Ciertamente, no es verdad que "aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo". La historia de la humanidad es un entramado tan complejo de estructuras y actividades, con diferentes elementos que cambian a distintas velocidades, que cualquier intento de reproducir algún rasgo del pasado está destinado a verse inhibido por los nuevos contextos. De hecho, el verdadero problema, lejos del sugerido por la famosa frase de Santayana, es el señalado por la observación de Marx de que "La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos". Las acciones guiadas por los supuestos heredados del pasado son susceptibles de fracasar, o al menos de llevar a direcciones inesperadas. Esta es en realidad la verdadera razón para prestar atención al pasado (irrepetible)- para aclarar las diferencias, así como las continuidades que definen el presente. Por ejemplo, el reciente renacimiento de las ideas socialistas en los Estados Unidos ha llevado a un renacimiento de la socialdemocracia, la idea de la extensión gradual de la gobernanza democrática de la política a la economía, como si esta vieja idea pudiera simplemente trasplantarse a un momento histórico diferente. Parecía lógico para los socialistas del siglo XIX que, a medida que la mayoría de la gente se convertía en trabajadores asalariados, la obtención de los derechos de voto por parte de toda la población adulta llevaría finalmente a un partido que los representara al poder, para legislar una reorganización de la vida social en su beneficio. De hecho, los partidos socialdemócratas surgieron en toda Europa e incluso empezaron a surgir en EE.UU. Sin embargo, a medida que crecían hasta el punto de participar en el gobierno, se adaptaron a las realidades de operar dentro de los términos de la política capitalista, al igual que los sindicatos asociados con ellos, naturalmente, llegaron a funcionar como intermediarios de la fuerza de trabajo en lugar de como opositores al sistema salarial. Este desarrollo quedó dolorosamente claro cuando los representantes parlamentarios del mayor de los partidos socialistas, el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), votaron a favor de pagar la Primera Guerra Mundial, abandonando así su pretendida fidelidad al proletariado internacional para apoyar los intereses nacionales de la clase dominante alemana. Esto llevó a un punto álgido las disensiones entre los socialistas que ya habían surgido por el conflicto entre los objetivos revolucionarios oficiales y los compromisos con la realidad política que exigía la actividad práctica del partido. Los miembros más radicales de la organización se escindieron para formar el Partido Socialista Independiente, dentro del cual una minoría agitaba directamente contra la guerra. Aparte de estas posiciones políticas, las privaciones y la destrucción que trajo la guerra fomentaron la oposición popular a la misma; en 1916 ya había grandes huelgas y manifestaciones contra la guerra en Berlín. Dado que las organizaciones políticas y sindicales oficiales apoyaban la guerra, éstas se organizaron de forma extraoficial, en gran medida a través de una red de delegados sindicales en diversos centros de trabajo. La guerra terminó finalmente cuando los marineros alemanes con órdenes de participar en otra gran batalla se amotinaron, arrestando a sus oficiales y enviando delegados a tierra, donde se les unieron inmediatamente decenas de miles de trabajadores civiles y soldados. Dado que las organizaciones oficiales de izquierda estaban comprometidas con la guerra, se organizaron en consejos de marineros, soldados y obreros, en función de sus centros de trabajo; los delegados sindicales continuaron desempeñando un papel importante en la creación de redes. Los trenes fueron requisados por grupos que viajaron por el país extendiendo la revuelta. Las cárceles se vaciaron de presos políticos, incluidos activistas contra la guerra. El gobierno imperial huyó del país y el SPD tomó el poder político, proclamando una república socialista. Los socialistas recibieron apoyo de los militares a cambio de la promesa de deshacerse de la izquierda. Esto fue en su propio interés, ya que los izquierdistas, aprendiendo la lección del fracaso revolucionario de la política de partidos, buscaron en cambio el gobierno directo de la sociedad por parte de los consejos obreros, vinculados por medio de delegados enviados a los consejos de orden superior. Estas organizaciones, directamente responsables de los centros de trabajo, no representaban en principio ideologías políticas, sino a los trabajadores que elegían a sus delegados. La guerra también había traído la revolución a Rusia. Allí, la fracción de Lenin del Partido Socialdemócrata Ruso, los bolcheviques, había tomado el poder estatal con el apoyo de soldados y obreros que habían ocupado sus fábricas, gobernándolas con comités obreros. Los más activos políticamente, tanto obreros como activistas políticos de distintos partidos, se unieron en "soviets", consejos municipales, para fijar políticas. La decisiva acción de los bolcheviques ofreció un modelo diferente de organización a los antiguos socialdemócratas de Alemania, que querían ampliar la revuelta alemana a una revolución social; formando un partido comunista emulando a los rusos. En 1921 ambas revoluciones habían terminado. En Rusia, el estado bolchevique, mientras luchaba una guerra civil por el control del país, estableció un régimen dictatorial, con policía secreta y sistema penitenciario, aplastando a los demás grupos revolucionarios y utilizando la fuerza militar en Kronstadt para poner fin a una revuelta obrera que exigía un gobierno democrático de obreros y soldados. En Alemania, el gobierno socialista había empleado al viejo ejército imperial para sofocar una revuelta de los comunistas que exigían que el poder político permaneciera en los consejos obreros asociados y no pasara a un parlamento en el que estarían representados todos los partidos, socialistas y burgueses. Este proceso fue más fácil porque la mayoría de los trabajadores eran fieles al SPD; como resultado, los mismos consejos votaron su disolución. Aunque acabaron en derrota, estos intentos de revolución socialista, que tuvieron eco en su momento en muchos otros países (incluso Estados Unidos, donde una huelga general en Seattle en 1919 llevó a un gobierno breve de la ciudad por un comité obrero electo) mostraron que , si bien las formas políticas heredadas del siglo XIX —partidos parlamentarios y sindicatos— eran incapaces de servir a los fines revolucionarios, cuando quieren actuar, los trabajadores pueden improvisar nuevas formas de organización sobre la base de sus relaciones mutuas en los lugares de trabajo y la vida diaria. Estos fueron los "consejos" explorados por activistas que intentaron, durante y después de los acontecimientos, comprender esta experiencia novedosa, en escritos aquí recogidos. Los partidos socialdemócratas podían encontrar espacio en el panorama político de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX porque un capitalismo en expansión generaba suficientes beneficios como para poder permitirse aumentos salariales y medidas de bienestar para la clase trabajadora. El estancamiento de la economía capitalista en la actualidad explica la imposibilidad de revivir los partidos socialdemócratas y los sindicatos. Del mismo modo, el partido revolucionario de tipo leninista fue una adaptación de la socialdemocracia a las condiciones especiales de los países capitalistas subdesarrollados, como lo era Rusia en 1917, donde dichos partidos intentaron tomar en sus manos la transformación en estados industriales modernos. A pesar de los esfuerzos de numerosos grupos pequeños, no hay lugar para ellos en el capitalismo actual, ya establecido en todo el mundo. En contraste, los consejos obreros, aunque esta forma política también se manifestó por primera vez en el pasado, se desarrolla a partir de rasgos fundamentales del capitalismo, que hoy permanecen con nosotros. El "consejo obrero" no es una receta, sino un principio. Está arraigado en el carácter social de la sociedad capitalista, en la que los individuos dependen de la actividad productiva altamente organizada de los demás -hoy a través de las cadenas globales de suministro- para su vida material. Tiene sus raíces también en la capacidad de las personas, demostradas en todas las revueltas que han trastocado la superficie del capitalismo desde su nacimiento, para romper con los supuestos sobre "cómo son las cosas". La importancia de la idea del consejo no radica en las formas particulares que adoptó la actividad radical en las primeras décadas del siglo XX, sino en su énfasis en la capacidad de las personas para organizarse para la acción social independientemente de las estructuras adecuadas para gestionar la vida en la sociedad capitalista. No es mediante la preparación gradual de una organización para una lucha futura, sino mediante la creación de nuevos modos de acción en respuesta a las necesidades y objetivos inmediatos que ha demostrado ser posible romper con las formas de pensamiento y los modos de comportamiento engendrados en nosotros por la existencia actual. Estos textos antiguos todavía merecen la pena ser leídos porque lucharon no para crear un nuevo dogma político o para celebrar experiencias particulares, ya muy lejanas en el tiempo, sino para explorar el poder creativo que los trabajadores pueden mostrar cuando transforman sus lugares de trabajo y espacios vitales en espacios para remodelar el mundo.