Homilía día del párroco - Arzobispado de la Santisima Concepción

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Homilía día del párroco
+Fernando Chomali
Arzobispo de la Santísima Concepción
Nos hemos reunido hoy 4 de agosto para celebrar el día del santo cura de Ars. Este día lo
hemos dedicado también, como presbiterio, para celebrar a los párrocos.
En este día tan importante para la Iglesia de la Santísima Concepción lo primero que surge
es una actitud y un sentimiento de agradecimiento por aquellos párrocos que nos
bautizaron, que nos confesaron, que tuvimos cerca durante nuestras vidas. Son muchos los
que han hecho un bien inmenso en la sociedad chilena de manera oculta, anónima pero que
sin duda ha contribuido de manera decisiva en la formación de muchas personas que han
formado sus familias, se han desenvuelto correctamente en la vida y han ayudado a crear un
mundo más justo y solidario, gracias a la formación que recibieron de su propia parroquia.
Si el Evangelio está presente en nuestra Arquidiócesis, ello se debe en gran medida a las
parroquias que a ustedes hoy les toca sacar adelante con grandes alegrías y satisfacciones,
sin duda, pero no exentos de dificultades. Soy consciente de las dificultades en que se
desarrolla el ministerio presbiteral y la vasta cantidad de requerimientos, que llevan a hacer
del sacerdote un hombre múltiple. En este ministerio sufrimos personalmente las
dificultades que experimenta la gente de nuestras comunidades: soledad, cansancio,
enfermedad, ancianidad, fracasos e incomprensiones. Muchas veces vivimos en carne
propia la angustia de tantos pobres y desocupados que golpean a las puertas de nuestras
parroquias y comunidades, en busca de una ayuda que quisiéramos dar, pero no siempre
podemos. No obstante sabemos que el Espíritu Santo nos sostiene y fortalece en el camino
emprendido hasta la meta definitiva. No obstante, allí estamos con gran alegría y
entusiasmo.
La parroquia es el lugar privilegiado para llevar a cabo la labor evangelizadora de la Iglesia.
Es allí donde llegan muchas personas sedientas de Dios, sedientas de sentido, de
fraternidad, sedientas de que alguien los escuche, los anime, les dé luces para seguir
viviendo.
Me he puesto a pensar que sería de nuestro país, nuestras ciudades, nuestros pueblos,
nuestros barrios sin la parroquia, sin el cura párroco presente en medio de ellas. Dónde
iríamos en los momentos de mayor densidad de nuestras vidas como lo es ofrecer al recién
nacido al Señor, sellar el amor de los esposos, celebrar, despedir a nuestros seres queridos.
La parroquia es insustituible a la hora de anunciar el Evangelio, la Buena Nueva de Nuestro
Señor Jesucristo.
Es notable como las lecturas de hoy nos ayudan a comprender con mucha profundidad por
un lado el deseo más profundo que anida en el corazón de todo hombre a la hora de la
dificultad de encontrarse con Dios y por otro lado la respuesta de Dios que no se hace
esperar cuando el hombre se mueve por la fe. El hombre siente que naufraga en medio de
una sociedad tan deshumanizada e impersonal. Allí estamos, como Iglesia, la nueva tienda
del encuentro, dando alimento. Cuantas veces nosotros hemos estado sin saber qué hacer
frente a situaciones complejas de la vida de muchas personas y hemos sido capaces gracias
a la oración y a la ayuda de la comunidad sacarlos adelante. La lectura de los números nos
recuerda que el Dios está siempre dispuesto a escucharnos y a saciar la sed de todo hombre
que con fe y humildad se acerca al Señor.
Esta apertura a Dios, esta confianza absoluta en Dios exige una gran confianza en El que es
fruto de un corazón puro, que también es obra de El. Hermosa oración en el día del cura de
Ars repetir con fe y esperanza: ¡Dios crea en nosotros un corazón puro!. Porque será
nuestro corazón puro el que nos dará la alegría de servir, de dar la vida en medio de tantas
dificultades, en medio de tanta violencia, pero también en medio de un pueblo que gime por
paz, por sentido de la vida, en definitiva por tener un encuentro con Dios.
También la parroquia es el lugar privilegiado donde Jesús nos pregunta ¿quién dice la gente
que es el Hijo del Hombre? Y también nos pregunta a cada uno de nosotros ¿quién decís
que soy yo? Y es también el lugar privilegiado para responder como simón Pedro: “tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Es en este reconocimiento desde dónde parte toda nuestra
vida de fe. Podremos hacer muchos planes de toda índole, pero si no profesamos que
Jesucristo es el Mesías, el Señor, vana será nuestra actividad. Hemos de crecer todos juntos
en poder decir esta declaración de fe cada día con más fuerza, con más convicción, con más
intensidad. Es desde esa profesión de fe desde dónde parte la labor de Simón Pedro. Es una
declaración de fe que parte de una gran docilidad al Espíritu que nos habla también a cada
uno de nosotros.
Predicamos a Jesús, el Cristo, como el centro de la historia y la razón de ser de la vida
personal, comunitaria y pastoral. Además es Quién las personas van a buscar a la parroquia.
Si hay algo propio en la labor parroquial es suscitar el amor a Dios, es decir despertar la
religiosidad de las personas puesto que este amor es la fuente última de todo cambio
personal, familiar y social. Eso es lo que esperan de nosotros y para lo que nos hemos
consagrado. El testimonio del Santo Cura de Ars es un ejemplo vivo de aquello.
Hermanos, estoy muy agradecido de Dios de haber llegado a una Arquidiócesis donde son
frecuentes las reuniones de presbiterio, de decanos, de gobierno, así como de decanatos y
departamentos. Porque son instancias privilegiadas para vivir la comunión de los que creen
en Jesucristo y han dado la vida para anunciarlo a El. Instancias privilegiadas para tener un
mismo sentir en la tarea pastoral que promoviendo y reconociendo los carismas de cada
cual se esfuerza por tener una Iglesia sinodal que siempre se está preguntando por la mejor
forma de hacer la voluntad de Dios en cada rincón de la Arquidiócesis. El encuentro es una
riqueza en sí mismo. Es un bien vernos, reconocernos como parte del presbiterio.
Le agradezco a cada uno de ustedes su labor. Me he empeñado en aceptar todas las
invitaciones que me han hecho, porque soy consciente que la presencia del obispo en sus
parroquias es un momento eclesial de comunión importante y que quisiera vivir von mucha
intensidad y frecuencia. Estoy especialmente empeñado en ser vínculo de unidad y de
auténtica fraternidad entre todos nosotros. Ello será posible si nos sentimos vinculados
desde el fondo de nuestro ser a Jesucristo, como discípulos de Él y vinculados también a la
misión, de la cual ustedes son los protagonistas principales junto a mi. Como se resiente
una comunidad cuando no hay pastores suficientes y pastores que aspiran, como el santo
cura de Ars, a una vida de santidad, de generosa entrega y de desinteresado servicio
apostólico y humano. Hemos de ayudarnos todos para lograr que nuestra vida sacerdotal
sea un testimonio de vida cristiana ejemplar, que se perciba nuestro anhelo de santidad,
como ha sido y es el ejemplo de muchos.
Antes de asumir en la Arquidiócesis de la Santísima Concepción tuve la alegría de conocer
su plan pastoral. Seguiré por el camino trazado por mis antecesores. Es una pastoral
orgánica que nos ayuda a promover el Reino de Dios en nuestra condición de discípulos y
misioneros. Es en el testimonio cristiano de las comunidades animadas por cada uno de
ustedes que podremos proclamar a Jesucristo muerto y resucitado y Señor de la historia y
de cada uno de nosotros. Es en el testimonio cristiano de las comunidades donde hemos de
vivir con mucha intensidad una auténtica fraternidad. Si no hay unidad, amor, comunión
entre nosotros y entre las comunidades no hay anuncio del Evangelio. Es en el testimonio
cristiano del servicio a los demás donde manifestamos realmente que Cristo resucitó y que
la vida es para darla.
Es en el servicio desinteresado, en una sociedad donde todo se compra y se vende, desde
donde testimoniamos la paradoja que nos propone el cristianismo: para vivir
auténticamente hay que morir a nosotros mismos y mirar a los demás, especialmente si
necesitados. Ese morir a nosotros mismos nos debe llevar a renunciar a todo intento de
poder y pedir la gracia de ser servidores. Estoy convencido que el futuro de la Iglesia será
esplendoroso en testimonios de vida cristiana en la medida en que nosotros, sacerdotes,
tengamos una actitud de servicio sin límite. Darlo todo. Por último, es en el testimonio
cristiano de la celebración donde manifestamos nuestra fe y convicción de que si el Señor
no construye la casa en vano se cansan los albañiles y si el Señor no guarda la ciudad en
vano vigilan los centinelas. Es en la vida celebrativa donde manifestamos la convicción de
que Dios está en medio de nosotros y que vivimos siempre en la espera de su venida. Desde
la vida litúrgica comprendemos la densidad del misterio cristiano que se nos regala y nos da
vida en abundancia. Quisiera aprovechar de felicitar a todos los sacerdotes de la
Arquidiócesis por lo cuidada de la liturgia en las celebraciones tanto en la Catedral como en
las parroquias y capillas. Ello sólo demuestra amor por Dios que a todos nos edifica.
Termino con una reflexión muy hermosa que me hiciera llegar un sacerdote de nuestra
querida Arquidiócesis: Miremos el camino recorrido en la vida sacerdotal con gratitud a
Dios. ¡Las manos de ustedes no están vacías de ofrendas de caridad pastoral! ¡Cuántas
casas del pueblo o del barrio visitadas! ¡Cuántas familias con las que han compartido un
momento importante de sus vidas, de gozo o de dolor, llevando la esperanza que nace de la
fe! ¡Cuánto perdón entregado, gracia comunicada, consuelo ofrecido en gestos y palabras!
¡Cuántos pobres, débiles, enfermos, han encontrado fuerzas en la caridad de la comunidad
cristiana animada por su pastor! Lo importante es que, en ese paso cotidiano, con ustedes
haya llegado la misericordia del Padre, en la voz de ustedes haya hablado Jesús, por las
manos de ustedes haya pasado la gracia y la bendición del Espíritu Santo.
Como decía el santo Cura de Ars: “un buen sacerdote, un pastor según el corazón de Dios,
es el más grande tesoro que el buen Dios puede conceder a una parroquia y uno de los más
preciosos dones de la misericordia divina”.
Hermanos sacerdotes, les deseo un feliz día. Ustedes son el corazón de la vida cotidiana de
la Iglesia. De manera sencilla y humilde, pero muy eficaz, la vida cotidiana de la parroquia
va haciendo crecer el reino de Dios en medio de nosotros y va alimentado a los hombres y
mujeres de nuestra querida Iglesia en la fe, la esperanza y la caridad.
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