QUE NADA TE TURBE, QUE NADA TE ESPANTE. Introducción. La verdad es que tener la vida apretada, exigente, intensa es un regalo que hay que aprovechar. Nunca tienen que llevarnos a la queja o a la desesperación. Los inicios de curso son así, sufrimos el cambio brusco del tiempo de vacaciones, descanso, relax y en pocos días de forma brusca experimentamos la dolorosa vuelta a la normalidad y a la cotidianeidad. Es como despertarse sobresaltado cuando estamos en la fase más profunda de nuestro sueño, y de repente un estruendo nos despierta. Quedamos desorientados y asustados y necesitamos que pase cierto tiempo para normalizarnos. Mientras el cuerpo aguante hay que aprovechar y agradecer todas las innumerables oportunidades que la vida nos brinda para ejercitar una de las señales más claras de nuestra identidad de ser hijos de Dios, que es la generosidad. Nuestra capacidad de libre y voluntariamente, querer disponer de nuestra vida, de nuestras capacidades y talentos y ponerlos al servicio de los demás. No por obligaciones externas, ni por mandatos, o chantajes. Ni siquiera por la recompensa o por la satisfacción que nos produce los agradecimientos y las felicitaciones de los demás. Sino que nacen de lo más profundo de nuestro corazón, el decir sí a compartir lo que tengo y lo que soy. Lo más divino que tenemos es nuestra capacidad de amar, de darnos, no nuestras cosas sino a nosotros mismos. Lo que Dios nos dice. "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando". Jn 15, 11-14 Os quiero compartir mi vivencia del último fin de semana, y la alegría desbordante de cómo el Señor es capaz de sacar vida y alegría de los fallos y de los errores humanos. Escribe recto con renglones torcidos, y nos llena de confianza saber que estando en sus manos, el es capaz de llevar a buen término la obra que ha iniciado en cada uno de nosotros. "Doy gracias a mi Dios cada vez que os recuerdo; siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy. Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús. Esto que siento por vosotros está plenamente justificado: os llevo en el corazón". Filp 1,3-7. Me hice un lío con la agenda y el mismo día, sábado 20 de septiembre, tenía dos compromisos a la misma hora, en dos lugares diferentes distanciados por 700 km de distancia. Cuando fui consciente de mi error me sentí fatal. Me comprometí a celebrar una boda de una pareja amiga, y al mismo tiempo participar en un cursillo de Cristiandad en Son Fe, Mallorca. La impotencia, la culpabilidad, me dejaron como bloqueado. ¿A quién le digo que no? Ya están los billetes comprados, la boda imposible aplazarla. Y sólo me quedaba agachar las orejas, pedir perdón, decirle a los novios que buscaran un cura, porque el cursillo eran tres días, y la boda una hora. Y en la situación límite surgió la luz. Hablando con el dirigente del cursillo de Mallorca y con los novios apostamos por hacerlo todo, cursillo y boda. Un poco de colaboración, personas que me llevaban al aeropuerto, que me recogían en Madrid, que me devolvían a Barajas, y de ahí me recogían en Son San Joan, generosidad por todos lados, económica, de tiempo, de esfuerzo, y lo que podía ser una tragedia, un enfado enorme, o una desgracia, se convirtió en una fiesta de la solidaridad, de la fiesta de entregarnos. Todos tuvimos que poner de nuestra aparte, pero llegamos a todo. Y el corazón mira agradecido a Dios, el que nos ha enseñado a ser generoso al máximo. Si se quiere algo, y se trabaja con toda nuestra capacidad, el Señor pone lo que falta, y se puede. "Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él". Jn 3, 16-17. Lo que aparentemente fue un fallo, al que solemos responder con irritación, con denunciar y juzgar al que lo comete. Que lo envuelve todo en un ambiente de queja y de negatividad, se convirtió en una ocasión, en una oportunidad, no perdiendo tiempo en buscar culpables, que en este caso era uno solo, yo. Sino todas las energías enfocadas a buscar soluciones. Y eso me parece que es un compromiso al que tenemos que acostumbrarnos. Las cosas salen cuando ponemos cada uno lo mejor que tiene, y el Señor lo bendice y lo multiplica como los tres panes, y los dos peces que un niño generoso puso al servicio de los apóstoles. Cómo podemos vivirlo. Es necesario el hablar, el explicar, el dialogar, lo que soñamos, lo que necesitamos, lo que nos cuesta, lo que nos hiere. Dejar de vivir solos, aislados, egoístas, y sentir que mucho del amor de Dios pasa por las manifestaciones generosas de los hermanos y hermanas que nos acompañan en el camino de la vida. "Os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos". Ef 4,1-6.