Subido por Yess Sanchez

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T.H. (1993) Historia de la Psicología.
Madrid. Prentice-Hall. Pp 204-260
Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
Leahey,
Lectura 3
ORÍGENES FILOSÓFICOS Y
CIENTÍFICOS DE LA PSICOLOGÍA
UNIDAD I.
MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA
UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL
Aunque de ordinario pensamos en el romanticismo como en un movimiento
artístico que puso el acento en el sentimiento humano, fue mucho más que
eso. Constituyó una rebelión general contra la concepción del mundo de cuño
cartesiano-newtoniano. El primer poeta romántico, William Blake (1757-1827),
confiando en que la humanidad pudiera escapar de la perspectiva científica,
La reafirmación de lo Trascendental: la rebelión romántica
El consenso de la Ilustración finalizó con la Revolución Francesa, que fue acogida al
principio como el inicio de una Edad de la Razón aún más gloriosa, pero que después fue
temida y odiada por su Reinado del Terror. Las implicaciones reales del espíritu geométrico
se hicieron patentes y los pensadores del siglo xix se vieron ante la precisión de
enzarzarse en un cuerpo a cuerpo con el naturalismo. Esta tarea se hizo más urgente con
la teoría de la evolución de Darwin, que no sólo equiparó al hombre con el mono, sino que
también desterró cualquier tipo de intencionalidad o progreso de la historia. A todo lo largo
del período, el problema de la naturaleza humana fue, pues, planteado por numerosos
filósofos, fisiólogos, literatos y revolucionarios. La segunda mitad del siglo presenció la
fundación de la psicología científica y la formulación de sus tres variantes: el estudio de la
conciencia, del inconsciente y de la adaptación.
Un especialista del siglo xix, Franklin Baumer (1977), ha sugerido una útil división
conceptual de este período, por considerarlo demasiado complejo para ser tratado
cronológicamente. Propone la existencia de cuatro mundos decimonónicos, tesis que,
grosso modo, seguiremos aquí. El prime-ro es el mundo romántico, que reaccionó
vigorosamente contra el naturalismo de les philosophes. El segundo mundo es la Nueva
Ilustración, que llevó a término, en forma algo modificada, el programa de les
philosophes. El tercero es el mundo del darwinismo y la evolución. Al cuarto mundo le
llama Baumer el fin d e siécle (fin de siglo), un mundo de angustia surgido de la
desesperación con respecto a la Naturaleza, la Humanidad y el futuro.
EL MUNDO DEL SIGLO XIX
Para lograr el objetivo específico de presentarte el origen filosófico y científico de la
psicología de la Unidad I de Origen filosófico y científico de la psicología referente a la
unidad mínima de aprendizaje Los grandes filósofos y el umbral de la psicología: el siglo
XIX revisa y analiza la siguiente lectura.
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Blake se mofó de les philosóphes: «Refros, reíros, Voltaire, / Rousseau: reíros. reíros: ¡`todo es
inútil'!» Como otros románticos, Blake detestaba la Revolución Industrial, cuyas «lóbregas, satánicas
hilanderías» contaminaban «de Inglaterra las verdes montañas».
escribía, por ejemplo: «¡Ojalá nos guarde Dios / de la visión Única y del sueño
s.
de Newton»
Allí donde los escritores de la Ilustración habían valorado las
«pasiones» moderadas y mora-les, los románticos tendieron a idolatrar todas
las emociones fuertes —aun-que fuesen violentas o destructivas—. Sobre todo,
los románticos querían ser algo más en el universo que átomos y vacío. En
cierto sentido, el romanticismo reafirmó la creencia racionalista en algo que
trasciende la apariencia material.
Es, pues, lógico que el movimiento romántico, al menos en filosofía, se
iniciara con Kant. Ya hemos advertido cómo sus sucesores idealistas hicieron
de la realidad material la expresión de algo espiritual, que se manifiesta a sí
mismo en las apariencias. El poeta romántico Coleridge adaptó y elaboró la
distinción kantiana entre la Verstand, el proceso limitado del entendimiento
descrito por Locke, y la Vernuft, la facultad intuitiva ca-paz de trascender las
apariencias y aprehender la verdad nouménica.
En el romanticismo se ponen de manifiesto varios conceptos importan-tes
para la Psicología. Uno de ellos es el de inconsciente. El pensamiento
consciente y discursivo fue la herramienta de la Ilustración, tanto en el terreno
del arte como en el de la filosofía. Por el contrario, el romanticismo, en su
búsqueda del infinito, sostuvo que el inconsciente era más importante. Los
poetas, por ejemplo, confiaban en escribir automáticamente en un trance
extático, de forma que el Infinito quedara registrado sobre el papel. En filosofía,
Schopenhauer postuló que la Voluntad es la realidad nouménica oculta tras las
apariencias. La Voluntad de Schopenhauer, y en concreto la voluntad de vivir,
empuja al hombre a una búsqueda sin fin e inútil de algo mejor. Semejante
descripción de la Voluntad se anticipa al id de Freud. Schopenhauer escribió en
los Parerga: «En el corazón de todo hombre habita una bestia salvaje». La
inteligencia intenta controlar la Voluntad, pero su furor inflige dolor al yo y a los
demás. También prefiguraron a Freud aquellos escritores que vieron en los
sueños el lenguaje
del inconsciente, que sólo precisaba ser descifrado para revelar los secretos
del Infinito.
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UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL
En la Voluntad de Schopenhauer —el núcleo de la vida mental— descubrimos otro importante y complejo concepto romántico: el de actividad mental
y libertad. La Voluntad es una bestia salvaje, pero al paso que lo salvaje
entraña dolor, también implica libertad de elección. La filosofía de
Schopenhauer resultaba así una reacción voluntarista y romántica contra el
determinismo materialista de la Ilustración. Por regla general, esto llevó a los
románticos a idolatrar a los héroes, los genios y los artistas —a todos aquellos
que afirmaban sus Voluntades y no se plegaban a los dictados del mundo—.
Thomas Carlyle, por ejemplo, veneró a héroes que iban desde Odin hasta
Shakespeare y Napoleón. Desde un punto de vista psicológico, esta nueva
forma de voluntarismo dio al traste con la tabula rasa. Una mente tan
voluntarista como la contemplada por los románticos, difícilmente podía ser un
mero receptáculo pasivo de estímulos externos. Coleridge, por ejemplo,
equiparaba la mente a una lámpara que irradia luz intelectual. El influjo de
Schopenhauer se evidencia también en la psicología de la conciencia de
Wundt, pues éste hace un gran hincapié en la capacidad de la mente para
organizar su propio contenido, forma de voluntarismo que contrasta
radicalmente con la pasividad del asociacionismo.
No sólo rechazaron los románticos la idea de que una persona fuese una
máquina, sino que también repudiaron la misma idea en lo tocante al
universo. Fueron vitalistas y teleologistas, para quienes la naturaleza no era
materia muerta —meros átomos en el vacío—, sino algo orgánico, en
desarrollo y que se perfecciona a sí mismo con el tiempo. La Biología, y no la
Física, debe suministrar el modelo de reflexión sobre las cosas, afirmaban
los románticos. Herder expresó este sentimiento en Alemania. En Inglaterra
fue convincentemente formulada por el intelectual conservador Edmund
Burke (1729-1797), quien declaró que la naturaleza humana y la sociedad se
desarrollan lentamente al correr de los siglos. Puso en la picota el intento de
la Revolución Francesa de erigir una sociedad basada tan sólo en la razón
pura y geométrica, ignorando la sabiduría de la historia. Semejante
concepción romántica de la Naturaleza era progresista y optimista, pero
pronto quedaría reducida a añicos por la teoría de la selección natural de
Darwin. Los románticos ya creían en la evolución, pero ésta no consistía en
el proceso dirigido por el azar del darvinismo.
El vitalismo romántico significa que, si bien podemos ver en el romanticismo una reafirmación de la búsqueda racionalista de la Verdad tras-
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cendente, los románticos no fueron defensores del Ser. Carlyle, por ejemplo,
insistía en que la Verdad está siempre deviniendo, y nunca se limita a ser. La
Verdad no es un conjunto estático de Formas, sino algo vivo, algo que
siempre se está perfeccionando. Esta idea, al menos, podría compaginarse a
la perfección con el evolucionismo darvinista.
Hubo un concepto de la Ilustración que inspiró a los románticos y que
ellos enriquecieron. El asociacionismo de Hartley constituyó un elemento
importante de la teoría crítica romántica. La poesía clásica abundaba en
abstracciones escritas con mayúsculas, tales como «Belleza», mientras que
los románticos escribían sobre las bellezas concretas e individuales a partir
de las cuales nos formamos la idea de Belleza. En el asociacionismo, los
juicios estéticos y morales son sentimientos, reacciones subjetivas y emocionales, relativamente independientes de la razón discursiva. Los románticos realzaron lo subjetivo y pasional, e intentaron servirse del análisis asociacionista de la mente como forma de evocar respuestas emocionales en
sus lectores. Enriquecieron el asociacionismo al acentuar el concepto de
coalescencia, es decir, al recalcar que la imaginación activa puede sintetizar
los elementos atómicos en una creación que es más que la suma de las
propias unidades atómicas, como cuando los colores elementales se
mezclan para dar otro cualitativamente diferente. Wundt dio gran importancia
al poder de la mente para sintetizar los elementos mentales, al paso que los
psicólogos de la Gestalt adoptaron una postura todavía mucho más holística.
Podemos concluir diciendo que los románticos se opusieron al mecanicismo en todos los terrenos y promovieron conceptos rivales, tales como
libertad individual, voluntarismo, holismo, vitalismo y teleología. Aunque el
romanticismo fue avasallado por los desarrollos posteriores de la ciencia, y en
especial por el darvinismo, desempeñó un papel en la formación de la
psicología —sobre todo en su lugar de nacimiento, Alemania— y, en una forma
u otra, ha preservado siempre un fuerte atractivo para todos aquellos
desazonados por el espíritu geométrico y sus productos.
La nueva Ilustración
Por supuesto, no todo el mundo se desencantó del naturalismo. Hubo
numerosos pensadores importantes que llevaron adelante el espíritu y las
ambiciones de la Ilustración, sobre todo en Inglaterra y Francia. Varios movimientos de la Nueva Ilustración tienen interés para la Psicología.
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Utilitarismo y asociacionismo
El utilitarismo y el asociacionismo son doctrinas inextricablemente entrelazadas. El utilitarismo describe los aspectos motivacionales y dinámicos de
la mente; el asociacionismo describe la mecánica cognitiva de la mente. El
primero estaba implícito en las enseñanzas de los asociacionistas del siglo
xvm, desde Hume en adelante, para quienes las sensaciones son, o bien
agradables —deseamos que se repitan—, o bien desagradables —de-seamos
evitarlas—. El utilitarismo intentó simplemente aplicar este sistema
motivacional al conjunto de la sociedad.
La doctrina motivacional del utilitarismo fue elaborada en su forma más
acabada por el reformista inglés Jeremy Bentham (1748-1832). Este iniciaba su
Introducción a los principios de la legislación moral (1789) con una ardorosa
proclama de hedonismo utilitarista: «La Naturaleza ha colo-cado a la
Humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer. Sólo a
ellos toca señalarnos lo que debemos hacer, así como determinar lo que
haremos... Nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en
todo lo que pensamos.» En consecuencia, el individuo debe orientar su vida
eligiendo aquellas lineas de acción que maximicen su placer y minimicen su
dolor: he aquí la única ética científica. Los legisladores —el blanco preferido de
Bentham en cuanto reformista—deben seguir idéntico criterio, procurando
promover la mayor felicidad de la mayoría en todos las actos de gobierno.
Bentham creía que el gobierno es, por naturaleza, opresivo; daba por supuesto
--como el primer economista, Adam Smith— que un gobierno mínimo permitiría
a cada individuo procurar su propia felicidad.
Las leyes benthamianas del principio del placer se parecen a las leyes de
asociación propuestas por Hume, Hartley y Brown. El valor del placer y del
dolor viene determinado por la intensidad, duración, certeza y proximidad de la
sensación correspondiente. Bentham pretendió cuantificar tanto el placer como
el dolor, de suerte que las decisiones morales pudieran tomarse haciendo un
balance del placer o dolor netos que cabía esperarse siguieran de la selección
de actos posibles y posterior elección de aquél que satisficiera el principio de
utilidad. Siguiendo también a los asociacionistas, Bentham distinguía entre
placeres o dolores simples y placeres o do-lores combinados y complejos.
Procede a continuación a suministrar una elaborada enumeración de los tipos
de placer, resultando la lista mucho más larga de lo que un postfreudiano
actual pudiera esperar. Hay, sin duda, placeres y dolores sensuales, pero
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también están los placeres de riqueza, poder, piedad y benevolencia, por citar
sólo unos pocos. Bentham analizó, asimismo, las características individuales y
raciales que modifican la acción del principio de utilidad según la disposición
personal. Consagró entonces sus mayores esfuerzos a desarrollar un
programa de buen gobierno, basándose exclusivamente en el principio racional
de utilidad, y desechando cualquier consideración emanada del contexto
histórico o de los derechos humanos. Fue una demostración de espíritu
geométrico y filosofía mecanicista que hubiese hecho estremecerse a Edmund
Burke o a cualquier romántico.
Uno de los seguidores más entusiastas de Bentham fue James Mill (17731836), un político que derivó hacia la Filosofía. Expuso ardiente-mente el
benthamismo, pero su fama en psicología se debe a su asociacionismo
mecanicista. Mili no aportó en realidad nada nuevo al asociacionismo; más bien
representó su manifestación más extrema. Sigue a Hume y a Hartley, al
distinguir entre las sensaciones y sus copias i d e a s — , y a Condillac, cuando
intenta reducir toda la actividad mental a la asociación. Mill adopta lo que
podríamos llamar teoría-mecano de la mente. Según tal concepción, la mente
es una pizarra pasiva y en blanco, receptiva a las sensaciones simples l o s
nódulos del mecano—, a partir de las cuales se forman las sensaciones
complejas o ideas por medio de eslabones asociativos —las varillas que unen
los nódulos— entre las unidades atómicas. Los eslabones asociativos se
construyen de dos formas. Algunas sensaciones siempre ocurren juntas, o
sincrónicamente, y acaban engarzándose. Oler una rosa sugiere s'is restantes
atributos, con los que el olor se halla regularmente asociado en nuestra
experiencia. Otras sensaciones se producen regularmente en secuencia, o
sucesivamente, y Mill sigue a Hume al reducir la causalidad a series asociativas
regulares. Mill analiza el habla como un rosario de palabras atómicas asociadas,
ignorando totalmente el control del significado de una frase por parte del
discurso. Su asociacionismo mecanicista suele tomarse como una buena
muestra de reductio ad absurdum de la psicología asociativa. En su Análisis de los
fenómenos de la mente humana Mill presenta, por ejemplo, la idea de una casa
como un compuesto de numerosas unidades más simples, tales como los
clavos, las tablas y las hojas de cristal. A renglón seguido concluye: «¿Cuántas
más (ideas componen) la idea que llamamos Todo?» Uno se imagina a la
mente ocupada por una colosal e inmanejable construcción de mecano. El
asociacionismo de Mill prescinde de las facultades mentales preservadas por
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Hartley y otros asociacionistas. Hecho que, combinado con el hedonismo
utilitarista, da como resultado una imagen de la mente completamente
mecánica, en que una idea sucede a otra automáticamente sin que haya lugar
para el control voluntario. El ejercicio de la voluntad es una ilusión, argüía Mill.
El razona-miento no es más que la combinación asociativa de las ideas
contenidas en los silogismos. La atención se reduce al hecho de que la mente
está ocupada con cualesquiera ideas que le resultan particularmente
agradables o dolorosas. La mente no dirige la atención; su atención viene
dirigida mecánica-mente por el principio de utilidad. Como Bentham y otros
muchos que escribieron sobre la mente, Mill expuso su psicología con
propósitos de re-forma. No era un psicólogo. Influido por Helvetius, como
también lo estuvo Bentham, Mill sentía un especial interés por la educación. Si
la persona es completamente pasiva cuando nace, es deber de la educación
moldear correctamente su mente. Mili puso sus ideas en práctica mediante la
rigurosa educación que dio a su hijo, enseñándole griego clásico a los tres
años y latín a los ocho; hijo que a la edad de diez años escribió una Historia del
Derecho Romano.
Con todo, el mencionado hijo, John Stuart Mill (1806-1873), no se convirtió
en el perfecto utilitarista que su padre esperaba. Aunque al principio se
adhirió a Bentham, un colapso nervioso de que fue víctima le llevó a
considerar el benthamismo estéril, estrecho y excesivamente calculador.
Incluso llegó a calificar de «un mal» el programa de Bentham. Al fin ter-minó
por atemperar los principios hedonistas de Bentham con la visión romántica
de la naturaleza y el sentimiento humano propios de Wordsworth. Incluso
suscribió la preferencia romántica por lo natural y crecido espontáneamente
sobre lo manufacturado, y negó que el ser humano fuera una máquina.
Consideraba que las personas eran cosas vivientes, cuyo desarrollo y
crecimiento autónomos deben fomentarse.
La versión del asociacionismo propia de J. S. Mill quedó atenuada por la
inclinación romántica a la síntesis. Esta combinación le llevó a su idea de la
química mental. Los primeros asociacionistas, incluido su padre, habían
reconocido que ciertos eslabones asociativos se hacían tan fuertes que las
ideas engarzadas parecían inseparables. J. S. Mill llegó más lejos, manteniendo que las ideas elementales pueden fusionarse en una idea global, no
reducible a sus elementos. Los elementos generan la nueva idea, no se
limitan a componerla. Propuso los colores como ejemplo de dicho proceso.
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Positivismo
Ya hemos tenido ocasión de encontrarnos con filósofos, como Berkeley,
Hume y Newton, que, al menos parcialmente, son positivistas, puesto que
patrocinan una epistemología que limita el conocimiento humano a lo que es
inmediatamente observable. Sin embargo, a medida que la ciencia de la
Naturaleza y la tecnología cosechaban éxito tras éxito, se extendió por
Europa un talante generalizado, denominado cientismo, que encarnaba la fe
en la capacidad de la Ciencia para contestar todas las preguntas, para
resolver todos los problemas. Era natural, pues, que la ciencia, basada desde
Dése vueltas a una rueda dividida en sectores, cada uno de ellos pintado de
un color primario, y a cierta velocidad se tendrá la experiencia de blancura, no
de colores que giran. Los colores atómicos de la rueda están generando un
nuevo color, un tipo diferente de experiencia.
Sin embargo, debemos destacar que, si bien Mill diluyó el benthamismo
asociacionista de su padre con las concepciones más amplias del romanticismo, su objetivo seguía siendo mejorar el utilitarismo y el empirismo,
no refutarlos. Siempre aborreció el intuicionismo místico de Coleridge, Carlyle
y demás románticos. Recuperó el análisis de la materia de Berkeley, aunque
privado de Dios, no admitiendo ninguna realidad noumémica más allá de las
apariencias. Para J. S. Mill, la materia no es más que la permanente
posibilidad de sensación. La pluma en nuestro despacho, por ejemplo, existe
únicamente porque puede siempre ser percibida, se la perciba o no en un
momento dado. Ni tampoco aceptó Mill el voluntarismo romántico. Su química
mental, aunque reconocía la posible coalescencia de sensaciones e ideas,
siguió siendo una descripción pasiva de la mente. No es la actividad
autónoma de la mente lo que acarrea el cambio químico cualitativo, sino la
forma en que las sensaciones son asociadas en la experiencia: no nos es
dado elegir ver o no ver el disco blanco que gira, ya que la experiencia es
impuesta a nuestra percepción por las condiciones del experimento.
John Stuart Mill fue el último gran filósofo asociacionista. Su asociacionismo surgió en un contexto de discusiones lógicas y metafísicas, y no
nuevamente psicológicas. Mill creyó en la posibilidad de la ciencia de la
naturaleza humana de Hume, y, de hecho, intentó contribuir a su metodología.
Los asociacionistas posteriores adoptaron un sesgo más claramente
psicológico; por ello los reservaremos para un apartado ulterior.
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Newton y Bacon en una epistemología positivista, fuera elevada a la categoría de nueva religión —de concepción del mundo que pretendía suplantar al ya asediado cristianismo—. Tal fue la empresa de Augusta Comte
(1798-1857). Comte la bautizó con el nombre de positivismo, el cual englobaba una epistemología, sendas filosofías de la ciencia y de la historia y una
religión.
En cuanto epistemología, el positivismo adoptó un empirismo radical. La
especulación metafísica y las explicaciones de la Naturaleza en términos de
entidades inobservables debían ser abandonadas. En su lugar, el conocimiento humano había de ceñirse a recopilar y correlacionar hechos con el
fin de obtener una descripción fidedigna del mundo. Según Comte, no había
otro método y filosofía apropiados para la Ciencia. Con la capacidad de
predecir la Naturaleza viene la capacidad de controlarla. Por eso, en el
momento en que surja una ciencia de la Humanidad, la sociedad y los
individuos quedarán por igual sujetos a control.
Comte presentó un cuadro panorámico de la historia, en que ésta constituía un proceso ascendente e ineluctable compuesto por tres amplios estadios. El primer estadio es el teológico, en que el hombre se explica los
acontecimientos naturales postulando dioses invisibles o espíritus responsables de aquéllos. El segundo estadio es el metafísico, en el que los dioses y
espíritus se han trocado en abstracciones u otras causas inobservables,
ideadas para explicar la Naturaleza. El tercer estadio es el científica, donde la
explicación es abandonada en aras de la descripción, la predicción y el
control, y donde la Religión de la Humanidad suplanta al Cristianismo. Comte
proporciona elaboradas descripciones de su nueva religión. Se trata de una
construcción acabada, con su élite de sacerdotes científicos, su manifiesto
revolucionario en favor del control científico de la sociedad y su bandera.
Algunas de las opiniones de Comte son curiosamente victorianas: por
ejemplo, su creencia en que la adoración por la Mujer formaba parte
prioritaria de la veneración por la Humanidad.
El interés de Comte no iba a la Ciencia como tal, sino a cómo la Ciencia
podía ser usada para perfeccionar a la Humanidad. Su epistemología y sus
filosofías de la ciencia y de la historia están todas ellas supeditadas a la
construcción de una nueva sociedad científica. Su público real se compuso de
mujeres y trabajadores, a quienes Comte consideraba oprimidos por los
intereses creados que entonces regían la sociedad. Estaba convencido de que
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sólo mediante los esfuerzos de esos grupos llegaría la revolución positiva. Si
bien sería una élite de científicos la que regiría la sociedad, Comte pretendía
en primer lugar convencer a las masas.
Las opiniones de Comte sobre psicología son interesantes. Establece una
lista jerárquica de las ciencias, desde las más básicas —y primeras que se
desarrollaron— hasta las más comprehensivas— y últimas en desarrollar-se—.
Dicha jerarquía es como sigue: Matemáticas, Astronomía, Física, Química,
Fisiología y Biología, y Sociología. Habitualmente se le atribuye el mérito de ser
uno de los fundadores de la Sociología, concebida por él como la ciencia que
haría posible su nuevo mundo dirigido por la Ciencia. La Psicología, en cambio,
no aparece en la lista. Comte desaprobaba la psicología introspectiva, a la que
consideraba confusa y metafísica. Mantuvo cierta esperanza en la Frenología,
que se esforzaba por ligar los rasgos de la personalidad a las distintas áreas
del cerebro. De aquí que escindiese la Psicología en dos, arruinándola como
disciplina coherente. Asignó el estudio del individuo a la Fisiología y la Biología,
como en la Psicología frenológica. El estudio del hombre en cuanto animal
social pertenecía a la Sociología. Por añadidura, parece que a Comte la
psicología filosófica de su época se le antojaba demasiado intelectual. Recalcó
una y otra vez que los seres humanos son, antes que nada, criaturas que sienten y, sólo después, criaturas inteligentes.
El positivismo de Comte y su Religión de la Humanidad inspiró a un sinfín
de personas a todo lo largo y ancho de Europa. Algunas intentaron realizar su
programa religioso-revolucionario, fundando sociedades positivistas e incluso
abriendo iglesias positivistas. Sin embargo, los pensadores más serios miraron
con desagrado la religión de Comte, prefiriendo en su lugar su epistemología.
Tal fue, por ejemplo, la actitud de john Stuart Mill, quien mantuvo una
voluminosa correspondencia con Comte. Como consecuencia, el positivismo se
convirtió cada vez más en un movimiento puramente filosófico y, por último, en
una filosofía de la ciencia. Dos figuras se han hecho acreedoras a una mención
en este aspecto: Claude Bernard (1313-1878) y Ernst Mach (1838-1916).
Bernard fue un fisiólogo francés, autor de una influyente obra sobre filosofía
de la ciencia: Introducción al estudio de la medicina experimental (1865). Aunque rechazó
el sistema y la religión de Comte por acusar los mismos vicios que otros
sistemas metafísicos y religiones, su concepción de la Ciencia es
eminentemente positivista. Sólo la rigurosa comprobación de las hipótesis
objetivas científicas con métodos objetivos puede producir conocimiento. Toda
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cuestión no susceptible de tal tratamieiito carece de sentido. El mundo debe
ser contemplado como un sistema perfectamente determinista, porque sólo
desde tal punto de vista es posible la Ciencia. El primer objetivo de la ciencia
son la predicción y el control.
Ernst Mach fue un gran físico alemán que propuso como filosofía de la
ciencia una versión radical del positivismo, en un intento de explicar los
fundamentos verdaderos de la Ciencia. Admiró a Berkeley, y, al igual que éste,
consideró que la conciencia humana es un conjunto de sensaciones, más allá
de las cuales no podemos penetrar sin incurrir en el crimen de lesa metafísica.
El objetivo de la ciencia es el ordenamiento económico de las sensaciones, y
nada más. Así, por ejemplo, Mach rehusó creer en la existencia de los átomos,
porque nadie los había visto todavía. La teoría es algo que debe evitarse, salvo
cuando establece correlaciones entre experiencias y resulta útil para formular
predicciones. Para Mach, el conocimiento cumplía en última instancia una
función pragmática y biológica. Organizar nuestra experiencia nos ayuda a
adaptamos a nuestro ambiente; pero no significa que penetre la realidad más
allá de las apariencias. Mach introdujo, asimismo, un método crítico e histórico
en el estudio de la ciencia. Según él, muchos conceptos científicos habían
incorporado excrecencias metafísicas en el curso de su desarrollo, y la mejor
forma de desembarazarlos de tales excrecencias y reducirlos a su base
sensorial era estudiar dicho desarrollo. Haciéndose eco de Comte, Mach
señaló que la ciencia primitiva había crecido en la atmósfera teológica del siglo
xvii y, en consecuencia, conceptos tales como fuerza habían adquirido
atributos «di-vinos», en cuanto trascendían de la mera experiencia.
La influencia del positivismo, en una forma u otra, fue enorme, abarcando a
físicos y a novelistas realistas por igual. En Psicología, afectó a las escuelas
inglesas y norteamericanas, más que a las europeas. Wundt, por ejemplo, se
mostró sumamente crítico con respecto a Comte. Aunque en ciertos aspectos
su psicología individual se asemejaba a la ciencia de Mach, en el sentido de
que ambas eran análisis de la experiencia inmediata, Wundt postuló la
existencia de procesos mentales no percibidos para explicar los eventos
mentales experimentados. La filosofía de Mach tuvo más influencia en el
discípulo inglés de Wundt, Titchener, quien consideró la ciencia como una
empresa descriptiva, y no explicativa, y en los psicólogos de la Gestalt, quienes
estudiaron los objetos en cuanto dados inmediatamente a la experiencia. La
explicación freudiana del inconsciente, que por definición es inobservable, es,
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Marxismo
Es imposible pasar por alto el pensamiento de Karl Marx (1818-1883) en
cualquier interpretación del siglo xlx. El marxismo, en sus diversas manifestaciones —muchas de las cuales hubiesen sido desautorizadas por el
propio Marx—, ha constituido una de las filosofías más importantes de los
tiempos modernos. Además, Marx erigió su sistema, no sólo en base a consideraciones de historia económica, sino también sobre una particular concepción de la Humanidad. Marx sostenía que, si bien la conciencia humana
está determinada por la estructura económica de una época dada, hay
subyacente una naturaleza humana real, cuyas necesidades son sofocadas por
todas las formas de sociedad históricamente existentes. De aquí que las
personas estén alienadas de sus verdaderos yoes, y esta alienación es la
fuerza motivadora del perfeccionamiento humano y de la revolución política.
Sólo una auténtica sociedad comunista —nunca alcanzada en época de Marx,
ni en nuestra propia época— haría que los hombres dejaran para siempre de
estar alienados de sus propios yoes.
sin lugar a dudas, no positivista, aportando otro ejemplo de la relativa
inmunidad alemana a esta concepción de la ciencia.
En Norteamérica, sin embargo, la influencia del positivismo fue considerable. William James fue un gran admirador de Mach, cuyo concepto del
conocimiento como una adaptación práctica a la vida, es plenamente compatible con el pragmatismo de james. Mach constituyó una fuente de inspiración para Ios positivistas lógicos del siglo xx, quienes tuvieron considerable
influencia sobre el conductismo. El ejemplo más claro de influencia positivista
se encuentra en B. F. Skinner. Aunque la psicología de Mach fue introspectiva,
es decir, una psicología del sujeto, una vez que los conductistas hubieron
decidido a tratar los seres humanos como objetos de observación, la filosofía
de Mach condujo en línea recta al conductismo radical. Skinner sostiene que
la única meta de la Ciencia es descubrir relaciones legales entre variables
independientes y dependientes que desemboquen en la predicción y el
control. Toda referencia a procesos «mentales» inobservables es, para
Skinner, pura metafísica, tan ilegítima como lo fuera para Mach. Y lo que es
más, la aspiración de Skinner a una utopía dirigida por la Ciencia y no
democrática es comtismo secularizado. Ambos creen en la perfectibilidad del
hombre a través del control científico.
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El mundo mecanicista newtoniano-cartesiano era inmutable. Dios, o algún
otro Creador, había construido una maravillosa máquina, perfecta en su
concepción e infinita en su duración. Cada objeto, cada especie biológica,
quedaba fijada para la eternidad, inmutablemente perfecta en su obediencia a
las leyes naturales establecidas. Semejante cosmovisión resultaba compatible,
al mismo tiempo, con las Formas de Platón, las esencias de Aristóteles y la
teología cristiana. Desde esta óptica, el cambio era algo insólito en la
naturaleza. Incluso la doctrina geológica del uniformismo, que ayudó a Darwin
a inventar su teoría de la evolución, era antievolucionista, al remontar el
continuo de las fuerzas naturales a millones de años atrás. En biología, la idea
aristotélica de que las especies eran fijas e inmutables era un dogma suscrito
por todas las más altas autoridades científicas anteriores a Darwin. Supuestos
El triunfo de Heráclito: la revolución darvinista Antecedentes
Dada la fama e influjo universal de Marx, resulta sorprendente el escaso
impacto que su pensamiento ha tenido en la Psicología fuera de la Unión
Soviética, donde, por supuesto, constituye el dogma oficial. Cabe sospechar que
la razón de esta falta de influencia es política. Después de 1848, el comunismo fue el
fantasma que recorre Europa, fantasma que cobró cuerpo en forma aterradora en la
Revolución Rusa de 1917, y en las sucesivas revoluciones.
En los primeros tiempos de la Psicología, el marxismo probablemente era una filosofía
cuyo estudio —y no digamos ya la toma de partido en su favor— resultaba peligroso; amén
de que siempre cabía racionalizar el hecho de ignorar tal filosofía aduciendo su aparente
falta de relevancia para la Psicología. Pocos psicólogos occidentales sienten simpatía por
Marx; del contado número de simpatizantes, los más destacados son el psicólogo
humanista Erich Fromm y el psicólogo del desarrollo Klaus Riegel, quienes gozan en el
mundo de la Psicología de una amplia reputación como excéntricos sin remedio. Y con
todo, el pensamiento de Marx es perfecta-mente compatible con otras influencias
aceptadas en Psicología. Su concepción de la historia por estadios y su exportación
revolucionaria a las masas le emparentan con Comte; aceptó el naturalismo y el
materialismo; estudió la influencia del ambiente sobre la personalidad humana, sin dejar por
ello de sostener una concepción más bien humanista de la naturaleza humana. Pese a
todo, el otro pensador revolucionario del siglo xix fue un burgués más apacible y feliz, pero
también mucho más influyente.
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
el concepto cartesiano-newtoniano de que la Materia es inerte, incapaz de
actuar y exclusiva-mente pasiva, y de que eI cambio espontáneo es el origen
de nuevas especies, la mutación de la vieja parecía imposible. Una vez que la
Inteligencia suprema había actuado creativamente, la materia muerta no podía producir
nada nuevo.
Sin embargo, en la atmósfera de progreso característica de la Ilustración, esta visión
estática de la Naturaleza empezó a cambiar. Las ideas evolucionistas se remontan, por lo
menos, hasta Anaximandro (véase el capítulo 2), pero sólo en el siglo xvui empezaron
realmente a prender. Un viejo concepto, de cuño teológico-aristotélico, que ayudó al
desarrollo del evolucionismo, fue el de la Gran Cadena del Ser, o la scala natura de
Aristóteles. Los pensadores medievales contemplaban la Cadena como una medida de
la proximidad de una criatura a Dios y, en consecuencia, de su grado de perfección
espiritual. A ojos de los pensadores naturalistas, por su parte, se convirtió en el acta
certificadora del ascenso de los seres vivientes hacia la cima más perfecta de la
Naturaleza: la Humanidad.
Para que se verificase el paso desde un universo estable y perfecto a otro cambiante y
que se afana por la perfección, era necesaria una concepción diferente de la materia; la
materia inerte, estúpida, ni puede cambiar, ni tampoco perfeccionarse. Fue precisamente
en el siglo xviii cuando surgió la concepción necesaria. La materia —para algunos
pensadores, incluso la materia inorgánica— fue dotada ahora de vitalidad y de una tendencia al progreso. De tal suerte resultaba posible para muchos autores afirmar que el
universo había evolucionado a partir de simples principios y que las especies habían
cambiado y progresado desde el comienzo de los tiempos, y podían seguir cambiando y
progresando por siempre jamás. Esta concepción se encarnó, de una u otra forma, en el
transformismo francés y en la Filosofía de la Naturaleza alemana. Ciertamente no supone
un abandono del naturalismo, ya que permite al mismo tiempo prescindir de Dios por
completo y ofrecer una teoría perfectamente naturalista del origen de la tierra y sus
habitantes. Semejante concepto de la evolución no es, empero, mecanicista, puesto que
dota a la materia de atributos divinos. Para el newtoniano, la materia estúpida se ponía en
movimiento mecánico por obra de un Creador inteligente y en posesión de un propósito.
Para el vitalista, la propia materia es inteligente y dotada de propósito. El vitalismo supone,
pues, una concepción romántica de la Naturaleza: ésta se autoperfecciona y autodirige,
desplegándose a sí misma progresivamente a lo largo del tiempo.
La insigne contribución de Charles Darwin al concepto de evolución
consistió en mecanizarlo, desrromantizar la Naturaleza y ganar la evolución
para la concepción newtoniana del mundo. No obstante, antes de examinar
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la teoría de Darwin, debemos considerar primero la alternativa romántica
más importante a la misma, cuyo atractivo sigue siendo todavía fuerte en la
actualidad —y a la que ni siquiera el mismo Darwin pudo resistirse del todo—
: la teoría evolutiva de Jean Baptiste Lamarck (1744-1829). Lamarck, que era
un naturalista muy conocido por sus trabajos sobre taxonomía, fue el
exponente más científico de la concepción romanticoprogresista de la
evolución. Había dos aspectos importantes en la teoría de Lamarck. De
acuerdo con el primero, la materia orgánica es fundamentalmente diferente
de la inorgánica, y cada especie viviente posee un impulso in-nato a
perfeccionarse a sí misma. Cada organismo se esfuerza por adaptar-se a su
entorno y se modifica a medida que lo hace, desarrollando diversos
músculos y adquiriendo hábitos variados. La segunda parte de su tea ría
pretendía que tales características adquiridas podían transmitirse a la
descendencia. Así, cada esfuerzo del individuo por perfeccionarse era registrado y transmitido, y al correr de las generaciones las especies vegetales
y animales irían perfeccionándose a sí mismas, realizando sus impulsos de
perfección. La genética moderna ha destruido la visión de Lamarck.
Actualmente, se considera que la materia orgánica está compuesta de meras
moléculas inorgánicas y dispuestas en forma compleja: un conjunto de
aminoácidos. La cadena de ADN no se altera por las modificaciones que
sufre el cuerpo de un individuo. (Determinadas influencias externas, como
los fármacos o la radiación, pueden afectar a la información genética, pero
esto no es lo que quería decir Lamarck.) Fuera de la genética, sin embargo,
la transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos resulta plausible, e
incluso Darwin la admitió a ratos, aunque nunca aceptó la concepción
vitalista de la materia. Posteriormente, tanto Wundt como Freud creyeron
que los hábitos y las experiencias adquiridos podían ser transmitidos a
través de la herencia.
De modo que por los días de Darwin la evolución era ya un concepto
ampliamente difundido, con respecto al cual sólo se mostraban incrédulos Ios
religionarios puros y la biología oficial, que seguían aceptando la fijeza de las
especies. Una concepción naturalista, aunque romántica, de la evolución
existía en el ambiente. La frase «supervivencia de los más aptos» había sido
ya acuñada en 1852 por Herbert Spencer, un lamarckiano inglés. Y en 1849,
una década antes de la publicación del Origen de las especies de Darwin, lord
Alfred Tennyson escribió en su poema más importante, In Memoriam, versos
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
El evolucionismo no podía permanecer por mucho tiempo reducido a la
condición de simple efusión poética, aunque el propio abuelo de Darwin,
Erasmo Darwin, anticipara la teoría de su nieto en un poema científico,
Zoonomia. Ni tampoco podía perdurar como una fantasía romántica, sugerente, pero a fin de cuentas no plausible. El mérito de Darwin consistió en
convertir la evolución en una teoría científica, pertrechándola de un
mecanismo: la selección natural. Entonces, se hizo necesario desencadenar
una campaña para convencer a los científicos y al público en general del
hecho de la evolución. Darwin nunca hizo campaña por sí mismo. En cierto
modo era un hipocondríaco —su biógrafo (Irvine, 1959) le llamaba el
«paciente ideal»— y después de su viaje en el Beagle se recluyó, saliendo
raras veces de su casa de campo. La lucha por la supervivencia de la selección natural fue librada por otros, y de modo muy espectacular por Thomas
Henry Huxley (1825-1895), «el bulldog de Darwin».
Darwin era un joven naturalista que tuvo la fortuna de ser incluido en un
viaje científico alrededor del mundo a bordo del HMS Beagle, entre 1831 y
1836. Quedó impresionado, especialmente en América del Sur, por la enorme
variación intra e interespecífica. Observó que hay innumerables formas
naturales diferentes, cada una de las cuales está peculiarmente adaptada a su
hábitat particular. No resultaba difícil deducir que cada subespecie había
emanado de un antepasado común, y que había sido seleccionada para
adaptarse a alguna región del entorno.
Entonces, algún tiempo después de su vuelta a Inglaterra, Darwin empezó
a reunir datos sobre las especies, su variación y origen. En su Auto-biografía
Un revolucionario victoriano: Charles Darwin (1809-1882)
que ancipaban la nueva concepción de la evolución, donde el individuo se
sacrifica por la especie en la lucha por la su-pervivencia, concepción que
Tennyson desaprobaba:
¿Están, pues, Dios y la Naturaleza tan a la greña,
que la Naturaleza tales maldades sueña?
Del tipo (la especie) se muestra cuidadosa,
de la. vida individual, en cambio, generosa.
Más adelante en el mismo poema, y en un verso cien veces citado,
Tennyson presenta a la Naturaleza «con los dientes y zarpas teñidos de rojo».
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afirmó que acopió datos «al por mayor», con arreglo a «principios
auténticamente baconianos». Parte de su investigación se centró en la
selección artificial, es decir, en cómo los criadores de plantas y animales
mejoran sus razas. Conversó con aficionados a la cría de palomas y a la
horticultura, y leyó sus folletos. Uno de éstos, «El arte de mejorar las razas de
los animales domésticos», escrito en 1809 por John Sebright, señalaba que
también la Naturaleza seleccionaba algunos rasgos y rechazaba otros, igual
que hacían los criadores: «Un invierno severo, o una carestía, al aniquilar a
los débiles y enfermizos, consiguen todos los buenos resultados de la
selección más experta» (Ruse, 1975). Así, pues, en la década de 1830
Darwin se hallaba ya en posesión de una teoría rudimentaria de la selección
natural: la Naturaleza produce innumerables variaciones entre los seres
vivientes, y algunas de tales variaciones son seleccionadas para perpetuarse. Con el paso del tiempo, las poblaciones aisladas llegan a adaptarse a sus
entornos. Lo que no estaba en absoluto claro era qué mantenía el sistema de
selección. ¿Por qué ha de haber un perfeccionamiento en las especies?
En el caso de la selección artificial, la respuesta salta a la vista. La selección
es realizada por el criador para producir una clase deseable de planta o
animal. Pero ¿qué fuerza de la Naturaleza corre pareja con el ideal del
criador? Darwin no podía aceptar el impulso innato a la perfección propuesto
por Lamarck. La causa de la selección, insistía, debe residir fuera del
organismo; ¿pero dónde?
Darwin dio con la respuesta en 1838, mientras leía el Ensayo sobre el
Principio de Población en cuanto afecta a la futura mejora de la sociedad (1798), de
Thomas Malthus (1766-1834). Malthus atacaba las fantasías utópicas de
ciertos escritores, al aducir que el aumento de la población necesariamente
excede del crecimiento en la provisión de alimentos, con la consecuencia
ineludible de que la vida es una lucha de demasiada gente por recursos en
extremo escasos. Una gran parte de la humanidad queda reducida, por fuerza,
a un nivel económico de subsistencia, en el mejor de los casos. En su
Autobiografía, Darwin consignó que por fin «había dado con una teoría sobre la
que era posible trabajar». Era la lucha por la su-pervivencia la que motivaba la
selección natural. Demasiadas criaturas luchaban por demasiados pocos
recursos, y quienes eran «débiles y enfermizos» no podían sustentarse a sí
mismos y perecían sin descendencia. Los fuertes y sanos sobrevivían y
procreaban. De esta forma, las variaciones favorables eran preservadas y las
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
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no favorables se eliminaban. La lucha por la existencia era el motor de la
evolución.
Darwin no necesitaba haber acudido a Malthus en demanda del concepto
de lucha individual por la supervivencia. Como William Irvine (1959) señala:
«En sus aspectos evolutivos la Naturaleza responde casi trivial-mente al
espíritu de la primera mitad de la época victoriana.» La teoría de Darwin,
«encantó»... a los optimistas de mediados del siglo xix, que aprendían que «la
Naturaleza camina hacia el futuro según los sólidos y comprobados principios
empresariales del laissez-f aire». Es posible. que la selección ofendiese los
sentimientos de los beatos, pero no los del empresario victoriano de la
Revolución. Industrial, quien sabía que la vida era una lucha constante, donde
el fracaso se veía sancionado con la pobreza y la desgracia. El
perfeccionamiento de las especies por obra de la lucha de los individuos no
era sino la «mano invisible» de Adam Smith actuando una vez más.
Lo esencial de la teoría de Darwin estaba formulado para 1842, época en
que la consignó por escrito por primera vez sin intención de publicarla. Cabe
sintetizar tal teoría como un argumento lógico (Vorzimmer, 1970). En primer
lugar, de Malthus deduce Darwin que hay une lucha constante por la
existencia, que resulta de la tendencia de los animales a crecer más que sus
fuentes de alimentos. Segundo, la Naturaleza produce incesantemente formas
variantes intra e interespecíficas. Algunas variantes se adaptan mejor a la
lucha por la supervivencia que otras. En consecuencia, haciendo que sus
rasgos desaparezcan. Por último, a medida que un pequeño cambio
adaptativo siga a otro a lo largo de eones, las especies se diferenciarán del
tronco común, de suerte que cada forma se adapte a su peculiar ambiente. Y
lo que es más, los ambientes cambiarán, seleccionan-do nuevos rasgos para
su perpetuación, y conforme un ambiente suceda a otro, las especies
divergirán más y más de sus formas ancestrales. De este modo, la diversidad
observada en la Naturaleza puede explicarse como resultado de unos pocos
principios mecánicos operando a lo largo de millones de años, conforme unas
especies evolucionan a partir de otras.
La teoría, tal y como se presenta, es deficiente. Sin nuestros conocimientos
de genética, el origen de las variaciones y la naturaleza de su transmisión no
podrían ser explicados. Darwin nunca fue capaz de superar estas dificultades,
y de hecho, se vio empujado cada vez más hacia el lamarckismo ante la
necesidad de defender sus teorías contra las críticas. Constituye una ironía
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de la historia que, mientras Darwin se dedicaba a escribir y defender su Origen
de las especies, un oscuro monje polaco, Gregor Mendel (1822-1884), llevara a
cabo las investigaciones sobre la herencia que habían de suministrar al fin la
respuesta a las dificultades de Darwin. No fue sino hasta el año 1900 cuando
el trabajo de Mendel, publicado sin pena ni gloria en 1865, fue redescubierto
y saludado como el fundamento de la genética moderna. Al morir, Darwin se
había hecho ya acreedor a un nicho en la Abadía de Westminster, y su
pensamiento había revolucionado la cosmovisión occidental; pero hasta el
siglo xx la evolución no afectó seriamente
a la Biología.
Darwin consignó por escrito sus ideas en 1842, pero no publicó su Origen de
las especies hasta 1859. ¿Por qué? Parece que, incluso para su descubridor, la
evolución era una idea demasiado peligrosa. En una carta Darwin afirmó que
admitir que las especies no son fijas «es como confesar un asesinato» (Irvine,
1959). Se ha sugerido que la hipocondría de Darwin y sus variados síntomas
físicos fueron resultado de una crisis nerviosa causada por la enormidad de la
idea de la selección natural. Comoquiera que sea, Darwin se dedicó también a
otros intereses, consagrando, por ejemplo, ocho años al estudio de los
percebes. Entonces, el 18 de junio de 1858, Darwin se quedó sorprendido al
descubrir que alguien iba a publicar su teoría. La evolución se respiraba
realmente en el ambiente: Alfred Russell Wallace (1823-1913) había viajado
también a América del Sur, había que-dado impresionado por la variación
natural, y había leído a Malthus. Más joven que Darwin, tenía menos
escrúpulos para publicar sus conclusiones. De hecho, en años posteriores
Wallace permaneció leal a la selección natural, después de que Darwin se
hubiera replegado al lamarckismo.
Se acordó que Darwin y Wallace escribirían cada uno un artículo sobre la selección
natural. Ambos trabajos fueron leídos el 1 de julio de 1858, en ausencia de sus autores, ante
la Linnean Society de Londres, quedando de esta forma establecidos Darwin y Wallace
como los codescubridores de la selección natural. Darwin puso a punto rápidamente una
versión breve de su proyectado trabajo sobre la evolución, que apareció en 1859 con el
título de El origen de las especies por medio de la selección natural, o preservación de las
razas favorecidas en lucha por la vida. Presentó su teoría, respaldándola con una gran
cantidad de detalles corroborativos. Tuvo que revisarla continuamente hasta su sexta edición
en 1872, dado que Darwin intentó responder a sus críticos científicos -infructuosamente,
como se ha visto— sin conocimientos de genética. Darwin escribió otras muchas obras,
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
Acogida e influencia
El mundo estaba bien maduro para la teoría de Darwin. La idea de evolución gravitaba
ya en el ambiente antes de 1859, y cuando se publicó el Origen fue tomado en serio por los
eruditos de todo el mundo. Biólogos y naturalistas saludaron la obra con diferentes grados
de crítica. Parte de las tesis de Darwin, como la de que todos los seres vivientes descienden
de un antecesor común del remoto pasado, apenas entrañaban no-vedad y fueron
ampliamente aceptadas. Sin embargo, surgieron grandes dificultades con la teoría de la
selección natural, y no fue sino hasta 1930 cuando los nuevos conocimientos de la genética
pusieron la selección natural sobre una firme base científica. Con anterioridad, seguía
siendo fácil para los científicos aferrarse a alguna forma de lamarckismo, ver la mano de
Dios en la evolución progresiva (como hizo Charles Lyell, un gran geólogo, a pesar de que
fue un vigoroso defensor de las ideas de Darwin), o exceptuar al hombre de la selección,
natural —como hizo casi todo el mundo.
Si la acogida del Origen fue tan tranquila, ¿cómo podemos hablar de una
revolución darvinista? Para empezar, un semblante de revolución lo
proporcionó la acogida denigrante que a la evolución reservaron los fundamentalistas cristianos. Comenzando por el obispo Wilberforce y continuando
con William Jennings Bryan, los paladines de la Biblia atacaron la evolución,
sólo para ser, a su vez, aplastados por personalidades tan poderosas como T.
H. Huxley y Clarence Darrow. Tales enfrentamientos son de la textura de que
se construyen los dramas y dan visos de revolución a la situación. Los
literalistas bíblicos, con todo, habían sido dejados ya muy atrás por la marcha
de los tiempos. La Biblia había sido objeto de dos siglos de escrutinio histórico
y se le había encontrado deficiente en cuanto documento histórico. Incluso la
católica Dublin Review no se escandalizó por las ideas de Darwin.
Para considerar el darvinismo como una revolución intelectual, debemos distinguir entre el
darvinismo en cuanto hipótesis científica y el darvinismo como nueva metafísica en la tradición
de la Ilustración. Al propio Darwin le importaba tan sólo lo primero, su retoño intelectual,
aunque era sensible a las posibilidades de lo segundo. El darvinismo en cuanto metafísica
naturalista fue creación de otros. Herbert Spencer, que había creído en la supervivencia de los
más aptos antes que Darwin y que la había aplicado sin escrúpulos al hombre y a la
sociedad, fue un vigoroso exponente del darvinismo metafísico. También lo fue T. H. Huxley,
incluidas dos sobre la ascendencia del hombre y la expresión de la emoción en hombres y
animales. Estos dos últimos trabajos forman parte de la fundación de la psicología de la
adaptación, por lo que se considerarán en el capítulo 9.
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En forma más efusiva, Winwood Reade escribía en El martirio del hombre:
«El Dios de la Luz, el Espíritu del Conocimiento, el Intelecto Divino se esparce
gradualmente sobre el planeta... El hambre y la inanición dejarán entonces de
conocerse... La enfermedad será extirpada... se inventará la inmortalidad... El
hombre será perfecto... y, en consecuencia, será lo que el vulgo adora como
Dios» (Houghton, 1957). Esta esperanza es similar al positivismo de Comte, al
que Huxley caracterizó como «catolicismo menos cristianismo». Es claro que
para algunos la nueva religión de la humanidad científica estaba a la vuelta de
la esquina. Huxley hacía, asimismo, alarde de los frutos prácticos de las
ciencias: «Toda sustancia químicamente pura empleada en la manufactura,
toda especie de plantas anormalmente fértil, o toda casta de animales que
crece y engorda rápidamente...» Es algo que de inmediato nos trae a la mente
los productos químicos cancerígenos de la actualidad, los tomates insípidos y
el ganado atiborrado de hormonas.
El darvinismo no espoleó la duda moderna, pero la intensificó. Darwin, llevó
Esta nueva naturaleza engendrada por la ciencia a partir del hecho... (constituye) la base
de nuestra riqueza y la condición de nuestra salvación... es el vínculo que une en un todo
sólido regiones más extensas que cualquier imperio de la antigüedad; nos asegura contra la
reaparición de las pestilencias y hambrunas de épocas pretéritas; es la fuente de consuelos y
comodidades sin fin, que no son meros lujos, sino que conducen al bienestar físico y
moral.
quien usó la evolución para batir en brecha la Biblia, los milagros y la iglesia en general.
Huxley hizo mucho por popularizar el darvinismo en cuanto metafísica. La teoría de
Darwin no desencadenó la moderna crisis de conciencia. Las dudas profundas acerca de la
existencia de Dios y el sentido de la vida se remontan al siglo xviii. El darvinismo no fue el
comienzo de la alternativa científica a la vieja concepción del mundo de cuño medievalrenacentista. Fue la culminación de esta alternativa, dificultando al máximo la tentativa de
excluir a los seres humanos de la ley natural, inmutable y de-terminada. En su obra El lugar
del hombre en la Naturaleza, Huxley puso un gran empeño en relacionar la humanidad con
los monos vivientes, los animales inferiores y los fósiles ancestrales, mostrando que
ciertamente hemos evolucionado de las formas inferiores de vida, y que no es necesaria la
Creación. En manos de personas como Huxley, la ciencia se convirtió entonces, no en el
mero agente destructor de las ilusiones humanas, sino en una metafísica que ofrecía una
nueva clase de salvación a través de la misma ciencia. Huxley escribió que:
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
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a cabo una revolución newtoniana en biología, despojando a la Naturaleza de
su N mayúscula, reduciendo la evolución a la variación aleatoria y al triunfo
fortuito en la lucha por la supervivencia. Inaugurábase el comienzo de la
reducción de la naturaleza biológica a la naturaleza química, que había de
completarse con el descubrimiento del ADN. En psicología, el darvinismo
desemboca en la psicología de la adaptación. Una vez aceptada la evolución,
cabe preguntarse cómo la mente y la conducta, en cuanto distintos a los
órganos corporales, ayudan a cada criatura a adaptarse a su entorno. En
psicología, el último heredero del darvinismo es el conductismo; Skinner
modeló minuciosamente su teoría del aprendizaje animal sobre la variación, la
selección y la retención darvinistas. El darvinismo contribuyó, asimismo, a la
mecanización de la naturaleza humana. En uno de sus momentos de mayor
efusión, Huxley proclamó que con gusto aceptaría ser un mecanismo de
relojería, si a éste se le hubiese dado cuerda para pensar y actuar
correctamente. Es precisamente una imagen del hombre de este tipo la que
suministra una justificación a la proyección skinneriana de una Utopía
científica.
Fueron muchos, sin embargo, los que no pudieron aceptar el naturalismo o
se sintieron angustiados por él. El propio Huxley, en sus últimos escritos,
decía que el hombre era único entre los animales, porque gracias a su
inteligencia podía escapar del Proceso Cósmico natural y trascender la
evolución orgánica. Sentimientos como éste no eran infrecuentes, tanto entre
científicos como entre profanos, y ayudan a explicar la popularidad, antes y
después de la época de Darwin, de diversas orientaciones semi o
pseudocientíficas, basadas en la singularidad del hombre.
En las afueras de la Ciencia, y el Fin de Siécle
Seguidamente abordaremos tres movimientos que, en un primer momento,
parecen no estar relacionados: el mesmerismo, o creencia en que un fluido
imponderable, que impregna el universo, puede manipularse para curar ciertas
enfermedades; la frenología, o creencia en que las protuberancias de la cabeza
corresponden a facultades mentales bien desarrolladas y que no son sino la
expresión de las partes más pronunciadas del cerebro; y el espiritualismo, o
creencia en que existe un nivel de existencia independiente de las apariencias
materiales y que puede conocerse por medio de ciertas experiencias y
prácticas ocultas. De hecho, tales creencias están, sin embargo,
históricamente interrelacionadas; los partidarios de cualquiera de ellas casi
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siempre lo eran de las demás. Afloran combinadas de forma di-versa en la
psicología popular de andar por casa del siglo XIX. Dos de estos movimientos,
el mesmerismo y la frenología, contribuyeron, en última instancia, de modo
apreciable a la Psicología; y el tercero, el espiritualismo, fui tomado muy en
serio por numerosos científicos, y de forma muy des-tacada por William james.
Los tres guardan una estrecha relación con la forma en que la ciencia colmó
gradualmente el vacío dejado en el pueblo por el debilitamiento de la religión.
La fe en la ciencia comenzaba a reemplazar a la fe en la Iglesia. Al mismo
tiempo, los tres por igual, pero más en concreto el espiritualismo, sirvieron en
muchas ocasiones de consuelo para los que se sentían angustiados por el
materialismo naturalista. Tal angustia se intensificó después de 1859, en la
etapa finisecular, y hubo personalidades del pensamiento, entre ellas filósofos
y científicos, que se volvieron hacia lo oculto en busca de consuelo espiritual.
El mesmerismo: un embrión de ciencia popular
El término mesmerismo procede del nombre del fundador del movimiento,
Franz Anton Mesmer (1734-1815), médico vienés que atribuyó numerosas
enfermedades del cuerpo a un fluido impalpable que impregnaba todo el
universo. Mesmer creía que este fluido era vital para la actividad nerviosa del
cuerpo, y que los médicos podían curar diversas enfermedades manipulando el
fluido en el cuerpo del paciente. Mesmer empezó por usar imanes para extraer
el fluido fuera de las áreas afectadas, pero pronto llegó al convencimiento de
que el fluido se mostraba, en realidad, más susceptible al magnetismo animal
que al magnetismo mineral. Elaboró una complicada y extravagante terapia
para sus pacientes, que incluía, entre otras cosas, golpear las partes enfermas
del cuerpo con las manos o con una varita mágica, aplicar tinas de agua con
barras de hierro a los síntomas del paciente, y una «habitación de crisis»
dispuesta con colchones don-de se verificaban las curas de Mesmer,
transcurso de algo que se parecía a un acceso. Se especializó en lo que hoy
día llamamos enfermedades «funcionales», emanadas de causas puramente
psicológicas. Aunque ya entonces se sugirió que al menos algunas de las
curaciones eran resultado de la sugestibilidad del paciente, Mesmer se
resistió firmemente a esta suerte de hipótesis,. haciendo hincapié en su
teoría de los fluidos animales.
Ni .asno solo de los ingredientes del mesmerismo entrañaba novedad.
La curación de enfermedades, en apariencia físicas, por individuos iluminados se remonta por lo menos a los tiempos de jesús. Fue también
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practicada por contemporáneos de Mesmer, tales como Valentine
Greatraks en Inglaterra y johann Gassner en Alemania. La especialidad de
Greatraks era la escrófula, o Mal del Rey, llamada así porque se decía
que un toque del monarca la curaba. Si la práctica de Mesmer no era
nueva, tampoco' lo era la hipótesis de un inefable fluido universal. El éter,
fluido sutil, portador de ondas electromagnéticas y que definía el espacio
absoluto, ocupaba un puesto central en el universo de Newton. Toda una
estirpe de doctores de la alquimia habían creído en un fluido universal,
esencial para la salud, e incluso un químico tan moderno como Robert
Boyle atribuyó las curas de Greatraks a partículas invisibles que pasaban
del doctor al paciente.
La novedad del enfoque de Mesmer radicaba en intentar colocar tales
curaciones y su teorización sobre una base científica. Trató de convencer
a la medicina oficial, primero en Viena y después en París, de que sus
curas eran genuinas y que el magnetismo animal era real. Una y otra vez,
los médicos admitieron que Mesmer había realizado, al parecer, grandes
curaciones,' pero consideraron sus métodos demasiado estrafalarios y su
teoría de cabo a rabo acientífica. Algunos incluso llegaron a sugerir que
era un charlatán. El mesmerismo estaba demasiado cerca de lo oculto —
al servirse de trances, pases de manos mágicos y colgaduras en la
sesión—para satisfacer a ningún doctor newtoniano. Mesmer acabó por
cansarse de estos constantes desaires y de lo que consideró traiciones de
algunos de sus seguidores, y en 1784 abandonó París, para vivir el resto
de su vida apartado del movimiento qué había iniciado.
Dicho movimiento fue enormemente popular. En los años anteriores a la
Revolución Francesa se convirtió en una manía absorbente, acaparan-do
mucho más la atención del público francés que las vicisitudes de la Revolución.
Por toda Francia brotaron logias mesmerianas a lo largo de la década de 1780.
Mesmer reclutó al marqués de Lafayette como mecenas, y mantuvo una corta
correspondencia con George Washington. Mesmer y el mesmerismo parecían
llenar a entera satisfacción el vacío dejado por la influencia menguante de la
religión. La Ciencia era la cuestión de moda a finalesudel: siglo xviii y su
influencia aumentó en el xlx. La gente estaba ávida de un nuevo sistema de
certezas que sustituyeran a las antiguas. Mesmer brindaba, por lo menos, la
fachada de la ciencia —una teoría razonada sobre por qué se producían sus
curas, explicación que también abarcaba a los taumaturgos de la Antigüedad—
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. Y, sin embargo, al mismo tiempo la práctica de Mesmer se adornaba de un
disfraz místico y mágico, que resultaba más atractivo que el austero
racionalismo de la ciencia de Newton. En suma, Mesmer ofreció precisamente
la pseudociencia adecuada para captar la atención de su época. Era lo
bastante científica para ganarse al nuevo racionalismo, aunque también lo
bastante espiritul para satisfacer igualmente las necesidades religiosas
latentes. Si Mesmer fue o no asimismo un charlatán es cuestión muy difícil de
elucidar. Cierto es que exigió una obediencia absoluta de sus seguidores, a fin
de que no traicionaran su invento. Pero algo parecido hizo Freud. Sus
sesiones, dé trata-miento eran espectáculos espeluznantes, con Mesmer
ataviado de ropas de mago y esgrimiendo una varita de hierro. Al final de su
vida, . Mesmer derivó hacia el ocultismo puro, utilizando el magnetismo animal'
para explicar la clarividencia, la telepatía y la precognición. Con todo, Mesmer
se esforzó siempre por convencer a la medicina oficial, inclúso si ello no le
deparaba más que ridículo. Mesmer fue a la vez un charlatán :y.un adelantado
de la psicología anormal.
En el centro del mesmerismo yacía un instrumento útil para el tratamiento de las neurosis. Mesmer curó a mucha gente de un amplio
espectro de síntomas histéricos, desde la ceguera histérica a dolores
misteriosos. Borró las pistas de las causas de sus curaciones con las
galas de la sesión y la teoría del fluido universal. Sin embargo, lo que
resultaba básico en las curas de Mesmer era el trance que era capaz de
inducir en sus pacientes. En dicho trance podía dirigir sus acciones y
realizar una curación. Aunque Mesmer atribuyó el trance al magnetismo
animal. resultó claro, incluso para algunos de sus seguidores, que
sucedía algo más simple. El trance se debía al control psicológico de una
persona sobre otra, más que al paso de un fluido invisible de un cuerpo a
otro.
Una vez obtenida esta visión clara del problema, fue posible extraer el
trance del contexto místico de que le había revestido Mesmer, y cunvertirlo en un instrumento para el médico ordinario. El mesmerismo se había
convertido en hipnotismo.
Semejante transformación se produjo en Francia, escenario de los mayores éxitos de Mesmer y de las denuncias más graves contra él; y en Inglaterra, apenas influida por la manía mesmerista. En 1825 la Real Academia Francesa de Ciencias decidió examinar nuevamente el
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
A finales de la década de 1830 el magnetismo animal fue importado a
Inglaterra por el barón Dupotet de Sennevoy, quien presidió una serie de
exhibiciones magnéticas. Estas captaron la atención de un médico joven, radical
e innovador, llamado John Elliotson (1791-1868). Este empezó a utilizar el
magnetismo a la vez como cura para diversas enfermedades y como
anestésico en las operaciones quirúrgicas. Como Mesmer, Elliotson fue
expulsado finalmente de la medicina oficial por sus convicciones. Fundó una
revista dedicada al magnetismo animal y a la frenología y alentó a otros médicos
a utilizar el magnetismo en su práctica profesional. James Esdaile (1808-1859)
fue otro médico inglés perseguido, que intentó aplicar el mesmerismo,
especialmente como anestésico. A despecho de su popularidad entre los
nativos de la India, donde trabajó, el gobierno le negó apoyo para su hospital
mesmérico. En un aspecto, Esdaile permaneció demasiado próximo a Mesmer,
sosteniendo en Clarividencia natural y mesmérica que la «condición esencial del
estado mesmérico es la transmisión de materia nerviosa extraña [según
Esdaile, un fluido] al cerebro del paciente desde el cerebro del agente». Sin
embargo, la vieja teoría del fluido de Mesmer resultaba cada vez menos
plausible en el siglo xix, a medida que se iba conociendo la naturaleza eléctrica
de la conducción nerviosa.
La transformación del mesmerismo fue consumada por James Braid (17951860), quien lo llamó neurohipnotismo, o más brevemente hipnotismo, del
griego hypnos, que significa sueño. Braid consideraba que el estado hipnótico
era un «sueño nervioso». En un principio, se mostró escéptico con respecto al
mesmerismo, pero sus propias investigaciones le convencieron de que los
fenómenos tenían una base ciertamente real, aunque la teoría del magnetismo
animal fuese incorrecta. En Neurohipnología, Braid escribió: «Los fenómenos del
mesmerismo se explican en base al principio de un trastorno del estado del
centro cerebroespinal... inducidos por una mirada fija, el absoluto reposo del
cuerpo [y] la atención fija...» El estado hipnótico, según Braid, depende «de la
magnetismo animal, y su informe, hecho público en 1831, demostró
mucha más comprensión de la que Mesmer había recibido a lo largo de
toda su vida. En ausencia de la atrabiliaria personalidad de Mesmer y de
su teoría esotérica, el trance magnético podía ser contemplado, de forma
más objetiva, como un estado mental insólito, pero real, aprovechable por
los doctores y merecedor de investigaciones más profundas.
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condición (mental) física y psíquica del paciente... y en absoluto de la voluntad
o los pases del hipnotizador, que emitiría no se sabe bien qué fluido magnético,
o pondría en actividad algún fluido místico o médium universales». Braid
rescató el ,hipnotismo del ambiente ocultista del mesmerismo y lo incorporó a
la medicina científica. Pero el propio Braid encontró oposición en la medicina
oficial. El desarrollo de los anestésicos químicos hizo que el uso de la hipnosis
en la cirugía resultara innecesario, e incluso en la actualidad todavía no ha conseguido desprenderse por completo de sus connotaciones ocultistas.
En Francia, el hipnotismo logró abrirse paso como método de trata-miento
de la histeria. En este contexto, surgieron dos teorías acerca de la naturaleza
del trance hipnótico. A. A. Liebeault (1823-1904) inauguró una escuela de
pensamiento en Nancy, Francia, que fue continuada por su discípulo Hippolyte
Bernheim (1837-1919). La Escuela de Nancy sostenía que el estado hipnótico
era una intensificación de ciertas tendencias presentes en el sueño o en la
vigilia ordinaria. Algunas acciones, incluso de índole compleja, son
automáticas: todos respondemos impulsivamente a ciertas sugestiones; todos
producimos alucinaciones en sueños. Según la Escuela de Nancy, durante la
hipnosis la voluntad consciente pierde su estrecho control habitual sobre la
percepción y la acción, y las órdenes del hipnotizador se transmiten inmediata
e inconscientemente a la acción o la percepción alucinatoria. La escuela rival
del hospital de la Salpatriére, en París, sostenía que, dado que la sugestión
hipnótica podía utilizarse para eliminar síntomas histéricos, el estado hipnótico
tiene que ser por fuerza un estado completamente anormal, que sólo se da en
pacientes histéricos. Tanto la hipnosis como la histeria se consideraban como
una prueba de la existencia de un sistema nervioso patológico. El principal
portavoz de la Escuela de la Salpétriére fue Jean Martin Charcot (1825-1893),
bajo cuya dirección estudió Freud durante varios meses. Con la llegada de
Freud, el estudio del hipnotismo se convirtió en parte integrante de la
psicología del inconsciente, pues aquél utilizó la hipnosis en sus primeras
actividades como psicoterapeuta. Debe señalarse que el desarrollo posterior
ha venido a apoyar el concepto de hipnosis de la Escuela de Nancy, pero que
actual-mente todavía permanece sin elucidar la naturaleza exacta del estado
hipnótico, e incluso su existencia misma como estado mental distinto.
Volviendo a Braid, comprobamos que en II el hipnotismo aparece
vinculado a otra de nuestras tres ciencias marginales: la Frenología. Braid
practicó lo que él llamaba frenohipnosis, convencido de que en un trance
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Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
Primera Psicología Fisiológica: la Frenología
Hasta ahora, al ocuparnos de la historia de la Psicología, hemos visto que
ésta formaba parte de la Filosofía. Incluso los médicos-psicólogos ocasionales
basaban generalmente su psicología sobre principios filosóficos, y no
fisiológicos. Hartley es buen ejemplo de ello. Erigió su psicología sobre los
principios de la filosofía asociacionista y únicamente se limitó a apuntalarla con
la teoría especulativa de Newton sobre la función nerviosa.
La separación entre los aspectos fisiológico y filosófico de la psicología de
Hartley fue tan tajante que su seguidor, Priestley, llegó a publicar una edición
de las Observaciones sobre el hombre, de Hartley, que omitía toda la fisiología.
Hartley deseaba crear una psicología que combinara la filoso-fía y la fisiología,
pero la filosofía era a todas luces dominante.
Constituyó el logro de Franz Joseph Gall (1758-1828) invertir tal relación.l Gall
fue una personalidad poco común, ya que se tomó en serio la idea dé que el
cerebro es el asiento del alma. No puede decirse que la idea fuese nueva:
Platón creía en ella; los científicos helenísticos de Alejandría la demostraron;
los psicólogos medievales de las facultados localizaron cada facultad en un
sitio diferente del cerebro. Sin embargo, fuera de alentar el materialismo, el
concepto apenas influyó en el pensamiento psicológico. Las localizaciones
asignadas a las facultades en la Edad Media se basaban en un análisis previo
de la mente, y no del cerebro, y la psicología filosófica nada había hecho por
cambiar esta situación. Gall, en cambio, afirmó que el cerebro era el órgano
específico de la actividad mental, en idéntica forma que el estómago es el
órgano de la digestión y los pulmones el órgano de la respiración. En
consecuencia, el estudio de la naturaleza humana debía empezar por aquellas
funciones del cerebro que dan pie al pensamiento y la acción, y no por
averiguaciones abstractas e introspectivas sobre la mente.
El trasfondo filosófico de los trabajos de Gall lo constituía el empirismo
francés, y en particular el sensacionismo de Condillac. Gall formuló varios
reproches contra el enfoque filosófico de la psicología (Young, 1970). En
primer lugar, los empiristas proclamaban que la experiencia era la base
adecuada de la ciencia; sin embargo, su propia psicología, la ciencia de la
naturaleza humana de Hume, era de cabo a rabo especulativa, sin la menor
hipnótico se podían manipular diferencialmente las diversas facultades mentales, localizadas, segun la frenología, en las diferentes partes del cerebro.
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referencia a la conducta objetiva o al cerebro que la controla. Además, las
categorías de análisis usadas por los philosophes eran «meras
abstracciones». Ninguna de las facultades enumeradas por los filósofos —
como la memoria, la atención y la imaginación— eran lo bastante específicas
para explicar la conducta humana real y las diferencias individuales concretas.
En Sobre las funciones del cerebro, Gall escribió: «¿Cómo vamos a explicar,
por la sensación en general, por la atención (etc.)... el origen y ejercicio del
principio de propagación; el del amor a la prole, el del instinto de apego?
¿Cómo explicar por todas estas generalidades los talentos para la música, la
mecánica, el sentido de las relaciones espaciales, la pintura, la poesía, etc...?»
Las facultades de los filósofos existen, pero «no son aplicables al estudio
detallado de una especie o de un individuo. Todo hombre, excepto un idiota,
disfruta de todas estas facultades. Pero todos los hombres no tienen el mismo
carácter intelectual o moral. Tenemos necesidad de facultades cuya diferente
distribución determine las diferentes especies de animales, y cuyas diferentes
proporciones expliquen las diferencias entre individuos» (Young, 1970).
Resumiendo, los conceptos de los filósofos son inútiles para las concretas
investigaciones empíricas que la ciencia requiere.
Las ideas de Gall le llevaron a entrar en conflicto con los filósofos
empiristas de una manera definitiva. Condillac había intentado derivar cada
facultad de la mente a partir de la sensación. Gall, en cambio, consideran-do
que el cerebro es el órgano de la mente, procedió a concluir que cada una de
sus facultades era innata, asentada en una región particular del cerebro. El
enfoque de Gall implica también una psicología comparativa. Dado que los
cerebros de las especies difieren a lo largo de la Gran Cadena del Ser (Gall
escribía antes de Darwin), lógicamente las facultades correspondientes deben
ser distintas. De hecho, Gall y sus seguidores llevaron a cabo estudios
comparativos para apoyar esta argumentación.
'El problema para Gall consistía, pues, en establecer la correlación entre
funciones conductuales específicas y regiones concretas del cerebro. Aunque
llevó a cabo estudios anatómicos detallados del cerebro y el sistema nervioso,
consideró que las técnicas de su época eran demasiado toscas para
responder a las cuestiones que él planteaba y, al mismo tiempo, sintió
escrúpulos morales a la hora de experimentar con animales vivos, pero
«martirizados». El método de Gall, por ello, fue diferente. Pensó que las
facultades de vigoroso desarrollo se corresponderían con las partes del ce-
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
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rebro desarrolladas vigorosamente. Aquellos «órganos» que se corresponden
con las facultades bien desarrolladas en el cerebro serían mayores que
aquellos otros que se corresponden con las facultades menos desarrolladas, y
su dimensión relativa se acusaría en el cráneo en forma de protuberancias
que recubrirían el órgano desarrollado] Empíricamente, pues, el método de
Gall intentaba demostrar que las personas que poseen ciertos rasgos destacados tendrían cráneos con protuberancias sobre los órganos correspondientes del cerebro, y que los rasgos débiles correrían parejos con órganos
cerebrales y regiones craneales no desarrollados. Aunque, en concreto, la
hipótesis de Gall era algo nuevo, la idea de que los rasgos de la personalidad
se delatan en el físico y el rostro era tan vieja como la antigüedad.
La teoría de Gall ha sido esquematizada por Young (1970) tal y como
aparece en la figura 6-2:
Figura 6-2. La teoría de Gall sobre la mente, el cerebro y la conducta. (Adaptado
de R. M. Young, Mind, braln and adaptation in the nineteenth century, Oxford University Press, 1970, p. 36.)
Así, pues, Gall podía observar las conductas singulares de las personas y
ponerlas en correlación con sus prominencias craneales. Sobre la base de
tales observaciones, Gall estableció una larga lista de facultades, que incluía
facultades tales como la destructividad, la amistad y el lenguaje, cada una de
ellas localizada en una determinada región del cerebro. La destructividad, por
ejemplo, se localizaba justo encima del oído. Los seguidores posteriores de
Gall ampliaron su lista para incluir facultades tales como la Veneración, cuya
existencia se creía demostraba que Dios debe existir para poder ser objeto de
veneración.
Se han mencionado ya ciertos rasgos conceptuales inherentes al enfoque
de Gall: fue innatista; comparó a los hombres con otros animales; fue
materialista, aunque el propio Gall luchó contra esta tendencia. La psicología
de Gall fue también conductista, más que introspectivista. Su sis-tema se basó
antes en la observación de las conductas y de las protuberancias del cráneo,
que en la introspección de su propia mente. La psicología de Gall fue, por ello,
la primera psicología objetiva. En un sentido más general, la psicología de Gall
fue una psicología funcional, interesada en cómo la mente y su órgano, el
cerebro, adaptan en concreto a una persona o animal a sus exigencias
cotidianas. La psicología filosófica se preocupaba más por los grandes
problemas de la epistemología. Por último, la psicología de Gall fue una
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La rebelión contra el materialismo: espiritualismo e investigación psíquica
Aunque la doctrina materialista y la religión positivista avivaran nuevos
entusiasmos en los partidarios del cientismo, fueron muchas las personas que
sintieron desazón, e incluso repugnancia ante ellas. La crisis del naturalismo
cobró acentos más dramáticos después de que Huxley proclamara que los
hombres eran solo monos bien desarrollados. La religión parecía muerta; la
perspectiva de un alma inmortal, reducida a la nada. Por ello, sobre todo
después de 1859, muchas personas dadas a la reflexión, incluidos científicos
psicología de las diferencias individuales. Rechazó explícitamente el estudio de
la mente adulta general en favor del estudio de cómo difieren las personas.
La concepción de Gall apunta hacia dos direcciones, una científica y otra
ocultista. En su vertiente científica, inspiró a los psicólogos de orientación
experimental más acusada a investigar la localización de las funciones
conductuales en áreas concretas del cerebro. De mano de éstos, el sistema de
Gall salió muy malparado. Sus localizaciones específicas se consideraron
erróneas. Peor aún, los presupuestos básicos de que la dimensión del órgano
cerebral se corresponde con el vigor de la facultad y de que las protuberancias
craneanas se amoldan a la forma del cerebro, se revelaron carentes de
fundamento. El sistema en su totalidad fue objeto de un violento rechazo en
tanto que pseudociencia, que, como la astrología, atraía únicamente a la
crédula sociedad de legos.
El atractivo para la sociedad profana manaba del otro sesgo —el sesgo
ocultista— que tomaron las ideas de Gall. Su colega más próximo, Johann
Gaspar Spurzheim (1776-1832), quien acuñó el término frenología, que Gall
rehusó aceptar, popularizó el concepto incorporándolo al contexto general de
una filosofía optimista de la vida. En manos de Spurzheim, la frenología se
convirtió en la nueva psicología popular, y su inventor pretendió reformar la
educación, la religión y la ciencia penal. Sus actividades misioneras le llevaron
a los Estados Unidos, donde el terreno estaba más abonado para la frenología.
Murió poco después de llegar, pero su obra fue continuada por el frenólogo
inglés George Combe. La historia de la frenología en los Estados Unidos
pertenece al capítulo sobre la psicología de la adaptación, donde veremos que
precisamente aquellos rasgos de la frenología que atraían al norteamericano
medio fueron también los que aseguraron el éxito de la psicología evolucionista
en Norteamérica.
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
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famosos, se volvieron hacia la ciencia misma en busca de la seguridad de que
en la vida humana había algo más que máquinas corporales y cerebrales.
«El descubrimiento de que en el hombre hubiera una vida independiente de
la sangre y del cerebro sería un hecho cardinal y determinante en toda ciencia
y en toda filosofía.» Así escribía Frederic Myers (1843-1901), el investigador
psíquico más destacado del siglo xix. Ya desde niño Myers se sentía
espantado ante la idea de no vivir eternamente. Este temor se intensificó
cuando, como muchos victorianos, perdió su fe religiosa duran-te su
educación. Conoció al filósofo Henry Sidgwick, quien le animó a que buscara
pruebas científicas de la inmortalidad. También Sidgwick había perdido la fe,
pero estaba profundamente convencido de que la ética exigía la inmortalidad
personal como correctivo del mal existente en la tierra. Myers recogió el
guante de Sidgwick, dedicándose a allegar una enorme cantidad de datos
pertinentes. Sidgwick y Myers fundaron la Sociedad para la Investigación
Psíquica, y en 1882 su revista publicó los descubrimientos de Myers. También
fueron publicados póstumamente en dos volúmenes en 1903.
Como simple catálogo de fenómenos psicológicos insólitos, La personalidad
humana y su supervivencia a la muerte corporal de Myers se ganó el respeto de un
psicólogo de la talla de William James, quien precisa-mente en una ocasión
fue presidente de la Sociedad para la Investigación Psíquica. Aunque su título
hace pensar en una colección de cuentos de fantasmas, de hecho en él Myers
pasa revista a todo el ámbito de la psicología anormal, desde el sueño y la
histeria a los mensajes de espíritus difuntos. En enfoque con que Myers
aborda su problema es psicológico. Fue el primer escritor inglés que divulgó
los primeros estudios de Freud sobre la histeria. La histeria era un fenómeno
importante para Myers, ya que de-muestra el poder de la actividad puramente
mental sobre el cuerpo cuando los síntomas físicos son causados por
trastornos psicológicos (véase el capítulo 8).
En verdad, Myers se centró precisamente en lo que a Freud le parecía más
instructivo en sus primeros casos: en que los síntomas de un histérico
expresan los deseos inconscientes que el paciente no quiere admitir en la
conciencia. Como Freud, Myers formuló una teoría del inconsciente al que
llamó el yo subliminal. En la concepción freudiana, el inconsciente suponía
una afrenta al orgullo humano, al poner de manifiesto los abismos irracionales,
impulsivos y espantosos que subyacen en el pensamiento consciente, racional
y discursivo. Por el contrario, la concepción de Myers del yo subliminal era
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Inquietud finisecular
No es sorprendente que los tres movimientos que acabamos de analizar
formen un grupo bien definido. Cada uno de ellos posee algo de ciencia: el
romántica, platónica, optimista y progresista. Cierto que el yo subliminal —
argüía Myers— es irracional, pero nos fa-culta para ponernos en comunicación
con el mundo espiritual, que trasciende del material. La existencia del yo
subliminal demostraba para Myers la separabilidad del alma y la materia. Abría
la perspectiva de una evolución no sólo material, en la que el individuo
desempeña un papel mínimo, sino también de una evolución espiritual y
cósmica, donde cada alma se perfecciona a sí misma eternamente,
actualizando las facultades mentales obstaculizadas por nuestros cuerpos
animales. Debemos concluir que, aunque Myers investigó científicamente los
fenómenos espiritualistas —y se mostró tan escéptico con respecto a los
médiums como se pueda imaginar—, su búsqueda científica estuvo guiada
realmente por una concepción del cosmos neoplatónica y ocultista.
Myers parecía a veces un naturalista huxleyano, como cuando escribía: `La
autoridad de los credos y las Iglesias será reemplazada por la autoridad de la
observación y el experimento.» La investigación psíquica, sin embargo, no fue
bien acogida en el círculo de Huxley. El propio Huxley (1 8 71 ) se mostró
sarcástico, al equiparar «el hablar del mundo espiritual» a «chácharas de
viejas y curas», diciendo de ambas cosas: «No me interesan.» A pesar de esta
hostilidad, los intelectuales de la Sociedad para la Investigación Psíquica
siguieron adelante, y a nivel popular el espiritualismo casi se convirtió en una
manía al filo del cambio de siglo. Tan pronto como los detractores —por
ejemplo, los prestidigitadores Harry Houdini y John Maskelyne—,
desenmascaraban a los médiums impostores, surgían otros nuevos. La
dialéctica entre pretensiones paranormales e impugnación escéptica continúa
en la actualidad, como queda ilustrado por la polémica desatada en torno a
personas como Uri Geller. La investigación psíquica, bautizada actualmente
con el nombre de parapsicología, prosigue hoy día en revistas eruditas y
programas de investigación académicos, al tiempo que en las facultades
proliferan cursos sobre el tema. Con todo, es un tema todavía más en
entredicho que el hipnotismo, y su simple mención pone incómodos a la
mayoría de los psicólogos. Su existencia y atractivo son, sin embargo,
innegables.
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mesmerismo, en cuanto instrumento médico; la frenología, como mapa de las
facultades cerebrales; la investigación psíquica, como estudio de los estados
mentales anómalos. Al mismo tiempo, cada uno de ellos entraña algo de
religión: el mesmerismo reproduce el trance extático del santo o el místico; la
frenología brindaba una guía para la vida moral; los médiums ofrecían pruebas
de una vida situada más allá de lo físico. En 1852 un autor anónimo vinculó
estos tres movimientos con la homeopatía, el vegetarianismo y la hidropatía,
configurando con el conjunto un «Puritanismo Físico» para una «época de
reformadores fisiológicos». La ciencia ofrecía una nueva moralidad. Nada
ilustra mejor el estado de postración de la religión ortodoxa y el influjo de la
ciencia en el siglo xIx que estos movimientos ocultistas. El materialismo ateo
suponía una carga demasiado pesada para la mayoría de las personas. El
abismo amoral de Sade y el mundo sin sentido del existencialista asustaban.
En consecuencia, se recurría a la ciencia en busca de certezas
tranquilizadoras sobre cuestiones en las que el Cristianismo carecía ya de
credibilidad (Webb, 1974).
Que los tres movimientos podían ser asumidos a la vez por cualquier
científico victoriano, no importa cuál fuese su eminencia, lo prueba el caso de
Alfred Russell Wallace, codescubridor de la evolución. De joven, Wallace había
estado expuesto al influjo de la frenología y el mesmerismo. Más tarde, utilizó
la frenología como argumento probatorio de que la evolución de la humanidad
había dejado de ser física, para ser en la actualidad mental. Creía asimismo
que la frenología sería la psicología del siglo xx. Wallace practicó el
mesmerismo, que, según él, aumentaba los poderes telepáticos y de
clarividencia. En torno a 1865 Wallace asistió a una sesión y se convirtió al
espiritismo, escribiendo una serie de libros que daban cuenta de sus
investigaciones sobre los médiums y proclamando una nueva filosofía de la
vida. Finalmente, llegó a la conclusión de que una mente divina estaba
dirigiendo la evolución, conclusión que dejó a los huxleyanos preocupados por
la salud mental de Wallace.
Wallace no fue el único en sentir consternación ante el nuevo mundo del
naturalismo. Myers (1903) resumió los sentimientos de muchas de las
personas que vivían al filo del cambio de siglo, cuando habló de «la profunda
inquietud de nuestra época. Nunca, quizá, la satisfacción espiritual del hombre
fue tan pequeña en relación a sus necesidades. El sustento que proporcionaba
el viejo mundo, por muy bien administrado que esté, resulta harto poco
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Una contribución de la Astronomía:
el análisis cronométrico de los procesos mentales
Una importante función de la Astronomía es precisamente trazar el mapa
de las estrellas. Hasta la llegada de los modernos métodos mecánicos y
fotográficos, gracias a los cuales el astrónomo apenas si tiene que mirar a
través del telescopio, la localización precisa de las estrellas dependía de la
habilidad del astrónomo para anotar el momento exacto en que una estrella
pasaba directamente por la vertical del observador, señalada por un solo
filamento cruzado en el campo de visión del telescopio. En uno de los métodos
primitivos más comunes, el astrónomo anotaba la hora exacta que marcaba un
reloj cuando la estrella entraba en el campo de visión, y después contaba los
tictacs que daba el reloj hasta que la estrella atravesaba el filamento cruzado.
El anotar con precisión el momento exacto de tránsito era esencial, pues
errores mínimos se traducirían en inmensas distancias interestelares al calcular
las posiciones exactas de las estrellas en la galaxia.
En 1795 un ayudante de astrónomo del observatorio de Greenwich perdió
Dentro del clima intelectual general del siglo xix, ciertos desarrollos
específicos en diversas áreas realizaron contribuciones importantes a la
naciente ciencia de la Psicología.
Progresos al margen de la Psicología
HACIA LA CIENCIA DE LA PSICOLOGIA
suculento para el apetito contemporáneo». Hay, proseguía Myers, un WeltSchmerz (dolor cósmico) subyacente, un declinar de cualquier creencia real en la
dignidad, el sentido y la infinitud de la vida». Tanto los movimientos ocuitistas
como el socialismo agresivo fueron res-puestas a la crisis. Una rama particular
de la psicología se vio reforzada por el malestar de finales de siglo: las
psicologías de lo irracional. La cara oculta de la naturaleza humana se hizo
evidente a filósofos, sociólogos y psicólogos. Por tanto, debemos los orígenes
y la popularidad del psicoanálisis —la psicología del inconsciente— a los
mismos sentimientos que llevaron a las personas a aferrarse al mesmerismo, la
frenología y el espiritismo. Como dichos movimientos, el psicoanálisis brindaba
una vía de acceso a la parte ignota del hombre, consejos prácticos y una
esperanza de salvación, al menos por lo que se refiere a este mundo.
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su trabajo cuando su superior descubrió que sus propios tiempos de tránsito
eran alrededor de 0,5 segundos inferiores a los de su ayudante. Claro está
que el astrónomo titular daba por sentado que su propio tiempo era el correcto
y que su ayudante se equivocaba. Años más tarde, este incidente llegó a
conocimiento del astrónomo alemán F. W. Bessel (1784-1846), quien empezó
a comparar sistemáticamente los tiempos de tránsito de diferentes
astrónomos. Bessel descubrió que todos los astrónomos diferían en la
velocidad con que registraban los tránsitos. Para enmendar tan grave
actuación, Bessel construyó «ecuaciones personales», de suerte que las
diferencias entre los astrónomos se anularan mutuamente en los cálculos
astronómicos. Por ejemplo: la «ecuación personal» de los dos astrónomos de
Greenwich sería Ayudante-Titular = 0,5 segundos. Las observaciones de
cualquier par de astrónomos podrían ser comparadas mediante estas
ecuaciones, que reflejan sus tiempos de reacción personales y, en
consecuencia, cabría corregir adecuadamente los cálculos de las posiciones
de las estrellas. Por desgracia para los astrónomos, el uso de las ecuaciones
personales partía del supuesto de que las diferencias individua-les eran
estables, lo cual se reveló como falso. De hecho, experimentos con estrellas
artificiales de tiempos de tránsito conocidos demostraron que, a veces, los
observadores «veían» que la estrella atravesaba el filamento cruzado antes de
que ello ocurriera. Sólo la creciente automatización de la observación pudo
eliminar estos problemas.
Mientras tanto, los experimentos sobre el tiempo de reacción habían sido
inventados de modo independiente por el gran físico alemán Hermann von
Helmholtz, en respuesta a un problema muy diferente: el de la velocidad de la
conducción nerviosa. En 1850 Helmholtz estimuló el nervio motor de la pata de
una rana en puntos próximos y alejados del propio músculo, midiendo el
tiempo que éste tardaba en responder. Antes de la investigación de Helmholtz,
existía la idea ampliamente difundida de que los impulsos nerviosos se
transmitían a velocidades instantáneas, o al me-nos inconmensurablemente
rápidas. Helmholtz estimó que la velocidad era de sólo 26 metros por
segundo.
Estas dos líneas de investigación sobre pi tiempo de reacción confluye-ron
en la obra de F. C. Donders (1818-1889), un fisiólogo holandés. Donders se
percató de que el tiempo que media entre un estímulo y la respuesta al mismo
podía utilizarse para cuantificar objetivamente la velocidad de los procesos
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La Psicofísica: primer programa de investigación de la Psicología
El decano de los historiadores de la Psicología, E. G. Boring, fecha la fundación de
mentales. Helmholtz había medido la variedad más simple de reacción
estímulo-respuesta (E-R), mientras que los astrónomos habían investigado, con
otros propósitos, procesos mentales tales como el juicio. La contribución específica de
Donders consistió en servirse del tiempo de re-acción para inferir la acción de los
procesos mentales complejos. Así, por ejemplo, .cabía medir la respuesta simple de
presionar una llave por porte de una persona ante un solo estímulo, un golpe suave
en el pie. Ello constituye un tiempo de reacción simple. Sin embargo, se puede
pedir al sujeto que presione la llave con la mano izquierda cuando el pie izquierdo
recibe el golpe, y con la derecha cuado lo recibe el derecho. Es obvio que también en
este caso se trata de una reacción simple, pero además el sujeto debe discriminar qué
pie recibe el golpe y elegir qué respuesta ha de dar. Si la reacción simple necesita, por
ejemplo, 150 milisegundos para realizarse, y el experimento de discriminación y
elección requiere 230 milisegundos, Donders infería de ello que las acciones mentales
de elección y discriminación insertadas en la reacción simple deben necesitar 230
milisegundos — 150 milisegundos = 80 milisegundos. Esto parecía brindar un método
objetivo de medir los procesos fisiológicos y mentales, y fue bautizado con el nombre
de cronometría mental.
Este método fue, al principio, adoptado por Wundt, utilizándolo ampliamente los
primeros psicólogos mentalistas. Precisamente porque era un método cuantitativo,
contribuyó a afirmar el rango científico de la psicología experimental, diferenciándola de
la psicología cualitativa de raíz filosófica. Sacó a la mente del sillón de meditaciones y
la llevó al laboratorio. Desgraciadamente, surgieron infinitas dificultades a la hora de
aplicar la cronometría mental, y ésta se había precipitado en una vía muerta a
comienzos del siglo xx. Una de las dificultades estaba implícita en lo que originó su
descubrimiento por parte de los astrónomos: el problema de las diferencias
individuales. Estas desconcertaron profundamente a Wundt, el psicólogo de la mente
general, pero fascinaron a su discípulo norteamericano J. M. Cattell. Con la llegada del
conductismo, la mayoría de los psicólogos desplazaron su atención de los
experimentos sobre el tiempo de reacción al aprendizaje. No obstante, cuando surgió
la psicología cognitiva en la década de 1960, la cronometría mental experimentó un
renacimiento, ya que los cognitivistas buscaban procedimientos para deducir la naturaleza temporal de procesos mentales inferidos tales como el juicio, el razanamiento, la
memoria y el reconocimiento de patrones.
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
la psicología experimental en 1860, año de publicación de un libro llamado Elementos
de Psicofísica, cuyo autor era un físico retirado, Gustav Theodore Fechner (18011887). La tesis de Boring reposa sobre el hecho de que Fechner concibió y llevó a
cabo la primera investigación sis-temática en psicología experimental —investigación,
además, que produjo leyes matemáticas—. Antes que Fechner, los filósofos habían en
su mayo-ría supuesto, siguiendo a Kant, que la mente no podía ser objeto de experimentación ni de escrutinio matemático. Fechner demostró que tales su-puestos eran
falsos. Ciertamente, las dificultades parecen a primera vista inmensas. En física, nos es
dado manipular los objetos y observar lo que hacen, y podemos medir su posición y su
impulso, formulando leyes matemáticas que pongan en mutua relación tales variable
(como la ley newtoniana, que relaciona la fuerza de gravitación con el inverso del
cuadrado de la distancia). Por el contrario, las mentes son entidades privadas, .y, no
hay instrumentos susceptibles de aplicarse a las experiencias conscientes.
La grandeza de Fechner consistió en superar estos problemas. Se dio cuenta de
que el contenido de la conciencia puede manipularse por medio del control de los
estímulos a los que una persona está expuesta. Semejante control posibilita el
experimento mental. Podemos hacer que una persona levante objetos de peso
conocido, que preste oído a tonos de altura e intensidad conocidas, etc. Incluso así,
¿cómo medir las experiencias conscientes resultantes, o sensaciones? No podemos
atribuir un número. a la sensación de un tono o un peso. Fechner advirtió la dificultad,
y la sorteó cuantificando las sensaciones indirectamente.jPodemos pedir al sujeto
que diga cuál de dos pesos es mayor, cuál de dos- fonos es más fuerte. Variando
sistemáticamente tanto los valores absolutos de pares de estímulos como la
diferencia entre ellos, y observando cuándo los sujetos pueden o no distinguir estos
pares, cabe cuantificar indirectamente la sensación. De aquí que podamos relacionar
matemáticamente la magnitud del estímulo (R) con la fuerza de la sensación
resultante (S). Sería de esperar que la sensación variase directamente con el
estímulo, pero Fechner descubrió que esto no sucede. En su lugar, estableció que S
= k log. R (donde k es una constante). Es decir, que las diferencias de estímulo son
más fáciles de detectar cuando ambos estímulos son de intensidad absoluta
moderada, que cuando revisten una intensidad absoluta alta (sería, por ejemplo, más
fácil distinguir un peso de 10 onzas de otro peso de 11 onzas, que un peso de 10
libras de otro de 10 libras y una onza)
El enfoque de Fechner no carecía de precedentes. El método básico
de'edir a los sujetos que distingan entre diferencias de estímulo había sido
explorado con anterioridad por el fisiólogo E. H. Weber (1795-1878). La idea
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Acercamiento de la Fisiología a la Psicología: las f unciones del cerebro
Gall, con su sistema de frenología, había sido el primero en tomarse en
serio la idea de que el encéfalo es el órgano de la mente. Por ello, investigó en
detalle la relación entre órgano cerebral y facultad mental. Las investigaciones
de Gall desataron un vendaval de polémicas en fisiología, obligando a los
fisiólogos a realizar experimentos con el encéfalo para des-cubrir exactamente
cómo funciona y qué hace. Estos experimentos discurrieron, primero, por
caminos alejados de la frenología, para seguidamente emprender el retorno a
una «nueva frenología», conforme los fisiólogos quitaron importancia y, a
renglón seguido, descubrieron la localización de las funciones cerebrales.
El mayor crítico de Gall fue un destacado fisiólogo francés, Jean-Pierre-
de tratar las sensaciones como estados conscientes que varían
cuantitativamente se remonta a las mónadas de Leibniz y a sus doctrinas de
la pequeña percepción y la apercepción. Esta línea de pensamiento había
sido elaborada ulteriormente por el filósofo alemán Herbart (véase el apartado
sobre el progreso en Filosofía). Fechner siguió a ambos, al admitir la
existencia de sensaciones inconscientes —o, como él las llamaba, negativas— que no atraviesan. el umbral de la conciencia. La motivación inmediata del trabajo de Fechner fue el problema mente-cuerpo. Fechner sostuvo
una posición de doble aspecto, pensando que la mente y el cerebro son
simplemente dos aspectos de la misma realidad subyacente, y, por tanto, que
los estímulos físicos y las sensaciones subjetivas deben estar relacionados
funcionalmente. Fechner confiaba en que su psicofísica resol-vería el
problema mente-cuerpo.)
Fechner no es el fundador de la ciencia de la Psicología, porque, a diferencia de Wundt, no contribuyó a labrar una posición y un rol social-mente
reconocidos para los psicólogos. De todas formas, sí fundó la psicología
experimental, ya que sus métodos, ampliados para abarcar algo más que
sensaciones, ocuparon un lugar central en la psicología experimental de la
conciencia de Wundt. En los experimentos de Wundt, las condiciones
estimulares antecedentes estaban controladas, como en los de Fechner, y los
datos se obtenían a medida que los sujetos comunicaban el contenido
consciente resultante. No fue este el único método de Wundt, pero sí uno de
los más importantes, y el que la mayoría de sus discípulos se llevaron consigo
al abandonar su laboratorio.
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
Marie Flourens (1794-1867), uno de los adelantados en la investigación
experimental del cerebro. Flourens descubrió las funciones de las diversas
áreas inferiores del encéfalo, pero cuando llegó a los hemisferios cerebrales se
separó de Gall. Ridiculizó la frenología y arguyó en base a sus propias
investigaciones —que incluían la lesión o ablación de partes del encéfalo—que
los hemisferios cerebrales actúan como una unidad y no contienen órganos
especializados para las facultades mentales especiales. En sus conclusiones,
Flourens se mostró más influido por ideas filosóficas que Gall. Flourens era un
cartesiano dualista, que creía que el alma residía en los hemisferios cerebrales,
y, dado que el alma es unitaria, la acción de los hemisferios también debía
serlo. Según él, no había conexión orgánica entre las funciones sensitivas y
motoras de las. partes inferiores del encéfalo y el cerebro. El prestigio de
Flourens garantizó el éxito de su ataque contra Gall, y su concepción de la
acción unitaria del cerebro prevaleció como dogma ortodoxo durante décadas.
En 1822 Frangois Magendie (1783-1855) dio a conocer un descubrimiento
de trascendentales implicaciones a largo plazo. Anteriormente, basándose en
disecciones practicadas con ocasión de autopsias, el fisiólogo inglés Charles
Bell (1774-1842) había distinguido dos tipos de nervios en la base de la
columna vertebral. Bell sugirió que uno de los tipos transportaba información al
cerebro —los nervios sensitivos—, mientras que el otro llevaba la información
del cerebro a los músculos —los nervios motores—. Con anterioridad, se
había creído que los nervios funcionaban en ambas direcciones. Magendie
descubrió lo mismo por su cuenta y de forma más concluyente, porque
demostró las diferentes funciones de los nervios en la columna vertebral,
mediante experimentos directos con animales vivos. La siguiente década fue
testigo, en el campo de la fisiología cerebral, de la generalización de las
distinciones sensitivomotoras a todo lo largo de la columna vertebral en
sentido ascendente y al cerebro. Magendie, sin embargo, no dio este paso.
Como ocurría con Flourens, sus puntos de vista sobre las funciones de los
hemisferios cerebrales estaban condicionados por una filosofía —en su caso,
por un sensacionismo modificado—. Para Magendie, todas las facultades no
eran sino modificaciones de la percepción, y no atribuyó papel alguno a los
hemisferios en el control directo de la conducta. La filosofía empirista rastrea
la pista de las sensaciones y sus asociaciones, conforme los conceptos son
formados por el entendimiento, pero dice poco o nada sobre la acción
humana. Magendie, por ello, no fue más lejos en su fisiología.
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Otro avance en el estudio de las funciones del cerebro sugería que Gall
estaba en lo cierto, al menos cuando afirmaba que las diferentes par-tes del
encéfalo tienen funciones conductuales específicas. Este descubrimiento fue
realizado por Pierre Paul Broca (1824-1880), quien observó que los pacientes
con trastornos del habla mostraban, al realizárseles la autopsia, lesiones en
una misma área del lóbulo frontal izquierdo del encéfalo. Broca, que se negó a
estudiar las protuberancias del cerebro, consideró que su descubrimiento
constituía un apoyo limitado a Gall, aunque la facultad del lenguaje no se
hubiera encontrado donde Gall predijo.
Mientras tanto, otros investigadores habían venido generalizando la
distinción entre nervios sensitivos y motores por todo el espinazo en sentido
ascendente y al interior del cráneo. Young (1970) nos informa de que en 1845
un médico inglés escribió: «El cerebro... está sujeto a las leyes de la acción
refleja, y, al respecto, no difiere de otros ganglios del sistema nervioso... (y)
debe estar necesariamente regulado por leyes idénticas a las que gobiernan
los ganglios espinales y sus análogos en los animales inferiores». Es decir,
se sabía ya que los reflejos involuntarios del sistema nervioso inferior
operaban por medio del reflejo sensitivomotor, y lo que aquí se sugiere es
que el cerebro funciona de idéntica forma.
Contra este punto de vista militaba la observación de que los hemisferios
cerebrales parece que no son sensitivos. Habían sido hurgados, pinchados y
exprimidos, pero ello no se traducía cn movimiento alguno en los animales
vivos. Tal cosa corroboraba la concepción de Flourens de que los hemisferios
no intervenían en la acción. Sin embargo, en 1870 dos investigadores
alemanes proclamaron que la excitación eléctrica del cerebro puede suscitar
movimiento y que partes diferentes del encéfalo, cuando se las estimula,
parecen regular diferentes movimientos.
Este descubrimiento animó a otros a trazar el mapa cerebral, localizando
cada función sensitiva y motora. En la actualidad, dichos mapas son muy
precisos y permiten que los tumores sean localizados con gran exactitud.
Había nacido así una «nueva frenología», en que cada parte del cerebro tenía
asignada una función diferente, sensitiva o conductual. Pero las nuevas
localizaciones eran diferentes de las de Gall, ya que eran resultado de la
generalización al cerebro de la distinción entre nervios sensitivos y motores.
Algunas partes del cerebro reciben sensaciones, otras gobiernan acciones
específicas, y la asociación de la sensación y la acción pro-duce la conducta.
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
En 1851 Bain escribió a su amigo y colega John Stuart-Mill: «No hay nada
que desee más que unir la Psicología y la Fisiología, de tal modo que los
fisiólogos puedan llegar a apreciar los verdaderos fines y la dirección de sus
investigaciones sobre el sistema nervioso». Bain realizó su deseo en dos
gruesos volúmenes, Los sentidos y el intelecto (1855) y Las emociones y la voluntad
(1859), un estudio comprehensivo de la Psicología desde el punto de vista del
asociacionismo y la Fisiología, que abarcaba todos los temas psicológicos,
desde la sensación simple hasta la estética y la ética.
Bain brinda pocas ideas nuevas. Su asociacionismo dimana de Hartley y de
los Milis. Su fisiología procede de los textos y conferencias más descollantes
de su época. Incluso la idea de unificar la Fisiología y la Psicología filosófica
era original de Hartley. La fisiología de Bain, sin embargo, estaba basada en la
investigación experimental, y no en las especulaciones de Newton. El deseo
de Bain de unificar la Fisiología y la Psicología probablemente procede del
influjo de la Frenología a que estuvo expuesto en una primera etapa, influjo
que más tarde rechazó en favor del asociacionismo de Mili y la Fisiología de
Flourens.
Lo que en Bain tiene más importancia es la actitud que adoptó hacia su
material. El objetivo de los primeros asociacionistas era ofrecer una
epistemología empirista adecuada. Bain, sin embargo, escribió como psicólogo. Dio por supuesta la epistemología asociacionista y se planteó, en lugar
Progresos en Filosofía
Inglaterra: Alexander Bain (1818-1903) y la Psicología de la Asociación
Según esta concepción, el cerebro es una máquina refleja compleja. Debe
señalarse aquí que no todos los neurofisiólogos aceptaron entonces, o
aceptan en la actualidad, la localización de las funciones cerebrales. Algunos
mantienen que el cerebro actúa, al menos en algunos aspectos, como una
unidad y que la información presente en alguna parte del cerebro está, al
menos potencialmente, presente en otras.
La definición del cerebro como un dispositivo reflejo, que asocia el input
sensitivo con la acción motora, hizo posible la integración del asociacionismo
británico con la fisiología, y la generalización del asociacionismo y el
empirismo a la acción, así como al entendimiento. Tal integración fue obra de
Alexander Bain.
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Francia: Ideología, espiritualismo y positivismo
Durante y después de la Revolución Francesa, la psicología filosófica
francesa fue desarrollada por los «ideólogos», bautizados así por su padre
fundador, Destutt de Tracy (1754-1836). Ideología quiere decir aquí el estudio
de las ideas y de su origen, y constituía una prolongación de la tradición
ilustrada del empirismo francés. De Tracy, sin embargo, rechazó el
sensacionismo radical de Condillac y retornó a una psicología convencional de
las facultades, más en consonancia con Locke. En cuanto herederos de la
Ilustración, la verdadera meta de los ideólogos era la reforma social.
del problema del conocimiento, cómo explicar la acción humana. No le
interesaba justificar el conocimiento humano, sino explicar el pensamiento y la
conducta humanos.
Para este fin, Bain adoptó la fisiología sensoriomotora del fisiólogo alemán
Johannes Müller (1801-1858). En sus Elementos de Fisiología (1842), éste había
propuesto ya que el papel del cerebro consiste en aso-ciar la información
sensitiva que ingresa con respuestas motoras apropia-das. Bain tuvo
conocimiento de los Elementos e incorporó a su psicología la concepción de
Müller sobre el papel del cerebro. De esta suerte, Bain unió la filosofía del
asociacionismo con la fisiología sensoriomotora, ofreciendo una psicología
humana unificada. Incluso hoy día, la mayor parte de los textos generales de
psicología están organizados como el de Bain, comenzando por la función del
nervio simple en la sensación y avanzando a niveles progresivos de
elaboración hasta el pensamiento y las relaciones sociales. La integración
verificada por Bain fue bastante influyente. Escribió antes de que se
conocieran las funciones del cerebro, y su intransigente concepción asociativa
de la fisiología encaminó a tos investigadores ingleses posteriores a
concentrar sus estudios en los misteriosos hemisferios cerebrales.
Así pues, Bain ejerció una influencia considerable en la Psicología. La
revista Mind, que fundó en 1874, sigue existiendo como portavoz de la
psicología filosófica. Con todo, fue demasiado filosófico en su perspectiva; su
concepción de la mente pronto quedó obsoleta. A pesar de servirse de datos
fisiológicos, no hizo experimentos y, aunque reconoció la importancia de la
obra de Darwin, su asociacionismo quedó anclado en la época
preevolucionista. El futuro de la psicología de la asociación estaba más en su
integración con la evolución que con la Fisiología.
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
Auspiciaban una democracia moderada, basada en la propiedad privada, y
estuvieron particularmente interesados en el perfeccionamiento de la educación, como base para una nueva sociedad.
El más conocido de los ideólogos es Pierre jean Georges Cabanis (17571808), un médico que a veces es calificado de padre de la psicología fisiológica. Cabanis constituye el compendio del empirismo y el materialismo de la
Ilustración. Sentando lo que podía haber sido el lema de Condillac, Cabanis
dijo que «Tenemos sensaciones: luego existimos». Comparó la función del
cerebro a la del estómago. En 1824 escribía: «El cerebro digiere las
impresiones, (y) produce orgánicamente la secreción del pensamiento».
Aunque Cabanis abominaba el Reinado del Terror —etapa en que los
ideólogos sufrieron prisión—, se sirvió de los «experimentos» de la guillotina
para aducir que la actividad mental y la acción presentan múltiples niveles: el
cuerpo puede experimentar convulsiones tras haberle sido seccionada la
cabeza, pero se trata únicamente de una actividad refleja inconsciente. La
conciencia reside en el cerebro y desaparece en el momento de la ejecución.
Cabanis nunca realizó investigaciones fisiológicas y evitó cualquier
especulación precisa sobre la relación de la actividad nerviosa con la mente,
aunque fue sin duda un materialista. En consecuencia, sus ideas conservan
un sesgo más filosófico que las de Gall o los fisiólogos experimentales
posteriores, aunque se orienta en dirección suya.
Una figura interesante, que comenzó siendo ideólogo, pero que después
nadó a contracorriente de la tendencia materialista-empirista dominante,
deslizándose hacia el catolicismo, fue Frangois-Pierre Maine de Biran (17661824). Aunque a Biran no le asustaba adoptar un enfoque fisiológico en el
estudio de la mente —y siempre insistió en que la Psicología debía estudiar al
ho mbre como totalidad---, estaba convencido de que en la naturaleza
humana había algo más que mera materia. Estaba dotado de una
predisposición muy acusada hacia la introspección, y sostuvo que el método
fundamental de la Psicología debía ser la reflexión o escrutinio de la propia
mente. Maine de Biran denominó a esta empresa «psicología experimental».
En dicha reflexión, el hecho psicológico central que descubrió fue la voluntad, o
la sensación de esfuerzo que experimentamos cuan-do realizamos una acción
voluntaria. Como Wundt, Maine de Biran fue un voluntarista, con la diferencia
importante de que la «psicología experimental» de Maine recurría a una forma
de introspección netamente cartesiana, en lugar de a la simple
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autoobservación de Wundt. La única influencia directa de Maine de Biran
sobre la Psicología fue la que ejerció sobre Freud, quien conocía la idea de
Maine de Eiran de que muchos influjos importantes en la vida mental son
marginalmente conscientes, en el mejor de los casos, y que sólo una reflexión
cuidadosa puede sacarlos a la luz. A medida que Maine de Biran fue
envejeciendo, se apartó cada vez más del naturalismo francés y se orientó
hacia la religión. Al final, llegó a creer que el hombre tenía un alma inmortal
independiente, cuya relación con Dios era preciso investigar. Esta última
dirección de su pensamiento contribuyó a fundar la posterior escuela francesa
del espiritualismo, que se opuso al materialismo e insistió en la naturaleza
espiritual del hombre, aunque sin hacer intervenir los fenómenos psíquicos.
Maine de Biran con-sumó su alejamiento del naturalismo de la ideología
muriendo como católico. Representa un intento, en última instancia fracasado,
por reafirmar la psicología racionalista y reflexiva de cuño cartesiano-platónico
frente a la marea creciente del naturalismo y el positivismo.
El último psicólogo filosófico francés, Hippolyte-Adolphe Taine (1828-1893),
defendió estas nuevas posiciones. Aunque la mayor parte de sus trabajos
están consagrados a la Historia y la Literatura, se sentía en extremo orgulloso
de su obra de Psicología Sobre la inteligencia (1870). En ella Taine presenta
una integración de la psicología de la asociación análoga a la de Bain,
afirmando que todas las ideas, no importa lo abstractas que parezcan, pueden
reducirse a un conjunto de sensaciones asociadas con el nombre de la idea. La
tarea de la Psicología es, pues, similar a la de la Química: «Descomponer
(compuestos) en sus elementos para mostrar las diferentes agrupaciones de
que dichos elementos son capaces, y para construir diferentes compuestos con
ellos» (Taine, 1875). Siguiendo a Leibniz, Taine propuso que las sensaciones
conscientes son simples agro gastos de sensaciones más débiles y fugaces,
que, en el mejor de los casos sólo son marginalmente conscientes. Por tanto,
.omc tantos otros duran_: el siglo xtx, creía en el inconsciente.
Taine analizó a continuación el sustrato fisiológico de la sensación Defendió
el paralelismo psicofísico de doble aspecto, sosteniendo que todo
acontecimiento de la conciencia tiene su correspondiente evento neural. Según
Taine, la recíproca no es cierta, ya que algunos eventos neurales tan sólo dan
lugar a sensaciones inconscientes. La neurofisiología de Taine nos muestra el
cerebro como un órgano no especializado, que asocia el estímulo con la
respuesta: «El cerebro, pues, es el repetidor de los centros sensitivos...». Es
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
Alemania: El esfuerzo hacia la ciencia
Como antes hemos visto, el sistema filosófico dominante en Alemania con
posterioridad a Kant fue el idealismo en sus diversas manifestaciones. Ciertos
conceptos de los idealistas encontraron cabida en la primera Psicología
alemana. W+.indt estudió la conciencia individual, propuso un enfoque histórico
y genético para la investigación de los procesos mentales superiores, y destacó
la voluntad humana como fuerza unificadora de la vida mental. Todas estas
ideas forman parte de la filosofía idealista. También Freud se vio influido por el
concepto de Schopenhauer de que existen fuer-zas primitivas e inconscientes
ocultas en la personalidad. De todas formas, los idealistas alemanes, siguiendo
a Kant, tenían una pobre concepción de la Psicología, en cuanto pretendida
ciencia. La Psicología estudia única-mente al individuo concreto, o a un
conjunto de individuos, mientras que lo que los idealistas buscaban era el
conocimiento platónico trascendente de un Espíritu Absoluto divino, que, según
ellos, era la realidad nouménica que se escondía tras las apariencias físicas y
la mente individual. Aunque Wundt conservó una cierta predisposición a
decir, el cerebro se limita a copiar la información neural que ingresa, al igual
que las imágenes mentales copian las sensaciones. La mente y el cerebro son
contemplados ambos en términos similares a los de Hume o Hartley.
De modo que Taine puede ser considerado como un Bain francés, aun-que
tuvo mucha menos influencia sistemática en la psicología posterior que Bain,
toda vez que sus últimos escritos se desentendieron de la Psicología. Con
todo, es innegable que llevó a cabo una integración de la Fisiología con la
psicología asociacionista de raíz filosófica e, históricamente, su descendencia
la constituyen los primeros psicólogos franceses. En su filosofía llegó incluso a
aproximarse más que Bain al conductismo. Su en-foque de la ciencia se parece
al de los positivistas lógicos posteriores. Según su concepción, la primera tarea
de la ciencia es acopiar datos observacionales sólidos, a partir de los cuales se
esbozan generalizaciones simples. Sobre estos cimientos de observación se
levanta a renglón seguido un edificio organizado lógicamente, deductivo y
teórico. Por último, es posible predecir nuevos fenómenos a partir del sistema
teórico, y cabe contrastar tales predicciones con la observación. Biran había
intentado virar de nuevo la Psicología francesa hacia el racionalismo reflexivo,
pero Taine mantuvo fijo el rumbo hacia una ciencia objetiva, empirista e
integrada con la Biología.
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estudiar la mente humana general, no creía en la Mente Absoluta. La
investigación empírica resulta trivial en el contexto idealista, y los idealistas —
sobre todo Hegelse opusieron activamente al desarrollo de la psicología
empírica (Leary, 1978 b).
No obstante, hubo en Alemania quienes buscaron una psicología científica, aceptando como un reto el análisis negativo que de la Psicología había
hecho Kant (Leary, 1978a). El más destacado de ellos fue Johann Friedrich
Herbart (1776-1841), quien intentó dar una formulación matemática a la
Psicología. Herbart concebía la Psicología como una Metafísica aplicada. Su
sistema psicológico, extremadamente complejo, constituía sólo una pequeña
parte de su aún más compleja metafísica, en buena medida derivada de la
monadología de Leibní,
Herbart representó la mente como . ;onjunto de ideas elementales de
intensidad variable. Algunas ideas son lr -uficientemente intensas como para
cruzar el umbral de la conciencia; otra. .siden en el inconsciente. De hecho,
Herbart prefiguró a Freud, al sostener que ninguna idea es elimina-da jamás
totalmente. Las ideas compiten entre sí para acceder a la con-ciencia, de
forma que las ideas disonantes se repelen entre sí y las ideas asociadas se
empujan mutuamente para entrar en la conciencia o tiran unas de otras hacia
el inconsciente. El propósito real de Herbart era formular una matemática
newtoniana de la mente. Así como Newton describió la exacta interacción
matemática de los objetos en el espacio, de idéntica forma intentó Herbart
describir la exacta interacción matemática de las ideas en la mente. Ecuación
tras ecuación, Herbart propuso fórmulas exactas para describir la mecánica
de entrada y salida de las ideas en la conciencia.
La dificultad del sistema de Herbart estribaba en que no había modo de
ponerlo en conexión con la realidad empírica. Para empezar, el propio Herbart
sostenía que la mente no podía ser sometida a experimentos, por-que cada
mente es única y le es imposible arrojar luz sobre el funciona-miento general
de la mente. A mayor abundamiento, admitía que sus cálculos eran totalmente
ficticios, basados en presupuestos hipotéticos no susceptibles de prueba. Por
último, afirmó que, en su psicología, ¡el que una idea estuviera «en la
conciencia» no quería decir que su poseedor fuese consciente de ella! Esto
parece segregar la psicología de Herbart de la ciencia, tal como ordinariamente
se entiende ésta, y Wundt atacó sin tregua la psicología metafísica y no
científica de Herbart Una de las críticas que más a menudo se esgrimían contra
24
Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
Herbart es que había fracasado en medir la mente, cosa de la que Fechner se
mostraría capaz más adelante.
Debemos tener presente, sin embargo, que la medición mental y la experimentación no constituían la meta de Herbart. Es más adecuado considerarlo como alguien que propuso un álgebra o geometría mentales en el reino
platónico de las matemáticas. Cuando resolvemos una ecuación de segundo
grado o demostramos el teorema de Pitágoras, estamos tratando
exclusivamente con entidades abstractas. El álgebra y la geometría euclidiana
son, como la psicología de Herbart, sistemas hipotéticos, basados en reglas a
priori para manipular símbolos, reglas que pueden ser cambiadas para crear
un sistema diferente (como, por ejemplo, la geometría no euclidiana). Cabe
utilizar el álgebra para computar el precio de las manzanas o la fuerza de la
gravedad; la geometría puede servir para el jalonamiento topográfico de
carreteras o para trazar mapas de las estrellas. Cada una de ellas es también
una disciplina autónoma por derecho propio. De la misma forma. Herbart
habría pensado que sus leyes sobre el ascenso y la caída de las ideas podían
aplicarse por igual, tanto a notas musicales disonantes como a actitudes
edípicas disonantes hacia el propio padre.
Contemplado a través de este prisma, Herbart se emparenta con la
moderna escuela de psicología estructuralista, vinculada a los nombres de
Chomsky y Piaget (ver capítulo 13). Piaget, por ejemplo, trata el pensamiento
como una actividad abstracta, susceptible de ser descrita en el lenguaje de la
lógica formal. El qué piensa un niño es, para Piaget, menos importante que la
estructura lógica de su pensamiento. El niño occidental puede pensar en cómo
clasificar coches de carreras, el niño africano en cómo clasificar especies de
antílopes, pero la lógica de clasificación es universal. Parece que Herbart
mantuvo idéntica posición. La mente de cada persona es absolutamente única,
porque las experiencias que nos proporcionan las ideas también son únicas;
pero las matemáticas que regulan la relación entre las ideas son comunes a
todas las personas.
El influjo directo de Herbart fue reducido, porque no contó con discípulos
fieles. Su idea de que las ideas varían continuamente en intensidad ayudó a
Fechner a formular la psicofísica, sirviéndose para ello de una versión del
concepto leibniziano de apercepción, en que Wundt había he-cho un enorme
hincapié. Contribuyó a la noción de inconsciente y, frente a los idealistas,
proclamó el rango científico de la Psicología. Sin embargo, Wundt, Fechner y
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todos los psicólogos experimentales repudiaron la matemática herbartiana de
la mente por metafísica, nebulosamente introspectiva y ficticia. No tenían más
remedio que obrar así si pretendían funda-mentar la Psicología como una
ciencia independiente. Fue grande el interés que por la Pedagogía manifestó
Herbart, y varias décadas después de su muerte el «herbartianismo» se puso
de moda en los círculos educativos. Pero el herbartismo fue sobre todo
creación de otros, que espigaron en la obra de Herbart y reformaron sus ideas;
pero ni siquiera en su forma modificada ejerció influencia a largo plazo. El
influjo más duradero de Herbart dimanó de su determinación de convertir la
Psicología en una ciencia, a despecho de los reparos de Kant y la oposición de
los idealistas.
Otro importante psicólogo filosófico alemán fue Hermann Lotze (18171881). Antes de dedicarse a la filosofía, Lotze recibió su Doctorado en
Medicina, y se convirtió en el amigo y médico de Fechner. En un aspecto,
Lotze se nos antoja el Bain o Taine de la psicología germana. En sus Perfiles
de la Psicología (1881), propuso una concepción empirista de la con-ciencia,
al afirmar que la percepción de la profundidad se aprende, no es innata, y que
la experiencia está compuesta de ideas simples. Integró este empirismo con el
concepto sensitivomotor de la función cerebral, cada vez más en auge.
Con todo, Lotze no se comprometió totalmente con el empirismo y el
naturalismo. Insistió en que, si bien la fisiología ofrecía un enfoque válido para
abordar los aspectos materialistas de la mente y la conducta, el hombre y los
animales poseían por igual almas recibidas de Dios. Como era típico en los
filósofos alemanes, Lotze —y también Herbart— rechazaron vigorosamente el
materialismo en favor del dualismo cartesiano. Al insistir en la naturaleza
espiritual del hombre, Lotze se ganó la admiración de los psicólogos de habla
inglesa, insatisfechos con las psicologías asociacionista y reduccionista
rampantes a su alrededor. Entre éstos se encontraban Ja-mes Ward, el
psicólogo inglés que con más violencia atacó al naturalismo (véase el capítulo
9) y William james, un psicólogo de mente abierta, que tomó parte en la
investigación psíquica.
El exponente más destacado y consecuente del naturalismo y el empirismo
fue Hermann von Heimholtz (1821-1894), probablemente el científico de la
Naturaleza más grande del siglo xlx. Buena parte de su carrera estuvo
consagrada a la fisiología. Ya hemos tenido noticias de su medición de la
velocidad de la conducción nerviosa; también dirigió estudios concluyentes
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
sobre la óptica y la acústica fisiológicas. Pero al mismo tiempo fue un físico
descollante, que formuló la ley de la conservación de la energía cuando sólo
tenía 26 años.
El enfoque con que Helmholtz aborda la mente es en esencia el de un
empirista en la tradición de Locke, según el cual las ideas se interpretan como
contenido mental. Helmholtz aducía que lo único que podemos conocer con
certeza son nuestras ideas, o imáganes del mundo recogidas a través de la
experiencia. Hace sonar una nota pragmática cuando reconoce que no
podemos saber si nuestras ideas son verdaderas, pero señala que esto no
importa en tanto nos conduzcan a una acción efectiva sobre el mundo real. La
ciencia era un ejemplo de dicha acción efectiva. Aunque siguió a Kant al
considerar la causalidad como un principio innato, sostuvo, como los
empiristas, que las demás categorías kantianas del conocimiento son
adquiridas.
De particular interés para la Psicología es la teoría de la inferencia
inconsciente formulada por Helmholtz. Si, por ejemplo, la percepción visual del
espacio no es una intuición innata, entonces en el curso de nuestro desarrollo
hemos de aprender a calcular la distancia de los objetos con respecto a
nosotros, como Berkeley había ya propuesto. Ahora bien, no tenemos
conciencia de realizar estos cálculos. Helmholtz teorizó que esta clase de
cálculos, o inferencias, deben ser inconscientes y, además, tienen que haberse
aprendido inconscientemente, como ocurre con la adquisición del lenguaje.
Como las palabras, las ideas —incluidas las sensaciones— son contenidos
mentales que representan la realidad. Así como un niño aprende el lenguaje
espontáneamente y sin instrucción directa, así también espontánea e
inconscientemente aprende los significados de las ideas. La teoría de
Helmholtz sobre el inconsciente difiere de otras concepciones. Para Herbart, el
inconsciente era simplemente el lugar donde las ideas residen cuando son
conscientes. Para los románticos, era un depósito de fuerzas primitivas e
irracionales. Para Helmholtz era un agente autónomo con respecto a la
conciencia, pero esencialmente racional; las inferencias inconscientes eran de
la misma clase que las conscientes.
Como cabía esperar de un físico y fisiólogo, Helmholtz fue un vigoro-so
paladín de las ciencias naturales. Acogió con satisfacción su desarrollo en las
universidades alemanas y colmó de escarnios a los filósofos idealistas, para
quienes la ciencia natural no era sino el estudio trivial de la realidad física, que
MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA
UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL
El siglo xtx fue un siglo conflictivo y sus conflictos son nuestros conflictos.
Fue testigo de la Revolución Industrial, que produjo un progreso material sin
precedentes y una tremenda miseria urbana. Contempló un renacimiento
religioso generalizado, al paso que los fundamentos de la fe eran incesante e
irremediablemente erosionados por la ciencia. Inculcó a la gente una
moralidad sexual hipersensible y despiadada, mientras que se permitió —o se
provocó— que la prostitución y el crimen se convirtieran en endémicos. Las
ciencias y las humanidades florecieron como nunca antes, pero los hombres
de negocios pragmáticos se burlaron de la torre de marfil del intelectual. El
Resumen conceptual: la crisis del siglo XIX
CONCLUSIONES
carecía de importancia, comparada con el espíritu que había detrás de la
realidad física. Además, las propias investigaciones de Helmholtz venían a
apuntalar el materialismo. Sus estudios fisiológicos sobre la sensación
establecieron la dependencia de la percepción de la materia puramente carnal.
Su teoría de la conservación de la energía indujo a algunos jóvenes fisiólogos a
realizar —como el amigo de Helmholtz, Emil du Bois-Reymond, escribía en una
carta— «un solemne juramento para hacer resplandecer en todo su vigor esta
verdad: que ninguna fuerza que no sean las fisicoquímicas ordinarias actúa en
el interior del organismo» (Kahl, 1971). Esta actitud animó al joven Freud a
construir su primera psicología sistemática, que fue enteramente materialista.
Helmholtz, sin embargo, tenía conciencia de los peligros de un excesivo
materialismo cuando escribió en «El pensamiento en Medicina»: «Nuestra
generación ha tenido que sufrir la tiranía de la metafísica espiritualista; la
generación siguiente probablemente tendrá que ponerse en guardia frente a la
metafísica materialista». Y sigue diciendo: «Que no se olvide, por favor, que el
materialismo es una hipótesis metafísica... Si uno olvida esto, el materialismo
se convierte en dogma (compárese esto con el `solemne juramento' de antes),
que obstaculiza el progreso de la ciencia y, como todos los dogmas,
desemboca en una violenta intolerancia». Lo mismo que no podía aceptar el
espiritualismo o el vitalismo, tampoco podía aceptar el materialismo radical.
Prefirió mantener una actitud abierta y dejar que los hechos zanjaran la
cuestión.
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
pesimismo y el optimismo se mezclaban en la misma mentalidad. Carlyle
escribió: «Profundo y triste como es nuestro sentimiento por hallarnos todavía
sumidos en la noche ominosa; igualmente profunda e indestructible es nuestra
certeza de que el amanecer no faltará a la cita» (Houghton, 1957).
Resumir las ideas específicas de los pensadores del siglo xIx sólo crea-ría
confusión. Será más adecuado señalar que un conflicto subyace en todos los
demás: el conflicto entre el nuevo naturalismo científico y las viejas creencias
en una realidad espiritual trascendente
El naturalismo, producto de la Ilustración, engendró a la vez esperanza y
desesperación. Alimentó la esperanza en el progreso perpetuo, en la perfectibilidad de la Humanidad, en la utilidad del conocimiento del universo y en
la posibilidad de profundizar en él. Y al mismo tiempo, planteó un desafío a
todos los prejuicios, desde las ideas ingenuas sobre física hasta la fe en Dios
y en Su creación más sublime, el ser humano. La ciencia amenazó también
con deshumanizar a los hombres, reduciendo al individuo a un conjunto de
sustancias químicas que operan y se combinan dentro de una vasta planta
industrial. Parecía despojar al mundo de sentido, y a cada persona de su
libertad y dignidad.
Quienes proponían el naturalismo, por supuesto, no veían tales conflictos.
Según ellos, podían encontrarse soluciones técnicas y científicas para
cualquier problema humano. Su problema consistía en convencer a la
sociedad de su sinceridad y eficacia. La Ciencia se convirtió en una nueva religión, proceso manifiesto de forma meridiana en el positivismo de Comte, pero
presente, asimismo, en científicos divulgadores, como Huxley. Los naturalistas
se beneficiaron del hecho de coincidir en una única concepción newtoniana de
la Naturaleza, diferenciándose entre ellos tan sólo en de-talles. La Ciencia
natural, vigorososa, optimista, aureolada de éxitos, llegó a dominar el mundo
intelectual.
Frente a los naturalistas se alineaba toda una abigarrada hueste de personas que experimentaban en toda su agudeza Ios conflictos precipitados por
el naturalismo. Sus respuestas fueron diversas. Algunos se aferraron a la
religión tradicional; fue apreciable, por ejemplo, el renacimiento católico en la
Inglaterra protestante, y Maine de Biran murió en la fe católica. Otros, como
Wallace, creyeron en una Divina Inteligencia, que guiaba la evolución. Algunos
buscaron la certeza de la inmortalidad a través de la investigación psíquica del
mundo de los espíritus. Otros, en fin, abrazaron el idealismo filosófico,
MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA
UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL
Del seno del siglo xix emergieron las tres formas fundacionales de la
Psicología. Wundt fundó la psicología de la conciencia. Freud fundó la
psicología del inconsciente. Y diversos psicólogos evolucionistas fundaron la
psicología de la adaptación. Todos los conceptos necesarios para cada una de
ellas estaban ya a pie de obra, esperando tan sólo que mentes creativas y
Tendencias históricas: la fundación de la Psicología
transformando a Dios en el Espíritu Absoluto de Hegel. ..: .
F r é te a la ciencia unificada era imposible que los creyentes en un conjunto tan variopinto de ideas trascendentes prevalecieran. Pero tampoco
fueron ellos vencidos. La ciencia es la creencia ortodoxa de la actualidad, pero
lo oculto preserva una existencia subterránea. Todo periódico tiene su
astrólogo; toda tienda de libros, su sección de ocultismo, donde se puede
encontrar una sorprendente variedad de doctrinas «secretas», publica-das
tanto en ediciones de bolsillo baratas como en caras ediciones de lujo. La
ciencia ha triunfado, en el sentido de que toda doctrina se precia de ser una
ciencia; pero también ha fracasado porque la ciencia popular es una
pseudociencia, que va desde el mesmerismo y la frenología hasta las
Cuadrigas de los dioses. El concepto que hace de Dios un astronauta
alienígena resume a la perfección el conflicto victoriano entre la religión y la
ciencia y nos muestra que dicho conflicto sigue en la actualidad siendo asunto
nuestro.
La Psicología quedó —y todavía permanece— cogida entre dos fuegos.
Nada es más difícil para casi todo el mundo que creer que no somos más que
máquinas químicas, carentes no sólo de espíritu, sino también de libre
albedrío. En consecuencia, la psicología se convirtió en un campo de batalla
disputado por los materialistas, que podían creer en lo anterior, y por muchos
otros, a quienes les era imposible hacerlo. Bentham, Cabanis y Darwin se
situaron en uno de los bandos; Herbart, Lotze, Maine de Biran y Myers se
situaron en el otro. Y no creamos que el conflicto ha quedado superado en la
Psicología. El materialismo pareció triunfar gracias al conductismo, pero su
triunfo fue efímero, y veremos en el último capítulo que hay psicologías
contemporáneas cuya meta es el conocimiento trascendente de una
conciencia cósmica. Los conflictos victorianos siguen todavía muy vivos entre
nosotros.
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
A veces suele decirse que si Freud hubiera muerto en su infancia, el
La Psicología del Inconsciente
La Psicología de la Conciencia
El terreno estaba perfectamente abonado para la fundación de la psicología experimental por Wundt. La Fisiología y la Filosofía habían sido
acopladas en numerosas ocasiones y cada vez con mayor frecuencia a mediados del siglo xlx. Wundt también recorrió el trayecto de la Fisiología a la
Filosofía, pero fue el único que estableció la Psicología como una ciencia
independiente y experimental.
El primer componente del sistema de Wundt, el estudio experimental de la
conciencia individual, había sido ya iniciado por Fechner y Donders. La
definición de la Psicología como el estudio de la experiencia consciente
gozaba de una aceptación virtualmente unánime en el siglo xlx. Fechner y
Donders demostraron que la conciencia podía ser manipulada a través del
experimento, y Wundt generalizó sus técnicas e inventó otras para proporcionar los datos brutos de una psicología experimental y mentalista. El
concepto central de Wundt, el control voluntario de la mente a través de la
apercepción, estaba presente en pensadores tan diversos como Leibniz,
Maine de Biran y Schopenhauer.
La otra vertiente de la psicología de Wundt, el enfoque histórico comparativo del desarrollo de la mente y de los procesos mentales superiores,
también se hallaba a pie de obra. Los filósofos idealistas alemanes dieron gran
importancia al estudio del desarrollo histórico de todas las cosas, y Wundt
intentó hacer precisamente esto con la mente. Sostuvo que el experimento de
laboratorio era impotente para poner al desnudo los proce--os mentales
profundos, y confió en acceder a ellos indirectamente, a través de sus
productos sociales e históricos, y en particular del lenguaje y el mito. Sólo
combinando los métodos experimental e histórico, pensaba Wundt, se podría
obtener una imagen completa de la mente humana.
personalidades vigorosas los soldaran en programas psicológicos coherentes.
Puesto que exploraremos en detalle los antecedentes inmediatos de cada
psicología en los próximos capítulos, bastará ahora que los resumamos
brevemente.
MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA
UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL
Desde Platón hasta Wundt el objetivo de la psicología fue epistemológico:
¿cómo llega la mente humana a un conocimiento general? Cualquiera que
fuera la respuesta concreta que se diese, empirista o racionalista, las
diferencias individuales y las exigencias del medio ambiente eran consideradas como simples interferencias. El centro de interés era, sin duda, la mente
universal, en cuanto aspira a verdades abstractas y universales. Esta
psicología de carácter platónico gozó de un predicamento especialmente fuerte en Alemania y abrió un abismo intelectual entre Wundt y sus discípulos
an
glonorteamericanos.
Sin embargo, una vez que se dispone de la teoría de la evolución, sur-gen
diferentes tipos de cuestiones. ¿Para qué sirve la mente dentro de un
esquema evolucionista de las cosas? ¿En qué forma ayuda a la criatura
La Psicología de la Adaptación
psicoanálisis se habría inventado de todos modos. Supone esto reconocer la
fuerte tendencia histórica hacia una psicología del inconsciente. Como Wundt,
Freud comenzó trabajando en el campo de la medicina y la fisiología. Sin
embargo, llegó a interesarse por las cuestiones psicológicas como resultado
de su experiencia clínica en el tratamiento del histerismo, más que por un
deseo de encontrar respuestas científicas a interrogantes filosóficos. El
Psicoanálisis se ha disociado siempre claramente de la psicología académica,
encontrando su hogar en la clínica, y no en el laboratorio.
La idea del inconsciente estaba presente en buena parte del pensamiento
europeo. Apenas alguien negaba su existencia, aunque revistiese formas
diferentes, según las distintas filosofías. Para Helmholtz, se trataba de una
calculadora racional de los datos sensoriales. Para Herbart era un depósito de
ideas. Para los románticos, una fuerza salvaje e indomable. Freud combinó la
concepción de Herbart con la de los románticos y añadió el mecanismo de
represión, creando así el inconsciente psicoanalítico.
La otra piedra angular del psicoanálisis, la teoría freudiana de la motivación, también estaba a pie de obra. El hedonismo, como necesidad básica
del hombre, fue propuesto por las utilitaristas; el principio del placer no tenía
nada de nuevo. Hermanado con el inconsciente romántico, produjo el ello
psicoanalítico, depósito de fuerzas irracionales, aunque vitales, que motivan
toda la actividad y se oponen a los apremios de la civilización.
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
Baumer, F.: Modem European thought. Nueva York, Macmillan, 1977.
Bentham, J.: Principies of Moral: and Legislation (1789). Reimpreso en The
REFERENCIAS
individual a adaptarse a su particular entorno? El centro de atención se
desplaza desde lo que la mente contiene a cómo opera. Se conciba la evolución en términos lamarckianos o darvinistas, estas interrogaciones son
lógicas en un pensador de orientación evolucionista. La teoría darvinista,
asimismo, exige el análisis de las diferencias individuales en la función mental,
ya que tales diferencias son el agua que mueve el molino de la selección
natural. A medida que el pensamiento evolucionista caló en la filosofía
europea, especialmente en Inglaterra y Norteamérica, surgió de modo natural
una nueva psicología interesada en cómo el individuo se adapta a su medio
ambiente. Más tarde, en maridaje con el materialismo radical y un agresivo
positivismo, la psicología de la adaptación se convertiría en el conductismo.
En una forma u otra, fue una psicología llamada a dominar la psicología
académica durante gran parte del siglo xx.
Sin embargo, una cuestión sugerida por la lógica de la evolución raras
veces fue planteada. Si el cerebro es el órgano de la mente, es razonable
preguntarse de qué forma las presiones evolucionistas han conformado este
órgano. ¿Qué aspectos del pensamiento y de. la conducta humanos son
innatos? Aunque tal pregunta nada tiene de irrazonable, otras fuerzas la han
eclipsado hasta fechas muy recientes. Tanto la psicología de la asociación,
con su concomitante empirismo, como el modelo sensoriomotor del cerebro,
minimizaron lógicamente la estructura innata de la mente, reduciéndola a una
tabula rasa. El asociacionismo contempla la mente, y la fisiología
sensoriomotora considera el cerebro únicamente como un dispositivo que Iiga
los estímulos que recibe con las respuestas que emite. Las únicas diferencias
innatas entre individuos y especies radican en el número de conexiones
posibles, lo que nuevamente hace gravitar sobre el medio ambiente la
responsabilidad de las diferencias cualitativas. Dada esta concepción de la
mente y del cerebro, no es extraño que la cuestión del impacto de la evolución
sobre la estructura de la mente de las especies no se planteara. Sin embargo,
cuando tales cuestiones se suscitaron mediado el siglo xtx, crearon serios
problemas al conductismo.
MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA
UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL
Utilitarians. Garden City, N.Y., Doubleday, 1973.
Braid, J.: Neurypnology. Londres, John Churchill, 1843.
Cabanis, P.: «Relations between the body and the mirad of man» (1824).
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Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:
Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
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MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA
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