LA INVENC IÓN DE LA EDAD MEDIA Jacques Heers El autor expone la dificultad que representa establecer fechas para demarcar un proceso o una época, una ruptura. En lo que respecta a la Edad Media, Heers dice que algunos investigadores proponen que la contracción demográfica y topográfica de las ciudades romanas había precedido la llegada de los bárbaros, por lo que debería analizarse por sí misma; otros observan que los reyes de los tiempos “bárbaros” no renegaban de todo lo que procedía del pasado romano; finalmente, otros han optado por abandonar esa cesura entre la Antigüedad y la Edad Media para estructurar sus trabajos y lecciones de otra forma, en lo que denominan “Antigüedad Tardía y Alta Edad Media”. El autor también plantea que determinar la caída del Imperio Romano en el siglo IV o V significa coartar y relegar gran parte de las provincias orientales, las que siguieron inmersas en el sistema romano. De esta manera, Occidente se trata de manera aislada para de repente redescubrir, en el siglo XI, a los países bizantinos a los que se han convertido en musulmanes; la historia de Oriente se aborda, entonces, solamente como preludio de las cruzadas. El autor se cuestiona el problema de fijar de forma razonable el inicio y el final de la Edad Media, siendo que ésta constituye un período que, incluso reducido por arriba y por abajo, se extiende a lo largo de varios siglos, de casi un milenio. Muchos son los historiadores que han tomado conciencia de que la Edad Media no se puede considerar como un todo y que la más mínima reverencia hacia nuestro pasado consistía en no confundirlo todo en una sola mirada que no tuviera en cuenta las diferencias y originalidades. Y son esos mismos investigadores los que han roto con el bloque cronológico y hablan de la “alta” y de la “baja” Edad Media. El simple sentido común exige rechazar los mitos, las generalizaciones y las ambigüedades. La Edad Media no puede concebirse como una realidad. Deberíamos sobre todo evitar ese adjetivo medieval, indefendible puesto que no significa nada. Lo ideal sería datar lo mejor posible, dentro de unos decenios si es posible, y de esa forma situar el tema del que hablamos más que lanzar al aire abstracciones vacías de significado. Los abusos de la lengua. Las palabras cómplices. La tentación de considerar los años situados entre la Antigüedad y la Edad media, y entre la Edad Media y la Edad Moderna, como tiempos de transición es muy fuerte. No se trata solamente de palabras y de conceptos sin importancia, sino de la orientación de la investigación, o incluso, de la interpretación de los resultados. Calificar de “moderna” a una edad que hacemos remontar hasta el siglo XVI, supone la oposición de una era de grandes progresos, de liberaciones del hombre de gran número de prohibiciones. Con la palabra “renacimiento” esa intención era todavía más clara. Incluso, su poder de convencimiento era mayor si se hacía alusión a un período de decadencia. Los tiempos que preceden ese despertar maravilloso ya no son solamente “el fin de la Edad Media”, no son simplemente tiempos intermedios o de transición, sino decididamente tiempos de decadencia. Para explicar esa decadencia era necesario hallar razones, evocar catástrofes o, como mínimo, grandes dificultades. Algunos usaron la guerra de los Cien Años, otros las malas cosechas, el hambre y, sobre todo, las epidemias. En este contexto, el autor cita a Yves Renouard, quien plantea: ¿Cómo imaginarse ese mundo occidental, por un lado afectado por el letargo, por la desesperación, vacó de hombres y de entusiasmo, y por el otro lado, seguir a esos mismo hombres lanzados al descubrimiento de mundos lejanos hasta entonces perdidos en brumas legendarias? Pero la cuestión estaba decidida de antemano: decadencia y crisis. CAPÍTULO 5: LAS IDEAS HEREDADAS SOBRE EL RENACIMIENTO Por lo general, se admite que el Renacimiento se habría manifestado por el retorno a ciertas fuentes fundamentales, mediante un redescubrimiento de la Antigüedad, principalmente en las bellas letras, la filosofía y las artes. Sin embargo, esta afirmación reposa sobre dos creencias subjetivas: por un lado, se tiene un juicio de valor que establece que las obras antiguas y las que se inspiran en ellas, son superiores a las medievales. Por el otro lado, ha existido un grave error de apreciación que ha llevado a afirmar que las obras antiguas habrían sido redescubiertas en los últimos tiempos de la Edad Media tras un largo olvido. El autor habla mucho de la mala imagen que tiene el arte medieval y su valoración negativa frente al arte clásico. Cuestiona que los parámetros de perfección y representación exacta de lo material sean considerados superiores a las formas espirituales de hacer arte. También reflexiona sobre la admiración general que existe por otros tipos de arte, como el egipcio, que también carecen de perspectiva y naturalismo, pero que sin embargo, son apreciados. ¿Supone la Edad Media el olvido de la antigüedad? ¿Es cierto que el Renacimiento exhumó lo que había permanecido desconocido desde hacía mucho tiempo? Decir que a los hombres de la Edad Media no les gustaba hacer referencia a su pasado griego o romano demuestra estar dominado por ideas preconcebidas y haber leído poco. Es evidente que el cristianismo, las gestas de sus mártires, y luego la caballería, sus combates o sus juegos, enriquecieron el vahaje cultural de Occidente y le dieron otro color. Pero eso no implicaba que no se hacían los locos con su herencia. No la habían olvidado, sino que por el contrario, se había cultivado con una viva reverencia y a veces con pasión. ¿Cómo se puede afirmar que los hombres de esta época ignoraban o despreciaban la herencia antigua, si ésta inspiró numerosas obras literarias medievales exitosas entre un variado público? Muchas veces la Edad Media sirvió como vínculo entre la Antigüedad y los más célebres autores del Renacimiento. Lo mismo pasa respecto a la errónea creencia de que los hombres de la Edad Media creían que la Tierra era plana y que estaba rodeada de terribles precipicios. Ptolomeo fue leído, publicado y comentado, como mínimo, desde 1300, más en las cortes y universidades de Francia que en la Italia renacentista. Con respecto al arte, los florentinos del Quattrocento, hombres del Renacimiento, no fueron en nada innovadores, sino que se contentaron con apropiarse, con robar, lo que los mercaderes de la Edad Media habían recogido. Ahora bien, en cuanto a las obras de la Edad Media, la creación artística de esa época nunca desdeñó los modelos antiguos, sino que buscó en ellos inspiración y ejemplos a seguir o a interpretar. En la Edad Media también se traducen muchas obras griegas que debían englobar el conjunto de conocimientos humanos. Renacimiento y Antigüedad. ¿Podemos hablar con certeza de un interés unánime por la Antigüedad, incluso en los momentos privilegiados del Renacimiento (XV-XVI)? ¿Fue ese interés el fermento de un “nuevo arte”? En esa época, se manifestó en Italia, efectivamente, una curiosidad o pasión por lo antiguo, aunque de una forma muy desigual. Los monumentos romanos no inspiraban más que ligeras preocupaciones, y sus ruinas todavía menos. En ningún sitio, en el Renacimiento, los edificios municipales se dedicaron a poner de relieve esos lugares romanos importantes. Los tratados de arquitectura y urbanismo presentan proyectos que no se inspiran en absoluto en la herencia romana; se pretende que esas ciudades sean en todo nuevas. En Roma, muchos monumentos se destruyeron o fueron adquiridos por privados, quienes tampoco los restauraron. Tampoco se reconstruyeron ruinas, y todo el mundo siguió explotando los templos, teatros y anfiteatros como si fueran canteras. Recién en el siglo XV se dicta una bula para proteger los monumentos, algo que no sucedió en los tiempos de mayor admiración por lo antiguo. En la Roma del Quattrocento también despertaba interés la búsqueda de tesoros, ya sea por su rareza o por su precio. Esos objetos eran apreciados por ser una opción de negocio y no así por la admiración que sentían por ellos, o porque les generara placer espiritual. En estos casos, el interés por lo antiguo se limitaba a la búsqueda de objetos y fragmentos de decorados. El arte romano se apreciaba a medias, sin situarlo en el tiempo ni tampoco definiéndolo. Las únicas exploraciones romanas que se emprendieron en el Renacimiento no estuvieron guiadas por el interés de exhumar vestigios paganos, templos o teatros, sino por el interés por los cementerios, testimonios de los primeros tiempos del cristianismo en Occidente. Sin embargo, estas catacumbas no fueron ignoradas en la Edad Media, ni por los romanos ni por los visitantes, solo que en el renacimiento se emprendieron verdaderas exploraciones a estos lugares, sacando gran provecho de ello. SEGUNDA PARTE: EL FEUDALISMO Y LOS DERECHOS SEÑORIALES. CAPÍTULO 1: LAS IDEAS PRECONCEBIDAS La condena que se ha hecho de la Edad Media ha sido dictada por obras de pura propaganda. Eta condena se maximiza cuando se habla del feudalismo y de las sociedades feudales, fuentes de tantos abusos, desgracias y crímenes. Es una condena sin matices, que abarca desde los países del Norte de Europa hasta las costas del Mediterráneo, y desde la caída del Imperio romano hasta la Edad Moderna. El feudalismo es el mal absoluto, la encarnación de la barbarie. Por muchos años se fortaleció la idea de que la República era la que aportaba la paz y la justicia social. No se podía hacer nada grande, sólido y justo sin una fuerte concentración político-administrativa. La denuncia de los derechos feudales estuvo guiada por dos corrientes de ideas: por un lado, la corriente que encarnaban los ministros del rey o sus consejeros, quienes querían consumar el poder central y convertir a todos los hombres en súbditos directos del rey. Así, pretendían abolir los derechos feudales para sustituirlos por los derechos del rey. Esto fracasó. Por otro lado, se tenía la corriente reformadora, inspirada por los funcionarios del Estado preocupados por la eficacia y el orden, y que fue reforzada por otra corriente más polémica y contestataria, denunciando abusos y diversas situaciones indefendibles. Estos autores querían situarse en el plano de la condición del hombre y de su dignidad. En este grupo de reformadores de las luces está Rousseau, Voltaire, Diderot, etc., quienes exigían transformaciones profundas y la supresión de los privilegios odiosos. La concepción medieval que tanto se maneja nación de ese modo, en el contexto de la preparación de la Revolución, muy apoyada por literatura específica que se limitaba a los derechos de los señores feudales y a la vida política y las relaciones sociales en un gran feudo. Sin embargo, los resultados de la Revolución muestran que los únicos privilegios abolidos en ese entusiasmo se referían exclusivamente a los derechos feudales y a todo lo que concerniera a la propiedad rural. Otros privilegios siguieron vigentes. Los diputados de la asamblea constituyente se dedicaron a reforzar los poderes del Estado y de las ciudades, cuyos dirigentes se beneficiaban de nuevos medios de acción, de mayores fortunas y que salieron ilesos de esas transformaciones. CAPÍTULO 2: ANATOMÍA DE UNA PROPAGANDA REPUBLICANA Muchas fueron las novelas que tenían la intención política y pedagógica de instruir, convencer, describiendo abusos e infamias, no solamente una historia y una intriga inventadas, sino también haciendo referencias a lo que se presenta como “pruebas”. Se alude mucho a la imagen del noble poderoso, perverso, lujurioso, abusador, como también al joven pobre pero valiente y honesto, oponiendo así al pueblo contra la nobleza, y denunciando los terribles derechos señoriales. Además, se suministraban pruebas mediante citas y referencias, aunque éstas sean generalmente imprecisas o mutiladas. De este modo, se intenta exaltar las ventajas que tendría la república por sobre el sistema feudal. CAPÍTULO 3: EXAGERACIÓN Y RIDÍCULO Con respecto a la ambigüedad del uso de las palabras, muchos “historiadores” las usaban sin definirlas correctamente. Por ejemplo, nobleza no tiene el mismo significado ni está compuesta de la misma manera, en la época Antigua que en el siglo XVIII. Lo mismo pasa con el término “pueblo”, ¿Quiénes eran el pueblo? Por otro lado, también se ve la omisión de algunos conceptos, como el gran burgués propietario terrateniente. Con esto último se refuerza la tesis que intenta demostrar que los esquemas “históricos”, la exaltación de la Revolución y la condena de todo el Antiguo Régimen, fueron cultivados por los herederos de los instigadores contra el feudalismo y los afortunados beneficiados del nuevo orden político-económico. Ahora bien, el señor feudal o el noble no eran más malos que otros; sin duda también los había virtuosos, generosos y honestos, pero estaban todos inevitablemente descarriados y corrompidos por el sistema social de la época. Bajo este precepto radica la ingenua creencia de que la felicidad de los hombres, la igualdad y la generosidad vienen aseguradas con la llegada de mejores instituciones y sistemas políticos. Se describía al señor feudal como un hombre basto y brutal, ignorante, cruel y con placeres bárbaros; la guerra era su única ocupación, y los siervos tenían para él menos valor que un animal. Sin embargo, esta imagen tan arraigada en el colectivo de las personas no tiene directa relación con la realidad. Es cierto que realizaban servicios armados, que se sentían atraídos por el oficio de las armas como factor social de promoción y discriminación. Pero muchas veces los señores feudales no querían participar en guerras por el gasto que éstas representaban. Constantemente se zafaban o llegaban muy tarde, mal armados y con un séquito demasiado reducido. Algunos apenas combatían y preferían negociar o entregar su castillo o guarnición. En resumidas cuentas, la guerra más bien arruinó a la nobleza de Francia. En cuanto a la idea del abuso social por parte de los señores feudales, existió en la Edad Media un gran movimiento emancipador, donde los señores laicos liberaban más fácilmente a sus ciervos que las comunidades eclesiásticas. La servidumbre desapareció mucho más rápido en los países expuestos a una circulación monetaria. Sin embargo, se dice que la servidumbre era un mal universal que existía en las vísperas de 1789. Ahora, ¿Por qué no se dice nada acerca de la esclavitud doméstica que, en las ciudades del Mediterráneo, se mantuvo hasta el siglo XVI? Entones, hay que recordar que en ese Renacimiento anunciador de grandes progresos, no cambiaron en absoluto esas formas de explotación de los hombres. A modo de conclusión, el autor expresa que en la época en la que la servidumbre rural ya había desaparecido en gran parte de los dominios de Europa Occidental, se consideraba posible en las ciudades del mundo mediterráneo, ciudades libres e impregnadas de recuerdos de la Antigüedad. Todas las obras que hablan de los derechos feudales no dejan de recordar el escabroso control que el señor tenía sobre las uniones de sus siervos (derecho de la primera noche), e incluso, de sus campesinos sometidos a su voluntad. No todo es inventado, pero todo se ha deformado o mal interpretado. Esas antologías de fechorías demuestran que el público de los historiadores de los primeros años republicanos eran lectores complacientes que, privados de sentido crítico o condicionados por otros propagandistas, estaban dispuestos a aceptar cualquier exageración. Es probable que muchos relatos sean verídicos, pero se trataba de unos pocos señores, y en tiempos más antiguos.