Diabólico ENRIQUE GONZÁLEZ FERNÁNDEZ se me parece el mejor adjetivo para calificar el atentado cometido contra Nueva York y Washington, contra los Estados Unidos. Todo acto terrorista lo es, pero el del pasado 11 de septiembre acumula mayor dosis de maldad, y ésta siempre procede de su origen: el diablo o Satanás, que causa graves daños en la naturaleza y tienta al hombre para producirlos en ella y en los demás. É En este caso, unos hombres malvados, salvajes, bárbaros, han caído en la tremenda tentación de cometer su crimen bajo artimañas religiosas para desprestigiar a Dios, que es infinitamente bueno, que es amor. Pero los impulsos de los terroristas son, en realidad, satánicos, aunque digan lo contrario. Mientras tanto, en esta permanente lucha del Mal contra el Bien, el demonio cree que ha ganado la partida, porque además pasa desapercibido y logra que los criminales afirmen que actúan por mandato divino. Conviene recordar, a este respecto, unas palabras de Albino Luciani, entonces Patriarca de Venecia, más tarde Papa Juan Pablo I: “La burla más lograda del diablo es la siguiente: hacer creer a los hombres que él no existe. Él, el diablo, uno de los protagonistas de la historia, trata de pasar de incógnito en el mundo y de que le nieguen los hombres para conseguir de ellos que promuevan contra Dios la rebelión que un día él emprendió. Y, en parte, lo ha logrado”. Existe lo que denomina San Pablo el “mysterium iniquitatis”, el misterio de la iniquidad, debido a quien llama Cristo “el gobernante de este mundo”, el diablo. Frecuentemente los hombres atribuyen a Dios la muerte, la enfermedad, las calamidades, los desastres naturales, las guerras, el odio, la destrucción, el sufrimiento de las criaturas, como su fuera un Dios malo. Pero el culpable de todos esos males es aquel a quien Cristo llama “mentiroso y padre de la mentira”. Engaña a los hombres y hace burla a su Creador. En cuanto al mal moral, quien se deja llevar por él tampoco debe echar la culpa a Dios, sino a sí mismo, caído en la tentación del diablo. Santiago escribe: “Nadie, cuando sea tentado, diga que de Dios es tentado; porque Dios no puede ser tentado por el mal ni tienta él a nadie”. Los criminales suicidas de los aviones estrellados contra los Estados Unidos han creído la absoluta falsedad de que cometiendo sus atrocidades se convertían en mártires e iban al paraíso. Lo más razonable es pensar que han ido de cabeza al Infierno, adonde se empeñan en viajar los terroristas porque hacen oposiciones para ello. Con la parábola del buen samaritano, Jesús enseña que el término “prójimo” no debe referirse sólo a los familiares, amigos, paisanos, a los de la misma raza o religión, sino también a los desconocidos, a los enemigos, a los extranjeros, a los de otras razas y religiones. Para el experto en la Ley, oyente de Jesús, los prójimos oficiales del herido eran el sacerdote y el levita, pero no el odiado extranjero samaritano, el cual, sin embargo, fue el único que se aproximó, que se hizo prójimo. Por eso San Juan escribe: “En esto sabemos que lo hemos conocido, si guardamos sus mandamientos. El que dice ‘lo he conocido’ y sus mandamientos no está guardando, es mentiroso, y no está la verdad en él. Pero el que guarda su palabra, verdaderamente en éste el amor de Dios ha sido perfeccionado. En esto conocemos que en él estamos. El que dice que permanece en él debe, como aquél anduvo, también él mismo así andar […] Nosotros sabemos que nos hemos trasladado de la muerte a la vida, pues amamos a los hermanos. El que no ama, permanece en la muerte. Todo el que odia a su hermano es homicida, y sabéis que todo homicida no tiene vida eterna en él permanente”. Conviene también recordar aquí otra definición que Cristo da del diablo: “homicida desde el principio”. Y San Juan lo llama “Anticristo”. El propio San Juan continúa: “En esto hemos conocido el amor, en que aquél puso su vida en favor nuestro. También nosotros debemos poner las vidas en favor de los hermanos. Quienquiera que tenga los medios del mundo y observe que su hermano tiene necesidad, y cierre sus entrañas contra él, ¿cómo el amor de Dios permanece en él? Hijitos, no amemos de la palabra ni con la lengua, sino en la obra y de verdad […] Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo y nos amemos unos a otros […] Amados, amémonos unos a otros, pues el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoció a Dios, pues Dios es amor […] Amados, si así Dios nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie ha contemplado jamás. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor está perfeccionado en nosotros […] Y nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene a nosotros. Dios es amor, y el que permanece en el amor, en Dios permanece, y Dios permanece en él […] Nosotros amamos, porque él nos amó primero. Si alguien dice: ‘amo a Dios’ y odia a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y este mandamiento tenemos de parte de él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano”. escribe San Agustín. El problema es que muchos no se dan cuenta de ello, y pretenden salvaguardar la ortodoxia, la verdad, con métodos antirreligiosos. Pero la verdad consiste justamente en la caridad, en el amor, que es la auténtica ortodoxia. Habría que estudiar hasta qué punto conocen los terroristas esas palabras. Muchos de ellos las ignoran completamente, o no quieren saber de ellas, o hacen oídos sordos, o más bien se adhieren al que es “mentiroso y padre de la mentira”. Cristo, Dios hecho hombre, lo deja muy claro en los Evangelios. Pero a él las autoridades “religiosas” de su tiempo —intolerantes defensoras de la “ortodoxia”— lo condenaron a muerte. Y anunció a sus discípulos que, como él, serían perseguidos, odiados, expulsados, “e incuso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios”. Tan importante es el amor que San Pablo asegura que aunque tuviera todo e hiciera las mayores cosas, “si no tengo amor, nada soy”; “si no tengo amor, de nada me aprovecho”. “El amor es longánime, es servicial el amor, no tiene celos; el amor no es jactancioso, no se engríe, no actúa indecorosamente, no busca las cosas de uno mismo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra en la injusticia, pero se congratula de la verdad. Todo excusa, todo cree, todo espera, todo soporta. El amor nunca caduca […] Perseguid el amor”. Se desprende una lección después del 11 de septiembre: en religión hay que estar precavidos contra todo fanatismo, integrismo o fundamentalismo. Es menester darse cuenta de que una religión es tanto más verdadera cuanto mayor sea su capacidad de tolerancia, de apertura, de respeto y amor por los demás. La permanente tentación consiste en deslizarse hacia formas de rigidez, y de presentar esta intransigencia bajo capa de piedad. Al tomar el nombre de Dios en vano se actúa contra él. Todo lo que en esos ámbitos resulte o parezca reaccionario, ultra o extremista es, literalmente, pseudorreligioso. “Non intratur in veritatem nisi per caritatem”: no se entra en la verdad sino por la caridad, Eso es lo que, salvando las distancias, acaba de pasar una vez más, y a gran escala. Pero también hay casos, a escala inferior, producidos dentro de una misma religión. Aprovecharse de ella para la maldad es lo más diabólico. Sólo expongo aquí, para terminar, dos ejemplos que nos resultan cercanos: En el siglo XVI, Fray Luis de León, rodeado de colegas que envidiaban su prestigio y sus éxitos, fue denunciado a la Inquisición. Una persecución debida a la malevolencia ajena, que termino llevándolo injustamente a la cárcel, “en que la injuria y la mala voluntad de algunas personas me han puesto”. Y dice en otro lugar: “Mis enemigos con sus acusaciones ante los jueces […] ni aún cesan de perseguirme de muerte”. Al serle notificada la libertad, antes de salir de la cárcel, en 1576, escribe la décima que comienza así: “Aquí la envidia y mentira me tuvieron encerrado”. Al año siguiente, 1577, San Juan de la Cruz fue encarcelado en Toledo. Probablemente escribió las ocho liras de Noche oscura en la misma cárcel, o en los días inmediatos a su evasión, o al poco tiempo de haber salido de la prisión toledana, descolgándose de ella en 1578.