Subido por cristofer fuenzalida

PeterSagan CAPITULO

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MI MUNDO
PETER SAGAN
© Peter Sagan 2018.
Publicado originalmente como My World por Yellow Jersey, un sello de Vintage.Vintage, forma
parte del grupo de empresas Penguin Random House.
© Libros de Ruta Ediciones, S.L., 2018.
Bilbao-Galdakao errepidea 10-3
48004 Bilbao
info@librosderuta.com
www.librosderuta.com
Primera edición: octubre 2018
Traductor: David Batres Márquez
Edición: Eneko Garate Iturralde
Portada y maquetación: Amagoia Rekero García
ISBN: 978-84-949111-3-2
Depósito legal: BI-1400-2018
Impreso en España por Leitzaran Grafikak
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.
Para mi hijo Marlon.
Este libro trata de mis mayores victorias en el ciclismo.
Tú eres mi mayor victoria en la vida.
Índice
Prólogo................................................................................................................................ 9
PRIMERA PARTE: RICHMOND
Invierno 2015....................................................................................................... 27
Eslovaquia................................................................................................................... 41
Primavera 2015.................................................................................................. 49
Verano 2015 .......................................................................................................... 65
La familia..................................................................................................................... 79
Otoño 2015............................................................................................................. 95
SEGUNDA PARTE: DOHA
Invierno 2016................................................................................................... 113
Sobre Tinkov..................................................................................................... 125
Primavera 2016.............................................................................................. 131
Los esprints........................................................................................................... 145
Verano 2016 ...................................................................................................... 155
Otoño 2016......................................................................................................... 183
TERCERA PARTE: BERGEN
BORA - hansgrohe................................................................................ 205
Invierno 2017................................................................................................... 211
Primavera 2017.............................................................................................. 219
El Team Peter.................................................................................................... 233
Verano 2017........................................................................................................ 247
Los demás................................................................................................................ 265
Otoño 2017......................................................................................................... 279
Epílogo........................................................................................................................ 289
Imágenes................................................................................................................... 315
Índice onomástico..................................................................................... 319
24 DE SEPTIEMBRE DE 2017
PRÓLOGO
Y
a es la décima vez que los mástiles de las fragatas se
alzan, amenazantes, a nuestra derecha. Igual que en
todas las ocasiones anteriores que pasamos por aquí,
mi olfato capta un cambio de olores. La placentera humedad
de una mañana escandinava en fin de semana, se difumina ante
el pesado olor de la bahía, inundado por la humeante oferta de
decenas de puestos de comida rápida a la parrilla. En ellos, los
hambrientos aficionados al ciclismo pueden encontrar hasta la
última variedad de carne o pescado que se pueda meter entre
dos pedazos de pan.
Es la larga curva a izquierdas que separa el litoral de las coloridas viviendas urbanas típicas de este hermoso y viejo puerto.
La primera vez que cruzamos por aquí, tras apenas 40 kilómetros
recorridos, el ritmo era bastante tranquilo. Serían poco más de
las 11:00 de esta mañana. En la siguiente media docena de veces
que pasamos frente al vaivén de los mástiles y el zumbido de los
aparejos, el ritmo había ido endureciéndose, provocando que, en
cada ocasión, cada vez fueran menos ciclistas los que aguantaban.
Tras las últimas dos o tres vueltas por el escarpado trazado de
PETER SAGAN. MI MUNDO
Bergen, de los casi doscientos que habíamos tomado la salida
por la mañana, apenas parecíamos quedar sesenta. Un comisario de la UCI comienza a hacer sonar de manera furibunda
una gran campana de latón, indicándonos que da comienzo la
última vuelta. De repente, soy plenamente consciente de que
a mi espalda llevo puesto el dorsal número uno. Son las cuatro
de la tarde, y es bastante probable que apenas me quede media
hora como campeón del mundo de ciclismo.
Podéis estar seguros de que la carrera fue todo un caos.
El ritmo había sido muy lento al principio, lo que no podía
haberme venido mejor. Llevaba un par de días sin poder comer
ni beber de manera adecuada. El culpable fue un revoltijo en
el estómago que me sobrevino en mi casa de Mónaco, en el
peor momento posible: el viernes. Y eso había sido el colofón
a una semana sin tocar la bici por culpa de un proceso gripal.
No me voy a poner a lloriquear por haber estado enfermo, ya
que tampoco es que sea algo que me pase muy a menudo, pero
puedo afirmar que mi preparación durante aquellos últimos
quince días no había ido de la manera que me hubiera gustado para afrontar uno de los momentos cumbre del calendario
ciclista. Había sido campeón del mundo los dos últimos años,
pero tenía en mi mano todas las papeletas para perder el maillot
arcoíris de la UCI. Incluso aunque hubiera gozado de una salud
de hierro. Para casi todo el mundo, el circuito era demasiado
complicado para un ciclista considerado un esprínter «capaz de
pasar una tachuela», y no un verdadero especialista en finales
complicados, como Julian Alaphilippe, Philippe Gilbert, o mi
predecesor como campeón del mundo, Michał Kwiatkowski.
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PRÓLOGO
También pensaban que estaría demasiado marcado como para
poder dar la sorpresa por tercera vez, y que los equipos más
potentes tenían en su cabeza aquella canción, «Won't Get Fooled
Again1». Además, la lógica hacía pensar que a esos mismos equipos no les iba a resultar muy complicado desbaratar el trabajo
de nuestra pequeña banda de eslovacos cuando intentáramos
controlar la carrera.
La escapada se había formado nada más comenzar la carrera.
La salida estaba situada en una pequeña ciudad no muy lejana,
para después encarar las doce vueltas al trazado que transcurría
por el centro de la ciudad de Bergen, pasaba por la bahía, el paseo
marítimo y Salmon Hill. En muchas carreras ocurre que, durante
la primera hora, se desata una batalla desesperada en la que todo
el mundo intenta conseguir plaza en la escapada del día. Después, se tirarán toda la jornada delante del grupo de los hombres
más fuertes, quienes, inevitablemente, acabarán neutralizándolos
al final. Pero por suerte para el revoltijo que tenía en el estómago,
en esta ocasión no fue así. Hubo una escaramuza, y la escapada
se formó. Hasta que no nos sacaban cosa de diez minutos, los
casi doscientos restantes no nos pusimos a correr un poco.Y para
entonces ya comenzaba a sentirme ciclista otra vez.
Tenía que haber llegado a Bergen hace cosa de diez días, más
o menos. El plan era unir mis fuerzas con las de mis compañeros del BORA - hansgrohe para disputar la crono por equipos
comerciales, que se disputó hace una semana. Esta crono por
equipos es relativamente nueva entre las pruebas que dan forma
Nota del Traductor: una de las canciones más conocidas del grupo británico de rock The Who.
La traducción en español del título vendría a ser «No volverán a engañarnos».
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PETER SAGAN. MI MUNDO
al programa de los mundiales de ciclismo en ruta, y son un poco
raras, ya que sigues corriendo para tu equipo profesional en lugar
de para tu país, como ocurrirá en el resto de pruebas que conforman los mundiales. Si hay algo que atraiga a los aficionados
al ciclismo de los mundiales, es que les brinda la oportunidad
de agitar la bandera de su país en lugar de ponerse la gorra de
béisbol de un banco, una marca de bicicletas o un extractor de
humos de cocina. Además, como las pruebas se disputan sobre un
circuito, en lugar de partir de un lugar para llegar a otro punto
diferente, son eventos mucho más agradecidos para los aficionados a la hora de acudir a presenciarlos. Y vienen de todos los
lugares del mundo para gritar, animar, beber, y si hay suerte, celebrar. Los eslovacos son muy buenos en estas disciplinas.
El BORA - hansgrohe no necesitó de mi presencia para
lograr un puesto entre las diez mejores escuadras, y mis compañeros de equipo de la selección eslovaca se habían hecho a la
idea de tener que disputar la prueba en ruta sin mí. Ayer por
la mañana logré sacar a rastras de la cama mi pobre y sudado
trasero para tomar un vuelo en Niza. Me tiré la mayor parte de
los 2.500 kilómetros del viaje en el retrete.
En la salida me mantuve bastante callado; contento y, sobre
todo, sorprendido de poder estar allí. La primera vez que pasamos por la línea de meta, tras adentrarnos en el circuito de
Bergen, me giré hacia mi hermano Juraj, que iba junto a mí,
ambos resplandecientes en nuestras equipaciones azul, roja y
blanca de Eslovaquia. «Ya puedes fijarte bien», le dije, «porque
no creo que volvamos a ver esta línea de nuevo».
Pero el ritmo tranquilo me venía bien, y lo mismo pasaba
con la agradable temperatura que hacía. Un año atrás había
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PRÓLOGO
conseguido ganar esta misma carrera bajo el sol abrasador de
Catar. No creo que mi deshidratado organismo hubiera sido
capaz de lograr algo así de nuevo. El clima de Noruega me resultaba mucho más cómodo.
Me hice un bunker en mitad del pelotón. Según avanzaba la
carrera, cada vez quedábamos menos. En los mundiales siempre
acaba abandonando mucha gente, por diferentes motivos. Primero: hay muchos países que mandan a sus ciclistas simple y llanamente para cubrir el expediente, y poder asegurarse con ello
su presencia entre los poderes fácticos del ciclismo, sin temor
a perder esa plaza en los años siguientes. Segundo: muchos de
los corredores están para controlar la carrera, para tumbar las
fugas o para meterse en ellas durante la primera mitad de la
carrera, ayudando así a sus líderes. Cuando se desatan los fuegos artificiales, ellos ya han cumplido con su trabajo. Tercero:
os aseguro que es una carrera larga, muy larga (267 kilómetros
en 2017), que se celebra al final de una dura temporada, y
pasas demasiadas veces por delante del área de boxes, tan seca,
caliente y confortable. Puedes sentir el manillar cabecear hacia
su canto de sirena como si tuviera voluntad propia, y la fuerza
de su hechizo parece aumentar tras cada vuelta. Hay años en
los que incluso puedes ver tu hotel desde el trazado.
La carrera fue bastante lenta hasta las últimas cinco vueltas.
Entonces fue cuando todos los chicos de la selección holandesa
se pusieron al frente, y, sin atisbo de duda, todo se volvió mucho
menos cómodo. Da la sensación de que Holanda siempre consigue traer a los mundiales equipos en los que parece que no
se vayan a acabar nunca las locomotoras; y si te pilla en mitad
del pelotón ese momento en el que, de repente, empiezan a
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PETER SAGAN. MI MUNDO
pasar hacia adelante lo que parecen varias docenas de tíos con
pinta de medir más de dos metros, y pesar todos ochenta kilos
de puro músculo enfundado en un maillot naranja, más te vale
apretar los dientes y respirar hondo.Te viene a la cabeza el indicador de «abróchense los cinturones». Sabes que la cosa se va a
poner movida.
Resulta paradójico que ningún holandés haya ganado esta
carrera desde que nací. Pero el que no hayan reinado durante
tantos años no significa que no sepan cómo subir a alguien al
trono, aunque sea sin querer.
A estas alturas ya había superado varias pruebas, así que
me puse a enumerarlas mentalmente. Primera prueba: venir a
Bergen. Hecho. Segunda prueba: tomar la salida. Hecho. Tercera prueba: que parezca que soy un ciclista, al menos durante
una hora. Hecho.
Esta era la cuarta prueba: ser capaz de aguantar un tremendo
cambio de ritmo. En fin, nunca seré de esos que después se preguntan ¿y si...? Será mejor que te pongas a ello, Peter.
Quedábamos ya unos cien. Cada vez que termina una
carrera, sobre todo cuando gano, suelen pedirme que explique
cómo se ha desarrollado, como si fuera una novela que acabo
de escribir, moviendo protagonistas, desenredando la trama,
dando un par de pistas falsas que pongan al héroe en peligro...
Resulta una idea bastante atractiva, y comprendo el motivo
por el que me lo piden, pero es imposible. No es que no se
pueda construir una narrativa, sino que esa sería, solamente,
mi narrativa. Así de sencillo. Hay cien tíos, y cada uno de ellos
tiene su historia, que es diferente a la del resto.Yo, lo único que
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PRÓLOGO
puedo hacer es contarles la mía. ¿Conocéis las cámaras GoPro?
¿Verdad que molan? Si instalas una en la parte delantera de
una bici, te dará unos planos espectaculares, y podrás ver cómo
son los procesos internos que conforman el desarrollo de la
carrera. Pero imaginaos que no tenéis más formas de presenciar la carrera. Imaginad que en los mundiales de Bergen no
hubiera cobertura aérea, planos desde las motos, ni cámaras en
la línea de meta, ni comentaristas. Nada, durante las seis horas
y media de la carrera. Así que esa sería mi historia, mi película,
mi sesgada versión de entre cien versiones diferentes. No creo
que demasiada gente estuviera interesada en verla.
He conseguido aguantar. Me concentro en la rueda que me
precede. En realidad, lo que hago es esconderme. Suelo pedalear siempre cerca de la cabeza, porque eso me permite ver lo
que está sucediendo, y resulta que cuando vas sobre la posición
trigésima, las cosas se vuelven un poco confusas. Pero bueno,
tampoco es que esté pensando en ganar, sino que más bien estoy
pensando en aguantar y ponerle un final decoroso a los dos años
en los que he portado este maillot arcoíris tan mítico.
El ruido alrededor del circuito no cesa ni un instante, y
por mucho que haya aumentado la intensidad de la carrera, me
resulta imposible no percatarme de la ingente cantidad de aficionados eslovacos que han venido a Noruega. Hay banderas de
mi país izadas hasta el lugar más alto del cielo, en mástiles enormes. Cada vez que escucho mi nombre, me siento un poco más
fuerte. Cada grito en eslovaco que me llega desde el margen
de la carretera, me recuerda que tengo tras de mí a una nación
entera, empujando, rezando para que suceda lo imposible. Se
podían ver cientos de cascos vikingos con los colores nacionales
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PETER SAGAN. MI MUNDO
de Noruega, azul, rojo y blanco, enormes montañas de hombres
agitando banderas, perritos calientes o latas de cerveza. En ningún momento nos dejó de acompañar el olor a salchichas chisporroteando, o de pescado ahumado chamuscándose. Se saltaba
de un aroma al otro según pasabas frente a un grupo u otro.
Los aficionados suizos hacían sonar cencerros de un tamaño
inverosímil. No hay vaca en el Matterhorn que hubiera podido
sobrevivir a una noche entera con ese peso al cuello. También
había gran presencia de la Union Jack: difícilmente podrían
dejar de aprovechar los fanáticos aficionados británicos la posibilidad de obtener un billete low-cost para pasar un fantástico
fin de semana. Los aficionados franceses e italianos formaban
grupos más pequeños, pero rebosantes de pasión, en los que
se alababa a uno u otro ciclista en particular, vistiendo camisetas conjuntadas en las que pedían a los Tony Gallopin, Warren
Barguil, Gianni Moscon o Sonny Colbrelli que les consiguieran
el maillot arcoíris.
Durante los últimos veinticuatro meses me había acostumbrado a ese mismo maillot, y ahora me daba cuenta de que ya
no contaba con el coraje y energía que le aporta al ciclista que
lo viste. Era un ciclista más en los poco habituales colores de su
equipo nacional, en mitad del pelotón principal mientras este
pasaba como una estampida. No era ni Peter Sagan ni el campeón del mundo; solo una pluma más en las batientes alas del
águila. No escuchaba los gritos de «¡Peter!» o «¡Sagan!» que suele
provocar el maillot arcoíris. Sobre todo, por lo lejos que me
encontraba de la cabeza. Me sentía cómodo en ese anonimato,
pero si pensaba que aquel sentimiento de invisibilidad se extendía a la multitud de mis rivales, entonces me estaría engañando
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