Subido por Владимир Каппел

falangismo español- julius evola

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¿QUÉ QUIERE EL “FALANGISMO”
ESPAÑOL?
Julius Evola para “Lo Stato”, enero de 1937.
“Creemos que el mejor soldado es el que combate con un conocimiento preciso de su
causa y que las ideas, aunque presentes o confusamente intuidas, más que formuladas
con claridad, son la realidad primera en todo proceso histórico realmente importante”
- Julius Evola.
Si bien las fases de la guerra civil española son seguidas por todos
con vivo interés, no son tan conocidas las ideas que precisamente
animan la insurrección de las fuerzas nacionales españolas contra el
comunismo: debido a que muchos piensan que la fase ideológica
positiva en las revoluciones se lleva siempre a cabo en el periodo
sucesivo.
Nosotros no somos partidarios de esta opinión. Creemos que el
mejor soldado es el que combate con un conocimiento preciso de
su causa y que las ideas ya sean presentes o confusamente intuidas,
más que formuladas con claridad son la realidad primera en todo
proceso histórico realmente importante. Agradecemos pues a
Alberto Luchini el habernos introducido en el programa doctrinal de
una de las principales corrientes nacionalistas españolas. El de la
llamada “Falange Española”, vivificando y exaltando sus propuestas
con los recursos de un estilo de traducción neorromántico, vigoroso,
preciso y con felices improvisaciones (I Falangisti Spagnoli, Florencia,
1936).
El programa es una profesión general de Fe política, cuya
formulación parece deberse a José Antonio Primo de Rivera o al
escritor Giménez Caballero. Por su riqueza de contenido espiritual, la
cual nos ha sorprendido tanto que creemos muy oportuno señalarlo
al público italiano dando, en definitiva, su significado.
Punto primero. Ni la unidad lingüística, étnica o territorial son
suficientes para dar a la idea de nación su verdadero contenido “Una
nación es una unidad predestinada, cósmica”. Esto -se afirma- es
España: una unidad un destino, “un ente subsistente que va más allá
de toda persona, clase o colectivo en el que se sitúa” no solo eso,
también por encima de “la cantidad compleja que resulta de la
agregación de los mismos”. Se trata de la idea espiritual y
trascendental de la nación, opuesta a cualquier colectivismo -de
derechas o de izquierdas- y al cualquier mecanismo. “Entidad
verdadera en sí misma, de una verdad suya y perfecta, realidad viva
y soberana, España tiende, en consecuencia, hacia sus propios fines
definidos”. En este sentido, no solo se habla de “un pleno retorno a
la colaboración espiritual mundial”, sino también de “una misión
universal de España”, de una creación que parte de la “unidad solar”
que representa, de “un mundo nuevo”. Por supuesto, en este último
aspecto, dejando a parte las buenas intenciones, deja una
interrogación abierta.
Lo que España pueda decir hoy, y también mañana, en el marco de
una idea universal, en realidad no está claro. Pero la realidad es que
aquí tenemos el efecto de una lógica precisa. En efecto, no se puede
asumir espiritualmente la idea de la nación sin ser llevada
instintivamente a superar el particularismo, a concebirla como el
principio de una organización espiritual supranacional, con el valor
de la universalidad: incluso cuando hay muy poco disponible para
concretar de forma efectiva a tal necesidad. Y viceversa: toda
restricción particularista de una idea nacional siempre la acusa de un
materialismo o colectivismo latente.
Pasemos a la parte más estrictamente política del programa. Los
falangistas dicen no al Estado agnóstico, espectador pasivo de la
vida pública nacional o como mucho policía a lo grande de esta. El
Estado debe ser autoritario, el Estado de todos, total y totalitario,
justificándose, sin embargo, de esta forma, siempre con referencia a
la noción ideal y perpetua de España, independiente de cualquier
interés meramente clasista o partidista.
La erradicación de los partidos y el circo parlamentario contiguo se
deriva naturalmente de este punto de vista. Pero los falangistas, bajo
la fuerza de las tradiciones seculares de su patria, también parecen
estar en guardia contra esos excesos de totalitarismo que, en su
obra de nivelación y uniformización amenazan con hacer que
algunas tendencias nacionalistas, a pesar de todo, sean
nacionalizadas por el bolchevismo. Es así como los falangistas
insisten en la necesidad de grupos humanos orgánicos, vivos y
vitales, para articular el verdadero estado y ser sus sólidos
cimientos; pretenden, por tanto, defender la integridad familiar, la
célula de la unidad social; la autonomía municipal, la célula de la
unidad territorial; finalmente, las unidades profesionales y
corporativas, células de una nueva organización obrera nacional y
órganos para la superación de la lucha de clases.
En este último aspecto, la adhesión de los falangistas a la idea
corporativista fascista es total. "Las categorías sindicales y
empresariales, hasta ahora incapaces de participar en la vida pública
nacional, deberán ascender, tras demoler los diafragmas artificiales
del parlamento y de los partidos políticos, a órganos inmediatos del
Estado". La colectividad de productores vista como una totalidad
orgánica que se concebirá como “totalmente cointeresada y
comprometida con la empresa común, única y alta”: una empresa en
la que la primacía del interés general nacional debe quedar siempre
asegurada.
Quizá no sea casualidad que el capítulo que sigue inmediatamente a
este trate de la personalidad humana, y que denuncie el peligro de
que una nación se transforme en una especie de "laboratorio
experimental", según las consecuencias lógicas del bolchevismo y el
mecanicismo. El énfasis dado a la dignidad de la personalidad
humana, para distinguirla claramente de la arbitrariedad
individualista, nos parece precisamente uno de los rasgos más
destacables y característicos del programa falangista español y el
resultado de una sana visión tradicional. Citamos el pasaje que, a
este respecto, es el más significativo: “La falange española discierne
en la personalidad humana, más allá del individuo físico y de la
individualidad fisiológica, la mónada espiritual, el alma ordenada a la
vida perpetua, instrumento de valores absolutos, valor absoluto en sí
misma”. De ahí la justificación de un respeto fundamental a “la
dignidad del espíritu humano, a la integridad y libertad de la
persona: libertad legitimada más arriba, de carácter profundo; lo que
nunca podrá traducirse en la libertad de conspirar contra la
convivencia civil y socavar sus cimientos”. Con esta declaración se
supera resueltamente uno de los mayores peligros de las
contrarrevoluciones antimarxistas: el peligro, esto es, de lesionar los
valores espirituales de la personalidad en el momento de golpear,
con razón, el error liberal e individualista en la política y en la
sociedad.
Bajo estas premisas, cualquier interpretación materialista de la
historia es rechazada por los falangistas; el espíritu es concebido por
ellos como el origen de toda fuerza verdaderamente decisiva,
apenas vale la pena señalarlo. Y una profesión de fe católica es
igualmente natural; la interpretación católica de la vida es,
históricamente hablando, la única que es "española" ya que a ella
debe referirse toda obra de reconstrucción nacional. Esto no
significará una España deba volver a sufrir las injerencias, intrigas y
hegemonías del poder eclesiástico, sino una España nueva, animada
por ese "sentido católico y universal" que ya la orientaba, "contra la
alianza del océano y la barbarie, hacia la conquista de continentes
desconocidos”: una España, permeada por las fuerzas religiosas del
espíritu.
Los falangistas luchan por estas ideas, como un "guerrero
voluntario", destinado a "conquistar España para España". Son ideas
que, en sus líneas generales, nos parecen perfectamente "en orden",
se presentan ya con un rostro preciso y pueden tener el valor de
sólidos puntos de referencia.
Si el movimiento nacional español está verdaderamente impregnado
de esto, tenemos un doble motivo para desearle sinceramente una
victoria plena, rápida y definitiva: no sólo por el lado negativo
anticomunista y antibolchevique, sino también por lo positivo que
puede aportar en el conjunto de una Europa nueva, jerarquizada, de
naciones y de personalidad.
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