Unas preguntas, profe Por: Psc. Joaquín Páramo. (2022) El texto a continuación se refiere a los preocupantes resultados de una investigación sobre las características y condiciones más comunes de nuestro cuerpo docente en Colombia. Es una de muchas miradas a este tema y sugiere el reto de buscarle soluciones. ━━━━━━━༺༻━━━━━━━ ¿Por qué a nuestros jóvenes los rajan en las principales pruebas internacionales? ¿Y por qué esto viene sucediendo hace tanto tiempo? ¿Qué estamos haciendo mal? Qué irónico resulta que, siendo los maestros de nuestro país, por efecto de su oficio, quienes mayormente tienen en su poder la posibilidad de cambiar el futuro, o de ayudar a que salgamos algún día de la pobreza, sean ellos al mismo tiempo quienes la perpetúan. Según una reciente investigación, citada por el columnista Rafael Nieto, el 80 % de nuestros estudiantes asiste a colegios oficiales. O sea, la inmensa mayoría de nuestros jóvenes son alumnos de docentes que, según esa misma encuesta, han sido los peores estudiantes durante su educación media, y como si fuera poco, son también esos docentes los que han obtenido las peores calificaciones (Pruebas Saber Pro) en sus estudios universitarios. Para completar el drama, de nada ha servido que muchos de ellos hayan adelantado estudios de posgrado. O sí, los títulos de posgrado sirven para subir peldaños en un escalafón que les garantiza mejores condiciones salariales. No se puede pasar por alto que los docentes vinculados con el Estado gozan de una serie de privilegios que los sitúa por encima de otros profesionales al servicio de ese sector. Si contáramos con un índice de bienestar laboral, encontraríamos que, muchos maestros -principalmente los del Distrito Capital y de las grandes ciudades- gozan de mayor estabilidad laboral, sus jornadas son más cómodas, tienen 4 vacaciones al año ( semana santa, a mitad y al final del año, semana de receso) acceso a becas, primas, etc. Y cómo no ver reflejada la mala formación de los maestros en nuestros jóvenes: Desde que nuestros estudiantes entre los 15 y 16 años vienen presentando, cada tres años según la norma, las pruebas PISA (Programa para la medición internacional de estudiantes, por sus siglas en inglés) que miden los conocimientos sobre lectura, matemáticas y ciencias, los resultados son deplorables. Ocupamos los últimos lugares entre los 35 países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Intermezzo: hay colegios que dicen no aceptar los contenidos evaluados por las pruebas PISA; que otras cosas, con mayor importancia, afirman, son las que ellos enseñan. Esta observación es válida, cada colegio y cada familia puede estar de acuerdo o no con esta opinión, están en su derecho. No obstante, lo que no sería sensato ignorar es aquella máxima atribuida al físico británico William Thomson Kelvin quien dijo : “Lo que no se define no se puede medir . Lo que no se mide no se puede mejorar . Lo que no se mejora, se degrada siempre”. Si son otros los contenidos o las metas por alcanzar, distintas a lo que proponen las pruebas PISA, pues, no estaría demás, aplicar la máxima referida. Sigamos. Aun si ignoramos por un momento la información que se dispone sobre la mediocre preparación de nuestros docentes, aun queda por analizar lo que pueda quedar: Para nadie resulta extraño constatar que buena parte de los docentes de nuestro país, son o han sido simpatizantes de las doctrinas de izquierda, esas que abogan, incluso por el uso de la violencia - según las estadísticas citadas, cuatro de cada diez docentes manifestaban estar de acuerdo con la lucha armada-, abogan, decía, por un igualitarismo que, como ya se ha demostrado, ha fracasado. Aunque bien mirado, lo que se ha logrado es un igualitarismo en la pobreza. A todas luces, la evidencia no ha servido. Lo que ha ocurrido, dirán algunos, es que el modelo socialista no se ha aplicado como se debe. Y así, como… Durante generaciones, el discurso es el mismo. La revolución cubana nos hizo creer durante muchos años que la fórmula para una justicia social o para crear oportunidades para todos, tiene que pasar forzosamente por una revisión de nuestros sistema económico. O sea, si reemplazamos el perverso sistema capitalista, por un sistema donde el Estado controle los medios de producción, la prosperidad será inevitable y traerá consigo, el progreso moral, científico y cultural. Y esta es la ideología, que como un mantra, se viene transmitiendo de generación a generación a nuestros jóvenes: como un macabro plan de largo plazo de suicidio colectivo. Porque el otro 20 % de nuestros estudiantes, los que han tenido la suerte de estudiar en colegios privados -y donde muy probablemente no ocurre, al menos en esas mismas proporciones la diatriba política o el adoctrinamiento ideológico-, serán ellos quienes tendrán mejores oportunidades en el futuro. ¿O será que todo esto ha sido previsto y obedece a una estrategia para agudizar la lucha de clase que nos llevará finalmente a la tan mentada dictadura del proletariado? Ahora que se ha aprobado el presupuesto general de la nación (PGN) para el año 2022 por la suma de 350, 4 billones de pesos, se podrá contar, según el departamento nacional de planeación, con 49,5 billones de pesos para la educación. Una cifra que, para quienes pensamos que una de las mejores cosas que puede hacer un país para impulsar su desarrollo es “invertir” -y esta es la palabra clave-, en educación. Los 49,5 billones representan, descontando el servicio de la deuda externa, el sector que más recursos recibirá. Le siguen la salud y las fuerzas militares. Algunos dirían que tanto dinero destinado a la educación será, metafóricamente hablando, una gran apuesta. Y no es en vano el uso de esta metáfora pues existe una gran semejanza con lo que son las apuestas: donde se arriesga una suma de dinero (u otro bien) con la idea de que el azar multiplique lo apostado. Aquí todo se quiere dejar al azar, y eso es justamente lo que no ha ocurrido durante tantos años. La fortuna no nos ha favorecido y las apuestas cada vez son más altas sin resultados: esa platica se perdió. Los datos son elocuentes, como lo señalamos anteriormente. ¿Qué hacer? Aunque la educación por sí sola no garantiza el desarrollo de una nación, sí es un factor imprescindible para el progreso. Nos lo dicen -con indicadores en mano-, Corea, Taiwán, Singapur, entre otras naciones, que salieron de la pobreza implementando lo que se ha denominado la economía del conocimiento. Lamentablemente el cambio que tenemos que hacer es imposible en las actuales condiciones políticas de nuestros países. ¿Alguien podría atreverse a proponer algo como lo hizo desde la academia el Sr. Milton Friedman?: desmontar (O de-construir, como dirían los “posmos”, remozados hoy como “progres”) el sistema educativo para implementar un sistema de vouchers (o bonos o cupones): el gobierno recogería los impuestos correspondientes a este rubro y se los distribuiría a cada familia, para que ella fuera quien escogiera el colegio que mejor cumpliera con sus expectativas sobre los contenidos por aprender, las estrategias de enseñanza y las formas de evaluar a sus hijos, por ejemplo. Con tanto cheque deambulando por ahí entre las familias (obviamente restringidos para no caer en la tentación de gastarse en otros menesteres), abundaría la oferta privada con calidad profesores incluidos con mejores salarios-, y todo esto estimulada, además, por la libre competencia. Así lo han aplicado con éxito países como Corea del Sur, Finlandia, Singapur, Suecia. Lo malo de este sistema, hay que decirlo, es que no facilita la corrupción, la ineficiencia, y el mantenimiento del status quo. O sigamos esperando…ad nauseam. Para terminar. Espero que este texto, contribuya de alguna manera a la reflexión y al debate permanente que merece un tema tan delicado. Para comprenderlo faltarán muchas aproximaciones, o formas de interpretación, pero el reto mayor será idear fórmulas que nos ayuden a solucionar aquello que nos aqueja o nos hace falta. www.Joaquín Páramo.com