Subido por Luis Tavarez

CREDO MARIANO

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CREDO MARIANO
toda alma pecadora ante el trono de Dios,
diciendo: Tened compasión de mí.
Creo que sois nuestra vida, y uniéndome
a S. Agustín, os aclamaré como única
esperanza de los pecadores después de
Dios.
Creo que estáis, como os veía Sta.
Gertrudis, con el manto abierto, y que
bajo él se refugian muchas fieras: leones,
osos, tigres, etc. Y que Vos, en lugar de
espantarlas, las acogéis con piedad y
ternura.
Queridos hermanos, hijos amados de
Cristo y María, les presento el “Credo
de María” compuesto por un corazón
amante de nuestra Madre celestial; el
corazón de san Gabriel de la Dolorosa:
“Creo ¡Oh María! Que, como Vos misma
revelasteis a Santa Brígida, sois Reina del
cielo, Madre de misericordia, alegría de
los justos y guía de los pecadores
arrepentidos; y que no hay hombre tan
perverso que, mientras viva, no tengáis
misericordia de él; y que ninguno está tan
abandonado de Dios, que, si os invoca no
pueda volver a Dios y hallar su perdón,
mientras que siempre será desgraciado el
que, pudiendo, no recurra a Vos.
Creo que sois la Madre de todos los
hombres, a los que recibisteis como hijos,
en la personas de Juan, según el deseo de
Jesús.
Creo que sois, como declarasteis a Sta.
Brígida, la Madre de los pecadores que
quieren corregirse, y que intercedéis por
Creo que por Vos recibimos nosotros el
don de la perseverancia: si os sigo, no me
descarriaré; si acudo a Vos, no me
desesperaré; si Vos me sostenéis, no
caeré; si Vos me protegéis, no temeré; si
os sigo a Vos, no me cansaré; si os
alcanzo, me recibiréis con amor.
Creo que Vos sois el soplo vivificante de
los cristianos, su ayuda y su refugio, en
especial a la hora de la muerte, según
dijisteis a Sta. Brígida, pues no es vuestra
costumbre abandonar a vuestros devotos
en la hora de la muerte, como
asegurasteis a San Juan de Dios.
Creo que Vos sois la esperanza de todos,
máxime de los pecadores; Vos sois la
ciudad de refugio, en particular de
quienes carecen de toda ayuda y socorro.
Creo que sois la protectora de los
condenados, la esperanza de los
desesperados, y como oyó Sta. Brígida
que Jesús os decía, hasta para el mismo
demonio obtendríais misericordia, si
humildemente os la pidiera. Vos no
rechazáis a ningún pecador, por cargado
de culpas que se halle, si recurre a vuestra
misericordia. Vos con vuestra mano
maternal lo sacaríais del abismo de la
desesperación, como dice San Bernardo.
Creo que Vos ayudáis a cuantos os
invocan y que más solicita sois para
alcanzarnos gracias, que nosotros para
pedíroslas.
Creo que, como dijisteis a Sta. Gertrudis,
acogéis bajo vuestro manto a cuantos
acuden a Vos, y que los Ángeles defienden
a vuestros devotos contra los ataques del
infierno. Vos salís al encuentro de quien
os busca y también, sin ser rogada,
dispensáis muchas veces vuestra ayuda y
creo que serán salvados los que vos
queráis que se salven.
Creo que, como revelasteis a Sta. Brígida,
los demonios huyen, al oír vuestro
nombre, dejando en paz al alma. Me
asocio a San Jerónimo, Epifanio,
Antonino y otros, para afirmar que
vuestro nombre bajó del cielo, y os fue
impuesto por orden de Dios.
Declaro que siento con San Antonio de
Padua las mismas dulzuras al pronunciar
vuestro nombre que las que San Bernardo
sentía al pronunciar el de vuestro Hijo.
Vuestro nombre, ¡Oh María!, es melodía
para el oído, miel para el paladar, júbilo
para el corazón.
Creo que no hay otro nombre, fuera del
de Jesús, tan rebosante de gracia,
esperanza y suavidad para los que
invocan. Estoy convencido con San
Buenaventura de que vuestro nombre no
se puede pronunciar sin algún fruto
espiritual. Tengo por cierto que, como
revelasteis a Sta. Brígida, no hay en el
mundo alma tan fría en su amor, ni tan
alejada de Dios, que no se vea libre del
demonio si invoca vuestro santo nombre.
Creo que vuestra intercesión es
moralmente necesaria para salvarnos, y
que todas las gracias que Dios dispensa a
los hombres pasan por vuestras manos, y
que todas las misericordias divinas se
obran por mediación vuestra, y que nadie
puede entrar en el cielo sin pasar por Vos,
que sois la puerta. Creo que vuestra
intercesión es, no solo útil, sino
moralmente necesaria.
Creo que Vos sois la cooperadora de
nuestra justificación; la reparadora de los
hombres, corredentora de todo el mundo.
Creo que cuantos no se acojan con Vos,
como arca de salvación, perecerán en el
tempestuoso mar de este mundo. Nadie
se salvará sin vuestra ayuda.
Creo que Dios ha establecido no conceder
gracia alguna sino es por vuestro
conducto; que nuestra salvación está en
vuestras manos y que quien pretende
obtener gracia de Dios sin recurrir a Vos,
pretende volar sin alas. Creo que quien no
es socorrido de Vos, recurre en vano a los
demás santos: lo que ellos pueden con
Vos, Vos lo podéis sin ellos; si Vos
calláis, ningún santo intercederá; si Vos
intercedéis, todos los santos se unirán a
Vos. Os proclamo con Sto. Tomás como la
única esperanza de mi vida, y creo con
San Agustín que Vos sola sois solícita por
nuestra eterna salvación.
Creo que sois la tesorera de Jesús y que
ninguno recibe nada de Dios, sino por
vuestra mediación: hallándonos a Vos se
encuentra todo bien. Creo que uno de
vuestros suspiros vale más que todos los
ruegos de los santos, y que sois capaz de
salvar a todos los hombres. Creo que sois
abogada tan piadosa, que no rechazáis
defender a los más infelices. Confieso
con San Andrés cretense que sois la
reconciliadora celestial de los hombres.
Creo que sois la pacificadora entre Dios
y los hombres y que sois el señuelo
divino para atraer a los pecadores al
arrepentimiento, como Dios mismo
reveló a Sta. Catalina de Siena. Cómo el
imán atrae el hierro, así atraéis Vos a los
pecadores, según asegurasteis a Sta.
Brígida. Vos sois toda ojos, y toda
corazón para ver nuestras miserias,
compadecemos y socorremos. Os llamaré
pues, con San Epifanio: «La llena de
ojos». Y esto confirma aquella visión de
Sta. Brígida, en la que Jesús os dijo:
«Pedidme, Madre, lo que queráis». Y Vos
le respondisteis: «Pido misericordia para
los pecadores».
Creo que la misericordia divina que
tuvisteis con los hombres cuando vivíais
en la tierra, innata en Vos, ahora en el
cielo se os ha aumentado en la misma
proporción de que el sol es mayor que la
luna, como opina San Buenaventura. Y
que, así como no hay en el firmamento y
en la tierra cuerpo que no reciba alguna
luz del sol, tampoco hay en el cielo ni en
la tierra alma que no participe de vuestra
misericordia. Creo también con S.
Buenaventura, que no sólo os ofenden los
que os injurian, sino también los que no
os piden gracias. Quien os obsequia, no
se perderá, por pecador que sea, al
contrario, como asegura S. Buenaventura,
quien no es devoto vuestro, perecerá
inevitablemente. Vuestra devoción es el
billete del cielo, diré con Efrén.
Creo que, como revelasteis a Sta. Brígida,
sois la Madre de las almas del purgatorio,
y que sus penas son mitigadas por
vuestras oraciones. Por tanto afirmo con
San Alfonso que son muy afortunados
vuestros devotos y con San Bernardino
que Vos libráis a vuestros devotos de las
llamas del purgatorio. Creo que Vos,
cuando subíais al cielo, pedisteis, y lo
obtuvisteis sin ninguna duda, llevar con
Vos al cielo todas las almas que entonces
se hallaban en el purgatorio. Creo
también que, como prometisteis al Papa
Juan XXII, libráis del purgatorio el
sábado siguiente a su muerte a cuantos
lleven vuestro escapulario del Carmen.
Pero vuestro poder va introduciendo en el
cielo a cuantos queráis. Por Vos se llena el
cielo y queda vacío el infierno.
Creo que los que se apoyan en Vos no
caerán en pecado, que quienes os honran
alcanzarán la vida eterna. Vos sois el
piloto celestial, que conducís al puerto de
la gloria a vuestros devotos en la barquilla
de vuestra protección, como dijisteis a
Sta. Ma. Magdalena de Pazzis. Afirmo
lo que asegura San Bernardo: El
profesaros devoción es señal cierta de
predestinación, y también lo del abad
Guerrico: Quien os tiene un amor sincero,
puede estar tan cierto de ir al cielo, como
si ya estuviese en él.
Creo con S. Antonio, que no hay santo tan
compasivo como Vos: dais más de lo que
se os pide; vais en busca del necesitado,
buscáis a quien salvar: Muchas veces
salváis a los mismos que la justicia de
vuestro Hijo está a punto de condenar,
como enseña el Abad de Celles. Por tanto,
estoy convencido de la verdad que se
contiene en la visión que tuvo Sta.
Brígida: Jesús os decía «Si no se
interpusieran vuestras oraciones, no
habría en este caso ni esperanza, ni
misericordia». Opino también con San
Fulgencio, que si no hubiera sido por Vos,
la tierra y el cielo habrían sido destruidos
por Dios.
Creo, como revelasteis a Sta. Matilde, que
erais tan humilde que, a pesar de veros
enriquecida de dones y gracias celestiales
sin número, no os preferirías a nadie.
Y que, como dijisteis a Sta. Isabel,
Benedictina, os juzgabais vilìsima sierva
de Dios e indigna de su gracia.
Creo que por vuestra humildad,
ocultasteis
a
San
José
vuestra
maternidad,
aunque
aparentemente
pareciera necesario manifestárselo, y que
servisteis a Sta. Isabel y que en la tierra
buscasteis siempre el último puesto. Creo
que, como revelasteis a Sta. Brígida,
tuvisteis tan bajo concepto de Vos misma
porque sabíais que todo lo habíais
recibido de Dios, por ello en nada
buscasteis vuestra gloria, sino la de Dios
únicamente. Creo con San Bernardo
que ninguna criatura del mundo es
comparable con Vos en la humildad.
Creo que el fuego del amor, que ardía en
vuestro corazón para con Dios, era de
tantas calorías, que al instante hubiera
encendido y consumido el cielo y la tierra,
y que en comparación de vuestro amor,
el de los santos era frío. Creo que
cumplisteis a la perfección el precepto del
Señor «Ama a Dios», y que desde el
primer instante de vuestra existencia,
vuestro amor a Dios fue superior al de
todos los ángeles y serafines. Creo que
debido a este intenso amor vuestro a
Dios, jamás fuisteis tentada, y que nunca
tuvisteis un pensamiento que no fuera
para Dios, ni dijisteis palabra que no
fuera dirigida a Dios.
Creo con Suárez, Ruperto, S. Bernardino
y S. Ambrosio, que vuestro corazón
amaba a Dios, aun cuando vuestro cuerpo
reposaba, de manera que se os puede
aplicar lo que dice la Sagrada Escritura:
«yo duermo, pero mi corazón vela», y que
mientras vivíais en la tierra, vuestro amor
a Dios nunca fue interrumpido.
Creo que vuestra dignidad es superior a
todos los ángeles y santos y que es tanta
vuestra perfección, que solo Dios puede
conocerla. Creo que después de Dios, es
ser Madre de Dios, y que por tanto no
pudisteis estar más unida a Dios sin ser el
mismo Dios, como decía San Alberto.
Creo que amasteis al prójimo con tal
perfección, que no habrá quien lo haya
amado más, exceptuando vuestro Hijo. Y
que aunque se reuniera el amor de todas
las madres para con sus hijos, de los
esposos y esposas entre sí de todos los
santos y ángeles del cielo, sería este amor
inferior al que Vos profesáis a una sola
alma.
Creo que tuvisteis, como dice Suárez, más
fe que todos los Ángeles y Santos juntos:
aun cuando dudaron los Apóstoles, Vos
no vacilasteis. Os llamaré pues, con San
Cirilo «Centro de la fe ortodoxa».
Creo que sois la Madre de la Santa
Esperanza y modelo perfecto de confianza
en Dios. Que fuisteis mortificadísima,
tanto que, como dicen San Epifanio y San
Juan Damasceno, tuvisteis siempre los
ojos bajos, sin fijarlos jamás en persona
alguna.
Creo lo que dijisteis a Sta. Isabel,
Benedictina: que no tuvisteis ninguna
virtud sin haber trabajado para poseerla,
y con Sta. Brígida creo que compartisteis
todas vuestras cosas entre los pobres,
sin reservaros para Vos más que
lo
estrictamente
necesario.
Creo
despreciabais las riquezas mundanas.
Creo que hicisteis voto de pobreza.
Creo que la dignidad de Madre de Dios es
infinita y única en su género y que
ninguna criatura puede subir más alto.
Dios pudo haber creado un mundo
mayor, pero no pudo haber formado
criatura más perfecta que Vos.
Creo que Dios os ha enriquecido con
todas las gracias y dones generales y
particulares que ha conferido a todas las
demás criaturas juntas. Creo que vuestra
belleza sobrepasa a la de todos los
hombres y los Ángeles, como reveló el
Señor a Sta. Brígida. Creo que vuestra
belleza ahuyentaba todo movimiento de
impureza e inspiraba pensamientos
castos.
Creo que fuisteis niña, pero de niña sólo
tuvisteis la inocencia, no los defectos de
la niñez. Creo que fuisteis virgen antes de
dar a luz, al dar a luz y después de dar a
luz; fuisteis madre sin la esterilidad de la
virgen, sin dejar por ello de ser virgen.
Trabajabais, pero sin que la acción
distrajera; orabais, pero sin descuidar
vuestras ocupaciones. Moristeis, pero
sin angustia, ni dolor ni corrupción de
vuestro cuerpo.
Creo que, como enseña S. Alberto, fuisteis
la primera en ofrecer, sin consejo de
nadie, vuestra virginidad, dando ejemplo
a todas las vírgenes, que os han imitado, y
que Vos, delante de todas, lleváis el
estandarte de esta virtud. Por vos se
mantuvo virgen vuestro castísimo esposo
S. José. Creo también que estabais
resuelta a renunciar a la dignidad de
Madre de Dios, antes que perder vuestra
virginidad.
Diré con el Beato Alano, que practicar la
devoción de saludarte siempre con el Ave
María con el Rosario, es una magnífica
señal de predestinación para la Gloria.”
Cordialmente JJyM.
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