ICONO DE LA SANTISIMA TRINIDAD “…adentrémonos, pues, cuanto sea dado a la pobre mentalidad humana, en el océano, sin riberas, de la vida divina. Contemplemos luego cómo se desborda en catarata inmensa sobre la naturaleza humana de Jesucristo, para expandirse después en las almas de los fieles a través de los canales de los sacramentos…” Francisco Blanco Nájera. “Grandes Misterios…” pág 31 (Aclaración: Vamos a aclarar algo que parece insignificante pero que nos puede distraer en la contemplación, por ideas que ya tenemos sobre este icono de la Trinidad. Hay diversidad de opiniones al señalar y dar nombre a cada uno de los ángeles y por lo tanto no nos vamos a detener explicando cada una de estas opiniones y los porqués en que se apoyan. En la explicación que vamos a realizar nos apoyamos en una de ellas.) (Proyectar la imagen) Es una imagen de colores alegres y luminosos, llenos de verdadera alegría juvenil: en esta imagen hay ausencia casi total de sombras. Parece que Rublev respira aire de eternidad y vive “en los espacios de Dios”, y también que canta al Amor en su fuente. Es su viva oración la que aparece delante de nosotras. Como un eco, la oración sacerdotal de Jesús: “que todos sean UNO…para que el mundo conozca que los has amado a ellos como me has amado a mí” (Jn. 17,21-23) En este Icono, Rublev nos muestra a las tres personas en comunión recíproca. Viven el uno para el otro, el uno con el otro. Un niño, viendo esta imagen, exclamó: “¡Cuánto se quieren estas tres personas que están en la imagen!”. Son una mesa abierta para todos. La Trinidad sale de sí para mostrarnos su amor. Y nosotras somos invitadas a entrar en esa comunión. Con bastones de peregrinos se acercan a nosotras. A nosotras nos toca pasar de ser meras espectadoras ausentes, a felices participantes de su misterio. “Por medio de Cristo tenemos acceso, en su solo Espíritu, al Padre” (Ef 2,18). El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. “Dios no es soledad sino familia” (Juan Pablo II). - Por la gracia del bautismo somos llamadas a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad. Esta mañana, la oración nos ayuda a tomar conciencia de este don, a vivirlo y expresarlo. Es fruto y expresión de la presencia trinitaria en nosotras. “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén” Lo que para la cultura de Iglesia Occidental es la Palabra, para el Oriente es la Imagen, “iconos”. Más allá de lo artístico y lo estético, es “revelador” del misterio. Desde él se lee y conoce a Dios. La philoxenia de Rublev es considerada la más bella de las philoxenias; San José de Wolock dijo que era revelada porque era imposible imaginarla. Si somos fieles al concepto del icono, diríamos que fue escrito en 1425. (Los iconos no se pintan, se “escriben”). Ciento cincuenta años más tarde fue reconocido como verdadero icono que podía ser comunicador del Misterio y por eso pudo ser “reescrito”. Nació en una época muy dura en la historia de Rusia. En un periodo de tanto dolor, hubo espacio para la belleza, para la contemplación que no fue abstraerse de la realidad sino buscar el nexo con ella. A Dios nadie le ha visto, pero la persona contemplativa lo intuye y, como artista, da expresión a su experiencia. Philoxenia es lo contrario de xenofobia. Es, amor al otro, entrega en amor, sin confundirse las personas, sin perderse en el otro. Es amistad en sentido pleno Los tres personajes, como ángeles de rostros idénticos, sentados a la mesa, simbolizan en primer lugar el encuentro de Dios con Abrahán en Mambré, pero más profundamente es el “consejo” eterno y la vida interior en Dios Trino. La unidad-igualdad-pluralidad.- De la concepción de los ángeles de Rublev se desprende la unidad y la igualdad, se podría confundir un ángel con otro; la diferencia viene de la actitud personal de cada uno hacia los otros, y, sin embargo no hay ni repetición ni confusión. La perspectiva tiene varios puntos de arranque: Miramos el icono… lo contemplamos… y luego lo leemos. (Círculo pequeño) Iniciamos poniendo nuestra mirada en el pie derecho del ángel a nuestra izquierda (como si Dios bajase del trono para descender). Se abre un movimiento circular que arrastra a los otros personajes y hace inclinar el árbol. Hasta la roca que está en el extremo opuesto, se inclina bajo este dinamismo. Es el círculo del alcance de la presencia de Dios. Las manos de los ángeles convergen en el signo de la tierra, ésta es el punto de aplicación del amor divino. El mundo está más acá de Dios como un ser de naturaleza diferente, pero incluido en el círculo sagrado de la comunión del Padre. (Cruz) Hay otro movimiento vertical - desde abajo hacia arriba—desde el rectángulo pequeño, pasando por el libro, y subiendo hasta el árbol. Es el movimiento de la salvación, desde la Encarnación a la Redención. Según la tradición, del árbol de la vida se extrajo la madera de la cruz. Su figura es el eje invisible, pero el más evidente de la composición. Ésta divide al ícono en dos y se cruza con la línea horizontal que une los círculos luminosos de los ángeles de los lados y forma la cruz. La cruz se inscribe en el círculo sagrado de la vida divina, es el eje vivo del amor trinitario. Finalmente vemos el movimiento central - con el cordero en el cáliz, en el centro, en torno al cual se va desarrollando el encuentro y el diálogo de los tres personajes. Resuena aquí la contemplación que propone San Ignacio. La Trinidad que tanto ama al mundo que se rebaja, desciende y decide la entrega del Hijo. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo. Estos tres movimientos no sólo alcanzan a la persona humana sino que la invitan a entrar en ese mismo dinamismo. En el mismo icono hay también un punto de atracción que después descubriremos que es el punto desde donde nace todo. Los dos rostros inclinados nos llevan al tercero: el ángel de nuestra izquierda. Desde allí se inicia todo: Encima de él hay una casa, él es nuestra casa, es el Padre, pero no está en el centro. Allí, en el centro, está con su túnica real y sacerdotal, (son los colores de la tierra y del cielo mezclados) el Hijo y su misterio de la Encarnación y la Redención. El ángel de la derecha representa al Espíritu cubierto con un manto verde, color de la esperanza, color que en el Oriente siempre se refiere al Paráclito. El Padre en su túnica, tiene reflejos de la del Hijo y de la del Espíritu. La unidad en la diversidad. La calma y el movimiento. La ligereza de las alas y los bastones tan frágiles, contrastan con la corporeidad y estabilidad de posturas. La mirada serena, benévola, deja paz. (Dos copas) En el icono hay dos copas: Una es claramente visible sobre la mesa. La otra puede ser visualizada siguiendo los perfiles de los personajes que representan al Padre y al Espíritu. Esta copa contiene a Cristo. Las dos copas son signo del cáliz eucarístico. La mesa en el centro del icono es el altar. El cuadrado grabado en la cara frontal de la mesa simboliza al mudo (cuando se pintó el icono se cría que la tierra era cuadrada) El mundo entero se convierte en lugar de celebración cuando compartimos. (Círculo grande) Por las miradas, el juego de sus manos y la inclinación de sus cabezas, los tres personajes forman un círculo que expresa la profunda comunión que les une. La Trinidad es esta comunión misteriosa. Pero este círculo no está cerrado. Se abre para incluir un cuarto personaje. Mirémoslo una última vez: ellos parecen esperar algo y en la mesa hay un puesto vacío. ¿Esperando quizá a Abrahán que fue a preparar su comida? Sí, en Abrahán esperan a cada una de nosotras: esperan desde siempre y el puesto vacío es uno sólo porque cada una de nosotras es para ellos única en el mundo. Irrepetible. ¡Ese personaje eres tú! A este banquete, a esta fiesta nupcial estamos invitadas: debemos sentarnos a la mesa de la Eucaristía y a la Mesa de la Palabra. En la comunión de los diversos, que son al mismo tiempo uno, se refleja nuestra comunión, nuestra Asamblea Capitular. En su consenso salvífico, el amor por el ser humano, en nuestro consenso capitular, el bien para toda nuestra Congregación. En este “consejo divino” se miran como en un espejo nuestras comunidades humanas.