Esta comisión estuvo presidida por la Lic. Elsa I. Donadío. La misma surgió de la invitación que los organizadores de este Encuentro le hicieran a la Fundación Arché para que esta narrara la experiencia surgida en Roma en el Encuentro Mundial de Docente Universitarios que, como parte del Jubileo Universitario, se realizó en la primer semana de Septiembre próximo pasado. En dicha oportunidad la Fundación Arché realizó su XXI º Simposio Anual denominado, precisamente: “Misión y Perdón: un encuentro, una experiencia entre católicos universitarios”. El mismo se trasmitió, mediante el sistema de videoconferencia, a las ciudades de Buenos Aires, Rosario y Salta. Así es que parte de lo realizado en esta comisión consistió en una presentación de aquel Simposio, a lo que se sumó la participación de alumnos, docentes y directivos de distintas universidades nacionales. Sentido y finalidad del trabajo en esta Comisión En uno de los párrafos más largos de la Bula de convocatoria al Jubileo del Año 2000 (n.11), Su Santidad Juan Pablo II incluye, además de los signos “tradicionales”, una invitación a, como él la llama, la “purificación de la memoria”. Este gesto, tan inédito como familiar al pensamiento y estilo de la vital espiritualidad de Juan Pablo II se ha visto acompañado por una reflexión teológica denominada Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado. (1) Dicho documento ha significado, no sólo una reflexión conceptual que acompaña el gesto litúrgico, comunitario, sino además, en la práctica, una respuesta y justificación teológica a dicho gesto ante la sorpresa, desconcierto y hasta crítica oposición de sectores de la vida eclesial. Que las objeciones públicas y notorias hayan sido las provenientes extramuros de la Iglesia ha disimulado sólo en la superficie las reacciones adversas entre los discípulos. La resistencia pasiva a extender mundialmente esta iniciativa en el Espíritu deja ver, dolorosa y preocupantemente, hasta qué punto los católicos nos resistimos a abrirnos a la novedad, amodorrados en el apego a una autoafirmación institucional en el mundo, o ante él. Reconciliar la memoria no es un gesto de arqueología o la actualización de un inventario de faltas u omisiones, sino evocar nuestro pasado desde la Fe y desde ella confrontarlo con la misión que el Padre nos encomienda en el Hijo con la asistencia de su Espíritu. Reconciliar la memoria sólo es posible desde un amor a la Iglesia en el que se intenta servirla revisando nuestras infidelidades, reconociendo cómo ellas han significado y significan un daño al mundo al que hemos sido invitados a amar como nuestro Maestro ama. No se puede, entonces, dejar pasar por alto las dificultades que hoy tenemos para obedecer en el pedido de perdón o en el acompañamiento en comunión con quienes lo hacen, ya que tales dificultades son, muchas veces, signo de un corazón endurecido que no se abre a ser interpelado por el Espíritu. El Espíritu nos sitúa, entonces, ante esta inocultable herida que deberá ser asumida por la Iglesia en el inicio mismo de la confesión pública de las faltas de sus hijos: este narcisista egoísmo que nos ha empequeñecido la conciencia en tiempo, extensión y significado. En tiempo ya que no logramos ver nuestro presente en la profunda solidaridad histórica propia de todos nuestros actos y de la inexorable y fatal consecuencialidad tras-generacional de los mismos (fatalidad sólo redimible por la gracia y la misericordia). En extensión porque mantenemos una metafísica monista e individualista de nosotros mismos y del otro desde la que nos resulta contra-natura la constricción por sus actos y nos mantiene extranjeros -aunque sólo en conciencia- a la comunidad de los pecadores, pero pretenciosos de habitar la de los santos. Y por último la conciencia eclesial experimenta una alteración en su significado al no poder confrontarla, o más exactamente al no permitir que sea confrontada desde la Verdad de Cristo, su Esposo, quedando así a merced, como esclava, de la imagen que de nosotros tiene el Señor del Mundo, apegada, reaccionaria o huidiza ante el poder, en cualquiera de sus formas. Si la Iglesia esta invitada a revisar su memoria y reconciliarla con Dios, ¿cómo y de qué manera hacer esto en la vida universitaria? La confrontación de nuestra vida universitaria desde la Misión que el Padre nos encomienda en su Hijo es lo que nos permitirá -ni como acreedores ni como merecedores- retornar por Su Gracia a la misma. El anuncio de la noticia del Señorío de Cristo sobre el mundo, de Aquél que siendo Dios nació y murió por amor a nosotros en obediencia a la Misión redentora que el Padre le ordenó, y en virtud de la cual nos envió Su Espíritu para que nos asista en nuestra participación en Su Ser, a fin de continuar en nuestro tiempo lo que Él, como Señor de los Tiempos, ya consumó . Esta Misión, la de todo cristiano, es la que recibe el universitario con la especial vocación, el particular llamado desde Él para realizarla en la vida universitaria, en el ámbito que debe dar razones del ser, de la persona, del cosmos, de las ciencias y, hoy en día, de las profesiones, desde las que se asiste a la interioridad del hombre y se modela la sociedad y la materia. La vida universitaria se da siempre condicionando y condicionada por un contexto histórico cultural del que participa y parcialmente la explica pero al que está destinada a servir como orientadora. El Cardenal Paul Poupard recordaba en su mensaje de apertura al XX º Simposio de la Fundación Arché que “la universidad es, en el ámbito cultural, la punta de lanza más creativa, la avanzadilla más valiente que determina con décadas de antelación las transformaciones culturales que luego afectan a sociedades enteras, sin complejos y sin miedos (...)” El ya denunciado divorcio entre la Fe y la cultura permanece ante la mirada de nosotros, los creyentes, recordándonos no sólo una tarea a revisar, una deuda a saldar sino, más profundamente, como un testimonio de vida a revisar, un camino de unidad a transitar, una conversión a implorar. Estilo de trabajo Se trató, entonces en esta comisión, de ofrecer la misma como un ámbito que se dispuso para realizar una experiencia, un encuentro entre católicos universitarios que analizando las luces y las sombras en este recorrido y en esta tarea, desearon confrontar su memoria a fin de reconciliarse con Dios, con sus hermanos y con el mundo. No se trató de ponencias con estilo académico sino de reflexiones personales en las que los panelistas y expositores pusieron en común la propia trayectoria en su condición de católicos universitarios; su derrotero, sus aciertos y sus fracasos, los caminos que han tenido que desandar las luces y las sombras que perciben en la misión evangelizadora de los creyentes en la vida universitaria. Se proyectó el testimonio personal y reflexión del Dr. Guzmán Carriquiry Lecourt -Subsecretario del Consejo Pontificio para Laicos- y de Fray Fabio Duque Jaramillo, ofm. -Subsecretario del Consejo pontificio para la Cultura-. Lo mismo hicieron presencialmente la Lic. Elsa Donadío, Secretaria General de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Católica de La Plata, y el Dr. Roberto Bosca, Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral, de Buenos Aires. A fin de facilitar la experiencia de interioridad y la receptividad de la del otro, se leyeron poesías de Ch. Peguy y pasajes de “Sabiduría de un pobre” de J. Leclerc. Por la tarde, y conformando un panel de expositores, presentaron su testimonio docentes y alumnos de universidades confesionales y del estado. Finalizando, presentó una exposición el Lic. Fernando F. Petroni, y una reflexión de cierre el R.P. César Zaffanella. Antes de retirarse los presentes presenciaron la proyección de un video con imágenes de Grunewald y los acordes del Tercer Movimiento de la Sinfonía Nº 2, Resurrección, de G. Mahler. La forma de trabajo privilegió la participación de los asistentes que fue muy personal e intensa. Entre los presentes hubo docentes de universidades de Buenos Aires, de Morón, Católica de La Plata, Católica de Cuyo, del Salvador, Católica Argentina, Austral. Conclusiones Hubo una clara y sin excepciones coincidencia sobre la falta de gravitación de las universidades católicas o confesionales en la vida cultural argentina. Se afirmó que la dinámica en las universidades confesionales es fuertemente endogámica y con fuertes dificultades para el diálogo, desde lo propio, con lo diverso. El testimonio de los presentes ratificó el hecho de la falta de identidad y presencia del “pensamiento católico”, por lo que la evangelización en la vida universitaria es débil. El divorcio entre Fe y Razón es fuerte en los claustros, aún católicos. El Lic. Fernando Petroni presentó un intento de explicación para esta debilidad evangelizadora de la Iglesia. Afirmó que este debilitamiento del pensar católico es atribuible, aunque sólo sea parcialmente, a una crisis de identidad que consiste en que ya no se mira a sí mismo desde Cristo sino desde pensamientos y paradigmas extraños y adversos al Evangelio. En este sentido la hipótesis que presentó consiste en que la inteligencia católica ha quedado presa de la cultura iluminista de manera que lee a la realidad y a sí misma desde los triunfantes criterios de aquella. El iluminismo ha logrado imponer en el entramado de creencias, principios, valores, una visión del cosmos, del hombre, de su historia y del sentido de la misma no sólo ajena a la fe, sino en explícita contradicción y oposición a ella; en su misma autodenominación se presentó como la superación del momento religioso cristiano de la historia que, sojuzgando al hombre en su diferencia específica, la razón, oscurecía el entendimiento e impedía el progreso y liberación, al mantenerlo violentamente inmovilizado en una artificial condición de infante tutelado, de hijo. La razón es entendida desde entonces como instrumento de liberación de, como ariete crítico contra lo que hoy llamaríamos ideologías, otrora mitos, supersticiones que a la manera de superestructuras velaban el conocimiento interponiéndose entre la naturaleza y el hombre y justificaban el ejercicio del poder ejercido desde las castas sacerdotales. La confrontación abierta o la más frecuente cínica tarea de desingenuización fue la obra, la misión encomendada a la razón que abrió un expediente de sospecha a la fe religiosa y abultó el mismo con innumerables cargos y acusaciones todas ellas sintetizables en el de alineación o falsa conciencia. Convocada desde este desafío la razón humana se arriesgó a vivir su crecimiento hacia una adultez entendida como orfandad, liberación de la filiación de un padre poderoso e injusto. Abandonar la casa del Padre fue el momento rebelde, la necesaria violencia originaria entendido, según Freud teorizaba a comienzos de este siglo, que toda cultura nace de la muerte del Padre y es, en su arché, emancipación y violencia reivindicativa ante un despojo. Así la doble verdad fue y sigue siendo el esquizofrenizante costo de una epistemología sólo para...creyentes. Se inauguró así la doble verdad entendida como estatuto científico de la versión de la doble vida. En otro estilo, pero en esencia hija de la misma división, la estrategia evangelizadora de sectores conservadores que intentan hoy dialogar con el mundo universitario y/o científico luciendo una racionalidad atractivamente rigurosa, que aparenta en lo público la independencia de una fe, pero que pretende luego sorprender en lo privado en clave de introducción iniciática, de sesgo moralista, con la promesa de respetar siempre aquella distancia primera, decíamos, entre lo público (lo político, lo económico, lo comercial, lo científico, etc.) y lo privado (la familia, la relación íntima con Dios, la pertenencia al grupo) Todos nosotros hemos liberado nuestra razón de la tutela del Padre, buscando otros criterios, y nos hallamos habitando las universidades en un camino de derroche de la herencia reclamada, de la que aún hoy nos alimentamos. Otros hemos preferido permanecer en el territorio del Padre, en su topología pero habiendo perdido hace tiempo la experiencia de filialidad, el Ethos fundador. Con temor de siervo repetimos fórmulas y liturgias académicas vaciadas de significado, que no son un servicio a un mundo que ya está en otro lugar. Como estériles burócratas, administradores de esencias muertas y talentos enterrados nos refugiamos en el rol de auditores morales, más preocupados por mantener a salvo nuestra pequeña conciencia que por cumplir la Misión de Amor que el Padre nos encomienda. Creemos estar en gracia por no animarnos experimentar los abismos de la audacia. Estos de nosotros miramos en secreto y con envidia por sobre el muro de la casa que habitamos, la vitalidad y protagonismo histórico de nuestros hermanos pródigos, y entre desconcertados y celosos no nos explicamos el misterioso vínculo sanante que nuestro Padre mantiene con ellos, extranjeros a Su Alegría. Y otros, y los hay, se ofrecen como incomodantes testigos que es posible mantenerse en el Espíritu, merced a Su Gracia, no sin caídas, ni incertidumbres. Que es posible el intento de pensar desde la fe, en plena secularización de la inteligencia La demorada conversión de la inteligencia católica, de los claustros de nuestras universidades confesionales de las que participamos, significaría una apertura a la Gracia y la manifestación del poder de la misma ya operando en nosotros. La razón debe recorrer su kenosis obediencial, el vaciamiento purificador de sus constructos y recobrar la escucha del intellectus para, precisamente desde ahí lanzarse a la aventura del pensar La posibilidad de que las universidades, confesionales o no, reencuentren las raíces de un auténtico humanismo, sólo son posibles si este se funda en la Verdad del hombre que es Cristo. Si logran desembarazarse de una racionalidad crítica autonomista y la inteligencia recobra su dinámica de filialidad para adentrarse en el misterio Es posible que se de un renacer humanista sin nosotros (al fin y al cabo no sería el primer emprendimiento malogrado a nuestro costo) pero no sin Él, fuera del camino que Él es. Quizás no hemos experimentado aún la escasez de las bellotas en compañía de los cerdos. Quizás no creamos en que nos está esperando para correr a nuestro encuentro. Quizás ya pensemos que no hay a Quién y a Dónde volver. Quizás ya estamos siendo llevados hacía Él Como se ha dicho, la confesión de los pecados esta precedida por la confesión de la fe en el Poder del Amor del Padre. La confesión de nuestros pecados supone la fe en la Verdad, en la Luz y su poderío sobre el pecado y la oscuridad y, fundamentalmente, la confesión pública de nuestra confianza en el Amor de Dios hacia nosotros, Amor que todo lo vence en un perdón sanador. Confiamos en que el Padre quitará sus ojos de nuestras faltas y al no mirarlas estas simplemente, milagrosamente, se anonadarán ya que lo que el Amor de Dios ignora está condenado a la nada. Es esta todopoderosa condena de nuestros pecados por la que el Ofendido ya no repara en la ofensa recibida, lo que nos re-habilita ontológica y existencialmente para la Misión. Quiera Dios convertir nuestros dolores en el Monte para que dejemos de habitar la cruz del ladrón quejoso y arrogante, testimoniemos nuestra fe en un pedido de perdón por nuestras culpas en la del ladrón arrepentido, para participar de la Gracia redentora que brota de la Cruz del Hijo Inocente. Desde esta Comisión deseamos convocar a todos los católicos universitarios para que haciéndonos eco del llamamiento de Su Santidad Juan Pablo II reconciliemos nuestra memoria con Dios, con nuestros hermanos y con el mundo a fin de que el Potente Amor misericordioso del Padre nos re-habilite par la Misión de Amor que nos ha encomendado.