El servicio hospitalario a fines del siglo XIX1 TEXTO 1 Los higienistas y la población consideraron a los hospitales como uno de los principales agentes de contaminación de la capital. (…) En la era republicana, el manejo de los hospitales se centralizaba en la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima. (…) Era regentada por vecinos notables, agrupados en una Junta de Beneficencia. Los ingresos para hacer funcionar la institución los obtenían principalmente del ramo de loterías, de la venta de nichos en el cementerio, de las donaciones particulares que recibían y de la administración de las rentas de cofradías. La Sociedad de Beneficencia de Lima intentó mejorar el sistema hospitalario, tanto en infraestructura como en la asistencia médica. Se ampliaron los cuartos y se abrieron ventanas para mejorar la ventilación y permitir una circulación fluida del aire, se reemplazaron las “…inmundas y malsanas covachas” por catres de fierro, se mejoró la iluminación en los cuartos, se abastecieron las boticas, se estableció un sistema de vigilancia para asegurar la presencia continua de médicos y practicantes en los hospitales, y, con el objeto de elevar el nivel de atención hacia los pacientes, se recurrió a las Hermanas de la Caridad. En esta institución se centralizó la administración de los diversos establecimientos de asistencia, como los colegios de huérfanos, los hospicios y los hospitales (que hasta entonces eran dirigidos por órdenes religiosas). Un cambio importante se daría hacia la década de 1870, con la fundación del ‘Dos de Mayo’, un hospital moderno cuya construcción fue impulsada tras el colapso que sufrió el sistema hospitalario durante la epidemia de fiebre amarilla de 1868. En contextos epidémicos eran especialmente notorias las mismas carencias coloniales, como la falta de médicos y la sobrepoblación, cuando parece ser era común ver a los pacientes “...tirados por el suelo sin la necesaria limpieza”. Los hospitales eran considerados como “...el último refugio de los miserables... como un lugar donde en vez de ir a curarse se va para morir”. Pardo, Memorias. 74-75 1 Adaptado de Lossio, Jorge (2003 ) Acequias y gallinazos Salud Ambiental en el Siglo XIX. IEP. pp. 82-83 Hospitales, refugios y médicos TEXTO 2 Para el año de 1859, los registros de la población de Lima ascendían a 100 341 habitantes (…). Para el caso del puerto del Callao, la misma fuente afirmaba que la población era de 16 539 habitantes. Para esta población se contaba con los siguientes hospitales: Hospital San Andrés, destinado a varones mestizos y criollos «...en el día se mantiene en buen estado de aseo y la asistencia es bastante prolija. La enfermería corre a cargo de 17 hermanas de la caridad. La atención médica está a cargo de siete médicos, de los cuales tres son auxiliares. El hospital tiene 12 salas y puede contener hasta 600 enfermos” (…). El Hospital de Santa Ana, destinado a mujeres indias, en el que las labores de enfermería estaban a cargo de las hermanas de caridad. El hospital tenía 12 salas y podía albergar hasta 400 enfermas. El Hospital del Refugio (Lazareto) era el hospital de los incurables (…). Una parte era destinada a los hombres y estaba a cargo de los padres benedictinos, de un médico y de un fraile. Contiguo a esta sección se encontraba el sector de mujeres. El de hombres tiene dos salas y podía contener 60 enfermos, mientras que el de mujeres era similar en el número (…). El Hospital de San Bartolomé originalmente fue fundado para proporcionar protección y asistencia médica a los “morenos libres”, a los inválidos, impedidos e incurables y hasta sus últimos momentos ayudarlos a bien morir; posteriormente, en las primeras décadas de la República se transformaría en un centro de asistencia para las tropas y militares, el número medio de enfermos era de 220. En el Callao se contaba con el Hospital de Protestantes, para la colonia anglosajona, que funcionaba en el sector de Bellavista, y el Hospital de Guadalupe, para la población del puerto. (…) Los profesionales de la salud que existían en Lima, según la misma fuente, eran los siguientes: dentistas, eran cinco. Luego estaban los médicos, que prestaban sus servicios en los hospitales de la Beneficencia (31) (…). Los Farmacéuticos eran 27 (…). Los flebotómicos son 18, y las parteras registradas 12. (…) Para el año 1863, la situación sanitaria de los hospitales era de una acumulación de enfermos, con salas en malas condiciones (…). De acuerdo con las teorías imperantes en el imaginario médico los vetustos hospitales contribuían a la difusión de la epidemia debido a la emisión de miasmas al exterior y al interior del establecimiento; otro factor era la disposición de camas tipo camarote, lo cual el decano de la Facultad de Medicina comunicó al director de la Beneficencia, el tres de abril de 1868, que la sesión del consejo de facultad había considerado inconveniente la existencia de las camas altas en el Hospital San Andrés y exigía la necesidad de cambiarlas, «...las referidas camas impiden la libre circulación del aire en la sala y son el origen de la podredumbre de hospital….». Este hacinamiento coadyuvaba a la presencia de más casos de fiebre amarilla. Material adaptado por el Ministerio de Educación. Medidas de salud pública para afrontar la epidemia de fiebre amarilla (1865) TEXTO 3 (,,,) Una de las primeras medidas frente a los casos de fiebre amarilla, fue que el Gobierno restableció las juntas de sanidades creadas en 1859. (…) A los pocos días de iniciada la epidemia, el prefecto de Lima se dirigió al decano de la Facultad de Medicina a fin de que este centro fuera el llamado a estudiar el momento sanitario de Lima y el Callao, además de proponer un conjunto de medidas a tomar frente a la epidemia. (…) Se dio una reunión entre las autoridades gubernamentales y locales, el prefecto y el decano de la facultad de Medicina, con la finalidad de controlar el avance de la epidemia, por lo que acordaron: establecer un Lazareto provisional, la municipalidad proporcionará un carruaje para conducir a los fallecidos al cementerio; se practicaran visitas domiciliarias para ver el aseo de las casas; visitas al mercado, y bodegones, para ver la calidad de alimentos; evitar la costumbre de arrojar basura a las calles, y la construcción de un Lazareto permanente. Las medidas destinadas a recoger enfermos y depositarlos de acuerdo a su gravedad en hospitales o Lazaretos, para lo cual se debería disponer de más espacios físicos para acopiar a los epidemiados y enterrarlos, expresaban la insuficiencia de los hospitales, la ausencia de mejoras en la higiene de las calles y acequias, como lo solicitaban los diarios y los médicos, medidas no tomadas en cuenta. Estas propuestas no estaban en el imaginario de los gobernantes y no se destinaron fondos económicos a estas tareas. Por otro lado, el ministro de Beneficencia mostró su preocupación por la necesidad de que se notifiquen todos los casos, en vista de que se tenían noticias sobre que los médicos atendían pacientes en sus casas y en el domicilio de pacientes, pero no alcanzaban información sobre estos casos. Las autoridades municipales acordaron establecer, en cada distrito, una sala de auxilio dotada de un médico, de medicamentos apropiados para prestar atenciones a los epidemiados, y con lo necesario para ser trasladados al Lazareto. Debido a la escasez de fondos de la Municipalidad, se invocó que se promueva una suscripción para atender estos gastos. (…) Las medidas sanitarias propuestas por las autoridades no fueron eficientes, la epidemia continúo con el desfile de epidemiados rumbo al Lazareto y al cementerio; (…) en los últimos días de abril se cambió de estrategia al crearse el Servicio Médico Domiciliario, que incluía visitas domiciliarias médicas y subsidio total de medicinas a los epidemiados. Este nuevo servicio dividió a la ciudad de Lima en distritos médicos que permitieron una atención oportuna y la detección de los casos iniciales, lo que ocasionó la descongestión de hospitales y la reducción de casos, coincidiendo con la evolución natural de la epidemia. Material adaptado por el Ministerio de Educación.