y Díaz, “Noticias históricas”, pp. 448-450; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 150; Segura González, “Inicio de la invasión”, p. 42. 4 En cuanto a las causas que empujaron a los habitantes a huir, las fuentes señalan unánimemente la invasión como una de ellas. Algunas crónicas cristianas hacen hincapié en la crueldad y fiereza de la conquista para justificar la huida, como la Crónica Mozárabe, que relaciona la huida a las montañas con el terror infundido por los musulmanes en las ciudades. La mayor parte de las fuentes señalan el miedo producido por la invasión como la principal causa que motivó los desplazamientos. La importante Crónica del moro Rasis y las obras que copian su relato, como la portuguesa Crónica General de España de 1344, reflejan cómo el miedo empujó a los habitantes de Córdoba a marchar a las montañas. Los Ajbār maŷmūʽa, obra anónima del siglo XI, asegura que al internarse Ṭāriq en España, sus habitantes, aterrorizados, huyeron hacia Toledo y otras ciudades. El hambre, que apareció probablemente debido a la conquista por aquellos años, se señala como otra de las causas de las huidas, aunque ya en tiempos de Witiza hubo hambrunas por las malas cosechas de los años 707 y 709, por lo que la invasión pudo agravar un escenario de hambre preexistente. La Crónica de Alfonso III señala que con la llegada de los musulmanes los godos perecieron “parte por la espada, parte por hambre”, y en la Crónica Mozárabe se dice que Mūsà arrasó la península con la espada, el hambre y la cautividad10. En relación al momento en que se produjeron las migraciones, algunas fuentes nos permiten situarlas en el tiempo, mientras que las referencias que dan otras son más genéricas. Al-Maqqarī habla de una Algeciras desierta, abandonada por sus habitantes, durante la breve incursión por tierras andaluzas de Tarīf ibn Mālik en el 710. Casi todos los autores indican que se produjo una desbandada general en el ejército tras la derrota en la batalla de Guadalete o del Lago en julio del año 711, como atestigua la anónima Crónica Silense del siglo XII, y otros tantos suscriben también la huida de muchos habitantes al conocer la derrota y la muerte del rey, como señala el Fath al-Ándalus: “Ludriq, su rey, fue muerto, y todos los cristianos abandonaron las poblaciones para refugiarse en montes y lugares abruptos”. La campaña de Ṭāriq en la segunda mitad del 711 es el escenario en la narración de al-Rāzī de varios episodios de desplazamientos, fundamentalmente urbanos. La Crónica del moro Rasis nos habla de nobles que huyen por entonces a las montañas, refugiados en Córdoba y la huida de habitantes de Málaga y Toledo, acontecimientos que repiten con ligeras variaciones todas las fuentes que basan su relato de esta fase de la conquista en al-Rāzī, como los Ajbār maŷmūʽa o la Historia de los hechos de España. Jiménez de Rada especifica que los toledanos huyeron por esta época a Amaya, ciudad que asegura era receptora de muchos refugiados, a Asturias o a las montañas11. La llegada de Mūsà en el año 712 aparece reflejada en casi todas las fuentes narrativas de la conquista, y de nuevo aquí tiene mucho peso el relato de al-Rāzī en lo relativo a las migraciones. La Crónica Mozárabe hace referencia a la política dura y conciliadora a un tiempo del caudillo musulmán, presentando unas ciudades rendidas por Mūsà por medio de la astucia y la seducción, pero cuyos habitantes después “se vuelven atrás temerosos y menospreciados, huyen de nuevo a las montañas, donde se ven expuestos al hambre y a todo género de muerte”. La Crónica del moro Rasis narra la toma de Carmona lograda gracias a una estrategia del conde Urbano/Julián (aliado de los musulmanes), consistente en hacerse pasar los cristianos de Julián por mercaderes, entrar en la ciudad y abrir las puertas a los agarenos. Sin embargo en otras versiones del mismo relato, como la de Jiménez de Rada, al-Maqqarī o Ibn 'Iḏārī, se presenta a estos mercaderes como refugiados cristianos en busca de asilo. Después se relata la toma de 10 Por orden de citación, Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 18; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 21; Vindel Pérez, Crónica de 1344, p. 126; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, p. 23; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 55; Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17. 11 Por orden de citación, Gayangos, The history of Mohammedan, p. 265; “Rodrigo, como no viese auxilio alguno ya para sí, previniendo la fuga poco a poco durante algunos días, murió peleando. (…) Y luego, todos los militares godos, dispersos y fugitivos, llegaron casi al exterminio con la espada”, Gómez Moreno y Martínez, Introducción a la Historia, p. 75; Segura González, “Inicio de la invasión”, p. 42; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, pp. 20-22; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 155. 5 Sevilla y la huida de parte de los sevillanos a Beja. Tras ello la narración de al-Rāzī describe la toma de Mérida y cómo Mūsà dejó marchar a los cristianos de la ciudad que así lo deseaban, en algunas obras basadas en al-Rāzī, como la de al-Maqqarī o los Ajbār maŷmūʽa, se detalla que estos emigrados emeritenses partieron hacia “Galicia”, lo que debe interpretarse en un sentido extensivo que haría referencia al norte peninsular. Se mencionan también desplazamientos bajo el mandato de ʽAbd al-Azīz, el hijo de Mūsà, pero no hay apenas referencias explícitas a migraciones bajo el gobierno de los siguientes valíes, entre los años 716 y 726, a pesar de que durante esos años se efectuaron las violentas campañas del noreste y Septimania, en todo caso las fuentes podrían hacer referencia a movimientos migratorios que asignan al periodo de Ṭāriq y Mūsà y que pudieron acontecer o tener continuidad más adelante. Entre el 714 y el 726, o tal vez poco después, podrían enmarcarse las referencias de la Crónica de Alfonso III a la emigración de nobles a Francia o la alusión en la Historia de los hechos de España a los godos que “no habían tenido la posibilidad de huir” y marcharon junto a Pelayo “a escondidas y con disimulo”. Las fuentes mencionan también la incipiente emigración mozárabe, una vez sometida al-Ándalus. Jiménez de Rada parece hablar de unos refugiados cristianos que habían huido de la invasión árabe y vivían “en las montañas de España” (¿Pirineos?) en tiempos de Carlomagno. La Crónica del moro Rasis habla de una hambruna en torno a mediados del siglo VIII que forzó a muchas personas a abandonar al-Ándalus, y de migraciones de mozárabes en tiempos de Abderramán I a causa de la represión. La Crónica de Alfonso III registra a mediados del siglo IX, en tiempos de Ordoño I, la repoblación de León, Astorga, Tuy y Amaya con gentes llegadas de al-Ándalus12. Las migraciones constatadas por las fuentes tienen como protagonistas a integrantes de diversos grupos sociales. Rara vez se da a conocer el nombre de los fugitivos, éste sería el caso de los ya mencionados Opas, Pelayo y Rodrigo, junto con el metropolitano de Toledo Sinderedo, que como constata la Crónica Mozárabe huyó a Roma al llegar los musulmanes. La Crónica de Alfonso III habla de la huida de la aristocracia visigoda, al igual que la Crónica del moro Rasis, donde se dice que los nobles “se allegaron á las más fuertes sierras que pudieron llegar, et fueron y morar muchos de ellos”. En los Ajbār maŷmūʽa, comentando un episodio en el que el subordinado de Ṭāriq, Mugīṯ al-Rūmī, captura a uno de los principales nobles de Córdoba, se dice que fue uno de los pocos notables del reino cautivos, ya que el resto o se habían entregado por capitulación o huyeron a “Galicia”. Jiménez de Rada, comentando la situación de los que se quedaron, afirma que los obispos que se quedaron tras la invasión, “poco después” de romper los musulmanes los tratados de capitulación emigraron a Asturias con las reliquias del antiguo reino. El Chronicon mundi de Lucas de Tuy, obra del siglo XIII, habla de nobles godos fugitivos que tras ser derrotados perecieron a manos de los bárbaros y los “franceses”. Los habitantes de las ciudades constituyen el grupo más mencionado por las fuentes en lo relativo a la migración, ya sea de forma genérica, como en la Historia de alÁndalus de Ibn ʽIḏārī, del siglo XIV, donde se dice, siguiendo e hinchando el relato de al-Rāzī, que los cristianos “se dirigieron a Tolaitola, y abandonaron las ciudades de al-Ándalus y quedó tras ellos poca gente”; ya de manera específica al señalarse la huida de los habitantes de Córdoba, Málaga, Toledo, Mérida o Sevilla13. En cuanto a los nobles visigodos, muchas fuentes musulmanas señalan exageradamente que al ser llamado Mūsà por el califa para dar cuentas de 12 Por orden de citación, Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 18; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, pp. 23-25; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 55; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 165; ibidem, p. 171; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, pp. 31-33; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 65. 13 Por orden de citación, Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17; ibidem, p. 26; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 55; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 20; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, p. 27; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 152; Tuy (ed. Pujol), Crónica de España, p. 269; Ibn Idari (trad. Fernández González), Historias de al-Ándalus, p. 14. 6 sus conquistas, llevó consigo hasta Damasco gran cantidad de nobles y sobre todo doncellas, abultando enormemente las cifras de prisioneros14. Un aspecto relevante es el grado de trascendencia de la emigración visigoda según las fuentes, teniendo en cuenta que algunas tienden a la exageración para agrandar el desastre de la pérdida de España, o bien para resaltar la fiereza y contundencia de la lucha de los musulmanes contra el infiel. El himno mozárabe Tempore belli habla de la “cohorte de los cristianos” que huyen aterrorizados, lo que podría dar a entender que una gran cantidad de personas huyeron. La Crónica del moro Rasis se muestra así de contundente al hablar de los cristianos restantes de al-Ándalus: “Et aquel fijo de Muça (…). Lleuó su facienda en tal guisa con los cristianos que los pusso todos fuera de España, saluo aquellos que (…) se acogieron a las sierras de las Asturias”. Los Ajbār maŷmūʽa, siguiendo a al-Rāzī, asegura que tras Guadalete, al avanzar Ṭāriq, los habitantes de Hispania huyeron despavoridos hacia Toledo y otras ciudades, narración similar a la del Fatḥ al-Andalus, aunque aquí el destino es otro, pues señala que los cristianos huyeron masivamente de sus poblaciones para refugiarse en montes y lugares abruptos. Al-Maqqarī dice que con la llegada de las huestes de Ṭāriq, los habitantes se vieron obligados a “abandonar su llano país” y huir a las montañas. Otras fuentes no describen las migraciones como una huida generalizada, circunscribiéndola a poblaciones y grupos sociales concretos. Como hemos visto, es habitual en las crónicas islámicas y cristianas que siguen a alRāzī hablar de huidas de unas ciudades concretas a otras, o bien de ciudades a lugares montañosos o boscosos, o al norte de la península. En otras ocasiones se especifica que es un grupo social determinado el que emprende la huida, por lo general nobles o clérigos. La referencia a despoblados, a la existencia de enclaves deshabitados a causa de la conquista, es otra forma que emplean las fuentes para mostrar el rastro de una migración. La Crónica de Alfonso III, al referirse a la repoblación de ciudades del norte peninsular, atestigua que éstas habían quedado abandonadas en tiempos de la conquista árabe. Jiménez de Rada dice que tras Guadalete la tierra quedó vacía de gente, mientras que en la Crónica del moro Rasis se nos presenta una ciudad de Toledo abandonada por sus habitantes. La Crónica General de España de 1344 hace referencia a la repoblación musulmana tras la anexión de villas que habían quedado abandonadas. Al-Maqqarī comenta que ya en tiempos de Mūsà los musulmanes pasaron a vivir en los pueblos que habían sido abandonados por los cristianos. Jiménez de Rada, al-Maqqarī o Ibn ʽIḏārī, al hablar de la toma de Carmona y la estratagema de Urbano/Julián para su expugnación, difieren de lo registrado en la Crónica del moro Rasis y podrían dar pistas sobre la trascendencia de la migración a causa de la conquista. Estos autores presentan a los cristianos que entran en la ciudad y que a la postre abrirán las puertas al enemigo como refugiados en busca de asilo, y no como mercaderes. La anécdota es significativa ya que de ser cierta, si los habitantes de Carmona abrieron las puertas a todo un grupo de personas de fuera sin dudarlo, pudo ser porque en aquellos días era frecuente la existencia de grupos de migrantes en busca de cobijo dentro de las murallas de las ciudades. Por el contrario otras importantes crónicas, como la bizantina-arábiga de mediados del siglo VIII, el Futūḥ Miṣr de Ibn ʿAbd alḤakam del siglo IX o la Crónica de Ibn al-Qūṭiyya de principios del siglo XI INCORRECTO, NO APARECE EN LA BIBLIOGRAFIA no hacen apenas mención a huidas y migraciones de la población cristiana ante el avance musulmán15. 14 García Moreno, España 702-719, pp. 472-473. 15 Por orden de citación, Díaz y Díaz, “Noticias históricas”, pp. 448-450; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 26; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, p. 23; Segura González, “Inicio de la invasión”, p. 42; Gayangos, The history of Mohammedan, p. 275; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 65; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 150; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 22; Vindel Pérez, Crónica de 1344, p. 148; Gayangos, The history of Mohammedan, p. 291; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 156; Gayangos, The history of Mohammedan, p. 284; Ibn ʽIḏārī (trad. Fernández González), Historias de al-Ándalus, p. 20. 7 Las fuentes aportan otros datos sobre cómo se produjeron las migraciones que ayudan a entender la naturaleza de las mismas. En el Nafḥ al-ṭīb de al-Maqqarī se nos dice que fue esencial la huida del ejército visigodo tras Guadalete en todas direcciones, porque los soldados contagiaron el pánico a la población, lo que hizo que las ciudades y fortificaciones del reino fueran más proclives a entregarse sin oponer resistencia y fomentaría las migraciones precipitadas FALTA CITA E IDENTIFICAR LA OBRA DE AL-MAQQARI EN LA BIBLIOGRAFIA. Jiménez de Rada refiere que, tras la batalla de Covadonga, los godos “que no habían tenido posibilidad de huir, al oír que la mano del Señor no había abandonado a los suyos, se marcharon junto al príncipe Pelayo a escondidas y con disimulo”, de lo que se infiere que los musulmanes pudieron poner alguna traba a la emigración cristiana a Asturias en la fase final de la conquista y poco después de la misma, la anécdota también nos muestra el efecto llamada que pudo tener Covadonga y la resistencia norteña para los migrantes. El himno Tempore Belli describe a los cristianos huyendo cansados y temblando ante la terrorífica invasión, aparece aquí un elemento característico de las migraciones motivadas por la conquista, el del miedo, que vemos en otros escritos como la Crónica Mozárabe o la Crónica del Moro Rasis. La descripción de migraciones entre ciudades, algunas seguramente de carácter temporal para evitar el asedio y el saqueo enemigo, aparece en la Crónica del Moro Rasis al hablarse de la huida de los habitantes de Toledo a la ciudad cercana conocida como “la Messa”, los Ajbār maŷmūʽa menciona la huida de los cristianos de Sevilla a Beja tras la toma de aquélla, mientras que Jiménez de Rada habla de la huida de los nobles cordobeses a Toledo, urbe que según el arzobispo debido a sus férreas defensas acogió también a cristianos procedentes de “otras ciudades y fortalezas, que quedaron guarnecidas con pocos defensores”. Jiménez de Rada menciona además la huida de parte de los habitantes de Toledo a Amaya, ciudad “en la que mucha gente desesperada había buscado refugio fiada de la fama de sus fortificaciones”. Se describen también algunos episodios de posible éxodo rural, como en los Ajbār maŷmūʽa donde se habla de una migración masiva hacia Toledo por parte de los habitantes de Hispania y de cómo se encerraron éstos en las ciudades del reino. Más habituales son las referencias a huidas desde ciudades y otros enclaves a lugares inaccesibles y escarpados del campo16. El destino de las migraciones es referido por la mayor parte de las fuentes narrativas. Un lugar común es la mención de los lugares escarpados, inaccesibles y agrestes, como montañas y bosques, que servirían a los emigrados como refugio y escondite, lugares ocultos donde se refugiarían estas personas atemorizadas para evitar los saqueos y la violencia ligados a la toma de ciudades y pueblos. Las fuentes más próximas a la conquista hablan unánimemente de la huida a los montes, en el Tempore Belli se habla de cristianos que huyen “por pendientes y por parajes impracticables” y la Crónica Mozárabe comenta cómo muchos cristianos de las ciudades rendidas por capitulación huyeron a las montañas. El Kitāb al-Taʼrīj pone en boca de Mūsà que los rūmīs (cristianos) eran “cabritos corriendo por las montañas”. Al-Rāzī y las obras que siguen su relato hablan de numerosas huidas a las montañas, protagonizadas por los nobles de Hispania, los habitantes de Málaga, los pobladores de la comarca de Rayya o, ya en tiempos de Abderramán I, la fuga de muchos mozárabes a las sierras debido a la hambruna y la represión. Al-Maqqarī insiste varias veces en que al llegar los musulmanes los cristianos se vieron obligados a “abandonar su llano país” y refugiarse en las montañas. El romancero ubica a Rodrigo en su huida por frondosas montañas, tan desiertas que sólo acogían a un ermitaño: “métese por las montañas/las más espesas que vía/porque no le hallen los moros/que en su seguimiento iban”. Las tierras del norte aparecen como otro de los destinos predilectos de los emigrados a juzgar por las fuentes, que en ocasiones denominan “Galicia” a la zona, aunque 16 Por orden de citación, Gayangos, The history of Mohammedan, p. 273; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 165; Díaz y Díaz, “Noticias históricas”, pp. 448-450; Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 18; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 21; ibidem, p. 22; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, p. 29; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, pp. 153-155; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, p. 23. 8 indudablemente deben hacer referencia también al área asturiana. La Crónica de Alfonso III dice refiriéndose a los nobles supervivientes que “la mayor parte se metieron en la tierra de los asturianos”. En los Ajbār maŷmūʽa también se comenta cómo los nobles cristianos vivos “o se entregaron por capitulación o huyeron a Galicia”. Esta obra habla además de la huida de los habitantes de Mérida a “Galicia” tras caer la ciudad y más adelante hace referencia a Pelayo, que se había refugiado en “Galicia” con sus hombres. Jiménez de Rada hace referencia varias veces a la huida de cristianos a Asturias. Otros autores, en fin, asocian las tierras del norte con su orografía e indican que los visigodos eligieron como refugio estas zonas por ser montañosas y agrestes, constituyendo una defensa natural que los salvaguardaba de los invasores. Al-Rāzī, los Ajbār maŷmūʽa, Lucas de Tuy o la Crónica General de España de 1344 hablan de cristianos que huyen a las montañas y lugares abruptos de Galicia, Asturias y los Pirineos17. Asturias y el norte peninsular no es, sin embargo, el único destino del que hablan las fuentes. Algunos cronistas revelan que hubo visigodos que huyeron a los Pirineos, a Francia e incluso a Italia. La Crónica de Alfonso III dice que “los godos perecieron parte por la espada, parte por hambre. Pero los que quedaron de estirpe regia, algunos de ellos se dirigieron a Francia, pero la mayor parte se metieron en la tierra de los asturianos”, lo que nos indica que según el autor de la crónica parte de la nobleza visigoda se marchó al reino franco. Como ya hemos mencionado, la Crónica del Moro Rasis asegura que el hijo de Mūsà “pusso todos (los cristianos) fuera de España” con la excepción de los que se fueron a Asturias, lo que nos lleva a pensar, pese a lo exagerado de la afirmación, que estas personas “sacadas” de España podrían haberse refugiado en los Pirineos o fuera de la península. Jiménez de Rada parece constatar la existencia de refugiados en los Pirineos al hablar, en el contexto de un conflicto con Alfonso II de Asturias, de una expedición de Carlomagno contra “lo que quedaba de hispanos”, comentando que el rey franco pudo toparse con refugiados que vivían en los montes pirenaicos, “cuando llegó a las montañas de España, donde vivían unos pocos que habían escapado a la matanza…”. Alfonso X, en su Estoria de España, habla de los Pirineos como uno de los lugares donde los cristianos buscaron refugio. Lucas de Tuy enumera las sierras entre las que buscaron refugio los godos, nombrando los Pirineos. Además este mismo cronista, en un pasaje un tanto oscuro, relata que tras la derrota de Guadalete las tropas visigodas “derramados y fuydos, poco menos, fasta la muerte, peresçieron por cuchillo y fambre. Non solamente por las persecuciones de los bárbaros fueron gastados, mas tanbién por las armas de los franceses de parte de las Galias”. Ibn 'Iḏārī comenta que los nobles de Hispania huyeron a Galicia y a “otros países” en los extremos de la región, afirmación que puede interpretarse como una alusión a personas que abandonaron la península. Italia y más concretamente Roma aparece como un destino extrahispánico de los emigrados, pues la Crónica Mozárabe habla de la huida del obispo de Toledo Sinderedo a Roma18. 3. La emigración visigoda a Europa Como hemos visto en las fuentes, el norte de Hispania, y más concretamente el área del noroeste peninsular, fue un destino habitual de los emigrados. No en vano la reconquista se 17 Por orden de citación, Díaz y Díaz, “Noticias históricas”, pp. 448-450; Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 18; Jarouche, “A conquista de Alandalus”, p. 236; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, pp. 20-33; Gayangos, The history of Mohammedan, pp. 275-276; Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, “Romance del rey don Rodrigo”; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 55; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, pp. 27-38; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, pp. 152-165; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 26; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, pp. 30-38; Tuy (ed. Pujol), Crónica de España, pp. 270-271; Vindel Pérez, Crónica de 1344, p. 140. 18 Por orden de citación, Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 55; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 26; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 171; Menéndez Pidal, Primera Crónica, p. 316; Tuy (ed. Pujol), Crónica de España, pp. 270-271; ibidem, p. 269; Ibn 'Iḏārī (trad. Fernández González), Historias de alÁndalus, p. 16; Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17. 9 inicia precisamente en el norte y el protagonismo de los refugiados procedentes de diversas regiones del antiguo reino debió ser muy importante, así como la posterior emigración mozárabe. La legislación andalusí relativa a los mozárabes favorecía en algunos puntos su exilio a tierras cristianas, ya fueran peninsulares o no, así, las leyes más benignas prescribían que si los cristianos rompían el pacto de protección establecido con las autoridades musulmanas debían abandonar al-Ándalus y marchar a un país cristiano: “y cuando los dimmíes (…) quebrantaren su pacto, no es lícito por ello matarlos (…), mas es preciso sacarlos en seguridad de la tierra de los muslimes hasta que puedan refugiarse en el país de los politeístas más próximo”19. Las fuentes narrativas de la conquista nos hablan como ya hemos visto de migraciones más allá de la península, en dirección al reino franco: la Crónica de Alfonso III deja constancia de la partida de algunos nobles godos a Francia y Lucas de Tuy hace una referencia vaga a los “franceses de las Galias” que habrían perseguido a los derrotados de Guadalete (pasaje del Tudense que en honor a la verdad es de difícil interpretación). Los Pirineos, como lugar de paso y al ser un área montañosa, pudo ser un refugio frecuente de emigrados. Estas montañas figuran en las obras de Jiménez de Rada, que parece hablar de refugiados pirenaicos en tiempos de Carlomagno, Alfonso X y Lucas de Tuy, los cuales dicen que los que huían de los musulmanes se refugiaron en estos montes entre otros enclaves, no en vano la resistencia aragonesa nació al pie de los Pirineos. El refugiado Sorbetanus fundó, a finales del siglo VIII, la villa Surba (la actual Siresa) en el pirenaico valle de Hecho, en Huesca20. Simonet da cuenta de un monasterio pirenaico, el de Sasare, que acogió fugitivos de la invasión islámica21. Según la tradición, los santos Voto y Félix marcharon en torno al año 740 a la peña Oroel, cerca de Jaca, futuro bastión de la resistencia aragonesa22. La tradición nos habla también de la huida del obispo Bencio de Zaragoza al norte poco después de la conquista con reliquias y libros23, que serían depositados en el monasterio pirenaico de San Pedro de Tabernas. A mediados del siglo VIII, durante la persecución de Abderramán I, las reliquias de los santos Justo y Pastor fueron trasladadas por cautelosos mozárabes de Complutum al valle oscense de Nocito24. Más allá de estas montañas, del testimonio de otras fuentes se puede deducir vagamente una referencia implícita a migraciones extrapeninsulares. Así, la Crónica del Moro Rasis habla exageradamente de cristianos que fueron sacados de manera masiva fuera de España e Ibn 'Iḏārī menciona que los nobles visigodos huyeron “a los extremos de la región, como Galiquia y otros países”, alusión esta última interpretable de diversas formas, pero que puede comportar la migración a territorios ajenos a la península Ibérica. La Crónica Mozárabe y otras fuentes aluden a la precipitada huida a Roma del obispo de Toledo Sinderedo25. Italia al este y Francia 19 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 100, citando la obra del jurista del siglo XI al-Māwardī titulada Al-Aḥkām al-sulṭāniyya, ed. de Enger, p. 253. 20 Gillard, Sénac, “À propos de quelques”, pp. 166-167. Los vínculos transpirenaicos no se vieron especialmente perturbados por la invasión agarena en el siglo VIII, ver Rouche, “Les relations transpyrénéennes”; Sénac, “Chrétiens et musulmans”. 21 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 65. Pratdesaba i Sala, siguiendo a la historiografía clásica, habla también de huidas de la población hispanogoda e hispanorromana en dirección a los Pirineos, en especial a las escarpadas zonas de la sierra de las Guillerías, las sierras de Bellmunt y Torelló o los valles del Montseny, Pratdesaba i Sala, El procés de fortificació, p. 72. 22 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 173; y D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”, p. 779. Además, atraerían allí a discípulos deseosos de iniciarse en el eremitismo y de huir de la dominación islámica, como Benedicto y Marcelo, la afluencia de monjes al lugar desembocaría en la fundación del monasterio de San Juan de la Peña, y según la tradición en torno al Oroel nació posteriormente el condado de Sobrarbe, Simonet, Historia de los mozárabes, pp. 190-191. Antes de establecerse supuestamente allí los santos Voto y Félix, bajo el gobierno de Abd al-Málik (732-734) hubo una expedición musulmana que llegó hasta los Pirineos y rindió las fortificaciones que unos 200 hombres habían construido en el monte Oroel, ibidem, p. 178, citando al padre Flórez, España Sagrada, t. XXX, p. 409. 23 D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”, p. 778. 24 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 258. 25 Por orden de citación, Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 55; Tuy (ed. Pujol), Crónica de España, pp. 270-271; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 171; Menéndez Pidal, Primera Crónica, p. 10 al norte figuran en las fuentes como los lugares de acogida extrapeninsulares preferidos por los visigodos que huían de la invasión islámica. Geográficamente ambos destinos son los más cercanos a la península Ibérica, si descartamos el norte de África musulmán, por lo que una emigración hacia dichas regiones habría sido la opción más factible y lógica. Más difícil es saber si, por mar, los posibles migrantes hubieran podido ir más allá de Italia, en dirección tal vez a Bizancio (como ocurrió en algunos casos de emigrantes hispanos del siglo V), o si los huidos a Francia pudieron tal vez remontar el país y alcanzar otras zonas más remotas del continente. Una hipotética emigración a las Baleares no debería descartarse. Estas islas se encontraban en el siglo VIII al parecer sometidas nominalmente a los musulmanes, pero no debieron ser ocupadas por éstos y el peso del imperio bizantino era aún considerable. Dada la cercanía y su condición de islas-refugio en ciertas épocas, como durante las invasiones bárbaras del siglo V o ante la invasión napoleónica de España26, tal vez algunos visigodos se refugiaran en este archipiélago. La huida a centros importantes de poder, o de gran significado simbólico para los migrantes, constituye un patrón habitual en las migraciones forzosas, de ahí que las fuentes nos hablen de desplazamientos a Toledo, la capital, ante la invasión musulmana, o de la huida de hispanorromanos como la familia de Merobaudes a la corte de Rávena en el siglo V. Esta pauta explica también el desplazamiento de Sinderedo a Roma y nos lleva a pensar en posibles viajes a otros enclaves importantes de la época. Sin duda debió haber más clérigos que seguirían el ejemplo del obispo de la importante sede toledana, aparte de los numerosos prelados de Toledo que debieron acompañarle, y que ante las perspectivas de una Hispania bajo la égida del islam decidirían marchar a Roma junto al papa, habida cuenta de las buenas e intensas relaciones de la iglesia visigoda con la sede romana27. El camino del norte/noreste emprendido por los emigrantes implica necesariamente su paso por los territorios dominados hasta el año 720 por Agila II y su sucesor Ardón. Es manifiesta la escasez de datos relativos a esta última fase de la conquista, junto con el silencio de las fuentes sobre posibles migraciones en este periodo. Los territorios de la Tarraconense y Septimania fueron de los más castigados por los musulmanes durante la invasión, y de ellos pudieron partir muchos emigrantes en distintas direcciones. Al mismo tiempo los mismos migrantes del interior de Hispania que hubieran decidido huir entre el 711 y el 725 hacia el reino de Agila II y Ardón, último enclave de resistencia visigoda, o incluso con la intención de alcanzar territorios del reino franco, serían testigos de los episodios bélicos de la última fase de la conquista. Los emigrantes procedentes del interior de Hispania que se establecieron en el área de la futura marca hispánica o en Septimania, junto con los de la Tarraconense que decidieron refugiarse en los Pirineos o al sur de Francia, integrarían el grupo migratorio que las fuentes carolingias denominan a partir de la segunda mitad del siglo VIII como hispani. Los hispani28 eran inmigrantes procedentes de al-Ándalus establecidos en los territorios de Septimania, otras zonas del sur de Francia y la marca hispánica29 en los siglos VIII, IX e incluso 316; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 26; Ibn 'Iḏārī (trad. Fernández González), Historias de al-Ándalus, p. 16; Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17. 26 Las islas acostumbran a ser, por su peculiaridad geográfica, depositarias de muchos deportados forzosos, como lo eran Córcega y Cerdeña en la Antigüedad o las mismas Baleares y Canarias hasta el siglo XX. Por otro lado, los exiliados, refugiados y migrantes en muchas ocasiones se cobijan en islas. Un buen ejemplo sería el de los obispos católicos africanos que ante la llegada de los vándalos arrianos se refugiaron masivamente en Cerdeña y Córcega en los siglos V y VI, ver Vicent Ramírez, Deportatio ad insulam, algo similar a lo que debió ocurrir en las Baleares durante en siglo V, con refugiados como Inocencio o Consencio. Se sabe que el historiador hispano del siglo V Orosio, huyendo de los germanos, visitó Menorca poco antes de desaparecer. 27 Sobre las relaciones de la iglesia visigoda con Roma en el siglo VII previo a la invasión musulmana, ver Lacarra, “La Iglesia visigoda”. 28 Sobre los hispani de Cataluña y Septimania ver, por orden cronológico ascendente, Vaissète, De Vic, Histoire générale de Languedoc, vol I; Cauvet, Étude historique; Miret y Sans, La expansión y dominación; Melchior, Les établissements des Espagnols; Dupont, “Les invasions musulmanes”; “L’aprision et le régime”; Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”; Abadal, “El paso 11 X. Sabemos de su existencia fundamentalmente por diplomas y documentos administrativos carolingios30 y también por referencias de algunos cronistas e intelectuales del periodo, como Teodulfo de Orleans. Aunque es difícil saber de dónde procedían exactamente, algunos estudiosos defienden que fundamentalmente provenían de los actuales territorios de Cataluña y Aragón31, mientras que otros como Salrach opinan que, pese a que muchos serían habitantes de zonas de frontera con el islam, una parte vendría de tierras más lejanas del interior de alÁndalus32, algo que confirman las fuentes documentales, que hablan, por ejemplo, de un emigrado cordobés tardío llegado a Cataluña, de nombre Tirso, que en el 874 disputaba la autoridad del obispo de Barcelona. Estos emigrantes decidirían abandonar sus lugares de origen por motivos religiosos (al desear vivir en tierra de cristianos), políticos (conflictos internos andalusíes) y económicos (malas cosechas y hambrunas en al-Ándalus, fuerte carga impositiva)33, y añadiríamos también culturales, es decir, abandonos de al-Ándalus por un fracaso del proceso de arabización, por problemas en la adaptación a una lengua muy diferente, costumbres extrañas, una estructura familiar diametralmente opuesta a la que conocían, etc. Los hispani no aparecen reflejados en las fuentes hasta finales del siglo VIII, lo cual no significa que no se establecieran en el área de Cataluña y el sur de Francia con anterioridad, en especial durante y poco después de la invasión agarena. Algunos tal vez se refugiarían al amparo de las montañas pirenaicas, lugar de refugio predilecto según reflejan las fuentes de la conquista. Cauvet sitúa el poblamiento del sur de Francia por hispani no antes de la segunda mitad del siglo VIII e identifica dos factores que facilitarían dicha migración: por un lado, las hambrunas en al-Ándalus de mediados del siglo VIII, unido a la fuerte exacción fiscal, elementos que forzarían a la gente a emigrar; por otro, los saqueos, devastaciones y el despoblamiento de la región de Septimania durante la dominación musulmana y después con Carlomagno. Con la llegada de los carolingios a la zona y gracias a la ayuda de visigodos como el conde Ansemundo, se produjo la expulsión de todos los musulmanes, incluida la población civil que habría comenzado a asentarse. Tras el paso de musulmanes y carolingios la región estaría muy deshabitada, y para remediarlo las autoridades permitirían a los hispani que abandonaban al-Ándalus por la hambruna y el pesado yugo fiscal islámico sobre los dhimmis34 poblar el territorio. Conviene recordar que Septimania o Gothia había sido la región donde los visigodos se asentaron inicialmente en el siglo V, y los reyes de Toledo mantuvieron el de Septimania”; “Notas sobre la locución”; “La pre-Catalunya”; Dels visigots als catalans; Martí, “La integració a”; Barbero de Aguilera, “La integración social”; Zimmermann, En els orígens; Fontaine, Pellistrandi (ed.), L’Europe héritière y en concreto el capítulo en esta obra de Riche, “Les réfugiés wisigoths”; Depreux, “Les préceptes pour”; “Les aspects juridiques”; Viader, Larrea, “Aprisions et presuras”; Gillard, Hispani et aprisionnaires; Salrach, “Europa en la transición”; “Els hispani”; “Défrichement et croissance”; Riess, Narbonne and its Territory; Sénac, Gillard “À propos de quelques”; Sénac, Charlemagne et Mahomet; Raynaud, “Gallo-romains, wisigoths”. 29 Pese a la parquedad documental, y contrariamente a la opinión de Gillard y Sénac en “À propos de quelques”, p. 167, no es prudente afirmar que los hispani no pudieran establecerse en otras regiones del sur de Francia limítrofes con la península, como Aquitania, la Gascuña o la Provenza, ya que los hispani podrían tal vez ser mencionados implícitamente en las referencias genéricas que hacen las fuentes a hostolenses que llegarían para cultivar la tierra. 30 Como ejemplos de algunos de estos diplomas carolingios que hacen referencia a hispani de Septimania y la marca hispánica citamos: el diploma del 793 en el que se confirma en la posesión de unas tierras en la zona de Fontjoncouse al español Juan; diploma del 2 de abril del 812 de Carlomagno en el que se confirma a 42 hispani como poseedores de unas tierras de Septimania que habían comenzado a cultivar años antes, adquiridas por aprisio; diploma del 1 de enero del 815 de Ludovico Pío en el que se mencionan hispani; diploma del 8 de febrero del 816 de Ludovico Pío en el que se menciona a varios nobles emigrados; diploma del 8 de abril del 819 relativo a la fundación de la abadía de Conques por parte de religiosos españoles; diploma del 29 de diciembre del 833 de Ludovico Pío a favor de un hispani y su hijo en reconocimiento a su derecho sobre dos tierras en el área de Valespir, adquiridas por aprisio; diploma del 19 de mayo del 844 en el que se dota con tierras a seis refugiados visigodos en el condado de Béziers; diploma del 27 de mayo del 847 en el que Carlos el Calvo reconoce los derechos de varios hispani sobre unas propiedades adquiridas por aprisio en Septimania; diploma del 7 de julio del 854 de Carlos el Calvo en el que se confirma a varios hijos de un hispani en la posesión de unas tierras en la diócesis de Elna. Cauvet, Étude historique, pp. 75-127. 31 Abadal, “La pre-Catalunya”, p. 651. 32 Salrach, “Els hispani”, p. 35, ciertamente debía haber migrantes procedentes de zonas de la península más alejadas. 33 Ibidem, pp. 40-43. 34 Cauvet, Étude historique, pp. 46-75. 12 territorio hasta la conquista musulmana, por lo que la zona tenía fuertes lazos con la cultura visigoda, lo que sería un aliciente para los hispani. Salrach, por su parte, habla de un goteo incesante y más o menos continuado de migrantes al noreste peninsular y el sur de Francia durante tres siglos. Establece seis fases en las que dicho goteo continuo de migración de hispani conllevaría flujos migratorios de mayor envergadura: la primera en la segunda década del siglo VIII, que sería la más directamente ligada a las referencias migratorias en las fuentes narrativas glosadas en el capítulo anterior, aquí se encontrarían los más comprometidos con la resistencia al invasor35; ya durante la dominación musulmana, identifica un posible desplazamiento de muladíes y mozárabes forzados a raíz de una excesiva implicación en los conflictos intestinos del al-Ándalus primigenio entre árabes, beréberes, sirios, etc.; tras ello habría un importante flujo migratorio que nos situaría ya en tiempos carolingios, tras la expulsión de los musulmanes del sur de Francia y a partir del fallido intento franco-visigodo de conquista de Zaragoza en el 778, en el contexto de los enfrentamiento entre francos y musulmanes36 en estos años finales del siglo VIII en el área de Cataluña y Aragón, que dieron pie a un escenario violento e inseguro de guerra que forzaría a muchas personas a emigrar a los Pirineos y el sur de Francia; una cuarta fase migratoria comenzaría en los años 20 del siglo IX y estaría caracterizada por la huida de francófilos al norte de los Pirineos ante el auge de movimientos indigenistas en Cataluña y el enfrentamiento entre francos, nativos del noreste peninsular y musulmanes; en los años 40 y 50 del siglo IX tendría lugar otra fase de migración tanto de habitantes de la marca al sur de Francia por rebeliones antifrancas y expediciones musulmanas como de mozárabes del interior de alÁndalus ligados al movimiento del martirio voluntario de san Eulogio en dirección el noreste y Septimania37; finalmente se distingue una sexta fase a finales del siglo IX y principios del X motivada por la actividad bélica y repobladora del conde Wifredo el Velloso y las campañas de castigo musulmanas subsiguientes, que habrían podido impulsar nuevas migraciones a Francia. A mediados del siglo X la frontera se estabilizaría y se frenaría el goteo de emigrantes38. Un aspecto interesante de estos migrantes es cómo fueron protegidos por los emperadores carolingios, especialmente en Septimania. Establecidos, en ocasiones por los mismos gobernantes, en los condados de Narbona, Carcasona, Béziers, Rasez y el Rosellón, fueron dotados liberalmente con tierras ya desde el siglo VIII y a cambio debían proteger la frontera ante eventuales expediciones musulmanas, función defensiva para la que además los emperadores habrían tenido en cuenta el conocimiento del enemigo que tenían estos emigrantes y su disposición favorable a combatirlo. Estas repoblaciones de hispani también se irían produciendo al sur de los Pirineos, a medida que se pacificaba la marca hispánica: en Gerona los 35 Recordemos aquí la clara alusión de la Crónica de Alfonso III a los nobles visigodos que huyeron a Francia durante y después de la conquista, como destino alternativo a Asturias, Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 55. 36 Sánchez Delgado asegura que los hispani refugiados ayudaron a los francos a arrebatar Septimania a los musulmanes entre los años 732 y 768, pese a que otros autores defienden que fue sobre todo la población nativa de Septimania la que ayudaría a los francos. Sin embargo, pese a la falta de evidencias, no resulta temerario pensar en un asentamiento primigenio de hispani refugiados en el sur de Francia en la década de los años 20 y 30 del siglo VIII, que lógicamente cooperaría con los francos en la lucha común contra el invasor, Sánchez Delgado, “El final del regne”, p. 320. 37 La intensificación del proceso de arabización que aconteció en al-Ándalus a finales del siglo VIII, con el emir Hisham I y posteriormente bajo su sucesor al-Hakam I, conllevó un empeoramiento en las condiciones de vida de los mozárabes que se tradujo en varias rebeliones a principios del siglo IX y en la aparición del movimiento de los mártires voluntarios de san Eulogio a mediados de siglo, que fue violentamente reprimido entre los años 850 y 859. A finales del siglo IX la convivencia entre mozárabes y musulmanes pendía de un hilo, fueron frecuentes los castigos y represiones indiscriminadas contra los cristianos, como la matanza de los mozárabes de Sevilla del 891, “resulta pues lógico que en medio de estos acontecimientos fueran muchos los cristianos que decidieran precisamente ahora, aunque no lo hubieran hecho antes, huir del peligro y buscar refugio en los dominios cristianos”, Martínez Díez, “La emigración mozárabe”, pp. 108-109. 38 Salrach, “Els hispani”, pp. 37-40. Otros autores defienden una migración tardía y descartan que durante o justo después de la invasión musulmana se produjera una oleada migratoria de importancia (la primera oleada que distingue Salrach), ver Gillard, Sénac, “À propos de quelques”, p. 166. Sin embargo creemos que una migración temprana debe ser tenida en consideración, como reacción lógica a la invasión y porque así lo atestiguan las fuentes, por ejemplo las crónicas asturianas del ciclo de Alfonso III que hablan de una huida de nobles visigodos a Francia, como ya hemos señalado al estudiar las fuentes narrativas. 13 nobles emigrados disputarían a los obispos de la ciudad la posesión de villas39, mientras que los emperadores carolingios “pusieron hogares en Barcelona, Gerona, Ampurias y otras antiguas ciudades hispano-godas” a los hispani, “llamados hostelenses en las crónicas y documentos de la época”40. Estos emigrados conformaban grupos de campesinos minifundistas, que serían mayoría, los hispani minores, y por otro lado estaban los hispani maiores, nobles y potentados, estos últimos recibían una tierra yerma o una villa despoblada por parte del emperador y en detrimento de los condes locales, con la obligación de poblar la zona y explotar la tierra, algo que se llevaba a cabo por el procedimiento, común en la reconquista peninsular, de la aprisio. Los nobles inmigrantes habitaban las tierras concedidas con sus familiares y dependientes, y al mismo tiempo esas posesiones hacían las veces de “efecto llamada” para los campesinos que aún no habían emigrado y para los hispani minores que, desamparados en tierra extraña, se asociarían con estos paisanos nobles y obtendrían parcelas de tierra en sus nuevos dominios a cambio de determinadas contraprestaciones41. Las despobladas tierras de la Septimania de la época, muchas de ellas cultivables, debieron ser muy apetecibles para los campesinos que llegaban allende los Pirineos, aunque a medida que fue pasando el tiempo, especialmente a partir del siglo X, los conflictos con la población autóctona por la posesión de las tierras fueron en aumento. Sin embargo la protección imperial fue decisiva, ya que mediante las numerosas concesiones los emperadores adquirían un compromiso contractual y de fidelidad con los nobles emigrados y sus dependientes, debían cumplir las promesas formuladas, que en no pocas ocasiones incluían exenciones de impuestos, posesión de tierras en semipropiedad y con derecho a transmitirlas en herencia, posibilidad de adquirir la plena propiedad y el derecho a ejercer la administración de justicia por los hispani maiores para causas menores42. Los emperadores debían defenderlos ante cualquier eventualidad, siempre y cuando los hispani cumplieran con sus obligaciones de explotación de la tierra, repoblamiento y defensa. En tiempos de Carlos III el Gordo (881-887) un diploma recoge una concesión del emperador al arzobispo de Narbona donde se habla de todo lo que los descendientes de los refugiados hispanos debían a la corona43. La Iglesia jugó en el sur de Francia un importante papel en la acogida de los hispani, especialmente los cenobios. Una de las tareas de los monasterios benedictinos de la Septimania en los siglos VIII y IX fue la de acoger a los refugiados, religiosos o no, provenientes de Hispania. No solo eso sino que algunos religiosos hispani fundaron sus propios centros monásticos, como Attala y Agobardo, que aparecen en las fuentes francas como visigodos de origen y que fundarían el monasterio de San Policarpo de Rasès, mientras que otro emigrado, Nebridius, compañero de Benito de Aniano, haría lo propio fundando el monasterio benedictino de Lagrasse. Attala y Agobardo fundarían también varias iglesias en la zona, una de ellas de advocación hispana, San Fructuoso. El monasterio de Arlés fue fundado en el año 778 seguramente por refugiados hispani. Monasterios como Montolieu, Caunes o San Hilario aparecen en varios diplomas carolingios como centros receptores de hispani minores refugiados que se habrían hecho con tierras en los contornos monásticos mediante aprisio44. Aparte de los diplomas francos, algunos autores contemporáneos se refirieron a los hispani. Teodulfo de Orleans, intelectual hispano del renacimiento carolingio al que nos referiremos más adelante, fue enviado al área de Narbona en una misión diplomática. En su largo poema 39 Martí, “La integració a l’alou”. 40 Mateu y Llopis, “De la Hispania Tarraconense”, p. 35. 41 Ibidem, p. 45. 42 Ibidem, p. 46. 43 Ibidem, p. 67. 44 Cauvet, Étude historique, pp. 101-110. 14 Paraenesis ad judices describe su viaje a Narbona y menciona a los refugiados hispanos que había en la ciudad a su llegada45. El célebre cronista del periodo carolingio Eginardo, revisor cuanto menos de los Annales regni Francorum, constata la presencia de emigrantes peninsulares en el Rosellón y narra el episodio del año 827 de la revuelta del hispani Aizón, que contó con el apoyo de los musulmanes. Al igual que los diplomas carolingios Eginardo distingue entre gothi (los nativos de Septimania) e hispani (los habitantes de al-Ándalus y también los refugiados procedentes de allí). Es difícil concretar el número de hispani que se asentarían en el noreste peninsular y el sur de Francia, ante el silencio de las fuentes, que sin embargo nos dan algunas pistas, como la atención que dedica Eginardo en sus Annales a los hispani del Rosellón, lo que parece indicar que en dicha región debieron ser numerosos46. Los migrantes no se dirigirían sólo a los entornos rurales, sino también a los urbanos, a juzgar por la colorida descripción de Teodulfo de una Narbona repleta de hispani. La repoblación de villas y centros urbanos entrañaba además una preocupación de los carolingios por defender la frontera, especialmente en zonas de la marca hispánica47. Las fricciones con los autóctonos fueron muy frecuentes, y contamos con muchos diplomas tratando el tema de los hispani precisamente por pleitos entre éstos y la población local, como la protesta ante Carlomagno contestada por el emperador el 2 de abril del 812 de 43 hispani que se quejaban de la confiscación de sus tierras por parte de la nobleza local. La protección imperial fue siempre la mejor garantía para estos refugiados, y precisamente por ello, el debilitamiento de la autoridad imperial en Francia y la creciente atomización política a partir de la segunda mitad del siglo IX hizo peligrar la posición de estos privilegiados, en los siglos X y XI la llegada de emigrantes se frenó al tiempo que las causas que habían movido a promover su establecimiento (despoblación, etc.) habían desaparecido, por lo que los conflictos entre autóctonos y descendientes de hispani aumentaron. Los hispani acabarían integrándose en la sociedad de la zona, y en el sur de Francia los nobles de origen visigodo se unirían para defender sus intereses. Siglos después, importantes familias del mediodía como los Villeneuve harían remontar el origen de su estirpe a un emigrado español del siglo VIII o IX 48. Abundantes testimonios escritos ponen de manifiesto, pues, que la migración de grupos de visigodos y mozárabes al noreste peninsular y el sur de Francia constituyó una realidad que, además, jugó un papel muy importante en el desarrollo de estas regiones. Los nombres de hispani recogidos por las fuentes son innumerables. El célebre Juan fue un noble visigodo que abandonó al-Ándalus, cruzó los Pirineos, se unió a los francos y luchó incansablemente contra el enemigo protegiendo la frontera, logrando una resonante victoria cerca de Barcelona ante los musulmanes, lo que le valió la concesión en el 793 del predio de Fontjoncouse, que se encargaría de repoblar con hispani. Estos colonos peninsulares de Juan, algunos de los cuales serían bucelarios, levantaron una iglesia en honor a santa Leocadia en sus tierras, una santa hispana muy venerada en Toledo, por lo que tal vez procederían de la antigua capital visigoda o 45 Lampillas, Ensayo histórico-apologético, pp. 124-125; Cauvet, Étude historique, p. 87. El poema dice: “Mox sedes, Narbona, tuas, Urbemque decoram/Tangimus, occurrit que mihi laeta cohors/Reliquiae Getici populi; simul Hespera turba/Me consanguineo fit duce laeta sibi”45. En estos versos Teodulfo describe una multitud de godos/hispanos (“Getici populi; simul Hespera turba”), de los que se declara consanguíneo, que al llegar a la ciudad le recibieron con alegría. Como Hesperia se emplea en ocasiones para referirse no sólo a España sino también a Italia (y durante mucho tiempo se pensó que Teodulfo era italiano), se han originado ciertas dudas en torno al significado de los versos del obispo, pero sabiendo a ciencia cierta hoy en día que nació en España, no cabe duda que al declararse consanguíneo de la turba de Hesperia que le recibe, está hablando de habitantes de la península Ibérica. La referencia a los “godos” es menos indicativa, pues ciertamente godos habían sido los naturales de Narbona y de toda la antigua Gothia o Septimania, y es posible que se esté refiriendo con “Getici populi” a los godos naturales de la Narbonense (aunque habla de los “supervivientes” de los godos) mientras que probablemente cuando se refiere a la “Hespera turba” alude a los hispani refugiados en el sur de Francia que salían a recibir a su compatriota y protector. 46 Cauvet, Étude historique, p. 89. 47 Ibidem, p. 132. 48 Ibidem, p. 178. 15 sus alrededores49. Ya hemos hablado del clérigo cordobés Tirso, y conviene mencionar también al refugiado aragonés Aznar y Galíndez, que se refugió en los Pirineos catalanes en la década de los años 20 del siglo IX tras organizar un complot antifranco fallido. Un documento del 834 habla de otro Juan, hispanogodo, que luchaba contra los musulmanes del otro lado de la frontera50. Los diplomas carolingios nos proporcionan decenas de nombres de hispani, como Renemirus, Hausemundus, Cicila… que aparecen en el diploma con fecha de 19 de mayo del 844; Sumnold y Riculfo, hijos de Adefonsus, figuran en el diploma del 7 de julio del 854; los clérigos Attala, Agobardo y Nebridius antes mencionados; o los nada menos que 43 hispani, dos de ellos con nombres arabizados (Zoleimán, Zate), otros de nombre visigodo (Quintila, Walda, Atila, Ofila, Witaricus, Theodaldus, Suniefredus…), hispanorromano (Asinarius, Jacentus, Gabrinius, Christianus…) o vasco (Wasco), que presentaron una queja formal ante Carlomagno a la que éste daría respuesta el 2 de abril del 81251. En este diploma los hispani lamentan el despojo de sus tierras tras haberlas estado cultivando desde hacía 30 años, lo que nos indica que debieron llegar al sur de Francia en torno al 782. La presencia visigoda en el mediodía galo fue pues de gran importancia y su recuerdo pervivió en la literatura francesa de la Edad Media, especialmente en cantares de gesta como el cantar de Roldán, donde los musulmanes aparecen a menudo caracterizados con nombres visigodos52. La hipótesis de una posible migración en los siglos VIII y IX de visigodos y mozárabes más allá del sur de Francia, hacia el interior del reino franco, no es descartable. Como ya hemos visto las crónicas asturianas hablan de una huida de nobles visigodos a Francia, que podría englobar otros territorios aparte del mediodía, mientras que la Crónica del Moro Rasis e Ibn ʽIḏārī parecen sugerir una huida a regiones situadas fuera de la península. Desde luego el camino estaba despejado. La frontera pirenaica era permeable en los siglos VIII y IX y era posible adentrarse en el imperio carolingio, a pesar de las diferencias religiosas y los puntuales conflictos bélicos, los habitantes de los reinos cristianos peninsulares podían viajar a Francia sin mucha dificultad53. El tráfico de personas y objetos entre al-Ándalus y todo el territorio galo fue regular en estos años, y no se vio en modo alguno paralizado, el comercio se mantuvo, como prueba el testimonio de Teodulfo de Orleans, que estando en Arlés en torno al 812 nos habla de la presencia de monedas, joyas, pieles y tejidos de seda procedentes de al-Ándalus. Los judíos fueron destacados protagonistas en el intercambio de productos entre Francia y la tierra andalusí, así, en el año 827 Agobardo de Lyon denuncia la venta de un esclavo francés en el mercado español llevada a cabo por un judío de Lyon, y al año siguiente Luis el Piadoso confirmaba su protección a Abraham, hebreo de Zaragoza que comerciaba con el imperio carolingio. En el año 845 el concilio de Meaux condenaba la venta de esclavos en al-Ándalus que realizaban los judíos franceses. Ibn Jurradāḏbih, geógrafo persa, describe el viaje a mediados del siglo IX de comerciantes hebreos de la Galia hacia al-Ándalus y otras regiones del mundo islámico transportando eunucos, esclavos, brocados de seda, piel de castores, abrigos de piel de marta y armas. También algunos mozárabes se desempeñarían en tareas comerciales más allá de los Pirineos, como los hermanos de san Eulogio, Álvaro e Isidoro, que en el 848 se encontrarían negociando en Alemania, episodio que además prueba la presencia de comerciantes alemanes (a los que Eulogio interrogó para indagar sobre el paradero de sus 49 Ibidem, pp. 141-151. 50 Mateu y Llopis, “De la Hispania Tarraconense”, p. 40. 51 Cauvet, Étude historique, pp. 93-105. El documento es estudiado en profundidad por Sénac y Gillard en “À propos de quelques Hispani”. 52 Broéns, “Les noms propres”. Aunque el autor prefiere pensar en la centenaria rivalidad entre visigodos y merovingios previa a la invasión agarena para explicar la aparición de estos nombres visigodos en los cantares de gesta, p. 69. 53 Los ejemplos son abundantes, baste como testimonio el viaje del monje Vicente, del monasterio de Santo Toribio de Liébana, a Tours, donde se reunió con Alcuino de York en nombre de Beato, Fernández Vega, Beato de Liébana, p. 7; o las embajadas de los reyes astures, como la de Alfonso II en el 798 con sus emisarios Basilisco y Froila, que viajaron a Toulouse. Para un enfoque codicológico de la cuestión, ver Miranda García, “Autores carolingios”. 16 hermanos) en Zaragoza54. El libre tránsito lo atestigua también el viaje de los monjes francos Odilardo y Usuardo en el 858 a al-Ándalus en busca de reliquias, y el ulterior viaje de Mancio en nombre de Carlos el Calvo a Córdoba para comprobar la autenticidad de las reliquias halladas por los monjes55. Además, hubo embajadas entre el mundo centroeuropeo y al-Ándalus, aunque no fueran muy frecuentes, como la del emir Mohammed I en el 865 a la corte de Carlos el Calvo. Ya en el siglo X Juan de Gorze acudió a Córdoba en el año 954 como emisario de Otón I, y el califa mandó al año siguiente una embajada presidida por el mozárabe Recemundo, obispo de Iliberri, que fue recibido en Fráncfort por el emperador56. La arqueología y la numismática proporcionan testimonios fehacientes de las relaciones entre al-Ándalus y el reino franco, pues se han encontrado muchas monedas musulmanas emitidas en los siglos VIII y IX en distintas regiones de Francia, al igual que en España han aparecido monedas carolingias en las regiones de Córdoba, Sevilla y Calatrava la Vieja57. La presencia de monedas carolingias en al-Ándalus ha sido ligada por algunos autores a envíos de dinero para los mozárabes efectuados por los emperadores carolingios con el fin de soliviantar a esta comunidad contra los musulmanes58, en todo caso la relación entre emperadores y mozárabes la atestiguan intercambios epistolares como la carta del 828 de Luis el Piadoso a los mozárabes de Mérida59. El intercambio de reliquias entre los cristianos de al-Ándalus y los francos, o la transmisión de manuscritos, algunos de los cuales viajarían tal vez con los hispani, reflejan asimismo la frontera abierta entre Francia, al-Ándalus y los reinos cristianos peninsulares60. Esta frontera abierta pone de manifiesto que, para los mozárabes andalusíes, Francia no era un país remoto y extraño, pues entre ambas regiones el trasiego de todo tipo de individuos (comerciantes, embajadores, peregrinos…) debió ser hasta cierto punto usual, desde luego nunca insólito, pese a que naturalmente no alcanzaría la intensidad de los siglos VI y VII. Dichos desplazamientos englobarían también, con un carácter más puntual, movimientos migratorios de mozárabes hacia Europa, como el de los hispani, pero también rumbo a emplazamientos más septentrionales, como el interior de Francia o Alemania. La ciudad de Lyon, en el centro-este de la actual Francia, lejos de los núcleos de asentamiento de hispani del sur, parece ser que se constituyó como uno de los enclaves donde confluyeron emigrados visigodos, especialmente clérigos, según García Turza “la ciudad de Lyon parece contar con una gran colonia de clérigos procedentes de Hispania o de Septimania, en especial durante la etapa de gobierno del obispo Leidrade, en la segunda mitad del siglo VIII” 61, siendo el más célebre Agobardo. Ruiz Asencio considera que “fue legión el número de clérigos que abandonó el país y marchó a Francia, a Suiza, a Italia”62. De posibles refugiados en Alemania tenemos noticia al menos de san Pirminio, monje benedictino y misionero que predicó entre los pueblos aún no cristianizados de la zona y fundó varios monasterios, entre ellos el célebre de Reichenau. A 54 Sénac, “Mahomet et Charlemagne en Espagne”, pp. 25-26. Sobre las relaciones entre al-Ándalus y la Francia carolingia, ver Sénac, Charlemagne et Mahomet; Los soberanos carolingios. Sobre los intercambios comerciales entre al-Ándalus, Francia y otras regiones occidentales en este periodo ver Manzano Moreno, “Circulation de biens”; Shalem, Islam Christianized; “Des objets en migration”. 55 Ver Lara Olmo, “El relato del traslado”. 56 Ver Valdés Fernández, “De embajadas y regalos”, p. 26 y ss.; Espinar Moreno, El imperio de Otón I. 57 Sénac, “Mahomet et Charlemagne en Espagne”, p. 26; Martín Escudero, “Monedas que van”, p. 340 y ss. 58 Santos Gener, “Monedas carolingias”, p. 85, citado en Martín Escudero, “Monedas que van”, p. 344. 59 Estas cartas ponen de manifiesto que había comunicaciones fluidas entre los mozárabes y las más altas instancias del imperio carolingio en el siglo IX, pese a la imposibilidad de conocer más sobre la naturaleza de las mismas debido a la escasez de fuentes, Sénac, Charlemagne et Mahomet, p. 12. 60 Sénac, “Mahomet et Charlemagne en Espagne”, p. 30. 61 García Turza, “La transmisión cultural hispana”, p. 31. 62 Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”, p. 153. 17 pesar de que sus biógrafos medievales sólo mencionaban un origen geográfico lejano, sin especificar, Pérez de Urbel afirmó haber demostrado en 1928, tras estudiar la obra de Pirminio titulada De singulis libris canonicis scarapsus, su origen hispano, basándose en que da muestras de ser un gran conocedor de la literatura visigoda del siglo VII. Este autor aventura que podría provenir de la región del Ebro, mientras que otro estudioso de la materia, el padre Jecker, defiende que procedería seguramente de Septimania63. En todo caso, de ser Pirminio un refugiado hispano, habría huido de la península tempranamente, durante la invasión musulmana, pues las fuentes le sitúan en el 718 en territorio franco. Italia acogió con total seguridad al menos a un emigrado visigodo, y no menor: hablamos de Sinderedo, obispo de Toledo, la sede episcopal más importante del reino. Como ya hemos visto su huida aparece reflejada en una de las crónicas más cercanas en el tiempo al momento de la conquista musulmana, la Crónica Mozárabe, mencionándose también en otras posteriores. Sinderedo habría partido rumbo a Roma64 bastante pronto, durante la campaña de Ṭāriq. Se sabe que en el 721 participó en un sínodo romano, y tradicionalmente se ha considerado como suyo el epitafio que figura en una inscripción de Chiusi, en la Toscana. Le corresponda o no, dicho epitafio hace referencia a un obispo visigodo que habría huido de la invasión agarena65. La medrosa marcha de Sinderedo, uno de los principales personajes del reino después del monarca, debió conmocionar a la población visigoda, algunos autores consideran su marcha una estocada mortal a la misma existencia del regnum, junto al robo del thesaurus, pues simbolizó el abandono de su función de uno de los pilares del sistema como era la Iglesia66. San Próspero de Tarragona, según la tradición67 obispo de dicha ciudad (que pudo haber sido tomada por Mūsà a la fuerza alrededor del 71368), huiría presumiblemente en dirección a Roma, como Sinderedo, en los primeros momentos de la invasión, tal vez entre los años 711 y 714. Según Serra Vilaró, Próspero y sus clérigos (los también santos Justino, Procopio, Marcial, Pantaleón, Jorge y otros anónimos) “fletaron un bajel a fin de salvarse y de salvar el tesoro de su 63 Pérez de Urbel, “La patria de San Pirminio”, pp. 314-317; Jecker, Die Heimat des Hl. Pirmin, citado en Pérez de Urbel, “La patria de San Pirminio”, p. 317. No hay acuerdo unánime sobre la procedencia de Pirminio, especialmente fuera de España. Un posible origen irlandés o anglosajón se postula como una de las alternativas más plausibles a la del origen visigodo, dado que en estas islas los monjes conocían muy bien la obra de San Isidoro y otros autores visigodos clásicos. Un estudio reciente sobre el Scarapsus de Pirminio es el de Hauswald, Pirmins Scarapsus, donde no se da por seguro el origen hispano. 64 Según Isla Frez, tras interpretar las palabras de la Crónica Mozárabe, Sinderedo no habría ido a Roma sino al imperio bizantino, “el cronista nos señala la dirección de su exilio, Romanie patrie sese aduentat. Como el obispo aparece confirmando un concilio en Roma en el 721 solemos pensar –y suele traducirse- que se dirigió a Roma. Mas lo que el cronista dice es que marchó al territorio del imperio, pues es el significado habitual del término Romania. Es decir, el metropolitano habría acudido a la otra gran potencia enfrentada al califato a buscar refugio y es posible también que a solicitar ayuda”, Isla Frez, “Conflictos internos y externos”, p. 634. Tal vez lo que dice el anónimo cronista sobre Sinderedo pueda interpretarse en ese sentido, pero desde luego su presencia en Roma en el 721 nos parece decisiva y prueba que el exilio fue en dirección a Roma y no a Bizancio, ver García Moreno, Prosopografía del reino, p. 123. 65 García Moreno, España 702-719, pp. 342-343 y nota 1163. Para Gil Fernández, Moralejo y Ruiz de la Peña el epitafio hace alusión a un obispo hispano refugiado anónimo, y no a Sinderedo, Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, pp. 67-68. 66 Arce, Esperando a los árabes, p. 20, citado en Izquierdo Benito, “Toledo, entre visigodos”, pp. 112-113. 67 García Moreno, España 702-719, p. 449 y nota 1539. El autor censura que se hayan aceptado acríticamente las tesis de Serra Vilaró, que escribió la obra San Próspero de Tarragona y sus discípulos refugiados en Italia en el año 711, y considera que el viaje de Próspero y sus discípulos no tiene base histórica alguna, al estar basado en “leyendas hagiográficas y textos litúrgicos altomedievales italianos relacionados con el culto de reliquias de los mártires tarraconenses San Fructuoso y sus compañeros, y de las de su supuesto portador, un obispo llamado Próspero”. En la nota 1539 considera que los argumentos expuestos por Serra Vilaró en su libro son imaginarios, y resalta el increíble éxito de una obra con tan poco rigor histórico: “lo que resulta todavía más inaudito es el crédito del que ha gozado el libro”, comparando el relato de Próspero con el de otras narraciones hagiográficas de los siglos IX, X y XI “que trataban de probar la autenticidad de unas reliquias no originarias del lugar donde se encontraban, para lo que se necesitaba inventar la historia de su traslación. Por supuesto que el ejemplo más famoso de estas actuaciones sería la translatio de Santiago el Mayor; y en muchos casos se trataba de ocultar con dichas leyendas un robo de reliquias”. 68 Tarragona estaría inmersa en un proceso de desurbanización antes de la llegada de los invasores islámicos, aunque aún tendría vitalidad en los prolegómenos del siglo VIII. Independientemente que se rindiera por pacto o fuera sometida violentamente, parece claro que tras la conquista la ciudad quedó prácticamente deshabitada, y tuvo que ser colonizada por los musulmanes, Virgili i Colet, “La questió de Tarraquna”, pp. 14-28. Indudablemente la desolación de la urbe tarraconense tras la invasión es indicio de que hubo una parte de la población autóctona (la que no murió en el intento) que huyó, no necesariamente por mar (como asegura el autor al hablar de Próspero y las élites de la ciudad), pero sin duda a lugares cercanos. 18 iglesia (…), las reliquias santas de sus patronos Fructuoso, Augurio y Eulogio, los libros litúrgicos y las cosas más preciosas que poseía su iglesia”69, hicieron un alto en Cáller, Cerdeña, donde decidirían alterar el itinerario e ir hacia Capodimonte, en la región de Liguria. Este autor llega a afirmar que una parte considerable del clero de Tarragona acompañaría a Próspero en su viaje a Italia huyendo de los musulmanes, y que muchos otros emigrarían por mar70. El posterior culto a san Fructuoso en el área de Liguria y del sur de Francia lo relaciona Serra Vilaró con la traslación de las reliquias del santo desde Tarragona a Italia y la frontera pirenaica por parte de Próspero y el clero tarraconense. Los mismos refugiados y portadores de las reliquias de estos mártires acabarían siendo venerados en estas regiones. De nuevo en Italia, Ruiz Asencio da cuenta de un refugiado hispano llamado Johannes que huyó a Lucca, donde llegaría a ser obispo71. Avanzada ya la alta Edad Media, aunque el fenómeno pudo comenzar antes, los monasterios benedictinos de Montecasino y La Cava dei Tirreni recibieron monjes mozárabes que trajeron consigo manuscritos72. En la vida de san Willebaldo se narra cómo al entrar en el monasterio de Montecasino el santo inglés halló en el 740 a un presbítero español llamado Diaperto que le acompañó en su viaje a Roma73. La huida de Sinderedo a Roma, o la posible fuga de Próspero con destino inicialmente a la ciudad eterna ponen de manifiesto, en primer lugar, como ocurre con los refugiados del reino franco, el carácter eminentemente clerical de estos emigrados; y en segundo lugar la posible consideración que debía tener Roma como “ciudad refugio” para estas personas, al ser el centro del mundo católico occidental. Algo similar debió ocurrir durante las invasiones del siglo V y hay constancia de la existencia de multitud de clérigos bizantinos que buscaron refugio en Roma durante los siglos VII y VIII huyendo de la guerra romano-sasánida, los conflictos confesionales cristianos y la invasión musulmana74. El recorrido por el fenómeno de la emigración visigoda a Europa no sería completo sin hablar de los sabios hispanos del llamado renacimiento carolingio, un movimiento que se nutrió de intelectuales procedentes de diversas partes de Europa de dentro y fuera del imperio carolingio. Estos eruditos españoles jugarían un importante papel en la difusión de la cultura visigótica en el imperio. Es frecuente mencionar al menos a cinco de ellos: Teodulfo de Orleans, Claudio de Turín, Agobardo de Lyon, Benito de Aniano y Prudencio Galindo o de Troyes. Añadiremos dos más, pese a las dudas sobre el origen del primero: Esmaragdo de Saint-Mihiel y Dhuoda. Simonet menciona, sustentándose en Menéndez Pelayo y Mabillon, a un tal abad Teudemiro, residente en el imperio y que combatió la iconoclastia de Claudio de Turín, el nombre de este abad “indica origen hispano-gótico o galo-gótico”75, por lo que podría haber sido otro de los sabios hispanos emigrados. Al igual que otros visigodos con presencia en Europa, todos estos eruditos, salvo la seglar Dhuoda, fueron clérigos: cuatro obispos y dos regulares. Algunos autores consideran a estos intelectuales hispani, es decir, ligados a las oleadas migratorias procedentes de al-Ándalus que llegaron a Cataluña, Aragón y el sur de Francia a partir de la segunda mitad del siglo VIII76. Sin embargo varios habrían nacido probablemente en regiones de la futura marca hispánica o en Septimania, por lo que, empleando 69 Serra Vilaró, San Próspero de Tarragona, p. 33. 70 Ibidem, 77-78. 71 Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”, p. 153. 72 Aillet, “La formación del mozarabismo”, pp. 287-288. 73 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 175; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 68. 74 Ver Sansterre, Les moines grecs. 75 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 294. 76 Salrach, “Els hispani”, p. 44 y ss.; Gillard, Sénac, “À propos de quelques”, p. 164 y nota 3. En esta última obra se define a los intelectuales carolingios de origen español como “grands Hispani”, nota 3, frente a los hispani desconocidos o anónimos que aparecen en los diplomas carolingios. Ver Vezin, “Manuscrits présentant des traces”; Castes, Cinq éveques Hispani. 19 la terminología de los diplomas carolingios77, no deberían ser considerados hispani, sino más bien gothi, como oriundos de la antigua Gothia (Septimania) o de la posteriormente incorporada marca hispánica. Tal sería posiblemente el caso de Claudio de Turín, Agobardo de Lyon, Benito de Aniano y Dhuoda, que serían gothi, mientras que Teodulfo y Prudencio de Troyes sí podrían ser considerados genuinos hispani, emigrados a tierras cristianas desde al-Ándalus. Cabe preguntarse pues hasta qué punto estos sabios hispanos de los tiempos carolingios eran migrantes forzosos, Teodulfo parece claro que lo fue, ya que él mismo lo reconoce en sus obras, pero resulta difícil saberlo en los demás casos. Sea como fuere las interacciones de estos intelectuales con el mundo carolingio, en el que estaban plenamente integrados, se enmarcan también en la migración de gentes del saber procedentes de la península cuyo rastro puede seguirse a través de la circulación de manuscritos hispanos por Europa, como veremos más adelante. Teodulfo de Orleans78 (750-821) nació a mediados del siglo VIII o puede que antes, seguramente en Zaragoza a tenor de varias pistas que da en sus obras, en todo caso es segura su procedencia visigoda. En fecha incierta emigraría a Francia con su familia, donde debió recibir su formación. El origen visigodo parece claro, a juzgar por varias frases autobiográficas del autor en sus obras, además, “la personalidad de Teodulfo sólo puede entenderse bien si se tiene en cuenta que es un visigodo de España procedente del ambiente mozárabe, es decir, arabizado, y transmisor de la cultura isidoriana”79. Otro rasgo que detectan los especialistas como típicamente hispano es su iconoclastia, que comparte con otros intelectuales peninsulares del periodo como Agobardo y Claudio y puede deberse a la influencia musulmana y a la arraigada iconofobia del cristianismo hispánico desde los tiempos del concilio de Elvira80. Fue nombrado obispo de Orleans en el año 797, ocupó cargos de mucha relevancia en la corte carolingia, dedicó su vida a ocupaciones pastorales y educativas, se convirtió en uno de los teólogos más renombrados de la corte y en el plano literario destacó por sus poesías, himnos y varios tratados teológicos. Teodulfo es seguramente el sabio hispano más importante del renacimiento carolingio y una de las luminarias más relevantes de este movimiento cultural junto con Alcuino de York81. Benito de Aniano82 (750-821) era hijo del conde de Maguelona Aigulfo por lo que su origen visigodo es indiscutible. Antes de profesar en la orden benedictina se llamaba Witiza, nombre común entre los visigodos. Procedía por tanto de Septimania, región que pasaría a estar bajo el control de los francos poco después de nacer Benito. En sus escritos no se atisban influencias de los autores clásicos visigodos, que debían serle bastante ajenos. Luchó en alguna campaña militar carolingia y en la década de los 70 del siglo VIII entró en la orden de san Benito. Fue esencialmente un reformador monástico, difundió la orden, combatió el adopcionismo y emprendió una reforma muy importante del monacato carolingio en tiempos de Luis el Piadoso. 77 Salrach, “Els hispani”, pp. 32-34. 78 Ver Liebeschütz, Saxl, Theodulf of Orleans; Freeman, “Theodulf of Orleans”; “Theodulf of Orleans and the Psalm”; Theodulf of Orleans: Charlemagne’s; Alexandrenko, The poetry of Theodulf; Brommer, Die bischöfliche Gesetzgebung; Noble, “Some observations”; Treadgold, Renaissances before the Renaissance; Riquer, “Teodulfo de Orleans”; D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”; Greeley, “Social Commentary”; Freedman, “Theodulf of Orleans”; Gärtner, “Miscellanea-Zu Theodulf”; Semperena, “Teodulfo de Orléans”; Nelson, “The libera Vox”; Andersson, Ommundsen y otros, Theodulf of Orléans; Babcock, “Ratherius, Bobbio”; Ciocca, “References to disorder”. 79 D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”, p. 774. 80 Ibidem, p. 785. 81 Ibidem, p. 799. 82 Ver Nicolai, Der hl. Benedict; Paulinier, S. Benoit d’Aniane; Foss, Benedikt von Aniane; Puckert, Aniane und Gellone; Dulcy, La règle de Saint Benoît; Williams, “St Benedict of Aniane”; Winandy, “L’oeuvre monastique”; Schmitz, “L’influence de Saint”; Molas, “A propósito del ordo”; Rouselle-Estève, “Saint Benoît d’Aniane”; Noble, “The monastic ideal”; Treadgold, Renaissances before the Renaissance; Grégoire, “Benedetto di Aniane”; Bonnerue, La concordia regularum; Speck, Benedikt von Aniane; Cabaniss, Benedict of Aniane; Jeria, “San Benito de Aniano”; Claussen, “Benedict of Aniane”. 20 Claudio de Turín83 (fl. 810-827) era casi con total seguridad oriundo de la península, provenía seguramente de la actual Cataluña y debió conocer al adopcionista Félix de Urgel, con quien tal vez se formó, pero también es posible que se educara en Lyon bajo el pontificado de Leidrade. En obras como el Comentario al Génesis se muestra deudor de escritores y exegetas hispanos. Llamado a la corte en tiempos de Luis el Piadoso, fue nombrado obispo de Turín en el año 817. Tanto en su acción pastoral como en su faceta de escritor Claudio destacó por sus obras exegéticas y por una furibunda iconoclastia (fue de los pocos teólogos occidentales de su época que condenó el culto a las imágenes), esto último le originó problemas, llegando a ser acusado de hereje por compañeros como Jonás de Orleans. En cuanto a Agobardo de Lyon84(c.775-840) su procedencia hispana es segura, puede que naciera en Cataluña o Septimania. En torno a la década de los 80 del siglo VIII parece que se encontraba en el área de Narbona junto al abad Atala, y hay constancia de su asentamiento en la ciudad de Lyon alrededor del año 792, donde estudió, al igual que Claudio, en la escuela de los obispos Adón y Leidrade. En el año 816 fue nombrado obispo de Lyon. Se vio involucrado en varias conjuras políticas en tiempos de Luis el Piadoso, lo que le valió el exilio. Destacó por sus posicionamientos antisemitas y su velada iconoclastia, como escritor compuso tratados apologéticos, combatiendo el adopcionismo, el judaísmo y las prácticas paganas, escribió también sobre el culto a las imágenes, temas litúrgicos y teoría política. Prudencio de Troyes85(fl. 835-861) intelectual de época ya más tardía que el resto, nació en Hispania, seguramente en Aragón, y antes de cambiarse el nombre se llamaba Galindo. Es posible pues que viviera en territorio musulmán y emigrara a Francia, como Teodulfo. Se educó en la escuela palatina de Aquisgrán y formó parte de la corte de Luis el Piadoso. En el año 843 fue nombrado obispo de Troyes. Destacó sobre todo como teólogo y filósofo, también escribió crónicas históricas, escritos hagiográficos y poemas. Mantuvo una disputa con varios eruditos importantes de la época en torno al tema de la predestinación, defendiendo la teoría de la doble predestinación. Dhuoda86(fl. 824-844), la única seglar del grupo, era la esposa del noble carolingio Bernardo de Septimania e hija posiblemente del vasco Sancho I de Gascuña y de Aznárez de Aragón, por lo que su origen visigodo es también bastante seguro. Residió toda su vida de casada en Uzés, en el valle del Ródano, y tuvo dos hijos, Guillermo y Bernardo. Ejerció algunas responsabilidades administrativas y militares relativas al patrimonio de su marido. Es conocida 83 Ver Comba, Claudio di Torino; Dümmler, “Uber Leben und Lehre”; Bellet, “Claudio de Turín”; Wemple, “Claudius of Turin’s”; Italiani, La tradizione esegetica; Matter, “Theological freedom”; Cavadini, “Claudius of Turin”; Treadgold, Renaissances before the Renaissance; Gorman, “The commentary on Genesis”; “From Isidore to Claudius”; van Banning, “Claudius von Turin”; Heil, “Claudius von Turin”; Allen, “The Chronicle of Claudius”; Boulhol, Claude de Turin; Boucaud, “Factus est homo”; Noble, Images, Iconoclasm. 84 Ver Chevallard, L’Église et l’État; Marcks, Agobard von Lyon; Bressolles, Saint Agobard; Campos, “Doctrine et action”; Cabaniss, Agobard of Lyons; Boshof, Erzbischof Agobard; Van Acker, Agobardi Lugdunensis; Treadgold, Renaissances before the Renaissance; Ward, “Agobard of Lyons”; Heil, “Agobard, Amulo”; Savigny, “L’immagine dell’ebreo”; Rubellin, Église et société; Langenwalter, Agobard of Lyon; O’Brien, “Locating authorities”; Meens, “Thunder over Lyon”; Pezé, “Amalaire et la communauté”; Ferrasin, Ordálios e duelos; Caruso, La trattatistica di Agobardo; Sánchez, “La juventud de Agobardo”. 85 Ver Meddeldorf, De Prudentio et theologia; Girgensohn, Prudentius und die; Wilmart, “Le vrai pontifical”; Kahl, “Die sclavorum ciuitas”; García, “Prudencio Galindo”; Gumerlock, “The tractoria”; Davy, “Urbem impune adeunt”; Pezé, “Deux manuscrits personnels”; Wielfaert, Prudentius of Troyes. 86 Ver Bondurrand, L’éducation Carolingienne; Fabre, “La Princesse Dhuoda”; Burger, “Les vers de la duchesse”; Cabaniss, “The Woes of Dhuoda”; Janssens, “L’influence de Prudence”; Marchand, “The Frankish mother”; Cherewatuk, “Speculum matris”; Mayeski, “A Troublesome Puppy”; “The Beatitudes”; “Mother’s Psalter”; Dhuoda: Nith Century; Claussen, “God and man”; Cardini, “Dhuoda, la madre”; Riché, “L’éducation religieuse”; Castrillo Llamas, “Concepción. El Liber”; “Fathers of power”; Nunes, “O dever da”; Merino, La educación cristiana; Godard, Dhuoda. la Carolingienne; Thiebaux, Dhuoda. Handbook; Stofferahn, “The many faces”; Luff, “Schreiben im Exil”; Martín, “La mujer noble”; “Los salmos bíblicos”; Durrens, Dhuoda, duchesse; Nelson, “Dhuoda”; Le Jan, “Dhuoda ou l’opportunité”; Sánchez Prieto, “La educación de la mujer”; Gravel y otros, Dhuoda, belle-fille. 21 por su célebre Liber Manualis, una guía vital que escribió entre los años 841 y 843 para su hijo Guillermo. Finalmente Esmaragdo de Saint-Mihiel87(fl. 805-826), de origen incierto, se baraja que pudo haber nacido en el sur de Francia o en España88. Fue abad del monasterio benedictino de Saint Mihiel, en la región de Verdún. Durante toda su vida estuvo ligado a la corte carolingia y participó activamente en la vida política y cultural de la misma. Su obra más conocida fueron los comentarios que realizó a la regla benedictina, también escribió un libro sobre el monacato y comentarios exegéticos, además de un extenso comentario de gramática, una guía vital para Luis el Piadoso y algunas poesías. 4. El rastro visigodo en la Europa altomedieval: indicios que sugieren la emigración La cultura visigótica, que había sido una de las más brillantes de occidente en la temprana Edad Media89, pervivió a pesar del derrumbe político: en al-Ándalus por medio de los mozárabes, en el norte gracias al afán restauracionista de los cristianos y en Europa a través de los hispani y los sabios españoles del renacimiento carolingio90. La región narbonense, la antigua Gothia visigoda, que había albergado godos antes que ninguna otra región hispánica, preciso es señalar que debió jugar también un papel importante en la conservación de la cultura visigótica en el mundo carolingio, del que muy pronto pasó a formar parte tras el breve lapso de dominación musulmana. Lo mismo debe decirse de los territorios de la marca hispánica, que en 80 años pasaron de ser visigodos a estar bajo el amparo carolingio91. Aquí la influencia cultural visigótica no enlaza con posibles episodios migratorios pues el imperio absorbió territorios que antaño eran visigodos y que pasaron a formar parte del reino franco, el influjo visigótico vendría del interior del mismo imperio y desde allí se extendería por el resto de regiones. En cualquier caso la impronta visigoda y mozárabe en Europa podría revelar, en ocasiones, la presencia de emigrantes. Uno de los ejemplos más claros es el de la circulación de manuscritos92. Los emigrados, al abandonar su patria, llevarían consigo sus bienes más preciados, lo que incluiría, en el caso de los clérigos, manuscritos93 con obras de todo tipo, desde clásicos grecorromanos a biblias, libros litúrgicos y escritos de los padres de la Iglesia, pasando por obras de las figuras más destacadas de la literatura visigoda de los siglos precedentes, como san Isidoro de Sevilla. Estos clérigos contribuyeron a difundir la rica cultura del reino visigodo de Toledo por Europa. Los hispani de la marca hispánica y Septimania pudieron también llevar consigo manuscritos94. Varios autores defienden el viaje a Italia de san 87 Ver Wilmart, “Smaragde et le”; Leclerq, “Un maître spirituel”; Eberhardt, Via regia; Rädle, Studien zu Smaragd; Holtz, “(Nouveaux) prolégomènes”; Dubreucq, “Smaragde de Saint-Mihiel”; Willjung, “Zur Überlieferung”; Schütz, Smaragdus von StMichiel; Hauschild, Smaragdus von Saint-Mihiel; Ponesse, “Standing distant from”. Llama la atención la amplia difusión de la obra de este autor en los reinos cristianos peninsulares durante la alta Edad Media, ver Miranda García, “Autores carolingios”, pp. 31-33. 88 Ponesse, “Smaragdus of St Mihiel”, n. 31. Esmaragdo, en sus comentarios a la regla benedictina, se inspira en reglas monásticas visigodas como las de san Fructuoso y san Isidoro, ibidem, pp. 27-28. 89 García Moreno, España 702-719, p. 28, “La España de finales del siglo VII superaba con mucho cualquier comparación no sólo con la Francia merovingia sino también con la propia Italia (…). Es más, el llamado renacimiento carolingio debería mucho a los cultos hombres de iglesia emigrados de tierras godas, como Teodulfo de Orleans o Benito, antes Witiza, de Aniano”. 90 Sobre la incidencia visigótica en Europa durante la Edad Media, es imprescindible la obra de Fontaine, Pellistrandi (eds.), L’Europe héretière. Sobre los intercambios culturales entre el mundo carolingio y el mozárabe, ver Fontaine, “Mozarabie hispanique”. 91 Ver Zimmermann, “Conscience gothique”; Freedman, “L’influence wisigothique”; Duhamel-Amado, “Poids de l’aristocratie”; Ripoll López, “Las relaciones entre”. Todos son capítulos del libro L’Europe héretière de l’Espagne wisigothique editado por Fontaine y Pellistrandi. Ver también Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, p. 107. 92 Sobre la circulación de manuscritos, ver Díaz y Díaz, “La circulation des manuscrits”; Universidad de Santiago de Compostela, Coloquio sobre Circulación. 93 Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”, p. 154: “Disponemos de testimonios variados que nos muestran que las comunidades religiosas o los clérigos que emigran lo hacen siempre transportando con ellos los libros que poseen”. 94 Sénac, “Mahomet et Charlemagne”, p. 30. 22 Próspero y sus discípulos en base a manuscritos aparentemente visigóticos que portarían y se quedarían en Italia, entre ellos el famoso oracional de Verona, que provendría según estos estudiosos de Tarragona y hoy en día se conserva en la Biblioteca Capitular de Verona95. Zimmermann afirma que refugiados visigodos se dedicarían a copiar y transcribir manuscritos en Lucca, depositando una parte de los códices que traían de la península en el monasterio de Montecasino. En este célebre monasterio y en el de La Cava dei Tirreni monjes mozárabes depositaron manuscritos hispánicos96. En torno al año 732 unos clérigos que acompañaban al malhadado obispo de Urgel huyeron de los musulmanes y se refugiaron en tierras francas, portando dos manuscritos visigóticos del siglo VII en letra semiuncial, que acabarían en la biblioteca de Autun. Posteriormente llegarían al imperio carolingio, merced a eclesiásticos exiliados, numerosas obras de clásicos visigodos como san Isidoro, Julián de Toledo, la regla de san Fructuoso, pasionarios, obras de exégesis bíblica y textos jurídicos como el Liber Iudicum y la Collectio hispana97. Al parecer san Pirminio, de posible origen hispano como hemos visto, pudo traer a sus monasterios alemanes códices visigodos sobre los que los monjes harían sus propias copias, tal sería el caso del codex princeps del Scarapsus o el códice XVIII de Reichenau. Además, es posible que la célebre coma joánica de la primera epístola de san Juan pasara de manuscritos visigodos a Reichenau y Saint Gall, y de ahí al resto de Alemania98. Muchos de estos manuscritos europeos en letra visigótica (un tipo de letra que les debía resultar extraña y forastera a los carolingios) se perderían tras ser copiados en nuevos códices en la letra carolina imperante a partir del siglo IX99. Mateu y Llopis consideraba que varios códices de procedencia hispana de los siglos VII y VIII debieron ser sacados de la península por visigodos emigrados, a saber: las epístolas de san Pablo que figuran en el manuscrito latino 6436 de la Biblioteca del Estado de Múnich; los fragmentos del Liber Testimoniorum de Paterius, que se encuentra en París; el famoso pentateuco Ashburnham (cuyo origen hispánico es puesto en duda hoy en día); el códice 27 de la Biblioteca Municipal de Autun, con las Questiones in vetus Testamentum de san Isidoro; el Augustinus in Psalmos de la Biblioteca Nacional de París; el Liber Iudicum que se encuentra en la biblioteca vaticana; el manuscrito de Vercelli; la crónica de Eusebio de Lucca; y el oracional de Verona, de indudable origen hispano100. El oracional de Verona ha sido estudiado por varios autores101. Se trata del códice LXXXIX de la Biblioteca Capitular de Verona, el único de la biblioteca en letra visigótica. Fue compuesto seguramente a finales del siglo VII, y contiene un oracional de la liturgia hispánica. Este texto muestra un sistema gráfico totalmente formado que lleva a pensar que la visigótica redonda debió nacer, como muy tarde, en la segunda mitad del siglo VII102. Pese a que es inverificable que proceda de Tarragona, no hay dudas de que estamos ante un manuscrito que fue redactado 95 Salrach, “Els hispani”, p. 43. 96 Aillet, “La formación del mozarabismo”, pp. 287-288. Sobre estos manuscritos de Montecasino, ver Braga y otros, “Notte e osservazioni”, citado en Aillet, “La formación del mozarabismo”, n. 8. Sobre los refugiados de Lucca, Ruiz Asencio dice que Johannes, “que huyó a Lucca, de cuya sede llegó a ser obispo, y que participa con su mano y escritura visigótica, junto a otros 37 escribas, en la copia de ese tan importante códice que es el 490 de la Biblioteca Capitular”, Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”, p. 153. Se refiere a un manuscrito conservado en Lucca y copiado entre los años 787 y 816 que contiene un antiguo recetario latino. 97 Zimmermann, Écrire et lire, p. 643, citado en Salrach, “Els hispani”, p. 43. 98 Pérez de Urbel, “La patria de San Pirminio”, pp. 316-317. Ruiz Asencio detalla que san Pirminio aportó 50 manuscritos visigodos a Reichenau, Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”, p. 153. 99 Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”, p. 164. 100 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, pp. 28-29. 101 Sobre el oracional, ver Spagnolo, “L’orazionale”; Schiaparelli, “Sulla data”; Robinson, Manuscripts 27 (S. 29); Vives, Claveras, Oracional visigótico; Lowe, Codices Latini antiquiores, vol. IV; Marchi,“I manoscritti della Biblioteca”; Díaz y Díaz, “Consideraciones sobre el oracional”; Vivancos Gómez, “El oracional visigótico”. 102 Alturo i Perucho, “La escritura visigótica”, pp. 117-118. 23 en Hispania y que se encontraría ya en Italia, en el área de Pisa, alrededor del año 731, recalando en Verona años después103. Aunque ciertamente el códice pudo llegar a Italia de diversos modos, a nuestro juicio lo más probable es que fuera trasladado por un clérigo, presumiblemente hispano (¿tal vez Sinderedo o algún miembro de su séquito toledano?), a principios del siglo VIII, durante o poco después de la invasión musulmana. La difusión de las obras de los grandes epígonos de la literatura visigoda de los siglos VI y VII por Europa, y sobre todo de los escritos de san Isidoro, es muy significativa. Las Etimologías alcanzaron tal éxito que se convirtieron en la gran enciclopedia del mundo medieval. Su difusión fue extraordinaria ya desde el mismo siglo VII, “más allá de los Pirineos, la influencia de esta obra isidoriana fue inmediata y enorme (…). Hacia el 800 las Etimologías se encuentran en todos los centros culturales de Europa”104. Aún asumiendo la indudable importancia de los irlandeses en la difusión de las Etimologías y la existencia de otras vías de difusión (como la más lógica de un paso a Francia ya en el siglo VII), no se puede descartar que la diáspora de hombres del saber hispánicos a Europa tras la invasión musulmana contribuyera en buena medida al éxito europeo de las Etimologías: como sabemos, estos eruditos abandonaron su patria llevando consigo sus manuscritos más preciados, y entre ellos debía contarse la más importante obra isidoriana, cuya inmediata popularidad debió convertirla en un libro conocidísimo entre los sabios y clérigos visigodos de principios del siglo VIII105 y posteriormente en la comunidad mozárabe. Lo mismo podría decirse del resto de obras, poemas y epístolas de san Isidoro populares fuera de la Península en la alta Edad Media, cuyos manuscritos pudieron ser transportados por los emigrados visigodos más cultos a raíz de la invasión islámica y también por clérigos mozárabes en los siglos VIII y IX. Obras de autores clásicos visigodos como san Ildefonso, san Julián y san Eugenio de Toledo o san Braulio y Tajón de Zaragoza, de temprana difusión por el continente, pudieron asimismo ser transportadas por emigrados a Europa, al igual que reglas de monjes106, ejemplares de la Colección Canónica Hispana (que por su calidad fue usada para corregir la Colección de Dionisio el Exiguo y formó parte de la colección pontificia conocida como Adriana, de finales del siglo VIII107) escritos de autores grecorromanos bien conocidos en Hispania o biblias. En cuanto a los autores visigodos, sus obras, versos y aforismos eran usados por los escolares carolingios, en especial Eugenio y Julián de Toledo, como prueba su presencia en glosarios, florilegios y tratados gramaticales del imperio, estos últimos inspirados en textos escolares visigóticos que circulaban desde el siglo VIII por Italia108. Parece que manuscritos de la Vetus Latina Hispana, es decir, una versión de la biblia hispánica anterior e independiente de la Vulgata de san Jerónimo, se expandieron más allá de los Pirineos en tiempos altomedievales109. La biblia del siglo IX conservada en la abadía de la Cava en Italia podría proceder de la escuela caligráfica sevillana, por el tipo de letra visigótica en que está escrita110. Un antiguo fragmento del sur de Francia denominado Chronica Gothorum, asignado erróneamente a san Julián de 103 Vivancos Gómez, “El oracional visigótico”, pp. 133-134. 104 Díaz y Díaz, San Isidoro de Sevilla, pp. 205-210. Por esta obra nos guiamos en los siguientes párrafos para hablar de la difusión de las obras isidorianas. 105 Díaz y Díaz, San Isidoro de Sevilla, p. 208. Este autor considera tal hipótesis una posibilidad, aunque menos probable que otros canales de difusión de la obra más normales, opinión similar le merece el asunto a García Turza, “La transmisión cultural hispana”, p. 31, que parafrasea a Díaz y Díaz. 106 Ver Díaz y Díaz, “Las reglas monásticas”. 107 Alafont, “Edición crítica de la Colección”, p. 196. 108 Alberto, “Formas de circulación”, p. 24. Ver también Holtz, “Prose et poésie”. 109 Díaz y Díaz, San Isidoro de Sevilla, p. 120. Sobre la Vetus Latina Hispana, ver Ayuso Marazuela, La Vetus Latina; “El problema de la primitiva”; Gutíerrez, “La Vetus Latina”; Verdejo Sánchez, “El libro del Génesis”; Morano Rodríguez, Glosas marginales; Ortuño Arregui, “La Vetus Latina”. 110 Mateu y Llopis, “De la Hispania Tarraconense”, p. 30. 24 Toledo, que constituye una versión del Ordo gentis Gothorum que aparece en el ciclo de la Crónica de Alfonso III, se debió redactar antes del año 800 y constituiría parte de una obra histórica de mayor magnitud que se habría escrito poco después de la caída de Hispania111, y pudo ser trasportada por hispani al sur de Francia. El célebre Liber glossarum, una de las colecciones de glosas más importantes de la Edad Media y muy usada en época carolingia, tiene un origen discutido. La primera copia que conocemos de la obra es de finales del siglo VIII o principios del IX y fue compuesta en la abadía de Corbie, al norte de Francia. Mientras que estudiosos como Lindsay situaron su confección en el imperio en tiempos del renacimiento carolingio, como sería fácil pensar en un primer momento en base a las evidencias materiales, Goetz sugirió un origen visigótico que hoy en día parece bastante aceptado. Según esta teoría, el Liber se habría confeccionado por varios autores en la España visigótica y en distintas fases, tomándose materiales fundamentalmente isidorianos y ampliados a lo largo del siglo VII con obras de las bibliotecas del mismo Isidoro, Braulio, Tajón y Julián de Toledo112. La compilación última y definitiva que llegaría al mundo carolingio (Díaz y Díaz afirma que el compilador del Liber habría sido un tal Ansileubo) pudo ser transportada por algún emigrado visigótico: “el compilador pudo ser uno de esos cristianos que permanecieron en sus viejas sedes manteniendo la tradición isidoriana y que debió emigrar hacia el norte antes del 750”113. Las primeras copias del norte de Francia son aparentemente deudoras de dos scriptoria muy ligadas al influjo visigótico: St Riquier y sobre todo Reichenau, fundado por el ya mencionado san Pirminio, tal vez un refugiado hispano que traería consigo a la abadía multitud de manuscritos de la península. Un hipotético puente entre la diáspora de manuscritos visigodos, Reichenau y el Liber glossarum podría ser la obra Hypomnesticon del pseudo-Agustín, una rara obra apologética anónima contra los pelagianos, del siglo V, que aparece citada en las Sentencias de Tajón de Zaragoza (lo que atestigua que el Hypomnesticon o una recensión del mismo circulaba por la Hispania visigótica del siglo VII), primer autor en referirse a ella, vemos luego esta insólita obra en el catálogo de la biblioteca de Reichenau (fundado por Pirminio) del siglo VIII, y finalmente es citada una docena de veces en el Liber glossarum, lo que conduce a consolidar la teoría del origen hispánico del Liber114. La liturgia mozárabe115 es otro elemento que sirve para seguir el rastro de la influencia visigótica en Europa. Ya hemos hablado del oracional de Verona, manuscrito visigodo que contiene un oracional de la liturgia hispánica que debió trasladar a Italia un emigrado poco después de la conquista agarena. La liturgia visigoda traspasó los Pirineos (a lo que también debieron contribuir el territorio septimano y la marca hispánica) y llegó al imperio carolingio116. Por otro lado también nos consta la presencia de ciertos usos y costumbres del cristianismo hispánico en Europa. Por ejemplo, merced a la figura de san Pirminio, se reflejarían en su célebre Scarapsus (obra muy difundida entre los monjes y misioneros centroeuropeos) 111 García Moreno, España 702-719, pp. 35-36 y n. 34. 112 Centre National de la Recherche Scientifique, “Final Report Summary - LIBGLOSS”. El origen visigótico lo defienden Grondeux, Cinato, Liber glossarum digital, sección “Le Liber glossarum”, editores de una reciente versión del Liber glossarum accesible online: http://liber-glossarum.huma-num.fr, fruto del proyecto LIBGLOSS. Ver también Goetz, Der Liber glossarum; Lindsay, Glossaria latina. 113 García Turza, “La transmisión cultural”, p. 34. En p. 36 el autor sugiere de nuevo el origen hispano del Liber basándose en la presencia constante de elementos isidorianos y de otros autores comunes en la España visigótica. Asegura además que la copia en minúscula carolina de Corbie presenta rasgos paleográficos que muestran una probable copia de un códice hispano, como la inclusión de elementos paleográficos visigóticos extraños a la letra carolina. 114 Centre National de la Recherche Scientifique, “Final Report Summary - LIBGLOSS”, ver también Grondeux, “Note sur la présence”, p. 59. 115 Sobre la liturgia mozárabe, ver Pinell, Liturgia hispánica. Sobre el pasionario, ver Riesco Chueca, Pasionario Hispánico. 116 Ver Gros, “Les Wisigoths et les”; Reynolds, “The Visigothic Liturgy”. Sobre las conexiones entre el canto de la liturgia mozárabe y su contexto europeo altomedieval, ver Levy, “Old Hispanic Chant”, y centrado en el sur de Francia, Rodríguez Suso, “Les chants pour”; Huglo, “Écritures et notations”. 25 costumbres como la recomendación a los fieles de donar vino, incienso y velas a sus parroquias o la prohibición de comer animales ahogados o muertos de forma inesperada, que aparecen en el Liber Ordinum visigótico y parecen ser tradiciones de la iglesia hispana. La consideración de la ingesta de sangre de animales como una falta moral la refleja igualmente el Scarapsus y por una carta de Evancio de Toledo sabemos que este escrúpulo era corriente como mínimo en la región de Zaragoza a principios del siglo VIII117. La costumbre de la unción real con el fin de sacralizar al monarca, asentada en Hispania desde el reinado de Wamba, se extendió al imperio carolingio gracias seguramente al influjo de los emigrados visigodos que ocupaban puestos de responsabilidad en la corte118. Los santos visigodos alcanzaron difusión en la Europa altomedieval y esto fue debido, al menos en parte, a refugiados como los hispani del sur de Francia, recuérdese la fundación de una iglesia en honor a santa Leocadia en el predio de Fontjoncouse del hispani Juan, llevada a cabo por sus colonos procedentes de al-Ándalus. El imperio carolingio y muy especialmente el sur de Francia experimentaron la extensión del culto a santos típicamente hispanos como Vicente, Justo y Pastor, Fructuoso, Cucufate, Félix de Gerona, Leocadia y las Eulalias de Barcelona y Mérida119. Algunas de las iglesias rurales septimanas dedicadas a santos españoles aparecieron ya en tiempos del reino visigodo de Toledo120, como es lógico por la pertenencia de Gothia al reino, pero el culto se desenvolvió principalmente durante la emigración de los hispani a la Septimania en tiempos de Carlomagno121. Por otro lado, se han hallado reliquias de santos hispanos de época romana y visigoda en otras regiones de Europa. Aunque menos esclarecedor por razones obvias, ya que en la Edad Media fue común el tráfico y robo de reliquias y se han encontrado muchas en lugares distintos a sus ubicaciones originarias, podría indicar en ocasiones desplazamientos permanentes fuera de la Península de clérigos visigodos y mozárabes. Otro indicio indirecto de emigración podría ser la expansión del adopcionismo renacido en al-Ándalus por el mozárabe Elipando, metropolitano de Toledo, en el siglo VIII y combatido por Carlomagno. El adopcionismo pudo recoger influencias de la antigua heterodoxia cristológica oriental y también del islam, y en todo caso su presencia en España y la de otras corrientes heréticas andalusíes va muy ligada a la dominación musulmana de al-Ándalus y a las tentaciones renovadoras que produjo la convivencia con el islam predominante, así, sabemos por el mismo Elipando y Beato de Liébana que el sevillano Migecio trató de explicar la Trinidad por medio de desacostumbrados procedimientos. El adopcionismo, aparte de llegar a la marca hispánica por medio de Félix de Urgel, obispo de dicha localidad pero que pudo haber sido un refugiado de al-Ándalus (hipótesis planteada como interrogante por Epalza y Cutillas Ferrer122, no pocos autores hacen a Félix al menos amigo y colaborador de Elipando), traspasó ampliamente las fronteras pirenaicas. Para Serdà i Prats hay una clara relación entre la liturgia visigoda y el adopcionismo y esta corriente heterodoxa constituía una forma de lucha en defensa de la idiosincrasia litúrgica y doctrinal visigótica frente a las imposiciones francas y romanas 123. A juicio de Orlandis, la peor consecuencia del adopcionismo habría sido la extensión por Europa de un “sentimiento de desconfianza hacia la religiosidad hispánica, y de un modo 117 Pérez de Urbel, “La patria de San Pirminio”, pp. 315-316. 118 Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 68. 119 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, p. 30. Ver Guerreiro, “Le rayonnement de”; Riesco Chueca, Pasionario Hispánico; Aillet, Les mozarabes. 120 Griffe, Histoire religieuse, p. 87, citado en Serra Vilaró, San Próspero de Tarragona, p. 80. 121 Ibidem, p. 88, citado en Serra Vilaró, San Próspero de Tarragona, p. 80. 122 Epalza, “Félix de Urgel”, pp. 49-50. 123 Serdà i Prats, “Liturgia y adopcionismo”, p. 213, citado en Perarnau i Espelt, “Feliu d’Urgell”, p. 457. 26 particular hacia su antigua y venerable liturgia”124. Félix de Urgel dejó su impronta en territorio galo, muriendo en Lyon a principios del siglo IX. El hispano Claudio de Turín fue discípulo de Félix, y los efluvios adopcionistas de sus creencias se perciben en la radical iconoclastia que defendía, los también hispanos Teodulfo y Agobardo se inclinaron en el imperio carolingio por posicionamientos iconoclastas, aunque más moderados. En todo ello podemos ver la tácita influencia del adopcionismo mozárabe (y por lo tanto indirectamente el influjo teórico islámico e incluso judío)125 en estos intelectuales hispanos que tuvieron un importante protagonismo en el mundo cultural y religioso carolingio, pero tampoco puede perderse de vista la ósmosis de la iconoclastia bizantina que causaba estragos en oriente por esta época ni la iconofobia tradicional del cristianismo español tardoantiguo y visigodo, ejemplificado en el canon 36 del concilio de Elvira (Granada) de principios del siglo IV o en la iconoclastia del arrianismo inicial de los visigodos. El adopcionismo pervivió en al-Ándalus, pues Eulogio y Álvaro de Córdoba lo combaten bien entrado el siglo IX y en dos manuscritos andalusíes del siglo X que llegaron al monasterio de Montecasino se refleja cómo Elipando era considerado un autor ortodoxo por algunos mozárabes126. La paleografía nos da también pistas acerca del influjo visigodo en el continente. La escritura visigótica, una de las escrituras nacionales que se derivaron de la cursiva romana y que se empleaba en Hispania en el momento de la invasión musulmana, aparece en numerosos manuscritos europeos de los siglos VIII y IX, como el ya mencionado oracional de Verona, proveniente de la península. Algunas características típicamente visigóticas aparecen en códices europeos que suponemos copiados de originales hispanos y septimanos y luego plasmados en ejemplares en letra carolina127. Es significativo que algunos de los códices en visigótica más antiguos que se conservan se hallen fuera de la península, tal es el caso del oracional de Verona o del manuscrito francés con las Etimologías copiado en torno al 800 en visigótica y que se conserva hoy en El Escorial128. También llama la atención la existencia de códices en letra carolina con correcciones en visigótica, “debidas presumiblemente a manos de hispanos emigrados”, como el Liber Iudiciorum conservado en París (BN de París, lat. 4667)129. Mateu y Llopis sugiere un claro paralelismo caligráfico entre la minúscula visigótica y la escritura beneventana del sur de Italia, reflejo del influjo de aquélla sobre ésta130. La presencia de esta escritura visigótica en Europa se explicaría por la persistencia goda en la marca hispánica y el sur de Francia, el influjo de los intelectuales hispanos del renacimiento carolingio y también por 124 Orlandis, “La circunstancia histórica”, p. 1091, citado en Perarnau i Espelt, “Feliu d’Urgell”, p. 472. 125 Epalza, “Félix de Urgel”, p. 37. Ver también, del mismo autor, “Influences islamiques dans”; “sobre el origen islámico”. Sobre la repercusión del adopcionismo fuera de la península, ver García Villada, “La Iglesia desde la invasión sarracena”, pp. 66-70; Orlandis, “La circunstancia histórica”. Una revisión bibliográfica sobre la figura de Félix de Urgel aparece en Perarnau i Espelt, “Feliu d’Urgell”, reseñables son también los trabajos en torno a Félix expuestos en Perarnau i Espelt (coord.), Jornades internacionals. 126 Aillet, “La formación del mozarabismo”, pp. 306-307. 127 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, p. 29, como el uso del guión con punto sobrepuesto para abreviar palabras. Pérez de Urbel, Künstle, Dom Morin y Traube ven rasgos y abreviaturas visigóticas en los primeros códices del cenobio de Reichenau, como la primera versión del Scarapsus o el códice número XVIII, ver Pérez de Urbel, “La patria de San Pirminio”, pp. 316-317. Otras características serían la abreviatura l con travesaño para uel, la abreviatura de per con línea cortando el caído de la p, la vocal Í partida por una raya para significar Ín, el frecuente nexo -st o el grupo -tj. La copia más antigua conservada del Liber glossarum, escrita en la abadía de Corbie entre finales del siglo VIII y principios del IX en minúscula carolina, presenta todos los indicios paleográficos de haber utilizado un modelo hispánico en letra visigótica, lo que vendría a confirmar el origen español de esta obra antes referido. Dicho códice contiene peculiaridades de la escritura visigótica como la confusión frecuente a/u, a/o, g/c, o/u, f/p, g/i, s/r, t/d, u/f o la frecuente presencia de -tj. En el plano fonético hay paralelismos metatésicos (cambio de lugar de sonidos dentro de una palabra) además de ditologías (repetición innecesaria de sílabas en una palabra o de conjunciones en una frase) y haplologías (eliminación de fonemas por la reducción de dos grupos de sonidos/sílabas semejantes a uno) habituales en los códices visigóticos. El manuscrito francés presenta también elementos romances típicos de la visigótica como que por quia, ponte/pons, pomones, marrubium, herba campestris amara, etc., García Turza, “La transmisión cultural”, pp. 33-36. 128 Ms. Escurialense P.I.8, citado en D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”, p. 787. 129 Idem, p. 787. Este manuscrito ha sido estudiado por Alturo Perucho, “El Liber Iudicum”. 130 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, p. 23. 27 la “emigración de hispanos huidos tras la conquista árabe”131. Alturo i Perucho asevera que la existencia de códices transpirenaicos aislados en visigótica a partir del siglo VIII debe estar motivada por su copia “por copistas exiliados o fuera de su ambiente cultural propio”, aunque independientemente de este hecho, sugiere un posible origen sudgálico (concretamente aquitano) de esta escritura, donde hay constancia de manuscritos redactados por escribas de la región que “nos llevaría, por necesidad, a concluir que la escritura visigótica se habría originado en el reino visigodo de Tolosa ya a finales del siglo V”132. Además de los numerosos trientes visigodos de distintas épocas, incluidas acuñaciones de los últimos reyes, hallados en Septimania (donde había una ceca en Narbona) y otras regiones de Francia, y de las monedas andalusíes que circulaban por el imperio carolingio, la numismática muestra también algunas semejanzas entre tipos monetarios visigodos y extranjeros sobre todo merced a los monogramas cruciformes representativos de nombres de ciudades que aparecen en monedas hispánicas de la última etapa visigótica. Así, en el sur de Italia hay monedas lombardas del ducado de Benevento correspondientes al gobierno de Romoaldo II (c.700-732) con tipos idénticos a los de las monedas de la época de Rodrigo, y un siglo después, bajo Sico de Benevento (817-832), los lombardos meridionales usaban en sus monedas el monograma con forma de cruz visigodo133. El derecho visigodo transmitido a través de los territorios de la marca hispánica y la antigua Gothia, amén de otras posibles vías de difusión, repercutió levemente en la alta Edad Media europea y especialmente en el imperio carolingio. El Liber Iudiciorum, la gran compilación legal de la Hispania visigótica, no sólo ejerció una influencia manifiesta sobre la legislación de los reinos cristianos peninsulares durante toda la Edad Media sino que también fue conocido en Francia, como prueba el temprano manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de París (lat. 4667), y su contenido se difundiría fragmentariamente gracias a las referencias indirectas de posibles emigrantes como san Pirminio134. Dopsch135 demostró hace ya más de un siglo la influencia del derecho visigodo en la regulación carolingia del capitular De Villis de finales del siglo VIII o principios del IX. Otro aspecto a resaltar es la influencia artística visigótico-mozárabe en Europa. En los territorios de la marca hispánica y Septimania el estilo arquitectónico visigodo, con elementos como el arco de herradura, estaba muy presente136. El emigrado hispano Teodulfo de Orleans promovió la construcción del oratorio de Germigny-des-Prés en el centro-norte de Francia entre los años 803 y 806, una iglesia con influencias orientales pero que también tiene influjos de la arquitectura visigoda en elementos como el arco triunfal de herradura. El pequeño ábside de la antigua iglesia carolingia de Tulle, en el centro de Francia, presentaba también un arco de herradura. Finalmente cabe mencionar otros indicios que ponen de manifiesto la huella visigoda en el continente. La toponimia137, la antroponimia o la arqueología pueden reflejar asentamientos y 131 D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”, p. 786. 132 Alturo i Perucho, “La escritura visigótica”, p. 118. 133 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, p. 23. Ver del mismo autor “Inscripciones cristianas”. 134 Pérez de Urbel, “La patria de San Pirminio”, p. 316. Concretamente en su célebre Scarapsus las palabras de Pirminio sobre la indisolubilidad del matrimonio recuerdan a una ley de Chindasvinto, y en lo referente a los grados de consanguinidad sigue el cómputo del Liber Iudiciorum. Además, al hablar de diferentes tipos de supersticiones parece estar bebiendo de la clasificación que figura en el Liber. 135 Ver Dopsch, “Westgotisches Recht”. 136 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, pp. 67-69. El arco de herradura aparece ya en miniaturas merovingias y debió importarse del reino del sur en algún momento de la temprana Edad Media. Sobre la expansión ultrapirenaica de la arquitectura visigoda y mozárabe ver Puig i Cadafalch, “La frontière septentrionale”; García Romo, Influencias hispano-musulmanas. 137 Ver Billy, “Souvenirs wisigothiques”. 28 nombres de lugares y personas de raíz goda, aunque en este campo se ha de ser cauteloso, pues en lo que respecta a las dos primeras evidentemente los visigodos se asentaron durante tres siglos en el sur de Francia y los ostrogodos dominaron Italia e Iliria durante un siglo, por lo que la onomástica puede resultar no concluyente a la hora de tratar de rastrear la emigración visigoda y mozárabe en estas regiones. 5. Conclusiones La emigración visigoda y mozárabe a Europa plantea múltiples interrogantes, en buena parte debido a la poca información que nos dan las fuentes contemporáneas sobre el tema. El análisis de los testimonios de la conquista en busca de todo vestigio de huida o migración, ya sea dentro de los límites peninsulares o fuera de los mismos, nos confirma un axioma indiscutible: hubo migraciones, hubo huidas de población motivadas por la entrada de los musulmanes. Huidas protagonizadas por élites pero también por gente común y clérigos seculares y regulares, en ocasiones serían de carácter temporal, por cautela o miedo, en otras más permanente, ora en dirección a las montañas y los bosques, ora hacia las ciudades o el norte peninsular, acontecidas en el momento de la invasión o ya durante la temprana dominación islámica, pero en todo caso se produjo un éxodo poblacional de dimensiones difícilmente cuantificables. Lo sugieren las fuentes y lo confirma el núcleo de acogida de fugitivos por excelencia: el reino de Asturias, que no tardaría mucho en emprender una dinámica territorial expansiva impulsada indudablemente por la presencia de gentes forasteras que no habrían querido someterse a los agarenos. Con algunas excepciones, prácticamente todas las fuentes narrativas que hablan de la conquista reflejan desplazamientos, empezando por las más cercanas en el tiempo al suceso, como la Crónica Mozárabe. En estos textos es obvio que en ocasiones se exagera: los cronistas cristianos nos pintan un escenario desolador, pues agrandan el desastre de la “pérdida de España” y prefieren una península desierta por las migraciones y la devastación a reconocer que muchísimos visigodos se adaptaron a la nueva situación y aceptaron la dominación islámica; las crónicas musulmanas, por su parte, exageran las huidas para mostrar la fiereza de los piadosos guerreros islámicos en el “camino de Dios” y la cobardía del enemigo, o para reflejar el magnífico botín que Ṭāriq y Mūsà habían ganado para el islam: las astronómicas cifras que consignan las fuentes musulmanas de cautivos visigodos que Mūsà llevó consigo a Damasco hablan por sí solas. En todo caso, las fuentes cristianas y musulmanas que relatan la conquista de Hispania, los precedentes de migraciones en el siglo V o las dinámicas migratorias generadas por la invasión islámica que tuvieron lugar en oriente y el norte de África, la temprana aparición de nutridos núcleos de resistencia cristianos en el norte, la presencia de hispani y otros emigrados conocidos en Francia, Italia o Alemania, la influencia visigoda en el continente… todos son elementos que nos permiten afirmar que hubo un movimiento migratorio forzoso en la península durante la conquista musulmana y también después, de forma sostenida en el tiempo a lo largo de los siglos VIII y IX. ¿Qué hay de Europa? La emigración visigoda y mozárabe a Europa aparece testimoniada tenuemente en las fuentes narrativas. Especialmente significativa es a nuestro juicio la alusión clara a la huida de nobles visigodos a Francia que hacen los códices del ciclo de la Crónica de Alfonso III. Sin embargo su existencia nos la viene a confirmar la presencia de visigodos y mozárabes en sus puntos de llegada: en Francia, en Italia, incluso más al norte, vemos cómo Septimania y la marca son repobladas por hispani de la más diversa condición social que marchan de al-Ándalus a partir de los tiempos carolingios, si no antes, vemos a la cabeza de la iglesia visigoda huyendo a Roma y a sabios de origen hispano alumbrando la corte carolingia, huellas por todas partes que nos llevan a la pregunta obvia, ¿qué hacen todos estos hispanos lejos de su hogar, qué es lo que les ha llevado hasta allí? 29 Todos estos personajes, atestiguados por las fuentes, echan raíces en Europa y dejan su impronta visigoda en el continente, pero hay más. Los manuscritos hispanos que circulan en abundancia a partir del siglo VIII por Europa, o los códices extranjeros que son claramente copias de aquéllos, prestan una silenciosa confesión al aguzado oído de aquel que esté dispuesto a escuchar entre los susurros provenientes de alta Edad Media más abismal y remota. Detrás de este tráfico librario hay hombres, casi siempre eclesiásticos, de tal forma que la circulación ultrapirenaica de manuscritos hispánicos en esta época nos habla, muchas veces, de personas que los llevan consigo y que han seguido una misma dirección camino del exilio. El hecho que los testimonios más antiguos de escritura visigótica se hallen precisamente fuera de la península no debe pasarse por alto, ni tampoco el influjo de esta escritura en la evolución de otras letras altomedievales del continente. El éxito isidoriano en toda Europa, si bien se remonta al siglo VII, creemos que no habría alcanzado semejantes dimensiones sin el concierto de emigrados visigodos cultos, y debe señalarse aquí la importancia de los eruditos hispanos que se encuadran en el movimiento cultural del renacimiento carolingio. La liturgia mozárabe, el inusitado y temprano culto europeo a varios santos hispánicos antes desconocidos en el continente, la cuestión adopcionista, la numismática, la influencia artística, la toponimia, la antroponimia… son otros tantos indicios, sino directos de una emigración extrahispánica, sí al menos de la influencia visigótico-mozárabe en la Europa de la época. Dicho esto parece probable que los que decidieron abandonar la península no debieron ser muchos: del testimonio de muchas fuentes, y dejando las hipérboles literarias a un lado, se infiere que la conquista no fue excesivamente violenta (salvo probablemente en su última fase) y muchas localidades pactaron con el invasor (aunque también hubo otras que opusieron resistencia), el cual por otra parte, al menos sobre el papel, debía respetar a los fieles de las religiones del libro. Nos consta que las comunidades mozárabes en los siglos VIII, IX y X eran muy nutridas, y si decayeron progresivamente no fue tanto por migraciones al norte como por el avance militar cristiano, las conversiones al islam (de las que tenemos constancia desde los primeros años de la conquista) y por la progresiva disolución cultural y religiosa del mozarabismo ante el imparable proceso de arabización en al-Ándalus. Hubo huidas, sí, con la invasión, pero muchas serían temporales, como el que se resguarda hasta que pase la tormenta, y las permanentes se dirigirían frecuentemente a otros puntos del interior de al-Ándalus o en dirección a Asturias y a los núcleos norteños peninsulares con poca o nula presencia islámica. Algunos visigodos y mozárabes decidirían cruzar los Pirineos y establecerse en Septimania o en los territorios de la marca hispánica, sin duda el desplazamiento de los hispani debió ser la emigración extrapeninsular más numerosa y relevante. Otros habrían viajado más lejos: a Centroeuropa o a Italia, a raíz de la invasión o en algún momento indeterminado de los siglos VIII y IX. Habría que subrayar un último aspecto muy relevante: el peso del elemento clerical en estas migraciones a Europa. Ya hemos visto que en el caso de Bizancio muchísimos monjes emigraron a Europa y especialmente a Roma a causa de la invasión musulmana. Las pocas referencias en esta época, más o menos fiables, de diásporas en dirección a Italia o Alemania están protagonizadas invariablemente por clérigos seculares o regulares. En el imperio carolingio, como ya hemos mencionado, todos los sabios de origen hispánico (o que suponemos como tal) eran obispos o monjes, con la excepción de Dhuoda. Desde luego la migración de clérigos cristianos tiene mucho sentido, pues debió ser este grupo social el que por lógica llevaría peor la dominación musulmana de un territorio antes confesionalmente católico que se afanaba por perseguir todo rastro de disidencia religiosa, como prueban las gravosas persecuciones de judíos en tiempos de Ervigio y Égica. Para muchos eclesiásticos visigodos debió ser preferible el exilio a vivir, como minoría religiosa molesta y discriminada, entre los musulmanes. 30 6. Bibliografía Aillet, Cyrille, “La formación del mozarabismo y la remodelación de la península ibérica (s. 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