«Un hermano del dicho Grijalba» (Respuestas a las preguntas 7, 8 y 9 del interrogatorio general: folios 44v y 45r) La primera incursión castellana en el río Tabscoob o Tabasco, rebautizado Grijalva, tuvo lugar el 8 de junio de 1518. Cuando la hueste de Juan de Grijalva, a bordo de dos bergantines, penetró el caudal, unos cuantos miles de mayas chontales se apostaron en ambas orillas armados, dispuestos a impedir el desembarco de los extranjeros. Una comitiva de notables indígenas, a bordo de una canoa, se acercó al navío en el que iba Grijalva, preguntándole quién era y qué quería. El capitán español les entregó ciertas preseas, expresando su intención de entablar amistad y trocar con ellos. Al poco rato, hizo acto de presencia quien, al parecer, era el señor o cacique principal de la provincia. Abordó el bergantín insignia, se allegó efusivamente a Grijalva y, acto seguido, lo atavío ricamente. Grijalva, entusiasmado, agradeció el gesto y ordenó a sus hombres que vistieran elegantemente al anfitrión, a la usanza peninsular. Ambos jefes dialogaron, intercambiaron presentes –para su decepción, los españoles recibieron pocas piezas de oro, metal precioso que los mayas no poseían en cantidades exorbitantes—, celebraron un banquete y, pensando en futuros encuentros, acordaron no agredirse mutuamente y consolidar el comercio. Los miembros de la expedición solicitaron licencia a Grijalva para adentrarse en el territorio y buscar oro, pero él la denegó y no pareció tener intenciones de prolongar su estancia en el río: aquella misma tarde se hizo a la vela, prometiendo a los indios que volvería eventualmente (Thomas, 2015: 165). Esto acaeció cerca de un pueblo nombrado Potonchán. Como se ha comentado antes, pesa sobre Grijalva una reputación de cobarde o de capitán poco emprendedor. Entre las decisiones que han contribuido a forjar esta percepción negativa del desgraciado capitán, se encuentra aquella de no autorizar una excursión tierra adentro en las cercanías del Tabasco. Su negativa obedecía a la mera prudencia: hasta ese momento, los indios los habían tratado agresivamente y temió caer en una emboscada si se internaba en la selva. A mediados de mayo, la armada castellana había aportado en Champotón, muy cerca de Campeche. En ese mismo punto, un año antes (1517), los mayas habían desbaratado a Francisco Hernández de Córdoba, obligándolo a emprender el retorno a Cuba. Ambas escalas, las de Hernández y Grijalva, se habían efectuado por la apremiante necesidad de abastecerse de agua potable. Confiados por la victoria aplastante obtenida sobre Hernández, los indígenas se hallaban preparados para inaugurar las hostilidades en caso de que otro ejército de “bárbaros” castellanos se apersonara por aquellos lares. Grijalva anticipaba una recepción violenta, por lo que llevó consigo cañones, cuyo estruendo ejerció un profundo terror psicológico en los indios. No obstante, los habitantes de Champotón pronto les perdieron el miedo a las armas de fuego: mataron a un español e hirieron a otros cuarenta, entre ellos el propio Grijalva. Los mayas también sufrieron bajas, mayores en consideración de las que infligieron al bando contrario. Esto los orilló a presentarse en el campamento de Grijalva, extenderle un ultimátum para retirarse y obsequiarle cierto oro, lo que buscaba con tanta insistencia, para acelerar su partida. Los miembros de la hueste quisieron cobrarse los agravios, pero Grijalva, que no deseaba derramar más sangre, dio la orden de que volvieran a los barcos y siguió navegando hacia el poniente, hasta llegar al río Tabasco (Thomas, 2015: 162). Una vez que Grijalva abandonó Potonchán, se presentaron emisarios de Champotón, Campeche y pueblos aledaños, recriminándole al cacique su hospitalidad con los castellanos: …los tuvieron por cobardes, y se lo daban en el rostro, por causa que dieron a Grijalva las joyas de oro… y que de medrosos no nos osaron dar guerra, pues eran más pueblos1 y tenían más guerreros que no ellos; y esto les decían por afrentarlos, y que en sus pueblos nos habían dado guerra y muerto cincuenta y seis hombres»2 (Díaz del Castillo, 1967: 50). Afrentados, con su honor y valentía puestos en entredicho, los de Potonchán resolvieron tomar las armas cuando los expedicionarios retornaran, tal y como Grijalva lo había prometido. En efecto, volvieron, pero esta vez al mando de Hernán Cortés. Tras una larga estancia en Cozumel (27 de febrero-13 de marzo de 1519), durante la cual rescató al náufrago e intérprete Jerónimo de Aguilar y se informó de todo cuanto consideró necesario antes de pasar a la tierra firme, Cortés ordenó a sus pilotos que condujeran los navíos hacia el río Grijalva (que fue así como los castellanos rebautizaron al Tabscoob), para de allí trasladarse al arenal de Chalchicueyecan o San Juan de Ulúa. Recuérdese que gran parte de los capitanes y soldados de la expedición de Grijalva se adhirieron a la de Cortés: debieron ser sus relatos y descripciones sobre los generosos dones entregados por los indios en esos lugares los que motivaron a Cortés a pasar de largo frente a Champotón, sitio en el que pensaba llevar a cabo una venganza por los ataques contra los capitanes que le precedieron. Jerónimo de Aguilar aseguró que muy cerca de Champotón podrían encontrar a su compañero, Gonzalo Guerrero, quien habiendo asimilado el modus vivendi del mundo maya, se negó a acudir al llamado de Cortés. Aguilar estaba convencido de que Guerrero había instruido a los indios sobre cómo plantarles cara a los españoles, lo que lo convertía en responsable directo de los desbaratos sufridos por Hernández y Grijalva. Era preciso castigarlo. El recién integrado faraute se ofreció a guiar a Cortés hasta el lugar en que vivía Guerrero, diciéndole que, además, allí encontraría Entiéndase ésta frase en el sentido de que el señor de Potonchán tenía bajo su jurisdicción más pueblos que cualquier otro cacique en la región. 2 Se refiere a la expedición de Hernández de Córdoba, que hasta antes del desembarco en Champotón estaba integrada por 110 efectivos. 1 mucho oro. Cortés, burlonamente, rechazó la oferta de Aguilar, diciendo «que no venía él para tan pocas cosas, sino para servir a Dios y al rey». Los que se habían hallado en Champotón con Grijalva, le suplicaron a Cortés «que entrase dentro y [los indios] no quedasen sin buen castigo, y aun que se detuviese allí dos o tres días». Sin embargo, el piloto mayor de la armada, Antón de Alaminos, disuadió a Cortés de hacerlo, advirtiéndole que, en caso de internarse, el tiempo contrario dificultaría la salida de los navíos por espacio de una semana. El capitán siguió el consejo de Alaminos, y éste fijó rumbo al río Grijalva (Díaz del Castillo, 1967: 48-49). Los once navíos de Cortés anclaron frente a la desembocadura del río el 12 de marzo de 1519 (de acuerdo con el calendario juliano). Doscientos españoles navegaron cuesta arriba a bordo de bergantines y botes de pesca. A media legua recorrida, divisaron Potonchán. Tal parece que Grijalva no había tenido la oportunidad de acercarse lo demasiado como para contemplar el asentamiento, el cual era de casas de adobe con techo de paja: el número de viviendas a la llegada de los conquistadores fue calculado en aproximadamente veinticinco mil (Thomas, 2015: 239). La hueste de Cortés halló el asentamiento «cercado de madera con una pared bien gruesa y almenas y troneras pare flechar y tirar piedras y varas» (López de Gómara, 2000: 72). Lo que encendió las alarmas, sobre todo entre los que habían entrado en el río con Juan de Grijalva apenas un año antes, fue el número de mayas chontales apostados en ambas orillas: más de doce mil, que se suponían ser no sólo de Potonchán, sino de toda la provincia de Tabasco, «armados de arcos, flechas y rodelas, muy empenachados y pintados de colores… que para ellos es gran ferocidad y gala» (Díaz del Castillo, 1967: 50; Torquemada, 1975: 50). No se trataba para nada del recibimiento con los brazos abiertos que Cortés esperaba. Procedamos ahora a leer como se desarrolló la entrada de Cortés en el río Grijalva de acuerdo con el testimonio de Juan Álvarez: Ítem. A la setena pregunta dijo que se refiere a lo que dicho tiene en la pregunta antes de esta, e que éste testigo sabe e vido que el dicho Fernando Cortés llegó con la dicha gente e navíos en el dicho río de Grijalba, e que la primera vez que surgieron en el dicho río de Grijalba los indios de aquella tierra les defendieron que no saltasen en tierra más que a un arenal que allí estaba, junto con los dichos navíos les traerían mantenimientos, y que el dicho Fernando Cortés hizo tirar y tiró ciertos tiros de pólvora de las vacas, e mató cierta gente, e que después huyeron los dichos indios del dicho río y de un pueblo que estaba junto con el dicho río, y que después el dicho Fernando Cortés los envió a llamar e les dijo que no hubiesen miedo, que él era Hernando de Grijalba, e no les habían de hacer mal, e que los dichos indios, creyendo que era un hermano del dicho Grijalba, le trujeron al dicho Fernando Cortés de las provisiones e mantenimientos que ellos tenían, que eran de pan de maíz e gallinas, e otras viandas que ellos acostumbran comer, y esclavos para su servicio, e unas carátulas de oro e unos collares pequeños e otras ciertas joyas que entre ellos las usan (AGI, Patronato, 15, R.11, leg. 3: fols. 44v [líneas 25 a 34] y 45r [líneas 1 a 6]). Naturalmente, la primera reconstrucción de los hechos con la que es prudente cotejar esta declaración, por la cercanía en el tiempo, es con la Carta de la Justicia y Regimiento de la Villa Rica de la Vera Cruz, del 10 de julio de 1519, escrita por Cortés en tercera persona. Hay entre ambos documentos una distancia de dos años y doce días de distancia. A continuación, el texto cortesiano: Partidos de esta isla [Cozumel], fuimos a Yucatán, y por la banda del norte corrimos la tierra adelante hasta llegar al río grande que se dice de Grijalba, que es, según a vuestras reales altezas hicimos relación, adonde llegó el capitán Juan de Grijalba, pariente de Diego Velázquez…