ELEMENTOS DEL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN Pbro. Dr. Félix Castro Morales HECHOS En la actualidad hay una tendencia a negar que la Reconciliación sea el único medio para el perdón de los pecados. Muchos piensan y afirman que se puede pedir perdón y recibirlo sin acudir al confesionario. Esto es fruto de una mentalidad individualista y del secularismo. Se piensa el pecador puede absolverse a sí mismo. La gente lo dice de esta manera: “Yo me confieso con Dios”. Se objeta: ¿Por qué revelar a un hombre como yo, mi situación más intima y también mis culpas más secretas?. "¿Por qué -se continúa objetando- no dirigirme directamente a Dios o a Cristo y verme obligado, en cambio, a pasar por la mediación de un hombre para obtener el perdón de mis pecados? El segundo hecho es aquel en el que están aquellos que consideran que pueden, a su antojo, establecer la moralidad de los actos. “El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”. Efectivamente, como se constata en la actualidad, los fieles se encuentran inmersos en una cultura que tiende a borrar el sentido del pecado, favoreciendo una actitud superficial que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la comunión sacramental. Otro hecho frecuente es el que se comete cuando no se respetan las normas establecidas por la Iglesia para llevar al cabo el sacramento de la reconciliación. Por ejemplo, cuando algunos sacerdotes imparten la absolución colectiva sin confesión personal de los pecados mortales, cosa que está permitida sólo en algunos casos muy extremos que prácticamente nunca se dan. Estos hechos (mentalidad difundida, de que se puede obtener el perdón directamente de Dios, incluso de modo ordinario, sin acercarse al Sacramento de la reconciliación) nos llevan a observa que, en ciertas parroquias, hay muchos fieles, que reciben la Eucaristía, siendo así que muy pocos se han acercado al sacramento de la reconciliación, olvidando que Nuestro Salvador Jesucristo instituyó en su Iglesia el Sacramento de la Penitencia, para que los fieles caídos en pecado después del Bautismo recibieran la gracia y se reconciliaran con Dios. Sin embargo, para muchos fieles cristianos, tienen una profunda convicción de que el Sacramento de la Penitencia es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves cometidos después del Bautismo (...). CRITERIOS El Sacramento de la Confesión es el medio que Dios ha establecido para que regresemos a El si hemos pecado gravemente. Y los Sacerdotes tienen el poder y la autoridad para administrar el perdón de Dios, pues Jesús dijo a sus Apóstoles -y a sus sucesores, los Obispos, cuyos colaboradores instituidos también con ese poder, son los Sacerdotes: “Así como el Padre me envió a Mí, así Yo los envío a ustedes’. Dicho esto sopló sobre ellos. ‘Reciban el Espíritu Santo; a quienes perdonen los pecados les serán perdonados, y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” (Jn. 20, 2123). El sacramento de la reconciliación es el lugar donde el pecador experimenta de manera singular el encuentro con Jesucristo, quien se compadece de nosotros y nos da el don de su perdón misericordioso, nos hace sentir que el amor es más fuerte que el pecado cometido, nos libera de cuanto nos impide permanecer en su amor, y nos devuelve la alegría y el entusiasmo de anunciarlo a los demás con corazón abierto y generoso. Por tanto, para vivenciar la comunión en la Iglesia es necesario recurrir a la Eucaristía y a la Reconciliación, dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La conversión nace de la Eucaristía y favorezca para ello la confesión individual frecuente. Así, la auténtica conversión debe prepararse y cultivarse con la lectura orante de la Sagrada Escritura y la recepción de los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía. La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: “En nombre de Cristo les suplicamos: ¡reconcíliense con Dios!” (2 Co 5, 20). Así pues, si el laico o sacerdote tiene conciencia de un pecado grave está obligado a seguir el itinerario penitencial, mediante el sacramento de la Reconciliación para acercarse a la plena participación en el Sacrificio eucarístico. Se ha de tener siempre presente que la confesión individual es el único modo ordinario para que un fiel consciente de que está en pecado grave se reconcilie con Dios y con la Iglesia, para retornar a la comunión con Cristo y con la Iglesia, que culmina en la Eucaristía. Ahora nos en el título del tema, que se enuncia, diciendo, que los elementos esenciales del sacramento de la reconciliación son dos: los actos que lleva a cabo el hombre, que se convierte bajo la acción del espíritu santo, y la absolución del sacerdote, que concede el perdón en nombre de Cristo y establece el modo de la satisfacción (Catecismo de la iglesia católica 1440-1449). PRIMER ELEMENTO DE LA RECONCILIACIÓN LOS ACTOS DEL PENITENTE La materia (se le llama ‘cuasi materia’ ya que falta una especie de ‘sustancia corpórea’) está constituida por los actos del penitente. Los actos propios del penitente son los siguientes: un diligente examen de conciencia; la contrición (o arrepentimiento), que es perfecta cuando está motivada por el amor a Dios, imperfecta cuando se funda en otros motivos, e incluye el propósito de no volver a pecar; la confesión, que consiste en la acusación de los pecados hecha delante del sacerdote; la satisfacción, es decir, el cumplimiento de ciertos actos de penitencia, que el propio confesor impone al penitente para reparar el daño causado por el pecado.(Catecismo de la Iglesia Católica 1450-1460-1487-1492) Las realidades o partes que componen el signo sacramental del perdón y de la reconciliación, algunas son actos del penitente, de diversa importancia, pero indispensable cada uno o para la validez e integridad del signo, o para que éste sea fructuoso. 1) Examen de conciencia Se deben confesar todos los pecados graves aún no confesados que se recuerdan después de un diligente examen de conciencia. La confesión de los pecados graves es el único modo ordinario de obtener el perdón (Catecismo de la Iglesia Católica 1456). Una condición indispensable es, ante todo, la rectitud y la trasparencia de la conciencia del penitente. El acto llamado examen de conciencia debe ser siempre no una ansiosa introspección psicológica, sino la confrontación sincera y serena con la ley moral interior, con las normas evangélicas propuestas por la Iglesia, con el mismo Cristo Jesús, que es para nosotros maestro y modelo de vida. Aprendan a llamar blanco a lo blanco, y negro a lo negro; mal al mal, y bien al bien. Aprendan a llamar pecado al pecado, y no lo llamen liberación y progreso, aun cuando toda la moda y la propaganda fuesen contrarias a ello (Juan Pablo II Homilía 26-111-81). 2) Dolor y propósito Pero el acto esencial de la penitencia por parte del penitente, es la contricción, o sea un rechazo claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver ~ cometerlo, por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento. (...) De esta contrición depende la verdad de la penitencia. En realidad, la negligencia para solicitar el perdón, incluso la negativa de convertirse, es lo propio del pecador, hoy como ayer (JP II Aloc. 15-VIII-83). La necesidad de la Confesión quizá lucha en lo vivo del alma con la vergüenza; pero cuando el arrepentimiento es verdadero y auténtico, la necesidad vence a la vergüenza (JP II Hom. 16III-80). 3) Acusación de los pecados Todo fiel, que haya llegado al uso de razón, está obligado a confesar sus pecados graves al menos una vez al año, y de todos modos antes de recibir la sagrada Comunión. (Catecismo de la Iglesia Católica 1457). La Iglesia recomienda vivamente la confesión de los pecados veniales aunque no sea estrictamente necesaria, ya que ayuda a formar una recta conciencia y a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo y a progresar en la vida del Espíritu.(Catecismo de la Iglesia Católica 1458 ). Acusar los pecados propios es exigido ante todo por la necesidad de que el pecador sea conocido por aquél que en el Sacramento ejerce el papel de juez -el cual debe valorar tanto la gravedad de los pecados, como el arrepentimiento del penitente- y a la vez hace el papel de médico, que debe conocer el estado del enfermo para ayudarlo y curarlo. (...) La acusación de los pecados es también el gesto del hijo pródigo que vuelve al padre y es acogido por él con el beso de la paz; gesto de lealtad y de valentía; gesto de entrega de si mismo, por encima del pecado, a la misericordia que perdona. Tened presente que todavía está vigente y lo estará por siempre en la Iglesia la necesidad de la Confesión integra de los pecados mortales (JP II Discurso, 80-l-81). Porque, si el pecado y la culpa no fuesen reconocidos por lo que son a los ojos de Dios, entonces se pondría en peligro lo que hay de más humano en el propio hombre "¿Has pecado? -nos pregunta San Juan Crisóstomo- ¡confiesa entonces a Dios! Denuncia tu pecado, si quieres que te sea perdonado. No hay que cansarse para hacer esto, no se necesitan giros de palabras, ni debe gastarse dinero: nada de eso. Es preciso reconocer de buena fe los propios pecados y decir: He pecado " (Homilía sobre la penitencia, 2, 1) (JP II Aloc. 30-X-82). 4) Cumplir la penitencia La satisfacción es el acto final, que corona el signo sacramental de la Penitencia. En algunos Países lo que el penitente perdonado y absuelto acepta cumplir, después de haber. recibido la absolución, se llama precisamente penitencia. La penitencia tiene por misión conseguir la remisión de las penas temporales que, después de la remisión de los pecados, quedan aún por expiar en la vida presente o en la futura (Aloc. 22-III83). SEGUNDO ELEMENTO: LA ABSOLUCIÓN DEL SACERDOTE El ministro es el sacerdote confesor que absuelve a nombre de Cristo y de la Iglesia, y dotado de la debida jurisdicción como prescribe el Derecho Canónico (969, 967). El momento de la absolución es un momento esencial del Sacramento de la Penitencia. La fórmula sacramental: “Yo te absuelvo...”, y la imposición de la mano y la señal de-la cruz, trazada sobre el penitente, manifiestan que en aquel momento el pecador contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios. Es el momento en el que, en respuesta al penitente, la Santísima Trinidad se hace presente para borrar su pecado y devolverle la inocencia, y la fuerza salvífica de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús es comunicada al mismo penitente. Solamente la fe puede asegurar que en aquel momento todo pecado es perdonado y borrado por la misteriosa intervención del Salvador. Cristo confió el ministerio de la reconciliación a sus Apóstoles, a los obispos, sucesores de los Apóstoles, y a los presbíteros, colaboradores de los obispos, los cuales se convierten, por tanto, en instrumentos de la misericordia y de la justicia de Dios. Ellos ejercen el poder de perdonar los pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Catecismo de la Iglesia Católica 1461-14661495). La absolución de algunos pecados particularmente graves (como son los castigados con la excomunión) está reservada a la Sede Apostólica o al obispo del lugar o a los presbíteros autorizados por ellos, aunque todo sacerdote puede absolver de cualquier pecado y excomunión, al que se halla en peligro de muerte (Catecismo de la Iglesia Católica 1463). Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a las personas, todo confesor está obligado, sin ninguna excepción y bajo penas muy severas, a mantener el sigilo sacramental, esto es, el absoluto secreto sobre los pecados conocidos en confesión (Catecismo de la Iglesia Católica 1467). PROPUESTAS “…queda en pie la advertencia de San Pablo: “El que come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (l Cor 11, 29). “Discernir el Cuerpo del Señor” significa, para la doctrina de la Iglesia, predisponerse a recibir la Eucaristía con una pureza de espíritu que, en el caso de pecado grave, exige la previa recepción del sacramento de la Penitencia (JP II Aloc. 18-IV-84). A quien desea comulgar debe recordársele el precepto: Examínese pues, el hombre a sí mismo (I Cor 11, 28). Y la costumbre de la Iglesia muestra que tal prueba es necesaria, para que nadie, consciente de estar en pecado mortal, aunque se considere arrepentido, se acerque a la santa Eucaristía sin hacer previamente la confesión sacramental. a. Sed coherentes. Manteneos coherentes con el mensaje y la amistad con Jesús; vivid en gracia, permaneced en su amor, poniendo en práctica toda la ley moral, alimentando vuestra alma con el Cuerpo de Cristo recibiendo periódica y seriamente el sacramento de la Penitencia (JP II Mensaje, 30-VIII-80). b. Confesor fijo. Es necesario comprender la importancia de tener un confesor fijo a quien recurrir habitualmente: él, llegando a ser así también director espiritual, sabrá indicar a cada uno el camino a seguir para responder generosamente a la llamada a la santidad (JP II Aloc. 4-XII-81). c. Pedagogía con los niños y adolescentes. El confesor ha de tratar de acoger a los niños y adolescentes con la sonrisa en los labios y con un comportamiento benévolo para entrar en un clima de confianza. También, ha de usar palabras sencillas y fáciles, accesibles a su edad y si se sirve de algún término difícil, relativo a la confesión o a la verdad de la fe, hay que explicarlo. También es bueno que ayude a los niños y adolescentes a acusarse de los pecados que acostumbran cometer y, si lo considera oportuno, pregunte si han cometido otro pecado grave o leve. d. Prudencia. El sacerdote ha de ser muy prudente en plantear preguntas en el campo de la pureza: se ha de tocar el tema solamente si se encuentra en lo dicho motivos y, de hacerlo, ha de ser en términos muy genéricos. Para entrar en cosas particulares se debe cerciorar de que el penitente es capaz de comprenderlos y, si lo considera oportuno, se pueden dar las primeras explicaciones sobre el sexo. e. Misericordioso como Jesús. Cuando acude a confesarse alguien que no se confiesa desde hace mucho tiempo, ante todo el sacerdote no ha de asombrarse, sino que con caridad y paciencia, empiece a dialogar preguntando el porqué de su decisión a confesarse justamente ese día. De las respuestas logrará entender si el penitente se siente impulsado por una verdadera conversión, o si pretende cumplir con una ceremonia piadosa con ocasión de una circunstancia particular: el matrimonio, la muerte de un ser querido, la primera Comunión o Confirmación del hijo, sus bodas de plata, etc.