La implicación empática de ser una sociedad pluralista En el artículo primero de la Constitución Política de la República de Colombia se constata que nuestro país es pluralista. Esta palabra, entre muchas otras cosas, deja entrever que vivimos en una sociedad heterogénea, con comunidades específicas que tienen sus propias lecturas del mundo, y que son importantes para el desarrollo de la sociedad. Sin embargo, la participación de aquellas comunidades no es evidente. De Sousa (2018) expone ampliamente la necesidad de una participación real de aquellas minorías marginadas que no han tenido voz a lo largo de los años. No obstante, la tarea que encomienda el autor no es fácil, pues requiere de un cambio cultural que transforme los esquemas que durante generaciones hemos heredado, que en su gran mayoría, son excluyentes y discriminatorios. Para transformar, debemos intervenir con dedicación en algunos temas de interés, como por ejemplo la empatía para la diversidad. La empatía se puede entender como “la habilidad para comprender el punto de vista de otra persona, así como un componente afectivo vinculado a la experiencia emocional de sentir lo que otro siente” (Eisenberg, 2000; Hoffman, 2002, citados en Esteban-Guitart, Rivas, y Pérez, 2012). Adicionalmente, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia - UNICEF (2019) rescata que la empatía no necesariamente se trata de estar de acuerdo con la otra persona, sino del respeto hacia las distintas perspectivas. Además, la empatía “puede llevar a las personas a ayudar a otros y evitar que sean lastimados” (Gordo, 2016, citado en Perdomo-Álvarez, Vásquez-Peña, 2020). Partiendo desde estas definiciones, entendemos que la empatía para la diversidad es un pilar fundamental para la inclusión, pues reconocer la diversidad, entender a los otros, y además dialogar con esos otros, permite la construcción de nuevas visiones que se pueden proyectar en acciones sociales para la transformación de la sociedad. Si bien la empatía es una cuestión de suma importancia para la inclusión social, esta característica requiere ser cultivada. Los esquemas que hemos heredado de generaciones anteriores afectan nuestra empatía, pues nuestras concepciones de la sociedad tienden a estar bajo marcos tradicionalistas. Cultivar la empatía, idealmente, debería empezar desde la infancia, y esta labor debería estar a cargo de la familia del infante. Sin embargo, muchas familias siguen enmarcadas bajo los esquemas tradicionalistas que heredaron, ofreciéndole al niño o niña los mismos esquemas que ellos tienen, por lo tanto, continuando en la misma dinámica del pasado. Es en esta situación donde la educación juega un papel crucial. La gran diversidad que convive dentro del mismo espacio, convierten a la escuela en un lugar propicio para visibilizar la diferencia, y para abrir espacios de intercambio que ayuden a enriquecer las perspectivas de los distintos agentes que hacen parte de ella. No obstante, esto es un panorama idealista debido a que existe la posibilidad de que los promotores de dichos espacios (es decir profesores y directivos, normalmente) continúen bajo prácticas tradicionalistas que impidan la existencia de dichos espacios (Toro, Maya, y Poblete, 2020). Teniendo esto en cuenta, es necesario plantear que para que exista una cultura empática para la diversidad en la escuela, los profesores y directivos deben ser los primeros en servir de ejemplo desde sus prácticas y propuestas en los espacios educativos. Bajo esta lógica, si el ecosistema educativo está constituido por discriminación y odio hacia la diferencia y la diversidad, la visibilización de las diferencías sería imposible, por lo tanto la participación de aquellos con ideas y concepciones distintas estaría restringida debido a la cultura en la que se encuentran. De esta forma, los estudiantes se desarrollarán bajo estas dinámicas, lo que continuará la narrativa histórica de la exclusión y la desigualdad. Por el contrario, si queremos hablar de empatía para la diversidad en nuestras aulas de clase, los docentes y directivos deben ser seres humanos altruistas, preocupados por el bienestar de todos y todas, que además sean conscientes de la homogeneidad de su entorno y de la sociedad en general. Para lograr el objetivo que se pretende bajo la última premisa es necesario empezar por la transformación de las concepciones docentes para que sean más conscientes de la diversidad, y así producir un cambio efectivo de sus prácticas hacia unas más dialógicas e inclusivas. Después de superar este primer paso, debemos dirigir nuestra atención hacia otro punto. Los estudiantes son el componente más importante de todo proceso educativo, pues serán ellos los que eventualmente tomarán acciones que impactarán la sociedad en la que viven. Ante esto, las prácticas docentes deben de estar configuradas para retratar la realidad inmediata. El profesor debe asumir el reto de problematizar las condiciones sociales del contexto histórico más las que surjan a partir de las distintas voces que habiten en el espacio. Así, el estudiante, con una cosmovisión más amplia del mundo, será capaz de crear mejores y más pertinentes preguntas y problemas, y empezar la construcción de respuestas eficaces a dichas preguntas y dichos problemas, siempre basadas en el diálogo. En otras palabras, la repercusión de los procesos de enseñanza-aprendizaje deben trascender la barrera del aula, manifestándose e impactando el mundo que existe fuera de ella. Sin embargo, esto no será posible si el estudiante no desarrolla la empatía necesaria para comprender y sensibilizarse con las otras perspectivas que no son propias de su lectura del mundo: se puede considerar esto desde el pensamiento de Freire (2005) cuando plantea que nadie puede autoliberarse, ni mucho menos liberar a otros, pues el proceso de la liberación es una acción en comunión que nace de la construcción de nuevos mundos a partir de la comunicación y el diálogo. Adicionalmente, el estudiante debe discernir que la diversidad existe tanto dentro, como fuera del aula. Para que el estudiante logre alcanzar esto, el ejercicio docente debe ser intenso y extenso a la hora de abarcar el asunto de la inclusión, y de la empatía para ella. No debe suceder en un único momento, o momentos particulares, sino que debe ser una constante durante todos los procesos que se desarrollen. Otro punto relevante con respecto al tema en desarrollo es la cuestión de la autonomía y su relación con la empatía. En un ecosistema donde la comunicación empática es una constante, los sujetos que lo habiten tendrán mayores y mejores oportunidades de desarrollarse integralmente (Guzmán, 2018), abriendo caminos más claros para la participación autónoma de dichos sujetos. A propósito de esto y de lo que se ha desarrollado en líneas anteriores: Reconocer la diversidad, que siempre está presente en el aula, es el primer paso para generar un aula incluyente, donde todos los alumnos se sientan cómodos para participar, disentir, dialogar y construir aprendizajes y acuerdos; enriqueciendo con ello las oportunidades de aprendizaje del grupo. Esta es la base mínima necesaria que permitirá avanzar hacia el ideal de una educación crítica, significativa y participativa del que tanto se habla y que no puede realizarse como logro individual; se trata necesariamente de un proceso colectivo, amplio y congruente con la naturaleza social y humanista de la educación. (Martínez y Liñán, 2017, p. 29, citado en Guzmán, 2018). A manera de conclusión, la empatía para la diversidad es una cuestión fundamental para cualquier sociedad que se declare pluralista. Para desarrollar un mayor nivel de empatía, es importante mirar a la escuela y el rol que tiene en dicho desarrollo. Desde la escuela, es necesario un ejercicio responsable por parte de los docentes, que deben transformar sus concepciones en caso de estar ubicadas en paradigmas tradicionalistas, para poder enseñar de forma inclusiva y dialógica. Por otro lado, los estudiantes deben entender que la diversidad está en cualquier parte del mundo, y que sus acciones y decisiones afectan a otros; así pues, estas no deben estar tomadas desde una mirada egocéntrica y cerrada, sino desde distintas miradas que se construyen en el constante intercambio de significados. Por último, es importante recordar que la autonomía es vital en los procesos educativos, y que, a mayor nivel de empatía, mayor nivel de autonomía alcanzarán los estudiantes, pues el desarrollo humano de estos no estará limitado, al menos no desde sus compañeros, profesores, y el entorno educativo en general. Referencias De Sousa Santos, B. (2018). Introducción a las Epistemologías del Sur. Epistemologías del Sur (pp. 25-61). Editorial: CLASCO. Esteban-Guitart, M., Rivas, M. J. & Pérez, M. R. (2012). Empatía y tolerancia a la diversidad en un contexto educativo intercultural. Universitas Psychologica, 11(2), 415-426. Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia - UNICEF. (2019). Seamos amigos en la escuela: una guía para promover la empatía y la inclusión. Santillana Freire, P. (2005). Pedagogía del Oprimido. Siglo XXI Guzmán Huayamave, K. (2018) La comunicación empática desde la perspectiva de la educación. Actualidades Investigativas en Educación. 18(3), 1-18. Perdomo Álvarez, V., Vásquez Peña, D.J. (2020) La Empatía en la Pedagogía, viaje hacia una Pedagogía de la Empatía a favor de la Educación Inclusiva. [Tesis de pregrado, Universidad Nacional Abierta y a Distancia] Toro Vilagra, E., Moya Rojas. P., Poblete Melis, R. (2020). Representaciones Sociales de Profesores y Estudiantes sobre las Personas LGBTI: Un Estudio de Caso en un Liceo Católico y Laico. Revista Latinoamericana de Educación Inclusiva, 14(1), 37-51.