1 RESURRECCIÓN Y ASCENSIÓN A LA DERECHA DEL PADRE Ref. Bibliográfica: Ref. Bibliográfica: ENRIQUE MARTÍNEZ LOZANO “QUÉ DECIMOS CUANDO DECIMOS EL CREDO? Una lectura no dual” Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 2012 "Y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre". Podría decirse que es precisamente en este artículo donde se condensa el primer credo de la primitiva comunidad cristiana. La fe en la resurrección constituye el núcleo del cristianismo, ya que, al decir de Pablo, "si Cristo no ha resucitado, tanto mi anuncio como vuestra fe carecen de sentido" (1 Cor 15,14, escrita hacia el año 55). El cristianismo se fundamenta en el llamado "acontecimiento pascual": la muerte-resurrección de Jesús. Lo que encontramos en los escritos del Nuevo Testamento, en relación a este tema, es un testimonio contundente, por parte de los primeros discípulos, que se sienten radicalmente transformados por lo que dicen haber experimentado: el crucificado sigue vivo... "v nosotros somos testigos" (Hech 2,32). Después se intentará plasmar su experiencia en una serie de relatos de apariciones del Resucitado, con alusiones también a la tumba vacía. Hoy somos conscientes de que tales relatos no pretenden -ni hubieran podido- ser una crónica periodística de lo ocurrido. De hecho, ningún texto del Nuevo Testamento narra ni describe el acontecimiento concreto de la resurrección. Como ponen de relieve los exegetas y teólogos más rigurosos, (1) tanto el acontecimiento mismo de la resurrección como las apariciones del Resucitado "ocurren" en un nivel que trasciende el tiempo y el espacio. Aun siendo acontecimientos absolutamente reales, no pertenecen al ámbito de la 2 historia. Se trata, por decirlo en una palabra, de una experiencia transpersonal. Y eso fue probablemente lo que vivieron algunos discípulos y discípulas.(2) Si la muerte es sólo un "paso" -la ola que, aunque lo haya olvidado, siempre ha sido agua, se "reintegra" en el océano-, la "resurrección" es una forma de nombrarlo. Lo que se produce en ella es un "despertar" (resucitar) a nuestra verdadera identidad. Y eso ocurre "al tercer día": se trata de una referencia que, al menos desde Oseas (6,2), venía significando el día de la novedad, en que se manifestaba la acción de Dios: "Dentro de dos días nos dará la vida, y al tercer día nos levantará y viviremos en su presencia". De hecho, cuando venimos al presente y nos dejamos vivir la Presencia que somos, nos reconocemos como ya "resucitados" y "tocamos" la Vida como el núcleo mismo de nuestra identidad. El Credo trae después un artículo sobre la ascensión al cielo, donde está "sentado a la derecha del Padre". Una vez más, sólo podemos acercarnos a la comprensión del texto si nos situamos en la perspectiva de nuestros antepasados. Al hacerlo, las expresiones empiezan a cobrar sentido. En aquella concepción premoderna del universo, "subir al cielo" era la manera de decir "entrar en la vida divina". Del mismo modo, "sentarse a la derecha del Padre" equivalía a reconocer que se "compartía el trono" de Dios -detrás yace la simbología de la realeza- en el lugar de la Vida (la derecha)". (3) Ahora bien, no deja de ser significativo que el tema de la "ascensión" sea exclusivo de Lucas (4) . Solo él ha separado los tiempos: así, aunque en su primer libro (el evangelio) se da por supuesto que Jesús asciende al cielo el mismo día de la resurrección ("aquel mismo día": Lc 24,1.13.36.50), en el segundo (Hechos de los Apóstoles) crea una separación temporal de "cuarenta días" entre ambos acontecimientos (Hech 1,3), y de diez días más para la venida del Espíritu (2,1). Esa periodización, que se impondría finalmente en la vida de la Iglesia, es una creación de Lucas. En realidad, habría que decir que 3 todos los hechos de los que habla el Credo en este apartado ocurrieron simultáneamente: la muerte, la resurrección, la ascensión y el don del Espíritu suceden a la vez; más aún, en cierto sentido, no son sino "perspectivas" diferentes de una única realidad, la que se conoce como "acontecimiento pascual". La imagen de la ascensión y del "trono compartido", desde nues¬tra perspectiva, es otro símbolo imponente de la Unidad profunda y última que late tras las diferencias (e incluso aparente separación). Lo que antes parecía "separado" -Jesús y el Padre- se revela en su verdad más honda como Unidad sin costuras. Una vez más, no se niegan las diferencias; se ve la Unidad que permanece más allá de ellas. Morir significa, por tanto, entrar en la vida divina..., aunque en realidad nunca habíamos salido de ella. Somos esa Vida y en la muerte se patentiza. Así podemos percibirnos también nosotros-el evangelio sigue leyendo nuestra vida hasta el final-, compartiendo la vida y el "trono" de Dios; ahí estamos ya, a su "derecha", en la Identidad compartida con Jesús. Basta que caigamos en la cuenta: eso ocurre cuando, sin negar la "forma" que tenemos ("yo soy esto"), somos capaces de "ver" más allá de ella ("Yo soy"). Si la muerte es sólo un "paso" -la ola que, aunque lo haya olvidado, siempre ha sido agua, se "reintegra" en el océano-, la "resurrección" es una forma de nombrarlo. Lo que se produce en ella es un "despertar" (resucitar) a nuestra verdadera identidad. Y eso ocurre "al tercer día": se trata de una referencia que, al menos desde Oseas (6,2), venía significando el día de la novedad, en que se manifestaba la acción de Dios: "Dentro de dos días nos dará la vida, v al tercer día nos levantará y viviremos en su presencia". De hecho, cuando venimos al presente y nos dejamos vivir la Presencia que somos, nos reconocemos como ya "resucitados" y "tocamos" la Vida como el núcleo mismo de nuestra identidad. El Credo trae después un artículo sobre la ascensión al cielo, donde está "sentado a la derecha del Padre". Una vez más sólo podemos aproximarnos a la comprensión del texto si nos situamos en la 4 perspectiva de nuestros antepasados. Al hacerlo, las expresiones empiezan a cobrar sentido. En aquella concepción pre-moderna del universo, "subir al cielo" era la manera de decir "entrar en la vida divina". Del mismo modo, "sentarse a la derecha del Padre" equivalía a reconocer que se "compartía el trono" de Dios -detrás yace la simbología de la realeza- en el lugar de la Vida (la derecha) . Ahora bien, no deja de ser significativo que el tema de la "ascensión" sea exclusivo de Lucas . Sólo él ha separado los tiempos: así, aunque en su primer libro (el evangelio) se da por supuesto que Jesús asciende al cielo el mismo día de la resurrección ("aquel mismo día": Lc 24,1.13.36.50), en el segundo (Hechos de los Apóstoles) crea una separación temporal de "cuarenta días" entre ambos acontecimientos (Hech 1,3), y de diez días más para la venida del Espíritu (2.1). Esa periodización, que se impondría finalmente en la vida de la Iglesia, es una creación de Lucas. En realidad, habría que decir que todos los hechos de los que habla el Credo en este apartado ocurrieron simultáneamente: la muerte, la resurrección, la ascensión y el don del Espíritu suceden a la vez; más aún, en cierto sentido, no son sino "perspectivas" diferentes de una única realidad, la que se conoce como "acontecimiento pascual". La imagen de la ascensión y del "trono compartido", desde nuestra perspectiva, es otro símbolo imponente de la Unidad profunda y última que late tras las diferencias (e incluso aparente separación). Lo que antes parecía "separado" -Jesús y el Padre- se revela en su verdad más honda como Unidad sin costuras. Una vez más, no se niegan las diferencias; se ve la Unidad que permanece más allá de ellas. Morir significa, por tanto, entrar en la vida divina..., aunque en realidad nunca habíamos salido de ella. Somos esa Vida y en la muerte se patentiza. Así podemos percibirnos también nosotros -el evangelio sigue leyendo nuestra vida hasta el final-, compartiendo la vida y el "trono" de Dios; ahí estamos ya, a su "derecha", en la Identidad compartida con Jesús. Basta que caigamos en la 5 cuenta: eso ocurre cuando, sin negar la "forma" que tenemos ("yo soy esto"), somos capaces de "ver" más allá de ella ("Yo soy"). PARUSÍA Y PLENITUD "Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin". Cuenta el monje benedictino Mamerto Menapace que, en una ocasión, le preguntó a un mapuche si creía en Dios, a lo que éste le contestó: "Le puedo decir hasta el Credo entero". Y empezó a recitarlo. Al llegar a este punto, lo expresó de esta forma: "Y subió a los cielos, y desde allí habrá de venir a jugar con los vivos y con los muertos" No sé a qué se debería el cambio de las palabras ("juzgar" por "jugar"), pero estoy convencido de que el indio lo decía totalmente convencido. Y que se hubiera sorprendido si alguien hubiera querido corregirlo con la forma ortodoxa. El juego ocupa un lugar de primer orden en la vida de la persona psicológicamente madura. Hay tradiciones espirituales para las que todo el universo y toda la historia no son sino el "juego" de Dios. El Mesías que juega con vivos y muertos en un reino que no tiene fin sería un símbolo bien ajustado de la Vida divina. Pero, ciertamente, el Credo ortodoxo habla de "juzgar". Desde muy pronto, en la comunidad cristiana se alentó la idea de una inminente venida del Señor o "Parusía" (basta ver la Primera Carta a los Tesalonicenses, del año 51), bajo la imagen de juez, en la figura del "hijo del Hombre", que aparece en el capítulo 7 del Libro de Daniel. Tras esa venida, los discípulos creían que finalmente se instauraría el reino definitivo, que no conocería el fin. Desde nuestra perspectiva, podemos reconocer en ese "reino" la Plenitud que ya es y somos. Mientras nos movemos en el nivel mental (del yo), la plenitud la felicidad; el Reino, en lenguaje cristiano- únicamente puede situarse en el 6 futuro. Sabemos que el yo no puede existir en el presente. Al carecer de consistencia propia, tiene que vivir proyectándose, soñando que algún día, en el futuro, logrará por fin aquello que pueda plenificarlo..., sin descubrir que él mismo es un vacío incapaz de ser colmado. Al tomar distancia de la mente (del yo o ego), lo que queda es Presencia. Y una Presencia plena. La Parusía y la Plenitud están teniendo lugar ya aquí y ahora. Este artículo del Credo tendría que ser una llamada para empezar a reconocerlo. En un texto de hondo calado, Pablo escribió que "la creación entera está gimiendo con dolores de parto" (Rom 8,22), porque va en camino... "hasta que Dios sea todo en todos" (1 Cor 15,28). La imagen de Pablo es hermosa, pero sigue siendo una imagen propia del yo. En un paso más, puede añadirse: Dios es ya todo en todos; nos falta, sencillamente, verlo. Y cuando lo veamos, nos sorprenderemos de no haberlo visto antes. NOTAS: 1. Pueden consultarse dos obras de síntesis que tienen en cuenta los estudios más recientes sobre esta cuestión. J. LOIS La experiencia del Resucitado en los primeros testigos y en nosotros hoy. Frontera/Hegian. Vitoria 2002. A. TORRES QUEIRUGA Repensar la resurrección. La diferencia cristiana en la continuidad de las religiones y de la cultura. Trotta, Madrid, 2003. 2. Sobre el significado de esta experiencia, remito a lo que ya he escrito Recuperar a Jesús, una mirada transpersonal, Desclée de Brouwer, Bilbao 2010, así como a R. AGUIRRE, C. BERNABÉ Y C. GIL Qué se sabe de Jesús de Nazareth, Verbo Divino, Estella 2009 3. Es sabido, además, que los discípulos utilizaron pronto los Salmos llamados de la “entronización real” para aplicarlos a Jesús. De hecho, no hay frase de la Biblia hebrea que se cite literalmente o con variaciones, tantas veces en el Nuevo Testamento como el inicio del salmo 110: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha”. 7 4. Es cierto que en Mc 16,29 se lee: “Después de hablarles, el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.” Pero no hay que olvidar que Mc. 16, 9-20 es un “Apéndice” añadido en el siglo II.