Subido por daniel garcia garcia

Comunismo de Consejos

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Ciertamente, no es verdad que "aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados
a repetirlo". La historia de la humanidad es un entramado tan complejo de estructuras y
actividades, con diferentes elementos que cambian a distintas velocidades, que cualquier
intento de reproducir algún rasgo del pasado está destinado a verse inhibido por los nuevos
contextos. De hecho, el verdadero problema, lejos del sugerido por la famosa frase de
Santayana, es el señalado por la observación de Marx de que "La tradición de todas las
generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos". Las acciones
guiadas por los supuestos heredados del pasado son susceptibles de fracasar, o al menos de
llevar a direcciones inesperadas.
Esta es en realidad la verdadera razón para prestar atención al pasado (irrepetible)- para
aclarar las diferencias, así como las continuidades que definen el presente. Por ejemplo, el
reciente renacimiento de las ideas socialistas en los Estados Unidos ha llevado a un
renacimiento de la socialdemocracia, la idea de la extensión gradual de la gobernanza
democrática de la política a la economía, como si esta vieja idea pudiera simplemente
trasplantarse a un momento histórico diferente. Parecía lógico para los socialistas del siglo XIX
que, a medida que la mayoría de la gente se convertía en trabajadores asalariados, la
obtención de los derechos de voto por parte de toda la población adulta llevaría finalmente a
un partido que los representara al poder, para legislar una reorganización de la vida social en
su beneficio. De hecho, los partidos socialdemócratas surgieron en toda Europa e incluso
empezaron a surgir en EE.UU. Sin embargo, a medida que crecían hasta el punto de participar
en el gobierno, se adaptaron a las realidades de operar dentro de los términos de la política
capitalista, al igual que los sindicatos asociados con ellos, naturalmente, llegaron a funcionar
como intermediarios de la fuerza de trabajo en lugar de como opositores al sistema salarial.
Este desarrollo quedó dolorosamente claro cuando los representantes parlamentarios del
mayor de los partidos socialistas, el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), votaron a favor de
pagar la Primera Guerra Mundial, abandonando así su pretendida fidelidad al proletariado
internacional para apoyar los intereses nacionales de la clase dominante alemana.
Esto llevó a un punto álgido las disensiones entre los socialistas que ya habían surgido por el
conflicto entre los objetivos revolucionarios oficiales y los compromisos con la realidad política
que exigía la actividad práctica del partido. Los miembros más radicales de la organización se
escindieron para formar el Partido Socialista Independiente, dentro del cual una minoría
agitaba directamente contra la guerra. Aparte de estas posiciones políticas, las privaciones y la
destrucción que trajo la guerra fomentaron la oposición popular a la misma; en 1916 ya había
grandes huelgas y manifestaciones contra la guerra en Berlín. Dado que las organizaciones
políticas y sindicales oficiales apoyaban la guerra, éstas se organizaron de forma extraoficial,
en gran medida a través de una red de delegados sindicales en diversos centros de trabajo.
La guerra terminó finalmente cuando los marineros alemanes con órdenes de participar en
otra gran batalla se amotinaron, arrestando a sus oficiales y enviando delegados a tierra,
donde se les unieron inmediatamente decenas de miles de trabajadores civiles y soldados.
Dado que las organizaciones oficiales de izquierda estaban comprometidas con la guerra, se
organizaron en consejos de marineros, soldados y obreros, en función de sus centros de
trabajo; los delegados sindicales continuaron desempeñando un papel importante en la
creación de redes. Los trenes fueron requisados por grupos que viajaron por el país
extendiendo la revuelta.
Las cárceles se vaciaron de presos políticos, incluidos activistas contra la guerra. El gobierno
imperial huyó del país y el SPD tomó el poder político, proclamando una república socialista.
Los socialistas recibieron apoyo de los militares a cambio de la promesa de deshacerse de la
izquierda. Esto fue en su propio interés, ya que los izquierdistas, aprendiendo la lección del
fracaso revolucionario de la política de partidos, buscaron en cambio el gobierno directo de la
sociedad por parte de los consejos obreros, vinculados por medio de delegados enviados a los
consejos de orden superior. Estas organizaciones, directamente responsables de los centros de
trabajo, no representaban en principio ideologías políticas, sino a los trabajadores que elegían
a sus delegados.
La guerra también había traído la revolución a Rusia. Allí, la fracción de Lenin del Partido
Socialdemócrata Ruso, los bolcheviques, había tomado el poder estatal con el apoyo de
soldados y obreros que habían ocupado sus fábricas, gobernándolas con comités obreros. Los
más activos políticamente, tanto obreros como activistas políticos de distintos partidos, se
unieron en "soviets", consejos municipales, para fijar políticas. La decisiva acción de los
bolcheviques ofreció un modelo diferente de organización a los antiguos socialdemócratas de
Alemania, que querían ampliar la revuelta alemana a una revolución social; formando un
partido comunista emulando a los rusos.
En 1921 ambas revoluciones habían terminado. En Rusia, el estado bolchevique, mientras
luchaba una guerra civil por el control del país, estableció un régimen dictatorial, con policía
secreta y sistema penitenciario, aplastando a los demás grupos revolucionarios y utilizando la
fuerza militar en Kronstadt para poner fin a una revuelta obrera que exigía un gobierno
democrático de obreros y soldados. En Alemania, el gobierno socialista había empleado al
viejo ejército imperial para sofocar una revuelta de los comunistas que exigían que el poder
político permaneciera en los consejos obreros asociados y no pasara a un parlamento en el
que estarían representados todos los partidos, socialistas y burgueses. Este proceso fue más
fácil porque la mayoría de los trabajadores eran fieles al SPD; como resultado, los mismos
consejos votaron su disolución.
Aunque acabaron en derrota, estos intentos de revolución socialista, que tuvieron eco en su
momento en muchos otros países (incluso Estados Unidos, donde una huelga general en
Seattle en 1919 llevó a un gobierno breve de la ciudad por un comité obrero electo) mostraron
que , si bien las formas políticas heredadas del siglo XIX —partidos parlamentarios y
sindicatos— eran incapaces de servir a los fines revolucionarios, cuando quieren actuar, los
trabajadores pueden improvisar nuevas formas de organización sobre la base de sus relaciones
mutuas en los lugares de trabajo y la vida diaria. Estos fueron los "consejos" explorados por
activistas que intentaron, durante y después de los acontecimientos, comprender esta
experiencia novedosa, en escritos aquí recogidos.
Los partidos socialdemócratas podían encontrar espacio en el panorama político de finales del
siglo XIX y comienzos del siglo XX porque un capitalismo en expansión generaba suficientes
beneficios como para poder permitirse aumentos salariales y medidas de bienestar para la
clase trabajadora. El estancamiento de la economía capitalista en la actualidad explica la
imposibilidad de revivir los partidos socialdemócratas y los sindicatos. Del mismo modo, el
partido revolucionario de tipo leninista fue una adaptación de la socialdemocracia a las
condiciones especiales de los países capitalistas subdesarrollados, como lo era Rusia en 1917,
donde dichos partidos intentaron tomar en sus manos la transformación en estados
industriales modernos. A pesar de los esfuerzos de numerosos grupos pequeños, no hay lugar
para ellos en el capitalismo actual, ya establecido en todo el mundo.
En contraste, los consejos obreros, aunque esta forma política también se manifestó por
primera vez en el pasado, se desarrolla a partir de rasgos fundamentales del capitalismo, que
hoy permanecen con nosotros. El "consejo obrero" no es una receta, sino un principio. Está
arraigado en el carácter social de la sociedad capitalista, en la que los individuos dependen de
la actividad productiva altamente organizada de los demás -hoy a través de las cadenas
globales de suministro- para su vida material. Tiene sus raíces también en la capacidad de las
personas, demostradas en todas las revueltas que han trastocado la superficie del capitalismo
desde su nacimiento, para romper con los supuestos sobre "cómo son las cosas". La
importancia de la idea del consejo no radica en las formas particulares que adoptó la actividad
radical en las primeras décadas del siglo XX, sino en su énfasis en la capacidad de las personas
para organizarse para la acción social independientemente de las estructuras adecuadas para
gestionar la vida en la sociedad capitalista. No es mediante la preparación gradual de una
organización para una lucha futura, sino mediante la creación de nuevos modos de acción en
respuesta a las necesidades y objetivos inmediatos que ha demostrado ser posible romper con
las formas de pensamiento y los modos de comportamiento engendrados en nosotros por la
existencia actual. Estos textos antiguos todavía merecen la pena ser leídos porque lucharon no
para crear un nuevo dogma político o para celebrar experiencias particulares, ya muy lejanas
en el tiempo, sino para explorar el poder creativo que los trabajadores pueden mostrar cuando
transforman sus lugares de trabajo y espacios vitales en espacios para remodelar el mundo.
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