REFLEXIÓN SANTA MISA 14 DE JUNIO “EL ESPEJO PASCUAL” Textos de la Palabra: 2Cor. 4,6-15 Sal. 115, 10-11. 15-18 Mt. 5, 15-16 ± ± ± 1 – Resplandezca. Seguimos la meditación de la segunda carta a los cristianos de Corinto que la liturgia nos propone en la primera lectura de estos días. Y ayer nos quedábamos con esta imagen del espejo que estamos llamados a ser para los demás a la hora de reflejar la luz que nos ha sido dada, y también a ser aquel espejo desempañado de ciertas tinieblas, para que los demás puedan ver la imagen de Cristo en nosotros. Hoy el apóstol nos invita a hacer resplandecer el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo. Y sabemos que el rostro de Cristo, presenta como esa doble faz en el misterio: cruz y resurrección. “Éstos son algunos de los aspectos más sobresalientes de la experiencia jubilar. Ésta deja en nosotros tantos recuerdos. Pero si quisiéramos individuar el núcleo esencial de la gran herencia que nos deja, no dudaría en concretarlo en la contemplación del rostro de Cristo: contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino”. (NMI 15) 2 - Resplandecer el misterio de la cruz. ± ± ± ± ± ± “La contemplación del rostro de Cristo nos lleva así a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la Cruz. Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración”. (NMI 25) El Apóstol nos invita a reflejar, a través de nuestras actitudes, algunas características que encontramos en el rostro de Cristo, y que tienen que ver con el testimonio que pone de manifiesto cómo lo asumimos: “Atribulados por todas partes, pero no abatidos….” “perplejos, pero no abatidos…” “Perseguidos, pero no abandonados…” “Derribados, pero no aniquilados”. Y todo esto para que se vea que “siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”. 3 – Resplandecer el misterio de la gloria. “Pero esta contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado! Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe (cf. 1 Co 15,14)”. (NMI 28) Es la otra faz del mismo rostro, que también estamos llamados a manifestar, a resplandecer, y que encontramos reflejado en el rostro de Cristo. También aquí tiene que darse en nuestro testimonio, el espejo que se puede mirar, la conducta de aquellos que asumen el misterio pascual sabiendo que: ± “Que estamos siempre enfrentados a la muerte a causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”. Y como en todo, asumimos el mismo no por nosotros mismos, sino gracias al extraordinario poder de Dios y a la abundancia de su gracia, pues de lo contrario para nosotros que llevamos ese misterio como un tesoro en recipientes de barro, es imposible. “« Queremos ver a Jesús » (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo « hablar » de Cristo, sino en cierto modo hacérselo « ver ». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?” (NMI 16). Al respecto el Apóstol hoy vuelve a hacernos la invitación: “El mismo Dios que dijo “Brille la luz en medio de las tinieblas”, es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Jesucristo”. “A través de ti he entrado en las profundidades de los misterios de amor escondidos en el Rostro de nuestro esposo. He entendido cual es la verdadera gloria. Aquel cuyo reino no es de este mundo me ha enseñado que la verdadera sabiduría consiste en desear no ser conocido ni tomado en cuenta. Es encontrar gozo en el olvido de sí. Ah! Deseo, como el Rostro de Jesús, que el mío esté escondido y que nadie en la tierra me reconozca” (cf. Is 53,3). Tengo sed de sufrir y debo ser olvidada. (SS A 71r; ET 152).