4 CARACTERÍSTICAS DE LA MUJER CRISTIANA La mujer cristiana tiene la oportunidad de ser una de las personas más influyentes sobre la tierra. La belleza impactante de su espíritu puede ganar el alma de su esposo incrédulo. Su adherencia al diseño de Dios en el matrimonio puede proclamar la gloria del evangelio. Su fe y conocimiento de la Palabra de Dios, pueden ser evidentes en los ámbitos del ministerio. Sin embargo, si una mujer no conoce a su Dios ni a su Palabra, y tampoco se aferra a sus preciosas promesas, comenzará a parecerse a Eva, su madre en la carne. Su corazón podrá ser engañado fácilmente por las artimañas del enemigo y sus afectos pueden desviarse. 1. Ella espera en Dios “Porque así también se adornaban en otro tiempo las santas mujeres que esperaban en Dios” (1 Pe. 3:5). Es preciosa a los ojos del Señor, la mujer cuyo corazón está lleno de una esperanza profunda y permanente en su Dios. A medida que formamos nuestras familias y nos adentramos en el ministerio, muchas de nosotras deseamos cuidar con diligencia a quienes tenemos a nuestro cargo. Sin embargo, a menudo estamos tan vacías porque nuestra fuente espiritual está seca. Nos quedamos sin nada que valga la pena compartir con las almas necesitadas, y mucho menos para alimentar las nuestras. La mujer que espera en Dios, conoce bien el carácter del Dador de las promesas y los detalles específicos de las mismas. Ella pasa tiempo con Él en su Palabra y en oración; cree en su evangelio y encuentra refugio en su nombre. 2. Ella descansa en Dios “Y que vuestro adorno no sea externo… sino que sea el yo interno, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios” (1 Pe. 3:4). En vez de preocuparse, la mujer mansa y tranquila confía en el Señor. Ella se deleita en Él, encomendándole sus caminos y confiando en Él. Ella se deleita en una paz abundante. Confía en que Dios es quien dice ser, permanece quieta ante Él y lo espera pacientemente. No busca justificarse y no busca vengarse de los males que le han hecho, pues su torre fuerte y refugio está en el nombre del Señor en quien espera. Ella espera en Dios (Sal. 37:7, 9, 34). 3. Ella se sujeta a su esposo “Porque así también se adornaban en otro tiempo las santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos. Así obedeció Sara a Abraham, llamándolo señor, y vosotras habéis llegado a ser hijas de ella, si hacéis el bien y no estáis amedrentadas por ningún temor.” (1 Pe. 3:5–6). El desbordamiento de la esperanza y del descanso en Dios de la esposa, es la sumisión a su esposo. Sara se sometió a Abraham porque confiaba en Dios y le obedecía. La sumisión a su esposo no se debía a su dependencia de Abraham; en cambio, sus ojos estaban fijos en un Dios confiable que era digno de su sumisión. Cuando una mujer se niega a obedecer al mandato de someterse a su esposo, sigue los pasos de Eva, su madre en la carne. Esto ensucia el evangelio que Dios diseñó para ser representado a través de su matrimonio. Más la mujer que descansa en Dios y se somete al señorío de Jesús, imitará el ejemplo de Sara, quien llamaba a su esposo “señor” (un reconocimiento de autoridad, no de alabanza). Mientras que hay explicaciones bíblicas importantes acerca de lo que es la sumisión (y de lo que no es) y de cómo una esposa debe respetar y responder a su esposo, una hija de Sara comprende el secreto que hay detrás de la sumisión a su esposo: su esperanza está en Dios. 4. Ella no tiene temor “Y vosotras habéis llegado a ser hijas de ella, si hacéis el bien y no estáis amedrentadas por ningún temor” (1 Pe. 3:6). La mujer que espera en Dios no tiene temor, pues conoce a su Dios. No tiene temor del camino que su Dios la ha llamado a transitar. No le teme a la enfermedad; no le teme al futuro. No le teme a la muerte ni a los valles oscuros. Ella le encomienda a Dios sus hijos, su matrimonio y su ministerio. Ella extiende el reino de Dios por medio de una sumisión valiente al diseño de Dios en cuanto a su femineidad, el matrimonio, la maternidad y el ministerio porque ella espera en Dios. Y aunque tropieza como Sara y se ríe en su incredulidad ante las promesas de su Dios, Él transformará su risa incrédula en una risa de confianza en su Salvador y de esperanza gozosa en su Palabra. Por fe se ríe, porque ve esa ciudad permanente, la celestial. Por fe se une a la lista de las santas mujeres, que consideraron fiel al que prometió.