2 3 9 ideas clave Educar en la adolescencia 4 9 ideas clave Educar en la adolescencia Jaume Funes Artiaga 5 Colección Ideas Clave Directores de la colección: Antoni Zabala, Maruja Caruncho Serie Família - Comunidad educativa / Orientación y tutoría¶ © Jaume Funes Artiaga © de esta edición: Editorial GRAÓ, de IRIF, S.L. C/ Hurtado, 29. 08022 Barcelona www.grao.com 1. a edición: abril 2010 ISBN: 9788499806587 D.L.: B-16.981-2010 Diseño: Maria Tortajada Carenys Impresión: Imprimeix Impreso en España Quedan rigurosamente prohibidas, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción o almacenamiento total o parcial de la presente publicación, incluyendo el diseño de la portada, así como la transmisión de la misma por cualquier medio, tanto si es eléctrico, como químico, mecánico, óptico, de grabación o bien de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares del copyright. Si necesita fotocopiar o escanear fragmentos de esta obra, diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org). 6 A Maricarmen, que tiene muchos trienios de trabajo ilusionado con adolescentes, para que no renuncie a seguir conociéndolos. A Marcel, el único de la familia que no tiene un libro dedicado, para que algún día pueda comparar su adolescencia con la que describía el abuelo. 7 Índice Presentación Para trabajar con adolescentes hay que saber envejecer con garbo Contra el discurso oficial dominante Con la pretensión de educar 9 preguntas sobre cómo educar en la adolescencia y 9 ideas clave para responderlas Ideas para una segunda parte 1. Es necesario aclarar el concepto de adolescencia Un ciclo vital inventado • Inevitablemente son diversos y comparten grupos diferentes • Adolescentes por dentro •Tres características para una síntesis En la práctica 2. Para entender a los adolescentes primero hay que conocerlos Panoramas adolescentes • ¿Enseñar o comprender al alumno? •Por qué hacen lo que hacen • Abrir los ojos, mirar, descubrir y escuchar para entender • ¿Por qué tanta insistencia en conocer? En la práctica 3. Con los adolescentes hay que diferenciar entre tener conflictos y tener problemas Vivir entre conflictos • Visiones diferentes. Intereses contrapuestos • Si tenemos conflictos, es que lo estamos haciendo bien • Peleas intrascendentes, batallas importantes • De la opinión a los límites • Buenas y malas respuestas • De los conflictos adolescentes a las tensiones educativas de la educación secundaria obligatoria •Adolescencia y convivencia escolar • Un pequeño apunte sobre las «broncas» en casa En la práctica 8 4. Los ch4icos y chicas adolescentes necesitan aclararse y encontrar su lugar en el mundo Emotivos, vulnerables, desprotegidos • Las encrucijadas adolescentes En la práctica 5. La adolescencia y la escuela son compatibles ¿Crisis de adolescencia o crisis de docencia? •Territorios adolescentes • Las variables de una escuela en clave adolescente • La experiencia de aprender En la práctica 6. Los adolescentes deben poder aprender a gestionar los riesgos Nos preocupa garantizar el futuro •Los atractivos •Adolescencia: una condición de riesgo • Ayudar a gestionar los riesgos En la práctica 7. Los tutores pueden ser muy útiles en la vida de los adolescentes La parte cálida de la ducha escocesa • El adulto próximo y positivo • La singularidad de la relación educativa • Acompañar a adolescentes • Hacer de tutora o tutor • El buen profe En la práctica 8. Los padres y las madres deben ser conscientes de la necesidad de seguir educando, pero de otra manera Padres y madres con obligación de angustiarse • El clima familiar • En teoría, se trata de hablar con ellos y ellas • Dificultades significativas en la relación En la práctica 9. Los adolescentes pueden y deben ser responsables Las trampas sobre la minoría de edad de la adolescencia • En qué consiste ser responsable y qué se hace para conseguirlo En la práctica 9 Decálogo de criterios optimistas para trabajar al lado de los adolescentes Glosario Para saber más Referencias bibliográficas 10 Presentación Para trabajar con adolescentes hay que saber envejecer con garbo Llevo más de treinta años teniendo como preocupación principal de mi vida profesional a los chicos y chicas adolescentes. A lo largo de ese tiempo trabajé con ellos y ellas y, especialmente, con los adultos que los acompañan. En unos casos hice de adulto próximo, positivo, disponible, accesible. En otros, mi papel fue el de «digestólogo», el del profesional que ayuda a digerir adolescencias que se atraviesan en el grupo familiar, en la escuela, en un espacio educativo, en un recurso de atención. Me he visto con ellos y con sus adultos profesores en la escuela. Antes, cuando de lo que se trataba era de que todos -hasta los que andaban por la callepudieran y quisieran ir al instituto o a la escuela de formación profesional. Más recientemente, cuando lo que parece importar es lo mucho que «fracasan» escolarmente, o hay quien sólo pretende que dejen de molestar a los que se supone que quieren estudiar y desaparezcan pronto de las aulas. Pero, también he trabajado en la calle. En las épocas de «nuevas delincuencias» (Funes, 1982) o en los últimos años, cuando simplemente ocupan de nuevo las plazas y molestan al vecindario. Los he atendido cuando se destruían con la heroína y los intento educar ahora, cuando sueñan con la maría, piensan que es buena porque lo cura todo y les sirve para demostrar que ya son adolescentes. He explicado, «predicado», escrito, aplicado propuestas sobre cómo atenderlos de manera razonable en las instituciones, sobre cómo llegar a ellos y ellas y sobre cómo conseguir que se dejen ayudar. Pero también he tenido que hacer «psicoterapia de café», atender a sus malestares y dificultades buscando formas de atención no previstas, fuera de los marcos terapéuticos formales, de los cuales todo adolescente razonable huye. En todo ese tiempo escribí textos muy diversos, pero fui especialmente reacio a redactar manuales de autoayuda para adultos desesperados. Intenté no incrementar las categorías diagnósticas, no colocar la complejidad dinámica de las adolescencias dentro de las nuevas o viejas categorías de los trastornos mentales o las tipologías sociológicas. Procuré educar la mirada, vender formas de observación curiosas y sin prejuicios. Intenté convencer de que la mayoría de adolescentes sólo necesitan personas adultas positivamente dispuestas a ayudarles. Sobre todo, me autoimpuse no contribuir a incrementar los discursos sobre la adolescencia alarmistas, desencajados, conservadores y, finalmente, inútiles. 11 Pasado este largo tiempo y manteniendo, a menudo contra corriente, esas actitudes, nace ahora este libro. El lector puede considerarlo casi como una breve síntesis vital del autor, reducida a unas cuantas propuestas educativas. Es una decantación en clave de siglo xxi de parte de todo aquello que expliqué o escribí y que me parece que sigue siendo válido, de todo aquello que nos queda por seguir descubriendo. Sin olvidar que el conocimiento envejece (el conocimiento de los chicos y chicas adolescentes mucho más), que aquello que en buena medida comenzó ocupándome de los habitantes jóvenes de la calle es ahora, en parte, prestar atención a ciudadanos internautas de comunidades virtuales. Es un texto síntesis (no una enciclopedia) sobre parte de la vida de adolescentes diversos y cambiantes en una sociedad compleja en cambio acelerado. Como todas las ideas y como todos los libros, éste también es el producto de múltiples interacciones: de lo que aprendí con ellos y ellas, de aquello que construí en compañía de muchos compañeros y compañeras profesores, educadores o terapeutas. Es un libro que nace también con la voluntad de ordenar mi propia dispersión de ideas y de escritos sobre los mundos adolescentes. Pero, de manera singular, es un libro escrito para un tiempo crítico, en el que la educación, la pedagogía, la didáctica o las formas humanizadas de ayuda no tienen buena prensa. Nace para poner en el papel las numerosas ideas y prácticas de los profesionales que trabajan bien, que no se resignan a pensar que todo vale, que siguen trabajando con adolescentes porque eso les hace descubrir continuamente razones nuevas para pensar, sentir y vivir. Este libro es, en definitiva, un manual para recordar que con los adolescentes tampoco vale todo y que, a menudo, los problemas adolescentes nacen de las respuestas adultas. Un libro que pretende ordenar las formas razonables de ocuparse de los chicos y chicas adolescentes que muchos profesionales seguimos compartiendo. Sus páginas también han sido pensadas para los que se acercan por primera vez, en la escuela como nuevos profesores o en las diversas intervenciones socioeducativas, a la adolescencia de otros (las suyas reaparecerán continuamente en la práctica cotidiana, en algunos casos estarán muy cercanas y tendrán que aceptar que, a pesar de su juventud, ya son carrozas en el mundo adolescente). No he dejado a un lado a las madres y los padres. Algunas de las ideas pueden serles de utilidad en medio del binomio desesperación-ilusión que les crea convivir cada día con la adolescencia de sus hijos. Creo que estas páginas pueden serles especialmente útiles si se convierten en un lugar de encuentro con el profesorado de la escuela, si pueden constituir el núcleo educativo que comparten con los tutores y tutoras. Contra el discurso oficial dominante Los discursos colectivos sobre la adolescencia (la forma como se define, etiqueta, interpreta) se construyen en contextos muy diferentes. La escuela es tan sólo uno más. 12 La manera como interpretará y valorará un padre lo que sucede en la vida del hijo adolescente tiene mucho que ver con las noticias que haya visto sobre hechos delictivos protagonizados por gente joven, con las imágenes sobre cómo se divierten un fin de semana o con la angustia que le produce observar cómo se arriesgan unos u otros. Sobre la adolescencia pesan en nuestra sociedad un conjunto de construcciones sociales, de realidades no reales sino construidas, que tienden a enfatizar el problema, a ver peligros, a pensar que con los adolescentes todo puede ir a peor. Como desarrollaré a fondo en una de las ideas clave, la presencia de un ciclo vital nuevo sin encargo social y sin tarea definida conduce a pensar que la adolescencia es una etapa peligrosa que necesita tutela, protección y control. No se sabe para qué los queremos tutelar y controlar, pero así parece calmarse nuestra inseguridad adulta y nuestras múltiples dudas educativas. Por un lado, nos negamos a aceptar que han crecido e insistimos en el alargamiento de algunos aspectos de la condición infantil dependiente. Por otro, tenemos prisa para que dejen de ser niños e introducimos la consideración avanzada de algunas obligaciones adultas, recordándoles que no pueden vivir de la sopa boba. En cualquier caso, no nos atrevemos a formular una propuesta educativa y responsabilizadora singular, adaptada a las características de su vida, al momento que viven, a los retos que deben encarar. Ya sea para dejar claro todo aquello que debe hacerse en la escuela secundaria, para educar la sexualidad o para prevenir las drogodependencias, cuando se intenta formular una propuesta educativa coherente para la adolescencia, aparece, emerge, una especie de discurso oficial dominante, estructurado en torno a un esquema ideológico en el que suelen predominar los siguientes argumentos: • Los problemas (reales o posibles, presentes o futuros) son la referencia educativa. Actuamos pendientes del problema que pueden llegar ser, no preocupados por lo que ahora son. Actuamos sobre el beber porque tienen riesgo de ser algún día alcohólicos, pero no pensando en para qué les sirve ahora juntarse en la calle a beber. Definimos el fracaso escolar futuro y no nos paramos a estudiar de qué forma están en la clase, cuál es el balance entre su resignación y su entusiasmo escolar. • Seguimos con aquello de la cultura patriarcal del «cuando seas padre comerás huevos». La disuasión de cualquier probatura, el aplazamiento total de cualquier experimentación temprana. Todo se basa en el esperar a que sean mayores (¿cuándo?) para probar y para decidir. Las argumentaciones para intentar que nos hagan caso están basadas en los efectos negativos de cualquier conducta que quieran anticipar. La adolescencia parece ser un tiempo para nada cuando ellos y ellas piensan que son capaces de todo. Pedimos que esperen a seres que quieren descubrir y experimentar, que si algún elemento consideran de cualquier nueva conducta, son los atractivos y no las dificultades. • Se suele repetir, en una especie de verdad de tertulia radiofónica, que los problemas de los adolescentes son la consecuencia de unos padres medio hippies que se olvidaron de poner límites («traumatizados por traumatizar») y no quieren reconocer la utilidad de la mano dura en las relaciones educativas. Por eso, en este discurso, la 13 educación de los adolescentes ha de basarse en un esquema de relaciones a partir de la autoridad adulta impuesta. Son los mayores quienes saben qué conviene al adolescente y éste debe hacer caso a esa autoridad adulta. Todo el problema educativo consiste en haber perdido la autoridad. • Aunque, como veremos más adelante, la esencia de la adolescencia es el riesgo y, además, todos nosotros vivimos en una sociedad de riesgo, el adolescente debe ser educado para que no corra ninguno. La mejor prevención de cualquier dificultad es no arriesgarse. Aunque nos cuesta reconocerlo, el mejor adolescente es el amuermado, el que sigue dócilmente nuestras pautas de seguridad. • Algunas conductas no son propias de adolescentes. No hay nada bueno en determinadas conductas (como por ejemplo en consumir drogas o en dejar los estudios un tiempo para poder «vivir»), al menos nada de ellas es bueno cuando se es adolescente. La relación educativa ante esas conductas debe estar presidida por el no. No podemos aceptar su cantinela del «depende». Se le podrían añadir a este discurso algunos componentes más, como ciertas versiones del «educar es enseñarles a descubrir que la vida es dura» o algunas formas del conglomerado ideológico de la «cultura del esfuerzo», pero eso sería avanzar a esta introducción buena parte de los matices de las diversas ideas clave que el lector encontrará más adelante. Sin tener ningún «síndrome de Estocolmo» con los adolescentes, me propongo estructurar una propuesta de discurso educativo muy diferente, hecha con otros componentes. Nos ocupamos de los chicos y chicas adolescentes en tanto que adolescentes. Pensamos un proyecto de futuro que queremos proponerles (no deseamos que sean eternos adolescentes), pero deben construirlo descubriendo las ventajas e inconvenientes y no encendiendo en sus cabezas la luz roja de los posibles desastres del futuro. Sabemos que no hay prevención sin experimentación, orientación sin error, que tienen derecho a equivocarse (garantizando que tienen cerca a algún adulto que les ayude a descubrirlo). No tienen por qué zambullirse en cualquier riesgo, pero se trata de hacer posible que adquieran los elementos (formativos, emocionales, de relación, etc.) para saber gestionarlos. Los adultos debemos pensar en cómo conseguimos que los adquieran y en garantizar que debajo de ellos y ellas hay «red». La autoridad, en la adolescencia, se llama «ascendencia»: poder influir en sus vidas porque previamente nos hemos ganado con la cercanía y la preocupación el derecho a opinar, sugerir, aconsejar. No «pasamos» de ponerles límites, pero la imposición ha de estar comedida, sirve en determinadas situaciones y con determinados adolescentes. Etc. Espero que después de la lectura quede claro que es posible y útil otro discurso sobre el qué hacer con los adolescentes. Con la pretensión de educar 14 Éste no es un texto para describir sociológica o antropológicamente cómo son los adolescentes. Ni siquiera para radiografiar su mundo interior. Hablaremos de cómo son y de cómo cambian, pero lo haremos para pensar en cómo educarlos. La adolescencia es hoy una verdadera segunda etapa educativa, y ocuparse de los adolescentes significa que entrar en sus vidas es hacer posible que su construcción como personas y como ciudadanos sea diferente. Éste es un libro sobre adolescencias, pero con la pretensión de educarlas o de ayudar a que existan personas adultas que piensen en hacerlo y en hacerlo adecuadamente. Aunque no hay por qué ocultar que la educación secundaria obligatoria nace como resultado de una transformación drástica del mercado de trabajo que lleva a no necesitar productores de catorce años, también es cierto que se pone en marcha por criterios de política educativa ante una desigualdad de oportunidades formativas que dejaba fuera de circulación a un tercio de cada generación de escolares. Sin embargo, la consolidación, entre nosotros, de una adolescencia enormemente diferente de las anteriores (que sólo existía para pequeños sectores sociales) ha acabado conformando un periodo de humanización y de socialización singular, en el que las influencias educativas pueden ser, todavía, transcendentes, significativas para el proyecto personal. La nueva adolescencia ya no es sólo un ciclo vital, sino que se ha convertido en una nueva etapa educativa, en un nuevo tiempo para educar. Repetidamente he insistido (Funes, 1997) en que cuando se buscan las razones para ocuparse de los adolescentes se encuentran al menos tres. En primer lugar, trabajamos con ellos y ellas para que en sus vidas pasen cosas. Es lo que podemos considerar un criterio de oportunidad. Hacemos que estén escolarizados porque en la institución educativa se producirán un conjunto de oportunidades que no acontecerían si simplemente anduviesen por la calle. Se producirán oportunidades de aprendizaje, pero también de relación. Como veremos en su momento, podrán practicar diversas adolescencias relacionándose con otros adolescentes. Tendrán a su alcance a personas adultas diversas. Sus vidas podrán abrirse a otros mundos, a otras vivencias, otros estímulos, otras experiencias. Igualmente ocurre cuando nos ocupamos de ellos y ellas en tiempos de ocio y en espacios no formales. Ni su adolescencia sería igual ni el resultado de su transición adolescente tendría el mismo final. En segundo lugar, también debemos ocuparnos de los adolescentes para que aprendan de lo que viven. Es lo que suelo llamar criterio de experiencia. Sus vidas ni son ni pueden ser una plácida calma en un lago tranquilo. Como sabe muy bien cualquier adulto que convive con ellos y ellas, no hay nada mejor para tener una existencia «apasionante» que poner un adolescente en nuestras vidas. Son vidas de acción, pasividad, desasosiego, probaturas, experimentaciones, etc. Si algo necesitan, son personas adultas que ayuden a que vaya quedando poso de todo eso. Nos necesitan para conseguir que de su experimentación vital salga experiencia. Finalmente, como ya he repetido en esta presentación, no debemos olvidar que son sujetos dedicados al riesgo en una sociedad de riesgo. Por eso ya no necesitan que los protejamos, pero sí que tendamos redes. No nos necesitan para allanarles el camino, pero 15 sí para fortalecerse y adquirir la capacidad de desarrollarse en entornos no siempre positivos, arriesgados. Es lo que podríamos considerar criterio de resiliencia. Estar con ellos y ellas para ayudarles a adquirir y potenciar aquello que les permitirá gestionar sus vidas arriesgadas con autonomía. No tiene sentido ocuparse de los chicos y chicas adolescentes si no es para educar, comenzando por ayudarles a gestionar su propia adolescencia, a situarse en ella, a comprenderse, a ubicar adecuadamente todo lo que va pasando a su alrededor. 9 preguntas sobre cómo educar en la adolescencia y 9 ideas clave para responderlas 1. Aproximadamente desde la década de los ochenta del siglo pasado, en nuestro mundo europeo desarrollado, todos los chicos y chicas, entre los doce y los diecisiete o dieciocho años (entre la primavera del primer curso de la escuela secundaria obligatoria y la primavera del inicio de la postobligatoria), tienen la obligación de dedicarse a ser adolescentes. Este importante cambio social, que concedía a todos y no sólo a los hijos de las clases medias y altas una moratoria para el paso forzado a la vida de joven adulto, obligado a trabajar y a asumir responsabilidades en el mundo de los mayores, creó desconciertos en unos y otros. Los chicos y chicas se acostumbraron pronto y descubrieron que tenían años por delante para dedicarse a ser adolescentes. Las personas adultas todavía seguimos sin aclararnos en para qué sirve la adolescencia, cuáles son sus tareas y su lugar en la sociedad. Entendíamos algo en qué consistía la pubertad, pero no acabamos de situarnos ante unos años en los que nos parece que no hacen nada de provecho, especialmente si ponen pegas a la escuela. En una sociedad desigual y diversa tampoco ellos y ellas parecen entender la adolescencia y practicarla de la misma manera. Como personajes que (como siempre hicieron los que tuvieron adolescencia) ponen en crisis el mundo de sus adultos, que hoy está en una permanente crisis, suelen convertirse en el chivo expiatorio de las incertidumbres y malestares (en una sociedad abocada al placer nos molesta que los adolescentes quieran divertirse a tope). Los adolescentes son el mejor espejo para devolver la imagen de la sociedad adulta que los adultos no quieren ver. Como producto de una sociedad diversa, son adolescentes diversos, pero intentamos que todos y todas sean como un prototipo de «buen adolescente» que, sin base alguna, imaginamos que ha existido o puede existir. El periodo adolescente se convierte, además, en una primera evaluación de nuestras dificultades y abandonos educativos en la infancia anterior. ¿En qué consiste ser adolescente? ¿Todas las crisis y todas las dificultades educativas 16 tienen que ver con la adolescencia? Idea clave 1: Debemos aclarar qué es y qué no es adolescencia, en qué consiste ser adolescente hoy. La adolescencia no está detrás de todas nuestras dificultades educativas. 2. Con frecuencia, la forma de observar una realidad crea el problema. Como decía al hablar del «discurso dominante», primero se suelen ver problemas y luego adolescentes. La razón suele ser que no nos paramos a mirarlos salvo si incordian demasiado. Pero para comprender y entender lo que pasa en sus vidas necesitamos verlos, observarlos con curiosidad y criterio, acordar qué es y qué no es significativo de lo que dicen o hacen (o de lo que no dicen ni hacen). Hemos dejado a un lado saber qué conviene observar en clase o nos perdemos intentando encontrarle sentidos extraños a su conducta. Hay formas y formas de preguntar a un adolescente, sobre todo si se quiere obtener alguna información útil. No siempre lo que nos preocupa a nosotros forma parte de sus preocupaciones (somos especialistas en preguntarles o en darles respuestas a problemas que no tienen) y, con frecuencia, se nos escapan sus verdaderas preocupaciones. Si se pretende influir en sus vidas, hay que tener cuidado de no dedicarnos, sin más, a dar «consejos». Antes necesitamos saber de qué maneras ven una determinada realidad, cómo la sienten y la interpretan, cuáles son los sentidos adolescentes que le atribuyen. ¿Qué es significativo en sus vidas? ¿Cómo podemos descubrirlo e interpretarlo? Idea clave 2: Para entender a los adolescentes conviene mirarlos, observarlos, escucharlos, preguntarles. A menudo nuestros argumentos no son sus argumentos. 3. Muchos de los llamados problemas adolescentes tienen que ver con los conflictos, las confrontaciones con las personas adultas, las dinámicas de convivencia entre iguales, las tensiones con las instituciones en las que ha de transcurrir buena parte de sus vidas. Las reglas de la relación adultos-adolescentes pasan por no ver problema donde sólo hay provocación, por saber elegir los motivos de disputa y, especialmente, por tener previstas las estrategias de respuesta, por saber cómo responder como adultos, como escuela o cualquier otro contexto en el que estén. La cuestión de los conflictos obliga a no confundir personaje conflictivo con personaje problemático y, especialmente, a definir claramente las situaciones de dificultad educativa. En el caso concreto de la escuela, se mezclan lo que suelen ser dinámicas de confrontación adulta con las relaciones y la convivencia entre adolescentes diversos. Además, traspasan buena parte de las dificultades adolescentes a tensiones con el aprendizaje o la organización escolar. La posibilidad de prestar una atención adecuada a los conflictos pasa por la gestión de los climas educativos, escolares. ¿Poner en crisis el mundo adulto, enfrentarse a él, transgredir sus normas es ser un adolescente problemático? Idea clave 3. En la adolescencia conviene distinguir entre tener conflictos y tener problemas, y hay que saber convivir con ellos en las instituciones y evitar que las respuestas creen el problema. 4. A pesar de que mayoritariamente los años adolescentes son años de felicidad, su vida 17 está dominada por la inestabilidad y el cambio emocional permanente. Si la adolescencia es una etapa crítica, lo es fundamentalmente porque todas las estabilidades anteriores desaparecen y han de afrontar los nuevos y complejos retos de la nueva «madurez» que se les viene encima. Como siempre ocurrió, pero en un contexto muy diferente, deben poder responderse a los sentimientos-vivencias-preguntas del «quién soy yo, qué puedo hacer con mi vida, cuál es mi lugar en el mundo...». El trabajo con adolescentes supone descubrir cómo expresan en diferentes momentos y situaciones esos malestares, quitar importancia a expresiones desbordadas y dársela a las ocultas. El aprendizaje, la tutoría, la investigación de otras realidades, el compartir experiencias permiten al adolescente aclararse con lo que siente, saber aceptar la inestabilidad y la provisionalidad. ¿Cuáles son los interrogantes vitales de un adolescente? ¿Qué es lo que le genera inestabilidad y malestar? ¿Cómo lo expresa? Idea clave 4. Ellos y ellas también necesitan aclararse y encontrar su lugar en el mundo. Debemos aprender a descubrir cuáles son sus «agobios», sus preocupaciones, las tensiones de su mundo interior. 5. La ampliación de los años de escolarización básica, en sociedades cada vez con más necesidades de formación, es paralela (causa y consecuencia) a la universalización de la adolescencia y de la desaparición de la necesidad por parte del sistema económico de la fuerza productiva que se incorporaba al mercado a los catorce años. Esa escolarización dejó abierto el doble interrogante de si los adolescentes por obligación podrían convertirse en escolares a la fuerza y si la parte más academicista de la escuela, la secundaria, podría llegar a ser un lugar para escolares dedicados a vivir sus adolescencias. En nuestra sociedad, la ebullición permanente que ha generado el cóctel de la diversidad de adolescencias en relación con una escuela muy desubicada respecto a lo que debe y puede hacer, con una sociedad compleja y cambiante, se suele traducir en términos de «fracaso», de vuelta a fórmulas anteriores, de rechazo a que los «malos alumnos» compartan el aula con los «buenos adolescentes». Pero también hay quien, sin someter a la adolescencia al academicismo, construye espacios educativos donde aprenden y se educan. Existen unos criterios educativos, pedagógicos y sociales para construir esos espacios. ¿Pueden los adolescentes convertirse en escolares obligatorios? ¿Puede la institución escolar convertirse en un espacio, en un territorio adolescente? Idea clave 5. Aunque puede no parecerlo, la adolescencia y la escuela son compatibles, pero hay que ponerse de acuerdo en cómo debe ser una «escuela adolescente» y cuáles son los objetivos educativos de esta etapa. 6. Cuando la escuela pretende preparar para la vida o los padres y madres quieren garantizar un futuro adecuado para sus hijos e hijas, lo que se está intentando hacer es garantizar el futuro adecuado a partir de su actuación en plena adolescencia. Se tienen ganas de que cesen pronto sus locuras, se pretende influir para que no se equivoquen en 18 la toma de decisiones, se pretende orientarles por el camino adecuado, se intenta hacer prevención. En los debates profesionales se plantean ideas como factores de riesgo, conductas de riesgo y similares. Se suele dejar a un lado que «riesgo» y adolescencia van juntos, que esta condición es en sí misma una condición para el riesgo, para demostrar que están vivos probando, experimentando, descubriendo, poniendo al límite sus vidas. Educar es entonces aprender a gestionar los riegos (comenzando por descubrir los atractivos) y, especialmente, facilitar adultos cercanos que les permitan adquirir experiencia útil de sus experimentaciones. ¿Para evitar que se destruyan, debemos evitar que se arriesguen? Idea clave 6. Las vidas de los adolescentes están, inevitablemente, empapadas de riesgos, y educar es conseguir que aprendan a gestionarlos. 7. Se puede afirmar que no existe problema adolescente, sino problemas de los adultos con sus adolescentes. La presencia adulta en sus vidas no tiene que ver sólo con la confrontación. Fundamentalmente, se trata de aclarar para qué demonios nos necesitan, cuál es nuestro papel adulto en sus vidas. Para construirse necesitan a adultos en los que confiar. Para aprender necesitan a adultos de los que fiarse. Para mantener el deseo de saber necesitan comprobar que a algún profesor le entusiasma hacerles descubrir una parte del saber. La relación educativa, de aprendizaje, con un adolescente lleva inevitablemente a considerar qué es para ellos y ellas un profe enrollado, una persona «legal». Las necesidades adultas (de personas adultas) del adolescente también tienen que ver con la ayuda para situarse en el mundo, con la respuesta a los interrogantes inquietantes formulados como preguntas impertinentes, con la cercanía del tutor o tutora al que descubren como alguien a quien sus vidas le importan. ¿En qué consiste y para qué sirve estar presentes como personas adultas en sus vidas? Idea clave 7. La tutora y el tutor pueden ser útiles en sus vidas, pero hay que saber hacerlo. Se trata de trabajar para conseguir ser una persona adulta próxima y positiva. 8. Cualquier profesional que trabaje con adolescentes sabe que la mitad de su tarea tendrá que ver con los padres y madres de esos adolescentes. Necesita conseguir que sigan educando a sus hijos y que entiendan qué está pasando ahora en sus vidas. Los padres y madres suelen estar perplejos ante una situación que parece desbordarse. No acaban de saber situarse ante los permanentes conflictos. Les parece que toda su tarea educativa desaparece arrastrada por eso que llaman adolescencia. Quisieran garantizar que todo acabará bien. Piden a la escuela seguridad y control. Las adolescencias tienen el efecto de hacernos descubrir que ya somos mayores, que hemos crecido de la misma manera que ellos y ellas. En medio del desconcierto necesitamos convencernos de que los padres y las madres siguen siendo útiles en sus vidas, pero ahora de otra manera. Se necesita aprender de nuevo a educar (sin olvidar que fuimos adolescentes más o menos complicados y hemos llegado a ser adultos razonables). Todo ello sabiendo que se trata de tiempo, que están en una «etapa 19 proceso» que agotará cualquier dosis de paciencia adquirida (habrá que aprender a reponerla) y que necesitan percibir que, a pesar de todo, seguimos confiando (transmitiendo esperanza y no sólo esperando) en que todo acabará bien. ¿Si ya han crecido y quieren volar solos, para qué necesitan a sus padres? Idea clave 8. Hacer de padre o de madre todavía es necesario durante la adolescencia. Todo comienza por conservar la paciencia y no desesperarse. 9. Al introducir un ciclo vital universal nuevo como la adolescencia (construido socialmente a partir de los inevitables y breves cambios biológicos), aparece un estatus personal y social no previsto. ¿Cuál es el estatus de alguien que ya no es menor, pero todavía no es mayor? Cuando todo era breve, no teníamos necesidad de dar entidad a aquello que, en realidad, era un conjunto de ritos de paso, de transición. Se podía «hibernar», dejar en el limbo una situación que era provisionalmente breve. Pero largos años de adolescencia no permiten —al menos por razones educativas— dejarlos en un estadio ambiguo en el que a veces los consideramos mayores, a veces menores, según el miedo que nos producen sus inevitables equivocaciones. Un estadio en el que ellos reclaman ser mayores o se acogen a ser menores cuando les conviene. La adolescencia actual es por definición un periodo para el ejercicio de la responsabilidad. El aprendizaje definitivo de la autonomía lleva emparejado la pedagogía de la responsabilidad, la búsqueda de respuestas que les permitan ser dueños de sus conductas y de los efectos que ellas generan en terceros. ¿Puede y debe decidir un adolescente sobre aspectos clave de su vida? Idea clave 9. Los adolescentes pueden y deben ser responsables. Los educamos para que sean autónomos y tomen decisiones sobre su vida. La adolescencia ya no es una etapa educativa para la tutela. Ideas para una segunda parte Como decía, hay muchos más temas singulares e importantes en la vida de los adolescentes y en su educación que las nueve ideas a las que se referirán las páginas siguientes. Pero todo libro tiene un límite y, al final, autor y editores hemos optado por dejar para otra ocasión ideas importantes, pero que van más allá del núcleo básico que debe conocer toda persona adulta que se relaciona con adolescentes. Mientras llega ese otro texto complementario (o por si no llega), dedicaré unas líneas a apuntar esas otras ideas, a advertir que no han sido olvidadas. Por si alguien me acusa al final del libro de no tener en cuenta dificultades graves de los adolescentes, diré que estoy en desacuerdo con quienes consideran la adolescencia una etapa problemática o con quienes piensan que es una especie de enfermedad que se cura con el paso del tiempo (a ser posible breve). Sin embargo, ciertamente, para la mayoría es una etapa crítica que acaba bien pero que puede acabar mal. También es una etapa que puede tirar 20 por la borda buena parte de los esfuerzos educativos anteriores o hipotecar las posibilidades posteriores. Los adolescentes tienen buenas posibilidades de complicarse la vida. A casi todos y todas les pasa momentáneamente, en circunstancias que pueden reconvertir. Algunos y algunas pasan por situaciones difíciles que requieren respuestas, ayudas, una especial habilidad de los profesionales que se relacionan con ellos para conseguir que se dejen ayudar y para acertar con la forma de hacerlo. Cuando los chicos y chicas adolescentes se complican la vida es cuando necesitan que sus profesores, sus educadores de dentro y de fuera de la escuela o los profesionales del sistema de salud o de los servicios sociales se pongan de acuerdo para brindarles una forma útil de apoyo y de ayuda. No vale cualquier regla para intentar hacer con ellos y ellas psicoterapia. En la escuela se siente que el psicólogo o el servicio de salud que los atiende no parece servir para gran cosa. No siempre acabamos de encontrar la forma de atenderlos en sus momentos de «locura». A veces, con dosis suficiente de paciencia, la tutora o el tutor consigue hacer que confíe en un educador de calle o en un profesional de la justicia de menores. Comienza entonces un verdadero trabajo en red para ser útiles en sus vidas. Hay, pues, una primera idea complementaria para considerar: «Casi todos los adolescentes tienen dificultades serias que consiguen superar en un momento u otro. Algunos se complican la vida y necesitan ayuda de otra manera. La escuela necesita entonces que en el territorio funcione un verdadero sistema de trabajo en red.» La primera pregunta que suelen hacerme las madres y los padres en una conferencia sobre el tema suele ser la siguiente: «¿Usted, que sabe sobre adolescencia, puede decirnos cuándo se acaba?». Se repiten con frecuencia las cifras del alumnado que termina la ESO sin graduarse o las de los que abandonan el bachillerato, pero se habla poco de las condiciones en las que se produce, del sentido de los abandonos, de la desconexión y perplejidad con la que parecen acabar algunas adolescencias. Antes, cuando los chicos y chicas pasaron de la escuela primaria a la secundaria, muchos padres dijeron aquello de «no sé qué le pasa a mi hijo, desde que va al instituto ha cambiado», o parte del profesorado se sintió desconcertado porque los nuevos alumnos «eran muy críos», no eran como debían ser los alumnos de secundaria. Los desconciertos de unos y otros, al principio o al final, ponen en evidencia las dificultades de la transición y nos recuerdan que algunas de las dificultades nacen o se consolidan en esos momentos de incertidumbre y desajuste. Aunque algo de todo eso se trata en la idea clave de las relaciones entre adolescencia y escuela, hay que profundizar en otra idea complementaria: «Las transiciones son especialmente significativas. Se trata de cuidar y acoger las preadolescencias y de acompañar el camino hacia la juventud. Descubrir cómo se hacen adolescentes y ayudar a que dejen de serlo.» Aunque parcialmente el tema ya está abordado en diferentes ideas clave, no podemos dejar de lado que en la sociedad de la comunicación asistimos a una crisis de docencia y no de adolescencia, no al desconcierto ante las adolescencias, sino ante la complejidad educativa. Probablemente una de las expresiones de mayor desconcierto, preocupación o 21 crisis de aprendizaje y de educación en esta primera década del siglo xxi sea la de unos padres preocupados porque no acaban de saber qué hace su adolescente tantas horas delante del ordenador, o la del profesorado que sigue pensado que el Google acostumbra a su alumnado al simple corta y pega. En realidad se suelen mezclar dos aspectos diferentes: qué significa enseñar y educar en la sociedad de la comunicación y qué significa ser y practicar la adolescencia en ese tipo de entornos. Lo primero afecta a todas las edades, aunque cobra una gran relevancia en la adolescencia porque ya no sólo pueden decir aquello de «lo sé todo» (relativizando cualquiera de nuestras enseñanzas), sino que, además, pueden aprender (si están interesados) en un entorno en el que saben realmente más que nosotros y cuyas reglas de funcionamiento dominan. Lo segundo (en una década que comenzó con la comunicabilidad del SMS y el Messenger y que está, provisionalmente, acabando con la presencia de la inmensa mayoría de los adolescentes en las redes virtuales multimedia) se está consolidando, a la espera de nuevas innovaciones del mercado, como un inmenso espacio para hacer de adolescentes, ya sea practicando identidades, ya sea interaccionando con los iguales compartiendo imágenes, sentimientos o experiencias. No hay posibilidad de comprender hoy buena parte de los mundos adolescentes sin considerar esas «prácticas virtuales». Paralelamente, el desconcierto y el rechazo adultos hacia ese mundo parecen ayudar a que se consoliden espacios adolescentes ajenos al profesorado o al grupo familiar, es decir, una «realidad virtual» como realidad sólo adolescente. Así, nos queda por profundizar otra idea complementaria: «Cada vez más una buena parte de sus adolescencias, de sus prácticas adolescentes, se produce en entornos virtuales, en redes de comunicación multicanal, con influencias multimedia.» Pero, dejemos lo no escrito para otro momento y vayamos a analizar las ideas propuestas.1 * Todos los términos que aparecen en negrita pueden encontrarse en el glosario del libro (pp. 189-192). 1. A lo largo del texto se transcriben expresiones directas de adolescentes. Su fuente es muy diversa. En algunos casos tienen que ver con investigaciones en las que he participado y que se citan en la bibliografía. En otros, son actividades con adolescentes en diversos contextos. Otras muchas provienen de mi trabajo terapéutico o de supervisión. Siempre que he podido, he puesto un ejemplo con sus propias palabras, intentando practicar lo que el texto defiende: la escucha del adolescente. 22 Idea clave 1 Es necesario aclarar el concepto de adolescencia Debemos aclarar qué es y qué no es adolescencia, en qué consiste ser adolescente w hoy. La adolescencia no está detrás de todas nuestras dificultades educativas. Un ciclo vital inventado Ya es obligatorio ser adolescente A la mayoría de los lectores y lectoras, salvo si nacieron antes de los años setenta del siglo pasado o viven en entornos donde a duras penas se puede llegar a tener infancia, la existencia de adolescentes, de una etapa definible como adolescencia, les parecerá algo normal, un tiempo de vida inevitable. Pero, la adolescencia, como fenómeno universal, es un invento bastante moderno, tiene escasamente tres décadas. Claro que en su versión joven uno puede encontrar referencias y quejas prácticamente desde la prehistoria.2 Tensiones generacionales eternas que reflejan las confrontaciones entre la sociedad que envejece y la que se presenta como nueva. Mitos como el de narciso que dan cuenta de personajes ensimismados, preocupados arriesgadamente por su imagen e identidad. Pero son referencias que tienen que ver con minorías, situaciones que sólo algunos grupos sociales vivieron siempre y que fueron negadas sistemáticamente a quienes, en todo caso, aspiraron a tener y conservar la juventud biológica durante el mayor tiempo posible. La adolescencia era (es todavía en muchas latitudes) un tiempo de la vida sólo al alcance de algunos. No recuerdo este dato para que el lector haga historia, sino para que tome conciencia de que estamos ante un ciclo vital construido socialmente, que tiene poca historia en 23 muchos barrios, entre muchos adultos. Basta con observar la perplejidad de unos padres que han vivido un proceso migratorio desde mundos más rurales y menos desarrollados, en busca de un futuro mejor para sus hijos, cuando unos y otros descubren que, en el nuevo mundo urbano actual, a los quince o los dieciséis años de lo que se trata es de ser adolescente. ¿Adolescencia? Ellos a su edad ya tenían callos de trabajar y heridas de la supervivencia. Además, miran a sus hijos e hijas y perciben que todo lo que desean hacer (como sus coetáneos de aquí) parece ir en contra de sus culturas de origen, de todo aquello que deberían preservar y transmitir para llegar a ser hombres y mujeres «de bien». Se trata tan sólo de una constatación: la adolescencia no es una etapa obligatoria del desarrollo humano, algo que se haya producido siempre y en todos los grupos humanos, algo que estuviera previsto para los hijos. No podemos confundirla con la pubertad que, como proceso biológico madurativo, sí es obligatoria (aunque no uniforme) y a la que luego indirectamente nos referiremos. La adolescencia es un ciclo vital que es posible en determinadas sociedades y en diferentes momentos históricos. Entre nosotros se universaliza cuando la economía lo permite o lo provoca (la tecnología hace que no necesitemos jóvenes de catorce años para producir, nos sobran jóvenes de todas las edades en una sociedad con altas tasas de paro) y cuando la demografía y las expectativas de vida alteran todos los ciclos (cuando la vida es algo más que un tiempo para crecer y aprender, un tiempo para producir y un tiempo para descansar). Si se espera vivir más allá de los ochenta años y hay muchas otras cosas que hacer en la vida, hay que definir nuevas etapas. La adolescencia no es otra cosa que un tiempo vital entre las etapas infantiles ya consolidadas y la madurez adulta. Un tiempo en el que se ubicará primero, de una manera genérica, la juventud y en el que poco a poco cobrarán sentido diferenciado los primeros años, la adolescencia. Sólo ellos y ellas saben para qué sirve Un ciclo vital es un estadio biográfico culturalmente construido (Badillo, 1998). Es decir, un tiempo, unos años de nuestras vidas cuyo sentido tiene que construirse, no viene dado por obligaciones o encargos de la naturaleza. El nuevo ciclo vital que llamamos adolescencia son unos años para ser adolescente, pero su sentido general estaba inicialmente por hacer y es posible que siga en construcción. Por supuesto, en todo ciclo vital se dan unas transformaciones biológicas (podemos llamarlo tercera o cuarta edad, pero como mínimo se envejece) que en la edad que nos ocupa pueden ser una fuente importante de malestares y necesidades de adaptación. Sin embargo, la clave estará en las definiciones sociales de las tareas que hay que desarrollar en esa etapa. ¿Para qué sirve la adolescencia? ¿Cuáles son sus tareas? Como nosotros seguimos sin aclararnos, ellos y ellas dirán que se trata de dedicarse a ser adolescentes. Nosotros, como máximo, después de más de tres décadas de adolescencia universal y obligatoria, todo lo que acertamos a definir es que se trata de un tiempo en que deben dedicarse a estudiar o a prepararse para el futuro. Para ellos y ellas, a gusto y a disgusto, con momentos en los 24 que sienten y viven de todo, la adolescencia son años de la vida para dedicarse a ser adolescentes (al final de esta idea clave, en el apartado «En la práctica», se resumen algunas de las ventajas e inconvenientes que le encuentran a eso de ser adolescentes). Muchas de nuestras dificultades con los adolescentes tienen su origen en este vacío o en este desacuerdo. Dado que no sabemos qué hacer con ellos y ellas (o lo que les proponemos proviene de visiones adultas desfasadas) mientras que por su parte hace tiempo que se adueñaron de la adolescencia, tendemos a ver siempre dificultades y problemas, fenómenos de desafección social o de conflicto. Un ciclo vital también comporta unas percepciones, unas lecturas, unas interpretaciones de lo que hacen los sujetos que están en él por parte de las personas que están en otras etapas vitales y por parte de los que la están viviendo. Como luego repetiré, la adolescencia es aquello que ven e interpretan las personas adultas que los rodeamos. Ya advertí en la presentación de este libro que el mundo adolescente tiene mucho de construcción social de los adultos (saben muy bien cómo preocuparnos, cómo usar nuestro desconcierto; como no sabemos qué esperar y qué exigir todo nos parece un problema antes de tiempo). Un ciclo vital también se construye porque quienes lo están viviendo comparten una conciencia de estar viviéndolo («Me has de entender que soy adolescente»), una conciencia de pertenecer a una etapa diferenciada de la vida. Socialmente cambiantes Pero, no todo es social. En los ciclos vitales de las etapas jóvenes, en los que afectan a etapas evolutivas, también se da un proceso de personalización, un conjunto de cambios biológicos, madurativos, emocionales, relacionales, adaptativos, tras los cuales el sujeto será diferente y tendrá conciencia de ser diferente, de haber dejado atrás etapas de su vida. La adolescencia, aun siendo socialmente condicionada, también es evolutiva. Es un tiempo de cambios, de modificación de las formas de ser y actuar, de incertidumbres sobre el mundo propio y sobre el lugar de uno en el mundo. Por último, un ciclo vital supone transiciones, fronteras que hay que pasar para constatar que uno ha abandonado la etapa anterior y que está situado en la siguiente. De hecho, a pesar de lo afirmado anteriormente, la adolescencia (aunque no tuviera ese nombre) existía en la mayoría de las culturas, pero era un rito de paso, un conjunto de prácticas breves que permitían al niño o niña abandonar el mundo infantil y pasar a ser considerado como integrante del mundo adulto. Al haberse convertido en una etapa, en un tiempo largo, los propios chicos y chicas adolescentes han inventado ritos de paso, especialmente para certificar que ya no se es niño y que ya se es adolescente. Por ejemplo: probar a fumar porros es, en estos momentos, una práctica que confirma que ya se es adolescente. Salir de una determinada manera por la noche o los fines de semana puede significar en determinados grupos una forma de haber dejado la adolescencia y estar en la juventud. Tenemos, por lo tanto, una primera idea para retener: estamos hablando de una etapa vital, de cierta duración, que es obligatorio vivir, con tareas no muy definidas, en las que 25 se da una cierta satisfacción adolescente y una cierta confusión adulta, y que se entremezcla con cambios evolutivos significativos. Inevitablemente son diversos y comparten grupos diferentes De la adolescencia a las adolescencias Hablar de adolescencia, en singular único, no tenía mucho sentido: el mundo adolescente siempre ha sido el mundo de la pluriformidad. Hasta los años setenta del siglo pasado, la mayor parte de la literatura de la adolescencia era del mundo de la psicología. Eran aproximaciones con pretensiones de universalidad que describían fundamentalmente los componentes de la pubertad y el mundo psíquico de aquellos que tenían tiempo vital y social para ser adolescentes. La llegada de la obligatoriedad introduce un nuevo elemento de confusión. Hay una preocupación que desconcierta al educador cuando lee los perfiles psicológicos del chico o la chica de más de doce años: le parece que hablan de otro tipo de chicos, que no hablan de los suyos, que, en cualquier caso, el retrato robot puede servir para los de otra escuela, de otro medio social y no del suyo. (Fernández, Funes y Pellicer, 1980) Cuando se pasa de una «adolescencia transitoria» a una «adolescencia forzosa» nos vemos obligados a dejar patente que no existe la adolescencia, sino que existen adolescentes muy diferentes. No estamos ante una simple etapa psicológica, sino ante un ciclo vital condicionado socialmente (algo que hay que definir también en clave sociológica, antropológica, cultural, de mercado, etc.). La llamada adolescencia es un estadio relativo cuya duración y características dependen fundamentalmente del medio, del grupo social en el que se desarrolla [...] los rasgos principales son diferentes, en una misma sociedad, en función de las clases y los grupos sociales [...] Conocemos perfectamente la brevedad de la adolescencia del chaval de barrio que empezaba a trabajar nada más acabar la escuela. Su paso por la adolescencia era fugaz y absolutamente diferente del chaval que encaminaba sus pasos hacia el bachillerato. (Fernández, Funes y Pellicer, 1980) Entre aquellos textos y este libro han pasado años, pero en mi trabajo profesional no he dejado de constatar que hablar de adolescencia, en singular único, no tenía mucho sentido. Podía hablar de muchos elementos comunes a todos y todas, de muchos aspectos evolutivos transversales (a los que enseguida me referiré) que se encuentran en todas las formas de ser adolescente, de muchos componentes internos del proceso de personalización; pero siempre tenía que hablar de muchas y diversas adolescencias. El mundo adolescente siempre ha sido el mundo de la pluriformidad. 26 De qué dependen sus diferencias Si algo me parece hoy claro, es que la condición adolescente es un «producto contextual». Su condición evolutiva puede servir, por ejemplo, para facilitar una última explicación de lo que están viviendo y sintiendo, pero su adolescencia siempre estará construida a partir de materiales e interacciones con diferentes contextos que definen el marco de sus posibilidades y oportunidades adolescentes. La condición adolescente siempre estará construida a partir de materiales e interacciones con diferentes contextos que definen el marco de sus posibilidades y oportunidades adolescentes. La condición adolescente es algo más que un grupo de edades o unas características evolutivas, el conocimiento útil de sus mundos comporta tener visiones bastante más poliédricas. Sus formas de encontrar sentido a la propia adolescencia y a todo lo que los rodea, sus formas de estar en ella, de entrar y de salir, sus formas de ser adolescentes (de asumir esa condición) son el resultado de muchas y complejas interacciones. Son el producto de tiempos concretos (cuando se escribe esto estudiamos diferencias por ejemplo entre la generación Messenger y la generación Facebook) que se dan en barrios, en territorios, en escuelas diferentes. Viven sus adolescencias en una sucesión de climas, ambientes y relaciones, diversos y cambiantes, que resulta imprescindible conocer para poder conocerlos. Lo que son y lo que intentan ser se entiende sabiendo cómo son los mercadillos cercanos a su casa, los rincones del barrio donde se juntan, los bares en los que les dejan estar y, a la vez, las redes virtuales de ésta o de la otra parte del mundo en las que participan, los videos que «cuelgan» o la música que se intercambian. Se les puede entender recurriendo a conceptos y categorías de análisis como estilos de vida o culturas juveniles. Hablar de adolescentes es hablar de los jóvenes que más adelante intentarán ser y ahora prueban a imitar. Pero, además, si durante un cierto tiempo se recorren diversos institutos y se participa en las actividades de algunas de sus clases, uno tiene la sensación de estar ante mundos adolescentes profundamente diferentes. No es tanto la comprobación de que, hasta cierto punto, cada adolescente es un mundo como la percepción de que, en buena parte, cada grupo es una especie de universo adolescente único, conformado con personajes mayoritariamente conocidos, pero con unas proporciones e interacciones cuyo resultado son grupos adolescentes singulares. Es el descubrimiento de los contextos adolescentes, la comprobación de que las formas de ser adolescente, las formas de ejercer la condición adolescente, dependen de cómo se conforman diferentes contextos vitales a su alrededor. El efecto más visible son sus estéticas externas, las diferentes «tribus» a las que se van apuntando, las formas diversas que utilizan para afirmarse. En una escuela que no haya seleccionado a su alumnado hay tantas adolescencias diversas y contrapuestas como haya en barrio. Cada grupo de adolescentes es una especie de universo único, conformado con personajes mayoritariamente conocidos, pero con unas proporciones e interacciones cuyo resultado son grupos adolescentes singulares. 27 En alguna investigación he utilizado el símil teatral para dar cuenta de por qué y cómo se produce la diversidad (de por qué y cómo podemos influir para cambiarla) (Funes, 2004a). Podríamos decir que un contexto es como un escenario teatral en el que se ha de producir una puesta en escena de la adolescencia por parte de actores noveles (chicos y chicas que dejan su infancia y todavía no saben dónde están) que han de aprender a representar, que han de acostumbrarse al nuevo papel hasta que les resulte una auténtica forma de ser. Ese escenario para empezar a representar su nuevo papel adolescente se estructurará en tres grandes dimensiones. Todavía el origen social es determinante La condición social determina qué clase de adolescente se puede llegar a ser, cuál es alcanzable, qué adolescencias entrarán en relación y cuáles se ignorarán siempre. En primer lugar todo va a depender de la extracción social. El origen social de los padres, las realidades socioeconómicas de la vida diaria, el capital cultural a su alcance, así como los demás componentes de la condición social, van a determinar qué actores estarán presentes en la escena, quiénes serán los personajes decisivos y cuáles las pretensiones y las exigencias del guión, los límites que habrá que respetar. La condición social determina qué clase de adolescente se puede llegar ser, cuál es alcanzable, qué adolescencias entrarán en relación y cuáles se ignorarán siempre. Cuando uno vive en un barrio marginal puede aspirar a ser adolescente pijo, pero lo máximo que conseguirá es ser «pijo de mercadillo». La selección del alumnado en una escuela acaba de conformar universos adolescentes distintos. Los chicos y chicas que están, por ejemplo, en una escuela provienen de entornos familiares diferentes y de realidades sociales diversas. El «resultado adolescente» puede no ser el mismo yendo a una escuela u otra. Esto ocurre no sólo porque detrás existen orígenes sociales distintos, sino también porque la selección (obligada o voluntaria) del alumnado acaba de conformar estos universos adolescentes distintos. Para algunos chicos y chicas las escuelas a las que han de ir a menudo no son otra cosa que entornos marginales que tan sólo acogen adolescentes al margen y de los que se han ido otros chicos y chicas cuyos padres no quieren que tengan «malas compañías». La diversidad de conductas existente entre diferentes adolescentes no sólo debe atribuirse a la diferente condición social de la que provienen, sino también a los grupos sociales con los que se mezclen. En cualquier caso, explicar la diversidad de conductas que se produce entre diferentes adolescentes no es tan sencillo como atribuirla a la diferente condición social de la que provienen o en la que viven. También va a depender de los grupos sociales con los que se mezclen (por lo menos provisionalmente), de con quién convivan o de con quién compartan su tiempo escolar o de diversión. Hay conductas que aparentemente son dominantes, por ejemplo, entre adolescentes de familias de clases medias o altas que no se dan en similar proporción cuando esos chicos y chicas van a escuelas o conviven en diferentes entornos con adolescentes de diferentes procedencias. Por el contrario, estas 28 «conductas de clase» son muy evidentes cuando el grupo escolar en el que conviven responde a una homogeneidad muy similar a la suya de origen. Se trata de ensayar en compañía Eso nos lleva a considerar la segunda dimensión. Compuesta la escena de una u otra forma, con unos actores disponibles, con unos límites, con unas expectativas, aparecen unas u otras dinámicas entre los actores, una construcción colectiva del relato. Con los actores disponibles se construyen unos papeles para representar la adolescencia, unas formas de actuar, de hacer de adolescentes, de practicar la adolescencia. Unas son dominantes, otras rechazadas, a unas se les da mayor valor y otras pasan a ser secundarias. La escena que, en un tiempo y un espacio concretos, se compone hace que aparezcan unas u otras formas de ser adolescente. Un actor no interviene si no hay otro que le dé pie, la entrada en un diálogo o en un silencio. Las adolescencias son el producto de las interrelaciones que en un determinado momento se dan en sus vidas. Convivir con unas u otras formas de ser adolescente supone ser adolescente de una u otra forma. Las formas de ser adolescente también parecen depender de factores circunstancia les: las «presencias», formas de adolescencia que aparecen en su proximidad como posibles, viables, atractivas o rechazables. Las formas de ser adolescente (de estar, de experimentar, de vivir la adolescencia) también parecen depender de factores circunstanciales, diferentes en el tiempo y dinámicos dentro de cada contexto. Las prácticas adolescentes, la construcción y el ejercicio de sus adolescencias, dependen de un conjunto de interacciones que podríamos denominar «presencias», es decir, de las formas adolescentes que en un contexto y en un tiempo aparecen en su proximidad como posibles, viables, atractivas o rechazables. En los diferentes territorios escolares y en distintos momentos predominan unas u otras adolescencias, que se ponen de moda por las diversas influencias que conforman hoy la construcción adolescente, que son viables en función de las limitaciones y posibilidades sociales que arrastran como bagajes personales y colectivos. Ser adolescente de una u otra forma, concretar su adolescencia en marcha, dependerá mucho del conjunto de prácticas adolescentes con las que cada uno se encuentre. Basta con mirar las estéticas, escuchar sus lenguajes, considerar las relaciones para ver que, incluso en condiciones sociales similares, las formas de ser adolescente son muy diversas en cada ambiente. No se trata tan sólo de mayor o menor presencia de pijos o quillos, sino de cómo en algunos territorios domina una cierta indefinición, un predominio de adolescencias poco espectaculares, y cómo, en otros, son muy visibles las diferencias y las confrontaciones. En algunas escuelas, parte de la adolescencia significativa se visualiza por diferentes formatos de pelo rapado con flecos, en otras por la apabullante presencia de correctores dentales en busca de la sonrisa encantadora o en algún otro caso por la ostentación de simbologías radicales. El conglomerado de adolescencias que ponen en práctica es múltiple. No estamos simplemente reafirmando la diversidad de adolescencias, lo que 29 ahora ponemos de relieve es que las diversas composiciones de adolescencias crean formas dominantes y contrapuestas de ser adolescente en cada territorio. Como luego veremos, una de las cuestiones centrales de la adolescencia es la construcción de la identidad, que en este momento pasa por definirse de alguna forma como adolescente diferente. Para hacerlo utiliza los materiales y las prácticas que tiene a su alcance. Por imitación o por afirmación contrapuesta se definen en función de los mundos adolescentes con los que interactúan. Cuando en un entorno aparecen formas de afirmarse que destacan (porque sus personajes tienen ascendencia grupal, generan tensiones o tienen espectacularidad), se producen fenómenos de seguimiento (suma de adeptos) o movimientos de afirmación contrapuesta. Fenómenos que probablemente no se darían si no estuviese presente la afirmación identitaria contraria. Es la convivencia con adolescencias diversas, el poder practicar e imitar múltiples formas adolescentes, lo que permite normalizar la adolescencia. No podemos decir que las oportunidades que tienen para ser adolescentes de una u otra forma vayan a condicionar definitivamente su futuro joven. Pero sí tenemos que afirmar que es como si fuesen adolescentes en función del catálogo de adolescencias que aparece en su escena. El catálogo en algunos casos es amplio, en otros, reducido. En todos los casos es cambiante. Es la convivencia con adolescencias diversas, el poder practicar e imitar múltiples formas adolescentes, lo que permite normalizar la adolescencia. Se acaba siendo en función de cómo se es tratado Son las personas adultas que rodean a los adolescentes quienes estimulan, provocan o refuerzan unas u otras formas de practicar la adolescencia. La escena teatral también depende de la dirección de la obra. No deja de ser un clima en el que se interpreta con más facilidad, más dificultad, más resistencia o más crisis. Las adolescencias son el producto de diversos climas, de diversos ambientes creados por quienes están a su lado. Son las personas adultas que los rodean quienes estimulan, limitan y centran las actuaciones. De ellas depende el sentido y las dimensiones de las confrontaciones. También son ellas las que provocan o refuerzan unas u otras formas de actuar, unas u otras formas de practicar la adolescencia. Las interacciones adolescentes que generan formas de ser adolescente no son únicamente el resultado de combinaciones sociales previas y de predominios e influencias de los estilos que puntualmente consiguen dominar, sino que también son el resultado del estilo de relaciones que genera cada institución, de los agrupamientos que propicia, de las diversidades y homogeneidades que organiza. El alumnado adolescente, que ha hecho de la escuela su hábitat, utiliza la vida escolar cotidiana como almacén de repertorios de conducta. Las formas de organizar el instituto, el grado de democracia y las prácticas participativas que existen suponen distintas formas de socialización (identidad, 30 sociabilidad, generación de cultura) y, como luego veremos, de convivencia o de conflicto. El alumnado adolescente, que ha hecho de la escuela su hábitat incluso cuando las cosas no le van bien, utiliza la vida escolar cotidiana como almacén de repertorios de conducta. Se afirma y se diferencia, se siente de una forma u otra en función de las dinámicas escolares. No son tan sólo como las posibilidades que tienen de ser, sino que también hacen de adolescentes en función de cómo son tratados. Las prácticas adolescentes quedan especialmente afectadas por las agrupaciones escolares, por cómo se conforman los grupos clase y las dinámicas entre grupos derivadas. No nos toca hacer aquí y ahora el análisis de los distintos criterios y de las ventajas y contradicciones que supone agrupar al alumnado de una u otra forma (por niveles, por características, por dificultades, aleatoriamente, etc.). Con todo, quiero destacar que las formas de agrupar y el trato que recibe e interioriza cada grupo también conforman sus formas de ser adolescente. Las formas de agrupar y el trato que recibe e interioriza cada grupo de adolescentes tambien conforman sus formas de ser. Obviamente, en las múltiples y distintas escuelas con las que he tenido relación he podido constatar cómo el profesorado tiene diferentes formas de relacionarse con el alumnado y de conformar los grupos. Pero también he podido comprobar la existencia de distintas formas de ejercer de adolescentes que están estrechamente ligadas al clima creado en el aula, en la escuela. De manera elemental podríamos decir que algunas formas problemáticas de ser adolescente se estimulan y se refuerzan por interacciones negativas que se crean al agrupar de determinadas formas. Algunos adolescentes son adolescentes de una u otra manera en función de cómo son tratados por las instituciones en las que están. Los sujetos vividos y tratados como negativos, como problemáticos, también han de construir una identidad, pero al no tener a su alcance interacciones y resultados positivos agudizan la afirmación por contraposición. Buscan entre los demás adolescentes, entre las otras formas de ser adolescente, los enemigos objeto de su negación. Ser adolescente también es una forma de reaccionar al trato recibido, una forma de ser en negativo cuando no se puede ser en positivo, una necesidad de diferenciarse de alguien que es peor o que «tiene la culpa» de las propias dificultades. Hay quien puede pensar que no debemosmeter en la cárcel alos adolescentes quedelinquen por condescendencia social enfunción de su edad,pero no debemos hacerlo fundamentalmente porque si lostratamos como delincuentes se convertiránen delincuentes. Hay quien puede pensar que no debemos meter en la cárcel a los adolescentes que delinquen por condescendencia social en función de su edad. No está mal una cierta consideración humanizadora. Sin embargo, no debemos hacerlo, fundamentalmente, porque si los tratamos como delincuentes se convertirán en delincuentes. La identidad adolescente que están conformando se construirá en función de las respuestas que reciban. Son aquel adolescente que queremos que lleguen a ser y estamos dispuestos a ayudarles sin anticiparnos a fijarlos en sus descontroles y errores. La adopción de esta triple perspectiva en el territorio escolar (serviría igual para otros 31 entornos) supone aceptar que los chicos y chicas adolescentes, sus formas de serlo y buena parte de sus conductas son el producto de: • La composición social que la matrícula y la ubicación de la escuela en el territorio de un barrio provocan, los entornos de los que proviene el alumnado. Algunas formas de ser adolescente no son posibles en determinadas escuelas, algunas son dominantes, otras minoritarias. • Las composiciones, las mezclas, las interacciones adolescentes que finalmente se producen en cada instituto, en un curso escolar, en un periodo y en unos grupos clase concretos. • Los climas que se crean en la institución escolar, el trato escolar que unos y otros adolescentes reciben. Climas y respuestas que dependen en gran medida de la cultura institucional, de la composición del grupo de profesores y del momento estable o crítico por el que unos y otros pasan. Hemos dado un paso más y ahora consideramos que los adolescentes son de una forma u otra en función de las posibilidades que tienen de serlo; de las dinámicas, interacciones y prácticas adolescentes que se produzcan en esos años de su vida, y, finalmente, en función de las respuestas que reciban de las instituciones adultas que los rodean. Adolescentes por dentro Pequeño repaso a la psicología del desarrollo Una vez situadas las adolescencias actuales, debemos acercarnos a su adolescencia común mirando cómo son por dentro. Desde la infancia a la juventud habrán de sufrir un conjunto de profundas transformaciones, un proceso de personalización. Lo que sienten, lo que dicen, lo que hacen tiene que ver con su condición evolutiva. Se trata de sujetos inmersos en una etapa clave de transformación, de deconstrucción de lo que ahora son y de descubrimiento de lo que desean ser, de lo que prueban, ensayan, practican a ser. Si nos fijamos ahora en esa parte de sus mundos adolescentes, es porque educar, enseñar, supone siempre tener en cuenta ese mundo personal en proceso caótico de construcción. Necesitamos considerar, por ejemplo, que la ilusión del primer amor altera cualquier cálculo matemático o los agobios inesperados modifican con facilidad los centros de interés. La psicología del desarrollo (Ortega, 1999) nos recuerda que, en contra de una visión lineal, simplemente acumulativa de la evolución humana (crecemos, maduramos y nos hacemos mayores), existen etapas, ciclos o periodos de la vida cualitativamente diferentes, maneras diversas de ser persona (niño, adolescente, joven, adulto...), estructuraciones y organizaciones de la manera de ser y de construirse. Al hablar de ciclos evolutivos tenemos presente que algunas tareas y algunas conductas sólo son 32 posibles cuando se llega a una determinada etapa vital (que, por ejemplo, será difícil hacer un análisis causal de la revolución industrial si antes no se llega a la etapa en la que es posible razonar con conceptos). También, que hay formas de ser y de actuar que suelen ser bastante comunes en un determinado periodo, en un ciclo evolutivo concreto (difícilmente encontraremos a un adolescente que no tienda al conflicto con sus adultos). Sabemos que sólo algunas etapas y sólo pequeñas partes de cada una de ellas están genéticamente previstas y que siempre suponen un proceso de interacción entre la biología y el entorno. Sabemos que sólo algunas etapas y sólo pequeñas partes de cada una de ellas están genéticamente previstas y que siempre suponen un proceso de interacción entre la biología y el entorno (que las dinámicas hormonales, por ejemplo, dependen de la alimentación o de las expectativas sociales sobre el comportamiento sexualmente activo). También sabemos que una cosa son los ciclos vitales en una sociedad uniforme y estable y otra muy diferente cuando la sociedad es compleja y cambiante. Lo que pueden ser etapas uniformes y universales se convierten en particulares y diversas. Si tenemos en cuenta estos criterios, la relación educativa que hay que establecer (desde la tutela cuasi paternal o maternal del frágil alumno de los primeros años de la escuela infantil, hasta la construcción de la ascendencia adulta con respecto al discípulo adolescente), las formas de ayudar a aprender, la organización de la vida escolar y el esquema de funcionamiento de una institución han de adaptarse a las formas de ser dominantes en cada etapa de desarrollo. Igualmente, las claves evolutivas determinan aquello que es posible plantear y aprender, así como lo que en un determinado momento todavía no será posible llevar a cabo. Lo mismo nos pasará con las distintas secuencias de aprendizaje, los procedimientos que se van a ejercitar en cada ciclo y las capacidades progresivas que deberán consolidarse. Hacerse adolescente no es un simple proceso acumulativo, se producen transformaciones y, por lo tanto, organizaciones y desorganizaciones. Igualmente, la idea de etapa, de ciclo, supone aceptar la existencia de ritmos madurativos diferentes. Dentro de un ciclo, la mayoría de los alumnos coinciden en la parte central de éste, pero no al inicio ni al final. Ha de tenerse en cuenta que el desarrollo no es lineal, ni se produce siempre hacia adelante. Todo avance puede suponer retrocesos momentáneos, paradas de seguridad. Los procesos están llenos de situaciones de perplejidad ante los nuevos retos, las nuevas exigencias. Hacerse adolescente no es un simple proceso acumulativo, de aumento, previo a la vida adulta. En ese ir dejando de ser niños se producen transformaciones y, por lo tanto, organizaciones y desorganizaciones. Se deja de ser y se intenta ser; se avanza y se retrocede; se busca la seguridad para paliar la más perenne de las inseguridades; se tiene la sensación de que algo de uno mismo se va con cada una de las crisis cotidianas. Pensar en clave de ciclo evolutivo no exime de seguir considerando el proceso educativo como algo particular; se debe tener en cuenta que la primera diversidad que experimentan los alumnos es de carácter temporal, de tiempos y ritmos de desarrollo, en los que además puede no haber sincronía entre los aspectos físicos, sociales, intelectuales 33 o afectivos. La idea de ciclo se contrapone al concepto de curso cerrado, estanco. Los alumnos siguen ritmos de evolución que no siempre casan con los calendarios escolares. La idea de ciclo se contrapone al concepto de curso cerrado. Los alumnos siguen ritmos de evolución que no siempre casan con los calendarios escolares. Personajes en pura evolución La idea de etapa evolutiva aplicada a la adolescencia conduce a considerar que son situaciones condicionadas por la etapa en la que viven y con ella pueden desaparecer. La idea de etapa evolutiva aplicada a la adolescencia conduce a considerarla un período transitorio y, a la vez, a tener en cuenta que es un tiempo inevitable e imprescindible para su futuro como ciudadano adulto. Todo -problemas y situaciones positivastendrá la etiqueta de lo condicional; de aquello que «puede condicionar» el futuro, el resultado posterior, y a la vez de aquello que «está condicionado» por la realidad en la que está inmerso. Muchas de las dificultades tendrán que considerarse desde esa doble óptica. Son situaciones condicionadas por la etapa en la que viven y con ella pueden desaparecer (tienen que ver con su adolescencia y desaparecerán cuando se resitúen en otra etapa de su vida). Son sucesos vitales que pueden distorsionar su futuro, su construcción personal, que hay que evitar o ayudar a encajar adecuadamente. Podríamos decir de manera resumida que todo ciclo evolutivo viene caracterizado por cambios significativos en seis aspectos estructuradores de la forma de ser, de relacionarse y de actuar: 1. Una fisiología y una anatomía singulares (en el caso adolescente los fenómenos puberales afectan a diversos sistemas y son fuente de significativas modificaciones de su conducta: «hormonas con poder»). 2. Una modificación de las capacidades cognitivas. Un tipo de organización intelectual, es decir, una manera específica de abordar, comprender, elaborar, entender la realidad que le envuelve (el niño de las primeras etapas necesita tocar, comprobar la realidad para pensar; el adolescente, en cambio ha de poder llegar a pensar sólo con conceptos o ideas). 3. Una organización (desorganización) de la vida afectiva. Un conjunto de vivencias y de emociones dominantes, una manera de organizar las emociones y los sentimientos (la claridad de los sentimientos y su expresión infantil se tornan tempestad y desproporción en la adolescencia). 4. Una estructuración de las relaciones con las personas adultas (dependencias e independencias, afirmaciones, contraposiciones, utilidad o necesidad de la presencia en sus vidas). Se pasará de la adoración por lo mucho que sabe la maestra a la puesta en duda de todo lo que sugiere el adulto. 5. Un tipo de relaciones con el grupo de iguales (valor, sentido, preeminencia sobre las relaciones con los adultos, intensidad, funcionalidad, etc.), con los iguales del otro sexo, con los compañeros de «generación» y con los predecesores. 6. Una forma de ubicarse en el mundo, una forma de construir su relación con todo 34 aquello que lo rodea (interacciones diferentes, comprensión incomprensión de sus significados, aceptación o negación de lo que los rodea, etc.). La adolescencia será el momento para afirmar que «el mundo es una mierda» o para adaptarse acríticamente o de manera consumista. Siempre son en primer lugar adolescentes De todos esos ejes de cambio hablaremos en uno u otro momento en el libro. Aplicarlos sistemáticamente aquí nos llevaría a escribir un manual de psicología evolutiva. Para saber cómo son, probablemente bastaría con que observáramos con curiosidad lo que cada día vemos en el aula o en los pasillos (o en casa si son nuestros hijos e hijas). Pero justamente vamos a tratar en la próxima idea clave las formas para mejorar nuestros descubrimientos adolescentes. Profundizaremos en las confrontaciones con los adultos en la tercera idea clave cuando hablemos de conflictos y de problemas, o abordaremos la cara amable con la tarea de los tutores. De las tempestades y las calmas emocionales aparecerán ideas en diferentes momentos. Cómo piensan será asunto de la escuela adolescente y de las pedagogías y didácticas. Sus ubicaciones en el mundo se manifestarán hablando de sus argumentos. Etc. He realizado un breve resumen en el apartado «Qué es “normal” en un adolescente» de esta idea clave (pp. 52-55). Podemos recoger algunas de sus descripciones o investigar sus «perfiles» en las comunidades virtuales, o repasar las ventajas e inconvenientes que atribuyen a su estado. La gran cuestión de todos los adolescentes es construir su identidad. Por esa razón, existe un principio interpretativo básico según el cual todo lo que hacen está al servicio de demostrar que existen y de ensayar diferentes formas de ser hasta encontrar la suya. En todo caso, conviene no olvidar que la gran cuestión de todos los chicos y chicas adolescentes es aclararse quiénes son, construir su identidad. Por esa razón, existe un principio interpretativo básico según el cual todo lo que hacen está al servicio de demostrar que existen y de ensayar diferentes formas de ser hasta encontrar la suya. La condición adolescente evolutiva afecta, en nuestro entorno, a todos los chicos y chicas. No hay posibilidades de escaparse a ello ni el profesorado o los padres y madres pueden dejar a un lado esa condición de sus alumnos e hijos. Por eso, uno de los principales hábitos pedagógicos que debemos adquirir es el de intentar leer siempre en primer lugar sus conductas en clave adolescente. Desde la situación bronca hasta la motivación, primero son adolescentes luego malos o buenos alumnos, pero no al revés. Uno de los principales hábitos pedagógicos que debemos adquirir es el de intentar leer siempre en primer lugar sus conductas en clave adolescente. Se puede objetar esta afirmación diciendo que el alumnado ya tiene años, que tiene detrás de él una historia. Ciertamente es así: llegan a la ESO con una historia escolar, a la adolescencia con una vida infantil. Pero todo se altera con la nueva condición, todo es vivido desde un nuevo prisma, con unas nuevas coordenadas. Sería absurdo olvidar lo 35 que han vivido, pero no podemos mirarlos a partir de los lastres que acumulan. En la clase tendremos a un alumno de trece años con dificultades acumuladas de lectoescritura, pero si queremos hacer algo con él, habrá que tener en cuenta que no tiene el más mínimo interés en escribir para seguir apareciendo como un desastre, especialmente si puede tener éxito de otras maneras, por ejemplo, ligando. Quizás si aprende a escribir cartas usando el correo electrónico, salvemos su chulería adolescente y nuestra pretensión de que aprenda. Tres características para una síntesis La experimentación, la necesidad de vivir con intensidad y la complejidad de su condición evolutiva son los tres rasgos que comparten todos los adolescentes. Como he advertido desde las primeras páginas, siempre tendremos la imperiosa obligación de descubrir sus «argumentos» para entenderlos. Como síntesis de lo que llevo escrito me gustaría describirlos recogiendo una parte de sus maneras de pensar y sentir su propia adolescencia. Del conjunto de sus argumentos sobre la etapa que viven destacaré tres: la experimentación, la necesidad de vivir con intensidad y la complejidad de su condición evolutiva. Aunque tengan futuros posibles e imposibles muy diferentes, aunque convivan y practiquen adolescencias contrapuestas, aunque formen parte de grupos integrados o al margen, la obligación de ser adolescentes les lleva a todos y todas a compartir una buena parte de estos tres rasgos. 1. Soy un explorador reprimido Entre las definiciones más sugerentes de la condición adolescente que he encontrado en mi vida profesional, me gustaría destacar la de aquel chico que la describía con la imagen de un «explorador reprimido». En ella se concentra buena parte de los componentes de lo que, para una parte de los chicos y chicas, supone vivir la adolescencia: el posicionamiento activo, descubridor; la consideración de la realidad que ahora los rodea como desconocida y atractiva, o la presencia de personajes adultos que impiden el descubrimiento, que quieren mantener la aceptación pasiva y la transmisión de bagajes imprescindibles como formas de incorporarse al mundo. Esta actitud exploradora tiene diferentes verbos para definirla y, por consiguiente, distintos énfasis. En unos casos es cuestión de conocer lo que no se conocía hasta aquel momento. Pero, en otros, de lo que se trata es de sentir y vivir, son las vivencias y los sentimientos los que son desconocidos. También hay quien la resume con la idea de descubrir.Que no se trata de un posicionamiento pasivo queda claro porque con frecuencia la expresión es probar y experimentar. La actitud exploradora de los adolescentes tiene que ver con sentir y vivir, probar y experimentar. El objeto de su actividad exploradora es difuso, a veces es total, a veces muy particular. Se ven a sí mismos descubriendo el mundo, la vida,todo, pero también cosas 36 nuevas, sensaciones nuevas. Su novedad tiene que ver con que aquello no había aparecido todavía en sus vidas o con que algo que ya estaba presente toma otras perspectivas y dimensiones. Como puede verse en el cuadro 1, tampoco se trata únicamente de una actividad exploratoria, sino que siempre está circunscrita, rodeada de otros parámetros y componentes. Cuadro 1. Cómo definirías a un adolescente • «Con ganas de vivir, comienza a entender el sentido de la vida y a descubrir que existen más cosas». • «Una persona que está descubriendo la vida y tiene bastante interés para vivirla sin pensar en los peligros que hay, y a la más mínima contradicción se revela». • «Es una etapa en que queremos verlo todo ya y descubrirlo, porque nos damos cuenta de muchas cosas que antes no veías». • «Un/a chico/chica que está creciendo y que tiene ganas de probarlo todo, de ver cosas nuevas e ir a sitios nuevos con gente nueva (...)». • «Actualmente, creo que un adolescente es un/a chico/a que necesita en esta edad descubrir cosas nuevas y tener a su lado a los amigos. Y, a veces, necesita estar solo». • «... fuma por presumir o se refugia en otros problemas (alcohol, cannabis...) porque no se lo pasa bien con sus padres. Un adolescente tiene la sensación de saberlo todo y no se atreve a decir nada a nadie (con excepción de los amigos). En resumen tiene una vida peligrosa cuando no sabe manejarla». • «Somos personas que estamos descubriendo la vida; por eso es normal que nos desbordemos, parece un tópico aquello de que nos sentimos incomprendidos pero es que realmente es así. Tenemos que decidir nuestra vida en una edad muy complicada». • «Un chico que está cambiando diariamente y que está un poco perdido siempre descubriendo cosas nuevas». • «Es una etapa muy importante puesto que condicionará el futuro y por ello es fundamental la comprensión y el apoyo tanto de la familia como de los amigos». • «Que se aleja de los adultos y vive una vida como quiere». • «Que debe ir aprendiendo cosas de la vida, formarse para su futuro; aprender a ser cada vez más independiente y saber resolver los problemas a lo largo de los años». • «Una persona que pasa por muchas experiencias nuevas, tanto buenas como malas». • «Ensaya a meterse en un grupo para identificarse». Esta perspectiva va acompañada, a veces, de componentes como la energía y la libertad. 37 Son exploradores con ganas, enérgicos, que incluso no miden sus fuerzas («Un chico o chica que quiere saber más de la vida antes de la cuenta», «Lo quiere probar todo y hacer paridas») o que se ven desbordados por el dinamismo. La ambigüedad de su situación, el contraste entre su pasado y el futuro, también aparece y es por ello que alguien los define como «un proyecto de adulto con ganas de vivir y experimentar». Reclaman, en cualquier caso, ser independientes y libres para descubrir y, algunos o todos en diferentes momentos, no dejan de sentirse «como un pájaro enjaulado». 2. Se trata de vivir El adolescente quiere vivir la vida que está descubriendo y lo quiere hacer a tope y sin que nadie se lo complique recordándole el futuro. El adolescente es fundamentalmente un vividor. No es que viva a expensas de los demás (pese a que todavía sean plácidamente dependientes) ni que le dé igual todo lo que pasa a su alrededor. Se trata de un personaje que quiere vivir con intensidad, aunque el objeto de su intensidad no siempre ni para todos será igual («Una persona enloquecida que disfruta de la vida»). Quiere vivir la vida que está descubriendo y lo quiere hacer a tope y sin que nadie se lo complique recordándole el futuro («Vividor, distante, que no se preocupa por el mañana, sólo por el hoy y pasarlo bien»). Uno de los efectos de esta tendencia a la intensidad vital, en nuestro mundo inmediatista y presentista, es la urgencia de vivir al día, vivir sin que se pierda el instante. Complementariamente, la adolescencia se presenta como una extraordinaria oportunidad para esta vida y como una etapa que hay que aprovechar porque desaparecerá. • «Un chico/a con ganas de vivir la vida a tope, que son dos días, alegre y divertido». • «Vive alocadamente, que es lo que hay que hacer puesto que sólo se vive una vez». • «Una persona que está en la mejor edad y que ha de disfrutar». En muchos casos, la concreción de esta vida pasa por los verbos «divertirse», «pasarlo bien» y «disfrutar». No siempre está claro su contenido y a buen seguro que no es lo mismo para todos. Pese a esto, la proximidad de los dieciséis años y el estilo de ocio juvenil dominante en un determinado momento hacen que muchos y muchas lo concentren en la acción de «salir», con más concreción en ir «de fiesta», en algunos casos en ir a bares o discotecas. Así, un sector de los vividores se define como «fiesteros» o «con ganas de marcha». • «Una persona joven, que tiene ganas de salir, está poco concentrado». • «Una persona que intenta pasárselo lo mejor posible». • «Don fiestero, con ganas de vivir la vida». También aquí parte de la diversión, de la satisfacción, tiene mucho que ver con las compañías. No existe satisfacción si no se está con los amigos. Mayoritariamente se trata de vivir en relación, de conocer gente, de hacer conjuntamente. No podríamos decir que el adolescente es un personaje solipsista, que disfruta en la soledad. La diversión es hacer 38 y mantener amigos. • «Ganas de marcha, de hacer amigos y de vivir la vida». • «Lo definiría como alguien que tiene ganas de divertirse, pasárselo bien y estar con los amigos». La contraposición más patente a su deseo de placer vital o a su principio de realidad son los estudios. A veces, sus definiciones incorporan la percepción de los límites, sean éstos responsabilidades o imposiciones. La contraposición más patente a su deseo de placer vital o a su principio de realidad son los estudios. En unos casos como un elemento más («Persona que vive en la mejor época y sólo ha de estudiar y disfrutar») y en otros, como contraposición de obligaciones («Una persona que se tiene que divertir pero también estudiar»). Más adelante, en la idea que resume las características de la escuela adolescente, me referiré a la relación entre estas vivencias y la manía adulta tan de moda de la «cultura del esfuerzo». Los límites chocan con su necesidad de libertad y están representados en los adultos, especialmente en los padres y madres. Los límites, una vez más, chocan con su necesidad de libertad y están representados en los adultos, especialmente en los padres y madres. Para ellos y ellas los adultos nos hemos olvidado de cuando éramos jóvenes y, además, queremos frustrar su necesidad de disfrutar. A la necesidad de pasarlo bien se contrapone la «poca libertad en casa». El primero de los conflictos adolescentes pasa por la discusión sobre las salidas («Cuando tienes esta edad quieres salir y comienzan los problemas con los padres». «Juerguero y enfadado con los padres»). Al hablar tanto de los experimentadores, como de los vividores,como de cualquiera de las otras etiquetas descriptoras de la adolescencia, no estoy haciendo ninguna tipología de adolescencias. No definen la totalidad de lo que son, sino lo que viven con más intensidad, pero pueden servir para una primera aproximación a los climas que presiden sus mundos. 3. La condición adolescente es diversa y cambiante No existen sólo diversas formas de expresar la adolescencia, existen diversas formas de ser y de vivir la adolescencia. Ya he destacado la diversidad adolescente y sus formas de construirse como diferentes. Añadiré un apunte sobre cómo ellos y ellas se sienten diferentes. No existen sólo diversas formas de expresar la adolescencia, existen diversas formas de ser y de vivir la adolescencia. Ellos y ellas se enfadan cuando nosotros los unificamos en un único tipo de grupo, pero, además, insisten en que no todo el mundo vive de la misma forma la 39 situación que están pasando. Para ellos y ellas «cada adolescente es un mundo diferente» y «cada uno tiene su forma de ser». La singularidad no es sólo identitaria, tiene que ver con distintas formas de ir pasando esa etapa de su vida. Son conscientes de que las tensiones evolutivas generan comportamientos diferentes y de que pueden situarlos en diferentes formas de ser. Son conscientes de que las tensiones evolutivas generan comportamientos diferentes («Hay varios tipos: pajilleros, porreros, egocéntricos, prepotentes») y de que pueden situarlos en diferentes formas de ser. Saben que a su edad se puede ser «energético, rebelde, animado», pero que también «los hay que son burros». Los estados de ánimo diferentes, el posicionamiento vital variable, provocan que sean conscientes de que no todo el mundo afronta la etapa de la misma manera: «Hay algunos que se comerían el mundo y algunos otros están perdidos». La adolescencia es una realidad que puede pasar del blanco al negro en un intervalo de tiempo muy breve, lo que provoca perplejidad desesperante en las personas adultas de su alrededor. Si algo es la adolescencia, es una moneda de dos caras, una realidad que puede pasar del blanco al negro en un intervalo de tiempo muy breve. Eso que para las personas adultas que los rodean provoca una especie de perplejidad desesperante para ellos y ellas es la constatación de una ambigüedad inevitable. Se sienten omnipotentes, pero deben reconocer que todavía han de aprender mucho («Creemos que podemos serlo todo y hacerlo todo y no tenemos ni puta idea de la vida»). De vez en cuando recuerdan o les recordamos que existe el futuro, pero quieren vivir en el presente («Sólo piensa en el presente y no en el futuro»), y que deberían pensar «en estudiar para tener un buen futuro, pero que sólo piensan en divertirse». Todo podría ser estupendo pero no todos a su alrededor opinan lo mismo («Una persona que está pasando por un periodo muy majo de su vida en que a veces se siente incomprendido»). Por eso, dicen, tienen «temporadas débiles y pasotas» y, dado que no pueden decidir, «pasan de todo». Reconocen que no tienen suficiente poder sobre sí mismos, pero les consuela comprobar que los padres ya lo han perdido («Que no tiene suficiente poder sobre sí mismo pero tampoco sus padres pueden decidir por él»). Pese a las contradicciones, es una forma de ser positiva. «Es genial ser adolescente» y no dejan de ser «como una caja llena de pequeños tesoros». Sólo cabe que las personas adultas entiendan dos cosas: que son rebeldes y por eso «siempre han de tener la última palabra» y que tienen «muchos cambios de humor repentinos y sin motivo». A veces también se encuentran solos o están inquietos. Esperan de las personas adultas que entiendan que el adolescente es una persona «insegura, con cambios de carácter, que puede estar muy contenta, pero después, sin ningún motivo, estar triste y deprimida». Pero la positividad de esa forma de ser no quiere decir que no sea una etapa llena de dudas, de incertidumbre. «Hay veces que no sabe lo que le pasa, busca una respuesta y no la sabe. Tienen muchas preguntas sin respuesta... y muchas otras cosas». Puede ser una etapa «muy dura y en la que lo pasamos muy mal, por eso nuestro comportamiento cambia». Es la mejor edad pero «tiene muchos problemas». Podría ser fácil, pero es una 40 etapa complicada «porque es difícil que los demás lo entiendan y que él lo entienda». Está «aprendiendo y un poco en su mundo» y por eso «comete bastantes errores». Como persona que «todavía no ha decidido cómo quiere ser», acepta definirse como «persona complicada que comienza a entender el significado de la vida». En cualquier caso, no acepta que «le quieran imponer cosas... ya que lucha por sus ideas y libertades». ¡Ciertamente, sencillo de definir! En la práctica Ventajas e inconvenientes de la condición adolescente según los adolescentes En mi trabajo con adolescentes suelo preguntarles sobre las ventajas y los inconvenientes que le encuentran a la nueva situación en la que viven. Como he comentado a lo largo de esta idea clave, esas vivencias también están traspasadas por su condición de adolescentes diversos. Algunos se resisten a abandonar la tranquilidad de la infancia y otros quisieran ya ser jóvenes. Normalmente destacan los aspectos positivos de su nueva situación, aunque mayoritariamente no dejan de ser conscientes de la ambivalencia vital y social en la que están ubicados. Para permitir una aproximación rápida a esas vivencias, en el cuadro 2 he resumido las ventajas e inconvenientes que encontraron un grupo de adolescentes de quince y dieciséis años de extracción social mediaalta. ¿Qué es «normal» en un adolescente? (O qué podemos y no podemos esperar de ellos y ellas) No se trata de una pregunta destinada a descubrir las patologías adolescentes. De hecho, la mayoría de los instrumentos para «diagnosticar» los considerados 41 problemas adolescentes, aplicados estrictamente, atraparían entre sus categorías a buena parte de los chicos y chicas en un momento u otro de su adolescencia. Pero, como tendemos a definir el qué hacer con ellos y ellas, las intervenciones educativas, los procesos de aprendizaje, en función de los conflictos, las «anormalidades» y los riesgos en los que andan inmersos, resulta imprescindible que las personas que se relacionan con ellos y ellas, por ejemplo en la escuela, compartan una lectura sensata del mundo adolescente; reconozcan lo que es razonable que pase en sus vidas, lo que realmente debe preocuparnos y lo que son simples alarmas adultas, y eviten convertirse en los habituales aguafiestas de cualquiera de sus formas de felicidad. La tarea no resulta fácil. Para leer con sensatez sus vidas hay que comenzar por considerar que: • Lo que aparece, lo que manifiestan, sus expresiones, sean emocionales, lingüísticas o conductuales, no siempre coinciden con la realidad, no suelen ser un buen indicador de lo que les pasa. Para poder trabajar con ellos y ellas, a lo primero que hay que aprender es a no dejarse arrastrar por sus aparatosidades, descubrir las verdaderas dificultades bajo la teatralidad o la impasibilidad. Cuadro 2. 42 • En general, todo en sus vidas es provisional y transitorio. Hay que tener cuidado para no estabilizarlos en un problema, para no fijar identidades negativas con nuestras respuestas, para que no pierdan toda esperanza e ilusión de cambio (si algo perciben con facilidad es la desesperanza de los adultos). • Sería algo más fácil trabajar con ellos si supiéramos a qué atenernos, pero 43 pueden ser y hacer lo mismo y lo contrario con escasa diferencia de tiempo y en situaciones similares. En cualquier caso, recordemos que es «normal»: • Plantar cara al adulto, buscar el conflicto, rebotarse. • Rehuirnos, pasar de nosotros y, poco después, buscar nuestra presencia, necesitar la proximidad positiva, comprensiva, del profe, del adulto enrollado. • Exaltarse, vivir todo con gran entusiasmo, y abatirse, insistir en que nada vale la pena. • Estar superpasivos, no poder con su alma, y pasar a la hiperactividad, disponer de una energía que nos agota. • Expresar actuando (con la conducta y no con la reflexión) toda inquietud, agobio o preocupación. • Querer disfrutar y vivir con el máximo de intensidad y sin cortapisas. • Pensar sólo de vez en cuando en el futuro, elaborar metas y proyectos (a nuestros ojos) poco realistas, sin poner los medios para conseguirlos. • Avanzar, madurar..., pero ser inconstantes, experimentar parones y retrocesos. • Demostrar que son omniscientes («Yo lo sé todo») y omnipotentes («Tranquila seño yo controlo»). Sentirse invulnerables («A mí no me pasa»). • Arriesgarse, meterse en líos. Demostrar que están vivos tanteando la destrucción. • Intentar aclararse quiénes son. Intentar demostrar que existen (cualquier cosa menos pasar desapercibidos), que no son como nosotros, que son diferentes de otros adolescentes. Utilizar multiplicidad de conductas demostrativas, provocativas, para conseguirlo. • Sentir, pensar y actuar en clave de grupo. Tener a los colegas como referencia de todo. Todo esto y mucho más es su encantadora forma de vida para desesperación y angustia de las personas adultas que los rodean. Pero nos equivocaríamos si viésemos la adolescencia (las adolescencias), de entrada, como una colección de problemas. Propuesta para una primera tertulia: ¿Cómo nos hacen sentir? El texto que se ofrece a continuación proviene de una pequeña guía para padres y madres en la que se propone hacer de vez en cuando «tertulias de café y pastas» con el fin de compartir preocupaciones sobre las adolescencias de los hijos. Esos encuentros deberían servir para comprobar que las dificultades y las preocupaciones 44 son similares, que el hijo propio es tan encantador o tan insoportable como el de nuestros amigos o el de los otros padres y madres de la clase: No hace falta dedicarse a hacer una especie de revisión sistemática de nuestros recuerdos, pero, sin que apenas nos demos cuenta, esos hijos e hijas que crecen nos sitúan con frecuencia en nuestro pasado. Fíjate la facilidad con la que decimos «Yo a tu edad...», «Cuando yo era como tú.». Fácilmente reaparece nuestro pasado, nuestra adolescencia y nuestra juventud... y tendemos a comparar, a querer que sean como nosotros, a desear ser como ellas, como ellos. Cuando los hijos e hijas entran en la adolescencia hay que aprender a vivir en medio de un torbellino con algunos -breves- momentos de calma. Pero no por eso vamos a dejar de sentir rabia, inseguridad, preocupación, entusiasmo... Dejar de tener proyectos y fantasías en los que están ellos, tener reacciones imprevistas y descontroladas. Dediquemos nuestra primera tertulia a ver cómo nos hacen sentir, a dejar salir fuera el sinfín de emociones que nos hacen acumular. Hablemos de nosotros, interpelados, desestabilizados, airados o encantados con nuestros vástagos. Aquí tienes unas cuantas preguntas que pueden ayudarte a pensar y a tomar nota. Después coméntalas, relajadamente, y descubre qué tienes en común con tus colegas adultos y qué otras reacciones y sentimientos no te atrevías a reconocer. • ¿Qué siento hacia mi hijo, o mi hija, adolescentes en este momento? • ¿Con qué adjetivo definiría esta etapa de su vida? • ¿Qué se me mueve por dentro cuando pienso que puedo perder el control y el poder sobre él, sobre ella? • ¿Se me hace una montaña la sobrecarga emocional que, a estas alturas de mi vida, representan, después de tantos años de preocuparme por ellos? • ¿Qué expectativas, qué ambiciones tengo para él, para ella, y de las que comienzo a sentirme frustrado? Pero, no lo dejemos todo en negativo. • Aunque tengas que buscar mucho, ¿cómo te sientes cuando son responsables, sesudos, encantadoras, amables... ? (Funes, 1995a) 2. «En la juventud y en la belleza, la sabiduría es escasa» (Homero, siglo VIII, a.C.). 45 Idea clave 2 Para entender a los adolescentes primero hay que conocerlos Para entender a los adolescentes conviene mirarlos, observarlos, escucharlos, preguntarles. A menudo nuestros argumentos no son sus argumentos. Panoramas adolescentes Cae la tarde del viernes en un barrio cualquiera de la periferia de las grandes ciudades, en el rincón de alguna plaza un grupo de adolescentes habla, grita, ríe desproporcionadamente; algunos metros más allá, tres o cuatro más hacen quizás lo mismo, pero con una «litrona» entre las manos. No lejos, bastantes «bollicaos» comienzan su aprendizaje discotequero en la sesión de tarde, mientras hacen valer sus 16 años, reales o ficticios, para poder darle a la birra. Muchos otros pasean sus incipientes amores con el entusiasmo de quien descubre cada día la vida. Entre chupas de cuero, pantalones pitillo, minifaldas y rímel de reclamo, todavía hay quien arrastra la carpeta o la cartera. Hace pocas horas que muchos de ellos estaban en un aula. El lunes, todos habrán de encontrarse con algún profe; toda su pluriforme y atractiva existencia estará en una escuela. (Funes, 1995b) Pongamos una cámara en el pasillo de un instituto. Si aproximamos el zoom y lo movemos de un escolar a otro, el observador curioso detectará un complejo panorama de diversidad. Los pantalones de algunos barren el suelo con los bordes, otros parecen diseñados para que se pueda ver el tanga o el slip. Mientras que los ombligos de algunos van con piercing, otros rodean su cuello con pañuelo «palestino». Unos o unas parecen contestar frontalmente a la sociedad, mientras a su lado otros emulan activamente a «la Juani». Aunque se sentarán quizás en la misma mesa, unos traspasan la puerta afirmándose como«neopunkis» y los otros como «neojipis». No se trata tanto sólo de una afirmación estética de la diversidad, sino de formas de construcción a partir de aquello que denominamos «estilos de vida». Resultaría imposible entender a estos aspirantes a jóvenes sin considerar los diferentes componentes de las culturas vitales que asumen, reinventan, prueban de manera cambiante a dar respuestas activas a la pregunta de quiénes son. Sería imposible entender lo que son sin tener en cuenta que lo que hacen está al servicio de demostrar que existen, de hacernos ver que no son como nosotros, de dejar claro que cada uno quiere ser diferente. (Funes, 2009d) 46 He recurrido a dos descripciones (con quince años de distancia entre sí, que habrán cambiado cuando el libro se publique) para ponerle cara y ojos a ese adolescente con el que hemos teorizado hasta ahora, para convertirlo en el alumno concreto al que un día concreto hemos de educar. Situados ante un panorama así, ¿cómo reaccionamos los adultos, el profesorado, el colectivo de educadores y educadoras, los padres? ¿Con curiosidad, con desconcierto, con preocupación y, a veces, miedo? Probablemente haya quien no mire, no vea, a quien le parezca que no hay razón para percatarse de la realidad. Otros (deseo que la mayoría) querrán conocer, saber, aprender a descubrir de qué van sus vidas adolescentes. Pensarán en qué medida su tarea educativa, la construcción de una relación de influencia, va a depender del conocimiento mutuo. Descubrirlos día a día les conduce a la creatividad y a las propuestas de cambio, a la redefinición de su papel y de sus relaciones... Hay de todo. Algunos piensan que tendrán que aguantar a alumnos problemáticos que mejor estarían en la calle. Otros, simplemente, que se les va a pedir que asuman demasiados problemas. Advertía en la presentación que éste era un texto en el que hablaríamos de cómo son y cómo cambian los adolescentes, pero que lo haríamos para pensar en cómo educarlos. Ahora, lo que propongo es que nos pongamos a reflexionar sobre las formas de conocerlos, las formas educativamente útiles de conocer sus mundos adolescentes. En el desarrollo de esta idea clave van a predominar las sugerencias prácticas, activas. Las reflexiones previas estarán al servicio de tres propuestas concretas: 1. Cómo observar la realidad de la vida escolar del adolescente. 2. Cómo preguntar a los adolescentes para obtener alguna información útil. 3. Cómo trabajar con los adolescentes el conocimiento de su propia adolescencia, especialmente desde la tutoría. Previamente, debemos resolver algunas dificultades, algunos argumentos en contra de la propuesta de conocer. ¿Por qué necesita un profesor conocer a su alumnado, incluida su condición adolescente? Parte de las razones son inherentes a la propia condición del acto de educar, que se produce siempre en la relación con un adolescente, aunque uno quiera limitarse sólo a enseñar. Otras tienen que ver con la escolarización obligatoria, con el qué hacer cuando toda la adolescencia de un territorio ha de caber en la escuela. ¿Enseñar o comprender al alumno? Antes y ahora hay quienes niegan la necesidad de esa «comprensión» del alumnado. Contraponen la «lógica de la materia», de «la disciplina», a la lógica de los procesos educativos escolares. Dicen enseñar una materia (se supone que de manera coherente y efectiva) con independencia del sujeto que la ha de aprender. Escolarización obligatoria y escuela comprensiva son sinónimos de situaciones educativas imprescindibles para el desarrollo humano de la infancia y la adolescencia. 47 Aunque éste no es un tema del libro, me gustaría recordar que cuando hablamos de sujetos que pasan por etapas evolutivas diferentes (que como hemos visto los hacen ser diferentes y no sólo ma yores o menores) y de escuelas organizadas en ciclos educativos, estamos estableciendo una relación en la que una parte del desarrollo se encuentra asociado y condicionado por la escuela. Durante muchos años de vida infantil y adolescente, los chicos y chicas van a ser lo que son, en parte, gracias a la institución escolar. En ella se les brinda la posibilidad de obtener las relaciones sociales básicas, una serie de estímulos madurativos, elementos diferentes de los de su origen para descubrir una parte de la realidad. Tienen la posibilidad de dominar diferentes técnicas e instrumentos para conocer, ejercitar las capacidades adquiridas y organizar de manera progresiva su persona. Escolarización obligatoria y escuela comprensiva son sinónimos de situaciones educativas imprescindibles para el desarrollo humano de la infancia y la adolescencia. Se podría afirmar que la lógica escolar debería ser la lógica del desarrollo, es decir, que cualquier etapa de la escuela obligatoria debería estar diseñada para generar esos procesos de crecimiento de los que estamos hablando. Conocer cómo son y cómo evolucionan es condición inevitable para ser útiles en ese proceso evolutivo. Conocer cómo son y cómo evolucionan es condición inevitable para ser útiles como escuela en ese proceso evolutivo. Sin embargo, no está claro que esto sea siempre así. La escuela se mueve a menudo en función de la lógica del aprendizaje académico y del papel selectivo que socialmente tiene encomendado. La tendencia «natural» es la de definir secuencias de aprendizaje imprescindibles en las que hay un orden impuesto por la coherencia de los conocimientos. Todo saber académico tiene su razón de ser, sus saberes previos y posteriores. No hay por qué preguntarse si contribuye a estimular el desarrollo y de qué forma lo hace. Especialmente, desde que nos encontramos ante el fenómeno de una escuela de masas, pensada para que acceda a ella la mayoría de la población, la primera de las tensiones escolares -que llega a su paroxismo en la secundarianace por la confrontación que se produce entre la lógica académica y la lógica del desarrollo. Saber cómo son es la única manera de ayudarles a reconciliarse con su condición y a proyectarse de manera no problemática con su futuro. ¿Por qué debemos plantearnos el conocimiento de los alumnos adolescentes? Por la simple razón de que los objetivos educativos que persigue la escuela secundaria, u otra institución educativa en esas edades, tienen que ver con su condición adolescente. Si pretendo, por ejemplo, que adquieran la capacidad de afrontar y resolver problemas, tendré que comenzar por conocer sus formas de analizar la realidad, las maneras de razonar, los intereses y motivaciones, etc. Hacer que lleguen a ser supone conocer cómo son ahora. Saber cómo son es la única manera de ayudarles a reconciliarse con su condición y a proyectarse de manera no problemática con su futuro. Además, aunque no lo quisiera saber, su condición adolescente va a estar presente en cualquier acción educativa, incluidos los procesos más simples de aprendizaje. 48 Por qué hacen lo que hacen La relación educativa con el adolescente puede resultar exitosa en la medida que tenemos interés por saber cómo son. Se trata de comprender, en definitiva, para acertar en la intervención. El segundo grupo de razones tiene que ver con la necesidad, ya repetida, de construir un discurso positivo sobre la adolescencia. Una vez aclarado que debemos comenzar por atenuar la hostilidad de la mirada, se deduce la necesidad de conocer y comprender la complejidad del mundo adolescente. La relación educativa con el adolescente puede resultar exitosa en la medida que tenemos interés por saber cómo son, descubrimos la lógica que explica su conducta. Se trata de comprender, en definitiva, para acertar en la intervención. Este acercamiento interpretativo ha sido denostado a menudo como una imposición psicologicista. La propia invocación de la condición adolescente para discutir las formas razonables de trabajar en la educación secundaria se ha visto como una confrontación entre los «amigos» de los adolescentes y los verdaderos profesores. Dejaré para la idea clave 7 el debate sobre las relaciones entre educación e instrucción en la educación secundaria, pero, sea cual sea la posición adoptada, resulta inevitable aceptar que para educar o para instruir hay que comprender su realidad. Intentamos conocer y comprender sus mundos, aunque sólo sea porque en ellos están muchas de las claves de por qué aprenden y cómo aprenden, y, si se quiere, la mayoría de los componentes para poder influir de manera positiva en sus vidas. Para tranquilidad de todos habrá que dejar claro que comprender no es bendecir. No se trata de convertir a todo adolescente en un santo permanente. Comprender es simplemente entender lo que pasa utilizando también otros argumentos, otras lógicas diferentes de las adultas, tener en cuenta otras razones, aceptar que pueden atribuirles otros sentidos. Flexibilidad no es igual a tolerancia generalizada o permisividad sistemática, es tan sólo saber que toda repuesta educativa supone tener en cuenta la realidad personal y las circunstancias de la conducta. Convengamos, pues, en que tenemos ante nosotros a adolescentes y no a simples alumnos. Por eso necesitamos conocer y encontrar la lógica adolescente de sus formas de actuar, de ser y de aprender. También, en que no basta con consultar un manual que nos explique cómo son, porque la composición de los grupos y las dinámicas de relación generan adolescencias diversas y porque este año pueden ser diferentes del anterior o en este instituto diferentes de los de al lado. Necesitamos observar y conocer a partir del día a día. Aceptemos que ya no son sujetos pasivos, que tienen sus visiones, vivencias, razones, lecturas sobre la realidad (incluidos nosotros y nuestra pretensión adulta de educar) y sus mundos adolescentes. Necesitamos, por lo tanto, conocer sus «argumentos». Necesitamos conocerlos para encontrar la lógica adolescente de sus formas de actuar, de ser y de aprender: necesitamos conocer sus «argumentos». 49 Abrir los ojos, mirar, descubrir y escuchar para entender Volvamos a las imágenes iniciales de esta idea clave y pongamos en marcha la cámara convencidos de que, día a día, necesitamos saber de qué pie calzan los chicos y chicas con los que vamos a convivir y, además, necesitamos tener lecturas y visiones para compartir con los otros adultos que están en sus vidas. La secuencia debe comenzar por mirar. No todos los adultos miran a los adolescentes, no todos consideran que se trate de realidades a las que se deba prestar atención. Con frecuencia las dificultades de relación con los adolescentes no se basan en problemas, sino en un profundo desconocimiento. Educar la mirada supone querer ver y saber observar, demostrar que nos interesan. Educar la mirada (a veces cansada ante escenas que parecen repetirse) supone poder ver, poder darse cuenta, hacer que se nos escapen menos cosas significativas de sus vidas. No todo lo que vemos tiene valor educativo, por lo que se trata de observar, de aprender a prestar atención a aquello que es significativo (no olvidar que la significación nada tiene que ver con la aparatosidad). En algunos momentos o para algunos aspectos, deberemos investigar, preguntarnos y preguntar, plantearnos hipótesis explicativas sobre lo que sucede en sus vidas o las actuaciones que pueden ser más eficientes. Con frecuencia se tratará de descubrir, de interpretar y de aplicar los conocimientos y la experiencia acumulados a una nueva situación. Paralelamente, esta secuencia de conocimiento nos lleva a saber escuchar, a tener en cuenta lo que dicen (con sus diversas formas de comunicación) y lo que no dicen. A veces, a preguntar directamente, a demostrar el interés por sus vidas y a dejarnos enseñar, a aprender de ellos y ellas. Además, si observamos y escuchamos, lo que recogemos debe tener valor y debemos dárselo. Consideramos, tenemos en cuenta sus aportaciones a la lectura de la realidad y de su realidad. Solemos fracasar en nuestro trabajo con ellos y ellas, entre otras razones, por no mirar, no preguntar, no intentar entender. Ni ellos ni nosotros tenemos visiones únicas y homogéneas, pero las suyas suelen ser muy diferentes de las nuestras. No queda más remedio que pararse a descubrir qué les preocupa (en algunos casos qué hemos conseguido -para bien y para malque les preocupe) y cómo les preocupa. Además, están sus razones, sus lógicas, sus argumentos. Necesitamos tener en cuenta sus universos de sensibilidades hacia unas cuestiones u otras, las valoraciones que adjudican a unos u otros comportamientos, las explicaciones de las que echan mano, la argumentación con la que se desenvuelven. Mirar es querer ver y saber observar. Es demostrar que nos interesan ellos y ellas, todas su persona, desde una proximidad permanentemente curiosa. No se trata de contemplación seráfica ni de justificación universal de sus vidas. Mirar 50 no es sonreír viendo cómo se destruyen. Mirar es querer ver y saber observar. No es focalizar sesgadamente. Es demostrar que nos interesan ellos y ellas, toda su persona, desde una proximidad permanentemente curiosa. Escuchar sus argumentos no es darlos por buenos, es tan sólo aceptar que -sólidos, débiles o incoherentes- representan perspectivas inevitables, criterios clave para poder llegar a construir una verdadera relación de influencia. Una cosa tan sólo hay que aceptar: que es posible que nuestros argumentos entren en crisis, se descubran como incoherentes e hipócritas y tengamos que reconocer (al menos en nuestro fuero interno) que tienen una buena dosis de razón cuando nos llevan la contraria. No se trata de saber cómo son ni de sistematizar lo que dicen, piensan o hacen; sino que aquello que realmente importa es recoger, tanto como sea posible, sus argumentos, sus formas de ver, sentir e interpretar lo que están viviendo. Necesitamos detectar cómo interpretan, cómo dan significado a lo que según nosotros describe su situación. Necesitamos descubrir, de forma dinámica, cuáles son los argumentos vitales que están detrás de sus comportamientos. Por eso hablamos de «argumentos adolescentes», porque para saber lo que son necesitamos incorporar sus miradas. Necesitamos descubrir cuáles son los argumentos vitales que están detrá de sus comportamientos. ¿Por qué tanta insistencia en conocer? Más de un lector se esté quizás preguntando por qué pongo tanto énfasis en la necesidad de observar, escuchar y preguntar al adolescente. ¿No debería ser algo que habría que hacer siempre en todas las etapas educativas? La actitud de escucha y la receptividad hacia lo que nos propone el otro son, ciertamente, inherentes a la educación y a cualquier forma respetuosa de atención a las personas. Pero, en el tiempo adolescente, existe un conjunto de razones añadidas que la convierten en imprescindible (y en compleja). No hay posibilidad de influir en el adolescente sin que el perciba que lo tenemos en cuenta. Necesitamos observar, escuchar y preguntar porque no hay posibilidad de influir sin que el adolescente perciba que lo tenemos en cuenta. No podemos olvidar que se siente sujeto único, que está descubriendo lo que percibe como realidades nuevas, que se siente a la vez incomprendido y omnipotente. No va a aceptar nuestras propuestas si no descubre antes que van con él, que existe alguna conexión entre su mundo y el nuestro. Aceptará mejor nuestras propuestas si descubre que se le escucha, que -sin tener que darle siempre la razón- se le tiene en cuenta. Por si ésta no fuera suficiente razón, podríamos invocar la que llevo recordando desde el principio: no es nada fácil entender sus mundos, no se trata de la tranquilidad y estabilidad de la madurez infantil de 4.° de educación primaria. La complejidad exige multiplicidad de formas de aproximación al sujeto que hay que conocer. La adolescencia siempre es una caja de sorpresas que requiere constancia y habilidad para ser abierta. 51 He repetido continuamente la palabra «argumentos». Me gustaría destacar que no quiere decir exactamente «razonamientos» (ideas más o menos ciertas para defender algo). Quiere decir, también, perspectivas del enfoque, significado e importancia vital (estar a favor o en contra supone una forma u otra de sentirse adolescente). Igualmente, significa orden y secuencia de la argumentación verbal, pero también secuencia emocional, encadenamiento de vivencias, emociones, expectativas, deseos y malestares atribuidos, etc. (argumentan por lo que han sentido con una experiencia u otra, con las vivencias de otros miembros del grupo, con las necesidades de sentirse igual o diferente). En resumen, argumento es globalidad de formas personales de considerar una conducta, una actividad o un hecho que analizan y defienden o rechazan desde dentro de sus lógicas vitales adolescentes (no se trata de debatir y convencerlos, sino de considerar un conjunto de influencias encadenadas que afectan a su conducta, su posicionamiento en el entorno, su ubicación en el mundo). Descubrir sus argumentos es descubrir de qué manera «reflexionan» y «hablan» sobre el mundo, cómo procesan la información, cómo aprenden, cómo se apropian o se desprenden de los diferentes conocimientos. Los adolescentes deben percibir que escuchamos, que siempre intentamos descubrir su «argumentación» antes de construir nuestras respuestas. Se trata, en cualquier caso, de una actitud educativa que podríamos denominar transversal y permanente. No se trata de hacerlo de vez en cuando, sino de tenerlo presente en cualquier actividad, ya sea cuando aprenden, cuando se educan en valores, cuando conviven o cuando participan en la vida de la escuela. Siempre deben percibir que escuchamos, que intentamos descubrir su «argumentación» antes de construir nuestras respuestas. No se trata de una actividad de tutoría, sino de una actitud activa que preside también las relaciones con los adolescentes en matemáticas o en educación física. En la práctica Tres propuestas para aplicar 1. Propuesta para observar y conocer al alumnado adolescente En la escuela, la observación sistemática no es una actividad que deba aparecer, de golpe, cuando se hacen adolescentes. Desde las primeras etapas infantiles 52 cualquier profesional de la educación sabe que parte de su tarea consiste en ir conociendo a sus alumnos y los procesos madurativos, socializadores y de aprendizaje que se van produciendo en sus vidas. No se entendería, por ejemplo, a un educador de preescolar que no considerase tarea principal observar el conjunto de la evolución personal de sus alumnos y aplicar luego diferencialmente los diversos estímulos educativos previstos. Con la adolescencia ya he advertido que se suele cometer el error de pensar que «ya crecieron» y no hay por qué prestar atención a su momento evolutivo, cuando en realidad buena parte de lo que son y de lo que serán depende de sus interacciones escolares. Como repetiré al hablar de la escuela adolescente, estamos ante personajes que practican sus adolescencias en la escuela, que en parte son lo que hacen en la escuela, que la escuela puede hacer su tarea en la medida que conoce sus adolescencias. Qué hay que seguir observando en la educación secundaria obligatoria La observación sistemática en la escuela secundaria obligatoria tiene, en parte, una estructura similar a la de otras etapas educativas. Tan sólo se trata de considerar normal que se produzca y planificar la actividad de los equipos para realizarla. Observamos porque tenemos interés por el adolescente, porque nos importa su persona. Observamos porque se trata de conocer, no de tener un diagnóstico previo; de ir conociendo, no de saberlo todo desde el principio; de ir descubriendo adaptaciones, maduraciones, reacciones. La mirada observadora que hemos descrito es, además, sistemática. Es decir, que se hace de manera prevista, pone énfasis en determinados aspectos y la hacen todos los profesionales que, en diferentes contextos y momentos, tienen relación con el sujeto educativo. Es una observación a partir de la cotidianeidad, de lo que pasa cada día en el aula, en el pasillo o en el patio. Es una observación de múltiples aspectos y es similar para todos los alumnos (no es el seguimiento singular de los alumnos difíciles). Para planificar adecuadamente los aspectos globales de la observación remito al lector a las diversas monografías existentes. Para no caer en la tentación de inventarla para los adolescentes, he resumido en el cuadro 3 la estructura básica, útil para todos los ciclos, con algunos acentos adolescentes. Cuadro 3. Esquema básico de la observación sistemática en la escuela 53 Observar a fondo sus adolescencias Junto al recuerdo básico de lo que debe ser una propuesta estable de observación en cualquier escuela, como instrumento habitual de su forma de trabajar, sugiero que, de manera singular para la educación secundaria y su alumnado adolescente, ampliemos las formas de mirar y observar a otros muchos aspectos de su condición adolescente. Las razones añadidas debemos encontrarlas en la conformación de la propia adolescencia, que en la idea clave anterior definíamos como un «producto contextual», como el resultado cambiante de un conjunto de interacciones. Todos los meses de septiembre, cuando todavía no ha comenzado el curso, hay que preguntarse cómo serán los adolescentes que volverán a cruzar las puertas de la escuela o que vendrán por primera vez, abandonando poco a poco su infancia. Hay que hacer el ejercicio, personal y de equipo educativo, de intuir y descubrir cuáles serán las variables que condicionarán en este nuevo curso sus formas de ser adolescentes, de estar en la escuela y de hacer aquello que les propondremos. Una reflexión que inevitablemente resulta nueva porque su realidad es cambiante y porque no está claro que la diversidad adolescente que se vaya a conformar en las aulas vaya a seguir siendo la misma del año anterior. 54 Recordemos que el alumnado de un aula, de una escuela, no es la suma de un conjunto de individualidades ni la simple agrupación de categorías diferentes de alumnos. Los habitantes de un espacio educativo adolescente son fundamentalmente el producto de un conjunto de interacciones. Siempre, pero mucho más en la adolescencia, los alumnos son el resultado de la socialización que se produce entre ellos. Sujetos con bagajes familiares o sociales similares componen un panorama educativo diferente en función de las composiciones e interacciones de grupo de ese momento vital concreto. Los alumnos que al inicio de esta idea clave describíamos entrando en su escuela o abandonándola un viernes componen realidades que pueden ser muy diversas en función de quien traspasa con ellos el umbral. Muchas escuelas definen previamente (implícita o explícitamente) a quien quieren escolarizar y eso supondrá una u otra clientela adolescente. Son poblaciones adolescentes a menudo sesgadas. Necesitamos, de entrada, conocer las adolescencias de nuestra escuela concreta y ponerlas en relación con el panorama de adolescencias diversas que en ese momento están presentes en el entorno del que provienen (necesitaremos actualizar nuestro conocimiento sobre las adolescencias en general). Después, habrá que acordar a qué prestaremos atención (en la observación cotidiana sistemática que hemos adoptado) para irnos aclarando sobre cómo son, cómo actúan, cómo cambian y el sentido que parece tener lo que hacen. Propongo compartir una pauta en la que se tenga en cuenta, entre otros aspectos, los que se ofrecen en el cuadro 4. Cuadro 4. Pauta para observar adolescencias en las instituciones 55 56 Después de las dos propuestas de observación es normal que aparezca el interrogante de cómo se realiza todo eso en la práctica. No puedo explicar aquí los diferentes instrumentos que permiten observar y conservar la observación para atribuirle significado y valor educativo. Tan sólo quisiera recordar que si los adolescentes se consideran «exploradores», los adultos educadores deberíamos ser antropólogos implicados, que escriben rigurosamente su diario de campo (cuaderno de clase, cuaderno del profe), que después de haberse entrenado para mirar con curiosidad positiva las adolescencias que los rodean toman nota de lo que ven para poder sopesarlo, relativizarlo, tenerlo en cuenta y construir de otra forma su relación educativa. Esas notas deberían luego poder ser contrastadas con los colegas del equipo para poder tener una lectura similar de lo que son y del sentido de lo que hacen, para poder hacer reuniones sobre los alumnos adolescentes y no sobre los problemas escolares de algunos adolescentes. 57 2. Decálogo para preguntar a los adolescentes y obtener respuestas útiles Buena parte del conocimiento de la realidad de los adolescentes con los que convivimos se puede adquirir simplemente observando y escuchando, además de creando las condiciones para que hablen. Pero, de vez en cuando, hay que preguntar. Los padres y madres se quejan de que sus hijos no hablan y de que tampoco obtienen gran cantidad de información preguntando. En un espacio educativo, en la escuela, cuando se trata de tener una sesión individual de trabajo personalizado, de seguimiento, de discusión sobre dificultades o conflictos, los «interrogatorios» de despacho se convierten en una secuencia de preguntas a las que siguen monosílabos, dejados caer con mayor menor desgana. Igualmente ocurre en los dispositivos de salud cuando el profesional, habituado a otros pacientes más dóciles, desgrana las preguntas previstas en un protocolo. El resultado es una sensación de no saber cómo llegar a saber y una gran duda sobre el valor de la información obtenida. En alguna de las otras ideas clave de este libro se aborda la manera de construir circunstancias, entornos, contextos, en los que nos sea más fácil conocer al adolescente. Conviene recordar que el método de entrevista de despacho o de interrogatorio formal en casa tiene siempre grandes dificultades y contradicciones. No obstante, cuando en diferentes momentos preguntamos para saber, conviene recordar algunos criterios como estos: 1. Esperar el momento. Evitar preguntar cuando temen ser preguntados y reaccionarán negativamente o darán una respuesta preparada (todo buen adolescente que llega tarde a casa recorre el camino elaborando la «moto» que venderá a sus padres). Es mucho más fácil que expliquen algo cuando no parece haber problemas en el horizonte (cuando creían olvidado el conflicto, cuando no estamos buscando directamente si se droga, cuando las dificultades parecen ser agua pasada). 2. No hacer más de «dos» preguntas seguidas (en casa, después de la ristra interrogativa sobre «De dónde vienes», «Con quién estabas», «Qué hacías», etc., el adolescente acaba preguntando si está en una comisaría). Las preguntas directas deben estar diluidas entre otros comentarios e intercambios de informaciones. Estamos juntos para «hablar» no para preguntarles. No siempre lo que quieren decir es lo que nos interesa saber, aunque debería interesarnos. No siempre están dispuestos a explicar lo que deseamos saber. 3. Explicar algo propio entre medio. La adolescencia ha supuesto el final de la «minoría». Para ellos y ellas «hablar» con las personas adultas comporta dar por supuesto un cierto diálogo en pie de igualdad. Se rompe la idea unidireccional del interrogatorio cuando se hace conocedor al adolescente de información singular, propia, relacionada con la vida que hemos de compartir (en casa, por ejemplo, es 58 más fácil que nos hable de sus dificultades si nosotros, sin rollos extraños, le hacemos partícipe de algunas de nuestras dificultades laborales; en la escuela, podemos hablar sobre su implicación en un conflicto en la medida en que le hacemos conocedor de nuestras dificultades para encontrar una respuesta adecuada; en una actuación de salud podemos hacer que aporte información clave si le explicamos nuestras dificultades para establecer un diagnóstico). 4. Deducir, aunque sea de forma incompleta. No siempre es necesario preguntarles, los adolescentes con la cara pagan. Sus rostros, sus actitudes, sus rebotes, sus silencios o sus discursos son una gran fuente de información (si se les mira y se les escucha). Hay que aprender a deducir. Deducir, no interpretar sesgadamente con claves psicopatológicas o de angustia avanzada (es fácil deducir cuánto han bebido a partir de cuánto dinero se pueden gastar; saber sobre sus amigos es más útil que preguntarle si consume drogas). 5. Preguntar lo mismo, pero de otro sujeto, de otros miembros del grupo o de otro grupo. Cualquiera que se relacione con adolescentes conoce cómo se refieren a otros («El otro día, un amigo.») cuando en realidad hablan de sí mismos. Es más fácil que acudan en grupo a hablar no se sabe de quién que presentarse solos a hablar directamente de sí mismos. Se trata de aplicar en muchos momentos la misma técnica perifrástica suya, interesarse por otros u otras situaciones para acabar sabiendo sobre ellos y ellas. 6. En algunos momentos ser francos y expresar nuestra preocupación. Su tendencia a negar que ellos tengan algún problema se desmorona cuando han de hacer el ejercicio de «tranquilizarnos», de darnos las explicaciones que nosotros les daríamos a ellos. El juego florentino de las preguntas y respuestas, consciente en ambas partes, se convierte en comunicación directa cuando se les deja clara la razón de por qué queremos saber, aceptando que a lo mejor estamos equivocados en nuestra preocupación y que no tienen por qué darnos explicaciones. 7. No acusarlos. Aunque las dos partes sepamos claramente que el tema tiene que ver con ellos, comenzar por hacer que asuman su «culpabilidad» nos va cerrar todas las puertas de la información significativa sobre un hecho o una circunstancia personal. Cuando consideremos la cuestión de la responsabilidad ya entraré en el tema de las «excusas» (siempre tienen alguna). Ahora, cuando se trata de saber actuar adecuadamente, lo que pretendemos es que no se pongan el caparazón de la autodefensa. 8. Dejarse engañar. Que quede claro que he escrito «dejarse». Si nos engañan y no nos enteramos, se trata de una incompetencia nuestra. Hay que permitir que nos expliquen relatos que sabemos inciertos o que están destinados a engañarnos. Pero no es cuestión de dejarlos pasar, sino de encontrar el momento para que perciban (no siempre para que lo reconozcan) que somos conscientes del engaño. Hay quien cree que en la educación no debe aceptarse la «mentira». Ciertamente es un criterio general válido, pero con los adolescentes no se trata exactamente de 59 «mentiras», sino de líos en medio de su vida liada, explicaciones contra la angustia, la confusión o el conflicto que les parecen salidas útiles. Lo importante es que descubran que no necesitan construir esos relatos para relacionarse con nosotros, que no les son útiles, que en un momento u otro intentaremos aclarar la situación, aunque sólo sea para ayudarles a aclararse ellos mismos. 9. Esperar para conocer más. No querer saberlo todo desde el primer momento. Ellos y ellas irán dejando caer parte de sus relatos en diferentes situaciones. Conocerlos supone ir sumando observaciones, informaciones indirectas y respuestas directas. La suma progresiva de ese conocimiento nos permite, a menudo, evitarnos preguntas. Además, no se trata de saber de entrada, sino de mantener el conocimiento de su realidad mientras continúa su relación con nosotros (a veces, cuando adquirimos un conocimiento global de cómo son, parecen haber cambiado). 10. Guardar la confidencialidad. La información que facilita un adolescente siempre está circunscrita a un pacto de ayuda, en unas determinadas circunstancias y con unos adultos concretos. Como norma general no debe divulgarse nunca fuera de ese contexto y el adolescente debe tener la seguridad total de que será así. Pero, ahora, me refiero a la confidencialidad «temporal» en nuestra relación con ellos y ellas. En momentos «más flojos» nos explican cosas que debemos guardar para aplicar adecuadamente en nuestra lógica educativa cotidiana, pero no debemos hacer uso a posteriori de esa información (cuando ante un nuevo riesgo nos dicen que controlan, no podemos recordarles que no es así porque, tiempo antes, nos explicaran angustiados una situación similar de descontrol; ellos saben que lo sabemos, pero no se lo recordamos, sino que buscamos otros argumentos para que sean más conscientes de sus debilidades). 3. Hablar sobre sus adolescencias. Preparar y aplicar un cuaderno de trabajo para la tutoría La experiencia de «El mundo de los adolescentes explicado por ellos mismos» En diferentes momentos de este texto me he referido al documento Arguments adolescents (Funes, 2004a), que es, en parte, el resultado de un tiempo de investigación acción con un grupo de institutos de diversos lugares de Cataluña. Una parte de ese trabajo consistió en probar una metodología de escucha y crear un cuaderno de trabajo sobre la adolescencia que fuera útil en la tutoría o en diferentes momentos de la actividad educativa. Recuperando elementos de aquella experiencia, sugeriré algunas ideas sobre la utilidad que tiene este tipo de instrumento para entender a los adolescentes. Recordemos los dos grandes objetivos de este tipo de actividades. El primero, compartido con otras técnicas, consiste en saber, de primera mano, algo más sobre su momento adolescente. El segundo, mucho más significativo, consiste en generar 60 de manera sistemática un conjunto de ocasiones para que puedan «hablar» sobre sus adolescencias. Todos los cursos, aunque sólo sea siguiendo las informaciones periodísticas, podemos disponer de una buena cantidad de datos sociológicos sobre los chicos y chicas adolescentes y algunos de sus comportamientos (qué hacen o dejan de hacer, qué consumen, qué opciones ideológicas parecen sustentar, etc.). Pero, como ya sabemos, este conjunto de informaciones no resuelve (más bien los incrementa con visiones sesgadas) algunos problemas y dificultades con los que nos encontramos cuando debemos trabajar con ellos y ellas. Suministran una visión demasiado condicionada por la perspectiva adulta y no facilitan formas razonables de influencia educativa, no incorporan su visión, sus vivencias, etc. Nuestra pretensión es otra: obtener una visión actualizada del mundo adolescente a partir de cómo se ven y se viven los mismos adolescentes. Los instrumentos para conseguirlo deben ser otros. Características de un «cuaderno de trabajo» En nuestra experiencia quedó claro que la actividad de escucha, comenzando por el cuaderno de trabajo, debía permitir combinar el conocimiento y la actuación educativa directa, y facilitar la descripción, la situación sociológica, la aproximación antropológica y la comprensión psicológica para ayudarles a gestionar sus adolescencias. Aquel «cuaderno de trabajo» pensado para la tutoría fue y, si lo construimos y aplicamos, deberá ser un elemento dinamizador dentro de una metodología más amplia cuyos principales actos deben ser: • Demostrarles de maneras diversas que sus adolescencias también forman parte de nuestro interés y de nuestras preocupaciones educativas. • Pedirles respuestas y reflexiones a partir de un «cuestionario» (en una sesión o en diferentes momentos). • Observar (anotar) sus actitudes, comentarios, silencios, etc. cuando se dedican a esa actividad. • Devolverles los resultados globales para que unos y otros conozcan lo que dicen. • Discutir y comentar. Seleccionar temas y cuestiones que consideremos significativos. Usar sus respuestas para destacar otros temas o apuntar otras interpretaciones. • Aportar nuestra perspectiva. Discutir sus «argumentos». Contestar a sus «preguntas» (pertinentes o impertinentes). Contraargumentar y debatir. El cuaderno de trabajo, que deberemos reelaborar curso tras curso, ha de responder siempre a cuatro características: 1. El lenguaje utilizado ha de ser próximo al que utilizan los adolescentes (no con sus argots, pero suficientemente próximo a sus expresiones) y las situaciones deben ser cercanas a sus experiencias. Han de poderse identificar con los diferentes enunciados o situaciones propuestos. 2. El formato, atractivo, (en nuestra experiencia se utilizó el papel, pero hoy 61 podríamos hacerlo con formatos digitales, redes compartidas o mixtos) ha de ser interpretado como un cuaderno de trabajo sobre sus vidas y no como una simple encuesta. 3. Abordar buena parte de lo que habitualmente son sus preocupaciones e intereses, así como algunas cuestiones puntuales que en el momento o en el grupo parecen ser significativas. No debe ser planteado como un cuestionario ni sobre drogas, ni sexo, ni ninguno de sus supuestos «problemas», aunque los incorpore (no preguntar sobre problemas que no tienen, ni dejar de preguntar sobre lo que les preocupa). 4. Siempre debe tratarse de una propuesta de trabajo basada inicialmente en el anonimato. Una propuesta de «contenidos» En nuestra experiencia, el contenido se acabó estructurando en seis grandes apartados (cuadro 5) sobre lo que nos parecieron aspectos importantes de su vida y en los que trabajar a posteriori. Para facilitar la elaboración del cuaderno propio de nuestro grupo de adolescentes, sugeriré en el cuadro 5 una propuesta actualizada de estructura y de contenidos básicos. En cada uno de los apartados deben mezclarse formatos diferentes para obtener la información: preguntas básicas sobre sus contextos sociales más próximos (datos sociológicos básicos), descripciones de carácter personal, posicionamientos y valoraciones, análisis de dilemas y toma de decisiones, opiniones y actitudes, argumentos vitales propios ante diferentes realidades, etc. Cuadro 5. El mundo de los adolescentes 62 63 64 Algunos ejemplos • La introducción «A veces las personas adultas hablamos de los chicos y chicas adolescentes sin saber qué es aquello que pensáis realmente. Este cuestionario intenta recoger qué pensáis los adolescentes, cuáles son las cosas que os interesan, las que os preocupan, las que os motivan... Pretendemos hacernos una idea de cómo es el mundo de los adolescentes visto por vosotros mismos..., o sea, nos interesa saber cómo lo ves tú y cómo lo ven otros chicos y chicas de tu edad. A continuación encontrarás preguntas, ejercicios, frases a medio escribir... que tendrías que leer con atención y contestar sin pensártelo demasiado. Es posible que encuentres algunas preguntas que consideres muy personales. Recuerda que todo aquello que escribas en este cuestionario es confidencial y anónimo». • Un dilema «Mireia y Kevin tienen 16 años, van al instituto y salen desde hace dos meses y medio. La semana pasada mientras tenían relaciones sexuales se les reventó el preservativo. Ahora están asustados, no saben qué les puede pasar ni qué tienen que hacer». • Cómo preguntar sobre el consumo de drogas «¿En tu grupo de amigos hay alguien que fume porros? ¿Qué piensas?». • La comprensión familiar «A veces los adolescentes y los jóvenes se quejan porque los padres no los entienden o ven las cosas de una manera muy diferente. ¿Cuál es tu caso? Explica cómo ves tú la relación con tus padres. ¿Dirías que es buena, que os 65 tenéis confianza y que te entienden, o más bien todo el contrario?». • Solidaridad entre amigos «Tengo un amigo de 15 años que siempre que vamos de fiesta se emborracha. Mezcla mucho y alguna vez se ha quedado inconsciente. El último día me asusté y no sabía qué hacer. Pensé en llamar a sus padres, pero sabía que no me lo perdonaría, también pensé en llevarlo a mi casa, pero... qué dirían mis padres. ¡Otra opción era quedarme con él hasta que se le pasara... estaba hecho un lío! ¿Qué harías tú?». • Valorar el instituto «Hoy te dejaremos poner las notas a ti. Intenta hacerlo de una manera justa y seria. Todas las valoraciones que te pediremos van del 1 al 10. Marca el número que más se ajuste a tu evaluación». • Cambiar el mundo «Imagínate que tuvieras el poder de cambiar aquello que quisieras de tu alrededor, de tu barrio, de tu país... del mundo. ¿Qué cambiarías?». Hablar de su adolescencia y hablar a partir de sus voces y sus argumentos resulta atractivo y útil. No suelen estar acostumbrados y cuando esta práctica se produce lo agradecen. • «Yo he dicho lo que creo de verdad. [...] Muchas gracias por dejarme desahogar un rato y por hacerme perder dos horas de clase. Adiós». • «[...] Vivimos en un mundo materialista, las cosas importantes de verdad han pasado a un segundo plano, y la gente no se da cuenta, yo sólo quiero decir que espero que gastar toda esta tinta haya servido de alguna cosa y que la imagen de los adolescentes se vea un poco mejor reflejada por la sociedad en general». 66 Idea clave 3 Con los adolescentes hay que diferenciar entre tener conflictos y tener problemas En la adolescencia conviene distinguir entre tener conflictos y tener problemas, y hay que saber convivir con ellos en las instituciones y evitar que las respuestas creen el problema. Vivir entre conflictos Crecen y... cambian las reglas Cuando los hijos crecen y se adentran en la adolescencia la mayoría de los padres y madres se ven invadidos por un profundo sentimiento de desconcierto: «¿Seré mala madre, mal padre? No sé qué me ocurre, pero me paso el día peleándome con él». En la escuela secundaria, con intensidades diversas según el curso y la estación del año, todos los problemas parecen reducirse a la conducta. Muchos profesores sienten minada su autoridad, o en continua crisis su pretensión de hacer clase, ante un alumnado que parece especializarse en plantar cara. En la sociedad, en la comunidad de un barrio, muchos vecinos miran casi con temor a los chicos y chicas que invaden sus plazas, se sientan subidos a los bancos, gritan y, si se descuidan, pueden convertirlos en objeto irrespetuoso de sus burlas. Puede que en cualquiera de los tres contextos las personas adultas no tarden en considerar que están rodeados de adolescentes problemáticos. Dejemos ahora a un lado a los hijos difíciles, los alumnos imposibles o los adolescentes al margen (que existen pero son pocos y, en cualquier caso, también son adolescentes) y dediquémonos a recordar por qué la Inmensa mayoría de los chicos y chicas adolescentes -al menos en las fases iniciales de sus adolescencias- escogen como deporte favorito el «rebote» con sus adultos («Estoy rebotado con mi madre», «Me he 67 rebotado con el profe», etc.). Hay tres datos incuestionables: • Todos los chicos y chicas necesitan demostrar que han abandonado su infancia (que no son el niño o niña que eran), demostrar que existen e intentar afirmarse como singulares y diferentes. • Entre las diversas prácticas que siguen para conseguirlo están las que tienen que ver con la confrontación con las personas adultas, a las que necesitan hacerles sentir que las reglas de juego han cambiado. • Aunque también hay adolescentes «pacíficos», son muy escasos y la inmensa mayoría (con su diversidad social y cultural) busca, en un momento u otro, la confrontación con el mundo adulto. De esa realidad se deducen tres reglas de intervención educativa: 1. Convivir con adolescentes y tener conflictos es inevitable. 2. Aunque los conflictos sean inevitables, no debemos pelearnos por todo. Hay que seleccionar las confrontaciones. 3. Como se trata de conflictos adolescentes, no vale cualquier respuesta. Algunas respuestas pueden generar mayores conflictos. También se trata de una cuestión de estrategias. Volveremos al tema para comentarlas una a una. Visiones diferentes. Intereses contrapuestos Debemos comenzar recordando de qué hablamos cuando hablamos de conflicto. Igual que decíamos al hablar de las visiones y las lecturas adultas de las adolescencias, no están sólo ellos y ellas, también estamos los adultos y las instituciones con sus pretensiones y normas. No hay cuestión adolescente a secas. Siempre se trata de adolescentes en relación (a veces en ausencia) con unas personas adultas. Siempre hay dos partes enfrentadas y no una que, simplemente, quiere saltarse las reglas. Recordemos que un conflicto siempre es una situación de confrontación entre dos personas (o grupos) que, al menos aparentemente, tienen intereses contrapuestos. Nosotros queremos dar clase y ellos no están por la labor. Nosotros deseamos algo de tranquilidad, ellos y ellas quieren aceleración y descontrol. Nosotros los percibimos como inmaduros y tiernos, ellos y ellas se comen el mundo. Ellos y ellas viven el presente, nosotros pretendemos avanzar el futuro que les espera. Un conflicto es una lectura contrapuesta de la realidad, unas formas diferentes de verla, unos intereses enfrentados, unas relaciones de poder en juego. Hay muchos tipos de conflicto y se suelen producir en circunstancias muy diversas. No pueden reducirse todos a uno. Aunque se trate de pelearse en la escuela, no es lo mismo hacerlo por una cuestión de estilos, de pertenencia a grupos, que por una pelea de 68 novios. No se dan los mismos conflictos con todo el profesorado, ni con todas las asignaturas, ni en cualquier momento del horario. Aunque se trate de conflictos adolescentes similares, hay muchas variables en juego que son diferentes. Los conflictos son incordiantes y desequilibradores, pero no son un problema. El problema aparece cuando no acertamos con la respuesta educativa adecuada. Luego analizaremos con más detenimiento la diversidad de conflictos que tiene que ver con la dinámica cotidiana en una escuela de secundaria. También nos pararemos a hablar de la convivencia. Ahora basta con dejar claro que se trata de confrontaciones, de conflictos y no de problemas. Hay quien insiste en que un conflicto es una oportunidad educativa (sirve para hacernos buscar la respuesta adecuada, permite al sujeto tomar conciencia y cambiar). No quisiera, en cualquier caso, situarme en el idealismo educativo. Un conflicto siempre es algo incómodo, que nos gustaría no tener y que, especialmente cuando estamos desbordados, suele colmar el vaso de las propias posibilidades de reacción. Los conflictos son incordiantes y desequilibradores, pero no son un problema. El problema aparece cuando no acertamos con la respuesta educativa adecuada. Se trata de una confrontación, un encontronazo, y no una conducta problemática del otro (del adolescente) que debe ser suprimida sin más. Si tenemos conflictos, es que lo estamos haciendo bien La primera función que cumplen en la vida de los adolescentes las personas adultas es servir de pared de frontón: en ella chocan sus impulsos y, al volver rebotados, se sienten vivos. Volvamos a las reglas de la intervención. La primera que he sugerido nos recuerda lo inevitable del conflicto en la vida cotidiana con el adolescente. Necesitan rebotarse y necesitan una pared para hacerlo. Por eso he insistido siempre en que la primera función que cumplen en sus vidas las personas adultas es servir de pared de frontón. En ella chocan sus impulsos y, al volver rebotados, se sienten vivos. Necesitan oponerse, negarnos para afirmarse, atacarnos para sentirse seguros, oponerse para ser... Somos vistos como censores a los que provocar. Se oponen a lo que decimos y a lo que somos para afirmar que son diferentes. Aunque no lo quisiéramos, aunque intentáramos rehuir el cuerpo a cuerpo, siempre encuentran la ocasión. Su necesidad de oposición se llega a manifestar, aunque no pongamos límites y cortapisas. Como decía un adolescente a sus padres: «Todo me lo prohibís», pero al hacerle descubrir que en los últimos días nada se le había limitado, acabó afirmando: «¡Es igual, de cualquier manera lo pensáis!». La incomodidad de esa confrontación no debería conducirnos a la vivencia del mundo adolescente en clave de problema. 69 La incomodidad de esa confrontación casi buscada, que aprovecha cualquier resquicio para aparecer, no debería conducirnos a la vivencia del mundo adolescente en clave de problema. No debemos confundir adolescentes broncas con adolescentes problemáticos. Aceptemos un cierto grado de necesidad y pensemos que también nos «pagan» (nos necesitan) para permitirles que nos usen como sparringsde sus necesidades de afirmación. Le ocurre a la mayoría de profesores y padres. Cuando alguien no asume su parte, es decir, no entra en el juego, otro adulto tiene doble dosis (hay quien afirma que en su clase no se mueve una mosca, pero debería consultar qué pasa en la clase siguiente). Normalmente, no se trata de una confron tación personal con nosotros, sino con las figuras y los papeles adultos que representamos. Ha de quedar claro que, normalmente, no se trata de una confrontación personal con nosotros, sino con las figuras y los papeles adultos que representamos (como en alguna de las ideas clave próximas trataremos, pocos minutos después de una dura bronca pueden estar buscando la complicidad, el buen rollo o la implicación en sus dificultades). Cuando las personas adultas pueden compartir sus experiencias con adolescentes alrededor de un café, sin tener que disimular, la mayoría expresa dificultades muy similares. Las diferencias sólo están en las habilidades aprendidas para gestionarlas o en las dosis de paciencia acumuladas. El número de conflictos relacionados con la afirmación tiende a descender conforme se estabiliza su mundo adolescente. Normalmente, el número de conflictos relacionados con la afirmación va descendiendo conforme se estabiliza su mundo adolescente. Recordemos, además, que los chicos y chicas adolescentes tienen dos caras como las monedas. Con frecuencia, la cara amable toca fuera de casa o con las personas que apenas se ocupan de ellos, mientras que muchas confrontaciones las tienen justamente con las personas que más están por ellos. Cuando una madre se encuentra con una amiga que le explica maravillas de su hijo, aunque tenga ganas de prestárselo unos días para que compruebe las «bondades», le está diciendo la verdad. No son sólo una colección de conflictos y, aunque éstos gasten enorme cantidad de nuestras energías, no sienten que sea lo más importante de sus vidas. Ocurre lo mismo con el funcionamiento de las instituciones o con la regulación de la vida colectiva. Recordemos que las normas pueden ser sólo nuestras u obedecer simplemente a una comodidad de funcionamiento. Justamente porque vienen del mundo adulto, están destinadas a ser transgredidas. Beber en la acera, andar con «litronas», pintarse la cresta de mil y un colores o ponerse una cazadora llena de chapas forma parte del ejercicio de provocación, forma parte de su afirmación de la diferencia. Volveremos a las normas y las formas de gestionar los conflictos, pero debe quedarnos claro que muchas de ellas tienen en primer lugar la función de la transgresión y que, por eso mismo, son necesarias (un adolescente necesita una hora de llegar a casa, en primer lugar, para poder saltársela, para poder entrar en el juego de las transgresiones y las provocaciones, en la gestión de sus angustias conforme se aleja de la seguridad infantil). 70 Con frecuencia suelo decir a los padres y madres que acuden a las jornadas de puertas abiertas de los institutos, con la preocupación de cuál será el mejor para su hijo (que entra en la «preocupante» adolescencia) y angustiados porque los nuevos estudios pueden «estropearlo», que no lo apunten a ese centro si lo que les enseñan es todo control, tranquilidad y orden. Ese clima no puede ser nunca el de una escuela en la que hay adolescentes. En todo caso se trata de un cuartel más o menos educativo. Peleas intrascendentes, batallas importantes La segunda de las reglas nos invitaba a seleccionar los conflictos, a decidir por qué vale la pena pelearse y por qué no. Una jornada de convivencia con adolescentes supone innumerables ocasiones para la confrontación. En casa, desde que se levantan hasta que se acuestan, podemos tener mil ocasiones de conflicto: no saben cuánto hace que sonó el despertador y siguen en la cama; salen de casa en pleno invierno con ropa de algodón y en verano con botas militares; los calzoncillos o la ropa interior decoran en mitad de la habitación; los libros han quedado extendidos en cualquier lugar; hace media hora que terminaron las clases y la comida espera, fría, a que terminen de hablar en la esquina o retomen la charla con el teléfono, etc. La misma secuencia podría observarse en muchos momentos en una clase: justo cuando hemos pedido silencio y escucha tienen una irrefrenable necesidad de intervenir, cuando ha llegado el final de un plazo para entregar una actividad defienden que han tenido poco tiempo, cuando reprendemos al alumno que ya no tiene excusas para su comportamiento, los demás salen en su defensa, etc. Todo es discutible y todo ha de poderse discutir. Hay momentos en que parecen tener interés en hacer justamente aquello que más nos molesta. Las madres, los padres y el profesorado especialmente ordenados lo pueden pasar peor todavía ante el caos que parece instalarse en sus vidas. Reglas y criterios de orden parecen naufragar por doquier. Resulta obvio que hay que seleccionar el terreno de la confrontación. Hay que seleccionar el terreno de la confrontación. Sólo en contadas ocasiones vale la pena confrontarse con el adolescente, por su conducta inaceptable, la vulneración de una norma o el trato inadecuado a otras personas. Una reflexión tranquila nos permite descubrir que muchas de la «peleas» suelen producirse por cuestiones objetivamente poco trascendentes. Sólo en contadas ocasiones vale la pena confrontarse con el adolescente, por su conducta inaceptable, la vulneración de una norma o el trato inadecuado a otras personas. Es posible que todo aquello por lo que decidimos aceptar el conflicto con el adolescente sea importante, pero lo que sí es cierto es que todo a la vez no puede serlo. En todo caso es posible que lo sea para nosotros y no para ellos. Necesitamos poco para estar en bronca permanente y eso no conduce a nada, sólo al agotamiento y al predomino de los climas de tensión. Hay que seleccionar los conflictos, las pequeñas peleas, si no queremos perder nuestra capacidad 71 de influir en las batallas importantes. Hay que seleccionar los conflictos si no queremos perder nuestra capacidad de influir en las batallas importantes. Si toda norma es una ocasión de conflicto, hay que aceptar tener sólo las necesarias, aquellas por las que mantendremos la tensión y la verdadera influencia educativa. Un instituto que pretende funcionar con un centenar de normas garantiza cien ocasiones de conflicto. El que puede hacerlo con diez tan sólo tendrá esa decena de espacios importantes de confrontación. Necesitamos reducir la tendencia a construir climas hostiles permanentes y preservarnos para influir en otros muchos momentos importantes. No se debe confundir la necesidad adulta de reglamentarlo todo para no tener que pensar, dudar y aplicar respuestas adaptadas y creativas a los diferentes conflictos, con la necesidad de normativizar. No existe ninguna posibilidad de prever la innumerable diversidad de ocasiones que el adolescente encontrará para la confrontación. ¿Normas? Sí, pero las justas para convivir. Sobran todas aquellas que simplemente dan «seguridad» formal a la institución y a sus adultos. Cuando los adolescentes tienen la sensación de que les «taladramos», de que les rallamos, de que somos unos profes o unos padres plastas, de que estamos por todo y para todo encima de ellos y ellas, comenzamos a convertirnos en adultos a los que no consultarán una dificultad o una preocupación, dejamos de ser educadores con capacidad de influencia en decisiones más trascendentales. Los calcetines en medio de la habitación y el alcohol de fin de semana, la obligación de leer para descubrir otros mundos y el no hacer un día los deberes, por ejemplo, no pueden ponerse en el mismo saco de nuestros consejos ni de nuestras normas. Los chicos y chicas adolescentes necesitan que les rallemos, pero pobres de nosotros si nos convertimos en ralladoras permanentes. La confrontación desesperada y permanente nos impedirá convertirnos en el adulto próximo y positivo (del que hablaremos en las últimas ideas clave), al que necesitan tanto o más que al adulto frontón. La confrontación desesperada y permanente impedirá que nos convirtamos en el adulto próximo y positivo, al que necesitan tanto o más que al adulto frontón. Es fácil morder el anzuelo. Son toreros provocadores que ponen un trapo rojo delante de las fauces del toro. Pero nosotros no deberíamos ser el animal airado que embiste sin control. Con los adolescentes hay que aprender a contar hasta tres -hasta trescientos si se puedeantes de reaccionar. Debemos evitar entrar al trapo, embestir dolidos por su falta de consideración o respeto a nuestro estilo de vida o a nuestras propuestas para la suya. No se trata de evitar cualquier enfrentamiento porque, aunque a nosotros no nos gusten, ellos los necesitan. El problema es descubrir y seleccionar cuántos y cuáles. A la inversa, la pared del frontón no puede ser de goma. Ser tolerantes, reflexivos o flexibles no significa abandonar cualquier criterio. Para adolescentes colegas ya tienen a sus amigos y no nos necesitan a nosotros. Hay conflictos que no debemos evitar: aquellos que les ayudarán a descubrir los límites, los suyos y los de la sociedad en la que viven. No se trata de evitar cualquier enfrentamiento. Aunque a nosotros no nos gusten, 72 ellos también los necesitan. Son conflictos que nacen de su relación con adultos educadores con criterios, valores y ética respecto a la vida y a las personas, y eso, a veces, supone enfrentamientos. El problema, en cualquier caso, es descubrir y seleccionar cuántos y cuáles. Aunque estas reflexiones, en mi caso, tienen más de treinta años y me parecen de sentido común, no está claro que sean el pensamiento educativo dominante. Recuerde el lector el «discurso oficial» sobre la adolescencia que citaba en la introducción. Cíclicamente aparecen los discursos que invitan a hacer descubrir al adolescente que «la vida es dura» y a invocar como criterio educativo la imposición de límites. Son pensamientos reactivos (por no decir reaccionarios) ante la complejidad de educar a sujetos que adquieren la autonomía y que descubren y aprenden poco a poco por su cuenta, poniendo en crisis buena parte de nuestras propuestas. Hay mucho adulto desbordado que tan sólo sabe invocar el jarabe de palo o la sota de bastos, decorando sus expresiones con la teoría de los límites. De la opinión a los límites La influencia en la regulación de las conductas adolescentes se establece al menos de cuatro grandes maneras que, en orden de importancia y con diferencias en cada sujeto y en cada momento de su adolescencia, son: opinando, valorando, mandando e imponiendo. Me gustaría recordar que la influencia educativa sobre los adolescentes, la influencia en la regulación de sus conductas, se establece al menos de cuatro grandes maneras. En orden de importancia y con grandes diferencias en cada sujeto y en cada momento de su adolescencia, son: 1. Opinando. Los adolescentes necesitan saber cuáles son las opiniones de sus adultos. Qué piensan de diferentes situaciones y realidades. Qué piensan de las situaciones controvertidas. Tienen dificultades quienes no saben qué piensan sus adultos, quienes no pueden tener diversos criterios para entender la realidad y situarse, quienes están siempre ubicados en el «no sabe, no contesta». Ciertamente necesitan conocer nuestras opiniones para criticarlas y llevarnos la contraria, de manera que, más adelante y cuando no estemos, expresen su opinión construida con nuestros argumentos. Como decía hablando de sus «argumentos», necesitan conocer los nuestros. No es posible que acepten una norma sin conocer las «razones» (aunque no puedan discutirlas), no la aceptarán «porque sí». 2. Valorando. Educando en valores. Valorar significa decirle al adolescente aquello que para nosotros, sus adultos, es bueno o malo, mejor o peor, más importante o menos. A veces se debate sobre si los adolescentes carecen de valores o de si tienen otros diferentes de los nuestros. Convendría aclarar que ni los valores caen del cielo ni los adolescentes son marcianos. Ciertamente pueden hacer innovación en valores (mejor 73 quizá, poner el énfasis en otros o recuperar alguno que habíamos abandonado), pero no hacen otra cosa que compartir los valores dominantes en un determinado momento social y llevarlos al extremo. Si vivimos en una sociedad del día a día, ellos son presentistas. Si nuestros dioses son consumir y pasarlo bien, ellos y ellas lo hacen a tope. Educar en valores no es traspasar tradiciones. Hay una tendencia a confundir las dos cosas. No les falta buena prensa a quienes de nuevo reivindican los modales o la «buena educación» como valor. Por razones adolescentes y por razones de modernidad pasarán de nosotros si lo intentamos. El gran problema de la educación de muchas conductas adolescentes verdaderamente inaceptables es la ausencia de regulación ética. Nuestro problema no es recuperar la urbanidad y las buenas tradiciones. Nuestro problema es conseguir que acepten que su conducta ha de estar estimulada, limitada y regulada por verdaderos valores. ¿Cómo se responde a un adolescente que se ha peleado con otro simplemente «porque me vaciló»? 3. Mandando. Creo que ningún lector habrá llegado a la conclusión después de haber leído las primeras páginas de esta idea clave de que el autor defiende la inutilidad de las normas. Los chicos y chicas adolescentes necesitan que sus adultos les manden (ya matizaré más adelante la «pedagogía del pacto»). Sin embargo, debe quedar claro que las normas están en primer lugar en relación con la transgresión, con el juego de confrontación y de angustia de saltarse las regulaciones adultas. Volveremos sobre el tema de las normas, pero éstas sólo pueden estar al servicio de la interiorización de valores y como ayuda flexible para la organización de su caos adolescente. En todo caso, el problema de mandar es qué hacemos cuando hacen lo contrario de lo previsto. El problema de las regulaciones son las sanciones. Ya he dicho, y volveré sobre la cuestión, que las respuestas deben estar al servicio de la responsabilización, de la apropiación sin excusas de la propia conducta. No se trata de que nos hagan caso, sino de que aprendan. Obviamente, ni se nos debería ocurrir pensar que, cuando nos hagan caso, vendrán a decirnos que teníamos razón. 4. Imponiendo. Algunas conductas, en algunos momentos, no pueden ser objeto de discusión y no queda más remedio que imponer límites. Límite quiere decir aquello que no puede ser superado, aquello que inevitablemente debe hacerse, aquello que si depende del adulto, el adolescente tendrá que cumplir. Pero debería quedarnos claro que estas situaciones, para la mayoría de adolescentes, deben ser muy pocas. El grueso de sus conductas ya tiene regulación derivada de las otras tres actuaciones (opinar, valorar, mandar). Nuestro problema es definir cuáles son los límites para cada adolescente. Seleccionarlos acaba siendo algo complejo, especialmente cuando en su definición interviene más de una persona adulta (a veces los mínimos suelen ser la suma de las manías de todas ellas juntas). La imposición es educativa, pero sólo es válida y útil en algunas situaciones. Fundamentalmente: • Cuando debemos evitar una situación irreversible (un «precipicio» siempre es un precipicio por muy superman que se sienta el adolescente). • Cuando están en medio de profundas confusiones, necesitan aclararse y precisan un 74 punto de presión para reorientar su vida (no hacen otra cosa que dormitar y alguien les debe poner en el disparadero de buscarse la vida). • Cuando todo en su vida es un caos y han de situarse en un nuevo contexto (cuando todo es marginalidad, desorden, vida en tensión y conflicto, probablemente necesiten irse a vivir un tiempo a un centro educativo residencial). • Cuando necesitan ayuda para descubrir que existen y son posibles otras perspectivas (sólo se les ocurre trabajar de «pizzeros» para poder divertirse con el dinero obtenido, pero deben descubrir estudiando formación ocupacional que su vida vale para algo más; van rompiéndole la cara a los que les miran mal y necesitan descubrir en la propia carne cómo se siente su víctima, por lo que tendrán que hacer obligatoriamente algo por él). Buenas y malas respuestas Habíamos dejado aparcada la tercera de las reglas sobre los conflictos adolescentes: la necesidad de afinar en las respuestas. Ante los conflictos adolescentes lo que está claro es que no vale cualquier respuesta y que, a veces, ésta tan sólo sirve para enconar el conflicto o convertirlo en un problema. Los conflictos son inevitables, mientras que algunos problemas dependen de nuestra capacidad y habilidad para responder a los conflictos. Cuando se habla de los conflictos adolescentes, de lo que realmente se habla es de la dificultad para encontrar respuestas. Había comentado en la primera idea clave que el adolescente también es el resultado de las respuestas adultas. Acabamos de poner el énfasis en el sentido que tiene para el adolescente la confrontación con sus adultos. He propuesto que nos pusiéramos de acuerdo en reducir las ocasiones para la tensión. Ahora, sugiero que pensemos en algunos aspectos relacionados con el estilo de las respuestas. Si distinguimos desde el principio entre conflicto y problema, es para tener en cuenta que los conflictos son inevitables, mientras que algunos problemas dependen de nuestra capacidad y habilidad para responder a los conflictos. La forma de responder a los conflictos y transgresiones adolescentes no está ligada exclusivamente a la cuestión de las respuestas a su confrontación con el mundo adulto. Tiene que ver con cómo entendemos la llamada «disciplina» y al servicio de qué debe estar. Para ello he resumido al final una propuesta práctica de diez tesis sobre la disciplina. La forma de responder a los conflictos y transgresiones adolescentes tiene que ver con cómo entendemos la llamada «disciplina» y al servicio de qué debe estar, y también con otras muchas confrontaciones de intereses y pretensiones entre el adolescente y su escuela o viceversa. También, el estilo de respuesta está relacionado con otras muchas confrontaciones de intereses y pretensiones entre el adolescente y su escuela, o viceversa. Por eso 75 hablaremos, en una segunda parte de esta idea clave, de las diversas tensiones y de la convivencia en la escuela adolescente, en los territorios escolares. La respuesta tiene que ver con acuerdos educativos entre las diferentes personas adultas que intervienen. Ahora, en este breve apunte, tan sólo me referiré a las líneas elementales que deben presidir las respuestas a los conflictos. En cualquiera de las situaciones, la respuesta tiene que ver con acuerdos educativos entre las diferentes personas adultas que intervienen: • De entrada, las respuestas adecuadas tienen que ver con diferentes habilidades que debe aprender y adquirir la persona adulta que se relaciona con ellos y ellas (por ejemplo, controlar el impulso a la respuesta inmediata o aprender a mantener la calma, a no sentirse siempre interpelado). Igualmente, se trata también de conocer y aplicar diversas técnicas (por ejemplo, el uso de la mediación). • Los primeros criterios para compartir están relacionados con los acuerdos sobre a qué responder y a qué no. O mejor, en qué circunstancias es importante responder y en cuáles es mejor no intervenir. Como a menudo asistimos a provocaciones, se trata en primer lugar de aprender a desconectar el «sonotone» y hacer ver que no nos enteramos. • Después, la adecuación valora el momento de la respuesta. En pocos casos tiene que ser inmediata. Las situaciones que necesitan respuesta deben tenerla, pero ésta no siempre debe darse inmediatamente (a veces, incordian en clase para poner a prueba nuestros nervios o hacernos perder la autoridad sobre el grupo, una respuesta fuera del grupo o cuando ya se haya acabado la clase, probablemente, sea mucho más útil que la reacción inmediata, siempre y cuando nuestros nervios estén en calma ese día). • Para considerar el momento oportuno convendrá tener en cuenta que, a menudo, ha de haber dos respuestas: la que tiene que ver con el autor y la que tiene que ver con el grupo (por un lado, el adolescente necesita descubrir que hay conductas que no le podemos aceptar y, por otro, la «claque» en la que se refugia porque aplaude su conducta ha de descubrir que se trata de normas que también van con ellos). No siempre las respuestas al sujeto y al grupo han de darse juntas. • No hay respuesta mecánica, automática o según una pauta prevista que resulte educativamente útil. La respuesta adecuada siempre comporta adaptación al sujeto y a las circunstancias. Lo contrario tan sólo lleva a una confrontación basada en el «tanto haces tanto pagas» (lo que en el mundo penal se denomina justicia retributiva) que suele enconar todavía más la tensión con el adolescente. De los conflictos adolescentes a las tensiones educativas de la educación secundaria obligatoria 76 Los focos de tensión suelen ser múltiples Desde el primer día de su instauración, la educación secundaria obligatoria (ESO) ha sido etiquetada y vivida por un sector importante de la sociedad adulta y del profesorado como un territorio de problemas y dificultades de conducta que, según esos observadores, siempre van en aumento. Como reacción, se han ido multiplicando las definiciones de sus problemas y las etiquetas para describir lo que se supone que le pasa al alumnado supuestamente imposible. Acabamos de hablar de los conflictos, en general, en su versión adolescente y de la lógica que debería imbuir el análisis y las respuestas. ¿En la escuela, todo son tensiones de la adolescencia? Ciertamente no, aunque cualquiera de las dificultades tiene una cara adolescente. La ESO siempre ha estado inmersa en diferentes focos de tensión que, además, como la adolescencia y la sociedad, son cambiantes. Algunas de esas tensiones, sin embargo, son inherentes a la apuesta de escolarizar obligatoriamente las adolescencias. Son el clima, la música de fondo de la institución escolar. Para valorar adecuadamente el «mar de fondo» hay que considerar, entre otros aspectos: La ESO siempre ha estado inmersa en diferentes focos de tensión que, además, como la adolescencia y la sociedad, son cambiantes. Algunas de esas tensiones son inherentes a la apuesta de escolarizar obligatoriamente las adolescencias. • La inevitable introducción de la vida adolescente en la vida académica. No podemos decir que los chicos y chicas son conflictivos si, cuando les proponemos calcular la tangente o analizar la revolución industrial, prescindimos de saber si están enamorados o agobiados. • La presencia en el espacio escolar de adolescentes no queridos por la institución escolar y buena parte de los padres y madres, y que además es posible que ellos mismos acaben no queriendo estar en esa escuela. En las aulas, los pasillos y los aledaños de la escuela hay chicos y chicas cuya relación con la institución no parece pasar por el estudio, no responden al patrón social del «buen adolescente», que inevitablemente es ser buen estudiante. • La presencia de adolescentes que viven momentos problemáticos. Obligatoriamente han de estar en la escuela chicos y chicas (de todas las clases sociales) que pasan por largos (o cortos pero inoportunos) momentos de crisis. Ocurre, por ejemplo, con quienes tuvieron una infancia llena de carencias y dificultades, pero también con los de clases medias que viven en un entorno educativo de soledad y abandono, o con aquellos y aquellas en tensión y conflicto adolescente duro y mal gestionado con el núcleo familiar. • Una organización escolar que tiende por inercia a la rigidez y el academicismo. Que ante la complejidad, hace tiempo que ha suprimido aspectos como la optatividad, le cuesta practicar el agrupamiento flexible, no está por la labor de diseñar recorridos educativos personalizados. Una organización tensionada que ha de funcionar con coherencias y acuerdos colectivos adultos que, de no existir, hacen aumentar la conflictividad y el descontrol, al menos aparentes. 77 • La tensión y angustia educativa del profesorado y de los padres y madres. No es fácil aceptar que se hace educación y no mera transmisión de conocimientos. No resulta fácil la función mayéutica de enseñar a quien parece saberlo todo (a quienes en algunas cosas puede que sepan más que nosotros). Los propios padres y madres no acaban de convencerse de que sus hijos e hijas son diferentes porque son adolescentes y no porque los haya estropeado la nueva escuela. Tampoco llevan bien la angustia de sus conductas arriesgadas ni que se junten con todo tipo de adolescentes. Situarse en el aula y ubicar los verdaderos «problemas» Con esa música de fondo, con ese marco de tensiones, necesitamos ubicar adecuadamente los conflictos. ¿De qué hablamos cuando hablamos de conflicto? ¿De qué hablamos cuando hablamos de problema? Desde hace algunos años, en las reflexiones formativas de los centros educativos donde me toca participar, utilizo el esquema que muestra el cuadro 6 para el análisis de la realidad de un aula. Cuadro 6. Las dificultades en el aula adolescente: componentes para una lectura objetiva En todas las aulas hay algún «caso»,3 pero éste no deja de estar dentro de la pequeña colección de los que en un momento u otro pasan por situaciones problemáticas. A su vez, éstos no dejan de ser y actuar como adolescentes con diverso grado de confrontación. Todos ellos respiran y exhalan aires adolescentes con altos ingredientes de provocación o de impregnación emocional. Pero todo lo que pasa no puede ser leído a partir de la imagen y las acciones de los casos; es más bien a la inversa: todo ha de ser leído desde las variables que explican la conducta adolescente. Todo lo que les pasa ha de ser leído desde las variables que explican la conducta adolescente. El alumno o alumna en conflicto es alguien que ha traspasado al proceso de escolarización todas sus tensiones adolescentes, sin que desde la escuela se tenga la posibilidad o la habilidad de desviarlas o canalizarlas. 78 El alumno o alumna en conflicto es sustancialmente alguien que ha traspasado al proceso de escolarización todas sus tensiones adolescentes, sin que desde la escuela se tenga la posibilidad o la habilidad de desviarlas o canalizarlas. La incapacidad para leer las adolescencias conduce a la ubicación de problemas allí donde no hay, a la generación de incompatibilidades mutuas y a la consideración de determinados personajes como problemáticos. Los chicos y chicas de la enseñanza secundaria no dejan de ser adolescentes. Como explicaba en la primera de las ideas clave, son miembros de una generación y de algún grupo singular, diferenciado, de adolescentes y, a la vez, son sujetos sometidos a un conjunto de transformaciones evolutivas que condicionan la relación educativa. Trabajar con adolescentes comporta aceptar una secuencia en la lectura, en la interpretación y la reacción a sus comportamientos: los chicos y chicas con una historia de abandono, maltrato,... suelen tener adolescencias especialmente complicadas. Trabajar con adolescentes comporta aceptar un criterio interpretativo inevitable, una secuencia en la lectura, en la interpretación y la reacción a sus comportamientos. Todos y todas, incluso los «casos» más complicados, son siempre, en primer lugar, adolescentes, y su adolescencia explica y da sentido a buena parte de sus acciones. Luego, ciertamente, como he recordado en las ideas clave anteriores siempre son sujetos con historia. No nacieron adolescentes y, hablando de dificultades educativas, conviene tener presente que la adolescencia es un tiempo de crisis en el que se disuelven todas las seguridades anteriores y vuelven a surgir tensiones, dificultades y experiencias negativas de las etapas infantiles. Por eso nos encontramos, por ejemplo, con adolescentes que hacen sudar a su padre o madre con una pareja reconstituida porque les quieren pasar factura de las tensiones de un divorcio que ya parecía olvidado. Por eso los chicos y chicas con una historia de abandono, de olvido, de maltrato... suelen tener adolescencias especialmente complicadas. Finalmente, sin dejar de ser adolescentes, algunos y algunas tienen problemas singulares, dificultades de salud mental o de adaptación a entornos especialmente complicados. Pueden vivir en una dificultad concreta, diagnosticable, a la que prestar atención especializada. Pero, incluso, esa dificultad estará adobada en el jugo de su adolescencia. No tenemos espacio en este libro para abordar con seriedad algunos de estos problemas adolescentes y las reglas que hay que seguir para producir una adecuada influencia terapéutica, encajada en el conjunto de influencias educativas. Una de nuestras alumnas, por ejemplo, puede vivir una dificultad relacionada con los trastornos de la alimentación, pero incluso esa dificultad grave tiene que ver con cómo está resolviendo su adolescencia, desde la aceptación de su cuerpo a la competencia por ligar como sus amigas. El orden de la lectura es especialmente importante. La secuencia con la que se ponen los filtros determina el color final. Saber qué les pasa no es encontrar una causa, sino descubrir, a partir de lo que sabemos de sus adolescencias y de sus vidas, la lógica interna que estimula su comportamiento. ¿Qué hacer después de «leer» correctamente? He apuntado ya algunos elementos 79 generales que completaré con las sugerencias sobre la disciplina. Pero, si he señalado que las tensiones son múltiples, me gustaría recordar que las respuestas también lo son y que tienen que ver con hacer que la escuela funcione, con conseguir que aquello que estructura una adecuada escuela adolescente (desde la tutoría a la didáctica) funcione. Todo eso tiene que ver con las condiciones adolescentes de la escuela secundaria a las que me dedicaré monográficamente en la idea clave 5. A ella remito al lector (pp. 123160). Si las tensiones son múltiples, las respues tas también lo son y tienen que ver con hacer que la escuela funcione. Un último matiz. Apliquemos los filtros lectores que apliquemos siempre resulta imprescindible considerar que no hablamos de alumnos problemáticos, sino de adolescentes que viven situaciones problemáticas. No son, viven con mayor o menor grado situaciones problemáticas que, como todo en sus adolescencias, son dinámicas y cambiantes, aunque en algunos casos sean de larga duración (casi como su adolescencia). Están en medio de situaciones complejas, dinámicas, cambiantes y diversas. El análisis no puede buscar «causas», sino elementos de contexto. La respuesta es siempre crear un contexto educativo diferente, no aplicar una medicina correctora. Siempre se trata de influir para modificar la situación, para facilitarle una salida. Adolescencia y convivencia escolar A golpe de alarmas sociales Si las teorías sobre los conflictos convertidos en problemas han ocupado buena parte de las lecturas del mundo de la secundaria obligatoria desde sus inicios, más recientemente, siguiendo en parte nuevas construcciones sociales dominantes, ha irrumpido el tema de «la violencia», que en la versión escolar ha monopolizado la etiqueta de bullying. Tampoco podemos abordar con suficiente profundidad esta cuestión. Si me ocupo parcialmente de ella, es para poder adoptar otra perspectiva: la que tiene que ver con la convivencia y los climas escolares. Una alarma social intensa no es necesariamente un buen indicador de que una dificultad esté aumentando, esté cambiando. Más allá de que las sociedades modernas sean dinámicas y, por lo tanto, se produzcan cambios en la mayoría de sus conflictos sociales -incluidos los educativos y especialmente los que se dan entre los más jóvenes-, éstos suelen rodearse muy pronto de «construcciones sociales», de «pánicos morales» que no permiten ver con facilidad qué está pasando. ¿Pasa lo mismo con la confrontación, las violencias y la convivencia en la escuela? Los medios de comunicación y una parte significativa de las personas adultas de la comunidad educativa suelen moverse entre dos afirmaciones extremas: para algunos el bullying, el acoso entre iguales 80 o simplemente lo que llaman «violencia escolar» está en continuo aumento, mientras que para otros se trata de algo que siempre pasó en la escuela y a lo que no habría que dar tanta importancia. Los medios de comunicación y una parte significativa de las personas adultas de la comunidad educativa suelen moverse entre dos afirmaciones extremas: para algunos el bullying está en continuo aumento, mientras que para otros se trata de algo que siempre pasó en la escuela y a lo que no habría que dar tanta importancia De nuevo debemos volver a considerar a los observadores adultos. La consideración del conjunto de elementos que conforman la «convivencia» (conductas, relaciones, valoraciones, dinámicas de la vida escolar diaria, pretensiones escolares y familiares, etc.), todos aquellos aspectos que nos permiten calificarla de positiva o negativa, todo aquello que la construye o la altera, requiere tener en cuenta, en primer lugar, a sus observadores. Qué miran unos u otros profesores, qué creen ver las madres, qué preocupa a una u otra parte del alumnado suele ser, a menudo, diferente. Acabo de recordar cómo un profesor cuya autoridad docente no es puesta en cuestión es muy probable que apenas vea conflictos en el aula. Si está inmerso en una significativa crisis docente, es relativamente fácil que sea proclive a definir el clima escolar como violento. Los padres o madres angustiados por los cambios adolescentes de sus hijos temen con facilidad que puedan sufrir potenciales agresiones. Es muy probable que sus preocupaciones tengan que ver más con las noticias que escuchan que con lo que sus hijos e hijas viven. Los componentes de lo que valoran como «malas compañías» o sujetos con «mala pinta» van variando y no son iguales para unos padres que para otros. Las seguridades y los miedos que transmiten se incrementan o modifican. Para el adolescente exitoso, ser excluido de un grupo puede tener escaso valor, aunque, visto desde fuera por sus adultos se diga que está viviendo una situación de acoso. Para el adolescente exitoso, ser excluido de un grupo puede tener escaso valor, aunque, visto desde fuera por sus adultos, se diga que está viviendo una situación de acoso. A lo mejor no le da importancia porque él hace lo mismo con otros compañeros. Violencias más sutiles (como ser ubicado siempre en un estatus de inferioridad escolar o no poder discutir una sanción), que no suelen aparecer en nuestros cuadros de datos, son para algunos adolescentes fuente de importantes padecimientos. Violencias más sutiles, que no suelen aparecer en nuestros cuadros de datos, son para algunos adolescentes fuente de importantes padecimientos. Igual que he insistido en las páginas anteriores, refiriéndome a las lecturas adultas del mundo adolescente, las miradas adultas pueden volver a ser la fuente del problema, ver violencias donde hay nuevos conflictos, problemas irresolubles donde hay confrontación de intereses vitales. En el caso del alumnado, acabamos de situar las confrontaciones en el marco de la escolarización obligatoria de la adolescencia y debemos situar también en ese contexto los aislamientos y las violencias de todos los adolescentes con sus profundas diversidades. 81 Construir climas escolares positivos El conocimiento del clima escolar es la clave de la convivencia. En cualquiera de sus posibles versiones (como bullying, como violencias o como confrontaciones y aislamientos), la convivencia en el territorio escolar siempre es el producto de dinámicas de pertenencia, de implicación en las actividades de la institución escolar, de relaciones entre iguales y entre los adolescentes y sus adultos, de reparto y de ejercicio del poder, de aceptación o de rechazo de las propuestas que les hace la escuela. Resulta perverso considerar la convivencia positiva como el resultado de la ausencia de determinadas conductas o reducir la cuestión a saber si tenemos más o menos agresores, más o menos víctimas o mayor o menor frecuencia de determinados actos. Una de las maneras razonables de estudiar la convivencia en los territorios escolares es observar, analizar y valorar el «clima escolar», entendiendo que de él forman parte, de manera especial, tres grandes aspectos: Del clima escolar forman parte el funcionamiento global de la escuela, la dinámica cotidiana del aula y la composición del alumnado, con las relaciones sociales que genera. • El funcionamiento global de la escuela. • La dinámica cotidiana del aula. • La composición del alumnado con las relaciones sociales que genera. Existen «climas escolares positivos» y «climas escolares negativos» que podemos definir justamente en función del tipo de relaciones de convivencia que generan. Se puede comprobar que las tensiones disminuyen en aquellos institutos donde se da una participación real en distintos aspectos de la vida del centro y ésta recoge elementos diferentes de su vida adolescente. Instituciones escolares en las que se sienten acogidos, escuchados por su profesorado y no sólo atendidos académicamente, en las que hay una distribución del poder clara, una organización escolar pactada y no excesivamente jerarquizada. Lo mismo ocurre cuando se da una diversificación del alumnado, sin sesgos elitistas ni marginales, interaccionan alumnos diversos sin que un tipo u otro de adolescencia sea considerada prototipo de buen alumno. Deja de haber buen ambiente y se propicia un clima escolar negativo cuando predomina el academicismo, la jerarquización, la selección del alumnado, etc. Si el clima es el resultado de las relaciones entre sus diferentes componentes, parte de los posibles cambios tienen que ver con el panorama de diversidades que se da hoy en la escuela y que describíamos en la idea clave anterior. Veíamos cómo por sus pasillos y sus aulas suelen circular diversas adolescencias -que se construyen por interacción entre ellas-, estilos de vida compatibles y opuestos, alumnos en diversa situación de éxito académico, chicos y chicas con orígenes diferentes... Parte de la convivencia será el resultado de la gestión de esa compleja diversidad. Tiene que ver con cómo se construyen en ella los amigos y los enemigos, a qué grupo le corresponde en cada 82 momento ser el receptor de los rechazos o el configurador de la excelencia escolar y adolescente (qué «tribu» está de moda, cuáles son los componentes del empollón o a quién se considera ahora quillo). Podemos tener nuevos o viejos personajes, nuevas atribuciones de prestigio y de rechazo, nuevas formas para las viejas confrontaciones adolescentes. Las agrupaciones escolares, que como comentábamos en la primera de las ideas clave provocan y refuerzan unas u otras adolescencias, también generan unas u otras relaciones de grupo. Separar a unos u otros alumnos, agrupar por niveles o por los estudios y proyectos futuros que ellos o sus padres puedan albergar, genera unas u otras dificultades de convivencia, permite o dificulta la gestión de esas complejas relaciones diversas que acabamos de mencionar. Con frecuencia las víctimas son de un tipo de colectivo o se concentran en un tipo de grupo clase. Igualmente, los agresores son -o sienten que son- de otros, y las justificaciones de sus violencias nacen de los papeles que unos y otros se atribuyen. De la forma como cada profesor gestiona la clase depende que lo que les propone la escuela a los adolescentes sea vivido como algo que tiene sentido y por lo que vale la pena regular otros deseos y descontroles. Todo eso, además, hay que situarlo -de la manera más clásicaen las dinámicas internas de cada grupo clase; en los subgrupos, los liderazgos, los sujetos aceptados, rechazados, aislados. La convivencia sigue siendo, en buena dosis, convivencia entre iguales en el aula. Una parte del clima de la escuela también está determinado por el clima de aprendizaje del aula. La didáctica y la pedagogía (de las que hablaremos más adelante), la forma como cada profesor gestiona la clase, han sido y siguen siendo causa y remedio de una parte de los males. De ellas depende que aquello que les propone la escuela sea vivido como algo que tiene algún sentido, algo por lo que vale la pena regular otros deseos y descontroles. Finalmente, no debemos olvidar que, aunque todas las explicaciones sobre las dificultades de convivencia que se ofrecen suelen estar centradas en la escuela, la realidad demuestra tozudamente que buena parte de las confrontaciones se dan en la escuela, pero sus componentes y desencadenantes están fuera (si es que se trata de mundos separables). Se aísla, se acosa o se agrede dentro de lógicas de exclusión y de valores de dominación que se sistematizan fuera. La exclusión se conforma con diversos elementos practicados en la escuela, pero atesorados a partir de diversas procedencias. Se trata de convivir en el mundo y de convivir en el aula, sin que una y otra convivencia sean separables. Cuando no podemos hablar de convivencia positiva en una comunidad, barrio o entorno próximo, resulta casi un milagro que ésta se produzca en las instituciones educativas. Se trata de convivir en el mundo y de convivir en el aula, sin que una y otra convivencia sean separables. 83 Un pequeño apunte sobre las «broncas» en casa Decía al inicio de esta idea clave que los padres y madres comprueban la entrada de sus hijos en la adolescencia constatando que sus vidas se hayan envueltas en una especie de tendencia al conflicto permanente. También apuntaba que la otra cara de la moneda tiene que ver con la confianza, y de ella hablaremos en las ideas clave finales sobre los adultos positivos. Sin embargo, quisiera dedicar algunos párrafos de esta idea clave a las tensiones en casa. Entre la multiplicidad de aspectos que sirven para la confrontación adolescente con sus adultos de casa, una parte significativa está relacionada con «las salidas». También aquí una cosa es escuchar la voz de los adultos y otra la de los adolescentes. Para hacer este pequeño resumen recuperaré esa perspectiva. Entre la multiplicidad de aspectos que sirven para la confrontación adolescente con sus adultos de casa, una parte significativa está relacionada con «las salidas» (los horarios, las actividades, el posible consumo de drogas, etc.). Al menos en los primeros años de adolescencia, si se pregunta por los motivos de conflicto, las respuestas siempre tienen que ver con ese aspecto, aunque no únicamente con él porque, como he comentado, lo importante es confrontarse para afirmarse (las peleas pueden ser «por llegar tarde o porque no hacen nada en casa»). En la dinámica de las nuevas relaciones hay quien aprende, como decíamos, a seleccionar los conflictos y hay quien pasa de toda confrontación (como alguno me decía: «No tengo broncas, me consienten todo, demasiado»). Ellos, como nosotros cuando podemos conservar la calma, también relativizan los conflictos, se enganchan en las formas («A veces las discusiones son cabezonerías de las dos partes»). Las normas para regular la vida diaria en común deberían ser discutidas y consensuadas, no tienen por qué ser las que dictan los mayores. El principal terreno de la discordancia generadora de tensión, a caballo entre los límites y las reglas de convivencia, suelen constituirlo las normas para regular la vida diaria en común. Su principal punto de partida es que deberían ser discutidas y consensuadas, que no tienen por qué ser las que dictan los mayores. A pesar de las tensiones, describen los acuerdos como una cesión por ambas partes («Yo creo que mis padres están dispuestos a ceder si yo cedo»). Cuando no se ha dado ese diálogo normativo, ese pacto (frágil y en continua renegociación, con cesiones de las dos partes), «amenazan» con agudizar la transgresión, con sentirse justificados para hacer de las suyas y para hacer «aprender» a quienes los rodean. Parece que el verdadero conflicto con la familia no es el de la bronca, más o menos intensa, más o menos frecuente, sino el de las tensiones derivadas de lo que ellos y ellas consideran relaciones de desconfianza o, en sentido positivo, de la construcción de la confianza mutua. 84 Sin embargo, para la mayoría de los chicos y chicas con los que yo he trabajado, el verdadero conflicto no es el de la bronca, más o menos intensa, más o menos frecuente, sino el de las tensiones derivadas de lo que ellos y ellas consideran relaciones de desconfianza o, en sentido positivo, de la construcción de la confianza mutua. A veces, todo lo que parece haber es un diálogo de sordos entre unos adultos compelidos a advertir sobre los peligros y unos adolescentes que dicen saberse la lección, que todo ese rollo no va con ellos o con lo que van viviendo («Mi madre me suelta la misma chapa todos los fines de semana y yo le digo ya, ya, ya... para que se calle». El conflicto de fondo tiene que ver con la mirada adulta que siempre empequeñece, que tiene miedo por quien hace muy poco tiempo era un niño, y la ya citada omnipotencia adolescente que hace que se considere absolutamente mayor y con todas las capacidades. Volveremos sobre el tema de la confianza, pero quisiera advertir que no es exacto pensar que rechazan, sin más, nuestros «consejos» o nuestras «advertencias» de preocupación. Lo que parece irritarles es la forma, el estilo, las pretensiones. El caballo de batalla parece estar situado justo en la cuestión de la toma de decisiones, en reclamar de las personas adultas elementos de apoyo que ayuden en la toma de decisiones, sin que la reacción adulta impida decidir. No les gusta que alguien les diga que «sí» o que «no», ya que automáticamente piensan en hacer lo contrario. Para la mayoría de los chicos y chicas el verdadero conflicto no está en las salidas, sino en las relaciones de desconfianza. Esa vivencia de la autonomía de las decisiones está presente en todos los ámbitos de su vida, no sólo en los diferentes aspectos de las conductas vividas como riesgos. Aparece en relación con los estudios o con las decisiones que condicionan el futuro. Parece pasar en todo tipo de grupos familiares, aunque en unos casos se resolverá instaurándose el conflicto como forma básica de relación y en otros construyendo una relación cada vez más confiada («Cuando les digo que quiero ser artista, pues sí que se ponen un poco intranquilos, por aquello de que los artistas no tienen ni para comer, pero creo que me respetan»). Entiende que las perspectivas son diferentes, pero que eso no debe impedir llegar a acuerdos. Como si de un consejo a la inversa se tratara, saben y advierten que los padres y madres pueden ser de ayuda o convertirse en dificultad («Tus padres pueden ayudarte a que vivas frustrado o pueden ayudarte a conseguir lo que quieres»). En la práctica Diez tesis sobre la gestión de los conflictos 85 y la disciplina4 1. Las normas están al servicio de la interiorización de valores y no del simple mantenimiento del orden. Los adolescentes, al modificar sus formas de razonar y pensar, adquieren la capacidad de ser críticos, por eso descubren buena parte de la falsedad de nuestros razonamientos y, por lo tanto, de la arbitrariedad de muchas normas. Aunque no todo tiene que estar razonado, las normas deben tener una justificación que pueda explicarse, que vaya más allá de «siempre fue así» o «así nos evitamos líos». 2. También las infracciones, los conflictos y las confrontaciones tienen sus explicaciones en clave adolescente. Primero son adolescentes y saltarse la norma puede ser una simple actividad de afirmación adolescente ante la institución, el adulto o sus colegas. Después, es posible que existan otras razones o lógicas que expliquen lo que hacen. 3. Mejor pocas normas, claras y de cumplimiento cierto. Si a más normas más ocasiones de conflicto, resulta inteligente reducir las ocasiones de confrontación a las verdaderamente necesarias. Dada su tendencia a buscar «excusas» y a no sentirse implicados en el cumplimiento, es mejor que la regulación de la conducta sea lo más clara posible y su sentido poco interpretable. Resulta contraproducente tener normas que no pueden cumplirse. Aunque sea de forma diversa y flexible, el adolescente debe tomar conciencia de que los incumplimientos siempre comportan algún tipo de reacción (aunque sea diferida). 4. Los conflictos deben resolverse pactando. En la adolescencia casi todo pasa por la «pedagogía del pacto». No se trata de cesiones o de concesiones, sino de implicar a un sujeto que se siente libre y autónomo en la construcción de su autonomía. La pedagogía del pacto supone multiplicidad de pactos. No nos engañemos. Con frecuencia sus compromisos duran escasas fracciones de tiempo y hay que volver a insistir, negociar, acordar sin invocar nuestra frustración adulta («Me has fallado»). Especialmente cuando se trata de conflictos en las instituciones, resulta útil aplicar metodologías de respuesta basadas en la mediación. Permite al adolescente descubrir perspectivas diferentes de la suya y soluciones que no vive como un sometimiento. 5. Todo el profesorado y todas las personas adultas que se relacionan con los adolescentes pueden tener poder, pero no todas tienen autoridad. Muchos confunden la disciplina con el mantenimiento de los resortes del poder en manos adultas. Las palabras suelen engañar y muchos confunden «poder» (tener la primera y la última palabra sobre sus vidas) con «autoridad» (capacidad de influir en sus vidas construida a partir de la relación). En la adolescencia la autoridad se llama «ascendencia»: posibilidad de influir porque el adolescente ha descubierto que nos importa su vida y que ponemos nuestros conocimientos, nuestra edad y 86 nuestra perspectiva de la vida a su alcance para ayudarle. 6. Para el adolescente aceptar las normas supone haber participado en su elaboración, haber recibido explicaciones de las razones de su existencia, verse implicado como sujeto y como grupo en su aceptación y en su cumplimiento. Cuando las normas son del grupo y el funcionamiento del grupo depende de ellas, resulta más fácil convertir su cumplimiento en una tarea de todos. 7. Cada alumno, cada adolescente, puede y debe ser tratado de manera diferente, aunque los conflictos parezcan iguales y la norma deba ser la misma para todos. Organizar la disciplina no es construir un código penal con la lista de las infracciones y su equivalente lista de sanciones. Toda respuesta a un conflicto es la búsqueda de la reacción adecuada para cada adolescente, en cada situación. 8. Todo conflicto, toda infracción, se produce en un contexto que es el que debemos trabajar y modificar. No se trata de que el adolescente obedezca, sino de que reduzcamos las variables que facilitan la aparición de conflictos: cambiar las relaciones de poder, las tensiones con el aprendizaje o las dificultades de convivencia. Debemos trabajar para que se respeten, pero también para que el marco de relaciones entre iguales, los grupos en los que conviven, por ejemplo, sea el adecuado. 9. Delegar la resolución de un conflicto es delegar la autoridad. Es muy diferente compartir con otro profesor la solución de una confrontación, para evitar convertirlo en una cuestión subjetiva y bilateral o porque estamos saturados, y otra muy diferente recurrir al poder de la institución para que ponga orden. 10. Las sanciones deben estar al servicio de la responsabilidad, servir para que el adolescente asuma la responsabilidad de su conducta. No se trata de castigar, de pagar lo previsto por los daños que infligen, sino de facilitar respuestas que les permitan tomar conciencia de su conducta y de cómo afectan sus actuaciones a otras personas. Conflictos y confianzas entre los adolescentes y sus padres Algunos ejemplos de acuerdos, desacuerdos y confrontaciones: • «Tenemos mucha confianza y me considero afortunada porque mis padres, sobre todo, mi madre es más abierta de mente y me deja hacer casi todo lo que quiero. Son “modernos”, y con mi madre me llevo muy bien, pero siempre hay momentos en los que se enfada y no hay quien la soporte». • «A veces nuestras ideas no coinciden. Pero aun cuando actúan como padres, saben siempre ponerse en mi lugar». • «Muchas de las cosas que hago, no las entienden, y tampoco hacen ningún 87 • • • • • • • • esfuerzo por hacerlo... Me tienen controlada, pero no piensan en cómo me puedo sentir». Nos tenemos confianza. Pero hay veces en que no me entienden... cuando quiero salir con los amigos, me gustaría que me dejaran hasta más tarde y me dicen que no. (Pero mola porque a veces lo acabo consiguiendo, pero cuesta ehh...)». «Mis padres me tienen confianza, pero no entienden que para mí es más importante vivir momentos con los amigos que ir a trabajar». «Dicen que visto demasiado ancho y que hago cosas arriesgadas... Cuando les explico que me esfuerzo en algo no se lo creen. En definitiva, no me entienden». «Creo que me quieren dar una educación demasiado buena, y no quieren entender que no seré el hijo perfecto». «Creo que no necesito su confianza, yo solo ya arreglo mis problemas». «Siempre tienen cosas más importantes en las que pensar... por eso siempre me encierro en mi habitación. Allí siempre hay cosas muy interesantes que hacer». «Siempre estoy fuera de casa y sólo paro para comer y dormir. Supongo que está mal, pero como mínimo no nos peleamos». «Nos peleamos por el teléfono o por tonterías». Llegar puntual A diferencia de las rutinas que son abundantes, que están muy presentes en la vida del centro y cuya adquisición se lleva a cabo de manera un tanto inconsciente, las normas establecidas en el Esclat5 son muy pocas -sólo cuatro- y los chicos tienen clara conciencia de ellas. Saben que si no las cumplen pueden ser castigados. Éstas son: puntualidad, asistencia continuada, actitud de trabajo y respeto a personas y materiales. Las cuatro normas hacen referencia a aspectos que los adolescentes han vivido de manera conflictiva en el instituto. Por lo tanto cumplirlas requiere de cada uno de ellos un esfuerzo considerable y el ejercicio continuo de la fuerza de voluntad. Son las nueve y veinte. Por la puerta entra Marcos. Vive en un centro infantil fuera de Barcelona y utiliza dos medios de transporte público para acudir al Esclat. Las primeras semanas faltaba sistemáticamente a la primera clase. Ahora llega pero nunca es puntual. Va directo a Begoña. Ella mira el reloj colgado en la pared. -Casi, casi lo consigues Marcos. Sólo con que hubieras llegado veinte minutos antes lo hubieras conseguido. ¿Te imaginas lo que debe ser empezar a las nueve? ¿A que ni te lo imaginas? - Begoña mira a Marcos que sonríe tímidamente y continúa ironizando. Calla, si es culpa mía. Es que nunca te he dicho que las clases empiezan a las nueve. Perdóname. Y ahora escucha con atención: mañana a las nueve. Todos sois testigos de que se lo he dicho. (Martín, 2008) 3. Simplificando, podríamos convenir que se trata de aquel alumno que parece sumar todas las dificultades, del 88 que se ocupan diversos profesionales, pero que no acabamos de saber qué hacer con él. Que a pesar de nuestra desesperación se siente bien tratado y no suele convertirse en absentista. 4. La idea original de este decálogo sobre la disciplina es un artículo de Carbó (1999), cuyo contenido es diverso, pero buena parte de las reflexiones son compartidas. 5. Recurso educativo que atiende a jóvenes y adolescentes excluidos del sistema escolar. Está ubicado en Hospitalet de Llobregat (Barcelona) y tiene una Unidad de escolarización compartida (UEE) con los institutos de la zona. 89 Idea clave 4 Los chicos y chicas adolescentes necesitan aclararse y encontrar su lugar en el mundo Ellos y ellas también necesitan aclararse y encontrar su lugar en el mundo. Debemos aprender a descubrir cuáles son sus «agobios», sus preocupaciones, las tensiones de su mundo interior. Conviene comenzar afirmando (sin tener en cuenta todavía los matices a los que se consagra esta ¡dea clave) que el clima vital de los años adolescentes está mayoritariamente presidido por la felicidad («De momento es la mejor etapa que he pasado»). Lo cual no es contradictorio con dejar también claro que es un periodo evolutivo lleno de inseguridades, padecimientos y tensiones. Aun así, el clima colectivo que viven y en el cual se producen los difíciles procesos personales es el de una etapa extraordinariamente positiva (pese a la desesperación y la desconfianza de las personas adultas que los rodean), pero llena de incertidumbres y riesgos sobre su resultado («Hay días que mejor no existir»; «Depende de los días, a veces todo va bien, pero otros mejor sería no vivirlos», «Me va bien pero a veces no y me pongo triste»). Emotivos, vulnerables, desprotegidos sin ponerle todavía los adjetivos, también es importante tener en cuenta que la adolescencia no deja de ser una especie de estadio emocional, un contexto de sentimientos y afectos. cualquier acción educativa (ya sea de aprendizaje, de estímulo o de propuesta vital) debe tener en cuenta que las emociones lo impregnan todo. Esta idea clave tiene que ver con la empatía (una parte de la «proximidad» que necesitan), con una 90 actitud de comprensión de su mundo que podríamos traducir así: sienten que valoramos lo que sienten. Lo consideramos, no lo trivializamos, les ayudamos a que le den salida. Sujetos frágiles, errantes, circunstanciales La persona del adolescente, su mundo interior, la construcción de su singularidad presente y futura, viene marcada por cuatro grandes ejes o vectores: • Su fragilidad. • Su condición de sujetos errantes. • La intensidad con la que viven lo que sucede en sus vidas. • La circunstancialidad o, dicho de otra manera, la múltiple combinación de circunstancias que pueden afectarles. El contexto limitado de este libro no me permite profundizar en cada uno de ellos. Alguno, además, está más relacionado con las intervenciones especializadas y terapéuticas. Pero, para situar esos mundos interiores adolescentes de los que se habla a continuación, haré un pequeño resumen de cada uno de ellos. Pese a su aparente fortaleza y seguridad, son sujetos vulnerables y desprotegidos. Como señala Françoise Dolto (1990), les pasa como a algunos crustáceos, pierden el caparazón protector (las seguridades de la infancia) y han de construir uno nuevo. Mientras tanto, aunque se refugien bajo las rocas de los mecanismos de autodefensa, están expuestos a múltiples heridas que dejarán señal. Dejan de ser y todavía no son, por lo que su tiempo adolescente es una enorme oportunidad de ser, en medio de un estado de fragilidad. Muchas cosas de las que viven impregnarán su futuro, dejarán huella en la persona que acabarán siendo. Los años adolescentes son años marcados por las transiciones entre etapas vitales, entre contextos vitales, entre grupos de influencia. Su adolescencia no deja de ser un itinerario, un recorrido, y por eso hablamos de la función acompañadora de los educadores. Pero ese recorrido es variable, cambiante, imprevisible, hacia delante y hacia detrás. A veces se convierte en errático, deriva hacia lugares contradictorios, se estanca y se desorienta. Cualquier actuación con adolescentes es un proceso, requiere un tiempo, unas acciones, unas presencias. Como decía en la primera de las ideas clave nada es definitivo, aunque todo puede tener una importancia significativa para reconducir o torcer su itinerario. No debemos comparar la intensidad con la que viven lo que pasa en sus vidas con lo que pasa en las nuestras. Sentirse aceptado, rechazada, mirado, querida, enamorados por primera vez, hartos de un cuerpo imperfecto, fracasados ante metas imposibles, etc. tiene poco que ver con cómo se siente un adulto en circunstancias similares. Aunque a nosotros nos parezcan sainetes, para ellos y ellas son auténticos dramas. No debemos confundir el ayudarles a contextualizar y relativizar con quitarle siempre importancia a lo 91 que viven y sienten. Hay quien se empeña en aislar factores o variables que causan diversos males en la adolescencia (factores de riesgo, causas de un determinado problema), pero en mi experiencia de trabajo con adolescentes hace tiempo que llegué a la conclusión de que no existe una sola variable que estropee una adolescencia y de que todas las adolescencias pueden entrar en crisis. Mayoritariamente, las adolescencias entran en situaciones de dificultad cuando, de manera difícil de explicar, confluyen un conjunto de circunstancias. Los porros por si solos no crean una crisis. Una ruptura familiar no lleva al desastre. Una mala experiencia escolar no tuerce un itinerario. Etc. Sin embargo, si todo eso u otras circunstancias similares confluyen en un determinado momento, es muy posible que tengamos una adolescencia que se vuelve difícil. Si en casa las cosas van mal, en la escuela se siente «puteado», siente que es mejor pasar de ir a clase y descubre nuevos amigos de calle y los aromas del canuto, todo ello coincidiendo en el tiempo, es muy posible que esas circunstancias juntas atasquen su adolescencia. Malestares y desencajes La adolescencia también es tiempo de «malestares». Hablar de malestar es hablar de dificultades de encaje, del resultado de una aclimatación difícil a una situación vital que escapa en parte a nuestro control, o que es producto de la interacción entre dos partes no siempre en sintonía. Hablar de malestares adolescentes supone referirse a las dificultades de encaje consigo mismo que ellos y ellas pueden tener, a las que surgen de las relaciones entre iguales, a las que se producen por su presencia en unas u otras instituciones, a las que se derivan de sus relaciones con diferentes personas adultas o de sus formas de estar y actuar en sociedad. Al referirnos a los malestares -entendidos como dificultad de encaje- estamos considerando una situación dinámica que puede afectar a todos los chicos y chicas, en la medida que viven una etapa de transformación, de construcción, de tránsito, en un mundo en cambio, en relación con una sociedad adulta perpleja, que ve reflejadas sus incertidumbres en los adolescentes. Producto de esa difícil construcción y de esas difíciles relaciones ambas partes suelen padecer y encontrarse mal (los adolescentes con sus expectativas no cumplidas y las personas adultas con sus angustias por el futuro). Los malestares, como toda situación humana que genera padecimiento, tienen diversas formas de expresión. Cuando el adolescente ha de saciar su necesidad de descubrir otros mundos si sus sentimientos están presididos por la angustia o por la búsqueda intensa del placer, es posible que la atracción por el riesgo, del que en una próxima idea clave hablaremos, se vea incrementada, que las conductas arriesgadas sean el núcleo central de sus actividades. Aparecen conductas destructoras que son el resultado de unos adolescentes que no encuentran su lugar en el mundo. Los malestares suelen ser 92 múltiples y, escuchando a los chicos y chicas adolescentes, se comprueba que los motivos de mayor preocupación son diversos, con independencia de que lo sean para sus adultos. Viejas o nuevas disfunciones parecen generar nuevas o viejas angustias, tensiones o conflictos de diversa índole. Las encrucijadas adolescentes Para entender e intentar comprender a ese adolescente que lo mismo se come el mundo que se siente un desastre, que hace locuras sin pensar demasiado en ellas, que se enfrenta activamente o que pasa de todo, que parece feliz pero también deprimido, necesitamos considerar las encrucijadas que debe resolver, es decir, las principales fuentes de sus malestares. Propongo que tengamos en cuenta cuatro de estas encrucijadas: 1. Viajar sin equipaje La primera de ellas la constituye el haberse quedado sin equipaje. La superación de su infancia convierte en obsoleto buena parte del material vital con el que se desenvolvía. Conductas, hábitos, adaptaciones, razones e intereses que hasta la llegada de la adolescencia ordenaban su vida dejan de ser válidos. Son de una época de su vida que deben dejar atrás, que quieren ubicar lo más lejos posible. Emprenden sin maleta un viaje desconocido en una nueva etapa vital que ya no van a definir los adultos (ni están por la labor ni el adolescente toleraría que así fuera), en la que se descubren nuevas realidades y también la forma de gestionarlas. La primera fuente de malestar del adolescente la constituye el emprender sin maleta un viaje desconocido en una nueva etapa vital que ya no van a definir los adultos, en la que se descubren nuevas realidades, pero también la forma de gestionarlas. Hay adolescentes a quienes no les convence nada el nuevo estado. Entre sus razones, predomina la invocación de la felicidad infantil perdida, la tranquilidad con la que habían vivido hasta entonces («Está bien eso de la adolescencia, pero prefiero ser una cría»). Es la tendencia a anclarse en un tiempo ya vivido cuando llegan momentos de crisis que requieren nuevas adaptaciones. En el polo opuesto está la mayoría que siente que la infancia le ha quedado pequeña. La nueva adolescencia le facilita la posibilidad de salir del mundo infantil ya conocido y adentrarse en otras realidades. A veces, esa incomodidad también tiene que ver con la necesidad de saltarse la adolescencia, con salir de la provisionalidad y la ausencia de criterios vitales claros. Entre los que quisieran saltar a la juventud y tener el horizonte más claro están los que ponen de relieve la incomodidad de la situación intermedia. Para ellos y ellas no vale la pena ser adolescente porque no acabas de ser nada («Ya no eres niño pero todavía no tienes otra 93 entidad»). 2. Estoy hecho un lío En segundo lugar, los malestares adolescentes están atravesados por la permanente necesidad de deshacer todos sus líos, de situarse. En segundo lugar, los malestares adolescentes están atravesados por la permanente necesidad de «aclararse», de deshacer sus líos internos y externos, de situarse. Buena parte de las conductas adolescentes son lo que podríamos llamar «prácticas de esclarecimiento». Larvadamente, siempre en términos emocionales, a veces como formulación racional, están atareados en dar respuestas a su triple pregunta: ¿quién (qué) soy?, ¿qué pinto aquí? y ¿qué puedo hacer con mi vida? No van haciendo de Diógenes que pregunta a los transeúntes sobre sus dudas existenciales, pero, con grandes diferencias de intensidad y formato, según su diversidad adolescente, y en momentos muy dispares, sienten la incertidumbre de su estado y buscan de diversas formas la manera de calmar la angustia que les produce. La introspección, el ensimismamiento, la desconexión, pero también la hipercomunicación, el activismo, el vaciado hacia el exterior, constituyen respuestas al autodesconocimiento. En una secuencia que va desde la explosión hormonal a la búsqueda de la identidad, se sienten extraños por dentro (su mundo interior funciona con intensidad desconocida) y por fuera (no saben qué imagen dar de sí mismos). Se desconocen y tantean formas para ser y saber lo que son. La introspección, el ensimismamiento, la desconexión, pero también la hipercomunicación, el activismo, el vaciado hacia el exterior, constituyen respuestas al autodesconocimiento. Sin saber quiénes son se sienten a menudo sujetos únicos («Estoy bien, pero a veces me siento sola porque me siento diferente de los otros»). En diferentes momentos de este texto he insistido en que buena parte de sus conductas como adolescentes son afirmativas y diferenciadoras (demostrar que existen y que se diferencian). Directa o indirectamente suelen estar al servicio de construir formas de ser, de adquirir componentes de identidad. En la actual sociedad de la comunicación algunas de estas prácticas se producen en el mundo de la realidad virtual y en las redes sociales. Sienten que son y que son algo porque cuelgan un video en YouTube. Perfilan identidades subiendo diariamente sus fotos al Folotog6 y recibiendo comentarios de su red próxima. Una forma de ir perfilando quienes son consiste en ubicar diversos «perfiles» suyos en los lugares de la red virtual que comparten. La adolescencia es buena o es incómoda e incierta porque es una etapa para la construcción personal. Se sienten felices o agobiados intentando ser ellos mismos («Conoces tú solo la vida y a veces es muy divertido», «Es la época que escoges cómo quieres ser»). Se sienten libres pero les pesa la autonomía. Quieren decidir, pero no acaban de encontrar los criterios para hacerlo. Aparentemente, reclaman el derecho a equivocarse, pero padecen por los posibles errores. 94 3. Tiempos de solidaridad emocional En tercer lugar, el elemento capital de su crisis lo constituye la modificación en las referencias centrales de su vida: los amigos pasan a sustituir como primera referencia a las personas adultas. El elemento capital de su crisis lo constituye la modificación en las referencias centrales de su vida. Los iguales, los coetáneos, los amigos pasan a sustituir como primera referencia (no suplantar) a las personas adultas. Aunque por los límites de espacio que supone un libro como éste no he dedicado exclusivamente una idea clave a hablar de los amigos, en diferentes ideas clave ha aparecido y reaparecerá. Cuando el adolescente dice no ser comprendido por sus mayores (que a su vez dicen que lo intentan, pero que no se deja comprender), está expresando el principio de la solidaridad emocional: sólo los que viven lo que yo vivo pueden comprender lo que siento y cómo me siento. Algunos son conscientes de ese intento de compresión por parte de los adultos, pero en ese momento se sienten en otro mundo («Te intentan entender más, aunque no lo consigan»). La adolescencia es fundamentalmente una etapa de cooperación emocional en la que conocer qué viven y cómo se sienten los otros (quién es como yo), saber lo que dicen sobre lo que yo siento (soy raro o soy normal) y recibir la aceptación de los otros (somos adolescentes) supone la piedra angular de sus vivencias. Como decía en la primera de las ideas clave ese dinamismo tiene diferentes perspectivas. No sólo se trata de sujetos que comparten un momento significativo de cambio. También necesitan sentirse miembros de una generación (los jóvenes o los adolescentes de hoy) de forma significativa, formando parte de un «estilo», de un grupo diferenciado de adolescentes (no sólo son adolescentes, también comparten una forma de serlo y de practicarlo). Como ellos dicen, descubren algo nuevo al salir con los amigos y al descubrir otro tipo de relaciones y de amigos. No podemos olvidar que son edades para ser como son otros y evitar vivirlas en soledad. Necesitan hacer lo que hacen otros para integrarse en un grupo, para poder ser aceptados. La propia condición adolescente, y la condición joven después, les impone pautas para formar parte de ella («Pero es un poco que va la bola y, si quieres estar en la bola, te tienes que meter con lo que hay, sino te quedas fuera. No hay medias tintas»). No existe una línea clara entre lo que verdaderamente les gusta, lo que prueban y ensayan y lo que aceptan como moda, aunque sea una verdadera imposición. La presión es fuerte («Si te gusta te dejas llevar»). No podemos olvidar que son edades para ser como son otros y evitar vivirlas en soledad. Necesitan hacer lo que hacen otros para integrarse en un grupo, para poder ser aceptados. Ya hemos hablado de los conflictos, de su función y de su sentido. Pero, además, debemos entender que otra fuente inevitable de tensiones resulta ser el desacuerdo sobre las tareas, los encargos que las personas adultas fijamos para la adolescencia, la distancia con las preocupaciones que dominan su vida. Hemos recordado cómo ellos y ellas dicen que es una etapa para disfrutar y ser felices. Hablaremos en otra idea clave de la escuela adolescente. Ahora conviene recordar que nos ocupamos de personajes que intentan ubicarse en otro mundo: con otras prioridades, con otros agobios, con otros ritmos. Esas tensiones no sólo los incomodan, sino que, a su manera, les hacen sufrir. A las 95 emociones y las vivencias adolescentes se añaden las relaciones con los padres más los detonantes escolares, conformando buena parte de lo que viven como problemas. Algunos ejemplos: «No estoy demasiado bien, estoy triste. Los exámenes de números (mates, física...) no me van bien»; «Estoy muy bien, aunque con mi padre no nos hablamos desde hace meses, pero por mí mejor»; «En casa hay de todo (buenos y malos rollos), con los estudios voy tirando y con los amigos todo va perfecto, son los que mejor me entienden». Están enamorados, pero a sus padres parece que sólo les preocupan las notas. Desean la libertad, pero sienten que están en un estado de control, en una situación vital en qué carecen de la libertad que desean. 4. Por primera vez La última fuente de sus malestares podríamos situarla en el impacto personal de los nuevos descubrimientos. La última encrucijada o fuente de sus malestares podríamos situarla en el impacto personal de los nuevos descubrimientos. Las personas adultas tendemos a pensar que les gusta su adolescencia porque es una situación angelical, vividora e irresponsable. Las virtudes y las dificultades brotan de la intensidad vital, de los estados emocionales, de la novedad de todo aquello que llega, de la posibilidad de convertirse en personajes con vida propia. Su adolescencia está llena de «primeras veces», de la emoción (contradictoria) de aquello que desconocen, pero que finalmente llega. Son vidas permanentemente alteradas por «la primera vez»; por el atractivo que continuamente sienten por lo que todavía no han hecho o no han probado; por la angustia de conocer lo no conocido, hacer lo no previsto, lo no permitido. Aunque sientan la angustia, su estado no deja de tener la ventaja de poder aprender muchas cosas todavía sin que sea demasiado problemático equivocarse. Como veremos luego hablando del riesgo, a pesar de la incertidumbre, creen que pueden aprender «la lección», que su edad todavía les permite cometer errores. Hay sentimientos que perciben por primera vez. En ellas más que en ellos, aparecen los «problemas de corazón», «los amores» («Sientes por primera vez el amor verdadero y pasas ratos inolvidables»). En unas y en otros el núcleo de sus tensiones interiores será la sexualidad. Como dinamismo interior, nuevo, en tensión, con el añadido de potentes influencias externas hacia comportamientos a veces acelerados, anticipados en el tiempo. Muchas de las tensiones adolescentes tienen que ver con el desconcierto que supone sentirse activamente sexuados, atraídos por el otro como ser con una condición sexual. Buena parte de su construcción de la identidad pasará por parámetros sexuales (obsérvese cómo buena parte de sus fotos en las redes virtuales siempre tienen componentes de exhibición sexuada). Las relaciones sexuales pueden significar un rito de paso, una de las principales experiencias objeto de logro, un deseo que se hace aprendizaje, una experiencia personal que llega en su proceso de descubrimiento. En cualquier caso será siempre una fuente de emociones, tensiones, angustias y satisfacciones. 96 Los chicos y las chicas adolescentes tienen una vida bastante dominada por la felicidad, que prescinde de las limitaciones de la sociedad que los rodea y que no tiene en cuenta el futuro. Aun cuando predominan las ventajas, no todo es perfecto ni pura felicidad. Ser adolescente también es sufrir. Pero, decía al principio, los chicos y las chicas adolescentes tienen una vida bastante dominada por la felicidad. Incluso, suele ser un estado de ánimo bastante irreal, que prescinde de las limitaciones de la sociedad que los rodea y que no tiene en cuenta el futuro. En la práctica Cómo sienten sus adolescencias Una etapa mágica para descubrir y ser • «En esta etapa todo es muy mágico, y puedes pensar, hacer y decir cosas que más adelante ya no podrás. Todo es nuevo y lo suficiente guapo a veces». • «Disfrutas de todo, de nuevas experiencias, de saber de la vida, de aprender, de pasar por diferentes estados de ánimo y de pensar que todavía te queda una vida por el delante». • «Empiezas a pensar como una persona adulta y dejas atrás el mundo de los niños, que a menudo es simple». • «Puedes soñar cosas que de pequeño no sabías y que de grande no te podrás permitir». Ni bien ni mal, sino todo lo contrario • «Considero que van bien, aunque de vez en cuando tengo algún bajón por alguna razón, pero intento ser optimista y seguir». • «Voy tirando, de vez en cuando tienes alguna depresión, momentos bajos, pero en general va bien». • «Soy alegre, estoy a gusto conmigo mismo, estudio más bien poco, me va bien la vida, hago lo necesario». • «Tienes más sueños y menos preocupaciones. A veces es estresante». • «Es una etapa preciosa y dolorosa a la vez, pero es una buena experiencia». ¿Se aclaran? • «¿Mi estilo?, sí, tengo uno y se llama Jordi Roura style. Se trata de ir un día de rapero, el otro de hippie y el otro de pijo. Soy un multistyles. Pero, no soy un 97 freak de los que se pasan doce horas diarias en el ordenador». • «Soy una joven muy sensible, amable cuando quiero y muy cariñosa. Me considero inteligente, aunque a veces me falta voluntad para hacer las cosas. Soy inquieta y, a veces, superficial». ¿Comprensión imposible? • «Yo pienso que, aunque físicamente nos vayamos haciendo adultos, los padres quieren seguir siendo esas personas protectoras de nuestra infancia. Lo que hace que efectivamente vean problemas donde no los hay y no descubran lo que realmente nos afecta». • «Mis padres no me entienden. Hay una especie de rechazo entre nosotros. Tengo problemas tanto con mi familia como con mis amigas y conmigo misma. No me entienden, pero saben que me alejo cada vez más, y su única manera de recuperarme es comprándome un móvil». Libertad difícil • «No sé si compensa. Es cuando empiezas a tener tu vida independiente de casa, a depender más de ti, pero los malos rollos de casa no sé si compensan los buenos». • «Tienes ganas de ser libre pero no te dejan, no puedes serlo del todo. No tienes demasiado dinero, y no puedes ser autónomo». • «Porque los adolescentes siempre somos un problema por todo el mundo». Felicidad adolescente • «Me va bien, puesto que me sacaré el graduado y tengo un chico genial». • «No sé cómo me va. Cuando pienso que me va mal, me va de coña y cuando pienso que todo va bien, no es así». 6. En 2009, en mi trabajo con algunos educadores de barrio, pudimos comprobar que un sector de adolescentes prefería utilizar Metrofog y no Fotolog porque el primero les permitía cambiar su foto tantas veces como quisieran a lo largo del día. Ambas son redes sociales que permiten la duda identitaria adolescente permanente: pueden colgar sus líos personales tantas veces como se sientan diferentes, incómodos, contradictorios, etc. 98 Idea clave 5 La adolescencia y la escuela son compatibles Aunque puede no parecerlo, la adolescencia y la escuela son compatibles, pero v—S hay que ponerse de acuerdo en cómo debe ser una «escuela adolescente» y cuáles son los objetivos educativos de esta etapa. Hemos considerado las tensiones y los conflictos, y nos acabamos de preocupar por los «líos» internos de la vida adolescente. Ahora, los situamos ante la tarea de ir todos los días a la escuela o a algún otro recurso educativo complementario. Más de un profesional es posible que nos recuerde que, además de aguantarlos, debemos enseñarles algo. Como reacción explícita o larvada, se pone sobre el tapete la compatibilidad o incompatibilidad entre adolescencia y escuela, entre las necesidades del adolescente y las obligaciones de la escuela. Vayamos por partes. ¿Crisis de adolescencia o crisis de docencia? Los chicos y chicas adolescentes están obligados a estar en la escuela, pero no obligados a estudiar. Mejor dicho: no estarán obligados a seguir todos el modelo de estudiante aplicado y formal, centrado en la escuela, que conservamos en nuestro inconsciente de profesores. El decreto social de la escolarización obligatoria hasta los dieciséis años no elimina que una buena parte de ellos y ellas sean estudiantes a contrapelo de sus deseos y vivencias. Pero esas contradicciones tampoco los convierten por definición en enemigos de la escuela y de sus profesores y profesoras. Sabemos que buena parte de ellos y ellas pueden ser considerados como «estudiantes resignados» o «poco estudiantes» (véase en la pp. 155-159 la fotografía de un aula adolescente). Pero también sabemos que algunas cualidades de determinados centros escolares, de algunas aulas, son las que permiten -a 99 unos más que a otrosgestionar adecuadamente esa falta de sintonía. Así como al principio de este libro he tenido que insistir en que los adolescentes no tienen la culpa de prácticamente ninguna de nuestras dificultades existenciales y la mayoría de ellos son simplemente adolescentes y no una colección de problemas, ahora debemos lidiar con los malestares escolares (docentes, educativos) de la escuela secundaria y su relación con la condición adolescente. En ese cóctel de adolescencias y escuelas, también se tiende a escamotear ingredientes y a reducirlo todo a una cuestión de adolescentes que no quieren aprender o que son ineducables. Para muchos ciudadanos y ciudadanas, sin criterios ni datos que lo justifiquen, la escuela secundaria es hoy poco menos que un desastre. Añoranzas de una escuela ya pasada, una escasa comprensión de lo que significa la escolarización hoy y una nula defensa de la escuela como espacio de oportunidades sociales han conducido a una grave desconfianza sobre la institución, en la que la parte culpable suelen ser los adolescentes, poco dispuestos a hacer lo que los adultos creemos que deben hacer. Padres y madres desconfían de una escuela que desconocen, hacen del derecho a escoger centro (para que sus hijos e hijas no estén escolarizados con «malos» adolescentes) su principal caballo de batalla. Culpan en gran medida a la escuela de su desconcierto educativo y tienden a desconfiar y minusvalorar la tarea de los profesionales implicados. Piden a la escuela papeles y funciones del pasado que hoy son innecesarios, mientras exigen que ejerza el control o la tutela de unos hijos que ya crecieron. No es mejor el estado del profesorado. Existen institutos, equipos docentes y grupos de profesores que trabajan bien, que han sido capaces de adaptarse, de crear climas educativos positivos, de ocuparse adecuadamente de los adolescentes. Existen experiencias positivas de las que aprender y en las que pueden basarse muchas de las propuestas de cambio. Sin embargo, muchos insisten todavía en que les han cambiado las reglas de juego de su profesión. No acaban de aceptar que asistimos a una crisis de docencia y no a una crisis de adolescencia. Las adolescencias, en todo caso, lo que hacen es acelerar y explicitar la complejidad de la educación en una sociedad digital, multimedia y en red. He estructurado esta idea clave en tres grandes apartados. En primer lugar vamos a seguir revisando el sentido y la lógica de las relaciones entre adolescencia y escuela. Después, en segundo lugar, propondré algunas ideas para el pacto, algunas sugerencias para, primero, acotar las pretensiones compartidas y los desacuerdos inevitables y, a continuación, sistematizar las claves organizativas de una escuela que quiera ser un espacio educativo adolescente. Finalmente, la tercera parte estará destinada a resumir algunas variables «didácticas» más relacionadas con nuestras pretensiones y sus deseos de aprender. Al final, en las sugerencias más relacionadas con la práctica, propondré tres resúmenes: una «fotografía» de las actitudes adolescentes en el aula; un resumen de cómo afecta la sociedad de la comunicación al aprendizaje y la humanización adolescente, y una pequeña reflexión a propósito de la cultura del esfuerzo. 100 Territorios adolescentes Difícilmente podríamos entender la condición adolescente sin tener presente que se trata de un sujeto que pasa buena parte de su tiempo de autoconstrucción entre aulas, pasillos y patios. Del mismo modo que, cuando ya haya superado la barrera de los dieciséis años y de la escolarización obligatoria, sería incomprensible sin considerar la centralidad de sus tiempos y espacios no formales, de ocio, de relación. Un lugar para ser adolescentes La escuela de secundaria y sus alrededores pasan a ser espacios clave de las interacciones adolescentes. Si, como he señalado, la adolescencia es fundamentalmente tiempo para ser adolescentes y sus conductas suelen ser prácticas de la adolescencia, ahora hemos de recordar que esos tiempos y esas prácticas tienen como centro de desarrollo los territorios escolares. La escuela de secundaria y sus alrededores pasan a ser espacios clave de las interacciones adolescentes. Se trata del territorio central en el que aprenden y practican unas u otras formas de ser adolescente. Ciertamente, el aprendizaje como actividad deja de ser el centro de su vida. El paso de la primaria a la secundaria continúa siendo, como siempre, el descubrimiento feliz de que «en la vida hay más cosas importantes que hacer que estudiar». No se dedican necesariamente a ser estudiantes, pero sí que se dedican a ser adolescentes en la escuela, al menos porque es en ella donde pasan buena parte de su tiempo. Si el lector vuelve a repasar las tres variables que generan la diversidad de adolescencias, que exponía en la primera de las ideas clave de este libro (pp. 45-51), recordará que en la segunda de ellas insistía en que los adolescentes son en función de las personas con quien conviven. Por esta razón, la composición de la clientela de una escuela de secundaria, decía, no es un simple hecho escolar, es un conjunto de variables que condicionan las dinámicas adolescentes, las propuestas y las limitaciones que el alumnado tendrá para construir una buena parte de su identidad, provisionalmente adolescente. El instituto se convierte en un espacio donde entran en juego las homogeneidades y las diversidades sociales, las interacciones entre barrios y territorios, las adscripciones y pertenencias, las homogeneidades y diversidades adolescentes. Los institutos son los espacios y contextos para esos procesos de afirmación, de confrontación y de diferenciación de los que hemos hablado. Allí se crean y se descargan buena parte de las tensiones, los entusiasmos, las incomodidades, los líos vitales, los agobios y las angustias. Allí interaccionan las diversas adolescencias, los estilos de vida incipientes, las culturas juveniles a las que empiezan a apuntarse. Se afirman y se confrontan en la vida cotidiana de las aulas. En esa vida escolar se confrontan con quien es diferente (por género, origen, cultura, 101 dificultad o limitación, pertenencia social, etc.) y buscan su idiosincrasia, construyen sus redes de relación y de solidaridad emocional. De manera especial, es el lugar para la confrontación con los adultos y, a la vez, para la posibilidad de construir una relación de proximidad y ayuda con unas personas adultas que no son sus padres y sus madres y que, en principio, no tienen por encargo dedicarse a controlarlos. También es un espacio para la confrontación con las pretensiones adultas, concentradas ahora en las imposiciones escolares, muchas veces paradigma del marcaje adulto que, como acabamos de ver, dicen tener que soportar. Difícilmente entenderíamos hoy el proceso de convertirse en adolescente sin contemplar su situación escolar. La escuela pasa a ser el eje vital (a menudo descentrado) del tiempo de construcción adolescente. El instituto es una especie de contexto ecológico de interacciones y estímulos, producidos por los otros adolescentes, el profesorado, la lógica institucional, las demandas sociales que los padres y el entorno atribuyen a la institución, los estímulos y los acontecimientos que se suceden. Normalmente, a pesar de los desacuerdos, la escuela obtiene buena nota En diferentes trabajos he pedido a los adolescentes que pusieran nota a su escuela y el resultado medio suele estar cerca del notable. Al contrario que sus adultos, una mayoría de los adolescentes no considera que sea un desastre. Es cierto que al ponerle nota valoran algo más que las actividades académicas, el aprendizaje o el estudio (aunque también lo tienen en cuenta). Valoran una situación poco definible que podríamos denominar «climas». Están valorando el ambiente, las relaciones entre iguales, las relaciones con el profesorado, la actividad docente, los tiempos no académicos, la regulación de la vida cotidiana, etc. A las dinámicas de relación que genera un origen social u otro, una composición u otra de la clase, hay que añadir el clima que la escuela es capaz de crear. Entre esas valoraciones hay chicos y chicas con actitudes muy contrapuestas. Hablamos de adolescentes que pueden estar en conflicto total con la escuela y todo aquello que la rodea y, a la vez, de estudiantes perfectos o de aquellos que sin serlo encuentran todo lo que necesitan entre las paredes de la institución educativa. También sabemos que los contextos generados por la presencia de un tipo u otro de alumnado influyen en cómo es vivida la escuela por los propios adolescentes. A las dinámicas de relación que genera un origen social u otro, una composición u otra de la clase, hay que añadir el clima que la escuela es capaz de crear y quiere provocar. Con un alumnado similar, el clima que una escuela u otra crea puede ser determinante. Las mejores valoraciones adolescentes de la escuela de secundaria aparecen en institutos con población que viene de barrios moderadamente interclasistas, donde la dinámica es activa, se estimula el pensamiento crítico... y hay diversidad de adolescencias. Los contextos escolares «selectos», que algunos padres y madres se empeñan en 102 conseguir para sus hijos, no siempre son ambientes escolares selectos para los chicos y chicas. A menudo se trata de escuelas que sólo aceptan unas determinadas formas de ser adolescente, impiden en su funcionamiento unas formas de practicar la adolescencia. El alumnado no puede valorar especialmente la escuela porque se produce una fuerte rigidez en la dinámica interna y una fuerte presión, de acuerdo con las expectativas familiares, sobre los rendimientos académicos y el comportamiento «adecuado». Las mejores valoraciones adolescentes de la escuela de secundaria aparecen en institutos con población que viene de barrios moderadamente interclasistas, donde la dinámica de la institución es activa, se permiten «contestaciones», se estimula el pensamiento crítico y, aun cuando domine algún tipo de adolescente, hay diversidad de adolescencias. Hoy por hoy, parece darse una fuerte desviación entre aquello que consideran importante unas determinadas escuelas, aquello que los padres y la institución esperan, y aquello que a los adolescentes les sería útil y desearían encontrar. El aula, las relaciones y el clima general La peor valoración corresponde a la incapacidad de la escuela para poner en relación lo que ellos estudian y lo que pasa fuera, en su vida. La mejor valoración corresponde al clima que algunas escuelas consiguen crear. Una visión global de su escala de valoración sobre lo que pasa en el instituto podría resumirse de la siguiente manera: la peor valoración corresponde a la incapacidad de la escuela para poner en relación lo que estudian y lo que pasa fuera, en su vida. Le suele seguir la incapacidad de la escuela para hacer que se interesen por sus propuestas y la de un sector del profesorado para explicarse y hacerse entender. La mejor valoración corresponde al clima, al ambiente que algunas escuelas consiguen crear. Más o menos es como si buena parte de los adolescentes dijera: «Mi vida y la de la escuela no tienen demasiado en común, aún así en la escuela me encuentro bastante bien, los profesores lo hacen suficientemente bien y aquello que me hacen realizar parece que es inevitable y necesario para mi futuro, tiene algo que ver con la vida y, a veces, con mi vida». Un grupo significativo, sin embargo, tiene bastante claro que: «Voy a la escuela a pesar de que es bastante aburrida, pero no me queda más remedio si debo pensar en mi futuro». También existen aquellos a quienes ni el presente ni el futuro les hace llegar a una valoración positiva: «Todo es un asco y no hay quien aguante la escuela». No hay que olvidar que existe un sector escolarmente «huérfano» (sujetos con pocas relaciones entre iguales y con poca atención del profesorado) que tiene dificultades para hacerse un hueco en la escuela y, a la vez, para acabar de situarse en la adolescencia. Parece que la vida del aula condiciona la vida de la escuela. Encontrarse bien en el aula, sentirla como espacio tranquilo o como espacio donde se hace algo, es clave para valorar bien la escuela. Buena parte de la tensión con la institución está centrada en lo que pasa en el aula y no en el ambiente en general. Los recursos personales, las relaciones positivas y la sintonía con al menos una parte del profesorado hacen que se 103 reduzca la importancia de las tensiones en el aula. Buena parte de los adolescentes en mala sintonía con la escuela puede encontrar otras muchas razones (que podemos aprovechar) para continuar siendo sujetos escolares. Obligatoriamente estudiosos Podríamos completar este conjunto de valoraciones recordando que la adolescencia ha sido escolarizada obligatoriamente, sin que tengamos todavía un análisis adecuado de lo que esto ha comportado para las diferentes adolescencias y para las diferentes instituciones escolares. El ajuste mutuo ha sido y continúa siendo muy diferente según el tipo de escuela y el tipo de adolescente. Mayoritariamente, suele ser positivo para el alumnado y conflictivo para las instituciones. No parece que los argumentos adolescentes sobre su condición de escolares forzosos vayan en la dirección ni de aceptar cualquier escolarización, de cualquier manera, ni de negar la existencia de razones para continuar siendo estudiantes. No parece que los argumentos adolescentes sobre su condición de escolares forzosos vayan en la dirección ni de aceptar cualquier escolarización, de cualquier manera, ni de negar la existencia de razones para continuar siendo estudiantes. Tampoco tiene mucho sentido pensar que se dan dos situaciones diferenciadas que deben tener un tratamiento escolar diferenciado: la de quienes quieren estudiar y la de quienes no quieren hacerlo. Entre los que supuestamente no quieren, hay al menos dos grupos. Quienes por ahora buscan dedicarse a ser adolescentes y aparcan el estudio y quienes no tienen intención de continuar una vida de estudiantes porque han acumulado y siguen acumulando dificultades. Entre los que sí parecen querer estudiar están quienes han aparcado su adolescencia para ser estudiantes (más adelante tendrán que recuperarla y entrar en crisis) y aquellos que consiguen equilibrar o hacer coincidir unos y otros intereses, unas y otras vivencias. La convivencia en la escuela de adolescentes con actitudes diversas sigue planteando tres retos educativos: la reducción de las intolerancias, la consolidación de modelos pedagógicos flexibles, innovadores y muy conectados con la realidad, y la interrelación entre escuela y entorno. La convivencia en la escuela de adolescentes con actitudes diversas, su permanencia obligada en las aulas, sigue planteando, en cualquier caso, tres retos educativos conocidos: • La reducción de las intolerancias que genera entre una parte de sus compañeros el alumnado estudioso, el que todavía está centrado en el estudio y tiene sociabilidad escasa con los sectores menos academicistas y padece tensiones con el sector «broncas». • La consolidación de modelos pedagógicos flexibles, innovadores y muy conectados con la realidad, para el sector que no está demasiado dispuesto a seguir con una escuela como la que había «soportado» hasta ese momento. • La interrelación entre escuela y entorno para gestionar la atracción «laboral» 104 (económica) que provoca la economía sumergida y la economía fácil para los adolescentes de determinados entornos con dificultades escolares y sociales. (Una relación cambiante según los momentos de bonanza o de crisis económica). Las variables de una escuela en clave adolescente Expresadas algunas de las lógicas, coincidentes, paralelas o contradictorias, entre la escuela secundaria que proponemos los adultos y la que están dispuestos a vivir los adolescentes, necesitamos descubrir si existe un territorio común más importante que los desacuerdos. Pero, ¿por qué tengo que ir a la escuela? Recordando que la es cuela ya no garantiza por sí sola la promoción dentro de las escalas sociales, no nos queda más remedio que encontrar argumentos útiles para cada tipo de adolescencia. Antes de que se describan las variables estructurales de una verdadera escuela adolescente, debemos abordar el principal escollo de la confluencia: el «por qué» o los «por qué» de seguir yendo a la escuela, pero no sin antes aparcar aquellos viejos argumentos de los padres de mi generación que nos decían: «Hijo mío estudia que es la única herencia que puedo darte, la semilla que ahora plantes será los frutos que luego recogerás». Recordando, también, que la escuela ya no cumple ninguna función de ascensor social, no garantiza por sí sola la promoción dentro de las escalas sociales. No nos queda más remedio que «vender» la escuela a los adolescentes (mejor dicho: encontrar argumentos útiles para cada tipo de adolescencia). No lo tenemos fácil. Ni siquiera cuando insistimos en que su trabajo, su obligación ahora, es estudiar. Cuando les recordamos que es la parte de su compromiso con nosotros, que les seguimos cuidando y ayudando. De nuevo la centralidad de lo responsablemente correcto se sitúa en los estudios, aunque para ellos y ellas no sea ni lo más importante, ni lo más significativo («Pues a mí mi padre me dice: responsabilidad es igual a estudiar»; «Desprecian nuestras responsabilidades, dicen: eso son pequeñas responsabilidades, no son importantes». «¿Importantes? todas son importantes»). En ese lío de los estudios, además, como en otros, aparece el sentimiento de injusticia por las respuestas («Cuando apruebas no te lo dicen, pero cuando suspendes no callan»). Al tener idealizado como buen adolescente al adolescente estudioso, situamos con facilidad al que no se caracteriza por esa faceta como adolescente poco responsable («Sí, soy un poco cafre en los estudios, voy pasando de curso apurada pero paso. Tampoco les he dado motivos, lo que pasa es que tengo una hermana mayor, que es súper..., que es todo lo contrario a mí, que se queda en casa cuando tiene que estudiar, que no bebe, que no fuma, que nada, pues la diferencia es muy grande, entonces la responsable es ella, y no hay término medio»). (Funes, 2009e) 105 Los adolescentes han de descubrir que la escuela tiene que ver con lo que sienten que necesitan, que de vez en cuando da respuestas a sus interrogantes, que no deja a un lado lo que consideran verdaderas preocupaciones. Creo que buena parte de nuestras justificaciones han de tener que ver con la necesidad de seguir aprendiendo a lo largo de toda la vida, con conseguir que descubran que eso es y seguirá siendo así toda su vida. Justificar la escuela significa hacerles descubrir la cantidad de aprendizajes que realizan todos los días para adaptarse a una sociedad en cambio acelerado. Partir de lo que cada día tienen que aprender, desde el funcionamiento de un nuevo aparato hasta la adquisición de la habilidad para moverse en la Red o para proyectar hacia los otros una imagen competente de sí mismos. Partir de lo que descubren que no saben o no dominan, mientras otros de sus compañeros y compañeras sí. Puede sonar a bucólico, pero la escuela está ahora al servicio de mantener o estimular sus diversos deseos de saber. Tiene que ver la generación y el mantenimiento de la curiosidad con la necesidad de descubrir, sin pretender que la escuela sea la única fuente de aprendizaje, recuperando como tarea del aula otras curiosidades vitales. El atractivo de su obligación de ir a la escuela no puede quedar reducido al valor de estar y relacionarse. Han de descubrir que aporta algo importante a su vida de personas adolescentes. Que tiene que ver con lo que sienten que necesitan, que de vez en cuando da respuestas a sus interrogantes, que no deja a un lado lo que consideran verdaderas preocupaciones. Que hace suyos una parte de sus intereses. Justificar que han de venir significa construir otros atractivos. Seguir juntos (conseguir que vengan, hacer que estén dispuestos a interesarse por lo que les proponemos) también significa negociaciones y pactos: explicación, debate, acuerdo sobre las formas de relacionarnos con ellos, las pretensiones de cada una de las partes, las reglas de juego, las formas de convivencia. Sienten como suyo aquello que construyen y reconstruyen, aquello que no pueden decir que se les ha impuesto (sólo se les ha impuesto pensar, decidir, acordar). Recordemos: ¡la pedagogía de la adolescencia es la pedagogía del pacto! (del repacto y requetepacto). La escuela obligatoria no puede ser la escuela de las obligaciones y no tiene como misión hacer descubrir a los adolescentes que la vida es dura. Como ya he resumido hablando de la educación y los conflictos, algunos aspectos de esta relación obligada tendrán que ser impuestos. Pero, igual que los límites, las imposiciones sólo pueden ser unas pocas y no pueden estar basadas en el poder que tenemos (y que ellos van a ningunear mientras puedan), sino en la imposibilidad de discutir algunas cosas que nosotros consideramos extraordinariamente importantes hasta que sean definitivamente autónomos. Sin embargo, la escuela obligatoria no puede ser la escuela de las obligaciones y no tiene como misión hacer descubrir a los adolescentes que la vida es dura (cuadro 7). Cuadro 7. ¿Qué conseguiré en este curso que empieza? ¿Qué puedo aprender este año? (Algunas veces en mi vida profesional he tenido que «inaugurar» el curso escolar explicando a los adolescentes de la ESO por qué valía la pena que empezaran el curso con una cierta ilusión. En diversas ocasiones he 106 utilizado este decálogo o alguno similar para convencerlos de que la escuela y ellos y ellas seguían teniendo algunos intereses en común). 1. Quizás en casa ya me vayan a dejar salir hasta más tarde. 2. Encontraré a algunos profes de buen rollo que me ayudarán. 3. Descubriré por qué los móviles no se lían cuando envían los mensajes de todos a la vez, sabré distinguir entre ser alcohólico y estar borracho. 4. Además de decir «tío de qué vas» sabré hacer metáforas, construir una página web y retocar fotografías digitales. 5. Algunas cosas las decidiré yo solo. 6. Quizás me enamore. 7. Probablemente, deje de preocuparme por mi cuerpo... y tenga mi propia manera de ser, digan lo que digan la tele o mis colegas. 8. Aprenderé en ciencias a cómo explicar a la gente carroza por qué no tienen derecho a destruir el planeta. 9. Quizás sepa algo más de ese rollo y haga algo en contra de la guerra, a favor de los que tienen menos o para que mi barrio sea más justo. 10. Tendré un amigo chino, iré a las fiestas con uno del Camerún, haré que Fátima venga a la pandilla. Siguiendo con la lógica de las aproximaciones vitales, aunque a algún lector pueda sonarle a provocación, me parece útil citar una experiencia de trabajo con adolescentes en el instituto los lunes (cuadro 8). Un momento en el que, cuando la adolescencia ya está en su plenitud, aparecen paradigmáticamente las tensiones entre lo que son capaces de hacer, lo que deberían hacer, lo que pretendemos que hagan, lo que quieren hacer... Cuadro 8. El síndrome del lunes Un break en el aula para digerir el fin de semana* Enlatados entre el lunes, en el fragor del final de la batalla, y el viernes que nunca llega, en el que se prepara la próxima contienda, algunos/as adolescentes tienen que convivir con ecuaciones, polinomios, tablas de elementos, géneros literarios, clases de mester de juglarías, versos, moléculas, descomposiciones de átomos, competiciones deportivas... Porque para muchos adolescentes tras «la resaca del fin de semana» no siempre llega la calma, sino el arrepentimiento; los dolores de cabeza, las preguntas, las dudas, las frustraciones, los miedos por lo que pudo ser, el «menos mal»; e incluso los desastres. En medio de este panorama, ¿alguien cuenta con sus deseos de aprendizaje de conocimientos?, ¿no parece conveniente que el primer espacio de realidad con el que se encuentren el lunes en el instituto sea un espacio crítico y reflexivo sobre lo que ha pasado y lo que pudo haber sido y no fue? Es posible, para algunos, que los polinomios y las oraciones subordinadas despierten menos inquietud el lunes que «el dónde coño habré metido el móvil». Por todo esto, desde este proyecto perseguimos la reflexión y el traslado de una información adecuada, antes de decidir qué hacer el próximo sábado. Información y reflexión imprescindibles para poder decidir y para poder hacer frente a las consecuencias de la decisión tomada, para poder rectificar incluso, que no es ni más ni menos que hacer uso de su responsabilidad. Debemos intentar convertir la emoción de ese momento en reflexión.(Azkarretazabal y Parreño, Comunicación en el Congreso «Adolescentes en tiempos de crisis». Portugalete Octubre 2009. Disponible en: <www.adolescentesencrisis.org>). * Introducción a la actividad «El síndrome del lunes» del programa municipal de trabajo con los institutos del municipio de Portugalete. En él se realizan diversas actividades de autoconocimiento, dinámica de grupos, toma de decisiones, etc., relacionadas con el fin de semana, que son retomadas después en diferentes momentos de la dinámica normal de las clases y, especialmente, en la tutoría (www.portugalete.org y www.kolokon.com). 107 Hacer escuela secundaria es hacer una buena escuela La escuela secundaria, como territorio contexto para educar a los adolescentes, necesita unas determinadas formas de organizarse, de enseñar a aprender. Acordemos, pues, que la relación entre escuela secundaria y adolescencia no sólo es posible, sino también necesaria. Aceptemos que no vale cualquier forma de organizar la escuela ni cualquier forma de estar en ella. ¿Hay alguna posibilidad de definir cuáles han de ser las características de una escuela adolescente? Sabemos por experiencia que no vale cualquiera y que no puede ser un lugar para la simple transmisión del conocimiento o la obtención de títulos. La escuela secundaria, como territorio contexto para educar a los adolescentes, necesita unas determinadas formas de organizarse, de enseñar a aprender. Ha de poder crear unos determinados climas, debe poder facilitar la influencia de unas personas adultas que acompañan procesos de transformación y cambio. Comencemos por resumir los aspectos más estructurales, organizativos, responsables de la creación de uno u otro clima, de la posibilidad de que sea más fácil el hecho educativo. Cuando aquí o en la idea clave dedicada a los conflictos hablamos de «clima» escolar, me estoy refiriendo al ambiente que se crea en un determinado contexto. Aquí nos referimos al conjunto de elementos «ambientales» que generan, o al menos condicionan significativamente, las relaciones satisfactorias entre iguales y con los adultos en el entorno escolar (la escuela y otros espacios cercanos interconectados por la actividad de los escolares). Un clima positivo no se consigue sólo con el logro de buenos resultados académicos, el predominio del orden formal o la inexistencia de violencia en las relaciones. Un clima positivo es aquel en el que se reducen a mínimos, o se hacen menos probables, aspectos como: la conflictualización sistemática de los procesos de aprendizaje, la pérdida del deseo de saber, el rechazo hacia la escuela, la confrontación sistemática con los adultos, el uso de conductas violentas para resolver los conflictos, los procesos de aislamiento, la estigmatización de diferentes grupos, la autodesvalorización y las tensiones derivadas de la continua frustración, el bloqueo de los procesos de maduración, etc. Todos esos aspectos (no sólo algunos) son importantes y no puede pensarse que una buena escuela de secundaria es simplemente aquella en la que se consiguen buenos resultados académicos, predomina el orden formal y no parece existir violencia en las relaciones. Como en otras ideas clave, aquí también tengo que advertir que no voy a resumir en qué consiste el funcionamiento adecuado de una buena escuela. Tan sólo voy a intentar resumir las variables organizativas positivas que las adolescencias hacen aflorar como especialmente influyentes. Sin embargo, no está de más advertir que con los adolescentes no hay que hacer nada diferente de procurar que la escuela sea una buena escuela. Es decir, como para cualquier otra edad, crear un lugar en el que sea posible la influencia educativa positiva para sujetos diversos que viven momentos evolutivos y sociales específicos (una etapa, un ciclo evolutivo), en este caso que están dedicados a vivir sus adolescencias. 108 Buena fama y posibilidades de acomodo Para hacer que la escuela sea ese lugar adolescente en positivo, debemos considerar en primer lugar la imagen social de la escuela y la diversidad real de alumnado presente. Para hacer que la escuela sea ese lugar adolescente en positivo, debemos considerar en primer lugar la imagen social de la escuela y la diversidad real del alumnado presente. Los chicos y chicas no van con la misma actitud a un lugar que consideran un desastre, una imposición sin más o un posible lugar con interés. Un espacio para estar con los iguales o el espacio de los adolescentes opuestos. Un lugar que perciben tan sólo para estudiar o también para estar. Un lugar que valoran o desprecian los amigos. Un lugar que les gusta a los padres y a ellos o sólo a los padres. En gran medida todo comienza por la «fama» que se divulga sobre el instituto y que los adolescentes interiorizan y divulgan. Empiezan a venir precavidos, interesados, curiosos, contrariados, etc. Luego, puede ocurrir que se lo apropien, que lo acaben sintiendo como un lugar propio o como hostil. Como un lugar en el que cabe su adolescencia o como un lugar en el que sólo se valoran otras adolescencias. Si su tiempo de instituto llega a ser un tiempo de prácticas adolescentes, su relación con la institución será una probatura constante para ver si su forma de ser adolescente cabe en ella. En el posible acuerdo o desacuerdo de convivencia educativa se mezclan las expectativas de los padres, las del profesorado y las de los adolescentes. Un triángulo a menudo inestable que comienza por las contradicciones sobre el buen alumno y el buen adolescente que unos y otros tienen, y que sigue por lo que unos y otros esperan sobre la excelencia en el aula, el buen comportamiento o las formas de ser adolescente. Una escuela adolescente no puede ser la prolongación del control familiar, ni la delegación educativa para que nos ocupemos de toda su adolescencia. Mejor heterogénea que homogénea Las aulas adolescentes tienen que ser un mosaico cambiante de adolescencias diversas. No quiero ser reiterativo sobre la diversidad de adolescencias en el aula, su efecto sobre la construcción adolescente y su impacto sobre la gestión del aula y de la escuela. La escuela adolescente comienza por la matrícula para evitar que tenga sesgos, que exista una selección específica de clientela. Las aulas adolescentes tienen que ser un mosaico cambiante de adolescencias diversas. De lo primero que debemos convencernos como padres, madres o profesorado, es de que la mejor situación educativa (en términos empíricos) es aquella en la que se da una amplia diversificación de adolescencias, lo que en algunos trabajos se define como «contexto diversificado». Los intentos de homogeneizar las adolescencias que acuden a una escuela, convirtiendo la uniformidad de clase social en reducción a un solo tipo de adolescencia aceptable; la pretensión de evitar las «malas compañías» enviando al hijo o hija a una escuela «adecuada», o los esfuerzos de un claustro para que en su escuela sólo estén determinados tipos de adolescencias suelen acabar siendo una fuente importante de problemas para unos y 109 otros. Las homogeneizaciones de adolescencias dentro de las escuelas producen mayores dificultades en los chicos y chicas para gestionar la propia adolescencia. En general, esas homogeneizaciones producen mayores dificultades en los chicos y chicas para gestionar la propia adolescencia, dificultan la creación de climas positivos, la posibilidad de que el adolescente considere la escuela como un espacio propio, incrementan las tensiones en la construcción de la identidad por rivalidad y confrontación, no facilitan la creación de contextos de aprendizaje innovadores. Cuando se producen las dos reducciones sociales extremas (escuelas marginales, escuelas de élite), en un lado la adolescencia se marginaliza y se hace imposible la socialización positiva y la posibilidad de encontrar sentido al aprendizaje obligatorio; en el otro, el elitismo produce unas formas de ser adolescente en las que la tensión y la exigencia provocan otras dificultades y un tipo de grupos en los que resulta muy difícil educar para la pertenencia y la comunidad. No hay escuela de secundaria viable si ésta no se construye con poblaciones adolescentes diversas, diversas en sus formas de practicar la adolescencia, de entornos sociales diversos y de extracción social amplia. Grupos sin etiqueta Las agrupaciones son otro gran elemento estructural que posibilita o impide la proximidad entre adolescencia y escuela. Si tuviera que seleccionar otro gran elemento estructural que posibilita o impide la proximidad entre adolescencia y escuela, me referiría a las agrupaciones, a las diferentes situaciones de adscripción a grupos que la escuela va generando. Para que se entienda la importancia de cómo se agrupan, se promocionan, se aparcan o se rechazan, quisiera recordar que, como he expuesto en otras ideas clave, estamos ante un sujeto en plena construcción de su identidad y que son en la medida que pertenecen y, también, acaban siendo lo que se espera de ellos y ellas. Tampoco ahora señalaré los criterios pedagógicos sobre cómo agrupar sensatamente al alumnado diverso. Tan sólo quisiera referirme a la incidencia sobre sus formas de ser adolescente y sobre nuestras posibilidades de incidir educativamente en ellas. A la «ilusión de la homogeneidad» del grupo de sujetos que hay que educar (Pujolas, 2008) que tiende a darse en las propuestas escolares en general, se añade ahora la «ilusión de la bondad», la posible clasificación de los adolescentes por sus bondades escolares, ya sean éstas su disponibilidad para estudiar o su «nivel» de conocimientos. Ya hemos recordado que no nacen adolescentes ni acaban de llegar a la escuela. Tienen vida e historia personal y escolar. No son sólo diversos como adolescentes, sino también como personas. Además, me he referido a que las formas de construirse como adolescentes tienen que ver con la diversidad con la que conviven y con las respuestas que reciben de los adultos a su realidad adolescente. Al margen de las diversas didácticas y las flexibilidades de agrupación para aplicar a 110 sujetos que ya acumulan posicionamientos y resultados escolares muy diversos, la perspectiva adolescente nos indica que su relación con la escuela se volverá imposible si optamos por clasificarlos en grupos con etiquetas (grupos que ellos, sus padres y sus profesores conocen como diferentes y tratan como diferentes). Ni los niveles ni las agrupaciones especiales estables permiten que un adolescente crezca educativamente con una identidad, en su parte escolar, positiva. Agrupar así significa sentar las bases para que una parte significativa del alumnado construya diversos grados de desafección con la escuela. La escuela le recuerda continuamente el tipo de alumno que es y que su forma de ser adolescente no concuerda con lo que la escuela espera de él. En el caso del «bueno», le recuerda permanentemente que no es como los otros y lo engaña haciéndole ver que lo más importante de su adolescencia es su buen nivel escolar. La perspectiva adolescente nos indica que su relación con la escuela se volverá imposible si optamos por clasificarlos en grupos con etiquetas. Si para construirse como adolescentes necesitan convivir en una escuela con adolescencias diversas, para comprobar lo que son y lo que no son, lo que saben y lo que deben aprender, lo que tienen de positivo y de desastre, deben compartir buena parte de su tiempo de aula con compañeros también diversos como estudiantes. Si su grupo escolar, su aula de todos los días, su espacio de interacción no es diverso, construyen o agravan su posicionamiento antiescuela y buena parte de sus dificultades adolescentes se convierten en dificultades escolares. La estructura escolar crea un mapa de ganadores y perdedores donde los grupos altos son envidiados pero a la vez odiados, fomentando así relaciones negativas entre jóvenes de diferentes grupos y a la vez malestares sociales dentro de los grupos bajos, donde hay una mayor presencia de alumnado desmotivado, repetidor y resistente a la escuela. En cambio, la creación de grupos heterogéneos, equilibrados en género, comportamiento y resultados académicos, o la creación de otras formas de agrupación, en función del tipo de trabajo que se realice (seminarios, sesiones de video, charlas, etc.), inciden positivamente en las relaciones de convivencia puesto que los alumnos no interiorizan tan fácilmente jerarquías inmovilistas y segregadoras y amplían sus redes sociales. (Carrasco, GómezGranell y Ponferrada, 2006) Una escuela de ciclo y dinámicas de grupo La cuestión de los grupos también está relacionada con la promoción de curso, las repeticiones, la edad en la que empiezan y acaban su escolarización secundaria obligatoria. De la adolescencia estamos hablando desde el principio como un conjunto de años para dedicarse a ser adolescente y, en diversos momentos, he puesto énfasis en recordar que se trata de procesos, que los ritmos no son uniformes, que a menudo se paran, que a veces vuelven hacia atrás o quieren acelerar alocadamente. Una escuela de ciclo es aquella que no da por supuesto que todos los alumnos aprenden al mismo ritmo, que sabe que no siempre mantienen el mismo entusiasmo o rechazo por aprender, y que los procesos personales se solapan con los procesos de aprendizaje y hay que intentar conseguir que tengan alguna sincronía. De la escuela secundaria habrá que recordar que también es una escuela de ciclo. Es 111 decir, que el conjunto de las influencias educativas y la consecución de los objetivos (o la adquisición de competencias) deben producirse y valorarse al final y en algún momento intermedio. Una escuela de ciclo es aquella que no da por supuesto que todos los alumnos aprenden al mismo ritmo, sino que sabe que no siempre mantienen el mismo entusiasmo o rechazo por aprender, y que los procesos personales (de maduración, de gestión de sus crisis, de curiosidad e interés por el conocimiento) se solapan con los procesos de aprendizaje, por lo que hay que intentar conseguir que tengan alguna sincronía. A pesar de los debates academicistas y las normas cambiantes, hacer que un alumno pase o no de curso, acceda al segundo ciclo, se le mantenga en su grupo o se le cambie es algo más complejo que valorar cuántas asignaturas tiene suspendidas. Si volvemos a las claves adolescentes, la promoción o no de curso, por ejemplo, ha de valorar que suspender o aprobar no es igual cuando uno pasa de todo que cuando uno sólo puede con los líos de su vida. Que no tiene el mismo valor cuando buena parte de la clase no está por la labor que cuando sólo alguno de los alumnos deja de rendir. Que aprobar, a veces, es someterse y no hacerlo es dejar claro que ese mundo académico de una asignatura o esa actitud de un profesor no va con ellos. Valorar una promoción de curso o un cambio de grupo significa intentar saber en qué contexto escolar se producirá una mayor sintonía entre su personal realidad adolescente y la condición de escolar obligado. Valorar una promoción de curso o un cambio de grupo es tener en cuenta relaciones, pertenencias, dinámicas de grupo (dentro y fuera de la escuela) y, a veces, dinámicas de poder o de aislamiento. Significa intentar saber en qué contexto escolar se producirá una mayor sintonía entre su personal realidad adolescente y la condición de escolar obligado (lo cual debemos evitar para no agudizar la confrontación). Olvidar la condición adolescente es olvidar que el principal objetivo es conseguir que, a pesar de sus dificultades (y las que crea voluntaria o involuntariamente a la escuela), no se desconecte y siga en un proceso educativo que un día u otro se estabilizará. En la idea clave sobre los conflictos ya hemos repasado su relación con los reales o aparentes problemas del día a día de la clase y de la escuela. En esta idea clave sobre los desajustes mutuos, me gustaría recordar que una parte muy significativa de las dificultades escolares de la ESO no la constituyen hoy los chicos y chicas que llegan al final y no tienen el título (ref dipu acom), sino los altos porcentajes de alumnos repitiendo y fuera de promoción, en tensión permanente con la escuela, con ambas partes esperando a que lleguen los dieciséis años para desaparecer del mapa escolar. No ponemos a sujetos individuales en una clase o los quitamos de ella, sino que adscribimos, separamos, confrontamos, construimos pertenencias o desarraigos. Para agrupar, para clasificar, para repetir o pasar, se olvida con demasiada frecuencia que una clase es una agrupación de adolescentes en la que existen grupos, con mayor o menor grado de integración y diversas dinámicas de relación, y que éstos tienen que ver con otros grupos clase y con la dinámica general de grupos de la escuela. No ponemos a sujetos individuales en una clase o los quitamos de ella. Adscribimos, separamos, 112 confrontamos, construimos pertenencias o desarraigos. Facilitamos el refuerzo de unas u otras identidades, reducimos o agravamos tensiones adolescentes vividas a partir del grupo. Para hacerlo sensatamente no deberíamos seguir los decretos sobre aprobados y suspensos, sino practicar la observación para conocer a la que me refería en la idea calve 2. Cuestión de sintonías, formatos y acuerdos participativos Entre los ejes estructurales para la compatibilidad activa entre adolescencia y escuela hay dos: la organización, el sentido y la eficacia de la relación tutorial y la dinámica pedagógica y didáctica del aula. Entre los ejes estructurales para la compatibilidad activa entre adolescencia y escuela hay dos a los que me referiré más tarde. Por un lado, la organización, el sentido y la eficacia de la relación tutorial, de la que hablaré monográficamente en la idea clave 7. Y, por otro, la dinámica pedagógica y didáctica del aula que abordaré a continuación. Antes, me gustaría resumir algunas ideas complementarias relacionadas con la idea central: conseguir que el adolescente sienta la escuela como algo suyo, no sólo como un lugar donde puede estar. Intentar conseguir que cada chico o chica, por complicado que sea, encuentre algo que hacer en la escuela y que le interese, algo que justifique su venida al centro. No es el azar el que hace que les interese una asignatura u otra, una nueva materia, un crédito variable y no la lengua, las mates o la historia de siempre. Es normal que algunos y algunas odien la escuela, pero no que la odien toda, hasta el punto de estar contra todo y contra todos. Al menos deberían encontrar un «conserje» benévolo con quien ocuparse de las fotocopias o del mantenimiento. Sentirla suya es, al menos, encontrar a alguien y encontrar algo que conecte con sus vidas. Hemos hablado de los pactos de actitudes y expectativas: acordar las reglas de juego de nuestra relación obligada. Nos hemos referido a los grupos: no sentirse excluido, no estar sometido, no convencerse del propio desastre, no ser adolescente en soledad. Hemos insistido en la necesidad de que perciban que en la escuela pueden convivir estilos de vida joven muy diferentes, que todos tienen su espacio. Ahora deberíamos considerar lo que se suele llamar estructuras de participación. Aquellas formas de relación en el funcionamiento institucional que consiguen evitar que el adolescente se convenza de que el mundo de la escuela es sólo y exclusivamente una cuestión adulta que ha de asumir sin rechistar. Para que la escuela sea adolescente ha de comenzar por conseguir que el adolescente sienta que va con él, que puede establecerse un espacio de sintonía. Después de comprobar qué adolescencias caben y cómo pueden convivir estilos de vida adolescentes diferentes. Las estructuras de participación son aquellas formas de relación en el funcionamiento institucional que consiguen evitar que el adolescente se convenza de que el mundo de la escuela es sólo y exclusivamente una cuestión adulta que ha de asumir sin rechistar. 113 Ya me he referido a cómo construir participativamente las normas y a cómo gestionar de manera responsable las transgresiones. Pero la participación (difícil, frágil, inconstante, etc., como casi todo en la adolescencia) va mucho más allá. Lo que intentamos evitar es que el adolescente sienta que todo lo que pasa en la escuela tiene que aceptarlo como inevitable, que tan sólo puede rebotarse o conformarse. Se debe evitar que el adolescente sienta que todo lo que pasa en la escuela tiene que aceptarlo como inevitable, que tan sólo puede rebotarse o conformarse. Debe poder participar. La participación está, obviamente, relacionada con el funcionamiento general de la escuela, pero puede tener grados muy diversos. Hacer que la sientan suya comporta implicarlos en decisiones sobre aspectos importantes y no sólo sobre formalidades. Lo contrario hace que se sientan atrapados entre dos mundos adultos: el de sus padres y el de sus profesores, sin margen de maniobra. Deben comprobar que realmente sus opiniones cuentan y que pueden cuartear, compartiendo opiniones y decisiones con otros sectores de la escuela, el mundo aparentemente monolítico de los adultos. En cualquier caso, para la mayoría de adolescentes, su principal implicación pasa por participar en el funcionamiento del aula. No en la simple elección de representantes y delegados, sino en la tendencia a participar en las decisiones que estimulan muchos de los profesores que pasan por ella, en la tendencia dominante a dialogar, negociar, discutir y consensuar como formas habituales de aprendizaje. Es difícil generar interés por una materia si el alumno adolescente, que anda por otros mundos, no tiene algo que decir, no estimulamos que aparezca su perspectiva o no intentamos que descubra las perspectivas de sus compañeros. En la escuela secundaria, participar no significa implicarse tan sólo en el funcionamiento, sino que comporta poder participar en decisiones que afectan a lo que aprenden y a cómo lo aprenden. Participar es permitir y crear dinámicas de pertenencia y gestionar los procesos de aislamiento y exclusión. Como tantas cosas en la adolescencia, la participación también tiene que ver con el funcionamiento del grupo clase y con las dinámicas de grupo que en ella se producen. Por eso, cuando volvamos a hablar del tema en la idea clave sobre la tutoría, insistiré en la dinamización del grupo que ha de hacer el tutor. Se sienten miembros de la escuela en la medida que tienen un espacio reconocido en el grupo. Participar es permitir y crear dinámicas de pertenencia y gestionar los procesos de aislamiento y exclusión. Aunque pueda parecer que volvemos a la utopía, me parece que una buena síntesis de lo que llevamos dicho sería la siguiente tesis de la investigación sobre la convivencia a la que ya me he referido: A priori, consideramos que en un centro escolar donde haya un elevado nivel de participación real de todos los agentes implicados en la vida del centro, diversificación del alumnado, una distribución del poder clara, una organización escolar pactada y no excesivamente jerarquizada, donde el alumnado se sienta acogido en el centro, escuchado por su profesorado y no sólo atendido académicamente, donde a su vez perciba que hay una preocupación real por su futuro, entre otros factores, podríamos considerar que se da un clima escolar positivo. (Carrasco, Gómez-Granell y Ponferrada, 2007) 114 La experiencia de aprender La discusión sobre cómo se enseña y cómo se aprende, sobre cómo se enseña a aprender, cómo se tiene interés para hacer o cómo se consigue hacerlo, nos llevaría una vez más a los manuales de pedagogía y de didáctica. Aquí, sólo nos ocupamos de reflexionar sobre las condiciones educativas y de aprendizaje que son inherentes a la adolescencia y a la escuela secundaria, aunque haya que recordar, de vez en cuando, que también es necesaria la pedagogía y la didáctica en la secundaria. Aprender aprendiendo es la forma básica del aprendizaje adolescente. En diferentes momentos de este texto he llamado la atención sobre las dos tensiones que desde su inicio parecían afectar a una escuela que debía escolarizar a todos los adolescentes. La primera de ellas era la del predominio de la lógica de la materia. La segunda, la de la complejidad derivada de la diversidad adolescente del alumnado. A ellas se ha ido añadiendo en diferentes momentos una especie de confrontación soterrada sobre la manera de concebir el proceso de aprendizaje, a menudo etiquetada como de predominio del «constructivismo». Esta tensión larvada ha conducido a ponerle una etiqueta a una forma de aprender que, más allá de la psicopedagogía que la formule, es inherente a la propia condición adolescente. Aprender aprendiendo no es una teoría del aprendizaje, sino la forma básica del aprendizaje adolescente. Se puede rechazar una teoría pedagógica, pero no se pueden rechazar las formas adecuadas de establecer una relación de aprendizaje con eficacia educativa. Desde una teoría pedagógica o didáctica, conseguir que un adolescente, con nuestra ayuda, aprenda supone considerar cómo su condición adolescente mediatiza las posibilidades de aprender. De cualquier manera, la adolescencia escolarizada demuestra que: El aprendizaje es una experiencia personal y no una simple transmisión de conocimientos, que los contenidos han de tener sentido y posibilidad de aprenderse, que se aprende en interacción con el profesorado, con los iguales y con los materiales. (AA.VV., 1997) Tanto si están formuladas por una u otra teoría pedagógica o didáctica, conseguir que un adolescente, con nuestra ayuda, aprenda supone considerar cómo su condición adolescente mediatiza las posibilidades de aprender. De la experimentación al interés de quien ya lo sabe todo Entre esas mediatizaciones de sus aprendizajes, me parece importante, dentro de la brevedad, considerar tres: • Se trata de un sujeto en experimentación que aprende experimentando. • La ilusión omnisciente de la que ya hemos hablado hace que quiera aprender activamente más que aceptar ser enseñado. 115 • Como sujeto grupal que vive en permanente interacción aprender también es una actividad que hace con otros. La ilusión omnisciente del adolescente hace que quiera aprender activamente más que aceptar ser enseñado. Acabo de sugerir que pensar en la participación es pensar en la participación en el aprender. Todo adolescente quiere ser el protagonista de su adolescencia, ¿cómo podemos pensar que no sea el protagonista de sus aprendizajes? Para que considere que lo que le proponemos va con él, ha de poder hacerlo suyo. ¿Cómo se enseña a un explorador reprimido? Haciendo de la experimentación la principal fuente de aprendizaje. Experimentar quiere decir generar curiosidad, adentrarse en territorios poco marcados y predeterminados, descubrir que la realidad no es simple, tomar conciencia de qué ignora (aunque no tenga que hacer público reconocimiento), aumentar el bagaje de lo que conoce, formularse preguntas, llegar a darse respuestas, tomar conciencia de los recorridos que sigue para aprender y tomar conciencia de lo que al final sabe. El aprendizaje en la adolescencia, salvo que sea el producto de un sometimiento pragmático, nunca será el resultado de una pedagogía pasiva basada en la transmisión del adulto al alumno. No es casual que los adultos que han de enseñar a los adolescentes, una vez conseguida la gestión razonable de los conflictos, destaquen que su problema principal es el interés. No estará de más tener en cuenta que esa palabra ambigua se refiere, en el caso adolescente, en primer lugar a su interés por la escuela, luego a su interés por aprender y, finalmente, a su interés por lo que le proponemos en concreto que haga. Pero esa objetiva dificultad tiene dos grandes condicionantes. Por un lado, está determinada o mediatizada por la calidad de la relación con el profesor. Como veremos en la idea clave sobre tutoría, si el profe es enrollado y le pone entusiasmo, pueden llegar a tener interés suficiente como para intentar aprender cosas bastante inverosímiles. Por otro lado, no pueden mostrar interés por lo que les es ajeno y cuya única manera para intentar conseguirlo no sea estar implicados activamente en el descubrimiento y en la construcción del saber. El interés es imposible sin implicación. Todo lo que han de aprender no puede formar parte de su mundo, pero la mayoría de las cuestiones pueden incorporarlas ellos activamente a su mundo. El interés por las propuestas concretas podemos lograrlo con la actividad más o menos implicada como forma de aprendizaje y forzando las relaciones entre el conocimiento y la vida, además de intentar que aparezca alguna conexión con su vida adolescente. El interés por las propuestas concretas (su pregunta habitualmente molesta de «¿Y esto para qué sirve»), conseguidas parcialmente las otras facetas del interés (la escuela y el saber), podemos lograrlo con la actividad más o menos implicada como forma de aprendizaje y forzando las relaciones entre el conocimiento y la vida, además de intentar que aparezca alguna conexión con su vida adolescente. La movilización máxima hacia el aprendizaje aparecerá si conseguimos que la propuesta resuene algo en su mundo, encuentre significados adolescentes (todos sabemos que hará aprendizajes significativos sobre la higiene bucal, recuperando esfuerzos educativos de su infancia, cuando 116 comience a dar besos y descubra el atractivo de una boca limpia). Volveremos sobre la cuestión al hablar de la tutoría y los «temas» adolescentes. No estaría de más volver ahora sobre el axioma de que no se enseña al adolescente, sino que se le ayuda a que descubra y aprenda. Se necesita una actitud pedagógica mayéutica, que parte del supuesto de que el adolescente algo sabe (aunque sea descubrir que no sabe y sentir curiosidad por saber) y que, sin tener que reconocer que es un zoquete, se interesa por saber más. Se completa el panorama de las interacciones si volvemos a tener en cuenta la condición grupal. El sujeto educativo siempre es un grupo (un grupo clase, diversos grupos dentro de la clase, diversas adscripciones y pertenencias dentro y fuera de la clase). Es especialmente difícil que funcione una escuela secundaria basada en la transmisión-interacción individual. La lógica didáctica predominante del conjunto del profesorado ha de ser la de las actividades de grupo, los aprendizajes basados en la interacción entre iguales. La razón más elemental la podemos encontrar en que siempre es más probable que funcione una propuesta que un grupo hace suya, que una propuesta vivida como demanda o imposición adulta. La solidaridad emocional de la que hablábamos también funciona para el aprendizaje. Aprenden y se enseñan por interacción. Se diferencian, se oponen y se aceptan como adolescentes de grupos diversos trabajando en grupo. En otras edades puede ser discutible, pero con adolescentes sólo cabe recuperar la pedagogía del aprendizaje cooperativo. Por si fuera poco y aunque todavía no me he referido a los adolescentes de la generación @ y las redes virtuales, resulta cuando menos contradictorio que sujetos que se «conectan» permanentemente con colegas diversos y conocimientos distantes tengan que reducir su aprendizaje escolar a la interacción singularizada y exclusiva con un profesor y un libro. La pedagogía de la diversidad. Volver a la «optatividad», construir los itinerarios personalizados El gran problema que aparece cuando se intenta catalogar a los adolescentes en lugar de asumir el complejo panorama de sus diversidades, la gran dificultad con la que topamos cuando algunos responsables de la educación y una parte del profesorado intenta que en el instituto haya un «cajón» para cada categoría, es que intentar hacerlo no sólo es contraproducente, sino que, como ya hemos ido analizando, resulta imposible. ¿Dónde colocaremos al hijo del médico perdidamente enamorado, ahora en crisis, que falta sistemáticamente a clase y no piensa que la primavera sea una estación para estudiar? ¿Enviaríamos a un itinerario laboral anticipado al alumno de segundo, porrero incipiente con aspiraciones a ser okupa? ¿Cuándo daríamos por perdido al chaval que acumula importantes dificultades lingüísticas, pero se enrolla con el profe de mates y tecno y se perderá si lo situamos entre los desahuciados de la escuela? Se trata de situaciones que pueden cambiar, en las que podemos influir para que cambien, salvo si optamos por 117 ubicaciones diferenciadas, destinadas a situar a cada uno en el lugar que según nuestra lógica académica le corresponde. Escolarizar obligatoriamente a los adolescentes lleva implícita una propuesta de escolarización diversificada y variable. Por eso, siempre he insistido en que escolarizar obligatoriamente a los adolescentes lleva implícita una propuesta de escolarización diversificada y variable (de ninguna manera una escolarización separada y segregada). El paradigma básico siempre ha sido que el currículo de secundaria tuviera una buena parte de optatividad. Si el alumnado es diversamente adolescente, si sus situaciones vitales son diferentes y cambiantes, era y seguirá siendo necesario aceptar como punto de partida que todo el alumnado no tiene que aprender lo mismo, ni de la misma manera, pero también que para todos existen unos objetivos comunes y que la escolarización sólo puede producirse en entornos comunes, flexiblemente compartidos. La escolarización de los adolescentes sólo puede producirse en entornos comunes, flexiblemente compartidos. Aunque no todo el mundo está de acuerdo, creo haber aportado en las páginas escritas hasta aquí suficientes argumentos para definir buena parte de lo que sabemos que, al menos con los adolescentes, no funciona, aquello que genera más problemas que soluciones (escolarización separada en secundarias diferentes, currículos diferenciados para los que se supone pueden aspirar a cosas diferentes en la vida, grupos segregados para quienes se supone que tienen capacidades e intereses diferentes). Lo contrario supone una forma de hacer escuela secundaria que permita personalizar los itinerarios educativos,7 es decir, las formas personales de recorrer el tiempo de escolarización obligatoria para llegar a los objetivos comunes. No es posible una escuela de secundaria obligatoria, adecuada a las adolescencias actuales, que no esté organizada de forma flexible, con propuestas de aprendizaje adaptables y con recursos y espacios externos a la escuela convertidos en verdadera escuela. Aunque los límites de extensión de este libro me han obligado a dejar para algún texto futuro ideas clave sobre la educación de los adolescentes que se complican la vida o que están obligados a vivir en contextos socialmente complicados, no puedo dejar de recordar que a las aulas (a unas más que a otras) también acuden chicos y chicas que son el producto de la precariedad y la exclusión. Acuden chicos y chicas que viven en grupos familiares muy diversos, que a menudo están sometidos a un gran abandono. Cada vez más el horizonte cultural es múltiple o, mejor dicho, mestizo. En condiciones normales, el alumnado lo compone una diversidad de diversidades. Para la escuela eso supone una ruptura definitiva de cualquier pretensión de homogenización y de una socialización uniforme a partir de un modelo preestablecido, e implica la necesidad de construir nuevos modelos abiertos y cambiantes para dar sentido a su pretensión educativa. Adolescencias virtuales y pedagogía cotidiana 118 Volvamos a la crisis de docencia que parece estar generando la adolescencia. Una parte de la crisis ya he señalado que tiene que ver con las aulas diversas, otra con la condición adolescente y la ubicación del aprendizaje en sus vidas. La parte final no es exclusiva de los adolescentes, aunque son ellos los que la llevan aceleradamente hacia una tensión permanente. Se trata de la crisis docente derivada del cambio de paradigma (cambio de claves interpretativas y de lógicas internas) que significa educar en la sociedad de la comunicación. He dejado para un futuro libro la reflexión en profundidad sobre la idea clave de que cada vez más una buena parte de sus adolescencias, de sus prácticas adolescentes, se produce en entornos virtuales, en redes de comunicación multicanal, con influencias multimedia. Aquí, me he limitado a proponer en la parte final lo que significa educativamente el mundo entre pantallas de los adolescentes. Estamos ante una sintonía o disintonía entre adolescencia y escuela que tiene que ver con compartir o no formas similares de acceder al conocimiento. Estamos ante una sintonía o disintonía entre adolescencia y escuela que tiene que ver con compartir o no formas similares de acceder al conocimiento. No se trata de informatizar las aulas ahora llenas de alumnos que, de manera desigual, forman parte de la generación @ (de aquellos que descubrieron antes el ordenador que el libro y andan en la videoconsola, navegando por Internet o permanentemente conectados en sus redes virtuales). Tampoco se trata de digitalizar los libros, de que tengamos pizarras digitales o de que los alumnos tengan portátiles individuales. Recuperar la capacidad de influencia tiene que ver con cambios cada vez más profundos en la forma de razonar y aprender de los alumnos, agudizando la necesidad de dedicar tiempo a eso que llamamos procedimientos. Recuperar la capacidad de influencia tiene que ver con cómo el profesor sustituye progresivamente su papel de transmisor de unos conocimientos que domina y que puede enseñar, pero que están ya en cualquier página web con mayor claridad y atractivo, por el de mediador entre personas y saberes almacenados y accesibles de formas muy diversas. Tiene que ver con cambios cada vez más profundos en la forma de razonar y aprender de los alumnos, agudizando la necesidad de dedicar tiempo a eso que llamamos procedimientos. La crisis tiene que ver con la aceptación del predominio creciente de las funciones propedéuticas y personalizadoras, con el ayudar a recorrer diferentes itinerarios de aprendizaje (en la Red no hay índices secuenciales ni caminos uniformes para acceder a la información), con el acceso al conocimiento y su construcción, y con el papel clave de estimular la integración en la persona y en la vida del adolescente de todo aquello que va aprendiendo. Las personas adultas ya no somos fondos documentales que enseñan a adolescentes que dicen saberlo todo o que en todo caso pueden acceder a fuentes de información más actualizadas y completas que nosotros, sino que ayudamos a descubrir y aprender. En las manos adultas queda la estimulación para saber; el ayudar a descubrir lo que deben conocer; el ordenar los conocimientos; el ayudar a consolidar procedimientos para analizar, razonar, pensar; el ayudar a que todo eso forme parte de sus competencias personales, y el ayudar a integrar en su proceso madurativo y evolutivo 119 todo aquello que la escuela le propone aprender y necesita para funcionar positivamente en la sociedad compleja y cambiante en la que vive. Abrir la escuela, compartir con otros profesionales la tarea de educar Hay pocas salidas para la escuela secundaria del futuro más próximo sin entender la educación como la creación y la facilitación de los entornos que la hacen posible. Los chicos y chicas adolescentes no son de la escuela, sino que son responsabilidad compartida de otros muchos adultos con los que conviven en su barrio, en su comunidad, en su casa. Sólo es posible desarrollar una escuela adolescente idónea en el marco de un proyecto más amplio para influir educativamente en ellos y ellas. Se supone que la pretensión de escolarizar más años no es simplemente que estén en la escuela, sino que sigan en situación educativa. Si la función docente está sometida a múltiples e inevitables cambios, si los adolescentes necesitan a las personas adultas como acompañantes estimuladores de sus transiciones debería estar claro que esos adultos pueden ser profesionales muy diversos. La escuela adolescente diversa, plural, es una institución flexible que utiliza recursos diversos para generar entornos educativos, que considera escuela algo más que sus aulas, que tiene a su alcance recursos pensados para poder seguir influyendo en los diferentes adolescentes. Si la función docente está sometida a múltiples e inevitables cambios, si los adolescentes necesitan a las personas adultas como acompañantes estimuladores de sus transiciones, de sus procesos de maduración y socialización, debería estar claro que esos adultos pueden ser profesionales muy diversos. En el mundo de la escuela secundaria hay poca experiencia de trabajo conjunto con otros profesionales que se ocupan de los mismos adolescentes en el mismo territorio. Tan sólo abunda la tendencia a reclamar la intervención de los profesionales «sociales» con los alumnos necesitados o problemáticos, pero no es ése el camino que se debe consolidar y ampliar. Se debe estimular la entrada en la escuela de otros profesionales de lo social, profesionales de la salud, profesionales de la animación juvenil o de la educación no formal, etc. Pero no para seguir casos, sino para aportar ideas y propuestas. De lo que se trata es de estimular la entrada en la escuela de otros profesionales de lo social, profesionales de la salud, profesionales de la animación juvenil o de la educación no formal, etc. Pero no para seguir casos, sino para aportar ideas y propuestas sobre cómo crear conjuntamente entornos de influencia positiva, cómo reforzarse mutuamente en función de quien tenga en ese momento mayor ascendencia sobre el adolescente. Entre las obligaciones y las dedicaciones que hay que prever para el profesorado debe estar el trabajo en red, el trabajo con otros. A la inversa, también se trata de que el profesorado salga. Haga, como muchos hacen, escuela fuera de la escuela, sin burocracias y controles innecesarios. Se trata de que defina con otros profesionales los elementos clave para crear esos entornos 120 estimuladores, es decir, de que enseñe y eduque de manera compartida. Entre las obligaciones y las dedicaciones que hay que prever para el profesorado debe estar el trabajo en red, el trabajo con otros. Se trata de garantizar conjuntamente que los chicos y chicas de un territorio tengan a su alcance, en la adolescencia y la postadolescencia, a adultos diversos con capacidad de incidir en sus vidas, con capacidad de convertirse en referentes positivos (una tutora, un trabajador social, una educadora de la casa de jóvenes, un terapeuta flexible de salud mental, etc. conocidos y valorados positivamente por el adolescente, alguien con quien sabe que puede contar en los momentos de dificultad y a quien otros profesionales pueden recurrir para intentar una relación de ayuda cuando descubren nuevas o viejas dificultades). En la práctica Fotografía de un aula adolescente Cuadro 9 Intentemos hacer una fotografía de un aula de secundaria, en plena adolescencia (por ejemplo en cuarto de ESO), con dos variables o dos colores (cuadro 9). Uno de ellos define su actitud ante la obligación de estar en la escuela. El otro, su ubicación personal dentro del continuo escuelavida (recordemos que la entrada en la 121 adolescencia siempre ha sido el descubrimiento de que más allá de la escuela había vida: «... ay papá, en la vida hay cosas más importantes que estudiar»). Si convertimos esa fotografía en un tablero para ubicar al alumnado, tendremos que valorar en primer lugar si están más cerca del atractivo que del rechazo. Luego, descubrir si en su vida pesa más «la vida» (las experiencias de la vida que descubre y padece) o la escuela (los aspectos más académicos de ella). En términos cuantitativos, el resultado puede ser muy diferente de un instituto a otro, pero las grandes categorías que descubriremos serán las mismas. En uno de los polos encontraremos a quienes podríamos definir como «estudiantes estudiosos» (más bien en este momento deberíamos hablar de estudiantes «estudiosas», ya que son mayoritariamente chicas). Es decir, aquellas y aquellos alumnos que tienen un significativo interés por estudiar y buena parte de su vida todavía gira en torno al mundo escolar. A pesar de ser el tipo de adolescente y alumno más deseado por padres y profesores, no suele superar el 25% de un aula. En el polo opuesto, están quienes se han ido situando fuera de la escuela y en confrontación con ella (a quienes los italianos designan gráficamente como ragazzi di vita). Son chicos y chicas con una ósmosis importante entre sus dificultades escolares y sus dificultades vitales (de ambas acumulan una importante dosis en su trayectoria o han acumulado bastantes en su tiempo adolescente). Se trata siempre de un pequeño grupo, muy diferente según la escuela, su clientela y su entorno. En el medio de las dos variables, con un cierto desdén hacia la escuela y deslizándose por la rampa que lleva a valorar en primer lugar la vida, encontramos a los «resignados». Aquellos y aquellas que aceptan la escuela porque no queda más remedio, que van aprobando con dificultades e intermitencias y tienen un profundo deseo de que se acabe de una vez. Su desconexión es significativa, pero todavía podrían seguir en formación si apareciesen en su horizonte otras propuestas de aprendizaje, otras formas de hacer escuela y de estar en ella. El núcleo principal de los adolescentes que habitan las aulas de los institutos (no menos del 50%) lo constituyen personajes cambiantes en los que ahora prima el deseo y la obligación de estudiar y mañana la necesidad de vivir, de ser adolescentes. Es un conjunto mayoritario que unos días, durante unas épocas o en unas determinadas circunstancias piensa en estudiar y vivir, y otros días, en otras circunstancias y otros momentos, en vivir y estudiar. En versión adolescente, de manera simplificada, sería la vieja frase de «cuántas fiestas me pierdo si quiero aprobar» y «cuántos suspensos tendré si me voy de fiesta». Vivir y crecer en la sociedad «digital». «Efectos» sobre la infancia y la adolescencia (Algunos apuntes sobre aquello que hace falta observar, estudiar, considerar..., aquello que nos obliga a cambiar algunos aspectos de la educación. Recordando que 122 su incidencia es bastante diferente en cada etapa evolutiva y singular en la adolescencia.) Son chicos y chicas que conocieron el ratón antes de ir a la escuela, que acumulan a su alrededor miles de fotos digitales desde que nacieron, que se ven a sí mismos siempre con un móvil en la mano, que descubren una wikipedia para cada necesidad informativa, que juegan inmersos en universos que en parte construyen, que pueden disculparse o insultar primero por el Messenger, que tienen o aspiran a tener centenares de amigos en línea, que se sienten alguien porque tienen un vídeo colgado en Youtube, etc. En definitiva, se trata de personajes bastante diferentes, por ejemplo en lo siguiente: • La forma como van entendiendo y comprendiendo la realidad. Sus capacidades intelectuales, la forma de razonar, los argumentos con los que pensarán y discutirán. Adquirirán o no «competencias digitales», capacidades para moverse en esta sociedad, para entender lo que pasa a su alrededor o para tomar decisiones. Para que nos entendamos, sus cabezas empiezan a funcionar de forma bastante diferente a como lo hacían hasta ahora. • Pueden ser diferentes sus argumentos vitales, sus intereses, sus razones para implicarse en otro aprendizaje, para tener unos u otros amigos, para querer vivir unas u otras experiencias. Diríamos que sus «razones» para vivir la vida tienen muchas fuentes, diferentes orígenes virtuales. • Cambian algunas formas de aprender. Puede predominar el descubrimiento, el ensayo, la búsqueda por error y acierto. Todo aquello que deben saber puede estar rodeado de multiplicidad de informaciones que pueden enriquecer o confundir. El mundo escolar, que a menudo no sigue ninguna lógica de este mundo, puede quedar distante, ajeno. • También afecta los valores y la ética. Se amplían con fuerza las referencias y los modelos, aquello que se puede considerar una «buena» vida. Son más amplías las necesidades de aprender a pensar, a tener opinión propia. Se amplían los riesgos de buscar seguridades en dogmas y soluciones simplistas. • Aparecen nuevas formas de relación, nuevas formas de amistad, nuevos espacios para compartir. Las relaciones entre iguales se practican en la Red. Aprobaciones y desaprobaciones se dirimen también virtualmente. • Finalmente, es posible que la función y la utilidad de las personas adultas en su vida también se vean sometidas a revisión, especialmente en algunos momentos como en la adolescencia. Algunas «pantallas» pueden convertirse en los nuevos «oráculos» a los que prestar atención. Tendremos que seguir siendo la persona que da seguridad porque saben que nos importan, que demostramos afecto y nos preocupamos por estimular la maduración. Pero es muy probable que ahora tengamos que centrarnos más en ayudarles a hacer suyos la información y el conocimiento y mucho menos a transmitirlos. Quizás un texto de la profesora de comunicación y buena conocedora de los 123 cambios que el mundo digital produce en los adolescentes, Tíscar Lara, permita concretar todos esos cambios que acabo de describir (cuadro 10). Felicidad y esfuerzo En España, la primera década del nuevo siglo ha sido pródiga en legislaciones educativas hechas y deshechas. Más allá de los avatares por los que ha seguido cada una de ellas, subrepticiamente se han ido situando en los discursos públicos sobre la educación conceptos escasamente críticos, repetidos hasta convertirlos en poco menos que ciertos. Uno de ellos es el de la «cultura del esfuerzo». Como se trata de una cuestión especialmente ligada a la educación secundaria y a la adolescencia, me ha parecido que podía recuperar para la reflexión un antiguo texto periodístico (cuadro 11). Cuadro 10 Muchos nos podemos sentir reflejados en la angustia de Carr al intentar mantener una lectura aislada y profunda. Yo iría más allá en reconocer que no sólo me cuesta leer «largo y de largo» sino también escribir «largo y de largo». Atrapada en el post, pienso con enlaces, me siento más cómoda esbozando esquemas que engalanando párrafos y definitivamente me resulta farragoso escribir una tesis o un artículo que vaya a estar congelado en un libro de papel. Pero eso no quiere decir que me cueste escribir, que no quiera escribir, que no tenga sentido para mí escribir. Sencillamente, no me estimula hacerlo en una convención, soporte, género y formato impuesto por una tradición intelectual que poco tiene que ver con mi forma de generar y comunicar conocimiento. Ahí puede estar la clave. Tíscar Lara, en una entrada («Ya no me lees como antes») de su blog www.tiscar.com<http://tiscar.com/2008/10/31/ya-no-me-lees-como-antes>. * Nicholas G. Carr, ensayista estadounidense, experto en tecnologías de la información y la comunicación(TIC), y asesor de la Enciclopedia Británica. Cuadro 11. Aún es posible disfrutar aprendiendo En el documento Bases para una Ley de Calidad elaborado por el Ministerio de Educación se considera que «la cultura del esfuerzo» es una «herramienta fundamental» para el «nuevo proyecto educativo». Me encantaría proponer un debate intentado conciliar esta afirmación con la «cultura del placer» o simplemente con la venta de cursos de «inglés sin esfuerzo», pero mi intención es escribir sobre pedagogía. Mejor dicho, sobre alguno de los sofismas pedagógicos que el citado texto oculta, habiendo descrito antes la escuela secundaria como el reino de la vagancia y la indisciplina. Es razonable que buena parte de las personas adultas consideren que para aprender hay que «hincar los codos». Fue así como ellas aprendieron. No es tan razonable que lo piense el profesorado y los responsables del Ministerio, conocedores se supone de otras metodologías y didácticas para alcanzar el aprendizaje y menos enganchados que los demás mortales a Operación Triunfo. Aunque quizás su 124 problema sea tener que desprestigiar la pedagogía renovadora de los últimos años. Invocan el esfuerzo después de decir que se aprueba a los alumnos sin exámenes y que se ha de pasar de curso, aunque el profesorado no quiera, después de justificar que no aprenden porque sólo estudian lo que les parece divertido. Cualquier cosa menos poner en crisis la forma de enseñar. Si es el alumnado el que está obligado a esforzarse, no hace falta que la escuela haga el esfuerzo de descubrir sus motivaciones u olvidarse de la pizarra. Vayamos por orden. En primer lugar, nadie se esfuerza simplemente porque otra persona se lo imponga (en todo caso eso pasaba antes, cuando uno se sacrificaba para ir al cielo). Para conseguir que el alumno se esfuerce en aprender hacen falta razones y estímulos. Ascendencia por parte del profesor, capacidad de movilizar las energías del alumno hacia el saber. No basta con ser catedrático y poder suspender. Además, pocas veces se obtienen con el estudio premios de futuro como un buen trabajo. Son otras las satisfacciones personales y colectivas a despertar con el acceso al conocimiento. Responder a la pregunta ¿para qué esforzarse? necesita hoy nuevos argumentos. En segundo lugar, el esfuerzo no puede ser pasivo. Eso se ha llamado siempre «empollar», una actividad que servía para aprobar pero no para saber. Todo aprendizaje necesita implicación, es decir, el alumno ha de descubrir, investigar, comprobar, seleccionar, integrar, etc. No hay peor esfuerzo que aquel del que sólo se saca el rendimiento inmediato de una nota. La pedagogía activa lo que ha pretendido siempre ha sido que el alumnado no jugara un papel pasivo, tuviera que movilizarse forzosamente y construyera el conocimiento. Esforzarse para aprender hace tiempo que no es exactamente escuchar atentamente ni pasar horas delante de un libro, aunque también haya que seguir haciéndolo. Cuando en el sistema educativo se ha estado insistiendo en los procedimientos y no sólo en los conocimientos era porque se aprende aprendiendo, descubriendo la forma de dominar un conocimiento. El alumnado adolescente puede destinar tiempo y esfuerzo ilimitados si puede señalar la ruta a seguir, seleccionar actividades diversas, utilizar varias técnicas, aplicar otros conocimientos, hacer servir lo que ya sabe. Por último, deberíamos poner en relación esfuerzo y felicidad. Hace algún tiempo, en un congreso sobre escuela y salud mental, recibí la bronca de algunos colegas del antiguo bachillerato porque se me ocurrió hablar de hacer posible la felicidad de los adolescentes. Entonces y ahora, en el texto del Ministerio, persiste la idea de que el alumno no debe pasárselo bien aprendiendo. En el contexto del documento, parece que la frase «cultura del esfuerzo» tenga «tipex». Antes habían escrito: «La letra con sangre entra». La escuela secundaria es un lugar para aprender, mejor dicho, para educar aprendiendo, pero no puede ser el lugar del tormento para un adolescente cuya característica principal es estar descubriendo la vida. Se puede y se debe disfrutar aprendiendo. En la escuela, la felicidad adolescente no es dedicarse a no hacer nada sino estar activo, haciendo aquello que les hace sentirse útiles y positivos. (Jaume Funes. El Periódico de Catalunya, 8 de mayo de 2002) 7. Las palabras y los conceptos «itinerario» y «recorrido» me parecen extraordinariamente útiles y siempre los hice servir para explicar la forma como cada alumno acaba construyendo su proceso madurativo, su proceso de aprendizaje. Lo que ocurre es que el uso que se hizo en la LOCE y que, en parte, ha perdurado es falso y espurio, ya que se utiliza para designar formas separadas de escolarización, no algo que tiene que ver con la adaptación y la construcción de recorridos personalizados. 125 126 Idea clave 6 Los adolescentes deben poder aprender a gestionar los riesgos Las vidas de los adolescentes están, inevitablemente, empapadas de riesgos, y educar es conseguir que aprendan a gestionarlos. Algunas veces, cuando me ha tocado hablar en público sobre los riesgos, he titulado mi conferencia de la siguiente manera: «La adolescencia: un tiempo para vivir en riesgo» (Ambit d’investigació i difusió, Maria Corral, 2008). Cualquiera de las adolescencias posibles sería difícil entenderla sin la angustia, la incertidumbre o el atractivo del riesgo. Sin considerar la perplejidad ante una infancia que se acaba y un conjunto de mundos desconocidos que atemorizan o atraen, sin hacer de la conducta arriesgada una parte significativa del nuevo comportamiento, sin la aparición de diversas conductas cargadas de riesgos colaterales. Nos preocupa garantizar el futuro Prevenir el sexo, las drogas y el «rocanrol» Como profesionales, nuestras relaciones con los adolescentes suelen estar especialmente cargadas de actitudes y pretensiones preventivas. Cuando la escuela intenta preparar para la vida, los padres y madres quieren garantizar un «futuro adecuado» para sus hijos e hijas o los profesionales quieren anticiparse a diferentes «males» posteriores, lo que se está intentando hacer es garantizar ese final feliz a partir de la actuación en plena adolescencia. En diferentes momentos de este libro se habla de la angustia que sienten los padres y madres pensando que su hijo o hija, en quien se han hecho tantas inversiones educativas, se acabará «estropeando» en esta etapa complicada que empieza. Si el 127 primer sentimiento adulto tiene que ver con los conflictos permanentes, con la sensación de estar haciéndolo siempre mal, el segundo es la aparición de diferentes y profundas angustias por pensar que las conductas que ahora ponen en marcha puedan hipotecar su futuro. Es la preocupación familiar por «garantizar» el final. Es la preocupación profesional por actuar antes de que se produzcan determinados desastres. En la lógica adulta, hablar de riesgo es referirse a todo aquello que excede a lo controlable, que nos permite definir un orden establecido para sus conductas. En la lógica adolescente, es referirse a un conjunto de conductas que se intuyen en el horizonte, diferentes de las que hasta ahora presidían sus vidas, desconocidas, llenas de valoraciones de los coetáneos y de los jóvenes próximos, componentes que parecen ser integrantes de la nueva condición adolescente que se construye. Reiteradamente se tiende a reducir el universo de sus riesgos al sexo y las drogas cuando, realmente, es el conjunto de sus vidas lo que está empapado en riesgo. Lo razonable sería que como personas adultas nos preocupáramos del conjunto de acciones y acontecimientos que pueden tener un singular impacto en su proceso personal de maduración. Se puede influir educativamente en su gestión adolescente y en las probabilidades de impacto presente y futuro. Acabamos de referirnos a su necesidad de aclararse, a sus descubrimientos y a su «primera vez», por lo que debemos pensar en cómo aprenden a relacionarse con las drogas o a practicar su incipiente sexualidad, pero también en cómo fracasan o enloquecen con un enamoramiento, en cómo buscan un subidón de adrenalina yendo en moto sin casco, en cómo se apuntan a prácticas de grupo complicadas, etc. Los adultos tenemos ganas de que cesen pronto sus locuras, se pretende influir para que no se equivoquen en la toma de decisiones, queremos orientarles por el camino adecuado, se intenta hacer prevención antes de que ciertos sucesos pasen. Una vez más estamos ante la dicotomía vital entre el adolescente y sus adultos. Su apasionada tendencia al riesgo convive con nuestra angustiada tendencia a que todo esté pronto bajo control. ¿Adolescentes amuermados en la sociedad del riesgo? Volvamos a situar las adolescencias en la sociedad en la que están. Ellos y ellas tienden al riesgo, pero están en una sociedad que solemos definir como sociedad de riesgo. Una sociedad en la que la complejidad hace que muchos de los sucesos sean impredecibles, las certezas escasas y la or denación del entorno tanto global como próximo cambiante. Una sociedad en la que la probabilidad de que determinados acontecimientos afecten al individuo depende fundamentalmente de su capacidad para gestionar los riesgos que lo envuelven. Las nuestras son sociedades, comunidades concretas, en las que hemos tenido que sustituir la idea del peligro cierto8 con el que nos amenazaban nuestros padres por la del riesgo difuminado.Suelen ser las inseguridades, personales y colectivas, en una sociedad fragmentada y global, mestiza y en permanente cambio, las que amplifican las vivencias 128 adultas de riesgo, aunque éste no sea probable, y las que hacen que se intente aplicar en los patrones educativos pautas de certeza que eviten todo riesgo, en este caso a los adolescentes. Se intenta crear entornos concretos de supuesta seguridad para preservarlos de determinados riesgos, aunque éstos no sean ciertos o lo importante no sea evitarlos, sino paliar sus efectos. Además, para hablar de riesgos y adolescencia me parece importante recordar la diferencia entre correr riesgos y tener una vida arriesgada: Desde mi punto de vista, los diversos grupos adolescentes tienen hoy una vida bastante empapada en conductas de riesgo, conductas que les proporcionan experiencias y vivencias de una cierta intensidad y que a su vez comportan peligros añadidos para su salud, su maduración o su integración social. Sin embargo, sus vidas -como globalidad, como proyecto humanoparecen tener muy poco de arriesgadas; parecen moverse, también en cuanto a los riesgos, en el inmediatismo de la experiencia puntual, limitada, asociada al presente, con escasa proyección hacia el futuro. Sólo en contados casos la ruptura cotidiana que sus actividades de riesgo suponen se engloba en cierto proyecto de vida inconformista. (Funes, 1990, p. 60) En ocasiones, para evitar o para gestionar determinados riesgos, es necesario tener un estilo de vida poco acomodaticio. Con frecuencia hay adolescentes que viven sin control, y sin razones para hacerlo, el fin de semana u otros momentos de «locura», y cuya vida durante la semana es conformista, se «portan bien» y no contestan nada sobre el mundo que los envuelve. Si su vida no tiene «razones», es difícil que en sus conductas más o menos mecánicas podamos Introducir elementos de crisis. El cuadro 12 recoge las principales preocupaciones de los padres y madres sobre sus hijos e hijas adolescentes. Cuadro 12. Principales preocupaciones de los padres y madres sobre sus hijos adolescentes Algunas veces, en mi trabajo con padres y madres les pido que expresen previamente cuáles son sus principales preocupaciones. Éstas eran, por ejemplo, las de los padres y madres de una clase de ESO en una ikastola. • Droga (alcohol, tabaco...). Que se cuelguen y que sea difícil darle la vuelta. • Participación activa en política, en sectas. • Estudios. • Que se cierren en banda. • Relaciones sexuales. • Tipo de amistades, relaciones. • Falta de personalidad o madurez, que se dejen arrastrar por el grupo, el ambiente... • Que no haga lo que quiere. • El tema de la noche. • Las motos en cuadrilla. • Si llegará a aceptar su físico. • Los valores que inculca la sociedad: la hipocresía. • Miedo a que hagan cosas que tengan un precio fuerte o que sea difícil de solucionar: gamberradas, daños físicos... • Perder la confianza de ellos. • Cómo enfrentarse a la cultura del destrozo. Aclarada la lógica de nuestra preocupación, propongo que trabajemos tres aspectos de los riesgos. En primer lugar, que nos centremos no en lo que nos espanta, sino en aquello 129 por lo que se sienten atraídos. Los riesgos no tendrían ningún riesgo si sólo fueran situaciones fácilmente perceptibles como problema o que tan sólo ocultaran sus dificultades futuras. Lo que verdaderamente debe preocuparnos son los componentes de su atractivo. En segundo lugar, volveremos a poner en relación la condición adolescente y la condición de riesgo. Analizaremos algunos de los componentes que la convierten en una permanente situación de riesgo. Finalmente, como no se trata de quedarse de brazos cruzados viendo como se rompen la crisma, hablaremos de las respuestas. Los atractivos Los atractivos del riesgo tienen que ver con cuatro tipos de pretensiones del adolescente: descubrir, experimentar, provocar y aclararse con su mundo interior. ¿Por qué determinadas conductas, revestidas de riesgo, les resultan especialmente atractivas? Los atractivos del riesgo tienen que ver con cuatro tipos de pretensiones del adolescente: descubrir, experimentar, provocar y transgredir, y aclararse con su mundo interior. A todas ellas me he referido en alguna de las ideas clave del libro. El atractivo de la conducta arriesgada es diverso y no único (no se trata de un «factor»), y las respuestas educativas (las que aplicamos al conjunto de su vida adolescente) han de considerar cómo suplen o cómo ayudan a descubrir el peso y la consistencia real del atractivo. Tener conductas arriesgadas tiene que ver con el abandono de la seguridad y con la búsqueda de experiencias nuevas que certifican el cambio, que permiten comenzar a sentirse adolescente. El riesgo es atractivo para los adolescentes (no para todos ni en la misma proporción) porque supone pasar de lo previsto y conocido a lo imprevisto y desconocido (o al menos no conocido en carne propia). Además, se trata de conductas que suelen poner nerviosos a los adultos y que parecen tener enorme importancia a la vista de las desproporcionadas reacciones que generan. Finalmente, el riesgo se presenta como una forma de decidir, de hacer algo que parece depender de uno mismo y no de lo que los adultos han decidido por ellos y ellas. Para los adolescentes, los atractivos tienen que ver con las dicotomías control y descontrol, planificado e imprevisto, impuesto y decidido o aburrimiento conocido y satisfacción indefinida. Como señalaba al considerar cómo intentan aclararse con ellos mismos, una dicotomía entre malestar y bienestar. Vayamos por partes. Descubrir es arriesgarse Recordemos a aquel adolescente que se definía como «un explorador reprimido». Su interés por descubrir (algo que es sano y necesario para todos los adolescentes) tiene que ver con la ruptura de las coordenadas de su entorno. Hasta ese momento, sabe que hay 130 otros «mundos», pero tiene bastante con su mundo próximo y propio. Aunque los vea en la televisión o los descubra en Internet, no suele pasar de ser un espectador o un actor imaginario, influenciable por ellos, pero no actuando en ellos. Con la adolescencia aparece el interés por el mundo del ocio, por los contextos jóvenes de diversión, por la vida de calle, por los tiempos de convivencia entre adolescentes; por los espacios virtuales y las redes sociales, por los modelos, por las propuestas de vida y de práctica de la adolescencia en línea; por mundos donde aparecen otros placeres y felicidades, etc. El «descubrimiento» adolescente es una especie de iluminación emocional que lo lleva a la inmersión en otros «mundos», entre otras razones, para abandonar algunos de los mundos en los que ha vivido. El «descubrimiento» adolescente es una especie de iluminación emocional que lo lleva a la inmersión en esos otros «mundos», entre otras razones, para abandonar algunos de los mundos en los que ha vivido. Descubrir significa comprobar que hay otras formas de vivir el día a día, otras prioridades, otras posibles satisfacciones que se le ocultaban, otras formas de ser y actuar. En algunos casos, esos nuevos mundos en fase de descubrimiento son imaginados como «paraísos», como lugares donde no se producen los inconvenientes de su mundo actual y, en cambio, se generan multitud de satisfacciones. El atractivo tiene mucho que ver con el diseño imaginario previo, con lo que se le antoja que es aquello que desconoce. No le atrae algo si es parecido a lo que ya vive, por el contrario, se enciende el atractivo cuando en su entorno adolescente se ha construido esa expectativa (se le ha adornado de expectativas deseables o de variables no vulgares), o cuando las personas adultas se la añaden (con sus dosis de preocupación desenfocada o su desconocimiento real de lo que pasa). Nuestra preocupación adulta tiene que ver con el adentramiento en mundos complejos (ambiguos y contradictorios) de una persona a la que consideramos inmadura, no preparada, a la que hacemos propuestas de espera hasta tener las condiciones de supervivencia adecuadas. Pero es justamente la propuesta del todo o nada, la espera radical, lo que a veces hace que aquello que podría ser un cambio de escenarios vitales, a menudo a trompicones pero normalmente progresivo (no abandonan fácilmente y del todo las seguridades de sus mundos anteriores), se convierta en una zambullida total. Las posibilidades adultas de influir en ese descubrimiento tienen que ver con los derroteros que pueden seguir y con la desactivación de algunos componentes del atractivo. Descubrir es algo activo y necesario para su propia maduración, y las posibilidades adultas de influir en ese descubrimiento tienen que ver con: • Los derroteros que pueden seguir. Podemos influir en la selección de los escenarios que parecen interesantes o en la dirección que toman introduciendo otros posibles atractivos (reales, ya que no resulta fácil que les atraiga más una hora de macramé que descubrir de qué va el «éxtasis»). • Con la desactivación de algunos componentes del atractivo. Facilitando también (sin querer convencerlos de nada) el propio descubrimiento de su «vulgaridad», de su «aburrimiento» o de la exageración con la que están revestidos. 131 Experimentar es actuar Experimentar es no esperar a que te lo cuenten. Es vivir en carne propia, como sujeto activo, sucesos, acontecimientos, acciones. Las experiencias son las acciones implicadas del descubrir. En ellas siempre hay un resultado que pueden valorar o que podemos ayudarles a hacerlo. Resultan satisfactorias, desagradables, anodinas. Pueden descubrir la falta de relación entre costes y beneficios, entre lo imaginado y lo obtenido. Si se quiere conocer una parte significativa de las adolescencias y de algunas de sus conductas, especialmente las relacionadas con el ocio, han de tenerse en cuenta sus experimentaciones. En todos los trabajos en los que se pregunta a los adolescentes sobre estas cuestiones suele aparecer el interés por la experimentación.9 Tiene mucho que ver con la entrada en la adolescencia y el atractivo es mayor al inicio, cuando realmente se están descubriendo otros mundos diferentes de la escuela o la familia. Puede decirse que ese interés por la experimentación forma parte de las pautas que definen la condición actual de la adolescencia en nuestro entorno.10 El interés por la experimentación forma parte de las pautas que definen la condición actual de la adolescencia en nuestro entorno. La actitud predominantemente experimentadora no tiene que ver con adolescencias difíciles ni con situaciones problemáticas, aunque puede extremarse en ellas. La actitud predominantemente experimentadora no tiene que ver con adolescencias difíciles ni con situaciones problemáticas, aunque puede extremarse en ellas. Suele ser normal entre chicos y chicas satisfechos de sus relaciones con los iguales y de su vida en la escuela. Sabemos, por ejemplo, que aquellos que mejor valoran su situación social en la escuela y aquellos que están precariamente son los más atraídos por descubrir y experimentar. Unos porque se sienten aceptados sin mayores dificultades y atraídos por la experimentación, otros porque esperan, quizás, que su nuevo mundo adolescente les proporcione algo diferente de lo que viven cada día. Suele haber, por ejemplo, bastantes adolescentes con un interés singular por los porros entre el buen alumnado de una escuela activa de clases medias y entre los adolescentes con problemas de escuelas con dificultades. Adolescencia: una condición de riesgo No es una etapa para la calma y la estabilidad Acabamos de hablar de la singular inestabilidad evolutiva que se da en las vidas adolescentes. A menudo, el desconcierto invade sus vidas y no saben a qué atenerse, han de situarse con respecto a aquello que ahora debería ser un nuevo estado de normalidad. De formas muy diferentes, sienten el impacto de una nueva emotividad. La simbiosis que ahora debemos considerar es la que tiene que ver con la turbulencia interior y su 132 capacidad para gestionarla («... un adolescente fuma por presumir o se refugia en otros problemas, tiene la sensación de saberlo todo y no se atreve a decir nada a nadie (con excepción de los amigos). En resumen, tiene una vida peligrosa cuando no sabe manejarla»). Si, en general, el impacto de los riesgos sobre las personas tiene que ver con sus posibilidades de moderarlos, el adolescente es justamente alguien con dificultades para introducir au tomáticamente la moderación reflexiva. Su inestabilidad afecta ahora a sus argumentos vitales o a la forma de seguir confiando en sus adultos. Si, en general, el impacto de los riesgos sobre las personas tiene que ver con sus posibilidades de moderarlos, con introducir elementos de planificación sobre las acciones, el adolescente es justamente alguien con dificultades para introducir automáticamente la moderación reflexiva. Titubea y experimenta entre dudas, pero entre sus características destacadas no está, de entrada, la tendencia a correr riesgos de poca monta, el establecimiento de límites o el equilibrio. Un conjunto de correcciones que a los adultos nos parecerían razonables. La morigeración no es una característica adolescente, aunque pueda formar parte, temporalmente, de la personalidad de algunos. Ser adolescente es una condición de riesgo para los riesgos. Ser adolescente es una condición de riesgo para los riesgos. El esquema podríamos decir que es muy simple. Gestionar un riesgo supone lo siguiente o tiene que ver con ello: • Percibir previamente los efectos implicados en una conducta. Pero éste no es el caso adolescente, ya que se acerca por primera vez a muchos de esos comportamientos y suponen para él un descubrimiento. • Aplicar a la conducta arriesgada un bagaje experimental y argumental acumulado en el tiempo vivido. Pero el adolescente está, en todo caso, en proceso de adquirirlo. • El impacto de las conductas arriesgadas (normalmente conductas con singular efecto en el mundo psíquico) suele ser proporcional al grado de estabilidad y control emocional que el sujeto tenga. Tampoco parece que la adolescencia sea una etapa de estabilidades. Ser adolescente hoy supone arriesgarse Existe una relativa proximidad entre algunas conductas de riesgo y buena parte de lo que significa ser adolescente hoy. En las primeras ideas clave había insistido en la necesidad de considerar la adolescencia como un producto contextual, en que las diferentes formas de ser adolescente tienen que ver con los contextos en los que se producen. Unos entornos u otros, decía, posibilitan unas u otras formas de construir y practicar la adolescencia. Existe una relativa proximidad (por lo tanto una mayor probabilidad de que se produzcan), casi automática, entre algunas conductas de riesgo y buena parte de lo que significa ser adolescente hoy. Algunas conductas con cierta dosis de riesgo tienen un especial atractivo porque 133 forman parte de algunas adolescencias. Por ejemplo, algunos usos del cannabis y el alcohol se están incorporando al repertorio de sus definiciones adolescentes. Comenzar a fumar un porro supone dar fe de que se está en la adolescencia. Algunas de esas conductas pasan a ser nuevos ritos de paso, acciones que certifican el abandono de la infancia. «Son marcadores de los cambios en la situación de paso de la infancia a la adolescencia, de ésta a la juventud y de la juventud al mundo adulto». (Pallarés, 2007). El riesgo también aparece asociado a los cambios que se van produciendo en el predominio de uno u otro contexto, en el peso que van tomando los contextos se diversión. El incremento, por ejemplo, del interés por el alcohol tiene que ver con una nueva carga adolescente de atribuciones simbólicas sobre sus efectos que, igual que con los porros, están multiplicando su atractivo. No se trata tanto de que estén empezando antes como de que se sientan más pronto y más atraídos. Cada vez está más asociado al imaginario de la diversión, supone una conducta de emancipación y se está incorporando también como rito de paso (en algunos casos en forma de borracheras iniciáticas que conducen al coma etílico). El riesgo también aparece asociado a los cambios que se van produciendo en el predominio de uno u otro contexto. La relevancia en las vidas de los jóvenes actuales de la construcción personal a partir de los tiempos y espacios de ocio, por encima de los relacionados con el estudio o el trabajo, proyecta su luz y su magnetismo sobre los adolescentes. Muchas de las situaciones arriesgadas van a tener que ver con su incorporación al ocio, a la gestión del tiempo libre y a la inmersión en las nuevas formas de divertirse («Un adolescente es alguien que empieza a salir con sus amigos por la tarde/noche»). Como vengo proponiendo para todas las conductas adolescentes, aquí también debemos hacer análisis contextuales. En primer lugar, porque se trata de un conjunto de conductas interrelacionadas: «Siempre que hablamos de ocio nocturno nos estaremos refiriendo a la vez al hecho de divertirse, a los procesos de sociabilidad, al consumo de substancias y a la asunción y gestión de riesgos» (Spora sinergies, 2007). En segundo lugar, porque suelen ser conductas de relación, de grupo. Un ejemplo de sociabilidad y de conflicto es el botellón, al que poco a poco se incorporan. Para ellos y ellas, éste es un espacio privilegiado para la sociabilidad («Es una reunión»), para relacionarse, ya sea con los amigos habituales o con otros a quienes, gracias al botellón, pueden conocer. Empiezan sus adolescencias cuando recuerdan a sus padres «que en la vida hay cosas más importantes que estudiar». Entonces, la dicotomía, impuesta o percibida, entre tiempos de diversión y de obligación, de ocio divertido y estudio aburrido, genera un plus de influencia compleja en los tiempos vividos y percibidos como libres. A veces, para poder sentirse vivos sólo tienen el riesgo En unas u otras formas de practicar la adolescencia obligatoria tienen mayor o menor cabida determinadas conductas arriesgadas. A veces, el entorno social está tan empobrecido de repertorios adolescentes que la única conducta singular, que aporta un 134 plus de vitalidad adolescente, es arriesgarse de formas diversas. En los contextos hiperestimulados, en los que tienen de todo, puede pasar lo mismo pero por la lógica opuesta. Algunas conductas con riesgo son el plus de una vida que deviene aburrida por saturación de posibilidades. En algunos casos, arriesgarse es buscar una manera de que en sus vidas haya algo satisfactorio, algo que aporte felicidades que no parece que puedan obtenerse en el día a día de ninguna otra manera. Hay, por ejemplo, consumos de drogas que tan sólo buscan satisfacciones cotidianas elementales. En esos entornos las conductas arriesgadas sólo pueden regularse si otras actividades aportan similares experiencias de satisfacción. En la medida que gestionar los riesgos supone introducir progresivamente elementos de futuro, hacerlo resulta especialmente difícil si el adolescente percibe que en su contexto no hay futuro. El presente, como dimensión habitual de la mayoría de conductas adolescentes, se convierte en dimensión absoluta y la búsqueda de la máxima satisfacción inmediata poco menos que en un hábito. En algunos casos, arriesgarse es buscar una manera de que en sus vidas haya algo satisfactorio. Si el adolescente percibe que en su contexto no hay futuro, gestionar los riesgos resulta especialmente difícil porque el presente se convierte en dimensión absoluta y la búsqueda de la máxima satisfacción inmediata poco menos que en un hábito. Los atractivos también están conectados con la relación entre la gestión de su alterado mundo interior y la vivencia de que los efectos obtenidos a partir de ese comportamiento arriesgado estimularán, calmarán o modificarán lo que sienten y viven, o lo que quieren sentir o dejar de sentir. Si, de nuevo, lo ponemos en relación con el consumo de drogas, quizás uno de los grandes cambios entre los adolescentes actuales sea la consolidación de la idea de que todos los estados de ánimo se pueden modificar, que con los diferentes consumos todo se puede conseguir. Tenemos ya generaciones de adolescentes acostumbrados desde la infancia a la gestión química de los estados de ánimo, que acceden a la turbulencia emocional de la adolescencia convencidos de que obtener el placer y eliminar el malestar es algo posible con diferentes drogas: Tienen la creencia de que todos los estados de ánimo se pueden modificar o conseguir con la ayuda de fármacos o drogas. [...] Han interiorizado que controlar el estado de ánimo es fácil y que, como tantas otras cosas de nuestra sociedad, se pueden comprar los medios para hacerlo. (Pallarés, 2007) La irrupción, por ejemplo, de la búsqueda del placer (una cuestión adulta, especialmente estimulada en el mundo adulto actual, que se descubre sin límites en la adolescencia) lleva a la búsqueda colectiva de formas de satisfacerlo y a compartir la experimentación para descubrirlo. Las personas adultas también crean riesgos Por último, debo volver a recordar que los riesgos adolescentes también tienen que ver con las personas adultas. A veces, la situación de los adolescentes actuales se convierte en una situación de riesgo por los desconciertos adultos. La complejidad de las 135 adolescencias obligatorias y de larga duración todavía sigue cogiendo a traspié a muchos adultos, y los adolescentes viven situaciones de riesgo por «orfandad», por desconfianzas, por lecturas de sus vidas en clave de problema. Son las personas adultas, presentes o ausentes, quienes conforman una situación de riesgo. La regulación con claves adultas sin pensar en los efectos colaterales y los cambios continuos en algunas pautas de ocio juvenil producen incrementos de algunas conductas arriesgadas. En algunos momentos, los riesgos tienen que ver con nuestras respuestas a sus conductas. Con frecuencia olvidamos que sus pautas de acción, sus conductas en determinados entornos, están pensadas y justificadas como formas de diferenciación de sus adultos y, por lo tanto, llevan incorporada una mayor dosis de riesgo. Éste se incrementa cuando no se piensa en los efectos secundarios de las regulaciones o cuando los profesionales o las administraciones actúan sobre los adolescentes, pero mirando a la población adulta. La regulación con claves adultas sin pensar en los efectos colaterales y los cambios continuos en algunas pautas de ocio juvenil producen incrementos de algunas conductas arriesgadas. Tampoco pensando en los riesgos vale cualquier respuesta. Ayudar a gestionar los riesgos Hasta aquí, al nombrar la palabra «riesgo» me he estado refiriendo siempre a las conductas arriesgadas de los adolescentes, a maneras de actuar que tienen su dosis de riesgo, de probabilidad de que el resultado no sea el previsto o el deseable (especialmente por parte de las personas adultas, pero también por el adolescente, que juega con el atractivo de la incertidumbre del resultado). Actuaciones y formas de conducirse que pueden tener costes personales o sociales en el presente o en el futuro. En ningún caso he querido referirme a «factores de riesgo», ni a «situaciones de riesgo», ni, mucho menos, a considerar «el riesgo» como un conjunto de variables de la persona.11 Conceptos y expresiones que tienen que ver con otras ideas preventivas diferentes de las que aquí se consideran y que aplicadas al adolescente siguen añadiendo problema y aportando pocas soluciones. Ideas que, en todo caso, dejo para futuros textos en los que tengamos espacio para hablar de los adolescentes que se complican la vida o a quienes se les complica la vida. Existen algunos elementos que están presentes en todas las respuestas posibles a todas las conductas con riesgo: la reducción de daños, el papel de las prohibiciones, el contraste de argumentos y la capacidad para la toma de decisiones. Como ya he comentado, el riesgo como aliciente o como probabilidad afecta a diversas conductas adolescentes y cometeríamos un error al pensar que podemos tratarlas todas por igual. No valen las mismas reglas para aprender a comportarse sexualmente que para aprender a relacionarse con las drogas, o para gestionar una red positiva de amigos que para arriesgarse con deportes extremos. Aunque en todas las conductas se produzcan 136 atractivos, incertidumbres, angustias, dinámicas de afirmación, dificultad por ser diferente y, especialmente, alto grado de preocupación adulta, en todas vamos a tener que aplicar las reglas generales de relación e influencia que he descrito hasta aquí y, especialmente, las de relación con las personas adultas, descritas en las ideas clave siguientes. De todas formas, sí que considero importante destacar para todas las conductas con riesgo algunas ideas comunes, algunos elementos que están presentes en todas las respuestas posibles. Me referiré a la reducción de daños, al papel de las prohibiciones, al contraste de argumentos y a la capacidad para la toma de decisiones. No deben destruirse por nuestra culpa Que sus vidas anden empapadas en riesgos no significa que debamos aceptar y permitir que corran cualquier riesgo. Que sus vidas anden empapadas en riesgos no significa, de ninguna manera, que debamos aceptar y permitir que corran cualquier riesgo. Con lo descrito hasta ahora tan sólo pretendía decir que carece de sentido y de posibilidad real pretender que vivan sus adolescencias en un contexto de seguridad y control. Nos guste o no sus vidas son riesgo y su adolescencia es arriesgarse. Sin embargo, también debemos y podemos limitar sus riesgos. Es decir, hay riesgos que, en la medida que podamos, debemos impedir. Debemos imposibilitar a toda costa, por ejemplo, que alguien que inicia su adolescencia se inyecte heroína. Lo hacemos no por su temprana edad, sino porque la forma de consumir esa droga puede tener un alto coste y, además, muy alto a su edad. Con independencia de nuestra manera de entender la sexualidad, debemos intentar impedir una alta promiscuidad, que puede dejar vacío de sentido su aprendizaje de la sexualidad y de la afectividad relacional. Como decía hablando de los límites, también hay riesgos que hay que impedir. Ya sea por su alta probabilidad destructora, ya sea por la edad o el momento vital en el que se encuentre el adolescente. Recordemos, en cualquier caso, que, como los límites, éstos son unos pocos. No puede tratarse de cualquier conducta que nos produzca angustia o consideremos temprana para un hijo al que no acabamos de ver maduro. La primera actuación ante las conductas arriesgadas es la reducción de daños: es prioritario mejorar la «seguridad». Acotados los límites posibles, existe un criterio que no debe ser objeto de debate de opiniones, que constituye una obligación adulta: ante las conductas arriesgadas de los adolescentes estamos obligados a poner redes. Dicho en términos más técnicos: la primera actuación ante las conductas arriesgadas es la reducción de daños. En primer lugar debemos reducir a mínimos la probabilidad de que se destruyan, se vean afectados, por todo aquello que acompaña a la conducta y no por la conducta en sí misma. El objetivo primero (no renunciable) es que no se destruyan «por accidente», por todo lo que tiene de potencialmente destructor una forma de arriesgarse. Es prioritario mejorar la «seguridad», reducir la probabilidad de daños añadidos. 137 El acceso a un recurso relacionado con la salud adolescente ha de ser especialmente ágil en los momentos de crisis. Si hacen puenting, nadie discute que han de ponerse el arnés de seguridad adecuado. Tampoco discutimos la necesidad de convencerlos para que no monten en un vehículo si han bebido. No deberíamos discutir que sepan cómo no deben usar una «pastilla». No hay ninguna razón para que no les sea especialmente fácil conseguir un preservativo. El acceso a un recurso relacionado con la salud adolescente ha de ser especialmente ágil en los momentos de crisis. A los profesionales todavía nos domina en nuestra relación con los adolescentes una cierta miseria terapéutica. A los padres y madres tiende a dominarlos la pretensión de conseguir el aplazamiento y la evitación, que de ninguna manera accedan a la conducta arriesgada. Quienes ya llevamos años batallando para evitar destrucciones debemos recordar, por ejemplo, que hace dos décadas no fue la heroína la que mató a muchos jóvenes, sino nuestra cerrazón para que accedieran a jeringuillas desechables que les hubieran evitado las destrucciones añadidas. Educamos para que el consumo de drogas acabe ocupando un lugar relativo y secundario en sus vidas (algunos educan para que no ocupe ningún lugar), pero sobre todo educamos para que sepan cómo no deben usarlas, evitando los costes añadidos. Trabajamos con ellos y ellas para que relativicen el valor de un «éxtasis», pero intentamos garantizar en primer lugar que saben lo que no deben hacer con él. Padres y madres pueden desear e imaginar que sus hijos se casarán con más de veinticinco años, enamorados, vírgenes, en la colegiata adecuada, vestidos de etiqueta, etc. Soñar no está prohibido. Imaginar un tipo u otro de familia tampoco. Sin embargo, como es posible que tengan relaciones sexuales con quince años, están obligados a garantizar que saben usar un preservativo. No nos confundamos. Los adultos podemos tener el derecho a educar de acuerdo con nuestra visión del amor, la sexualidad o la familia, pero no tenemos ningún derecho a poner en peligro elementos clave de la vida de un adolescente. El derecho a saber usar un preservativo y tenerlo disponible es del adolescente, no es nuestro. Los adultos podemos tener el derecho a educar de acuerdo con nuestra visión del amor, la sexualidad o la familia, pero no tenemos ningún derecho a poner en peligro elementos clave de la vida de un adolescente. Prevenir no es nunca impedir a toda costa y como objetivo único que se produzca una conducta. Es relativizar su lugar en la vida futura (o evitar que llegue a tener un lugar). Sabiendo que con frecuencia se trata de conductas inevitables, esa tarea comienza por garantizar al máximo que no tiene costes añadidos, que el adolescente está protegido de todo lo que acompaña a la conducta. Aunque eduquemos para la «abstinencia» de todo lo que consideramos «inapropiado» (con muchas varas de medir), esta actitud nunca puede consistir en que desconozcan los riesgos añadidos y las formas de protegerse de ellos. Introducir seguridad no es convertir en buena toda conducta arriesgada. Como tenemos voluntad educativa, queremos facilitar la autonomía y la toma de decisiones. «Segurizar» no puede sustituir a la capacitación para la toma de decisiones. 138 Con las prohibiciones pasa un poco de todo No me extenderé sobre las provocaciones y las transgresiones y su relación con el riesgo. No debe olvidarse que los destinatarios de algunas de sus conductas aparatosas son las personas adultas que los rodean. A veces no buscan tanto el riesgo como comprobar la cara que ponemos cuando lo hacen. Sus acciones arriesgadas están dentro del juego de las afirmaciones y diferenciaciones y, en determinados momentos, tienen uno u otro atractivo en la medida que sirven a ese propósito. Diríamos que su atractivo tiene que ver con el potencial desestabilizador que comprueban que tiene en el mundo adulto. Lo atractivo para ellos es ver cómo esa conducta altera nuestras expectativas y pretensiones sobre ellos y ellas, como sujetos o como miembros de una generación adolescente. Las prohibiciones generan el atractivo de la transgresión, por lo que querer influir sobre los atractivos de los riesgos es querer pensar razonablemente en cómo usar las prohibiciones. Solemos repetir que las prohibiciones generan el atractivo de la transgresión y, en gran medida, es cierto y así suelen explicarlo. Encienden luces sobre conductas que pasarían más desapercibidas o que estarían en segundo plano. Por esa razón, querer influir sobre los atractivos de los riesgos es querer pensar razonablemente en cómo usar las prohibiciones. Pero no podemos repetir sin matices esa especie de axioma, porque también es cierto que la ausencia de prohibición genera la angustia de no saber cómo situarse ante lo que se conoce que ciertamente tiene sus contradicciones y, además, puede comportar el atractivo o la normalidad del descontrol. A algunos y algunas la prohibición les sirve porque así evitan tener que plantearse disyuntivas, y a otros les ayuda a calmar la angustia que les produce tener que considerar otros atractivos de la conducta prohibida. Mayoritariamente, sin embargo, es posible que las prohibiciones actúen como estimulador de atractivos. No es la norma limitadora o prohibitiva la que añade atractivo al riesgo, sino la forma como es definida por las personas adultas y percibida por los adolescentes en su juego de experiencias y relaciones con ellas. De todas formas, propongo que introduzcamos matices en esa afirmación general. Creo que no es la norma limitadora o prohibitiva, cualquiera de ellas, la que añade atractivo, sino la forma como es definida por las personas adultas y percibida por los adolescentes en su juego de experiencias y relaciones con ellas. Las prohibiciones, como he señalado para el conjunto de las normas, deberían estar al servicio del descubrimiento de los valores que las sustentan, de la adquisición de referencias para ordenar sus vidas y de la aceptación de pautas para convivir con los otros. La norma está pensada para ayudarles a ellos, no para tranquilizar y calmar al mundo adulto. El atractivo por reacción puede ser atenuado si se dan otras variables. En primer lugar, queda patente que la norma está pensada para ayudarles a ellos, no para tranquilizar y calmar al mundo adulto (se regula, por ejemplo, el beber en público dentro de unas normas razonables de convivencia, pero no para la tranquilidad vecinal adulta a la que 139 molesta cualquier lío joven). También se atenúa si se explicitan claramente las razones y los argumentos, si éstos tienen coherencia, aunque los discutan y no los lleguen a aceptar. Como ya he señalado, puede resultar mucho más útil tener normas sobre lo que queremos que hagan (aunque tiendan también a no cumplirlas) que no sobre lo que no les dejamos hacer. Pero, a menudo, suele pasar todo lo contrario, no tenemos en cuenta para nada sus lógicas y reacciones. Tenemos un problema objetivo de comunicación: en general damos respuestas a problemas que no tienen y no contestamos a sus dudas, relacionadas mayoritariamente con la toma de decisiones. Las prohibiciones sobre conductas arriesgadas pierden muchos de sus atractivos si se pueden situar dentro de una cierta racionalidad que, explicada por nuestra parte y contestada por la suya, entienden y, progresivamente, llegan a aceptar. Crecer a base de golpes Parece que nuestra acción sobre las conductas arriesgadas tiene tres patas. He señalado que la primera consistía en intentar evitar su inmersión en algunos riesgos. La segunda he propuesto que fuera garantizar la protección de los daños añadidos. La tercera consiste en que aprendan a gestionar los riesgos. Para dejarlos a un lado, no repetir, arriesgarse con cabeza o cambiar de riesgos conforme evolucionan, necesitan aprender, hacer suyos determinados «argumentos», conformar su vida en torno a otros atractivos. No parece que pueda plantearse la prevención sin tener en cuenta que, de forma mayoritaria, habrá experimentación. Para poder influir en los «argumentos» que hacen atractivos sus riesgos, debemos volver al adolescente experimentador y tener presente que todo tipo de prevención pasa por la aceptación de la presencia en su vida de la experimentación. No parece que hoy en día podamos plantearnos un modelo de influencia educativa que no tenga en cuenta la experimentación (que todos y todas tendrán cierta prevención y sentirán interés, curiosidad o una atracción singular por determinadas conductas, que la mayoría experimentará con algunas y luego las abandonará o mantendrá una relación no problemática). Como suelo insistir, resumiendo sus argumentos, respecto a sus relaciones con el consumo de drogas: Si tenemos en cuenta sus reflexiones, parece que el «paradigma», el escenario, las coordenadas de cualquier propuesta de educación preventiva, pasa siempre por diferentes propuestas de convivencia no destructiva con al menos algunos usos de drogas. No proponen que les ayudemos a construirse y a vivir sin drogas, sino a acabar relacionándose adecuadamente con ellas o a llegar a la conclusión personal de que no merecen la pena. En una frase: no parece que pueda plantearse la prevención sin tener en cuenta que, de forma mayoritaria, habrá experimentación. Con sus propias palabras, éste sería el escenario de una propuesta educativa sobre drogas: «Te tienen que educar en saber consumir y luego ya cada uno que tome la decisión que quiera. Ni en el consumo, ni en el no consumo, hay que enseñar a cómo consumir». (Funes, 2009e). Su actitud ante la experimentación se podría resumir diciendo que el riesgo no está en experimentar, sino en no aprender de lo experimentado. Parece más realista y razonable intentar influir sabiendo que experimentan que 140 imaginarse que tenderán, de entrada, a ser abstemios. Por eso, en las ideas clave próximas plantearé cómo convertirse en adultos próximos con capacidad de influir para que aprendan de sus experimentaciones, cómo hacer más probable que la «pruebas» se sitúen entre coordenadas no problemáticas. Su actitud ante la experimentación podríamos resumirla diciendo que el riesgo no está en experimentar, sino en no aprender de lo experimentado («Creo que el riesgo está en que un día te agarres un pedo gordo y no escarmientes y lo sigas haciendo»). Aunque eso también significa -para angustia de los adultos- que se aprende a base de golpes, que «de lo que más se aprende es de la propia experiencia». Reclaman libertad para darse esos golpes y reconocen que las primeras experiencias suelen ser fatales. Querer ayudarles es ingeniárselas para estar cerca de sus experimentaciones y hacer posible que aprendan de ellas. Si queremos hacer prevención, la pregunta puede ser simple: ¿qué podemos hacer para que los adultos próximos observen sus experiencias y les ayuden a aprender de ellas? El problema de los argumentos Hay que debatir sobre «argumentos» y prever sus contraargumentos. Si invitamos a razonar, a construir una postura personal, debe estar claro que hay que debatir sobre «argumentos» y prever sus contraargumentos. Nuestra tendencia a defender que todo siga igual, a destacar sólo lo negativo, a movernos en clave racional y a sopesar siempre el futuro no vale con ellos y ellas. Una parte del núcleo central de su lógica argumental es que decidir siempre supone escoger, tomar decisiones personales, no apuntarse, sin más, a un bando, asumir (relativamente) las dificultades que la elección pueda tener («No vas a ser más libre por decir que no que por decir que sí, consiste en tomar una decisión personal y saberlo llevar»). Pero si aceptamos ese escenario de influencias, reaparecen nuestras contradicciones. ¿Cómo se hace prevención aceptando la posibilidad de determinadas conductas, la posibilidad de que no siempre sean inadecuadas? El «nada de nada» con el que se mueve nuestra angustia ante el riesgo y nuestro miedo al descontrol lo ven, además, como irreal, como infantil, como un intento de evitar lo inevitable: que acaben conformando su propia manera de verlos, su posicionamiento. Sus argumentos para acceder o mantener una determinada conducta, más allá de los atractivos y la funcionalidad que cumpla en su vida, parecen tener que ver con aspectos muy elementales: • El rechazo a la parte negativa que comporta: «no me compensa». • La selección de otros atractivos, otras actividades, otras formas de vida: «no quiero que se altere la vida que me gusta llevar». • Puede haber un tiempo para cada cosa: «ahora creo que no toca». • Una cosa es probar y experimentar y otra depender: «no quiero tener que estar haciendo algo para sentirme bien». Del descubrimiento han de pasar al aprendizaje y de éste a acabar situando las diferentes conductas en 141 su vida. No viven siempre en una especie de debate, una elección continua entre atractivos y rechazos. Una vez comprobado hasta qué punto valía la pena el riesgo y decantadas las primeras experiencias, la cuestión por la que preocuparse (el tema que les ocupa) es otra: cómo evitar entrar en el descontrol permanente y cómo no caer en la dictadura de la rutina. Del descubrimiento han de pasar al aprendizaje y de éste a acabar situando las diferentes conductas en su vida. Volveremos a esta cuestión en la última idea clave al hablar de la responsabilidad. En la práctica Algunos derechos de la adolescencia en relación con eso que llamamos riesgos En diversas ocasiones, cuando me toca hablar con profesionales que quieren prevenirlo todo o con padres que exigen seguridad absoluta para la vida de sus hijos e hijas, suelo sugerir la existencia de, al menos, doce derechos (mejor seis parejas) que deben ser preservados. Con ellos nuestra voluntad de que sean autónomos y responsables se conjuga con nuestra obligación para poner a su alcance los elementos educativos que dan sentido a sus riesgos. Tal como muestra el cuadro 13 los chicos y chicas adolescentes tienen dos columnas de derechos. Ninguno de la primera columna es válido sin el de la segunda y viceversa. Cuadro 13. Derechos de los adolescentes 142 8. Lista acotada de circunstancias, lugares o relaciones que podían connotarse con efectos negativos ciertos y conocidos, o a menudo atribuidos, respecto a los que se podía educar o moralizar para evitarlos. En mi época infantil de pequeña ciudad yo fui educado recordándome que había lugares a los que no debía ir simplemente porque eran «peligrosos». 9. En un trabajo reciente con más de 6000 adolescentes de Cataluña, se les preguntó sobre lo importante que era para ellos y ellas «experimentar cosas nuevas», el resultado fue que casi dos de cada tres (62%) le otorgaron las notas máximas (9-10). GENERALITAT DE CATALUNYA (Departament d’Interior, Relacions Institucionals i Participació, Departament d’Educació) (2007), Enquesta de convivencia escolar i seguretat a Catalunya, curs 2005-2006. 10. Por ejemplo, en el estudio citado anteriormente, los chicos y chicas que han vivido procesos migratorios y provienen de entornos sin adolescencia universal y forzosa manifiestan un interés muchísimo menor por la experimentación. 143 11. Para una mayor diferenciación de estos conceptos véase J. FUNES (2009b), del que he resumido algunos aspectos en esta idea clave. 144 Idea clave 7 Los tutores pueden ser muy útiles en la vida de los adolescentes La tutora y el tutor pueden ser útiles en sus vidas, pero hay que saber hacerlo. ^ Se trata de trabajar para conseguir ser una persona adulta próxima y positiva. Las personas adultas que convivimos con adolescentes estamos obligadas a preguntarnos para qué demonios nos necesitan, cuál es nuestro papel adulto en sus vidas. Igual que he afirmado nuestra obligación de ser pared para el rebote, debo recordar que para construirse necesitan a adultos en los que confiar. Como decía en la introducción, para aprender necesitan a adultos de los que fiarse, para mantener el deseo de saber necesitan comprobar que a algún profesor le entusiasma hacerles descubrir una parte del saber. Nos necesitan para aclararse y nos necesitan para construirse. Aunque no queramos, nuestra presencia en sus vidas nos convierte en educadoras y educadores, en personajes que en mayor o menor medida, en una u otra dirección, influyen. La parte cálida de la ducha escocesa Esta nueva «función» del adulto parece más agradecida que los bufidos y las contestaciones, pero es más difícil y compleja que la gestión de los conflictos. Es la parte cálida de la ducha escocesa a la que diariamente nos someten, pero siempre tiene encima el imprevisible chorro de agua fría, de la brusca desconfianza o de la nueva confrontación. Los conflictos suelen ser bastante claros (si se quiere verlos), pero su mundo interior en continua incertidumbre ya hemos comentado que es complejo y nos crea dificultades para movernos en él. Compleja será, por lo tanto, la forma de ayudarles. En esta idea clave nos vamos a referir a cómo se hace de tutor o tutora útil y 145 razonable y a cómo ser un buen profe. Sin embargo, antes, deberemos abordar tres argumentos, tres conceptos significativos. En primer lugar, describir en qué consiste ser un adulto próximo y positivo. En segundo lugar, dejar claro el estilo de relación educativa que el adolescente necesita y que, a menudo, estará en contradicción con los encargos institucionales. Y finalmente, resumir en qué consiste la parte nuclear de esa relación: el acompañamiento educativo. Tres presiones importantes tanto para esta idea clave como para la siguiente. También los padres y madres, sin dejar de serlo, han de ser próximos y positivos o han de compartir con otras personas adultas las formas adecuadas de educar en la adolescencia. El adulto próximo y positivo En el recorrido por sus territorios, ¿qué pedagogos encuentra?, ¿qué maestros de vida?, ¿qué padres, qué madres, qué sentimientos, qué luces?, ¿quién le transmite su memoria y de qué?, ¿quién le seduce o quién le seducirá? (Rotelli, 1989) En la vida de los chicos y chicas adolescentes sólo sirven de ayuda los adultos próximos y positivos. Si este libro arrancaba defendiendo las miradas abiertas, ahora se acerca a su fin recordando que en la vida de los chicos y chicas adolescentes sólo sirven de ayuda los adultos próximos y positivos. Desde el inicio de mi historia de trabajo con ellos y ellas he insistido en que: Los conceptos de recorrido, riesgo, crisis sucesivas, evolución, educación, seguimiento, etc. nos sitúan en el debate sobre el «mentor» del adolescente, sobre el consejero, el guía, el apoyo, el tutor, etc. en la adolescencia: aquel que siendo vivido como cercano y disponible actúa desde la distancia -sin intromisiones y confiando en la evolución positiva- para ordenar las crisis y las dudas del adolescente, ofreciéndole propuestas, recursos, líneas de salida; aquel que le ayuda a que incorpore en su persona las experiencias, los elementos positivos que se decantan de su paso por las instituciones, los servicios, los recursos. (Funes, 1990) Ser «adulto» es aceptar ser situados en otro momento vital, con una experiencia que en algún momento pueden llegar a considerar, con unos saberes y unas deformaciones, con una estabilidad que ellos y ellas no tienen, pero con unos condicionantes que rechazan. Pero en la expresión «adulto próximo y positivo» hay tres términos. En primer lugar se trata de un adulto. Da igual la edad que tengamos. Aunque seamos muy jóvenes siempre seremos una persona adulta para el adolescente, siempre tendremos un punto de carrozas que no deberemos negar. Situándonos en su mundo no les serviríamos de nada. De ninguna manera podemos ser un colega. No hay nada más patético que un educador intentando ser un adolescente más. Para colegas ya tienen a los suyos y no nos necesitan a nosotros. Además, ser adulto no significa ser el «mayor» que decide por el «menor», el que tiene y detenta el poder, sino que es aceptar ser situados en otro momento vital, en una etapa diferente de la suya, con una experiencia que en algún momento pueden llegar a 146 considerar, con unos saberes y unas deformaciones, y con una estabilidad que ellos y ellas no tienen, pero con unos condicionantes que ellos rechazan (andamos por la vida «pagando letras»). «Próximo» significa que no somos adolescentes pero, de entrada, nada adolescente nos es ajeno, aunque sólo parcialmente los conoceremos o dominaremos el conjunto de sus dimensiones. «Próximo» significa fundamentalmente alguien que está en el mismo plano, que puede aproximarse y distanciarse, que no forma parte de otra galaxia. Con un símil musical ya antiguo, que no anda en la «onda pesquera» cuando sus alumnos están colgados del MP3. Que no reparte fotocopias de la enciclopedia a personajes que twiteranmientras explica. La proximidad se demuestra principalmente por el interés o, al menos, la curiosidad por sus mundos («No es de los nuestros pero se interesa por lo nuestro»). Proximidad es al menos una mirada curiosa y, especialmente, una mirada interesada que da valor a lo que viven y a cómo lo viven. No somos adolescentes pero, de entrada, nada adolescente nos es ajeno, aunque sólo parcialmente los conoceremos o dominaremos el conjunto de sus dimensiones. En el cuadro 14 se ofrece un ejercicio que puede servir para la aproximación al adolescente. Entre mis tareas profesionales está la de ser profesor universitario de la asignatura Intervención socioeducativa con adolescentes y jóvenes. Desde el curso 2008-2009 los alumnos han de investigar cómo se desarrolla la adolescencia en el mundo virtual de las redes sociales. Un trabajo en una página web que llamamos Adolescencias virtuales. Cuando se redactaba este libro una alumna, Eva, madre de adolescente, escribió este resumen: Hace unos meses, poco antes de empezar esta asignatura, mi hijo, adolescente de quince años, me preguntó si yo tenía Facebook en mi trabajo (¡en mi trabajo, como si no tuviera yo más tiempo que engancharme al Facebook dichoso mientras trabajo!). Yo no tenía ni idea de lo que era el Facebook y él me respondió: «Mamá, que lo sepas, que si no tienes Facebook no existes». Hasta ahora no he dado importancia a toda la terminología virtual con la que mi hijo interactúa con su grupo de iguales: que si el Facebook, que si el Fotolog, que si el Messenger, etc. Pero después de profundizar en el trabajo de las adolescencias virtuales, ahora puedo conectarme con mi hijo y saber al menos qué es su red social y cuál es el mundo virtual que lo rodea. Que la pregunta que me hacía él del Facebook no era ningún mensaje, sino la pregunta de moda. Ayer mi hijo me dijo que cómo lo había hecho para saber tanto de las redes en tan poco tiempo si me ve que no dispongo de tanto para dedicarme a la investigación o al chisme virtual. No se acaba de creer que sea por un trabajo y cree que le estoy espiando (de hecho, a mí ya me va bien que crea que lo espío o controlo). Él siempre me dice que todo esto de la virtualidad está controlado porque no se siente enganchado y que, por lo tanto, no hay ningún problema; y yo me lo creo, porque como alguien dijo: «La adolescencia es un problema que se encuentra en la cabeza de los adultos». No somos como ellos y ellas pero no somos sus enemigos. Somos personas adultas pero de las que los consideran personas con vidas interesantes. Asumimos nuestro papel diferente, como profesionales adultos o como padres y madres, pero no nos empecinamos en distanciar nuestros mundos. La idea de proximidad tiene, en cualquier caso, otros dos contenidos más profundos de los que deben derivarse algunas prácticas. Se trata de la accesibilidad y la disponibilidad. La proximidad es una característica del adulto que genera movimientos puntuales de aproximación del adolescente. Viene a nosotros porque somos accesibles, porque ha 147 percibido que no estamos lejos, sabe que puede plantearnos lo que a él o ella le interesa o le preocupa, que en algunos aspectos su mundo y el nuestro pueden coincidir. La disponibilidad tiene que ver con las ocasiones y los ritmos. Vienen si estamos disponibles en momentos imprevistos, no si les facilitamos una hora de visita. Acuden a un centro de sexualidad juvenil si el lunes está abierto para expresar su preocupación, no si han de esperar al viernes pidiendo cita previa. Nos plantearán preocupaciones diversas si nos quedamos al acabar la clase o nos dejamos asaltar por el pasillo, pero no será fácil si han de venir al despacho en la hora de tutoría. Luego hablaremos de los padres y madres, pero no nos contarán algo de su vida cuando tengamos un hueco en la agenda y el estado anímico adecuado, sino cuando andemos desbordados y sin ganas de confidencias. Los tutores y tutoras que son valorados por muchos adolescentes son aquellos que no hacen, de entrada, distinciones entre las preocupaciones adolescentes que son de su incumbencia y las que no lo son, los que sin ser esclavos de la variabilidad adolescente, no les ponen por delante el horario o el lugar para hablar. Muchos servicios definidos inicialmente para atender a adolescentes tienen enormes dificultades para hacerlo, comenzando por conseguir que ellos y ellas acudan. Perciben, de entrada, que lo que allí se hace no va con ellos (no son drogadictos, no están locos, no tienen problemas, etc.). Por si fuera poco, el modo de acceder tiene formalidades que no van con sus estilos de vida ni con la lógica de sus preocupaciones. Los tutores y tutoras que son valorados por muchos adolescentes son aquellos que no hacen, de entrada, distinciones entre las preocupaciones adolescentes que son de su incumbencia y las que no lo son. Aquellos y aquellas que, sin ser esclavos de la variabilidad adolescente, no les ponen por delante el horario o el lugar para hablar. En un curso de formación de profesionales para el programa Salud y Escuela12 una enfermera explicaba cómo se había construido el proceso de comunicación y confianza con los adolescentes. Como siempre que se trata de un profesional que viene de fuera, su aterrizaje en la escuela fue difícil. Cuando consiguió darse a conocer comenzaron las apariciones en grupo por el despacho. Razonablemente pensó que no venían exactamente para plantearle preocupaciones, sino que intentaban pasar de alguna clase. Poco a poco dejaron de venir sólo a determinadas horas, se pudieron acordar encuentros y se amplió el número de grupos adolescentes con interés por lo que ella podía aportarles. Para la mayoría había algún motivo más que el de saltarse una clase de mates. Esta enfermera tuvo que dejar de ir al instituto y dedicar todo su tiempo al ambulatorio de salud de la zona a la que pertenecía. Su problema entonces era que, especialmente, los grupos de chicas aparecían «para hablar» por el centro de salud. Se trata de un ejemplo de cómo se construye la proximidad a partir de la accesibilidad y la disponibilidad. Era una persona adulta próxima a la que podían recurrir porque había demostrado interés por su mundo y disponibilidad para abordarlo. Intromisión calculada 148 Al inicio de este apartado, citando un texto anterior, decía que el adulto próximo es «aquel que siendo vivido como cercano y disponible actúa desde la distancia, sin intromisiones». Es posible que con esta afirmación aparentemente contradictoria haya sembrado un nuevo desconcierto en el lector neófito en adolescencias. Para el ya implicado en estas lides sólo será otro ejemplo de la dualidad en la condición adolescente y en las formas de prestarle atención, del «depende» que invocan y padecemos. ¿Cómo se está próximo sin estar encima? ¿Cómo se tiene interés sin fisgar, curiosidad sin ser entrometerse, por unos temas y no por todos? Como se puede deducir fácilmente del ejemplo de la alumna madre que destacaba antes, en el trasfondo de unos y otros siempre está latente el control. Tendemos a querer saber para entenderlos, para poder ser útiles en sus vidas, pero también para controlar mejor. Sienten que nos interesamos pero, a veces, les entra la duda de que lo hagamos con buenas intenciones, pensando en ellos y ellas y no en nosotros. Como luego recordaré al hablar del acompañamiento y, más tarde, de la responsabilidad, les prestamos atención desde la aceptación de su autonomía (desde la ayuda para que la vayan practicando y construyendo). Se trata de proximidades de acordeón en las que hay que aceptar tiempos y momentos para diversas distancias, sin comenzar a pensar que ya no confían en nosotros. Se trata de proximidades de acordeón en las que hay que aceptar tiempos y momentos para diversas distancias, sin comenzar a pensar que ya no confían en nosotros. A veces lo único que podemos hacer es dejar encendido el semáforo verde de la disponibilidad. También debemos considerar que no todos y todas buscan la misma proximidad, que también los hay recelosos de su mundo o autosuficientes que tan sólo quieren saber que existimos por si acaso. Es «positivo» para un adolescente aquel adulto que se aproxima confiando en la evolución positiva de su vida. El tercer término de la fórmula se refería al adulto «positivo». Es fácil deducir que no me estoy refiriendo a la necesidad de ser adultos modélicos (modelo, uno u otro, inevitablemente sí), sino a la actitud con la que nos aproximamos. Es positivo para un adolescente aquel que se aproxima confiando en la evolución positiva de su vida. Ya hemos dedicado muchas páginas a hablar de la mirada positiva. Ahora, tan sólo recuerdo que debemos poner el énfasis en la valoración de su estado que dejamos traslucir (un desastre o una apasionada incertidumbre) y en la confianza que mostramos sobre su futuro (no harán nada bueno si siguen así o todo puede cambiar y es seguro que cambiará). La positividad tiene que ver con la espera (reconocer que los cambios tienen que ver con la condición evolutiva y con ella evolucionarán) y con la esperanza (la confianza en que ellos y sus vidas adolescentes tendrán finales positivos). Positividad es dejar transpirar esa actitud y ejercer actos de fe explícitos en que todo puede ser de otra manera. 149 La singularidad de la relación educativa No está claro qué queremos que haga el profesorado, pero siempre son adultos que influyen No está claro qué queremos que haga el profesorado, pero siempre son adultos que influyen. Aunque no sea de manera exclusiva, buena parte de este libro está destinada a construir con los profesionales de la escuela un pensamiento positivo y eficiente sobre cómo ser útiles en la vida de los adolescentes. Me temo que, al llegar a este punto de la lectura del libro (si es que siguieron una lectura secuencial), más de un profesor o profesora se apunte al rebote adolescente para expresar la incredulidad de cómo se puede ser ese tipo de persona adulta en la escuela, teniendo en cuenta los encargos que la institución tiene. Hace escasas páginas que he descrito algunas características de la escuela adolescente y sus posibilidades de conseguir que el alumnado aprenda (pp. 123-160). En alguna de las primeras ideas clave he resumido la interrelación entre condición adolescente y aprendizaje. Ahora, quisiera referirme a la singularidad de la relación educativa. Como profesores y profesoras de secundaria (de la misma manera que otros profesionales que están en sus territorios) somos un conjunto de adultos en medio de vidas adolescentes que evolucionan y, de manera poco clara y contradictoria, la sociedad, la autoridad escolar o sus padres nos encargan influir en ellas. Hay quien pensará que nos encargan simplemente enseñarles, al margen de cómo sean sus vidas (algo que creo haber argumentado como imposible). Otros y otras, que nos encargan contribuir a su educación mediante el aprendizaje. Algunos y algunas, que debemos realizar un seguimiento educativo (luego lo definiremos como acompañamiento) de su persona, fundamentalmente a partir de los aprendizajes, durante una parte de tiempo adolescente. Con unos matices u otros a la hora de definir nuestra función, está claro que formamos parte de su panorama vital y, con mayor o menor voluntad y acierto, seremos adultos influyentes. La condición adolescente, las características de este ciclo vital hoy obligatorio, impone aceptar que el encargo tiene que ver con garantizar un conjunto de influencias coherentes y continuadas a lo largo de ese tiempo, de ese proceso. Además, el territorio escolar, como reiteradamente se ha recordado, se ha convertido en el lugar central de sus prácticas adolescentes y de las posibilidades adultas de influencia. El profesorado constituye una parte singular de los adultos con influencia en sus vidas y la escuela un contexto primordial de influencia (para situar algunas de estas ideas sobre los otros adultos y la escuela, he reproducido al final un texto sobre los profesionales del trabajo social o de la salud y la escuela secundaria). El profesorado forma parte del panorama vital de los adolescentes y debe garantizar un conjunto de influencias coherentes y continuadas. Voluntaria o involuntariamente, en la escuela secundaria se hace algo más que producir, facilitar, inducir o valorar aprendizajes. Se establecen procesos de influencia en la vida de personajes que van cambiando, que entraron abrazados a su infancia segura y 150 se marcharán convencidos de su adolescencia y soñando con ser jóvenes. Ya he dicho que el instituto es una escuela de ciclo y educar en ella comporta secuencias, maduraciones y procesos con presencias adultas. Esta influencia se logra estando (de manera próxima y positiva) y construyendo una relación singular (el acompañamiento). Si al principio del libro decíamos que la posibilidad de influir en sus vidas tenía que ver con la sincronía, con la capacidad para leer y entender sus adolescencias, ahora completamos esa reflexión hablando de cómo se construye esa influencia: estando (de manera próxima y positiva) y construyendo una relación singular (el acompañamiento). Acompañar a adolescentes En la adolescencia, educar se llama acompañar, compartir el camino y las experiencias, sin ahogar ni hacer sentir el abandono. En la adolescencia, educar se llama acompañar. Si la adolescencia es tiempo vital, itinerario, recorrido, proceso, ensayo, error, experimentación..., resulta lógico pensar que la forma de prestar atención, ayudar y educar se llame acompañar. Trabajar con adolescentes significa practicar el acompañamiento educativo. La ausencia de adultos positivos a su alrededor los deja en una soledad llena de dificultades. Durante años serán itinerantes, estarán en transición. No necesitarán tutelas ni guías sino acompañantes. Adultos próximos que caminen a su lado, observadores de sus demandas, de sus dudas, de sus traspiés... En otras épocas, la pedagogía y las instituciones educativas han definido la tarea del profesional de la educación secundaria con el concepto de mentor. Una figura que, como es conocido, tiene su origen en la función de orientación y protección vital que, en la Odisea, cumple Mentor al ocuparse del joven Telémaco, a cuyo cargo le deja el viajero padre Ulises. Para los que accedían a la educación secundaria el profesor ya no era quien ejercía la tutela de la niñez, de la educación primaria, sino el vigilante de la progresiva emancipación. Acompañar no es nunca hacer de vigilante, de protector ni de prescriptor de recetas pese a sus equivocaciones. En el mundo de las adolescencias universales, socialmente diversificadas, resulta más útil (incorporando aspectos complementarios que provienen del acompañamiento social y de la ayuda a las personas para convertirse en ciudadanos) definir al mentor como acompañante. Acompañar es fundamentalmente la acción de «andar al lado de» una persona, compartiendo alguna parte de su vida itinerante. No es nunca hacer de vigilante que intenta impedir las equivocaciones del camino. No es tampoco el protector que evita la aparición de los riesgos del itinerario. No es el prescriptor de recetas y remedios para las equivocaciones. Acompañar es, de formas diversas, compartir el camino y sus experiencias. Siempre sólo en una parte de su camino y adoptando la proximidad adecuada, sin ahogar ni hacer sentir el abandono. 151 Con el adolescente, ese personaje que se come el mundo y luego siente que no es nada, que es feliz pero se siente mal, que experimenta pero se lleva sus batacazos, hacemos de acompañantes estando a su lado, con la accesibilidad y disponibilidad de la que hemos hablado, sin más intromisiones que las presiones o los límites necesarios. Camina él o ella a su ritmo, con su autonomía, pero no lo hace en soledad ni en compañía tan sólo de sus iguales. Estimulamos sus procesos de aprendizaje, le ayudamos a gestionar sus conflictos y aclararse consigo mismo, hacemos posible su proceso de incorporación a la sociedad. Sea cual sea nuestro papel profesional en la vida de un adolescente, acompañar es convertirse en esa persona adulta de referencia positiva de la que venimos hablando. Una persona que, durante un tiempo y con una intensidad variable, puede influir en los procesos de maduración y cambio, que construye espacios personalizados de relación que permiten al adolescente tomar conciencia de sus progresos y de sus dificultades, y que cuando aparecen los problemas evita que se consoliden y pasen a formar parte de la propia condición adolescente. Es un proceso de comunicación e influencia mantenido en el tiempo que dinamiza su itinerario personal. Ya he comentado que pensar la adolescencia en términos de proceso era considerar un conjunto dinámico de fenómenos, sucesos, experiencias y vivencias que interactúan entre sí durante un tiempo (por ejemplo: el desacuerdo con la propia imagen, las dificultades en el aula y la pertenencia a un grupo con un estilo joven definido interactúan entre sí para valorar si sigue o no sigue yendo a la escuela). Itinerario y proceso también quieren decir ir, volver, pararse, descolgarse, volverse a conectar, recorrer trayectos por caminos no previstos... Al acompañar, pretendemos que su recorrido cobre sentido, encuentre sentido a sus cambios, acceda progresivamente a un nuevo contexto vital que puede dominar y en el que se siente bien. Acompañar es dinamizar desde cerca este proceso. Cuando hablo con diferentes profesionales que han de trabajar en clave de acompañamiento, suelo definirlo como tutorial empático (para acompañar deben ser accesibles, estar disponibles, saber descubrir y tener en cuenta las claves vitales en las que se mueve la persona). Con los adolescentes diría que se acompaña haciendo de tutor, de diversas maneras y en diferentes contextos. Somos una verdadera referencia para el adolescente cuando puede decir: «Me entiende, sabe ponerse en mi lugar, puedo recurrir a él (o ella) cuando lo necesito, da la cara por mí, le preocupa mi futuro». Sin embargo, acompañar no es una especie de actitud benévola y contemplativa. Actuemos desde donde actuemos, ya hemos visto que todo comienza por ganarnos la posibilidad de que se dejen acompañar. Una vez conseguida una cierta ascendencia sobre sus vidas, tendremos que ir definiendo con ellos y ellas metas o, al menos, pretensiones, ilusiones y objetivos. Con nuestra presencia en sus vidas deberemos ayudarles a conocerse (no sólo a aclararse, sino a saber aquello de lo que disponen y aquello que echan o deberían echar en falta). Buena parte de nuestra acción estará destinada a gestionar los incidentes del camino, a gestionar con ellos y ellas los conflictos, las buenas y las malas experiencias, a hacer balance de lo que van viviendo. En un camino que recorren juntas dos personas cada una pone algo. Acompañamos cuando tenemos 152 pactos, acuerdos y compromisos que debemos cumplir las dos partes. Hacer de tutora o tutor Del seguimiento escolar al acompañamiento educativo Volvamos a la escuela, volvamos a la ESO, al aula adolescente. Muchos profesores y profesoras deben hacer de tutores, y diversos grupos y alumnos han de ser tutorizados. Aparquemos los «condicionantes estructurales»: las horas de dedicación, la organización del horario, el número de alumnos, las dificultades para enseñar o aprender, etc. Con frecuencia son razones obvias que dificultan poder hacer bien de tutor o tutora, pero demasiadas veces son argumentos que ocultan la relegación de la tutoría, su conversión en un tema de gestión académica de las aulas, su escasa prioridad en el proyecto real del centro o la dificultad que para una parte del profesorado significa aplicarla efectivamente. Sólo podemos entendernos comenzando por aceptar que la escolarización obligatoria supone, como he comentado, muchas cosas y no sólo tener la obligación de ir a clase. Una de ellas es contar con un tutor escolar responsable del proceso educativo de cada adolescente. No puede entenderse la escuela, tampoco la de secundaria, sin considerar que una de sus tareas es hacer el seguimiento escolar personalizado de todos y cada uno de sus alumnos y alumnas. Aun admitiendo los contradictorios encargos a los que se somete la tarea de la escuela y la del profesorado, ya advertí que ese seguimiento escolar es un seguimiento educativo, no es sólo una actividad destinada a la evaluación y comprobación de los resultados académicos. La escuela no puede entenderse sin considerar que una de sus tareas es hacer el seguimiento escolar personalizado de todos y cada uno de sus alumnos y alumnas. Hablando de la secundaria y de los adolescentes, cada una de nuestras escuelas y cada uno de sus adultos tienen que asumir que se les pide (se les debería pedir) el seguimiento, al menos, de la vida escolar de cada uno de sus alumnos. Eso significa (recordemos la idea clave 2) que tenemos información significativa y actualizada sobre su persona, su entorno familiar, su contexto social próximo; que conocemos sus procesos de aprendizaje (lo que va sabiendo y lo que no sabe, pero especialmente cómo aprende o por qué no aprende); que tenemos información sobre su ubicación y sus papeles en el grupo clase y en otros grupos de la escuela, y que conocemos sus relaciones con el profesorado, las figuras adultas que parecen tener mayor ascendencia y las que son fuente de conflicto. Lo sabemos de un trimestre para otro y de un curso para otro. Estamos en condiciones de orientarle y de tomar decisiones con él o ella, al menos, sobre su recorrido escolar en cada curso y su futuro fuera o dentro de la escuela. Significa que todo eso está singularizado para cada uno de nuestros alumnos y hay una persona adulta (el tutor o tutora) responsable de hacerlo. 153 Si realizamos seguimiento escolar, hacemos seguimiento educativo. Si se trata de adolescentes, hacemos acompañamiento educativo de una parte de sus vidas. Como hemos visto, no son sujetos académicos ni simples sujetos escolares. Son adolescentes que están en la escuela a los que educamos a partir de propuestas y contextos de aprendizaje, sin que podamos desligar su aplicación de la condición en la que viven y que se dedican a ejercer en la escuela. Un tutor o tutora de adolescentes es un profesional de la escuela que tiene como encargo ocuparse de manera singularizada de un grupo de alumnos. No puede haber alumnado sin persona adulta de referencia, sin tutor. Un tutor o tutora de adolescentes es un profesional de la escuela que tiene como encargo ocuparse de manera singularizada de un grupo de alumnos. Eso significa que tiene una preocupación personalizada de cada uno de ellos (para él o ella, diferente de la de otros; preocupación por su situación puntual y por su itinerario). A la vez, significa que cada uno de esos alumnos o alumnas le tiene como referencia personal, sabe que de entrada tiene el encargo de ocuparse de él o ella, que puede recurrir a él y que tendrá que discutir, planificar, pactar con él o ella qué hace con su vida escolar. No puede haber alumnado sin persona adulta de referencia, sin tutor. No puede haber profesorado sin saber quién se ocupa del alumno que en un determinado momento le preocupa. Aunque sea complejo hacerlo, no es imposible. Aunque parezca que se trata de una actividad escolar más, es una de las claves del funcionamiento de la escuela (el lector encontrará en las propuestas finales de esta idea clave un ejemplo de cómo puede funcionar una tutoría así en una escuela pública). Una propuesta de tutoría que acompaña sólo es posible, por supuesto, si el número de alumnos de los que somos responsables de manera intensiva es reducido (nunca los treinta alumnos de una clase). Por eso, una de las formas razonables de organización de la tutoría es que el alumnado de un grupo clase comparta más de un tutor (lo que en la literatura pedagógica suele designarse como tutoría compartida). Se trata, en definitiva, de conseguir que cada tutor sea responsable como máximo de una quincena de alumnos. Presentes en su vida diaria. Interesados por todo lo que pasa en ella Por lo escrito en otras páginas de este texto o por lo afirmado ahora, no quisiera que alguien dedujese que exijo al tutor o a la escuela ocuparse de la totalidad de la vida de los adolescentes. Los adolescentes no son de la escuela, aunque algunos sólo tengan el mundo de la escuela como referencia positiva. Tan sólo pretendía poner el énfasis en que el tutor o tutora acoge a cada alumno como persona adolescente. Está receptivo a sus preocupaciones, sin matices, porque todas interfieren o ayudan al proceso educativo, aunque para resolver algunas de ellas considere que el adolescente ha de recurrir a otros adultos o instituciones y así le ayude a hacerlo. No se puede empezar por transmitir al alumno adolescente el mensaje (explícito o implícito) de que no queremos saber nada de 154 muchas cosas de su vida. Es difícil que se construya una relación de confianza con el establecimiento de barreras previas. Serán ellos y ellas quienes establecerán los límites sobre en qué parte y en qué momento de sus vidas nos dejan entrar para influir, ayudarles o ayudarles a buscar ayuda. La tutoría no puede basarse en una hora aislada o en citas de despacho, se debe dar en bastantes momentos y en diferentes situaciones. En la secuencia de interés, cercanía, disponibilidad y preocupación personalizada he recordado que la posibilidad de que se construya tiene que ver con la presencia normalizada y cotidiana en sus vidas, en este caso en su vida escolar. No se construye con una hora aislada de «tutoría» ni con citas de despacho. La organización en clave pedagógica de los horarios, la integración de materias en áreas de conocimiento, el trabajo por proyectos, el aprendizaje cooperativo, etc. no son sólo algunas de las herramientas para conseguir una buena escuela adolescente. Son algunas de las claves estructurales para generar presencia que facilite la construcción de relaciones que permitan el establecimiento de la confianza y del acompañamiento. Se trata de hacer posible el estar presentes en bastantes momentos y en diferentes situaciones. De ninguna manera se puede tratar de la relación en una simple hora de aprendizaje de una asignatura. Ya he apuntado que lo razonable es que existan diversas figuras adultas, adultos diversos de los entornos en los que se desarrolla parte de su vida, que se revistan de esa condición de proximidad y positividad que les permita al menos ser fuente de influencias y, mejor, ser acompañantes parciales de sus recorridos adolescentes. Se producen, se deberían producir, tutorías parciales, temporales, complementarias. El tutor escolar cobra a menudo una relevancia central y singular para el adolescente. Otras veces hay alguna otra figura adulta que tiene una importancia significativa. En ocasiones, esa capacidad de influir nace porque el adolescente ha acudido a un recurso o servicio social o de salud, porque algún incidente le ha conducido a contactar con un profesional u otro, o simplemente porque acude a un recurso juvenil cuyos monitores o educadores están predispuestos a una relación de influencia. Debería ser normal que alguno de los adolescentes a los que tutorizamos tuviese una buena relación con el educador de los servicios sociales que, de manera habitual, aparece por la escuela. Lo mismo con el terapeuta al que alguien ha conseguido que acuda para abordar algún malestar o dificultad significativa. También cabría esperar que otros y otras la tuviesen con el psicopedagogo o el orientador del centro. Igualmente puede ocurrir que un profesor diferente del tutor oficial consiga una ascendencia singular sobre algún alumno. La tutoría de la globalidad Se debe garantizar que cualquier adolescente pueda contar, en un momento complejo de su recorrido, con un adulto próximo y positivo. Las influencias múltiples son posibles y eso supone tener al menos una actitud de trabajo en red. Describo esta situación de influencias múltiples, en parte idílica, para reflexionar sobre la 155 complementariedad y la tutoría de la globalidad. En primer lugar, se trata de tener como criterio la siguiente necesidad: Garantizar que cualquier adolescente pueda contar, en un momento complejo de su recorrido, con un adulto próximo y positivo, en un espacio de normalidad y cotidianidad, sin tener que sentirse «enfermo» de nada ni sufrir intromisiones innecesarias en la vida que está construyendo. (Funes, 2009a) Después, en segundo lugar, se trata de saber que las influencias múltiples son posibles y que eso supone tener al menos una actitud de trabajo en red,13 teniendo en cuenta que una parte de nuestra tutoría consistirá en dialogar con otros profesionales para decidir qué hacer (recordemos la apertura de la escuela al entorno de la que hablábamos en la idea clave 5). En unos casos, nuestro trabajo potenciará el de otro que parece tener en un momento dado más relevancia. En otros, su trabajo potenciará el nuestro. Lo único que habrá que garantizar es que alguno de los profesionales integre, globalice y rentabilice el conjunto de influencias, y sirva de guía y referente para el adolescente. Tampoco debe olvidarse que algunas de esas relaciones de influencia son temporales y que, por lo tanto, el tutor o tutora escolar puede ser el hilo conductor del acompañamiento global. De un curso a otro, en el paso de ciclo o cuando se acaba una etapa escolar habrá que prever cómo traspasamos la confianza que en nosotros ha depositado el adolescente a la nueva persona que va a responsabilizarse al menos del seguimiento. La tutoría también tiene que ver con la gestión de los incidentes escolares, con el ir pasando cuentas de lo que hacen en la escuela, con la aproximación a sus agobios, con lo que hacen los fines de semana o cuando deciden faltar a clase. La tutoría no tiene que ver tan sólo con el acompañamiento que se construye a partir de la normalidad cotidiana, sino también con la gestión de los incidentes escolares (a veces no escolares pero relacionados con su dinámica), con el abordaje de las crisis (de índole diversa pero que afectan a su momento adolescente y a su relación con el proceso educativo) y con los acontecimientos y experimentaciones de su vida. Tiene que ver con el ir pasando cuentas de lo que hacen en la escuela (el «cómo te va» periódico), con la gestión de los diferentes líos escolares en los que se ven inmersos (con la disciplina, la convivencia o los suspensos), con la aproximación a sus agobios (familiares, de amigos, de novios, etc.), con lo que hacen los fines de semana o cuando deciden faltar a clase. Tutoría de grupos. Tutoría de la vida en la escuela Tratándose de la escuela y de adolescentes no podemos dejar a un lado que el sujeto educativo es el grupo. Que la vida adolescente es vida en relación con grupos y que el tutor o tutora lo es de un grupo clase. No acompañamos solamente a sujetos adolescentes. Acompañamos a personajes que actúan, viven y son adolescentes en grupos. Acompañamos a grupos de adolescentes, clases de adolescentes. Una parte significativa de la tarea de la tutoría es la dinamización de un grupo clase, de un grupo de pertenencia escolar (análisis, organización, gestión de sus relaciones). Una dinamización 156 que tiene que ver con su estructura y sus relaciones internas (con las dinámicas de inclusión, exclusión, aislamiento, liderazgo, etc.) y con su actuación como clase, como espacio de aprendizaje (las formas de agruparlos, las didácticas que mejor funcionan, la interacción con los diferentes profesores, etc.). Igualmente, tiene que ver con la participación en la vida de la clase y de la escuela, con la gestión del aula, con los cargos, con las formas de ejercer la democracia, etc. Se trata de un grupo en el que interactúan personas adultas diversas, un profesorado dispar con estilos de relación y de enseñanza diversos. Las tareas de la tutoría, una vez más, tienen que ver con la coordinación educativa de quienes intervienen en el grupo; con informarles sobre la vida del grupo y los elementos relevantes del proceso educativo de los alumnos; con el intento de que mantengan una lógica similar en sus actuaciones, y con la explicación al grupo de los razonables desacuerdos entre adultos y en su trato con los alumnos. La tutoría no es la hora de tutoría que aparece en los horarios (ya hemos visto que se hace de tutor en otros muchos momentos). Esa hora sí que es un tiempo y un espacio para hacer las tareas de tutora o tutor en relación con el grupo y para abordar las cuestiones de fondo que debemos tratar con todas y todos. La programación de las actividades colectivas de la hora de tutoría debe responder a lo siguiente: La programación de las actividades colectivas de la hora de tutoría debe responder entre otros aspectos al seguimiento de aquello que es importante en la vida de la escuela, al abordaje de los sucesos significativos en la vida del grupo o a la atención sobre temas transversales. • El seguimiento de aquello que es importante en la vida de la escuela. • El abordaje de los sucesos significativos en la vida del grupo. • El abordaje de aspectos, situaciones, experiencias y preocupaciones especialmente significativos en la vida de algunos de los chicos y chicas que conviene abordar en grupo. • La atención a las cuestiones que consideramos importantes en nuestro proyecto educativo para estas edades: - La parte de los temas transversales que debe tratarse en la tutoría (por ejemplo, parte de la educación para la salud o del proyecto de convivencia). - Los temas adolescentes que deben tratarse específicamente en tutoría. Existen múltiples manuales para tutoría o de programaciones transversales que pueden permitir al lector elaborar su plan de acción tutorial o el del centro para esa hora. No entraré en definir contenidos ni propuestas didácticas. La que yo desarrollaría, en todo caso, tiene que ver con el contenido de la idea clave 2 y sus propuestas para la tutoría. Allí, además, el lector tiene una propuesta práctica de cómo trabajar con los adolescentes sus adolescencias. Trabajando a partir de ella pueden aparecer la mayoría de los temas adolescentes «clásicos» y especialmente los que en cada momento y situación les interesan. Al proponer un cuaderno de trabajo para la tutoría planteaba dos grandes objetivos: el primero, compartido con otras técnicas, consiste en saber, de primera mano, algo más sobre su momento adolescente; el segundo, en generar de manera sistemática 157 un conjunto de ocasiones para que puedan «hablar» sobre sus adolescencias, tal como he indicado en la idea clave 2. Eso es lo que hay que conseguir en diversos momentos, especialmente en la hora de tutoría. El buen profe Alguien que es bueno en su oficio Quisiera acabar esta idea clave refiriéndome al «buen profe». No se trata de ninguna manera de diferenciar estilos de relación entre el profesor tutor y el simple profesor. Además, todo tutor de un grupo es profesor en otros. Ya he definido en ideas clave anteriores alguna de las características que debe reunir una escuela pensada para educar a adolescentes. Ahora quiero recuperar la parte que tiene que ver con las personas adultas que enseñan, que dan clase. Una cosa es que los chicos y chicas adolescentes se relacionen con sus profesores y profesoras de manera diferente y recurran a ellos para cuestiones diferentes y otra que, para ser eficaz en la tarea de que aprendan, de que maduren aprendiendo, de que se sientan acompañados en su evolución, sirvan formas contradictorias de actuar. El alumnado define al buen profesor como aquel que tiene capacidad didáctica, capacidad de ponerse en el lugar de sus alumnos y alumnas, y un buen tono vital en su trabajo. En gran medida el buen profesor reúne las características de un buen tutor y las relacionadas con conseguir que aprendan. En diversos momentos he preguntado directamente o he pedido al profesorado con el compartía algún tipo de formación que interrogasen a su alumnado sobre cómo definirían al buen profesor, y los resultados suelen coincidir: tienen que ver con su capacidad didáctica, con su capacidad de ponerse en el lugar de sus alumnos y alumnas y con el tono vital con el que realiza su trabajo. A pesar de lo que afirma una parte del profesorado, los alumnos y alumnas adolescentes no esperan profes que no les hagan trabajar o que les dejen pasar de todo, aunque en algún momento pasota o provocador puedan afirmarlo («el que no pone deberes»). La diversidad de sus vivencias sobre aquello que esperan del profesorado no tiene tanto que ver con su diversidad adolescente como con la diversidad de su situación en la escuela y la conflictualización de sus aprendizajes y de sus adolescencias. He encontrado a algún adolescente que definía al buen profe, por ejemplo, como «el que no viene nunca», pero se trataba de un alumno de un grupo «especial» cuyos componentes se consideraban a sí mismos los tontos de la escuela y en el que nadie se molestó, salvo él, en definirlo (como si, al menos en su experiencia actual, no tuvieran ningún profesor bueno). Para el alumnado adolescente el buen profesor es, en primer lugar, alguien que es bueno en su oficio. No le piden que practique otro o que deje de relacionarse con ellos y 158 ellas a partir de su tarea. Lo que, de formas diversas, suelen pedirle son aspectos muy elementales de buena pedagogía y didáctica. Formas de enseñanza y aprendizaje de las que todos tienen alguna experiencia actual o anterior. Se podría resumir perfectamente diciendo que para ellos y ellas es alguien que se explica bien (cuadro 15), aunque unos le añadirán matices sobre la comprensión («Sabe transmitir sus conocimientos y los alumnos lo entienden») y otros destacarán los afectos que pone («Sabe emocionar a un alumno con las explicaciones»). De manera global, siempre se trata de actitudes y habilidades didácticas que incorporan tres grandes aspectos: 1. La relación enseñanzaaprendizaje no pasa por el conflicto permanente («No nos echa la bronca hasta por cerrar la ventana, como hacen otros»). 2. El interés que pone a la tarea, capacidad para generar entusiasmo y dominio de su oficio («Sabe conseguir que te den ganas de aprender lo que te explica»). 3. El conocimiento de la capacidad exploradora del adolescente, tiene capacidad para implicar al alumno en la actividad escolar («Sabe conseguir que los alumnos se interesen y participen»). Cuadro 15. El buen «profe» es un buen «explicador» 159 ¿Bueno o enrollado? Empatia, habilidad didáctica y buen humor Desde la perspectiva de la relación, el buen profesor es el profesor enrollado. Tener buen rollo es una suma de cualidades especialmente relacionadas con cómo percibe el alumno la posición del profesor en sus relaciones. No se trata de que no quiera que sea un adulto ni de que ponga en duda su «poder», sino de que rechace determinadas formas de 160 ejercerlo. Ellos y ellas no le niegan su estatus (aunque como he recordado en otros momentos lo pongan continuamente en crisis), pero quieren que sea una persona próxima («No se cree superior a los alumnos»). La relación con el profesorado se debe sustentar fundamentalmente en dos actitudes: el respeto y la confianza. Como buenos adolescentes rechazan ser tratados como niños, como personas que deben dedicarse a escuchar y aprender, de manera sumisa, todo aquello que les quieran endosar. Especialmente cuando están en plena adolescencia, exigen ser considerados personas con criterio y opinión. Recordemos lo que llevamos dicho sobre su omnisciencia para entender que no quieran tener a profesores que den lecciones. Se trata de una relación que se sustenta fundamentalmente en dos actitudes: el respeto y la confianza. Según ellos y ellas se trata de una persona que confía en los alumnos y en quien los alumnos pueden confiar (cuadro 16). Cuadro 16. Un profesor se enrolla si... Para el alumnado, que el profesorado sea flexible, tenga en cuenta a todos y ayude a los que tienen más 161 dificultades no ha de comportar el descontrol de la clase. Que nadie se engañe, no piden profesores «blandos» y sin autoridad en clases que son un caos permanente. Para ellos y ellas, ser flexible, tener en cuenta a todos y ayudar a los que tienen más dificultades no ha de comportar el descontrol. La combinación de empatia, habilidad didáctica y buen humor no puede tener como resultado el descontrol de la clase («Sabe explicar, ayudar a los que no lo entienden y poner orden en las clases»). Ni siquiera niegan que en determinados momentos tenga que ser exigente («Te enseña cosas, pero a veces te amarga»). Los chicos y chicas adolescentes entienden y aceptan perfectamente que el mundo es diverso y no pretenden que todos los profesores sean igual. Volvemos, en definitiva, a plantear refiriéndonos al profesorado todo aquello que al inicio de esta idea clave decíamos del adulto próximo y positivo. Una persona adulta que incorpora en su relación con los adolescentes la capacidad para entender su mundo y la disposición para ayudarles. Muchos, además, desean encontrar al menos en algunos profesores algo más que un buen enseñante. Y, asi, de nuevo volveríamos a la cuestión del tutor. El mundo de los adultos es diverso. El mundo del profesorado también. Los chicos y chicas adolescentes entienden y aceptan perfectamente ese mundo diverso y no pretenden que todos sean igual. Se conforman con que algunos y algunas sean de ese estilo. La mayoría debería acercarse, intentarlo y practicarlo en las buenas épocas. La única característica de personalidad del profesorado que parece exigible es la capacidad de tener y mantener las actitudes de proximidad a los adolescentes. En el mundo educativo, sobre todo cuando se ha de formar a nuevos profesores, se plantea el interrogante de si todo el mundo sirve para trabajar con adolescentes. Puede haber respuestas para todos los gustos. Lo que sí parece irrenunciable es que deben ser profesionales con capacidad de desarrollar una pedagogía adaptada a la etapa social y evolutiva de la adolescencia, que adquieran un conjunto de habilidades para relacionarse. La única característica de personalidad exigible es la capacidad de tener y mantener las actitudes de proximidad de las que venimos hablando. En la práctica Acompañar itinerarios 14 Nuestro proyecto considera la adolescencia como un periodo de la vida en el que las relaciones personales acostumbran a tener un papel fundamental, tanto por su intensidad como por su riqueza y espontaneidad. Pero esta etapa de descubrimiento también está cargada de susceptibilidad, inseguridad, 162 rechazo y rebeldía. El adulto, muchas veces, no sabe interpretar estos comportamientos ni situarlos en el contexto apropiado; por lo general olvida el marco de referencia en el que está ubicado el adolescente y tiende a tratarlo como un sujeto inmaduro y conflictivo al que hay que educar más que escuchar; olvida que compartir es también educar y, tal vez, la forma más efectiva y duradera de hacerlo. El profesorado no está exento de estas tendencias y, muchas veces, sucumbe a ellas creando situaciones tensas e irreflexivas que, de otra manera, se podrían haber evitado, o cuando menos suavizado. A veces nos preguntamos si no será esa la opción más cómoda, pues permite que nos ahorremos la intervención educativa, ese esfuerzo de comprensión que realmente puede ayudar al alumno. A menudo, la respuesta acostumbra a ser: «Estamos preparados para enseñar una materia, pero no nos han preparado para ser psicólogos ni tampoco es nuestro trabajo hacer de padres». No cabe la menor duda de que la cuestión se desenfoca si se define en estos términos. En ningún caso escuchar requiere una formación psicológica ni se trata de representar un rol paterno. Antes bien, dedicar una atención al adolescente, ser un paréntesis en su vida, escucharlo, compartir sus intereses es la mejor forma de relacionarnos con él. Aunque no lo parezca, el adolescente necesita de esta relación más cercana, de hecho la busca, pero no siempre lo hace de manera directa, sino, con frecuencia, intentando llamar la atención, con actitudes de rechazo al adulto, manifestando desinterés e indiferencia. [...] La primera actuación y la más importante para garantizar la atención de la que hablamos es la acción tutorial. Nuestro funcionamiento y organización como equipo de profesores tiene por objeto potenciar las actividades de tutoría y facilitar que la gran parte del profesorado sea tutor, lo cual nos obliga a gestionar adecuadamente los horarios para conseguir este fin. Poder dedicar horas para tener un buen conocimiento y hacer un buen trabajo de seguimiento de los alumnos es imprescindible para alcanzar nuestros objetivos. La tutoría compartida entre dos tutores por grupo de Secundaria conlleva que se disminuya la ratio de alumnos por tutor, lo que permite dedicar más tiempo al alumnado y se traduce en una mejor atención a los alumnos y a las familias, al tiempo que facilita el trabajo de los tutores. Por otro lado, el hecho de que la mayoría del profesorado sea tutor incrementa su implicación en el proyecto y el conocimiento de los alumnos. [...] El primer paso en el conocimiento de los alumnos se realiza a través de la sesión de «traspaso de curso» que llevamos a cabo durante el mes de septiembre y en la que los tutores del curso anterior transmiten toda la información sobre los alumnos a los profesores que los han de tener en el curso que se inicia. Esta información viene acompañada de la carpeta individual de cada alumno, que recoge toda la información desde que entró en la escuela. Este conocimiento permite que, antes de iniciar el curso, los nuevos tutores se puedan repartir al alumnado más necesitado de atención, a fin de garantizar un seguimiento más regular. La escasa incorporación* de alumnos nuevos en primero de ESO nos facilita la obtención de información de los centros de origen. Este traspaso entre centros se ha convertido en algo normal en la escuela pública del distrito. Creemos que, en la enseñanza obligatoria, tiene mucha importancia la coordinación Primaria-Secundaria y, en este sentido, valoramos muy positivamente las actividades de coordinación de los CEIP e IES del distrito, pues aportan la máxima coherencia posible a los proyectos de estos centros que constituyen itinerarios educativos 3-18. [...] *Se trata de una escuela pública que tiene primaria y secundaria. Del sufrir hablando de «casos» al hablar de manera útil sobre el alumnado15 No hace falta ser un gran observador para comprobar que los comentarios sobre un grupo reducido de 163 chicos y chicas ocupan buena parte de las reuniones de los equipos educativos de curso o de ciclo. Es como si, además de hacernos gastar una buena dosis de energía en la clase, también acabaran consumiendo parte del tiempo para reflexionar colectivamente sobre nuestras prácticas educativas. Una primera mirada sobre el contexto en el que se producen esas conversaciones permite descubrir que se trata de comentarios que tienen las siguientes características dominantes: • Llevan consigo una fuerte dosis de tensión acumulada que necesita ser comunicada. • Se producen sin que estuviera previsto en el desarrollo de la reunión o están reiteradamente en el orden del día. • Se refieren a aspectos puntuales que han creado especial distorsión y que han sucedido en una clase, con un profesor o profesora, o con más o menos reiteración. • A menudo lo hablado no da lugar a la planificación de acciones para ser puestas en práctica por el conjunto del equipo afectado. También es constatable que de muchos chicos y chicas no se habla nunca o que de los «casos» no se habla cuando no dan problemas. Podríamos decir que se trata de una actividad que tiende a acumular algunas de las siguientes dificultades: • Normalmente no ha sido precedida de un proceso de observación mínimamente sistematizado. • Tiende a aumentar la frustración educativa. • Refuerza entre el profesorado las imágenes negativas que arrastran determinados chicos y chicas. • Produce una especie de predicción de problemas o de final problemático esperado que acaba cumpliéndose. Puestos a actuar (sin negarle alguna utilidad a cómo lo estamos haciendo) quizás podríamos discutir y compartir otras formas de hacerlo. Propongo una pequeña pauta para el debate en el cuadro 17. Cuadro 17. Guía de formas útiles y positivas para hablar sobre los chicos y chicas con los que compartimos el aula 1. Un proyecto educativo tiene que tener previsto cómo y cuándo el conjunto del profesorado que interviene en una clase habla de todos los chicos y chicas que educa. La razón es simple: la necesidad de adaptar la acción educativa, consensuar las formas y los papeles que hay que ejercer, evaluar las formas que parecen más útiles, rechazar las ineficaces, etc. 2. No se trata ni de hacer ni de compartir diagnósticos predictivos (suponiendo que fueran posibles), sino de compartir lecturas sobre cada chico o chica para tener presentes aquellos elementos que en cada sujeto mediatizan la acción educativa. 3. La información no es nunca estática y global. Se trata de acciones y reacciones puntuales que tienen que ver con el contexto y el tiempo en el que se producen. 4. Es mucho más importante hablar de las posibilidades, de las capacidades o habilidades, de aquello que hacen bien o de los momentos en los que funcionan que de las situaciones de dificultad y conflicto. 5. Para poder hablar de forma no dominada por las impresiones y los sesgos emocionales es imprescindible observar cómo son y qué hacen de una manera sistemática y periódica. Sin observación sobre aquello que consideramos importante y en diferentes momentos, la conversación sobre el alumnado siempre estará distorsionada. 6. Después de una conversación siempre han de establecerse acciones: reafirmarnos en un tipo de relación o de didáctica, ensayar nuevas, observar más, cambiar de táctica, probar nuevas aproximaciones, etc. 7. En algunos casos o momentos hablar sirve para encontrar y compartir «explicaciones» de conductas teniendo en cuenta elementos personales de un alumno que tan sólo conoce a su tutor o tutora. No se trata de hacerse cargo de los «problemas» que tiene detrás, sino de entender la lógica interna que puede tener su comportamiento. No se trata de hacer terapia o de sentirnos desbordados, sino de 164 entender reacciones, evitar mayores problematizaciones, aplicar la creatividad en la búsqueda de nuevas propuestas de aprendizaje, etc. También puede servir para conocer que detrás hay otros profesionales que están actuando. 8. Los sujetos educativos de los que debemos hablar no son sólo cada uno de los chicos y chicas, también lo son los grupos (las agrupaciones) en los que están. También son lo que son en función de unas relaciones en clase y fuera de ella. Son y actúan como sujetos relacionados en grupos o aislados de ellos. Profesionales de la salud y la intervención social en la escuela. ¿Para qué?16 Hace tiempo que diferentes administraciones, delante de nuevas o viejas dificultades educativas, sociales o de salud, proponen la entrada en la escuela de otros profesionales que no son los estrictamente docentes, profesionales de diferentes ámbitos de la salud, del trabajo social, etc. Estas posibles actuaciones abren interrogantes sobre su sentido, su utilidad, su efecto sobre los procesos educativos de los niños y adolescentes. Desde que la escuela se consolida como una escuela de masas, una escuela a la que acude la inmensa mayoría de la población en edad educativa, se producen dos fenómenos de especial relevancia sobre el que ahora estamos comentando. Por un lado, la escuela pasa a ser la institución que parece poder garantizar que un determinado mensaje llegará a todo el mundo. Por otro, muchas de las dificultades y conflictos humanos que, especialmente en la adolescencia se daban en contextos diferentes de la sociedad, tienden ahora a concentrarse en el territorio escolar, un territorio de presencia obligada para todo el mundo. Por eso es por lo que, siguiendo la lógica de estos dos fenómenos, la «nueva» llegada de profesionales obedece también a dos grandes grupos de razones. En primer lugar, cualquier administración, o cualquier profesional que pretenda influir educativamente en una u otra dirección o simplemente garantizar el acceso general a un conocimiento que se considera imprescindible para vivir en nuestra sociedad, piensa en la escuela como lugar idóneo para que esto pueda suceder. La más superficial de las investigaciones sobre las modificaciones del currículo en las últimas décadas puede descubrir cómo aparecen continuamente educaciones «nuevas» muy concretas (educación vial, contra las drogas, de la democracia, etc.) o más generales (para la salud, para la convivencia, etc.). Esta progresiva inflación de los contenidos escolares ha ido generando dos tendencias educativas contrapuestas: la demanda de transversalidad y la demanda de especialistas. La defensa de que todas estas cuestiones deben ser abordadas en la escuela no siempre tenía detrás la decisión de ser abordadas por todos los profesionales de la escuela y a menudo ha ocurrido que no las trataba nadie. La aparente complejidad de muchas de ellas ha forzado a que otros profesionales tengan que aparecer por el aula. El segundo grupo de razones tiene que ver con cómo aborda la escuela determinadas dificultades y conflictos, especialmente los denominados «sociales», en sus dos vertientes: dificultades en la convivencia entre escolares y escolares que tienen detrás una carga social negativa importante. Deberíamos decir también que algunas escuelas tienen más escolares «difíciles» y que sus dificultades personales y grupales son mayores. Las reacciones más extremas entre el profesorado han sido afirmar que estas dificultades no eran objeto de su intervención («Soy profesor no asistente social») o, más matizadamente, que los nuevos problemas necesitaban la intervención de otros profesionales. Como tendencia, estos razonamientos han conducido a otra inflación (más teórica que real): la de «especialistas» varios, cada uno de los cuales tendría que intervenir en una «patología». Aun así, los dos grupos de razones, de respuestas y de reacciones, esconden a mi parecer una lectura sesgada de la realidad y de todo aquello que es clave en los procesos educativos. Dicho de otra manera, existen otras razones (que incorporan parte de las anteriores) para que estos nuevos profesionales estén en la escuela. Esas razones comportan implícitamente una determinada manera de estar en la institución educativa. Pensando ahora de manera especial en la educación secundaria y sus adolescencias, la reflexión debe considerar, por un lado, la complejidad educativa y, por otro, las formas básicas de conseguir una relación de influencia. 165 Quizás con un ejemplo nos entenderemos mejor. No es infrecuente que en mi responsabilidad actual17 reciba quejas por la no actuación adecuada de las administraciones con adolescentes, que pueden reunir en su persona todos o parte de los siguientes elementos: absentismo, fuga de domicilio, tensiones en el aula, dificultades de salud mental, conducta sexual arriesgada, abandono educativo, etc. La pregunta que siempre empiezo por hacerme es: ¿podría actuarse de otra manera?, ¿se podrá realizar algún otro tipo de actuación? Las reflexiones, las respuestas posibles para actuar, siempre traen además preguntas. En este caso, las clásicas preguntas del trabajo con adolescentes: ¿quiénes se ocupan de ellos?, ¿dónde los encontraremos?, ¿cómo lo haremos?, ¿por qué ha de ir el médico a una escuela de secundaria? Pues porque por mucho que lo intente no es fácil que el adolescente vaya a su consulta. ¿Detrás del adolescente que pide en urgencias, por segunda vez, la píldora del día de después, faltaba un programa de salud sexual? No, faltaba un profesional que actuando en su territorio (la escuela y otros) hubiera abordado, antes o después de la vez anterior, la cuestión. ¿Irá al psicólogo un adolescente que reiteradamente se fuga de casa? Es posible que sí si antes se ha convertido en una persona adulta próxima, positiva y accesible para el adolescente. A lo mejor se consigue si lo han visto por la escuela, si es un personaje conocido y vivido como normal, si la tutora o el tutor puede hacer de puente. No es fácil que los chicos y chicas acepten a adultos que simplemente los rallan. Sí que escucharán las opiniones de quienes se han convertido en adultos de referencia. Médico, educador o asistente social no será fácil que devengan útiles simplemente pasando consulta en un despacho de la escuela. Usar las drogas de una u otra manera, convivir con el otro o agredirlo, aplicar los valores a la conducta de cada día, convertirse progresivamente en una persona que forma parte activa de la sociedad no es tan sencillo como adquirir un aprendizaje o recibir psicoterapia. Para que sea posible, para que los diferentes profesionales tengan incidencia, deberán trabajar con unos estilos y unas herramientas mínimas compartidas. En la escuela es necesaria la presencia de diferentes profesionales, docentes y no docentes (pese a que todos de una u otra manera educan), pero al servicio de un proyecto educativo compartido. Enseñe salud la enfermera o la tutora, tendrá que hacerlo respondiendo a aquello que realmente preocupa al alumno y dando respuestas a preguntas vitales impertinentes. Cualquier profesional presente en el territorio escolar será útil si refuerza al tutor, si demuestra que le preocupa el alumno y no las dificultades que genera. El educador o el asistente social podrá ayudar en las dificultades si ayuda en la normalidad. La escuela tendrá menos dificultades para ayudar a los niños y adolescentes con la incorporación de otros profesionales. Sin embargo, hará falta aceptar dos viejos principios: que la escuela debe ser una institución abierta, permeable a las nuevas presencias y dispuesta a salir fuera para trabajar con otros profesionales, y que el elemento clave que unifica en todas las intervenciones es el acuerdo sobre cómo llevar a cabo, entre unos y otros, el acompañamiento educativo adecuado. 12. Programa Salut i Escola que desarrolla el Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya y que tiene como pieza clave la presencia de profesionales de la atención primaria de salud del territorio en los Institutos. 13. Sobre el tema del trabajo en red puede ser útil el texto de Funes (2007a). 14. Fragmentos del artículo sobre tutoría publicado con ese mismo título en Padró, Gibert, y Ríos, (2003 pp. 6365), cuyos autores son profesores del CEIP/IES Costa i Llobera de Barcelona. 166 15. Este texto fue escrito para las sesiones de trabajo con el profesorado del IES Miquel Taradell de Barcelona, en un proyecto de trabajo conjunto con la Fundación Jaume Bofill denominado Educar mejor es posible, en el que estuve implicado dos cursos (AA.VV., 2004). 16. Este texto fue escrito para un encuentro, en 2005, con profesionales de los programas de salud en la escuela. 17. Cuando se escribió una primera versión de este texto, el autor era responsable de la defensa de los derechos de la infancia en el Defensor del Pueblo de Cataluña. 167 Idea clave 8 Los padres y las madres deben ser conscientes de la necesidad de seguir educando, pero de otra manera Hacer de padre o de madre todavía es necesario durante la adolescencia. Todo comienza por conservar la paciencia y no desesperarse. Padres y madres con obligación de angustiarse Esta idea clave puede tener lecturas muy diversas dependiendo de si uno ha de hacer de padre o de madre o si, por el contrario, su tarea es hacer de profesor. Una lectura todavía más compleja si, como sucede a menudo, al lector le toca desempeñar las dos tareas. En ese caso no debería confundirlas. Podríamos decir que a las madres y los padres les toca, por definición, angustiarse. Los profesionales que trabajan con adolescentes saben que deben contextualizar, relativizar, saber dar a sus conductas la importancia adecuada. Cualquier profesional que trabaje con adolescentes sabe que la mitad de su tarea tendrá que ver con sus padres y madres, porque necesita que sigan educando a sus hijos y que entiendan qué está pasando ahora en sus vidas. Cualquier madre o padre de adolescentes debería saber que lo mejor que puede pasarle a su hijo o hija es que aparezcan otros adultos con capacidad de influencia en sus vidas. Progenitores próximos y positivos Ya hemos hablado en las primeras ideas clave de cómo nos desbordan los conflictos. 168 Pero igual que acabo de comentar en la idea clave anterior para el profesorado, se puede aprender a gestionar los conflictos con habilidad. Sin embargo, la angustia por el nuevo panorama y la preocupación por que todo tenga un buen fin dificultan esa gestión. Creo que se trata de la parte más compleja y más apasionante de la nueva relación educativa que padres y madres también tienen que aprender cuando sus hijos e hijas crecen. Las adolescencias tienen también sus efectos sobre los adultos. Nos hacen descubrir que ya somos mayores, que hemos crecido de la misma manera que ellos y ellas. Nos ven muy mayores y nosotros a ellos todavía muy pequeños. Ha comenzado la batalla entre sus pretensiones de volar solos y lejos y nuestras precauciones para mantener ataduras protectoras. En medio de los desconciertos necesitamos convencernos de dos ideas: la tarea educativa hecha hasta el momento no desaparece, aunque haya entrado en crisis, y los padres y las madres siguen siendo útiles en sus vidas pero ahora de otra manera. Se necesita aprender de nuevo a educar, sin dejar de confiar en el efecto de la educación, sin olvidar que nosotros también fuimos adolescentes más o menos complicados y hemos llegado a ser adultos razonables. Queremos confiar en que se portarán bien Como personas adultas (como madres y padres, como profesionales), ¿cuál es el núcleo de nuestra confianza, de nuestras expectativas, en su relación, por ejemplo, con las drogas? La inquietud, a medio camino entre las expectativas razonables y la desconfianza sobre su conducta, lleva a dos respuestas contrapuestas que marcarán continuamente lo que les decimos, lo que intentamos que hagan. Para algunas personas (en algún momento para casi todas) la confianza esperanzada consiste en convencernos de que serán buenos chicos, no les interesarán las drogas y no las probarán. Para otras, la confianza consiste en convencernos de que sabrán decidir, sabrán tomar las decisiones adecuadas, sacarán conclusiones de sus experimentaciones y experiencias. [...] Esa dicotomía, esa duda inquietante, tiene de hecho una respuesta inevitable: por mucho que lo queramos impedir ellos y ellas actuarán, harán una cosa u otra, decidirán con más o menos criterio. Parece que lo más razonable es hacer que esto último -la introducción de criterios- sea posible. Salvo casos muy contados, la dicotomía no es la del principio (ser buenos chicos y no acercarse a las drogas o acercarse pero tomando sabias decisiones), sino que finalmente es otra: • O acaban haciendo la suya, pasando de nosotros: «... siempre te dicen: “No fumes, no bebas...”, y va pasando el tiempo y tú al final decides por tu propia voluntad y no piensas tanto en lo que te han dicho ellos. Voy a salir de fiesta igual, voy a beber mis cubatas y fumar, fumar todos los días, y siempre me han dicho: “No fumes que es malo para tus pulmones”, y toda la representación de teatro en los colegios y todo, con los pulmones negros, pero lo voy a seguir haciendo». • O acaban haciendo la suya también, pero han incorporado en su proceso de actuación y en su toma de decisiones (cuando existe) buena parte de nuestros criterios y preocupaciones sensatas: «... en casa depende de la relación que tengas con tus padres, a mí me dicen: “Tú ya eres mayor, eres responsable y consecuente con lo que haces, puedes probarlo”, no me dicen no lo hagas porque lo voy a hacer igual, entonces te dicen “tú pruébalo y saca tus propias conclusiones, porque yo por mucha madurez que tenga, por mucho que haya pasado, no te puedo decir que esté bien o no”». Lo que no parece muy útil (al menos para bastantes adolescentes) es la imposición sistemática de la rigidez y la negación. Es bastante más razonable haber contribuido en serio a que, a partir de un conjunto de influencias adultas acumuladas, el bagaje de sus experiencias les conduzca progresivamente a la gestión razonablemente feliz de sus vidas. (Funes, 2009e) 169 Acabamos de hablar del «adulto próximo y positivo» y supongo que no hace falta recordar que es aplicable a los profesionales y a los padres. También hay que convertirse en madres y padres positivos y próximos. La única variación sobre lo escrito en las páginas anteriores es que se trata de ser adultos «madres» o «padres», no cualquier adulto. Son hijos o hijas nuestros y no de las instituciones o de otros adultos. Existe una vinculación desde que vinieron a nuestras vidas, lo que quiere decir que nos siguen importando; que no nos da igual cómo acaben y se lo intentamos demostrar de la manera más tranquila posible, y que, aunque no se dejen dar besos, les mostramos como podemos nuestro afecto. Pero somos madres o padres que aceptamos que poco a poco el hijo deja de ser nuestro y en la adolescencia se dedica a demostrarlo, que educamos para la autonomía y la responsabilidad permitiendo que la practiquen. Proximidad en este caso no es amistad, pero sí el interés y la empatia de la proximidad. Sin embargo, no olvidemos que podemos ser «amigos», adultos próximos que no hacen de padres y madres, de los hijos de nuestros amigos. Incluso podemos ser los «buenos» padres que nuestros hijos dicen que no somos con los adolescentes de las otras familias con las que nos relacionamos. De paso, es posible que ellos y ellas puedan hacer lo mismo con nuestros hijos. Como idea de fondo: la mejor manera de intentar garantizar un final feliz, de que nuestros adolescentes lleguen a la juventud en un «estado razonable», no es (como ya hemos visto al hablar del riesgo) pedir seguridad y control, sino seguir educando de otra manera. Estamos en una etapa de sus vidas en la que se trata de abandonar un estado de tutela para pasar a otro de influencia educativa diversa y permanente. En medio, llegaremos con frecuencia a los límites de nuestra resistencia. Familias muy diferentes Si algún elemento de nuestra sociedad ha cambiado drásticamente en los últimos años, ése es la familia. Para hablar con propiedad deberíamos referirnos siempre a «familias» o a «grupos familiares». A la diversidad que ha existido siempre se añaden ahora otras derivadas de la fragilidad, del tamaño, de la reconstrucción, de la igualdad o la diferencia de sexo en la pareja, de la funcionalidad y el sentido de la vida en común, de las razones para hacer presentes a los hijos en el grupo, etc.18 Buena parte de todas esas diversidades viejas y nuevas tiene un impacto singular en la relación educativa cuando los hijos son adolescentes. La desigualdad económica o de recursos culturales disminuye el tiempo para preocuparse por ellos y ellas y, especialmente, la capacidad para comprender y tener en cuenta lo que pasa en sus vidas adolescentes. Empeñados en subsistir no hay tiempo para adolescencias. Cuando padres y madres vienen de entornos sin adolescencias, resulta complicado entender que pierden el tiempo dedicándose a lo ellos no pudieron tener. A veces, tener recursos y estudios no ayuda, y la adolescencia se ve como una molestia que incomoda cuando los padres ya se habían librado de las obligaciones educativas de la infancia. He vivido la experiencia de un director de gran empresa molesto porque la escuela lo llamaba para hablar de alguna 170 dificultad de su hijo, quejándose de que se le hiciera perder el tiempo. Entre los padres y madres de grupos familiares diferentes en los que suele aparecer una cierta preocupación singular, están los de familias monoparentales y las que han vivido procesos de ruptura. Al margen de volver a afirmar que no es el tipo de núcleo familiar lo que define la bondad educativa, sino la calidad de los vínculos y el clima emocional que en él se da (Golombok, 2006), conviene situarse ante algunas complejidades añadidas a la dinámica del grupo familiar que la adolescencia introduce. Rupturas, soledad y adolescencias «No nos entendemos. Mi madre tiene una pareja que viene los fines de semana y yo voy a dormir a casa de mi padre. Mi madre se queja porque salgo mucho con mi chico». Una proporción cada vez más alta de adolescentes vive en hogares en los que se produjo hace tiempo, o mientras son adolescentes, una ruptura familiar con resultados diversos. Fundamentalmente, supone estar en plena adolescencia a cargo de uno de los antiguos cónyuges, por lo que se padece la adolescencia del hijo o hija en mayor soledad. A veces, supone gestionar una relación separada y de diferente valor con cada uno de ellos. Otras, convivir permanentemente en un nuevo núcleo. Para situarnos y tener una preocupación adecuada conviene tener presente: • Que la adolescencia no sólo es un tiempo de crisis, también tiende a ser un tiempo para pasar cuentas de crisis anteriores (ahora generan tensiones a cuenta de los malos ratos que pasaron con la ruptura). Igualmente, su crisis se agrava si el entorno próximo, la familia, entra en crisis (no le queda nada estable a su alrededor). • Que no hace falta un padre y una madre, ni dos padres o dos madres, pero dada la cantidad de energía que consumen de los adultos ser dos ayuda. Pueden pelearse con uno mientras el otro descansa. Cuando uno se pone histérico el otro puede conservar la calma. Educar en soledad en la adolescencia exige un sobreesfuerzo. • Que, a veces, la compañía distante del progenitor al que ven en momentos puntuales o en tiempos periódicos muy acotados no ayuda mucho, ya que tiende a evitar todo conflicto en los momentos que comparte. • Que en educación siempre es necesario el acuerdo entre las figuras adultas que intervienen. En la adolescencia mucho más. Es muy útil que padre y madre, separados o juntos, tengan personalidades y estilos vitales diferentes, pero la adolescencia obliga a reconstruir relaciones, poder preocuparse con similar intensidad y acordar formas complementarias de acompañarlos entre los dos. • Que hay rupturas que han supuesto delegaciones a cargo de otros familiares como los abuelos. Una nueva adolescencia puede ser algo complicado para ellos. El adolescente puede sentir y expresar ahora, de nuevo, su soledad. • Que muchas madres solas con hijos adolescentes explican un alto nivel de conflictos en sus relaciones, pero a la vez describen los mayores niveles de comunicación y de confianza en las cuestiones importantes. Pero como en todas las adolescencias los acuerdos y desacuerdos se alternan. La persona adulta y el adolescente maduran en su situación y pueden llegar al entendimiento: «Yo he tenido personalmente bastantes problemas con mi madre. Están divorciados, mi madre es una mujer con mucho carácter y chocamos mucho. Sinceramente sé que hace un par de años yo no tenía nada de cabeza; no era que ella no me entendiese, sino que tenía miedo y sus motivos, por supuesto. Yo no la entendía, con el paso del tiempo y la experiencia y madurez todo va mejor». El clima familiar 171 La normalidad familiar viene a ser una combinación de diálogo y conflicto, de convivencia y de necesidad de aislamiento, de comunicación y secretos, de hacer cosas juntos y de dejar hacer. Una situación en la cual, finalmente, hay padres y madres e hijos. Una adolescente lo resumía muy bien así: «Me entiende, pero a veces ha de tener ella la razón y acaba ganando una discusión porque es la madre y no puedes llevarle la contraria. Igualmente hacemos muchas cosas juntas». Los componentes de un clima positivo En medio de esa variabilidad contradictoria que es nuestra vida en su compañía, parece que el clima es positivo cuando se dan tres componentes cuyo contenido ya hemos ido viendo que resulta de difícil definición: la confianza, la libertad y la puesta al día, la flexibilidad adulta hacia el mundo en el que ellos y ellas se mueven. Muchos de ellos y ellas se consideran afortunados, en comparación con sus compañeros, cuando ese clima se produce. De cómo se construye esa confianza hablaremos a continuación, pero conviene tener presente que la libertad no la entienden como una forma de dejarles hacer siempre lo que quieren. De nuevo el equilibrio: «Me dejan libertad pero siempre hay límites; pero hay confianza». La justicia y la injusticia tienen sus varas de medir y, como ya advertí en la idea clave 3 sobre los conflictos, su relativismo es muy diferente del nuestro («Si hay una buena razón para enfadarse lo entiendo, pero la mayoría de las veces son un poco injustos»). Para muchos la confianza no se va al traste porque en determinados momentos los padres sean estrictos. También hay quien hace esfuerzos, en algún momento, por entendernos («Hay veces que creo entenderlos poniéndome en su lugar»). También hay quien no ve mal rollo en el hecho de que sus padres no se fíen. La relación, el clima es bueno, pero «como me conocen no se fían mucho de mí». Igualmente, muchos son conscientes de que en un clima normal, los padres y madres se dan cuenta de si algo importante pasa en sus vidas («Ellos saben cuando me pasa algo, se nota»). Los climas familiares, como los estados anímicos de los adolescentes, también son variables y a veces intermedios. Sin embargo, los climas familiares, como los estados anímicos de los adolescentes, también son variables y a veces intermedios. Ellos y ellas tienen sus días y nosotros también. Tenemos nuestros momentos vitales de locura y de histeria, igual que los adolescentes. No sólo cuando hay rupturas, sino en el día a día, en los hogares de dos personas, el padre y la madre no son del mismo «horóscopo» ni tienen la misma habilidad para las relaciones («Yo me entiendo muy bien con mi madre, estamos cada vez más próximas. Es un poco como mi confidente, yo le digo todo, ella confía en mí, como yo tengo confianza en ella. Con mi padre me entiendo bien, pero cuando estamos en desacuerdo me echa una bronca»). Los climas negativos, de mal rollo, parecen tener que ver con lo que perciben como una falta de interés por ellos y ellas, con la ausencia de explicaciones y razones en 172 nuestras reacciones y respuestas, con una especie de desacuerdo vital general no siempre explícito. Todo ello adobado con los conflictos derivados del «control» y la supuesta o real desconfianza («No confían en mí porque cuando puedo los engaño»). Los climas negativos parecen tener que ver con lo que perciben como una falta de interés por ellos y ellas. Entre todos los sentimientos que sus conductas nos provocan, de los que nace la desconfianza, el más perceptible a sus ojos es el miedo. Un sentimiento que parece ser el producto -como hemos visto en la idea clave sobre el riesgo- de una angustia incierta, basada en la posibilidad de su hipotética destrucción. No es un miedo diferente para conductas concretas, sino una actitud previa ante todo, el miedo a que... Son capaces de reconocer que, en general, sus padres y madres desean lo mejor para ellos. Les cuesta algo más entender por qué no les dejamos adquirir su propia experiencia. «Yo lo odio, es agobiante que antes de salir de casa, estés en la puerta y llega el momento de ten cuidado, y yo sí, sí, sí...»). Elementos para construir la confianza En un grupo familiar la construcción de un clima de confianza pasa por tres grandes actitudes de sus adultos: demostrar de forma permanente que los adolescentes son importantes para ellos, saber ponerse en su lugar y estar disponible (no la atención permanente). Podríamos decir que en un grupo familiar la construcción de un clima de confianza pasa por tres grandes actitudes de sus adultos. En primer lugar, por la demostración permanente de que son importantes para nosotros, de que siguen importándonos («Se preocupan por mí»). Una demostración periódica de que tenemos una preocupación honesta por su vida, basada en el deseo de su felicidad y no en el cumplimento de nuestras expectativas, en el deseo de que lleguen a ser personas con un cierto grado de equilibrio y ajuste con ellos mismos y con los demás, no en el deseo de que no nos compliquen la vida. En segundo lugar, la confianza se construye cuando las personas adultas del hogar saben bajar de su «pedestal», consiguen ponerse en el lugar del adolescente. Reclaman esfuerzos para ser entendidos. Necesitan percibir que nos sabemos poner en su piel y que, de paso, reclamamos que nos entiendan, que detrás de nuestras histerias hay preocupaciones razonables. Con nuestro esfuerzo patente para entenderlos podemos reclamar su esfuerzo para hacer lo mismo («Noto de veras que a veces no puedo hablar con mis padres de situaciones o muy personales o que no entenderían ni me podrían ayudar. A veces tengo esa sensación y ni lo intento»). En tercer lugar, la confianza parece nacer de la disponibilidad y no de la atención permanente («No los veo demasiado, pero, sé que si los necesito están»). Quieren evitar que sigamos estando pendientes de ellos, pero necesitan una reiterada manifestación de preocupación razonable por sus vidas (no por sus problemas). La confianza nace cuando aceptamos que ya no están para consejos pero sí que aceptan opiniones, cuando escuchamos y no adoctrinamos («Ellos te ponen siempre preguntas para las que ya 173 tienen la respuesta»). La confianza no es el producto de la ausencia de conflictos, sino de la presencia de la discusión y la confrontación de criterios en medio de ella. Es una especie de difícil diálogo en medio de una batalla. En teoría, se trata de hablar con ellos y ellas Suele haber «mucha confianza y algunos secretos». Debemos respetar algunas reglas Es muy habitual que cuando se aconseja a padres y madres sobre cómo educar a los hijos e hijas adolescentes los profesionales digan que «deben hablar». Se sitúa la comunicación en el centro de las posibilidades de influir o de corregir. Pero también es cierto que ésa parece la recomendación más difícil de cumplir. Por un lado, no hay adolescente que no diga en un momento u otro «mis padres no me entienden» o padre o madre que no diga «yo intento entenderlo, pero no se deja». Por otro lado, da la impresión de que los profesionales pedimos a los padres y madres algo que consiste, más o menos, en: «Coja a su hijo, siéntelo en el sofá y hable con él de los problemas de la vida». Demasiado fácil decirlo, algo más complicado hacerlo, especialmente si en las etapas infantiles anteriores la comunicación no fue muy fluida. Ya hemos hablado del mundo de los adultos positivos y, antes, lo hicimos sobre las formas de conocer y comprender sus mundos. Recordemos que se trata de mirar, de escuchar, de hablarles y, a veces, de preguntarles. Tiene que ver con hasta qué punto los entendemos y hasta qué punto se sienten entendidos. La comunicación también suele ser alternativamente discordante, en las pretensiones, en las formas y en los momentos. Como todo en las relaciones entre adultos y adolescentes, la comunicación también suele ser alternativamente discordante, en las pretensiones, en las formas y en los momentos. Aquello que una y otra parte tienen necesitad de comunicar no siempre coincide. A menudo, en la parte joven predomina la necesidad de hablar para recibir indirectamente ayuda, aunque también aparece la necesidad de tranquilizar a la parte paterna y materna. Entre los adultos parece que predomina la necesidad de explicar previamente para evitar que llegue a suceder (que sepan para que no se metan en líos), así como la necesidad de preguntar para saber algo más sobre el desconocido mundo que nos angustia. Entenderse también significa hablar, pero aceptando algunas reglas: • No siempre quieren hablar. • Hacerlo tiene su dificultad. • No hay razón para hablar de todo. 174 • Tienen que hablar las dos partes. Hablan cuando no se sienten interrogados (recordemos el decálogo de cómo preguntar a los adolescentes de la idea clave 2, pp. 71-74), cuando los padres y madres también hablan, cuando pueden aportar su opinión sobre otros temas que afectan a la familia o a sus adultos. No siempre saben cómo explicar determinadas transgresiones y no les resulta fácil abordar determinados temas. Del mismo modo que recordaba al comentar la manera de abordar los conflictos, también hay momentos oportunos e inoportunos para hablar. Momentos en los que la sugerencia paterna o materna tendrá mayor o menor posibilidad de ser escuchada. Momentos en los que resultará más fácil dejar caer una confidencia o buscar directa o indirectamente alguna comprensión. Me refería antes a la escena del «sofá», a la pretensión de que se sienten a nuestro lado, en un momento planificado en nuestra agenda, para ponernos a hablar ordenadamente sobre los problemas trascendentales de la vida, sus riesgos y sus peligros. Pocas veces, o ninguna, lo vamos a conseguir. Si conseguimos que se «sienten», cuando todavía estemos dando vueltas a cómo abordarlos, señalarán el reloj, pedirán brevedad porque los esperan y nos cortarán la frase haciéndonos saber que existen preservativos de muchos tamaños o colores y amigos que les han ofrecido una semilla de maría para plantarla en el balcón. Dicho lo cual, darán por acabada la conversación. Hay que respetar que no siempre quieren hablar, que hacerlo tiene su dificultad, que no hay razón para hablar de todo y que tienen que hablar las dos partes. La mayoría de las veces se habla con los hijos e hijas adolescentes cuando se puede, cuando ellos quieren y cuando se dejan. La mayoría de las veces se habla con los hijos e hijas adolescentes cuando se puede, cuando ellos quieren y cuando se dejan. Muchas veces cuando no estamos preparados o estamos desbordados por otros aspectos de la vida; cuando son las doce de la noche y no estamos para historias, o a primera hora de la mañana cuando todos hemos de salir corriendo, estresados porque llegamos tarde. La «oportunidad» significa estar al tanto y hacer lo que se pueda para estar algo disponibles, intentando aplazar para otro momento la parte que se pueda de la preocupación, pero haciéndola de momento también nuestra (con habilidad porque a los adolescentes les preocupan las cosas cuando les preocupan, pero no siempre les siguen preocupando después). De la misma manera, oportunidad significa crear oportunidades. Especialmente en la preadolescencia, acompañamos a los hijos a practicar un deporte para facilitar ocasiones de hipotético diálogo. Encerrados en el coche puede que, entre las músicas que nos impongan, brote un tema, una provocación, una sugerencia, una ocasión para opinar o para dejar ir nuestro discurso. Yo suelo explicar a los padres y madres con los que trabajo, que una parte de la educación sexual inicial de mi hija la realicé contestando a sus preguntas (de consultorio de revista adolescente) mientras hacía caravana, histérico como cualquiera, en la autopista durante la vuelta de un fin de semana en alguna casa de campo alquilada. Dejarse enseñar, por ejemplo, alguna de las actuales tecnologías de la comunicación es una ocasión para que surja algún tema colateral. Comer con ellos, de 175 vez en cuando, a solas, durante la semana puede ser motivo de indigestión, pero también de diálogo de influencia. Son más o menos conscientes de nuestras estrategias para saber, de cómo buscamos los momentos que hacen posible la comunicación. Hay una pequeña parte de ese diálogo que en diferentes momentos parece depender de la facilitación adulta, de poner ese pie de apunte, esa sugerencia de apuntador que les permite sumarse al guión («... pero igual si estamos comiendo y saca el tema, si me pregunta, “¿Tú hijo mío?”, pues sí, a mi madre sí, sobre todo con mi madre, mi padre es más cortado para hablar según qué temas. Mi madre suele preguntar mucho en las comidas “¿Y tú?”. Si me lo pregunta, lo contesto, no lo escondo, pero el que me salga a mí directamente, no»). Al hablar también esperan respuestas (recordemos las cuatro formas de educar de la idea clave 3, pp. 89-92). No exactamente certezas. Podemos y debemos tener dudas, pero expresándoles nuestra opción o nuestro criterio. Hablar es como buscar una opinión, una segunda opinión en muchos casos. Hablan las dos partes. Aunque nos cueste aceptarlo, ellos y ellas consideran que tienen las suyas. Igual que solicitan, directa o indirectamente, las de sus progenitores, creen que su opinión también es válida para diferentes asuntos de los adultos, que también ellos deberían solicitar su opinión («También estaría bien que tu madre te pidiese consejo, para su vida personal, para sus problemas, sus decisiones y sus cosas,». «Igual te puede pedir consejo sobre ciertas cosas de las que tenemos más información de la que ella tuvo en su momento»). Por qué no hace falta hablar de todo. «Les cuento todo entre comillas» No se trata exactamente de que los adolescentes tengan temas de los cuales no quieran hablar sino que tienen dificultades para hablar de aquello que consideran como muy propio de su momento vital. No se trata exactamente de que los adolescentes tengan temas de los cuales no quieran hablar, aunque, ciertamente, podemos decir que tienen dificultades para hablar de aquello que consideran como muy propio de su momento vital (desde las novias o novios hasta sus experimentaciones). Pero incluso de esos temas unos hablan más y otros menos en función de su manera de ser y del clima de confianza que domine el momento. En todo caso se trata de una cuestión de estrategia. Ante aspectos que les preocupan y tienen cierta necesidad de comunicar a alguien que no sea de sus amigos o para mantener una relación normal con sus adultos, se les platean diversos interrogantes o sentimientos contradictorios: si cambiará o no la relación si los padres lo saben todo; qué aportarán los padres para resolver sus dudas; si el no saber, el no enterarse de determinadas cosas, complicará la relación si se enteran; dónde situar la relación con los amigos (los saberes y la experimentación que comparten), etc. No hablar de todo no significa que haya mala relación o un clima difícil («No nos contamos nuestra vida pero nos queremos»). No hay que olvidar que el adolescente tiene (debe tener) otros interlocutores y empieza a repartir sus confianzas y a descargar sus 176 angustias en los amigos y las amigas. También ocurre, a veces, lo contario: que de determinados temas acaban hablando con nosotros porque no les basta con los amigos. Con quién y cómo aclarar dudas Muchos de ellos insisten en que los adultos estamos para las cuestiones o los momentos «trascendentes». Es como si se tratara de una secuencia, o un puzle de composición múltiple, en la que primero analizan y digieren con lo que saben o apañándose solos para completar el conocimiento que tienen. Luego, intercambian conocimiento entre iguales. Después, si los adultos enrollados existen y son accesibles, cuentan con ellos, primero con los profesionales en un contacto informal y luego con los padres y madres. Si las redes de proximidad adulta existen, las utilizarán («... pero si es un tema más trascendente, pues a un amigo que no sabe igual tanto del tema, pues igual tienes que buscar tú a alguien»; «Pues cuando tu educadora social o tu amigo no te pueden solucionar el problema, pues en un momento así, pues sí, acudes a tu madre, bueno depende también de la relación que tengas, sabes, porque si no tienes conexión con ella o diálogo también te cuesta, pero normalmente sí que puedes acudir a ellos»). En momentos de tensión y de crisis el adolescente que ha tenido una educación y unas relaciones familiares razonables sabe que no está solo, que importa a alguien, que por difícil que parezca puede contar con ellos («Yo creo que al final acabas acudiendo a tus padres si ves que ya es algo más grave, bueno pues ellos son más adultos y saben lo que tendríamos que hacer»). Los adolescentes piensan estratégicamente qué uso harán los padres de las explicaciones y hasta qué punto es mejor mantener el secreto. Piensan estratégicamente qué uso harán los padres de las explicaciones y hasta qué punto es mejor mantener el secreto. Suponen razonablemente que a menudo el padre y la madre tienen ansia interrogadora y que, si explican según qué cosas, después vendrá una nueva tanda de preguntas. Tampoco son ilusos y comprenden que a menudo todo se acaba sabiendo. Son conscientes de la diferencia que existe entre hablar, escucharse mutuamente y hacer caso de lo que les proponemos. De algunas cosas no hablan porque no desean ser descubiertos actuando libremente, en contra de nuestros criterios. No son los «secretos» de lo íntimo, sino la parcela de lo oculto, la parcela de los riesgos y la discrepancia. Los silencios también suelen ser el producto de su sensación sobre la comunicación: si tendrá consecuencias o, lo contario, será inútil. Ésta puede provocar tensiones o angustias innecesarias («Hay muchas cosas que no les explico por no preocuparlos») y hay cosas que los padres y madres «no deberían preguntar». Con frecuencia, la inutilidad sentida es más bien el resultado de creer que los padres no dan la suficiente importancia a aquello que están viviendo los adolescentes y, por lo tanto, no hace falta comunicarlo («Me da la sensación de que mis problemas no los encuentran importantes, no les dan la importancia que yo les doy»). Aun en los casos de máxima comunicación, de hablar de todo -incluido el sexo y las drogas, que se conforman como las cuestiones tabú-, siempre aparecen los matices. Explican lo que hacen pero los detalles quedan para la imaginación angustiada de los adultos. Dicen lo básico y de un modo poco expresivo. Saben que nosotros sabemos que hay partes ocultas, intuidas, sobre las que no se habla («Mi madre es la que me dice que sabe que no se lo cuento todo y que tampoco quiere que se lo cuente todo»). La comunicación con los adolescentes se basa en dos interlocutores próximos y, a la vez, contrarios, en 177 relación inevitable, que necesitan conocer cosas el uno del otro; que no siempre están dispuestos a hablar pero se quejan de los silencios, y que necesitan, a la vez, vivir separados y estar juntos, saberlo todo y tener secretos. Resumiendo. Si todo conflicto necesita dos partes para hacer posible la confrontación, la comunicación con los adolescentes se basa en dos interlocutores próximos y, a la vez, contrarios, en relación inevitable, que necesitan conocer cosas el uno del otro; que no siempre están dispuestos a hablar, pero se quejan de los silencios, y que necesitan, a la vez, vivir separados y estar juntos, saberlo todo y tener secretos. Como tantas otras cosas en la adolescencia, la comunicación parece apasionadamente compleja. O con un resumen suyo: «Mi padre creo que me entiende más porque no me hace tantas preguntas ni me calienta la cabeza diciendo qué debo hacer y qué no. Mi madre se preocupa mucho más por mí. Me pregunta siempre un montón de cosas que la mayoría no le contesto porque considero que no tiene que hacer nada. También me ralla la cabeza diciendo lo que debo hacer. Sin embargo, no sé lo que haría sin ella». Dificultades significativas en la relación Antes de terminar refiriéndome a las dificultades, quisiera insistir en dos aspectos de esta relación. Por un lado, recordar que los adolescentes ni nacen adolescentes ni son marcianos. Son hijos de nuestro mundo adulto y hace años que estamos a su lado, que los hemos educado o no, que han sido importantes en nuestra vida o lo contrario, que tuvimos una dinámica de comunicación o de rechazo. A veces, la adolescencia simplemente es el tiempo para la explosión de múltiples dificultades acumuladas a lo largo de años de infancia. Si hasta para los procesos educativos correctos, positivos y preocupados acaba siendo un tiempo de crisis profunda, qué no será para los que crecieron y evolucionaron entre déficits, tensiones o abandonos. No es tiempo de hacer ahora lo que no se hizo, aunque siempre es tiempo de intentarlo de otra manera, evitando que la adolescencia se convierta en un problema permanente y definitivo, y de ayudar entre todos a que en su madurez juvenil encuentre sentido a su vida y a su persona, aunque no lo hubiera tenido antes. A veces, la adolescencia simplemente es el tiempo para la explosión de múltiples dificultades acumuladas a lo largo de años de infancia. Por otra parte, en muchas «buenas» familias, que lo hacen lo mejor que saben y pueden, aparecen adolescencias complicadas y difíciles. Por otro lado, en muchas «buenas» familias, que lo hicieron y lo hacen lo mejor que saben y pueden, aparecen adolescencias complicadas, difíciles. Adolescencias que parecen abocadas a la deriva por una confluencia de dificultades y crisis. No deben los padres y las madres buscar una «culpabilidad» que no existe. No hicieron, al menos conscientemente, nada mal, pero en una etapa difícil demasiadas cosas entraron en crisis 178 sin que se llegase a saber cómo y cuándo pararlas a tiempo. La limitación de este libro no me ha permitido hablar a fondo de los adolescentes que se complican la vida, pero ahora debo recordar, al menos, que la culpabilidad y la angustia nos invalidan todavía más para ser útiles. En cualquier caso, en muchos momentos y situaciones, la relación con los hijos adolescentes se hace difícil y éstos desconectan. A veces es una ruptura, a veces la rúbrica de un largo abandono («No necesito su confianza, yo solo arreglo mis problemas»). En otros casos, el entendimiento se antoja imposible. Nunca tuvieron a nadie a su lado, ahora tampoco y cuando alguien se acerca lo rechazan. En otros, parece que la mala relación tiene que ver con nuestra tendencia a ver sólo su lado negativo, aquello que hacen mal y nos molesta («No les importa lo que yo pienso»). Si la confianza era el producto de la cercanía y del interés por su mundo, el mal rollo también aparece cuando sólo consiguen distinguir nuestro lado pasado de moda, nuestra tendencia al conservadurismo y al menosprecio de su mundo joven. Con sus expresiones extremas y provocadoras: «Son muy anticuados, no saben lo que es hacer vida social ni dormir toda una mañana». Un ejemplo amable de esa tendencia nuestra a mirar hacia atrás y a explicarles nuestras batallas sin que nos lo pidan, en lugar de intentar conectar con su mundo, lo daba un adolescente al que se le preguntaba sobre sus usos de Internet y de las redes sociales. Decía: «Éste es el único tema en el que mi padre no me puede decir “Yo cuando era joven como tú hacía.”». En muchos casos, ese clima difícil acaba cambiando. Tarda, pero se produce un acercamiento derivado de la adquisición, en la parte joven, de una cierta «madurez compresiva» y, en la parte adulta, de un mayor grado de flexibilidad y de tolerancia razonable. En muchos casos, ese clima difícil, plagado de desconfianzas, acaba cambiando. Tarda, pero se produce un acercamiento derivado de la adquisición, en la parte joven, de una cierta «madurez compresiva» y, en la parte adulta, de un mayor grado de flexibilidad y de tolerancia razonable («A veces soy yo el que me porto mal. He hecho llorar a mi madre más de cinco veces. Con mi padre he estado un mes sin hablar»). En otros grupos familiares, al final, lo que se construyen son dos mundos separados. La suma de falta de entendimiento, ausencia de confianza mutua y mala relación permanente lleva a que se conformen mundos opuestos (al menos para el adolescente). Un último ejemplo: «A mí me gustan los chicos negros que son raperos y mis padres son unos racistas. Por eso todo el día discutimos por la música y por todo. Yo no tengo confianza en ninguno. Se lo digo todo solamente a mis amigos». Un buen resumen de algunas situaciones de dificultad sería: «Yo creo que los padres tienen un libro de Cómo hacer sentir culpable a tu hijo». En la práctica 179 Padres ideales o el ideal de padre y de madre Es autoridad pero sin haber distancia En diferentes trabajos con adolescentes les he planteado interrogantes sobre el padre o la madre ideal. Igual que grupos y situaciones familiares hay muchos, lo mismo pasa con sus respuestas. No obstante, como síntesis, me ha parecido útil transcribir el resumen de algunos de ellos (Funes, 2007a). ¿Con mayor o menor grado de confianza, qué esperan de los adultos de su familia? Manteniendo la doble necesidad, no la disyuntiva, de los amigos y de la familia su demanda más generalizada suele ser, por un lado, aclarar la exclusividad para algunos aspectos de los primeros, los amigos («Hay cosas que es mejor no contar a los padres y que se cuentan a los amigos»). Y, por otro lado, reclamar la compañía activa de los segundos («Padre/madre que te acompañe en tu vida, que te escuche»). En su tendencia a esperar de nosotros todo, pero sin pasarnos en la intromisión, en la necesidad de sentir la seguridad y la cercanía afectiva sin que ésta pueda convertirse en amistad («... tienes que estar en el punto de que soy tu madre, y si haces algo mal, pues no te voy a decir como tu amiga, no, soy tu madre, y te voy a echar la bronca. Eso es lo que creo yo, que más que autoridad, es autoridad pero sin haber distancia en la relación madreamiga-hija»). Tensión en el matiz que se proyecta igualmente en la necesidad del control y de los toques de atención sin que éstos supongan la supresión de la libertad («Tiene que haber autoridad pero también complicidad. Tiene que haber un equilibrio»). Por eso, el ideal de padre o de madre es el no ideal, aquel que inevitablemente asume funciones contradictorias, aquel que acepta que sus hijos e hijas esperan de él que asuma esa contradicción («Yo creo que padre ideal es como cárcel libre. Una cárcel nunca puede ser libre y un padre nunca puede ser ideal. Porque el hecho de ser padre ya hace que no sea ideal. Ideal como superhappy, perfecto, un padre guay... no, porque en el momento en que hay un equilibrio entre amigo y autoridad, ni es autoridad ni es amigo. Entonces siempre vas a poder decir que no es ideal porque no es amigo, o no es ideal porque no tiene toda la autoridad que debiera tener»). Sin embargo, alguno recuerda que un padre o madre lo es de sus hijos, pero puede ejercer determinados aspectos de amigo con otros chicos y chicas («Siempre hay padres de algunos amigos que son más liberales, pues resulta que ese padre ya no sólo ayuda a su hijo, sino también a todos los amigos de su hijo»). Guía rápida para funcionar como padres y madres de adolescentes (Fotocopiar y dejar en la mesita de noche) 1. Siguen necesitando padres, madres, uno o los dos. No pueden seguir su adolescencia en soledad. Aunque nos gustaría descansar, no se ha acabado nuestra tarea educativa. Se emancipan desde la seguridad. 2. Servimos para que practiquen el rebote pero también para educarlos. Necesitan saber en qué 180 confiamos, qué pretendemos, cuál es nuestra propuesta de vida. Se orientan si tienen orientaciones. Los límites sirven fundamentalmente para poder controlar su angustia y se justifican para impedir lo irreversible. 3. No hace falta que les expliquemos lo que hacíamos cuando teníamos su edad. Nuestra experiencia no es su experiencia, aunque estén viviendo lo mismo. Podemos caer en la tentación de explicar «batallitas» sólo si nos las preguntan. 4. Convivir con adolescentes es aprender a madurar con garbo, a asumir nuestra «edad» con disponibilidad para mirar hacia el mundo que va viniendo, el mundo en el que viven nuestros hijos e hijas. Se trata de ser maduros pero no carrozas. 5. Hay que estar dispuestos a tener algo en común con ellos y ellas. Por ello hay que dejarse enseñar y enredar en alguno de sus intereses de vez en cuando. 6. Debemos conseguir que haya otras personas adultas positivas en sus vidas, facilitar que tengan buenos tutores o que en sus actividades haya «monitores» con preocupación por sus vidas. No estaría de más ampliar nuestra preocupación hacia los hijos e hijas de otros. 7. Siempre se trata de mirar, escuchar, observar, unas veces preguntar y otras participar en sus afirmaciones, diálogos y discusiones. 8. No debemos estar pensando siempre en problemas. Pero hay que aprender a intuirlos, sabiendo encontrar el momento oportuno para intervenir y ayudarles. 9. A veces hay que ayudarles a que se dejen ayudar... por otros. 10. Se trata de no rivalizar con ellos y ellas (siempre serán más jóvenes y mejores). Se debe disimular la envidia. No hay que dar por bueno ni aplaudir todo lo que hacen para mantener el buen rollo. No debemos pretender que se «enamoren» de quien nosotros nos enamoraríamos. 11. Sería preferible no andar más estresados que ellos y ellas para ayudarles a conseguir momentos de calma y seguridad. Nuestros desequilibrios también tienen que ver con sus vivencias de seguridad. 12. Tienen derecho a equivocarse y debemos permitir que ocurra. Sólo debemos pretender que no tenga demasiados costes y que puedan recuperarse con facilidad. 13. Se trata de dejar que, poco a poco, se vayan alejando. 14. No estaría de más recordar que no enseñamos, sino que ayudamos a descubrir que no saben, sin que tengan que reconocerlo y sin que finalmente nos den las gracias. A menudo cuesta aceptar que semejantes personajillos nos den lecciones. 15. No «nos» fallan, no «nos» sacan buenas notas. No han de ser nuestros hijos. Han de ser ellos y ellas. 18. Un análisis educativo de todos esos cambios puede verse en Funes (2008). 181 Idea clave 9 Los adolescentes pueden y deben ser responsables «Los adolescentes pueden y deben ser responsables». Los educamos para que sean autónomos y tomen decisiones sobre su vida. La adolescencia ya no es una etapa educativa para la tutela. Al introducir un ciclo vital universal nuevo como la adolescencia aparece un estatus personal y social no previsto. Cuando todo era breve, no teníamos necesidad de dar entidad a aquello que, en realidad, era un conjunto de ritos de paso, una simple transición. Podíamos «hibernar», dejar en el limbo una situación que era provisionalmente breve o que sólo afectaba a unos pocos. Pero largos y comunes años de adolescencia ponen de relieve la ambigüedad de un estadio en el que a veces los consideramos mayores y otras veces menores, según el miedo que nos produzca la posibilidad de que se equivoquen y el deseo de que esperen a ser mayores para tomar decisiones importantes. Las trampas sobre la minoría de edad de la adolescencia Comencemos por aclarar que educar, siempre y a cualquier edad, es responsabilizar, ya que lo contrario significa convertir al niño y al adolescente en objeto educativo. Enseguida lo matizaré. Ahora quisiera resumir tres trampas que el discurso social general o, específicamente, el discurso jurídico crean y que impiden una adecuada respuesta responsabilizadora de los chicos y chicas adolescentes. 182 Todavía no están maduros La primera de ellas tiene que ver con «la madurez». Es dominante todavía el discurso que intenta establecer unos límites de edad para poseer o no esa supuesta categoría humana. La madurez se entiende como una variable cuantitativa que se posee al llegar a un determinado momento de crecimiento a partir del cual se es capaz de entender, querer, hacer y ser responsable de lo que se hace. Se trata de un discurso anclado todavía, por un lado, en la inmadurez, por definición, de la infancia y, por otro, en la dicotomía jurídica entre sujetos mayores y menores. Ambas concepciones definen y marcan tiempos en los que no tienen capacidad jurídica ni humana para actuar y tiempos en los que sí la tienen y sí actúan, por lo que pueden ser responsables ante sus mayores de sus conductas. Ambas concepciones hace tiempo que entraron en crisis, especialmente desde la aprobación de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de la Infancia, en la que se establecía que todos los niños y niñas son sujetos activos de derechos. Cada etapa infantil cobra sentido en sí misma y no debe ser considerada como un proyecto inmaduro de la etapa que vendrá después. Sin embargo, es la consolidación de la adolescencia actual la que genera una mayor crisis. ¿Cuál es el estatus que debe tener? Si es una etapa vital diferente, con sus características y sus potencialidades, ha de tener una consideración social singular, diferente de la adulta y diferente de las etapas infantiles anteriores. Había comenzado el libro refiriéndome a las dificultades adultas para ubicar a los adolescentes. La capacidad para decidir y la responsabilidad no son más que un ejemplo de esa mala ubicación que seguimos sin resolver. Pasamos de puntillas sobre ella hasta que se nos plantea algún dilema nuevo y debe fijarse en una norma lo que les permitimos hacer y lo que no. Así, por ejemplo, no pueden tatuarse sin nuestro permiso adulto escrito, pueden decidir sobre la interrupción de un embarazo, no pueden beber, pueden consentir o no una operación quirúrgica, no pueden tener una tarjeta de crédito, son delincuentes si intentan robar en un cajero, etc. En resumen, no nos aclaramos o, mejor, nos asusta aclararnos. La dicotomía entre «mayoría» y «minoría» es una trampa que impide una consideración educativamente positiva de la etapa adolescente. No hay más solución que considerarlos sujetos autónomos, con capacidad de decisión y responsabilidad, y educar para que consigan serlo. Luego intentaré explicar cómo. Sigue quedando un largo remanente de las antiguas concepciones, identificando, más para mal que para bien, a adolescentes y jóvenes como «irresponsables» de jure o de facto.Una concepción de la irresponsabilidad que lleva, por un lado, a considerar que pueden hacer lo que quieran porque quedarán impunes. Y, por otro, a afirmar que, responsables o no, la mayoría de sus comportamientos son «irresponsables» (actúan con irresponsabilidad). De hecho, muchas de nuestras dificultades de convivencia con adolescentes y jóvenes nacen del error educativo de la responsabilidad, de la contradicción de dejarles que sean felices pero que no reclamen la gestión de esa felicidad, que sean felices pero que paguen algo a cambio. 183 Hay que poder castigarlos Otra de las trampas tiene que ver con nuestra dificultad para abordar algunas de las conductas socialmente problemáticas de los chicos y chicas adolescentes. Fijamos una mayoría y una minoría (continuamente en crisis en los discursos políticos populistas y en algunos discursos profesionales) para que sean penalmente responsables. De paso, se construye un universo simbólico, al que se suman algunos adolescentes, según el cual hasta determinada edad nada les puede pasar y, según lo que hagan, no tiene tanta importancia su conducta. Se extiende al conjunto de la adolescencia y de las adolescencias un discurso que nada tiene que ver con la educación para la responsabilidad en el conjunto de toda su vida. Ha de quedar claro que el discurso sobre la mayoría y la responsabilidad penal es un discurso acotado. Tan sólo está indicando en qué momento la sociedad adulta decide que las instituciones penales (policía, jueces, recursos y servicios relacionados con la delincuencia) han de aparecer en la vida de los chicos y chicas adolescentes. Nada tiene que ver ese discurso con fijaciones de madurez o de capacidad para ser responsables. Es simplemente una decisión social que tiene que ver con la capacidad colectiva para responder a conductas adolescentes que consideramos no aceptables y la confianza en que las instituciones penales les darán una respuesta adecuada. La fijación de una u otra edad no mide madurez adolescente, sino madurez social. Mide capacidad social (y recursos) para responder a las conductas de los adolescentes. La última de las trampas que indicaba tiene que ver con los castigos, con la fijación de una u otra edad para poder aplicar a los adolescentes determinados castigos. Escondiendo otros muchos discursos generales sobre el castigo, la retribución y la disuasión, se enfatiza en que sólo determinadas respuestas dejan claro al adolescente que la sociedad no acepta su comportamiento. Hay conductas que, por ejemplo, deben ser corregidas siempre con privación de libertad, con internamiento. La fijación de una edad responsable se reduce a preguntarse cuándo los podemos encerrar, primero en un «centro» y después en la cárcel. Aunque para una buena parte de los lectores y lectoras de este libro el tema penal pueda quedarles algo lejano, quisiera señalar cómo la ley de responsabilidad penal de los menores sigue siendo un permanente ejemplo de estas dos últimas trampas. Una norma en modificación constante, con legisladores que dudan sobre cómo castigar (si las medidas que aplican son suficiente castigo), que buscan certezas psicológicas para comenzar a intervenir penalmente lo antes posible, y que desconocen otras muchas respuestas para facilitar que los adolescentes se conviertan en responsables y desconfían de ellas. En qué consiste ser responsable y qué se hace 184 para conseguirlo He escrito antes que educar siempre es responsabilizar y que los chicos y chicas adolescentes han de ser responsables. Aclaremos las afirmaciones por partes. Hablemos primero de la idea de responsabilidad. Responsabilidad tiene que ver con respuesta Responsabilidad tieneque ver con respuesta,se puede decir que setrata de una secuenciaeducativa con tresetapas: capacidadpara discriminar conductas, capacidadpara discriminar resultados y relacionarloscon las conductas ycapacidad para asumirlos resultados, susefectos. Ya he señalado que no se trata de una condición inherente al sujeto(más o menos maduro, más o menos responsable). Ahora quiero destacar que es una condición del sujeto derivada, resultante, de las respuestas que recibe de su entorno. Podría decirse que se trata de unasecuencia educativa con tres etapas: 1. Capacidad para discriminar conductas. 2. Capacidad para discriminar resultados y relacionarlos con las conductas. 3. Capacidad para asumir los resultados, sus efectos. La responsabilidad es en primer lugar el resultado de las respuestas adultas que recibe el niño o la niña. La satisfacción, el rechazo, el estado de ánimo bueno o malo, la corrección, el aplauso, etc. son respuestas adultas que, a cualquier edad, permiten al niño o niña descubrir que su forma de actuar es diversa y tiene valoraciones diferentes de los adultos que le rodean, especialmente de aquellos en los que confía. El principal fomento de la irresponsabilidad se produce cuando no reciben ningún tipo de respuesta, cuando todo parece que da igual. Para este tipo de discriminación no hace falta tener ninguna madurez. Sí que son necesarias respuestas diferentes, adecuadas a cada momento evolutivo. Las respuestas adultas tienen en las primeras etapas de la infancia dos grandes efectos: permiten al niño o niña descubrirse como sujeto diferente, separado de los adultos, y le facilitan tomar conciencia de la propia conducta. Ayudándoles a sentirse sujetos con conducta propia (sentirse de manera muy diferente en cada etapa) estimulamos la autonomía y evitamos que proyecten fuera de sí el control de lo que hacen. En la adolescencia será claramente no escudarse en el otro, no buscar atenuantes y excusas («Estamos en la edad de responsabilizarnos también de nuestros actos porque nuestros actos también conllevan unas consecuencias futuras»). La responsabilidad no es una característica interna automática del sujeto, sino el producto personal que nace de las respuestas que reciben nuestras conductas. Nos convertimos en responsables (de manera diversa en cada etapa de nuestra vida) en función de las respuestas responsabilizadoras que recibe nuestra conducta. 185 No puede decir «señora tome valium» para justificar su escándalo, pero puede decidir Para la segunda fase, para poner en relación su conducta y los efectos que produce, sí que es necesario tener unas características evolutivas que, de manera general, no se suelen adquirir hasta entrar en la adolescencia. Se trata de establecer una relación de tipo causal, inductiva o deductiva, en todo caso compleja, que no suele ser posible en las etapas infantiles anteriores. Por eso, es en la adolescencia cuando aparece no ya la responsabilidad, sino otra forma de responsabilidad. El adolescente puede descubrir no sólo que sus acciones son suyas y tienen un valor para los adultos, sino que sus acciones afectan a otras personas. Responsabilizarse comporta asumir la propia conducta y, además, considerar de qué manera su conducta afecta al otro, reconocer que no está solo, no sentir que el propio ombligo es la única perspectiva para mirar el universo, y descubrir que hay otros intereses, otras visiones, otras satisfacciones o padecimientos («Tienes una responsabilidad adquirida con los amigos o cualquier persona, cuando das tu palabra tienes que cumplirla»). El adolescente necesita respuestas a su conducta que le permitan reconocerse como autor y respuestas que le permitan considerar a los demás como parte afectada por su manera de ser y actuar. El adolescente puede descubrir no sólo que sus acciones son suyas y tienen un valor para los adultos, sino que sus acciones afectan a otras personas. La diferencia tiene que ver con las respuestas que necesitan. El adolescente necesita respuestas a su conducta que le permitan reconocerse como autor y respuestas que le permitan considerar a los demás como parte afectada por su manera de ser y actuar. Respuestas que no le permitan decir «yo no he sido» (como intentaba hacer en las etapas anteriores) ni escudarse en su condición adolescente («Es que soy así»), aunque la tengan en cuenta. Respuestas que le generen conflictos emocionales y racionales al descubrir otras perspectivas. Por eso, en plena adolescencia, ha de darse otro paso más (tercera etapa): asumir los efectos, el impacto de los posibles resultados de su conducta, los costes de la acción. Costes positivos o negativos, para sí o para otros, en el momento actual o en su futuro. Sin embargo, esta nueva fase requiere otro elemento intermedio: que haya podido decidir sobre su conducta. Asume los resultados porque ha tomado, de manera diversa, decisiones y opciones moduladoras de la conducta. El adolescente es un sujeto responsable, un sujeto que practicando su adolescencia deviene progresivamente autónomo y responsable. Para ello necesita, como ha pasado desde sus primeras etapas infantiles, respuestas que le permitan apropiarse de la conducta y, además, respuestas que le permitan contextualizarla, tener en cuenta otros elementos, a otras personas que pueden afectarla o que pueden resultar afectadas. Finalmente, necesita ejercer la propiedad de su conducta y eso significa definir un marco para la toma de decisiones, en el que la responsabilidad es la contrapartida de la autonomía. Necesita ejercer la propiedad de su conducta y eso significa definir un marco para la toma de decisiones, en el que la responsabilidad es la contrapartida de la autonomía. 186 Se trata de una responsabilidad modulada Estoy convencido de que es educativamente inviable considerar al adolescente un sujeto irresponsable, por lo que no queda más remedio que intentar definir cómo ha de ser su responsabilidad, cómo la fomentamos y cómo actuamos para que la ejerzan. No olvido, como he señalado desde el principio, que la adolescencia también es un proceso y que existe la preadolescencia, la adolescencia y la postadolescencia, por lo que tampoco sirve una propuesta uniforme para todos esos momentos. Al inicio, toda autonomía nos parecerá excesiva. Al final, todo aplazamiento nos parecerá inmadurez intolerable. La responsabilidad se ejerce con añadidos, con componentes diversos conforme evoluciona su adolescencia. A pesar de las dificultades de aplicación, sugiero que hablemos siempre de «responsabilidad modulada». De responsabilidad que se ejerce con añadidos, con componentes diversos conforme evoluciona su adolescencia. Los escollos con los que se encuentra una consideración de la responsabilidad de este tipo son fundamentalmente de dos clases. El primer grupo tiene que ver con querer establecer simplemente un límite de edad,19 un tiempo que limita un antes y un después en relación con la prohibición o la tolerancia de una conducta, con la exigencia de un comportamiento. Se olvida que la mayor parte de las veces se trata de conductas que deben ser progresivamente aprendidas, que la inmersión total, después de un largo tiempo de espera, a partir de un determinado momento puede tener altos costes. Hay quien después de una adolescencia modélica, sin ningún sobresalto, hace a los dieciocho años, de golpe, todo lo que no se atrevió o no le dejaron hacer antes. Hay quien ni a los dieciocho madura porque le ha ido muy bien vivir sin la preocupación de tomar decisiones. Es un inconveniente querer establecer simplemente un límite de edad, un tiempo que limita un antes y un después en relación con la prohibición o la tolerancia de una conducta, con la exigencia de un comportamiento. También es un inconveniente pretender que nuestros adolescentes sean autónomos y responsables para un tipo de comportamientos, pero que sean dependientes y sin posibilidad de ejercer la responsabilidad con otros. El segundo grupo de inconvenientes se produce por la pretensión adulta de instaurar responsabilidades selectivas. Es decir, pretender que nuestros adolescentes sean autónomos y responsables para un tipo de comportamientos (los que son buenos y no tienen riesgos), pero que sean dependientes y sin posibilidad de ejercer la responsabilidad con otros (como son malos y prohibidos han de asumir la responsabilidad del castigo, pero no la de decidir). Se deja a un lado que pueden existir formas diversas, matizadas, de ejercer la responsabilidad de manera progresiva en todos los ámbitos de la vida. La responsabilidad puede y debe ser universal. Aprenderse y ejercerse de manera diferente en cada momento vital. Al inicio, justo cuando tantean ser adolescentes, su autonomía será muy limitada (ya dije al hablar de los límites que, por ejemplo, un adolescente de 187 catorce años no puede decidir que llegará cada fin de semana a la hora de la madrugada que le convenga). Pero en el mayor de los límites nunca podrá ser: «En este tema tú sólo tienes la obligación de obedecer». Siempre, siempre, tendrán al menos que escuchar razones y tendremos que escuchar sus argumentos. Deberán saber por qué suplantamos su posibilidad de decidir. El problema de dejarles decidir La gestión de la toma de decisiones supone siempre un «problema educativo»: decidir comporta, inevitablemente, decidir de diferentes maneras, aceptando también algunas que pueden resultar finalmente equivocadas. Insisto, no vale plantear que decidan sólo en algunas cuestiones y que se reduzcan las probabilidades de sus decisiones de tal manera que siempre tomen las «adecuadas» (para los adultos). De la misma manera que he señalado con los procesos de experimentación, el descubrimiento de las variables que hay detrás de sus decisiones y las formas de encontrar las que realmente les son útiles tiene que ver con la práctica, con el acierto y con la equivocación («... yo creo que muchas veces aprendes más de cosas en las que te equivocaste que. de las que no lo hiciste»). Tampoco es muy realista pensar que la toma de decisiones sigue habitualmente el conjunto de secuencias racionales que definen nuestros modelos teóricos. Actuar siempre es decidir. Decidir no siempre es «pensar» en la decisión. Es más razonable pensar que la mayor parte de las veces se trata de gestiones pragmáticas, parcialmente conscientes, de la cotidianeidad. Eso sí, parece que la toma de conciencia del resultado de las propias decisiones sirve de acumulación de argumentos y de bagajes para la próxima toma de decisiones («Lo ves desde otro punto de vista, y lo ves más amplio de como te ha pasado»). En la adolescencia las decisiones están singularmente ligadas al abandono de la infancia y la demostración de su adolescencia. En la juventud, a las formas de abandono de la adolescencia y a la confirmación de una manera propia de ser y de actuar. Sin la trascendencia dicotómica que podemos darle los adultos a la toma de decisiones, pero con una gran impregnación emocional, con momentos de tensión y angustia, su vida no deja de ser una secuencia de opciones y tensiones, de elecciones, de duelos, de pérdidas y adquisiciones. A veces, los adultos pensamos que no hay nada en juego, mientras ellos sienten que les va la vida (aunque simplemente se sientan tristes y abatidos). Normalmente, no se sitúan en clave de decisión, pero cuando sopesan sus decisiones su valoración no es la nuestra («Para ellos mis decisiones pueden ser pequeñas, pero luego igual a la larga son importantes»). En la adolescencia las decisiones están singularmente ligadas al abandono de la infancia y la demostración de su adolescencia. Después, en la juventud, a las formas de abandono de la adolescencia y a la confirmación de una manera propia de ser y de actuar. No hace falta que sean como nosotros 188 Hay un último aspecto de la cuestión de la responsabilidad que tiene que ver con la necesidad adulta de que se hagan cargo de sus vidas y se comporten de manera responsable (que quiere decir adulta y más o menos como sus adultos la entendemos). Pero ello nos obliga de nuevo a tener en cuenta la dicotomía de visiones y de intereses, a aclarar que poder decidir no significa decidir «bien». De entrada hay algunos matices. Si también para definir esa cuestión adulta que llamamos responsabilidad hiciéramos el esfuerzo de ver cuál es su perspectiva, descubriríamos que la mayoría de los adolescentes (cuando dan por cerrada su infancia) y buena parte de los jóvenes (cuando todavía no han entrado en esa eterna juventud que es la juventud adulta) suelen afirmar, con expresiones o con su comportamiento, en grados diversos, tres aspectos diferentes de la responsabilidad con cara adulta: Muchos jóvenes no quieren la vida «responsable» que llevan sus adultos, creen que ser responsable no es estar amargándose la vida continuamente y consideran que en algunos aspectos de su vida no tienen que ser responsables. 1. No quieren la vida «responsable» que llevan sus adultos («... porque somos jóvenes y tenemos que estudiar. Luego se supone que dejas de ser joven y empiezas a trabajar, lo más importante es el trabajo, sólo ven eso, estudios o trabajo. Y joder no ven que eres una persona y que tienes tus ilusiones tus ratos de ocio, tus cosas.»). 2. Ser responsable no es estar amargándose la vida continuamente («Pero no hace falta pensar, ya lo sabes, yo cada día no me paro a pensar.»). 3. En algunos aspectos de su vida consideran que no tienen que ser responsables («Al final cuando eres irresponsable es cuando mejor te lo pasas porque te acuerdas de las noches locas, y el que diga que no miente»). Ya lo advertí hablando de la gestión de los riesgos, los adolescentes reclaman en un momento u otro el derecho a aprender equivocándose, a convertirse en responsables con el aprendizaje progresivo de las consecuencias de la irresponsabilidad («Es que yo pienso que para ser responsable has tenido que no serlo. Así se aprende a ser responsable»). Aunque los adultos pensemos lo contrario, sólo muy al inicio de la adolescencia (y solamente algunos) se refugian en el «síndrome de Peter Pan» y no quieren crecer. Toda irresponsabilidad es un estatus de dependencia que no desean. Si responsabilidad significa autonomía y el fin de la adolescencia supone algún grado de emancipación («Llega un momento que dices: “Ya es hora de desconectar de mis padres”»), emanciparse es, en definitiva, la verdadera manera de ser responsable cada uno a su manera, tener que decidir inevitablemente sobre casi todo. Sin llegar a la emancipación, está claro que la condición adolescente y joven supone formas de vida diferentes de las de los adultos y, por lo tanto, autónomas. Por eso es fácil que la confrontación se acabe tachando de irresponsabilidad («O sea uno llega a casa con su historia, con sus movidas, se sienta ahí y ya. A mí por ejemplo, me piden incluso estar con ellos sentados en el sofá. Y a mí no me apetece estar sentada delante de la tele viendo el telediario, tragándome todas las patrañas. Prefiero estar con mi novio, aunque estemos también así sentados, pero prefiero estar con él»). 189 Finalmente, para percibir a los adolescentes como suficientemente responsables hay que volver a aparcar las miradas negativas y las desconfianzas por sistema. También aquí imaginamos irresponsabilidades que no siempre existen («Mis padres se piensan que salir los viernes y los sábados es solamente para beber, no hacer nada más... Y yo hay fines de semana que no bebo, digo “ahora no me apetece y no bebo”, y mi padre eso no lo ve»). En la práctica El ejemplo de la interrupción voluntaria del embarazo En los días en los que escribía este libro, el parlamento español debatía diversas modificaciones en relación con la regulación de la interrupción voluntaria del embarazo. Una de ellas, que llenó ríos de tinta y comentarios tertulianos de todo tipo, fue la relacionada con la posibilidad de que una adolescente de dieciséis años embarazada pudiera tomar la decisión de continuar o interrumpir su futura maternidad sin consultar con sus padres. No pretendo discutir en estas páginas las diversas argumentaciones alrededor del aborto. Si he introducido el tema como ejemplo práctico, es simplemente porque resulta ilustrativo de nuestras contradicciones sobre la responsabilidad de los adolescentes. Partidarios o detractores se olvidaban de la cuestión central: la capacidad (legal, vital, social, etc.) o no de un adolescente para tomar decisiones, especialmente de las que afectan profundamente a su vida, sin estar supeditado a las imposiciones de sus adultos. En los medios de comunicación me preguntaban y debatían sobre la madurez de los adolescentes y sobre la madurez necesaria para tomar ese tipo de decisiones. Más de una persona adulta sensata, que en otros contextos exige responsabilidad a los adolescentes, se la negaba ante una decisión trascendente (con efectos singulares sobre su futuro como persona). Otros adultos simplemente expresaban su contradicción porque una persona sometida a su tutela pudiera decidir autónomamente y, lo que podía ser más grave, en contra de su manera de pensar, de su ideología. A muchos, se les antojaba imposible que su «buena hija» tuviera secretos inconfesables de ese tipo que no quieren compartir con los padres. Las situaciones extremas sirven para descubrir las contradicciones internas de nuestras teorías. Esta situación lo es. Quizás debamos acordar tres aspectos: 1. También en las situaciones con trascendencia sobre su vida (especialmente por 190 eso) la última palabra la tiene el adolescente. Es responsable y debe tomar su decisión. No puede aceptarse que las personas adultas tengamos el poder de imponer su futuro. Tomará decisiones y no se dejará llevar justamente en la medida que haya sido educado para ello, para poder decir y gestionar los riesgos. 2. La pregunta que un profesional debe hacer a una adolescente en esa situación no es si avisa a sus padres, sino en qué adultos confía para explicárselo. Porque los adolescentes tienen derecho a decidir, pero igualmente tienen derecho a estar acompañados en la toma de decisiones. El derecho a garantizar es el derecho al apoyo, al contraste, a la información, al consejo si es pedido. 3. Riesgos, responsabilidades y decisiones no son simples momentos puntuales. A menudo suponen crisis importantes, episodios que no pueden ni deben banalizarse, que necesitan acompañamiento en el tiempo, ayuda para integrarlos en su propia historia. Deben poder decidir, no deberían estar ni solos ni con compañía no querida, han de tener apoyo adulto positivo en un periodo de tiempo de su adolescencia accidentada. Un apunte sobre la responsabilidad y los primeros años de la vida adolescente En ese magma de edades y condiciones evolutivas y sociales que describimos como adolescencia y juventud, ellos y ellas vienen a describir como tres momentos vitales: • Los primeros años de descubrimiento y práctica de la adolescencia. • La inmersión plena en la condición adolescente-joven. • La construcción de una cierta autonomía con estilo joven. En términos coloquiales diríamos que primero son años de descubrimiento de las «locuras», luego de practicarlas y finalmente de limitarlas y gestionarlas. Con quince años se descubre la «maravilla del salir», con dieciocho no se puede estar sin salir y con veinte puede haber días para todo. Pero no se trata tan sólo del clásico «sentar la cabeza», también es la necesidad de salir de un estado adolescente «dependiente», ser poco a poco uno mismo sin tanta necesidad de ser como los coetáneos sugieren y practican. No resumiré ahora la pedagogía de la preadolescencia. Pero recordaré que los tiempos de transición, especialmente la transición adolescente, siguen siendo clave. Cuando se pone fin a las etapas infantiles anteriores se abre un panorama complejo, de descubrimiento maravillado de otros mundos en los que no todo son drogas y sexo. No son años para el «ahora ya puedes» o «ahora todavía no puedes», pero sí son años para la tensión, para el mantenimiento inteligente de las limitaciones. Son años para aprender con límites, pero no sólo entre límites. No se aprende a gestionar los riesgos entre protecciones para cuando estos lleguen. 191 Los primeros años de adolescencia no son años en los que se puede hacer de todo, pero sí son años de progresivas «excursiones arriesgadas» en contextos en los que los adultos todavía controlamos algunas de las variables (por ejemplo: ensayan a fumar un porro entre amigos que conocemos, en un contexto en que tan sólo se trata de una experiencia más, no la única ni la más importante; aunque saben claramente que no nos parece bien esa conducta o que es de las que deben saber relativizar y controlar. Lo mismo haríamos en una experiencia similar con el alcohol). Son años de tensión inteligente en los que no podemos dejarlos a su aire ni podemos dejar de reconocer que su vida ha cambiado y necesitan ser «guiados» de otra manera (acompañados desde proximidades diversas). Ante la angustia que puede producirnos la «progresividad» (que como ya he dicho hablando de la toma de decisiones y de la responsabilidad, ha de ser para todos los aspectos de la vida y no sólo para algunos), deberíamos tener claro que lo contrario puede ser la «inmersión» total en el conjunto de riesgos cuando se liberen de nuestra impuesta «minoría» o cuando, sin tenerla, escapen a nuestro control. No es la edad biológica el único y principal criterio (aunque también lo es) para construir la autonomía y la responsabilidad, características que en sí mismas son ya un proceso y no una situación asignada. Lo que es indiscutible es que, tanto si educamos en clave de «progresividad» o por «inmersión», hay que actuar siempre para evitar los daños asociados a sus conductas arriesgadas. Saber protegerse no es una opción educativa, es un derecho del propio adolescente. Entre los trece y los dieciocho años, las pautas de influencia educativa adulta deberán evolucionar desde un entorno (familiar, social) flexiblemente limitador (de límites claros que se aplican con inteligencia y oportunismo) hacia una supervisión atenta basada en la disponibilidad y la cercanía para influir en sus vidas experimentales. Serán años de insistencias adultas por canales diversos, de acumulación de mensajes coherentes sobre los mundos que descubren, que pasarán progresivamente a ser influencias comunicativas que permitirán hacer balance de lo que viven y mejorar las formas con las que toman decisiones. Son tiempos para situarse. Para aclararse como personas y situarse en el mundo. Conviene que ayudemos a sistematizar cuáles son los diferentes componentes del «buen adolescente» en el conjunto de aspectos de su vida, transmitiéndoles el mensaje real de que los valoramos todos y evitando que el retrato positivo sea el del buen estudiante, que sabe esperar a ser mayor y no se arriesga por nada. Igualmente, en tiempos de largas adolescencias, conviene concretar cómo se es autónomo siendo dependiente (familiar y socialmente). La adolescencia no es un lugar para llegar y quedarse, sino una etapa de experimentación y descubrimiento que necesita ser poco a poco reajustada. 192 19. Los límites de edad sólo deberían establecerse, siempre aceptando componentes circunstanciales, para aquellas conductas que necesiten una especial seguridad jurídica o, en todo caso, servir de referencia, de indicación de valor. 193 Decálogo de criterios optimistas para trabajar al lado de los adolescentes Dependiendo del día (del suyo y del nuestro), de las tensiones acumuladas, de la novedad descubierta, de la angustia contenida, de la envidia por lo que son ahora ellos y antes fuimos nosotros o de las ganas agotadas para seguir siendo útiles en sus vidas, el final de la lectura de un libro como éste puede conducir a una renovación del entusiasmo educativo o a un incremento del agobio ante la complejidad. Por eso he querido acabar con una especie de chuleta resumen que permita pensar «no es para tanto» y, a la vez, recordar los muchos matices que hay que tener en cuenta para educar adolescencias. No es lo mismo hacer de padre o madre que de educador en una escuela, pero al margen de la institución en la que estemos con los chicos y chicas adolescentes y, por lo tanto, de las limitaciones que en cada lugar existen, se puede llegar a un acuerdo sobre el conjunto de reglas básicas para construir una relación positiva con ellos y ellas. Ésta es una propuesta de diez reglas: 1. Ajustar el enfoque de la mirada Empezar por descubrir sus adolescencias. Evitar comenzar por verlos como un problema (pocas veces lo son), por descubrir en primer lugar las dificultades y no sus adolescencias. Saber distinguir entre aquello que debemos esperar de ellos y ellas ahora y aquello por lo que habrá que saber esperar a que pase su adolescencia. 2. Aprender a ver, a observar, a conocer los significados y los sentidos de sus vidas, a saber preguntar sobre lo que viven No se puede trabajar con ellos y ellas sin tener curiosidad permanente por su mundo, sin intentar estar algo al día sobre sus realidades, sin observar cómo van cambiando, sin conocer sus argumentos y sus significados. 3. Recordar que tener conflictos no es tener problemas (éstos aparecen cuando no conseguimos encontrar la respuesta adecuada) No siempre nos necesitan y hay que aceptar que crecen, nos descolocan y nos utilizan para afirmarse. Muchos conflictos tienen que ver con los climas en los que se desenvuelven, con las dinámicas de la clase o con las confrontaciones entre formas diferentes de ejercer la adolescencia. 4. No olvidar que la adolescencia también es un tiempo de malestares Aunque el sentimiento dominante en sus vidas suele ser la felicidad, son sujetos frágiles, llenos de interrogantes vitales, inmersos en una atmósfera de alta intensidad emotiva, que prueban y ensayan a recorrer un camino que desconocen. 5. Considerar la escuela como un importante territorio adolescente Se trata de un contexto básico para practicar sus adolescencias que requiere formas singulares de organización. Una parte significativa de lo que son tiene que ver con la 194 escuela a la que acuden, con el ideal de adolescente que ésta reclama, con las adolescencias que conviven en ella, con las agrupaciones que crea, con las formas de enseñar y aprender. 6. Construir espacios de influencia educativa a su alrededor No estamos solos trabajando con ellos y ellas (no deberíamos estarlo). La adolescencia requiere personas adultas diversas, formas de trabajo en red, formas de trabajo compartido entre profesionales de dentro y fuera de la escuela, de los diferentes ámbitos en los que se mueven. Los padres y madres también se angustian. A algunos compañeros y compañeras les sacan de quicio. Los vecinos es posible que se pongan en plan persecutorio. No sólo se trata de trabajar con otros, sino también de ganar adeptos para una relación sensata con los adolescentes. 7. Suprimir la distancia, construir la proximidad Aceptar convertirse en adultos próximos. Aceptar ser un profe enrollado que es buen profe, un tutor disponible, una tutora receptiva, un padre o una madre que se angustia pero que entiende. Sólo intentando estar cerca, disponibles y receptivos, podremos influir en sus vidas. 8. Querer acompañar Se trata de hacer de mentores, de tutores, de personas adultas que están cerca de ellos un cierto tiempo. Consiste en recorrer a su lado parte del camino, sin intromisiones pero con capacidad de comprender lo que les pasa, disponibles para ayudarles a ordenar sus crisis, a salir de sus incertidumbres. 9. Controlar la angustia que nos producen sus riesgos Garantizar que no se destruyen. No nos interesa (difícilmente lo conseguiríamos) que sean sujetos amuermados y, dado que sus vidas están atraídas por los riesgos, conviene en primer lugar reducir la probabilidad de que se produzcan daños asociados irreversibles. Después no hay que buscar seguridades falsas, sino capacitarlos para gestionar los riesgos. 10. Dejar de considerarlos menores y tratarlos como sujetos responsables, servir para que construyan sus límites Aprenden a tomar decisiones y a asumir de manera progresiva responsabilidades en todos los ámbitos de su vida y no sólo en los que nos convienen a los adultos. En la adolescencia se educa de muchas maneras, aunque sólo en contadas ocasiones se hace mediante la imposición. Pero las personas adultas también están para mandar y, en algunos casos, imponer un límite. A las personas de mi generación, en un contexto de catolicismo dominante, nos tocó estudiar el catecismo y, con él, los diez mandamientos. Al memorizarlos se nos hacia aprender una coletilla: «Estos diez mandamientos se encierran en dos.». Aunque suene a reminiscencias de mi escasa pubertad, acabaré diciendo que todos los criterios razonables para prestar atención a los chicos y chicas adolescentes de hoy también se resumen en dos: 1. Conservar la paciencia. 195 2. Alimentar la esperanza. Por muy desastres que sean ahora, pueden ser de otra manera y necesitan, especialmente algunos, ser vividos en positivo por los adultos que los rodean. Sólo si alguien cercano cree que pueden ser diferentes y espera a que lo sean, lo serán. En todos los casos, en casa o en cualquier institución educativa, las dosis necesarias de paciencia educativa, por muchas que sean, se agotan con facilidad y hay que prever cómo reponerlas para volver a empezar. 196 Glosario* ACOMPAÑAR «Caminar» al lado del adolescente compartiendo parte de su vida itinerante, de su recorrido, de sus transiciones, sin pretender tutelarlo, sirviéndole de límite cuando el camino se desvía en exceso, haciéndole sentirse algo más seguro, sirviendo para enriquecer su recorrido. AGRUPACIÓN Forma bajo la que se distribuyen los alumnos de un curso. Tiene una especial incidencia sobre la percepción de sí mismo que adquiere el adolescente, sobre sus pertenencias a un grupo, sobre su ubicación entre las diversas adolescencias de la escuela, sobre sus conflictos con la institución. APRENDIZAJE GRUPAL Junto al significado de aprendizaje cooperativo que supone el uso de las agrupaciones de escolares como forma de adquirir conocimientos aprovechando la interacción entre los sujetos, con los adolescentes significa, además, aprovechar sus dinamismos de grupo, su necesidad de pertenecer a un grupo de iguales, con el fin de hacer posible la motivación para el aprendizaje y el refuerzo de la solidaridad emocional entre ellos. Tiene en cuenta que en la educación secundaria el sujeto educativo es un grupo. ARGUMENTO Conjunto de razones, emociones, criterios y vivencias, personales o colectivos, que están detrás de la conducta de un adolescente o de su interés por una u otra acción. Normalmente forman parte de una cultura adolescente o joven. CICLO EDUCATIVO Periodo escolar o de una institución educativa en el que se establecen unos límites de tiempo para conseguir unos objetivos. Se basa en el criterio de que todas las personas no evolucionan al mismo ritmo ni siguen la misma secuencia para alcanzar unos objetivos de maduración o aprendizaje. Supone la 197 superación del concepto de curso como unidad para evaluar los cambios del alumno. CICLO VITAL Diferenciándose del concepto de ciclo biológico designa un periodo de la vida, construido socialmente, con unas tareas, unos roles, unas expectativas y unos encargos sociales que hay que realizar. CLIMA ESCOLAR Conjunto de elementos «ambientales» que generan o, al menos, condicionan significativamente las relaciones entre iguales en el entorno escolar (la escuela y otros espacios cercanos interconectados por la actividad de los escolares). CONFLICTO Desacuerdo entre las pretensiones, los intereses, las vivencias o las necesidades que en un determinado momento tienen el adolescente y sus adultos (o sus instituciones). EDUCACIÓN COMPRESIVA También se suele formular como educación inclusiva. Indica la pretensión de que alumnos diversos compartan escuela y aula, atendidos de manera flexible, teniendo en cuenta su diversidad y con unos objetivos educativos básicos comunes. En el caso adolescente, comporta entender que su adolescencia es una situación que incrementa exponencialmente su diversidad, pero que el resultado de su adolescencia y el de su escolarización está estrechamente ligado a la interacción positiva entre adolescencias diversas. ESCOLARIZACIÓN OBLIGATORIA En el caso adolescente significa años con derecho a una oferta y una estimulación educativa universal. No significa estar y seguir la escolarización de manera uniforme. Caben formas diferentes de aprender y considerar la escuela, aprendizajes y estímulos que pueden darse fuera de ella. Siempre significa pertenecer a un grupo de referencia normalizado (no construido a partir de dificultades y patologías). Siempre comporta disponer de un adulto tutor de referencia encargado del seguimiento (mejor del acompañamiento) educativo. 198 ESTILO DE VIDA Forma de vivir y expresar la adolescencia (especialmente la juventud) compuesta por un conjunto de elementos culturales (culturas juveniles de referencia), unas actividades dominantes, unas relaciones privilegiadas, unas pertenencias y confrontaciones de grupo, unos lenguajes comunicativos y expresivos. ETIQUETA Definición que fija una dificultad o problema convirtiéndolo en una categoría para la que, supuestamente, se tiene una respuesta. Suple con un diagnóstico fijo la necesidad de considerar y analizar las situaciones cambiantes que vive el adolescente. En las relaciones entre adolescentes las etiquetas que mutuamente se otorgan definen pertenencias a grupos y estilos de vida supuestamente diferenciados (ser quinqui, ser pijo, etc.). GESTIÓN DE RIESGOS Conjunto de aprendizajes, conocimientos, vivencias y habilidades que permiten conocer y diferenciar los atractivos de un riesgo, aprender de las propias experimentaciones y de las de otros, valorar costes y beneficios, y tomar decisiones en lugar de actuar automáticamente. IDENTIDAD Formas diversas de contestarse vitalmente a las preguntas de quién soy, cómo me ven, quién no soy o qué voy a hacer con mi vida. ITINERARIO Tiempo de recorrido adolescente en el que suceden acontecimientos, oportunidades y experiencias, y que conduce dinámicamente a la entrada en la juventud. Normalmente no es lineal, tiene retrocesos y parones. A veces entra en desorientación y se vuelve errático. LÍMITES Situaciones que, de acuerdo con las características de cada persona, no pueden superarse, no forman parte de lo negociable, sirven para tranquilizar y ordenar hasta que sea posible el acuerdo o el pacto. MALESTAR Dificultades de encaje. Resultado de una aclimatación 199 difícil a una situación vital que escapa en parte a nuestro control o que es producto de la interacción entre dos partes no siempre en sintonía. Hablar de malestares adolescentes supone referirse a las dificultades de encaje con ellos mismos que puedan tener, a las que surgen de las relaciones entre iguales, a las que se producen por su presencia en unas u otras instituciones, a las que se derivan de sus relaciones con diferentes personas adultas o de sus formas de estar y actuar en sociedad. MINORÍA Concepto jurídico que determina una ausencia de responsabilidad y una negación de la capacidad de obrar con autonomía. MODERACIÓN Normalmente no significa un estadio intermedio, una conducta morigerada. Representa un balance entre dos situaciones extremas que se contraponen (días de consumo desbordado junto a días de total abstinencia) y que progresivamente se acercan a una zona intermedia más controlable. PARTICIPACIÓN Para los adolescentes significa ser consultado, tener en cuenta sus argumentos, poder formar parte de la toma de decisiones que les afectan. Tiene que ver con una dinámica que puede y debe darse en todos los contextos de su vida. PERSONA ADULTA Para el adolescente suele ser un estado no deseado ya que comporta la pérdida de lo que ahora siente y vive como la esencia de su idiosincrasia. A menudo significa la esencia de la hipocresía y la incoherencia (pensar a, decir b y hacer c). PREVENCIÓN No significa tanto intentar hacer antes (la alarma no funciona con ellos y ellas) como actuar adecuadamente en el momento oportuno. Descubrir los momentos en los que es posible trabajar aspectos clave de su itinerario y descubrir una forma «adolescente» de actuar. Todo no se puede hacer en cualquier momento. Todo se puede llegar a hacer si se 200 está cerca. PROCESO Sucesión de cambios que se dan en un itinerario debido a un conjunto de actuaciones (educativas, terapéuticas, penales, etc.). REALIDAD VIRTUAL Nueva categoría de realidad en la que se vive y practica la adolescencia sin estar sometido a las reglas del espacio y el tiempo, en compañía de los iguales y en conexión permanente (en línea). REDUCCIÓN DE DAÑOS Pautas de actuación destinadas a garantizar que no se destruyen por los efectos asociados a sus conductas arriesgadas. Elementos protectores anteriores a cualquier actuación preventiva u orientación educativa. Redes reductoras de los efectos asociados no deseados. REFERENCIA Adulto positivo que persiste en la memoria vital de un adolescente como un recurso, una ayuda, un apoyo para los momentos de dificultad o crisis. RESPONSABILIDAD Capacidad de ejercer la autonomía, apropiarse de la propia conducta, descubrir de qué manera afecta a otras personas, relativizar la propia posición sabiendo que existen otras. Vivencia que nace en la persona como resultado de las respuestas adultas a su conducta. RIESGO Componente positivo de una conducta que le añade atractivo. Incertidumbre inherente a una vida incierta. Aspecto de una situación que hace más probable que se produzca un hecho o circunstancia negativa. RITO DE TRANSICIÓN Conducta o actividad que certifica el paso de un ciclo vital a otro. Sirve para demostrar al grupo al que se llega que el sujeto ya posee las cualidades y capacidades para ejercer nuevos papeles o responsabilidades. Normalmente eran pautas para demostrar socialmente el paso de la infancia al mundo adulto. Actualmente constituyen pautas cambiantes 201 para certificar que se forma parte de la adolescencia o que ya se ha pasado a la juventud. TRABAJO EN RED Forma de actuar del conjunto de profesionales de un territorio que se basa en el conocimiento mutuo, la relación permanente, la valoración compartida de la situación del adolescente y de los momentos oportunos para ser efectivos. Supone aceptar que cualquiera puede ser el referente, el tutor, el acompañante. Se busca dar una continuación sin rupturas al acompañamiento a lo largo del itinerario y las transiciones. * La definición de los tér pal o su uso más común, relación con los chicos y minos que se hace en este glosario no corresponde siempre con su significado princio su uso más común, sino con sentidos y significados (no siempre son lo mismo) de especial relevancia en la hicas adolescentes, con aspectos y matices en los que singularmente debemos pensar. 202 Para saber más... BACH, E. (2008): Adolescentes. ¡Qué maravilla! Barcelona. Plataforma. Aunque habla fundamentalmente de los adolescentes de clase media sin especiales dificultades, se trata de un libro cuya consulta puede servirnos básicamente para dos cosas: mantener una mirada positiva, interesada y esperanzada sobre los mundos y las vidas adolescentes; y encontrar formas de saber estar a su lado y no renunciar a educarlos. CASAL, J.; GARCIA, M.; MERINO, R. (2007): «Los sistemas educativos comprensivos ante las vías y los itinerarios formativos». Revista de Educación, núm. 342, pp. 213-223. MERINO, R.; GARCIA, M. (2007): Els itineraris de formació i inserció laboral dels joves a Catalunya. Barcelona. Fundació Bofill. Son dos textos complementarios que resultan muy útiles para definir y entender adecuadamente qué significan los itinerarios educativos en la adolescencia, comprender la necesidad de construir recorridos personalizados y, más importante todavía, distinguirlos de la vías formativas que imponen las leyes de educación. Son útiles para profundizar en la tutoría durante las transiciones. FEIXA, C. (2008): De jóvenes, bandas y tribus. Barcelona. Ariel, 1998. Se trata de un libro que podríamos considerar como un «clásico» en el mundo de los estudios sobre la juventud, y que ha tenido una reciente y significativa actualización. Es de lectura imprescindible para entender de qué va eso de los estilos de vida y las culturas juveniles, que se inician a partir de la imitación y admiración adolescentes. Representa un buen ejemplo de la visión poliédrica que se defiende en este libro. MARTÍN, X. (2008): Descarados. Una pedagogía para adolescentes inadaptados. Barcelona. Octaedro. Breve y ameno texto que describe la pedagogía cotidiana en un recurso de atención a adolescentes a medio descolgar de la escuela secundaria. Permite descubrir cómo es posible ayudarles a encontrar sentido a sus aprendizajes y gestionar la convivencia a pesar de las dificultades personales y sociales de algunos. Muy sugerente para trabajar la tutoría y el acompañamiento educativo. PÉREZ SIMÓ, R. (2007): Lo mejor y lo peor de la adolescencia. Barcelona. 203 Cahoba. Libro redactado a partir de la experiencia clínica y terapéutica de la autora que puede ayudar a conocer mejor los malestares de los chicos y chicas adolescentes. Su lectura puede enriquecer el conocimiento de su realidad interior. Igualmente, puede completar algunos de los interrogantes planteados sobre la «normalidad» en la adolescencia. Aunque en este texto no hemos llegado a hablar de los adolescentes que se complican la vida, este libro puede servir como introducción a algunas de sus dificultades más graves. PUIG, J.M. (coord.) (2000): Educar a la secundària. Vic. Eumo. Libro colectivo que resume en treinta puntos las claves esenciales de la escuela secundaria. Puede ayudar a no dejar a un lado los aspectos de funcionamiento de una buena escuela que debe preservar el instituto para ser útil en su tarea de educar. Muchos de sus capítulos hay que consultarlos para definir y construir una «escuela adolescente». ROY, J. (1987): Adolescencia. Años de transición. Madrid. Pirámide. Cuando se quiere consultar un manual sobre psicología evolutiva de la adolescencia, no resulta fácil seleccionar uno. Algunas partes tienen sesgos significativos en los enfoques y en las cuestiones que seleccionan. Muchos de ellos se refieren a realidades adolescentes muy distantes de las nuestras (anglosajonas y, más específicamente, norteamericanas). A lo largo de mis años de docencia, este manual me ha parecido y me sigue pareciendo suficiente equilibrado y sugerente para conocer algo más de la psicología evolutiva adolescente. 204 Referencias bibliográficas AA.VV. (1997): «Alumnado: entre el "buen rollo" y el agobio». Cuadernos de Pedagogía, núm. 260. AA.VV. (2004): Educar millor és possible. Barcelona. Fundació Jaume Bofill (Finestra Oberta, 40). AA.VV. (2009): Quinquis dels 80. Cinema, premsa i carrer. Barcelona. CCCB, Diputació de Barcelona. ALBERO, M. (2006): La mirada adolescent. Barcelona. Octaedro. ALONSO, M. (2008): En terra de ningú. Una aproximació a la prostitució en els projectes migratoris de menors no acompanyades de l'Europa de l'Est a Catalunya. Barcelona. Inédito. ÀMBIT D'INVESTIGACIÓ I DIFUSIÓ MARIA CORRAL (2008): Adolescència. Trencar la incomunicació. Barcelona. Edimurtra. BACH, E. (2008): Adolescentes. !Qué maravilla¡. Barcelona. Plataforma. BADILLO, I. (ed.) (1998): Las culturas del ciclo vital. Barcelona. Bardenas. BÀRBARA, M. (2009): «¿Quién me ayuda a hacerme mayor?. El acompañamiento socioeducativo en la emancipación de jóvenes extutelados». Educación social: Revista de intervención socioeducativa, núm. 42, pp. 61-72. BAUMAN, Z. (2008): Una nova escena del vell i el jove. Barcelona. Secretaria General de Joventut. Generalitat de Catalunya. BERGA, A. (2007): Adolescència femenina i risc social. Barcelona. Generalitat de Catalunya. Departament d'Acció Social i Ciutadania. 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(2001): El món d'ahir. Memòries d'un europeu. Barcelona. Quaderns Crema. 208 Índice Cubierta Portadilla Título Copyrights Dedicatoria Índice Presentación 2 4 5 6 7 8 11 Para trabajar con adolescentes hay que saber envejecer con garbo Contra el discurso oficial dominante Con la pretensión de educar 9 preguntas sobre cómo educar en la adolescencia y 9 ideas clave para responderlas Ideas para una segunda parte 1. Es necesario aclarar el concepto de adolescencia Un ciclo vital inventado • Inevitablemente son diversos y comparten grupos diferentes • Adolescentes por dentro • Tres características para una síntesis En la práctica 2. Para entender a los adolescentes primero hay que conocerlos Panoramas adolescentes • ¿Enseñar o comprender al alumno? • Por qué hacen lo que hacen • Abrir los ojos, mirar, descubrir y escuchar para entender • ¿Por qué tanta insistencia en conocer? En la práctica 3. Con los adolescentes hay que diferenciar entre tener conflictos y tener problemas Vivir entre conflictos • Visiones diferentes. Intereses contrapuestos • Si tenemos conflictos, es que lo estamos haciendo bien 209 11 12 14 16 16 20 23 23 26 32 36 40 46 46 47 49 50 51 51 67 67 68 69 • Peleas intrascendentes, batallas importantes • De la opinión a los límites • Buenas y malas respuestas • De los conflictos adolescentes a las tensiones educativas de la • Adolescencia y convivencia escolar • Un pequeño apunte sobre las «broncas» en casa En la práctica 71 73 75 76 80 84 84 4. Los ch4icos y chicas adolescentes necesitan aclararse y encontrar 90 su lugar en el mundo Emotivos, vulnerables, desprotegidos • Las encrucijadas adolescentes En la práctica 90 93 96 5. La adolescencia y la escuela son compatibles ¿Crisis de adolescencia o crisis de docencia? • Territorios adolescentes • Las variables de una escuela en clave adolescente • La experiencia de aprender En la práctica 6. Los adolescentes deben poder aprender a gestionar los riesgos Nos preocupa garantizar el futuro • Los atractivos • Adolescencia: una condición de riesgo • Ayudar a gestionar los riesgos En la práctica 99 99 101 105 115 120 127 127 130 132 136 141 7. Los tutores pueden ser muy útiles en la vida de los adolescentes 145 La parte cálida de la ducha escocesa • El adulto próximo y positivo • La singularidad de la relación educativa • Acompañar a adolescentes • Hacer de tutora o tutor • El buen profe En la práctica 8. Los padres y las madres deben ser conscientes de la necesidad de seguir educando, pero de otra manera 210 145 146 150 151 153 158 161 168 Padres y madres con obligación de angustiarse • El clima familiar • En teoría, se trata de hablar con ellos y ellas • Dificultades significativas en la relación En la práctica 9. Los adolescentes pueden y deben ser responsables Las trampas sobre la minoría de edad de la adolescencia • En qué consiste ser responsable y qué se hace para conseguirlo En la práctica Decálogo de criterios optimistas para trabajar al lado de los adolescentes Glosario Para saber más Referencias bibliográficas 211 168 171 174 178 178 182 182 184 189 194 197 203 205