Procesos participativos y construcción de prácticas sociales transformadoras: complejidades y desafíos. Dr. Saúl I. Fuks1 Introducción Es posible reconocer procesos participativos en conversaciones entre dos personas, así como visualizar su impronta en movimientos sociales multitudinarios que intentan transformar condiciones de vida cotidianas. Los llamados “procesos participativos” no parecen depender del número de participantes que se incluyan en ellos aunque, este aspecto, contribuye evidentemente a condicionar el grado de complejidad que presenten. La noción misma de participación resulta polisémica y ambigua tanto desde el plano teórico como desde el discurso de la vida cotidiana y acaba emergiendo en el plano de las prácticas a través de diversas configuraciones y sentidos. Tradicionalmente se la ha ligado a conceptos como “democracia”, “ciudadanía” y “comunidad” mientras que a nivel de las prácticas sociales se la ha conectado a las tensiones entre lo subjetivo y lo colectivo, entre la heteronomía y la autonomía, entre la autorreferencia y la solidaridad y casi siempre ligada a las cuestiones del poder en las relaciones sociales. La “participación”, entonces, pone de manifiesto múltiples referencias a una amplia gama de acciones y prácticas que toman formas diversas, y lo hacen en función de las circunstancias y contextos en los que se encuentran los actores. No obstante esta densidad semántica y la ambigüedad conceptual, el principal sentido de los llamados procesos participativos parece ser el de crear 1 Maestría en “Pensamiento Sistémico” – Centro de Estudios Interdisciplinarios – Universidad Nacional de Rosario – Argentina. cocofuks@gmail.com condiciones para que se generen intercambios productivos orientados a construir alternativas deseables a una situación dada. Estos procesos parecen contener flujos de gran complejidad que nos permiten estudiar y –tal vezcomprender algunos densos aspectos de la construcción de “lo común” y de la emergencia de la inteligencia colectiva. Presentaremos en este escrito algunas reflexiones surgidas de una experiencia de más de 30 años de un complejo programa de Salud Comunitaria. La particularidad de esta experiencia es que ha condensado muchas de las dificultades y desafíos que se presentan cuando se intenta impregnar con una ética participativa, a una estructura organizacional diseñada jerárquicamente. Luego de presentar brevemente el Programa CeAC (Centro de Asistencia a la Comunidad) compartiremos los articuladores conceptuales que han orientado estas prácticas, sus densidades y sus desafíos y, a partir de allí, describiremos algunas intuiciones relacionadas con un interrogante frecuente en estos programas: ¿Qué es lo que hace que algunos de estos emprendimientos se mantengan en el tiempo e incluso se expandan y otros, no importa cuán exitosos hayan sido, desaparecen sin dejar rastros? Procesos participativos en ámbitos comunitarios: El CeAC El Programa “CeAC.” (Centro de Asistencia a la Comunidad) surge en 1984, como efecto del regreso de la democracia en Argentina, en el marco de la Sec. de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional de Rosario (Fuks, 2015). Está ubicado en un barrio con amplios sectores de población de bajos recursos económicos2, que incluye una importante “villa miseria” emplazada en terrenos originariamente destinados a la Ciudad Universitaria de la UNR. El programa diseñó su organización -desde el inicio- con el presupuesto de que: los lineamientos políticos y operacionales del mismo necesitaban de la participación de aquellos que estaban involucrados, sean estos funcionarios, profesionales o habitantes del barrio. Esto propició –desde el comienzo- una activa participación por parte de los habitantes del barrio, quienes fueron incluidos en la organización como actores imprescindibles. En la experiencia del CeAC hablar de un diseño institucional complejo, es hacer referencia al diseño de una organización en la que obligatoriamente debían convivir estructuras del Estado organizadas jerárquicamente (como las Universitarias o las del Ministerio de Salud) en simultaneo con un funcionamiento basado en dinámicas no-jerárquicas propias de los procesos participativos. Esta confluencia de flujos y racionalidades (casi opuestas), inevitablemente, tendía a producir turbulencias que, en el curso del tiempo detonaron procesos críticos en todos los niveles de la organización. Es posible constatar la complejidad de estos diseños, si se toma en cuenta que se trataba de una organización que tuvo como órgano máximo a una “Asamblea Mensual” de miembros activos (sin discriminación de origen: funcionarios, profesionales o vecinos) que se superponía con una estructura formal preestablecida por decisiones políticas o racionalidades técnicas del Estado3. 2 Originariamente el barrio crece ligado a inmigrantes de otras provincias y de países limítrofes, atraídos por las posibilidades de trabajo en el Puerto de Rosario y en los Ferrocarriles; luego (1953) parte de esa zona fue expropiada para la construcción de la Ciudad Universitaria de la UNR. 3 En un momento de la historia llegaron a convivir tres administraciones del Estado (Universitaria, Municipal y Provincial) conjuntamente con la representación de la comunidad del barrio. Una organización participativa que intente objetivos tan difíciles como: articular la convivencia (productiva) de culturas participativas diferentes; apreciar la potencia y riqueza de dinámicas grupales intensas y conflictivas y gerenciar participativamente los objetivos del Programa, requiere de dinámicas y dispositivos que administren las turbulencias y contengan la complejidad. En principio, precisa tanto de la constante producción de consensos como de incorporar un enfoque apreciativo acerca de las diferencias (de valores, concepciones, de intereses, estilos personales, sistemas de creencias, etc.) que articule la diversidad y promueva la confluencia en los sueños compartidos. Tal como fuera propuesto por Edgar Morin (1976) en su trabajo sobre las crisis, la emergencia de alternativas como producto de procesos críticos requiere de marcos organizadores para las turbulencias que aumenten las posibilidades de reconocer las opciones emergentes en las crisis. En las organizaciones, esas oportunidades pueden surgir cuando se ponen en acción las decisiones estratégicas consensuadas. La necesaria búsqueda de “encaje” entre las diferentes concepciones, valores, creencias y prácticas, existentes en la organización -para poder diseñar y concretar acciones- contiene toda la multiplicidad de los desafíos del proceso de construcción de un equipo interdisciplinario. En un grupo de trabajo, el proceso mediante el cual se produce la confluencia en torno a la definición de la "tarea" a ser realizada surge como una vía posible de construcción de “equipo”. Los intercambios (tanto formales como informales) producidos en ese esfuerzo, impulsan un proceso constructivo/deconstructivo contenido en las conversaciones acerca cuáles serán los conocimientos necesarios, las habilidades disponibles, y los contextos que distinguen a la(s) acción(es) a realizar. Este es un proceso que se concretiza cuando se llega a un acuerdo acerca de quienes son las personas que están mejor habilitadas, capacitadas, y/o ubicadas en la trama relacional, como para liderar la tarea definida. Esta modalidad de construcción de la tarea4, crea condiciones para desarrollar un equipo transdisciplinario ya que, la habilitación para la acción, surgirá de un plan de trabajo construido conjuntamente. Esto expresa la producción conjunta de una estrategia compleja que trasciende a los territorios preestablecidos de las disciplinas profesionales y/o técnicas, a las estructuras jerárquicas preexistentes y a los juegos de poder habituales. De la multidisciplina a la transdisciplina. El Programa de Salud Comunitaria del CeAC, tenía como responsabilidad la instrumentación de la estrategia de Atención Primaria de la Salud (APS), que proponía valores de equidad, solidaridad y acceso a la salud entendiéndolos como derecho. Para comienzos de la década de los 80’, estos principios parecían aceptados y vigentes, pero su presencia en las políticas públicas fue disminuyendo en la década del 90’ por falta de condiciones, la creciente comercialización de la Salud, el desencaje en los modelos de formación profesional, y los cambios culturales impuestos por la sociedad de consumo. Las limitaciones exhibidas por la estrategia de APS impulsaron (para la época) una profunda revisión de los abordajes de salud, sus aspectos políticos, conceptuales y metodológicos y, esa crisis, reforzó tanto las tendencias al eficientísimo, el “poder profesional”, la confianza ciega en la tecnología 4 Existen diferentes modos de consensuar las características y requisitos de una tarea, el más tradicional es el que respeta los territorios preestablecidos (los médicos se ocupan de la salud, los psi. de la salud mental, los trabajadores sociales de lo social y así siguiendo) biomédica como, por otro lado radicalizó la crítica ideológica y el “activismo” político. En ese contexto –en el CeAC- fue posible recuperar el “espíritu” de la APS y apelar a una perspectiva superadora de ella, un tradición que se proponía rescatar y profundizar la dimensión participativa y ponerla en el centro de la concepción de la salud: hablamos del enfoque de Salud Comunitaria que sostenía: “una acción de salud será llamada comunitaria en la medida en que involucre a una comunidad que toma posición respecto a una problemática que la compromete, sea que provenga del experto o no, sea interna a su dinámica o externa a la misma, al propio territorio y a la propia comunidad (conjunto de la población de un barrio, de una ciudad, de un poblado, de grupos reunidos por un interés común, una situación 5 problemática compartida)” . En el campo de la Salud Comunitaria, los desarrollos conceptuales y estratégicos se han caracterizado por un entramado de criterios interdependientes y complementarios; algunos de estos factores heredaron la intuición transformadora de la APS y otros avanzaron desbordando las fronteras del mundo médico, reformulando el lugar de la salud como cualidad emergente6 de la trama social y cultural. Algunas de las dimensiones que caracterizaron los aportes de la SC fueron: - Enfoque global y positivo de la Salud. Los enfoques de Salud Comunitaria, en relación a los enfoques asistenciales, preventivos y educativos, tienden a orientarse intentando integrar los diferentes condicionamientos psicosociales, económicos, culturales y ambientales. En escenarios complicados (como en Latinoamérica), es difícil preservar la esperanza y no acabar abrumados por las inequidades, carencias, imposibilidades, injusticias y dificultades cotidianas. En esas condiciones 5 Secretaría Europea de prácticas de Salud Comunitaria. Institut Renaudot. www.renaudot.free.fr 6 Emergencia de un sistema: este concepto es el que relaciona el todo con las partes, Se llama complejidad emergente cuando el comportamiento colectivo de un conjunto de elementos da como resultado de sus interacciones un sistema complejo. Wikipedia. desalentadoras, una perspectiva “positiva”, que tienda a visibilizar “recursos y alternativas” contribuye notablemente al cuidado de los cuidadores, al fortalecimiento de los actores sociales, potenciando la emergencia de opciones saludablesi. Los aportes de autores como Kenneth Gergen (1994) pusieron bajo sospecha la “neutralidad” o “cientificidad” de las orientaciones focalizadas en las incapacidades, déficits, vulnerabilidades, conductas de riesgo, y otros recortes que destacan (solo) la “pobreza”, la carencia o las imposibilidades. Y, en una realidad co-construída, los recortes que se hagan de ella van a definir lo que “se vea” a lo que se le da visibilidad, por lo cual los modelos deterministas/fatalistas, acaban “descubriendo” que “nada es posible7”, colonizando a la población con esas miradas que desalientan cualquier intento de mejorar la vida. Kenneth Gergen, en sintonía con los trabajos realizados por Paulo Freire en el campo de la educación popular, al cuestionar el carácter “natural” de esos recortes abrió camino a las perspectivas “positivas” y “apreciativas” enfocadas en hacer visibles los recursos y potenciar la apropiación de los mismos. - Actuar sobre determinantes de Salud: Los modelos de Salud Comunitaria orientaron sus esfuerzos hacia el diseño de estrategias de atención que promueven baja complejidad biomédica y alta complejidad social, asumiendo que estos formatos pueden aportar mejores condiciones para el abordaje de factores que determinan la calidad de vida y la salud de la población. Desde esta óptica, la salud deja de ser territorio privativo de los profesionales, y emerge como una dimensión que abarca todas las 7 O que solo es posible “algo” en condiciones “de máxima”, como sería la transformación total de la humanidad, la economía, la conciencia etc. áreas de la vida cotidiana. La evidencia de esta complejidad fue lo que impulsó a diseñar estrategias más abarcativas tomando en consideración a las dimensiones psicosociales, locales, ecológicas, económicas sociohistóricas y sociopolíticas. Enriquecida por estas perspectivas, la promoción de salud ha devenido un proceso participativo de capacitación de la población a fin de aumentar su poder de decisión sobre la salud, sumado a un mayor y mejor conocimiento de los medios disponibles para mejorarla; en un proceso en el que interaccionan estrategias tradicionales, políticas saludables y la movilización social de la población en búsqueda de un entorno adecuado. - Conectado con una comunidad. Pensar la salud como algo que va más allá del ámbito profesional, modifica el las prioridades en la planificación, afecta la manera en que se distribuyen responsabilidades y los modos de evaluar circunstancias, eventos y contextos en los que se opera. Aún más, enmarcarla en relación a un “territorio” y una “comunidad” –en lugar de hacerlo ligada a “beneficiarios”, “usuarios”, “clientes” o “pacientes”- conlleva reformular los aspectos que van a ser considerados como relevantes en la temática de la “salud”. En el marco conceptual de la Salud Comunitaria, se considera a la “comunidad” como una construcción colectiva en la cual sus miembros reconocen tener sentimientos compartidos de pertenencia a algo que puede estar ligado a un recorte geográfico, un conjunto de características identificadoras comunes, ciertos intereses compartidos o el haber confluido en el reconocimiento de problemáticas comunes. A partir de esto, ligar la salud con la comunidad implica, también, tener que definir el tema del nivel y características de la participación e involucración de los diferentes sectores y actores sociales envueltos o afectados por esta perspectiva. En la historia del CeAC, nos fuimos orientando hacia perspectivas que impulsaban el compromiso de los involucrados y promovieran su inclusión en los diferentes procesos de co-construcción. Esta perspectiva necesitó de la creación y/o fortalecimiento de contextos que permitan a los diferentes sectores (habitantes, profesionales, funcionarios, políticos, las instituciones y servicios) encontrarse y confluir en una tarea compartida. El supuesto implícito en esta posición es que, en la medida en que este encuentro y confluencia se produzcan durante el proceso de construcción de un proyecto colectivo, esto facilitara el posterior reconocimiento y legitimación de las competencias y capacidades de los participantes, asegurando la sustentabilidad del emprendimiento. Para que esa confluencia colectiva sea posible, algunas condiciones eran imprescindibles: una de ellas es que –además de encontrarse- también sea posible compartir “recursos” y, esto, –a su vez- requiere de un reconocimiento mutuo de las fortalezas, capacidades y especificidades de cada actor o sector. Es a partir de este reconocimiento que podría emerger la puesta en evidencia de las complementariedades existentes y la conciencia de la interdependencia entre habitantes, profesionales, técnicos, funcionarios, representantes políticos, operadores políticos, representantes institucionales, voluntarios y beneficiarios de todo tipo. La conciencia y reconocimiento complementariedades -ingredientes de la interdependencia imprescindibles del y de las proceso de cooperación y de un equilibrio dinámico de poderes e intercambios- permitirá el surgimiento de condiciones de colaboración en torno de intereses y necesidades comunes sin desconocer las diferencias o las tensiones inherentes a la vida social. - Territorios y Herramientas de la Salud Comunitaria. Las condiciones descritas, requieren de “herramientas” congruentes y eficaces, que encarnen tanto a los valores éticos como a las metas esperadas. En Ciencias Sociales el tema de los “instrumentos” se volvió algo difícil de tratar, las corrientes críticas que -entre los 50’ y los 90’- defenestraron la fe en el Cientificismo, el eficientísimo positivista y la tecnologización propia de la Modernidad también dejaron un efecto negativo: la marcada tendencia al teoricismo académico y el desprecio por la enseñanza, transmisión e invención de instrumentos de intervención. La creencia subyacente a esa moda fue que, si se desarrollaban ideas fundamentadas enmarcadas en un sólido fundamento teórico, las acciones “surgirían” de ese proceso. Los efectos negativos de estas creencias es que han contribuido fuertemente al abismo que separa los saberes académicos de los saberes “de terreno” consiguiendo, al final, empobrecer ambos campos. Se está haciendo referencia a instrumentos diseñados para transformar ideas e ideales en nuevas “realidades” o sea, para concretizar metas y objetivos por medio de acciones sistematizadas y legitimadas: un “saber-hacer” reflexivo. La “caja de herramientas” en Salud Comunitaria -en tanto profesional reflexivocontiene instrumentos que presuponen un conocimiento del operador acerca de sí mismo y de sus competencias, así como de las “condiciones de posibilidad” de cada herramienta.8 El tipo de herramientas/útiles/instrumentos que estamos 8 bajo qué circunstancias funciona mejor y para qué tipo de situaciones y el manejo adecuado de la herramienta en sí misma. comentando, forman parte de los recursos con los que el CeAC ha construido su estilo de trabajo y que desborda los límites de este escrito. Mencionaremos a título de ejemplo solo algunas de ellas, sin detenernos a desarrollarlas. Herramientas para: “Impulsar y promover la participación; facilitar la construcción conjunta de objetivos, medios y formas de evaluar lo hecho; fortalecimiento de la inteligencia colectiva, la creatividad y la innovación; trabajo en grupos, redes y equipos; manejo de las tensiones y conflictos; e incremento de la sustentabilidad de los esfuerzos colectivos”. (Fuks, 2015. P. 25) Aún en una enumeración rápida, es visible que no se trata de instrumentos que puedan ser “aprendidos” a través de un “manual de uso”, sino que su transmisión y aprendizaje deben ser parte de un proceso en el que las practicas (acción y reflexión) sean intermediadas por meta-reflexiones y sistematizaciones. - Planificación y gestión participativas: eficacia pragmática, simbólica y relacional. El compromiso activo de construir conjuntamente criterios, metas y medios, así como los modos de evaluar el camino escogido, constituyen la trama de lo que llamamos planificación participativa. Esta forma de encarar los procesos de toma de decisiones y la organización de acciones comunes, forma parte de un conjunto de prácticas sociales denominado “metodologías participativas” que suponen una concepción del “saber” y de los procesos de producción del conocimiento, cercana a los postulados del Construccionismo Social. En la mayoría de los enfoques de Salud Comunitaria es posible reconocer la aspiración a lograr una congruencia entre las formas de gestión internas de las instituciones, el trabajo en equipo interdisciplinario y la articulación de las relaciones con la “comunidad”, sus instituciones, y con los poderes del Estado. Los derechos que tienen los ciudadanos en cuanto a su salud, se tornan creíbles en la medida en que los habitantes de un territorio puedan hacer valer sus posiciones en las decisiones ligadas al cuidado de su salud y esto incluye tanto al acceso geográfico, la forma de asignación de recursos, como a la calidad del servicio de salud. La capacidad de una población de “influir” en las decisiones políticas relacionadas con sus vidas está ligada al reconocimiento de sus pautas culturales relacionadas con la salud, sin embargo, este es un aspecto que trasciende las tradicionales negociaciones políticas, ya que requiere de la construcción de espacios sociales en los que estas negociaciones con los otros decisores, puedan tener lugar. Los intercambios a los que hacemos referencia, trascienden al encuentro de representantes de intereses diferentes negociando política o comercialmente9. Sostenidos en los aportes de G. Bateson (1976), E. Goffman (1984), K. Gergen (1994), Barnett Pearce (1989), P. Ricoeur(1976) asumimos que –en la pragmática de la negociación social- existen aspectos que regulan el modo en que se construyen los consensos y se incorporan los disensos, sostenidos en una confianza relativa y que, cuando ésta se fractura, afecta la naturalidad cotidiana de los intercambios (Fuks, 1995) forzando a la renegociación de la credibilidad10. 9 argumentando para demostrar la validez de la propia perspectiva y lo errado de la ajena, intentando ceder el mínimo de beneficios y maximizar sus ganancias. 10 Cuando no funcionan las bases de validez del habla (Inteligibilidad, verdad, rectitud y veracidad) y se interrumpe el proceso comunicativo, es cuando para Habermas se hace necesario lo que él llama discurso: una forma reflexiva de interacción que se esfuerza en recomponer la comunicación. Ante la fractura (y por tanto de violencia más o menos encubierta) de la base mínima de validez se hace necesario buscar consenso en una conversación que pueda garantizar simetría e igualdad de oportunidades para los hablantes y donde se puedan aducir los mejores argumentos. En la vida cotidiana del CeAC, los encuentros de culturas diferentes en los que se “cocinaba” ese proceso de tensión/integración/confluencia acontecían tanto en los espacios informales del café y de la vereda, como en los encuentros más formalizados como la Asamblea Mensual, las reuniones de Equipo Interdisciplinario, las capacitaciones conjuntas, y las reuniones intersectoriales de la Red Barrial. - Contextos colaborativos: Intersectorialidad, Interdisciplina y transdisciplina en la promoción de la salud. Diferenciándose de aquellos enfoques que priorizan la estructura jerárquica del sistema de salud y el saber médico/profesional como formas de lograr eficacia, los modelos de Salud Comunitaria asumen la complejidad inherente al campo de la salud. Esta perspectiva fundamenta sus acciones en una concepción de la sustentabilidad construida por la integración de los diversos aportes y visiones existentes en la situación. El denso y complejo proceso de integración de visiones y prácticas, al contener las riquezas provenientes de la diversidad de perspectivas, puede generar productos que –necesariamente- devienen multidimensionales, polifacéticos y transdisciplinares. La experiencia del CeAC, nos ha permitido suponer que es posible construir contextos de trabajo diferentes de las lógicas habituales (luchas y negociaciones territoriales) y, sin embargo, también muestra que para poder transformar escenarios “competitivos” en marcos colaborativos (Fuks, 2000) se requiere de una cuidadosa “artesanía de contextos” (Fuks, 2004); concepciones teóricas coherentes y herramientas congruentes. El nuevo consenso se produce sobre la base de la interacción lingüística, la alternativa al diálogo no es otra que la sinrazón y la violencia. El pensamiento sistémico aportó una mirada “ecológica” en la que las complementariedades, interdependencias equilibrios/desequilibrios valorizan las y diversas singularidades de formas los de sistemas adaptativos complejos11. La utilidad de esta perspectiva para la comprensión de procesos y fluctuaciones de las sociedades humanas se nos hizo visible cuando permitió describir procesos que aparecían como “complicados”. En la experiencia del CeAC, esta epistemología trajo visiones innovadoras que fueron transformadas en “modos de hacer” y permitieron escapar a la visión que idealizaba la estabilidad y la predictibilidad de los procesos sociales, permitiéndonos reflexionar y actuar a partir de la valorización de las crisis y de los cambios turbulentos. Esta perspectiva se plasmó en aspectos claves del diseño, tales como la forma de diseñar la organización interna, la asistencia interdisciplinaria; los modos de crear y facilitar proyectos comunitarios, así como los posicionamientos ante las relaciones interinstitucionales, intersectoriales y las redes informales. Impregnando de una mirada apreciativa las creencias de los miembros del Programa, las “crisis” pasaron a ser consideradas en todo su potencial transformador, como una fuente de innovación capaz de generar saltos cualitativos tanto internos como en las relaciones con “los otros”. Esta manera de considerar las turbulencias, también permitió considerar a los “momentos riesgosos” como apertura de oportunidades y esa mirada -tal como expusieron 11 Un Sistema Adaptativo Complejo (CAS) es una red dinámica de muchos agentes (células, especies, individuos, empresas, naciones) actuando en paralelo, constantemente y reaccionando a lo que otros agentes están haciendo.. Lo que distingue a los CAS es que estos cuentan con propiedades y característica como auto-similaridad, complejidad, emergencia, y auto-organización: un CAS es una compleja auto-similar colectividad de interacciones de agentes adaptativos que se caracterizan por un alto grado de capacidad adaptativa, dándoles resiliencia frente a las perturbaciones. (John H. Holland: Complexity: The Emerging Science at the Edge of Order and Chaos: M. Mitchell Waldrop) Cooperider y Srivaska (1987)-, funcionó como un atractor que concentraba las energías en dirección al aprovechamiento de opciones y alternativas que pudieran estar disponibles en los eventos críticos. Dimensiones que sostienen la vida de un proyecto. Un interrogante que sobrevuela a quienes trabajan con proyectos sociales y prácticas transformativas se refiere a los ingredientes (factores, condicionantes, facilitadores y obstaculizadores) que pueden contribuir para que un proyecto, (como el CeAC), pueda tener continuidad y crecimiento, tanto en relación a las turbulencias internas como a los cambios en el contexto político, a sus conexiones con los habitantes de un territorio y las –siempre difíciles- relaciones con las agencias del Estado. Según Morín, (1998) la generatividad es aquello que garantiza o determina la conservación, la transmisión, la producción y la reproducción de una estructura y su organización compleja y, al intentar respondernos el interrogante acerca de las posibilidades de perdurabilidad y sustentabilidad de un proyecto, nos ha sido útil imaginar un “piso” (base, cimiento, suelo) sobre el que se apoyan/crecen algunas de las condiciones de continuidad/durabilidad. Esas bases de sustentación podrían ser consideradas, también, como contextos generativos y marcos de significación que otorgarían sentido a las acciones impulsando los procesos autoorganizativos de un sistema complejo, multidimensional e inestable en permanente oscilación. Todo lo cual podría dar como resultado la continuidad, crecimiento y transformación de un proyecto. Expondremos de manera sintética un “modelo” que podría contribuir a organizar las observaciones que construimos acerca de la vida de un proyecto y permitirnos imaginar los cursos posibles de su trayectoria en el tiempo. Dimensiones claves de la trayectoria de vida en una organización participativa. En el intento por comprender un proceso organizacional que ha perdurado en el tiempo y que se supone sustentable, hemos intentado revisar los diferentes aspectos que podrían contribuir a que un esfuerzo colectivo singular, se desarrolle, se mantenga en el tiempo y co-evolucione con su contexto. Reconociendo la particularidad de los escenarios que dieron lugar a la “experiencia CeAC”, intentamos comprender ciertas configuraciones contextuales que podrían ser pensadas como el “terreno” sobre el que se construye algo durable en el tiempo (cambiante y estable) y sostenible como organización; esto permitiría, también, interrogarnos acerca de la singularidad radical de esa experiencia así como de la existencia de “ingredientes” o características que podrían encontrarse en recorridos similares. ¿Cuáles son esos “ingredientes” contextuales que parecen ser necesarios para la comprensión de los posibles cursos de acción de un proyecto?12 I. La cultura Local: Para Clifford Geertz, (1998)13 la cultura se organiza como estructuras de significación socialmente establecidas por las cuales la gente hace cosas y coordina sus visiones del mundo y, remarcando su dimensión dialógica, propuso que en la cultura somos una comunidad de interpretantes que colabora para dar sentido al mundo en que vivimos. Esto implica que, conocer la cultura14 de un colectivo social demanda una inmersión experiencial en sus sistemas de significación que se crean/recrean en las interacciones de la vida cotidiana. Las perspectivas de intervención comunitaria más tradicionales han estado sostenidas en estratégicas basadas en el supuesto de la “objetividad” científica y el saber privilegiado de los expertos, en el que el observador es imaginado en un lugar de distancia preservada. Desde estas visiones, el conocer las características de una población con la que se va a trabajar ha tenido una función puramente instrumental, es decir, incrementar las posibilidades de producir estrategias que sean “aceptables” para los destinatarios. En otras perspectivas que sostienen que la realidad social es una construcción lingüística/interpretativa producida mediante la colaboración de todos los participantes, el papel que se le asigna al conocimiento de la cultura 12 Como todo modelo pretende ofrecer una de las múltiples miradas posibles y ofrecer una de las organizaciones imaginables que permitan distinguir las articulaciones internas de procesos que están en permanente transformación y estabilización. 13 la cultura es un sistema de concepciones expresadas en formas simbólicas por medio de las cuales la gente se comunica, perpetúa y desarrolla su conocimiento sobre las actitudes hacia la vida. 14 en singular, ya que es arriesgado hablar de la cultura generalizando. local es diferente: deviene una vía para explorar comprensivamente los mundos de los otros y co-construir una nueva realidad compartida. Si asumimos que, el explorar/conocer la realidad tal como es vivida por los otros requiere del dialogo y de una calidad de conexión particular, entonces, ese contacto no podría ser neutro, aséptico e inocuo ya que –necesariamentetransformará a todos los participantes de ese encuentro incluyendo al observador/operador. A diferencia de los enfoques que supone que conocer la cultura ajena se apoya en un modelo de “negociación de perspectivas” basado en la racionalidad, la propuesta es un complejo proceso de “exploración mutua” (Fuks, 2009) en el que las operaciones de distinción que producen categorías de análisis, las diversas formas de teorización, los instrumentos para “leer” e “interpretar” la realidad y las acciones que serán consideradas válidas y legítimas, son cualidades emergentes de las conversaciones que se organizan “para intentar dar sentido al mundo compartido” parafraseando a Geertz. Las hipótesis que surgirán en esos intercambios proveerán de diferentes vías de acceso a la comprensión de los “problemas” así como de sus resoluciones posibles y, estos productos colectivos, serán vividos como legítimos y válidos en tanto han sido construidos por los propios participantes. El encaje de un proyecto de práctica transformadora con la cultura local permitirá, entonces, que los procesos de cambio que se desplieguen no sean experimentados como «extraños» o “extranjeros” y, en consecuencia, que puedan ser integrados como parte de la visión de mundo existente y las tramas de sentidos propios de ese mundo social. II. La dimensión organizacional. La teoría general de sistemas ha sido un valioso marco de referencia para comprender y explicar procesos característicos de una organización tales como su estabilidad/inestabilidad, adaptación/transformación, identidad/cambio. En la concepción sistémica fundadora, la noción de “sistema abierto” aportó caminos conceptuales que contribuyeron a enriquecer los fundamentos de la teoría de las organizaciones. No obstante la riqueza de esta primera etapa, las propuestas innovadoras surgieron de los esfuerzos por comprender las complejidades organizacionales, terreno en el que los modelos originales evidenciaban sus limitaciones. La transición de las metáforas informacionales, mecánicas, o estructuralistas a las analogías con sistemas vivientes puso en cuestión algunos presupuestos que, por décadas, habían sido incuestionables. En los orígenes de la tradición sistémica la complejidad del sistema estuvo asociada a la complejidad estructural: partes o componentes interdependientes que, en el proceso de intercambio, transformaba a cada componente como al sistema en su conjunto. Los supuestos fundamentales de este periodo se basaban en la observación de que, mientras más complejo fuera el entorno conectado con la organización, más diferenciada sería su estructura organizativa y más importantes serían los mecanismos de coordinación entre las partes constitutivas. Desde esta perspectiva, el éxito en alcanzar los objetivos dependería, en gran parte, de los niveles de diferenciación e integración necesarios para ajustarse a las demandas del entorno. Los esfuerzos por comprender la organización en términos de proceso pusieron el foco en otras dimensiones y, en particular, en el papel organizador de la “tarea”. La consideración del “para que” de la organización crearon las condiciones para poder escapar a la fascinación por la estructura y adentrarse en la teleología, representada por dos dimensiones consideradas marcos organizadores de la estructura: el grado de dificultad de las tareas y la variabilidad de las mismas. La mirada puesta en el “sentido” (representado por la tarea) abrió maneras diferentes de aproximarse al conocimiento de una organización y permitió modelizarla a semejanza de organismos vivientes que autoorganizan su diseño en función de una teleología15, que orienta su desarrollo y su evolución o co-evolución, según Humberto Maturana y Francisco Varela (1996). Posteriormente, autores como Boisot (2013) y Child (1997) basaron su estudio de la complejidad organizacional en el supuesto de que las organizaciones además de ser sistemas adaptativos, tal como sostenía la tradición de la teoría de sistemas, también tenían una dimensión interpretativa puesto que 15 teleonomía diría Monod funcionaban en parte sobre la base de representaciones internas del entorno al que debían responder. A partir de estos aportes comenzaron a distinguirse dos tipos de complejidades: uno de ellos es la llamada complejidad cognitiva, vinculada al grado de conocimientos, habilidades y experiencia que necesita una organización y sus miembros para ejecutar tareas o trabajos altamente calificados y para enfrentar con éxito los problemas difíciles de solucionar. El otro es el de la complejidad relacional que hace referencia tanto al número de componentes y el tipo de diferenciación entre ellos (vertical, horizontal y espacial) como a la intensidad de sus interacciones, el grado de interdependencia de las tareas, la capacidad de integración y coordinación entre los componentes y los desafíos que emerjan de esas interacciones. A lo anterior, se sumó lo sostenido por Jensen y Meckling (1995), quienes propusieron que la complejidad de una organización era algo estrechamente ligado a la distribución y el manejo de los conocimientos (específicos) necesarios para la toma de decisiones. Una organización tiende a ser poco compleja (según esta óptica) cuando la información relevante para la toma de decisiones está concentrada en una o pocas personas. Esta propuesta orientó la atención hacia el tipo de diseño organizacional, es decir la relación entre complejidad, grado y características de la participación de sus miembros y el estilo de liderazgo. Estos desarrollos confluyeron –en algunos casos- con los aportes de autores como Peter Senge (2011), Otto Scharmer (2011), Donald Schön (1983), Chris Argyris (1996), David Cooperider (1990) y otros que, partiendo de los modelos tradicionales, se hicieron eco de las criticas postestructuralistas, de los aportes de la teoría critica, el narrativismo, la hermenéutica y el deconstructivismo postmodernista, enriqueciendo el campo del estudio de la organizaciones. En sintonía con estos desarrollos más recientes, se ha ido instalando una visión de las organizaciones entendida como red conversacional, lo que emplaza la complejidad relacional como centro de la vida de una organización. Barnett Pearce (2003) y una red de colaboradores a comienzos de los años 80’ produjeron modelos que cambiaron el foco de estudio, de análisis e intervención en organizaciones: el “CMM” (Coordinated Management of Meaning). Estos autores, interrogándose por las conversaciones en las organizaciones dieron visibilidad a los mecanismos de inclusión/exclusión, los modelos de toma de decisiones y la cultura organizacional que, de otro modo, quedaban enmascarados por un organigrama que solo exhibía el ideal formal de una organización. Es este un enfoque que permitió construir mapas de la vida de la organización y sus formas de coordinación de significados, difíciles de obtener por otras vías. Proveniente de otra tradición -la antropología- y a partir de su minucioso trabajo de deconstrucción de las complejidades de la complejidad, Edgar Morin ubica la organización como un concepto nodal de la complejidad: “… nos ha llevado a considerar la organización como un concepto de segundo orden o recursivo…. La organización es la relación de las relaciones, forma lo que transforma, transforma lo que forma, mantiene lo que mantiene, estructura lo que estructura, cierra su apertura y y abre su cierre; se organiza al organizar…Es un concepto que forma un bucle consigo mismo, encerrado en este sentido, pero abierto en el sentido de que, nacido de interacciones anteriores, mantiene relaciones e incluso opera intercambios con el exterior. Estos rasgos son pertinentes, creo yo, para todos los sistemas y a título de tal constituyen los universales organizacionales” (Morin, E. 1997. p. 162) La dimensión organizacional de una práctica transformadora, proyecto o emprendimiento permiten conocer y cartografiar los recursos y carencias, las zonas “duras” de la vida organizacional y aquellas flexibilidades necesarias para enfrentar las crisis. Asimismo, el conocimiento de la vida de una organización dará visibilidad a los estilos locales de transformación y metamorfosis que construyen las singularidades de su identidad. III. La trama de redes: Las fracturas paradigmáticas de la Ciencia Moderna como verdad universal, trajeron el reconocimiento de que cuando describimos una realidad social no estamos “mostrando” una serie de hechos objetivos sino dando cuenta de un recorte particular, construido a partir de nuestros presupuestos, de las operaciones de distinción y categorías que utilizamos, así como el modo en que jerarquizamos ciertos aspectos en detrimento de otros. En Ciencias Sociales los intentos de estudiar las dinámicas colectivas se han deparado con dificultades y obstáculos provenientes del hecho que las categorías de análisis, las teorías explicativas y descriptivas y, en consecuencia, los métodos de observación y análisis 16 Sobresaturados de teoricismos o formalismos alérgicos a la confrontación con la experiencia. dominantes16, empobrecían tanto el conocimiento de esas realidades que se volvían teorizaciones vacías de contenido y utilidad. A pesar de la poderosa presencia de los modelos estructuralistas, en sus fisuras, se filtraron perspectivas como la de “red social” que reintroducían dimensiones que habían sido invisibilizadas por la hegemónica noción de “estructura” prevalente durante décadas en la ciencias sociales. Los precursores de las redes sociales de finales del siglo XIX, como Émile Durkheim y a Ferdinand Tönnies (1947) introdujeron una visión de lo colectivo centrada en las interacciones. Durkheim propuso una explicación no individualista del hecho social, argumentando que los fenómenos sociales surgen cuando los individuos que interactúan entre sí, constituyen una realidad que ya no puede explicarse en términos de los atributos de los actores individuales. Tönnies, por su parte, sostenía que los grupos pueden existir en tanto lazos sociales personales y directos que conectan individuos con aquellos con quienes comparten valores y creencias, o en tanto vínculos sociales formales e instrumentales. “Comunidad es lo antiguo y sociedad lo nuevo, como cosa y nombre. [...] comunidad es la vida en común (Zusammenleben) duradera y auténtica; sociedad es sólo una vida en común pasajera y aparente. Con ello coincide el que la comunidad deba ser entendida a modo de organismo vivo, y la sociedad como agregado y artefacto mecánico”. (Tönnies, 1947, p. 16) A comienzos del siglo XX, Georg Simmel (2000) fue el primer investigador que pensó explícitamente en términos de red social y en sus ensayos ponía el énfasis en la importancia que tenía el tamaño de la red sobre las interacciones. Después de un periodo en que la teoría de las redes sociales solo parecía ofrecer un interés puramente académico, en la primera mitad del siglo XX surgieron importantes tradiciones en la manera de estudiarlas. En la década de 1930, Jacob L. Moreno (1972) innovo con su registro y análisis sistemático de la interacción social en los pequeños grupos en educación o en grupos de trabajo. En 1940, en un discurso a los antropólogos británicos, A.R. RadcliffeBrown instó al estudio sistemático de las redes a pesar que la fascinación por la estructura aún era muy importante. El Análisis de Redes Sociales tomó impulso en Inglaterra con los estudios de parentesco de Elizabeth Bott (1957) entre 1950 y 1960- con estudios de urbanizaciones realizados por antropólogos de la Universidad de Mánchester. La irrupción de la noción de “red social” se afianzó a partir de 1954, con el antropólogo J. A. Barnes quién comenzó a utilizar sistemáticamente el término para mostrar patrones de relaciones, incorporando conceptos utilizados por los científicos sociales, como “grupos delimitados” (tribus, familias, etc.) o “categorías sociales” (género, etnia). Entre los años 1960 y 1970, un número creciente de investigadores trabajaron estas nociones en diferentes temáticas y, el análisis de redes, comenzó a exhibir sus potencialidades, ofreciendo la oportunidad de incluir la dimensión microrelacional en los estudios sociales. La potencia del análisis de redes sociales estriba en que, a diferencia de los marcos tradicionales, los atributos de los individuos son menos importantes que sus relaciones y sus vínculos con otros actores dentro de la red. Esta perspectiva sistémica, en lugar de tratar a los individuos (personas, organizaciones, estados) como unidades discretas de análisis, centró la atención en cómo la trama de las relaciones afecta a los individuos y sus relaciones. En las palabras de Michel Foucault (1979): “El poder tiene que ser analizado como algo que circula, o más bien, como algo que no funciona sino en cadena. No está nunca localizado aquí o allí, no está nunca en las manos de algunos, no es un atributo como la riqueza o un bien. El poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular. Y en sus redes no sólo circulan los individuos, sino que además están siempre en situación de sufrir o de ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o consintiente del poder, son siempre los elementos de conexión. En otros términos, el poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos”. (p.176) Dentro de una trama social como la de las comunidades (de todo tipo) es evidente la presencia de las Redes Formales como las que entrelazan sus miembros siguiendo estructuras jerárquicas o predeterminadas. Por otro lado, y menos visibles, solo bajo ciertas circunstancias es posible reconocer a las Redes Informales, vinculando a sus integrantes en función de las conexiones (especialmente afectivas) que se generen entre ellos, independientes del cargo o posición que ocupen en las redes formales. En este tipo de red, no sólo no es decisivo el lugar que se tenga formalmente sino que, de modo encubierto, emergen otras jerarquías y liderazgos que no están ligados al poder preestablecido. A diferencia de las redes formales, (que dependen de la estabilidad y control de su estructura) las redes informales son semejantes a organismos vivientes que están en constante trasformación y mutación y esta flexibilidad es lo que les da su fuerza y desarrollo. Las posibilidades de continuidad de un proyecto, encuentran en la trama de redes uno de los ingredientes decisivos y, dentro de ellas, las redes informales, sostenidas en base a las relaciones afectivas y de afinidad, no son tan permeables a las variaciones de los contextos políticos y/o administrativos17 por lo cual son una destacable fuente de permanencia en el tiempo. Con características propias de los sistemas autoorganizados, a pesar de su importancia ellas son difíciles de reconocer y visibilizar por alguien “de fuera” y, como sucede con la red del pescador, solo se hacen visibles cuando salen del “agua”: las redes sociales informales se salen a la luz cuando se activan. Esta es una de las dificultades para el conocimiento de estas tramas, es que son inexistentes a los “extraños”, aún más, con frecuencia los propios integrantes no las reconocen como una organización llena de recursos y como una forma de organización de las relaciones. IV. Los procesos de apropiación: Las ideas, visiones y utopías que alimentan y sostienen un proyecto, a menudo surgen como ilusiones que expresan creencias, ideales, necesidades y tradiciones de quienes las producen, y están en una tensión inestable con las ecologías sociales en las que emergen18. Esos “caldos de cultivo” necesitan de condiciones apropiadas para dejar de ser solo “sueños” y convertirse en proyectos: precisan de elaboradas formulaciones que tomen seriamente en consideración a los sueños como el motor que impulsa las acciones que van más allá de los límites. Sin embargo, también esas fuerzas “irracionales” necesitan ser procesadas a la luz de una racionalidad que permita gestionar condiciones, recursos y temporalidades por las que esos pueden concretizarse como opciones y realidades alternativas a las que se pretende transformar. Los procesos de transformación social –sean a pequeña o gran escalason procesos colectivos en los que confluyen una multiplicidad de factores que 17 Como ocurre con las redes formales que son controlables por los flujos de las políticas institucionales. Los que han trabajado en prácticas comunitarias conocen la importancia que asumen las redes informales en momentos de alta politización del ambiente; la preservación de la dimensión relacional en las redes informales crea una malla de seguridad que protege la misión de los proyectos de las contingencias político/partidarias 18 Por un lado expresan un deseo colectivo, pero por otro lado amenazan la estabilidad que otorga el “no se puede” han sido estudiados en profundidad por la Psicología Comunitaria Latinoamericana (Montero, 1994, 2003). De todos esos factores, los más fascinantes son aquellas ligadas a lo relacional y como, los vínculos tejen (o destejen) las tramas que conducen a las posibilidades de transformar la forma de vivir de las personas. El proceso que va desde las utopías a los proyectos requiere de una alquimia de las energías producidas por los sueños, deseos y necesidades para que se conviertan en objetivos, metas, etapas y estrategias. Un aspecto fundamental de la magia creativa que impregna ese camino, reside en la posibilidad de mantener activo tanto el poder movilizador de lo “irracional”, como hacer lugar al poder organizador de la racionalidad. Cuando este delicado equilibrio se rompe, el desbalance puede conducir a la ineficacia que hace fracasar un proyecto o –en el otro extremo- a la desmovilización y desinterés que vacía de sentido la participación de quienes pusieron parte de su vida en ese intento. Este panorama genera no pocos interrogantes que parecen fundamentales si se intenta comprender las condiciones de sustentabilidad de un proyecto: ¿Cómo es que las personas se apropian (hacen “propio”, se sienten “propietarios”) de una idea, una acción, un proyecto, de un sueño compartido?, ¿Cómo es que algo se vuelve «mío», aún si la idea original o los primeros pasos fueron iniciados por otros? Este parece ser un campo de investigación poco explorado, y hay raras contribuciones que permitirían orientar “la mirada” en esa dirección. Sin embargo, pueden aportar algunas vías de comprensión de ese proceso las formas en que se conecta la producción de “identidad”, con aquello que considero “mío” o “extraño”. Las nociones tradicionales de identidad, no parecen contribuir en esta tarea ya que están estructuradas en base a modelos individualistas, esencialistas y fragmentarios. El modernismo, con su impronta reduccionista, promovió un culto del individuo regido por ideales de autosuficiencia, control y racionalismo. Las críticas post-estructuralistas y postmodernas que han erosionado muchas creencias de la época, encontraron en la noción de identidad -y sus implicancias- un lugar desde el cual revisar la comprensión de lo que llamamos “sujeto” (Morin, 1994). Para estos autores, la identidad entendida como estructura psicológica perdurable y coherente y, especialmente, la visión de identidad como “núcleo invariable” se volvieron nociones cuestionables. Desde estas críticas, el self ya no podría ser pensado como algo unitario, sino como un proceso multidimensional. La identidad pasó a ser vista como algo fluctuante; como constituido intersubjetivamente en y con una historicidad. Teorías como las del “posicionamiento” (Davies & Harré, 1990) o movimientos como el construccionismo social (Gergen (2006, 2009); Barnett Pearce, (1989) han aportado ricas alternativas para pensar lo que en nuestra experiencia aparece como “identidad individual” de un modo más complejo. La teoría del “posicionamiento”, que a comienzos de los 80’ fue clave en el surgimiento de la “psico-socio-lingüística”, puso su atención en las conversaciones como contextos constructores de mundos sociales. La psicosocio-lingüística se propuso hacer visible el lugar de las “prácticas discursivas”, de la forma en que las personas se “posicionan” en esas prácticas y la manera en que la “subjetividad” individual se producía a través del aprendizaje y el uso de ciertas prácticas discursivas (Davies, Bronwyn & Harre, 1990). “Puesto que el “posicionamiento” es por mucho un fenómeno conversacional debemos aclarar en qué nivel de análisis, el hablar juntos, va a ser tomado como conversación relevante. Consideramos a la conversación como una forma de interacción social generadora de productos sociales por ej, relaciones interpersonales…Una conversación se desarrolla a través de la acción conjunta de todos los participantes mientras socialmente determinan (o intentan determinar) sus propias acciones y las ajenas.” (Muhlhausler y Harré, 1990. p. 32 ). En relación a la noción de “yo/self” de la cultura psicológica dominante, tanto Gergen como Barnett Pearce abrieron camino a pensar un “yo relacional” construido como una cualidad experiencial emergente de los múltiples mundos conversacionales de los que participamos. Kenneth Gergen (2009) sostuvo que la narrativa personal no hace referencia a la experiencia del sujeto sino que reproduce el discurso social al que pertenece, por lo cual el self deviene una construcción conversacional. El funcionamiento del sujeto estará condicionado por las “pautas culturales” que guían cada contexto. Para el autor, el soporte del self es el lenguaje y la identidad se constituye en su empleo, esto es, en la conversación. “Cuando se enterró al Yo como realidad consistente y pasó a ser construido y reconstruido en múltiples contextos, se derivó a la fase del yo relacional, en que el sentido de la autonomía individual dio paso a una realidad de inmersión en la interdependencia, donde las relaciones del yo son las que lo construyen” (Gergen, 2009,p. 192). Y, Barnett Pearce: “la comunicación es acerca del significado… pero no en sentido pasivo de percibir mensajes… vivimos en vidas tejidas por significados y uno de los desafíos de estas vidas es manejar esos significados de manera que nuestros mundos sociales sean coherentes… Pero ese proceso de manejar significados nunca es hecho de manera aislada. Estamos siempre y necesariamente coordinando la manera en que manejamos nuestros significados con otras personas. O sea, comunicación es el manejo coordinado de significados”. (Pearce, 1989, p 230) La tradición psicológica sostenía que el self era una noción individual acerca de quiénes somos; era visto como la perspectiva en primera persona de cómo vivenciamos nuestra vida. El CMM, en cambio, lo describió como un “guion de quienes somos”, del rol que jugamos en el film de la vida; asumiendo que el self es creado en historias/relatos y que esas historias están guionadas por acciones, supone que el self puede ser cambiado o desarrollado en la medida en que se generen historias diferentes. En suma, relatando y recontando historias, el “self” se va transformado y los mundos sociales (mundos de conversación) en los que participamos refuerzan o modifican los múltiples yoes en que vivimos. Las perspectivas actuales acerca de la identidad y la construcción del sujeto, tal como han sido expuestas anteriormente, permiten considerar a los procesos participativos como un entramado de relatos que visibilizan/invisibilizan la dimensión constructora de las conversaciones por las cuales se articulan las utopías. Esas concepciones más complejas de la identidad, permiten también interrogarse acerca de las características de las conversaciones que construyen las pasiones del sueño compartido, o de aquellas otras que van diluyendo la fuerza de la pasión a costa de las racionalidades y lógicas de la administración y la gestión. Cuando, en un momento de la historia de un proyecto llega el momento de “institucionalizarse” priorizando la adaptabilidad al contexto en el que surge: ¿Qué sucede con las conversaciones que nutren los sentimientos de apropiación de una práctica y de su historia?, ¿Desaparecen?, ¿Se vuelven subterráneas?, ¿Subvierten la racionalidad y construyen escenarios dilemáticos?; ¿Aceptan ser acalladas en tiempos del “orden administrativo”? Las dinámicas de apropiación/extrañamiento atraviesan e impregnan todo esfuerzo colectivo y, pueden transitar flujos de participación como los descritos por Maritza Montero (2006). Estas dinámicas también pueden dar visibilidad a los dilemas y aparentes antagonismos tales como los de la formalidad/informalidad, pasión/racionalidad, voluntariado/profesionalización. Cartografiar estas dinámicas permite abordar los desafíos que presentan los intentos de generar condiciones en las que estas tensiones podrían ser integradas de maneras no dilemáticas. Reflexiones finales: Anteriormente describimos cuatro contextos interconectados (cultura local; dimensión organizacional; trama de redes y procesos de apropiación) que evidencian lo complejo de los procesos de sustentabilidad de un proyecto. Estos marcos pueden funcionar como un entramado en el cual la interconexión e interdependencia entre ellos son condición de la potencia de significación que generen sobre la vida de un proyecto; o, en otras condiciones, pueden funcionar como un flujo dinámico en que una dimensión es metacontexto de la otra, dependiendo de las restricciones y posibilidades de la ecología social del emprendimiento. A partir de la presentación de un Programa de Salud Comunitario que se caracterizó tanto por su impronta participativa como por su estabilidad/cambio en el curso de más de 30 años, nos propusimos reflexionar sobre un tema nodal para estos ámbitos: ¿Qué es lo que hace que algunos de estos emprendimientos se mantengan en el tiempo e incluso se expandan y otros, no importa cuán exitosos hayan sido, desaparecen sin dejar rastros? En el intento de encontrar algunas “pistas” que nos permitieran hacer surgir algunas intuiciones respecto a ese tema, presentamos la producción de un “modelo” que para nosotros fue un GPS que nos guio tanto en la construcción y evaluación de proyectos como en el acompañamiento de prácticas transformativas (sean estas emprendimientos comunitarios, desarrollo organizacional o facilitación de grupos y equipos). En este esquema se destaca la importancia de tomar en cuenta el encaje de los proyectos con la “cultura local”, el diseño organizacional del proyecto; el sostén que aportan las tramas de redes sociales en las que el proyecto participativo está inmerso y las complejidades de los procesos de apropiación del emprendimiento colectivo. Este es un recorrido que deja abiertas cuestiones que necesitan ser profundizadas en una tarea que excede los límites de este trabajo. Si tomamos como punto de partida el supuesto que la participación técnica/profesional en estos procesos participativos son hechos en “primera persona” 19 (Fuks, 2009) entonces… ¿Cuáles modos de capacitación20 pueden facilitar que la inserción en estos procesos participativos no solo contribuya a la sinergia de la organización sino también al fortalecimiento personal de los participantes? 19 Partiendo del presupuesto que no hay forma de ser parte de estos campos transformacionales (sea como profesional, investigador o docente) manteniéndose a distancia. 20 Preferimos hablar de capacitación (que sugiere el fortalecimiento de capacidades) que el de formación que sentimos demasiado cercano a formatación. ¿Cuáles herramientas y recursos personales necesitan ser potenciados (visibilizados, actualizados y sistematizados) para desenvolver conexiones respetuosas, creativas y coherentes? BIBLIOGRAFIA: - Argyris, C. y Schön, (1996) D.: Organizational learning II: Theory, method and practice. 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Enseña regularmente en Europa y Latinoamérica, promoviendo redes colaborativas de intercambio y sostén, tanto con las poblaciones con las que trabaja como de los equipos de trabajo. Ha publicado libros y artículos en revistas. Es miembro de Comisiones Editoriales de Revistas latinoamericanas y europeas y de asociaciones cientificas.