Homilía del Jueves Santo “Sabiendo Jesús que había llegado su Hora” Que significa la hora de Cristo, en muchas ocasiones habían intentado acabar con Jesús, lo habían intentado apedrear, lo habían intentado tirar por un barranco, pero en todas ellas el Evangelio afirma que no había llegado su hora. Incluso el primer milagro que realiza Jesús, en Cana, viene precedida por la reticencia del mismo Jesús a su madre alegando que no había llegado su hora. Pero ya no hay vuelta atrás, ha llegado el momento de Amar hasta el extremo, como el mismo Maestro nos había anunciado, “No hay amor más grande que el que da la vida”. Pues es la hora de la entrega, una entrega que comienza en la Ultima Cena. Puerta de la Cruz, y comienzo del sacrificio de la Pascua. El Señor sabe que se enfrenta a la muerte y en la cena con sus amigos, dialoga con ellos, les suplica, les exhorta, les enseña como ternura, les anuncia su propia entrega y les conforta con su Cuerpo y su Sangre. Les pasa el testigo de su propio corazón para que ellos sepan dar testimonio de lo que han experimentado a lo largo de su vida, ha llegado el momento, la hora de la Iglesia. Nuestro propio momento, y hora en la que nosotros haciendo vivo y presente el memorial de Cristo que ama y sirve con amor a los hombres, se hace vivo y presente en la Eucaristía, donde la Iglesia vive del mismo amor que infundio Jesús en la Ultima Cena, donde se realiza verdaderamente el sacrifico de la Cruz y donde se prolonga en la historia, la vida de la Comunidad. Pero el Maestro, vive también momentos de gran angustia, y dolor, el mayor dolor que siente Jesús no lo siente ni en el suplicio de la tortura, de los crueles azotes de los soldados del procurador, ni en la cruz, en plena agonía. El mayor dolor del corazón de Cristo es en la última Cena, cuando abriendo su corazón a los discípulos, dándoles su propio cuerpo y Sangre, humillándose y lavándoles los pies para darles ejemplo. Es traicionado y vendido por un amigo, que no ha comprendido nada de lo que él les ha estado diciendo, que no ha querido escuchar sus ruegos y su llanto, que se ha hecho insensible al mismo dolor de Cristo y mucho mas se ha hecho insensible a la Eucaristía. También muchas veces nosotros, nos hacemos insensibles a la Eucaristía, damos palos de ciego pensando agradar a Dios, con nuestras oraciones y no respetamos la Eucaristía, ni su presencia verdadera y real en el Sagrario. Damos lecciones de humildad con los labios y no nos arrodillamos ante Dios, al que tenemos delante, por prejuicios, por indiferencia y sobre todo por no querer aceptar una Palabra viva Real que habla desde este Sagrario. Un templo no es un lugar de encuentro entre nosotros, ni puede ser una excusa para la revancha, las malas intenciones, un templo es el signo más verdadero y único de la presencia de Cristo, si no sabemos ver a Cristo en el Sagrario y respetarlo nunca lo veréis en el hermano, ni en su Palabra. Así en este Día del amor fraterno, se nos descubre la verdadera dimensión del amor comunitario. Que está precisamente en descubrir que Jesús se entrega y sirve, pero que permanece presente para recordarnos que lo que él hizo lo debemos hacer nosotros. El verdadero amor y la verdadera caridad se alimenta en el Sagrario y en la Eucaristía. La Iglesia anima este día a mostrar este sentido de la caridad compartiendo nuestros sacrificios cuaresmales con los necesitados, realizando una verdadera comunión de bienes, con aquellos que se encuentran bajo el peso de la pobreza, la injusticia y el abandono. Pero además es el día de la Institución del Sacerdocio. En el cual el Señor quiere hacerse presente en el ministro sagrado, cada vez que este celebra los sacramentos, especialmente al Eucaristía. Y es quien ha recibido del mismo Señor la misión de enseñar, y catequizar al Pueblo de Dios, y sus Palabras no son suyas sino que en comunión con el Papa y como colaborador del Obispo, anuncia un Palabra, para ser escuchada y acogida con respeto. Acerquémonos hoy a la Eucaristía, para conocer los sentimientos de Cristo en la última cena, apoyemos nuestra vida sobre su pecho, como Juan, y pidámosle que sepamos amarle en el Sagrario, que nuestra vida, nuestros gestos sean viva expresión de nuestro respeto al misterio del amor que hoy se nos entrega. Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de Tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable. Que Nuestra Madre nos enseña a adorar y querer con verdadero corazón lleno de fe a Cristo vivo y presente en el Sagrario.