1. NUESTRA MISIÓN CONSISTE EN LLEVAR A LOS HOMBRES AL ENCUENTRO DE DIOS EN CRISTO; AL ENCUENTRO CON CRISTO. Este es, diría yo, nuestro carisma y misión específica. Y ¿por qué? Porque precisamente el seguimiento de Cristo es fruto de nuestro encuentro diario con Él, y cada encuentro diario con Él estrecha más y más este seguimiento. Y porque seguirle consiste en seguirle no cuerpo presente, sino de forma vivencial, humanamente, con acto humano perpetuado, acción constantemente actualizada; implica, pues, adherirme a Él con toda mi mente, con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas, hasta que los dos seamos uno, como Él es uno con el Padre (Cf. Jn 10,30). Sólo así conseguiremos el fruto y objetivo propio de la intencionalidad de Jesús al llamarnos en su seguimiento, igual que será la intencionalidad nuestra al hablar: ponernos en contacto y poner a nuestras gentes en contacto y formar a nuestras gentes: llevarles de tal modo al encuentro con Cristo que le conozcan, sean uno con Él, hasta el punto de que dejemos de ser nosotros para pasar el mismo Cristo. Es el punto de mira al que apuntamos desde la primera intervención o tema en nuestro apostolado - llevar a la gente a que descubran y se entusiasmen por el supremo ideal de la persona humana: ser otro Cristo. Fue el supremo ideal y logro de Pablo: Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20). Esta transformación en Cristo, es el efecto y fruto propio de nuestra plena adhesión a Él, de nuestro contacto vivencia con la Persona de Cristo, con el SER, identidad de Dios que es Amor; es el resultado, efecto y fruto del trato amoroso u oración con Cristo, Dios verdadero y hombre verdadero; cuando la oración es adhesión plena, o consigue la adhesión plena de nuestro ser al Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rm 8,39). Cuando con la gracia del Espíritu Santo, alcanzamos esta oración de comunión y unión; oración transformante, que no es otra cosa que dejarme amar por Cristo y sólo por Él. Cuando sólo le sigo a Él -tal como he profesado ante el Cielo y ante los hombres- seguirle, consagrarme a Dios en amor perfecto -cerrado y defendido por la cerca o valla de los votos de pobreza, castidad y obediencia- Huerto cerrado, fuente sellada para el Amor con mayúscula (Ct 4,12) Esta transformación es obra del Amor de Dios que de su parte no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,5). En el mismo sentido, canta San Juan de la Cruz: “¡Que gran obra hace el Amor después que lo conocí; que si hay bien o mal en mí, todo lo hace de un sabor y al alma transforma en sí!.” Supone que me dejo invadir y poseer por el Amor de Dios, que vino a prender Jesús en la tierra: He venido a prender un fuego en la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! (Lc 12,49-50). Este amor prende en nosotros en la oración si le damos nuestro permiso, nuestro sí efectivo. Es decir, si dialogamos, respondemos y correspondemos al Amor de Cristo. Entonces, nos puede vencer y doblegar, purificar y transformar, como la chatarra en la fragua; penetra en nuestro interior sin poderlo evadir ni soslayar, tal como expone Jeremías: Me has seducido, Yahvéh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido... Había en mi corazón algo así como un fuego ardiente, prendido en mis huesos y, aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía (Jer 20,7-9). Así se acerca Dios en Cristo a nosotros. Y así se manifiesta y se revela, cuando entramos en contacto, a fuego vivo, con Él por el ejercicio de oración hecha honradamente con Él; esto es, tal como nos hemos comprometido: cuando le escuchamos a Él en la oración, escuchamos sus Palabras: Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él...si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él. Él que no me ama, no guarda mis Palabras (Jn 14,20-23) Por la oración discernimos su voluntad: lo bueno, lo agradable, lo perfecto (Rm 12,1-2). Y su voluntad es que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4) Amor quiero y no sacrificio; conocimiento de Dios más que holocaustos (Os 6,6). Esta oración de unión, propia de la vía unitiva de la que nos habla San Ignacio de Loyola en las etapas de la vida espiritual- es oración transformante, por la que Jesús quiere transformarnos hasta que le reproduzcamos y seamos puramente su Amor: el Amor perfecto, deber y derecho especial de todos los consagrados. Que sea Él en nosotros, a cuya imagen fuimos creados (Gen 1,26) y en Él elegidos antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su Amor (Ef 1,4). Esta oración hace de todo nuestro ser, alma y cuerpo, fermento del Reino de Dios en la tierra y fragua de discípulos de Cristo, que arden en el mismo Amor transformante, prendido por el mismo Cristo en nuestros corazones, por la presencia continua y actuante del Espíritu Santo y de toda la Trinidad en nosotros. Por lo que si seguimos a Cristo, nos hacemos uno con el Amor Trinitario, germen de la genuina Vida comunitaria de fraternidad universal: Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre (soy uno con Él) y vosotros en mí, uno conmigo, y yo en vosotros (Jn 14,20). A ello va la misma oración de Jesús: Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me habías dado para que sean uno como nosotros somos uno. No ruego sólo por éstos sino también por aquellos que por medio de su palabra creerán en mí (habrán aprendido a orar, me conocerán y serán mi Amor) para que todos sean Uno. Como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno como nosotros para que el mundo crea, Yo les he dado la gloria (el Espíritu) que tú me diste para que sean uno como nosotros somos uno, yo en ellos y tú en mí para que sean perfectamente uno... Padre justo,... yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos (Jn 17,11.20-23.26).