1. Criollo es un término usado desde la época de la colonización europea de América, aplicado a los nacidos en el continente americano, pero con un origen europeo. A diferencia del nativo, el criollo (del portugués crioulo, y este de criar) era en el Imperio español un habitante nacido en América de padres europeos (usualmente peninsulares, pero también de otros orígenes étnicos), o descendiente solamente de ellos. También se usa el término criollismo para designar al movimiento de los hijos de peninsulares nacidos en la América española -y que buscaban supuestamente una identidad propia a través del pasado nativo- de símbolos propios y de la exaltación de todo lo relacionado con lo americano. Su identidad se fue fortaleciendo como consecuencia de las reformas borbónicas que los relegaron de los principales cargos políticos y eclesiásticos en Nueva España, situación determinante para el estallido del movimiento insurgente y la consumación de la independencia. A mediados del siglo XVIII los criollos de origen español controlaban buena parte del comercio y de la propiedad agraria, por lo que tenían un gran poder económico y una gran consideración social, pero estaban desplazados de los principales cargos políticos en favor de los nacidos en España. En Nueva España, la ley prohibía el matrimonio entre un funcionario español peninsular en ejercicio y una criolla; es decir, mujer blanca nacida en América descendiente de españoles. Esto no impedía que se efectuaran uniones de hecho entre mujeres criollas y funcionarios españoles. 2. El autogobierno es la autonomía de una jurisdicción que se rige a sí misma, y en que ningún poder externo tiene autoridad sobre esta. El autogobierno constituye una forma de soberanía. En Derecho, el autogobierno puede referirse a naciones, ciudades y otras entidades en el derecho público, y a asociaciones en el derecho privado. En filosofía política, cuando el término autogobierno es usado para referirse a una nación o democracia, suele intercambiarse con el de autodeterminación o soberanía nacional. En cambio, cuando el término se refiere al proyecto político del anarquismo, se refiere al orden legal voluntario de una sociedad sin Estado, basado en la soberanía individual. 4. Este período abarca desde el 18 de septiembre de 1810, fecha de instalación de la Primera Junta de Gobierno, hasta la instauración del primer Congreso Nacional, el 4 de julio de 1811. El desarrollo político y legislativo tiene una estrecha vinculación al proceso de Independencia en Chile, que se explica históricamente por múltiples factores, de corto y largo plazo: el creciente espíritu independentista de una elite de criollos, la autoconsciencia de un sentimiento patriótico, el impacto de las reformas borbónicas del siglo XVIII, entre otros, son elementos que influyen en la formación de la república chilena. Sin embargo, la influencia externa es mucho más decisiva a la hora de provocar la revolución de la Independencia. Los sucesos desarrollados en el mundo atlántico, como la independencia de los Estados Unidos (1776) y la Revolución Francesa (1789), aceleraron los acontecimientos políticos en las colonias españolas. En mayo de 1808, la invasión francesa al territorio español, generó la imposición, por parte de Napoleón Bonaparte, de un reemplazante al rey español Fernando VII, quien tuvo que abdicar, quedando la plaza real en poder de su hermano José Bonaparte. Esta intervención extranjera, motivó a que se planteara un cuestionamiento a la soberanía del nuevo monarca sobre sus territorios y súbditos, entre los que se incluía América y ciertamente Chile. En vista de la usurpación de la corona española y el apresamiento del rey Fernando VII por Napoleón Bonaparte, se organiza en España una Junta Central que resiste la invasión francesa. En Chile, la Junta Central española es reconocida, si bien ya comienzan las primeras divisiones entre españoles y criollos. Estas diferencias se agudizan con la deposición del gobernador Francisco García Carrasco (1808-1810) y su reemplazo por el Conde de la Conquista Mateo de Toro y Zambrano, destacado representante de la aristocracia local, el 16 de julio de 1810. El Cabildo de Santiago llama a un Cabildo Abierto para el día 18 de septiembre de 1810, del que emana la formación de la Primera Junta de Gobierno. Y aunque sus miembros juran fidelidad y obediencia al soberano español, la instalación de esta corporación marca el inicio del proceso de independencia, pues desde entonces los sectores aristocráticos criollos ejercen en sus manos el poder político, lo que se considera una primera forma de autonomía política o de autogobierno respecto de España. El Presidente de esta corporación fue don Mateo de Toro y Zambrano. Debido a ello, muy pronto comienzan a aparecer diversas posturas o bandos políticos. El denominado partido radical o “exaltado”, aboga por la ruptura definitiva con la metrópoli española. Por otra parte el grupo mayoritario denominado moderado, busca una transacción entre las pretensiones independentistas y la lealtad hacia la corona española[1] . Y finalmente, aunque sin participación en la Junta de Gobierno, pero influyente y poderoso, el grupo o partido realista, defiende la autoridad del rey y el antiguo régimen. Durante su mandato, la Primera Junta de Gobierno efectúa una serie de iniciativas de gran trascendencia, tales como la redacción del primer reglamento electoral de nuestra historia, la declaración de libertad de comercio, y el llamado para elecciones de un primer Congreso Nacional que represente a las diversas provincias que conforman el territorio del entonces Reino de Chile. Finalmente, la convocatoria al primer Congreso Nacional, concretada el 15 de diciembre de 1810, representa un paso importante en la consolidación del autogobierno criollo. En este contexto, el 6 de mayo de 1811 se realizan las primeras elecciones parlamentarias, marcando un hito clave de la historia política legislativa chilena. 5. Las Juntas de Gobierno fueron organismos políticos que surgieron en las Provincias que la Monarquía Española poseía en América en el Siglo XIX, a semejanza de la península, frente a la crisis generada por las abdicaciones de Bayona de Fernando VII y su padre Carlos IV, contextualizadas en la invasión del reino de España por Napoleón Bonaparte (1808). Las provincias de Ultramar reaccionaron de forma muy semejante a los reinos metropolitanos, a través del derecho tradicional, revirtieron el gobierno del rey a la comunidad. Las Cortes españolas, lo mismo que las Juntas americanas, defendían los derechos de Fernando VII pero como un rey subordinado a ellas, bajo una soberanía popular. Las juntas hispanoamericanas no aceptaron subyugarse al gobierno de la Regencia española reducida a la ciudad de Cádiz; con el triunfo en su seno del ideario de las ollas estadounidense y francesa y al ser consideradas insurgentes por los gobiernos de la Metrópoli, se transformaron en los movimientos de independencia hispanoamericanos Había dos posiciones predominantes en Hispanoamérica. Los españoles, particularmente los altos funcionarios de gobierno y clero, fueron partidarios de que la situación de gobierno se mantuviera, continuando en sus cargos los virreyes y gobernadores y otras autoridades, bajo la supremacía del Consejo de Regencia con sede en Cádiz. Por otra parte, los criollos y algunos españoles, postularon la formación de juntas de gobierno, un fenómeno a veces denominado juntismo, por cuanto consideraron que la Regencia solo tenía validez para el pueblo que lo había generado y que su autoridad no era extensiva a América. A su vez, esgrimieron el argumento escolástico de que las colonias o reinos americanos eran entidades político-administrativas independientes de las existentes en la España europea, porque habían quedado vinculadas jurídicamente a la Corona de Castilla mediante la Bula Inter caetera. Estando ausente el monarca, ellos tenían los mismos derechos de autogobierno, porque también se apoyaron en la doctrina tradicional del poder de las Siete Partidas, que en tales circunstancias les devolvía la soberanía para establecer el orden político que resultase más conveniente a sus intereses. Por ello, en la mayor parte de los territorios hispanoamericanos, los criollos, a través de los cabildos, manifestaron sus intenciones y promovieron con éxito en la mayoría de los casos la instauración de juntas de gobierno locales fieles a la persona de Fernando VII (pero no al gobierno nacional español o francés), a quien reconocían como legítimo soberano, pero subordinado a la soberanía de la Junta. Entre 1808 y 1810, se constituyeron juntas en México, Montevideo, Chuquisaca, La Paz, Quito, Caracas, Buenos Aires, Santa Fe y Santiago. Algunas de ellas fueron efímeras, otras perduraron en el tiempo, pero en sus inicios ninguna tuvo carácter separatista. Con el triunfo en su seno de las ideas liberales y republicanas venidas de Estados Unidos y Francia se transformaron en el conjunto de reformas políticas, económicas y administrativas que condujeron finalmente a la independencia de las naciones hispanoamericanas. 6. Con la instauración de la Primera Junta Nacional de Gobierno, el 18 de septiembre de 1810, y hasta el 4 de julio de 1811, fecha de instalación del primer Congreso Nacional, nacen en la esfera pública las primeras tendencias políticas en el entonces Reino de Chile. Estas tendencias o facciones, surgen dentro de las bases de un modelo socio-político de naturaleza tradicional y colonial, el cual experimenta desde 1810 una lenta fase de transición a la política moderna y republicana. Por ello, estas primeras organizaciones carecen de una ideología formal y difícilmente se les puede rotular como partidos, aunque de igual forma representan las diversas posiciones que caracterizaron a las clases dirigentes, durante los comienzos del proceso de Independencia que afectó a la casi totalidad de las colonias americanas del Imperio español. En relación a este proceso, existe un relativo consenso que considera que la causa independentista en nuestro país, más que un proceso sistemático y planificado, fue más bien el resultado de una serie de acontecimientos externos que impulsaron y precipitaron el proceso emancipador. El más importante de ellas, sin lugar a dudas, fue la captura del Rey de España, Fernando VII a manos de Napoleón Bonaparte, en 1808. Esta coyuntura puso en jaque a las colonias españolas y aceleró el desarrollo de los acontecimientos políticos que llevaron a la Independencia. Al mismo tiempo que se desarrollaban estos sucesos, y de manera incipiente, el ideario en torno al autogobierno se expandió en un importante sector de la elite criolla que creyó posible que, ante la ausencia o el vacío de poder experimentado, era necesario construir una forma de gobierno local. Actores fundamentales de este proceso histórico fueron los diversos grupos o posiciones de la clase dirigente en relación a la Corona en temas como la fidelidad hacia el rey de España, la preservación del régimen monárquico español y de sus instituciones, y la dependencia o autonomía de la Metrópoli. Entre estos grupos se destacan, en primer lugar, los denominados Realistas, quienes eran partidarios de dar continuidad al régimen colonial imperante en el país, siguiendo fieles a la Corona española y al Consejo de Cádiz. En un espacio intermedio estaban los denominados Moderados, quienes con una bandera reformista, pretendían seguir sometidos al poder del Rey, pero impulsando la consecución de algunas importantes concesiones de parte la corona. Finalmente, la tendencia más radical estaba representada por los denominados Exaltados o Patriotas, que pretendía un cambio radical del orden colonial en el país, propugnando reformas políticas de fondo, con el objeto de construir una sociedad fundada en la difusión de la modernidad y los principios democráticos. El grupo Patriota se caracterizaba, ante todo, por defender la postura de una independencia total del país con respecto a España.