GRUPO DE AYUDA MUTUA MUJERES “FUERTES Y UNIDAS” PSI. GABRIELA MARCANO SUAREZ COORD. UNIDAD PREVENCIÓN Y ATENCIÓN DE VÍCTIMAS DE VIOLENCIA Uno no puede pelear consigo mismo, porque esta batalla tendría un solo perdedor. Mario Vargas Llosa Sin crecer con la mirada de otro que vea quienes somos a un nivel profundo, la forma en la que nos miramos a nosotros mismos va a estar distorsionada desde la base. Habrá aspectos de nuestra personalidad que no podremos aceptar, porque fueron ignorados o reprimidos por las personas con las que nos criamos. Al hacernos adultos esos aspectos funcionaran fuera de nuestra conciencia y no podremos regularlos. Cuando se activen no nos sentiremos identificados con ellos, no entenderemos porque sentimos, pensamos o hacemos esas cosas. Nuestra percepción en el momento será “no soy yo, no tiene que ver conmigo, esto no va con mi carácter”. La identidad, la definición de quienes sentimos que somos, se aprende en el espejo de las primeras relaciones, y se va configurando a partir de las interacciones con las figuras significativas de nuestra historia. Si cuando manifestamos una emoción vemos rechazo en la cara de las personas con las que convivimos, interiorizaremos ese rechazo. Si esta experiencia es repetida, cuando esa emoción se active, el rechazo hacia nosotros mismos también lo hará. “A veces me siento desamparada, desprotegida. No sé por qué me siento así, si yo soy una persona muy fuerte…En mi trabajo tengo que enfrentarme a situaciones difíciles, y lo hago sin problema. Pero en ocasiones, del modo más absurdo, me siento infinitamente triste. No me gusta sentirme así”. Si somos niños y nuestra madre está deprimida, no podemos compartir nuestra tristeza. Tenderemos a ocultarla, a evitarla, a enterrarla o a negarla. Si nuestra tristeza no recibe reconocimiento ni consuelo, será como un río que tapamos con compuertas que no abren nunca. Como mucho lloraremos sin que nadie nos vea, pero cuando lo hagamos nuestro cerebro conectará este estado con la tristeza de nuestra madre. Para un niño, ver tristeza en un cuidador importante es terrible, porque la persona triste no puede estar volcada emocionalmente en el niño, sino que esta ensimismada en su propio dolor. Aunque esa madre le brinde “todo” no habrá resonancia con la emoción de su hijo. La tristeza es una emoción que nos lleva a retraernos hacia nuestro interior, generando en las relaciones una sensación de distancia, intolerable para un niño que depende de esas relaciones para su supervivencia. Si cuando somos niños no tenemos de quien aprender a integrar, aceptar y regular nuestra tristeza trataremos de evitar sentirla. Pero ya sabemos que las emociones que no nos permitimos sentir, se quedan en nuestro interior para siempre. Los recuerdos relacionados con tristeza se apartaran, desconectaran o bloquearán. Una parte de nosotros se sentirá infinitamente triste, pero la aislaremos en nuestra mente. Esta parte triste no tendrá oportunidad de evolucionar, de nutrirse con el resto de nuestras experiencias, de relacionarse con figuras más reguladoras con las que nos iremos encontrando a lo largo de nuestra vida. Si la desconexión de esta parte de nosotros es muy grande, no tendremos conciencia de todo esto. Solo notaremos a veces una tristeza que no entenderemos de donde viene, que vendrá junto de la sensación de abandono y soledad que tiño nuestra infancia. No nos veremos como los adultos que somos, capaces de hacer cambios, de tomar decisiones y de buscar lo que necesitamos por nosotros mismos, nos sentiremos pequeñitos, Solo rescatando a esta parte de nosotros , aprendiendo a gestionar de otro modo nuestra tristeza, podremos dejarla fluir y eso hará que podamos vivir en el momento presente.