Película https://www.youtube.com/watch?v=Fx1dZsDfOGE&t=1380s&ab_channel=ImagenPro ducAV El juguete rabioso y sus territorios en pugna 19 agosto, 2021 by Gilda Por Ezequiel Buyatti para La tinta Por las chatas calles del arrabal, miserables y sucias, inundadas de sol, con cajones de basura a las puertas, con mujeres ventrudas, despeinadas y escuálidas hablando en los umbrales y llamando a sus perros o a sus hijos, bajo el arco de cielo más límpido y diáfano, conservo el recuerdo fresco, alto y hermoso. Roberto Arlt, El juguete rabioso Era una hora en que la pesadez de la digestión me traía en el semisueño visiones truncas con frialdades de panoramas metálicos y con tumultos en ciudades lejanas y exóticas, a la orilla de mares tranquilos o al comienzo de dilatados desiertos. Roberto Arlt, “Recuerdos del adolescente” Existe en El juguete rabioso, novela de Arlt publicada en 1926, un sentimiento de crisis que se potencia con la incomodidad, el rechazo, el asombro o la amenaza a raíz de las transformaciones de la modernización urbana. La ciudad como infierno, la ciudad como espacio del crimen, las aberraciones morales y la traición, la ciudad opuesta a la naturaleza, la ciudad como laberinto tecnológico: todas esas visiones están en la literatura de Arlt, quien entiende, padece, denigra y celebra el despliegue de relaciones mercantiles, la reforma del paisaje urbano, la alienación técnica y la objetivación de las relaciones humanas. Cuando se publica El juguete rabioso, la novela de la ciudad, en ascenso, se enfrenta con la culminación de la novela rural, Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes, en declinación. Ese texto marca el final del proceso de desplazamiento de la palabra literaria del campo a la ciudad y propone una interpretación de la vida urbana con recursos variados y en múltiples planos. Noé Jitrik (1987) sostiene que la falta de acuerdo entre lo viejo y lo nuevo se instala en la escritura de Arlt, produce desgarramientos, discrepancias. La imagen de la ciudad tiene aspectos de una vejez de fondo. En medio de la modernización de la ciudad, entre los golpes de campana de los tranvías y sus chispas violetas, Arlt entrelaza en la percepción de Astier, narrador de la novela, la siguiente imagen: “[…] el cacareo de un gallo afónico venía no sé de dónde”, como figura que contiene reminiscencias de una zona campestre inhallable. Por estas razones, no se podría decir que Arlt emplea tal o cual recurso, sino, al revés, tal vez “es empleado” por recursos que se le imponen como necesarios, como emanados de la situación misma en la que se sitúa su narración, mediante una prosa que es tensionada por la incipiente modernización, en esos lugares o territorios tanto simbólicos como materiales en pugna. La tensión de la época en la cual escribe Arlt necesita de marcos adecuados para inscribirse y explicarse. Eso genera descripciones de ambientes que son los grisáceos de una ciudad que está creciendo al impulso de una prosperidad que contiene los gérmenes de un sentir angustiante tanto por lo nuevo como por lo viejo: “A momentos la súbita claridad de un rayo descubría un lejano cielo violeta desnivelado de campanarios y techados. El alto muro alquitranado recortaba siniestramente, con su catadura carcelaria, lienzos de horizonte” (Arlt, 2015, p. 47). Ese sentir angustiante sometido a descripciones grisáceas ya estaba presente en el fragmento “Recuerdos del adolescente”, fragmento que Arlt suprime en la publicación final de 1926: “Distinguíamos horizontes plomizos, variados por agolpamientos de nubes obscuras, distancias verdegrices, y nos llegaba el estridente ulular de las locomotoras lejanas, de las cuales solo veíamos un raudo penacho de humo negro blanco” (Arlt, 1922, p. 158). Brotan los oficios y las costumbres, surgen los ambientes específicos y los lenguajes característicos. Son imprescindibles las referencias topológicas. Sobreviene, a partir de esa intención fundamental, una diversidad que puede dar lugar a un documento sobre la vida argentina y porteña entre 1920 y 1940. Sin embargo, la textualidad de Arlt no solo se reduce a ese aspecto, sino que puede existir “una suerte de residuo escriturario que todavía forma parte de nuestras posibilidades de escribir” (Jitrik, 1987, p. 120). El frecuente y abundante geometrismo que vehiculiza varias de sus descripciones se implanta y, al mismo tiempo, define un mundo que no sería otro que el de la técnica, sinónimo de modernidad indispensable; fábrica y automatización, algo inaudito desde una mentalidad rural o barrial, todavía contemporánea a la inmigración. No obstante, los mismos elementos instauran la instancia de la destrucción que se expresa mediante una escritura que alimenta metáforas descriptivas, fuente de aniquilación y dialéctica que alude a la situación de la escritura, entre la producción y la muerte, y al destino social, entre el desarrollo de sus fuerzas y la imposibilidad de dirigirlas humanamente. En este sentido, Astier recordará, en un tono nostálgico y taciturno, frente a la exigencia de la madre para que trabaje: “Creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje sequizo, la llanura parda y el cielo metálico de tan azul” (Arlt, 2015, p. 66). Arlt es productor de una textualidad que reúne lo vigente y lo que ya no convence. Proporciona un sistema de atmósferas o de conflictos que tiene la forma de un análisis de un momento histórico. Se concentra en las clases medias, pero inscribiéndole un matiz de frustración, de fracaso y de marginación. Tienen que decidirse a asumir una derrota y no lo pueden hacer: “[…] no hacíamos más que exasperarnos sordamente contra algo desconocido que no podíamos afrontar” (Arlt, 1922, p. 152) sostendrá el narrador del fragmento “Recuerdos del adolescente” que será germen de esa desidealización y de ese carácter pesimista de la novela. En Arlt, diversas capas del habla urbana podían entrar en una escritura que, desde el inicio, deseaba trascenderlas: el lunfardo, el coloquialismo, la llaneza. Por lo tanto, la “corrección” es un obstáculo que se convierte en traba ideológica y, en consecuencia, escena de conflictos más amplios. Se podría ver en la textualidad de Arlt la materia y la oportunidad para entender la escritura como una actividad que se rellena de todas las demás y manifiesta su conflicto, es decir, su historicidad. El conflicto entre inmigrantes y argentinos, entre clase obrera incipiente y burguesía, fue cambiando de forma en la medida en que hombres y mujeres del interior se ciudadanizaron y modificaron el concepto de clase obrera. Siendo otra la ciudad, otra debía ser la respuesta escritutaria, otros los problemas para hacer entrar en ella lo que era la forma de la ciudad: momentos de indecisión y reinterpretación. Estos momentos son para Sarlo (2007) los que conforman a Buenos Aires como “el gran escenario latinoamericano de una cultura de mezcla” (p. 11). Es decir, modernidad europea y diferencia rioplatense, aceleración y angustia, tradicionalismo y espíritu renovador, criollismo y vanguardia. La ciudad misma es objeto del debate ideológico-estético: se celebra y se denuncia la modernización, se busca en el pasado un espacio perdido o se encuentra en la dimensión internacional una escena más espectacular. El nuevo paisaje urbano, la modernización de los medios de comunicación, el impacto de estos procesos sobre las costumbres, son el marco y el punto de resistencia respecto del cual se articulan las respuestas producidas por la literatura de Arlt asediadas por “el dinamismo de todo lo circundante que con sus rumores de hierro gritaba en nuestras orejas” (Arlt, 2015, p. 35). La mirada de Arlt se mezcla en el paisaje urbano con un ojo y un oído que se desplazan al azar. Tiene una atención flotante que pasea por el centro y por lo barrios, metiéndose en la pobreza nueva de la gran ciudad y en las formas más evidentes de la marginalidad y el delito; robar era considerado por Astier como una “acción meritoria y bella”. El transitar literario de Arlt, en su itinerario de los barrios del centro, atraviesa una ciudad cuyo trazado ya ha sido definido, pero que conserva todavía muchos espacios sin construir, baldíos o zonas despobladas: “[…] prevaleció [la superioridad intelectual de Astier] para ir a robar fruta o descubrir tesoros enterrados en los despoblados que estaban más allá del arroyo Maldonado en la parroquia San José de Flores” (Arlt, 2015, p. 27). La densidad semántica del período de la modernización trama elementos contradictorios que no terminan de unificarse en una línea hegemónica. Esta densidad se trasluce en los sintagmas arltianos que condensan exquisitas paradojas, discrepancias o construcciones dialécticas a lo largo de El juguete rabioso: “cierta jovialidad dolorosa”, “entramos sonriendo en el pecado”, “nostalgia dulce”, “estremecido de sabrosa violencia”; como también en el fragmento “Recuerdos del adolescente”: “admirable simplicidad destructora”. En efecto, en la novela coexisten elementos defensivos y residuales frente a programas renovadores; rasgos culturales de la formación criolla al mismo tiempo que un proceso descomunal de importación de bienes, discursos y prácticas simbólicas. Es una novela de incertidumbres, pero también de seguridades. Sarlo (2007) sostiene que “La modernidad es un escenario de pérdidas, pero también de fantasías reparadoras. El futuro era hoy” (p. 25). En este sentido, el postulado de Sarlo respecto de la modernidad se asemeja a la sentencia de Arlt en el prólogo a Los lanzallamas: “El porvenir es triunfalmente nuestro”. Estas ideas de “fantasías reparadoras”, de destrucciones vigorizantes, de escribir libros que encierren “la violencia de un cross a la mandíbula” y de un porvenir que se sitúa en el presente, funcionan como modos de intervenir la realidad, de discutir la sociedad en la que se vive. Es decir, existe una fantasía reparadora de injusticia. Estas nociones se observan de manera explícita en las palabras del narrador de “Recuerdos del adolescente”: “Yo alternaba mis lecturas de Proudón y Bakunine con el estudio de la química de los explosivos. Un regocijo extraño el de asimilar nociones de potencia destructora utilizables en cualquier momento de voluntad suprema, jugaba en mis pesadillas, y comprendía que éramos numerosos aquellos que vislumbrábamos a través de las llamaradas y remolinos de humo negro del incendio, hacinarse las ciudades, unas sobre otras bajo una bóveda de trozos de hierro y ceniza aventados a los espacios por el formidable aliento de la explosión”. (Arlt, 1922, p. 158) Más allá de que Silvio Astier en el capítulo III de El juguete rabioso contestará: “No soy anarquista, pero me gusta estudiar, leer”, la novela contiene ese germen anárquico del fragmento suprimido. No solo en las alusiones a Bonnot (mecánico y anarquista expropiador francés) y a Valet, o a denominar al robo como meritorio y bello frente a las vejaciones de la modernidad capitalista, sino también en esa fantasía reparadora de injusticia que Astier sueña: “¿Qué pintor hará el cuadro del dependiente dormido, que en sueños sonríe porque ha encendido la ladronera de su amo?” (Arlt, 2015, p. 98). Quizás, en ese cuadro, se vislumbren, se condensen y, en fin, se supriman, las contradicciones, las tensiones, los conflictos y las inequidades de una incipiente ciudad bajo las llamas de una literatura incendiaria. Referencias bibliográficas Arlt, Roberto, El juguete rabioso, Buenos Aires, Edicol, 2015. Arlt, Roberto, “Recuerdos del adolescente” en Revista Babel, Buenos Aires, 1922. Jitrik, Noé, “La presencia y vigencia de Roberto Arlt”, en La vibración del presente: trabajos críticos y ensayos sobre textos y escritores latinoamericanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1987. Sarlo, Beatriz, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 2007. *Por Ezequiel Buyatti para La tinta. udas Iscariote, en "El juguete rabioso" Como es usual en la narrativa de Roberto Arlt, esta novela exhibe una pasarela de personajes marginales, raros, outsiders o fìsicamente deformes (el rengo del último capítulo, el homosexual del tercer capítulo, el jorobadito de su libro de cuentos). El capítulo se abre con un nombre, Judas Iscariote, el apóstol traidor que según los textos canónicos revela al Consejo de Sabios del antiguo Israel el sitio donde podrían capturar a Jesús. Este paratexto anticipa el rol que ocupará Silvio Drodman Astier, corredor de papel a comisión, al final de la novela: delatar al rengo, un delincuente que había confiado en él para materializar el robo al ingeniero Arsenio Vitri. Con este acto, Astier desciende al último peldaño de la infamia, de la canallada, pues los motivos para delatarlo no se fundan en el respeto a la ley –que ya había infringido muchas veces, antes– sino en destruir a una persona más débil que él mismo, por no poder desviar su furia de “juguete rabioso” a otro ser de más poder (los “burgueses” a los que en algunas oportunidades se refiere con desprecio). Silvio se propone “destruir la vida del hombre más noble que conozco” (142) y no se considera un perverso, sino “un curioso de esta fuerza enorme que está en mí” (152). ¿A qué fuerza alude Astier? Más que referirse a un “mal intrínseco” a la naturaleza humana (en el sentido hobbesiano) considero que se refiere al “mal social”. Astier es un juguete manipulado por los hilos de una sociedad que lo margina. En el tercer capítulo, tras su experiencia de aprendiz frustrado para mecánico de aviación en la Escuela Militar, el coronel le ofrece el siguiente motivo de expulsión: “Vea, amigo, el capitán Márquez me habló de usted. Aquí no necesitamos personas inteligentes, sino brutos para el trabajo” (97). En una sociedad regida por el dedazo y el clientelismo, donde los puestos de trabajo se ocupan según los contactos del postulante con los superiores, donde la inteligencia no se considera un valor, donde, en el sentido marxista, el individuo sólo cuenta con su “fuerza de trabajo” pero aun así quienes detentan el poder (económico, jerárquico) no pierden oportunidad de explotar esta fuerza, el outsider hará lo posible para conspirar contra ese sistema. Así se entiende –aunque no se justifique– que de niño, junto con sus amigos Lucio y Enrique, Silvio fuera un “ladrón de escuela”, que incendie la librería de Don Gaetano donde trabajaba como dependiente, mal pagado y viviendo en un “cuchitril” o que delate a su compañero cuando ya todo sentido de solidaridad o unión con otro ser humano se encuentra disuelto. El juguete rabioso es una suerte de picaresca urbana donde Astier, “mozo de varios amos”, termina traicionando a sus patrones y huyendo para cumplir el principio de Lucio, “la struggle for life” (118-120) la lucha por la vida a costa de destruir a los otros para hacerse un sitio en la sociedad. Además, esta novela muestra el fracaso de los sueños de ascenso. Al igual que los oficinistas en la obra teatral “La isla desierta” sueñan unas vacaciones paradisíacas que nunca se concretan, Silvio Astier había soñado ser un bandido grande como Rocambole (personaje de folletín, creado por el francés Victor-Alexis Ponson du Terrail) y un poeta genial como Baudelaire. También soñaba poder ofrecer un buen pasar a su madre y a su hermana Lila (aquí Silvio Astier fracasa en su rol de proveedor familiar al igual que Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis kafkiana). Por otra parte, la obra de Roberto Arlt presenta afinidades temáticas con la vanguardia conocida como Grupo de Boedo, especialmente con el estilo de sus integrantes Elías Castelnuovo y Nicolás Olivari. No obstante, a nivel personal sí mantuvo vínculos con los escritores del Grupo de Florida. Por ejemplo, la revista Proa tenía interés en publicar El juguete rabioso, pero por motivos económicos finalmente no pudo solventar la edición. Por último, es necesario destacar que esta novela resulta un documento valioso que atestiguar el habla de la época, “la expresión inmigrante”, los dialectos surgidos al contacto con las nuevas oleadas humanas: el vesre, lunfardo, cocoliche, la fonética del andaluz, entre otros. La traición iniciática de Silvio Astier Mario Amengual 1 Es difícil decir algo que valga la pena sobre Roberto Arlt que no haya dicho Onetti en su inmejorable y sincero prólogo a El juguete rabioso,1 modesta y poética novela que sobrevive a las modas editoriales. Al menos me queda la simple satisfacción de comentarla, siguiendo sus caminos de fracasos aleccionadores, frustraciones insuperables, dilemas éticos y poesía de arrabales. Silvio Astier es el héroe adolescente, iniciado por un viejo zapatero andaluz en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca, que sirvió a Roberto Arlt para expresar su oscura y lúcida alma argentina. Sueña Silvio con ser bandido y estrangular corregidores libidinosos, enderezar entuertos, proteger viudas y ser amado por singulares doncellas. En esa admiración por los malevos bondadosos se encompincha con Enrique Irzubeta, en cuyo elogio puede decirse que un bronce era más susceptible de vergüenza que su fino rostro, y fundan orgullosamente un club de ladrones (más bien de rateros, diríamos los venezolanos) al cual incorporan, pocas semanas después, cierto Lucio, un majadero pequeño de cuerpo y lívido de tanto masturbarse, todo esto junto a una cara tan de sinvergüenza que movía a risa cuando se le miraba. Adolescentes, al fin y al cabo, le dan a sus raterías y a su club una solemnidad acorde con sus cabezas soñadoras, y en el Diario de Sesiones del susodicho club anotan con toda seriedad que el Club debe contar con una biblioteca de obras científicas para que sus cofrades puedan robar y matar de acuerdo a los más modernos procedimientos industriales. El Diario de Sesiones abunda en propuestas similares, que combinan peculiares experimentos científicos destinados a convertirlos en mejores e ilustrados delincuentes. Gozan los tres ladrones el dinero robado, gozan su impunidad ante la gente que ignora sus hazañas secretas y gozan imaginando los ojos con que los mirarían las doncellas si supieran que ellos son ladrones. Sienten que abochornan el peligro a bofetadas y les engrandece el alma el regocijo de quebrantar la ley y entrar sonriendo en el pecado. Pero Silvio Astier, en su pobreza que lo aprieta y entristece, va creciendo con el peso de su propia inutilidad y su destino lo acecha a cada paso, un destino que no empaña sus ojos y no apoca su corazón. Y culmina su primera etapa delictiva con el robo a una biblioteca que fuerza la suspensión de las heroicas actividades del Club de los Caballeros de la Media Noche y, además, Silvio y su familia se mudan a otro barrio por el eterno cuento de que el dueño de la casa les aumentó el alquiler, que como buenos pobres no podían pagar. Signado para estar cerca de los libros, entra Silvio Astier a trabajar en la casa de compra y venta de libros usados de don Gaetano, cuyo local era más largo y tenebroso que el antro de Trofonio. Ese desventurado oficio revuelve las reflexiones de Silvio sobre su vida, sobre su amargo destino de inutilidad y pobreza: ¡Oh, ironía!, ¡y yo era el que había soñado en ser un bandido grande como Rocambole y un poeta genial como Baudelaire! La soledad de Silvio se vuelve arrolladora y desespera por amor, o más bien por amar y ser amado, y en sus pensamientos se mezclan anhelos y amores puros (algunas veces, en la noche, hay rostros de doncellas que hieren con espada de dulzura o que dejan en los huesos ansiedad de amor) y el puro deseo de la carne por encontrar el goce y confiesa que alargaba un brazo hacia mi pobre carne; hostigándola, la dejaba acercarse al deleite. En el colmo de su soledad ansiosa y con el deseo quemándole el corazón y la piel, todo su cuerpo de hombre clama: ¡Y yo, yo, Señor, no tendré nunca una querida tan linda como esa querida que lucen los cromos de los libros viciosos! Algo de cultivada compasión por sí mismo hay en Silvio Astier; llega a abundar en las páginas de El juguete rabioso, pero a la par de reclamos firmes contra la distante y exclusiva riqueza material de pocos. Al mismo tiempo que la calle y el dolor son para él escuelas que apuntan en un mismo sentido. Algo de ello intuye Silvio Astier cuando declara que su alma es baldía y fea como una rodilla desnuda, y busca entre las miserias de las calles y de las vidas turbias con las cuales les toca compartir sus días y seguir su viaje. Sobrevive el adolescente soñador, sobrevive con sus pugnas entre el bien y el mal, enfrenta sus demonios y mira más hondo y ese otro Silvio que puja por salir, a pesar de las dificultades cotidianas y de los sombríos parajes por donde avanza, habla con la fuerza poética que pocas voces alcanzan: Busco un poema que no encuentro, el poema de un cuerpo a quien la desesperación pobló súbitamente en su carne, de mil bocas grandiosas, de dos mil labios gritadores. Las penas de Silvio Astier, necesarias en su vida, de esa vida que durante nueve meses había nutrido con pena un vientre de mujer, las siente necesarias con todos los ultrajes, todas las humillaciones y todas las angustias. Y de pronto esa misma vida se encuentra consigo misma, se complace en ser vivida y con la voz adolescente de Silvio Astier habla el poeta Roberto Arlt (de un gran y extraño artista, asegura Onetti y estoy absolutamente de acuerdo con él): Vida, Vida, qué linda sos, Vida... ¡ah! ¿pero vos no sabés?, yo soy el muchacho... el dependiente... sí, de don Gaetano... y sin embargo yo amo a todas las cosas más hermosas de la Tierra... 2 Silvio Astier, como Álvaro De Campos, lleva en sí todos los sueños del mundo: se imagina ante un congreso de ingenieros exponiendo que las corrientes electromagnéticas que genera el sol pueden ser condensadas y utilizadas; se le afirma la convicción de que puede ser ingeniero como Edison, general como Napoleón, poeta como Baudelaire, demonio como Rocambole; pero esas desmedidas esperanzas, ese optimismo desbordado, chocan con la realidad de su vida y se ve en un futuro lamentable con ropas sucias, zapatos desgastados que apenas cubren sus pies callosos y con juanetes, tocando de puerta en puerta pidiendo trabajo. Silvio Astier verifica la dureza de la vida, la ominosidad de la pobreza; se niega a resignarse a la vida penuriosa que sobrellevan naturalmente la mayoría de los hombres: comienza a saber que su vida es poca cosa, una moneda sin valor en el mercado de las ambiciones y en el dominio de los prejuicios. Fracasa en la milicia, a la que llega convencido de que su ingenio científico le abrirá puertas y le granjeará galones y condecoraciones; fracasa su juguete rabioso, destinado a destruir mayor cantidad de hombres, porque va en contra de todos los principios de la balística; deambula nuevamente Silvio Astier, se aguzan sus sentidos, le emocionan las canciones infantiles que oye de paso en las calles, siente que el tiempo transcurre con paso de animal herido de muerte, siente el dolor de la especie, a pesar de que se aferra a felices imaginaciones egocéntricas y envidia los cadáveres en torno a los cuales sollozan mujeres hermosas. Sin embargo, en su deambular, Silvio Astier percibe el mundo y sus detalles con intensidad, su vida se liga a todo y todo se liga a su vida, aun las apariencias más dolorosas de la realidad humana. Y cuando hace de vendedor de papel (y digo hace porque descubre que en la vida es inevitable actuar), pese a todas sus vocaciones arruinadas, expone con eficiencia una especie de filosofía esencial del vendedor, el gran oficio de nuestro tiempo: Para vender hay que empaparse de una sutilidad “mercurial”, escoger las palabras y cuidar los conceptos, adular con circunspección, conversando lo que no se piensa ni se cree, entusiasmarse con una bagatela, acertar con un gesto compungido, interesarse vivamente por lo que maldito si nos interesa, ser múltiple, flexible y gracioso, agradecer con donaire una insignificancia, no desconcertarse ni darse por aludido al escuchar una grosería, y sufrir, sufrir pacientemente el tiempo, los semblantes agrios o malhumorados, las respuestas rudas e irritantes, sufrir para poder ganar algunos centavos, porque “así es la vida”. 3 El bajo mundo seduce a Silvio Astier, el bajo mundo lo persigue; no en vano admira a Rocambole. El Rengo encarna ese bajo mundo, un pícaro afabilísimo, del cual se podía esperar cualquier favor y también alguna trastada; el Rengo es para Silvio Astier la única posibilidad de cambiar su destino: necesariamente llega a su vida para que pueda abandonar y trascender su agrio mundo de arrabales bonaerenses. El Rengo le parece, al principio, cuando le confía su plan de robar la casa del ingeniero Arsenio Vitri, el ángel que lo ayudará a romper el círculo infernal de trabajar para comer y comer para trabajar. Pero el espíritu de Silvio Astier es demasiado inquieto, por naturaleza propenso a conocer las profundidades del corazón humano; su espíritu no se confía a las seguridades cotidianas, a las banalidades y certezas que conforman la vida de la mayoría de los seres humanos; el espíritu de Silvio Astier no se conforma con ser el de un ladronzuelo arrogante y satisfecho de sus hazañas mediocres, y por eso debe, porque es su destino, ir más allá del mero protagonismo de las páginas rojas de los periódicos. De pronto una idea sutil se bifurcó en mi espíritu, yo la sentí avanzar en la entraña cálida, era fría como un hilo de agua y me tocó el corazón. —¿Y si lo delatara? Desde ese momento, literalmente crucial, Judas Iscariote se convierte en su ídolo, exclama que puede ser hermoso como él y que la angustia abrirá sus ojos a grandes horizontes espirituales. Desde ese momento los razonamientos de Silvio Astier recorren caminos poco usuales en la literatura y poco aceptados en la vida y costumbres de las apariencias humanas. No es pura justificación de un espíritu bajo e inmundo cuando le dice al ingeniero Arsenio Vitri que hay momentos en nuestra vida en que tenemos necesidad de ser canallas, de ensuciarnos hasta adentro, de hacer alguna infamia, yo qué sé... de destrozar la vida de un hombre... y después de hecho eso podremos volver a caminar tranquilos. Esa afirmación, ese reconocimiento de la bajeza de su proceder, de esa repugnante delación, alberga el rarísimo contraste con una inmensa devoción por la vida y la confirmación de la necesaria existencia del lado oscuro del mundo, de nuestro corazón, de la Historia: ¿acaso no fue Judas Iscariote un traidor necesario para que el mensaje de Jesús perdure? La traición de Silvio Astier lleva aparejada la alegría de vivir y es el comienzo de su vida, no de otra vida. De ahí en adelante sí es Silvio Astier, hacia el horizonte infinito del final de una novela, de lo que los lectores podemos conjeturar sobre lo que será su futuro al término de El juguete rabioso. Se pudrirá el Rengo en la cárcel sin comprender jamás que ser traicionado era indispensable para que Silvio Astier llegara a ser él mismo, aunque esa traición parezca una mancha imborrable y deshonrosa. Y el diálogo final de El juguete rabioso, entre Silvio Astier y Arsenio Vitri, es de los más reveladores y significativos de la literatura latinoamericana (o de todas las literaturas): sencillo, cargado de honradez e inusual franqueza, y por momentos más parece himno que conversación. A donde llega el muchacho traidor es a esa frontera que a veces me parece perdida para la literatura en boga, para las polémicas entre intelectuales, y quizás el aludirla es hoy la mayor (o auténtica) subversión. Yo no estoy loco. Hay una verdad, sí... y es que yo sé que siempre la vida va a ser extraordinariamente linda para mí. No sé si la gente sentirá la fuerza de la vida como la siento yo, pero en mí hay una alegría, una especie de inconsciencia llena de alegría. Silvio Astier ya no es el joven soñador que envidia hazañas ajenas; es el joven que sabe que el dolor y el canto conviven en nuestro corazón, él lo ha descubierto entre los tropiezos de su aventura vital: Todo me sorprende. A veces tengo la sensación de que hace una hora que he venido a la tierra y que todo es nuevo, flamante, hermoso. Encuentra su religiosidad, define su religión: Yo creo que Dios es la alegría de vivir. Y antes ha confesado a Arsenio Vitri, quien lo ve como un monstruo que sólo justifica su inmoralidad, su vocación de Judas: Yo no soy un perverso, soy un curioso de esta enorme fuerza que está en mí. A esa misma fuerza, que pueblan el Canto a mí mismo de Whitman y los Himnos de Hölderlin, por ejemplo, de la que se siente contagiado el ingeniero Arsenio Vitri cuando Silvio Astier se la revela con palabras intensas, se refirió Stevenson en términos joviales y certeros que vale la pena recordar: “Encontrar un hombre feliz o una mujer feliz es mejor que encontrarnos con un billete de cinco libras. Él o ella son focos que irradian buenos sentimientos; y cuando entran a un salón, sucede algo así como si se hubiera encendido una vela de más. No nos importa si pueden o no demostrar la proposición cuarenta y siete; hacen algo más que eso: demuestran, prácticamente, el gran teorema de lo Vivible que es la Vida”.2 Y para alcanzar esa alegría de vivir que lleva a Silvio Astier a proclamar que a veces siente que su alma es del tamaño de la iglesia de Flores, debió recorrer palmo a palmo los vericuetos que habitan sus demonios y en cuyas anfractuosidades vegetan las más bajas pasiones humanas. Es un traidor, pero no reniega de sí mismo ni se excusa lastimeramente ni con cinismo, porque sabe a dónde va: geográficamente hacia el sur, a Comodoro, donde promete conseguirle trabajo Arsenio Vitri; vitalmente hacia ninguna parte, pero lleno de vida ahora, con la única certeza de estar vivo y como protagonista consciente de su epopeya solitaria, con la voz, el asombro y el duro destino que le infundió ese poeta que fue Roberto Arlt, que no pocos han querido descalificar, tildándolo de epígono latinoamericano de Dostoievski. Notas 1. 2. Tweet Roberto Arlt, El juguete rabioso, Editorial Bruguera, 1ª edición, Barcelona, 1979. Stevenson, Robert Louis, “Apología del ocio”, Juego de niños y otros ensayos, Editorial Norma, Bogotá, 1990.