JULIO: Prepararse para el encuentro con Dios Día 31 de julio de 2011 Lectura: Mateo 29 “Por tanto, de esta manera te haré a ti, oh Israel; y porque te he de hacer esto, prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel” (Amos 4:12) Nuestro principal objetivo a largo plazo es prepararnos para el regreso de nuestro Señor. Pero a corto plazo, planificamos muchas cosas, tenemos muchos objetivos, uno tras otro. Mas, pase lo que pase, aunque hayamos alcanzado muchos objetivos en nuestra vida, en un momento u otro tenemos que estar preparados para el hecho de que tenemos que morir. ¡Pensamos que eso sólo le ocurre a los demás, a mí no! ¿No sentimos que tenemos que preparar algo? Desgraciadamente, pensamos a menudo que tenemos mucho tiempo y pensamos: "...más adelante…" Es peligroso pensar de esa forma. De hecho todos estamos expuestos a múltiples peligros, y el final de nuestra vida no está forzosamente tan lejano como pensamos. De hecho nada podemos hacer en eso. El ser cristiano no es una garantía de una vida larga. Tampoco es garantía de llevar una vida libre de sufrimientos. Recordar que la muerte es un acontecimiento ineluctable nos hace modificar nuestras prioridades. Con frecuencia pasamos mucho tiempo ocupados con los asuntos del mundo, y descuidamos el prepararnos para la vida eterna en la presencia del Señor. Al contar la historia de dos personas, el rico y Lázaro, el Señor muestra que dos personas que mueren no se encuentran en la misma situación: en el relato de Jesús, la diferencia reside en que uno de ellos sólo se ha ocupado en las cosas materiales del mundo y ha dejado de preocuparse por la cosa más importante: ¡Prepararse para el encuentro con el Dios viviente! Nuestro espíritu humano Día 30 de julio de 2011 Lectura: Mateo 26 “Jehová, que extiende los cielos y funda la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él, ha dicho” (Zacarías 12:1) Zacarías l2:1 nos informa de que Dios formó nuestro espíritu en nuestro interior. ¿Qué es lo que indica que somos creados a la imagen de Dios? Nuestro espíritu. Este espíritu procede de Dios y es necesario para que podamos tener comunión con Él. “Y el mismo Dios de Paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5:23.). El hombre no es únicamente un cuerpo, lo principal en él es el espíritu. Desgraciadamente el mundo que nos rodea sólo se preocupa por el cuerpo humano y por el bienestar del mismo. La oreja ha sido creada para oír, el ojo para ver, pero el espíritu existe para contactar con Dios. El mundo no puede comprender lo espiritual de Dios, ni puede entender ni escudriñar acerca del espíritu que nos ha dado, pero nosotros tenemos que tener una revelación muy clara. Sin nuestro espíritu, Dios no podría ponerse en contacto con nosotros. Efesios 2:22 nos dice que la Iglesia es la morada de Dios en el Espíritu. Vemos, por tanto, que la única manera de obtener la Iglesia es por medio del espíritu. “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda” (Job. 32:8.). El hombre no es un mono mejorado, es una criatura especial que posee un espíritu. Tengamos un aprecio cierto y real por nuestro espíritu. ¡Entonces nos conduciremos como personas que tienen un espíritu y no como los animales! Dios se sirve de nuestro espíritu para alumbrarnos y darnos Su Luz: “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón” (Prov. 20:27.) Una salvación completa (2) Día 29 de julio de 2011 Lectura: Mateo 25 En él asimismo tuvimos herencia… a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. (Efesios 1:10-12) En cuarto lugar vemos que Dios quiere reunir todas las cosas bajo la Cabeza de Cristo. Cuando somos redimidos, salvados y perdonados, Dios nos introduce en la Iglesia para que estemos bajo la autoridad de la Cabeza de Cristo. El problema actual en el mundo y también entre nosotros es que cada cual hace lo que bien le parece. Pero el deseo de Dios es reunirnos a todos bajo Su Cabeza. Después de la caída, satanás comenzó a regirlo todo; todo el mundo es rebelde y vive en un caos absoluto, nadie se quiere someter a nadie. ¿Dónde podemos encontrar la sumisión a la autoridad establecida por Dios al crear el mundo? El Señor nos tiene que hacer regresar bajo Su Autoridad, debajo de Su Cabeza. ¿Cómo vivimos? ¿Hacemos en nuestra vida familiar, privada o profesional lo que queremos o estamos sometidos a Su Cabeza? Aprendamos a hacer diariamente, en todas las cosas, esta oración: “Señor sitúame bajo Tu Cabeza”. En quinto lugar: Hemos sido hechos “herederos”. Dios es nuestra heredad y nosotros la Suya. Dios se complace con nosotros, en nuestra vida y caminar diarios. Para eso precisamos cierta transformación. Si vivimos como los incrédulos no estamos cualificados para ser Su Heredad. En sexto lugar, nos convertimos en la alabanza de Su Gloria. Es maravilloso ser la alabanza de Su Gloria; esto quiere decir que expresamos al Señor en todo. Encontramos una descripción completa de la salvación que hemos recibido de Dios en Efesios 1:7-12. Esta salvación completa es la meta que Dios se ha propuesto en Sí mismo, hasta que lleguemos a la etapa final del llamamiento de Dios. Una salvación completa (1) Día 28 de julio de 2011 Lectura: Mateo 24 “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo” (Efesios 1:7-9) En Jesucristo tenemos la plena salvación. Se dice en los versículos de inicio que tenemos redención mediante la sangre de Jesús. Dios envió a Su Hijo a la tierra para que pudiésemos ser redimidos. ¿Por qué era precisa la redención? Porque desde el comienzo, el enemigo de Dios, satanás, frustró el designio que Dios tenía para el hombre. El pecado entró en éste y dio origen a su caída. El hombre tenía que alcanzar cierta meta, pero por desgracia cayó. Este es pues el significado de la redención: Devolver al hombre a la posición inicial adecuada para cumplir el designio de Dios. Fuimos creados por Dios, pero enseguida el enemigo nos convirtió en su presa. Dios pagó con Su propia Sangre el precio de nuestro rescate; ahora le pertenecemos a Él por un doble motivo: 1º.- Por habernos creado. 2º.- Por habernos redimido. Por eso no podemos hacer lo que nos plazca, ya que le pertenecemos. El perdón de los pecados es la segunda etapa de la salvación. No sólo hemos sido redimidos, también somos perdonados. Su Sangre nos limpia de nuestros pecados de ayer, de hoy, y de los que cometamos mañana, porque la eficacia de la Sangre es eterna. Cuando confesamos nuestros pecados, Dios es Fiel para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad (1 Juan 1:9.). Poco importa la gravedad de nuestros pecados. ¡Dios nos perdonará! El conocer el misterio de Su Voluntad es la tercera etapa que Dios utiliza en Su plena Salvación. Después de redimirnos y perdonar nuestros pecados, Dios nos ha cualificado completamente para que podamos conocer ese misterio. ¡Qué salvación tan maravillosa y completa! El Señor nos salva para permitirnos cumplimentar Su propósito eterno. La importancia de nuestro espíritu Día 27 de julio de 2011 Lectura: Mateo 23 “Que por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente” (Efesios 3:3) Podemos estar agradecidos de ser hombres porque poseemos algo maravilloso: Nuestro espíritu. Éste nos distingue de todos los animales y de todas las criaturas. La Iglesia, el misterio de Cristo, sólo se puede revelar en nuestro espíritu. Somos nacidos de nuevo en nuestro espíritu (Juan 3:6); fuera de nuestro espíritu este misterio está escondido. En el libro de Apocalipsis nos dice Juan que se encontraba exiliado en una isla por causa de la Palabra de Dios y del Testimonio de Jesús (Apoc. 1:9-12.). Después dice que estaba en espíritu en el día del Señor. Entonces escuchó una voz. ¿Por qué oyó esa voz? Porque estaba en espíritu. La voz puede hablar, pero no siempre la escuchamos, porque frecuentemente no nos encontramos en el espíritu. Cuando Juan se dio la vuelta para escuchar lo que decía aquella voz que le hablaba, vio siete candeleros de oro, los cuales son las siete Iglesias (Apoc. 1:20.). Tenemos que volvernos de nuevo para ver lo que está en el corazón de Dios. Por medio de nuestra inteligencia no podemos explicar la Iglesia. Nos hace falta estar en espíritu y únicamente entonces podremos ver el misterio de Cristo, la Iglesia. Tenemos que ser iluminados en nuestro hombre interior para poder discernir Su Designio eterno. La revelación de la Iglesia sólo tiene lugar en nuestro espíritu, y nuestro caminar diario en la Iglesia también tiene que tener lugar en nuestro espíritu. Además, la unidad únicamente es posible en nuestro espíritu. Es imposible juntar a los judíos y a los gentiles sino es mediante el Espíritu: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efe. 4:1-3.) La renovación de nuestro entendimiento Día 26 de julio de 2011 Lectura: Mateo 22 “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2) En Mateo 16, Pedro recibió del Padre una revelación extraordinaria que le permitió reconocer que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Pero algunos versículos más adelante, se permite reprender al Señor, hasta el punto de que Jesús le tuvo que decir: “¡Apártate de mí Satanás!”. Podemos recibir revelaciones, entender maravillosas verdades, pero mantenernos en nuestros pensamientos carnales. Pedro realmente tenía un corazón dispuesto para el Señor, y sus intenciones estaban llenas de bondad, pero Jesús le mostró que sus buenos pensamientos, razonable y lógicos, realmente estaban inspirados por satanás. Somos muy conscientes de nuestras caídas y pecados, pero no lo estamos tanto en relación con nuestros pensamientos. “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:4-5.) Nuestra mente, la residencia de nuestros pensamientos, es el principal campo de batalla de satanás. Cuando Pablo habla de la transformación, dice que sólo es posible mediante la renovación de nuestro entendimiento. Efesios 6 nos indica que la vida no consiste únicamente en el disfrute de las inescrutables riquezas de Cristo, también se trata de un combate, para el cual necesitamos una armadura. No es por nada que el casco de la salvación ha de proteger nuestra cabeza, la parte más importante de nuestro organismo, el lugar de donde proceden nuestros pensamientos. Cristo nos redimió por un gran precio Día 25 de julio de 2011 Lectura: Mateo 21 “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19-20) Cuando nuestro corazón se siente tocado por todos los aspectos de la muerte del Señor, no tenemos por menos que entregarnos a Él. Cuando reconocemos la extensión de Su obra, nos consagramos espontáneamente a Él. Desdichadamente, a veces nos falla esa percepción de Su obra y consecuentemente no la apreciamos suficientemente. ¡La olvidamos muy rápidamente! Pero debemos tener en cuenta que cuando el Señor efectuó la redención, nos salvó del pecado y de la perdición y a la vez nos ha redimido (comprado). Desde ese momento le pertenecemos; por tanto es perfectamente normal que nos entreguemos a Él y le sirvamos. Tomemos el ejemplo de alguien que encuentra una Biblia sobre una silla al final de la reunión, en la cual está escrito el nombre de su propietario. Lo normal es que se la entregue a su dueño. Al hacerlo no le está haciendo un regalo, sino que le da aquello que le pertenece. En Lucas 17 hay una parábola que ilustra este aspecto tan importante de la redención: “¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Luc. 17:7-10.) ¡Reconozcamos que pertenecemos al Señor y ciñamos nuestros lomos para servirle! ¡Consumado es! Día 24 de julio de 2011 Lectura: Mateo 20 “Habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9) Está escrito en Juan 19:30: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu”. La redención está consumada. Sin ella nos sería imposible conocer a Dios: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Rom. 3:24.) Cristo realizó tal obra en la Cruz que a nosotros no nos queda nada que pagar: Somos justificados gratuitamente. Si quisiéramos añadir algo a esta obra o pagar algo por ella, ofenderíamos grandemente a nuestro Salvador: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Rom. 5:6.). Porque “Dios muestra su amor hacia nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados por la sangre de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Rom. 5:8-10.) Dios está completamente satisfecho con la obra de Su Hijo. Ella satisface todas las exigencias justas de Dios. Ahora podemos entrar en el reposo y disfrutar de la perfecta redención que el Hijo ha conseguido para nosotros. Dios no puede aceptar a nadie, sino a Su Hijo Jesucristo, porque en Él ha depositado todo Su amor y para nosotros no existe nombre alguno en el que podamos ser salvos. Jesucristo venció al diablo Día 23 de julio de 2011 Lectura: Mateo 19 “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2) Cuando el Señor Jesús estaba en la cruz, satanás y sus huestes de espíritus malignos se encontraban muy cerca. En Mateo 27:42-45, aparentemente son hombres los que hablan, pero en realidad era satanás tratando de tentar al Señor: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere, porque ha dicho: Soy Hijo de Dios”. ¡Jesús no se salvó a Sí mismo! Podría haberlo hecho, pero no lo hizo porque la finalidad de Su Venida era “para dar su vida en rescate por muchos” (Mar. 10:45.) En el Salmo 22, los que hablaban de esta manera al Señor se comparan con toros de Basan que abrían sus bocas, y con leones dispuestos a destrozarle. Estaban dirigidos por el diablo, aquel león rugiente. Satanás se dio cuenta de que el Señor iba a efectuar la redención, e hizo todo lo posible para que descendiese de la cruz. El Señor pudo haberlo hecho en cualquier momento, demostrando Su Supremo poder al librarse de la cruz. Pero no sucumbió a la tentación. Por el contrario, se mantuvo colgado de la misma y “despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:15.). ¡La cruz no fue una derrota, sino una victoria memorable!. El Señor estaba dispuesto a soportar la cruz y la ignominia porque sabía que con ello efectuaba nuestra plena redención y le esperaba un gozo infinito. Después de Su Victoria, se sentó en el Trono a la diestra de Dios. Si queremos seguir al Señor, se nos dice que tenemos que cargar nuestra cruz, pero también se nos ha prometido que participaremos de Su gozo y reinaremos con Él. Los padecimientos del Señor en la cruz Día 22 de julio de 2011 Lectura: Mateo 18 “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24) Cuando Jesús estaba en la cruz alguien le dio a beber vino mezclado con mirra, pero Él no lo bebió, porque era una especie de droga destinada a mitigar Sus dolores. El que le ofreció aquella bebida es posible que se compadeciese de Jesús. Pero el Señor estaba dispuesto a sufrir hasta el fin la cólera de Dios para poder rescatarnos. Llevó sobre Su Cuerpo nuestros pecados soportando el juicio divino en nuestro lugar. En la cruz el Señor Jesús estaba completamente solo. Cuando todavía se encontraba entre Sus discípulos, a veces se encontraba con situaciones desagradables, porque ellos no comprendían lo que Él albergaba en Su Corazón. Pero ellos le acompañaban pese a todo; Pedro estaba lleno de buenas intenciones para con Él y Juan lo amaba mucho. Aunque estuviesen dormidos, estaban con Él en el huerto de Getsemaní. Pero cuando El Pastor fue herido y golpeado: “Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron” (Mat. 26:56.). Judas lo traicionó, Juan se dio a la fuga y Pedro le negó tres veces. Pero el peor de los sufrimientos de Jesús, fue que Dios, Su Amado Padre, le abandonase porque sobre Él llevaba el peso de nuestros pecados. Durante las tres últimas horas sobre la cruz, Jesús se encontró abandonado de los hombres y, lo que es peor, de Dios. Fue ese abandono el que le hizo gritar: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado? (Mat. 27:46.). ¡Cuánto tenemos que apreciar el gran precio que pagó por nosotros! Esto nos tiene que motivar para vivir para Él y para buscar Su Justicia (Mateo 6.33). El arresto de Jesús Día 21 de julio de 2011 Lectura: Mateo 17 Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo. (Hebreos 12:3) Jesús se encontraba, poco antes de Su muerte, en el huerto de Getsemaní y allí lo arrestaron. A continuación, leemos en Marcos 14:54 que, tras la huida de todos Sus discípulos, Pedro le seguía de lejos, se sentó con los alguaciles, calentándose con el fuego que ellos habían encendido; aquella noche hacía bastante frio. Pero pese a ello, el Señor sudaba y manaba sangre de la intensidad de Su sufrimiento en el huerto, porque veía que se aproximaba el momento de Su muerte: “estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Luc. 22:44.). ¿Qué hacían los discípulos durante aquel tiempo? ¡Dormían! Un poco después, la turba y los jefes de los fariseos, vinieron para prenderle como si fuese un malhechor peligroso. Cuando Pedro trato de defender al Señor con su espada, Jesús le dijo: “¿Acaso piensas que no puedo orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? (Mat. 26:53.). Vemos en 2ª Reyes 19:35 que un solo ángel hirió en una noche a más de cien mil soldados. Una legión representa aproximadamente seis mil ángeles. El Señor, con una oración a Su Padre, podía conseguir la destrucción de toda la ciudad de Jerusalén en unos segundos. Pero se dejó apresar como un criminal. Después de su arresto fue enviado de un lado a otros, como si se tratase de una pelota, para satisfacer la curiosidad de Sus enemigos. Lo abofetean, le escupen y le azotan en las espaldas con látigos de tiras de cuero con puntas de hierro. Finalmente, después de haberle torturado toda la noche, lo crucifican al mediodía del siguiente día. ¡Soportó todas estas afrentas y padecimientos por Su Amor hacia nosotros! Jesucristo, el Varón de dolores Día 20 de julio de 2011 Lectura: Mateo 16 “sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:7-8) Leemos en Isaías 53:3 que el Señor era un varón de dolores, experimentado en quebrantos. Dios se hizo un hombre en Cristo, y experimentó todo cuanto un ser humano haya podido sufrir. Sufrió todas las tristezas, gustó todos los padecimientos que nosotros hayamos podido padecer. A tal hombre es a quien, cómo cristianos, tenemos que conocer. Desde el comienzo de Su vida en la tierra, experimentó múltiples padecimientos. El Dios viviente que venía para darse a conocer a Sus criaturas ni siquiera encontró un lugar adecuado para nacer: Nonació en un palacio, ni siquiera en una humilde posada o casa. Por eso tuvo que nacer en un establo y dormir en un pesebre. Incluso después de nacer tuvo que huir de Herodes que intentaba matarlo. En nuestros días y en nuestras latitudes, se prepara todo para recibir al niño que ha de nacer: El servicio especializado de la maternidad, los médicos y enfermeras cualificadas, la cuna; todo está preparado, limpio y desinfectado. El Señor no tenía casa propia. Cuando alguien le preguntó dónde moraba para seguirle, contestó: “el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza” (Mat. 8:20.). En otras palabras: “Piensa bien lo que vas a hacer. ¿Realmente me quieres seguir en estas condiciones? Jesús ni siquiera tenía un horario fijo para comer. “Se agolpó de nuevo la gente, de modo que ellos ni aun podían comer pan” (Mar. 3:20.). Y varias veces, Jesús y Sus discípulos se tuvieron que retirar a un lugar apartado para poder comer y encontrar un poco de reposo. Velar en todo momento Día 19 de julio de 2011 Lectura: Mateo 15 Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir. (Mateo 25:13) Debido a que el siervo establecido sobre la casa de su señor dejó de estar velando, el Señor dice: “vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe” (Mat. 24:50.). Porque aquel siervo pospuso en su corazón la venida de su señor a una fecha vaga e indeterminada, y dio de lado al hecho de que pudiese volver de una manera inminente, la venida repentina del mismo frustró todos sus cálculos. Él sería sorprendido al no estar dispuesto para dar cuenta de su gestión, y le pesará grandemente. Su dueño “lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes” (v. 51.). Será apartado del Señor y de los demás servidores fieles que recibirán su recompensa en el reino venidero. No perderá su salvación, pero sí su recompensa (1 Cor. 3:15.) En Mateo 24 y 25, menciona cinco veces el Señor el día y la hora en relación con Su regreso: (Mat. 24:36, 42, 44, 50; 25:13.) Jamás menciona el mes ni el año, sólo el día o la hora, y repite: “no sabéis el día ni la hora”. El Señor quiere informarnos simplemente de que nadie conoce el momento de Su Regreso. Lo que ciertamente desea es impresionarnos para que estemos dispuestos, ya que no sabemos el momento de Su Vuelta. Al no saber cuándo sucederá tal acontecimiento tendríamos que velar hoy, cada hora. Cada día tendría que ser un día de vigilancia, porque no sabemos si se tratará de hoy mismo. Lo mismo es necesario cada hora, no sabemos si será por la mañana, al medio día, por la tarde o por la noche, así que debemos velar cada día y cada hora. No dañemos a nuestros consiervos Día 18 de julio de 2011 Lectura: Mateo 14 “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros…no como teniendo señorío… sino siendo ejemplo de la grey (el rebaño) (1 Pedro 5:2-3) El siervo fiel y prudente se ha convertido en un mal siervo desde el momento en que ha considerado que su señor retrasaba su vuelta: “mi señor tarda en venir” (Mat. 24:58.). Entonces se relaja y comienza a “golpear a sus consiervos” (v. 49.). En lugar de servir a sus allegados, empieza a golpearles, asumiendo que tiene una posición superior a la de ellos, los trata con dureza como si fuesen inferiores a él. Pero ahora no es el momento de reinar sobre los demás y mucho menos el de golpearles. El reinado tendrá lugar en el futuro, y nuestra capacidad para reinar estará determinada por nuestra capacidad actual de alimentar a otros. Dios no nos ha puesto en Su Casa para reinar, sino para alimentarnos los unos a los otros. Si dejamos de alimentarnos con las riquezas de la Palabra de Dios, inevitablemente comenzaremos a criticar a otros miembros del Cuerpo. Dejaremos de perdonar ciertas ofensas y lucharemos con nuestros compañeros. Nuestras palabras que antes alimentaban a los miembros del Cuerpo, ahora siembran la discordia entre los hermanos y las hermanas. La caída de este siervo que sirvió en su momento fiel y prudentemente, no sólo hace que golpee a quienes anteriormente alimentaba, sino que lo convierte en un servidor carnal, porque come y bebe con los borrachos (v. 49.). Realmente existen muchas sutiles maneras de embriagarse, no sólo bebiendo vino. El enemigo utilizará cualquier medio para embriagarnos e impedir nuestra capacidad de discernimiento. Las personas que nos rodean pueden conducirnos a veces a ser sabios y fieles, o a seducirnos y convertirnos en necios e infieles. ¡Mantengámonos siempre en guardia! Esperar Su inminente venida Día 17 de julio de 2011 Lectura: Mateo 13 “El Señor no retarda Su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros” (2 Pedro 3:9) El Señor nos advierte que el mayordomo fiel y prudente que proveía a sus consiervos con el alimento adecuado en el momento oportuno, se puede convertir en un siervo malo (Luc. 12:42-46.). Que esto es posible se demuestra en el versículo 45: “Mas si aquel siervo dijere en su corazón: mi señor tarda en venir…” Vemos que se trata del mismo siervo del que antes se decía que era fiel. ¿Cómo puede suceder esto? ¿Cómo alguien que era fiel y prudente se puede convertir repentinamente en malo? Vemos en el versículo 45 como aquel siervo dice en su corazón: ”mi señor tarda en venir”. He aquí un punto de partida, que es muy significativo. El siervo está convencido de que su señor tardará en venir y que él tendrá mucho tiempo por delante. Al considerar que la venida de su señor no es inminente, hace que deje de velar como debiera, y se relaje en el servicio que le fue confiado. ¡Esta es una seria advertencia para nosotros! Nuestra espera de la venida del Señor tendrá un gran efecto en nuestra vida y en nuestra conducta. Dios desea que consideremos como inminente Su Venida, y está contento cuando hacemos eso. Por ejemplo: ¿Esperamos que el Señor pueda venir a arrebatar a sus siervos vigilantes antes de que acabe el día de hoy? Si así fuese, eso influiría grandemente en nuestro corazón y en nuestro caminar el resto de la jornada. El Señor lo sabe y es por eso que quiere que le esperemos en cualquier momento. Despertémonos y volvamos nuestro corazón hacia Él, para que podamos desear que sea hoy cuando se produzca Su Venida, viviendo en la esperanza de la misma. Entonces obtendremos la corona de justicia que el Señor reserva “para todos los que aman Su venida” (2 Tim. 4:8.) El alimento de Su Casa Día 16 de julio de 2011 Lectura: Mateo 12 “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa” (Malaquías 3:10) Después de haber sido nutridos y fortalecidos en el hombre interior por el Señor, mediante el Espíritu Santo, estamos capacitados para alimentar a otros. Y esta responsabilidad y este gozo nos corresponden entonces a todos. Aunque nos parezca que tenemos muy poco que repartir, como aquel joven que sólo tenía cinco panes y dos peces en Juan 6, podemos ponerlo en las manos del Señor para que Él lo multiplique. A nuestro alrededor existen multitud de personas que necesitan ser alimentadas. ¿Por dónde podremos empezar? Podemos hacerlo por aquellos que están más cerca de nosotros, donde el Señor en Su Soberanía nos ha situado: Cónyuges, hijos, familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, etc. De ninguna manera tendríamos que descuidar a nuestra propia familia y ambicionar otros ámbitos de servicio más extensos. Ejercitémonos también en alimentar a aquellos que el Señor ponga a nuestro alcance diario, a todos cuantos podamos contactar. Dios honrará nuestra disposición. Si somos fieles, el Señor ampliará cada vez más la esfera de nuestro servicio; cada vez aprovisionaremos a un mayor número de personas. Dios desea que haya abundancia en Su Casa, y a ésta no la aprovisiona un solo hombre, sino muchos. “Traed todos los diezmos al alfolí (a la cámara del tesoro) y haya alimento en mi casa” (Mal. 3:10.). Seremos bendecidos grandemente si el Señor nos encuentra haciendo esto cuando vuelva. Cuando todos cumplan su cometido, trayendo a las reuniones, una alabanza, una exhortación, una oración o una palabra de vida, la Casa del Señor estará llena de comida y todos serán fortalecidos y animados. Alimentar en el momento oportuno Día 15 de Julio de 2011 Lectura: Mateo 11 “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría” (Colosenses 3:16) El Señor no solamente es fiel al alimentarnos, también es Sabio para dar la porción de alimento que le conviene a cada uno. Nos alimenta con amor y con sabiduría, con un alimento apropiado en el momento oportuno. Lo que le dijo a la samaritana en el pozo fue diferente a lo que le dijo a Nicodemo: Cada palabra se correspondía a una necesidad. Lo que Jesús les dijo a Sus discípulos en Mateo 16 al 18, representa una progresión con respecto a las palabras que les dirigió en Mateo 5 al 7, unos tres años antes. No se puede invertir el orden de Sus Palabras; unas preceden a las otras. Por ejemplo: El Señor nos podrá decir este año lo que no nos pudo decir el año pasado. Él dirá a cada uno aquello de lo que tiene necesidad, si está dispuesto a escucharle, y esa palabra le alimentará y vivirá por ella. Aprendamos a alimentar a los demás de la misma manera. Eso implica que tendremos que mantener una comunión íntima con el Señor y que dependamos de Él en todo. Los apóstoles también fueron mayordomos fieles y prudentes, alimentando al pueblo de Dios en el momento oportuno. Cada una de las Epístolas era específicamente apropiada para sus destinatarios. El Señor está vivo y si nos mantenemos en comunión con Él, nos dará una palabra para cada situación con la que nos enfrentemos. El mismo Señor que atendía con sabiduría todas las necesidades, ahora vive en nuestro espíritu. Si la palabra de Cristo mora abundantemente en nosotros (Col. 3:16) podremos nutrir adecuadamente a cada uno de los hermanos y hermanas. Seremos semejantes a aquel “padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mar. 13:52.) Colaboradores de Dios Día 14 de Julio de 2011 Lectura: Mateo 10 Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios” (1 Corintios 3:9) La Biblia habla de “colaboradores de Dios” (1 Cor. 3:9; 2 Cor. 6:1.). Hebreos 3:14 dice que somos “participantes de Cristo” o (asociados de Cristo.). Los asociados comparten sus medios y fuerzas para alcanzar un mismo objetivo. Así mismo el Señor nos ha hecho participar en Su Deseo de salvar a los hombres (1 Tim. 2:4) y de edificar Su Iglesia (Mat. 16:18.). Del mismo modo recibimos de Él todo cuanto es necesario para nuestro caminar cristiano (2 Ped. 1:3.). Vemos que no hemos sido llamados a servir como esclavos ciegos, que no se enteran de lo que hace su dueño, sin capacidad para cumplir sus órdenes, a veces absurdas. Antes de que podamos servir a Dios, Él nos quiere atraer a Sí mismo para que todo lo podamos hacer “con Él”. Es también por eso que Cristo derramó Su Sangre para “limpiar nuestras conciencias de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo” (Heb. 9:14.). ¿Acaso hizo esto simplemente para tranquilizar nuestra conciencia? Es verdad que ha perdonado nuestros pecados y es Fiel para olvidarlos (Heb. 8:12.). Pero, por encima de todo, Su meta es que lo conozcamos como el Dios viviente. Más aún, quiere tocar nuestros corazones para que todo lo hagamos por amor a Él. Así quiere llevarnos a colaborar con Él. ¡Qué liberación experimentamos cuando entramos a Su Servicio! ¿Queremos colaborar en Su Obra con Él, para “conocer el misterio de Su Voluntad, según Su Beneplácito” (Efe. 1:9)? Entonces entraremos en las obras que Él ha preparado de antemano (Efe. 2:10.) Amigos de Dios Día 13 de Julio de 2011 Lectura: Mateo 9 “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que recibí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Juan 15:15) Jesús no consideraba esclavos a Sus Discípulos, que le debiesen una obediencia ciega, sin esperar nada en cambio. Él los llamó “amigos”. ¡Qué maravillosa noticia! Nosotros los cristianos actuales, hemos sido llamados, al igual que los antiguos discípulos, y no estamos destinados a la esclavitud (Rom. 8:15.). Ahora somos amigos del Señor. Él dio el primer paso al morir por nuestros pecados, para sacarnos de nuestra situación de muerte, cuando estábamos apartados de Dios (Efe. 2:1,13.). También es Él el Autor de nuestra fe (Heb. 12:2.). ¡El Señor nos da esa seguridad! Un esclavo sólo espera de su dueño que le dé una orden detrás de otra, y un castigo si comete alguna falta. Habiendo hecho el Señor tanto por nosotros, ¿Cómo nos volvería a llevar a una situación tal? El Señor es nuestro amigo, eso quiere decir que nos revelará cuanto el Padre le revele a Él. Esto es lo que quiere decir Jesús en este pasaje. Un esclavo no sabe lo que piensa su dueño, o qué objetivo persigue, pero un amigo sí. El Señor nos ha dejado mandamientos y nos dice: “haz esto o aquello”. Pero principalmente nos revela el deseo de Su Corazón en múltiples lugares de la Biblia. Nos quiere hacer partícipes de Su maravilloso plan. Ya en el Antiguo Testamento, para construir el tabernáculo, sólo esperaba ofrendas voluntarias (Exo. 35:29) y no una obediencia ciega y mecánica por miedo, ¡Cuánto más es verdad esto para Su Iglesia que tanto ocupa Su Corazón! ¿Querremos ser amigos del Señor? Liberados de la esclavitud de la carne Día 12 de Julio de 2011 Lectura: Mateo 8 “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud… sino que habéis recibido el espíritu de filiación” (Romanos 8:15 – literal) Todo creyente nacido de nuevo por la fe en Jesucristo, ha recibido, de parte de Dios, el Espíritu Santo (Rom. 8:9.). Tal Espíritu quiere efectuar una obra maravillosa en nosotros y conducirnos a una libertad totalmente nueva en la presencia de Dios. “Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Cor. 3:17.). El Espíritu nos libra del miedo religioso a un dueño duro y severo. La libertad de la que disfrutamos ahora no significa en ningún caso que tengamos carta blanca para entregarnos a cualquier cosa. ¡Ni mucho menos! Eso significaría recaer en la esclavitud de la carne. Porque el Espíritu nos ha liberado de esa esclavitud, la cual nos describe Pablo perfectamente en Romanos 7. Antes de convertirnos en hijos de Dios estábamos forzados a pecar. Esa era una ley despiadada, sin excepción, la cual nos hacía recaer en el abismo del pecado pese a nuestros esfuerzos más intensos para sustraernos a ella. “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Rom. 7:24-25.). Al recibir la salvación de Dios hemos pasado de una ley a otra: “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús… la cual nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Rom. 8:2.). El Espíritu nos da la Vida Eterna que nos convierte en vencedores de las incapacidades carnales. ¡Qué gran noticia para nosotros los cristianos! No tenemos que seguir con el miedo a nuestras caídas y fallos. Con nuestros propios esfuerzos no conseguiremos nada. Dejemos que el Espíritu crezca y actúe en nosotros, haciendo todo lo posible para cuidar de esta comunión con Dios en nuestro espíritu. Liberados del miedo a Dios Día 11 de Julio de 2011 Lectura: Mateo 7 “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción (filiación), por el cual clamamos: ¡¡Abba, Padre!!” (Romanos 8:15) Entre los hombres que reconocen la existencia de Dios, muchos tienen miedo de encontrarse cara a cara con Él. Lo consideran como el supremo Dueño al cual tendrán que rendir cuentas más pronto o más tarde. Para algunos, como el siervo de la parábola de los talentos, se trata de un amo “duro y severo” (Mat. 25:24; Luc. 19:21), con muchas exigencias penosas para aquellos que le sirven. De esta forma es posible vivir en temor, tal como los esclavos que les tenían miedo a sus dueños. Pero ya hemos experimentado una salvación maravillosa. Cuando nos fatigamos tratando de cumplir con nuestras propias fuerzas los mandamientos de Dios, acabaremos por sucumbir al miedo del castigo si no estamos a la altura del estándar de Dios. Pero el capítulo 8 de la Epístola a los Romanos nos revela una verdad maravillosa: Es por medio del Espíritu que podremos cumplir las exigencias justas de Dios y ese Espíritu ya lo hemos recibido al nacer de nuevo (Rom. 8:9.). Dios nos ha amado tanto que para salvarnos de Su ira, ha entregado a Su amado Hijo. ¿Cómo podría Él dejarnos vivir después en una vida de esclavitud? No, Dios nos ha dado el Espíritu para librarnos y para hacernos capaces de llevar una vida digna de verdaderos hijos Suyos. Incluso tenemos el privilegio de poder llamar a un Dios tan grande y poderoso “¡Abba. Padre!” Es decir: “Querido Padre”. Como el niño que corre gritando hacia su padre con absoluta confianza. Si nuestra vida cristiana se desarrolla en la esfera del miedo a enfrentarnos cara a cara con el castigo de Dios, es urgente que nos volvamos al capítulo 8 de la Epístola a los Romanos y al versículo 15, pidiéndole a Dios que nos ilumine. Hablar con Dios Día 10 de Julio de 2011 Lectura: Mateo 6 “Y cuando entraba Moisés en el tabernáculo de reunión, para hablar con Dios… y hablaba con Él” (Números 7:89) Dios habla, Él es la Palabra y Sus Palabras son maravillosas, “más que todas las riquezas” (Sal. 119:14.). Moisés también hablaba con Dios. Se trataba de un diálogo. ¿Cómo podemos concebir una amistad donde uno solo sea quien habla? Nosotros también tenemos derecho de hablar con Dios, para alabarle y glorificarle. ¿No es algo glorioso poder celebrar a aquel que es el “Rey de reyes y Señor de señores”, que obtuvo la más grande victoria, al salir vencedor del peor enemigo, la muerte? Muchos aclaman a los ídolos humanos que nada han hecho por ellos, y que perecen rápidamente. Nosotros tenemos al “Vencedor”, que ha derrotado a todas las fuerzas de las tinieblas, cuya victoria es eterna. ¡Cuán grande es Su amor hacia nosotros! Pero Dios nos permite que nosotros también le hablemos acerca de nosotros, de nuestras angustias, nuestros anhelos, de nuestras alegrías, para agradecérselas (1 Tes. 5:18) e incluso de nuestros problemas y preocupaciones como vemos en el Libro de los Salmos. Podemos confesarle nuestros pecados cuando consideremos que lo hemos contristado, cuando hayamos desperdiciado el tiempo. Podemos hacerle también participar de los asuntos que nos superan, ya sean materiales o espirituales. El apóstol Pedro nos exhorta a “echar sobre Él toda nuestra ansiedad” (1 Ped. 5:8.) Pero podemos hacer algo más, podemos hablarle a Dios de otros para buscar mediante la oración el bien de ellos. A Dios le complace que Sus hijos se parezcan a Él que tanto ama a todas Sus criaturas. Al acercarnos a Dios con confianza tocamos Su Corazón amoroso y entramos en el secreto de Su Voluntad, “el misterio escondido desde los siglos en Dios” (Efe. 3:9.). Entonces nos convertimos en Sus Amigos (Juan 15:15.) Oír la Voz de Dios Día 9 de Julio de 2011 Lectura: Mateo 5 “Cuando entraba Moisés en el tabernáculo de reunión, para hablar con Dios, oía la voz que le hablaba de encima del propiciatorio” (Núm. 7:89) Moisés mantenía una íntima relación con Dios, “cara a cara” (Exodo 33:11.). Estaba muy cerca de Él y podía oír la Voz del Señor. ¿Cómo llevamos nuestro día a día? ¿No oímos esa voz que nos dice: “aquí estoy”, “ven”, “no temas”, “párate, vas demasiado lejos”, “si haces eso pierdes el tiempo”? ¡Cuan bueno es oír esa voz que quiere hacernos volver al Señor, a Su Paz y a Su Gozo. Ella siempre nos dará una esperanza, cuando tengamos problemas, estemos estresados o simplemente hundidos en la rutina diaria. Hay tantas cosas que Dios nos quiere mostrar, para que las disfrutemos. Cuando Él nos hable, el horizonte se nos hará cada vez más claro. “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apoc. 3:20.). Así se dirigía Jesús a los cristianos que habían caído en un estado lamentable, “la tibieza”. Pero Su deseo no es reprenderlos severamente para que temiesen Su divina autoridad. Este llamado muestra, claramente, el verdadero deseo de nuestro Señor; pasar con ellos un tiempo tan agradable como una cena entre amigos, en paz y sosiego. ¡Que amor encierran esas palabras hacia nosotros, hombres caídos, tan inclinados a enfriarnos y a dejar que se aparte de Él nuestro corazón! No dejemos de abrir la puerta de nuestro corazón cuando oigamos Su Voz, no importa la hora o el momento, ni nuestra condición, sea cualquiera que sea la actividad que estemos desarrollando. El Señor nos quiere trasladar a ese escenario de quietud y reposo representado en la “cena”, donde hallaremos descanso y paz y seremos alimentados en nuestro espíritu. De esta manera se renovará nuestra vida espiritual y se avivará en nosotros el fuego del primer amor. Cara a cara con Dios Día 8 de Julio de 2011 Lectura: Mateo 4 “Hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero (su amigo)” (Éxodo 33:11) El versículo anterior describe la relación entre Dios y Moisés. En el Antiguo Testamento, sólo unos pocos, “los testigos de la fe”, disfrutaron de ese privilegio de poder acercarse a Dios sin ningún intermediario. Todavía no había venido Jesucristo para derribar el muro de separación levantado por causa de la rebelión del hombre, el pecado del huerto del Edén. Pero en el Nuevo Testamento el llamamiento es para todos: “venid a mí todos… (Mat. 11:29.) “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba…” (Juan 7:37.) “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia”… (Heb. 4:16), y otro llamamiento al final de la Biblia: “Y el que tiene sed, venga…” (Apoc. 22:17.) Dios quiere que todos los hombres se aproximen a Él. Para conseguirlo dio el primer paso al venir al hombre en la Persona de Jesucristo; Jesús abrió el camino en la cruz y hoy nos llama mediante el Espíritu Santo: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones… (Heb. 3:7-8.) Moisés no veía a Dios, porque Éste no puede ser visto (Exo. 33:20.). Sin embargo el Señor estaba tan cerca de Moisés como lo está cualquiera de sus amigos. Dios hablaba con Moisés “cara a cara”. Hoy tampoco existe una barrera de seguridad entre nosotros y nuestro Señor, cómo la que existe para acceder a los grandes de este mundo, aunque nuestro Señor posee “el nombre que es sobre todo nombre” (Fil. 2:9.). Él se hizo tan próximo a nosotros mediante el Espíritu Santo: “Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Cor. 3:17.) Utilicemos cada vez más esta libertad, la libertad de acercarnos a Dios. ¡Muchos, entre nosotros, pueden testificar que Él es realmente asequible! Buscar al Señor y consultarle Día 7 de Julio de 2011 Lectura: Mateo 3 “Bueno es Jehová a los que en Él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová” (Lamentaciones 3:25-26) David, cada vez que tenía que tomar una decisión importante, consultaba con su Dios (1 Sam.23:2,4.). ¿Nos volvemos nosotros al Señor en todas las situaciones y le pedimos que nos aconseje? Aunque la situación que enfrentaba David fuese semejante a la anterior, donde ya había recibido unas directrices concretas de parte de Dios. ¡Dios apreciaba esa actitud! Esa actitud de David recuerda la de Moisés y el pueblo de Israel cuando atravesaban el desierto: ellos levantaban el campamento cuando la nube o la llama de fuego se alzaban, y se mantenían en el mismo lugar cuando eso no sucedía; esto demuestra su completa dependencia de Dios. Eso demanda una verdadera dependencia del corazón hacia Dios: “permaneced en mí, y yo en vosotros” (Juan 15:4.) Muchos personajes del Antiguo Testamento decidieron en su corazón buscar el rostro del Señor; y Jehová se dejó encontrar por ellos: “De toda su voluntad lo buscaban, y fue hallado de ellos; y Jehová les dio paz por todas partes” (1 Cron. 15:15: ver 1 Cron. 28:9; 2 Cron. 15: 2,4.) Es el momento de buscar al Señor: “Porque es el tiempo de buscar a Jehová, hasta que venga y os enseñe justicia” (Oseas 10:12.). El Nuevo Testamento nos anima a acercarnos a Dios, el galardonador de los que le buscan (Heb. 11:6.). Esta actitud tiene resultados muy positivos en nuestras vidas. La invocación del nombre del Señor nos ayuda a buscar a Dios. “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano” (Isa. 55:6.). Una actitud de dependencia directa con el Señor nos trae la paz. ¡Busquemos al Señor! Confiar en la Miseriordia de Dios Día 6 de Julio de 2011 Lectura: Mateo 2 No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven: pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18) Muchos relatos bíblicos nos muestran a hombres que han basado sus decisiones sobre cosas visibles y tangibles, mientras que otros muchos lo han hecho apoyándose sobre lo invisible. Esta es la gran diferencia entre Lot y Abraham, por ejemplo: “hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot… Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová… Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro” (Gen. 13:5-18.) Citemos también a Doeg edomita y a David. Doeg, el hombre que anduvo en la carne, se apoyó en los valores temporales. Tuvo la impresión en cada momento de ser muy inteligente para poder enriquecerse fácilmente o ascender en la jerarquía social, buscando la oportunidad de convertirse en el favorito del rey Saúl, a quien le comunicó la huida de David y la ayuda que a éste le habían prestado los sacerdotes. Doeg se apoyó en la malicia, confiando en la promesa de una recompensa temporal, su caminar fue en la maldad y el engaño (ver 1 Sam. 22.) El Salmo 52 es un cántico de David compuesto con motivo del informe de Doeg a Saúl. Allí expuso el contraste entre el malvado que confía en sí mismo, y el que confía en la bondad de Dios. David afirmó una vez más, con fe, que confiaba en el amor eterno de Dios, que alababa al Señor por lo que había hecho y que esperaba en Él: “La misericordia de Dios es continua… Pero yo estoy como olivo verde en la casa de Dios; en la misericordia de Dios confío eternamente y para siempre. Te alabaré para siempre, porque lo has hecho así; y esperaré en tu nombre, porque es bueno, delante de tus santos” (Sal. 52:1, 8-9.) Conocer a Dios quien está sobre todas las cosas Día 5 de Julio de 2011 Lectura: Mateo 1 “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego con acción de gracias” (Filipenses 4:6) En el libro del Génesis, Dios se le presentó a Abraham bajo el nombre de “El Shadday”, que significa: “Yo soy el Dios que es”, “Soy el Dios suficiente para todo”. David comprendió lo que quería decir ese nombre y lo experimentó a lo largo de toda su vida (Sal54:6-7.). En los Salmos, David, ha puesto de manifiesto lo que representaba Dios para él en todos los aspectos de su vida: “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en Él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio” (Sal. 18:1-2; ver 2 Sam. 22.). David se apoyaba en su Dios y sobre las realidades divinas. Siempre se volvía al Señor y le alababa. La alabanza nos eleva por encima de cualquier situación y nos ayuda a confiar en nuestro Señor. Las situaciones, aun las más difíciles, pierden su significado e importancia cuando utilizamos el arma poderosa de la alabanza y el poder de Dios cobra más importancia y peso ante nuestros ojos. La historia de David registra una sucesión de situaciones negativas, más fuertes que él mismo, pero en medio de tales circunstancias él se volvió a Dios y lo alabó. Su actitud está ilustrada maravillosamente en dos versículos del Nuevo Testamento: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4:6-7.) Obtenemos la victoria cuando alabamos al Señor, porque reconocemos que nuestro Dios está por encima de todas las cosas, y situamos a ese Dios que todo lo ha vencido como centro de nuestra vida. ¡Depositemos sobre Él nuestra confianza, y seremos llenos de la paz de Dios, y rebosaremos de agradecimiento y de alabanzas! La preparación en el desierto Día 4 de Julio de 2011 Lectura: Proverbios 31 “Mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Romanos 5:17b) El profeta unge al futuro rey de Israel; luego pasan los días, las semanas e incluso los años, sin que se produzca la investidura del citado rey. David tuvo que esperar quince años desde que Samuel lo ungiese hasta convertirse en rey de Judá, y veinte y dos antes de serlo de Israel. ¿No se preguntaría David, a lo largo de ese tiempo, si quizás se habría equivocado Samuel? ¿Cómo pudo seguir creyendo David en las palabras de Samuel, cuando en lugar de vivir en el palacio real, saltaba de un escondite a otro, por los desiertos de Israel, huyendo de la persecución de Saúl? Desde el día en que fue ungido, hasta el día en que tomó posesión del trono, David pasó por innumerables pruebas. Durante aquel período escribió muchos Salmos, expresando sus padecimientos y los cuestionamientos a su Dios, manifestando a la vez tanto su fe como su relación con el Señor. ¿Cómo no sentirse tocado por las innumerables alabanzas a Dios que encontramos en los Salmos compuestos por David en medio de las circunstancias más adversas? David aprendió a vivir por fe y no por vista. En el desierto que atravesó se fortaleció su confianza en Dios; aprendió a conocer al Señor en Sus múltiples aspectos, y descubrió el poder de la alabanza. “Alabaré tu nombre, oh Jehová, porque es bueno” o “Te alabaré por todo lo que Tú eres, oh Jehová” (Biblia del sembrador.) (Sal. 54:6.) Nuestra vida sobre la tierra constituye también un tiempo de preparación. Al igual que David, cruzamos desiertos, donde nos enfrentamos con nosotros mismos, donde profundizamos nuestra relación con el Señor y lo descubrimos bajo numerosos aspectos. Diariamente recibimos Su Gracia abundante y el don de Su Justicia, y reinaremos también en vida con Él (Rom. 5:17.) “Si sufrimos, también reinaremos con Él” (2 Tim. 2:12.) A menudo, en los Salmos, David reafirma su confianza en Dios y manifiesta acerca de lo que el Señor es para él. Avivar el don de Dios para edificar Su Casa Día 3 de Julio de 2011 Lectura: Proverbios 30 “Y si sobre este fundamento edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno hojarasca, la obra de cada uno será manifestada” (1 Corintios 3:12-13) El Señor dijo que edificaría Su Iglesia (Mat. 16:18); pero las Epístolas a los Corintios y a los Efesios nos muestran que no lo haría solo, sino con la colaboración de Sus hijos (ver 1ª Cor. 3:9; Efe. 4:16.) Todo creyente nacido de nuevo ha sido salvado para servir al Señor. Por tanto tenemos que cuidarnos de la manera en que actuamos, porque no nos debemos apoyar en nuestras capacidades naturales y humanas. Todos tenemos talentos y medios para invertir en la obra de Dios, pero es necesario hacerlo como Él lo desea. Tengamos en cuenta que cuando hagamos algo para el Señor, tal cosa no siempre le va a satisfacer a Él. Cada siervo del Señor se enfrenta continuamente a dos alternativas: Edificar con madera, heno, hojarasca o a hacerlo con oro, plata, piedras preciosas. Los primeros elementos representan el conocimiento, la percepción de las cosas y la manera de pensar que provienen del planteamiento previo de los creyentes, basado en su cultura, en todo aquello que es terrenal, humano y natural. Los demás elementos, son preciosos porque tienen la impronta divina. Una obra realizada con madera, heno u hojarasca, aunque llegue a ser gigantesca, no resistirá la prueba del fuego. Es bueno ser conscientes de la necesidad de estar edificando conforme al propósito de Dios. Pero esto no nos debe hacer caer en la pasividad con el pretexto de que existe el riesgo de edificar malamente. Cada uno de nosotros ha recibido uno o múltiples talentos para invertirlos en la obra del Señor y es responsable de aquello que ha recibido. Por tanto tenemos que orar en base de 2ª Timoteo 1:6: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti”. ¡Avivemos la llama del fuego del don de Dios, es nuestra responsabilidad el hacerlo! Procuremos edificar en el Señor en todo cuanto emprendamos (ver Juan 5:1-5.) El poder de Dios en la debilidad del hombre Día 2 de Julio de 2011 Lectura: Proverbios 29 “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová” (Zacarías 4:6) Vemos en 1ª de Samuel 17:45 que David, cuando fue a combatir con Goliat, no confiaba en las armas de guerra humanas, sino en el nombre del Señor. ¡Es bueno redescubrir el Poder del nombre del Señor! Dios le dijo a Pablo: “Bástate mi gracia: porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:9.). El mundo es propenso a la independencia, señal de fortaleza de carácter y de competencia. El cristiano vive a contracorriente pues se esfuerza para no hacer nada sin Dios, el cual se convierte en su Señor, en su Dueño. Cuanto más se une con Dios, más cuenta se da de que nada bueno reside en él y especialmente de que nada procedente de él le puede agradar a Dios. Un creyente tiene que vivir en absoluta dependencia de Dios; no confía en sus capacidades naturales, sino que mora en Su Señor de manera que éste pueda actuar en él y por medio de él. De esta manera desarrolla una relación viva, íntima y permanente con Él. Muchos personajes bíblicos ilustran esto. Al principio eran fuertes por sí mismos, pero tuvieron que ser llevados al límite de sus capacidades para resultar útiles para Dios. Moisés tuvo que abandonar el palacio del faraón, salir de Egipto y vivir cuarenta años en el desierto, para poder comenzar su ministerio. Pedro perdió su confianza en sí mismo después de negar a Jesús, entonces el Señor le encomendó la tarea de apacentar a Su Rebaño. Pablo tuvo que ser derribado a tierra en el camino de Damasco para replantearse sus fines y convertirse en el apóstol de los gentiles. Cada uno de ellos tuvo que ser quebrantado y ver con sus propios ojos la inutilidad de sus esfuerzos antes de convertirse en instrumentos útiles para Dios y desarrollar el ministerio para el que habían sido llamados por Él. El bien en la casa de Dios Día 1 de Julio de 2011 Lectura: Proverbios 28 “Seremos saciados del bien de Tu casa, de Tu santo templo” (Salmo 65:4) Muchos de los Salmos contienen referencias a lo bueno que es morar en la casa de Dios: “Bienaventurados los que habitan en tu casa; perpetuamente te alabarán… Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos, escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad” (Sal. 84:4, 10.) Encontramos el mismo sentir en el Salmo 27: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (v. 4) Y en el Salmo 122: “Yo me alegré con los que me decían; a la casa de Jehová iremos” (v. 1.) “Jehová, la habitación de tu casa he amado, y el lugar de la morada de tu gloria” (Sal. 26:8.). ¡Qué bueno es habitar en la casa de Dios! Éste es el lugar donde podemos ver la Gloria de Dios y encontrar Su Nombre, es decir Su Persona. ¡Dios se goza en Su Morada! En el Antiguo Testamento el tabernáculo y el templo eran la representación de la casa de Dios. El tabernáculo no tenía una apariencia especialmente atrayente, porque la parte externa del mismo estaba hecha con pieles de tejones (Exo. 26:14.). La Iglesia, que es ahora la Casa de Dios, aparentemente no tiene ningún atractivo visible. Es preciso tomarse el trabajo de entrar para descubrir la belleza de la misma. En su interior somos atraídos por su esplendor. Todo testifica de la Presencia de Dios y de Su Gloria. Entonces exclamamos: “Bienaventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti, para que habite en tus atrios; seremos saciados del bien de tu casa, de tu santo templo” (Sal. 65:4.)